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1
Transcripción
Angie Martínez

Colaboración
Ararita moon

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Sinopsis

Cuando Margaret Hale rechazó apresuradamente la ferviente


propuesta de matrimonio del rico industrial, no pudo haber previsto
los acontecimientos que la llevarían a cambiar de opinión y abrir su
corazón. Pero, ¿era demasiado tarde para hacérselo saber al atractivo
y melancólico propietario del molino?
Basado en la novela “Norte y Sur” de Elizabeth Gaskell, este libro
teje un cambio cerca del final de la trama original para crear una
continuación romántica de una historia de amor perdurable. Un
corazón para Milton da vida a todos los ricos personajes de Gaskell:
Nicholas Higgins, Hannah Thornton, Henry Lennox, Mr. Bell y otros.
Pero en su esencia, esta historia revela la alegría, la esperanza, la pasión
y la satisfacción del amor forjado entre John Thornton y Margaret Hale
mientras el lector sigue su viaje a través de las incertidumbres de su
compromiso con las pruebas encontradas en su primer año de
matrimonio... y más allá.

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— CAPÍTULO 1—

Margaret permaneció sentada mirando fijamente los libros de su


padre, incapaz aún de comprender el hecho de que ya no lo volvería a
ver ni escucharía su voz. Su padre había sido su única ancla de la
infancia despreocupada que recordaba. Desde su llegada a Milton, la
vida le había parecido una lucha interminable, aunque había intentado
con todas sus fuerzas hacer felices a sus padres, alegrarse ante las
dificultades y el dolor; sin embargo, todo era demasiado, se sentía a la
deriva, perdida en un mar embravecido, cuyas olas la arrastraban sin
descanso hasta que finalmente se había hundido en ellas.
Ahora estaba sola, sus dos padres se habían ido y su tía Shaw
había venido para llevársela. Había perdido a su familia y ahora
perdería su hogar, para convertirse en una invitada permanente en la
casa de su tía. La tragaría la rutina diaria de la cómoda y bonita vida de
su prima Edith.
—Oh, querida, como has sufrido —declaró enfáticamente, la Sra.
Shaw —. Dixon se quedará y organizará una subasta de todo —anunció
con autoridad.
Margaret se despertó de su ensoñación para contradecir la orden
de su tía.
—No. No todos los libros —suplicó.
Era todo lo que le quedaba de su padre, libros en los que había
pasado la mayor parte de su vida leyendo y analizando. Estos habían
moldeado su vida; de hecho, sentía a su vez, que estos la habían llevado
a cambiar Helstone por Milton.

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¡Milton!
Se iría de Milton ahora que había llegado a apreciarlo. Había
llegado a admirar el ritmo laborioso de la ciudad y las personas
prácticas y trabajadoras que vivían aquí, se sentía cómoda con sus
modos más simples y sin pretensiones. Extrañaría ver a sus amigos
Nicholas, Mary y los niños Boucher.
—Nos vamos de inmediato —continuó la Sr. Shaw, cada vez más
convencida de que la recuperación de Margaret dependería de ello.
La Sra. Shaw mantenía listo su pañuelo en la mano, mirando con
agitación la habitación abarrotada que había sido la casa de los Hale.
¡Cómo había podido vivir Margaret en este lugar! Pensó en un
momento ¡No podía ni imaginarlo! Este pueblo sucio y lleno de humo
era ofensivo y totalmente inadecuado para una familia correcta. Y
pensar que su pobre hermana se había visto obligada a vivir en este
miserable lugar. ¡No era de extrañar que hubiera muerto aquí!
—Nunca entenderé la razón de que tu padre dejara la parroquia
y los trajera a esta horrible ciudad. Que sufrimiento ha causado tu
padre —sintiéndose bastante justificada al menospreciar al hombre con
el que, consideraba, que su hermana nunca debió haberse casado.
Demasiado cansada para responder, Margaret pensó en cómo su
padre también había sufrido, llevando la carga de la culpa por llevar a
su familia a un lugar tan desconocido. Su padre había visto a su esposa
caer en el desánimo y debilitarse lentamente con la enfermedad. Su
madre había odiado venir a Milton y su padre lo sabía bien. Margaret
había tratado de restablecer el estado de ánimo de su madre y había,
visiblemente, mantenido un corazón alegre por el bien de sus padres.
Sin embargo, no pudo ayudar a su madre, que gradualmente fue
sucumbiendo al resentimiento y la amargura.

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¡Oh padre! No importa, nunca me arrepentiré del tiempo que
viví aquí, a donde nos trajiste.
Se le había abierto un mundo completamente nuevo. Todo aquí
era muy diferente de Helstone, aunque al principio se había sentido
abrumada. Su padre había abrazado el cambio, parecía estar sediento
de este. Había tenido muchas esperanzas de comenzar una nueva vida
como tutor y erudito. Y sabía que Richard Hale había tenido éxito, así
lo demostraba sus debates con el Sr. Thornton.
¡Sr. Thornton! Ya no lo veré más.
Sería correcto visitar a los Thornton antes de irse, como quiera
que fuese, habían sido amigos de sus padres ¿Quién le diría al Sr.
Thornton cuánto había significado su amistad para su padre? Esta
revelación arrojó una neblina de desolación sobre su mente.
—Debo decir adiós a todos nuestros amigos —dijo Margaret
lastimosamente. Un leve atisbo de su habitual autodeterminación
cobró vida.
—¡Me pregunto qué tipo de amigos se podría tener aquí! —
exclamó la Sra. Shaw con desdén—. Bien. Si debes hacer tales visitas,
te acompañaré. ¡Sin embargo, debemos irnos de inmediato! —la dama
decidió con autoridad.
Margaret se puso de pie vacilante como si tuviera miedo de
abandonar el lugar. Miró alrededor de la habitación y supo lo que
debía hacer. Leyó sigilosamente los títulos de los libros apilados en los
muebles que la rodeaban y encontró el título que buscaba, lo tomó y
se dirigió lentamente hacia la puerta. Melancólicamente caminó a
través de la casa de Crampton por una última vez.
Ya en camino Margaret miraba aturdida por la ventana del
carruaje alquilado mientras este traqueteaba haciendo eco por las calles
rumbo Marlborough Mills. Aunque se esforzó por no pensar en el Sr.

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Thornton, se vio inevitablemente atraída por su recuerdo una y otra
vez. En su mente, estaba muy serio, con su frente severa y con esa
expresión de desprecio en sus facciones. El hecho de ser la causa de
tal sentimiento la ponía muy triste.
Oh, ¿cómo pudo terminar todo tan terriblemente mal?
Si simplemente no se hubiera visto obligada a mentir, tal vez el
amigo de su padre todavía pudiera tener alguna estima por ella; sin
embargo, no se atrevía a imaginar lo que sería su opinión ahora.
Odiaba dejar Milton antes de tener la oportunidad de redimirse
ante el Sr Thornton. Por un momento, se cuestionó el motivo de
querer tanto su buena opinión, sintiendo la terrible ironía de la
situación. Ella, que lo había despreciado tanto, ahora quería
desesperadamente su aprobación. ¡Que ignorante había sido! ¡Con
que dureza lo había tratado! No quería otra cosa, más que el Sr.
Thornton supiera que su opinión sobre él había cambiado. Anhelaba
por hacerle comprender cuánto había aprendido a apreciar la fuerza y
la amabilidad de su persona. Se reprendió a si misma al recordar las
veces que sus palabras insensibles lo habían lastimado. Ahora ansiaba
poder hablar con él tan amablemente, para que sus dulces palabras
permanecieran en su conciencia y tal vez, estas tuvieran el poder para
reemplazar esos recuerdos desagradables que le había infundido.
Cuando el carruaje se acercó a las conocidas puertas de
Marlborough Mills, Margaret sintió que se formaba un nudo en el
estómago. La vista del lugar la llevó a recordar sus acciones en el día
de los disturbios y la cadena inconmensurable de eventos que le
siguieron a eso. El Sr. Thornton había hablado de sus sentimientos por
ella al día siguiente. No lo supo en ese momento, pero descubrió más
adelante que había hablado sinceramente, como siempre lo hacía.

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Pero no tenía sentido pensar en ello. Todo estaba en el pasado y
nada podía ser hecho ya. Había despreciado su amor y él había
renunciado a su pasión por ella. Y aunque Margaret intentaba ignorar
las palabras pronunciadas por el Sr. Thornton, estas todavía resonaban
en su mente. Deseaba secretamente que su sincero afecto por ella
nunca fuera abandonado.
Después de la muerte de su madre todo parecía haberse salido
de control. Se sentía como una observadora impotente que miraba
con inquietud, mientras el destino tejía los incontables hilos de su vida
en un intrincado tapiz que no podía ser desenmarañado o alterado por
simples mortales.
La parada abrupta del vehículo hizo que se sacudiera trayéndola
nuevamente a la realidad. Debía encargarse de la tarea que tenía por
delante. Cerrando los ojos, suspiró profundamente antes de salir al
frio del exterior.

El funeral en Oxford tuvo la presencia de una pequeña cantidad


de personas, suficientes, para dignificar el fallecimiento del ex vicario.
Ciertamente, más que el triste número que se mostró en el funeral de
la Sra. Hale en Milton. Thornton se alegró de haber podido asistir y
proporcionar el último homenaje a su amigo. Su amistad con el Sr.
Hale se había vuelto más fuerte en los últimos meses mientras trataba
de ayudar a su amigo en la batalla contra la tristeza. Sintió
profundamente su muerte como si fuera la perdida a un padre. De
hecho, si su deseo más íntimo se hubiera logrado, el Sr. Hale podría
haber sido su suegro.

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—¡Thornton! —Bell, un caballero ya mayor vestido
elegantemente lo saludó mientras bajaba las escaleras de granito de la
vieja iglesia para acercarse a él—. ¡Me alegro de que pudieras asistir!
Estoy seguro de que Richard habría estado complacido, ya que te tenía
en gran estima.
—Y yo a él —reconoció—. Era como un padre para mí —agregó
honestamente.
—Sí, ciertamente —Bell lo contemplaba con las comisuras de su
boca levantadas, estudiándolo—. Me temo que Margaret está
devastada, ¡pobre niña! Espero que puedas echar una mano,
Thornton, organizando los asuntos de Hale en Milton. Margaret se irá
a Londres pronto y creo que puedes intervenir, ayudándola a la manera
de un hermano amable, o un tío... —Bell lo miró fijamente, esperando
por su reacción.
Thornton se puso rígido involuntariamente, pero su cara
permaneció impasible mientras se esforzaba por enmascarar la
incomodidad que sintió bajo el escrutinio del astuto erudito de Oxford.
—Estaré encantado de ayudar de cualquier manera que pueda —
dijo, con voz reservada.
Bell no pudo reprimir una sonrisa comprensiva y respondió
emocionado:
—¡Sabía que podía contar contigo, Thornton!
Thornton inclinó la cabeza en un ligero movimiento, casi
imperceptible, pero Bell estaba atento a cualquier signo del industrial
de Milton.
—¿Cuándo se ira la señorita Hale a Londres? —no pudo resistir
preguntar aún si odiaba la idea de que se fuera lejos.

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—Hoy, tal vez mañana. Su tía insistió en irse lo antes posible —
respondió Bell, dándose cuenta inmediatamente de lo consternado
que quedo con esa noticia. El caballero industrial solo pudo asentir con
la cabeza en respuesta—. Entonces, buenos días Thornton. No voy a
entretenerlo más tiempo, supongo que tiene ganas de volver a Milton
—Bell pensaba correctamente.
—Sí. Buenos días, Sr. Bell —Thornton respondió, tocando
cortésmente el borde del sombrero e inclinándose levemente antes de
darse la vuelta para irse.
Caminó rápidamente por las calles de la ciudad, un fuerte viento
le enfrió la nariz y las orejas hasta que se pusieron rosadas. Indiferente
al frío, sus pensamientos cayeron en un torbellino de angustia y
desesperación. ¡Margaret!
Cómo ansiaba consolarla ahora, abrazarla contra él para aliviar el
dolor de su pérdida. Pero la joven no buscaría refugio en sus brazos.
Se le partió el corazón al pensar que alguien más pudiera recibir sus
atenciones amorosas. Aquella visión de Margaret en los brazos de otro
hombre lo atormentaba continuamente. ¡Si tan solo pudiera amarlo!
Nadie más la amaría como él lo hacia. Incluso sin la seguridad de los
sentimientos de Margaret, había construido su mundo alrededor de la
joven dama. Solo la esperanza de verla y escuchar su voz le habían dado
razones para seguir viviendo. Sin su presencia temía que todo su
mundo fuera a desmoronarse.
Había pasado la mayor parte de su vida trabajando para mejorar
su suerte y la de su familia, y ciertamente había tenido éxito. Había sido
suficientemente feliz hasta entonces. Pero ahora, ¡qué insípida parecía
su vida ahora que se había imaginado lo que podría haber sido!
Margaret era todo lo que era bueno y hermoso en este mundo y la
quería en su vida.

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Una vez había imaginado una vida: llena de ternura, paz, alegría
y cariño, sin embargo, sabía que nunca volvería a ser el mismo sin su
amor, ¿por qué ella no me ama? pensó. Pero la amaba y la amaría
incluso desde lejos. Nunca lamentaría su amor por Margaret Hale a
pesar de que lo pusiera de rodillas con su dulce tortura. Esa joven era
todo lo que había soñado y todo lo que había deseado.
Al llegar a la estación de trenes, el cielo se había oscurecido con
unas amenazadoras nubes. John solo esperaba que no fuera
demasiado tarde ya que quería verla desesperadamente por una última
vez. Y finalmente cuando llegó a casa, Thornton vio un carruaje y sabía
que había llegado a tiempo para verla, aunque solo fuera para
despedirse.
Se apresuró a entrar en la casa, sacudiéndose la nieve de los
brazos y los hombros antes de quitarse el sombrero y los guantes.
Cuando iba entrando en silencio en la sala de estar, escuchó el tono
suave y bajo de la voz de Margaret. Hablaba con su madre, quien
cautelosamente miró en su dirección cuando lo escuchó entrar.
Margaret alertada por su presencia detrás, se volvió hacia él. Tan
hermosa, aún en su angustia.
Su cabello estaba arreglado libremente, permitiendo que las
ondas de miel enmarcaran esa piel de porcelana de su cara. John notó
de inmediato su cansancio, estaba pálida y débil. Su corazón se contrajo
en un anhelo silencioso. Quería alargar la mano, llegar a ella y abrazarla
contra su pecho para darle consuelo. Sus ojos nunca la abandonaron
mientras la joven caminaba suavemente hacia él, con esos grandes ojos
llenos de melancolía: hipnotizándolo, envolviéndolo profundamente
bajo su hechizo. John estaba abrumado por la intensidad del
sentimiento que se extendió por todo su cuerpo y alma.
¡La amo! Gritó interiormente. La idea de perderla para siempre
envió un temblor a través de su cuerpo que lo hizo hacer una mueca.

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—Así que… se va… —se escuchó decir, viéndola inclinar la cabeza
ligeramente, evitando del todo la intensidad de su mirada.
—Parece que no tengo otra opción —susurró la joven.
Los ojos Thornton se estrecharon, mientras su mente procesaba
el significado de esas palabras. Le daba la sensación de que no quería
irse. Su respiración se fue acelerando mientras un temblor,
acompañado de esperanza, impregnaban su cuerpo y amenazaba con
desbordarlo.
—Señorita Hale, ¿acaso se quedaría? —le preguntó incrédulo.
La joven levantó su cara para encontrarse con su mirada fija en
ella.
—Yo... aprendí a amar a... a que me gustara Milton —balbuceo y
sus ojos le rogaban que entendiera lo que trataba de decir.
—¿En serio? —susurró roncamente mientras arqueaba
ligeramente las cejas por la sorpresa.
Su cuerpo estaba paralizado, absolutamente asombrado por lo
que significaba esa frase. ¿Acaso había cambiado de opinión? ¿por
fin sentía algo por mí? Pero, ¿cómo podré saberlo? No podía hablarle
libremente en este lugar. La aflicción lo invadía mientras se lamentaba
interiormente. Tenía que saber lo que sentía el corazón de Margaret,
antes de dejarla partir.
Mientras la miraba fijamente la vio levantar sus brazos para
entregarle un libro.
—Traje el Platón de mi padre. Pensé que le gustaría guardarlo —
le ofreció cálidamente.

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Se conmovió por el pensamiento de ella, de darle algo que le
había pertenecido a su querido padre. Sus ojos brillaron aún más y una
sonrisa suave alentó su semblante siempre serio.
—Lo guardaré como un tesoro. Justo como el recuerdo de su
padre, que fue un buen amigo para mí —de pronto supo lo que tenia
que hacer.
—Si me disculpa por un momento. Hay algo que me gustaría que
tuviera —declaró con una inescrutable hospitalidad.
Margaret asintió y salió de la habitación dirigiéndose rápidamente
a su estudio, tomó una pluma del gigantesco escritorio de roble y
garabateó un rápido mensaje sin molestarse en sentarse. Luego
examinó los libros que estaban en la esquina de su escritorio y sacó un
ejemplar de “Economía del algodón”. Dobló la nota una vez y la colocó
entre las páginas del libro mientras regresaba a la sala de estar.
—Algo para recordar a Milton —explicó, mientras le daba el libro
y sin disimular, miró la cara de su amada con una adoración absoluta.
—No es necesario —le aseguró la joven cortésmente.
—¡Por favor! —rogó a su vez, escapándosele un tono de urgencia.
—Gracias —tomó el libro, mientras un rastro de agitación cruzaba
su semblante.
—Debo llevarla a casa lo antes posible. ¡Me temo que no
podemos quedarnos por más tiempo! —la voz de la Sra. Shaw resonó
en la habitación con su repentino anunció.
—Sí —estuvo de acuerdo Hannah Thornton, replicando con
ironía—. Lo antes posible —repitió mientras le lanzaba una mirada
exasperada a su hijo.

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El patio de la fábrica estaba cubierto con una delgada capa de
nieve cuando Thornton escoltó a sus visitantes al carruaje. El silencio
era roto, solo por el golpeteo amortiguado de los cascos de los caballos
ansiosos de seguir su camino.
Margaret se detuvo en la puerta del carruaje y se volvió hacia
Thornton e inclinó su cabeza ligeramente, mientras se daban la mano
sin decir más palabras. El delicado placer de sostener su mano, incluso
enguantada, se extendió sobre su ser en una ola de tierno anhelo y
desesperación. Miró por un momento sus manos unidas, nadie sabrá
nunca cuánta fuerza de voluntad necesitó para dejar caer su mano y
dejarla ir. Cuando sus ojos se encontraron por un breve momento,
pudo ver el dolor y la soledad en su expresión antes de partir. Su
corazón grito en protesta, deseaba llamarle, rogarle que no lo dejara,
quería saber si al fin podría acéptalo; sin embargo, se quedó en silencio,
aferrándose desesperadamente a la esperanza débil y febril de que
Margaret podría volver.
Permaneció ahí, de pie, inmóvil bajo la tormenta de nieve, y
observó el carruaje desaparecer de su vista.

Margaret no miró hacia atrás, aunque se preguntaba si el Sr.


Thornton todavía estaría ahí viendo su partida. En el último instante
antes de partir sintió un impulso, contrario a ella, causado tal vez por
la desesperación de un futuro incierto y la idea de nunca volver a verlo,
se había atrevió a pensar en hacer una escena de desmayo para poder
sentir sus fuertes brazos a su alrededor. Tal pensamiento era tan
improbable, tan fuera de sí y tan tonto... Debía estar realmente bajo

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demasiada presión por la tristeza y de anhelo por desear un poco de
su cariño.
Aun en su angustia esperaba haberle transmitido algo de su
respeto, se atrevió a considerar que había reaccionado positivamente a
su confesión, ya que estaba muy sorprendido al enterarse de que había
aprendido a gustarle Milton y tampoco pudo evitar notar que el Sr.
Thornton quería decirle algo más, pero fue disuadido por la presencia
de su madre y su tía Shaw.
También había notado algo extraño en la forma en que había
dejado la sala para buscar algo. Era bastante inusual que un caballero
le regalara tal libro a una joven y sobretodo públicamente. Miró el
libro en su regazo y comenzó a hojear sus páginas y mientras lo hacía
un pedazo de papel cayó deslizándose entre los pliegues de su falda.
Alcanzó la nota rápidamente y la abrió para conocer su contenido. La
letra era una caligrafía algo familiar:

Si ha habido un cambio en sus sentimientos, deme solo una


señal.
Mi corazón permanecerá siempre suyo.
John Thornton

Se sorprendió al darse cuenta de que él había escrito la nota. Una


corriente fría impregno su cuerpo, congelándola y su mano
permaneció completamente inmóvil. Leyó la nota de nuevo y

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comenzó a comprender la importancia de su contenido. ¡El Sr.
Thornton todavía la amaba! ¡No había renunciado a ella después de
todo!
—¿Qué pasa, Margaret? —preguntó su tía, notando la extraña
reacción que la nota había causado en su sobrina.
Margaret levantó la cabeza sobresaltada y miró a su tía.
—Es... e-es una nota de mi padre —tartamudeó, queriendo desviar
el interés de tu tía. La buena dama asintió, demostrando comprensión.
Margaret volvió a doblar la nota y la guardó en el libro, con las
palabras todavía palpitando en su pecho. Se volvió hacia la ventana del
carruaje con el corazón acelerado para evitar llamar la atención de tía.
"Dame solo una señal", decía. ¿Qué señal? ¿Qué podría hacer? ¿Qué
quería saber él? “Si ha habido algún cambio en sus sentimientos",
pensó en sus palabras. ¡El Sr. Thornton quería saber si lo aceptaba! Sin
embargo, apenas sabía cómo se sentía.
Angustiada por una oleada de sentimientos, trató de comprender
lo qué todo esto significaba. Y de repente recordó el anhelo que
vislumbró en sus ojos cuando se despidieron y lo supo, como una
verdad que siempre había estado ahí, pero había estado oculta desde
hace mucho tiempo, como si de pronto el sol hubiera brillado
fuertemente en medio de un cielo nublado.
¡Lo amaba!
Un torrente de alegría la invadió mientras disfrutaba a la luz de
esta simple revelación, ¡Lo amaba! Y era sorprendente que todavía la
amara. Pero, ¿cómo haría para hacerle saber al Sr. Thornton de este
sentimiento? La desesperación y el pánico comenzó a arrastrarse por
sus venas, no podía volver en este momento. Desesperada, su vista
recorrió las calles en busca de una inspiración y la encontró en un viejo
amigo.

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—¡Nicholas! —grito al verlo, iba con su hija Mary corriendo por la
calle.
—¡Pare! —le dijo al cochero y en cuanto paró, saltó del
compartimiento del carruaje.
—¡Margaret! —exclamó Nicholas, aliviado y contento de haberla
alcanzado—. Temíamos que ya se hubiera ido.
—No podría irme sin decir adiós a mis amigos —le extendió la
mano a Nicholas y abrazó y besó a Mary cariñosamente. Antes de ser
realmente consciente de sus acciones, se dirigió al viejo tejedor de
nuevo— Nicholas... ¿Me haría un favor? —le murmuró, con sus ojos
llenos de anhelo.
—Claro, ¡sabe que haría cualquier cosa por usted! —le respondió
sinceramente.
—¿Le llevaría un mensaje de mi parte al Sr. Thornton? —su voz
salió casi inaudible mientras se sonrojaba.
Nicholas notó el tono bajo en su voz y contuvo la risa que
amenazaba con salir al ver su rostro.
—¿Le diría que… —dudando continuo, buscando las palabras
correctas—… dígale que, ¡mi corazón pertenece a Milton! —exclamó,
sintiendo que los latidos de su corazón se aceleraban y la cara le ardía
de vergüenza.
Nicholas le dedicó una sonrisa tranquilizadora.
—¡Claro, se lo diré a Thornton! —prometió.
Margaret le devolvió la sonrisa y lo abrazó antes de regresar al
carruaje. ¿Qué hice? Se preguntó mientras el carruaje se dirigía
rápidamente hacia la estación de tren.

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— CAPÍTULO 2 —

Thornton estaba sentado en la tranquilidad de la oficina del


molino mientras sus ojos recorrían la habitación sin verla realmente.
Finalmente descanso la mirada en el reloj, cuyo débil tictac le había
llamado la atención. Se sentía extrañamente tranquilo en este
momento. Había ofrecido su corazón una vez más y ahora solo podía
esperar el siguiente paso de la señorita Hale. ¿Cuánto tiempo pasará
antes de que encuentre mí nota? y ¿Qué hará ella?
Sabía que había actuado impulsivamente sin reflexionar las
consecuencias de su impulso. ¿Si me rechaza de nuevo? Pensó
mortificado. Quizás el deseo y la ansiedad lo llevaron a ver lo que no
existía. El eco de sus dudas se hizo intenso en su mente agitada y la
extraña calma de ese momento se desvaneció. Seguramente Margaret
había suavizado su actitud, pero, ¿eso significaba que le importaba?
Era posible que la joven dama solo estuviera siendo amable con el
amigo de su difunto padre.
Pero había dicho que no quería irse de Milton. No, más que eso,
había comenzado a apreciar la ciudad. “Yo... aprendí a amar a... a que
me gustara Milton”, esas habían sido sus palabras. John quería creer
que ese cambio era debido a su persona y la forma en que lo había
mirado había hecho volar su esperanza. ¿Podría una mujer como
Margaret sentir algo por mí?
Pero la imagen de aquel caballero que vio en su compañía en la
estación de Outwood vino a atormentarlo una vez más con una cuchilla
afilada. ¿Es posible que Margaret se hubiera rendido ante mí? Pensó,

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temiendo creer en esa esperanza infantil y tenue, sin embargo, el
anhelo que vio en sus bellos ojos, ¿no sería solo desesperación y
soledad por su pérdida? Su padre había muerto recientemente, los
sentimientos de incertidumbre y soledad serían naturales. Entonces,
¿quería desesperadamente creer que Margaret sentía más que solo
amistad hacia él? ¡Qué tonto he sido! Otro ataque de duda asaltó su
corazón.
Unos fuertes golpes en la puerta interrumpieron sus tumultuosos
pensamientos.
—¿Quién es? —gritó, molesto por ser interrumpido en sus
cavilaciones.
—¡Soy yo, Higgins! —exclamó el viejo tejedor—. Tengo un
mensaje de la señorita Hale —anunció a través de la puerta.
En unos pasos, Thornton abrió la puerta y se paró frente a él.
Higgins tenía una leve sonrisa mientras estudiaba la expresión
confusa de un enamorado esperanzado. Su empleador se quedó
mirándolo fijamente, con el cuerpo tenso en anticipación.
—¿Cuál es el mensaje? —gruñó finalmente, sin ánimo para decir
algo más.
—La señorita Hale me pidió que le dijera al Maestro que: “Su
corazón pertenece a Milton" —dijo Higgins lentamente, tratando de
citar exactamente las palabras que había escuchado de Margaret
mientras observaba al industrial con una mezcla de rigor y burla.
Thornton estaba asombrado. ¡Le había respondido! Su corazón
empezó a palpitar, pensó que hasta Higgins escucharía sus latidos
furiosos y su respiración se iba acelerado a la par. Trato de entender el
significado de esas palabras. Le había dicho que su corazón pertenecía
a Milton. ¿A él? Había pedido una señal sobre un cambio en sus

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sentimientos y lo había hecho, tenía sentimientos por él. Estaba
diciendo que, ¡su corazón le pertenecía… a él!
—Tendrá que ser rápido si todavía quiere hablar con ella —
Higgins le dio un codazo, sonriendo mientras veía la confusión de
emociones que se alzaban en el rostro de su Maestro.
Thornton se percató de la mirada sonriente de Higgins, estaba
sorprendido de encontrar a alguien hablando con él. Sus cejas se
torcieron ligeramente, pero su mirada era distante mientras afirmaba
débilmente, de acuerdo con las palabras de Nicholas. Se apresuró a
salir por la puerta y el tejedor se apartó rápidamente de su camino.
—Necesitará un caballo, ¡ella debería estar casi en la estación! —
Higgins le gritó a la elegante y apresurada figura, esperando que sus
palabras penetraran en la mente perturbada del Maestro de
Malborough Mills.
Thornton solo pensaba en conseguir alcanzarla a tiempo, sus
manos temblaron mientras tropezaba con el mozo del establo que
preparaba un semental marrón, y al momento siguiente montó al
caballo en un movimiento rápido y se alejó galopando. El sonido
constante de los cascos iba al ritmo de su propio corazón. Mientras el
animal corría por las calles de Milton, comenzó a comprender la
magnitud de lo que estaba sucediendo. Si Margaret realmente lo
amaba, eso significaba que ella… ¡Se convertirá en mí esposa!
Debería proponerle matrimonio nuevamente. Su cuerpo
apenas podía soportar la alegría que lo invadió cuando pensó en la
expectativa de la respuesta afirmativa a su pedido. ¡Cuánto tiempo
había soñado con recibir el tierno afecto de la mujer que amaba! El
aire frío azotaba en las delgadas mangas de su camisa de algodón y
entumecía sus manos, pero no le importaba demasiado el frío, era
vagamente consciente de que no llevaba ni abrigo ni guantes. En

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cambio, luchó por concentrarse en qué decir, lo único que sabía era
que debía proponerle matrimonio una vez más, y que debía darse
prisa.
Cuando llegó a la estación, el recuerdo de la última vez que la vio
en ese mismo lugar en los brazos de otro caballero, invadieron su
mente. Thornton rápidamente dejó a un lado el recuerdo mientras
descendía del caballo, atándolo ligeramente y corrió a buscarla.
Busco frenéticamente a todo lo largo de la plataforma y por fin
vio, a una corta distancia, su hermosa figura parada cerca de la puerta
del tren y estaba sola.
—¡Señorita Hale! —gritó, dirigiéndose a ella.
Margaret Hale se sorprendió al escuchar una voz familiar, y se
volvió para ser eclipsada por la vista de una figura alta y poderosa, sin
la acostumbrada cubierta negra de su abrigo. Sus ojos fueron atraídos
por sus firmes brazos que eran visibles a través de las mangas de
algodón transparentes. Margaret levantó la vista para admirar las
fuertes líneas angulares de su rostro y noto que brillaba nieve derretida
en su cabello negro. Los ojos azules del Sr. Thornton la observaban
apasionadamente y se estremeció al pensar que este hombre la amaba.
—¡Recibí el mensaje de Nicholas! —comenzó a hablar,
conteniendo la respiración. No había tiempo que perder—. Margaret,
yo nunca he dejado de amarte —declaró, tuteándola mientras sus ojos
buscaban los de ella— ¿Quieres casarte conmigo? —preguntó
roncamente por la intensidad de sus emociones.
—¡Margaret! —interrumpió la Sra. Shaw, que se acercaba a su
sobrina sin aliento, su rostro reflejaba confusión—. ¡Sr. Thornton! —
exclamó con considerable sorpresa cuando se dio cuenta de que no
estaba vestido adecuadamente— ¿Cuál es el problema? ¿Hay algo
mal? —preguntó alarmada, mirando de uno a otro.

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El Sr. Thornton miraba a la digna dama, pero no pudo decir ni
una palabra, sin embargo, Margaret logró intervenir rápidamente.
—El Sr. Thornton tenía algo importante que decirme tía.
Los ojos de la Sra. Shaw se posaron en el industrial, su expresión
cada vez más seria, mostraba dudas. Y al darse cuenta de la reacción
sorprendida del Sr. Thornton ante su rápida respuesta, Margaret
añadido rápidamente:
—El Sr. Thornton y yo recientemente nos comprometimos —
anunció con seguridad, sin atreverse a mirarlo.
El corazón de Thornton dio un salto de alegría. ¡Margaret lo
había aceptado! No se atrevía a creer que había escuchado esas
palabras. Su propia audacia lo estremeció, aunque una sombra de
duda cruzó por su mente. ¿Tendría otra razón para aceptar su
propuesta? No importaba, se había ganado su corazón, de todos
modos. Todo le parecía irreal.
La Sra. Shaw, incrédula, se quedó en silencio mirando a la pareja
frente a ella, intentando asimilar ese extraño anuncio.
—¿Pero, qué…? ¿Eso es verdad? —estalló finalmente la tía— ¿Por
qué no dijeron nada antes? —exigió enojada.
—Nosotros no tuvimos la oportunidad de decírselo a alguien —
Margaret bajó la cabeza para evitar la mirada escrutadora de su tía—
Todo sucedido tan rápido desde que papá murió —dijo rápidamente,
recordando la tristeza de los últimos días.
—Ya veo —reflexionó la Sra. Shaw. Su agitación se suavizó con la
mención de la muerte del Sr. Hale.
Entonces una sonrisa apareció en la cara de Thornton cuando se
dio cuenta de lo que estaba pasando. ¡Margaret había anunciado la
intención de ser su esposa frente a su tía! ¡Finalmente sería suya!

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Margaret alzo la mirada con cautela para ver su reacción ante su
valiente confesión y se vio recompensada con una radiante sonrisa y le
devolvió una sonrisa a su vez cuando se dio cuenta de lo complacido
que se veía con su confesión.
—¡Esto es realmente inadmisible! —exclamó la Sra. Shaw muy
confundida, no sabiendo con seguridad cómo continuar—. Este no es
el momento para llevar a cabo tal conversación —dijo con reproche y
se dirigió al Sr. Thornton—. Puede visitarnos en Londres, Sr.
Thornton, sin embargo, Margaret debe tomarse el tiempo apropiado
para llorar por su padre. Debe comprender señor.
La sonrisa radiante de Thornton se evaporó y su expresión se
volvió sombría. Cuidando de no parecer ansioso, logró formular la
respuesta adecuada:
—Ciertamente, lo comprendo —logro decir mientras todo su ser
gritaba en agonía silenciosa ante la idea de mantenerse alejado de ella.
Solo quería una oportunidad para abrazarla y escuchar su dulce
voz diciendo que lo amaba. Tragó saliva obligándose a exhibir la actitud
moderada que estaba lejos de sentir. Miró a Margaret y se quedó sin
aliento, al ver que lo miraba con un tierno anhelo. No se podían quitar
los ojos el uno al otro, hasta que se anunció la última llamada para el
tren a Londres.
Thornton se adelantó para ayudar a la Sra. Shaw a acomodarse
en su asiento mientras que Margaret estaba en la puerta sin perderlo
de vista. Después extendió la mano para tomar la de ella entre las suyas
y le dio un largo beso. Deseó poder acercarse y envolverla en sus
brazos; pero a cambio fue sorprendido al ser testigo de la joven
levantando esa mano que había besado, y terminar posando sus labios
donde había puesto los suyos. El gesto era inocente y sensual en la
misma medida. Sintió que su corazón se aceleraba ante su tierna

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demostración de aceptación y no pudo evitar que una llama se
prendiera dentro de él.
Margaret levantado sus brillantes ojos para encontrarse con su
mirada, hipnotizándolo nuevamente. Finalmente sonrió y le susurró:
—Escríbame —y luego subió al tren.
Thornton retrocedió unos pasos, manteniendo la mirada fija en
el objeto de su adoración. Margaret se sentó frente a su tía, del lado
de la ventana para poder mirarlo. Se quedaron mirándose mientras el
tren silbaba y crujía dando comienzo a su marcha.
Permaneció inmóvil durante varios minutos. Era la segunda vez
que la veía irse en el mismo día. Se sintió atrapado en una especie de
tragedia griega, con los dioses riéndose, burlonamente de su dolor.
Pero entonces, el recuerdo emocionante de lo que había sucedido
volvió a él. ¡Margaret lo había aceptado! ¡Sería su esposa!
¡Un industrial de algodón en Milton, se casaría con la
encantadora señorita Hale de Helstone! Cerró sus ojos para permitir
que la nueva realidad se asentara en su alma.

Hannah Thornton estaba sentada bordando, sus dedos se


movieron hábilmente sobre la pieza de trabajo mientras contemplaba
una atmósfera inusual en la habitación. Levantó la vista para mirar a
su hijo. John, estaba sentado en el lado opuesto, leyendo el periódico
a la luz del candil del escritorio de al lado, ésta brillaba suavemente
sobre su figura. No sonreía, pero podía sentir una vivacidad en su
semblante, como si se hubiera encendido un fuego dentro de él. El

24
mismo furor en la mirada que había notado mientras cenaban, pero no
había mencionado nada relevante.
Su hijo dejó el periódico a un lado y se dirigió al aparador.
Tomó el decantador para servirse una bebida, pero rápidamente dejó
caer la botella y caminó a la chimenea. Se quedó ahí mirando las brasas
brillantes de un fuego casi extinguiéndose. Después de unos minutos,
regresó a su silla y tomó el periódico nuevamente.
Parecía que estaba por explotar con un tipo de energía
esperanzadora. Sintió que se le encogía el estómago con un miedo
desconocido; sin embargo, la señorita Hale seguramente ya estaba en
Londres. Hannah se había imaginado que la partida de la niña lo
arrojaría a un humor oscuro e impenetrable, como lo había hecho
cuando lo había rechazado tan cruelmente hace poco tiempo. ¡Que
audaz había sido esa niña en rechazarlo! Nunca conocerá a otro
hombre más digno que su John. El rechazo de esa niña continuaba
atormentándola.
Sabía que no podía culpar a John por sentirse atraído por ella.
Era atractiva de ver y se comportaba con una singular gracia. John se
había enamorado de ella inocentemente. Se había sorprendido al
principio, porque nunca antes había prestado mucha atención a tales
asuntos. Pero se dijo a sí misma que era natural que un hombre fuera
susceptible a una cara hermosa, tarde o temprano.
Había pensado que el tiempo lo ayudaría a sanar su
enamoramiento. Aunque nunca hablaban de ella, sabía que no la había
olvidado. Aunque esperaba que pudiera hacerlo, admiraba tal
devoción de todos modos. Esto solo probaba lo que siempre supo:
que su hijo tenía un corazón tierno que era fiel y verdadero.
Todavía seguía estudiando la expresión de su hijo, cuando pensó
que había detectado una leve sonrisa en sus labios y se sintió aún más

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incómoda. John no estaba leyendo, lo sabía, pero estaba absorto en
sus pensamientos. Algo había pasado. ¿Pero qué? Había estado en la
habitación con ellos cuando se despidieron, y había tratado de no
escuchar lo que decían en voz baja, pero a pesar de eso, había
escuchado partes de la conversación y no se había dado cuenta de nada
que pudiera darle esperanzas de haberla conquistado.
Hannah miró hacia su costura, recordando lo enojada que había
estado cuando John fue bruscamente a su oficina a buscar un regalo
para la niña. ¡Qué descarado se volvía en presencia de la señorita Hale!
había visto la mirada de su hijo cuando colocó el libro en las manos de
esa niña, suspiró, resignada a que su hijo aún la amara a pesar de todo
lo que ella le había hecho.
Nuevamente lo miró, tenía que saber por qué se veía tan feliz:
—¿Hay buenas noticias en la fábrica, John? —preguntó,
esperando que pudiera haber otra razón para su buen humor.
—¿Hmm? —murmuró, volviendo a la realidad con el sonido de
la voz de su madre. Luchando por recordar lo que le habían
preguntado—. Nada nuevo —respondió casualmente—, todo está bien,
por ahora. ¿Por qué la pregunta? —acaso era tan transparente ¿Podría
su madre ver cuán diferente se sentía? ¿Lo increíblemente vivo y
esperanzado que estaba?
Hannah no quería mencionarle el nombre de la niña. No, no la
mencionaría.
—Pareces particularmente complacido esta noche, John. Pensé
que tal vez había sucedido algo nuevo —ofreció como explicación.
Se había dado cuenta, pensó John, sonriendo mientras dejaba a
un lado el periódico y se levantaba.

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Hannah lo observó mientras se acercaba a ella. Su cuerpo se
tensó con la expectativa y sus manos se congelaron. El semblante de
su hijo brillaba de alegría y a pesar de su preocupación, reconoció con
orgullo lo guapo que era.
—Estoy comprometido, madre —John le dijo con una sonrisa
incontrolable, pero con un tono carente de cualquier tipo de emoción
para no exasperarla.
Hannah estaba asombrada, sintió que sus fuerzas la abandonaban
y la frustración la invadía. Miró a su hijo transfigurado por un
momento, tratando de recuperar la compostura.
—¿Cómo ha sucedido? —protestó, mientras un pliegue se levantó
entre sus cejas y la sonrisa de John se desvaneció cuando se dio la vuelta
y camino hacia la ventana.
—Fui a ver a la señorita Hale a la estación —dijo John
simplemente.
—¿Por qué? —preguntado exasperada, su hijo no la miró, sino
que seguía mirando a la oscuridad por la ventana.
—Tenía razones para creer que había cambiado de opinión.
Hannah permaneció en silencio, no se entrometería.
Cualesquiera que hayan sido las razones que tuviera, había estado
evidentemente en lo correcto. Pero, ¿por qué la niña había cambiado
de opinión? Se apresuró a juzgarla, tratando de proteger a su hijo del
comportamiento voluble de la señorita Margaret Hale.
—¿Qué hay de ese otro caballero? —cuestionó, obligándolo a
enfrentar el problema que tan fácilmente había subestimado.
Thornton sacudió la cabeza rápidamente y su penetrante mirada
cayó sobre ella. Era consciente de que su madre trataría de disuadirlo
y permaneció en silencio un momento, hasta que finalmente dijo:

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—Todavía no me ha explicado su comportamiento.
—Necesitas estar seguro sobre sus motivaciones, John. Si hay
complicaciones...
—Confío en ella, madre. ¡Eso es suficiente! —le respondió
abruptamente.
Se volvió para mirar a la ventana nuevamente buscando consuelo,
pero la pregunta de su madre comenzó a filtrarse en su mente,
reavivando las dudas que había dejado a un lado muy conscientemente.
El recuerdo de verla en los brazos de ese caballero siempre lo
perseguiría. Le molestaba inmensamente no saber quién era.
—¿Su tía sabe algo al respecto? —Hannah preguntó sutilmente,
intentando imaginar cómo habían sucedido los acontecimientos en la
estación—. ¡Seguramente ella no aprueba esta decisión apresurada!
Su hijo se volvió para responder.
—Tiene la impresión de que hemos estado comprometidos por
un corto tiempo —dijo con cautela.
Hannah, levantó las cejas sorprendida. ¿Qué sería lo que pasó?
Su curiosidad se despertó al fin.
—Iré a Londres en unas semanas para organizar las cosas —
continuó él, en un intento de suavizar cualquier pregunta acerca de las
circunstancias de los acontecimientos del día.
—¿Unas pocas semanas? —hizo eco, sorprendida de que su hijo
esperaría todo este tiempo para ir por la niña—. ¿Has considerado que
la familia de la niña no quiera aceptarlo? —persistió más suavemente,
sabiendo que había entrado en terreno peligroso. Quería que su hijo
fuera consciente de los obstáculos que podría enfrentar si se aferraba
en su compromiso.

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John miró a su madre, con ojos chispeantes, no esperaba que su
madre sacara cada una de las dudas que lo afirmaban tan
persistentemente.
—¿Qué estás insinuando, madre? —le preguntó con frialdad,
retándola a explicarle.
Hannah inclinó la cabeza incómodamente avergonzada. Había
pasado años infundiendo orgullo y confianza en su hijo, a pesar de las
circunstancias difíciles que había soportado. Ella misma siempre había
dicho que un hombre que era fiel a sus principios era igual a un
caballero.
—Pueden pensar que no eres un pretendiente lo suficientemente
adecuado —dijo débilmente, aún incapaz de mirarlo.
Thornton cerró los ojos.
—Ya pensé en eso, madre. No tiene necesidad de recordarme mi
posición —dijo en voz baja, permitiendo que las palabras la lastimaran.
Hannah se reprendió a si misma por hacerlo sentir indigno y lo
miró para evaluar el daño que había causado. Su hijo estaba solemne
y pensativo en medio de la habitación. Había logrado robarle la alegría,
y lo lamentaba, sin embargo, no podía disculparse en absoluto.
—No hablemos de eso esta noche, madre —rogó, resignado y
Hannah estuvo de acuerdo. Finalmente se acercó a su madre y se
inclinó para besar su mejilla—. Deseo que pase una buena noche —le
trató de sonreír, pero no pudo.
Hannah escudriñó su rostro melancólico y lamentó haberle
causado dolor
—Buenas noches, John —dijo con suavidad, su mirada siguió la
figura de su hijo desapareciendo en la oscuridad.

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— CAPÍTULO 3 —

Los ojos de Margaret se abrieron al ver la cubierta blanca y el


travesaño de madera de la cama con dosel. Ya no estoy en casa sino
en Londres, se recordó perezosamente. La razón por la que estaba
aquí la obligó a reconocer de nuevo el difícil hecho de que su padre
realmente se había ido. Nadie esperaba que se levantara a tiempo ese
día. Suspirando, acurrucó su cuerpo y se llevó las manos a la cara.
¡Estoy comprometida con el Sr. Thornton!
Su mente rápidamente revisó el curso de los eventos de ayer para
asegurarse de la veracidad de lo que había pasado. Aún estaba
avergonzada por la manera tan audaz en que había hablado, y esperaba
que el Sr. Thornton no pensara mal de ella por haber sido tan atrevida
y haber actuado impulsivamente cuando su tía los interrumpió.
Hubiera sido desastroso si su tía se hubiera enterado de que venía a
proponerle matrimonio, por lo que se había atrevido a protegerlo y
decir en cambio que ya estaban prometidos. Se preguntaba si la
perdonaría por haber hecho esa declaración aparentemente engañosa.
Margaret estaba segura de que sí y sonrió cuando recordó lo
sorprendido que había estado.
Ansiaba escribir para contarle sus sentimientos y explicarle por
qué había actuado tan apresuradamente aceptando su propuesta; sin
embargo, la decencia dictaba que debía esperar hasta que él escriba
primero. No quería parecer tan vergonzosa, por lo que le daría la
debida consideración de su obligación como hombre y su futuro
esposo. Además, Margaret se preguntó cómo de intensa seria la

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desaprobación de su tía, si sabía de su apuro por las cartas de
prometido en ese momento.
Margaret sintió una punzada de culpa por pensar en el Sr.
Thornton cuando debería estar de luto por su padre.
Se imaginaba que su padre estaría muy sorprendido de su
aceptación a la solicitud de su querido alumno, pero creía que su padre
aprobaría su decisión, ya que había sentido un gran respeto por su
amigo y alumno más brillante. ¡Qué contento habría estado de ver a su
hija casarse con su mejor amigo! Suspiró por un largo tiempo,
preguntándose cómo podría haber sido.
Tía Shaw sería un caso totalmente diferente. Margaret sabía que
tenía puntos de vista muy tradicionales sobre las posiciones sociales, y
consideraría al dueño de una fábrica como un pretendiente
inadecuado para su sobrina. Le molestó pensar que el Sr. Thornton
podría ser juzgado por cualquier cosa que no sea su legítimo carácter.
Había comenzado a hablar de eso el día anterior en el tren, pero
Margaret estaba realmente agotada y había pedido que se aplazara esa
conversación. Su tía había aceptado, pero Margaret sabía que su tía no
estaría en silencio por mucho tiempo.
Finalmente se levantó decidiendo no mencionar su relación ese
día. Todo era nuevo para ella y quería tiempo para analizarlo con
calma, sentía un inmenso cariño, pensar en lo que significaba para ella.
Quería considerar la dirección que estaba tomando su vida sin las
opiniones entrometidas de los demás, sin importar cuán bien
intencionadas fueran.
Edith fue la primera en ver, ya tarde, en esa mañana, mientras
desayunaba en la habitación amplia y luminosa del comedor.
—Buenos días, Margaret. Fue precipitado el pensar que te
quedarías en la cama todo el día —Edith amonesto suavemente

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mientras se sentaba a la mesa para acompañar a su prima—. Te ves
restaurada y me alegro por eso —siguió su prima mirándola
cariñosamente—, estoy segura de que será bueno para ti quedarte aquí
con nosotros y lejos de... Milton —dijo, vacilando en mencionar
cualquier detalle desagradable.
Margaret sonrió cálidamente a su prima, agradecida por su
sincero afecto.
—Me alegro de estar aquí, Edith. Creo que disfrutaré de
tranquilidad y paz aquí. Siento que tengo mucho en qué pensar.
Espero que no sientas que te estoy descuidando si a veces prefiero la
soledad de mi habitación —respondió honestamente.
—Creo que lo entenderé —Edith respondió, aunque estaba
visiblemente decepcionada.
—Tengo muchas ganas de pasar tiempo con Sholto —añadió
Margaret para alegrarla —y a esto, la cara de Edith brilló al instante.
—¡A Sholto le encantará jugar contigo! ¡Eres tan buena con los
niños, Margaret! —alabó a su prima y Margaret sonrió en respuesta.
Dentro de un tiempo tendré mis propios hijos, pensó Margaret,
estremeciéndose de emoción ante las posibilidades que le esperaban
en el futuro. Luego, un repentino rubor de inquietud ansiosa la
abrumó al pensar en compartir la cama con el Sr. Thornton.
Sintiéndose avergonzada mientras que se regañaba por ser tan tonta y
no haber considerado todos los aspectos del matrimonio. Sabía, por
supuesto, que se necesitaban ciertas intimidades entre un hombre y
una mujer, pero estaba preocupada y admitía que no estaba
exactamente segura de saber qué requerían tales intimidades.
—¡Margaret! —exclamó Edith mirándola preocupada—. ¿Está
todo bien? Te ves incomoda.

