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Contenido

El corazón delator ...................................................................................... 2


La pata de mono ........................................................................................ 3
El diablo..................................................................................................... 7
COMPENDIO DE CUENTOS Y La obra de arte .......................................................................................... 9
POEMAS Zínochka .................................................................................................. 11
La ventana abierta ................................................................................... 13
Cómo se salvó Wang-Fô ........................................................................... 14
Marguerite Yourcenar.............................................................................. 14
Me parece que igual a los dioses…, Safo .................................................. 18
En la muerte de Laura, Francesco Petrarca............................................... 18
Soneto XIX, William Shakespeare ............................................................. 18
Soneto LV, William Shakespeare .............................................................. 18
Amor constante, más allá de la muerte, Francisco de Quevedo ................ 18
A una nariz, Francisco de Quevedo .......................................................... 19
Fragmento, Novalis .................................................................................. 19
Himnos a la noche (1), Novalis ................................................................. 19
Canción del destino de Hiperión, Friedrich Hölderlin ................................ 19
La playa de Dover, Matthew Arnold ......................................................... 20
El lago, Alphonse de Lamartine ................................................................ 20
El infinito, Giacomo Leopardi ................................................................... 21
Amor y sueño, Algernon Charles Swinburne (1866) .................................. 21
Él desea las telas del cielo, William Butler Yeats (1899) ............................ 21
Nadie, ni siquiera la lluvia, e. e. cummings ............................................... 21

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El corazón delator mi sagacidad. Apenas lograba contener mi impresión de triunfo. ¡Pensar que estaba
Edgar Allan Poe ahí, abriendo poco a poco la puerta, y que él ni siquiera soñaba con mis secretas
intenciones o pensamientos! Me reí entre dientes ante esta idea, y quizá me oyó,
¡Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso. ¿Pero porque lo sentí moverse repentinamente en la cama, como si se sobresaltara. Ustedes
por qué afirman ustedes que estoy loco? La enfermedad había agudizado mis pensarán que me eché hacia atrás… pero no. Su cuarto estaba tan negro como la pez,
sentidos, en vez de destruirlos o embotarlos. Y mi oído era el más agudo de todos. ya que el viejo cerraba completamente las persianas por miedo a los ladrones; yo
Oía todo lo que puede oírse en la tierra y en el cielo. Muchas cosas oí en el infierno. sabía que le era imposible distinguir la abertura de la puerta, y seguí empujando
¿Cómo puedo estar loco, entonces? Escuchen… y observen con cuánta cordura, con suavemente, suavemente.
cuánta tranquilidad les cuento mi historia. Había ya pasado la cabeza y me disponía a abrir la linterna, cuando mi pulgar
Me es imposible decir cómo aquella idea me entró en la cabeza por primera vez; resbaló en el cierre metálico y el viejo se enderezó en el lecho, gritando:
pero, una vez concebida, me acosó noche y día. Yo no perseguía ningún propósito. -¿Quién está ahí?
Ni tampoco estaba colérico. Quería mucho al viejo. Jamás me había hecho nada Permanecí inmóvil, sin decir palabra. Durante una hora entera no moví un solo
malo. Jamás me insultó. Su dinero no me interesaba. Me parece que fue su ojo. ¡Sí, músculo, y en todo ese tiempo no oí que volviera a tenderse en la cama. Seguía
eso fue! Tenía un ojo semejante al de un buitre… Un ojo celeste, y velado por una sentado, escuchando… tal como yo lo había hecho, noche tras noche, mientras
tela. Cada vez que lo clavaba en mí se me helaba la sangre. Y así, poco a poco, muy escuchaba en la pared los taladros cuyo sonido anuncia la muerte.
gradualmente, me fui decidiendo a matar al viejo y librarme de aquel ojo para Oí de pronto un leve quejido, y supe que era el quejido que nace del terror. No
siempre. expresaba dolor o pena… ¡oh, no! Era el ahogado sonido que brota del fondo del
Presten atención ahora. Ustedes me toman por loco. Pero los locos no saben nada. alma cuando el espanto la sobrecoge. Bien conocía yo ese sonido. Muchas noches,
En cambio… ¡Si hubieran podido verme! ¡Si hubieran podido ver con qué habilidad justamente a las doce, cuando el mundo entero dormía, surgió de mi pecho,
procedí! ¡Con qué cuidado… con qué previsión… con qué disimulo me puse a la ahondando con su espantoso eco los terrores que me enloquecían. Repito que lo
obra! Jamás fui más amable con el viejo que la semana antes de matarlo. Todas las conocía bien. Comprendí lo que estaba sintiendo el viejo y le tuve lástima, aunque
noches, hacia las doce, hacía yo girar el picaporte de su puerta y la abría… ¡oh, tan me reía en el fondo de mi corazón. Comprendí que había estado despierto desde el
suavemente! Y entonces, cuando la abertura era lo bastante grande para pasar la primer leve ruido, cuando se movió en la cama. Había tratado de decirse que aquel
cabeza, levantaba una linterna sorda, cerrada, completamente cerrada, de manera que ruido no era nada, pero sin conseguirlo. Pensaba: “No es más que el viento en la
no se viera ninguna luz, y tras ella pasaba la cabeza. ¡Oh, ustedes se hubieran reído chimenea… o un grillo que chirrió una sola vez”. Sí, había tratado de darse ánimo
al ver cuán astutamente pasaba la cabeza! La movía lentamente… muy, muy con esas suposiciones, pero todo era en vano. Todo era en vano, porque la Muerte se
lentamente, a fin de no perturbar el sueño del viejo. Me llevaba una hora entera había aproximado a él, deslizándose furtiva, y envolvía a su víctima. Y la fúnebre
introducir completamente la cabeza por la abertura de la puerta, hasta verlo tendido influencia de aquella sombra imperceptible era la que lo movía a sentir -aunque no
en su cama. ¿Eh? ¿Es que un loco hubiera sido tan prudente como yo? Y entonces, podía verla ni oírla-, a sentir la presencia de mi cabeza dentro de la habitación.
cuando tenía la cabeza completamente dentro del cuarto, abría la linterna Después de haber esperado largo tiempo, con toda paciencia, sin oír que volviera
cautelosamente… ¡oh, tan cautelosamente! Sí, cautelosamente iba abriendo la a acostarse, resolví abrir una pequeña, una pequeñísima ranura en la linterna.
linterna (pues crujían las bisagras), la iba abriendo lo suficiente para que un solo rayo Así lo hice -no pueden imaginarse ustedes con qué cuidado, con qué inmenso
de luz cayera sobre el ojo de buitre. Y esto lo hice durante siete largas noches… cada cuidado-, hasta que un fino rayo de luz, semejante al hilo de la araña, brotó de la
noche, a las doce… pero siempre encontré el ojo cerrado, y por eso me era imposible ranura y cayó de lleno sobre el ojo de buitre.
cumplir mi obra, porque no era el viejo quien me irritaba, sino el mal de ojo. Y por Estaba abierto, abierto de par en par… y yo empecé a enfurecerme mientras lo
la mañana, apenas iniciado el día, entraba sin miedo en su habitación y le hablaba miraba. Lo vi con toda claridad, de un azul apagado y con aquella horrible tela que
resueltamente, llamándolo por su nombre con voz cordial y preguntándole cómo me helaba hasta el tuétano. Pero no podía ver nada de la cara o del cuerpo del viejo,
había pasado la noche. Ya ven ustedes que tendría que haber sido un viejo muy astuto pues, como movido por un instinto, había orientado el haz de luz exactamente hacia
para sospechar que todas las noches, justamente a las doce, iba yo a mirarlo mientras el punto maldito.
dormía. ¿No les he dicho ya que lo que toman erradamente por locura es sólo una excesiva
Al llegar la octava noche, procedí con mayor cautela que de costumbre al abrir la agudeza de los sentidos? En aquel momento llegó a mis oídos un resonar apagado y
puerta. El minutero de un reloj se mueve con más rapidez de lo que se movía mi presuroso, como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Aquel sonido
mano. Jamás, antes de aquella noche, había sentido el alcance de mis facultades, de también me era familiar. Era el latir del corazón del viejo. Aumentó aún más mi furia,
tal como el redoblar de un tambor estimula el coraje de un soldado.
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Pero, incluso entonces, me contuve y seguí callado. Apenas si respiraba. Sostenía la audacia de mi perfecto triunfo, colocaba mi silla en el exacto punto bajo el cual
la linterna de modo que no se moviera, tratando de mantener con toda la firmeza reposaba el cadáver de mi víctima.
posible el haz de luz sobre el ojo. Entretanto, el infernal latir del corazón iba en Los oficiales se sentían satisfechos. Mis modales los habían convencido. Por mi
aumento. Se hacía cada vez más rápido, cada vez más fuerte, momento a momento. parte, me hallaba perfectamente cómodo. Sentáronse y hablaron de cosas comunes,
El espanto del viejo tenía que ser terrible. ¡Cada vez más fuerte, más fuerte! ¿Me mientras yo les contestaba con animación. Mas, al cabo de un rato, empecé a notar
siguen ustedes con atención? Les he dicho que soy nervioso. Sí, lo soy. Y ahora, a que me ponía pálido y deseé que se marcharan. Me dolía la cabeza y creía percibir
medianoche, en el terrible silencio de aquella antigua casa, un resonar tan extraño un zumbido en los oídos; pero los policías continuaban sentados y charlando. El
como aquél me llenó de un horror incontrolable. Sin embargo, me contuve todavía zumbido se hizo más intenso; seguía resonando y era cada vez más intenso. Hablé
algunos minutos y permanecí inmóvil. ¡Pero el latido crecía cada vez más fuerte, más en voz muy alta para librarme de esa sensación, pero continuaba lo mismo y se iba
fuerte! Me pareció que aquel corazón iba a estallar. Y una nueva ansiedad se apoderó haciendo cada vez más clara… hasta que, al fin, me di cuenta de que aquel sonido
de mí… ¡Algún vecino podía escuchar aquel sonido! ¡La hora del viejo había sonado! no se producía dentro de mis oídos.
Lanzando un alarido, abrí del todo la linterna y me precipité en la habitación. El viejo Sin duda, debí de ponerme muy pálido, pero seguí hablando con creciente soltura
clamó una vez… nada más que una vez. Me bastó un segundo para arrojarlo al suelo y levantando mucho la voz. Empero, el sonido aumentaba… ¿y que podía hacer yo?
y echarle encima el pesado colchón. Sonreí alegremente al ver lo fácil que me había Era un resonar apagado y presuroso…, un sonido como el que podría hacer un reloj
resultado todo. Pero, durante varios minutos, el corazón siguió latiendo con un envuelto en algodón. Yo jadeaba, tratando de recobrar el aliento, y, sin embargo, los
sonido ahogado. Claro que no me preocupaba, pues nadie podría escucharlo a través policías no habían oído nada. Hablé con mayor rapidez, con vehemencia, pero el
de las paredes. Cesó, por fin, de latir. El viejo había muerto. Levanté el colchón y sonido crecía continuamente. Me puse en pie y discutí sobre insignificancias en voz
examiné el cadáver. Sí, estaba muerto, completamente muerto. Apoyé la mano sobre muy alta y con violentas gesticulaciones; pero el sonido crecía continuamente. ¿Por
el corazón y la mantuve así largo tiempo. No se sentía el menor latido. El viejo estaba qué no se iban? Anduve de un lado a otro, a grandes pasos, como si las observaciones
bien muerto. Su ojo no volvería a molestarme. de aquellos hombres me enfurecieran; pero el sonido crecía continuamente. ¡Oh,
Si ustedes continúan tomándome por loco dejarán de hacerlo cuando les describa Dios! ¿Qué podía hacer yo? Lancé espumarajos de rabia… maldije… juré…
las astutas precauciones que adopté para esconder el cadáver. La noche avanzaba, Balanceando la silla sobre la cual me había sentado, raspé con ella las tablas del piso,
mientras yo cumplía mi trabajo con rapidez, pero en silencio. Ante todo descuarticé pero el sonido sobrepujaba todos los otros y crecía sin cesar. ¡Más alto… más alto…
el cadáver. Le corté la cabeza, brazos y piernas. más alto! Y entretanto los hombres seguían charlando plácidamente y sonriendo.
Levanté luego tres planchas del piso de la habitación y escondí los restos en el ¿Era posible que no oyeran? ¡Santo Dios! ¡No, no! ¡Claro que oían y que
hueco. Volví a colocar los tablones con tanta habilidad que ningún ojo humano -ni sospechaban! ¡Sabían… y se estaban burlando de mi horror! ¡Sí, así lo pensé y así lo
siquiera el suyo- hubiera podido advertir la menor diferencia. No había nada que pienso hoy! ¡Pero cualquier cosa era preferible a aquella agonía! ¡Cualquier cosa
lavar… ninguna mancha… ningún rastro de sangre. Yo era demasiado precavido sería más tolerable que aquel escarnio! ¡No podía soportar más tiempo sus sonrisas
para eso. Una cuba había recogido todo… ¡ja, ja! hipócritas! ¡Sentí que tenía que gritar o morir, y entonces… otra vez… escuchen…
Cuando hube terminado mi tarea eran las cuatro de la madrugada, pero seguía tan más fuerte… más fuerte… más fuerte… más fuerte!
oscuro como a medianoche. En momentos en que se oían las campanadas de la hora, -¡Basta ya de fingir, malvados! -aullé-. ¡Confieso que lo maté! ¡Levanten esos
golpearon a la puerta de la calle. Acudí a abrir con toda tranquilidad, pues ¿qué podía tablones! ¡Ahí… ahí!¡Donde está latiendo su horrible corazón!
temer ahora?
Hallé a tres caballeros, que se presentaron muy civilmente como oficiales de FIN
policía. Durante la noche, un vecino había escuchado un alarido, por lo cual se
sospechaba la posibilidad de algún atentado. Al recibir este informe en el puesto de
policía, habían comisionado a los tres agentes para que registraran el lugar. La pata de mono
Sonreí, pues… ¿qué tenía que temer? Di la bienvenida a los oficiales y les W.W. Jacobs
expliqué que yo había lanzado aquel grito durante una pesadilla. Les hice saber que
el viejo se había ausentado a la campaña. Llevé a los visitantes a recorrer la casa y I
los invité a que revisaran, a que revisaran bien. Finalmente, acabé conduciéndolos a La noche era fría y húmeda, pero en la pequeña sala de Laburnum Villa los
la habitación del muerto. Les mostré sus caudales intactos y cómo cada cosa se postigos estaban cerrados y el fuego ardía vivamente. Padre e hijo jugaban al ajedrez.
hallaba en su lugar. En el entusiasmo de mis confidencias traje sillas a la habitación El primero tenía ideas personales sobre el juego y ponía al rey en tan desesperados e
y pedí a los tres caballeros que descansaran allí de su fatiga, mientras yo mismo, con
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inútiles peligros que provocaba el comentario de la vieja señora que tejía -Un viejo faquir le dio poderes mágicos -dijo el sargento mayor-. Un hombre muy
plácidamente junto a la chimenea. santo… Quería demostrar que el destino gobierna la vida de los hombres y que nadie
-Oigan el viento -dijo el señor White; había cometido un error fatal y trataba de puede oponérsele impunemente. Le dio este poder: Tres hombres pueden pedirle tres
que su hijo no lo advirtiera. deseos.
-Lo oigo -dijo éste moviendo implacablemente la reina-. Jaque. Habló tan seriamente que los otros sintieron que sus risas desentonaban.
-No creo que venga esta noche -dijo el padre con la mano sobre el tablero. -Y usted, ¿por qué no pide las tres cosas? -preguntó Herbert White.
-Mate -contestó el hijo. El sargento lo miró con tolerancia.
-Esto es lo malo de vivir tan lejos -vociferó el señor White con imprevista y -Las he pedido -dijo, y su rostro curtido palideció.
repentina violencia-. De todos los suburbios, este es el peor. El camino es un pantano. -¿Realmente se cumplieron los tres deseos? -preguntó la señora White.
No se qué piensa la gente. Como hay sólo dos casas alquiladas, no les importa. -Se cumplieron -dijo el sargento.
-No te aflijas, querido -dijo suavemente su mujer-, ganarás la próxima vez. -¿Y nadie más pidió? -insistió la señora.
El señor White alzó la vista y sorprendió una mirada de complicidad entre madre -Sí, un hombre. No sé cuáles fueron las dos primeras cosas que pidió; la tercera
e hijo. Las palabras murieron en sus labios y disimuló un gesto de fastidio. fue la muerte. Por eso entré en posesión de la pata de mono.
-Ahí viene -dijo Herbert White al oír el golpe del portón y unos pasos que se Habló con tanta gravedad que produjo silencio.
acercaban. Su padre se levantó con apresurada hospitalidad y abrió la puerta; le -Morris, si obtuvo sus tres deseos, ya no le sirve el talismán -dijo, finalmente, el
oyeron condolerse con el recién venido. señor White-. ¿Para qué lo guarda?
Luego, entraron. El forastero era un hombre fornido, con los ojos salientes y la El sargento sacudió la cabeza:
cara rojiza. -Probablemente he tenido, alguna vez, la idea de venderlo; pero creo que no lo
-El sargento mayor Morris -dijo el señor White, presentándolo. El sargento les dio haré. Ya ha causado bastantes desgracias. Además, la gente no quiere comprarlo.
la mano, aceptó la silla que le ofrecieron y observó con satisfacción que el dueño de Algunos sospechan que es un cuento de hadas; otros quieren probarlo primero y
casa traía whisky y unos vasos y ponía una pequeña pava de cobre sobre el fuego. pagarme después.
Al tercer vaso, le brillaron los ojos y empezó a hablar. La familia miraba con -Y si a usted le concedieran tres deseos más -dijo el señor White-, ¿los pediría?
interés a ese forastero que hablaba de guerras, de epidemias y de pueblos extraños. -No sé -contestó el otro-. No sé.
-Hace veintiún años -dijo el señor White sonriendo a su mujer y a su hijo-. Cuando Tomó la pata de mono, la agitó entre el pulgar y el índice y la tiró al fuego. White
se fue era apenas un muchacho. Mírenlo ahora. la recogió.
-No parece haberle sentado tan mal -dijo la señora White amablemente. -Mejor que se queme -dijo con solemnidad el sargento.
-Me gustaría ir a la India -dijo el señor White-. Sólo para dar un vistazo. -Si usted no la quiere, Morris, démela.
-Mejor quedarse aquí -replicó el sargento moviendo la cabeza. Dejó el vaso y, -No quiero -respondió terminantemente-. La tiré al fuego; si la guarda, no me eche
suspirando levemente, volvió a sacudir la cabeza. la culpa de lo que pueda suceder. Sea razonable, tírela.
-Me gustaría ver los viejos templos y faquires y malabaristas -dijo el señor White- El otro sacudió la cabeza y examinó su nueva adquisición. Preguntó:
. ¿Qué fue, Morris, lo que usted empezó a contarme los otros días, de una pata de -¿Cómo se hace?
mono o algo por el estilo? -Hay que tenerla en la mano derecha y pedir los deseos en voz alta. Pero le
-Nada -contestó el soldado apresuradamente-. Nada que valga la pena oír. prevengo que debe temer las consecuencias.
-¿Una pata de mono? -preguntó la señora White. -Parece de Las mil y una noches -dijo la señora White. Se levantó a preparar la
-Bueno, es lo que se llama magia, tal vez -dijo con desgana el militar. mesa-. ¿No le parece que podrían pedir para mí otro par de manos?
Sus tres interlocutores lo miraron con avidez. Distraídamente, el forastero llevó la El señor White sacó del bolsillo el talismán; los tres se rieron al ver la expresión
copa vacía a los labios: volvió a dejarla. El dueño de casa la llenó. de alarma del sargento.
-A primera vista, es una patita momificada que no tiene nada de particular -dijo el -Si está resuelto a pedir algo -dijo agarrando el brazo de White- pida algo
sargento mostrando algo que sacó del bolsillo. razonable.
La señora retrocedió, con una mueca. El hijo tomó la pata de mono y la examinó El señor White guardó en el bolsillo la pata de mono. Invitó a Morris a sentarse a
atentamente. la mesa. Durante la comida el talismán fue, en cierto modo, olvidado. Atraídos,
-¿Y qué tiene de extraordinario? -preguntó el señor White quitándosela a su hijo, escucharon nuevos relatos de la vida del sargento en la India.
para mirarla.

