Está en la página 1de 19

Comentarios exegéticos al “nuevo” Código Procesal Constitucional

Juan F. Monroy Gálvez

“Tener un proceso significa haberlo perdido ya”.


(F. Kafka)

Sumario: 1. Algunas prevenciones. 2. Sobre el


Título Preliminar. 3. Capítulo I, Disposiciones
Generales. 4. Capítulo II, Medida cautelar. 5.
Capítulo III, Medios impugnatorios. 6. Título III,
Proceso de Amparo. 7. Título IV. Proceso de
Habeas Data. 8. Título V, Proceso de
cumplimiento. 9. Título VI, Procesos de Acción
Popular, Inconstitucionalidad y Competencial.
10. Título VIII, Tramitación en sede del Tribunal
Constitucional. 11. Disposiciones Finales.

1. Algunas prevenciones
Tal vez solo sea casualidad o tal vez configure un signo de los tiempos,
el caso es que las reformas legislativas en este siglo se presentan agazapadas,
cuando no en la penumbra. La época de las discusiones y los intercambios
dinámicos de propuestas legislativas parece haber llegado a su fin. Resulta
difícil admitir, a primera mano, que se trata de un cambio beneficioso, pero es
lo que hay.
El Código “derogado” (las comillas obedecen a que más del 75% de este
ha pasado al “nuevo”) fue elaborado por un grupo de amigos que buscaron que
el trabajo académico absorbiera las angustias que les provocaba sobrevivir
durante una década negra de nuestra historia, la última del siglo pasado. Esto
significa que no estaba en juego la posteridad ni la gloria, solo el cumplimiento
del deber y la necesidad de no claudicar. Eran otros tiempos.
El mérito del “nuevo” Código en comento es que, más allá de
enmascarar lo que solo es una reforma parcial, nos parece que es intentar
poner orden a algunas reformas que recibió el Código desde su entrada en
vigencia. Lamentablemente, como lo vamos a demostrar, el intento de ordenar
va a devenir en más pernicioso que aquello que estaba vigente.
Si se nos pidiera identificar cuál es el problema más difícil de resolver al
redactar un ordenamiento procesal constitucional, no tendríamos duda en
afirmar que es el siguiente: compatibilizar la tutela de los derechos
fundamentales y la primacía normativa de la Constitución con un procedimiento
2

urgente, esto es, con uno que materialice una tutela sumarísima. Dicho de otra
manera: cómo hacer rápido y bien lo que es trascendente.
Cuando irrumpió el “nuevo” Código, más allá de la sorpresa de su arribo,
imaginamos un ordenamiento que, mejorando al derogado inclusive en su
versión original, se afiliara a un procedimiento urgente. Recordemos que las
penosas reformas que recibió el Código, ahora derogado, renunciaron a la
necesidad de contar con una tutela de urgencia. Lamentablemente, no ha sido
así.
El presente es un análisis exegético de las reformas incorporadas por el
“nuevo” Código. A pesar de su falta de pretensión, este trabajo padece de dos
serias desventajas. La primera es que desconocemos si el grupo que lo gestó
estuvo conformado por jueces de la especialidad. Tenerlos significaría que, a
los presuntos méritos jurídicos de los conformantes del grupo, se suma la
experiencia concreta de los jueces para quienes el Código es una herramienta
cotidiana de trabajo. Si no estuvieron, entonces estamos ante una minusvalía
que debe ser considerada. La segunda es que, a pesar que ya está vigente el
“nuevo” Código, todavía se desconoce quiénes lo elaboraron. Y aun cuando es
sorprendente esta vocación por la clandestinidad, en alguna medida hubiera
ayudado al comentario conocer algunos trabajos previos de los involucrados.
Se puede intuir que no hubo jueces a partir de lo siguiente: la proporción
entre el número de jueces penales y jueces constitucionales debe ser de ocho
a uno (8/1) en Lima. Como el “nuevo” Código ha previsto que los procesos de
habeas corpus los conocen en Lima los jueces constitucionales, una docena se
encargará de ellos para descanso de ochenta o noventa jueces penales. ¿Será
que a los jueces constitucionales les sobraba el tiempo? No. Un solo juez que
hubiera estado en la Comisión hubiera advertido el error, pero ¿le puede
interesar la realidad a un legislador en modo jurista?
Tratándose de un comentario exegético, como ya se anotó, quedará
reducido solo a los enunciados que consideramos que merecen ser
destacados, sea por su novedad o por alguna otra cualidad que los haga
merecedores de un comentario especial. Por razones de especialidad, este
trabajo no hace referencia al capítulo referido al habeas corpus.

2. Sobre el Título Preliminar


1. El artículo III prescribe que la gratuidad del demandante no alcanza a las
personas jurídicas cuando impugnen resoluciones judiciales. Es extraño que
por el solo hecho de ser personas jurídicas queden fuera del beneficio de la
gratuidad, sobre todo porque podría tratarse de una asociación o de una ONG
cuestionando una sentencia que afecta un interés difuso, por ejemplo. Por otro
lado, tampoco aparece muy clara la razón por la cual las personas jurídicas
solo pierden el beneficio de la gratuidad cuando impugnan resoluciones
judiciales.
3

Es probable que lo prescrito no sea una excentricidad, pero para ello es


necesario que los autores salgan a sustentar la razón.
2. Los amicus curiae son personas naturales o jurídicas con un conocimiento
especializado -jurídico o no- que pueden ser invitados por los jueces para que
los ilustren sobre temas de su especial saber en un proceso específico.
En estricto no hay más que regular. Carece de sentido enumerar -como
se hace en el artículo V- que son requisitos del amicus curiae no ser parte o
interesado en la controversia, o que su opinión no vincula o, ya de manera
tautológica, que “su admisión al proceso le corresponde al órgano
jurisdiccional”, sobre todo cuando al inicio el artículo se dice que los jueces
“podrán invitar a personas naturales o jurídicas…”.
Todos los recursos son medios impugnatorios, aunque existen
impugnaciones que no son recursos. Sin embargo, no está bien decir: “…
carece de competencia para presentar recursos o interponer medios
impugnatorios”. Salvo que esté usando el concepto “recurso” en su versión
vulgar (cualquier escrito), lo que no es compatible con la tarea legisladora de
los autores.
3. No había ninguna necesidad de agregar a la sumilla del artículo VI la
palabra “vinculante”. Es más fácil asumir que la palabra “vinculante” expresa la
exigencia inexorable de emplearlo como fundamento que solo un deber de
tenerlo presente, como en realidad es.
Prueba lo dicho la regla de que los órganos de grado se pueden separar
de los precedentes, siempre que cumplan con ciertas exigencias. Por la
manera como está regulado el precedente, parecería que el único que se
puede apartar de él es el propio Tribunal Constitucional (en adelante, TC) que
lo expidió. Es decir, no se ha advertido que la única posibilidad de que llegue al
TC un caso sobre un precedente que este expidió es cuando un juez de grado
ha considerado que este no es aplicable al caso que ha resuelto.
Un tema que quedó pendiente en la versión original del Código -y sigue
estándolo en el actual- es establecer la técnica de sustitución de un precedente
por otro por parte del TC. Es decir, desde cuándo entra en vigencia el nuevo
precedente o, visto desde el otro lado, hasta qué momento o para qué casos el
precedente derogado todavía surte efecto. Sin duda se trata de un tema
complejo que requiere un tratamiento legislativo cuidadoso. Es decir, resulta
necesario estar advertidos si el nuevo precedente es prospectivo, retroactivo o
retrospectivo, entre otras modalidades que asume el overruling.
El que se requieran cinco votos para crear, modificar o apartarse de un
precedente no es un tema de Título Preliminar, sobre todo existiendo un título
ad hoc (“Tramitación en sede del Tribunal Constitucional”).