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—Estoy bien, Edith —aseguró rápidamente, recuperándose—.
Supongo que todavía me siento un poco fuera de lugar —dijo,
sonriendo débilmente.
Estaba determinada a quedarse en pensamientos más cómodos.
Estaba segura de que sus ansiedades eran normales y ciertamente
superfluas. En este momento disfrutaba del placer recién descubierto
de amar y ser correspondida. Se alegró de saber que no estaría sola y
le encantaría pasar sus días conociendo mejor a su prometido. Sonrió
ya que sus pensamientos estaban felizmente ocupados por el hombre
que había dejado en Milton.

Thornton se despertó boca abajo con su mano cayendo sobre el


borde de su amplia cama de roble. Se estiró y luego se levantó para
afeitarse y vestirse. Levantarse temprano e ir a trabajar era un antiguo
hábito y este día no sería diferente; sin embargo, su sonrisa no podía
ser contenida.
Sabía que no viviría más en una prisión de aislamiento. Margaret
Hale sería su esposa, y esa joven hermosa e ingeniosa llenaría su
mundo con su presencia. Sus días nunca volverían a ser ordinarios.
Aunque no pudo dormir bien al principio debido a las dudas que su
madre le había planteado, estas, resonaron en su mente una y otra vez,
pero finalmente terminó encontrando la paz al escribirle una carta.
Había recordado la súplica susurrada para que le escribiera. Así
que, se levantó de la cama a tranquilas horas de la madrugada y se sentó
a escribir en el pequeño escritorio de su habitación. Al principio había
estado preocupado por no saber qué palabras usar, pero se dio cuenta

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de que era muy natural y satisfactorio expresarse ante ella como si fuera
algo que tenía la costumbre de hacer.
Mientras se ataba la corbata al frente del espejo, se estudió por
un momento y volvió a preguntarse qué suerte había tenido. No se
consideraba muy atractivo y carecía de los modales refinados de un
caballero elegante. Había estado trabajando mientras otros estaban
siendo educados. También había conocido la escasez y la vergüenza,
sin embargo, después de todo había ganado la mano de una dama.
Thornton sacudió su cabeza con incredibilidad y se dirigió hacia la
puerta. No entendía las razones que le habían asegurado tanta dicha,
pero le agradecía al Señor por el gran regalo.

Hannah Thornton ya estaba sentada a la mesa del desayuno


cuando escuchó los rápidos pasos de su hijo bajando las escaleras. Para
su completa sorpresa, John sonrió y la saludó calurosamente. Lo
observó mientras se sentaba y luego se comía sus huevos con tostadas
sin apartar la vista del periódico doblado a su lado. Parecía que nada
borraría su buen humor esta mañana. Sintió una punzada de celos al
verlo tan feliz, incluso considerando que se lo merecía, su hijo había
trabajado duro todos estos años. Se alegraba, se dijo a sí misma, si tan
solo pudiera confiar en la niña que tenía el corazón de su hijo en sus
manos.
—¿Ya has completado el pedido John? —preguntó, volviendo a
sus temas habituales de conversación mientras terminaba su té.
—Todavía no, pero estará listo para el final de la semana —
explicó—. Esperemos que se pague a tiempo esta vez —suspiró, siendo

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forzado a bajar de su burbuja de felicidad un momento y pensar en las
preocupaciones financieras que estaba tratando de mantener bajo
control. Thornton se tomó el té y luego se levantó para irse.
Hannah miraba a su hijo con orgullo. Se alegraba de ver que
todavía podía concentrarse en su deber a pesar del vívido giro de los
acontecimientos del día anterior.
Thornton, sin embargo, no fue directamente al trabajo como su
madre esperaba. Antes de poner un pie en su oficina, dio un pequeño
paseo para enviar la carta a Londres. Siguiendo el recorrido familiar a
Crampton, fue evocando todos aquellos recuerdos agridulces, al cruzar
ese camino, algunos habían estado llenos de esperanzas y otros de
dolor. Le había prometido al Sr. Bell que ayudaría con los asuntos de
los Hales y ahora tenía un interés propio y convincente en el tema
como el prometido de la señorita Hale. Un viento penetrante soplaba
desde la cima del antiguo cementerio, amenazando con tirarle el
sombrero, desviándolo momentáneamente de sus pensamientos.
Thornton no esperaba trabajar con la engreída señorita Dixon,
pero quería capturar la atmósfera de la casa Hale nuevamente. Quería
sentirse cerca de Margaret. Por lo contrario, Dixon sintió mucho alivio
de encontrar ayuda en esa situación, y por lo tanto lo recibió con más
simpatía de lo que esperaba.
—Hay mucho trabajo por hacer aquí. Es más, de lo que una
pobre persona puede hacer, se lo afirmo. Pasé todo el día empacando
las cosas de la señorita Margaret para enviarlas a Londres.
—No toqué nada más —protestó, mientras la acompañaba a las
partes más reservadas de la casa.
Thornton pensó que las cosas de la señorita Hale solo harían un
viaje temporal a Londres y finalmente encontrarían su hogar
permanente aquí en Milton cuando regresara como su esposa.

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—Me gustaría mantener todas las cosas que podrían ser de
especial valor para la señorita Hale —dijo, sorprendido por la mirada
sospechosa de la criada—. La señorita Hale y yo nos hemos
comprometido. Desearía que mantuviera algo de la casa de sus padres
que pudiera hacerla feliz —dijo directamente.
—¡¿Comprometidos?! Perdón, pero no he escuchado nada al
respecto y estoy segura de que lo sabría. Ayer vi a la señorita Margaret,
momentos antes de su partida. ¡No se habló sobre tal compromiso! —
resopló la fiel criada, cruzando los brazos en forma desafiante.
Thornton volvió la cara hacia un lado por un momento, en un
intento de ignorar su temperamento y mantener el control.
—Creo que debería saber qué, ¡hablo con la verdad! —replicó
entre dientes—. También vi a la señorita Hale ayer, antes de que se
fuera —le mencionó, como única explicación.
La boca de Dixon permaneció abierta cuando se dio cuenta de
que su querida niña se había comprometido apresuradamente con el
Maestro de la fábrica Marlborough Mills. Ciertamente no esperaba
eso.
—Ahora, si pudiera ayudarme a seleccionar algunas piezas, que
pudiera querer mantener —continuó, complacido de haber hablado
claramente—. Me gustaría dar un vistazo para ver qué artículos se
deberán vender —le informó, escondiendo su interés real de
inspeccionar la casa.
Dixon gruñó para sí misma y se fue para continuar con sus tareas,
dejando al Sr. Thornton libre para entrar por si solo en la sala de estar.
Apreciaba la calidez y la comodidad que lo rodeaban en este
lugar. Parecía que los suaves sillones y los libros casualmente
acomodados a la izquierda, invitaban a todos a relajarse y leer, o
disfrutar de la compañía de la familia. Thornton esperaba que su casa

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se volviera así cuando se casara con la joven dama que había estado
viviendo en esta casa. Reconoció el juego de té de porcelana china en
la mesa de una esquina e inmediatamente recordó la primera señal de
deseo que sintió cuando la vio servirle el té. ¡Qué suave y encantadora
se veía a la luz de las velas! Suspiró y cerró los ojos tratando de volver
al presente. Estaba decidido a conservar ese juego de té.
Finalmente, Thornton subió las escaleras para inspeccionar el
área privada de la familia, seguro de que Dixon estaba ocupada
atendiendo la preparación de la comida. Había estado a menudo en el
estudio del Sr. Hale pero esta vez tomó el camino más profundo del
pasillo, mirando brevemente los muebles en las habitaciones que iba
encontrando.
Cuando encontró la habitación de Margaret, se detuvo en la
puerta, temeroso de violar con su torpe presencia, un santuario de
pureza y refinamiento virginal. Sin embargo, examinó con reverente
fascinación cada objeto dentro que tenía algo que ver con ella: las
cortinas rosadas, el elegante tocador con cubierta de mármol, las flores
prensadas con marco de vidrio que colgaban de la pared y un cofre de
sencillo diseño cubierto de encaje.
Los baúles que Dixon estaba empacando estaban abiertos en el
suelo, llenos de todos los refinamientos delicados del armario de una
dama. Sus ojos se entrecerraron confundidos cuando su mirada
regresó a un pequeño montón de cuero marrón oscuro en la cómoda
con encaje. Dio un paso impulsivo para inspeccionar lo que precia
estropear la tranquilidad femenina de la habitación. Se sorprendió al
reconocer sus propios guantes. Los recogió con cautela,
examinándolos para confirmar su identidad. ¿Cómo los adquirió? De
repente recordó con un destello de vergüenza que los había dejado en
su apuro por escapar del tormento de su evidente rechazo hacia él.

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Los conservó, pensó. Había retrocedido por las palabras de
amor que había dicho aquella fatídica mañana, pero ella se había
quedado con sus guantes. Estaba desconcertado. ¿Se había interesado
por él, incluso entonces? Se preguntó, ¿por qué, entonces, lo había
rechazado tan ferozmente? Margaret Hale era un misterio y uno que
anhelaba descubrir junto con los secretos de su corazón.
No habían tenido tiempo de hablar de sus sentimientos. ¡Cómo
deseaba verla!
Su mirada se intensificó con interés nuevamente, cuando vio un
vestido que estaba encima de una pila. Era el elegante vestido que
Margaret había usado en la cena hacía meses. Dio unos pasos hacia
adelante y se inclinó para examinarlo. Tocó la seda brillante
recordando lo asombrosamente hermosa que se había visto esa noche.
Una vez más, se sorprendió al darse cuenta de que esta dama lo
había aceptado. Nunca pensó que una dama tan refinada podría ser
suya, aún estaba perplejo de que de alguna manera se hubiera ganado
su afecto.
Desde que se conocieron, Margaret siempre le había hablado con
desprecio, pero nunca tanto como el día en que le había hablado de
sus sentimientos.
Inclinado en el medio de la habitación, John se dio cuenta de un
leve aroma a jazmín, cerró los ojos para concentrarse en la esencia de
ella. Al instante, recordó el tembloroso momento en que casi la había
tocado ligeramente cuando cerró la puerta detrás de ella esa triste
mañana. Margaret se había visto tan frágil y hermosa. Había querido
sentir la piel suave de su rostro, acercarla y reclamarla como suya de
una manera pública.
Acarició con sus dedos reverentemente a lo largo de la seda
doblada por un largo momento antes de enderezarse lentamente. Miró

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los guantes que tenía en la mano y se los llevó a la nariz, satisfecho de
encontrar un rastro persistente de su dulce olor en ellos.
La pálida luz del día le advirtió de que era hora de irse.
Reverentemente colocó los guantes en el bolsillo de su abrigo y miró
lentamente alrededor de la habitación una vez más antes de salir al
pasillo. Dixon pasó junto a él cuando llegó a la sala de espera y John
cortésmente le dijo que volvería en unos días.
—Entonces, que tenga un buen día, señor —le respondió con un
breve asentimiento y continuó su camino hacia la escalera.
Thornton salió y cerró la puerta detrás de sí. El cielo abierto lo
despertó de su aislamiento. Margaret estaba a millas de distancia,
suspiró ante ese hecho y la dolorosa soledad lo abrumo. De mala gana
se dirigió a la casa donde lo esperaban sus responsabilidades.

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— CAPÍTULO 4 —

La Sra. Shaw observó a Edith y Margaret cariñosamente


mientras las primas charlaban amigablemente en el sofá frente a ella.
Había sido la mejor parte de la semana desde que Margaret había
venido a Harley Street, y parecía estar bien. La niña estaba callada y
contenida, pero era de esperar después de las terribles pruebas que
había sufrido el año anterior. Estaba decidida a proteger a su sobrina
de cualquier cosa que pudiera perturbar su paz. Quería darle el
espacio y el tiempo para dejar atrás los recuerdos de esa horrible
ciudad.
La noticia de su compromiso con el ceñudo industrial de Milton
la había afectado profundamente, sin embargo, había permanecido en
silencio a petición de su sobrina, porque había notado cuan agotada se
encontraba. Estaba segura de que el juicio de la niña se había visto
empañado por el entorno inadecuado que la rodeaba en esa ciudad.
Pensó que el Sr. Thornton podría considerarse un buen partido
para una chica de Milton; sin embargo, Margaret, no era de su clase.
Margaret no pertenecía a un lugar así. Por lo tanto, esperaba que la
seducción de las atracciones de Londres y la buena sociedad
restauraran el sentido común de su sobrina e influyeran en su deseo de
un marido más apropiado.
La Sra. Shaw se sintió alentada de que Margaret no hubiera
mencionado su compromiso desde su llegada y estaba decidida a
guardar su propio silencio sobre el tema tanto como fuera posible. A
menos que Margaret, mostrara interés en el asunto primero, mientras

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tanto la tía devota no le prestaría atención. En este momento no había
necesidad de provocar emociones perturbadoras en la niña.
Entonces un simple evento consternó a la dama: una carta del Sr.
Thornton dirigida a Margaret. Había dudado en entregar la carta en
este punto, preocupada de que leer una carta así solidificara la decisión
de la niña antes de que hubiera tiempo de considerar otro
pretendiente. La Sra. Shaw se convenció a sí misma de que no sería
perjudicial dejar a un lado la carta por solo un día o dos. Después de
todo, sentía que ahora era su deber proteger y guiar a la hija de su
hermana con toda su sabiduría maternal. Pero no había tenido la
intención de olvidar la carta.
Margaret se alegró de que era suficiente, vivir entre ellos, pero
vivía en un mundo aparte. Su mente se movió a través de las brumas
de su memoria, en un resplandor de esperanza y asombro. Recordó
los días divertidos de su infancia y las amargas pruebas de su mudanza
a Milton. Le vino a la memoria cada uno de sus encuentros con el Sr.
Thornton y se preguntó cómo sería ser besada por su prometido.
Sobre todo, recordaba los fugaces momentos que pasó en la estación
con él; las palabras que había dicho y la forma en que la había mirado.
Estaba encantada de recordar la sensación de sus labios en su mano.
Revivía momentos del pasado en la privacidad de su habitación
o en la habitación del bebé. Se quedaba en la cama por las mañanas
tratando de imaginar lo que estaría haciendo el Sr. Thornton en ese
momento. Y mientras permitía a su mente volver al pasado, con sus
pensamientos flotando entre los recuerdos de Milton y su infancia en
Helstone. Recordaba con cariño los días de su juventud cuando había
agarrado la mano de su padre mientras saltaba por los senderos del
campo cuando lo acompañaba en sus frecuentes visitas a la aldea.
Comenzó a preocuparse porque aún no había recibido ninguna
carta y había estado despierta un rato en la noche anterior,

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reflexionando sobre esto. Margaret estaba tratando de convencerse de
que había una demora en la oficina de correos o de las impresionantes
demandas que tenía en el molino, eso podría explicar la falta de
correspondencia, pero no podía dejar de pensar que podría haber
repensado su decisión de casarse con ella. Quizás, confiando en sí
mismo, la había considerado demasiado audaz en la estación, ya que
apenas le había permitido decir nada.
O tal vez había pensado más en serio sobre su carácter
manchado. Después de todo, ella todavía no le había explicado sobre
su mentira y las circunstancias de la partida de Fred. ¡Todavía era
posible que el Sr. Thornton pensará que estaba involucrada con otro
hombre! Tal pensamiento la perturbó, tan solo imaginar que podría
pensar tal cosa. ¡Ojalá hubieran tenido tiempo para hablar entre ellos!
A Margaret también le preocupaba que la Sra. Thornton se
opusiera firmemente a su matrimonio y que hubiera plantado semillas
de duda en la mente del Sr. Thornton. Aunque no podía soportar
pensarlo, sabía que la su madre no había aprobado sus modos desde
su primera presentación. Le dolía ser juzgada tan desfavorablemente
y estaba desesperada por ganarse su aprobación. Sonrió tristemente
cuando recordó que la matrona pensaba que ninguna mujer era lo
suficientemente buena para su hijo. Esperaba que el Sr. Thornton no
se viera influenciado por la opinión de su madre sobre ella.
Trató de revivir su espíritu por la mañana, pero no podía
contener aún los temores insistentes que le habían robado su sueño
reparador durante la noche. Si Edith no la estuviera esperado, se
habría quedado más tiempo en la habitación.
La joven Sra. Lennox disfrutó mucho la compañía que le
proporcionaba Margaret y encontraba numerosas ocasiones para
permitir que su prima pasará tiempo con Sholto. Se dio cuenta de que
Margaret estaba un poco más triste esa mañana, pero atribuyó el hecho

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a los altibajos de las perdidas recientes. Ciertamente Edith recordó que
justo ayer había entrado en la habitación del bebé y encontró lágrimas
corriendo por las mejillas de su prima, mientras sostenía al niño
somnoliento en sus brazos. Edith, malentendiendo la situación
desagradable por la que estaba pasando, se compadeció de su prima
que era soltera y ahora huérfana.
—Espero tu compañía para visitar a los Powells el próximo
miércoles, Margaret —dijo Edith, sus manos estaban ocupadas
seleccionando las telas que había elegido para sus vestidos de verano—
¿Te gusta esta? —le preguntó a Margaret, levantando un retazo de lino
crema con un delicado patrón de pequeñas flores de mirto.
—Es de tu estilo, Edith —Margaret comentó con una sonrisa
educada—. Se verá perfecto en tu piel.
Edith sonrió alegremente.
—Me gustaría ayudarte para elegir alguna ropa nueva,
especialmente ahora que el invierno ha terminado. Debes dejar todos
tus vestidos descuidados, Margaret. Realmente no se ven bien ahora
que estás en Londres —instruyó enfáticamente a su prima—. Por
supuesto, una vez que tu duelo haya terminado —agregó con un toque
de impaciencia.
—Estoy segura de que podrías ayudarme a elegir cosas
encantadoras, Edith. Me encantaría ir de compras contigo, pero si
puedes prometerme que podrás decidirte —bromeó alegremente con
su prima.
—¡Por supuesto que lo haré! —Edith protestó—. Solo quiero que
te veas lo mejor posible —continuó a la defensiva—. Bueno, después de
todo, pronto podrías comenzar a pensar en el matrimonio —sugirió
Edith, mirando a Margaret de reojo.

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Margaret bajó la cabeza para esconder su sonrisa, luego la
enfrento de nuevo para hablar.
—Me temo que he sido un poco reservada contigo, Edith. Creo
que me casaré antes de fin de año —admitió.
Edith parecía confundida al principio, pero luego brilló con
entusiasmo.
—Me alegro por ti y que bueno que estés abierta a la idea,
Margaret. Yo se dé un caballero en particular...
—No, no entendiste —Margaret la interrumpió—. Ya estoy
comprometida —aclaró tan delicadamente como pudo.
—¡¿Qué?! —gritó Edith consternada—. Pero no hablaste de ningún
hombre en tus cartas —objetó—. Margaret, ¿Quién es? ¿Seguramente
no te casarías con ningún empleado de una fábrica de Milton? —se
expresó despectivamente, recordando la simpatía de Margaret por los
trabajadores.
Margaret mantuvo la compostura, pero estaba secretamente
herida por el tono condescendiente de su prima.
—Por supuesto que no, Edith. Pero debo recordarte que mi
prometido, el Sr. Thornton, es un industrial del algodón. Es Maestro
de Marlborough Mills, en Milton —anunció con orgullo mientras
observaba la mirada angustiada que Edith había intercambiado con su
madre, que estaba sentada al otro lado de la habitación escuchando
atentamente mientras se desarrollaba la discusión.
—Pero Margaret, ¡no puedes casarte con el Sr. Thornton! ¡Ni
siquiera te gusta! ¡Lo dijiste tu misma en tus cartas! Y has sido tan
infeliz en Milton, ¿cómo puedes volver? —exclamó Edith, negándose a
creer la reciente revelación de Margaret.

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Margaret se estremeció al recordar sus primeras impresiones
tanto de Milton como del Sr Thornton.
—Cierto, al principio no vi mucho que admirar en Milton. Me
temo que fui demasiado dura en mi crítica. Probablemente no lo
entiendas, pero me encariñé mucho con Milton... Y con ciertas
personas… —añadió, con sus mejillas ruborizadas.
La Sra. Shaw se levantó del sofá y se acercó a ellas.
—Quizás ahora sea un buen momento para discutir tu situación
—anunció, dirigiéndose a su sobrina.
Margaret se puso rígida al escuchar el tono autoritario de la voz
de su tía, pero asintió.
—¿Nos dejas hablar solo por un momento, Edith? —la Sra. Shaw
le preguntó a su hija.
—Iré a la guardería —respondió Edith, y obedientemente se retiró
de la habitación.
La Sra. Shaw se sentó al lado a su sobrina, tenía una desagradable
tarea por delante.
—Mi querida Margaret —comenzó suavemente—, esperaba que
esta conversación no fuera necesaria —dijo suspirando y Margaret la
miró perpleja—. Esperaba, una vez que estuvieras aquí, eventualmente
verías que era un error continuar con este... este arreglo... —le explicó.
—No lo apruebas —Margaret dijo sucintamente, bajando los ojos
con consternación.
Había albergado una pizca de esperanza de que su tía permitiera
que su compromiso permaneciera indiscutible, pero ahora se resignó
al hecho de que se oponía firmemente.

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—Margaret, estoy segura de que sientes que tu padre habría
aprobado al Sr. Thornton; sin embargo, no creo que tu padre supiera
lo apropiado que es casarse en nuestra propia clase social. Debes
saber, querida, lo difícil que fue para tu madre estar casada con tu
padre —la joven se enfureció al escuchar desacreditar a su padre.
—Pero creo que mi padre evaluó al Sr. Thornton por su carácter
y no por su linaje o posición social, y he aprendido a juzgar a las
personas de manera similar —admitió Margaret honestamente.
—¡Margaret! —exclamó la Sra. Shaw absolutamente
conmocionada por la respuesta abrupta de su sobrina.
—Nunca conocí a un hombre mejor que el Sr. Thornton, tía.
Realmente no lo conocía antes —reafirmó en respuesta al semblante
consternado de su tía—. No creo que pueda encontrar un hombre
mejor en Londres. Que sea un fabricante en Milton definitivamente
no tiene importancia —concluyó.
—Es de suma importancia que pueda proporcionar los medios
para mantener el estilo de vida de una dama de tu clase —dijo la Sra.
Shaw.
—¿Qué pasa si no quiero ser una dama ociosa? —dijo Margaret.
—¿Qué quieres decir con eso? —exigió la Sra. Shaw, su rostro se
volvió rosado.
La joven suavizó su tono para calmar a su tía que obviamente
estaba muy molesta.
—No quiero ofenderla, tía, y no quiero molestarla, pero me
gustaría decidir cómo será mi futuro. No tengo ganas de pasar mi
tiempo solo… en entretenimientos. Me gustaría ayudar de alguna
manera a otras personas. No puedo evitar este deseo. Supongo que
soy como mi padre en este aspecto —le explicó.

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—Sí, me parece que eres más similar a él de lo que imaginaba —
dijo la Sra. Shaw con disgusto—. Y veo que desarrollaste una actitud
completamente revolucionaria durante tu tiempo en Milton, entre
todos esos compañeros trabajadores. Me angustia mucho verte
despreciar la herencia de los Beresford con tales teorías de simplicidad.
Solo quería verte cómodamente situada en un matrimonio que se
ajuste a tu posición. ¡Acaso es inapropiado que me preocupe por tu
futuro, Margaret! ¡Cuando eliges ser la esposa de un comerciante! —la
Sra. Shaw pidió sinceramente comprensión.
Margaret miró por un momento a sus manos encogidas,
reflexionando sobre cómo debería responder.
—No ha sido mi intención deshonrar el nombre de Beresford. El
Sr. Thornton obtuvo por sí solo, una posición muy alta en la sociedad
de Milton como industrial y magistrado exitoso. Tiene los medios para
proporcionar una vida cómoda a su familia. No quiero nada más, tía
Shaw, no quiero nada más que eso. No tienes que preocuparte por mí
—le aseguró.
—¿Qué pasa si el negocio falla? ¿Cómo te irá, Margaret?
—No temo compartir esa suerte con el Sr. Thronton. Si a medida
que surjan circunstancias que lo llevarían a la ruina, no tengo dudas de
que se levantará como un ave fénix. No hay otro hombre a quien le
daría mi felicidad y bienestar. Tengo plena confianza en su capacidad
para tener éxito en todo lo que hace y será un honor ser su esposa —
dijo Margaret con orgullo.
—Estás enamorada de él —dijo la Sra. Shaw francamente.
—Sí —reconoció Margaret sin dudarlo mientras las palabras de su
tía reverberaban dentro de su ser, sorprendiéndola nuevamente con
esa verdad: ¡Estoy enamorada de él!

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—Margaret, hay muchas razones para casarse… —comenzó la Sra.
Shaw.
—Sí, pero deseo que se me permita casarme por amor, como lo
hizo Edith —interrumpió, rogando que su tía entendiera.
La Sra. Shaw suspiró.
—Siempre fuiste una niña muy determinada —recordado
sutilmente—. ¿Estás segura de que quieres continuar este compromiso,
Margaret? —preguntó, rindiéndose al fin.
—Sí —respondió la joven, ansiosa por la concesión de su tía.
—Entonces siento que no tengo otra opción más que estar de
acuerdo con tu voluntad —reconoció la dama con gravedad, sabiendo
que no tendría sentido seguir discutiendo con su sobrina.
—¡Oh, gracias tía Shaw! —Margaret exclamó con entusiasmo
mientras se acercaba a ella para darle un abrazo rápido y un beso en la
mejilla. Su tía sonrió con fuerza y luego se puso seria otra vez.
—Daré mi bendición con una condición —anunció mientras
sostenía a Margaret por los hombros.
—Sí, ¿cuál? —Margaret estuvo de acuerdo con entusiasmo.
—Que vendrás a mí si tiene alguna reserva o duda al respecto. Un
compromiso puede romperse sin muchos inconvenientes. Un
matrimonio no se puede —aconsejó sabiamente.
—Lo sé —Margaret reconoció solemnemente y apartó la mirada
de su tía.
—¿Qué está mal, Margaret? —preguntó la Sra. Shaw cuando notó
el repentino cambio en su rostro.
—Me temo que el Sr. Thornton podría estar replanteándose el
compromiso —confesó en agonía.

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—¿Qué te hace pensar eso? —preguntó su tía, frunciendo el ceño
confundida.
—Todavía no me ha escrito —respondió Margaret incapaz de
esconder su ansiedad.
La expresión de la Sra. Shaw se relajó y suspiró profundamente
antes de hablar.
—Margaret, me debes disculpar. En mi defensa, debo decir que
pensé que estaba actuando por tu bien —confesó disculpándose.
—¿Me escribió? —la joven susurró, mientras se aferraba al
significado de la confesión de su tía—. Estaba esperando su carta,
¿pensó que no me importaría? —Margaret la cuestionó agitada y con
una mirada condescendiente.
—Lo siento mucho, Margaret. Yo no sabía que estabas tan
enamorada —la Sra. Shaw trató de explicarse—. Ven conmigo y te daré
la carta.
Al pasar por la habitación de Sholto, Edith se apresuró a
averiguar lo que estaba pasando.
—¿Está todo bien? —le preguntó a Margaret, algo vacilante
mientras le sostenía el brazo para detenerla.
—Todo bien, ¡me casare con el Sr. Thornton! —Margaret
compartió alegremente—. ¡Por favor, sé feliz por mí! —le pidió cuando
notó la decepción al escuchar la noticia.
Edith asintió y permitió que Margaret continuara. La Sra. Shaw
salió de su habitación y regresó al pasillo para darle la carta. Margaret
la tomó con reverencia y miró la letra en el sobre, su semblante
comenzó a brillar con alegre expectativa.
—¡Gracias! —susurró y corrió a su habitación para leer en privado.

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El Sr. Thornton se frotó la frente mientras intentaba comprender


las cifras que tenía delante. Había estado trabajando durante horas,
pero había logrado muy poco. A medida que avanzaba el día, le
resultaba difícil concentrarse, debido a la preocupación que sentía, ya
que aún no había tenido noticias de Margaret.
Le dolía pensar que el entorno agradable de Londres podría
haberla hecho cambiar de opinión sobre aceptarlo. ¿Renunciaría a su
afecto por Milton ahora que la habían sacado del polvo y el humo? Se
levantó de la mesa y se acercó a la ventana mirando el patio del molino.
Se preguntó cómo se sentiría Margaret viviendo cerca del ruido y
la conmoción de este lugar. Esto era todo lo que podía ofrecerle, y solo
le pedía al Señor que fuera suficiente. Sin embargo, ¿realmente lo
amaba? Esta pregunta ardía en su corazón. Ansiaba saber cuáles eran
sus sentimientos y qué la había animado a responder tan rápido aquel
día en la estación. ¡Ojalá Margaret me escribiera! Razonó,
esperanzado de que le escribiría una vez que lo hiciera primero. De
esa manera, el correo de mañana seguramente le traería alguna noticia
de ella.
Sintió que debía encontrar una manera de dejar de preocuparse
y concentrarse en su negocio, así que se quitó el abrigo y se puso a
trabajar.

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Higgins salió del comedor de los trabajadores, revisando en cada
dirección en busca del Maestro. No había podido hablar con el Sr.
Thornton, ya que había estado tan ocupado, desde el día en que se
apresuró a alcanzar a Margaret, pero Nicholas lo había vigilado como
un halcón cada vez que salía de su oficina para uno de sus recorridos
por el molino. En más de una ocasión, Higgins había detectado
triunfalmente una sonrisilla en el rostro del Maestro, que nunca antes
había visto.
Nicholas vio a Thornton al final del patio y lo esperó en la puerta
del comedor.
—Maestro, adelante, coma con nosotros —lo invitó sinceramente
mientras lo observaba acercarse. El Sr. Thornton se detuvo y miró con
aprecio a Higgins.
—Todavía no he cenado —pensó en voz alta mientras se volvía
hacia su trabajador.
Higgins sonrió y lo acompañó a la mesa de madera para sentarse
con otros trabajadores. Mary les sirvió rápidamente, como siempre
hacía cuando su Maestro venía a comer.
—¿Llegaste a ella entonces? —preguntó Higgins cuando comenzó
a comer, el estruendo del comedor protegería su privacidad. Higgins
lo miró incrédulo cuando las comisuras de la boca del Sr. Thornton se
levantaron y le respondió, pero sin mirarlo.
—Sí —dijo con firmeza, sospechoso de la dirección que tomaría la
conversación.
—¿Volveremos a ver a la señorita Hale en Milton dentro de poco?
—continuo Higgins intentando sacarle más a su reticente empleador.

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La sonrisa del Sr. Thornton se desvaneció, ante el insistente
cuestionamiento. Sin embargo, tenía la oportunidad de compartir sus
buenas noticias con alguien que estaría encantado de escucharlas.
—Sí, creo que la veremos —respondió en un tono que camufló la
alegría que sentía.
Nicholas golpeó la mesa, haciendo temblar las cucharas y tazas,
e hizo que algunas miradas asustadas se dirigieran en su dirección.
—¡Lo sabía! —dijo en voz alta, incapaz de contener su alegría—
¡Felicidades, Thornton! No encontrarás una joven mejor que ella —
continuó con más calma—. Por supuesto, debo decir que ella ¡También
encontró un buen partido! —alabó al Maestro con un guiño.
—Gracias —Thornton le respondió, conmovido por la aprobación
entusiasta del empleado.
—Si no le importa que le diga Maestro. Los he tenido vinculados
a ustedes dos por un tiempo —Nicholas reveló—. ¡Me alegro de que
ambos vuelvan a sus cabales! —añadió con humor.
—¿A qué te refieres? —preguntó Thornton, curiosamente
arrugando la frente, confundido.
—Digo que la señorita tenía el ojo puesto en usted —explicó
Higgins mientras observaba cuánto entendía el Maestro.
Thornton sacudió su cabeza incrédulo, pero su expresión aún era
de alguien que no entendía.
—Pero no le gustó... —tartamudeó sin pensar.
—Bueno, diría que la señorita Hale es el tipo de joven que no deja
que su corazón hable en su cabeza. Pero parece que finalmente llegó
a una conclusión —Nicholas explicó con una sonrisa astuta.

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Thornton le devolvió la sonrisa con rigidez, perdido en sus
pensamientos. Acaso ¿Se había resistido a sus verdaderos
sentimientos? ¿Durante cuánto tiempo había sentido Margaret algo
por él?
Meditó en las palabras de Higgins por el resto del día y la mayor
parte de la noche.

Margaret puso la vela en la mesa junto a la cama, en donde se


acomodó con la carta del Sr. Thornton. La había leído innumerables
veces durante la tarde, memorizando cada una de las palabras que le
había escrito. Después de que la había leído por primera vez,
inmediatamente se sentó en su escritorio para responderle. Fue
maravilloso.
¡Finalmente le contaría sus sentimientos! La joven se regocijó
al pensar que pronto el Sr. Thornton sabría sobre ese día en la estación.
Desdobló el papel de nuevo para leer la carta una vez más:

Mi querida Margaret,
Perdóname si no uso las elegantes palabras de un poeta para
describir mis sentimientos por ti. Aunque mi prosa parezca simple,
espero que entiendas que escribo desde lo más profundo de mi corazón.
¡No hay palabras para describir la alegría que sentí cuando
declaraste nuestro compromiso con tu tía! Tu espíritu valiente y

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mente rápida nunca cesan de impresionarme. Que hayas aceptado ser
mi esposa me parece un sueño, porque te he amado por tanto tiempo.
¿Conoces el poder que tienes para hechizarme? Estoy
encantado por tu belleza y amabilidad. ¿Me encontrarás muy audaz
si te digo cuánto anhelo abrazarte? De hecho, confieso que he tenido
que contenerme de tomarte en mis brazos cada vez que he estado cerca
de ti.
¿Me dirás algo que esté en tu corazón? Margaret, si
realmente eres mía, viviré en constante asombro ante la bendición que
me ha sobrevenido. ¿Me escribirás algunas palabras de afecto hasta
que pueda escucharlas directamente de tus labios?
Yo pienso en ti, a cada momento y despierto deseando
ardientemente, que las millas que nos separan desaparezcan, porque
entonces estarías aquí conmigo para siempre.
Soy y siempre seré tuyo,
John Thornton

Ella corrió sus dedos sobre su firma con tierno cariño antes de
doblar la carta nuevamente y colocarla debajo de la almohada.
Se inclinó para apagar la vela, luego se acomodó para dormir con
una sonrisa en sus labios, sabiendo que la carta le traería dulces sueños.

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— CAPÍTULO 5 —

Una cálida brisa primaveral sopló a través de las ventanas


abiertas en la casa de Crampton, agitando la cortina de algodón en la
sala de estar y haciendo que el polvo del invierno se deslice en círculos
en el piso de madera. Dixon estaba ocupada colocando las sábanas
dobladas en una pila en el sofá, y la habitación estaba llena de cajas de
varios artículos para el hogar y muebles ligeros de toda la casa. La fiel
criada se levantó para inspeccionar el espacio a su alrededor.
Era triste recordar todo lo sucedido en Milton, ver todas las
pertenencias de los Hale amontonadas y envueltas alrededor de la
habitación y que se extendían hasta el pasillo. Por la noche, Dixon
esperaba que hubiera terminado, pero por la mañana debería limpiar
el piso y la cocina. El Sr. Thornton iba a hacer los arreglos para la
venta y el reemplazo de los muebles más grandes que quedaban en el
segundo piso. Las cosas que había reservado para Margaret estaban en
el comedor.
Sacudió la cabeza al pensar en la señorita Hale residiendo en la
casa de los Thornton. ¿Qué pensaría su querida Sra. Hale de esta
unión? Seguramente la conexión con un industrial en esta terrible
ciudad debilitaría aún más la sublime herencia de los Beresfords. Pero,
aun así, la encantadora doncella estaba obligada a admitir su respeto
por el hombre con el que Margaret se casaría. El Sr. Thornton siempre
había actuado como un caballero, y había demostrado especial
consideración para su señora durante los meses de debilitamiento de
su salud.

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Dixon estaba ansiosa por ir a Londres, al menos hasta la boda de
Margaret, porque no tenía entusiasmo por vivir en la misma casa que
la Sra. Thornton. Esa señora y su hijo eran toda una pareja, ¡vestidos
de negro y con un aspecto tan duro! Estaba segura de que nunca había
visto a una pareja más seria e interesada en sí mismos. Será bueno para
ellos tener a Margaret en su casa. La joven Hale, en la mayoría de las
veces, era una chica alegre y traería mucho humor a la atmósfera
sofocante que, en opinión de Dixon, debería invadir la casa de los
Thornton.
Estaba a mitad de camino hacia la cocina cuando llamaron a la
puerta. Trató de imaginar por qué el Sr. Thornton vendría a esta hora
del día mientras a regañadientes regresaba por el pasillo principal.
Abriendo impacientemente la puerta, se sorprendió al
encontrarse frente a un joven con un uniforme impecable de la Royal
Navy. Su rostro palideció de terror por un breve momento,
recuperándose rápidamente en su intento de parecer despreocupada.
—Teniente Bexley de la Marina de Su Majestad la Reina —el
oficial se presentó sin cortesía—. ¿Es esta la residencia Hale? —dijo con
autoridad, echando su mirada sobre el hombro de la fornida criada
para buscar cualquier movimiento dentro de la casa.
—Sí, lo es —respondió Dixon con firmeza, sin embargo,
desesperada en intentar controlar su voz para no denunciar la
temblorosa ola de miedo que la invadía.
—La Marina está buscando el paradero del Sr. Frederick Hale —
anunció el teniente Bexley con gran formalidad—. ¿Puedo hablar con...
el Sr. Richard Hale? —preguntó, sacando una tarjeta de su bolsillo con
la información relevante garabateada en ella.
—El Sr. Hale falleció recientemente y su esposa también señor —
Dixon le informó con arrogancia.

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—Lo siento —el Teniente se expresó con cortesía solemne—.
Entonces tal vez pueda hablar con su hija, la señorita Margaret Hale —
persistió, mirando otra vez la tarjeta en su mano.
—La señorita Hale está en Londres. No volverá aquí por un
tiempo... —la sirvienta respondió evasivamente, con la esperanza de
evitar más preguntas sobre su joven señora.
—-¿En Londres? Con parientes, supongo —supuso
inteligentemente con una media sonrisa.
—Con la familia de su madre —dijo Dixon insolentemente,
percatándose con disgusto que el joven espía no podía ser mayor que
el propio joven Frederick.
—Y cuando se espera el regreso de la dama a Milton? —
continuó—. Dijo que volvería, ¿No? —le preguntó, eficazmente
arrinconándola para darle una respuesta.
Dixon no tenía idea de cuándo Margaret planeaba regresar, y al
menos esta vez estaba contenta de no haber sido informada.
—No sé cuándo volverá —respondió honestamente con cierto
triunfo—. Sin embargo, está a punto de casarse con el Sr. Thornton de
Marlborough Mills, pero eso fue todo lo que me dijeron. Solo soy una
criada aquí —le recordó rápidamente.
—¿El Sr. Thornton dice? —preguntó. Su frente se arrugo, en un
vago recuerdo el nombre y examinando de nuevo la información
anotada, la cara del joven de inmediato se animó en comprensión—.
Ah, sí... es el magistrado local aquí en Milton, ¿no? —preguntó,
mirando a la criada para confirmar.
—El mismo —dijo con un ligero temblor en su voz.
—Muy interesante —murmuró, alzo la barbilla, mientras estimaba
la conveniente coincidencia—. Justo el hombre que me gustaría ver —

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determinó en voz alta—. Muchas gracias por su ayuda —agregó el joven
con ironía—. Que tenga un buen día, señora— dijo con un rápido
movimiento de cabeza y abruptamente se volvió para bajar los
escalones.
Dixon asintió secamente y cerró la puerta antes de perder la
compostura y comenzó a retorcerse las manos con desesperación.
—¡Oh, joven Frederick! —se lamentó en un ataque de agonía
aterradora. A pesar de sentirse aliviada de haber desviado al oficial de
perseguir a Margaret para interrogarla, le preocupaba haber colocado
al Sr. Thornton en medio de un problema familiar, pero eso no podía
evitarse, después de todo, pronto sería parte de la familia.
Satisfecha, la criada murmuró petulantemente mientras
imaginaba que el insolente joven oficial encontraría un mejor
adversario en el Sr. Thornton. Estaba segura de que nadie podía
intimidarlo.

El teniente Bexley permaneció en el patio viendo a los


trabajadores descargar una montaña de fardos de algodón recién
llegados. Ya estaba impresionado por la escala de la fábrica y tenía
curiosidad por conocer al hombre que manejaba todo esto. Pero eso
era otra historia. Le habían dicho que la residencia principal del Sr.
Thornton estaba en el molino, y ahora el oficial estaba esperando a que
un trabajador se lo localizara. El joven estaba cada vez más impaciente
a medida que pasaban los minutos.

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Se enderezó cuando un anciano salió del molino y caminó hacia
él. El hombre tenía bigote, un abrigo marrón mediocre y un gorro, no
parecía ser el gerente, que esperaba de una fábrica como esta.
—¿Sr. Thornton? —Bexley le saludó con cautela.
—No, no. Mi nombre es Williams, soy el supervisor aquí —
explicó disculpándose, se quitó rápidamente la gorra y
respetuosamente le dijo—. Si tiene la amabilidad de seguirme,
Teniente, encontraré al Maestro —ofreció con una breve reverencia y
su brazo extendido apuntando al molino. Ya dentro de un pasillo, el
supervisor se dirigió al Teniente nuevamente—. Si usted pudiera
esperar aquí en la oficina, señor.
—Si me lo permite, prefiero acompañarle en su búsqueda —
solicitó Bexley, más que nada por el interés de ver el interior del
molino, que por el compromiso con el deber.
Williams estuvo de acuerdo y guío al Teniente al otro lado de la
habitación, desde los husillos mecánicos hasta la puerta corrediza del
cobertizo. Cuando se abrieron las puertas, Bexley permaneció
transfigurado en el momento en que captó la imagen que tenía
enfrente.
El ruido era ensordecedor, pero la visión del algodón flotando
alegremente en el aire como la nieve dio paso a una etérea sensación
de tranquilidad. Bexley siguió a Williams por un pasillo entre
máquinas, y a la vuelta de la esquina, el oficial se detuvo cuando vio al
supervisor agacharse para hablar con un hombre que estaba en cuclillas
frente a una máquina de tejer que obviamente no estaba funcionando,
un trabajador estaba de pie, sin poder hacer nada.
El hombre se enderezó en toda su altura y dándose la vuelta se
bajó meticulosamente las mangas de su camisa de algodón. El hombre
se puso el abrigo sin prisa y levantó la mano para saludar al hombre

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uniformado ante él. El Teniente Bexley sabía sin duda, de que había
encontrado al Maestro.
—Sr. Thornton. Señor, ¿puedo hablar con usted? —hablo
torpemente tratando de hacerse oír.
—Sígame —Mr. Thornton respondió con una voz poderosa que
estaba perfectamente adaptada para superar el ruido de las máquinas.
Indiferente a las miradas de los trabajadores, Bexley aceleró su
ritmo para mantener los largos pasos del Maestro mientras lo guiaba a
través de una larga línea de maquinaria. Una vez en la privacidad de la
oficina, Bexley comenzó a hablar.
—Soy el Teniente Bexley de la Marina de Su Majestad la Reina,
señor —anunciado formalmente.
El Sr. Thornton se sentó detrás de su escritorio y le ofreció un
asiento al Teniente con un gesto.
—¿Cómo puedo ayudarlo? —preguntó intrigado por saber el
propósito de la visita.
—La Marina requiere de su asistencia en revelar cualquier
información que pueda tener sobre un aspirante que ha sido acusado
de motín. Recientemente recibimos noticias de que estuvo en esta
ciudad en octubre pasado —explicó.
—¿Su nombre? —preguntó, dudando en poder contribuir al
tema.
—Frederick Hale —el oficial anunció claramente, y puso atención
de cualquier reacción que ese nombre pudiera evocar.
—¿Hale? —Thornton repitió sardónicamente, frunciendo el ceño
confundido. Su cuerpo se puso rígido, como si su intuición le

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advirtiera de algún peligro inminente. Esperando atentamente las
siguientes palabras que se dirían.
—Sí, el hijo de Richard Hale de Crampton —explicó, mirando con
curiosidad al industrial.
Thornton quedó profundamente conmocionado por la
revelación. ¡El Sr. Hale tenía un hijo! Se quedó perplejo al descubrir
que Margaret tenía un hermano. ¡Lo habían mantenido en secreto!
Inmediatamente, una avalancha de imágenes y recuerdos de
acusaciones inundaron su conciencia. Su cabeza giró cuando entendió
todo. En medio de los fragmentos de recuerdos llegó el recuerdo de
Margaret parada frente a él en la casa de su padre, diciéndole en voz
baja: “es el secreto de otra persona. No puedo explicarle sin hacerle
daño” John luchó frenético por ubicar correctamente esa ocurrencia
en la línea de tiempo, y rápidamente recordó que había sido en
octubre, poco después de la muerte de la Sra. Hale.
De repente cayó sobre él la verdad…
El faro iluminando brillantemente la imagen de Margaret en los
brazos de otro hombre.
¡Era su hermano!
—Sr. Thornton —llamó Bexley, tratando de llamar de nuevo la
atención del Sr. Thornton.
Una ola de alivio y alegría extática lo envolvió, haciendo que las
comisuras de sus labios se alzaran en una pequeña sonrisa que no
podía ser contenida. La había visto en los brazos de su hermano. ¡No
había ningún amante!
—¡Sr. Thornton! —el Teniente lo llamó más fuerte.
El Sr. Thornton se volvió hacia el visitante, animándose a discutir
la pregunta que le había hecho.