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-Si en el cuento de la pata de mono hay tanta verdad como en los otros -dijo -Todos los viejos militares son iguales -dijo la señora White-. ¡Qué idea, la
Herbert cuando el forastero cerró la puerta y se alejó con prisa, para alcanzar el nuestra, escuchar esas tonterías! ¿Cómo puede creerse en talismanes en esta época?
último tren-, no conseguiremos gran cosa. Y si consiguieras las doscientas libras, ¿qué mal podrían hacerte?
-¿Le diste algo? -preguntó la señora mirando atentamente a su marido. -Pueden caer de arriba y lastimarte la cabeza -dijo Herbert.
-Una bagatela -contestó el señor White, ruborizándose levemente-. No quería -Según Morris, las cosas ocurrían con tanta naturalidad que parecían
aceptarlo, pero lo obligué. Insistió en que tirara el talismán. coincidencias -dijo el padre.
-Sin duda -dijo Herbert, con fingido horror-, seremos felices, ricos y famosos. -Bueno, no vayas a encontrarte con el dinero antes de mi vuelta -dijo Herbert,
Para empezar tienes que pedir un imperio, así no estarás dominado por tu mujer. levantándose de la mesa-. No sea que te conviertas en un avaro y tengamos que
El señor White sacó del bolsillo el talismán y lo examinó con perplejidad. repudiarte.
-No se me ocurre nada para pedirle -dijo con lentitud-. Me parece que tengo todo La madre se rió, lo acompañó hasta afuera y lo vio alejarse por el camino; de
lo que deseo. vuelta a la mesa del comedor, se burló de la credulidad del marido.
-Si pagaras la hipoteca de la casa serías feliz, ¿no es cierto? -dijo Herbert Sin embargo, cuando el cartero llamó a la puerta corrió a abrirla, y cuando vio que
poniéndole la mano sobre el hombro-. Bastará con que pidas doscientas libras. sólo traía la cuenta del sastre se refirió con cierto malhumor a los militares de
El padre sonrió avergonzado de su propia credulidad y levantó el talismán; costumbres intemperantes.
Herbert puso una cara solemne, hizo un guiño a su madre y tocó en el piano unos -Me parece que Herbert tendrá tema para sus bromas -dijo al sentarse.
acordes graves. -Sin duda -dijo el señor White-. Pero, a pesar de todo, la pata se movió en mi
-Quiero doscientas libras -pronunció el señor White. mano. Puedo jurarlo.
Un gran estrépito del piano contestó a sus palabras. El señor White dio un grito. -Habrá sido en tu imaginación -dijo la señora suavemente.
Su mujer y su hijo corrieron hacia él. -Afirmo que se movió. Yo no estaba sugestionado. Era… ¿Qué sucede?
-Se movió -dijo, mirando con desagrado el objeto, y lo dejó caer-. Se retorció en Su mujer no le contestó. Observaba los misteriosos movimientos de un hombre
mi mano como una víbora. que rondaba la casa y no se decidía a entrar. Notó que el hombre estaba bien vestido
-Pero yo no veo el dinero -observó el hijo, recogiendo el talismán y poniéndolo y que tenía una galera nueva y reluciente; pensó en las doscientas libras. El hombre
sobre la mesa-. Apostaría que nunca lo veré. se detuvo tres veces en el portón; por fin se decidió a llamar.
-Habrá sido tu imaginación, querido -dijo la mujer, mirándolo ansiosamente. Apresuradamente, la señora White se quitó el delantal y lo escondió debajo del
Sacudió la cabeza. almohadón de la silla.
-No importa. No ha sido nada. Pero me dio un susto. Hizo pasar al desconocido. Éste parecía incómodo. La miraba furtivamente,
Se sentaron junto al fuego y los dos hombres acabaron de fumar sus pipas. El mientras ella le pedía disculpas por el desorden que había en el cuarto y por el
viento era más fuerte que nunca. El señor White se sobresaltó cuando golpeó una guardapolvo del marido. La señora esperó cortésmente que les dijera el motivo de la
puerta en los pisos altos. Un silencio inusitado y deprimente los envolvió hasta que visita; el desconocido estuvo un rato en silencio.
se levantaron para ir a acostarse. -Vengo de parte de Maw & Meggins -dijo por fin.
-Se me ocurre que encontrarás el dinero en una gran bolsa, en medio de la cama - La señora White tuvo un sobresalto.
dijo Herbert al darles las buenas noches-. Una aparición horrible, agazapada encima -¿Qué pasa? ¿Qué pasa? ¿Le ha sucedido algo a Herbert?
del ropero, te acechará cuando estés guardando tus bienes ilegítimos. Su marido se interpuso.
Ya solo, el señor White se sentó en la oscuridad y miró las brasas, y vio caras en -Espera, querida. No te adelantes a los acontecimientos. Supongo que usted no
ellas. La última era tan simiesca, tan horrible, que la miró con asombro; se rió, trae malas noticias, señor.
molesto, y buscó en la mesa su vaso de agua para echárselo encima y apagar la brasa; Y lo miró patéticamente.
sin querer, tocó la pata de mono; se estremeció, limpió la mano en el abrigo y subió -Lo siento… -empezó el otro.
a su cuarto. -¿Está herido? -preguntó, enloquecida, la madre.
El hombre asintió.
II -Mal herido -dijo pausadamente-. Pero no sufre.
A la mañana siguiente, mientras tomaba el desayuno en la claridad del sol -Gracias a Dios -dijo la señora White, juntando las manos-. Gracias a Dios.
invernal, se rió de sus temores. En el cuarto había un ambiente de prosaica salud que Bruscamente comprendió el sentido siniestro que había en la seguridad que le
faltaba la noche anterior; y esa pata de mono; arrugada y sucia, tirada sobre el daban y vio la confirmación de sus temores en la cara significativa del hombre.
aparador, no parecía terrible.
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Retuvo la respiración, miró a su marido que parecía tardar en comprender, y le tomó -Sólo ahora he pensado… ¿Por qué no he pensado antes? ¿Por qué tú no pensaste?
la mano temblorosamente. Hubo un largo silencio. -¿Pensaste en qué? -preguntó.
-Lo agarraron las máquinas -dijo en voz baja el visitante. -En los otros dos deseos -respondió en seguida-. Sólo hemos pedido uno.
-Lo agarraron las máquinas -repitió el señor White, aturdido. -¿No fue bastante?
Se sentó, mirando fijamente por la ventana; tomó la mano de su mujer, la apretó -No -gritó ella triunfalmente-. Le pediremos otro más. Búscala pronto y pide que
en la suya, como en sus tiempos de enamorados. nuestro hijo vuelva a la vida.
-Era el único que nos quedaba -le dijo al visitante-. Es duro. El hombre se sentó en la cama, temblando.
El otro se levantó y se acercó a la ventana. -Dios mío, estás loca.
-La compañía me ha encargado que le exprese sus condolencias por esta gran -Búscala pronto y pide -le balbuceó-; ¡mi hijo, mi hijo!
pérdida -dijo sin darse la vuelta-. Le ruego que comprenda que soy tan sólo un El hombre encendió la vela.
empleado y que obedezco las órdenes que me dieron. -Vuelve a acostarte. No sabes lo que estás diciendo.
No hubo respuesta. La cara de la señora White estaba lívida. -Nuestro primer deseo se cumplió. ¿Por qué no hemos de pedir el segundo?
-Se me ha comisionado para declararles que Maw & Meggins niegan toda -Fue una coincidencia.
responsabilidad en el accidente -prosiguió el otro-. Pero en consideración a los -Búscala y desea -gritó con exaltación la mujer.
servicios prestados por su hijo, le remiten una suma determinada. El marido se volvió y la miró:
El señor White soltó la mano de su mujer y, levantándose, miró con terror al -Hace diez días que está muerto y además, no quiero decirte otra cosa, lo reconocí
visitante. Sus labios secos pronunciaron la palabra: ¿cuánto? por el traje. Si ya entonces era demasiado horrible para que lo vieras…
-Doscientas libras -fue la respuesta. -¡Tráemelo! -gritó la mujer arrastrándolo hacia la puerta-. ¿Crees que temo al niño
Sin oír el grito de su mujer, el señor White sonrió levemente, extendió los brazos, que he criado?
como un ciego, y se desplomó, desmayado. El señor White bajó en la oscuridad, entró en la sala y se acercó a la repisa.
El talismán estaba en su lugar. Tuvo miedo de que el deseo todavía no formulado
III trajera a su hijo hecho pedazos, antes de que él pudiera escaparse del cuarto.
En el cementerio nuevo, a unas dos millas de distancia, marido y mujer dieron Perdió la orientación. No encontraba la puerta. Tanteó alrededor de la mesa y a lo
sepultura a su muerto y volvieron a la casa transidos de sombra y de silencio. largo de la pared y de pronto se encontró en el zaguán, con el maligno objeto en la
Todo pasó tan pronto que al principio casi no lo entendieron y quedaron esperando mano.
alguna otra cosa que les aliviara el dolor. Pero los días pasaron y la expectativa se Cuando entró en el dormitorio, hasta la cara de su mujer le pareció cambiada.
transformó en resignación, esa desesperada resignación de los viejos, que algunos Estaba ansiosa y blanca y tenía algo sobrenatural. Le tuvo miedo.
llaman apatía. Pocas veces hablaban, porque no tenían nada que decirse; sus días -¡Pídelo! -gritó con violencia.
eran interminables hasta el cansancio. -Es absurdo y perverso -balbuceó.
Una semana después, el señor White, despertándose bruscamente en la noche, -Pídelo -repitió la mujer.
estiró la mano y se encontró solo. El hombre levantó la mano:
El cuarto estaba a oscuras; oyó cerca de la ventana, un llanto contenido. Se -Deseo que mi hijo viva de nuevo.
incorporó en la cama para escuchar. El talismán cayó al suelo. El señor White siguió mirándolo con terror. Luego,
-Vuelve a acostarte -dijo tiernamente-. Vas a coger frío. temblando, se dejó caer en una silla mientras la mujer se acercó a la ventana y levantó
-Mi hijo tiene más frío -dijo la señora White y volvió a llorar. la cortina. El hombre no se movió de allí, hasta que el frío del alba lo traspasó. A
Los sollozos se desvanecieron en los oídos del señor White. La cama estaba tibia, veces miraba a su mujer que estaba en la ventana. La vela se había consumido; hasta
y sus ojos pesados de sueño. Un despavorido grito de su mujer lo despertó. casi apagarse. Proyectaba en las paredes y el techo sombras vacilantes.
-La pata de mono -gritaba desatinadamente-, la pata de mono. Con un inexplicable alivio ante el fracaso del talismán, el hombre volvió a la
El señor White se incorporó alarmado. cama; un minuto después, la mujer, apática y silenciosa, se acostó a su lado.
-¿Dónde? ¿Dónde está? ¿Qué sucede? No hablaron; escuchaban el latido del reloj. Crujió un escalón. La oscuridad era
Ella se acercó: opresiva; el señor White juntó coraje, encendió un fósforo y bajó a buscar una vela.
-La quiero. ¿No la has destruido? Al pie de la escalera el fósforo se apagó. El señor White se detuvo para encender
-Está en la sala, sobre la repisa -contestó asombrado-. ¿Por qué la quieres? otro; simultáneamente resonó un golpe furtivo, casi imperceptible, en la puerta de
Llorando y riendo se inclinó para besarlo, y le dijo histéricamente: entrada.
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Los fósforos cayeron. Permaneció inmóvil, sin respirar, hasta que se repitió el aún por la avaricia normanda, decía «sí» con los ojos y la frente, animando a su hijo
golpe. Huyó a su cuarto y cerró la puerta. Se oyó un tercer golpe. a que recogiera el trigo y la dejara morir completamente sola. Pero el médico se
-¿Qué es eso? -gritó la mujer. enfadó y, dando un zapatazo en el suelo, dijo: «Usted no es más que un bruto
-Un ratón -dijo el hombre-. Un ratón. Se me cruzó en la escalera. ¿entiende? Y no le permitiré que haga eso ¿entiende? Y, si usted necesita recoger su
La mujer se incorporó. Un fuerte golpe retumbó en toda la casa. trigo hoy mismo, vaya a buscar a la Rapet, ¡pardiez! y encárguele que cuide a su
-¡Es Herbert! ¡Es Herbert! -La señora White corrió hacia la puerta, pero su marido madre. Es mi deseo, ¿entiende? Y si no me obedece, lo dejaré morirse como un perro
la alcanzó. cuando usted, a su vez, esté enfermo ¿entiende?»
-¿Qué vas a hacer? -le dijo ahogadamente. El campesino, un hombre alto y delgado, de gestos lentos, torturado por la
-¡Es mi hijo; es Herbert! -gritó la mujer, luchando para que la soltara-. Me había indecisión, por el miedo al médico y por el amor feroz al ahorro, dudaba, calculaba,
olvidado de que el cementerio está a dos millas. Suéltame; tengo que abrir la puerta. murmuraba: «¿Cuánto cobra la Rapet por una guardia?»
-Por amor de Dios, no lo dejes entrar -dijo el hombre, temblando. El médico gritaba: «¡Y yo qué sé! Eso depende del tiempo que usted le pida.
-¿Tienes miedo de tu propio hijo? -gritó-. Suéltame. Ya voy, Herbert; ya voy. ¡Arréglese con ella, caramba! Pero que esté aquí en una hora ¿entiende?»
Hubo dos golpes más. La mujer se libró y huyó del cuarto. El hombre la siguió y El hombre se decidió: «Ya voy, ya voy; no se enfade, señor médico.»
la llamó, mientras bajaba la escalera. Oyó el ruido de la tranca de abajo; oyó el Y el doctor se marchó repitiendo: «¿Sabe? ¡Tenga cuidado, porque no bromeo
cerrojo; y luego, la voz de la mujer, anhelante: cuando me enfado!»
-La tranca -dijo-. No puedo alcanzarla. Al quedarse solo, el campesino se volvió hacia su madre, y, con voz resignada
Pero el marido, arrodillado, tanteaba el piso, en busca de la pata de mono. dijo: «Voy a buscar a la Rapet, puesto que este hombre quiere. No te muevas hasta
-Si pudiera encontrarla antes de que eso entrara… que regrese.» Y salió a su vez.