3. Capítulo I, Disposiciones Generales


4

- Tal parece que el legislador ha decidido que los derechos difusos, típica
expresión de lo que en la doctrina se denomina “derechos fundamentales de
tercera generación”, no merecen tutela de urgencia, tal vez porque cree que no
son fundamentales y, en consecuencia, es suficiente la tutela ordinaria. Ello
sería parcialmente correcto. Los derechos difusos, en efecto, se tutelan de
manera integral con una vía procedimental propia, que es plena porque permite
no solo asegurar su eficacia, sino que contiene mecanismos de reparación de
gran importancia social. Sin embargo, siempre es necesaria una tutela urgente
para algunas situaciones específicas sobre derechos difusos.
Si no fuese así, tiene que tratarse de una negligencia, aunque lo
lamentable es que cierne una duda sobre derechos cuyo fundamento
constitucional es plenamente reconocido.
- Atendiendo a la sumilla, el artículo 3 regula la competencia por razón de
turno, disponiendo que el inicio de los procesos se regulará por lo previsto para
cada distrito judicial, salvo en los “procesos de Habeas Corpus donde los
jueces constitucionales se rigen por sus propias reglas de competencia”. No es
fácil discernir lo que ha querido decir el legislador sobre todo porque el artículo
29, que regula la competencia en el habeas corpus, no hace ninguna referencia
específica al turno, tal vez porque este elemento de la competencia es ajeno a
tal procedimiento.
- En el artículo 4 se desarrolla el instituto de la defensa pública. Se
concibe como un instituto destinado a asegurar que en los procedimientos
regulados actúen ciudadanos en estado de vulnerabilidad. Inclusive precisa
que el ciudadano puede recurrir a la defensa pública especializada en materia
constitucional. Este bello artificio imaginado por el legislador no existe en el
país y, como es más o menos evidente, no va a existir porque una ley lo
describa. Precisamos que la Ley 29360 (Ley del Servicio de Defensa Pública)
no contempla la hipótesis desarrollada en este artículo.
- Un aspecto muy sensible es la demora en la tramitación de los procesos
constitucionales, presumiblemente urgentes. Una de las razones es el
emplazamiento de más personas de las realmente interesadas u obligadas a
ejercer su defensa. El artículo 5 reitera las falencias del artículo derogado.
Veamos.
La defensa del Estado o de cualquier órgano o funcionario está a cargo
del procurador público. Eso significa que, siendo el emplazado el funcionario o
el órgano, el procedimiento se va a seguir con el procurador como
representante procesal de cualquiera de estos. Siendo así, no tiene ningún
sentido notificar con la demanda al órgano o al funcionario, a quien además “se
les debe notificar la resolución que ponga fin al grado”, para luego agregar que
su “no participación no afecta la validez del proceso”.
La única opción para emplazar necesariamente al órgano o funcionario
se presenta cuando el demandante considera que, siendo la agresión que
soporta producto de una conducta antijurídica, su autor debe ser sancionado.
5

Para tal situación, la representación del procurador no alcanza. Como es obvio,


se trata de una conducta que está más allá del acto u omisión funcional.
Un acto complementario puede consistir en autorizar al procurador a que
ponga en conocimiento del funcionario u órgano el inicio del proceso. Si a este
le interesa, puede ingresar al proceso como litisconsorte facultativo, en tanto el
pedido del demandante no está afectando el ámbito de su derecho sino de su
función.
El legislador acierta cuando en el segundo párrafo del mismo artículo
decide que en los procedimientos contra resolución judicial no es necesario
emplazar a los jueces. Por cierto, salvo que el demandante considere que una
vez establecida la agresión, demandará indemnización a los que incurrieron en
ella.
- El artículo 6 es original, aunque el adjetivo no exprese una opinión
positiva. Es original porque es absolutamente improbable que haya un
ordenamiento procesal contemporáneo donde se le imponga al juez la
prohibición de rechazar una demanda aunque así lo considere.
Un ejemplo, se presenta una demanda de amparo contra resolución
judicial groseramente fuera del plazo. Según el artículo comentado, el juez
debe admitir a trámite la demanda. Lo que la norma nos sugiere es que el juez
va a declarar improcedente la demanda en la sentencia, es decir, va a tener
que tramitar un procedimiento que sabía desde el inicio que estaba viciado. De
hecho, si nos disponemos a imaginar una interpretación del enunciado
comentado que sea compatible con el sentido común, las alternativas resultan
escasas, casi inexistentes. Estamos expuestos a que el legislador, por ahora
una especie furtiva, nos explique qué pretendió con su propuesta.
Lo significativo es que no se trata de una opción legislativa, es decir, de
una elección. Es factible que el sustento de la norma comentada sea la
imperiosa necesidad de admitir una demanda constitucional, más allá de sus
limitaciones formales. Hay institutos y frases que se repiten hasta la saciedad
desde hace mucho para justificar ello, desde la suplencia de la queja hasta
aforismos como pro actione o favor processum. Sin embargo, estas se deben
emplear en sede constitucional solo cuando se presenta una duda razonable, lo
que por cierto no es el caso. Aquí más bien se elimina normativamente
cualquier asomo de duda. Estamos ante una imposición de dar trámite a todo lo
que se presente.
El error surge porque, en su efervescencia constitucionalista, el
legislador no ha advertido que tanto derecho a la tutela jurisdiccional tiene
quien activa la actuación del Estado como el que, eventualmente, va a soportar
las consecuencias de lo que se discuta y decida. Esta es la razón por la que
cuando un juez declara la improcedencia liminar de una demanda y la decisión
es apelada, surge el derecho del hipotético emplazado de defender la decisión
de improcedencia en segundo grado, para lo cual es notificado con el medio
impugnatorio concedido.
6