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—No sabía nada de ese hombre —dijo honestamente.
—¿Quiere decir que no conocía nada sobre el hermano de su
prometida? —preguntó el joven Teniente con escepticismo, tratando
de revelar cualquier información por parte del Sr. Thornton.
Thornton entrecerró los ojos.
—Mi relación con la señorita Hale no es de conocimiento común
—dijo con voz contenida, lleno de ira al ser interrogado de esa manera.
—La criada de la casa del Sr. Hale, me lo informó —propuso
Bexley como explicación.
—No sabía que la señorita Hale tenía un hermano —Thornton
reiteró, deseando finalizar la visita lo antes posible.
—Me resulta difícil creer que un hombre como usted, magistrado
y líder en la industria, esté conectado con una familia así —dijo el
Teniente con arrogancia—. Su prometida me parece poco confiable —
añadido desdeñosamente.
Thornton se puso de pie de un salto y golpeando la silla contra
la pared. Caminó rápidamente alrededor de la mesa para confrontar
al Teniente, que se había levantado con aprensión.
—No creo que sea su trabajo hacer juicios sobre las personas que
no conoce —dijo entre dientes, su rostro oscuro con una ira apenas
controlada—. Mi experiencia me ha enseñado que una persona no
siempre puede ser considerada responsable de las acciones de un
miembro de la familia —continuó Thornton, mirando al joven. Este
intentaba en vano no parecer asustado—. También ha sido mi
experiencia encontrar que hay pocas familias que no llevan un secreto
bien guardado —dijo, liberando al hombre de su penetrante mirada—.
Sobre su ubicación —continuó—, ciertamente no sé nada, parece lógico
suponer que dejó el país. ¿Qué información recibió para sugerir que

62
estuvo en Milton en octubre pasado? —preguntó Thornton, curioso
por saber por qué había comenzado la búsqueda.
—Recibimos una carta de una mujer que declaró que su
prometido fue asesinado tratando de llevar a Hale ante la justicia.
Evidentemente, el hombre sabía que habría una recompensa. Lástima
que no haya escrito antes. Parece que lo hizo solo para preguntar si su
carta podría ayudarla a obtener una recompensa —explicó Bexley.
Thornton entendió instantáneamente que Jane había enviado la
carta, pero evitó pensar en ello para concentrarse en qué decir a
continuación.
—Si realmente Hale estuvo aquí en ese momento, estoy seguro
de que ha regresado a su lugar de exilio. Le aseguró que no he
conocido al hombre ni he oído nada sobre su ubicación —dijo,
esperando finalizar el asunto.
—¿Está seguro de que dejó Inglaterra? —Bexley cuestionó.
—Como dije, no sé nada de él. Solo puedo suponer que ha huido
del país. No tengo expectativas de llegar a conocerlo nunca—dijo
Thornton para aplacar al Teniente.
—Espero que recuerde que ha jurado lealtad a la Corona, si
futuros eventos le llevan a encontrarse con el Sr. Hale… —Bexley le
advirtió, manteniendo la mandíbula alta.
Thornton apretó los dientes.
—Sé bien dónde está mi lealtad, Teniente —logró decir
cortésmente.
—Que tenga un buen día, señor —respondió el Teniente
asintiendo bruscamente antes de girar para irse.

63
Thornton permaneció de pie después de que la puerta se cerró
de golpe, permitiendo que su cuerpo se relajara. ¡Margaret! ¡Ojalá
hubiera confiado en él! ¿Había sido tan inaccesible que ella no podía
hablarle de su hermano? Una aguda punzada de odio a sí mismo lo
golpeó cuando recordó cómo la había lastimado con sus crueles
palabras, sus tontos celos lo incitaron a buscar represalias por su
amarga angustia.
Había aceptado valientemente su ira en el momento en que más
necesitaba su amable compasión. Había perdido a su madre y tuvo que
soportar la aterradora posibilidad de perder también a su hermano.
Thornton agradeció recordar que había podido ayudarla al interrumpir
la investigación sobre la muerte de Leonards. Sin embargo, sintió una
punzada de remordimiento por su furia ciega y la fe vacilante en el
carácter de Margaret. ¡Cómo deseaba haber podido ayudarla!
Estaba reflexionando sobre todo lo que había sucedido cuando
llamaron a la puerta.
—Adelante —gritó, abatido.
Higgins abrió la puerta y empujó su cabeza para mirar alrededor
antes de entrar.
—¿Está a salvo el joven Hale? —preguntó con gran preocupación
y Thornton lo miró confundido.
—¿Lo sabías? —le preguntó perplejo.
—Mi Mary trabajaba para los Hales en aquellos días en que la Sra.
Hale estaba enferma. No habló mucho, pero me contó algunas cosas
—explicó—. Entonces, ¿está a salvó? —repitió, mirando ansiosamente
a su Maestro.

64
—Saben que estuvo aquí cuando su madre murió. Pero no saben
dónde está ahora —informó—. ¿Sabes dónde está? —añadió
rápidamente y Nicholas asintió con la cabeza.
—En Cádiz, España.
—¿España? —repitió el maestro, reflexionando cuidadosamente
todas las noticias—. Mejor que se quede dónde está —agregó con
gravedad.

Margaret estaba disfrutando un día especialmente tranquilo en la


residencia de Harley Street. Edith y Maxwell habían ido a un banquete
y la Sr. Shaw estaba descansando en su habitación. Se encontraba
sentada cómodamente en un sofá azul pastel, con las piernas dobladas
y una pila de libros abiertos cerca de ella. Estaba contenta de leer
cualquier cosa que satisficiera su estado de ánimo, a veces eligiendo
poesía o la mayoría de las veces, leyendo algunos de sus libros favoritos
que había leído de pequeña.
La joven se entretenía con el clásico Ivanhoé, cuando el lacayo
anunció que tenía una visita. Se levantó para que las capas de su vestido
negro cayeran al suelo, y pasó su mano a lo largo de su falda para alisar
los pliegues anchos. Cuando levantó la vista, se sorprendió gratamente
al descubrir quién era el visitante.
—¡Sr. Bell! —exclamó Margaret, sonriendo alegremente,
apresurándose a saludarlo—. ¡Estoy muy contenta de verle! —dijo
emocionada.

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—Pensé en venir a ver cómo te iba y animarte un poco —dijo con
humor. Pero cuando el Sr. Bell observó a su ahijada más cerca, frunció
el ceño confundido.
—¡Vaya, pero te ves maravillosa! —notó con curiosidad.
Margaret se sonrojó y bajó la cabeza tímidamente, levantando de
nuevo su rostro sonrosado y brillante de felicidad.
—Estoy muy bien. ¡Estoy comprometida para casarme! —le
informó alegremente.
—¡¿Pero qué!? —preguntó sorprendido el Sr. Bell—. Debo
confesar que estoy muy celoso. Veo que no se requiere mi oferta para
entretenerte. ¡Ciertamente estás radiante, querida! —bromeó— ¿Quién
es el caballero con suerte? ¿Alguien que conozco? —interrogó el amigo
de su padre, con una sonrisa comprensiva.
—Creí que ya lo habría adivinado —dijo, con los ojos brillantes
—El Sr. Thornton —admitió con una sonrisa irónica. Margaret
asintió con la cabeza—. Te deseo toda la felicidad, querida. ¡Hacen una
pareja extraordinaria! Él es un buen hombre. Tu padre estaría muy
complacido.
—¿Lo cree usted, Sr. Bell? —preguntó, contenta de escuchar su
opinión.
—Sí, pero él estaba absolutamente seguro de que no te gustaba el
pobre muchacho —explicó el Sr. Bell.
Margaret miró hacia abajo cuando recordó su pasada actitud
hacia su ahora prometido.
—Fui muy cruel con él al principio. Me temo que le juzgué mal
—confesó.

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—Ciertamente es un hombre muy reservado es difícil acercársele
—reconoció el Sr. Bell—. Creo que lo harás muy bien. Al menos espero
que no frunza el ceño en el futuro —bromeó con ella, con un brillo en
los ojos—. En cuanto a su madre, creo que es un caso casi imposible —
dijo con un guiño.
—¡Sr. Bell! —protestó sonriendo.
—Bueno —Bell comenzó a hablar más en serio—, pensé que te
gustaría escapar de tu reclusión actual por un momento para disfrutar
de un poco de cultura. Me han dicho que la Sacred Harmonic Society
es absolutamente magnífica —dijo—. ¿Te gustaría acompañar a este
viejo excéntrico una noche en el teatro?
—¿Enserio? Ha pasado tanto tiempo que no voy a un concierto.
Me encantaría ir —Margaret respondió con entusiasmo.
—Muy bien, entonces está decidido —respondió cuando Margaret
le dedicó una sonrisa de agradecimiento.

Thornton cerró la puerta de la oficina detrás de él y se dirigió a


su casa atravesando el patio polvoriento. Ese día no habría más
entregas de la oficina de correos y aún no había tenido noticias de
Margaret.
Comenzó a sentir una ligera molestia en el estómago. Creía que
Margaret ya debería haber recibido su carta. ¿Por qué no respondió?
Se preguntó dolorosamente, recordando su súplica escrita para que ella
revelara sus sentimientos.

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Thornton quería creer que su tía podría haberle impedido
escribir y que de alguna manera se había sentido frustrada en sus
intentos de comunicarse con él. Aunque tenía miedo de pensar que
los parientes de Margaret no lo aprobaban, era reconfortante creer eso
en vez de que sus intenciones hubieran cambiado.
Ciertamente, pensó, Margaret ya había llegado a la edad adulta, y
era capaz de tomar sus propias decisiones. No quería tener malos
pensamientos sobre la razón del silencio de Margaret. La posibilidad
de un cambio en sus sentimientos amenazaba con paralizarlo de
miedo. ¿Y si ella prefería vivir en Londres? Quizás sus parientes la
habían persuadido de que allá podría encontrar un mejor pretendiente,
o al recuperarse de la conmoción de la muerte de su padre, descubrió
que su afecto por él era casual y fugaz.
Tales eran sus contemplaciones, que las ideas lo asaltaron con
tanto dolor que sintió que su respiración se acortaba. ¿Cómo
sobreviviría si ella le rechazaba de nuevo? Sintió que su corazón aún
no se había curado del golpe del rechazo de aquel fatídico día, cuando
le habló por primera vez de su amor.
Thornton se obligó a considerar las noticias sobre el hermano de
Margaret. Le llenaba de esperanza saber que no había amado a ningún
otro hombre, como había asumido estúpidamente. La sorpresa al
descubrir que Margaret tenía un hermano había aumentado su deseo
de hablar con ella, y decidió que debía ir a Londres para asegurarse de
que el joven Hale permanecía a salvo en España y lejos de la inminente
investigación. Aunque sabía la verdad de su partida, ya no podía vivir
con la tortura de este estado de limbo, atrapado entre la esperanza
ansiosa y la desesperación total. Necesitaba saber que su futuro estaba
a salvo y que Margaret volvería para vivir en su casa y compartiría su
cama. Necesitaba asegurarse de que ella lo amara.

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Cuando entró en el comedor, se desató la corbata. Había sido
un día agotador y anhelaba liberarse de todas sus ansiedades.
Su madre entró en la habitación por la puerta que da a la cocina,
donde había dado instrucciones adicionales al cocinero.
—Llegaste a casa temprano —señaló, mirándolo con aprensión.
—Ha sido un día largo —dijo débilmente, dirigiéndose al cómodo
sillón de la sala de estar.
—¿Está todo bien? —preguntó su madre, mirándolo de cerca
mientras se sentaba—. ¿Qué quería el hombre de la Marina? —
preguntó, recordando al extraño que había buscado a su hijo ese
mismo día. Thornton la miró intrigado—. Vino aquí y preguntó por ti
—respondiendo la pregunta no formulada.
Thornton suspiró profundamente.
—Estaba buscando un hombre acusado de organizar un motín —
comenzó lentamente.
—¿Aquí… en Milton? Y ¿Puedes proporcionar alguna ayuda para
el caso? —preguntó con gran interés.
Mirando a su madre, respiró hondo:
—El hombre que estaba buscando es el hermano de Margaret —
dijo.
Su madre se dejó caer en una silla y se enfrentó desconcertada a
su hijo.
—¿Hermano? —repitió incrédula.
—Ahora está en España, pero vino a Milton a ver a su madre antes
de que falleciera —continuó Thornton dándole a su madre la
oportunidad de reflexionar sobre lo que había dicho.

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La Sra. Thornton miró vagamente la alfombra, frunciendo el
ceño en concentración. Después de un momento, levantó la cabeza
para encontrarse con la mirada escrutadora de su hijo con una
expresión de comprensión repentina.
—El hombre de la estación —pensó en voz alta.
—Era su hermano —Thornton le dijo con una sonrisa.
Hannah Thornton guardó silencio durante unos minutos,
recordando con remordimiento las duras palabras que había usado
contra Margaret por su indiscreción. Sintió un poco de compasión por
la niña. Ahora reconoció que Margaret se había resistido a la censura
indebida por la seguridad de su hermano. Se vio obligada a dar crédito
a la niña por su fuerza y su gracia en circunstancias tan difíciles, y
discernió que la niña tenía la capacidad de ser confiable y sincera.
—La juzgué mal, John —Hannah expresó como una disculpa a su
hijo, incapaz de enfrentarlo directamente mientras hablaba.
Thornton estaba agradecido por su admisión, pero permaneció
en silencio unos momentos.
—He decidido ir a Londres —anunció calmadamente, esperando
que su madre lo entendiera —la miró.
—¿Cuándo? —preguntó.
— ¡Mañana! No quiero esperar más para hacer las cosas bien —le
explicó.
—¿Estás inseguro? —Hannah no se sentía cualificada para
discernir la incomodidad en su voz. Sintió compasión por su hijo.
John había sufrido mucha pena en su búsqueda de la mano de
Margaret, y ahora que había recibido su consentimiento, las
circunstancias se veían desfavorables y amenazaban con cuestionar su

70
confianza para adquirir su propósito. Deseaba tranquilizarlo, pero aún
tenía sus reservas sobre la prudencia de elegir una esposa con esa carga.
Hannah nunca había conocido a una chica tan feroz y terca como
Margaret Hale, ni una tan independiente y orgullosa. Le molestaba
que John subestimara los defectos de la niña. Sin embargo, tan
intrascendente como era, parecía admirar a la niña por eso mismo.
¿No veía lo rebelde que sería como su esposa? Sería mucho mejor
buscar una chica que respetara su autoridad, poseyera modales más
suaves y tendencias más femeninas para ayudar a mantener la
respetabilidad que merecía como Maestro de Marlborough Mills.
Pero John no cambiaría de opinión. Quería a Margaret como
esposa y dependía de ella aceptar la decisión de su hijo al respecto.
Había sido su deber y privilegio durante todos esos años apoyar a un
muchacho tan bueno como él en todos sus esfuerzos por conseguir el
éxito, y Hannah no quería interponerse en su camino ahora.
¿Era posible que Margaret realmente hubiera cambiado sus
sentimientos por su hijo? ¿Lo amaba? Hannah no podía estar segura
hasta que pudiera ver cómo lo trataba con sus propios ojos. Pero,
puesto que estaba claro que Margaret no tenía otro amor, su motivo
para casarse con John parecía ser genuino. El hecho de que la niña
hubiera preferido quedarse en Milton, en vez de irse a Londres, le dio
las razones para creer que Margaret podría haberse enamorado de su
hijo.
—Es correcto que vayas a Londres —dijo con firmeza—. Le dará a
Margaret la oportunidad de explicar todo. No tuvieron tiempo de
hablar —acertó Hannah.
John levantando una mirada sorprendido y al mismo tiempo
agradecido

71
—¿Tienes un anillo para ella? —continuó su madre, recordando
algo que había estado pensando.
Thornton bajó la cabeza desanimado.
—No. Pensé que tendría más tiempo.
—Espérame aquí. Tal vez pueda ayudarte —le informó, y subió
las escaleras. Cuando regresó, le dio a su hijo una pequeña pieza de
joyería.
—Era el anillo de compromiso de tu abuela. Perteneció a la
madre de tu padre, Sophie Thornton —le dijo mientras John tomaba
suavemente el anillo de su mano, examinándolo con reverencia. El
anillo tenía un zafiro ovalado, de color azul, delineado a cada lado por
un grupo de pequeños diamantes y el aro era un delicado hilo de oro.
—Tu abuela tenía ojos azules, como tu padre —recordó en voz
alta—. Y según recuerdo, ella misma era un poco temperamental — dijo,
sonriendo sinceramente a su hijo que se había quedadó sin palabras
durante unos minutos.
—¡Gracias! —consiguió decir por fin— ¿A ella le gustará? —
preguntó con un anhelo infantil de convicción.
Una ola de tierno cariño la invadió cuando vio su profunda
necesidad de ser amado. Hannah rezó fervientemente para que él
encontrara su felicidad, incluso si sentía una sacudida de celos sabiendo
que su hijo no la buscaría más. Esperaba que la joven lo amara como
merecía ser amado.
—Es hermoso, John —afirmó como un asunto trivial—. Si
realmente te ama, tendrá el honor de usarlo —le prometió.
Thornton miró a su madre para determinar su sinceridad, y luego
volvió a mirar maravillado el objeto en su mano.

72

Margaret estaba extasiada. Los melancólicos tonos flotantes del


tenor solista contaban sobre las pruebas y pérdidas que acosaban a la
humanidad. Una lágrima al azar se deslizó por sus mejillas cuando le
recordó su propia pérdida. Y cuando el coro y la orquesta alcanzaron
las más notas de las alturas de la divina alabanza al Creador, sintió que
su alma se llenaba de asombro ante la bondad del Señor para con los
hombres. Nunca antes se había sentido tan conmovida por una
canción.
Bell disfrutó muchísimo el concierto, pero encontró aún más
deleite en observar el efecto de la música en Margaret. Había notado
sus ojos húmedos y los movimientos delicados de sus labios, y le había
fascinado ver su rostro radiante de alegría ante las poderosas notas del
coro.
Cuando el último acorde majestuoso se silenció, los dos se
unieron al cálido aplauso. Margaret se volvió para sonreír
radiantemente en agradecimiento.
Bell estaba profundamente impresionado, Margaret era
realmente la mujer más extraordinaria que había tenido la oportunidad
de conocer. Thornton, era de hecho, un hombre muy afortunado, y
estaba absolutamente convencido de que ganar el corazón de Margaret
había sido su mayor logro.

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— CAPÍTULO 6—

El sonido rítmico y el movimiento del tren condujo lentamente


a Thornton a un sueño reparador. El descanso era esencial, porque la
noche anterior había pasado despierto horas frente a la perspectiva de
su inminente reunión con Margaret, y todavía se había levantado muy
temprano para tomar el primer tren a Londres.
Despertó más tarde de su siesta para encontrarse con la mirada
vigilante de un niño frente a él. Thornton, siempre serio, esta vez
sonrió amablemente, y el niño le devolvió su amabilidad con una
sonrisa a su vez. Después dirigió su atención a la ventana.
Tomó el reloj de bolsillo de su padre para determinar la hora.
Eran más de las diez en punto. En una hora estaría en Londres. Sus
nervios hormiguearon ante la idea de que pronto descubriría su
destino. Se preguntaba ¿Si Margaret lo recibiría con alegría o se
encontraría a su vez con un comportamiento helado de cordialidad
ensayada?
¡Ojalá supiera por qué no le había escrito! Le preocupaba que
su familia pudiera haberla convencido de liberarlo de sus obligaciones.
Ahora que estaba huérfana, con un hermano lejos, y sin otro pariente
masculino que la cuidara. Se sabía, por la costumbre, que sería mejor
si estuviera casada de forma segura y Margaret Hale lo había designado
tácitamente como su protector cuando anunció el compromiso.
¡Cuánto deseaba cumplir ese papel y casarse con ella lo antes posible!
Si realmente le tenía afecto, esperaba que no fuera convencida de
dejarlo por un caballero londinense. Haría cualquier cosa para
asegurar su promesa, no permitiría que las opiniones de otros se

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interpusieran en su camino. Sobre todo, se negaba a perderla de
nuevo.
El tren cruzó un prado. Las flores salpicaban el elegante césped,
y el fresco aroma de la primavera impregnaba el aire. No había nada
en Milton que se compárese con este simple espectáculo de la
naturaleza. Este pensamiento lo golpeó con una verdad innegable.
¡Qué natural parecía imaginarse a Margaret creciendo en este amplio
verde! ¿Sería tan egoísta mantener una flor tan hermosa en Milton
para iluminar su propio mundo incoloro?
Si John fuera un aristócrata, podría ofrecerle una mansión rural,
que creía, que ese sería su lugar. Pero su vocación era la industria, y no
podía escapar del confinamiento de la ciudad. ¿Podría Margaret
encontrar la felicidad en un lugar así? La vieja pregunta pasó por su
mente y le hizo dudar.
Recordó con una chispa de esperanza que le había confesado que
su corazón pertenecía a Milton. Recordó también el temblor que lo
había golpeado cuando escuchó esas palabras por primera vez. Su
mayor esperanza era que Margaret quisiera estar con él. Todavía
estaba asombrado por la forma en que había anunciado el compromiso
frente a su tía. Se estremeció al recordar la forma en que Margaret lo
había mirado en la estación y rezó para que pronto volviera a recibir
esa mirada. ¿Estaría realmente enamorada de él?
Le vino a la memoria el beso en su mano y la forma sorprendente
en que la joven había puesto los labios donde estuvieron los suyos. Sus
esperanzas se elevaron a alturas peligrosas al imaginar que Margaret
podría recibir con gusto sus más ardientes atenciones.
Hacía tiempo que soñaba lo que sería besarla, y sintió una oleada
de euforia ante la idea de finalmente besar sus labios. ¡Era tan hermosa!
No podía dejar de pensar en ella día y noche. Durante meses había

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perseguido sus sueños con imágenes esquivas de súplica amorosa. Pero
ahora que había prometido ser su esposa, su visión era aún más vívida,
más real.
Sus pensamientos inmediatamente volvieron a los eventos del día
anterior. La conmoción de descubrir que tenía un hermano había
disminuido, y ahora podía evaluar con mayor profundidad cómo las
consecuencias de ese secreto habían afectado a Margaret. Sintió una
gran compasión cuando recordó cuán fielmente había guardado el
secreto de su hermano. Que sola y cuánto miedo debió de sentir por
la seguridad de su hermano durante la disputa con Leonards en la
estación. Lamentaba no haber estado en el momento adecuado. Si
hubiera sido así, tal vez podría haber ayudado de alguna manera. En
cambio, indignado, recordó que había dejado la estación consumido
por unos celos enfurecidos y el orgullo herido. ¡Cuánto tiempo había
perdido agonizando sobre toda esa escena! Había luchado
vigorosamente con la indecencia expuesta de Margaret, y había sido
atormentado incesantemente por la idea de que amara a otro hombre.
Había estado tan cegado por sus tontos celos que no podía discernir la
verdad.
Le dolía pensar cuántas palabras de enojo se sumaron a la carga
de aislamiento y paciencia que Margaret tuvo que soportar. Cómo
deseaba haber sido un compañero en su sufrimiento, que Margaret
hubiera sentido que podía acudir a él como refugio contra un mar
tormentoso.
Juró que Margaret nunca volvería a enfrentar las pruebas de la
vida sola. Haría todo lo que estuviera a su alcance para protegerla y
consolarla. Ninguna mujer sería más querida o amada, prometió. Solo
deseaba saber si la joven aceptaría su amor.

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Margaret tomó su desayuno tarde, recordando alegremente el


gran concierto de la noche anterior. Había estado completamente
exhausta por retirarse tarde la noche anterior, pero se sentía renovada.
La cálida luz del sol entraba por las ventanas del comedor para
crear una radiante figura de rectángulos alargados sobre la alfombra
oriental. Prometía ser un día hermoso que la inducia a disfrutar de la
naturaleza.
Finalmente, Margaret se unió a la Sra. Shaw, Edith y Maxwell en
el salón.
—Buenos días —saludó a todos felizmente.
—¿Cómo estuvo tu noche en el teatro, Margaret? —Edith
preguntó con curiosidad—. No he ido en mucho tiempo —señaló,
dirigiendo una mirada discreta a su esposo como una sutil pista.
—Fue absolutamente maravilloso —dijo emocionada, su rostro
mostraba su deleite.
—Estoy feliz de que lo disfrutarás, Margaret —comentó la Sra.
Shaw—. Fue muy amable de su parte visitarte en un momento como
este.
Margaret concedió con una sonrisa y se sentó en el pesado sillón
tapizado frente a Edith y Maxwell. Quería leer un poco, pero a medida
que avanzaba la mañana se impacientó y no pudo concentrarse en el
libro.
—Hoy se ve encantador afuera. Creo que debería caminar un
poco —anunció, levantándose.

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—¿Sola? —preguntó Edith con una mirada de preocupación y
sorpresa.
—No iré muy lejos, solo me gustaría disfrutar del aire fresco y
mirar el cielo abierto.
—¿Maxwell no puedes acompañarla? —la optimista de Edith le
preguntó a su esposo.
El Capitán Lennox acababa de levantarse, aceptando la solicitud
de su esposa, cuando su hermano Henry entró en la habitación.
—Sr. Lennox —saludó Margaret a Henry Lennox suavemente,
con un rastro de incomodidad en su voz.
—Señorita Margaret, lamento escuchar lo su padre. Mis sinceras
condolencias —dijo Henry con la solemnidad apropiada.
—Gracias, Sr. Lennox —respondió cordialmente.
—Tal vez Henry pueda acompañarte en tu salida a caminar,
Margaret —sugirió Edith rápidamente—. Margaret se iba a dar un paseo,
Henry —Edith le explicó a su cuñado.
Henry sonrió ante la posibilidad.
—Será un placer —dijo galantemente.
—¡Muy bien! —Margaret, le respondió con una sonrisa cortés, y
se dirigieron a la puerta.
—Henry no sabe acerca de Margaret, ¿No es así mamá? —le
preguntó Edith a su madre con preocupación, cuando los dos salieron.
Edith hubiera querido que Margaret se interesara por Henry
mientras estaba en Londres, y todavía estaba decepcionada por los
planes de su prima.

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—No, no lo sabe —respondió la Sra. Shaw de una manera simple—
Tal vez se lo dirá ella misma —sugirió sin una sonrisa.

Fuera de la casa, Henry y Margaret caminaron en silencio a lo


largo de la avenida, manteniendo una corta distancia entre ellos.
Margaret estaba feliz de estar a la luz del sol y se relajó un poco
mientras miraba a su alrededor.
—¿Has estado viajando? —lo interrogó con una cadencia en su
voz, llenando el silencio entre ellos.
—Sí, tenía algunos negocios en Edimburgo —dijo Henry—. Acabo
de llegar ayer —agregó.
—Fue un largo viaje. ¿Gustó de los paisajes? Me han dicho que
son adorables —quiso saber.
—Supongo que sí, pero me temo, que no soy el tipo de persona
que aprecia la naturaleza tal como tú lo haces —Henry la elogió,
esperando su respuesta.
Margaret evito su mirada, sintiéndose un poco perturbado por el
tono entusiasta.
—Solía pensar que todos disfrutaban del aire libre como yo. O al
menos deberían, si se les da la oportunidad —admitió.
—Debes estar feliz entonces, de ya no vivir más en Milton. No
hay belleza en ese lugar para recomendar —señaló.
—Es cierto que no hay muchos campos y bosques en Milton, pero
me di cuenta de que había otras cosas para disfrutar —le dijo Margaret,

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preguntándose cómo podría darle la noticia de su compromiso—. ¡Oh!
—exclamó Margaret de repente al perder el equilibrio y balancearse
precariamente.
Henry avanzó para estabilizarla, agarrando firmemente el
antebrazo de la joven.
—¿Qué pasó? —preguntó alarmado.
—Creo que mi zapato está atrapado entre los adoquines— explicó
mientras intentaba liberar su pie de la trampa—. ¡Oh cielos! —exclamó
exasperada—. Se me ha roto el tacón —anunció, dando unos pasos
hacia adelante para revelar la parte del tacón que se había enganchado
entre los adoquines.
Henry se inclinó para recoger la pieza, balanceándose para
soltarla, y se la guardó en el bolsillo.
—¿Estás bien? —preguntó con preocupación—. ¿Puedo llamar a
un carruaje?
—No, estoy bien, solo un poco exasperada. No estamos lejos,
estoy segura de que puedo manejar el regreso a casa —le aseguró con
una leve sonrisa.
—Permíteme que te ayude —respondió, ofreciendo su brazo con
una sonrisa satisfecha.
—Gracias —dijo educadamente, tomando su brazo.
Margaret se comprometió a comportarse con un poco de gracia
cuando regresaron a la casa de Harley Street.

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Thornton se alegró de escapar del tedioso encierro del tren. Fue
estimulante usar sus largas piernas para acercarlo a su objetivo. Tomó
el camino rápidamente a través de las calles de la ciudad, con su
maletín en mano, hacia Harley Street.
La promesa del dulce afecto de Margaret, expresada en el tierno
intercambio de miradas y palabras suaves, aligeró sus pasos y reforzó
sus esperanzas. La idea de tocarla, de finalmente acercarse a ella con
sus brazos y labios, encendió su pasión. A medida que se acercaba a
su destino, las comisuras de sus labios comenzaron a curvarse hacia
arriba en una sonrisa incontrolable. Cuando dobló la última esquina,
sus ojos se centraron en una pareja a poca distancia por delante de él.
La dama estaba apoyada contra su compañero de una manera
considerablemente llamativa.
John se congeló cuando la reconoció: era Margaret. Cuando la
pareja se volvió para entrar en un corto pasaje a la casa, vio al hombre
que la acompañaba. Era joven e iba elegantemente vestido. Los miró
impotente, escuchó la voz profunda del caballero, seguida de la
encantadora risa de Margaret.
Asombrado debido al inesperado golpe de esa imagen, se aferró
a un barandal cercano de acero forjado para calmarse. Una sensación
lenta y repugnante surgió de su estómago al pensar en la forma cómoda
en que Margaret se apoyaba contra su escolta. Su corazón se contrajo
al recordar el dulce sonido de su risa. ¡Cómo había soñado con ser el
beneficiario de ese regalo tan cautivador!
Se preguntó si había sido reemplazado tan fácilmente. Se sentía
como si el mundo se derrumbara a su alrededor mientras sus sueños
se hacían añicos. Su respiración se volvió rápida y desigual mientras
luchaba por pensar qué hacer. Estuvo tentado de irse, de regresar a
donde pertenecía, para no tener que volver a verla nunca más. Pero
sabía que debía encarar su destino. Había venido a determinar si

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Margaret sería fiel a su palabra y no se iría hasta que lo oyera de sus
propios labios. Armado con su resolución, dejó caer la mano de los
barrotes del barandal, se enderezó y caminó con determinación hacia
su puerta y llamó.
El lacayo le pidió que entrara al salón principal cuando leyó la
tarjeta de presentación.
Henry Lennox, sin embargo, al escuchar la voz profunda del Sr.
Thornton, quedó intrigado por la presencia del industrial de Milton,
en esta casa en particular.
—Sr. Thornton, ¿Qué le trae a Londres? Preguntó el Sr. Lennox
formalmente, extendiendo su mano.
—Sr. Lennox —John reconoció con cautelosa cortesía, incapaz de
permitir una sonrisa más allá de un ligero movimiento facial mientras
que a regañadientes y con firmeza, estrecho la mano del caballero
londinense.
—¿Qué le trae a Londres? —Henry preguntó con curiosidad otra
vez, guiándolo a una sala donde podían hablar en privado.
—Tengo algunos asuntos personales que lidiar con la señorita
Hale, relacionado con los negocios de su padre —respondió,
negándose a revelar nada sobre su verdadero propósito.
—Ya veo —dijo Henry caminando lentamente mientras veía al
industrial de Milton sospechosamente, mientras le ofrecía un asiento—
Dígame Sr. Thornton, ¿Cómo van los negocios en Milton? —preguntó
con una sonrisa maliciosa.

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Margaret que acababa de cambiarse los zapatos, bajaba para
reunirse con su familia cuando se sorprendió al reconocer la voz
aterciopelada, con el acento del norte, procedente de la sala de estar.
¡Está aquí! El estómago se le revolvió y se estremeció ante el tono de
su voz. Una sonrisa cariñosa llenó su rostro mientras caminaba por el
pasillo en su dirección.
Los dos hombres se levantaron de sus sillas cuando entró.
—Margaret —Henry la recibió felizmente.
John levantó su barbilla, sus ojos la estaban mirando con frialdad
y no sonreía.
El corazón de Margaret se hundió y su sonrisa se desvaneció
cuando vio su rostro severo. No estaba feliz de verla. Comenzó a
temer que hubiera cambiado de opinión con respecto al compromiso.
Margaret miró fijamente al suelo, tratando de mantener la compostura.
—El Sr. Thornton me estaba diciendo que la economía de Milton
no se ha recuperado completamente después de la desafortunada
huelga del verano pasado —comentó Henry de camino a ella,
consciente del extraño comportamiento de Margaret.
—Si puede disculparnos, Sr. Lennox, tengo algunos asuntos
privados que discutir con la señorita Hale —dijo cortésmente
Thornton, con una voz contenida que apenas ocultaba su impaciencia,
con sus ojos fijos sobre Margaret.
Henry miró a Margaret buscando su asentimiento.
—Está bien, Henry —le aseguró, sonriendo débilmente.
Henry miró cautelosamente a su rival antes de salir de la
habitación.

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John cruzó la habitación para cerrar la puerta, al hacer eso quedo
cerca de ella, casi rozándola.
—¿Conoces al Sr. Lennox desde hace mucho tiempo? —preguntó
sin rodeos.
Margaret no se movió, pero contuvo el aliento cuando el Sr.
Thornton la pasó de nuevo.
—Sí, hace algunos años, nos conocimos un poco antes de la boda
de Edith y el Capitán Lennox —respondió sumisamente.
—¿Te gusta su compañía? —John continuó, apretando los puños
involuntariamente.
—Creo… q-que sí. ¿Por qué preguntas esto? —preguntó perpleja,
finalmente levantando la vista para examinar su rostro.
—Los he visto caminando hace unos momentos. Estaban muy
cerca —dijo, su voz declaraba sus tormentosos celos.
Margaret se sorprendió de ser acusada, y sintió que la llama de
una ira justa ardía dentro de se ser. Incrédula, lo miró fijamente,
dándose cuenta de cuán severo y a la vez formidable parecía, mientras
la miraba. Sin embargo, cuando lo pensó por un momento, Margaret
vio el dolor y la tristeza que estaba tratando de ocultar en sus ojos,
revelando su anhelo por ella. Quería ser salvado de esa tortuosa
especulación.
¡Estaba celoso de Henry! Se lamentó, cuando por fin entendió
lo poco que debía saber sobre sus verdaderos sentimientos. Sintió una
tierna compasión brotar en su corazón por todo lo que ese hombre
había soportado en su amor por ella, tanto en el pasado como en el
presente. Su mayor deseo era deshacer toda confusión.
—Puedo explicarlo —comenzó a hablar gentilmente—. Mientras
caminábamos, el tacón de mi bota se ha roto, eso dificultaba el simple

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acto de caminar. Pensé que era mejor apoyarme en Henry —explicó—
Lo siento si parecía una indiscreción. No quisiera deshonrarte —
añadió, mirando suavemente hacia abajo.
John se impresionó por sus palabras conciliadoras y eso revivido
sus esperanzas. Sintió una punzada de odio hacia sí mismo por verla
expresar remordimiento por lo que ahora parecía un hecho inocente.
¡No merecía sus celosas acusaciones! Se acercó a ella, obligándola a
mirarlo.
—Margaret, perdóname. No he hecho nada más que pensar en ti
desde que te fuiste. No tuvimos la oportunidad de hablar de nosotros.
Quería saber de ti, y como no escribiste...
—¡Te escribí! —Margaret exclamó mientras daba un paso hacia
él—. No había recibido tu carta hasta hace dos días, pero respondí
—juró honestamente.
Una oleada de alegre alivio lo inundó cuando se dio cuenta de
que Margaret no lo había olvidado, y se estremeció ante su ansiosa
confirmación.
—¿Sobre qué escribiste? —preguntó, su voz apenas elevándose
justo por encima de un susurro.
Margaret sonrió suavemente y dio otro paso adelante.
—Decía: cuánto apreciaba tu carta —dijo amablemente, viendo sus
reacciones.
—-¡Margaret! —susurró roncamente, admirado por su simple
revelación.
—Pedí que perdonaras mi comportamiento imprudente en la
estación... —dudó y continuó—… y decía que tenía miedo de perderte.
Fui lo suficientemente tonta como para alejarte una vez... N-no podía

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dejarte ir sin que conocieras la profundidad de mis sentimientos —
confesó Margaret, analizando su semblante para ver si entendía.
—¡Margaret! —exclamó John temblando de la emoción—. Una vez
dijiste que no me querías —le recordó, buscando la verdad en sus ojos.
La joven inclinó la cabeza, avergonzada de recordar sus duras palabras.
—No me gustaba lo que pensaba que eras —confesó, incapaz de
enfrentarlo—. No te conocía entonces —dijo en voz baja, volviendo sus
tiernos ojos hacia él.
—¿Y ahora? —preguntó, acercándose aún más a ella mientras
extendía la mano para tocarla. Sus dedos acariciaron suavemente su
rostro de seda con un deseo conmovedor mientras sus ojos bebían su
belleza femenina.
—Tengo una excelente opinión sobre ti —se estremeció,
apoyando más su rostro en su mano.
John sostuvo los brazos de Margaret, sus ojos escaneando su
rostro intensamente.
—¿Me amas, Margaret? —preguntó, con una urgencia
desesperada por escuchar su declaración.
—Sí —respondió inmediatamente e instintivamente mirando hacia
otro lado. En el siguiente instante, decidió no ocultar más sus
sentimientos y le devolvió la mirada— ¡Te amo, John! —admitió
libremente, sumergiéndose en las profundidades de sus ojos azules.
John rápidamente, la envolvió en sus brazos, atándola a él.
—¡Margaret! —dijo roncamente, tocando su rostro y su fragante
cabello.
La alegría de finalmente escucharla decir esas palabras, y la
sensación de su forma suave contra él casi lo llevó a las lágrimas.

86
Margaret descansó su cabeza sobre su pecho, sus brazos
rodeaban suavemente su cintura. Se maravilló al sentirse tan cómoda
en su fuerte abrazo y el sonido del latido de su corazón era consolador.
Respiró hondo, sintiendo su cercanía y su ligero aroma a sándalo.
Después de unos momentos de sublime quietud, John le pasó la
mano por su cabello y movió suavemente la mano entre el. Comenzó
a acariciar detrás de su cuello con las yemas de sus dedos, deleitándose
con la suave sensación de tocarla. Margaret levantó suavemente la cara
de su pecho y al hacerlo rozó sus labios contra su mejilla y la besó
dulcemente.
La ligera caricia se demoró suavemente contra su piel,
deslizándose por su rostro con agonizante lentitud. Margaret se sintió
débil y sin aliento, anticipando el beso. Cuando finalmente llegó a su
boca, presionó sus labios suavemente contra los de ella. No estaba
preparada, nunca habría imaginado la sensación cálida y tierna que
cruzó su cuerpo con ese primer toque íntimo. Fue sorprendida de
encontrarse completamente entregada por la simple unión de sus
labios.
Lentamente, Margaret siguió el movimiento de sus labios,
regocijándose en la suavidad del tacto. A medida que los besos se
calentaron, respondió con entusiasmo, sintiendo que sus rodillas se
debilitaban. Margaret se aferró a él para no caerse.
Cuando se separó de ella, finalmente, la miró con tierna
adoración.
—¿Quieres ser mi esposa? —todavía no creía que Margaret
realmente elegiría ser suya. Estaba deslumbrante en ese momento.
—Sí —respondió Margaret, sonriendo dulcemente. Todavía
estaba palpitando por sus atenciones amorosas.

87
—Tengo algo para ti —le dijo John mientras buscaba un pequeño
objeto en el bolsillo de su chaleco. Le ofreció el anillo, observando la
reacción en su rostro.
—¡Oh! —exclamó Margaret mientras le quitaba suavemente el
anillo de las manos, examinándolo con reverente fascinación—. ¡Es
hermoso! —dijo, incapaz de apartar los ojos del obsequio.
—Perteneció a mi abuela. Su nombre era Sophie Thornton —
dijo, complacido de ver su evidente aprecio por el tesoro familiar.
—Sera para mí un gran honor usarlo —le prometió, finalmente
mirándolo, radiante por recibir el hermoso símbolo de su amor.
—¿Puedo? —preguntó John, tomando suavemente el anillo de su
mano y colocándolo en su dedo anular. Besó la mano recién
adornada, tomó las dos manos de Margaret y las envolvió alrededor de
su propio cuello con una sonrisa de satisfacción.
—Recuerdo vagamente cómo fue sentir tus brazos a mi alrededor
así —murmuró—. Ha pasado tanto tiempo, me temo que mi memoria
necesita ser revivida —bromeó, sonriendo seductoramente y mirándola
a los ojos.
Margaret sintió vergüenza al recordar su acto impulsivo el día del
disturbio de la huelga; sin embargo, deslizó obedientemente sus manos
alrededor de su cuello como se lo solicitó.
—¿Así? —preguntó, con sus ojos bailando traviesamente de
alegría.
—Sí, así era —dijo, con una sonrisa deslumbrante—. Pero ahora te
exijo que mantengas tus manos así —dijo, acercándola más a él.
—Y esta vez con mucho gusto obedeceré —dijo, mirando con
admiración su rostro radiante.

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John estaba encantado de experimentar la suave sumisión de
Margaret, considerando que había pasado gran parte de su historia
juntos, desafiándolo.
Un ligero golpe en la puerta los hizo alejarse abruptamente. La
criada la abrió y dijo:
—La Sra. Shaw pregunta si el caballero se unirá a la familia en la
sala para la hora del té.
—Gracias Ellen. Iremos en un momento —Margaret, alterada,
respondió a la criada.
—Tu tía... —John no se había acordado de preguntar por ella. Sus
ojos interrogaron a Margaret en cautelosa esperanza.
Margaret entendió su preocupación.
—Al principio vio desfavorablemente nuestro compromiso— dijo.
John frunció el ceño con indignación por su orgullo herido
rápidamente.
—Preferiría que te casaras con un caballero de Londres —
resumió, con su ira despertándose.
—Sí —respondió Margaret honestamente—. Pero no deseo
casarme con nadie más que contigo —rápidamente le aseguró,
extendiendo la mano para tomar la suya.
—Pero trató de convencerte de que puedes elegir mejor,
—continuó, incapaz de dejar que el asunto cesara, la idea misma lo
molestaba.
—Mi tía nunca me convencería. Le dije que no había mejor
hombre que tú, John —declaró Margaret, tratando de calmarlo—. Ella
sabe que no me convencerían de estar en tu contra —le aseguró.

89
John confirmó la verdad en los ojos de Margaret, suavizando su
expresión, cuando vio el afecto inquebrantable en sus ojos, sonrió
exultante al imaginar la ardiente defensa de Margaret contra las
opiniones inflexibles de su tía.
—¡Eres indomable! —le dijo, mirándola con una sensación de
asombro y orgullo mientras envolvía sus brazos alrededor de su cintura,
acercándola a él.
—Quizás —admitió Margaret de mala gana, no queriendo parecer
tan rebelde—. Pero seré muy dócil con mi esposo —le aseguró
dulcemente con una sonrisa afectuosa.
¡Esposo! La palabra invocaba imágenes de una relación íntima.
Eso compartiría con ella pronto, un nudo se formó en su garganta,
haciéndolo tragar saliva.
—La Sra. Shaw debe estar esperando —gruñó, y de mala gana se
movió para liberarla de sus brazos y guiarla a la puerta.
Margaret tomó gentilmente su brazo y cuando entraron juntos a
la sala, trato de suavizar la conducta de su prometido con su gesto
posesivo.
Maxwell fue el primero en saludar al nuevo visitante
—Sr. Thornton, ¡que placer conocerle! Maxwell Lennox —se
presentó mientras se levantaba para estrechar la mano de su invitado
con entusiasmo—. Sr. Thornton, debo felicitarle por su compromiso.
Confieso que estaba muy interesado en conocer al hombre que
convenció a Helston de vivir en Milton —dijo el Capitán de buen
humor.
—Gracias. No puedo hablar por la señorita Hale, pero puedo
asegurarle que soy consciente de mi gran suerte —respondió John, con

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ternura, sintiendo su corazón llenarse de orgullo al reconocer su
compromiso en voz alta.
—De hecho —Henry enfatizó—, me sorprende de saber que
Margaret vivirá en un lugar tan diferente de su paraíso —dijo el
caballero con una sonrisa artificial, dándole a Margaret una mirada
aguda.
Henry había recibido las noticias de sus intenciones hacía solo
unos minutos, y todavía estaba ardiendo con profunda decepción e
indignación por haberse truncado sus planes de cortejarla de nuevo.
—Felicitaciones Sr. Thornton, por ganar un premio tan hermoso
—continuó, elogiándolo con un toque de sarcasmo, admitiendo su
derrota con un leve asentimiento—. Te deseo toda la felicidad para el
futuro —Henry se volvió formalmente hacia Margaret, entrecerrando
los ojos con fingida indiferencia y su sonrisa forzada desapareció.
John estaba exasperado, pero se había mantenido con un
semblante impecable, mientras le tocaba el turno a Margaret de ser
felicitada por Henry Lennox.
—Gracias, Henry —Margaret aceptó sus felicitaciones con cautela
mientras apretaba más el brazo de su prometido.
—¡Sr. Thornton! —exclamó la Sra. Shaw, sentada en el sofá junto
a Edith.
—Debe perdonar mi forma apresurada de la semana pasada.
Seguramente entiende que las circunstancias fueron muy
desagradables —se disculpó—. Lamento que le pareciera inoportuno, y
agradezco su paciencia por mi repentina invasión esa tarde. La señorita
Hale y yo no habíamos discutido nuestra situación —aclaró, mientras
apretaba ligeramente el brazo de Margaret.

91
La Sra. Shaw estaba realmente impresionada. El Sr. Thornton
parecía hablar cortésmente y se comportaba como un caballero. Y
también se sentía aliviada de descubrir que el hombre no usaba el
lenguaje conversacional que ella temía. Había preguntado sobre la
reputación del Sr. Thornton en cada oportunidad que tuvo de la
semana pasada, para saber qué tipo de hombre era, y en todos los casos
había sido descrito como un hombre de negocios confiable e
inteligente. Las evaluaciones le habían asegurado que el juicio de
Margaret sobre su personaje era cierto.
El prometido fue presentado apropiadamente a Edith, quien
también estaba sorprendida y lo miraba favorablemente por sus
modales correctos y elegantes. Sonrió encantadoramente, pero aún
mantenía un poco de reserva por el hombre que su prima había
elegido.
Henry se excusó abruptamente del grupo, alegando tener
muchos asuntos que necesitan su atención, debido a su reciente
ausencia.
Pronto se anunció la comida. Durante el curso de una cortés
conversación en la mesa, Maxwell descubrió que el Sr. Thornton
estaría en Londres por una noche y que aún no había reservado una
habitación.
—¡Deberías pasar la noche aquí, entonces! —Maxwell ofreció
generosamente sin pensarlo dos veces—. Te haremos compañía a ti y a
Margaret esta noche —agregó, notando la expresión de alarma en el
rostro de su suegra—. Después de todo, pronto serás parte de la familia
—habló abiertamente sonriendo cordialmente a Margaret.
Margaret en cambio intercambio una breve mirada de
complicidad con su prometido, que estaba sentado delante de ella.