Los golpes volvieron a resonar en toda la casa. El señor White oyó que su mujer La Rapet, una vieja planchadora, guardaba a los muertos y a los moribundos en el
acercaba una silla; oyó el ruido de la tranca al abrirse; en el mismo instante encontró pueblo y alrededores. Luego, una vez que cosía a sus clientes en la sábana de la que
la pata de mono y, frenéticamente, balbuceó el tercer y último deseo. no volverían a salir, cogía de nuevo la plancha con la que frotaba la ropa de los vivos.
Los golpes cesaron de pronto; aunque los ecos resonaban aún en la casa. Oyó Arrugada como una manzana del año anterior, perversa, envidiosa, avara con una
retirar la silla y abrir la puerta. Un viento helado entró por la escalera, y un largo y avaricia cercana al fenómeno, curvada en dos como si se hubiera partido por los
desconsolado alarido de su mujer le dio valor para correr hacia ella y luego hasta el riñones por el eterno movimiento de la plancha deslizada sobre los tejidos, se diría
portón. El camino estaba desierto y tranquilo. que sentía por la agonía una especie de amor monstruoso y cínico. No hablaba sino
de las personas que había visto morir, de todas las variedades de muertes a las que
había asistido; y las contaba con gran meticulosidad de detalles siempre parecidos,
El diablo como un cazador cuenta sus disparos.
Guy de Maupassant Cuando Honoré Bontemps entró en su casa, la encontró preparando agua de pez
para los cuellos de las pueblerinas.
El campesino permanecía de pie frente al médico, ante el lecho de la moribunda. Él dijo: «Hola, buenas noches; ¿se encuentra como desea, señora Rapet?»
La anciana, tranquila, resignada, miraba a los dos hombres y los escuchaba hablar. Ella volvió la cabeza hacia él. «Más o menos, más o menos. ¿Y usted?
Iba a morir, pero no se sublevaba, su tiempo había concluido ya, tenía noventa y dos -¡Oh! yo me encuentro bien, es mi madre la que no está bien en absoluto.
años. Por la ventana y la puerta abiertas, el sol de julio entraba a raudales, arrojaba -¿Su madre?
su llama cálida sobre el suelo de tierra oscura, giboso y pisoteado por los zuecos de -Sí, mi madre.
cuatro generaciones de rústicos. Los olores del campo entraban también, empujados -¿Y qué tiene su madre?
por la brisa ardiente, olores de hierbas, de trigos, de hojas quemadas por el calor de -¡Que se va a morir!
mediodía. Los saltamontes se desgañitaban, llenaban el campo con el chasquido La anciana retiró sus manos del agua, cuyas gotas, azules y transparentes, se
claro, similar al ruido de los grillos del bosque que se les venden a los niños en las deslizaron hasta la punta de los dedos y volvieron a caer al barreño. Preguntó con
ferias una súbita simpatía: «¿Tan mal está?»
El médico, levantando la voz, decía: «Honoré, usted no puede dejar a su madre -El médico dice que no pasará del amanecer.
sola en este estado. ¡Va a morir de un momento a otro!» Y el campesino, desolado, -¡Entonces sí que está mal!
repetía: «Es que necesito recoger el trigo; ya lleva demasiado tiempo en tierra. El Honoré dudó. Necesitaba algunos preámbulos para exponer la propuesta que
tiempo es bueno, justamente. ¿Qué dices tú, madre?» Y la vieja moribunda, torturada estaba preparando. Pero como no encontró qué decir, se decidió de golpe: «¿Cuánto
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me cobrará por cuidarla hasta el final? Usted sabe que no somos ricos. No puedo ella, otras para la familia que la contrataba para este doble trabajo mediante un
pagar ni a una sirvienta. ¡Eso es lo que la ha puesto así, a mi pobre madre, demasiado suplemento de salario. De pronto preguntó: «¿Le han dado a usted al menos los
movimiento, demasiado cansancio! Trabajaba como diez, pese a sus noventa y dos últimos sacramentos, señora Bontemps?» La campesina dijo «no» con la cabeza; y
años. ¡Ya no hay personas así!…» la Rapet, que era devota, se levantó al instante. «¡Dios santo! ¿será posible? Voy a
La Rapet replicó gravemente: «Hay dos tarifas: dos francos por un día, y tres buscar al señor párroco.»
francos por una noche, para los ricos. Un franco por un día y dos por una noche, para Y se precipitó hacia el presbiterio, con tal rapidez, que los chiquillos que se
los demás. Usted me pagará un franco y dos.» encontraban en la plaza, al verla correr así, pensaron que había ocurrido alguna
El campesino reflexionaba. Conocía bien a su madre. Sabía lo tenaz, fuerte y desgracia. El cura vino enseguida, con sobrepelliz, precedido del acólito que tocaba
resistente que era. La cosa podía prolongarse durante ocho días, pese a la opinión del la campanilla para anunciar el paso de Dios por el campo ardiente y tranquilo. Los
médico. Y dijo resueltamente: «No. Prefiero que me diga un precio global, un precio hombres que trabajaban a lo lejos, se quitaban sus grandes sombreros y permanecían
hasta el final. Arriesguémonos por una parte y por la otra. El médico dice que se inmóviles a la espera de que la blanca vestidura desapareciera detrás de alguna casa;
morirá enseguida. Si así ocurre, mejor para usted y peor para mí. Pero si resiste hasta las mujeres que recogían los haces se levantaban para santiguarse; las gallinas negras,
mañana o más, mejor para mí y peor para usted.» asustadas, huían a lo largo de las cunetas balanceándose sobre las patas hasta llegar
La cuidadora miraba al hombre sorprendida. Nunca había contratado una muerte a algún agujero, conocido para ellas, donde desaparecían bruscamente; un potro,
a precio alzado. Dudaba, tentada por la idea de arriesgar. Luego sospechó que la atado en un prado, se asustó al ver el sobrepelliz y se puso a girar al extremo de la
querían engañar. «No podré decir nada mientras no vea a su madre -respondió. soga, lanzando coces. El monaguillo, con su sotana roja, iba rápido; y el sacerdote,
-Venga y véala.» con la cabeza inclinada sobre un hombro y cubierto con su birrete cuadrado, le seguía
Se secó las manos y lo siguió al instante. No hablaron nada durante el trayecto. susurrando oraciones; la Rapet iba detrás, inclinada, doblada en dos, como para
Ella caminaba a pasos cortos y apresurados, mientras que él estiraba sus largas postrarse al andar, y con las manos juntas, como en la iglesia.
piernas como si a cada paso tuviera que saltar un arroyo. Las vacas, echadas en el Honoré los vio pasar de lejos. Y preguntó: «¿Dónde irá nuestro párroco?» Su
campo, asfixiadas por el tórrido calor, levantaban pesadamente la cabeza y lanzaban peón, más espabilado, respondió: «¡Le lleva el buen Dios a tu madre, pardiez!» El
un débil mugido hacia las dos personas que pasaban, para pedirles hierba fresca. Al campesino no se sorprendió: «¡Sí, puede ser!» Y volvió al trabajo.
acercarse a su casa, Honoré Bontemps murmuró: «¿Y si se ha muerto ya?» La señora Bontemps se confesó, recibió la absolución, comulgó; tras lo cual el
Y el deseo inconsciente que experimentaba se manifestó en el sonido de su voz. cura se marchó dejando solas a las dos mujeres en la casucha asfixiante. Entonces la
Pero la anciana no se había muerto. Permanecía boca arriba, en su catre, con las Rapet comenzó a mirar a la moribunda preguntándose si la cosa duraría mucho.
manos sobre la colcha de indiana violeta, manos horriblemente delgadas, nudosas, Estaba anocheciendo; el aire, más fresco, entraba a ráfagas más fuertes, hacía
como bichos extraños, como cangrejos, y deformadas por los reumatismos, la fatiga revolotear sobre la pared una estampa de Épinal sujeta por dos alfileres; las cortinillas
y los trabajos casi seculares que habían realizado. de la ventana, antaño blancas, ahora amarillas y cubiertas de manchas de moscas,
La Rapet se acercó a la cama, la escuchó respirar, le preguntó algo para oírla parecían echarse a volar, forcejear, querer partir, como el alma de la anciana. Ésta,
hablar; luego, después de mirarla detenidamente, salió seguida de Honoré. Su inmóvil, con los ojos abiertos, parecía esperar con indiferencia la muerte tan cercana,
opinión ya estaba formada. La vieja no llegaría a la noche. que tardaba no obstante en llegar. Su respiración, entrecortada, silbaba un poco en
Él le preguntó: «¿Y bien?» su garganta oprimida. Dentro de poco se detendría, y habría sobre la tierra una mujer
La cuidadora contestó: «Y bien, durará dos días, quizá tres. Me pagará seis menos, que nadie añoraría.
francos, todo incluido.» Al caer la noche regresó Honoré. Al acercarse a la cama, comprobó que su madre
Él exclamó: «¡Seis francos! ¡seis francos! ¿Ha perdido usted la cabeza? ¡Si le vivía aún, y le preguntó: «¿Cómo estás?», como hacía en otros tiempos cuando ella
quedan cinco o seis horas, como mucho!» padecía alguna pequeña indisposición. Luego despidió a la Rapet, diciéndole:
Y estuvieron un buen rato discutiendo, obstinados los dos. Pero como la cuidadora «Mañana a las cinco, sin falta.»
iba a marcharse, como el tiempo pasaba, como su trigo no se recogía solo, al final Ella contestó: «Mañana a las cinco.» Efectivamente, llegó al amanecer.
tuvo que aceptar: «Está bien, acordado, seis francos, todo incluido hasta el Honoré, antes de marcharse al campo, estaba comiendo una sopa que él mismo
levantamiento del cuerpo. había preparado.
-Acordado, seis francos.» La cuidadora preguntó: «¿Y bien, se ha muerto su madre?»
Y se marchó a grandes zancadas, hacia su trigo acamado sobre el suelo, bajo el Él contestó, con un frunce malicioso en el rabillo de los ojos: «Está incluso
intenso sol que madura la cosecha. La cuidadora volvió a la casa. Había traído trabajo mejor.» Y se fue.
pues junto a los moribundos o a los muertos trabajaba sin descanso, unas veces para
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La Rapet, inquieta, se acercó a la agonizante, que permanecía en el mismo estado, días y una noche, lo que sumaba en total cinco francos y no seis que era lo que él
oprimida e impasible, con los ojos abiertos y las manos crispadas sobre la colcha. Y debía pagarle.
la cuidadora comprendió que la cosa podía durar dos días, cuatro, ocho; y el pánico FIN
oprimió su corazón de avara, mientras que una cólera furiosa la soliviantaba contra
aquel ladino que la había engañado y contra aquella mujer que no se moría. Se puso,
no obstante, a trabajar y esperó con los ojos fijos en la cara arrugada de la madre
Bontemps. La obra de arte
Honoré volvió para el almuerzo; parecía contento, casi burlón; luego se marchó Anton Chejov
de nuevo. En definitiva, estaba recogiendo su trigo en condiciones excelentes.
La Rapet se desesperaba; cada minuto transcurrido le parecía tiempo robado, Sacha Smirnov, hijo único, entró con mustio semblante en la consulta del doctor
dinero robado. Le daban ganas, unas ganas locas de agarrar por el cuello a esa vieja Kochelkov. Debajo del brazo llevaba un paquete envuelto en el número 223 de Las
necia, a esa vieja cabezota, a esa vieja obstinada, y apretando un poco, detener esa noticias de la Bolsa.
pequeña respiración rápida que le robaba su tiempo y su dinero. Luego pensó en el -¡Hola, jovencito! ¿Qué tal nos encontramos? ¿Qué se cuenta de bueno? -le
peligro; y como se le estaban pasando por la cabeza otras ideas, se acercó a la cama. preguntó, afectuosamente, el médico.
Preguntó: «¿Ha visto usted ya al diablo?» La señora Bontemps murmuró: «No.» Sacha empezó a parpadear y, llevándose la mano al corazón, dijo con voz
Entonces la cuidadora se puso a charlar, a contarle historias que aterrorizaran su débil temblorosa y agitada:
alma de moribunda. Según ella, unos minutos antes de expirar, el diablo se le -Mi madre, Iván Nikolaevich, me rogó que lo saludara en su nombre y le diera las
aparecía a todos los agonizantes. Tenía una escoba en la mano, una marmita en la gracias… Yo soy su único hijo, y usted me salvó la vida…, me curó de una
cabeza y lanzaba grandes gritos. Cuando uno lo ve, todo se ha acabado, y sólo se enfermedad peligrosa…, y ninguno de los dos sabemos cómo agradecérselo.
vive unos cuantos instantes más. Y enumeraba a todos a los que el diablo se le había -Está bien, está bien, joven -lo interrumpió el médico, derritiéndose de
aparecido delante de ella, en ese año: Joséphin Loisel, Eulalie Ratier, Sophie satisfacción-. Sólo hice lo que cualquiera hubiese hecho en mi lugar.
Padagnau, Séraphine Grospied. La señora Bontemps, por fin emocionada, se agitaba, -Soy el único hijo de mi madre… Somos gente pobre y, naturalmente, no podemos
removía las manos e intentaba girar la cabeza para mirar al fondo de la habitación. pagarle el trabajo que se ha tomado, pero… por eso mismo estamos muy
De repente, la Rapet desapareció de los pies de la cama. Cogió una sábana del avergonzados… y le rogamos encarecidamente se digne aceptar, en señal de nuestro
armario y se envolvió en ella; se puso la marmita en la cabeza, cuyos tres pies, cortos agradecimiento, esto que… Es un objeto muy valioso, de bronce antiguo…, una
y curvos, se erguían como tres cuernos; cogió una escoba en la mano derecha, y, en verdadera obra de arte, muy rara…
la izquierda, un cubo de hojalata, que lanzó al aire bruscamente para que cayera -¡Para qué se ha molestado! No hacía falta -dijo el médico frunciendo el ceño.