Por otro lado, si según el artículo III el juez tiene la dirección de oficio del
procedimiento, resulta contradictorio que una de sus manifestaciones sea
comportarse como una máquina expendedora de procedimientos, dando
trámite a cualquier demanda que se le presente.
El más grave problema de los procesos constitucionales en sede
nacional es la excesiva demora en su tramitación. Entre otras causas, se debe
a que los abogados buscamos convertir en amparo cualquier tipo de agresión
al ordenamiento jurídico, aunque sepamos que su esencia es civil, mercantil u
otra. Con el artículo comentado se va a perfeccionar el empleo dilatorio de los
procesos constitucionales, sin ninguna duda.
- El artículo 7 perfecciona la incertidumbre antes descrita. Se enumeran
las causales de improcedencia. Ahora, como ninguna de estas puede ser
declarada al inicio del proceso (in limine litis), como lo dispone el artículo
anterior, la única conclusión es que su empleo ocurrirá en la sentencia, con
todo el desperdicio de tiempo, actividad y gasto que ello significa.
Hay dos defectos gramaticales, aunque el primero es además de
contenido. El inicio del artículo dice: “No proceden los procesos
constitucionales cuando:”. Lo que no procede es la demanda y, por lo demás,
este defecto lo conduce a incurrir en una cacofonía. Por otro lado, el inciso 6
dice: “Si se trata de conflictos…”, sin advertir que el artículo se inicia con una
frase que acaba en la palabra “cuando:” a la que no puede sucederle la frase:
“Si se trata…”.
- El artículo 8 contiene el control difuso. Ahora, ¿es tan obvio el hecho de
que la inaplicabilidad solo alcanza al caso concreto como para no decirlo? Si es
así, todo está bien.
- El artículo 12 podría seleccionarse como la expresión más evidente del
fracaso de la reforma que el “nuevo” Código propone. Como ya se ha descrito,
el rasgo principal que deben tener los procesos constitucionales,
específicamente los referidos a la tutela de los derechos fundamentales, es ser
expeditivos, urgentes les denomina la doctrina. En el “nuevo” Código ocurre lo
siguiente: interpuesta la demanda (dice el artículo “por el agraviado”, ¿por
quién si no?; aunque debió ser por el presunto agraviado), el juez cita a
audiencia única a realizarse en un plazo máximo de treinta días hábiles (no se
dice desde cuándo se empieza a contar). Como parte de ese plazo, el
demandado tiene diez días para contestar la demanda y deducir excepciones
(dice las “que considere oportunas”, ¿qué significa?).
El juez pone en conocimiento del demandante la contestación para que
en la audiencia alegue lo pertinente. Entre ambas -la notificación de la
contestación y la audiencia- deben mediar diez días. Luego, viene la audiencia
donde el juez puede expedir sentencia o, de lo contrario, hacerlo dentro de los
diez días siguientes, como máximo.
Como es evidente, el trámite descrito va a configurar un capítulo más de
la literatura fantástica que, con formato procesal, se escribe en nuestro país. El
7

legislador desconoce la experiencia más elemental de la justicia peruana. Así,


por ejemplo, no sabe que el 31 de diciembre de 2020 se cerró la Sala Civil
Transitoria de la Corte Suprema, ordenándose que los miles de expedientes
que esta tramitaba pasaran a la competencia de la Sala Civil Permanente. No
sabe que, hasta el momento de escribir estas líneas, absolutamente ninguna
institución del sistema ha mostrado interés en desarchivar los expedientes
empaquetados de la sala extinguida. Es decir, la Sala Transitoria fue cerrada y
los expedientes permanecen en algún lugar de Palacio de Justicia. La Sala
Civil Permanente, por su lado, tiene la coartada perfecta para no tramitarlos:
carece de tiempo porque está desbordada con su propia carga procesal. En
consecuencia, hace ocho meses que se niega justicia a miles de litigantes en la
Corte Suprema de nuestro país sin que eso preocupe a alguien. Es en este
escenario de presupuesto raleado e infraestructura miserable donde se regula
un procedimiento postmoderno signado por la oralidad y la fantasía, rasgos que
en países como el nuestro significan procesalmente lo mismo.
El último párrafo del artículo comentado confirma el absurdo del artículo
6, es decir, que la improcedencia puede ser declarada por el juez solo luego de
leer la contestación a la demanda. Ahora, ¿cómo puede una contestación
confirmar la presencia de una improcedencia de la demanda? Un reto más al
sentido común. El último párrafo también regula que el juez prescinde de la
audiencia y expide sentencia “si el acto lesivo es manifiestamente ilegítimo”.
Aunque no dice el sentido, parece ser que para el legislador, en este caso, la
sentencia es fundada. Nuestra duda es cómo hacer para identificar lo
“manifiestamente ilegítimo” con lo inconstitucional, que sería la razón para
declarar fundada la demanda.
- El artículo 13 confirma lo que insinuaba el artículo anterior. El legislador
no solo ha renunciado a incorporar la tutela de urgencia sino que, además, ha
regulado un procedimiento cognitivo, de hecho más lato que el sumarísimo
previsto en el Código Procesal Civil. En pocas palabras, el legislador ha
ordinarizado la urgencia, es decir, al prolongar lo que imprescindiblemente
debería ser breve ha contradicho lo razonable hasta el límite de lo permitido.
Que los medios probatorios se presenten con los escritos de demanda y
contestación de esta, por ejemplo, es el típico caso de un plenario.
El segundo párrafo regula la teoría del hecho nuevo propio y también del
impropio, es decir, la admisión de prueba sobre hechos ocurridos antes y
durante el curso del procedimiento. El límite es que no se puede admitir luego
de la audiencia “bajo ningún motivo” pero, a continuación, prescribe que se
puede hacer valer en segundo grado o ante el Tribunal Constitucional.
Increíble, más restrictiva es la vía del conocimiento pleno del Código Procesal
Civil.
- El artículo 14 contiene en su primer párrafo dos instituciones de teoría
impugnatoria. La primera es la integración. Por esta, el grado superior puede
completar la decisión recibida, siempre que se encuentre fundamentada. Esto
último es su presupuesto y esencia, de lo contrario, el superior podría actuar
8