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La Sra. Shaw vaciló por un momento, pero apresuradamente
aprobó la amistosa invitación de su yerno para no parecer descortés.
—Sí, por supuesto. Le pediré a Ellen que prepare una habitación
—propuso.
La Sra. Shaw tenía sus reservas sobre el plan, pero decidió que la
visita no sería lo suficientemente larga como para justificar tal
preocupación.
Y así fue como el Sr. Thornton se convirtió en un invitado en la
casa de Harley Street, para gran satisfacción de la pareja recién
comprometida. Poco después de regresar a la sala de estar, Margaret
le sugirió a John que la acompañara a un paseo, ya que su intento
anterior de disfrutar del aire libre, había sido frustrado. Además, que
estaba ansiosa por estar sola nuevamente con su prometido.
—¿Estás siendo bien tratada aquí? —preguntó John, con una
punzada de preocupación mientras caminaban por la calle.
Había observado cuidadosamente la enorme y hermosa casa en
la que se encontraba Margaret, y notó lo serena y contenta que parecía.
John esperaba que no fuera tan aficionada a la tranquila vida de
Londres y que dudará en regresar a Milton.
—Sí, todos han sido muy amables, —respondió
melancólicamente y con una sonrisa algo forzada.
—Extrañas a tu padre —dijo serenamente, distinguiendo una
tristeza persistente en su actitud. No había olvidado la razón de su
separación la semana pasada.
—Sí —confesó Margaret—. No estaba lista... Desearía que él
pudiera... —dejó de hablar, tratando de encontrar las palabras
adecuadas para expresar sus sentimientos.

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John se detuvo y se volvió hacia ella, sus ojos mostraban una
tierna compasión, pero Margaret desvió su mirada.
—Sufriste mucho. Quiero consolarte si me lo permites... —
propuso sinceramente—. También extrañaré a tu padre, de hecho. Fue
un gran amigo para mí —recordó gentilmente, alentándola a mirarlo.
Margaret levantó la cabeza para mirar el rostro de su amado,
irradiando tanta ternura, que sus ojos se humedecieron. ¡Qué amable
era! Pensó, sintiendo que el peso de la soledad se le escapaba, sin
darse cuenta de que se había sentido así durante mucho tiempo.
La dulce promesa de su tierna solicitud, la llenó de una dolorosa
gratitud. Pero los recuerdos de la afectuosa amistad de su padre con
John, comenzaron a invadir su conciencia. Las lágrimas brotaron hasta
que comenzaron a caer espontáneamente. ¡Cómo deseaba que su
padre hubiera vivido para contemplar su felicidad!
John estaba sorprendido por sus lágrimas, la tomó de su brazo y
la llevó suavemente dentro de sus brazos, descuidándose que estaban
en la calle. La abrazó en silencio, agradecido y contento de que se
acurrucara contra él. Finalmente, le entregó un pañuelo mientras se
alejaba para recuperarse.
—Qué tonta de mi parte —comenzó a disculparse. Mientras se
limpiaba los ojos.
—No está mal haber amado profundamente —le dijo suavemente,
amándola a su vez, por su tierno corazón.
Margaret lo miró con amorosa apreciación y volvió a pasarle el
brazo por el suyo mientras continuaban su caminata hacia el parque.
—Desearía que papá hubiera compartido nuestra felicidad —
confió mientras caminaban—. Te tenía mucho cariño. Creo que le
habría encantado vernos juntos —le dijo con cierta pena en su voz.

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—No estoy seguro de que fuera consciente de mi interés en su
hija, —reflexionó John con una sonrisa irónica. De hecho, los Hales
nunca parecieron notar su atracción por su hija
—No, no creo que lo fuera. Pero comenzó a preguntarse, cuándo
dejaste de asistir a tus clases con tanta frecuencia —Margaret dudó en
decirle, recordando con inquietud cómo había rechazado su oferta
inicial de matrimonio.
John bajó la cabeza, recordando el terrible vacío que había
sentido cuando descubrió que no lo aceptaba.
—No podía soportar verte a veces —admitió—, quería tanto tenerte
en mi vida y no me aceptabas —confesó, haciendo una mueca al
recordarlo.
Llegaron a un banco en el parque y se sentaron a la sombra de
un gran roble.
—Lo siento, John. No sabes cuánto lamento mis palabras —
declaró ardientemente, con los ojos llenos de lágrimas por imaginar lo
profundamente que lo había lastimado. ¿Por qué había sido tan
vehemente? Se había aturdido ese día con su defensa impulsiva y dura.
¿Por qué se había sentido tan amenazada?
—¿Por qué lo hiciste…? —comenzó, su dolor aún evidente en sus
ojos inquisitivos.
Margaret se miró las manos, sin saber cómo podía explicar las
emociones en conflicto que la habían consumido esa mañana.
—Yo… No lo sé. Estaba confundida y un poco asustada, supongo.
No esperaba que realmente me importaras —comenzó a explicarle—.
Me daba vergüenza que los demás malinterpretaran mis motivos para…
protegerte. No quería que sintieras que era tu deber rescatar mi honor,

95
—continuó vacilante. Levantó la vista para descubrir que la estaba
escuchando pacientemente, estudiándola con sus ojos.
—¿Por qué me protegiste, Margaret? —preguntó—. Has desafiado
el peligro de una multitud enojada por mi bien.
—Yo fui quien te puso en peligro —afirmó con pesar—. No podría
soportar verte sufrir un daño, John —recordó.
—Cuando te vi tirada sin vida a mis pies, supe que no podía vivir
sin ti —le confesó—. Te pedí que te casaras conmigo porque te amo,
Margaret. ¿No me creíste? —preguntó, anhelando sumergirse en las
profundidades de sus sentimientos ocultos y nacientes por él y llevarlos
a la superficie.
Margaret se miró las manos otra vez, tratando de entender todo
lo que había experimentado.
—No lo sé. Supongo que no estaba preparada para escucharlo.
No lo entendí… Tenía miedo de pensar que podría sentir algo por ti,
—admitió, levantando los ojos para encontrar su mirada de adoración.
El rostro de John se iluminó al imaginar que incluso entonces
había sentido un afecto por él, aunque había luchado poderosamente
para reprimirlo. Quizás Higgins había estado en lo correcto, cuando le
dio a entender que: Margaret había tratado de negar sus sentimientos.
—¿Cuándo supiste que podrías preocuparte por mí? —preguntó
suavemente, ansioso por saber, durante cuánto tiempo había sufrido
en vano, pensando que su amor no era correspondido.
Margaret vaciló, respiró hondo antes de enfrentar su mirada
interrogante, para finalmente confesarse culpable.
—Cuando saliste de la habitación —respondió en voz baja, con un
ligero temor anta la forma en que él podría responder.

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John la miró con incredulidad. Estaba anonadado por su
respuesta. ¡Había pasado meses retorciéndose en la agonía de su
rechazo, cuando todo el tiempo Margaret había estado albergando un
afecto secreto por él! ¿Por qué no lo había discernido? De repente
recordó los guantes que había encontrado en su posesión.
—M-me guardaste los guantes —tartamudeó, deseando que
continuara su explicación de los eventos de ese día.
Una mirada de sorpresa cruzó su rostro, rápidamente surgió un
aleteo tímido de sus párpados.
—Sí. Era demasiado vergonzoso pensar en devolvértelos después
de lo que había dicho. Así que, simplemente los guardé —le dijo
Margaret—. Los puse en un cajón de mi habitación —reveló con un
sonrojo, esperando que entendiera su significado.
John le sonrió cariñosamente.
—Los encontré en tu casa cuando fui a ayudar a establecer la
propiedad —reveló cuidadosamente, sintiéndose culpable por haber
invadido la privacidad de su habitación esa tarde.
—No los encontré en los baúles que fueron enviados aquí.
Supongo que Dixon se sorprendió de encontrarlos entre mis ropas —
concluyó mientras sonreía imaginando el desconcierto de Dixon.
—¡Margaret, si lo hubiera sabido! —exclamó con anhelo
conmovedor, tratando de recuperar el tiempo que habían pasado
separados. Tomó sus manos entre las suyas, llevándolas a sus labios
para besar sus dedos—. ¡Pensé que estabas perdida para mí! —dijo
fervientemente, recordando que había pensado que estaba enamorada
de otro hombre.
Sus palabras le recordaron a Margaret que la había visto con Fred
en la estación de tren y que aún no le había contado lo de su hermano.

97
—Tengo algo que debo decirte —dijo seriamente, deseando ahora
disolver cualquier secreto entre ellos.
John la miró expectante, inseguro de su intención.
—Tengo un hermano que vino de visita cuando mi madre se
estaba muriendo. Él fue, a quien viste conmigo en la estación, —
continuó finalmente, buscando ver su reacción. Sin embargo, se
sorprendió al encontrarlo tranquilamente mirándola con una leve
sonrisa de admiración.
—De hecho… —se detuvo— Lo descubrí ayer, —le dijo con
sinceridad, preparándose para la tarea de contarle la investigación de
la Marina—. Margaret, has sido valiente por guardar el secreto de tu
hermano en medio de tanta adversidad. Pero ya no necesitarás
enfrentar dificultades o penas sola, —prometió con seriedad,
sosteniendo sus manos entre las suyas y mirando fijamente sus ojos
luminosos—. Deseo ser un consuelo y protección para ti. No sabes
cuánto lo deseo, —declaró solemnemente, sintiendo como su amor por
ella lo abrumaba hasta la desesperación.
Una fuerte brisa sopló los mechones sueltos del cabello de
Margaret y las hojas jóvenes de un árbol cercano susurraron. Margaret
se sintió suspendida en un sueño encantado. Su amor impregnaba el
aire que respiraba, llenando su alma de una paz que nunca antes había
conocido. Solo podía mirarlo, maravillada de su propia existencia.
—La Armada vino a preguntar por tu hermano, —le dijo John con
calma, no queriendo alarmarla.
—¿Qué? ¿Vinieron a ti? —Exclamó sorprendida, el miedo
rápidamente se apoderó de ella.
—Sí, pero no pudieron encontrar nada, mi amor. Todo está bien.
Si él está a salvo en Cádiz, no le harán daño, —le aseguró.

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—¡Oh, John, no lo sabías! —Margaret declaró preocupada,
soltando su mano de la de él para agarrar su muñeca. Cuán sacudido
debió haber estado descubriendo la verdad de esa manera—. ¿Qué
pasó? ¿Por qué vinieron? ¿Vendrán a buscarme? —se preguntó en voz
alta con agitación.
—Primero fueron a tu casa, y Dixon me lo envió. Fue una
sorpresa, pero no pude ayudarlo porque honestamente no sabía nada
de él. Higgins me dijo después que estaba en España, —le dijo—. No
creo que vengan a ti. No hay nada que puedan hacer, —la tranquilizó
de nuevo, tomando su mano para colocar un beso en su palma.
Estuvo callada por unos momentos contemplando lo que había
sucedió.
—¿Por qué no pudiste decirme? —John se aventuró a preguntar,
queriendo saber por qué no había confiado en él antes—¿Era tan
inaccesible, mi amor? —preguntó con cautela.
—Quería decírtelo, John. No sabes cuánto quería decirte, pero
tenía miedo, —admitió con sentimiento—. Mi padre no quería decirle
nada a nadie, y tú eres un magistrado. No quería que comprometieras
tu posición, —le dijo honestamente, esperando que la entendiera.
—No te lo hice fácil. Te hablé con dureza. Lo siento, —se
disculpó, tristemente recordando las palabras que le había dicho.
—Dijiste que me habías dado por perdida, que cualquier pasión
que hubieras tenido se había acabado y que en adelante solo mirabas
al futuro —recordó Margaret tentativamente, no queriendo lastimarlo,
pero curiosa por saber por qué lo había dicho.
John se encontró con su mirada honestamente.
—Quería que me amaras, y pensé que amabas a otro —sonrió con
tristeza al pensar lo tonto que parecía ahora.

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—Nunca ha habido otro, —declaró con amor, deseando liberarlo
de cualquier recuerdo del doloroso malentendido—. No he amado
antes. Eres el único, —le confió, mirándolo mientras sus ojos
comenzaban a brillar con intensidad en los de ella.
—Y yo no he amado antes. Eres la primera y la única a la que
amaré, —prometió, estudiando la belleza de su rostro.
John ansiaba probar sus labios nuevamente y mostrarle su
ardiente afecto, pero contuvo su deseo por el bien de la propiedad.
Levantó la mano de Margaret hacia sus labios una vez más y le otorgó
una lluvia de besos deliberados que revelaron el fervor de su pasión
por ella.
Cuando regresaron a la casa más tarde y se establecieron una vez
más en el salón, había estado allí poco tiempo cuando Edith entró en
la habitación con evidente angustia.
—¡Oh, Margaret, has vuelto! —aliviada por encontrar a su prima y
a John sentados juntos en el diván—. ¡Sholto ha estado bastante
incontrolable y se niega a tomar su siesta sin antes verte! —gimió.
—Iré a verlo por unos momentos, —aseguró Margaret a su prima—
No me iré mucho tiempo, —le aseguró a su prometido con una dulce
sonrisa.
Unos minutos más tarde, John se sorprendió al ver a Margaret
entrar a la habitación cómodamente con el niño pequeño en la cadera.
Edith la siguió con cierta consternación, mirando a su madre,
disculpándose por el comportamiento poco convencional de Margaret.
La tía Shaw se sorprendió al ver a su sobrina llevar al niño
directamente al lado de John, ¡La niña era bastante impredecible!
John estaba aturdido. No fue la falta de costumbre ni la vista del
niño lo que lo hizo mirar paralizado a Margaret mientras se acomodaba

100
a su lado, sino la visión de Margaret sosteniendo al niño lo que lo
cautivó. Le parecía lo más natural del mundo verla así ocupada. Nunca
había pensado mucho en tener una familia antes, pero ahora sentía un
ardiente deseo de verla sostener a su hijo, en sus brazos.
—Me gustaría que conocieras a Sholto. Ha sido un buen
compañero para mi esta semana, ¿No es así, Sholto? —le preguntó al
niño, que se había vuelto tímido al lado del extraño, y enterró su cabeza
en el hombro de Margaret.
John sonrió y sacó su reloj de bolsillo para mostrarle al niño
cómo se abría y cerraba la tapa.
Margaret dirigió la atención de Sholto hacia John.
—Mira Sholto, —lo convenció.
Una vez que el niño miró, el dorado juguete brillante lo intrigó y
lentamente se subió al regazo de John para examinarlo más a fondo.
Edith y tía Shaw intercambiaron miradas de sorpresa.
John se divirtió con la inocente curiosidad del niño y le encantó
su disposición a sentarse en el regazo de un extraño. Se sorprendió
gratamente al descubrir su propia facilidad inherente con el niño.
Nunca antes había tenido uno pequeño en brazos, pero le resultaba
extrañamente relajante disfrutar de las cualidades inocentes del niño y
extendió la mano para despeinar el cabello del pequeño.
Se aventuró a imaginar cómo se sentiría sostener a su propio hijo
y volvió la mirada a hacia Margaret, que los miraba con cariño.
Al captar la mirada de su prometido Margaret le devolvió la
sonrisa con renovada admiración.

101
El resto del día se pasó agradablemente. Maxwell y John fueron
compañeros amigables, y pasaron un corto tiempo discutiendo juntos
sobre la industria del algodón después de la cena mientras las mujeres
se habían retirado al salón.
—Creo que a Maxwell le ha gustado mucho tu señor Thornton,
Margaret, —señaló Edith amablemente, cada vez más acostumbrada a
la idea del compromiso de Margaret con el fabricante del Norte.
—Sí, Maxwell es un hombre amable, —Margaret felicitó a su prima
en especie, agradecida de que el esposo de Edith fuera tan afable y
genuinamente acogedor con su invitado.
—Parece que el Sr. Thornton es muy aficionado a los niños,
—comentó Edith.
Margaret se sonrojó ante la implicación del comentario de su
prima.
—No estaba realmente consciente de ello, aunque sabía que tenía
un corazón amable, —respondió pensativamente.
—Parece que te quiere mucho, Margaret. No creo que sea capaz
de dejarte fuera de su vista. ¿Cómo lo conociste? —Preguntó, curiosa
por saber cómo la pareja había desarrollado un vínculo tan fuerte.
—El Sr. Thornton vino a menudo a discutir literatura con mi
padre, —explicó Margaret—. Era el alumno favorito de mi padre,
—agregó.
—Y el tuyo, al parecer, —bromeó Edith con una sonrisa, haciendo
que Margaret se sonrojara profundamente en reconocimiento.
Los hombres se reunieron con ellas poco tiempo después, los
ojos de John inmediatamente buscaron a su prometida desde el otro

102
lado de la habitación. Margaret sonrió con recato capturando su mirada
cariñosa. Su corta ausencia le había parecido demasiada larga, y se
preguntó cómo se había enamorado tanto de él en la visita de un día.
La tarde paso sin más eventos. Maxwell continuó conversando
con el Sr Thornton mientras Edith tocaba el piano en la esquina más
alejada. Margaret se vio obligada a pasar páginas para Edith, y se colocó
junto a su prima en el piano para realizar su tarea. Varias veces captó
la mirada acalorada de su prometido mientras él la miraba desde su
asiento en el salón poco iluminado. Su estómago se revolvió en
respuesta cuando reconoció su anhelo de estar libre de las restricciones
de la compañía que los rodeaba. Habían pasado solo unos preciosos
momentos juntos y estaban ansiosos por reunirse en privado.
Cuando Edith anunció que se retiraría por la noche, la fiesta
terminó, enviando a todos a sus habitaciones a pasar la noche con
buenos deseos de un sueño placentero. Mañana irían a la iglesia,
almorzarían y pasarían un poco más de tiempo juntos antes de que
John tuviera que regresar a Milton.
Mientras Margaret se desvestía y se cepillaba el pelo, se
lamentaba por su amado. Deseó fervientemente que la noche pasara
rápidamente para poder despertarse y verlo por la mañana. Mirándose
en el espejo mientras dejaba su cepillo. Estaba fascinada de observar, a
su manera, a una mujer enamorada. Se sorprendió al reconocer cuánto
había cambiado, al parecer, desde la última vez que había vivido en
Londres. Finalmente se acomodó en la cama y trató de dormir.

103
John recibió la habitación de huéspedes más grandiosa, pero no
notó las finas sábanas ni los elegantes muebles. Su mente estaba
demasiado concentrada con la mujer que amaba. Hoy había sido la
culminación de sus mejores sueños. Había probado por primera vez
los placeres prometidos en su tierno beso.
Aunque el día había estado repleto de la alegría de estar con ella,
estaba desconcertado al descubrir que su deseo de estar en su presencia
se hacía cada vez más insaciable. Razonó que debería estar satisfecho
con un día tan trascendental, pero no pudo reprimir su dolorosa
necesidad de volver a verla. Saber que estaba bajo el mismo techo
parecía un tipo de deliciosa tortura. No tenía miedo de perder su
autocontrol reforzado esta noche, pero no desearía probar su
resistencia de esta manera durante ningún período de tiempo más
largo.
Sabía que el sueño podría resultar difícil de alcanzar esta noche,
pero decidió al menos quedarse quieto y descansar.

Margaret se dio la vuelta y luego se sentó. Se había quedado un


poco dormida, pero se había despertado sin razón aparente. Se levantó
para tomar un trago de agua, pero descubrió que no había vaso en su
habitación. Decidió bajar las escaleras para buscar un vaso de agua
fresca, esperando que el pequeño viaje la ayudara a curar su inquietud.
Se puso su delgada bata de verano y se puso un par de zapatillas.
Encendió la vela junto a su cama y curvo su dedo a través del
sostenedor de latón para llevarla consigo al pasillo.

104
Se sorprendió al ver una tenue luz proveniente del estudio al final
del pasillo, y conjeturaba que alguien había dejado una luz encendida
sin darse cuenta. Se dirigió por el pasillo para apagarla. Al abrir la
puerta se sorprendió al ver a John parado frente a ella al otro lado de
la habitación. Estaba de espaldas mientras examinaba los volúmenes
de libros que llenaban la pared. Se giró para ver quién lo había
descubierto y quedó igualmente asombrado al encontrar a Margaret
parada justo afuera de la puerta.
—¡Margaret! —susurró John en voz alta, maravillado mientras
maniobraba hábilmente alrededor de los muebles ente ellos para
acercarse a ella, temiendo que desapareciera como un sueño si no se
apresuraba a su lado. Se detuvo en la puerta, agarrando el marco de la
misma como para estabilizarse.
Margaret lo vio fascinada mientras cruzaba la habitación hacia
ella. Vio que la piel del cuello estaba expuesta por el cuello abierto de
su camisa, y que su chaleco se había desabrochado, mostrando más de
la delgada camisa de algodón que cubría su fuerte cuerpo. Sintió un
cálido rubor al reconocer lo guapo que era.
Margaret instintivamente agarró su bata contra su pecho por
encontrarse en tal estado de desnudez. Sabía que debía retirarse de
inmediato para buscar su vaso de agua, pero descubrió que no podía
moverse.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó John, encontrando su
voz primero. Su pulso se martilló cuando la vio en su delgada ropa de
dormir. Parecía una diosa con su túnica blanca y suelta, con el pelo
castaño rojizo cayendo sobre su espalda y tendiéndose largos zarcillos
alrededor de sus hombros.
—Yo… iba a tomar un poco de agua, pero vi una luz aquí, —logró
decir como una forma de explicarse, sintiéndose un poco sin aliento al

105
estar tan cerca de él—. ¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó a su
vez, bajando la mirada para mirar la tela de su chaleco.
—No podía dormir y pensé que podía leer, —explicó en voz baja
y suave que la dejó estupefacta. Sus ojos viajaron extasiados a lo largo
de ella. Margaret estaba de pie en la penumbra de su imponente figura;
La vela que parpadeaba en su rostro e iluminaba la tela que cubría su
cuerpo, revelando el tentador contorno de su cintura y caderas.
—¿A menudo tienes problemas para dormir? —Margaret
preguntó con curiosidad, su discurso vaciló mientras levantaba con
cautela su rostro para encontrarse con su mirada acalorada.
—Últimamente, sí, cuando no puedo dejar de pensar en ti, —
entonó John sin aliento, sus ojos azules llenos de ardor.
John se sentía peligrosamente cerca de cierto peligro. Sabía que
debía separarse de Margaret, permitirle recuperar su modestia y huir
de su mirada presuntuosa. Pero no podía apartar los ojos de ella por
miedo a que realmente escapara de él.
—Oh, —pronunció Margaret, paralizada por la intensidad de su
mirada y el juego de la luz de las velas bailando sobre los rasgos
cincelados de su rostro. Estaba tan cerca de que podía oler el aroma
limpio del sándalo que emanaba de su cuerpo.
Sin palabras, John extendió una mano temblorosa para agarrar
un largo mechón de su cabello, mirando fascinado cómo el mechón
de seda pasaba lánguidamente entre sus dedos.
Margaret sintió que sus rodillas se debilitaban en respuesta a este
gesto íntimo, y su corazón latía con fuerza en sus oídos.
—Debería irme, —argumentó Margaret débilmente, intentando
recuperar su sensibilidad; sin embargo, levantó los ojos y se sintió
atraída hacia John como una polilla a la llama.

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—Sí… deberías, —susurró acercando su rostro al de ella, incapaz
de resistir la visión cautivadora de sus labios abiertos.
Margaret no se movió, pero cerró los ojos en anticipación de su
toque. John acercó su rostro y buscó suavemente sus labios,
permitiéndose el lujo de unos besos robados antes de alejarse. Cada
fibra de su ser dolía en furiosa protesta por su determinación razonada
de actuar con honor.
Los ojos de Margaret se abrieron de golpe para encontrar a John
alejado de ella.
—Buenas noches, Margaret, —dijo con solemne finalidad, sin
atreverse a mirarla mientras le daba las buenas noches.
Margaret sintió un tirón de vergüenza y una gran cantidad de
admiración por su fuerte determinación de terminar su encuentro
clandestino. Inclinó la cabeza y continuó su camino por el pasillo y
hacia el piso de abajo para realizar su tarea original.
John observó con angustia silenciosa cómo retrocedía
rápidamente por el pasillo, su túnica blanca flotaba deliberadamente a
su alrededor.
—Te amo, —la escuchó susurrar antes de que su figura iluminada
se volviera y desapareciera por las escaleras.
Abrumado por su honesta admisión, se quedó con la boca
entreabierta, incapaz de respirar. Ansiaba perseguirla y mostrarle la
profundidad de su afecto, pero no podía moverse. La contemplación
de su inocente amor por él hizo que le doliera el corazón con profunda
alegría.
Despertando de su trance, John apagó la lámpara del estudio y
regresó de mala gana a su habitación. Cerrando la puerta detrás de él,
se apoyó pesadamente contra ella y cerró los ojos. Se sintió agotado de

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toda energía; le había costado toda la fuerza de voluntad que poseía
para dejarla ir, para no detenerla un poco más y continuar
compartiendo sus deliciosos besos. Lentamente, el latido implacable
de su pulso disminuyó y se dirigió hacia su cama.
Cuando Margaret regresó al piso de arriba, sintió una punzada de
desilusión al ver la habitación oscura al final del pasillo. John había
regresado a su habitación. Se reprendió por ser tan inmodesta como
para quedarse en su presencia, y sintió una punzada de vergüenza al
admitir que no había querido irse. De hecho, había querido que
continuara con sus afectuosas atenciones. Los fuertes sentimientos que
despertó en ella eran nuevos y sorprendentes, volcando toda su
conducta y compostura entrenadas y despertando algo completamente
desconocido y, sin embargo, extrañamente natural. Se sentía viva en su
presencia, como nunca antes se había sentido, y quería experimentar
más.
Al meterse en la cama una vez más, recordó con pena que John
se iría de Londres mañana. No deseaba separarse de él, ahora que
conocía la maravillosa sensación de sus brazos reconfortantes y sus
poderosos besos. ¿Cómo soportaría los próximos días y semanas sin
él?
Resolvió pensar solo en el día siguiente, cuando estarían juntos
una vez más. Cerró los ojos, deseando que el sueño acelerara la llegada
de la mañana.

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— CAPÍTULO 7 —

Margaret se despertó temprano y vio que la luz del sol se filtraba


a través de las cortinas translúcidas de las ventanas orientales y llenaba
la habitación de un suave resplandor. Sonrió para considerar, como
solía hacer, lo que John podría estar haciendo, y esta mañana podría
ser fácilmente descubierto. La contemplación de su proximidad
aumentó su entusiasmo al verlo.
Margaret se quitó la colcha para comenzar su ritual matutino.
Calculó que sus muchos años de trabajo diligente deben haber
establecido en él un hábito de levantarse temprano. Esperaba poder
encontrarlo desayunando solo, sabiendo que su familia no acudiría a
tomar el té de la mañana hasta más tarde.
Le divertía encontrarse apresurada en su ansia por ver al hombre
a quien vería todas las mañanas durante los muchos años por venir.
¿Cómo era que no podía dejar de pensar en él? Apenas había podido
conciliar el sueño, pensando con los tiernos besos que le había dado la
noche anterior, en la puerta del estudio. No había podido moverse,
completamente hipnotizada por la cercanía de él. De hecho, reconoció
que no podía concentrarse en nada más cuando lo tenía cerca. ¿Era así
como uno actuaba cuando estaba completamente enamorado? Sintió
el impulso de estar con John cada vez que respiraba, hasta que se
alarmó con su intensidad.
Se dedicó a cepillarse el pelo y enrollarlo en una bobina sobre su
cabeza. ¿Cómo es que hace solo una semana no sabían del afecto del
otro? Le sorprendió pensar cuán notablemente había cambiado todo

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desde que hicieron sus declaraciones. Se consideraba a sí misma casi
una persona nueva y, sin embargo, sentía lo mismo que cuando era
niña, con la esperanza y la expectativa del bien.
Fue la renovación de la alegría en su vida lo que más sintió. Los
meses de juicio que había pasado desde que se mudó a Milton ahora
se veían bajo una luz completamente diferente. Todos los eventos que
había sufrido tan gravemente, en verdad, solo habían engendrado las
circunstancias únicas de su relación y, en consecuencia, su amor
constante el uno por el otro. Todo lo que había sucedido allí ahora
parecía unirla inextricablemente a él. No creía que pudiera ser más feliz
o amarlo más de lo que lo hacía en este momento.
Animada por la anticipación, bajó rápidamente las escaleras hasta
el piso principal, refrenándose de la inclinación a correr por ellas como
una joven colegiala.
Cuando entró en el comedor, una mirada superficial a la mesa
redonda de desayuno trajo una punzada de desilusión al encontrarla
desocupada. En el siguiente instante, su ojo detectó movimiento desde
el otro lado de la habitación. John había estado parado junto a la
ventana y ahora se dirigía hacia ella con una sonrisa que se calentaba
brillantemente mientras se acercaba a ella.
Margaret respiró lentamente mientras sus ojos recorrían su alta
figura. Le sorprendió con fuerza lo guapo que era. Estaba
especialmente bien vestido, llevaba el chaleco gris plateado y una
corbata a juego que Margaret reconoció como la misma que había
usado en la boda de Fanny. Recordó lo elegante que se había visto ese
día, y recordó igualmente el agudo sentimiento de arrepentimiento que
la había invadido cuando pensó que lo había perdido. Recordó lo
infeliz que había parecido y se dio cuenta en un instante de que ella lo
había amado incluso entonces.

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Extendieron la mano simultáneamente para estrecharse las
manos. —¿Siempre te levantas temprano? —John le preguntó con
curiosidad, mirándola con asombro que estaba allí con él.
—No siempre, no, —respondió—. Pensé que podría encontrarte
aquí… antes de que llegaran los demás, —admitió tímidamente.
John se maravilló al descubrir su ansia por verlo. ¿Podría ella
sentirse tan atraída por él como él por ella? ¡Qué irresistible era para
él! No podía evitar tocarla cuando se encontraban solos.
—¿Dormiste bien? —preguntó, lánguidamente moviendo sus
pulgares sobre el dorso de sus manos.
—Sí, eventualmente, ¿Y tú, dormiste bien? —preguntó
cortésmente, recordando con cierta vergüenza lo que había sucedido
la noche anterior.
—Eventualmente sí, —respondió con una sonrisa traviesa mientras
le soltaba las manos para agarrarla por la cintura y gentilmente la atraía
hacia él. Margaret descansó sus brazos suavemente contra su pecho—.
Soñé que un ángel con túnica blanca vino a mí en la noche,
—comenzó a decirle John, mirando con fascinación los rasgos de su
rostro que ahora estaban tan cerca de él.
Margaret escuchó atentamente hasta que un brillo en sus ojos
expuso su broma.
—¡No fue un sueño! —protestó, alejándose un poco de él,
sintiéndose ofendida por su insinuación.
Sus ojos brillaron de alegría al ver su respuesta, pero se calentaron
gradualmente mientras la abrazaba con el anhelo que lo había
consumido la noche anterior.
—¿Me recordarás la realidad? —imploró roncamente.

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El recuerdo de su encuentro de medianoche nunca había
abandonado la mente de John. Se glorió en el recuerdo de su belleza
seductora y la sensación de sus suaves labios. Ahora que estaba parada
sumisamente ante él una vez más, su pasión rápidamente aumentó.
Luchó por contenerse de abrazarla con toda la fuerza de su deseo,
recordándose a sí mismo tratarla gentilmente.
Su toque llegó rápidamente, haciendo que Margaret emitiera un
leve jadeo de sorpresa. Suavemente, John tocó sus labios con los suyos,
buscando la parte inferior suave de sus labios haciéndola temblar ante
su caricia. Su corazón latió rápidamente, sintiendo la urgencia naciente
de saber más de ella.
Margaret deseaba seguir a donde la conduciría, para
experimentar más de sus besos estimulantes. Deslizó sus brazos
alrededor de su cuello para asegurar sus continuas atenciones.
John gimió al sentir sus suaves brazos alrededor de él y la acercó
instintivamente. Levantó una mano para curvar los dedos detrás del
cuello, sosteniéndola con fuerza mientras su pulso latía furiosamente.
¡Cuán suave y voluntariamente se fundió en él!
Envalentonado por su respuesta, sus besos se volvieron más
insistentes cuando su boca lentamente convenció a la de Margaret para
que se abriera, sus lenguas se tocaron tentativamente al principio y
luego se enredaron felizmente en un hambre creciente. Perdida en la
embriagadora sensación de sus besos profundos, Margaret sintió que
todo su cuerpo se estremecía en respuesta.
Finalmente separando su boca de la de ella, se apartó, se miraron
el uno al otro maravillados de su nueva intimidad, el sonido de su
respiración irregular llenando el silencio a su alrededor.

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—Margaret, no sé cómo puedo dejarte hoy, —dijo desesperado,
sus ojos frenéticamente bebiéndola. Su cuerpo aún latía por los
poderosos impulsos que lo atormentaban.
—Por favor, no hables de eso, —le rogó Margaret, sin querer
pensar en su partida más tarde en el día.
John suavemente sostuvo su rostro en sus manos y lo estudió
como si memorizara cada matiz de su belleza.
—Margaret, ¿Cuándo te casarás conmigo? —preguntó
desesperadamente, necesitando saber cuándo volvería a casa con él.
—Yo… pensé que talvez en junio, —le dijo vacilante, esperando
que estuviera satisfecho con la fecha que sugirió.
—¿Junio? —repitió vagamente, intentando calcular cuánto tiempo
tendría que esperar. Era casi mayo ahora. Juntó sus manos entre las
suyas y las sostuvo rápidamente.
—Sí, —respondió vacilante, todavía insegura de si estaba contento
con su respuesta—. ¿Es demasiado pronto? —preguntó con ansiedad.
—¡No! —respondió de inmediato, sus ojos azules ardiendo con
alarma de que pudiera pensar eso—. Me casaría contigo y te llevaría a
casa conmigo hoy si fuera posible, —declaró en serio, abrazándola con
su mirada penetrante.
El miedo y la euforia se agitaron dentro de su pecho para
reconocer cuán profunda era su pasión por ella y cuán celosamente
llevaría a cabo su intención.
—La lectura de las amonestaciones lleva tres semanas, —le
recordó suavemente, Margaret.
—Se puede obtener una licencia especial… —comenzó, en serio
atormentado por la idea de lo sola que sería su vida en Milton sin ella.

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Sonriéndole cariñosamente, Margaret extendió la mano para
acariciar la fuerte línea de su mandíbula.
—John, me casaré contigo pronto, lo prometo, —le aseguró—.
Pero creo que nuestras familias no entenderían nuestra prisa. Creo que
es mejor que tengamos un poco de tiempo para prepararnos, —razonó,
tomando su mano suavemente.
John inclinó la cabeza en concesión, no dispuesto a parecer
irracional. El miedo al aislamiento y al vacío comenzó a asentarse sobre
él. Odiaba separarse de ella, ahora que conocía la tremenda alegría de
su estrecha compañía. ¡Cuánto tiempo había deseado que su dulce
presencia llenara sus días!
—Casémonos tres semanas a partir de mañana, —propuso
Margaret, moviendo la fecha para acomodar sus deseos—. No pasará
mucho tiempo, John, —le prometió.
Sin palabras John la miró con esperanza eufórica y amor sin
límites. ¡Sería su esposa en tres semanas! Se inclinó para besarla
nuevamente, sus labios encontraron suavemente los de ella por un
breve momento, hasta que el sonido de pasos que se acercaban los
interrumpió, separándolos.
—Su té señor, —anunció el sirviente mientras lo colocaba sobre la
mesa.
Se detuvieron un momento mientras el criado partía y
rápidamente regresó para colocar una segunda taza de té para
Margaret. Finalmente se sentaron a desayunar.
—Todavía no he preguntado cómo recibió tu madre nuestras
noticias. Me temo que no tiene una muy buena opinión de mí, —dijo
Margaret desesperada antes de tomar un sorbo de té.

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—Su opinión ya ha mejorado, —le dijo John—. Ella terminará
conociéndote bien. Es inevitable, —dijo con confianza mientras le daba
a su mano, que descansaba sobre la mesa, un apretón tranquilizador.
No renunció a su agarre, ni ella retiró la mano. Gradualmente,
sus dedos comenzaron a mezclarse como por su propio impulso, hasta
que comenzaron a entrelazarse y desatarse con fervor suave. Sus tazas
de té permanecieron intactas mientras ambos miraban trasfigurados la
danza amorosa que se desarrollaba entre ellos, sorprendidos al
descubrir el placer de un gesto tan modesto.
El hechizo se rompió al acercarse Edith y Maxwell. Retirando sus
manos a regañadientes, tomaron su té descuidado con normalidad
afectada. Margaret evitó momentáneamente la mirada de John para
proteger su equilibrio.
—Buenos días. Veo que uno debe despertarse temprano para
desayunar con el Sr. Thornton, —comentó Edith alegremente mientras
Maxwell la ayudaba a sentarse en la mesa—. Supongo que tu trabajo
requiere que seas puntual, —dijo, dirigiéndose al prometido de su
prima.
—De hecho, estoy predispuesto a levantarme temprano, incluso
cuando estoy libre, —le respondió con una cálida sonrisa.
—¿Y tiene mucho tiempo libre, Sr. Thornton? —Maxwell
preguntó interesado, habiéndose sentado cerca.
—No en este momento, —respondió con pesar—.
Desafortunadamente, mi negocio requiere una atención estricta.
—Oh, cariño, —exclamó Edith con una mirada de simpatía hacia
su prima—. Me temo que no verás mucho a tu esposo, una vez que
estés casada, —supuso.

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Margaret miró rápidamente la intención de ella, quien la
observaba para ver cómo respondería.
—Sé que a menudo trabaja largas horas, pero no me sentiré
descuidada. Espero que sepa que esperare ansiosamente su regreso a
casa, siempre que sea posible, —le dijo a Edith.
Robando una mirada a John, se alegró de descubrir que su
respuesta le agradaba.
El corazón de John se calentó al pensar en regresar a casa con las
atenciones amorosas de Margaret. Durante muchos años, había
trabajado con poca recompensa, pero fue para sacar a su familia de la
deuda. ¡Qué agradable sería tener una recompensa tan dulce
esperándolo al final del día! Una cálida sonrisa creció en su rostro
mientras la miraba con amorosa admiración.
—Parece una pena estar siempre tan ocupado, —señaló Edith
honestamente—. Tal vez podría ser persuadido para pasar menos
tiempo en el molino, —sugirió.
Margaret sonrió ante el comentario de Edith y volvió a mirar a su
prometido. Aunque Nicholas le había dicho que John a veces trabajaba
hasta altas horas de la noche, esperaba poder reducir su carga de alguna
manera, y no podía evitar esperar que encontrara más tiempo para
estar en casa.
—Quizás pueda, —respondió John, mirando directamente a
Margaret con una sonrisa maliciosa.

116
Margaret miraba fijamente al púlpito con paneles oscuros, sus
manos debidamente dobladas en su regazo. La belleza ornamentada
de la atmósfera solemne de la iglesia le recordó que pronto se pararía
ante Dios y el hombre para recibir los votos sagrados del matrimonio.
En vano intentó escuchar el sermón del vicario, porque su mente
estaba demasiado llena de otras cosas.
Sintió la dicotomía de estar sentada entre su tía Shaw y John. Por
un lado, se vio obligada a seguir los dictados de la sociedad y justo
decoro; por el otro, sus sentidos estaban profundamente en sintonía
con la presencia del hombre que incendió su alma.
Sin ningún movimiento de su semblante serio, Margaret pudo ver
la longitud negra de su muslo tocando los pliegues de su falda, y se dio
cuenta de lo cerca que debía estar su codo del de ella mientras se
sentaba plácidamente a su lado. Ansiaba tocarlo, sostener su mano
como lo habían hecho esta mañana. Reprendiéndose a sí misma por
estar tan distraída, se esforzó repentinamente por concentrarse en las
palabras del vicario.
John estaba teniendo dificultades similares para prestar atención
a los procedimientos religiosos. Sentado al lado de Margaret, encontró
su mente incesantemente ocupada recordando la sensación de su
cuerpo presionado contra el suyo, la suave presión de sus brazos sobre
su cuello y el calor entusiasta de su beso. Consciente de que tales
reflexiones eran inapropiadas en la iglesia, trajo sus pensamientos
errantes al presente solo para darse cuenta de lo cerca que se
encontraban. Anhelaba liberarse de las restricciones de este entorno,
queriendo estar a solas con Margaret para poder sostenerla en sus
brazos nuevamente.
Cuando ambos alcanzaron el mismo himnario, sus manos
chocaron, enviando un temblor de sensación a través de sus brazos y

117
provocando sus deseos latentes. Mirándose brevemente el uno al otro
en vergonzosa confusión, reconocieron su atracción mutua.
Mirando el libro abierto en la mano de John, Margaret quedó
cautivada por el rico sonido de su voz de barítono cuando la
congregación se unió en una canción.
John estaba, a su vez, encantado con la melodiosa voz de su
prometida mientras cantaba las melodías familiares de un querido
himno.
Cuando por fin el órgano hizo sonar las notas triunfales del post
ludio, la pareja se levantó agradecida y se reconoció con una sonrisa
compartida. Tan pronto como escaparon al pasillo, ella lo tomó
suavemente del brazo, deleitándose con el simple placer de este
contacto convencional.
Las comisuras de la boca de John se afilaron hacia arriba cuando
sintió la suave presión del brazo de Margaret en la suya. Le agradaba
enormemente pensar que, en adelante, está joven dama aparecería con
él en público. Cautivándolo por su incomparable belleza y gracia, la
observó mientras conversaba encantadoramente con algunos de los
conocidos de Edith. Margaret retiró su mano un momento mientras
mostraba su anillo de compromiso a la pequeña reunión de mujeres.
John se maravilló al verla brillar de felicidad cuando el anillo fue
adulado obedientemente con espléndidos elogios y alegres
felicitaciones. El hecho de que pareciera orgullosa de estar vinculada
con él, un hombre sin educación en medio de la multitud de los
caballeros y damas vestidos con galas de domingo, lo llenó de asombro
y gratitud. Cómo la había ganado todavía era un misterio para él.
Cuando salieron a la brillante luz del sol, la familia se separó cuando
ambos aplazaron el paseo en carruaje para dar un paseo tranquilo,
dándose el codiciado tiempo a solas que ambos deseaban celosamente.

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Caminando en un cómodo silencio por unos momentos,
disfrutaron de los movimientos constantes de la marcha sincronizada
mientras contemplaban los caminos convergentes de su futuro. Los
sonidos de los carruajes que pasan y el canto de los pájaros; la vista de
las puertas doradas y las puertas de la calle se perdieron para ellos
mientas deambulaban por el camino con perfecta satisfacción de estar
juntos.
—¿Quieres casarte en Londres? —preguntó en voz baja, buscando
obtener una imagen más clara del día de su boda y asegurar firmemente
el evento en los hechos definibles del lugar y el tiempo.
—No, —respondió—. Debería ser un asunto tranquilo, —dijo
suavemente, con un rastro de tristeza en su voz.
John supo de inmediato su significado. Su reciente pérdida nunca
estuvo lejos en su mente, proyectando una sombra de tristeza
persistente por los alegres acontecimientos de la semana pasada. Le
apretó suavemente la mano con su propia mano libre. Era consciente
de que la boda tendría que ser simple y privada, incluso Milton podría
estar demasiado concurrido para tal ocasión.
—Pensé que tal vez podríamos casarnos en Helstone. Me gustaría
mostrarte el pueblo, —confesó esperando que su prometido estuviera
interesado en ver el hogar de su infancia.
—Me gustaría mucho verlo, —respondió rápidamente.
Margaret lo miró y se alegró de ver su aprobación confirmada
con una cálida sonrisa.
—Tal vez podríamos quedarnos unos días, —se animó a proponer,
sabiendo que estaba incidiendo en la prerrogativa del novio de planear
el viaje de la boda—. Si puedes tomarte un tiempo lejos del molino, por
supuesto, —se apresuró a agregar.

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—¿Para nuestro viaje de Boda? —preguntó casualmente, aunque
el tema trajo su atención embelesada.
—Sí, —vaciló, sintiendo sus mejillas arder mientras continuaba—.
Creo que puedo asegurar alojamientos muy agradables en el campo.
Hay muchos paseos encantadores que podríamos dar, —sugirió
ansiosamente.
Divertido por su atrevida iniciativa al respecto, John cumplió
voluntariamente con sus planes.
—Si me liberas del deber de hacer tales preparativos, tal vez
encuentre más tiempo para preparar el molino para mi ausencia. Creo
que puedo lograr estar fuera durante una semana sin daños
precipitados en el negocio, —comentó, con una sonrisa traviesa.
Sorprendida por su manea fácil, Margaret lo miró con recelo para
determinar su intención.
—¿Deseas que haga los planes para nuestra estadía? —preguntó,
todavía un poco insegura.
—Si me avisas de tus planes una vez que los hayas arreglado, estoy
perfectamente feliz de permitirte elegir nuestro alojamiento. Estoy
seguro de que conoces el área bastante bien, —explicó con calma—. De
hecho, solo me preocuparé por la lectura de las amonestaciones y la
contratación de los servicios del vicario. Tú tienes la libertad de hacer
todos los demás arreglos de acuerdo a tu gusto, mi amor, —le dijo con
una mirada afectuosa.
En verdad, John estaba muy agradecido de tener una boda
pequeña que no requeriría su atención. Se había cansado
extremadamente de la interminable charla de Fanny sobre los detalles
de su extravagante boda unas semanas atrás. Confiaba en que Margaret
tendría buen sentido y excelente gusto, y que lograría todo con aplomo.

120
Margaret devolvió su mirada amorosa y abrazó su brazo un poco
más cerca con una sonrisa de satisfacción.
Cuando regresaron a la casa, John y Margaret encontraron a la
familia cómodamente sentada en el salón, esperando la hora de la
comida. El brazo de Margaret permaneció unido alrededor del su
prometido mientras la pareja estaba parada en medio de la habitación.
Habiendo establecido recientemente la fecha y el lugar de las nupcias,
decidieron anunciar sus planes a la familia.
—¿Disfrutaste tu caminata? —Edith preguntó cortésmente.
—Sí mucho, —respondió Margaret con franqueza, antes de mirar
a John con cierta ansiedad.
—Sra. Shaw, —John se dirigió formalmente a la tía de Margaret—.
Estoy muy agradecido por su generoso cuidado de mi prometida desde
la muerte de su padre, —le agradeció amablemente— Margaret y yo
hemos llegado a un acuerdo para nuestro matrimonio que me
permitirá asumir la responsabilidad adecuada por ella sin grandes
demoras. Tendremos una boda tranquila en Helston dentro de tres
semanas, —anunció con voz tranquila pero autoritaria.
—¿Tan pronto? —soltó Edith, decepcionada de que perdería la
compañía de su prima dentro de un mes.
Tía Shaw alzó ligeramente las cejas, pero reconoció el derecho
del Sr. Thornton de reclamar a su sobrina con una graciosa inclinación
de cabeza. Se sorprendió al notar su creciente admiración por el
hombre: sus modales eran impecables y su porte era a la vez reflexivo
y dominante. Era obvio que estaba bastante enamorado de Margaret, y
sintió que sería un esposo devoto.
Notó que Margaret parecía satisfecha con el anuncio. Sin
embargo, suspiró internamente mientras se imaginaba a Margaret
viviendo en esa triste y sucia ciudad entre las clases trabajadoras.