produciendo ruido. Al dar en el suelo, hizo un ruido horroroso; entonces, subida -No, por favor, no lo rechace -prosiguió murmurando Sacha, mientras desenvolvía
sobre una silla, la cuidadora levantó la cortina que colgaba al extremo de la cama, y el paquete-. Si lo hace, nos ofenderá a mi madre y a mí. Es un objeto muy hermoso…,
apareció, gesticulando, lanzando gritos agudos dentro de la olla metálica que le de bronce antiguo… Pertenecía a mi difunto padre y lo guardábamos como un
tapaba la cara, amenazando con su escoba, como si fuera un diablo del guiñol, a la recuerdo, casi como una reliquia… Mi padre se dedicaba a comprar objetos de bronce
vieja campesina al extremo de la vida. Aterrorizada, con la mirada enloquecida, la antiguos para venderlos a los aficionados. Ahora mi madre y yo seguiremos
moribunda hizo un esfuerzo sobrehumano para levantarse y huir; sacó incluso de la ocupándonos en lo mismo.
cama los hombros y el pecho; luego volvió a caer dando un gran suspiro. Todo había Sacha acabó de desenvolver el paquete y colocó triunfalmente sobre la mesa el
terminado. objeto en cuestión. Era un candelabro, no muy grande, pero efectivamente de bronce
Y la Rapet, con calma, volvió a poner todos los objetos en su sitio, la escoba en antiguo y de admirable labor artística. Un pedestal sostenía un grupo de figuras
un rincón del armario, la sábana dentro, la marmita sobre el fuego, el cubo sobre la femeninas ataviadas como Eva, y en tales posturas que me encuentro incapaz de
plancha y la silla junto a la pared. Luego, con gestos profesionales, cerró los enormes describirlas, tanto por falta de valor como del necesario temperamento. Las figuritas
ojos de la muerta, puso sobre la cama un plato, vertió dentro el agua del benitero, sonreían con coquetería, y todo en ellas atestiguaba claramente que, a no ser por la
introdujo en ella el boj colgado por encima de la cómoda y, arrodillándose, se puso obligación que tenían de sostener una palmatoria, de buena gana habrían saltado del
a recitar con fervor las oraciones de difuntos que, por su oficio, se sabía de memoria. pedestal y organizado una juerga de tal categoría que sólo pensar en ella avergonzaría
Cuando regresó Honoré a la caída de la tarde, la encontró rezando y calculó de al lector.
inmediato que ella había salido ganando, pues sólo había pasado con la enferma tres El médico contemplaba el regalo con aire preocupado, rascándose la oreja, y por
fin emitió un sonido inarticulado, sonándose con gesto inseguro.
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-Sí; es un objeto realmente hermoso -consiguió murmurar-, pero verá usted, no es -Sólo que, hermano, por favor guarda tu regalo. No lo quiero.
del todo correcto… Eso no es precisamente un escote… Bueno, Dios sabe lo que es. -¿Por qué? -inquirió el médico, asustado.
-Pero ¿por qué lo considera usted de ese modo? -Pues porque… a mi casa suele venir mi madre y también los clientes… Incluso
-Porque ni el mismo diablo podía haber inventado nada peor… Colocar encima delante de la criada resultará algo molesto…
de mi mesa este objeto sería echar a perder la respetabilidad de la casa. -¡Ni hablar! ¡No te atreverás a hacerme este desaire! -exclamó, gesticulando, el
-Qué manera tan rara tiene usted de considerar el arte, doctor -exclamó Sacha, galeno-. Esto sería un feo por tu parte. Además, tratándose de una obra de arte…, y
ofendido-. Pero mírelo usted bien. Se trata de una verdadera obra de arte. Hay en ella fíjate qué movimiento…, cuánta expresión. ¡No digas nada más o me enfado!
tal belleza y gracia que eleva nuestra alma y hace acudir lágrimas a nuestros ojos. -Si al menos llevasen unas hojitas…
¡Fíjese qué movimiento, qué ligereza, cuánta expresión! Pero el médico no lo dejó continuar y empezó a hablar con gran vehemencia,
-Lo comprendo muy bien, querido -lo interrumpió el médico-. Pero debe darse gesticulando. Finalmente pudo irse contento a su casa por haberse deshecho del
cuenta de que yo soy padre de familia, mis hijitos andan de un lado para otro y vienen regalo.
señoras a verme. En cuanto se marchó el doctor, el abogado se quedó contemplando el candelabro,
-Claro, mirándolo desde el punto de vista del vulgo -dijo Sacha-, este objeto de le dio vueltas y más vueltas, palpándolo por todos lados, e, igual que su anterior
tanto valor artístico resulta completamente distinto… Pero usted, doctor, se halla tan dueño, estuvo cavilando sobre la misma cuestión. ¿Qué iba a hacer con aquel regalo?
por encima de la masa. Además, si lo rehúsa, nos apenará profundamente. Usted me “Es una obra magnífica -pensaba-. Sería lástima tirarla, pero tampoco es posible
salvó la vida…, y lo único que siento es no tener la pareja de este candelabro. guardarla. Lo mejor será regalarlo a alguien… ¿Y si lo llevara esta noche al cómico
-Gracias, buen muchacho; le estoy muy agradecido. Salude a su madre, pero Schaschkin. A este sinvergüenza le gustan objetos de esta clase y, además, hoy tiene
hágase cargo, palabra de honor, que por aquí andan mis niños y vienen señoras… un festival benéfico…”
¡Bueno, qué se le va a hacer! ¡Déjelo! De todos modos no lograré hacerle comprender Y dicho y hecho, por la noche envolvió el candelabro en un papel y lo envió al
mi situación. cómico Schaschkin.
-No hay más que hablar -dijo Sacha muy alegre-: el candelabro se pondrá aquí, al El camerino del artista estuvo lleno toda la tarde; a cada momento entraban
lado de este jarrón. ¡La lástima es que no tenga la pareja! ¡Sí, es una verdadera pena! hombres a contemplar el regalo: allí sólo se oía un rumor mezcla de exclamaciones
Bueno… ¡Adiós, doctor! y de risas, algo así como un relinchar. Cuando alguna de las artistas se acercaba a la
Cuando se fue Sacha, el médico permaneció un buen rato rascándose la nuca con puerta y preguntaba si podía entrar, en seguida se oía la voz ronca del cómico que
aire pensativo. gritaba:
“Es indiscutible que se trata de un objeto de arte -decía para sí-, y sería una pena -No chica, no. Estoy sin vestir.
tirarlo. Sin embargo, es imposible tenerlo en casa… ¡Vaya problema! ¿A quién Después de aquel espectáculo, el cómico, alzando sus brazos y gesticulando, decía
podría regalarlo o qué favor podría pagar con él?” todo preocupado:
Después de muchas cavilaciones recordó a su buen amigo el abogado Ujov, con -Bueno, ¿y dónde meteré yo esta porquería de candelabro? Tengo un piso
quien se sentía en deuda por un asunto que le arregló. particular, pero es imposible llevarlo allí. Vienen a verme artistas, y esto no es una
“Perfectamente -decidió el médico-; como es un gran amigo no me aceptará dinero fotografía que se pueda esconder en el cajón de la mesa.
y será necesario hacerle un regalo. Voy a .llevarle este condenado candelabro. -Puede venderlo, señor -le aconsejó el peluquero, consolándolo-. No muy lejos de
Precisamente es soltero y algo calavera.” aquí vive una vieja que compra antigüedades… Pregunte por la Smirnova. Todo el
Y, sin esperar más, se vistió rápidamente, cogió el candelabro y se fue a ver a mundo la conoce.
Ujov, a quien encontró casualmente en casa. El cómico siguió este consejo…
-¡Hola, amigo! -exclamó al entrar-. Vine para darte las gracias por las molestias Dos días más tarde, cuando el médico Kochelkov estaba sentado en su gabinete
que te tomaste conmigo, y como no quieres aceptar mi dinero, al menos acepta este con la cabeza entre las manos y pensando en los ácidos biliares, se abrió la puerta de
objeto. Sí, querido amigo, se trata de un objeto valiosísimo… repente y entró en la habitación Sacha Smirnov. Sonreía resplandeciente de felicidad.
Al ver el candelabro, el abogado prorrumpió en exclamaciones de entusiasmo. Llevaba en las manos algo envuelto en un papel de periódico.
-¡Vaya un objeto! -exclamó el abogado, echándose a reír-. ¡Ni el mismo demonio -¡Doctor! -exclamó todo sofocado-. ¡Figúrese qué alegría! Ha sido una suerte
sería capaz de inventar algo mejor! ¡Es estupendo! ¡Magnífico! ¿Dónde encontraste enorme para usted. Hemos encontrado la pareja de su candelabro… Mi madre está
esta preciosidad? tan contenta… Usted me salvó la vida.
Después de exteriorizar así su entusiasmo, echó una mirada temerosa a la puerta,
y dijo:
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Y Sacha, cuya voz temblaba de emoción, colocó delante del médico el candelabro. mi padre se preparaba para ir de caza. Los perros ladraban, los caballos se removían
El médico abrió la boca, intentó decir algo, pero no pudo: su lengua estaba impacientes y coqueteaban con los cocheros, los criados cargaban el cochecillo con
paralizada. toda clase de paquetes. Había también otro coche en el que tomaron asiento mi madre
FIN y mis hermanas, que iban a la hacienda de los Ivanitski, donde celebraban un
cumpleaños. Sin contarme a mí en casa se quedaban Zínochka y mi hermano mayor,
entonces estudiante, a quien le dolían las muelas. ¡Pueden imaginarse mi envidia!
Zínochka »-Así pues, ¿qué aspiramos? -preguntó Zínochka, mirando a la ventana.
Anton Chejov »-Oxígeno…
»-Sí, y se llama horizonte el lugar en que nos parece que la tierra se junta con el
El grupo de cazadores pasaba la noche sobre unas brazadas de fresco heno en la cielo…
isla de un simple mujik. La luna se asomaba por la ventana, en la calle se oían los »Pero ambos coches se pusieron en marcha… Vi cómo Zínochka sacaba del
tristes acordes de un acordeón, el heno despedía un olor empalagoso, un tanto bolsillo un papelito, lo arrugaba nerviosamente y se lo apretaba contra la sien. Luego
excitante. Los cazadores hablaban de perros, de mujeres, del primer amor, de se puso roja y miró el reloj.
becadas. Después que hubieron pasado detenida revista a todas las señoras conocidas »-Recuerde, pues -dijo-: cerca de Nápoles está la Cueva del Perro… -miró de
y que hubieron contado un centenar de anécdotas, el más grueso de ellos, que en la nuevo el reloj y prosiguió-, donde nos parece que el cielo se junta con la tierra…
oscuridad parecía un haz de heno y que hablaba con la espesa voz propia de un oficial »La pobrecilla, muy agitada, dio unos pasos por la habitación y miró de nuevo el
de Estado Mayor, dejó escapar un sonoro bostezo y dijo: reloj. Hasta el fin de la lección quedaba aún más de media hora.
-Ser amado no tiene gran importancia: para eso han sido creadas las mujeres, para »-Ahora pasemos a la aritmética -dijo, respirando fatigosamente y pasando con
amarnos. Pero díganme: ¿ha sido alguno de ustedes odiado, odiado apasionada, mano temblorosa las páginas del libro de problemas-. Resuelva el número 325, yo…
rabiosamente? ¿No han observado alguna vez los entusiasmos del odio? volveré ahora…
No hubo respuesta. »Salió. Oí que bajaba la escalera, y luego vi por la ventana su vestido azul que
-¿Nadie, señores? -siguió la voz de oficial de Estado Mayor-. Pues yo fui odiado cruzaba por el patio y desaparecía en el portillo del jardín. La rapidez de sus
por una muchacha muy bonita y pude estudiar en mí mismo los síntomas del primer movimientos, el rubor de sus mejillas y la agitación de que daba muestras, me
odio. Del primero, señores, porque aquello era precisamente el polo opuesto del intrigaron. ¿Adónde había ido? ¿Para qué? Yo era muy precoz y no tardé en
primer amor. Por lo demás, lo que voy a contarles sucedió cuando yo aún no tenía comprenderlo todo: ¡había ido al jardín para, valiéndose de la ausencia de mis
noción alguna ni del amor ni del odio. Entonces tenía ocho años, pero esta severos padres, hartarse de frambuesas o cerezas! En tal caso, ¡diablos!, también yo
circunstancia no hace al caso: lo principal, señores, no fue él, sino ella. Pues bien, iría a coger cerezas. Dejé el libro de problemas y corrí al jardín. Me acerqué a los
presten atención. Una hermosa tarde de verano, poco antes de ponerse el sol, estaba cerezos, pero allí no estaba. Dejando atrás los groselleros y la choza del guarda, se
yo con mi institutriz Zínochka, una criatura muy agradable y poética, que acababa dirigía hacia el estanque, pálida y temblando al más pequeño ruido. La seguí, tratando
de terminar sus estudios, repasando las lecciones. Zínochka miraba distraída a la de que no me viera, y me encontré, señores, con lo siguiente. En la orilla del estanque,
ventana y decía: entre dos robustos y viejos sauces, estaba Sasha, mi hermano mayor; no daba
»-Bien. Aspiramos oxígeno. Ahora dígame, Petia: ¿qué exhalamos? muestras de que le doliesen las muelas. Al mirar a Zínochka que se le acercaba, todo
»-Óxido de carbono -contesté yo, mirando a la misma ventana. él parecía resplandecer como un sol de felicidad. Y Zínochka, como si la llevasen a
»-Bien -asintió Zínochka-. Las plantas hacen lo contrario: absorben óxido de la Cueva del Perro y la obligasen a respirar óxido de carbono, iba hacia él moviendo
carbono y desprenden oxígeno. El óxido de carbono es lo que hay en agua de Seltz apenas las piernas, respirando fatigosamente y con la cabeza echada hacia atrás…
y en el tufo que se desprende del samovar… Es un gas muy venenoso. Cerca de Todo denotaba que era la primera vez en toda su vida que acudía a una cita. Pero