con una alta dosis de arbitrariedad. Este último requisito no parece preocuparle
al legislador, solo afirma que las decisiones se pueden integrar.
En ese mismo primer párrafo le conceden al superior la potestad de
subsanar cualquier nulidad. Dos preguntas no respondidas en el artículo
comentado: ¿y si se trata de una nulidad insubsanable? Por otro lado,
¿también alcanza a las nulidades que solo son proponibles a pedido de parte?
- En el artículo 16 hay un error. Dice: “… la represión del acto represivo
sobreviniente.”, cuando debe decir: “… la represión del acto homogéneo
sobreviniente”.
- El artículo 17 repite textualmente el artículo 8 del Código derogado. Una
verdadera lástima porque si algún artículo requería modificación era este. Su
falencia se explica en una concepción trasnochada respecto de la importancia
social de asegurar el cumplimiento de las decisiones de la judicatura.
Repitiendo una clasificación tradicional y con fundamento en una concepción
garantista superada, se coloca solo en competencia del juez penal la facultad
de detener a quien incumpla una decisión judicial.
Por cierto, tal reducción significa que el agraviado y ya ganador, deberá
continuar (o empezar) un nuevo trámite ante el Ministerio Público para lograr
que este persuada al juez penal quien, finalmente, decidirá si hace efectivo lo
que solo es un apremio por incumplimiento de decisión judicial firme. Solo para
recordar, en el common law el instituto del Contempt of court (desacato a la
corte) permite a cualquier juez cuya decisión no se ha cumplido, con
prescindencia de su grado o materia, requerir al infractor que lo haga, bajo
apercibimiento de ser detenido.
Tanto la detención, como la destitución, las astreintes o el pago de lo
ordenado con el propio patrimonio del funcionario obligado, son los
instrumentos -medidas coercitivas- que permiten asegurar la eficacia de la
función jurisdiccional. En el caso concreto de la tutela de los derechos
fundamentales, tales herramientas configuran la esencia de la tutela misma.

4. Capítulo II, Medida cautelar


- En el primer párrafo del artículo 18 se dice: “Se pueden conceder
medidas cautelares y de suspensión del acto violatorio…”. Siendo la
suspensión del acto violatorio una medida cautelar, la redacción contiene un
error que se pudo remediar al momento de la reforma.
Al referirse a la medida cautelar se afirma: “teniendo en cuenta su
irreversibilidad”. La medida cautelar debe concederse asegurando que su
actuación sea reversible, dicho de otra manera, lo que se debe garantizar es
que no transgreda el límite de irreversibilidad, al revés de lo que se afirma.
- También podría resultar un asunto menor lo previsto en la sumilla del
artículo 19, pero se pudo resolver. No son requisitos de la medida cautelar los
9

que allí se describen sino sus presupuestos, es decir, la exigencia allí descrita
es el mérito cautelar. Lo expresado no descarta que haya requisitos
insubsanables como el transcurso del tiempo, pero igual seguirán siendo
requisitos y no presupuestos en tanto se refieren a la estructura y no a la
función de la medida. El análisis del mérito de un tema cautelar es, entonces,
un asunto referido a sus presupuestos.
- El legislador ha decidido innovar en uno de los temas más complejos de
la teoría cautelar. Nos referimos al “peligro en la demora” como presupuesto
para conceder una medida, atendiendo al riesgo que soportaría el solicitante de
ella si no fuese concedida.
El legislador ha prescindido del término “peligro en la demora”, pero no
del concepto, el cual lo ha reemplazado por el término “certeza razonable de
que la demora en su expedición pueda constituir un daño irreparable”. La
desventaja de usar muchas palabras para definir algo es que quien lo haga
debe hacerse cargo de todas. Ahora bien, ¿tendrá sentido usar el término
“certeza” en sede cautelar? Sobre todo cuando la provisionalidad y la
variabilidad son rasgos esenciales de la materia cautelar. ¿De qué “certeza”
hablamos?
Lo insólito es que el “peligro en la “demora” como presupuesto cautelar
clásico está referido a la dilación que se produce por el transcurso del proceso
hasta que se llega a una decisión firme, esto es, el margen diferencial. Sin
embargo, si se aprecia la frase del artículo, esta parece referirse a la demora
en expedirse la medida cautelar. Sin duda es un absurdo, pero es el resultado
de la lectura de una frase que confunde innecesariamente lo que es sencillo1.
- Se ha cambiado la sumilla del artículo 16 del Código derogado por la del
artículo 20 del “nuevo”. Antes era “Extinción” y ahora es “Conversión de la
medida cautelar”. Se trata de un error porque la extinción es el género donde la
conversión es una de sus especies. Cuando un procedimiento concluye,
siempre se extingue la medida cautelar. Si la sentencia es favorable al titular de
la medida cautelar, se produce la conversión de esta a medida ejecutiva. En la
otra hipótesis, se extingue la medida cautelar y su titular podría soportar una
exigencia por los daños y perjuicios que aquella causó.

5. Capítulo III, Medios impugnatorios

1
Tanto la doctrina como la legislación han pretendido establecer grados de la demora.
Ocurrió en el caso peruano. Se empleó el término “agravio irreparable” para nombrar
un estado radical de la demora. Con la perspectiva que otorga el cuarto de siglo
transcurrido ya no compartimos esa idea. Creemos que el peligro en la demora es un
solo concepto que, como cualquier otro, será el juez quien adecúe su nivel de exigencia
respecto de cada caso concreto.
10

- El Artículo 21 contiene una de las regresiones más peligrosas en la que


puede incurrir un legislador en materia procesal. Si una de las formas más
comunes de retrasar un procedimiento es emplear masiva y maliciosamente los
medios impugnatorios, el gran error del juez nacional -desde la vigencia del
Código Procesal Civil- viene consistiendo en su falta de rigor en el control del
juicio de procedencia de estos.
Esta deficiencia se profundiza cuando el artículo comentado libera al
impugnante del deber procesal de fundamentar el recurso, acto que, como
sabemos, no es libre sino debe estar referido al error o vicio identificado y al
agravio producido. La exigencia es trasladada en el artículo al grado superior,
es decir, cuando ya se perfeccionó el perjuicio al principio de economía
procesal, al haberse tramitado íntegramente un recurso que, en muchas
ocasiones, debió ser rechazado liminarmente.
- El inciso c) del artículo 22 reitera una “creación” de la jurisprudencia
nacional a la que resulta necesario prestarle atención. En el proceso civil
peruano, como en la doctrina y legislación comparadas, existe la casación por
salto. Como en nuestro sistema los procesos civiles discurren por dos grados y
una corte de casación, el instituto citado permite a las partes que puedan –
antes o durante el procedimiento- acordar prescindir del empleo del segundo
grado. Siendo así, las partes pueden recurrir la sentencia de primer grado con
recurso de casación, siempre que el derecho discutido no sea irrenunciable. El
sustento de este artículo es el principio de economía procesal y, por cierto, la
voluntariedad que es propia de los medios impugnatorios.
¿Y qué es la apelación por salto? Difícil dar una definición. Mejor la
describimos: si un procedimiento es resuelto por el TC y si, al encontrarse en
etapa de ejecución –obviamente en primer grado- se produce una controversia
respecto de cómo se ejecuta la decisión, la apelación que se interponga pasa a
ser competencia del TC. Imaginamos que la razón del instituto es que el TC
pueda aportar una interpretación auténtica sobre aquello que resolvió.
Lo dicho es solo una interpretación. Lo que hace la norma actual es solo
identificar los casos en que procede. Por ejemplo, “cuando se verifique una
inacción en la ejecución o cuando se decida en contra de la protección
otorgada al derecho fundamental agredido…”. Por otro lado, se regula que es
improcedente su empleo cuando la controversia es un tema cuantificable o
cuando la sentencia establece que su cumplimiento es progresivo.
Si tan solo se hubiera regulado correctamente un sistema de medidas
coercitivas, este artificio absurdo de la apelación por salto estaría sobrando.
Sus creadores, y quienes la han afinado, han prescindido del hecho que
cuando un justiciable ha llegado a la etapa de ejecución es porque, si ha tenido
suerte, ha podido soportar cinco largos años de angustia desde que necesitó
tutela constitucional. Entonces, cuando se supone que ha obtenido éxito, una
controversia sobre cómo se ejecuta la decisión devuelve el expediente al TC
donde, más allá de la voluntad de sus miembros este actúa con la presteza de
11