121
Esperaba sinceramente que su sobrina fuera feliz con la vida que había
elegido.
—Margaret, querida, ¿estás satisfecha con este arreglo? —
preguntó, deseando asegurarse de que la niña estuviera preparada para
dar ese paso transcendental en unas pocas semanas.
—Lo estoy, —respondió Margaret alegremente—, nunca quise una
gran boda, —confesó, sonriendo satisfecha—, Disfrutaré mucho tener
una boda pequeña en la antigua iglesia de mi padre.
—¡Maravilloso! —Maxwell exclamó—: No he tenido oportunidad
de ver esa idílica Helstone, —comentó alegremente. Edith esbozó una
sonrisa forzada en un escaso intento de igualar el entusiasmo de su
esposo.

La tarde pasó demasiado rápido para los amantes, quienes


pasaron la mayor parte del tiempo sentados uno al lado del otro,
tomados de la mano y conversando entre ellos o con los demás.
Margaret y John estaban completamente relajados y felices. Se
esforzaron por desterrar de sus mentes la tristeza de la inminente
partida de John, hasta la hora del té de la tarde.
La llegada de Dixon marcó la atmósfera perezosa de la casa.
Margaret se levantó rápidamente para saludar con cariño a la criada
más querida de su madre en la puerta del salón y preguntar si había
recibido su carta explicando sus últimas noticias.
Dixon no esperaba encontrar al Sr. Thornton en Londres, pero
se sorprendió al notar lo normal que parecía verlo aquí con su señorita.

122
Parecía bastante resplandeciente con su ropa elegante y sus maneras
gentiles. Aunque nunca podría ser un caballero adecuado, Dixon se
alegró por el bien de su señorita al ver que podía confundirse
fácilmente con un caballero.
Dixon le preguntó en voz baja a Margaret si el Maestro podría
dedicar un momento de su tiempo para hablar con ella. Margaret
vaciló, pero fue a buscar a su prometido.
—¿Le ha contado a la señorita Margaret sobre la investigación?
—Dixon susurró preocupada cuando el John llegó a su lado.
—Sí, lo sabe. Le dije que es poco probable que sigan adelante con
el asunto. El Sr. Hale debería estar a salvo si se queda en el extranjero,
—le aseguró John, con calma a Dixon.
—No quise enviarle a ese hombre horrible, pero no sabía qué
hacer, —comenzó a disculparse.
—Fue correcto enviarlo a mí. El asunto debería haber terminado
ahora, —le seguro.
Dixon asintió y se despidió para instalarse en las habitaciones de
criados.
La aparición de Dixon le recordó a Margaret a Milton y la casa
que pronto sería suya. Recientemente se había decidido a escribirle a
la Sra. Thornton una carta de conciliación, pero aún no la había hecho.
Explicó su propósito a su prometido y regresó al salón para instalarse
en un escritorio, mientras tanto John escogió el periódico, como un
pobre sustituto de su compañía.
Poco después, Edith se excusó y fue a la guardería. Su esposo
hizo lo mismo unos minutos más tarde, dejando a la pareja
comprometida sola en el salón, ya que tía Shaw había salido para su
descanso habitual un tiempo antes.

123
Las manos de John se emplearon debidamente para sostener el
papel, pero su mente estaba ocupada de otra manera. Su mirada se
volvía a menudo hacia Margaret, que estaba sentada en el escritorio de
una manera que le permitía ver parte de su perfil.
Consciente de que la estaban observando, Margaret sonrió para
sí misma antes de hablar en voz alta. —Me temo que debo pedirle que
encuentre otra diversión, Sr. Thornton, —dijo con fingida solemnidad,
sin apartar los ojos de su tarea.
Sorprendido por su acusación implícita, John abrió la boca para
hablar, pero luego la cerro cuando una sonrisa maliciosa se formó en
sus labios. Cerrando el Times con decisión, se levantó y cruzo la
habitación hacia ella. Con una mano en el respaldo de su silla, se
inclinó para hablarle cerca de la oreja.
—Me parece que eres lo más divertido en la habitación, —le dijo,
con una voz sensual que le envió escalofríos por la espalda.
La pluma de Margaret se inmovilizó, pero intentó no verse
afectada.
—¿Cómo puedo terminar esta carta a tu madre si insistes en
distraerme? —preguntó intencionadamente, su cuerpo se tensó
anticipando su respuesta.
—Si me concedes unos momentos de tu atención total, te
permitiré terminar tu tarea en paz, —sugirió en voz baja, más decidido
que nunca a tentarla a dejar su trabajo.
John se enderezó, obviamente esperando que se levantara de su
silla.
—Me temo que mi atención, una vez dada, será requerida por ti
por más tiempo de lo que implicas, —respondió Margaret altivamente,
manteniéndolo a raya un poco más.

124
—Es completamente posible —admitió con una sonrisa traviesa,
su fingida resistencia a su solicitud aumentaba su deseo de insistir.
—¿Y prometes dejarme ir? —se burló de él, todavía sentada en el
escritorio.
—Solo por esta vez —respondió—. No hago tales promesas del
futuro —agregó, con un toque de advertencia en su voz.
Silenciosamente, Margaret volvió a poner la pluma en su soporte.
—Me alegro —respondió cuando finalmente se levantó para
mirarlo con una sonrisa juguetona.
Su sonrisa se amplió y sus ojos brillaron con diversión por un
momento antes de calentarse con un ardiente afecto. Estaba
sorprendido de que estuviera allí esperando atenciones.
John extendió la mano para sostener su cintura y Margaret se
adelantó para abrazarlo por los hombros. Se miraron a los ojos el uno
al otro un momento antes de cerrarlos cuando sus labios se
encontraron en un beso. Con ternura, sus labios convergieron, rozando
suavemente y explorando la sensación de esta unión simple, pero
intima, restringiendo con esfuerzo la ferocidad creciente de deseo de
ambos, hasta que, por fin, sus bocas se abrieron tentativamente para
un beso más profundo que habían probado ya una vez antes.
Sus corazones latían con fuerza al sentir que las llamas crecientes
de la ardiente pasión se alzaban sobre ellos. John fue el primero en
retirarse, cumpliendo su promesa.
—Te dije que te dejaría ir —jadeó, su cuerpo protestando por su
sofocado placer.
—Mmmm —murmuró, en leve acuerdo con sus palabras, todo el
tiempo que se había resistido a su pedido y sin embargo no hizo ningún
movimiento para separarse de él.

125
—La puerta de salón está abierta. No debo tomarme tales
libertades…, —gruño de manera desigual, se aferró a una razón para
detenerse y darle la oportunidad de escapar de él.
—No hay nadie cerca en este momento, —susurró en respuesta,
su rostro aún enrojecido por el anhelo.
Su resolución se derritió ante las palabras y renovó su ministerio
con vehemencia. Tiró de su cuerpo contra él, haciendo que emitiera
un ruido indiscriminado en respuesta sorprendida.
Margaret luchó por mantener el ritmo de sus fervientes besos,
temblando, no sin espanto, por su ardiente pasión. Presionada así
contra su cuerpo firme y excitada por sus besos magistrales, sintió que
se derretía bajo su maravillosa posesión.
John ardía de deseo, cayendo aún más en llamas insaciables
mientras se permitía saciar brevemente su anhelo de ser uno con ella,
reclamándola corporalmente con sus besos inquebrantables. Sabía que
debía detenerse, e invocando toda la fuerza de su autocontrol
razonado, apartó su boca de la de ella y aflojó su fuerte agarre.
John estaba asombrado por su propia reacción potente ante la
sumisión al deseo de Margaret, buscó con cautela su mirada para
determinar cómo le había ido con ese tratamiento desconocido, su
pecho todavía agitado con pasión apenas contenida.
Margaret levantó lentamente los ojos hacia él, desconcertada por
su propio comportamiento abandonado bajo el hechizo de sus
demandas amorosas, mientras su pulso disminuía gradualmente, así
como sus latidos desenfrenados.
Al detectar la leve inquietud en sus ojos, John se apresuró a
disculparse por su comportamiento imprudente.

126
—Margaret, yo… No sabes cómo me haces sentir cuando me
permites amarte así —se esforzó por explicar, sus manos todavía
acariciaban su cintura.
—Creo que puedo saber algo de lo que describes… —admitió
abiertamente, y valientemente sostuvo su mirada para que pudiera
entender su significado.
—¡Margaret! —respiró, maravillado ante la revelación de que ella
podría sentir algo de los mismos impulsos que lo atravesaron tan
fácilmente. John la acercó y la besó suavemente en la frente. Tomando
su rostro en sus manos, la buscó con atención, sorprendido de
encontrar solo su descarado amor por él—. ¡Margaret, no me atreví a
soñar que te interesara mi toque! ¡Temo que no podré sobrevivir
mucho tiempo sin tus besos! —declaró ardientemente.
Margaret le cubrió suavemente las manos con las suyas.
—No deseo que me dejes, —confesó, pero luego sonrió al
recordar su promesa anterior—. Parece que me has detenido un poco
más de lo que esperabas, —comentó con tristeza.
—Cumplí con mi obligación legítima, —insistió a la defensiva—. Te
di la oportunidad de alejarte de mí, lo que rápidamente ignoraste, —la
acusó con una sonrisa tortuosa.
—¿Lo hice? —preguntó inocentemente, fingiendo un olvido de su
propia culpabilidad.
—Sí, lo hiciste, —enfatizó lentamente, esforzándose por evitar
atraerla hacia él una vez más.
—Entonces supongo que debo confesar que lo encuentro
igualmente distraído, Sr. Thornton, —bromeó con una sonrisa coqueta.
Su sonrisa se amplió cuando comprendió su significado y dejó a
un lado su moderación para atraerla hacia él una vez más.

127
—Entonces, tal vez consentirás en distraerte un momento más, —
sugirió, sus ojos revelaron el ardor que rápidamente reemplazó su
alegría.
Margaret sonrió a petición suya y levantó la barbilla con su
consentimiento. Sus bocas se encontraron con una gentil firmeza, y se
besaron lenta y deliberadamente por un momento hasta que ambos se
retiraron gradualmente del contacto placentero.
—Te permitiré que vuelvas a tu carta, —le dijo al fin, incapaz de
quitarle los ojos de encima mientras se maravillaba de su intimidad
familiar—. Prepararé mis cosas para mi partida y volveré pronto,
—prometió con voz suave.
Con esas palabras, besó su frente una vez más y salió de la
habitación. Margaret permaneció inmóvil por unos momentos, sumida
en sus pensamientos, antes de regresar a su tarea.

La visita de John a Londres llegó a su fin cuando el té de la tarde


fue retirado. Después de despedirse con cariño y amablemente
agradeciendo en el salón, Margaret acompaño a su prometido al gran
salón para despedirse.
Se volvió hacia ella al llegar a la puerta y extendió los brazos sin
decir palabra. Margaret se apresuró a caer sobre ellos, envolviendo sus
brazos a su alrededor en una posesión feroz mientras su mejilla se
presionaba contra su pecho. Su largo abrigo oscuro protegía su abrazo,
envolviéndolos en un momento suspendido en el tiempo y el espacio,
escondidos en un mundo propio.

128
John dio un suspiró de éxtasis lento y tembloroso al sentir cómo
se aferraba fuertemente. Se permitió que una mano recorriera la suave
columna de su cuello, acurrucó sus dedos en su cabello para sostenerla
cerca de él.
No podía moverse ni hablar, solo quería permanecer para
siempre en este abrazo, sintiendo como si su corazón estallara de amor
por ella. Todo lo que quería estaba firmemente en sus manos en este
momento. ¡Como odiaba irse! La insidiosa sensación de soledad
comenzó a invadirlo cuando pensó en regresar a Milton sin ella.
—¡Margaret, te necesito conmigo! —gritó con voz ronca, cuando
los meses de anhelo por ella salieron a luz, estrellándose sobre él con
una fuerza repentina—. Podríamos casarnos en Milton… —comenzó
desesperadamente, antes de ser silenciado por las yemas de los dedos
de Margaret tocando suavemente sus labios. Tomó sus dedos con la
mano y los besó fervientemente.
Margaret lo miró con tierna compasión, su corazón también se
inclinó ante la idea de que debía dejarla atrás.
—Está arreglado, John, —dijo suavemente, razonando gentilmente
con él—. Nos casaremos pronto, y será lo suficientemente bueno, —lo
tranquilizó, sus ojos rogándole que la entendiera—. También deseo
nunca separarme de ti, —confió—. Pronto será así, John. Nunca más
nos separaremos, —prometió con seriedad.
Sus palabras lo tranquilizaron, y John asintió en silencio. Inclinó
la cabeza, avergonzado de su arrebato descuidado.
Margaret se movió para sacar una pequeña tela de los pliegues de
su falda. —Deseo darte algo mío, una muestra muy escasa de mi amor,
me temo, —le dijo mientras le ofrecía un pañuelo delicado, con bordes
de encaje fino.

129
John lo tomó con entusiasmo, apreciando cualquier cosa que le
recordara a ella. Examinó el bordado cuidadosamente para ver una
pequeña rosa amarilla y sus iniciales inscritas en hilos de colores.
—Siempre me han encantado las rosas amarillas que crecen
alrededor de nuestra casa en Helston, —explicó con una sonrisa
tímida—. Tendré que cambiar mis iniciales. Ya no seré Margaret Hale,
sino Margaret Thornton, —agregó pensativa.
El sonido de su nombre unido al suyo tiró del corazón de John,
envolviendo a su alrededor una apretada banda de insoportable alegría.
¡Sería suya! Con la mayor resolución e infinita ternura, le dio un beso
prolongado en los labios.
—Te veré en Helstone, mi amor, —prometió mientras acariciaba
los mechones sueltos de su cabello con los dedos. Al soltarla, le dirigió
una última mirada penetrante antes de dirigirse a la puerta y atravesarla.
El sonido de la puerta al cerrarse hizo eco en el pasillo,
inesperadamente dura en su finalidad. Margaret se quedó inquieta; las
paredes vacías de la habitación parecían hacerse más grandes, sin
simpatizar con su triste corazón. Sintió la separación de John
profundamente. La única persona que conocía y la amaba más que
nadie, se había ido. Sintió que el pánico crecía lentamente, al darse
cuenta de que no vería su rostro ni escucharía su voz en muchos días.
Sin preocuparse por las apariencias, pasó apresuradamente por
la entrada del salón, corriendo hacia la ventana que daba a la calle para
encontrar un último vistazo de él. Lo vio y observó por un breve
momento hasta que su figura vestida de oscuro desapareció a la vuelta
de la esquina. Acercó la mano a la ventana y movió los labios en
silencio.

130

John se obligó a seguir caminando, esforzándose por superar la


frenética urgencia de retroceder a cada paso. ¡Cuánto anhelaba dejar
de lado las barreras de la costumbre y la propiedad y regresar a la casa
de su tía, levantarla en sus brazos y llevarla a la estación de tren para
que se viera obligada a regresar a Milton con él! Se aferró a los
fragmentos restantes de la razón inherente, dominando los
movimientos de su cuerpo con firme determinación mientras colocaba
un pie frente al otro para continuar hacia la estación de tren. Siempre
pensó que tenía una voluntad de hierro, pero las pruebas de este día lo
demostraron sin lugar a dudas. ¿De qué otra forma podía dejar su
corazón en Londres?
Llegó a la estación y subió al tren a Milton con resignación. El
peso de la responsabilidad comenzó a asentarse sobre el: los grilletes
de la obligación y el deber desplazaron lentamente la libertad sublime
que había conocido durante su corta estadía con Margaret. Debía
regresar al molino y renovar el horario interminable de su trabajo.
Volvería a casa con su madre y dormiría en una cama vacía, como lo
había hecho durante años.
La charla sin sentido de los extraños a su alrededor parecía
amplificar su soledad. Al soltar el puño, se consoló al encontrar el
único remanente de su visita. Margaret sería su esposa. Pronto, ya no
viviría solo. Pensar en eso le dolía el pecho con su profunda promesa
de felicidad. Agarrando su pañuelo en su puño una vez más, lo
presionó contra su rostro por un momento para respirar la leve
fragancia de jazmín. Apoyo su mano en su regazo, manteniendo el
pequeño trozo de tela mientras el tren comenzaba lentamente su largo
viaje hacia el norte.

131

Margaret se sintió aliviada cuando llegó el anochecer y pudo


trasladarse a la privacidad de su habitación. Había intentado
permanecer alegremente cordial con su familia desde la partida de
John, pero sentía el dolor sordo de su ausencia con cada hora que
pasaba.
Sola en su habitación, se contentó con sentarse y soñar con él,
recordando melancólicamente la dicha de su fuerte abrazo. ¡Cuánto lo
extrañaba ya! Se había sentido tan a gusto en sus brazos que ya no podía
imaginar vivir sin él. Sonrió al pensar lo parecidos que eran sus
sentimientos con los de él ahora: ¡se casaría con él mañana, si se
hubiera atrevido a aceptar!
Pero había mucho que hacer en los próximos días para
prepararse para la boda. Tres emanas pasarían lo suficientemente
rápido, se dijo a sí misma. Si se mantenía ocupada, no sentiría su
ausencia tan gravemente.
Un golpe en la puerta la sacó de su ensueño. Dixon entró a la
habitación.
—¡Me alegro de que hayas vuelto!, —comentó Margaret cuando la
querida confidente de su madre comenzó a ayudarla a desnudarse—.
Parece que han pasado muchas cosas desde que te dejé en Crampton,
—continuó.
—Sí, de hecho, —exclamó mientras sus ojos se abrían de acuerdo—
Fue un shock, puedo decirte, descubrir que te habías comprometido
con el Maestro, —le dijo— Fue tu padre quien tuvo una opinión tan alta
de él. No pensé que le prestaras atención, —comentó—. Aparte de esa

132
vez que vino a tomar el té…, —agregó mientras aflojaba los cordones
del corsé de Margaret.
—Lo había notado, Dixon. Supongo que no estaba segura de
cómo verlo. Las cosas eran muy diferentes en Milton, —le dijo.
—¡Huh! —le respondió bruscamente—. ¡Tan diferente como
podía ser! Nunca vi un lugar tan sucio y lleno de gente. Era suficiente
para asustar a tu pobre madre, te lo diré, —continuó con desdén.
—Dixon, —Margaret llamó su atención con firmeza, pero
amablemente—. Milton será mi hogar, no deseo que lo menosprecies,
—le recordó—. ¿Quieres quedarte aquí en Londres? —preguntó
tentativamente al fiel sirviente de la familia, sin saber si Dixon desearía
regresar a la ciudad que no le gustaba.
—¡Por supuesto que no, señorita Margaret! —exclamo con
consternación mientras ayudaba a su señorita a ponerse el camisón—.
Mi lugar está contigo. Tu madre así lo hubiera querido, —afirmó—.
¡Además, odiaría ver que tienes que luchar sola con esa mujer!
—añadió decisivamente.
Margaret ahogo una risita al darse cuenta de lo penetrante que
era la severa reputación de la señora Thornton en Milton. —No creo
que sea difícil tratar con ella, una vez que comprendamos sus formas
de hacer las cosas, —intentó convencer Margaret.
—¡Humph! —Dixon resopló dudosa cuando comenzó a cepillar
el cabello de Margaret—. De todos modos, no quiero que tengas que
aprender a recorrer esa casa sola. —Dijo con firmeza.
—Gracias, Dixon, pero no estaré sola. Me voy a casar, el Sr.
Thornton estará allí, —le recordó con una sonrisa alegre.
—Hmm, —respondió Dixon a sabiendas, dudando que el Maestro
supiera del dominio familiar al que Margaret sería relegada.

133
—Dixon, —comenzó Margaret con cautela—, no te lo he dicho,
nos vamos a casar en tres semanas a partir de mañana, —le informó
observando la reacción de la criada en el espejo.
El cepillo se detuvo un segundo antes de reanudar su curso
rápido.
—¿Tan pronto, señorita Margaret? —preguntó con un poco de
consternación, preguntándose qué habría pensado su difunta señora de
tal arreglo—. Y aquí he venido corriendo a Londres para una estancia
tan corta, —sacudió la cabeza, desesperada.
—Lo siento, Dixon. Todo ha sucedido tan rápido, me temo. Pero
deseamos estar juntos lo antes posible, —explico con sinceridad.
Dixon levantó las cejas en respuesta, curiosa por saber si ese
sentimiento era realmente mutuo, o si su señorita había sido
presionada para que renunciara a su doncellez a una fecha más
temprana. No había tenido tiempo de observar realmente a la pareja y
solo podía deducir del comportamiento del Sr. Thornton en Milton
que estaba ansioso por casarse. Si la señorita Margaret estaba tan
enamorada, aún no lo había determinado.
Estudió la cara de Margaret un momento más en el espejo, y
comenzó a ver por sí misma; una mirada de ensueño y una sonrisa
persistente le dijeron todo lo que necesitaba. Dixon suspiró mientras
terminaba de trenzar el largo cabello castaño de Margaret. Sonriendo
por fin, disfruto la idea de ver a su señora felizmente casada.
—Serás una novia hermosa, señorita, —le dijo finalmente, en un
tono de felicitación.
Margaret sonrió radiante.
—Gracias, Dixon, —respondió mientras se levantaba, le daba un
besito en la majilla y le daba las buenas noches.

134
Apagando la lámpara, Margaret se sintió atraída por la belleza de
la luna que se vislumbraba por la ventana e iluminaba la alfombra
carmesí con el brillo prestado del sol. Se acercó a la ventana para mirar
el brillante orbe blanco, difundiendo silenciosamente su glorioso
resplandor sobre la tierra. La luna parecía estar vigilando las escenas
mortales bajo su brillante luz. Mirando fijamente la vista relajante,
pensó en su amado, muy lejos bajo la misma luna.
Lentamente trepando a la cama por fin, Margaret estaba
desconcertada al sentir un papel debajo de su hombro. Sabía que la
carta de John estaba guardada en un cajón. Se sentó y recogió un sobre
nuevo. Inclinando el papel a la luz de la luna, su corazón comenzó a
latir rápidamente al reconocer su nombre garabateado en la letra de
John.
A toda prisa, ella salió de la cama para volver a encender la
lámpara de la cómoda cercana. Rasgando el sobre, sacó el papel
doblado para leer el mensaje de su amado.

Mi querida Margaret,
Te amo y siempre te amaré.
Durante meses he estado esclavizado por ti, buscando una
palabra o una mirada tuya que me diera la esperanza de ganar tu
afecto. ¿Sospechabas cómo me afecta tu voz y tu toque más leve?
Me atreví a soñar con hacerte mía, anhelando llenar mis días
con tu presencia cautivadora. Incluso cuando parecía que no me
amarías, seguí amándote con todo mi corazón, sin reservas.

135
¿Te imaginas la alegría que tuve al escuchar de tus propios
labios que me amas y que serás mía? ¿Cómo me siento cuando me
miras con ternura y me abrazas con amor?
Cuando te abrazo, siento una felicidad tan asombrosa que nunca
quiero dejarte ir. ¿Es de extrañar que desee casarme contigo
instantáneamente para que mi dicha no termine y que no despierte por
casualidad para encontrar todo un sueño?
Margaret, te amo. No conozco ninguna otra forma de adornar
este sentimiento con palabras, pero deseo que sepas la profundidad de
mi afecto, y cuánto anhelo estar contigo para pasar cada momento
contigo. Has cautivado mi corazón y mi alma, y me resigno más
contento, a este dulce cautiverio para siempre.
Soy completamente tuyo,
John

Margaret lo leyó dos veces más con gran atención. Terminando


las últimas líneas otra vez, respiró hondo, sin darse cuenta de que lo
había estado conteniendo durante algún tiempo. Se movió para mirar
por la ventana y contemplar las emociones que se agitaban en su pecho.
Los rayos de la luna bañaban todo en un resplandor suave, reflejando
el amor inefable que sentía irradiando su vida. Sostuvo la carta en su
pecho mientras una suave sonrisa de pura felicidad se extendía por su
rostro.

136
El aire de la tarde era fresco y la luz de la luna proyectaba sombras
profundas sobre el paisaje de la ciudad. John caminó sin prisa hacia
casa, observando el brillo completo de la exhibición del cielo sobre las
estructuras hechas por el hombre que lo rodeaban. Las hileras de casas
sencillas, las fachadas de ladrillo de las fábricas y los escaparates
pintados brillaban con una luz blanca que parecía transformar lo
mundano en magnificencia iluminada.
Ya no estaba destinado a trabajar sin cesar con pocas esperanzas
de experimentar las mayores alegrías de la vida, descubrió que su
futuro brillaba con un amor que eclipsaba todo lo que había conocido
antes. Parecía que la Providencia le devolvería los años que había
comido amargas algarrobas y que encontraría una dulce recompensa
por todas las luchas y sufrimientos de su pasado.
Sintió que su esperanza se elevaba, aun cuando se mezclaba con
el solemne pensamiento de su larga ausencia. Estaba ansioso por
llevarla a casa, a Milton, para que pudiera sentirse completamente en
paz hasta que fuera, irrevocablemente y completamente, suya.
Cuando John se acercó a su casa, se sintió aliviado al encontrar
que estaba oscura. Mañana tendría tiempo suficiente para contarle a su
madre sus felices noticias. Saboreó la oportunidad presente de apreciar
todo lo que sucedió en las cámaras secretas de su mente sin los
comentarios curiosos de los demás.
Se dirigió a su habitación sin velas ni luz de lámpara, caminando
a través de las sombras tenues y los patrones de luz que se deslizaban
desde las ventanas.
Dejando su maleta dentro de su habitación, se desató la corbata
y se quitó el abrigo y sacó del bolsillo del pecho la carta que Margaret
había escrito para su madre. Colocando su abrigo sobre una silla, se
movió para depositar su corbata y la carta sobre su tocador, notando

137
curiosamente otro sobre claramente expuesto en su superficie. Al
recogerlo con interés, comenzó a respirar más rápido al darse cuanta
rápidamente de que podría ser la carta de Margaret que tanto había
esperado.
Se apresuró a encender la lámpara en su escritorio a lo largo de
la pared del fondo, y estudió por un momento el aspecto de su nombre
escrito en su elegante letra. Abrió cuidadosamente el sobre, deseando
con urgencia leer las palabras que había escrito cuidadosamente para
él solo.

Mi querido John
Tu entrañable carta me ha dado mucho placer. No deseo leer palabras
floridas de amor profeso que son superficiales vanidades de la verdad, pero
nunca me cansaré de conocer los sentimientos que te motivan a escribirme con
tan verdadera honestidad.
Hasta que descubrí tu sincero mensaje en las páginas del libro que me
diste, pensé que habías renunciado a tu amor por mí. El conocimiento de que
todavía me querías abrió la puerta a mi esperanza de felicidad y reveló a mi
doliente corazón cuánto había llegado a amarte a cambio. No me había
atrevido a soñar con recuperar tu afecto después de todo lo que había pasado
entre nosotros.
Con una nueva esperanza, le envié a Nicholas mi respuesta, ¡Dios
lo bendiga por su rápido envío! No pensé en lo que podrías hacer a cambio;

138
solo quería que supieras que agradecía tus afectos, que ya no se encontrarían
con fría indiferencia o desdén.
No puedo decirte cómo me sentí cuando te escuché decir mi nombre,
mientras esperaba abordar el tren hacia Londres. Supe al instante, cuando
me volví a verte, lo profundo que debes sentir por mí: ¡tú, que me perseguiste
en el frio sin pensar en ponerte abrigo o guantes! Apenas podía respirar
mientras esperaba escuchar lo que dirías, y cuando me pediste que me casara
contigo, mi corazón dio un vuelco ante la oportunidad de responder
correctamente lo que antes había rechazado tan tontamente.
¡John, esperaba que me perdonaras por mi valiente afirmación ese día!
No podría dejar que te fueras sin una respuesta, sin decirte de alguna manera
la alegría que sería mía, por reclamar un lugar a tu lado como tú esposa.
¡Tía Shaw no habría entendido nuestra impetuosa reunión! Sentí que no
tenía más remedio que anunciarnos comprometidos como si ya se hubiera
establecido entre nosotros. No creo haberte visto tan sorprendido, pero ahora
estoy segura de que no te disgustó mi decisión de hablar tan impulsivamente.
Seré tu esposa, John. No será un sueño. Sé que te he lastimado de
manera inconcebible en el pasado, pero todo eso ha desaparecido. Ahora sé
quién eres realmente, y no puedo evitar amarte por toda la amabilidad, la
fuerza y el esfuerzo desinteresado que veo en ti. Será un privilegio ser tu esposa
y brindarte toda la felicidad que esté en mi poder otorgar.

139
Me despierto cada mañana prensando en ti, y encuentro mi mente
errante constantemente atraída pensando en ti. ¿Me creerás ahora si te digo
que te amo? Nunca antes había tenido tales sentimientos: tú, solo tú, tienes
el poder de afectarme tanto.
Anhelo volver a Milton, donde pertenezco, para que ya no estemos
separados. Hasta entonces, espero ansiosamente que me visites en Londres
para que puedas cumplir tu deseo, y yo pueda sentir tus fuetes brazos a mi
alrededor.
Con todo mi amor y afecto,
Tu propia Margaret

John cerró los ojos para recordar la dicha incomparable de


abrazarla fuertemente contra él, su anhelo era tan intenso que sus
brazos realmente deseaban abrazarla. Soltó un suspiro y abrió los ojos
al presente.
Todavía con la carta en la mano, se acercó a la ventana y
contempló la escena iluminada por la luna del patio del molino.
Margaret estaba muy lejos ahora, la distancia entre ellos era grande.
Pero ¡ella vendría!, pensó, dejando a un lado el ansioso anhelo por su
presencia inmediata que amenazaba con invadir su paz. Ella vendría y
transformaría su vida en algo completamente nuevo, algo
indescriptiblemente hermoso. Una sonrisa de profunda satisfacción
ilumino lentamente su rostro.

140
— CAPÍTULO 8 —

La luz rosa de la madrugada arrojó sus primeros rayos sobre el


patio del molino mientras Hannah Thornton estaba sentada esperando
en la mesa del desayuno. Había estado inquieta durante la ausencia de
John, dividida entre la esperanza de su felicidad y la inquietante
preocupación de ser desplazada en su propia casa. Rezó para que John
regresara de Londres sabiendo que Margaret aceptaría su mano. Era
impensable imaginar lo contrario.
A pesar de sus esperanzas por la felicidad de John, Hannah no
pudo evitar temer que la niña viniera a vivir con ellos. Imaginó que,
como señora de Marlborough Mills, Margaret traería una serie de
cambios a su rutina y costumbres diarias. Traería sus formas y gracias
sureñas para influir en la casa de alguna manera; estaba convencida de
ello. Y John sin duda se deleitaría, y complacería todos sus caprichos y
fantasías, ajeno a las consecuencias que, tal indulgencia, pudiera tener.
Reflexionando más profundamente sobre sus juicios ansiosos,
Hannah se inclinó a admitir que Margaret no parecía ser el tipo de niña
que dedicaba demasiada atención a cuestiones de decoración o detalles
domésticos, a diferencia de Fanny, que parecía llenar constantemente
sus pensamientos con ultimas modas y ostentosas exhibiciones.
Tal vez Margaret no se dignaría a redecorar o hacer alteraciones
dramáticas en el funcionamiento establecido de la casa de por sí, sino
que sugeriría a John cómo podría manejar su fábrica, evocando algún
plan de gasto adicional destinado a mejorar la vida de los trabajadores
en la fábrica. Hannah estaba segura de que la cocina de los trabajadores

141
que John había establecido podía atribuirse a la influencia de Margaret,
y le preocupaba que la niña intentara entrometerse con la autoridad y
las decisiones de John en los negocios. Ciertamente se había mostrado
como una mujer fuerte de opinión en la cena de los Maestros en julio
pasado, y no le había importado proyectar sus ideas filantrópicas ante
los hombres más poderosos de Milton.
Un suspiro escapo de sus labios al pensar en lo vulnerable que su
hijo podría ser a las manipulaciones de su esposa. Hannah nunca había
visto a John tan descuidado como cuando se refería a Margaret Hale.
Prácticamente adoraba a la niña y no escucharía una palabra en su
contra. Decidió que esto era lo que más le preocupaba: que John
abandonaría sin darse cuenta su razón tan practicada para seguir los
dictados de esta joven que no sabía nada del trabajo duro y las pruebas
que le habían permitido alcanzar su posición actual en negocios y
sociedad.
Estaba segura de que John no le habría contado a Margaret sobre
los problemas financieros actuales de la fábrica, no cuando deseaba
asegurar su mano en matrimonio. Pero necesitaría saber lo
suficientemente pronto, que su vida aquí no sería, necesariamente, una
estancia fácil y despreocupada como podría imaginarse. Tendría que
apreciar la riqueza que John ya había asegurado cuidadosamente, así
como mantener un respeto saludable por la precaución y la perspicacia
necesarias para manejar los tormentosos ciclos de la industria en la que
trabajaba.
El sonido de los pasos rápidos de su hijo bajando las escaleras,
rompió el tren de sus pensamientos agitados. Se sintió aliviada al ver la
sonrisa fácil, incluso cuando su estómago se revolvió para pensar en su
significado.
—Buenos días, madre, —la saludó alegremente mientras tomaba
asiento.

142
—Buenos días, John, —respondió en su tono moderado habitual—
Supongo, que te fue bien en el viaje, —preguntó casualmente,
permitiéndole traer los detalles pertinentes de todo lo que había
sucedido desde que él había partido.
—Sí, todo está arreglado, —le dijo mientras una cálida sonrisa se
extendía por su rostro, el recuerdo del dulce afecto de Margaret lo
llenaba de efusiva alegría.
Hannah notó su actitud relajada y feliz. ¡Qué cambiado, parecía
estar a gusto con el mundo! Nunca lo había visto tan contento, y estaba
casi alarmada por el dramático contraste con el agitado y esperanzado
enamorado que se había ido a Londres hace dos días. Se vio obligada
a admitir cuánto poder ejercía Margaret sobre el temperamento de su
hijo, y se entristeció al reconocer cuánto más se vería disminuida su
influencia sobre su hijo cuando trajera a su esposa a casa.
—Nos casaremos en tres semanas, —le informó con cautela, pero
con gran satisfacción, mientras su desayuno estaba siendo servido ante
él.
Hannah se sorprendió.
—¿Tres semanas? Ciertamente no hay razón para apresurarse, —
espetó hasta que el sirviente cerró la puerta antes de decir lo que
pensaba. No había esperado una fecha tan prematura, y se revolcó en
contra de perderlo tan rápido.
—Margaret ha perdido a su padre y su hermano no puede ayudar
en su cuidado, —le recordó, con la esperanza de apelar a su madre para
respetar lo acordado.
—Pero seguramente su tía tiene los medios para cuidarla por
algún tiempo, —respondió su madre, dándose cuenta que sus palabras
fueron poco delicadas como respuesta para su hijo. Sin embargo, se
mantendría en silencio sobre el tema ahora; no era asunto suyo sino de

143
John. Él no entendería cuán ferozmente deseaba aferrarse al presente,
para mantener las cosas tal como estaban entre ellos. No sabría cuánto
temía perder el primer lugar en su corazón, lo que ella había tenido y
apreciado tanto tiempo.
—Es lo que deseamos, —dijo con franqueza, decepcionado de que
su madre cuestionara su decisión.
Hannah levantó las cejas ante la respuesta, sin dudar de que era
lo que su hijo deseaba, pero dudaba si Margaret realmente se había
inclinado a casarse con tanta prisa. Su expresión se perdió en John,
porque ya había centrado su atención en sus huevos y tostadas.
—¿Te casas en Londres? —preguntó en un intento por recuperar
su relación familiar.
—En Helstone, —respondió simplemente John, observando a su
madre por su reacción.
Hannah no dijo nada, pero su semblante reveló una vez más su
sorpresa.
—Debe ser un asunto tranquilo, por supuesto, —explicó—. Y creo
que significara mucho para Margaret casarse allí, —agregó pensativo.
—Por supuesto, —estuvo de acuerdo su madre, protegiendo su
tono de cualquier indicio de decepción o censura.
—No tendrás que preocuparte por detalles infinitos, madre, —le
aseguró con una sonrisa complaciente, insinuando la tediosa
planificación que había involucrado la reciente boda de Fanny—. Solo
tienes que venir a la boda, —la animó calurosamente, sus ojos brillaban
con entusiasmo.
El corazón de Hannah de derritió al verlo así. Recordó sus días
de infancia, de feliz inocencia y fácil confianza. ¡Cuánto apreciaba cada
recuerdo de su cariño y confianza! Tal mirada tierna de él había sido

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su sustento diario durante años, cuando su suerte en la vida parecía
demasiado fácil de soportar. No podría saber cuánto temía perder ese
vínculo familiar, que se desvaneciera en las sombras olvidadas de su
vida.
Nunca sabría también cuánto tiempo había imaginado una boda
elegante para su amado hijo. Había esperado con orgullo ver a John
provocar la envidia de la mejor sociedad de la ciudad en el esplendor
de una gran boda que se ajustara a su posición y éxito en Milton.
No le gustaba la idea de que se casara en Helstone. Temía que la
belleza superior y la tranquilidad del entorno menospreciaran a la
ciudad que representaba todo lo que había logrado. No había deseado
viajar a otro lugar durante muchos años, orgullosamente convencida de
que Milton podía ofrecer todo lo necesario para vivir de manera
adecuada y feliz. Sin embargo, sonrió amablemente por el bien de su
hijo, y este respondió de la misma manera.
—Casi se me olvida, —declaró, mientras tomaba un último sorbo
de té y se levantaba de su silla. Sacó un sobre del bolsillo de su abrigo
y se lo entregó a su madre—. Margaret deseaba escribirte, —explicó,
complacido de ofrecer pruebas de la atenta consideración de su
prometida. Sonrió ante la expresión de sorpresa en el rostro de su
madre—. No he leído su contenido, —agregó, aplazando cualquier
pregunta que le pudiera plantear.
Miró desconcertada el sobre, mientras John se movía para irse.
—¡John! —de repente lo llamó, antes de que saliera de la
habitación. Su hijo se volvió atentamente—. Fanny tomará té con
nosotros esta tarde, —le informó—. Desea que estés presente, —enfatizó.
—Entonces me esforzaré por llegar a tiempo —prometió en
deferencia a la solicitud de su hermana.

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—¿Le contaras tus noticias? —Hannah lo cuestionó, sabiendo su
inclinación por la privacidad.
—Supongo que debo hacerlo, —estuvo de acuerdo con un suspiro
renuente—. Aunque no me gusta que mis asuntos personales se
discutan como diversión ociosa para la sociedad de Milton, —dijo,
expresando su preocupación en voz alta.
—¡John, Fanny es tu hermana! —lo reprendió.
Su hijo sonrió en respuesta y se acercó a su madre para darle un
beso rápido en la mejilla.
—Te veré para el té, —dijo con cariño y salió de la habitación.
Hannah sonrió par sí misma al pensar en el afectuoso gesto de su
hijo. Suspiró al pensar en el marcado contraste entre sus dos hijos.
Sería difícil concebir una pareja tan opuesta en carácter y constitución
como John y Fanny. A menudo se había preguntado si de alguna
manera había errado en la educación de Fanny, por criar a una niña
fugaz y absorta en sí misma, pero se consoló con el recuerdo de que
había pensado que era mejor proteger a su hija de las luchas que John
había tenido que enfrentar.
Sus pensamientos volvieron al presente cuando sus ojos se
posaron en la carta en su mano. Estaba realmente sorprendida, pero
satisfecha, de que Margaret hubiera pensado en escribirle una nota.
Por lo menos, Hannah esperaba que vivir con Margaret nunca sería
aburrido. Era una chica alegre y completamente impredecible.
Cuidadosa por saber qué escribía Margaret, Hannah no perdió
más tiempo y abrió la carta.

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Querida señora Thornton

Le agradezco su gran amabilidad con mi familia y hacía mí,


especialmente con mi madre, quien encontró consuelo en su amable atención.
Espero que entienda que estoy ansiosa por escribirle con la esperanza
de ganar su buen favor. No quiero faltarle al respeto por mi franqueza, pero
siento que prefiero ser sincera en esta ocasión.
Quizás le sorprendió que aceptara la mano de John, sabiendo que
rechacé su oferta anterior de matrimonio. Solo puedo decirle que estaba bajo
una gran tensión en ese momento, y vergonzosamente ignorante y
presuntuosa en mi opinión de Milton y de John en particular. No lo
conocía, como me dijo usted misma, pero creo que lo conozco ahora. Lo
aprecio por encima de todos los demás hombres, y me siento honrada de ser su
esposa.
No me hago ilusiones de que nos entenderemos de inmediato, pero
espero fervientemente que podamos aprender a vivir juntas de manera bastante
pacífica. Lo deseo no solo para mí, sino también por el bien de John, para
que todo sea armonioso y agradable cuando él esté en casa. No quisiera

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agregar esto a su carga, que ya la misma es bastante grande como Maestro
de Marlborough Mills.
Es muy posible que siga dudando de mis intenciones y sentimientos
hacia su hijo. Si es así, solo deseo la oportunidad de demostrarle que seré la
esposa más devota y amorosa.
Por favor dele mis saludos a Fanny. Estaré muy feliz de verlas a
ambas en Helstone para la boda.

Sinceramente,

Margaret Hale

Hannah se alegró de discernir humildad en la carta de la niña,


recordando en un instante las palabras conciliatorias que Margaret le
había dicho antes de abandonar Milton. Estaba contenta de echar un
vistazo al lado más suave de su personaje, y esperaba que indicara un
cambio permanente en su comportamiento.
También estaba satisfecha de notar que Margaret estaba
obviamente impresionada con su hijo: así era como debería ser. Sin
embargo, si su profesada admiración por su hijo y sus intenciones de
ser una esposa desinteresada, soportarían la prueba del tiempo y las
circunstancias eso aún quedaban por verse. No se podía discernir si
realmente amaba a John en una simple carta.

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Aunque inherentemente admiraba la fuerza de convicción y la
naturaleza franca de la niña, le preocupaba que estas cualidades
generalmente admirables pudieran ser molestas cuando se
combinaban con la implacable determinación de Margaret. Hannah
podía prever cuán turbulenta podía ser una relación entre dos personas
tan obstinadas como John y Margaret.
Respirando profundamente con resignación, determinó que no
podía hacer nada más, que esperar lo mejor.

La tarde estaba tranquila en la casa de Harley Street cuando


Margaret felizmente visitó a Edith en el salón. La futura novia había
pasado un tiempo considerable esa mañana escribiendo cartas.
Después de tan deprimente noticia de la muerte de su padre, esperaba
que a Fred le alegrara mucho escuchar que iba a casarse. También le
había escrito al Sr. Bell, así como al Lennad Arms Inn y a la Sra.
Thompson de Helston para preguntar sobre el alojamiento.
Edith enumeraba animadamente las tiendas que visitarían para
adquirir el ajuar de Margaret cuando Henry Lennox entró
silenciosamente en la habitación.
—¡Henry, no te escuché entrar! —Edith exclamó con cierta
sorpresa, una sonrisa de bienvenida cruzó su rostro al ver al hermano
de su esposo.
—Supongo que estabas ocupada discutiendo asuntos de gran
importancia, —bromeó con su cuñada con una leve sonrisa.
Edith inclinó la cabeza y rechazó su broma con un giro de sus
labios.

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—Señorita Hale, —Henry se dirigió formalmente a ella con un
leve asentimiento, su sonrisa ahora tensa.
—Sr. Lennox, —reconociendo con bastante inquietud su cambio,
solo con mirarlo brevemente a los ojos.
—No te quedaste mucho el sábado, —señaló Edith—. Iré a buscar
a Maxwell, se alegrará de verte, —ofreció con entusiasmo, levantándose
para irse.
El cuerpo de Margaret se tensó aprensivamente cuando su prima
salió de la habitación. No deseaba quedarse sola en compañía de
Henry.
La sala quedo en silencio
—¿Cuándo se muda a Milton? —Henry preguntó con voz
moderada, tratando sigilosamente de saber si se había fijado una fecha
de boda. Sentado frente a ella en una silla tapizada de terciopelo,
esperó su respuesta.
Margaret cambió su posición con agitación.
—Estaré en Milton dentro de cuatro semanas, —respondió
obedientemente, obligándose a mirarlo por el bien de la cortesía.
—Ah, —reconoció, alzando las cejas con ligera sorpresa de que se
iría de Londres y se casaría tan pronto. Estuvo pensativo un momento
antes de volver a hablar—. Perdóneme si sueno impertinente, pero
tenía la impresión de que no estaba lista para casarse con nadie, —dijo
bruscamente, usando sus palabras como una sutil reprimenda.
Henry tenía curiosidad por saber, para estar absolutamente
seguro, la razón por la que había decidido casarse con el fabricante de
Milton. Había sospechado la atracción del Sr. Thornton hacia
Margaret el día que asistieron a la Exposición, pero no había deseado
creer que Margaret se sentiría atraída a cambio. Tenía una tenue

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esperanza de que tal vez ella había aceptado la oferta de matrimonio
debido a la inesperada desaparición de su padre, y tal vez podría ser
persuadida para que reconsiderara sus opiniones.
—Mucho ha sucedido desde que me mudé de Helstone,
—tartamudeo, sorprendida por su comentario.
—Verdaderamente, —estuvo de acuerdo en un tono sarcástico.
Henry sintió que era una circunstancia desafortunada que había
llevado a Margaret al reino de ese hombre. Si nunca hubiera sido
obligada a desplazarse a esa ciudad sucia, tal emparejamiento nunca
habría sucedido. Era la verdad, más allá de su flagrante disgusto por el
ambiente monótono y contaminado de Milton, Henry había
considerado a Margaret por encima de la sociedad de allí. Había
pensado que estaba destinada a una elegancia agradable entre la
sociedad superior que podía encontrar fácilmente en Londres.
—Debo admitir que es difícil para mí creer que elegirías regresar
a Milton. No pensé que esa ciudad fuera adecuada para ti, —continuó
haciendo palanca, presionándola para que se explicara más
claramente.
—He llegado a apreciar a Milton, aunque admito que es muy
diferente de Londres, —dijo honestamente.
—¿Diferente? —se burló—, hay una gran diferencia entre los
campos bucólicos de Helstone y las calles sucias de Milton, —dijo,
tratando en vano de ocultar su desdén.
Margaret estaba desconcertada por su comentario caustico, y su
ira se encendió por su tono condescendiente.
—Margaret, —comenzó de nuevo en tono de disculpa—, debes
comprender mi preocupación por tu bienestar. Por lo que me dijo el
Sr. Thornton, la industria de algodón puede ser un negocio volátil. En

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la actualidad, se encuentra en una precaria posición de inestabilidad,
—explico con formalidad, esperando impresionarla con la seriedad de
su elección.
Irritada por su insinuación, Margaret se apresuró a defender su
decisión.
—Soy consciente de que existen riesgos en los negocios. Y estoy
segura de que, si alguien puede manejarlos, es el Sr. Thornton, —
afirmó con valentía, sosteniendo la barbilla en alto.
Henry se sorprendió por su ardiente defensa, su rostro se
endureció con un ceño fruncido.
Después de un momento Margaret suavizo sus modales, se miró
las manos antes de confesar su corazón:
—No me caso por dinero, —dijo simplemente, sintiendo el calor
de sus mejillas.
Henry instantáneamente percibió su significado, y se quedó
inmóvil mientras sentía que su última esperanza restante de ganarla se
desvanecía.
—Ya veo, —dijo Henry solemnemente, recostándose en su silla.
Sintió una punzada de orgullo herido porque no lo había elegido a él,
sino que amaba a otro.
Henry se convenció rápidamente de que, aunque era elegante y
hermosa, tal vez era demasiado inteligente e independiente para ser
una esposa perfecta. Sería mucho más apropiado para él encontrar una
chica dócil.
Sonrió al pensar en la dificultad que el Sr. Thornton podía
encontrar con la fuerte inclinación de Margaret de forjar su propio
camino, y sintió que su amargura disminuía cuando se liberó de la

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visión del matrimonio con ella que había mantenido obstinadamente
durante tanto tiempo.
—Espero que seas feliz, —dijo finalmente Henry, con tranquila
sinceridad, rompiendo el incómodo silencio que había llenado la
habitación.
—Gracias, —entonó con algo de sorpresa, agradecida por sus
amables deseos.
—Lamento la tardanza, —dijo Edith mientras irrumpía en la
habitación con su esposo—. Creo que Maxwell se está volviendo
sentimental. ¡Lo encontré en la guardería de entre todos los lugares! —
relato con alegre asombro mientras agarraba cariñosamente el brazo
de su esposo.
Henry y Margaret se miraron y sonrieron con diversión
compartida ante la dramática entrada de Edith.