Nápoles se encuentra la Cueva del Perro, en la que se desprende óxido de carbono; acabaron por juntarse… Durante unos instantes se miraron en silencio como sin dar
cuando un perro entra en ella, no puede respirar y se muere. crédito a sus ojos. Luego, cierta fuerza empujó a Zínochka por la espalda, puso las
»Esta desgraciada Cueva del Perro de cerca de Nápoles es el límite de los manos en los hombros de Sasha e inclinó la cabeza sobre el chaleco de mi hermano.
conocimientos de química que ninguna institutriz se atreve a traspasar. Zínochka Sasha se reía, balbuceaba algo inconexo y, con la torpeza del hombre muy
defendía siempre con gran calor las ciencias naturales, pero de la química apenas si enamorado, tomó con ambas manos la cara de Zínochka. El tiempo, señores, era
sabía algo más que lo de esta cueva. maravilloso… El altozano tras el que se ocultaba el sol, los dos sauces, las verdes
»Bueno, me mandó que lo repitiera. Así lo hice. Me preguntó qué es el horizonte. orillas, el cielo, todo esto, con Sasha y Zínochka, se reflejaba en el estanque. Pueden
Yo contesté. Y en el patio, mientras nosotros rumiábamos lo del horizonte y la cueva, imaginarse la quietud que reinaba alrededor. Sobre los dorados carices volaban
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millones de mariposas de largas antenas, al otro lado del huerto pasaba la dula. En mis favores, poniéndome sobresalientes y sin quejarse a mi padre de mis travesuras.
una palabra, como para pintar un cuadro. Dada mi precocidad, yo exploté el secreto como me venía en ganas: no estudié las
»De todo aquello lo único que yo comprendí es que Sasha besaba a Zínochka. lecciones, anduve por la habitación con los pies por alto y le dije cuantas insolencias
Esto era una inconveniencia. Si mamá llegara a saberlo los dos se ganarían una buena quise. En una palabra, si hubiera seguido así hasta hoy, me habría convertido en un
reprimenda. Con un sentimiento de vergüenza que no sabría explicarme, volví al perfecto chantajista.
cuarto de las lecciones, sin esperar al fin de la cita. Con el libro de problemas ante »En fin, pasó una semana. El secreto ajeno me instigaba y atormentaba como si
mí, pensé en todo aquello. Por mi cara se deslizaba una triunfal sonrisa. Por una se me hubiese clavado una espina en el alma. Ardía en deseos de revelarlo y de gozar
parte, me era agradable ser dueño de un secreto ajeno; por otra, también era muy del efecto. Y en cierta ocasión, durante la comida, cuando teníamos muchos
agradable la conciencia de que unas autoridades como Sasha y Zínochka podían ser invitados, miré con malicia a Zínochka, dejé escapar una estúpida risita y dije:
en cualquier momento denunciadas por infracción de las conveniencias mundanas. »-Lo sé… ¡Ji, ji! Lo vi…
Eso lo podía hacer yo. Ahora estaban en mis manos y su tranquilidad dependía por »-¿Qué es lo que sabes? -preguntó mi madre.
completo de mi generoso espíritu. ¡Ya verían lo que era bueno! »Yo miré con más malicia todavía a Zínochka y Sasha. ¡Había que ver cómo
»Cuando me hube acostado, Zínochka, según su costumbre, entró en mi cuarto enrojeció la muchacha y cómo brillaron de cólera los ojos de Sasha! Yo me mordí la
para comprobar si estaba bien tapado y si había hecho mis oraciones. Miré su rostro lengua y no seguí adelante. Zínochka acabó por ponerse pálida, apretó los dientes y
bonito y feliz con una sonrisa irónica. El secreto pugnaba por salir al exterior. Era ya no probó bocado. Aquel día, durante la clase de la tarde, advertí un profundo
necesario dejar escapar una reticencia y disfrutar con el efecto. cambio en la cara de Zínochka. Me pareció más severo, más frío, como de mármol,
»-¡Lo sé! -dije con una risita. y sus ojos me miraban a la cara con una mirada extraña. Palabra de honor, ni siquiera
»-¿Qué es lo que sabe? en los perros que dan alcance al lobo vi nunca unos ojos como aquéllos. Comprendí
»-¡Ji, ji! Vi cuando usted y Sasha se besaban junto a los sauces. La seguí y lo vi muy bien su expresión cuando en plena clase apretó los dientes y me dijo rabiosa:
todo… »-¡Le aborrezco! ¡Es usted asqueroso, repugnante! ¡Si supiera cómo le odio, cómo
»Zínochka se estremeció toda roja y, abrumada por mis palabras, se dejó caer en me desagradan su cabeza pelada al cero y sus orejas de soplillo!
la silla sobre la que estaban el vaso de agua y la palmatoria. »Pero al instante se asustó y dijo:
»-Vi cómo… se besaban… -repetí con la risita de antes y disfrutando con su »-No me refiero a usted, estaba ensayando un papel…
turbación-. ¡Hola! Se lo diré a mamá. »Luego, señores, por la noche vi que ella se acercaba a mi cama y durante largo
»La cobarde Zínochka me miró atentamente y, convencida de que, en efecto, lo rato estuvo mirándome a la cara. Me odiaba apasionadamente y no podía vivir sin
sabía todo, se apoderó desesperada de mi mano y balbuceó con un susurro mí. La contemplación de mi odiada cara era para ella una necesidad. Por lo demás,
tembloroso: recuerdo que la noche era hermosa… Olía a heno, todo estaba quieto, etc. La luna
»-Petia, eso es una acción muy baja… Se lo suplico, por Dios… Ha de ser un brillaba. Yo caminaba por la avenida y pensaba en el dulce de cerezas. De pronto,
hombre… no lo diga a nadie… Las personas decentes no se dedican a espiar… Es Zínochka, pálida y hermosa, se me acercó, me agarró del brazo y, jadeante, empezó
una vileza… se lo suplico… a explicarse:
»La pobre temía más que al fuego a mi madre, una señora virtuosa y severa. Esto, »-¡Cómo te odio! ¡A nadie he deseado tanto mal como a ti! ¡Recuérdalo! ¡Quiero
por una parte. Por otra, mi cara sonriente no podía por menos de profanar su primer que lo comprendas!
amor, un amor puro y poético. Pueden, pues, imaginarse el estado de su espíritu. Por »¿Se dan cuenta? La luna, el pálido rostro ardiendo apasionadamente, la quietud…
culpa mía no durmió en toda la noche y a la mañana siguiente se presentó a la hora Hasta a mí, un pequeño cerdo, me era agradable. La escuché y la miré a los ojos…
del té con ojeras… Después del desayuno, al encontrarme con Sasha, no resistí a la En un principio me gustó aquello por la novedad, pero luego, dominado por el miedo,
tentación de presumir y reírme de él: lancé un grito y, corriendo con todas mis fuerzas, escapé hacia la casa.
»-¡Lo sé! Ayer vi cómo te besabas con mademoiselle Zina. »Decidí que lo mejor era quejarse a mamá. Y me quejé, contándole de paso cómo
»Sasha me miró y dijo: Sasha y Zínochka se habían besado. Yo era un estúpido y no sabía a qué
»-Eres un imbécil. consecuencias iba esto a llevar; de otro modo, habría guardado el secreto… Mamá,
»No era tan pusilánime como Zínochka, y por eso no se produjo el deseado efecto. después de oírme, se puso roja de indignación y dijo:
Eso me aguijoneó todavía más. Si Sasha no se había asustado, era porque no creía »-Eres muy joven para hablar de estas cosas… Aunque, ¡qué ejemplo para los
que yo lo hubiera visto todo. ¡Pues ya nos veríamos las caras! niños!
»Durante las lecciones, hasta la hora de la comida, Zínochka no me miró y no »Mi mamá era no sólo virtuosa, sino también una mujer de mucho tacto. Para no
cesaba de tartamudear. En vez de meterme el resuello en el cuerpo, trataba de ganarse originar un escándalo, no echó a Zínochka al momento, sino poco a poco, de una
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manera sistemática, como saben hacerlo las personas honestas, pero intolerantes. -Usted se preguntará por qué dejamos esa ventana abierta de par en par en una
Cuando Zínochka se marchó de casa, su última mirada fue para la ventana donde yo tarde de octubre -dijo la sobrina señalando una gran ventana que daba al jardín.
estaba, y les aseguro que hasta ahora la recuerdo. -Hace bastante calor para esta época del año -dijo Framton- pero ¿qué relación
»Zínochka no tardó en convertirse en la esposa de mi hermano. Es Zinaída tiene esa ventana con la tragedia?
Nikoláievna, a quien ustedes conocen. Volví a verla cuando ya estaba en la Academia -Por esa ventana, hace exactamente tres años, su marido y sus dos hermanos
Militar. A pesar de todos sus esfuerzos, le era imposible identificar al bigotudo cadete menores salieron a cazar por el día. Nunca regresaron. Al atravesar el páramo para
con el odioso Petia, pero, aun así, no me trató como a un pariente… Incluso ahora, llegar al terreno donde solían cazar quedaron atrapados en una ciénaga traicionera.
con mi calva, mi pacífico vientre y mi sumiso aspecto, sigue mirándome de soslayo Ocurrió durante ese verano terriblemente lluvioso, sabe, y los terrenos que antes eran
y no se siente tranquila cuando me acerco a ver a mi hermano. Evidentemente, el firmes de pronto cedían sin que hubiera manera de preverlo. Nunca encontraron sus
odio no se olvida, lo mismo que el amor… ¡Vaya! Oigo cantar al gallo. Buenas cuerpos. Eso fue lo peor de todo.
noches. ¡Quieto, Milord! A esta altura del relato la voz de la niña perdió ese tono seguro y se volvió
vacilantemente humana.
-Mi pobre tía sigue creyendo que volverán algún día, ellos y el pequeño perro que
La ventana abierta los acompañaba, y que entrarán por la ventana como solían hacerlo. Por tal razón la
Saki ventana queda abierta hasta que ya es de noche. Mi pobre y querida tía, cuántas veces
me habrá contado cómo salieron, su marido con el impermeable blanco en el brazo,
-Mi tía bajará enseguida, señor Nuttel -dijo con mucho aplomo una señorita de y Ronnie, su hermano menor, cantando como de costumbre “¿Bertie, por qué
quince años-; mientras tanto debe hacer lo posible por soportarme. saltas?”, porque sabía que esa canción la irritaba especialmente. Sabe usted, a veces,
Framton Nuttel se esforzó por decir algo que halagara debidamente a la sobrina en tardes tranquilas como las de hoy, tengo la sensación de que todos ellos volverán
sin dejar de tomar debidamente en cuenta a la tía que estaba por llegar. Dudó más a entrar por la ventana…
que nunca que esta serie de visitas formales a personas totalmente desconocidas La niña se estremeció. Fue un alivio para Framton cuando la tía irrumpió en el
fueran de alguna utilidad para la cura de reposo que se había propuesto. cuarto pidiendo mil disculpas por haberlo hecho esperar tanto.
-Sé lo que ocurrirá -le había dicho su hermana cuando se disponía a emigrar a este -Espero que Vera haya sabido entretenerlo -dijo.
retiro rural-: te encerrarás no bien llegues y no hablarás con nadie y tus nervios -Me ha contado cosas muy interesantes -respondió Framton.
estarán peor que nunca debido a la depresión. Por eso te daré cartas de presentación -Espero que no le moleste la ventana abierta -dijo la señora Sappleton con
para todas las personas que conocí allá. Algunas, por lo que recuerdo, eran bastante animación-; mi marido y mis hermanos están cazando y volverán aquí directamente,
simpáticas. y siempre suelen entrar por la ventana. No quiero pensar en el estado en que dejarán
Framton se preguntó si la señora Sappleton, la dama a quien había entregado una mis pobres alfombras después de haber andado cazando por la ciénaga. Tan típico de
de las cartas de presentación, podía ser clasificada entre las simpáticas. ustedes los hombres ¿no es verdad?
-¿Conoce a muchas personas aquí? -preguntó la sobrina, cuando consideró que ya Siguió parloteando alegremente acerca de la caza y de que ya no abundan las aves,
había habido entre ellos suficiente comunicación silenciosa. y acerca de las perspectivas que había de cazar patos en invierno. Para Framton, todo
-Casi nadie -dijo Framton-. Mi hermana estuvo aquí, en la rectoría, hace unos eso resultaba sencillamente horrible. Hizo un esfuerzo desesperado, pero sólo a
cuatro años, y me dio cartas de presentación para algunas personas del lugar. medias exitoso, de desviar la conversación a un tema menos repulsivo; se daba cuenta
Hizo esta última declaración en un tono que denotaba claramente un sentimiento de que su anfitriona no le otorgaba su entera atención, y su mirada se extraviaba
de pesar. constantemente en dirección a la ventana abierta y al jardín. Era por cierto una
-Entonces no sabe prácticamente nada acerca de mi tía -prosiguió la aplomada infortunada coincidencia venir de visita el día del trágico aniversario.
señorita. -Los médicos han estado de acuerdo en ordenarme completo reposo. Me han
-Sólo su nombre y su dirección -admitió el visitante. Se preguntaba si la señora prohibido toda clase de agitación mental y de ejercicios físicos violentos -anunció
Sappleton estaría casada o sería viuda. Algo indefinido en el ambiente sugería la Framton, que abrigaba la ilusión bastante difundida de suponer que personas
presencia masculina. totalmente desconocidas y relaciones casuales estaban ávidas de conocer los más
-Su gran tragedia ocurrió hace tres años -dijo la niña-; es decir, después que se fue íntimos detalles de nuestras dolencias y enfermedades, su causa y su remedio-. Con
su hermana. respecto a la dieta no se ponen de acuerdo.
-¿Su tragedia? -preguntó Framton; en esta apacible campiña las tragedias parecían
algo fuera de lugar.
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-¿No? -dijo la señora Sappleton ahogando un bostezo a último momento. mundo le parecía digno de ser adquirido a no ser pinceles, tarros de laca y rollos de