un elefante enyesado, por lo que otra vez, con suerte, devolverá el expediente
tres años después.
Es cierto que hace años el Tribunal Constitucional Federal alemán
(Bundesverfassungsgericht o BVerfG), utilizando un enunciado de su
reglamento, realizó algunas injerencias en la ejecución de sus decisiones. Sin
embargo, lo cierto es que lo hizo poquísimas veces. En esos casos, marcó
tierra sobre algunas decisiones cuya excepcionalidad requería una actuación
original que necesitaba estar legitimada por el órgano máximo. Es clásico el
caso de un habeas corpus cuya ejecución no hubiera satisfecho al
demandante, salvo que se actuara como si fuese una sentencia de amparo.
Siendo así, el Tribunal resolvió que así debía ejecutarse, pero no abrió la
puerta a la arbitrariedad sino estableció el marco de excepcionalidad en que tal
situación se podía dar.
Aunque el artículo comentado no lo prescribe, debe entenderse que solo
procede apelación por salto cuando el expediente estuvo en el TC, pues se
trata de que el órgano de cierre enseñe cómo debe ser actuada la decisión que
expidió. Si fuera así, la norma estaría provocando una discriminación contra los
litigantes cuyo proceso constitucional no llegó al TC. Si es al revés, esto es, si
la apelación por salto es aplicable a todos los procesos constitucionales donde
se presenten incidentes de ejecución, se va a saturar el TC que, desde hace
mucho, soporta más casos de lo razonable.
La alternativa no es otra que eliminar la apelación por salto.
- El artículo 23 contiene el trámite en segundo grado y describe una serie
de plazos cuyo rasgo principal es que no se van a cumplir. Que el órgano de
primer grado eleve el expediente solo dos días después de que concede el
recurso o que el segundo grado fije la Vista en el plazo de cinco días hábiles de
recibido el expediente es, como resulta evidente para quien realice actividad
forense, pura fantasía.
El legislador cuando no delira, yerra. Prescribe que el superior debe fijar
la Vista sin emitir auto de avocamiento. Si se cumple este extremo de la norma,
estaremos ante una decisión inconstitucional. El auto de avocamiento es
esencial en un procedimiento, pues permite que las partes conozcan al juez o
jueces que van a decidir su caso, esto es, el auto asegura a las partes su
derecho a un juez natural. Es posible que el legislador haya considerado que
expedir el auto de avocamiento atrasa el trámite. Si esa fue la razón, el tema se
resuelve de manera sencilla: en la notificación de la resolución que fija la Vista
se notifica también el avocamiento.
Lo insostenible es que deje de haber auto de avocamiento. La mala
costumbre de creer que la doctrina debe referirse siempre a los institutos
procesales y no al procedimiento en su expresión práctica determina que se
llegue a esta ligereza que, reiteramos, es inconstitucional. Al final lo que va a
ocurrir es que los jueces harán control difuso sobre la norma y expedirán junto
con la fecha de Vista, el correspondiente auto de avocamiento.
12

- Si llega una sentencia al TC y este considera que, por razón de mérito,


la demanda es manifiestamente infundada, aun cuando sea procedente el
recurso de agravio, expide sentencia sin más trámite declarando infundada la
demanda. A esta decisión el propio TC la denomina sentencia interlocutoria y
tiene como sustento un precedente vinculante2.
El artículo 24 modifica este precedente que, desde una perspectiva
procesal, constituye un error clamoroso. Un dato elemental para comprender lo
ocurrido pasa por tener claro qué significa una sentencia interlocutoria3.
En ese contexto, entonces, y sobre la base de que el Código Procesal
Civil es norma supletoria para cualquier ordenamiento procesal, queda claro
que una resolución interlocutoria no es, en ningún caso, una sentencia. Se trata
del acto con la que el juez resuelve un incidente, eso implica que se trata de un
auto, en tanto coadyuva en la marcha del procedimiento hacia su conclusión,
resolviendo cuestiones ocurridas en el curso del procedimiento, exactamente
como enseña su significado etimológico.
Si el objetivo del TC era reducir su carga procesal y evitar aquellos
casos donde la infundabilidad de la pretensión discutida es tan evidente que no
requiere trámite para su declaración, había manera de concretar tal reducción
sin cometer actos arbitrarios (no notificar a las partes que el expediente estaba
expedito para ser resuelto o construir una sentencia sin expedir auto de
avocamiento).
El “nuevo” Código prescribe que obligatoriamente haya Vista y, además,
que se conceda el derecho de defensa. Sin embargo, hubiera sido una reforma

2 Nos referimos al Fundamento No. 49 de la STC 987/14/PA/TC que permite al TC


expedir sentencia denegatoria cuando: “a. Carezca de fundamentación la supuesta
vulneración que se invoque; b. La cuestión de derecho contenida en el recurso no sea
de especial trascendencia constitucional; c. La cuestión de Derecho invocada
contradiga un precedente vinculante del Tribunal Constitucional; y d. Se haya decidido
de manera desestimatoria en casos sustancialmente iguales. La citada sentencia se
dictará sin más trámite”.

3 Se trata de una institución de vieja data (siglo XIII), aparece regulada en la


Partida III, Título XXII, Ley 2ª. (“el mandamiento que el juzgador hace sobre alguna
duda que acaece en el pleito”). Lo que tiene mucha lógica porque, etimológicamente,
deriva de inter (dentro) y locutio (hablar o discutir), por tanto, es lo que se hace
“mientras se habla o se discute”.