Fanny había llegado a tiempo, a su antigua casa. Le molestaba


que John la mantuviera esperando en el salón con su madre.
—Trabajo, trabajo, trabajo. ¡Eso es todo lo que hace, madre! —se
quejó—. No es de extrañar que no esté casado. ¡Me gustaría saber
cuándo se tomará el tiempo para encontrar una esposa! —comentó con
aire de suficiencia.
Hannah guardó silencio. En ese momento ambas escucharon la
puerta abrirse y cerrarse, y reconocieron los pasos de John
acercándose.

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—Buenas tardes, Fanny, madre, —las saludó calurosamente—.
Lamento llegar tarde. ¿Estás bien Fanny? —Hizo un punto para
preguntar por su salud mientras se sentaba en una silla frente a ella.
—Lo estoy, gracias, —respondió, suavizando su comportamiento
para recibir su atención—. Pareces que estas bien, John, —observó con
curiosidad cuando su madre comenzó a servir té.
—Lo estoy, gracias, —respondió de manera uniforme con una
sonrisa de satisfacción.
Fanny se volvió hacia su madre, recordando el motivo de su visita.
—Tengo buenas noticias, madre —anunció auspiciosamente.
—¿Qué pasa, Fanny? —Hannah preguntó con más entusiasmo de
lo que sintió cuando le entrego el té a su hija.
—¡Soy miembro de la Milton Ladies Society! —proclamó
orgullosamente, sosteniendo su cabeza en alto, su té, precariamente
posado, sobre sus rodillas.
—Estoy segura de que debe ser un grupo distinguido. Felicidades,
—la elogio su madre.
—Gracias, —sonrió alegremente—. ¡Pero eso no es todo! ¡Hemos
decidido organizar un baile en Milton! —declaró, apenas capaz de
contener su emoción—. ¡Y he sido elegida para el Comité de
Planificación! —concluyó con gran aplomo.
—Eso te queda perfectamente, Fanny. Qué maravilloso para ti, —
la felicitó su madre con su voz más brillante.
Fanny sonrió con orgullo propio.
—Sí, será un gran baile, ¡y ya era tiempo para un gran baile
también! —se entusiasmó, tomando un sorbo de su té con una floritura
afectada.

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Decepcionada de que John no hubiera dicho una palabra, Fanny
dirigió su atención hacia él.
—Espero que asistas, John. Estoy segura que la señorita Latimer
estará allí—, mencionó con astucia.
Hannah lanzo una mirada a su hijo mientras este se movía
incomodo en su silla y dejaba su té en la mesa baja frente a él.
Sintiendo su resistencia, Fanny comenzó a castigarlo.
—En serio, John, ¿Cómo esperas encontrar una esposa si no te
alejas del molino en alguna ocasión?
Animado por sus comentarios ignorantes, John se deleitó al
pensar en lo sorprendida que estaría su hermana por su próxima
declaración.
—No deberías preocúpate tanto por mí, Fanny, —respondió con
calma con una sonrisa irónica—. Me casaré con la señorita Hale, —dijo
con absoluta seriedad mientras una amplia sonrisa se extendía por su
rostro.
—¿Señorita Hale? —prácticamente gritó, mirando de un lado a
otro entre John y su madre en mudo asombro, con la boca
entreabierta—. ¡Pero está en Londres! —balbuceó confundida—. ¿Por
qué querría volver a Milton? Y no es rica, John —afirmó recordarle,
comenzando a cuestionar los motivos de su hermano
John exclamó exasperado,
—Hay muchas razones para casarme, Fanny. ¿Es tan difícil
imaginar que pueda tener sentimientos? —preguntó con disgusto.
Fanny abrió la boca, y luego la cerró antes de abrirla nuevamente
—¿La amas? —preguntó sorprendida cuando la verdad cayó sobre
ella.

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John desvió la mirada para ocultar su amarga molestia por el
comportamiento sin tacto de su hermana y la consideración superficial
a sus sentimientos.
—¡Bien! —continuó con una floritura—. No lo vi venir; eso es
seguro. ¡Eres tan reservado, John! —lo acusó, moviéndose en su asiento
con desconcierto—. ¿Por qué no me lo dijiste? —hizo un puchero,
dándose cuenta de que había sido excluida de este desarrollo
fascinante—. ¿Cuánto tiempo hace que lo sabes? —dirigiendo su
pregunta a su madre.
John miró a su madre y luego a Fanny.
—Llegamos a un acuerdo poco antes de que se fuera a Londres,
quería mantenerlo en secreto hasta que hubiéramos acordado una
fecha, —agregó para calmarla.
—Oh, —dijo, mientras intentaba dar sentido a lo que le había
transmitido, algo desconcertada, se preguntaba cuándo podrían haber
llegado a tal entendimiento y sobre todo se tambaleaba al pensar que
su hermano se había enamorado de la señorita Hale. Sabía de la
atracción de la señorita Hale hacía él por supuesto, por su
comportamiento descarado el día del disturbio. Pero no había
considerado que John podría haber tenido sentimientos por ella.
—¿Cuándo es la boda? —Fanny preguntó con gran interés. Tomó
otro sorbo de té mientras esperaba su respuesta.
—Nos casaremos en Helstone, dentro de tres semanas a partir de
hoy, —le informó alegremente John, deleitándose con la idea del
enfoque eminente del día.
—¿Tres semanas? —Fanny exclamó con consternación—.
Difícilmente habrá tiempo para hacer todos los arreglos… —comentó
en estado de shock.

156
—Debe ser un asunto tranquilo, Fanny, —John le recordó con
calma con una mirada aguda que transmitía su significado.
—Oh, tienes razón. Lo había olvidado por completo, —confesó,
su emoción se desinfló en el respeto solemne por la pérdida de
Margaret.
—¿Cuándo se llevará a cabo el baile, Fanny? —preguntó su madre,
centrando la conversación alrededor de Fanny una vez más.
—En tan solo un mes, quizás un poco más. Pero, en cualquier
caso, hay muy poco tiempo para prepararme. Estaré muy ocupada con
todos los arreglos, —respondió con renovado entusiasmo y
autoestima— Debes invitar a la señorita Hale al baile, John. Aunque
supongo que para entonces estarás casado, ¿no? ¡Seria la manera
perfecta de presentarla a la sociedad de Milton como tu nueva esposa!
No necesitaras una gran boda. ¡Qué suerte tienes de que hayamos
organizado esto en el momento perfecto! —traqueteó con entusiasmo.
John parecía dudoso, abriendo la boca para hablar, pero inseguro
sobre la respuesta adecuada.
—Fanny tiene razón, John, —le advirtió su madre—. Sera una
buena oportunidad para presentar oficialmente a Margaret en Milton
como tú esposa —lo alentó—. Sin duda ha asistido a ocasiones tan
elegantes en Londres. Debería ser mostrada a Milton en su máxima
expresión —dijo, con la esperanza de atraer su sentido del orgullo.
—¡Oh, sí, John! —Fanny estuvo de acuerdo con entusiasmo—.
Necesitará ocasiones para usar sus mejores vestidos, —le consejo
sabiamente, olvidando la forma de vestir sencilla que la señorita Hale
había usado habitualmente cuando vivía en Milton.
—No creo que la señorita Hale deba estar impresionada por tal
asunto. Está muy feliz de regresar a Milton, —insistió John, irritado
porque parecía que sugerían lo contrario.

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Su madre lo miró con una expresión dudosa.
—Independientemente de su opinión, John, debes estar de
acuerdo en que sería un buen asusto asistir, para las relaciones
comerciales, si no por otra cosa, —agregó deliberadamente.
Todavía vacilante, John divulgo la razón latente de su aversión.
—Me temo que yo podría haber olvidado como bailar, —confió
incómodo.
Discerniendo su vergüenza, su madre se aventuró a calmar su
miedo.
—Puedo mostrarte otra vez, John, —ofreció, recordando los días
pasados cuando su hijo había sido instruido en las gracias sociales—.
No te preocupes. Estoy segura de que te irá bien, —le aseguró.
—¿Vas a ir entonces? —Fanny preguntó con ansiedad, volviendo
su atención a su hermano.
—Supongo que debo consentir, —suspiró—. Las dos son bastante
convincentes, admitió de mala gana, dándole a su madre una sonrisa
de complicidad.
La madre le devolvió la sonrisa, agradecida de que hubiera
accedido a sus suplicas razonadas.
—Veras que será un momento encantador, —le prometió Fanny
con su sonrisa más encantadora.

Margaret sostuvo a Sholto en su regazo, su barbilla penas tocaba


su suave cabello rubio. Mientras leía rimas infantiles, le encantaba

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complacer su inclinación a besarle la parte superior de la cabeza,
asimilando esa fragancia dulce y limpia que parecía emanar de todos
los bebés. El suave peso de su cuerpo y la sensación de sus suaves y
pequeños brazos contra los de ella siempre parecían consolarla.
Recordó con qué facilidad John se había ganado la confianza de
Sholto. Pensando en su ternura se imaginó, con un aleteo cálido, qué
maravilloso padre sería.
Edith estaba sonriendo afuera de la guardería, escuchando
subrepticiamente la melodiosa voz de su prima mientras le leía a su
hijo. Estaba feliz de darle a Margaret la oportunidad de practicar sus
habilidades maternas mientras estaba aquí; ciertamente parecía tener
una conexión natural con los niños. Era fácil imaginarla con sus
propios hijos. Finalmente, deslizándose en la habitación, Edith liberó
a Margaret de su sesión nocturna para acostar al niño.
Margaret se excusó por el resto de la noche y le dijo a su prima
que se retiraría un poco antes. Cerrando la puerta de su habitación, se
dirigió al cajón que contenía las cartas de su prometido. Nunca se
cansaba de leerlas; eran pruebas tangibles de su amor, las cuales
siempre apreciaría.
Después de que Dixon la ayudara a prepararse para la cama y la
dejara sola, felizmente se metió bajo las sábanas y se dedicó a cavilar
en los acontecimientos nuevos de su vida. ¿Fue solo ayer que John
había estado aquí? Margaret trató de llenar su día manteniéndose
ocupada con actividades y conversación, sin embargo, John había
estado ahí a la deriva en su conciencia a cada paso que daba, y el día
solo se había prolongado sin él. Se aferró a cada recuerdo recurrente
de su visita, recordando vívidamente la poderosa sensación de estar
envuelta en su fuerte abrazo.

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Tumbada en la cama y mirando por enésima vez el anillo en su
dedo, se preguntó con un sofoco de euforia cómo sería compartir su
cama. Sintió arder sus mejillas y su corazón se aceleró pensando en sus
avances más íntimos. Tal pensamiento la asustó y la emocionó al
mismo tiempo, mientras recordaba como sus besos embriagadores la
dejaron con ganas de más.
Cerro los ojos e intentó pensar en otras cosas.

John sacó el pañuelo bordado del bolsillo de su chaleco y lo


colocó con reverencia en la mesa auxiliar.
Mientras se desnudaba para acostarse, reconoció con pesar su
éxito al sobrevivir el día sin Margaret.
Había encontrado que su mente volvía constantemente al
recuerdo de cuan gloriosamente hermosa se veía su cara cuando estaba
sonrojada por el anhelo y la sensación de su suave forma presionada
contra él. La idea de cuán voluntariamente se había sometido a sus
ardientes atenciones nunca dejó de llenarlo de asombro.
Se preguntó si siempre le resultaría tan difícil concentrarse, ahora
que esos recuerdos agradables deambulaban, sin darse cuenta, por su
conciencia, interrumpiendo su tren de pensamientos en momentos
inoportunos. Le preocupaba su éxito en la realización de su trabajo
apremiante, sin embargo, no podía lamentar tales interrupciones
placenteras.
Leyó su carta una vez más antes de apagar la luz y meterse debajo
de las sabanas. Sus palabras nunca fallaron en complacerlo con
maravillosa alegría, de que su Margaret debía amarlo. El anhelo

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constante de sostenerla en sus brazos y probar sus deliciosos besos a
veces lo abrumaba.
El sueño a menudo era difícil hasta la medianoche, ya que el lujo
de permitir que sus pensamientos, divaguen inevitablemente, lo llevó a
pensar en ella, a imaginarla a su lado, en la misma cama que ahora
ocupaba. Pensar en la intensidad de ello era casi doloroso, pero
mientras se refrenaba no pudo imaginar la sensación de su suave piel
contra la de él.
Abrumado por su imaginación tan vivida, se levantó para pasear
por el piso de su habitación, intentando emplear su autocontrol
practicado y dirigir sus pensamientos en otras cosas. Decidió leer un
rato y lentamente se involucró en los viajes épicos de Odiseo.
Por fin sus ojos se cansaron y cerró el libro para volver a la cama.
Al caer en un sueño profundo, su conciencia comenzó a tejer las
imágenes de su mente en un sueño fantástico:
Estaba solo en una balsa, a la deriva en el mar con nubes oscuras
flotando cerca. Al explorar el horizonte en busca de un puerto, solo
vio el interminable gris del cielo y el mar. Confundido y temeroso,
buscó desesperadamente orientación para poder encontrar el camino
a casa. Lo echarían de menos en el Molino… ¡y debía llegar a casa con
Margaret!
Mientras buscaba alguna herramienta útil, arranco una tabla de la
balsa para usarla como pala. Sumergiéndola en el agua, de repente
escuchó el sonido de la música, atravesada por voces claras, seductoras
y femeninas. Mirando hacia el sonido, vio paralizado como formas
sombrías emergían de la niebla. Sobre una gran roca, vio a tres
hermosas doncellas cuya desnudez estaba cubierta solo por los largos
mechones: una de cabello dorado, una de mechones de cuervo y una
de rizos castaños.

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Miró a la chica con el pelo castaño rojizo, sorprendido de
reconocer a su propio amor que le hacía señas. Mientras lo hacía, las
otras dos doncellas desaparecieron, dejando a Margaret sentada sola.
Hechizado, permaneció inmóvil mientras la bruma una vez más la
cubrían de su vista.
Frenéticamente, comenzó a remar hacia la voz de su amada
mientras el mar rápidamente se volvía bullicioso. Levantándose y
cayendo con las olas crecientes, capto atisbos vislumbres de un
remolino que lo acercaba peligrosamente a su embudo oscuro.
Salto de la balsa para evitar su destino e intentó nadar, pero fue
arrastrado por el peso de su ropa y las olas despiadadas. Luchando por
mantener su cabeza fuera del agua, se lamentó de que su gran amor
muriera, sin una vida para otorgarle. ¡Margaret! Grito antes de
sucumbir al mar.
Sin agitarse más, sintió que levantaban la cabeza por encima de
las olas… poco a poco, se dio cuenta de que estaba tumbado en las olas
de una orilla arenosa. Una voz suave gritaba su nombre… ella acunaba
su cabeza en su regazo, acariciando suavemente su rostro con las
manos mientras lo confortaba con las palabras. “Estas a salvo, John.
Estoy aquí”.
La voz de la doncella lo estaba llamando a la vida… al abrir los
ojos, descubrió que se inclinaba sobre él, su largo cabello caía en
cascada a su alrededor como una cortina. Le sonrió y volvió a hablar.
“¡John, estoy aquí! Lo calmó”.
“¡Margaret!” Raspó, abrumado con tremenda alegría y alivio por
estar a salvo en sus brazos.
La doncella acercó su rostro para besarlo…

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Sus ojos se abrieron para mirar al techo. Soltó un gemido
cansado, dándose cuenta de que estaba despierto.
La luz de la madrugada reemplazo gradualmente a la oscuridad,
descubriendo las sombras de la noche para revelar los objetos de su
vida cotidiana.
Cerro los ojos nuevamente para evitar la realidad. Quería
recuperar la dicha de ser abrazado con ternura y sentir el beso que casi
había sido suyo. Jonh languideció en la cama soñadoramente por unos
momentos más.
Pero ahora estaba despierto. Suspiró.
Dios mío, ¿sabía Margaret lo tortuosa que era esta separación?
Invadía sus sueños y todos sus pensamientos de vigilia. Y era solo el
segundo día sin ella ¿Cómo podría seguir?
Paciencia, se recordó a sí mismo. Casi se rio en voz alta. Se había
enorgullecido de su paciencia, pero desde que conoció a la joven de
Helstone, su paciencia le había fallado.
Con sobriedad, reconoció los días y semanas oscuras, cuando lo
rechazo y él sólo la había amado aún más. ¿Cuánto tiempo habría
continuado el dolor de pensar que no lo amaba?
No, debería estar agradecido de que el destino los haya reunido
antes de que Margaret se fuera a Londres, ¿No sufría los dolores
crueles del amor no correspondido, sino solo el deseo constante y
doloroso de cumplir todos sus sueños de amor y felicidad? Si fuera
posible, esperaría toda la vida por el privilegio de casarse con ella.
¿Qué serian unas semanas más?
Echó hacia atrás las mantas para comenzar su día.

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— CAPÍTULO 9 —

John camino rápidamente por la larga hilera de telares que


funcionaban, la cacofonía de las ruidosas maquinas ahogaba el sonido
de sus pasos. Se detuvo cerca del extremo más alejado, cruzó los brazos
y esperó pacientemente mientras observaba a Higgins instruir a un
nuevo trabajador sobre cómo verificar la calidad del tejido.
Una pequeña sonrisa se formó en sus labios cuando se dio cuenta
de cuánto había cambiado para llegar admirar al hombre con el que
Margaret se había hecho amiga. Al principio había sido cauteloso de
contratar al ex líder sindical, pero rápidamente descubrió que era
confiable. Después de un mayor conocimiento, descubrió que Higgins
tenía una mente aguda y una genuina preocupación por los demás.
John se sorprendió al descubrir que disfrutaba trabajando con él para
crear el comedor de los trabajadores.
El Maestro se había dado cuenta hace algún tiempo de que se
sentía cómodo hablando con Higgins, lo veía como un aliado y
confidente, mucho más que con los otros maestros de Milton.
Naturalmente, se sintió atraído por este tipo afable y se había
encariñado con su actitud franca e ingenio inteligente.
Recordó con cálido afecto que fue Higgins quien le ofreció las
más sinceras felicitaciones por su inminente matrimonio y nunca
olvidaría cuan eficiente le había transmitido el mensaje de Margaret.
Higgisns terminó su demostración y se volvió para ver a su
empleador

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—¿Puedo hablar contigo en mi oficina? —preguntó John,
respetuosamente, mientras desplegaba sus brazos y guiaba el camino.
Al llegar a la oficina John se sentó detrás de su escritorio y le
indico a Higgins que se sentara.
—Me iré por un corto tiempo en unas semanas y me gustaría que
ayudaras a Williams mientras estoy afuera—, anunció, observando a
Higgins para determinar su reacción.
Al notar su destello de sorpresa en los ojos de su trabajador, John
continuó:
—Me gustaría que ayudes a administrar la mano de obra para que
Williams preste más atención a los asuntos de pedidos e inventario.
Por supuesto, con responsabilidades adicionales, tu salario aumentara
—explico—. ¿Esto se ajusta para ti? —preguntó con una leve sonrisa.
Higgins sacudió la cabeza lentamente, incrédulo.
—Es más que agradable —respondió humildemente—. Gracias por
confiar en mí —reconoció, en un serio respeto por su empleador.
Sintiéndose incomodo como un benefactor, John rápidamente
justificó su decisión.
—No otorgo favores. He visto tu trabajo y eres bueno con los
hombres, has demostrado ser uno de mis mejores trabajadores—,
admitió abiertamente tras un momento de reflexión. —Que
notablemente perspicaz fui por haberte aceptado—, agregó el John
sarcásticamente, con las comisuras de sus labios hacia arriba mientras
miraba directamente al amigo de su prometida y se dio cuenta,
tardíamente, también era el suyo.
La cara de Higgins estallo en una sonrisa sincera.

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—Ella le hará bien a cada paso —pronosticó sabiamente con un
movimiento hacia arriba de la barbilla.
Mirando hacia su escritorio, John asintió de acuerdo, mientras
una amplia sonrisa se extendió por su rostro.
—¿Cuándo se va? —protestó Higgins, devolviendo el tema al
trabajo—. O debería preguntar, ¿cuándo es la boda? —empujó al
Maestro con un brillo en los ojos.
—Nos casamos en Helstone en tres semanas, —respondió John
con voz uniforme, tratando de parecer desapasionado por el evento
que amenazaba con consumir cada uno de sus pensamientos.
—Veo que no pierde el tiempo, —Higgins lo felicitó
afectuosamente, provocando una tímida contracción de los labios del
Maestro—. Mary y yo nos alegraremos de verla regresar. También es
una querida entre los niños. Les trae golosinas cuando viene de visita
—comentó con afecto.
—Estoy seguro de que seguirá disfrutando de visitar a su familia
cuando regrese —se aseguró John.
Higgins miró al Maestro con admiración.
—Revisaré con ustedes sus nuevos deberes, mañana, —declaró
John finalmente, cerrando su discusión de negocios.
Higgins asintió y se levantó para irse.
—¡Higgins! —gritó el Maestro impulsivamente, antes de que el
hombre llegara a la puerta. El ex líder sindical se detuvo y miró
expectante a su empleador.
John estaba a punto de forjar un nuevo camino. Ya no podía, en
buena conciencia, mantener rígidas distinciones instigadas por el
orgullo y aplicadas por una costumbre irreflexiva. Deseaba evitar las

166
cadenas vinculantes de prejuicios que plagaban a la sociedad y hacer
sus propios juicios sobre personas basados en la inteligencia, la
amabilidad, la honestidad y el esfuerzo correcto.
John hizo una pausa breve antes de hablar:
—¿Te pararas junto a mí en mi boda? —preguntó en voz baja con
importancia, encontrando constantemente la mirada sorprendida de
Higgins.
Higgins vaciló, inseguro de cómo responder a una pregunta tan
inesperada, e inseguro por un momento de cuán consciente estaba
Thornton de las implicaciones involucradas en tal solicitud. Al ver solo
la sinceridad y la expectativa en el comportamiento de su amigo,
Higgins decidió aceptar.
—Sí, será un honor, —respondió con reverencia.
Una sonrisa de placer apareció en el rostro de John cuando
reconoció la aceptación de su amigo.
—Gracias, —dijo simplemente—. No había nadie más a quien
preferiría preguntar, —admitió honestamente—. Además, creo que aún
no te hemos compensado por el servicio de mensajería, —agregó con
un brillo travieso en sus ojos.
Higgins sonrió con un brillo igualmente travieso en sus ojos.
—Fue un favor para Margaret. No voy a pedir tu primogénito, —
bromeó con un guiño y salió por la puerta.
John sonrió con genuina diversión ante su rápido ingenio.

167
A la tarde siguiente, John recibió una visita inesperada a
Marlborough Mills. Levantando la vista de su libro de contabilidad al
oír su nombre, se levantó para saludar a su casero.
—Sr. Bell, que bueno verle. ¿Qué lo trae al norte? —preguntó
cortésmente, ladeando la cabeza con cautelosa curiosidad,
inmediatamente preocupado por el propósito del hombre mayor.
—Escuché de una fuente muy confiable que te vas a casar con mi
ahijada, —anunció el Sr. Bell ominosamente, tomando asiento frente el
escritorio.
Los nervios del John se erizaron, agravados por las tácticas
evasivas habituales del erudito de Oxford. Le ofreció asiento con un
gesto mientras le contestaba:
—Sí, —confirmó tentativamente mientras se sentaba una vez más—
sin embargo, no sabía que la señorita Hale era su ahijada, —admitió de
mala gana, no queriendo comenzar la conversación en desventaja.
—Sí, sí. Richard Hale era mi amigo más antiguo, de todos modos,
le prometí a Hale que la cuidaría en caso de su fallecimiento, —
continuó—. Debo confesar que he tomado en serio a Margaret. No he
conocido a nadie como ella. Su inteligencia y espíritu, así como su gran
compasión, son extraordinarios. Es una belleza singular, Thornton, —
argumento Bell, estudiando el rostro del Maestro mientras expresaba
su evaluación.
El semblante del John brilló cuando las palabras exaltantes
resonaron dentro de él, hinchando su corazón de orgullo para
recordarle su gran fortuna.
—Ella no tiene igual, —estuvo de acuerdo con una sensación de
asombro, su voz baja y reverente, como un viajero hechizado ante una
vista de increíble grandeza.

168
El Sr. Bell sonrió; la expresión del rostro del Sr. Thornton
verificó sus suposiciones.
—Siempre sospeché que eras un hombre de percepción y juicio
poco comunes. Has superado a tus compañeros, Thornton, con tu
elección de esposa. Creo que es un partido justo y te ofrezco mis más
sinceras felicitaciones. Eres un hombre afortunado, —elogió mientras
se levantaba para ofrecer su mano.
John se puso de pie para estrecharle la mano a su casero.
—Gracias, —respondió, satisfecho y aliviado de recibir su
aprobación favorable.
El Sr. Bel volvió a sentarse, aún no había revelado su verdadero
propósito.
—Sé que Richard te tenía en alta estima. Estoy seguro de que
habría estado muy contento de poner a su hija a tu cuidado, —comentó
amablemente Bell, con cuidado de no ofender a su inquilino.
—Me gustaría creerlo, —respondió John solemnemente, sentado
una vez más detrás de su escritorio.
—Ahora bien, he venido a ofrecerte una dote en lugar de su
padre, —declaró con decisión Bell.
John se sorprendió por la sugerencia.
—Vamos, vamos, Thornton —continúo Bell—. No hay necesidad
de ahondar sobre el asunto. Margaret es la hija de un caballero. Me
gustaría ofrecer una dote sustancial por una perla tan preciosa, —razonó
Bell, persuadiendo al orgulloso hombre hecho a sí mismo, aceptar la
costumbre social.

169
—No esperaba ganancias financieras de mi matrimonio, —
respondió con cierta rigidez, sintiéndose incomodo con la propuesta
de dinero de un tercero como el Sr. Bell.
—Por supuesto, no esperaba que lo hicieras. Sin embargo, creo
que es mi responsabilidad ofrecer una suma justa, soy consciente de
que el negocio no es como debería ser en la actualidad. Estoy seguro
de que desearía que Margaret tuviera todas las garantías, —comentó
cuidadosamente.
John se erizó ante la insinuación de que Margaret podía no estar
a salvo bajo su cuidado.
—Tengo todo bajo control en este momento, —le aseguró
cortésmente con un aire de confianza.
—Sí, sí, por supuesto que sí y esto seguro de que resistirá la
tormenta, —afirmó Bell con una punzada de duda—. ¿Puedo ofrecer
£500? —preguntó, mirando al hombre más joven directamente a los
ojos.
John parpadeó ante tal suma.
—Creo que la mitad será suficiente y le agradezco su generosa
oferta de más, —respondió, agradecido a su pesar.
—Muy bien, entonces, está resuelto, —declaró Bell con firmeza
mientras se levantaba para irse—. No tomaré más de tu precioso
tiempo. Debo regresar a Oxford de inmediato, —anunció
abruptamente.
John se levantó
—¿No cenará con nosotros esta noche? —cortésmente invitó—. Es
bienvenido a quedarse en Malborough Mills y emprender su viaje
mañana, —ofreció sinceramente.

170
—No, te agradezco tu amable invitación, pero no debo quedarme
mucho tiempo, —respondió mientras se volvía para irse, pero luego se
detuvo y se volvió una vez más para dirigirse al futuro novio—.
Perdóname si me entrometo, pero ¿ya has fijado una fecha para la
boda?
John no pudo reprimir la pequeña sonrisa que acompaño su
respuesta.
—Sí, nos casamos en Helstone en tres semanas, —anunció,
sintiendo la importancia de las palabras cada vez que las repetía.
—¡Helstone! —exclamó Bell—. ¡Qué chica tan lista! —declaró en
tono jocoso—. Entonces espero verte en tu feliz día, Thornton, —
concluyó con un gesto de despedida y desapareció.

John llegó a casa mucho antes de la cena. Buscando el silencio


de su habitación, subió las escaleras para encontrar mucho ajetreo en
el pasillo y en la habitación adyacente. Perplejo e intuitivamente
incomodo, escuchó a su madre dar órdenes desde dentro cuando Jane
salió para agregar una pequeña mesa auxiliar a los diversos artículos
que ya se alineaban en el pasillo.
Cada vez más ansioso por saber qué planeaba su madre, entró en
la habitación.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó calmadamente a pesar de su
desconcierto, encontrando a su madre y otro sirviente limpiando un
espacio a lo largo de la pared posterior de la habitación.

171
Hannah se detuvo momentáneamente, volviendo su atención a
su nervioso hijo.
—No tenemos mucho tiempo para preparar la habitación de
Margaret. Todo necesita una limpieza a fondo antes de que llegue y las
cosas deben reorganizarse adecuadamente, —le informó con un toque
de impaciencia, pues debía cuestionar su esfuerzo por darle la
bienvenida a la nueva Sra. Thornton a su nuevo hogar.
John sintió que se le encogía el corazón al escuchar la explicación
de su madre. Hasta ese momento no se había dado cuenta de cuán
central para sus sueños de felicidad era la idea de quedarse dormido
con su esposa firmemente acurrucada contra él. Sintió una sensación
de pánico crecer lentamente dentro de su interior.
Sintiendo su resistencia, Hannah rápidamente justificó su
propósito.
—Una mujer de medios debe tener su propia habitación. Una
esposa necesita su privacidad, John, —explicó, buscando en la cara de
su hijo para evaluar su reacción.
John ausente asintió levemente con la cabeza, aunque no
entendía lo que su madre quería decir. Su privacidad: las palabras
cortaron su corazón, abriendo de nuevo la dolorosa herida de soledad
que Margaret había curado tan recientemente. Nunca se le había
ocurrido que su esposa pudiera tener, o que quisiera, su propia
habitación, que no quisiera compartir su cama todas las noches. Luchó
por aceptar esa posibilidad, dispuesto a negar su felicidad por la de su
esposa.
Hannah se sorprendió por su evidente angustia. Vio ante ella, no
al férreo y dominante Maestro de Marlborough Mills ni a su paciente
y sacrificado hijo, sino simplemente a un hombre, cuyo amor ardía por
expresarse en los lazos más íntimos y tangibles que permitía el

172
matrimonio. Le sorprendió extrañamente que le recordaran lo
agotador que podía ser este deseo físico para el sexo opuesto y
reconoció, con un tirón de compasión, que su hijo no era inmune a
esta fuerte propensión que parecía prevalecer entre los hombres.
—Su habitación está junto a la tuya, John, —le recordó
bruscamente intentando romper su asombro insípido, con este hecho
alentador—. Recordaras que hay una puerta detrás de la mesa en tu
camerino que marca el pasadizo entre sus habitaciones. —explicó
mientras veía un destello de esperanza animar su semblante.
—Lo había olvidado, —reconoció y le dedicó una escasa sonrisa
antes de girarse para ir a su propia habitación.
Cerrando la puerta detrás de él, dejó escapar un suspiro de
desesperación. ¿Alguna vez se libraría de las barreras de prisión de la
costumbre social? ¿No había nada sagrado? Su frustración dio paso a
la ira cuando sintió que su sueño reconfortante de tener una cálida
intimidad se disipaba bajo la mirada penetrante de los austeros
mandatos de la sociedad.
¿No podría ni siquiera disfrutar de la privacidad de su
matrimonio sin las opiniones intrusivas de otros que le imponen sus
juicios de propiedad? ¿No podrían Margaret y él decidir por sí mismos
su propio arreglo de vivienda? Se enfureció mientras cavilaba sobre
los dictámenes de la sociedad.
De repente, como un bálsamo refrescante, la idea de que podían
elegir por sí mismos calmó su inquietud irritada. Se les podría dar
habitaciones separadas, pero nadie podría dictar como elegirían
usarlas. Sintió una oleada de júbilo cuando sus esperanzas resucitadas
de compartir sus noches juntos despertaron el recuerdo de sus
apasionados encuentros. Recordaba felizmente cuán voluntariamente

173
Margaret había recibido su toque; cuan ferozmente se había aferrado a
él cuando estaba a punto de irse.
Quizás su madre estaba demasiado inmersa en los caminos del
pasado, en los que el matrimonio a menudo había sido un acuerdo
conveniente entre personas que no siempre eran compatibles. Su
madre no era consciente de cuánto Margaret y él anhelaban estar
juntos, de cuán finamente sincronizados estaban, ni sabía cuán
enamorados estaban, tanto que no podía imaginarse pasar una noche
lejos de ella.
Ciertamente, pensó, no, rezó, porque Margaret no deseará
separarse de él. ¿No lo había dicho antes de que partiera de Londres?
Pero, ¿querría compartir una cama con su esposo todas las noches?
Quizás había imaginado demasiado, sin considerar sus necesidades o
deseos. ¿Qué sabía de las preocupaciones de las mujeres? Nunca
desearía imponerse sobre ella.
Sin embargo, cuando recordó su reticencia a separarse de él y sus
sumisas peticiones a sus ardientes demandas, se sintió impulsado a
creer que Margaret querría quedarse con él durante toda la noche.
Deseó fervientemente que así fuera, que su habitación pudiera ser un
refugio para su esposa durante las horas del día, pero vacante al
anochecer. Se negó a renunciar a este sueño tan placentero de estar
cerca de ella.

Era el habitual, ya más sereno dueño de la casa que se reunía con


su madre para cenar esa noche en la mesa a la luz de las velas.

174
John se sintió aliviado al encontrar la cena como un evento
misericordiosamente tranquilo inmediatamente después de la boda de
Fanny. Pero en el transcurso de varias semanas, lo había encontrado
indescriptiblemente tranquilo solo con su madre y él mismo. Ahora
que sabía que solo sería cuestión de tiempo antes de que Margaret se
uniera a ellos, estaba ansioso por el día en que ella animara sus
conversaciones tibias con su espíritu efervescente y su perspicacia y
adornada la mesa con su elegancia y belleza.
Esta noche agradeció que tuviera algo importante que decir que
no se había discutido hasta ahora.
—Hay algunos muebles y otros artículos diversos en Crampton
que deseo incorporar a nuestra casa, —anunció con calma mientras se
limpiaba la esquina de la boca con una servilleta blanca—. Creo que la
mayoría de estos artículos serán para su habitación privada, —aclaró.
Hannah se puso rígida ante la mención de esta primera intrusión
tangible de su hogar por la inminente sucesión de Margaret. Su rostro
se congeló solo por un instante antes de exudar un exterior de sumisión
tranquila, que sus ojos cambiantes traicionaron.
—Ya hay suficientes muebles para ella, —sugirió suavemente,
mientras le daba un mordisco a su comida.
—Estas son cosas de valor sentimental de la casa de sus padres.
Desearía que se sienta como en su hogar aquí, —explicó, deseando
provocar una especie de compasión de su madre.
Hannah asintió con la cabeza.
Hogar. Las palabras reverberaron, enviando un temblor de
exquisita alegría a través de él. Que Margaret haría su hogar aquí
parecía casi insondable y, sin embargo, ya no podía imaginar su vida
sin ella. Anhelaba que comenzara su nueva vida juntos y pensaba
constantemente: cómo se sentirá despertarse con ella a su lado, cómo

175
lo saludara cuando llegara a casa, cómo sus efectos personales podrían
adornar su habitación y cómo se sentiría retirarse por la noche y no
estar solo.
—Haré que los traigan de la casa mañana, ¿te encargarás de que
su habitación esté arreglada con ellos? —preguntó educadamente, pero
con firme intención—. Estaré encantado de ayudar de cualquier
manera, —agregó sinceramente.
—Estoy segura de que todo se puede resolver, John. No necesitas
preocuparte por esos asuntos. Si tengo alguna pregunta, acudiré a ti, —
prometió dándole una mirada agradable con una sonrisa.
John sonrió suavemente de acuerdo y silenciosamente volvió la
atención a su cena.

El lunes por la mañana, en Harley Street, Margaret y Edith se


encontraron con la modista en la habitación de Margaret. La señorita
Bouvier, (Edith había insistido en que incluso la modista debería ser
francesa) había traído el vestido de novia y otras prendas para a
completar el ajuar de la novia.
Margaret acababa de ser ayudada a ponerse las voluminosas
franjas de seda, tul y encaje de su vestido de novia cuando llamaron a
la puerta de su habitación. Edith la abrió con cuidado para encontrar a
Ellen con un puñado de rosas amarillas.
—Para la señorita Margaret, —anunció y le entregó las flores y un
sobre que las acompañaba, a la joven señora.

176
Edith sonrió a sabiendas mientras se acercaba a su prima, que
estaba ocupada soñadoramente mirando a lo largo de su nuevo vestido.
—Margaret, —la llamó Edith—, alguien te ha enviado flores.
Margaret levantó la vista de inmediato, la curiosidad se convirtió
rápidamente en un alegre reconocimiento al ver la profusión de rosas
amarillas.
—Son de John, —declaró mientras las admiraba en los brazos de
Edith, incapaz de moverse de su posición mientras la costurera sujetaba
eficientemente el dobladillo.
—Hay una nota, —dijo Edith con una inclinación creciente,
sonriéndole a su prima mientras de daba el sobre—. Le pediré a Ellen
que busque un jarrón para estas flores, —comentó Edith mientras
dejaba suavemente las flores en el tocador y salía de la habitación para
buscar a la doncella.
Margaret abrió rápidamente el sobre para leer la nota que
contenía mientras permanecía fija en su lugar como una cautiva de la
costurera:

Para mi querida rosa de Helstone, que ilumina y embellece cada


lugar donde se encuentra.
Rezo para que una rosa tan hermosa florezca en mi ciudad
oscura y triste, porque no puedo vivir sin su presencia encantadora y
alegre, ahora que sé que existe una flor así.

177
Mis días están llenos de las tareas rutinarias que he realizado
durante muchos años, pero mis pensamientos están llenos de ti: cuando
me despierto, en mi escritorio, cuando camino por mi casa, sueño con
el día en que serás mía, cuando me esperarás al final de mi día para
saludarme, llenando mi casa de luz y felicidad. Me duele el corazón
por la realización de mi sueño. ¿No vendrás a casa conmigo pronto?
En dos semanas, declararemos nuestros votos ante el mundo, pero
ya te he declarado mi corazón. Solo espero contarle al mundo, para
que todos sepan que estamos unidos como uno y que no seremos
separados.
Yo soy para siempre,

Tu John

Margaret se conmovió hasta las lágrimas por su ardiente anhelo


y sintió un dolor similar surgir en su pecho por él. ¡Cómo deseaba
poder ir hacia John y caer en sus brazos para que supiera que también
lo añoraba! Extrañaba todo sobre él: su fuerte presencia, su voz sedosa
y el sentido del humor que había comenzado a desarrollarse entre
ellos.
Recordó la carta que había recibido dos días atrás, en la que había
bromeado diciendo que ahora era su “alumno adecuado”, que ya

178
cruzaba espadas con las convenciones sociales como le había enseñado
a menudo, le complació decirle que le había pedido a Nicholas que
fuera su padrino de boda y se conmovió al saber que lo había hecho,
¿Qué pensarían su madre y Fanny? Se preguntó.
Sintió una fuerte afinidad por este hombre maravilloso que
pronto sería su esposo. Tenía un buen corazón y ella lo admiraba por
seguir el mandato de su propia conciencia desafiando los dictados
ciegos de la sociedad. Estaba lejos de ser el cruel fabricante que había
asumido que era.
Edith y Ellen regresaron con un jarrón con agua.
—Debe haber dos docenas de rosas, —comentó Edith con
satisfacción mientras ayudaba a Ellen a arreglar las flores.
—Faltan dos semanas para nuestra boda, —respondió Margaret
como explicación.
—Bueno, ciertamente son encantadoras, —comentó Edith
mientras retrocedía para admirarlas mientras terminaba de colocarlas
en un soporte cerca de la ventana—. Y tú, mi querida Margaret, ¡te ves
hermosa! —Edith se entusiasmó cuando finalmente dirigió su atención
a su prima—. Es tan agradable verte en algo que no sea negro. Estoy
muy impaciente con tu aburrida ropa de luto, —admitió Edith con una
mirada de exasperación por la costumbre limitante.
—Es encantador, ¿no? —Margaret estuvo de acuerdo con
entusiasmo, cuando se encontró con la mirada admirativa de su prima.
—Sí, estoy muy contenta de que hayas decidido hacer algo para la
ocasión. No hubiera deseado que te casaras con uno de tus viejos
vestidos, —admitió honestamente Edith, sabiendo del interés mínimo
de su prima en la moda—. Fue muy generoso de parte de Bell enviarte
el dinero para un nuevo ajuar. Yo por mi parte, estoy muy agradecida
con él, ya que tengo la intención de pasar un buen rato ayudándote a

179
gastarlo todo —proclamó Edith, sus ojos brillaban con ansiosa alegría
mientras Margaret se reía apreciativamente.

John estaba de pie en el andamio que daba al vasto cobertizo de


tejer. Siempre le había impresionado la vista y todavía lo hacía, pero
ahora cada vez que se inclinaba a contemplar todo lo que había
logrado, el molino no era lo primero que se le ocurría.
La noticia de su inminente matrimonio se había filtrado a través
de todo Milton, ya que, durante los últimos días, había estado al tanto
de las miradas encubiertas de los trabajadores en su dirección. Y ayer,
mientras consultaba con el señor Latimer sobre las cuentas de la
fábrica, el banquero lo felicito por su compromiso, aunque parecía
curiosamente reticente a hacerlo.
John sacó su reloj de bolsillo. Nunca antes había prestado mucha
atención a las entregas postales, pero desde que Margaret había dejado
Milton, con su corazón en sus manos, había aprendido cuando esperar
que el correo ordenado fuera entregado a su oficina.
Bajó las escaleras de hierro y se apresuró a su espacio privado.
Cerrando la puerta detrás de él, recogió las cartas en su escritorio y
busco hábilmente entre ellas la letra familiar de su amada.
Inmensamente satisfecho de encontrar una carta dirigida de su mano,
se sentó a saborear el agradable regalo de su comunicación.

Mi querido John,

180
Recibí las hermosas rosas que me enviaste hoy, ¡las adoro! No solo
pensaré en Helstone, sino en ti cuando las mire. Iluminan mi habitación
tan hermosamente que me siento tentada a mirarlas todo el día.
Gracias mi amor. Siempre has sido muy atento y amable. Nunca
olvidaré cómo le trajiste a mi madre tan hermosa fruta durante su enfermedad
y cuán fielmente visitaste a mi padre cuando necesitaba la comodidad de tu
compañía.
Me malcrías con tales regalos y apenas sé lo que he hecho para
merecerlos. Soy quien te debe una deuda de gratitud por protegerme de la
investigación y amarme a pesar de tener todas las razones para dudar de mi
carácter.
Me pregunto cómo es que soy la bendecida de recibir tus dulces
atenciones. Soy la mujer más afortunada de toda Inglaterra. ¿Sabías
que tu madre una vez me dijo que todas las chicas de Milton buscaban tu
mano? ¡Me cuestiono cómo fuiste capaz de evadir un interés tan penetrante!
No importa, estoy muy contenta de ello.
Aunque originalmente no lo consideré así, ahora creo que mudarme
a Milton fue uno de los eventos más afortunados de mi vida porque me atrajo
a ti. Ya no puedo pensar en mi vida sin ti, y no puedo esperar pasar el resto
de mis días contigo.

181
Olvidé mencionar en mi última carta que me gustaría llevar a Dixon
a Milton conmigo. ¿Le dirás a tu madre para que pueda hacer los arreglos
adecuados? ¡Y quizás también deberías decirle que planeo invitar a
Nicholas y Mary a cenar de inmediato! No te atreverías ¿verdad? Te
estoy divirtiendo, por supuesto. Todavía estoy muy preocupada por la opinión
de tu madre sobre mí. No deseo molestarla innecesariamente desde el
principio, pero espero que pronto aprenda que mis intenciones son sinceras.
Tu solicitaste que te contara nuestros planes de alojamiento. Le escribí
a los Thompson, una familia a la que le tenía mucho cariño en Helstone y
están muy felices de ayudarnos. Veras, recordé que siempre iban al mar en
verano, y pensé que podrían dejar su cabaña mientras estaban fuera. De
acuerdo, no será verano cuando lleguemos, pero gentilmente han decidido ser
complacientes. Están felices de permitirnos el uso de su hogar mientras visitan
a su familia en Londres. Me aseguran que no será un inconveniente, que
han planeado visitar a su familia por algún tiempo.
Espero que te guste, John. Es una hermosa casa de campo, rodeada
de campos ondulados y algunos grandes árboles, cerca de un pequeño bosque
y un sinuoso arroyo. Pensé que era uno de los lugares más hermosos del
pueblo, al lado de la antigua vicaría, por supuesto.

182
He arreglado que tú y tu familia se queden en el Lennard Arms
Inn antes de la boda. Nicholas y el Sr. Bell también pueden quedarse
allí.
Me quedaré con mi familia de Londres en la cabaña de Thompson
la noche antes de nuestra boda.
¡Son solo dos semanas más, John! Aunque debo de admitir que esta
semana ha pasado muy lentamente sin ti, sin embargo, ha pasado y estamos
mucho más cerca de la fecha en que nos veremos y nunca nos separaremos.
Como siempre, lamento no estar contigo. El único lugar en el que
realmente deseo estar es en tus brazos.

Soy tuya para siempre,

Margaret

John dejó escapar un suspiro lento mientras cerraba los ojos para
pensar en cómo se había sentido abrazarla fuertemente contra él.
¡Cómo deseaba que Londres estuviera más cerca, para poder visitarla
todas las semanas!

183
Aunque tenía muchos deberes que atender, no puedo resistir la
tentación de responder de inmediato. Nadie sabía que el Maestro que
garabateaba en su escritorio no se dirigía a cuentas comerciales o
clientes, sino que le escribía una carta a su verdadero amor.