Súbitamente su expresión revelaba la atención más viva… pero no estaba dirigida a seda o de papel de arroz. Eran pobres, pues Wang-Fô trocaba sus pinturas por una
lo que Framton estaba diciendo. ración de mijo y despreciaba las monedas de plata. Su discípulo Ling, doblándose
-¡Por fin llegan! -exclamó-. Justo a tiempo para el té, y parece que se hubieran bajo el peso de un saco lleno de bocetos, encorvaba respetuosamente la espalda como
embarrado hasta los ojos, ¿no es verdad? si llevara encima la bóveda celeste, ya que aquel saco, a los ojos de Ling, estaba lleno
Framton se estremeció levemente y se volvió hacia la sobrina con una mirada que de montañas cubiertas de nieve, de ríos en primavera y del rostro de la luna de verano.
intentaba comunicar su compasiva comprensión. La niña tenía puesta la mirada en la Ling no había nacido para correr los caminos al lado de un anciano que se
ventana abierta y sus ojos brillaban de horror. Presa de un terror desconocido que apoderaba de la aurora y apresaba el crepúsculo. Su padre era cambista de oro; su
helaba sus venas, Framton se volvió en su asiento y miró en la misma dirección. madre era la hija única de un comerciante de jade, que le había legado sus bienes
En el oscuro crepúsculo tres figuras atravesaban el jardín y avanzaban hacia la maldiciéndola por no ser un hijo. Ling había crecido en una casa donde la riqueza
ventana; cada una llevaba bajo el brazo una escopeta y una de ellas soportaba la carga abolía las inseguridades. Aquella existencia, cuidadosamente resguardada, lo había
adicional de un abrigo blanco puesto sobre los hombros. Los seguía un fatigado vuelto tímido: tenía miedo de los insectos, de la tormenta y del rostro de los muertos.
spaniel de color pardo. Silenciosamente se acercaron a la casa, y luego se oyó una Cuando cumplió quince años, su padre le escogió una esposa, y la eligió muy bella,
voz joven y ronca que cantaba: “¿Dime, Bertie, por qué saltas?” pues la idea de la felicidad que proporcionaba a su hijo lo consolaba de haber llegado
Framton agarró deprisa su bastón y su sombrero; la puerta de entrada, el sendero a la edad en que la noche sólo sirve para dormir. La esposa de Ling era frágil como
de grava y el portón, fueron etapas apenas percibidas de su intempestiva retirada. Un un junco, infantil como la leche, dulce como la saliva, salada como las lágrimas.
ciclista que iba por el camino tuvo que hacerse a un lado para evitar un choque Después de la boda, los padres de Ling llevaron su discreción hasta el punto de
inminente. morirse, y su hijo se quedó solo en su casa pintada de cinabrio, en compañía de su
-Aquí estamos, querida -dijo el portador del impermeable blanco entrando por la joven esposa, que sonreía sin cesar, y de un ciruelo que daba flores rosas cada
ventana-: bastante embarrados, pero casi secos. ¿Quién era ese hombre que salió de primavera. Ling amó a aquella mujer de corazón límpido igual que se ama a un espejo
golpe no bien aparecimos? que no se empaña nunca, o a un talismán que siempre nos protege. Acudía a las casas
-Un hombre rarísimo, un tal señor Nuttel -dijo la señora Sappleton-; no hablaba de té para seguir la moda, y favorecía moderadamente a bailarinas y acróbatas. Una
de otra cosa que de sus enfermedades, y se fue disparado sin despedirse ni pedir noche, en una taberna, tuvo por compañero de mesa a Wang-Fô. El anciano había
disculpas al llegar ustedes. Cualquiera diría que había visto un fantasma. bebido, para ponerse en un estado que le permitiera pintar con realismo a un
-Supongo que ha sido a causa del perro -dijo tranquilamente la sobrina-; me contó borracho; su cabeza se inclinaba hacia un lado, como si se esforzara por medir la
que los perros le producen horror. Una vez lo persiguió una jauría de perros parias distancia que separaba su mano de la taza. El alcohol de arroz desataba la lengua de
hasta un cementerio cerca del Ganges, y tuvo que pasar la noche en una tumba recién aquel artesano taciturno, y aquella noche, Wang hablaba como si el silencio fuera
cavada, con esas bestias que gruñían y mostraban los colmillos y echaban espuma una pared y las palabras unos colores destinados a embadurnarla. Gracias a él, Ling
encima de él. Así cualquiera se vuelve pusilánime. conoció la belleza que reflejaban las caras de los bebedores, difuminadas por el humo
La fantasía sin previo aviso era su especialidad. de las bebidas calientes, el esplendor tostado de las carnes lamidas de una forma
desigual por los lengüetazos del fuego, y el exquisito color de rosa de las manchas
FIN de vino esparcidas por los manteles como pétalos marchitos. Una ráfaga de viento
abrió la ventana; el aguacero penetró en la habitación. Wang-Fô se agachó para que
Ling admirase la lívida veta del rayo y Ling, maravillado, dejó de tener miedo a las
tormentas.
Cómo se salvó Wang-Fô Ling pagó la cuenta del viejo pintor; como Wang-Fô no tenía ni dinero ni morada,
Marguerite Yourcenar le ofreció humildemente un refugio. Hicieron juntos el camino; Ling llevaba un farol;
su luz proyectaba en los charcos inesperados destellos: Aquella noche, Ling se enteró
con sorpresa de que los muros de su casa no eran rojos, como él creía sino que tenían
El anciano pintor Wang-Fô y su discípulo Ling erraban por los caminos del reino el color de una naranja que se empieza a pudrir. En el patio, Wang-Fô advirtió la
de Han. forma delicada de un arbusto, en el que nadie se había fijado hasta entonces, y lo
Avanzaban lentamente, pues Wang-Fô se detenía durante la noche a contemplar comparó a una mujer joven que dejara secar sus cabellos. En el pasillo, siguió con
los astros y durante el día a mirar las libélulas. No iban muy cargados, ya que Wang- arrobo el andar vacilante de una hormiga a lo largo de las grietas de la pared, y el
Fô amaba la imagen de las cosas y no las cosas en sí mismas, y ningún objeto del horror que Ling sentía por aquellos bichitos se desvaneció. Entonces, comprendiendo
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que Wang-Fô acababa de regalarle un alma y una percepción nuevas, Ling acostó resonaron por los pasillos de la posada; se oyeron los susurros amedrentados del
respetuosamente al anciano en la habitación donde habían muerto sus padres. posadero y unos gritos de mando proferidos en lengua bárbara. Ling se estremeció,
Hacía años que Wang-Fô soñaba con hacer el retrato de una princesa de antaño recordando que el día anterior había robado un pastel de arroz para la comida del
tocando el laúd bajo un sauce. Ninguna mujer le parecía lo bastante irreal para maestro. No puso en duda que venían a arrestarlo y se preguntó quién ayudaría
servirle de modelo, pero Ling podía serlo, puesto que no era una mujer. Más tarde, mañana a Wang-Fô a vadear el próximo río.
Wang-Fô habló de pintar a un joven príncipe tensando el arco al pie de un alto cedro. Entraron los soldados provistos de faroles. La llama, que se filtraba a través del
Ningún joven de la época actual era lo bastante irreal para servirle de modelo, pero papel de colores, ponía luces rojas y azules en sus cascos de cuero. La cuerda de un
Ling mandó posar a su mujer bajo el ciruelo del jardín. Después, Wang-Fô la pintó arco vibraba en su hombro, y, de repente, los más feroces rugían sin razón alguna.
vestida de hada entre las nubes de poniente, y la joven lloró, pues aquello era un Pusieron su pesada mano en la nuca de Wang-Fô, quien no pudo evitar fijarse en que
presagio de muerte. Desde que Ling prefería los retratos que le hacía Wang-Fô a ella sus mangas no hacían juego con el color de sus abrigos. Ayudado por su discípulo,
misma, su rostro se marchitaba como la flor que lucha con el viento o con las lluvias Wang-Fô siguió a los soldados, tropezando por unos caminos desiguales. Los
de verano. Una mañana la encontraron colgada de las ramas del ciruelo rosa: las transeúntes, agrupados, se mofaban de aquellos dos criminales a quienes
puntas de la bufanda de seda que la estrangulaba flotaban al viento mezcladas con probablemente iban a decapitar. A todas las preguntas que hacía Wang, los soldados
sus cabellos; parecía aún más esbelta que de costumbre, y tan pura como las beldades contestaban con una mueca salvaje. Sus manos atadas le dolían y Ling, desesperado,
que cantan los poetas de tiempos pasados. Wang-Fô la pintó por última vez, pues le miraba a su maestro sonriendo, lo que era para él una manera más tierna de llorar.
gustaba ese color verdoso que adquiere el rostro de los muertos. Su discípulo Ling Llegaron a la puerta del palacio imperial, cuyos muros color violeta se erguían
desleía los colores y este trabajo exigía tanta aplicación que se olvidó de verter unas en pleno día como un trozo de crepúsculo. Los soldados obligaron a Wang-Fô a
lágrimas. franquear innumerables salas cuadradas o circulares, cuya forma simbolizaba las
Ling vendió sucesivamente sus esclavos, sus jades y los peces de su estanque estaciones, los puntos cardinales, lo masculino y lo femenino, la longevidad, las
para proporcionar al maestro tarros de tinta púrpura que venían de Occidente. prerrogativas del poder. Las puertas giraban sobre sí mismas mientras emitían una
Cuando la casa estuvo vacía, se marcharon y Ling cerró tras él la puerta de su pasado. nota de música, y su disposición era tal que podía recorrerse toda la gama al atravesar
Wang-Fô estaba cansado de una ciudad en donde ya las caras no podían enseñarle el palacio de Levante a Poniente. Todo se concertaba para dar idea de un poder y de
ningún secreto de belleza o de fealdad, y juntos ambos, maestro y discípulo, vagaron una sutileza sobrehumanas y se percibía que las más ínfimas órdenes que allí se
por los caminos del reino de Han. pronunciaban debían de ser definitivas y terribles, como la sabiduría de los
Su reputación los precedía por los pueblos, en el umbral de los castillos antepasados. Finalmente, el aire se enrareció; el silencio se hizo tan profundo que ni
fortificados y bajo el pórtico de los templos donde se refugian los peregrinos un torturado se hubiera atrevido a gritar. Un eunuco levantó una cortina; los soldados
inquietos al llegar el crepúsculo. Se decía que Wang-Fô tenía el poder de dar vida a temblaron como mujeres, y el grupito entró en la sala en donde se hallaba el Hijo del
sus pinturas gracias a un último toque de color que añadía a los ojos. Los granjeros Cielo sentado en su trono.
acudían a suplicarle que les pintase un perro guardián, y los señores querían que les Era una sala desprovista de paredes, sostenida por unas macizas columnas de
hiciera imágenes de soldados. Los sacerdotes honraban a Wang-Fô como a un sabio; piedra azul. Florecía un jardín al otro lado de los fustes de mármol y cada una de las
el pueblo lo temía como a un brujo. Wang se alegraba de estas diferencias de flores que encerraban sus bosquecillos pertenecía a una exótica especie traída de
opiniones que le permitían estudiar a su alrededor las expresiones de gratitud, de allende los mares. Pero ninguna de ellas tenía perfume, por temor a que la meditación
miedo o de veneración. del Dragón Celeste se viera turbada por los buenos olores. Por respeto al silencio en
Ling mendigaba la comida, velaba el sueño de su maestro y aprovechaba sus que bañaban sus pensamientos, ningún pájaro había sido admitido en el interior del
éxtasis para darle masaje en los pies. Al apuntar el día, mientras el anciano seguía recinto y hasta se había expulsado de allí a las abejas. Un alto muro separaba el jardín
durmiendo, salía en busca de paisajes tímidos, escondidos detrás de los bosquecillos del resto del mundo, con el fin de que el viento, que pasa sobre los perros reventados
de juncos. Por la noche, cuando el maestro, desanimado, tiraba sus pinceles al suelo, y los cadáveres de los campos de batalla, no pudiera permitirse ni rozar siquiera la
él los recogía. Cuando Wang-Fô estaba triste y hablaba de su avanzada edad, Ling le manga del Emperador.
mostraba sonriente el tronco sólido de un viejo roble; cuando Wang-Fô estaba alegre El Maestro Celeste se hallaba sentado en un trono de jade y sus manos estaban
y soltaba sus chanzas, Ling fingía escucharlo humildemente. arrugadas como las de un viejo, aunque apenas tuviera veinte años. Su traje era azul,
Un día, al atardecer, llegaron a los arrabales de la ciudad imperial, y Ling buscó para simular el invierno, y verde, para recordar la primavera. Su rostro era hermoso,
para Wang-Fô un albergue donde pasar la noche. El anciano se envolvió en sus pero impasible como un espejo colocado a demasiada altura y que no reflejara más
harapos y Ling se acostó junto a él para darle calor, pues la primavera acababa de que los astros y el implacable cielo. A su derecha tenía al Ministro de los Placeres
llegar y el suelo de barro estaba helado aún. Al llegar el alba, unos pesados pasos Perfectos y a su izquierda al Consejero de los Tormentos Justos. Como sus
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cortesanos, alineados al pie de las columnas, aguzaban el oído para recoger la menor senderos de tus jardines, y que los jóvenes guerreros de delgada cintura que velan en
