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TEOLOGÍA II

DIOS Y LA CREACIÓN
INTRODUCCIÓN

La creación
El dogma de la Creación responde desde la fe a la pregunta por el origen del universo. También en esta
afirmación de fe se destaca la diferencia de cosmovisión entre el judeo-cristianismo y las demás
concepciones del mundo. Dos son las ideas que se dejan de lado al afirmar la Creación: la de una materia
eterna y la de un doble origen de la realidad propia del dualismo. En el mundo extra cristiano, salvo algunas
aproximaciones provenientes de la filosofía, han primado ambas concepciones a pesar de las innumerables
diferencias religiosas. Politeísmos, animismos, ritualismos mágicos, teosofías, etc., participan de una u otra
forma de uno de los dos esquemas.

1. La revelación de la creación como obra de Dios

La gran diferencia que mencionamos en el párrafo anterior consiste básicamente en dos cosas: reconocer la
Creación como un dato revelado y, al asumirlo, afirmar que ésta no tiene consistencia en sí misma, sino que
depende absolutamente de Dios para existir.

2. Características de la Creación

Al reconocer que la Creación es obra de Dios y distinta a Él, afirmamos tres características fundamentales
que se desprenden del dogma.
a. De la nada. Afirmar que Dios crea de la nada supone la inexistencia de una materia previa (si así fuera
Dios no sería Creador sino un organizador de la materia), la negación de la eternidad de la materia (si la
materia fuera eterna sería Dios mismo y no habría distinción entre el Creador y lo creado), la gratuidad de
la Creación (si Dios tuviera necesidad de crear, no sería Dios sino una especie de principio no libre que, al
final, coincidiría con la materia en sí) y, sobre todo se afirma a Dios como el Ser por esencia del cual todo
ser participa.

Una objeción que suele hacerse a la afirmación de la Creación de la nada es la imposibilidad de la existencia
de la nada. Ciertamente la nada, nada es, no existe pero lo su inexistencia es negación del ser. La
experiencia humana de la nada nunca es de algo positivo sino de la negación de un ser previo al que se le
quita algo. Cuando en el dogma de la creación se afirma que esta surge de la nada no se entiende esta
palabra como una especie de lugar o materia previa (que ya vimos no es posible si se afirma la creación
como algo distinto del creador) sino que se destaca la dependencia que todo lo creado tiene de Dios, se
afirma su participación del ser que proviene del Ser de Dios. En otras palabras: fuera del Ser de Dios no hay
nada pero no todo ser es Dios sino que recibe el ser de Él.
b. Continua. Esta afirmación se sigue de la anterior. La Creación no es solo el inicio del tiempo sino un
proceso continuo porque el mismo tiempo es creado. Se trata de algo dinámico, un ejercicio permanente,
siempre presente por el cual Dios da el ser a todas sus creaturas.

c. Por amor. Esta tercera característica le da sentido a las dos anteriores. El motivo y la razón de ser de la
creación es el Amor que Dios mismo es. Cualquier otra hipótesis propone una mirada desconfiada y cínica
de la realidad. La creación es de la nada porque es gratuita y es gratuita porque es expresión del amor. La
creación es continua porque el amor de Dios no se agota ni se interrumpe. La creación es buena porque el
amor siempre quiere el bien. La creación tiene un sentido último porque el amor, al ser un acto del
intelecto de Dios busca siempre la Verdad y la expresa.
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3. La Creación, obra de la Trinidad

Si, como hemos visto, el motivo que da origen de la Creación es el amor, se sigue que se trata del amor
trinitario, es decir, el amor es básicamente Dios mismo que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Por lo tanto es
lógico deducir que de una u otra forma todo lo creado expresa este origen trinitario. Lo primero que se
puede destacar es que somos personas y como tales tenemos en la relación con nuestros semejantes un
componente esencial de nuestra naturaleza. Este aspecto es el primero que podemos reconocer como un
signo de la Trinidad de nuestras vidas. En ese mismo contexto, la generación misma es un signo del amor
trinitario. Toda persona humana viene a este mundo de una relación sexual formando con sus progenitores
una trinidad humana que es la familia cuyo núcleo es padre, madre e hijo.