Sin embargo, para el siglo XIX, la Ley de Enjuiciamiento Civil de 1881 -


antecedente directo de nuestro CPC de 1912- descartó su uso, clasificando los actos
del juez en: a. providencias; b. autos y c. sentencias. Nosotros acogimos el criterio,
pero variando decreto por providencia. Igual ocurrió en Italia, el CPC de 1940 reservó la
sentencia para la decisión sobre el mérito; ordenanza para las decisiones
procedimentales (ordinarias) y decretos para algunas decisiones ordinarias con
contenido (medidas cautelares, pronunciamientos sobre jurisdicción voluntaria e
incidencias ejecutivas sobre el mérito). Brasil mantiene su empleo, pero de una manera
idónea. Los actos del juez son sentencias que concluyen el proceso (definitivas si
resuelven el mérito o terminativas si se refieren al procedimiento); decisiones
interlocutorias (si resuelven incidentes) y despachos (si no deciden, sino impulsan y
son inimpugnables).
13

idónea que trasladara el juicio de procedencia del recurso de agravio al TC,


agregándole a los requisitos de procedencia aquellos que aparecen como
reglas del precedente vinculante en el Fundamento No. 49, aunque con algún
grado de afinamiento4. Con lo cual hubiera bastado que, en la hipótesis que el
TC considere que la demanda es manifiestamente infundada, declare
infundado el recurso de agravio constitucional.
- El artículo 26 regula el instituto de la Actuación de sentencia impugnada,
por el cual se concede al ganador de primer grado la facultad de ejecutar la
sentencia, sin perjuicio de la impugnación que pueda soportar. Su principal
diferencia con una medida cautelar es que no está sometida al límite de
irreversibilidad, es decir, la sentencia se ejecuta como si fuera definitiva, por lo
menos en doctrina. Por esa razón, solo es funcional para las sentencias de
condena porque en las otras sus consecuencias, de revocarse o anularse la
decisión ejecutada, serían nefastas.
El artículo comentado le da un tratamiento cautelar a la actuación de
sentencia impugnada al limitar su irreversibilidad, aunque su mayor defecto es
que no precisa su ámbito de actuación.
- El artículo 27 varía erróneamente la sumilla del artículo 22 del Código
derogado. Este decía “Actuación” y el actual dice: “Ejecución de sentencias”,
sin advertir que el género es la actuación donde la especie es la ejecución, en
tanto hay sentencias que se actúan pero que no requieren el uso de medios
ejecutivos, como aquellos en que las sentencias son autosatisfactivas.
El juez peruano jamás fue consciente del poder que le otorgó el artículo
22 del Código derogado. Por eso, debe lamentar que ahora todo lo que pueda
hacer cuando quiera ejecutar la sentencia que expidió será comportarse como
un subordinado. Así, si el derrotado no cumple la sentencia, el juez tendrá que
“acusarlo” ante el Ministerio Público para que este lo denuncie y luego continúe
todo lo que ya sabemos.
Hay un párrafo sorprendente. Se regula que el juez puede realizar actos
de ejecución (remoción, destrucción de cosas, paralización de obras, etc.,), y
con ello, equipara sus potestades con las de un juez civil. Sin embargo, las
sentencias constitucionales van a cumplirse o no, mayoritariamente, en función
de la voluntad del perdedor que fue quien produjo la amenaza o agravio. Y para
cubrir esta exigencia, en lugar de contar con un elenco de medidas coercitivas,
el juez constitucional solo es un denunciante más ante el Ministerio Público.
Entra a la cola.

4
Así, el inciso a) pudo ser reemplazado por una exigencia más puntual: la existencia de
conexión lógica entre los hechos constitutivos y el núcleo constitucional del derecho
invocado. El inciso b) debería ser descartado, la “trascendencia constitucional” de una
cuestión tiene una dimensión demasiado subjetiva como para que constituya un
requisito de procedencia. El inciso c) es preocupante, si el TC no debe conocer casos
donde se contradice un precedente vinculante que ha expedido, ¿en qué circunstancia
el TC podría modificar su precedente vinculante? El inciso d) cumple con la exigencia
de una improcedencia por economía procesal.
14

6. Título III, Proceso de Amparo


- Aun cuando se trate de un asunto menor, es bueno que el legislador sea
pulcro porque no solo escribe sino prescribe. El artículo 39 dice: “El afectado es
la persona legitimada para interponer el proceso de amparo”. Lo que se
interpone es la demanda y a lo que esta da inicio es a un procedimiento, en
este caso a uno típico, el amparo.
- El primer párrafo del artículo 42 extiende la competencia facultativa del
demandante al domicilio del autor de la infracción. Siendo un proceso donde la
tutela a prestar debe ser urgente, se trata de un mérito del “nuevo” Código. El
segundo párrafo del artículo 42 es, en cambio, un baldón para este.
Ningún legislador procesal puede actuar sin tener conciencia del sistema
judicial que tiene y del que debe tener. En este caso, ninguna reforma judicial
puede hacerse prescindiendo de la función que cumple la Corte suprema, en
tanto órgano de cierre. Una tara que acompaña a nuestra estructura judicial es
la exigencia de algunos órganos estatales para que sus casos empiecen en las
salas superiores. Lo pernicioso de una decisión así es que las salas supremas
pasan a ser órganos de grado y cortes de casación a la vez, con lo cual, cada
vez queda más distante la posibilidad de contar con un sistema de casación
donde la Corte suprema cumpla su función de ordenar y actualizar el
ordenamiento jurídico a través de sus decisiones.
En el presente caso, se regula que los procesos de amparo contra
resoluciones judiciales empiezan ante una sala superior. Como no se conoce al
legislador y menos lo que piensa, el fundamento de tal reforma puede ser el
hecho de considerar ilógico o irrespetuoso que un órgano de primer grado
revise lo actuado por un superior, o más aún por la Corte suprema. Si así fuera,
sería un argumento que tiene un poco más de doscientos años de atraso.
Creer que los grados judiciales constituyen una “jerarquía” que debe ser
respetada pertenece a los restos fosilizados de una organización judicial
revejida y absurda.
- El artículo 44.28 cierra la lista de los derechos fundamentales tutelados
con amparo. Allí se dice: “Los demás que la constitución reconoce”. Siendo un
valor entendido en la doctrina constitucional que los derechos fundamentales
no son un número cerrado, carece de sentido limitarlos al listado de la
Constitución. Hubiera sido mejor referirse a los que sean reconocidos, sin
precisar la fuente, en tanto podría ser el mismo juez.
- El artículo 45 establece los plazos para interponer la demanda. Es
notorio el cambio respecto del amparo judicial. Este corre desde la fecha en
que se notifica la resolución que va a ser impugnada, ya no desde que queda
expedita para ser actuada.
- Entre el artículo 46 y el artículo 48 hay una relación que ni las sumillas ni
el contenido la precisan. El primero se sumilla así: “Acumulación subjetiva de
oficio”. Con ese nombre el legislador ha regulado un caso de litisconsorcio
necesario, aunque la redacción deje mucho que desear. Si un juez incide en la
15