palabra que de sus labios se escapara, había adquirido la costumbre de hablar siempre las fortalezas de las fronteras eran como flechas que podían traspasarnos el corazón.
en voz baja. A los dieciséis años, vi abrirse las puertas que me separaban del mundo: subí a la
—Dragón Celeste —dijo Wang-Fô, prosternándose—, soy viejo, soy pobre y soy terraza del palacio a mirar las nubes, pero eran menos hermosas que las de tus
débil. Tú eres como el verano; yo soy como el invierno. Tú tienes Diez Mil Vidas; crepúsculos. Pedí mi litera: sacudido por los caminos, cuyo barro y piedras yo no
yo no tengo más que una y pronto acabará. ¿Qué te he hecho yo? Han atado mis había previsto, recorrí las provincias del Imperio sin hallar tus jardines llenos de
manos que jamás te hicieron daño alguno. mujeres parecidas a luciérnagas, aquellas mujeres que tú pintabas y cuyo cuerpo es
—¿Y tú me preguntas qué es lo que me has hecho, viejo Wang-Fô? —dijo el como un jardín. Los guijarros de las orillas me asquearon de los océanos; la sangre
Emperador. de los ajusticiados es menos roja que la granada que se ve en tus cuadros; los
Su voz era tan melodiosa que daban ganas de llorar. Levantó su mano derecha, parásitos que hay en los pueblos me impiden ver la belleza de los arrozales; la carne
que los reflejos del suelo de jade transformaban en glauca como una planta de las mujeres vivas me repugna tanto como la carne muerta que cuelga de los
submarina, y Wang-Fô, maravillado por aquellos dedos tan largos y delgados, trató ganchos en las carnicerías, y la risa soez de mis soldados me da náuseas. Me has
de hallar en sus recuerdos si alguna vez había hecho del Emperador o de sus mentido, Wang-Fô, viejo impostor: el mundo no es más que un amasijo de manchas
ascendientes un retrato tan mediocre que mereciese la muerte. Mas era poco confusas, lanzadas al vacío por un pintor insensato, borradas sin cesar por nuestras
probable, pues Wang-Fô, hasta aquel momento, apenas había pisado la corte de los lágrimas. El reino de Han no es el más hermoso de los reinos y yo no soy el
Emperadores, prefiriendo siempre las chozas de los granjeros o, en las ciudades, los Emperador. El único imperio sobre el que vale la pena reinar es aquel donde tú
arrabales de las cortesanas y las tabernas del muelle en las que disputan los penetras, viejo Wang-Fô, por el camino de las Mil Curvas y de los Diez Mil Colores.
estibadores. Sólo tú reinas en paz sobre unas montañas cubiertas por una nieve que no puede
—¿Me preguntas lo que me has hecho, viejo Wang-Fô? —prosiguió el derretirse y sobre unos campos de narcisos que nunca se marchitan. Y por eso, Wang-
Emperador, inclinando su cuello delgado hacia el anciano que lo escuchaba—. Voy Fô, he buscado el suplicio que iba a reservarte, a ti cuyos sortilegios han hecho que
a decírtelo. Pero como el veneno ajeno no puede entrar en nosotros, sino por nuestras me asquee de cuanto poseo y me han hecho desear lo que jamás podré poseer. Y para
nueve aberturas, para ponerte en presencia de tus culpas deberé recorrer los pasillos encerrarte en el único calabozo de donde no vas a poder salir, he decidido que te
de mi memoria y contarte toda mi vida. Mi padre había reunido una colección de tus quemen los ojos, ya que tus ojos, Wang-Fô, son las dos puertas mágicas que abren
pinturas en la estancia más escondida de palacio, pues sustentaba la opinión de que tu reino. Y puesto que tus manos son los dos caminos, divididos en diez
los personajes de los cuadros deben ser sustraídos a las miradas de los profanos, en bifurcaciones, que te llevan al corazón de tu imperio, he dispuesto que te corten las
cuya presencia no pueden bajar los ojos. En aquellas salas me educaron a mí, viejo manos. ¿Me has entendido, viejo Wang-Fô?
Wang-Fô, ya que habían dispuesto una gran soledad a mi alrededor para permitirme Al escuchar esta sentencia, el discípulo Ling se arrancó del cinturón un cuchillo
crecer. Con objeto de evitarle a mi candor las salpicaduras humanas, habían alejado mellado y se precipitó sobre el Emperador. Dos guardias lo apresaron. El Hijo del
de mí las agitadas olas de mis futuros súbditos, y a nadie se le permitía pasar ante mi Cielo sonrió y añadió con un suspiro:
puerta, por miedo a que la sombra de aquel hombre o mujer se extendiera hasta mí. —Y te odio también, viejo Wang-Fô, porque has sabido hacerte amar. Matad a
Los pocos y viejos servidores que se me habían concedido se mostraban lo menos ese perro.
posible; las horas daban vueltas en círculo; los colores de tus cuadros se reavivaban Ling dio un salto para evitar que su sangre manchase el traje de su maestro. Uno
con el alba y palidecían con el crepúsculo. Por las noches, yo los contemplaba cuando de los soldados levantó el sable, y la cabeza de Ling se desprendió de su nuca,
no podía dormir, y durante diez años consecutivos estuve mirándolos todas las semejante a una flor tronchada. Los servidores se llevaron los restos y Wang-Fô,
noches. Durante el día, sentado en una alfombra cuyo dibujo me sabía de memoria, desesperado, admiró la hermosa mancha escarlata que la sangre de su discípulo
reposando la palma de mis manos vacías en mis rodillas de amarilla seda, soñaba con dejaba en el pavimento de piedra verde.
los goces que me proporcionaría el porvenir. Me imaginaba al mundo con el país de El Emperador hizo una seña y dos eunucos limpiaron los ojos de Wang-Fô.
Han en medio, semejante al llano monótono hueco de la mano surcada por las líneas —Óyeme, viejo Wang-Fô —dijo el Emperador—, y seca tus lágrimas, pues no
fatales de los Cinco Ríos. A su alrededor, el mar donde nacen los monstruos y, más es el momento de llorar. Tus ojos deben permanecer claros, con el fin de que la poca
lejos aún, las montañas que sostienen el cielo. Y para ayudarme a imaginar todas luz que aún les queda no se empañe con tu llanto. Ya que no deseo tu muerte sólo
esas cosas, yo me valía de tus pinturas. Me hiciste creer que el mar se parecía a la por rencor, ni sólo por crueldad quiero verte sufrir. Tengo otros proyectos, viejo
vasta capa de agua extendida en tus telas, tan azul que una piedra al caer no puede Wang-Fô. Poseo, entre la colección de tus obras, una pintura admirable en donde se
por menos de convertirse en zafiro; que las mujeres se abrían y se cerraban como las reflejan las montañas, el estuario de los ríos y el mar, infinitamente reducidos, es
flores, semejantes a las criaturas que avanzan, empujadas por el viento, por los verdad, pero con una evidencia que sobrepasa a la de los objetos mismos, como las
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figuras que se miran a través de una esfera. Pero esta pintura se halla inacabada, Era Ling, en efecto. Llevaba puesto su traje viejo de diario, y su manga derecha
Wang-Fô, y tu obra maestra no es más que un esbozo. Probablemente, en el momento aún llevaba la huella de un enganchón que no había tenido tiempo de coser aquella
en que la estabas pintando, sentado en un valle solitario, te fijaste en un pájaro que mañana, antes de la llegada de los soldados. Pero lucía alrededor del cuello una
pasaba, o en un niño que perseguía al pájaro. Y el pico del pájaro o las mejillas del extraña bufanda roja. Wang-Fô le dijo dulcemente, mientras continuaba pintando:
niño te hicieron olvidar los párpados azules de las olas. No has terminado las franjas —Te creía muerto.
del manto del mar, ni los cabellos de algas de las rocas. Wang-Fô, quiero que —Estando vos vivo —dijo respetuosamente Ling—, ¿cómo podría yo morir?
dediques las horas de luz que aún te quedan a terminar esta pintura, que encerrará de Y ayudó al maestro a subir a la barca. El techo de jade se reflejaba en el agua, de
esta suerte los últimos secretos acumulados durante tu larga vida. No me cabe duda suerte que Ling parecía navegar por el interior de una gruta. Las trenzas de los
de que tus manos, tan próximas a caer, temblarán sobre la seda y el infinito penetrará cortesanos sumergidos ondulaban en la superficie como serpientes, y la cabeza pálida
en tu obra por esos cortes de la desgracia. Ni me cabe duda de que tus ojos, tan cerca del Emperador flotaba como un loto.
de ser aniquilados, descubrirán unas relaciones al límite de los sentidos humanos. —Mira, discípulo mío —dijo melancólicamente Wang-Fô—. Esos
Tal es mi proyecto, viejo Wang-Fô, y puedo obligarte a realizarlo. Si te niegas, antes desventurados van a perecer, si no lo han hecho ya. Yo no sabía que había bastante
de cegarte quemaré todas tus obras y entonces serás como un padre cuyos hijos han agua en el mar para ahogar a un Emperador. ¿Qué podemos hacer?
sido todos asesinados y destruidas sus esperanzas de posteridad. Piensa más bien, si —No temas nada, Maestro —murmuró el discípulo—. Pronto se hallarán a pie
quieres, que esta última orden es una consecuencia de mi bondad, pues sé que la tela enjuto, y ni siquiera recordarán haberse mojado las mangas. Tan sólo el Emperador
es la única amante a quien tú has acariciado. Y ofrecerte unos pinceles, unos colores conservará en su corazón un poco de amargor marino. Estas gentes no están hechas
y tinta para ocupar tus últimas horas es lo mismo que darle una ramera como limosna para perderse por el interior de una pintura.
a un hombre que va a morir. Y añadió:
A una seña del dedo meñique del Emperador, dos eunucos trajeron —La mar está tranquila y el viento es favorable. Los pájaros marinos están
respetuosamente la pintura inacabada donde Wang-Fô había trazado la imagen del haciendo sus nidos. Partamos, maestro, al país de más allá de las olas.
cielo y del mar. Wang-Fô se secó las lágrimas y sonrió, pues aquel apunte le —Partamos —dijo el viejo pintor.
recordaba su juventud. Todo en él atestiguaba una frescura de alma a la que ya Wang- Wang-Fô cogió el timón y Ling se inclinó sobre los remos. La cadencia de los
Fô no podía aspirar, pero le faltaba, no obstante, algo, pues en la época en que la mismos llenó de nuevo toda la estancia, firme y regular como el latido de un corazón.
había pintado Wang, todavía no había contemplado lo bastante las montañas, ni las El nivel del agua iba disminuyendo insensiblemente en torno a las grandes rocas
rocas que bañan en el mar sus flancos desnudos, ni tampoco se había empapado lo verticales que volvían a ser columnas. Muy pronto, tan sólo unos cuantos charcos
suficiente de la tristeza del crepúsculo. Wang-Fô eligió uno de los pinceles que le brillaron en las depresiones del pavimento de jade. Los trajes de los cortesanos
presentaba un esclavo y se puso a extender, sobre el mar inacabado, amplias estaban secos, pero el Emperador conservaba algunos copos de espuma en la orla de
pinceladas de azul. Un eunuco, en cuclillas a sus pies, desleía los colores; hacía esta su manto.
tarea bastante mal, y más que nunca Wang-Fô echó de menos a su discípulo Ling. El rollo de seda pintado por Wang-Fô permanecía sobre una mesita baja. Una
Wang empezó por teñir de rosa la punta del ala de una nube posada en una barca ocupaba todo el primer término. Se alejaba poco a poco, dejando tras ella un
montaña. Luego añadió a la superficie del mar unas pequeñas arrugas que no hacían delgado surco que volvía a cerrarse sobre el mar inmóvil. Ya no se distinguía el rostro
sino acentuar la impresión de su serenidad. El pavimento de jade se iba poniendo de los dos hombres sentados en la barca, pero aún podía verse la bufanda roja de
singularmente húmedo, pero Wang-Fô, absorto en su pintura, no advertía que estaba Ling y la barba de Wang-Fô, que flotaba al viento.
trabajando sentado en el agua. La pulsación de los remos fue debilitándose y luego cesó, borrada por la distancia.
La frágil embarcación, agrandada por las pinceladas del pintor, ocupaba ahora El Emperador, inclinado hacia delante, con la mano a modo de visera delante de los
todo el primer plano del rollo de seda. El ruido acompasado de los remos se elevó de ojos, contemplaba alejarse la barca de Wang-Fô, que ya no era más que una mancha
repente en la distancia, rápido y ágil como un batir de alas. El ruido se fue acercando, imperceptible en la palidez del crepúsculo. Un vaho de oro se elevó, desplegándose
llenó suavemente toda la sala y luego cesó; unas gotas temblaban, inmóviles, sobre el mar. Finalmente, la barca viró en derredor a una roca que cerraba la entrada
suspendidas de los remos del barquero. Hacía mucho tiempo que el hierro al rojo a la alta mar; cayó sobre ella la sombra del acantilado; borróse el surco de la desierta
vivo destinado a quemar los ojos de Wang se había apagado en el brasero del superficie y el pintor Wang-Fô y su discípulo Ling desaparecieron para siempre en
verdugo. Con el agua hasta los hombros, los cortesanos, inmovilizados por la aquel mar de Jade azul que Wang-Fô acababa de inventar.
etiqueta, se alzaban sobre la punta de los pies. El agua llegó por fin a nivel del
corazón imperial. El silencio era tan profundo que hubiera podido oírse caer las
lágrimas.
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Me parece que igual a los dioses…, Safo