4. Las negaciones del dogma de la creación

La noción cristiana de creación propone una lectura de toda la realidad que discrepa de manera radical con
otras posibles lecturas de la misma que se han dado a lo largo de la historia. No son muchas las variantes
que niegan el dogma de la Creación y que al mismo tiempo son negadas si se afirma como cierta la
Revelación de Dios sobre la Creación.
Una primera posibilidad es el materialismo que supone la imposibilidad de un origen o de un fin de la
materia. La afirmación de su eternidad es el punto de partida: “la materia (o energía) no se crean ni se
destruyen, sólo se transforman”. La afirmación está totalmente fundamentada en la experiencia de la
materia. Es imposible discutir que esto sea cierto mirando un experimento químico o físico. Ciertamente
todo lo que experimentamos en cuanto a la materia nos da esa impresión: si quemamos un papel se
transforma en gases y ceniza, podemos transformar la energía térmica en energía cinética, etc.
El problema que enfrenta la perspectiva materialista siempre será que la materia no puede explicarse a sí
misma y mucho menos las realidades más complejas que parecen elevarse sobre ella. Los seres humanos
experimentamos también que además de todo lo material somos espíritu. El materialismo dirá
básicamente que el espíritu no es más que alguna forma de energía evolucionada. Ante la pregunta por el
origen, el materialismo responde con una negación simple: no hay tal cosa, todo lo material ha existido
siempre y nada de lo material dejará de existir nunca. Partiendo de esta posibilidad todo lo que no sea
material, palpable y medible, es, o interpretado como evolución de la materia o, simplemente, como algo
irrelevante o indigno de ser considerado. Pero el problema no desaparece con negarlo. El mismo lenguaje
es un problema imposible de abordar desde el materialismo. Lo mismo podemos decir del arte, la religión y
la ciencia misma.
Una segunda posibilidad es pensar en una especie de doble origen de lo creado, de una doble creación. Por
un lado, estaría el bien (que crea, sostiene y defiendo lo bueno) que se enfrenta eternamente a algo
llamado mal (que crea, sostiene y defiende lo malo). Se trata del dualismo. Usualmente se propone que lo
material es lo malo y lo espiritual, lo bueno.
El siguiente texto de C. S. Lewis explica con bastante claridad de qué se trata y cuáles son las objeciones
que el sentido común plantea al dualismo:
“El dualismo es la creencia de que existen dos poderes iguales e independientes detrás de todas las
cosas, uno bueno y otro malo, y que este universo es el campo de batalla en el cual están empeñados.
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en una guerra interminable. Personalmente, creo que aparte del cristianismo, el dualismo es el
credo más humano y más sensato que se consigue. Pero tiene una gran falla.
Los dos poderes, espíritus o dioses –los buenos y los malos- se supone son muy independientes
entre sí. Han existido desde toda la eternidad. Ninguno de ellos hizo al otro, y ninguno de ellos
tiene mayor derecho que el otro para llamarse dios. Cada uno presumiblemente piensa que es
bueno y el otro malo. Uno de ellos ama el odio y la crueldad y el otro ama el amor y la
misericordia; y cada uno de ellos respalda su propio punto de vista. Más, ¿qué es lo que
queremos decir cuando a uno de ellos lo llamamos el poder bueno y al otro el poder malo?...” (C.
S. Lewis, “Cristianismo… ¡y nada más!”, editorial Caribe, 1977, p. 53).

El autor hace una lógica disquisición. Si suponemos que uno es malo y el otro bueno, suponemos
que el mal es algo paralelo y con el mismo valor que el bien, lo cual hace indiferentes a las dos
opciones. Si decimos que uno es bueno y el otro malo sólo porque nos gusta o lo preferimos por
una razón personal, en realidad no afirmamos ni el bien ni el mal, si no nuestros gustos o
preferencias. Otra consideración es que llamamos bien o mal a algo de acuerdo a un tercer punto
que es el que juzga. Si así fuera habría un Dios superior a ambos poderes que es el que determina
que el dios bueno está más cerca de Él que el dios malo. Un ejemplo bastante incompleto es la
caricatura de la mitología nórdica que uno puede ver en el Thor de los avengers: Odín sería el Dios
primero, Thor, el dios bueno y Loki, el dios malo. Bien mirado esto se acerca bastante a la idea
cristiana de que el mal es el fruto de la decisión de una creatura que contradice a su creador. Vale
la pena seguir con el texto de Lewis:
“Pongamos esto de forma todavía más sencilla. Para ser malo debe existir y tener inteligencia y
voluntad. Pero la existencia, la inteligencia y la voluntad son en sí cosas buenas. Por lo tanto
debe haberlas adquirido del Poder Bueno. Aun para ser malo debe de tomar prestado o robar
algo de su oponente ¿No empezamos a ver ahora por qué el cristianismo siempre ha dicho que el
diablo es un ángel caído? Esto no es un cuento para niños. Es un reconocimiento real del hecho
de que el mal es un parásito, no algo original. Los poderes que capacitan al mal para hacer su
obra son poderes suministrados por el bien.” (C. S. Lewis, “Cristianismo… ¡y nada más!”, editorial
Caribe, 1977, p. 55)
Una tercera posibilidad sería la del deísmo. Se trata de la idea de un creador absolutamente
desconocido que habría creado este mundo y se desentendió totalmente de él. Desde esta
posición se respeta, por así decir, el principio de un dios creador y trascendente que no se revela a
la persona humana porque es tan grande y tan otro que haría absurda la pretensión de que se
preocupe por creaturas tan insignificantes como somos nosotros los seres humanos.
Paradójicamente el deísmo, queriendo salvaguardar la grandeza y omnipotencia de Dios, la limita
a lo inmenso dejando de lado la posibilidad de lo infinitesimal y pequeño. Esta postura frente al
tema creación, es más una lectura de Dios mismo que termina por difuminarlo como posibilidad.