conformación de la relación procesal y decide que una persona debe ser


emplazada, es porque su presencia es indispensable. Estamos ante un
litisconsorte necesario. Como es obvio, un juez no puede incorporar a un
litisconsorte facultativo. Está fuera de su función. En este caso, o lo propone
una de las partes o lo hace el mismo sujeto, sin perjuicio de que sea el juez
quien resuelva su ingreso. Entonces, la sumilla debió decir: Litisconsorcio
necesario, y también debió darse a las partes la facultad de que propongan su
ingreso.
Por otro lado, el artículo 48 se sumilla: “Intervención litisconsorcial”. Error
clamoroso. La intervención litisconsorcial es el género donde el litisconsorcio
necesario, facultativo, unitario y el simple son las especies. Lo que describe
este artículo es el litisconsorcio facultativo, es decir, el poder que tiene un
tercero de reclamar su ingreso porque la decisión lo puede afectar
indirectamente.
- La sumilla del artículo 51 es defectuosa. El tema es la competencia
subjetiva cuyas especies son: el impedimento (prohibición absoluta), la
recusación (participación cuestionable) y la abstención (ámbito moral, ergo,
privado). Dice el artículo: “El juez debe abstenerse cuando concurran las
causales de impedimento…”. Eso es incorrecto porque tal situación ni siquiera
necesita regulación. Si un juez actúa estando impedido, debe ser destituido (un
ejemplo de impedimento es que el juez haya sido antes parte en el mismo
procedimiento).
Lo que parece que se ha querido es descartar la recusación en los
procesos constitucionales, para lo cual solo se necesitaba decirlo así. Por otro
lado, si el objetivo fue evitar que el juez fugue del caso complicado con la
abstención, se debió regular que, si esta es infundada, el superior puede
sancionar al juez, si acredita que el pedido era evasivo, además con informe al
órgano disciplinario.

7. Título IV, Proceso de Habeas Data


En este título se advierte como la evolución tecnológica le ha impuesto al
sistema legal nuevos parámetros en su regulación. Prueba de ello es que en el
artículo 61 del Código derogado apenas en dos incisos se describía el ámbito
de protección del proceso comentado. Sin embargo, el artículo 59 del “nuevo”,
además de la tutela al acceso a la información, incorpora por lo menos
dieciséis modalidades de defensa de la autodeterminación informativa. El
cambio empezó con la Ley 29733 –Ley de Protección de Datos Personales-.
De ella surge la necesidad de precisar el ámbito de la tutela.
- En materia procedimental no se aprecia nada significativo como para ser
comentado, salvo una inversión de la carga de la prueba en el artículo 62.
Cuando se presenta la eventualidad de que se pueda ocasionar daño
sustancial al interés público o al derecho protegido, la carga de la prueba pasa
a recaer sobre la institución pública demandada.
16

8. Título V, Proceso de cumplimiento


El artículo 65 hubiera cumplido mejor su cometido, si el párrafo de cierre
afirmara que no son materia de este proceso las pretensiones que están
listadas en la Ley del Procedimiento Contencioso Administrativo. Es cierto que
la lista no es completa pero, en cualquier caso, es más precisa que la forma
como se ha regulado.
- El artículo 66 es original y bueno, lamentablemente en lo que es bueno
no es original y viceversa. Dice la sumilla: “Reglas aplicables para resolver la
demanda”, sin embargo, lo que se resuelve en un procedimiento contencioso
son el o los conflictos. Si son reglas para resolver la “demanda”, aunque no sea
el caso, se dejaría fuera a la reconvención, simplemente por escribir lo que no
corresponde.
Sin embargo, cabe la posibilidad que toda la construcción de este
artículo tenga que ver con la admisión de la demanda y no con el mérito. Un
solo ejemplo: cuando el mandato legal cuyo cumplimiento se pretende es
“genérico o poco claro”, se dice que para interpretarlo el juez debe utilizar “los
métodos clásicos de interpretación jurídica”. Nos parece que lo que merecía
regulación era una alternativa a lo que siempre hace el juez. De lo contario, se
termina regulando lo obvio. Lo descrito corresponde al caso donde un mandato
es sencillo.
Esto significa que si el mandato es complejo, el juez debe emplear otras
reglas, es de suponer más sofisticadas. Pero no es así. Una de ellas dice que
se emplea “una mínima actividad interpretativa” (sic) que implica el uso de los
“métodos clásicos de interpretación jurídica”, aplicando además “los criterios de
especialidad, cronológico y jerárquico”. Esta diferencia entre lo simple y lo
complicado es densa e incomprensible. Luego se afirma que, “de ser
necesario”, el juez “aplica una mínima actividad probatoria” que permita
“confirmar la veracidad del mandato”. Bueno, todo esto en la hipótesis de un
mandato complejo.
Es muy difícil seguirle el hilo al legislador. Tal vez -como podría
deducirse del inciso 3.- el artículo comentado se refiera no al mérito sino a la
admisión de la demanda y solo se trate de una aplicación del aforismo favor
processum, esto es, que en la duda sobre la obligatoriedad del mandato legal
se debe admitir la demanda (dice que entra “al fondo del asunto”).
Y, finalmente, el inciso 4. eleva el nivel de incertidumbre al máximo. Se
regula el ejercicio del control de difuso. Este, como sabemos, aparece
duplicado en la Constitución, en la Ley Orgánica del Poder Judicial y en otros
enunciados normativos nacionales, sin que exista la más mínima duda de que
es un deber del juez inaplicar una norma si considera que es inconstitucional.
¿Cuál fue la razón para insistir en su regulación?
17