Margaret pasó sus días atendiendo los detalles de su boda y


disfrutando de la compañía de su familia. Edith la mantuvo ocupada
con accesorios y excursiones a varias tiendas, mientras que Margaret
descubrió que había más cartas que escribir.
Esperó ansiosamente la respuesta de John a su carta reciente e
intentó parecer despreocupada cuando llegaba el correo todos los días,
pero no pudo evitar que sus ojos vagaran hacia el diván donde su tía se
sentaba lentamente clasificando la entrega del día.
El viernes, cuando Margaret miró a su tía, se emocionó al notar
que su tía levantaba una carta y lentamente dirigía su mirada a través de
la habitación.
—Margaret, tienes otra carta del Sr. Thornton, —le dijo tía Shaw.
—Gracias, tía Shaw —respondió Margaret.
Su corazón se aceleró con anticipación mientras serenamente se
levantaba de su asiento para recuperar la carta. Excusándose del salón,
escapó a la privacidad de su habitación para leer el mensaje de su
amado.

184
Mi querida Margaret
Me alegra que las flores que te envié te hayan dado tanto
placer. No puedes disuadirme de consentirte si así lo elijo; en esto,
permanecerás impotente para moverme.
¿Cómo puedes creer que no mereces tales regalos? Me asombras
con tales palabras, porque soy yo quien no puede comprender el
milagro que me ha sucedido: que me ames. Te había pensado
demasiado hermosa y refinada para uno tan simple y sin pulir como
yo.
En cuanto a las chicas de Milton, no tenía conocimiento de
ningún diseño sobre mí. Me temo que mi madre es demasiado
jactanciosa en mi nombre. Nunca antes había amado a ninguna mujer:
mi vida había estado demasiado ocupada, mis pensamientos demasiado
absortos en otras cosas. No había pensado en el amor o el matrimonio
hasta que llegaste a Milton y exigiste mi atención con tus opiniones
directas sobre nuestras maneras del norte. Ahora amo y amare.
No hablemos más de deudas o iniquidades entre nosotros. Solo
deseo que nos amemos abiertamente. No puedo aceptar el pago por
hacer lo que no puedes evitar, por amarte como lo hago. ¡Y aunque
descarto tu deuda conmigo, con mucho gusto aceptaré tus besos y
caricias no deseados!

185
Mi madre me ha pedido que te diga que habrá un baile en
Milton en junio al que se nos pide que asistamos. Me dicen que es
posible que desees adquirir un vestido nuevo para la ocasión y
necesites un aviso justo. Fanny y mi madre insisten en que será una
buena oportunidad para presentarte a la sociedad de Milton como mi
esposa. En general, no me inclino favorablemente hacia tales eventos,
pero me complacerá presentarte a la sociedad de Milton. ¿Me
acompañaras? Debo confesar que espero verte vestida con tus mejores
galas. No he olvidado la forma en que te mirabas en la cena de los
Maestros el verano pasado: estaba consiente de tu presencia en la sala
en todo momento y aunque hubiera sido indecoroso para mí hacerlo,
podría haberte observado toda la noche. ¿Sabías, diría, que estaba ya
enamorado de ti incluso entonces?
Le he dicho a mi madre que planeas traer un séquito de
sirvientes contigo y que deseas que se agregue otro a la casa para todas
las pertenencias que una dama del sur necesita para su comodidad y
lujo. (No lo hice, lo prometo, pero no pude resistirme a decirlo). No
debes preocuparte por mi madre. Creo que puede llevar un tiempo,
pero ella aprenderá a disfrutar de tu compañía.
La cabaña parece que será un paraíso maravilloso. Espero vivir
una vida en el campo durante nuestras vacaciones de boda. Durante
mucho tiempo he deseado ver el lugar de donde vino mi rosa y

186
disfrutaré viendo la belleza de la naturaleza a través de tus ojos
mientras me muestras los lugares de los que has hablado antes.
Margaret, todavía me sorprende pensar que te casaras conmigo,
que en doce días serás mi esposa. No puedo describir la felicidad que
siento, cuando durante tanto tiempo pensé que nunca serías mía.
Te amo y anhelo abrazarte cerca de mi corazón y nunca dejarte
ir. Cuídate, porque cuando nos volvamos a ver, nunca te dejaré ir.

Siempre tuyo,

John

Margaret sintió que si corazón estallaba de amor por él. Fue


superada con gratitud por esta maravillosa bendición, porque había
encontrado tanta felicidad en el amor de este hombre. No había
soñado que una alegría tan perfecta fuera posible.
Inmediatamente se sentó para escribir su respuesta.

187
Mi querido John

Mi corazón está lleno de amor por ti hoy. ¿Sabes cuanta felicidad


me has dado? Mis palabras solo pueden decirte una parte de cómo me siento.
Deseo mostrarte, John, cuanto te aprecio y lo haré todos los días cuando nos
casemos. Deseo hacerte muy feliz. Nadie tendrá una esposa más amorosa
que tú.
¡Me encantaría asistir al baile contigo! No soy especialmente
aficionada a tales grandes eventos, pero me encantará estar con ustedes y me
enorgullece ser reconocida como tu esposa; solo espero pasarlo bien. Lo único
que lamento es que no puedo bailar contigo, ya que no sería apropiado para
mí unirme a las festividades después de una perdida tan reciente como la mía
¿Me guardaras un baile cuando termine la noche y podamos estar en
privado?
Tal vez debería esforzarme por usar una prenda más sencilla en el
baile, ya que no sabía que podría ser una distracción para ti. ¿Cómo es posible

188
que pudieras estar enamorado de mí en la cena de los Maestros cuando
parecía que cada palabra que intercambiamos antes, había estado en
desacuerdo irremediable? No sabía que me amabas, John. Pero sí
recuerdo que también te veías muy guapo esa noche y que me impresionó tu
fácil autoridad sobre los otros hombres. Quizás también me estaba
enamorando, pero no consideré posible que debiéramos hacer una pareja
adecuada.
No tengo muchas noticias que contar, solo que estoy contando los días
hasta que nos encontremos en Helstone. Yo también espero pasar una
semana contigo en el campo, pero sería feliz en cualquier parte, siempre que
estuviese contigo.

Con todo mi corazón,

Margaret

189
Al llegar cerca de la elegante tienda de lencería que Edith
frecuentaba en el West End, Margaret y su prima se bajaron del
carruaje.
—¿Me recordaras una vez más cuál es nuestro propósito esta vez?
—Margaret le preguntó a su prima—. Estoy segura de que ya adquirí un
guardarropa muy fino. Creo que seré la mujer mejor vestida de Milton
con toda esta ropa nueva, —comentó.
Margaret no estaba familiarizada con la diligencia y la constante
atención que se requiere para estar a la moda. Pensó Edith.
—¡Ese es precisamente el punto, Margaret! —Edith exclamó con
un tinte de exasperación—. Serás una dama de considerable prestigio
en la sociedad de Milton, ¿no? Tendrás que buscar tu papel. Ya no
serás la hija de un vicario, sino la esposa de un prominente hombre de
negocios en tu ciudad, —aconsejó su prima—. Estoy segura de que
desearías mejorar la posición del Sr. Thornton por tu gracia y buen
gusto, —agregó mientras caminaban hacia la tienda.
—Deseo honrarlo de cualquier manera que pueda, pero estoy
bastante segura de que presta poca atención a las cuestiones de
apariencia —comentó Margaret.
Edith la miró y recordó el lamentable guardarropa de su prima
cuando llegó a Londres.
—Sí, parece que te adoraría sin importar lo que llevaras puesto.
Sin embargo, tal vez estarás tan seductora con tus vestidos nuevos, que
él se sentirá atraído a volver temprano a casa del molino, —sugirió—,
sus cejas se alzaron ligeramente mientras le aconsejaba casualmente a
su prima sobre cómo podrían emplearse las artimañas de una mujer.
—¡Edith! —Margaret la regañó suavemente cuando una pequeña
sonrisa escapó de sus labios mientras consideraba la posibilidad.

190
Entraron a la tienda. El ruido de las calles se hizo silencioso al
ver la gran selección de telas, cintas encajes y otros materiales
exuberantes. Era una gran tienda, quizás el doble de tamaño de la
simple tienda de lencería de Milton.
Edith las condujo a la sección confeccionada para ropa interior y
ropa de dormir. Al explicar el hecho de que Margaret debería tener
todo lo nuevo, recomendó que la futura novia adquiriera toda la ropa
interior nueva y algunos camisones nuevos.
—Este es un camisón muy hermoso, —evaluó Edith, sosteniendo
un camisón blanco con mangas cortas y cuello modesto con bordes
finos y encaje. Sostuvo el vestido contra sí misma, mostrando cómo el
dobladillo con volantes se detenía a varias pulgadas por encima de los
tobillos.
Fue el turno de Margaret de levantar las cejas mientras miraba la
selección de su prima.
—Es encantador, pero ¿no parece un poco… inapropiado? —
preguntó con cuidado.
—Apropiado es de poca utilidad cuando estás sola con tu esposo,
Margaret, —comentó Edith en un tono tranquilo, sin querer ser
escuchada.
—¡Edith! —Margaret exclamó nuevamente, avergonzada por las
implicaciones de su prima. Sintió que el color subía a sus mejillas,
mientras miraba furtivamente a su alrededor para asegurarse de que
nadie la escuchara.
—Mira —Edith llamó su atención a otra prenda que había
seleccionado—. Si usas esta bata con este, sería una combinación muy
respetable, —comentó.

191
—Es hermoso —asintió Margaret al notar que los bordes con
volantes de las mandas estaban entretejidos con una cinta lila en el
puño.
—¡Y es algodón! —Edith anunció triunfante, burlándose de
Margaret por su reciente inclinación hacia cualquier cosa hecha en esa
tela en particular.
Después de comprar con éxito los artículos elegidos, se dirigieron
a casa a Harley Street.
Después de mirar distraídamente por la ventana del carruaje unos
momentos, Edith se volvió nerviosamente hacia su prima, que estaba
sentada frente a ella.
—Margaret —comenzó incomoda—, mi madre ya te ha hablado
de… ¿la vida de casados? —Preguntó vacilante, sus ojos preguntaban
más de lo que sus palabras transmitían.
Margaret inconscientemente contuvo el aliento mientras
comprendía el significado de Edith.
—No —respondió, dejando escapar lentamente el aliento mientras
miraba sus manos enguantadas.
—¿Eres consciente de… de lo que se requiere? —preguntó
incomoda, mirando brevemente a su prima, quien todavía estaba
examinando sus manos juntas.
Margaret miró a su prima antes de responder.
—Yo… no estoy del todo segura, no, —respondió vacilante.
—No quería que recibieras el mismo discurso que mi madre me
dio, eso es todo, —se esforzó por explicar—. Ya ves… he llegado a estar
en desacuerdo con sus opiniones. Sé que la Biblia dice que debemos
sufrir dolor en el parto. Pero no creo que diga nada que sugiera que

192
está mal disfrutar de las atenciones del esposo, —confesó mientras su
rostro se ponía rosado de vergüenza.
—Oh, —fue todo lo que Margaret pudo responder, sin estar
completamente segura de entender lo que Edith estaba implicando.
—Mira, mi madre sugirió que los deberes de una mujer debían
ser soportados valientemente como si fueran una gran dificultad, —
explicó, mirándose distraídamente las manos mientras se inquietaba
con una arruga en la falda—. Pero he descubierto que puede ser
bastante agradable aceptar las atenciones de un esposo, —confesó
mirando a Margaret para determinar su reacción a su sincero
comentario.
—Oh —Margaret respiró una vez más, sintiendo la tensión en su
estómago liberarse un poco.
—¿No sientes algo… maravilloso cuando te toca? —Edith se
aventuró a preguntar.
Algo sorprendida por su pregunta, Margaret consideró cómo se
sentía cuando la abrazó y la agradable y extraña sensación que sintió
cuando la besó.
—Sus besos me dejan bastante incapacitada, —admitió con
sonrojo y una pequeña sonrisa—. Realmente no sé cómo describirlo,
pero siento algo muy… fuerte dentro de mí, —tartamudeó en un intento
de explicar.
Edith le sonrió tranquilizadoramente a su prima.
—Es perfectamente natural tener esos sentimientos, Margaret,
cuando se está enamorada —le dijo—. Es correcto sentirse así con su
esposo. Y creo… bueno, estoy bastante segura de que tu Sr. Thornton
será muy amable contigo, —agregó rápidamente—. No tienes por qué

193
asustarte de tu noche de bodas, —corrigió, aliviada de haberle
aconsejado a su prima que no tuviera miedo.
Permanecieron en silencio unos momentos, antes de que
Margaret hablara valientemente.
—Pero no lo has explicado… —comenzó, pero no pudo terminar,
sintiendo una oleada de calor en su rostro.
—Oh, —dijo Edith, dándose cuenta de su omisión. Rápidamente
miró por la ventana, preguntándose cómo comenzar.
Con una profusión de miradas desviadas y rostros enrojecidos
entre ellas, Edith pudo transmitir, con implicaciones delicadamente
redactadas, la unión de un hombre y una mujer que solo el matrimonio
santifica.
Momentáneamente atónita por esta revelación completa,
Margaret permaneció en silencio el resto de viaje, para alivio de Edith.
Después de que el lacayo las ayudo a llevar sus paquetes,
Margaret se alegró de escapar a su habitación por un tiempo.
Fue recibida por un nuevo arreglo de rosas amarillas en su
tocador. Sonrió al verlos. Por supuesto pensó, es lunes. En
exactamente una semana, sería el día de su boda. ¿Le enviaría una
habitación llena de rosas el día de su boda? Se preguntó.
Se acercó a las flores y sacó una para oler su fragancia fresca.
Sosteniendo la flor en la mano, abrió el sobre al lado del florero.

Mi querida Margaret

194
Cuando recibas estas flores, debe pasar una semana hasta
nuestra boda.
Una semana. No creo haber deseado pasar una semana tan
rápido como deseo que pase esta. He esperado pacientemente, aunque
no creo haber sabido realmente lo que significa la paciencia antes.
Ha sido un placer tortuoso imaginarte en mi abrazo estas últimas dos
semanas, y muchas veces he temido que podría seguir mi impulso de
tomar el tren a Londres una vez más, pero mi lógica razonada me
obligó a quedarme para prepararme, para tomar mi viaje de bodas
planeado.
No puedo imaginar un cielo más dulce que permanecer en
Helstone contigo durante los días posteriores a nuestra boda. Sin un
horario vinculante o una empresa intrusa, seremos libres de estar
juntos en todo momento. Creo que es una alegría tan prometida, ya
que esto me impulsará a través de los días restantes, antes de abordar
el tren hacia el sur para encontrarme contigo por fin.
Pertenezco y siempre seré, enteramente tuyo,

John

195
¿Cómo podía permanecer ansiosa con un amor tan tierno como
este? Pensó. Nunca se había sentido más segura que cuando la había
abrazado con firmeza. Era el único lugar donde quería estar.
Se sentó en su cama, sosteniendo la rosa y su carta en la mano,
mientras pensaba de nuevo en sus besos y la creciente emoción que
había experimentado cuando sus besos se habían vuelto más fuertes y
más desesperados. ¿Era así como se sentiría ser amada por él, en la
cama matrimonial? Se preguntó. Si es así, no podría tenerle miedo,
pero agradecería sus atenciones íntimas. Su corazón revoloteó en su
pecho al considerarlo. Sabía que estaría nerviosa, como cualquiera
podría experimentar algo que era a la vez tan nuevo y de tan gran
magnitud, pero se dio cuenta en su corazón de que todo estaría bien.
Deseaba estar cerca de él, eso era todo lo que realmente deseaba.
Lo amaba. Y eso era todo lo que realmente importaba.
Margaret sonrió y se llevó la rosa a la cara una vez más para oler
su dulce fragancia.

196
— CAPÍTULO 10 —

Fue un agradable domingo por la mañana en Londres. En


Richmond y Hampstead, los caballeros y sus familias se vestían con sus
galas de primavera para ser vistos en la iglesia. En Bethnal Green, las
clases trabajadoras estaban disfrutando de su día de descanso de su
trabajo pesado, ya que las mujeres comenzaron a prepararse temprano
para la cena anticipada.
En la residencia de Harley Street, no todo fue como siempre. Los
habitantes dentro estaban ocupados preparándose para su partida a
Helstone. Dixon ayudó a Margaret mientras la joven señora hacia su
selección final de las prendas que llevaría consigo y las que serían
empacadas y enviadas a Milton durante su ausencia. Edith y tía Shaw
terminaron de hacer las maletas y Maxwell envió un carruaje para que
llegara después del almuerzo.
La familia llegó a la estación temprano en la tarde y abordó el
tren de Portmouth en Waterloo.
Al no tener, por fin, nada más que hacer más que sentarse y
reflexionar, Margaret respiró hondo mientras contemplaba la razón de
toda esta actividad agitada: se casaría mañana, con el fabricante de
algodón que alguna vez había considerado irreflexivo y despreciable.
Nunca se había equivocado tanto, ya que había descubierto que debajo
del exterior de su porte severo, John era realmente gentil y amable, el
hombre más desinteresado y recto que había tenido el privilegio de
conocer.

197
Mañana sería su esposo. Sintió un estremecimiento de
anticipación en lo profundo de ella. Nunca antes había sentido
sentimientos tan poderosos; aunque se sentía sincera y fervientemente
atraída por su buen carácter, había algo en su presencia física que la
electrificaba. Había querido admitirlo antes, pero ahora se dio cuenta
de que siempre lo había sentido.
La primera vez que lo vio en el molino la había cautivado:
inquietantemente guapo y vibrante con poder, parecía ser el dueño de
su propio destino. Había sentido un hormigueo al sentir su primer
toque, cuando su dedo rozó el de ella mientras le servía el té en su casa
de Crampton. Su interior se estremeció al pensar que, como su esposa,
siempre sería la receptora de sus atenciones.
Lo vería hoy en la cena. Estaba aprensiva y regocijada ante la idea
de verlo después de estar separada estas últimas semanas. Margaret se
preguntó cómo se sentiría estar con él otra vez: escuchar su voz y mirar
sus penetrantes ojos azules. Esperaba que reanudarían rápidamente la
cómoda familiaridad que habían alcanzado durante su visita a Londres,
para que su nerviosismo cesara.
Edith la regresó a su entorno actual, preguntándole mansamente
si retendría a Sholto por unos momentos. Margaret le sonrió al niño y
lo acomodó en su regazo antes de comenzar a animarlo para que
notara las diversas escenas que pasaban por su ventana. No falta mucho
para llegar, pensó con exaltación, y volvería a ver a su amado.

John se despertó al amanecer y se levantó ansiosamente para


comenzar el día. Había dormido bien, sabiendo que este día sería

198
diferente al resto, que todos los preparativos y las compras, todos los
arreglos y las interminables esperas que había tenido lugar desde que
Margaret había nombrado la fecha, habían pasado. Cada plan se
pondría en marcha en el momento en que pisara el tren en dirección
sur.
Su baúl ya estaba embalado y sabía que su madre estaría lista para
irse a tiempo. Solo esperaba que Fanny y Watson fueran puntuales al
encontrarse con ellos en la estación.
Cuando terminó de abotonarse la camisa y comenzó a atar su
corbata, se miró distraídamente en el espejo, asombrado y agradecido
de que este día finalmente hubiera llegado. Estaba contento: ansioso
por seguir su camino, pero profundamente satisfecho de que su ardua
paciencia seria recompensada: la vería hoy y mañana seria su esposa.
Su esposa, de repente se vio atrapado en la ola de asombro
incrédulo ante la importancia de la palabra. Cuando volvió a mirar su
reflejo, y se sorprendió de como un hombre tan rudo y sencillo se había
ganado el afecto de una criatura tan hermosa.
A veces era casi incomprensible para él… John Thornton que
carecía de la educación y el refinamiento de un caballero bien educado,
se casara con una chica de tan exquisita gracia y educación. Se prometió
a sí mismo que nunca daría por sentado su gran fortuna.
Se puso su levita y recogió su bolso. Sus ojos se posaron un
momento en la serena extensión de su cama tranquila. La próxima vez
que durmiera allí, no estaría solo. Un escalofrió de anticipación lo
recorrió al pensarlo. Echó un último vistazo a su habitación, salió al
pasillo y cerró la puerta.

199
Fanny y el Sr. Watson llegaron, no muy pronto, rompiendo la
tensión nerviosa del futuro novio, ya que había estado buscando
ansiosamente las puertas por su llegada. Fanny inmediatamente
consumió la atención de su madre mientras parloteaba sobre lo
agotador que era prepararse para tal viaje.
Watson se acercó a John para saludarlo adecuadamente.
—No he tenido la oportunidad de felicitarte, Thornton, —
comentó Watson jovialmente mientras extendía la mano para dársela
a su cuñado—. Te has elegido una chica hermosa, —aprobó con una
sonrisa de complicidad—. Ella no está retrasada en avanzar, ¿verdad?
—comentó burlonamente mientras levantaba las cejas—. Creo que es
posible que necesites mostrarle quien es el Maestro, —insinuó con un
guiño intrigante.
John se erizó ante las vulgares insinuaciones de su cuñado. Sus
ojos ardieron de ira mientras intentaba mantener la compostura suave.
—Creo que encontrará que la señorita Hale y yo estamos de
acuerdo en la mayoría de los asuntos, —replicó con frialdad en su
intento de rechazar sus comentarios pretenciosos—. Y estoy seguro de
que sabrá su lugar en mi casa, —agregó con confianza, constantemente
mirando a los ojos de Watson.
De hecho, John esperaba que Margaret conociera su lugar como
su esposa. Sería libre de decir lo que piensa y hacer lo que quisiera.
Era mucho más para él que un bonito adorno para su comodidad y
placer. Se estremeció al pensar a Margaret en las garras de un hombre
como Watson. Tales hombres groseros nunca comprendieran el tipo
de matrimonio que se imaginaba él para sí mismo.
No deseaba dominarla, no desearía aplastarle el espíritu que
tanto le había atraído y cautivado. No, eso es lo que más temía: que,

200
manteniéndola cautiva en esta ciudad, dentro de su alcance egoísta,
podría marchitarse, su alma viva podría perder su resplandor y
convertirse en una mera sombra de su antiguo brillante ser. Nunca
podría soportar ser la causa de su infelicidad.
John deseaba poseerla, sí, pero no de la manera vil que Margaret
había implicado cuando lo había rechazado tan vehementemente la
primera vez. La deseaba, en todos los sentidos, porque era un hombre
de carne y hueso como todos los demás, pero nunca se impondría
sobre ella. Necesitaba que Margaret lo amara, que lo mirara a los ojos
con confianza y respeto, si no con completo deseo. Deseaba poseer su
corazón para que viniera a él voluntariamente, no por obligación.
Esperaba que se comunicaran libremente entre ellos, para que
no crecieran malas hierbas de descontento que ahoguen la belleza
floreciente de su amor. Esperaba que demostraran ser una ayuda y un
consuelo el uno para el otro, para que juntos pudieran desterrar la
preocupación y traer esperanza y alegría a lo que se avecina.
Finalmente, la familia reunida subió al tren, tomando asiento
para el largo viaje hacia el sur. Cuando el tren se tambaleo hacia
adelante para comenzar su avance constante, John también sintió que
su corazón se sacudía de alegría. Con cada milla que viajaban, estaría
mucho más cerca de la realización de su sueño más preciado: hacer de
Margaret suya.

Tan pronto como los visitantes de Londres estaban


cómodamente situados en la cabaña, Margaret se separó para salir al
aire libre, ansiosa por disfrutar de la libertad de los campos abiertos y

201
disfrutar de las vistas del campo que tan bien había conocido. El aire
fresco era estimulante, se sorprendió de lo verde que se veía todo.
Habían pasado casi dos años desde que había dejado Helstone y había
olvidado lo exuberante que realmente era.
Se detuvo un momento en el camino de guijarros a través del
jardín delantero, oliendo las plantas de lavanda que se mecían con la
brisa. Sonrió al reconocer las peonias blancas, Sweet Willian con
racimos de flores color burdeos en su follaje frondoso y flores de
guisante de color rosa y purpura que salpican el suelo por todo el
jardín. ¡Qué maravilloso era estar rodeada una vez más por la belleza
de la naturaleza!
Instintivamente comenzó a caminar en dirección a la vicaría,
curiosa por ver si los meses que habían pasado habían provocado
cambios en el hogar de su infancia.
Sin embargo, antes de llegar a los terrenos familiares, se
sorprendió gratamente de ver al Sr. Bell acercarse a ella. Al encontrarse
en el carril, lo saludó calurosamente:
—Sr. Bell, no sabía que ya había llegado.
—Llegue hace algún tiempo. Tomé mi almuerzo y descansé por
la tarde. Me dijeron que el camino a tu cabaña no era de una milla, por
lo que pensé que podría darles un ejercicio útil a estas viejas
extremidades y que iría a verte, —explicó con satisfacción—. Ahora,
entonces, ¿A dónde ibas, si puedo preguntar? —inquirió con interés, ya
que había conjeturado los posibles propósitos de su incursión en el
pueblo.
—Me dirigía a nuestra antigua casa. No la he visto en mucho
tiempo, —le dijo, con un toque de nostalgia que suavizaba su tono.
—Ah por supuesto, —respondió el Sr. Bell con simpatía— ¿Vamos
juntos, entonces? —sugirió, con una sonrisa cariñosa.

202
Margaret le sonrió e inclinó la cabeza de acuerdo antes de
deambular por el campo con el viejo amigo de su padre. Era un día
perfecto para salir a caminar: el aire era claro y ligeramente fresco,
mientras que la luz del sol calentaba todo sobre lo que descansaba. Una
ligera brisa susurro las hierbas y las hojas, mientras el cielo se extendía
de azul deslumbrante contra nubes de blanco puro.
Al salir del camino, cruzaron un campo para llegar a los limites
lejanos de la propiedad tan familiar para Margaret. Contempló
ansiosamente la vista, sus ojos reconocieron la distancia para ver el
techo oscuro y puntiagudo de su antigua casa que sobresalía sobre la
vegetación del arbusto circundante.
Buscando en la periferia de los terrenos, vio a un hombre que se
acercaba desde lejos, avanzando hacia ellos mientras caminaba por el
seto. Contuvo el aliento mientras sus ojos se enfocaban con él,
reconociendo de inmediato la marcha decidida del hombre que
amaba. ¡Está aquí! Un estremecimiento recorrió su cuerpo por verlo.
Incluso desde la distancia, exudaba fuerza y vigor: su porte era
poderoso y estable a medida que sus piernas largas y delgadas lo
acercaban aún más.
Su rostro comenzó a brillar de alegría mientras se apresuraba a
encontrarse con él, atraída como un imán ante su presencia.
De repente John fue consciente del movimiento por delante de
él, levantó la vista para descubrir que Margaret se apresuraba hacia él.
Su cuerpo se congeló al verla allí y contuvo el aliento mientras sus ojos
devoraban hambrientamente su belleza. La luz de sol parecía
iluminarla, proyectando un brillo dorado en su cabello castaño rojizo
mientras su rostro brillaba con una brillante sonrisa de tierno afecto.
Su corazón se contrajo de emoción al darse cuenta de que tal expresión
era solo para él.

203
John corrió hacia ella, y cuando la alcanzó, deslizó sus manos a
lo largo de sus antebrazos para agarrarla firmemente por los codos,
deseando nada más que dejar a un lado los limites restrictivos de la
propiedad y aplastarla contra él. Ansiaba sentir su cuerpo presionado
contra el suyo.
Margaret a su vez agarró sus brazos para estabilizarse,
deleitándose con la sensación de su firme agarre. Sus piernas estaban
acurrucadas en los pliegues de su falda y sus cuerpos estaban separados
por centímetros. Con los corazones acelerados, se esforzaron por
mantener una distancia adecuada entre sí, por sus ojos comunicaban el
anhelo que cada uno sentía por el otro.
Bell permaneció discretamente detrás, deambulando lentamente
para permitir a los amantes unos momentos de privacidad.
—¿Cuándo llegaste? —Margaret respiró por fin, todavía radiante
con la alegre sorpresa de encontrarlo aquí.
—Llegamos no hace mucho. Fanny deseaba descansar, pero yo
deseaba ver de dónde venía mi rosa, —respondió John, sus ojos todavía
la recorrían, notando la plenitud de sus labios y la forma seductora de
su vestido en ella.
Evitando su ropa de luto, vestía un vestido nuevo de muselina
lavanda con encaje cremoso que se derramaba de las mangas abiertas
y forraba la modesta caída de su escote. La plenitud de su falda y la
estrechez de su cintura acentuaban cada curva de su figura femenina.
—Te vez encantadora, —murmuró mientras volvía su mirada
hacia la de ella.
Margaret inclinó la cabeza recatadamente, antes de levantar la
vista con una sonrisa traviesa.

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—¿Es eso lo que quieres decirme después de tres semanas de
ausencia? —bromeó, con sus ojos brillantes.
John sonrió, divertido por su reprensión burlona. Su tono
juguetón era íntimo y seductor, incitándolo a responder con una
franqueza que expresaba su sincero deseo.
—¿Qué quieres que te diga? ¿Qué no he dejado de pensar en ti
desde que te dejé en Londres? ¿Qué no me gustaría nada más que
tomarte en mis brazos y mostrarte mi afecto, si no fuera por las
restricciones de propiedad que me obligan a mantener mi distancia de
ti? —Le preguntó intencionadamente, su voz apenas se convirtió en un
susurro vehemente.
Las palabras que pronunció John, inflamaron su pasión y los
músculos de sus brazos palpitaban de tensión mientras se esforzaba
por mantener la distancia. Se sentía como un tigre agazapado dispuesto
a saltar, pero maniatado por cadenas invisibles.
Margaret sin palabras, estaba perdida en la mirada abrasadora de
sus ojos azules y su pulso se aceleró ante sus ardientes palabras.
—¡Thornton! —Bell anunció su acercamiento—: Veo que has
logrado escapar de la ciudad. ¿Cómo encuentras Helstone? —preguntó
curiosamente mientras la pareja se movía para pararse lado a lado,
Margaret se aferraba con cariño al brazo de su prometido.
—Por lo que he visto hasta ahora, es realmente hermoso, —
respondió respetuosamente—. Pero no esperaba menos, —agregó
mirando con una sonrisa a Margaret.
—¿A dónde se dirigían? —de repente, John pensó en preguntar,
dirigiendo su pregunta al Sr. Bell.
—En realidad estábamos caminando. ¿Te unirías a nosotros?
Margaret respondió.

205
—Creo que mi madre desea hablar contigo, —respondió su
prometido, recordando algo que su madre había dicho antes de que
saliera de la posada.
—Oh. ¿Entonces iremos al pueblo? —le preguntó Margaret.
—Creo que quería visitarte en la cabaña, —aclaró John.
—Entonces debería volver —dijo rápidamente—. ¿La
acompañaras? —preguntó esperanzada, no queriendo dejarlo.
—Lo hare —John prometió, con una sonrisa afectuosa.
—Hasta más tarde, entonces, Thornton, —dijo Bel, ofreciéndole
una despedida temporal—. Yo veré a tu novia regresar sana y a salvo a
la cabaña —le aseguró.
—Estoy agradecido con usted, gracias —respondió con una sonrisa
torcida y asintió rápidamente—. Te veré pronto, —le habló gentilmente
a Margaret, detestando dejarla.
Margaret simplemente asintió con una sonrisa melancólica, sus
ojos revelaron su renuencia a separarse de él.
Bell se volvió para irse, llevando a Margaret hacia los campos más
alejados de donde habían venido. Después de unos pocos pasos,
Margaret se volvió para mirar hacia atrás, sus ojos luminosos buscando
otra visión de su amado.
John no se había movido, pero estaba tristemente observándola
irse. Le dirigió una radiante sonrisa de afecto. Su rostro se iluminó al
recibir ese regalo y le devolvió la sonrisa a su vez, antes de que se
volviera una vez más para reanudar su curso.

206
John y su madre llegaron después esa tarde a la pintoresca cabaña
de piedra. La Sra. Thornton fue presentada a Edith y Maxwell,
mientras que Dixon fue a preparar el té. Todos los asientos estaban
ocupados en el salón, y la conversación se debió a la comodidad del
viaje en tren, así como del clima primaveral.
Después del té, Margaret llevó a la Sra. Thornton a su habitación
para ver su vestido de novia y hablar en privado, como la mujer mayor
deseaba.
—¿Fanny pudo descansar? —Margaret preguntó cortésmente—.
John mencionó que estaba cansada de su viaje —explicó mientras
estaban en el dormitorio amplio y luminoso. En el centro había una
cama de tamaño modesto con una colcha blanca de Mattelasse y una
cabecera de roble tallado. La luz de la tarde calentó el piso de madera
color miel e iluminó las limpias cortinas de algodón que adornaban la
ventana. El papel de la pared agregaba color suave a la habitación con
un patrón vertical de rayas azul pálido y guirnaldas de rosas.
—Estoy segura que está bastante bien, gracias, —respondió
Hannah, poco dispuesta a hablar sobre la aparente fragilidad de su hija.
—Traje algo que pensé que te podía gustar, —continuó algo
bruscamente mientras desplegaba una funda de encaje fino que había
envuelto el algodón—. Es mi velo de novia. Pensé que tal vez te gustaría
usarlo. El encaje es de Bruselas, —ofreció simplemente mientras lo
colocaba cuidadosamente sobre la cama. Al mirar a Margaret, de
repente notó el vestido de novia colgado en la puerta abierta del
armario detrás de ella, con un velo de encaje cuidadosamente cubierto
sobre la parte superior—. Veo que ya tienes uno… debí haberlo
pensado… —tartamudeo incomoda.

207
Margaret estaba llena de ansiosa esperanza, conmovida de que su
futura suegra le hubiera ofrecido tal regalo. La joven novia intervino
apresuradamente mientras miraba el velo que había comprado.
—Aunque ya poseo un velo, me sentiría honrada de usar este en
su lugar, es un tesoro familiar, —declaró con seriedad mientras
examinaba el velo con reverencia, pasando suavemente las yemas de
los dedos sobre el borde bellamente estampado—. Gracias por pensar
en mí, —dijo con agradecido entusiasmo mientras miraba a la mujer
mayor.
La reacción de la niña conmovió a la Sra. Thornton. Mirándola
con un agradecimiento recién descubierto, percibió que las gracias de
Margaret no eran una afectación externa, sino que se componía de una
sincera amabilidad y consideración por los demás.
—¿Se casó en Milton? —Margaret preguntó interesada mientras
colocaba suavemente la reliquia en su cabeza y la admiraba en el espejo
de la mesa del tocador.
—Sí, —respondió la mujer mayor con orgullo—. No se ha usado
desde entonces, —agregó con un toque de melancolía.
Margaret se volvió rápidamente para mirarla.
—¿Fanny no quería usarlo? —Preguntó con cierta sorpresa.
—No —desviando la mirada—. Fanny no pensó que le quedara
bien a su vestido, —comentó con cierta vergüenza, que su propia hija
había rechazado la reliquia ofrecida—. Usó mis joyas de boda en su
lugar, —explicó con una débil sonrisa.
—También usaré las joyas de mi madre, —comentó Margaret—.
Pero estaré complacida de tener algo de la familia de John para usar.
Muchas gracias por traérmelo —dijo entusiasmada, con una sonrisa
sincera.

208
—De nada, —respondió, mientras una suave sonrisa se formaba
en sus labios. Hannah se sorprendió al encontrarse tan bien con la
chica que su hijo había elegido—. Margaret… —dijo solemnemente,
deseando hablarle un momento mientras tenía la oportunidad—. Mi
hijo ha sufrido mucho, —comenzó con firmeza—, y aunque es fuerte,
tiene un corazón tierno. Espero que lo atiendas con cuidado, —imploró
en voz baja, mirando fijamente a la joven que pronto sería esposa de
su hijo.
—No desearé nada más que atenderlo. No doy por sentado sus
afectos, —respondió con sinceridad y sin dudarlo, sin avergonzarse de
admitir sus sentimientos hacia la mujer que siempre había cuidado a
su prometido.
—Muy bien, —respondió Hannah, con una sonrisa satisfecha de
que la respuesta de Margaret hubiera sido sincera. Se dio vuelta para
irse, habiendo terminado su tarea y siendo incapaz de continuar
cómodamente con cualquier otra discusión de naturaleza sentimental—
Debemos volver a prepararnos para la cena, —comentó cortésmente
antes de dirigirse a la puerta.

En el Lennards Inn se colocó una larga mesa con elegancia


campestre. La señora Purkins, la posadera, había usado su propia
porcelana fina y plata para la ocasión especial. Un hermoso arreglo de
flores silvestres llenaba un jarrón de porcelana y velas cónicas en
sostenedores de latón pulido que iluminaban la mesa cubierta de
damasco.

209
Al llegar antes de la hora programada, la familia de Londres fue
presentada a Fanny y a su esposo mientras todos se mezclaban
casualmente antes de la cena.
John estaba impecablemente vestido con su habitual levita negra
y vestía un chaleco gris estampado con un pañuelo color borgoña.
Buscó a Margaret inmediatamente con una mirada cálida y una sonrisa
amable, ella haciendo que su estómago se revolviera para reconocer
una vez más lo especialmente guapo que lucía con su atuendo formal.
Se dirigió a recibirla, mientras Margaret se quitó el chal y se lo
entregó al portero, revelando un vestido de seda color azul
medianoche, caído de los hombros y un holán de encaje caía
suavemente hacia un punto en la parte delantera del corpiño. Aturdido
por su belleza, su sonrisa se desvaneció cuando bebió de la vista de su
piel de alabastro, sus ojos la abrasaron con un deseo apenas velado.
Margaret se confundió al ver que su sonrisa se disipo y se
preguntó si algo estaba mal. Con un leve temor, le tendió la mano con
encanto como lo había hecho en la cena de Maestros hace casi un año.
John agarró suavemente sus dedos y levantó su mano para colocar un
beso prolongado en la parte posterior, mirándola todo el tiempo con
una mirada ardiente que la dejó sin aliento. Sus labios se curvaron hacia
arriba con una sonrisa de satisfacción mientras bajaba su mano, pero
sin soltarla.
—Te ves hermosa, —declaró con una voz profunda solo para ella,
recordando con un brillo travieso en sus ojos cómo lo había
reprendido con palabras similares hacía horas.
Margaret aceptó su cumplido con una sonrisa radiante.
—Solo espero no distraerte demasiado, —bromeó, con los ojos
brillantes.

210
—Estoy seguro de que la conversación no será la mitad de
atractiva, pero intentaré ser sociable de todos modos, —replicó con una
sonrisa maliciosa y una mirada penetrante que reveló su deseo de estar
a solas con ella.
Margaret bajó la cabeza tímidamente, sintiendo que el calor de
subía a las mejillas por ser admirada con tanto fervor. Levantando la
cara nuevamente para mirar alrededor de la habitación.
—¿Dónde está Nicholas? —preguntó, repentinamente consciente
de su ausencia.
—Está aquí en Helstone, pero creo que se siente incómodo de
unirse a nuestra reunión familiar esta noche, —John explicó
suavemente—. Prometió unirse a nosotros para el desayuno de bodas.
Te da su cordial saludo, —le transmitió, esperando que entendiera la
reticencia de su amigo para cenar con la familia en una ocasión tan
formal.
Margaret apenas asintió con simpatía, cuando la voz aguda de
Fanny interrumpió su conversación privada.
—¡Señorita Hale! O debería decir “Margaret”, porque pronto
seremos hermanas, —comentó con su habitual entusiasmo vertiginoso.
Sin esperar una respuesta, continuó—. ¿Quién lo hubiera pensado?
Todos estábamos seguros de que John seguiría soltero. Casado con el
molino, siempre lo dije, —comentó con una sonrisa satisfecha—. Parece
que has tenido éxito en ganar su atención, —evaluó astutamente.
Se anunció la cena, salvando a la pareja del problema de
responder mientras todos se movían para sentarse.
La conversación se desvió fácilmente a través de varios temas ya
que los invitados compararon los beneficios y las distracciones de la
vida en el campo y en la ciudad. Inevitablemente, la discusión sobre
las florecientes poblaciones de la cuidad llevó a hablar de las

211
posibilidades futuras de Londres y Milton. Maxwell estaba bastante
impresionado con las perspectivas de la industria en general y de
Milton en particular.
Margaret quedó nuevamente impresionada por las percepciones
perspicaces de su prometido, y el conocimiento dominante de cada
tema. Al mirarlo con admiración, encontró que su mirada volvía a
menudo hacia ella, sentía su mirada cada vez que ofrecía sus propios
comentarios y opiniones. Y sentados uno frente al otro, tuvieron
muchas ocasiones para compartir miradas afectuosas durante toda la
noche.
Finalmente, Fanny intervino para decir cuán emocionada estaba
de ir a la ópera en Londres después de la boda.
—Nos quedaremos dos noches en Londres antes de irnos a casa.
Madre se unirá a nosotros, por supuesto, —agregó de manera
superflua—. Espero ver la Alhambra también. He deseado ver su
estructura exótica, —dijo entusiasmada.
—La Alhambra, —repitió Maxwell pensativamente—. Creo que el
edificio en Londres es una réplica de la estructura original en España,
—comentó—. ¿No es así? —le preguntó a ella.
—Sí, creo que tiene razón, —afirmo Bell, señalando la expresión
de confusión de Fanny
—Sí, bueno, me gustaría verlo en cualquier lugar, —comentó
alegremente—, Y Londres es mucho más conveniente, —razonó—.
Londres no está tan lejos de Helstone, Margaret. Tal vez podrías hacer
un viaje de un día a la cuidad mientras estas aquí en tu viaje de bodas;
hay muchas presentaciones diferentes a las que podrías asistir. Aunque
es bastante encantador aquí, creo que podrían cansarse después de un
día o dos. No puedo imaginar lo que harán aquí para entretenerse
durante toda la semana, —declaró maravillosamente, ajena al

212
desconcierto que provocaba su comentario, cuando Watson tosió
distraídamente y todos apartaron la vista el uno del otro.
Con la cabeza inclinada por la vergüenza, sonrojada Margaret se
tambaleó un momento antes de llamar su atención hacia Fanny con
una respuesta tímida.
—Creo que seremos felices aquí. Hay muchos lugares que me
gustaría mostrarle a John, —respondió con alegría, su cara aún rosada
por la vergüenza.
—Creo que Margaret conoce todos los rincones de la aldea, —
anunció Bell con vigor, cambiando magistralmente la dirección de la
discusión—. Me dijeron que acompañó a su padre en sus visitas, pero
que con la misma frecuencia se le podía encontrar en el campo con un
libro o su pincel, —agregó con cariño.
John se sobresaltó ante su ultimo comentario y miró con interés
a Margaret por su respuesta.
—Es verdad, estoy familiarizada con todas las hermosas vistas de
la zona, —dijo, agradecida por la astuta navegación de la conversación
por parte del Sr. Bell.
Las velas seguían parpadeando cuando la cena concluyó y los
invitados de Londres se prepararon para salir de la posada. John
solicitó el privilegio de acompañarlos, aún no estaba listo para
renunciar a su tiempo con Margaret.
El corto viaje en carruaje los sacó del pueblo hacia el campo
donde la cabaña de los Thompson se encontraba a una buena distancia
por el camino. Mientras el grupo de Londres se habría paso por el
camino, la pareja comprometida la siguió, deteniéndose fuera de la
puerta después de que los otros hubieran entrado.

213
El horizonte occidental todavía brillaba débilmente con los
últimos vestigios de la refulgencia del día, mientras que la noche más
oscura consumía el cielo del este. El amanecer del día de su boda era
tan cierto como el orden del universo.
Los grillos sonaban su canción nocturna de armonía y paz
mientras el aroma de madreselva y lavanda llenaba el aire fresco y
nocturno.
—No hemos estado solos en todo el día, —murmuró John
mientras extendía la mano para sostener su rostro entre sus manos. Sus
pulgares acariciaron suavemente sus mejillas mientras la estudiaba con
adoración.
—No, —estuvo de acuerdo Margaret sin aliento, incapaz de decir
más. Hipnotizada por su cercanía y su tacto suave, sus sentidos
hormiguearon con la anticipación de su beso.
Acercó su rostro al de ella y besó suavemente sus labios y este
primer toque intimo envió una sensación de hormigueo recorriendo
sus cuerpos. Se detuvo una y otra vez para dar besos suaves y cortos,
sintió que su paciencia largamente practicada se desvanecía
rápidamente a medida que sus pasiones más profundas se agitaban.
Bajó una mano para envolverla en su brazo y acercarla.
Margaret le rodeo la cintura con los brazos, sin prestar atención
a su chal que lentamente se deslizó de sus hombros al suelo.
Sus pulsos se aceleraron cuando sus labios se encontraron más
fervientemente hasta que sus bocas se abrieron, sus lenguas se
mezclaron con una urgencia hambrienta que continúo escalando hasta
que fueron forzados a separarse para recuperar el aliento.
—Margaret te extrañé muchísimo, —jadeó desesperadamente
mientras sus ojos recorrían la luminiscencia de su piel de marfil, su
rostro a solo centímetros del suyo.

214
—Yo también te extrañé, —declaró, sus ojos rogándole que la
entendiera.
Su anhelo inocente enardecía su necesidad de ella, y su boca
buscó refugio en el punto sensible de su cuello, justo debajo de la oreja,
donde su dulce aroma parecía más fuerte.
Margaret jadeó y contuvo el aliento cuando sintió sus labios
acariciarla, instintivamente inclinando su cabeza hacia un lado para
ofrecerle la longitud de su cuello.
El olor fragante de ella y la sensación de su piel sedosa hizo crecer
en John un elixir de deseo, intoxicando sus sentidos. Arrastrando su
boca abierta por la columna de su cuello y sobre su hombro, probo la
piel con la que sus ojos habían festejado toda la noche.
Margaret suspiró suavemente mientras John trazaba un camino
de regreso a su cuello, y se debilitó cuando se rindió a la sensación de
éxtasis provocada por sus ardientes atenciones. Su cálido aliento y su
toque sensual enviaron escalofríos por su columna vertebral.
Agarrando su chaleco para estabilizarse, tembló al sentir que su
resolución virginal se desmoronaba.
—¡John! —Susurró en débil protesta.
Escuchó su voz suave y baja decir su nombre, como el susurro
íntimo de un amante. Dudó un momento cuando sus labios rozaron
suavemente la base de su garganta. Sabía que debía detenerse, pero aún
no podía renunciar a ella, ¡había esperado tanto para amarla! Su pulso
martillaba su anhelo de conocer un poco más de ella. Temblando,
comenzó a mover los labios sobre la piel cremosa y tentadoramente
expuesta por su vestido de noche.
Hechizada por sus avances, Margaret sofocó un gemido y cerró
los ojos cuando sintió que sus labios se acercaban a la suave plenitud
de su pecho agitado.

215
—John —gritó, con la voz quebrada mientras usaba su fuerza
restante—. No debemos… —susurró, tratando de hacer que los dos
volvieran a la razón, lejos del inminente precipicio del deseo.
John se detuvo, su cuerpo gritaba para continuar su búsqueda
placentera, y lentamente levantó la cabeza para encontrarse con su
mirada. Sin vergüenza por su impulso de amarla, sus ojos buscaron los
de ella con ardiente intensidad.
—John, yo… —comenzó Margaret, pero descubrió que no podía
hablar mientras lo miraba a los ojos. Se arrojó a sus brazos, temblado
en su poderoso abrazo al reconocer que no había querido que se
detuviera; sus rodillas se debilitaron al darse cuenta de que mañana no
tendría que hacerlo.
La abrazó con fuerza contra él, acurrucó sus dedos en su cabello
y beso la parte superior de su cabeza con gentil fervor. John se sintió
abrumado por el amor a esta mujer que calentaba su alma con su sola
presencia. Me contentaría con pasar la eternidad de esta manera,
pensó.
—Te amo, —murmuró en voz baja y resonante que calmó la ola
de pasión que los había invadido.
—Oh, John —respiró, abrazándolo más cerca—. Te amo mucho.
Permanecieron de pie, encerrados en un abrazo reconfortante
durante varios minutos, hasta que Margaret se movió.
—No necesitamos decir buenas noches mañana, —le recordó
melancólicamente, deseando poder quedarse en sus brazos para
siempre.
Las comisuras de su boca se volvieron hacia arriba cuando
reconoció su renuncia a separarse de él.