5. El hombre, Señor de la Creación


Vamos ahora al relato de la Creación contenido en el libro del Génesis. Son dos relatos
complementarios. Uno más bien cosmológico o cosmogónico (origen del cosmos) y el otro
antropológico o antropogónico (origen del hombre).
Antes de entrar a analizarlos, un dato muy importante es la comprensión de la naturaleza
de ambos relatos ¿Se trata de mitos o tienen la pretensión de ser históricos? Afirmar lo
primero es tan problemático como afirmar, sin más, lo segundo. Si los relatos que estamos
estudiando son mitos, entonces se trataría de representaciones metafóricas o alegóricas
sin sustento histórico de verdades a interpretar como se pueda según el contexto en el
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que el lector se encuentra. No se estaría tratando de contar el origen real del mundo y la
historia como los conocemos sino simplemente sugerir, como cualquier otra cosmogonía
mítica que un núcleo de verdad hay en esta narración. Para la teología cristiana lo más
complicado sería la mitificación de la Revelación. Si todo lo revelado sobre la Creación es
un mito, es decir, una especie de narración folklórica o de clásica sabiduría ancestral, todo lo
demás tendría la misma naturaleza. Para encontrar la verdad en estos mitos habría que
desmitificar, es decir, quitar lo que no parece ser racional y creíble para quedarnos con lo
verdadero y creíble. El problema surge cuando preguntamos según qué doctrina, según qué
pensador o con qué instrumentos vamos a discernir una cosa de la otra. Lo que termina
ocurriendo con la desmitificación es la desaparición del dato revelado.
Si nuestro punto de partida es lo que hoy se conoce como científico, es más o menos evidente que
tendremos como Revelación a la ciencia y no a la Revelación, es decir, la verdad de lo revelado
estaría en lo que científicamente se puede probar. A lo largo de los siglos, sobre todo en el siglo
XIX, con el positivismo, existieron intentos de concordar el relato bíblico con las hipótesis
evolucionistas, es decir, se intentaba hacer, por ejemplo, un paralelo entre cada era geológica y los
días de la Creación. El camino es complicado y a la larga infructuoso por una razón: son dos relatos
que tienen naturalezas y finalidades muy distintas. El relato bíblico intenta poner nuestra atención
sobre el origen, el relato evolucionista, sobre el proceso por el cual las cosas llegaron a ser como
son hoy. Se pueden ver como complementarios pero no oponerlos porque hablan de cosas
distintas.

Afirmar, lo segundo, es decir, que los relatos de los inicios de lo creado son históricos nos pone
ante otros tantos problemas a cada cual más complejo e intrincado. Pensar, por ejemplo, en los
tiempos, ver a Dios antropomorfizado trabajando con sus manos, cansándose y soplando en una
escultura de barro a la que le da vida, es algo que históricamente es imposible de probar, sobre
todo porque es obvio que el lenguaje de los relatos es alegórico. De lo contrario nos ahogaríamos
en un sinfín de contradicciones que lo hacen parecer falso por incongruente. Ejemplos sobran.
Para ilustrarlo pongamos antes nuestros ojos algunas de las preguntas usuales que evidencian el
absurdo de pretender que los relatos del Génesis son estrictamente históricos y pretenden narrar
los hechos tal cual los leemos.