9. Título VI, Procesos de Acción Popular, Inconstitucionalidad y


Competencial
- Una curiosidad del artículo 74 es que no contiene el proceso
competencial que sí aparece en el título.
- El artículo 75 tiene un agregado pertinente. Adiciona los casos en que la
demanda de acción popular es improcedente. Podemos estar de acuerdo o no,
sin embargo, hubiera sido bueno que la sumilla contemplara tal adición, por
ejemplo, “Procedencia y rechazo de la demanda de acción popular”.
- En el artículo 84, una vez más, se pierde la oportunidad de ordenar o,
por lo menos, no alterar la estructura del sistema judicial. Sigue tramitándose la
demanda de acción popular ante una sala superior como órgano de primer
grado. Ya anotamos los perjuicios –más allá de que en este caso sean pocos-
que trae alterar el inicio de los procedimientos, sobre todo para darle la
importancia que le corresponde a la función casatoria de la Corte suprema.
- El artículo 87 es impecable, tanto que debió estar en el Título Preliminar,
en tanto es común a todo procedimiento.
- Los artículos 86 y 99, aplicables a los procesos de acción popular e
inconstitucionalidad respectivamente, cumplen exactamente la misma función:
precisar que en los procesos dirigidos contra enunciados normativos el ejercicio
del control difuso prima sobre el plazo prescriptorio. Dado que en la estructura
del “nuevo” Código hay un Capítulo de “Disposiciones Generales”, hubiera sido
mejor que se colocara un artículo allí.
- Casi se entiende lo que se quiere con el artículo 103, lo que no se
comprende es la necesidad de reiterar la manera deficiente con que lo había
regulado el Código derogado. Se prescribe: “1. Cuando el Tribunal hubiere
desestimado una demanda de inconstitucionalidad sustancialmente igual en
cuanto al fondo; o”.
El concepto “desestimar” o su contrario son, por lo menos, dudosos en
su significado. Se desestima lo que se desdeña, desprecia o desatiende.
¿Cuándo se declara infundada una demanda se le desdeña o desatiende?
Podría ser. ¿Y si se le declara improcedente? También. Si el asunto está así,
entonces la categoría no ayuda. ¿Para qué complicarse?
La frase es producto de la necesidad del legislador de enfatizar que la
“desestimación” se refería al pedido y no a la validez del procedimiento. Por
eso se repiten palabras para que le den sentido a lo que quiso decir. Si
eliminan la palabra “sustancialmente”, por ejemplo, el asunto sigue siendo
claro. A pesar de lo cual la frase sigue siendo técnicamente defectuosa.
El término “fondo” suele emplearse como contrario de “forma”. Su
empleo es común debido a que todo instituto jurídico tiene estructura (forma) y
función (fondo). Pero en materia procesal son mal usados cuando se afirma
que establecen la diferencia entre la materia que se discute (fondo) y el
procedimiento donde ella se discute (forma). Por ello sería aconsejable que
18

por lo menos dentro del ámbito procesal, nos refiramos al “procedimiento” y al


“mérito”5, respectivamente. Al estabilizar su empleo, no generaremos
incertidumbre, sobre todo desde el plano normativo, que resuelta ser el lugar
más sensible para que se propaguen los entuertos.
A partir de lo descrito, el encabezamiento y el contenido del inciso 1. del
artículo 103 pudo ser este: “Una demanda de inconstitucionalidad es
improcedente: 1. Si el Tribunal Constitucional ya declaró infundada una
demanda sobre la misma norma”. La propuesta se sustenta en lo que creemos
que quiso decir el legislador. Si su objetivo fue otro, debemos presumir que lo
regulado está bien.

10. Título VIII, Tramitación en sede del Tribunal Constitucional


- El artículo 113 constituye otra oportunidad perdida. La acumulación de
procesos es un excelente instituto para que un órgano jurisdiccional haga
efectivo el principio de economía procesal y, además, evite la expedición de
decisiones contradictorias. En el caso de un órgano de cierre, como el TC, es
importante que se acumulen procedimientos cuando la materia en conflicto es
sustancialmente uniforme. Con ello, su función prospectiva pasa a ser
trascendente, en tanto estará dirigida a orientar el pensamiento jurídico, político
o social con menos decisiones, pero con más profundidad y extensión. No es
poca cosa.
La defección está en que el enunciado dice que la acumulación procede
cuando los procedimientos “sean conexos”. La conexidad es una categoría
genérica. En algunos casos la relación es mínima, por ejemplo, en dos
procedimientos solo se repite uno de los sujetos procesales, y en otros, el nexo
es intenso. Por ejemplo, los procedimientos comparten un hecho constitutivo.
Siendo así, la frase del artículo es muy pobre. Dice todo y, tal vez por ello, sirve
muy poco.
- El artículo 116, como en algún otro caso que ya se comentó, regula
plazos de fantasía. Le impone al TC un plazo de treinta días desde que recibió
el expediente para que resuelva el recurso. ¿Qué tendría que haber ocurrido
para que el plazo de cuatro años, que en promedio permanece un proceso de
amparo en el TC para ser resuelto, se reduzca a treinta días?
- El artículo 117 establece que los procesos de habeas corpus, amparo,
habeas data y de cumplimiento serán conocidos por el TC que, a este objetivo,
se dividirá en dos salas de tres miembros cada una.

5 Si dentro de un procedimiento se propone una nulidad, esta se tramita como incidente.


Si se incumple con adjuntar la tasa por el pedido de nulidad, se incurre en causal de
inadmisibilidad. Si se interpone la nulidad fuera del plazo, se comete causal de
improcedencia. Pero si se logra acreditar la ocurrencia del vicio, se expedirá un auto
declarando fundada la nulidad. Con lo cual la nulidad, instituto procesal, habrá sido el
mérito del incidente descrito.
19

- El artículo 118, bajo la sumilla “Las decisiones jurisdiccionales del Pleno”


regula que los mismos procesos citados en el artículo anterior, pueden ser
conocidos por el Pleno, siempre que el reglamento normativo de este así lo
disponga. Luego precisa que, en esos casos, la decisión se obtiene con cuatro
votos conformes.

11. Disposiciones Finales


- Continuando con el entusiasmo por la legislación fantástica y, por tanto,
inútil, se prescribe en la Disposición Tercera que todas las sentencias finales y
sus aclaratorias recaídas en los procesos constitucionales serán remitidas
dentro de las 48 horas siguientes a su expedición al diario oficial El Peruano,
para su publicación dentro de los diez días siguientes.
El legislador ha asumido como plausible que el ritmo de actuación de los
órganos jurisdiccionales, así como de la empresa encargada de la impresión va
a soportar los plazos que ha establecido. Por otro lado, al elevado costo que
impone la publicación ordenada, debe adicionársele su relativa eficacia. Las
partes e interesados conocen la decisión de la manera formal, así que a ellos
no les interesa la publicación. Los otros interesados podrían ser los
académicos, pero al saber que las publicaciones son indiscriminadas, pierden
interés y prefieren leer solo aquellas seleccionadas por las revistas de
jurisprudencia. Entonces, trabajo y gasto para nada.
- En la Disposición Final Sétima del Código derogado, siguiendo las
pautas de la Corte Suprema de los Estados Unidos, se reguló un órgano oficial
del Tribunal Constitucional, la Gaceta Constitucional. Teniendo el TC el control
pleno de su publicación, podría uniformizar la eficacia temporal de sus fallos y
difundir sus criterios jurisprudenciales en camino de consolidarse. El Código fue
derogado y esta normal jamás se implementó, prefiriéndose la publicación
indiscriminada e inútil.

También podría gustarte