Me parece que igual a los dioses


aquel hombre es, el que sentado Soneto XIX, William Shakespeare
frente a ti, a tu lado, tu dulce
voz escucha Roe las garras del león, Tiempo devorador, y haz que la tierra se alimente de su
propia progenie amada; arranca de las mandíbulas del tigre feroz los afilados dientes,
y tu amorosa risa. En cambio, y quema en su propia sangre al fénix perdurable; alegra y entristece las estaciones en
en mi pecho el corazón se estremece. tu huida; haz todo lo que quieras, Tiempo de alados pies, con el vasto mundo y sus
Apenas te miro, efímeras dulzuras; tan sólo un crimen te prohíbo, el más odioso: ¡oh, nunca surques
la voz no viene más a mí, con tus horas el hermoso rostro de mi amor, ni con tu antigua pluma traces tus líneas
sobre su frente! Sigue tu curso, y déjalo inmaculado, como ejemplo de belleza para
la lengua se me inmoviliza, un delicado los hombres venideros.
incendio corre bajo mi piel, Y sin embargo, vetusto Tiempo, aunque ejercieras sobre él todas tus crueldades, mi
no ven ya mis ojos amor viviría siempre joven en mis versos.
y zumban mis oídos,

el sudor me cubre, un temblor Soneto LV, William Shakespeare


se apodera de todo mi cuerpo y tan pálida
como la hierba no muy lejana de la muerte Ni el mármol, ni los dorados monumentos de los príncipes, sobrevivirán a esta rima
me parece estar. . . poderosa; y tú resplandecerás en ella con más brillo que la piedra barrida por las
manchas del tiempo. Cuando la guerra destructora derrumbe las estatuas; cuando las
Pero todo debe soportarse si así es. luchas arranquen de raíz las obras de la arquitectura, ni Marte, ni su espada, ni el
incendio violento de la batalla destruirán el viviente registro de tu memoria. Siempre
avanzando, a pesar de la muerte y los amnésicos odios, tu elogio persistirá ante los
En la muerte de Laura, Francesco Petrarca ojos de toda posteridad que habite en este mundo, hasta el día del juicio final.
Sí; hasta el instante de erguirte ante el juicio definitivo, vivirás en estos versos, y
Sus ojos que canté amorosamente, perdurarás ante los ojos de los amantes.
su cuerpo hermoso que adoré constante,
y que vivir me hiciera tan distante
de mí mismo, y huyendo de la gente. Amor constante, más allá de la muerte, Francisco de Quevedo

Su cabellera de oro reluciente, Cerrar podrá mis ojos la postrera


la risa de su angélico semblante sombra que me llevare el blanco día,
que hizo la tierra al cielo semejante, y podrá desatar esta alma mía
¡poco polvo son ya que nada siente! hora a su afán ansioso lisonjera;

¡Y sin embargo vivo todavía! mas no, de esotra parte, en la ribera,


A ciegas, sin la lumbre que amé tanto, dejará la memoria, en donde ardía:
surca mi nave la extensión vacía… nadar sabe mi llama la agua fría,
y perder el respeto a ley severa.
Aquí termine mi amoroso canto:
seca la fuente está de mi alegría, Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
mi lira yace convertida en llanto. venas que humor a tanto fuego han dado,
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medulas que han gloriosamente ardido, el día dispensador del despertar? Es ella como el alma más profunda de la vida,
respirada por el mundo inmenso de las constelaciones infatigables, que danza y se
su cuerpo dejará, no su cuidado; sumerge en su torrente azul; por la roca, brillando en su quietud eterna; por la planta
serán ceniza, mas tendrá sentido; que medita y absorbe; por el ardiente, multiforme y salvaje animal. La respira, más
polvo serán, mas polvo enamorado. que nadie, el magnífico extranjero de ingrávido andar, con su mirada distraída en
múltiples pensamientos y con sus labios, ricos en música, dulcemente cerrados.
Como una reina de la naturaleza terrenal, convoca todas las potencias a infinitas
A una nariz, Francisco de Quevedo metamorfosis, ata y desata innumerables lazos y envuelve toda cosa con la aureola
de su divina imagen. No hace más que aparecer y los imperios del mundo descubren
Érase un hombre a una nariz pegado, su mágico esplendor.
érase una nariz superlativa, Pero yo me vuelvo hacia la Noche sagrada, la inefable, la misteriosa Noche. Solitario,
érase una nariz sayón y escriba, desierto está el lugar del mundo, que yace lejos, lejos, en profunda sima sepultado.
érase un peje espada muy barbado; La más honda melancolía toca las cuerdas del corazón. ¡Caer quisiera en gotas de
rocío y mezclarme a la ceniza! En pálidas vestiduras surgen sueños de la infancia,
era un reloj de sol mal encarado, anhelos de la juventud, lejanías del recuerdo, de toda una larga vida la inútil
érase una alquitara pensativa, esperanza y los breves goces, como bruma crepuscular tras la puesta del sol. Mientras
érase un elefante boca arriba, tanto, en otros sitios, la luz ha levantado sus tiendas de alegría.
era Ovidio Nasón más narizado.

Érase un espolón de una galera,


érase una pirámide de Egito,
las doce tribus de narices era; Canción del destino de Hiperión, Friedrich Hölderlin

érase un naricísimo infinito, Ustedes pasean allá arriba, en la luz,


muchísimo nariz, nariz tan fiera por leve suelo, genios celestiales;
que en la cara de Anás fuera delito. luminosos aires divinos
ligeramente los rozan,
como la inspiradora con sus dedos
Fragmento, Novalis unas cuerdas sagradas.

El mundo debe ser romantizado. Así redescubriremos su sentido originario. Tal Sin destino, tal dormido niñito,
romantización no es otra cosa que una potenciación cualitativa. El yo más hondo se alientan los sagrados seres;
identifica a lo largo de este proceso con un yo superior, igual que nosotros mismos púdicamente oculto
somos también una cadena de potencialidades. El proceso está en vías revelarse. en modesta corola,
Romantizo cuando doy a lo común un significado superior, a lo familiar una florece eternamente
apariencia misteriosa, a lo conocido el valor de lo desconocido, a lo finito la para ellos el espíritu;
apariencia de lo infinito. con pupila beata
miran en la tranquila
claridad inmortal.
Himnos a la noche (1), Novalis
Pero no es dado a nosotros
¿Hay algún ser viviente, dotado de sentidos, que ante las manifestaciones tregua en paraje alguno;
maravillosas del espacio anchamente desplegado en torno suyo, no ame a la todo- desaparecen, caen
regocijante luz, con sus colores, sus rayos y sus ondas, y a su tierna omnipresencia: los hombres resignados
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ciegamente, de hora El lago, Alphonse de Lamartine
en hora, como agua
de una peña arrojada I
a otra peña, a través de los años Así siempre empujados hacia nuevas orillas,
en lo incierto, hacia abajo. en la noche sin fin que no tiene retorno,
¿no podremos jamás en el mar de los tiempos
echar ancla algún día?
La playa de Dover, Matthew Arnold
II
El mar está en calma esta noche. Lago, apenas el año ya concluye su curso
La marea alta, la luna duerme hermosa y muy cerca del agua donde yo le di cita,
Sobre el estrecho – en la costa francesa la luz mira, vengo a sentarme solo sobre esta piedra
Resplandece y se ha ido; los acantilados de Inglaterra alzan, donde ayer se sentaba.
Tenues y vastos, allá en la plácida bahía.
Ven a la ventana, el aire nocturno es dulce, III
Soñoliento, desde la larga línea de espuma Tú bramabas así bajo estas mismas rocas,
Donde el mar besa la tierra empalidecida por la luna, te rompías con furia en su herido costado;
así el viento arrojaba tus oleajes de espuma
¡Escucha! Puedes oír el rugir de las piedras a sus pies adorados.
Que las olas agitan, arrojándolas
a su regreso allá en el ramal de arriba, IV
Comienza y cesa, y luego comienza otra vez, Una tarde, ¿te acuerdas?, en silencio bogaba
Con trémula cadencia disminuye, y trae entre el agua y los cielos a lo lejos se oía
La eterna nota de la melancolía. solamente el rumor de los remos golpeando
tu armonioso cristal.
El Mar de la Fe
También era uno, en su plenitud, V
Y rodaba en las orillas de la tierra, De repente una música que ignoraba la tierra
Yacía como los pliegues de una gloriosa diadema. despertó de la orilla encantada los ecos;
Pero ahora sólo escucho prestó oídos el agua y la voz tan amada
su rugir lleno de tristeza, largo y en retirada, pronunció estas palabras:
alejándose hacia el sereno de la noche
Hacia los extensos bordes monótonos. VI
Oh, mi amor, ¡seamos fieles el uno al otro! «Tiempo, no vueles más. Que las horas propicias
Pues el mundo, que parece yacer ante nosotros interrumpan su curso.
Como una tierra de sueños, ¡Oh, dejadnos gozar de las breves delicias
Tan variada, tan bella, tan nueva, de este día tan bello!
No posee en realidad ni gozo, ni amor, ni luz,
Ni certeza, ni paz, ni alivio para el dolor; VII
Estamos aquí como en una llanura sombría Todos los desdichados aquí abajo os imploran:
Envueltos en alarmas confusas de fugas y batallas, sed para ellos muy raudas.
donde los ejércitos, ignorantes, se enfrentan por la noche. Con los días quitadles el mal que les consume;
olvidad al feliz.

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VIII Amor y sueño, Algernon Charles Swinburne (1866)
Mas en vano yo pido unos instantes más,
ya que el tiempo me huye. Tendida y dormida entre caricias nocturnas
A esta noche repito: «Sé más lenta», y la aurora vi a mi amor inclinarse sobre mi triste lecho,
ya disipa la noche. pálida como el fruto y la hoja del lirio más oscuro,
rasa, despojada y sombría, con el cuello desnudo, listo para ser mordido,
IX demasiado blanca para el rubor y demasiado ardiente para estar inmaculada,
¡Oh, sí, amémonos, pues, y gocemos del tiempo pero del color perfecto, ausente de blanco y rojo.
fugitivo, de prisa! Y sus labios se entreabrieron tiernamente, y dijo
Para el hombre no hay puerto, no hay orillas del tiempo, —en una sola palabra— placer.
fluye mientras pasamos.»
Y toda su cara era miel para mi boca,
X y todo su cuerpo era alimento para mis ojos;
Tiempo adusto, ¿es posible que estas horas divinas Sus largos y aéreos brazos y sus manos más ardientes que el fuego
en que amor nos ofrece sin medida la dicha sus extremidades palpitando, el olor de su cabello austral,
de nosotros se alejen con la misma presteza sus pies ligeros y brillantes, sus muslos elásticos y generosos
que los días de llanto? y los brillantes párpados daban deseo a mi alma.

XI
¿No podremos jamás conservar ni su huella? Él desea las telas del cielo, William Butler Yeats (1899)
¿Para siempre pasados? ¿Por completo perdidos?
Lo que el tiempo nos dio, lo que el tiempo ha borrado, Si fuera yo el dueño de las telas del cielo,
¿no lo va a devolver? Bordadas con luz dorada y plateada,
Los azules y los tenues y los oscuros mantos
De la noche y la luz y la penumbra,
El infinito, Giacomo Leopardi Extendería esas ropas bajo tus pies:
Pero, siendo pobre, solo soy dueño de mis sueños;
Amé siempre esta colina, He extendido mis sueños bajo tus pies;
y el cerco que me impide ver Pisa suavemente, porque pisas mis sueños.
más allá del horizonte.
Mirando a lo lejos los espacios ilimitados,
los sobrehumanos silencios y su profunda quietud, Nadie, ni siquiera la lluvia, e. e. cummings
me encuentro con mis pensamientos,
y mi corazón no se asusta. En algún lugar al que nunca he viajado,
Escucho los silbidos del viento sobre los campos, felizmente más allá de toda experiencia,
y en medio del infinito silencio tanteo mi voz: tus ojos tienen su silencio:
me subyuga lo eterno, las estaciones muertas, En tu gesto más frágil hay cosas que me encierran
la realidad presente y todos sus sonidos. o que no puedo tocar porque están demasiado cerca.
Así, a través de esta inmensidad se ahoga mi pensamiento: Con una ligera mirada me liberas.
y naufrago dulcemente en este mar. Aunque me haya cerrado como un puño,
siempre abres, pétalo a pétalo, mi ser,
como la primavera abre con misteriosa destreza su primera rosa.
O si deseas cerrarme, yo y
mi vida nos cerraremos muy hermosa y súbitamente,
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como cuando el corazón de esta flor imagina
la nieve cayendo cuidadosamente por doquier.
Nada que hayamos de percibir en este mundo iguala
la fuerza de tu intensa fragilidad, cuya textura
me somete con el color de sus campos,
retornando a la muerte y la eternidad con cada respiro.
(Ignoro tu destreza para cerrar y abrir,
solo algo en mí entiende
que la voz de tus ojos es más profunda que todas las rosas)
Nadie, ni siquiera la lluvia, tiene manos tan pequeñas.

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