Si Dios creó todo en siete días ¿Cada día fue de veinticuatro horas? Si así fue ¿Cómo distinguimos
el día primero del segundo si no había sol y luna todavía? ¿De qué barro exactamente fue creado
el hombre? ¿No le falta al hombre una costilla después de que Dios creó a Eva? Si “Dios vio que
era bueno” ¿No lo sabía de antemano? Si el Espíritu de Dios estaba aleteando sobre el caos ¿Dios
no es omnipresente? Si Dios creó primero los cielos con todo lo que contienen ¿Cómo así creó las
estrellas después? ¿Hay realmente agua encima del firmamento y agua debajo del firmamento?
¿Realmente existe una bóveda celesta que recubre la tierra plana que está sobre cuatro pilares?
Parece ser que Dios se expresa en una forma que es imposible de agotar o escudriñar de forma
exhaustiva con los mecanismos racionales que los seres humanos hemos desarrollado. Y tiene
lógica: su Inteligencia es infinita y la nuestra no. Justamente por esto, un principio clave para
entender ambos relatos (y al final la Biblia entera) es reconocer la finalidad religiosa del texto.
Ninguna de estas narraciones pretende ser una explicación física, ni matemática ni científica en el
sentido moderno. Podemos decir que se trata de un relato alegórico de hechos reales, es decir
históricos. Lo que queda en claro es que se trata de un proceso por el cual Dios da origen al
universo y pone al ser humano como centro de esa Creación. Y, en ese contexto, el sentido
antropocéntrico en relación a todo lo creado es muy difícil de discutir.
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Lo lógico desde la perspectiva religiosa del texto es comprender que si bien todo el texto es
inspirado, no todo lo que contiene es revelado, es decir, lo que es esencial para la salvación. Así,
muchos de los condicionamientos culturales de los autores del Génesis son parte del proceso de
inspiración pero no necesariamente expresan lo que Dios mismo quiere decir al hombre. Por ello
la manera de acercarse a estos textos no puede ser sino religiosa, buscando lo esencial para la
salvación ¿Qué es lo esencial? Comprender que Dios crea por amor y en un proceso cuyo misterio
se expresa alegóricamente como relato. La interpretación literalista del texto conduce a caminos
sin salida y al abandono de la verdad que contienen.
Dicho esto podemos ver que el primer relato se puede dividir en tres partes según el
proceso. Los días primero segundo, tercero, cuarto y quinto corresponden a la creación
del cosmos material, vegetal, animales voladores y acuáticos; el día sexto corresponde a
animales terrestres y un párrafo dedicado a la creación del hombre; el séptimo día es el día del
descanso de Dios. En la primera parte, según el estilo repetitivo de la narración, cada creación
comienza con un “hágase”, continúa con la ejecución del mismo y termina con un “vio Dios que
era bueno”. Dos cosas se destacan precisamente: que todo brota de la voluntad de Dios expresada
en el “hágase” y que todo lo creado es bueno. Con estas dos primeras indicaciones del relato
tenemos dos aspectos fundamentales que se recogen en el dogma de la Creación: que el origen de
todo es el amor de Dios, es decir, que todo depende de Él y que sin Él no hay nada; y que no hay
mal alguno en nada de lo creado. Lo primero contradice el materialismo (la eternidad de la
materia y la ausencia de un principio) y lo segundo el maniqueísmo (la doctrina del doble origen o
de las dos creaciones).
En la segunda parte tenemos la creación del mundo terrestre, en el sexto día. La narración del
sexto día se divide a su vez en dos partes: la creación de los animales terrestres y la creación el
hombre. La creación de los animales terrestres sigue el mismo patrón de la creación en los
primeros cinco días: el hágase como origen y la afirmación de la bondad de lo creado.
El sexto día merece un párrafo aparte por la importancia que tiene la creación del hombre como
centro del primer relato. Hay dos detalles muy significativos en esta narración. El primero es el
cambio de la expresión impersonal hágase por el plural hagamos que indica una decisión personal
y dialogada. El segundo es que, a diferencia de los cinco días anteriores y la creación de los
animales terrestres, el texto dice que Dios vio que era muy bueno o bueno en grado sumo.
La Iglesia siempre vio en el hagamos un preludio de la doctrina trinitaria y una expresión de la
vocación humana fundamental de crear cultura, es decir de humanizar el mundo según el mismo
dinamismo de amor que inspira la Creación entera. Este plural no podría referirse a los ángeles,
creados para servir al hombre, sino que parece expresar el diálogo entre las Personas de la
Santísima Trinidad. Denota además un trato del todo especial para con el hombre que no tiene
Dios con ninguna otra creatura ya que inmediatamente después dice a imagen y semejanza
nuestra y determina el dominio del hombre sobre todas las creaturas de la tierra. Inmediatamente
después de narrar esto, el texto cambia de tiempos, del presente se pasa al pasado para indicar el
cumplimiento de lo primero. El versículo 26 expresa la orden, el 27 el cumplimiento de la misma.
Se repite la expresión creado a semejanza de Dios seguida inmediatamente de la diferenciación de
los sexos: macho y hembra lo creó. La expresión hombre en esta parte del texto es colectiva, es
decir, se refiere al género humano que solo existe en dos sexos determinados por naturaleza,
recíprocos y complementarios.
En líneas generales se relata un proceso. Se ve cómo, de manera progresiva, Dios va estructurando
la Creación para ponerla al servicio del hombre y, al mismo tiempo, poniendo al hombre al servicio
de Dios elevando toda la Creación.

Fuente: Rodríguez M. (2019) Apuntes de Teología. Ed. n/a. Arequipa, Perú.

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