216
—Me veo obligado a dejarte por última vez, pero de ahora en
adelante no te libraras de mí, —advirtió John, con un brillo burlón en
sus ojos, ocultando su profunda necesidad de saber que ella nunca se
cansaría de su presencia.
—¡Nunca desearé librarme de ti! —lo reprendió por decir tal cosa.
Sonriendo tímidamente ante su seguridad, sus ojos bajaron y
vieron su chal caído. Lo recuperó galantemente y cubrió
cuidadosamente la extensión de piel que aún le hacía señas para ser
tocada.
—Buenas noches mi amor, —dijo en voz baja mientras se inclinaba
para besar sus labios una vez más.
Margaret se encontró con su beso y lentamente y con ternura
movió sus labios en sintonía con los suyos por un momento más hasta
que ambos se separaron.
—Buenas noches, —respondió.
John le devolvió la mirada, atónito por la facilidad con que su
suave beso lo había incendiado. Le dedicó una sonrisa melancólica con
un leve movimiento de cabeza antes de que ella se volviera para abrir
la puerta y desapareciera dentro.
Volvió por el camino hacia el carruaje que esperaba, mirando
hacia la extensión interminable de estrellas brillantes. No pudo
reprimir la sonrisa que lentamente se extendió por su rostro cuando
sintió que el mundo se abría hacia él. El futuro, su futuro, yacía brillante
ante ellos, todo era posible ahora que Margaret estaría a su lado.
Su única tarea ahora era dormir, para que pudiera comenzar el
día siguiente.

217

Margaret se despertó después del amanecer con los sonidos


pacíficos de la primavera. Se levantó y camino hacia la ventana,
quitando las cortinas para saludar el día. El sol comenzaba su ascenso
hacia el cielo, enviando rayos de sol filtrantes a través de las ramas del
gran roble donde una reunión de pájaros cantaba alegremente sus
conversaciones matutinas, sin preocuparse de que este día tuviera un
significado especial.
Margaret respiró profundamente y sonrió mientras contemplaba
la escena que tenía delante. Hoy era el día de su boda. Sería perfecto.
Cuando era joven, había soñado con este día como suponía que
todas las chicas lo hacían: que el día de su vida se vería y se sentiría
como una princesa hermosa, gloriosamente adornada y que su esposo
seria guapo. Pero a medida que crecía, descubrió que no se detenía en
el tema tanto como otras chicas. No había sido como Edith, que había
imaginado vívidamente todos los detalles de su boda desde que tenía
ocho años.
De hecho, Margaret se dio cuenta de que no había pensado
demasiado en el matrimonio en los últimos años. Ciertamente, la idea
había estado en algún lugar de la periferia de su pensamiento, pero
había estado demasiado involucrada en su entorno, absorbiendo el
mundo a su alrededor y aprendiendo cosas nuevas, que no había
sentido la necesidad de nada ni de nadie para hacerla feliz. La fantasía
de niña se había vuelto débil para ella con el tiempo. Contemplo que
algún día se casaría con alguien inteligente y amable, que no eludía la
obligación y el deber, o pretendía ser algo que no era. Había estado
segura de que reconocería a ese hombre si lo tuviera en frente.

218
No lo había visto en John, al principio no. El espantoso horror
de su primer encuentro le había impedido percibir algo más allá de lo
que había visto. Lo había considerado frio y despiadado, ya que sus
prejuicios le habían advertido al llegar a la ciudad del norte que nunca
había deseado visitar un lugar así y mucho menos vivir.
Con el tiempo había aprendido lentamente, se vio obligada a
regañadientes, a ver quién era realmente. Fue su amabilidad y
honestidad lo que la había ganado y su amor. John la había amado
tranquila y persistentemente sin que lo supiera. Se había sentido
abrumada al descubrir sus verdaderos sentimientos hacia ella y aún
más abrumada al darse cuenta lentamente de que no podía dejar de
pensar en él.
John era todo lo que ella había querido en un esposo y más. No
podía imaginar casarse con nadie más. No pudo evitar amarlo; parecía
tan natural que debían estar juntos. Sí, por eso estaba tan feliz hoy, sería
lo más natural del mundo casarse con él. Nada más podía sentirse tan
bien, tan placentero.
Todavía estaba tranquilamente parada en la ventana cuando
Dixon llamó a la puerta para comenzar los primeros preparativos del
día.

Las manos John descansaban sobre el alfeizar de la ventana


abierta de su habitación en la antigua posada del pueblo mientras se
inclinaba para mirar el paisaje. Podía ver el campanario y el techo de
pizarra de la iglesia donde se casaría. ¿Por qué llamarlo una boda
matutina, pensó burlonamente, cuando estaría más cerca del medio día

219
antes de que comenzara? Había estado listo durante casi dos horas y
todavía tenía casi otra hora para esperar.
Estaba desconcertado y perplejo por estar tan agitado en esta
mañana. Se había quedado dormido sin mucha dificultad la noche
anterior, sintiéndose relajado y feliz, por lo que se sorprendió al
encontrarse cada vez más inquieto y ansioso a medida que avanzaba la
mañana. No pudo racionalizarlo. No cuestionaba su decisión, no;
nunca había estado tan seguro de sus intenciones en su vida.
No ayudó que pudiera escuchar el agudo gorjeo de la voz de su
hermana desde el otro lado del pasillo mientras se preparaba para el
próximo evento.
Escuchó unos suaves golpes en su puerta
—¡Sí, adelante! —gritó más bruscamente de lo que pretendía—.
Madre, —reconoció con una mirada superficial mientras ella entraba,
pero luego sacudió la cabeza para mirarla de nuevo. Se sorprendió al
ver que llevaba un vestido nuevo y elegante con mangas largas y cuello
de encaje blanco en un tono, halagador, verde pálido—. Te ves muy
bien, —la felicitó, su semblante se iluminó al verla. No la había visto en
otra cosa que en negro durante casi veinte años.
—Hoy mi único hijo se casa, —declaró orgullosamente con la
barbilla en alto—. Me alegraré contigo, —anunció con determinación,
mientras su rostro recorría sus hermosos rasgos con afecto y orgullo.
Hannah extendió la mano para sostener el rostro de su hijo en
sus manos, su corazón lleno de anhelo conmovedor por decirle cuánto
lo amaba, cuánto había significado para ella todos estos años.
—John… —comenzó, pero no pudo encontrar las palabras ya que
las lágrimas amenazaban con caer de sus ojos.

220
John tomó la mano de su madre suavemente entre las suyas y le
dio un tierno beso.
—Gracias madre, —dijo suavemente en voz baja y reconfortante.
Sus ojos intentaron transmitir todo lo que quedaba sin decir entre
ellos: cuán agradecido estaba John por su inquebrantable guía y apoyo
durante esos largos años de prueba profunda y cuánto apreciaba su
firme devoción y su amoroso cuidado.
Hannah bajo la cabeza para recuperar la compostura y la levantó
para mirarlo con renovada admiración.
—¿Estás listo? —preguntó finalmente, ocupada con la tarea
superflua de enderezar su corbata blanca. Estaba resplandeciente con
su levita azul oscuro, su chaleco blanco y sus pantalones gris pálido.
John dejo escapar un profundo suspiro:
—He estado listo por mucho tiempo y he estado esperando mi
momento, —le informó con exasperación mientras comenzaba a
caminar por la corta longitud de su habitación, sus palabras parecían
renovar su impaciencia.
Hannah sonrió interiormente ante su inquietud. Era un hombre
de propósito y no podía soportar la ociosidad. Estaba listo para
comenzar los eventos del día y necesitaba algo para ocuparlo.
—Deberías dar un paseo para pasar el tiempo, —suspiró.
—Ya he salido madre, —le dijo con cansancio mientras cruzaba la
habitación de nuevo.
—Entonces sal de nuevo, —le dijo con firmeza—, no le harás bien
a la alfombra aquí, —le dijo dándole una mirada aguda mientras una
sonrisa cruzaba su rostro.

221
John sonrió con tristeza y le dio un beso en la mejilla antes de
salir por la puerta, dejando a Hannah pararse contemplativamente un
momento antes de verificar el progreso de los preparativos de su hija.
Estaba bajando las escaleras hacia el piso principal cuando
apareció Higgins.
—¡Higgins! —el inquieto novio lo saludó, contento de ver a su
amigo.
Higgins parecía apuesto con su atuendo de caballero gris y negro,
aunque se irritaba con el incómodo pañuelo que el tiraba de la garanta.
—Pensé que vería si podía ser de alguna ayuda. Creo que es mi
deber ver que cumplas con tu tiempo, —dijo con una leve sonrisa—. Y
sé que un hombre puede ponerse nervioso esperando su hora —
comentó sagazmente.
John se rio de buena gana ante la astuta evaluación de Higgins de
su propio comportamiento inquietante esta mañana.
—Entonces tal vez podrías unirte a mí para dar una vuelta por el
pueblo. Mi madre me informa que no sirvo para nada aquí, —
respondió con humor.
—Me alegra estar de servicio, —bromeó Higgins mientras se
dirigían a la puerta

Dixon terminó de fijar algunas flores de azahar en el cabello de


Margaret cuando Edith entró corriendo a la habitación para ver a su

222
prima antes de que llegaran los carruajes. Después de colocar
cuidadosamente el velo de la Sra. Thornton en su cabeza como el
toque final, Dixon dio un paso atrás cuando Margaret se levantó de su
asiento en el tocador para verse en el espejo largo junto al armario.
La falda completa y el corpiño ajustado de su vestido eran de una
suave seda blanca superpuesta con encaje fino, el escote se abría en la
parte delantera incluso cuando el tul y el encaje se juntaban para rodear
su cuello en la espalda. Sus mangas largas y delgadas eran de tul puro
con el patrón de encaje en el puño, haciendo que sus manos parecieran
pequeñas y delicadas. El ribete festoneado del velo cayó justo por
encima de los codos a los lados y se inclinó hacia abajo para cubrir su
espalda.
—¡Oh, Margaret, eres una imagen de belleza!
Edith se entusiasmó con una sonrisa melancólica, sintiendo
felicidad por el alegre día de su prima, pero sintiendo el vacío
inminente de su ausencia de la casa de Londres.
Tía Shaw entró en la habitación para admirar a su sobrina con su
traje de novia.
—Es tan hermosa como su madre, —comentó Dixon,
parpadeando para contener las lágrimas—. Ojalá tu madre pudiera
verte ahora, señorita Margaret, —agregó solemnemente—. Llevaba esas
mismas perlas —agregó con nostálgica importancia.
Margaret acercó su mano al collar de pelas alrededor de su cuello
en recuerdo de su madre. Los pendientes de perlas que llevaba
también eran de su madre.
—Te ves hermosa, Margaret, —estuvo de acuerdo la tía Shaw, con
la esperanza de que su hermana hubiera estado feliz por Margaret este
día.

223
—Gracias. Gracias a todas por su ayuda, —respondió Margaret
con sincera gratitud a su familia y al fiel servidor de su madre.
Maxwell llamó desde el salón de abajo para informarles que el
primer carruaje había llegado.
—El Sr. Bell debería llegar momentáneamente. Te veremos en la
iglesia. ¡No llegues tarde y no olvides tu ramo! —Edith ordenó antes
de salir de la habitación con los demás.
Margaret se alegró de tener unos momentos tranquilos para estar
sola. El ajetreo a su alrededor había comenzado a desmantelar la
serenidad que había mantenido toda la mañana.
Miró con cariño las rosas que John le había enviado esta mañana:
una docena, eran amarillas y otra de color blanco cremoso. Edith había
agrupado varias de cada una con una cinta de raso como un elegante
ramo de novia.
Margaret recogió la nota que le había enviado y la leyó una vez
más.

Mi querida Margaret

Mi corazón se ha acelerado desde que prometiste ser mía en la


estación hace cuatro semanas.
Todas mis esperanzas se cumplirán cuando me des tu mano en
el altar hoy. No puedo imaginar mayor felicidad que estar casado
contigo, mi amor.

224
Ningún hombre podría amarte más que yo, y ninguna mujer
podría ser más atesorada.
Soy tuyo para siempre,

John

Sintió que su estómago se tensaba de emoción al pensar que


incluso ahora podría estar parado en la iglesia, esperándola. En ese
momento, el Sr. Bell llegó para escoltarla en lugar de su padre y su
hermano ausente.
—Te ves radiante, querida, —profesó con vigorosa sinceridad,
mientras la ayudaba a subir al carruaje. Se sintió honrado de realizar
este servicio para su amigo y muy contento de ver lo feliz que se veía
Margaret. No se habría sentido cómodo regalándola a ningún hombre
común, pero confiaba en que Thornton alentaría y protegería esas
cualidades especiales en Margaret que la hacían tan única.
Cuando llegaron al pueblo, Margaret preguntó si podrían
caminar la última parte del camino y se bajaron del carruaje para pisar
las calles que ahora conocía tan bien. Las campanas de la iglesia
sonaron al acercarse y Margaret sonrió al ver que Edith había esparcido
pétalos de flores a lo largo del camino cercano, así como en las
escaleras de granito que conducían a las pesadas puertas de madera de
la iglesia.
Al entrar, la invadieron los recuerdos de su padre. Se detuvo para
hablar en voz baja con su padrino.

225
—Siento tanto la presencia de mi padre en este lugar, me temo
que pueda llorar, —confesó preocupada.
—No harás tal cosa, tu padre desearía que hoy seas gloriosamente
feliz y honrarás mejor su memoria al pensar en él con alegría, —
aconsejó con firmeza—. Tu padre pensaba bien del señor Thornton.
Le agradaría verte casarte con un hombre de tan excelente carácter, —
comentó con confianza.
Sus palabras tocaron un acorde dentro de ella y renunció al
sentimiento de tristeza a cambio de cálidos recuerdos de amor y
felicidad.
—Gracias, señor Bell, —dijo, dándole una mirada de agradecida
admiración.
El órgano anunció la llegada de la novia y Edith le hizo señas
desde la entrada de la nave:
—Es hora, —anunció simplemente con una sonrisa
tranquilizadora, antes de girarse para preceder con reverencia a la novia
por el pasillo como la dama de honor que era; luciendo un sencillo
vestido azul pálido, y su sombrero adornado con delicadas flores
blancas.
Margaret respiró hondo y miró a todos los que estaban reunidos,
antes de que el Sr. Bell la guiara por el pasillo. Su corazón se aceleró
para vislumbrar su intención de estar con John junto al altar, pero
determinó que reconocería a los asistentes cuando los pasara antes de
centrar su atención en él.
Observó a algunos de los aldeanos mayores que habían oído que
la hija del vicario se iba a casar, sentados cerca de la parte de atrás.
Dixon la miró orgullosamente desde un banco medio mientras las
lágrimas corrían por sus mejillas. Sostenía a Sholto firmemente en sus
fuertes brazos.

226
Maxwell y tía Shaw sonrieron cálidamente mientras avanzaba
hacia el frente y Maxwell le dio un guiño alentador mientras lo pasaba.
Vio a Fanny y a su esposo a la derecha y notó de inmediato algo
curiosamente esperanzador sobre la apariencia completa de la Sra.
Thornton, pero no pudo pensar más al acercarse a su lugar en el altar.
John quedó fascinado al verla por primera vez, cuando apareció
en la parte trasera de la iglesia. Preocupado antes por mantener el
control de sus emociones, ahora no le importaba que sus sentimientos
estuvieran expuestos mientras la veía deslizarse lentamente hacia él.
Era indescriptiblemente hermosa, su inocencia y pureza lo
golpeaban hasta el centro. Todavía estaba asombrado de que lo
hubiera elegido, de que la joven que se había negado tan altivamente a
estrecharle la mano, ahora con confianza la colocaría en la suya para
su custodia.
Al llegar finalmente a su lugar, Margaret levantó los ojos para ver
a su amado y fue arrasada por la mirada de amor en sus ojos. La dejó
sin aliento. Nunca antes lo había visto tan llamativamente guapo: el azul
de su abrigo le daba una intensidad al azul de sus ojos, de modo que
sentía que podía ver la pureza y la profundidad de su alma tan
claramente como uno puede ver el infinito en el cielo despejado.
Apenas escucharon las palabras del vicario cuando comenzó el
servicio, tan unidos estaban uno frente al otro, anhelando el momento
en que se les debía permitir tocarse.
Respondieron clara e inequívocamente a la solicitud del vicario
de su consentimiento para casarse, prometiendo amarse, honrarse y
mantenerse el uno al otro mientras ambos vivan; con un profundo
—“Yo lo haré”

227
El Sr. Bell luego felizmente cumplió con su deber de presentar a
la novia, dándole a Margaret una sonrisa alentadora y un beso en la
mejilla antes de sentarse en el banco delantero para observar los
procedimientos.
Al fin se le ordenó al novio que tomara la mano de la novia.
John miró a su novia con asombro y afecto inexpresivo mientras
se movía para ofrecerle su mano.
Cuando Margaret puso su mano en la de él, un escalofrió de
alegría la recorrió al sentir la calidez reconfortante y la fuerza de su
toque. Sintió que había encontrado su hogar legítimo. El mundo se
cerró a su alrededor, de modo que parecían estar solos ante el ministro
cuando comenzaron a repetir sus votos sagrados.
Con los ojos reverentes y tiernos fijos en su novia, John enunció
su promesa solemne:
—Yo, John Thornton, te tomo a ti, Margaret Hale, como mi
esposa, para cuidarte y honrarte, de hoy en adelante, para bien y para
mal, en la riqueza y en la pobreza, en la enfermedad y en la salud, para
amar y apreciar, hasta que la muerte nos separe, de acuerdo con la
santa ordenanza de Dios; y por eso te doy mi mano. —Su voz era baja
y firme, atrapando brevemente la emoción por la palabra “apreciar”.
Terminó con una sonrisa entrañable que iluminó su rostro al notar las
lágrimas que llenaban los ojos de Margaret.
Un nudo se formó en la garganta de la Sra. Thornton cuando
escuchó a su hijo hablar y vio la cara de Margaret brillar con genuina
adoración. Esperaba que la devoción de la niña perdurara.
La voz de Margaret tembló de emoción cuando comenzó a hacer
sus votos, pero se hizo cada vez más fuerte al sentir la convicción de
cada palabra con cada fibra de su ser.

228
—Yo, Margaret Hale, te tomo, John Thornton, como mi esposo,
para cuidarte y honrarte desde hoy en adelante, para bien y para mal,
en la riqueza y en la pobreza, en enfermedad y en salud, para amar,
apreciar y obedecer, hasta que la muerte nos separe, de acuerdo con la
santa ordenanza de Dios; y por eso te doy mi mano. —Terminó con
una sonrisa amorosa para su amado, que había escuchado con
asombro maravillado de oír su dulce voz prometiéndose a él.
Se miraron el uno al otro con asombro compartido por el
profundo vinculo que se estaba creando entre ellos cuando deslizó un
anillo de oro en su dedo e hizo su voto final.
—Con este anillo te desposo, con mi cuerpo te adoro y todos mis
vienes mundanos te doy: en el Nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo. Amén.
Se arrodillaron para recibir una bendición y luego se quedaron
en silencio maravillados con las manos juntas mientras el vicario los
pronunciaba marido y mujer.
Cuando terminó el servicio y firmaron el registro, el órgano dio
una conclusión majestuosa cuando saltaron del pasillo cogidos del
brazo en una euforia jubilosa de que la hazaña se había logrado:
¡Estaban casados!
Las campanas de la iglesia volvieron a sonar cuando la pareja salió
a la luz del sol. John envolvió sus brazos alrededor de la cintura de su
esposa y la levantó sobre los pies, haciéndolos girar a ambos en un baile
de exaltación.
Margaret se rio de su exuberancia mientras se aferraba a sus
brazos.
Cuando la bajó, la besó justo cuando los otros comenzaron a
aparecer.

229
Higgins se acercó primero a los recién casados, notando con gran
satisfacción que sus sonrisas no podían ser más amplias.
—Felicitaciones, Thornton. No he visto una novia más hermosa
—evaluó—. Me alegra verlos a ambos tan felices, —le dijo Nicholas a
Margaret después de darle un beso de felicitación—. Estaré ansioso por
verle de nuevo en Milton… Sra. Thornton, —enfatizó con una sonrisa
alegre y un brillo en los ojos.
Margaret lo recompensó con una sonrisa radiante, mareada de
felicidad al escucharse a sí misma llamarse por su nuevo nombre.
Cuando la madre de su esposo se acercó Margaret de repente se
dio cuenta de la razón de su cambio de apariencia: no vestía su atuendo
sombrío habitual, sino que se veía vibrante y juvenil en el pálido tono
verde que había elegido. Hannah Thornton sostuvo la radiante cara de
su hijo en sus manos y le dio un beso antes de llegar frente a su nueva
nuera con una sonrisa feliz.
—¡Sra. Thornton, se ve muy bien! —Margaret se entusiasmó,
mientras sus ojos expresaban la aprobación de su nuevo vestido.
—Mi hijo está muy feliz, Margaret. Me alegraré por él y por ti —
declaró, dándole un beso formal pero sincero de felicitación.
Margaret se emocionó al sentir la verdadera alegría de su suegra
el día de su boda.
Las felicitaciones de Fanny fueron algo reservadas. No estaba
segura de si debía estrecharle la mano a Higgins, porque se sentía
menospreciada porque John no había elegido a Watson como padrino
de boda, ¡sino que le había pedido al problemático líder sindical que
se pusiera a su lado! Estaba sorprendida de que Margaret tuviera a su
hermano tan bien enrollado alrededor de su dedo meñique. Fanny
también se había entristecido esta mañana al descubrir que su madre
había hecho de la boda de John una ocasión para abandonar su

230
atuendo habitual, cuando solo se había puesto gris opaco en su propia
boda varias semanas atrás.
El desayuno de bodas en la posada fue un evento agradable para
el pequeño grupo. Los recién casados se perdieron en una neblina de
alegría extática por su nuevo estatus como marido y mujer y el tiempo
pasó rápidamente.
Llegó un carruaje abierto para alejar a los novios y todos se
reunieron afuera para despedirse. Nicholas les advirtió que se cuidaran
el uno al otro y prometió hacer todo lo posible para cuidar el molino
en ausencia de Thornton. Los ojos de Edith se llenaron de lágrimas
mientras se despedía de su prima, mientras Hannah abrazaba a su hijo
por un breve momento antes de ayudar a Margaret a subir al carruaje.
Margaret notó que la cara de Dixon temblaba de emoción cuando la
criada vio a su, ahora señora, partir con su esposo.
Maxwell gritó que debían tomar un largo viaje para que la cabaña
quedara desocupada a su regreso.
John acercó a su esposa y la rodeó con el brazo mientras
recorrían las calles del pueblo.
—¿Está feliz, señora Thornton? —le preguntó con una sonrisa
radiante.
—Lo estoy, señor Thornton, —respondió simplemente,
mirándolo a los ojos y devolviéndole una sonrisa igualmente brillante.
Una vez fuera de la aldea, los recién casados intercambiaron
sonrisas y se robaron besos mientras miraban intermitentemente el
paisaje del campo. Las ultimas flores de color lila de la temporada
difundieron su aroma fragante, y arbustos frondosos a lo largo del
camino mientras la exuberante hierba verde de brezo se agitaba con la
brisa.

231
John se sobresaltó cuando Margaret llamó de repente para
detener el carruaje.
—¿Qué es? —preguntó, con el ceño fruncido por la preocupación.
Margaret se volvió hacia él con una sonrisa tranquilizadora.
—Me gustaría mostrarte uno de mis lugares favoritos, anunció, su
rostro iluminado con alegre anticipación para compartir sus delicias
con él.
Felizmente la ayudo a salir del carruaje y le indicó al conductor
que los esperara mientas la seguía pasando un matorral de saúco y
arbustos de espino a un terraplén suavemente inclinado que bordea un
arroyo poco profundo.
Se detuvo en un claro de pastos bajos. Unas pocas rocas gigantes
vigilaban cerca del arroyo, cuyas piedras lisas habían sido pulidas por
el flujo del agua durante cientos de años. Un bosque arbolado comenzó
en el otro lado, creando una sensación aislada en el lugar abierto donde
se encontraban.
—¿No es encantador? —preguntó esperanzada—. Solía venir aquí
todo el tiempo en verano para caminar en el agua, —le dijo mientras se
acercaba a la orilla del arroyo.
John rompió la mirada fascinada de su novia para ver la escena a
su alrededor.
—Es hermoso, —reconoció honestamente, aunque actualmente
estaba más cautivado con la belleza de su esposa que con la vista de los
alrededores.
Cuando se volvió para ver a Margaret una vez más, la encontró
quitándose de los pies sus zapatillas de satén. Observó fascinado
mientras levantaba cuidadosamente sus faldas y enaguas para pisar las
piedras planas que estaban sumergidas en el agua que fluía.

232
—¡Oh! —exclamó—, ¡esta fría! —se rio suavemente para sí misma y
luego miró a su esposo—. ¡Ven! —lo llamó con una sonrisa tan inocente
y alegre que no pudo resistir.
Sacudió la cabeza con incredulidad mientras se sentaba en una
roca, complaciente con su esposa para quitarse medias, zapatos y
rápidamente subirse los pantalones.
Contuvo el aliento rápidamente para sentir el agua correr sobre
sus pies cuando entró en el arroyo cerca de ella.
—Muy fría —declaró.
Margaret le sonrió y algo se revolvió profundamente dentro de
él. Estaba gloriosamente radiante, asombrosamente hermosa, mientras
estaba parada ahí, sosteniendo su vestido de novia para caminar en la
corriente como una niña. Esta era su esposa, pensó. Sus días nunca
volverían a ser aburridos y lúgubres, pero estarían llenos de la maravilla
de su espíritu alegre.
John dio un paso adelante para enredar sus brazos alrededor de
su cintura y bajó reverentemente su rostro al suyo, irresistiblemente
atraído hacia sus labios: el agua corriendo y una ocasional alondra, era
el único sonido a su alrededor.
La besó por todo lo que había significado para él en el pasado y
por la alegre promesa de todo lo que le esperaba.
Margaret sintió que su beso desataba todas las posibilidades del
futuro a medida que sus almas se fundían en una sola.
Era un espectáculo para la vista, pero no había nadie para verlo.
El fabricante de algodón de Milton y la hija del vicario de Helstone se
encontraban besándose a mitad del camino en el día de su boda, con
el sol de la tarde radiante sobre ellos. El cielo abierto y las maravillas
de la naturaleza fueron sus únicos testigos.

233
— CAPÍTULO 11—

Los pies de John se entumecieron por el agudo frio del agua que
fluía, pero su corazón estaba cálido de amor por la mujer que sostenía
en sus brazos. Lentamente la liberó de su tierno beso.
—¿Es así como pasaremos nuestras vacaciones? —se burló de ella,
asombrado por su capacidad de sorprenderlo constantemente—. ¿Me
mostraras algo de tu mundo todos los días, para que finalmente me
convierta en un habitante rural despreocupado? —presionó, mientras
miraba con adoración su rostro, a solo centímetros de suyo.
—¿Nunca has caminado en una corriente? —indagó con
curiosidad, detectando algo un su tono, un receló ante la maravilla
infantil de explorar todas las cosas nuevas.
Sacudió la cabeza con cierta vergüenza al confesar que nunca
había experimentado un placer tan simple. El río en Milton era
profundo y sucio con años de desechos de las fábricas y rara vez había
visitado el campo.
Su corazón estaba con él por los años que había trabajado duro,
mientras que otros de su edad habían jugado. Había pasado sus años
en una ciudad con pocas oportunidades de escapar de sus confines
estructurados. Margaret determinó de inmediato que debía conocer la
alegría de vivir en el campo, donde la naturaleza dominaba los patrones
de la vida cotidiana y las construcciones y regulaciones de los hombres
eran menos evidentes.
—Entonces, sí, será mi deber mostrarte todo lo maravilloso de
vivir aquí, —declaró con confianza mientras lo miraba con afecto.

234
John sonrió ante su determinación y la besó fervientemente por
su compasión, ansioso por comenzar de inmediato la gloria de su
tutela. La guío cuidadosamente por la cintura, mientras los amantes
salían del arroyo hacia la orilla cubierta de hierba. Margaret levantó sus
faldas hasta que estuvo a salvo en tierra firme.
Regresaron al carruaje; Margaret con las medias de seda mojada
en zapatillas que alguna vez estuvieron secas y John en sus pies
descalzos, llevando sus zapatos a su lado.
Sentados en el carruaje abierto una vez más, se sonrieron
mutuamente en el secreto compartido de lo que habían hecho cuando
John la atrajo cómodamente contra él con un fuerte tirón de su brazo
curvado. Margaret descansó la cabeza cómodamente sobre su hombro
mientras conducían un poco más hacia el campo antes de darse la
vuelta para dirigirse a la cabaña.
Por fin, llegaron a la casa de campo que sería su refugio privado.
El conductor bajaba el baúl del novio mientras John ayudaba a su
esposa a salir del carruaje.
Cuando la pareja llegó a la puerta, John cargó a su novia para
llevarla al umbral. Margaret jadeó sorprendida, pero felizmente
envolvió sus brazos alrededor de su cuello. La última vez que la había
abrazado, ella parecía sin vida y frágil: un tenue sueño de amor y
felicidad. Ahora, estaba viva y vibrante y le prometía todo.
Al entrar a la cabaña, sintió el impulso de continuar subiendo las
escaleras y entrar en la habitación para reclamar su privilegio como
esposo, pero se detuvo en el vestíbulo al pie de las escaleras. Estaba
decidido a esperar hasta que fuera el momento adecuado. No deseaba
parecer autoritario.

235
—Creo que se supone que debes llevarme solo hasta el umbral de
nuestra casa, —enfatizó Margaret juguetonamente, disfrutando de la
demostración de su fuerza y la sensación de sus brazos sobre ella.
—Debo tomar todas las precauciones para asegurar mi gran
fortuna, —respondió con alegría mientras la dejaba a regañadientes,
agarrándola por la cintura.
Margaret sonrió en respuesta, pero bajó la cabeza tímidamente,
de repente consiente de que ahora estaban solos y las horas anteriores
a ellos habían sido improvisadas.
—Debería cambiarme a mi vestido de día, —vaciló, su mirada aún
hacia abajo—. Me temo que mi vestido está un poco mojado, —explicó
con una sonrisa irónica mientras volvía a mirarlo.
John asintió débilmente mientras intentaba ignorar las imágenes
cautivadoras que ya se estaban formando en su cabeza y la observó con
tristeza mientras subía las escaleras.
—Si necesitas ayuda… —se oyó llamarla, dándose cuenta de
inmediato, con cierta mortificación, de cómo debía parecer su oferta.
Margaret se detuvo ante sus palabras y de repente se dio cuenta,
con una oleada de ansiedad de que, sin Dixon, realmente necesitaría
su ayuda para quitarse el vestido de novia.
—Sí…, —tartamudeo sin aliento, aún congelada en las escaleras—
Necesitare tu ayuda, —terminó, su corazón comenzó a latir
salvajemente mientras continuaba subiendo las escaleras.
El corazón de John golpeó en su pecho al escuchar su respuesta,
aturdido por su pedido. Se quedó inmóvil por un momento mientras
sus ojos abiertos la observaban ascender lentamente al piso superior.
Saliendo del aturdimiento por fin, la siguió en silencio.

236
Se estaba quitando los pendientes, sus manos temblaban
nerviosamente, mientras entraba por la puerta. Se desabrochó el
broche de su collar mientras John estaba parado justo dentro de la
puerta, escaneando silenciosamente la habitación que compartirían.
Inmediatamente satisfecho con su encanto, echó un vistazo a la
orientación ordenada de los muebles simples, su mirada
inevitablemente atraída hacia la cama que estaba colocada
prominentemente en el centro de la habitación.
Margaret sintió que sus ojos la seguían mientras cruzaba la
habitación hasta el armario, el susurro de sus faldas y enaguas
anunciaba su presencia agobiante.
Esperó pacientemente su dirección, sin creer que debía estar ahí,
esperando para ayudarla a desnudarse. La observó mientras sacaba un
vestido del armario y lo colgaba en la puerta abierta. Sintió una
punzada de dolorosa compasión al reconocer su nerviosismo.
Finalmente, retorno para ofrecerle la espalda.
—Todos los cierres están en la parte posterior, —explicó,
intentando sonar compuesta, como si fuera una rutina normal y no una
ocasión extraordinaria.
John cruzo la habitación hacia ella, fingiendo una actitud
tranquila que desmentía su aprensión. Ya estaba inestable ante el mero
pensamiento de su tarea, y no estaba seguro de la fuerza de su
resolución para completarla de la manera que ella esperaría.
Cautelosamente comenzó a desatar los pequeños ganchos en su
cuello, maldiciendo silenciosamente a sus dedos mientras comenzaban
a templar ligeramente. La delicada tela caía mientras trabajaba,
exponiendo primero su cuello y luego una parte de su espalda. Cuando
se inclinó un poco, el aire se inundó con el aroma a jazmín y la piel
sedosa de su cuello a solo centímetros de su rostro. Sus ojos bebieron

237
la visión que tenía delante. Incapaz de resistir su encanto por más
tiempo, se inclinó aún más para colocar un delicado beso en la curva
de su espalda.
Margaret contuvo el aliento al sentir sus labios y cerró los ojos
con expectación sin aliento.
Al no sentir resistencia, intercaló besos ligeros desde su cuello
hasta su espalda, siguiendo sus manos mientras continuaba
desabrochando sus ganchos hasta su cintura. Cada roce de sus dedos
enviaba escalofríos por la columna vertebral de Margaret.
Margaret comenzó a tirar de sus puños para liberar sus brazos de
las mangas delgadas y John se movió para ayudarla, deslizando sus
manos sobre su espalda y sobre la pendiente curva de sus hombros
desnudos, permitiendo que el vestido se deslizara hasta su cintura. La
sensación de su piel suave y la sugestión del gesto hicieron que su
corazón latiera con fuerza por su deseo de experimentar más de ella.
Su resolución se derritió en el ferviente calor causado por su belleza.
John, impotente para resistir la tentadora suavidad de su piel
desnuda, sus manos acariciaron sus hombros y brazos cuando su boca
encontró la curva de su cuello y siguió la suave pendiente hasta su
hombro.
Margaret sintió que su interior temblaba ante su toque, su pulso
se aceleró ante sus íntimos avances. Cuando deslizó suavemente su
mano sobre la de ella, se dio la vuelta para mirarlo, sus ojos brillaron
de anhelo.
Su esposo la miró y la abrazó, fusionando su boca con la de ella
con un fervor que la excitó, incluso mientras temblaba con su feroz
posesión. La agarró con más fuerza, reclamándola con la boca y la
lengua, desesperado por unirse a ella. Se sintió caer en el abismo de

238
sus deseos más oscuros, su autocontrol se desvaneció cuando sus
brazos se envolvieron alrededor de su cuello.
John separó sus labios de los de ella para mirarla a los ojos.
—Margaret, —jadeó—, ¿te acostarías conmigo?
—Soy tuya, John —susurró, mirándolo fijamente para que supiera
que su alma le pertenecía.
Sus ojos brillaron al reconocer que todo lo que hasta ahora había
sido prohibido, ahora era suyo.
John volvió su boca a la de ella, besándola tiernamente mientras
sus manos temblaban para aflojar los lazos de la tela del corsé.
Margaret movió sus manos hacia su pecho y lentamente empujó
sus solapas para instarle a que se quitara el abrigo, lo que le hizo gemir
fuerte en anticipación de su participación voluntaria.
Se separó de ella para liberarse de su levita azul, arrojándola para
aterrizar en una silla antes de regresar a su delicada tarea. Tan pronto
como reanudó su atención a los cordones de su corsé, sintió que los
dedos de su esposa se movían para liberar los botones de su chaleco.
Apenas podía respirar. La idea de que lo deseaba, le prometía
una dicha tan profunda que consideraba que su fastidioso gesto era una
tortura insoportable.
Gentilmente retiró sus manos de su propósito y la beso a la vez,
y en silencio se comunicaron entre sí con los ojos.
Margaret se movió para pasarse su vestido sobre su cabeza, su
impotencia en la tarea desalentadora requería tácitamente su ayuda.
Con la ayuda de John, la seda se deslizó fácilmente sobre su torso
y rozo su cabello, aflojando los alfileres. Colocó el vestido
cuidadosamente sobre la silla y comenzó a desabrocharse el chaleco

239
mientras ella desabrochaba el cierre de su crinolina y sus enaguas.
Rápidamente se desnudaron en silencio, rozándose uno al otro,
asombrados de lo que estaba sucediendo.
Por fin, John se quedó solo usando sus calzoncillos ya que
Margaret todavía se retorcía para quitarse el corsé, vestida con su futan
sin mangas.
Cuando Margaret termino de quitarse los alfileres del cabello y
sus mechones castaños cayeron sobre los hombros; alzo la mirada
hacia John y su aliento se aceleró al verlo. Sus ojos recorrieron la forma
cincelada de su pecho y la forma musculosa de sus brazos. Su presencia
era dominante y, sin embargo, detectó algo de su vulnerabilidad. Le
dolía por tocar la amplia extensión de su piel y anhelaba sentir su fuerte
posesión.
El corazón de John latía con fuerza y rapidez mientras se movía
para cerrar la distancia entre ellos. La tomó en sus brazos y la beso.
Margaret se estremeció al sentir la presión de su pecho desnudo
contra la delgada tela de su fustán y voluntariamente abrió la boca hacia
él para experimentar sus besos más profundos. Temblando, colocó sus
manos contra la superficie lisa de su espalda.
Su pasión aumentó rápidamente, enviando sus manos a explorar
las curvas de su cuerpo ahora sin ataduras por capas de pertrechos
femeninos.
Margaret se derritió cuando sus manos se deslizaron sobre sus
senos y hasta su cintura, sus palmas acariciando la curva de sus caderas
con dolorosa lentitud.
Tiró de la tela en sus caderas, desesperado ahora por eliminar
todos los límites entre ellos.

240
Margaret se liberó de él y lo miró a los ojos. Sin decir una palabra,
se movió a la cama y removió hábilmente su fustán con un movimiento
fluido, dejándolo caer al piso. Retiró las mantas y se metió en la cama.
Mientras lo hacía, recordó algo de lo que Edith le había explicado. Con
las rodillas ligeramente flexionadas para estabilizarse, se quedó sentada
esperándolo mientras lentamente acercaba sus ojos a los de él.
John la miró como una diosa, porque en verdad, solo había visto
tal visión representada en pinturas y esculpida en mármol, nunca en
carne viva. Su pulso se martilló y tragó saliva al darse cuenta de que ella
le revelaba su belleza solo a él. Su forma suave y bien formada era
presentada para su placer.
Rápidamente se acercó a la cama y se sentó en el borde junto a
ella, sus ojos exploraron la gloria de su esposa hasta que se encontraron
con los suyos, la miró maravillado y hundió los dedos en su cabello
para agarrar su cuello y atraerla hacia él. La besó tiernamente al
principio y luego con más fervor hasta que, temblorosamente, la
empujo sobre las almohadas. Al romper el contacto con su boca, sus
labios rozaron rápidamente su garganta. Continúo trazando su rumbo
hacia abajo, llevándose a la boca la carne rosa que se alzó
tentadoramente para encontrarse con él.
Margaret gritó con agradable sorpresa, arqueando la espalda
instintivamente para darle más de sí misma y pasando los dedos por su
cabello en la nuca de él.
Inflamado por su reacción, John se movió para cubrirla con su
cuerpo, bajando cautelosamente todo su peso sobre ella y continuó con
sus maravillosas atenciones mientras Margaret gemía suavemente
debajo de él, hasta que no pudo soportarlo más.
Acerco su rostro al de ella y cada uno se sonrojó de deseo.

241
—Margaret, solo quiero amarte, —dijo en voz áspera,
advirtiéndole de su urgente necesidad. Su cuerpo ansiaba su
realización.
—Lo sé, —le aseguró suavemente, mirándolo amorosamente a los
ojos.
John buscó su rostro con tierna adoración antes de levantarse de
la cama para quitarse los calzoncillos.
Margaret apartó la mirada modestamente por un segundo, pero
volvió a mirarlo con asombro y sin aliento, al ver lo que se le había
revelado. Un jadeo silencioso quedó atrapado en su garganta cuando
ella vislumbró la medida de su virilidad antes de que su esposo trepara
sobre ella otra vez.
Acerco su rostro al de ella para un suave beso, su cuerpo tembló
de emoción, antes de moverse para encontrar su camino. Lento pero
firmemente, se sentó dentro de ella. Un suave gemido escapo de sus
labios cuando sintió su calor rodearlo. John se detuvo un momento
para verla estremecerse y luego se bajó para besar suavemente su frente
antes de comenzar un movimiento lento y rítmico.
Levantó la cabeza y se cernió sobre ella, cerrando los ojos en el
éxtasis de las sensaciones que lo vencían.
Margaret observó su rostro con fascinación cuando su ritmo se
aceleró, tensándose con una anticipación incierta al sentir el peso y la
fuerza de su cuerpo tenso. Dejo que sus dedos exploraran lo contornos
de sus musculosos brazos mientras sus movimientos aumentaban en
intensidad hasta que John de repente gritó de placer y se quedó quieto,
ella lo sintió estremecerse de alivio antes de que se derrumbara sobre
su pecho.
Está hecho. Se habían unido verdaderamente como marido y
mujer. Abrumada por la importancia de lo que habían hecho y

242
asombrada por el poder que su propio cuerpo tenia para complacerlo,
sintió lagrimas brotar de sus ojos y John comenzó a cubrir su rostro
con suaves besos. Estaba gloriosamente feliz de considerar el gran
amor que había engendrado tal evento, y sintió una alegría sin medida
al saber que lo había complacido. Lagrimas calientes corrían por sus
mejillas mientras envolvía sus brazos con fuerza alrededor de su cuello.
John continuó sus suaves caricias hasta que sus labios se
encontraron con la humedad en su rostro. Inmediatamente alarmado,
se movió para levantarse.
—¡Margaret, te he lastimado! —declaró con gran consternación, y
sus ojos llenos de preocupación.
Margaret lo mantuvo con un apretado cierre, manteniéndolo
cerca.
—¡No, no! —rápidamente le aseguró, rogándole con sus ojos que
le creyera. —Estoy feliz —susurró mientras una sonrisa calentaba su
rostro—. Estoy tan feliz, John, —repitió mientras acariciaba suavemente
su cuello y hombros con sus pequeñas manos.
El corazón de John se derritió al escuchar sus palabras. Satisfecho
de que la había amado bien, sintió una profunda alegría al saber que se
alegraba de recibir sus apasionadas atenciones. Asombrado de que lo
amara tanto, los hizo rodar a ambos lados y la atrajo a sus brazos
amorosos, acurrucando su cabeza debajo de su barbilla.
—Mi Margaret, —murmuró en su cabello mientras se aferraban el
uno al otro. Le acarició la espalda y volvió a susurrar su nombre antes
de que ambos quedaran dormidos.
El sol descendió lentamente en el cielo mientras los amantes
dormían, llenando la habitación con el brillo más tenue de la tarde.

243

John se despertó primero y abrió los ojos para encontrar a


Margaret durmiendo en sus brazos. Estudió su rostro con reverente
fascinación, temeroso de moverse para no despertarla. Sus labios
estaban ligeramente abiertos, curvados en una leve sonrisa. Se veía tan
tranquila; su corazón se llenó de amor por esta preciosa mujer.
Seguía asombrado al pensar que le había confiado su cuidado.
Nunca se había sentido más decidido a cuidarla y protegerla de
cualquier daño. Movió su brazo con cuidado para apartar un mechón
de su cabello que había caído sobre su rostro. Margaret se movió un
poco y sus ojos se abrieron.
Observó como el reconocimiento iluminaba lentamente su rostro
y finalmente le sonrió.
Ella le sonrió a cambio, su corazón se retorció con la intensidad
de esa sonrisa.
—¿Hemos dormido mucho? —Preguntó aturdida, no
acostumbrada a tomar una siesta en medio del día.
—Una hora, tal vez —supuso John.
—Deberíamos levantarnos —le contestó, mientras comenzaba a
despertarse por completo, estirando sus extremidades enredadas en las
sábanas y en él.
—¿Deberíamos? —respondió John, sus ojos azules cuestionaron
los de su esposa con un brillo lujurioso, no dispuesto a renunciar a ese
contacto tan cálido e íntimo.
Margaret sonrió tímidamente ante su respuesta.

244
—No podemos permanecer… en el interior todo el día, —protestó,
con ojos luminosos respondiendo a él.
John contuvo la lengua, porque en este momento sentía que no
le gustaría nada más que pasar toda la semana en este mismo lugar,
pero no deseaba abrumarla con su insaciable necesidad de estar cerca
de ella.
—Quizás podríamos demorarnos un poco más —sugirió vacilante
mientras enterraba su mano libre en su cabello y capturaba sus labios
con los suyos en un tierno beso. Incapaz de resistir la sensación
acogedora de sus suaves labios, regresó por más, embelesado por el
hechizo de su respuesta voluntariosa.
Cuando sus besos se profundizaron, Margaret comenzó a frotar
la palma de su mano sobre los sutiles contornos de su pecho, sin darse
cuenta del escalofrío de deseo que despertó en él.
John gimió al sentir sus delicadas manos moverse sensualmente
sobre él. Moviendo su mano, comenzó su propia exploración de su
cuerpo, pasando su mano por su cuello y sobre sus hombros para rozar
los costados de sus senos, sus caderas y sus muslos. Margaret emitió un
suspiro de aprobación mientras continuaba acariciando su cuerpo con
la mano, hasta que su necesidad ya no podía ser negada.
La rodó debajo de su cuerpo y rompiendo el contacto con sus
labios, le dio una mirada de amor constante, antes de volver a entrar
lentamente en ella. Suspiró profundamente mientras la llenaba hasta la
empuñadura y se detuvo un momento antes de moverse con
movimientos lentos y constantes.
Su suave ritmo la relajó y el amor que vio en sus ojos derritió la
tensión de su cuerpo. Margaret deslizó sus manos a lo largo de su
espalda, deleitándose con la suave extensión de su piel, incluso cuando

245
su ritmo constante la sedujo a rendirse a él, dejándola sentir que las
sensaciones comenzaban a acumularse profundamente en su interior.
Bajó la cabeza para besar hambrientamente su boca y paso los
dedos sobre la plenitud de su pecho, haciendo que lo agarrara más
fuerte mientras se perdía en una oleada de sensación de éxtasis.
Apenas si se dio cuenta de los sonidos que hizo cuando él intensificó
sus movimientos en respuesta.
Finalmente, Margaret gritó su éxtasis, algo hizo como explosión
dentro de ella y derramó una cálida inundación de placer por todo su
cuerpo. Lo escuchó gritar su éxtasis a su vez y se calmó cuando la
sensación dentro de ella disminuyó, su cuerpo temblando en respuesta.
Margaret abrió los ojos para mirarlo, asombrada de lo que le
había sucedió. Buscando en su rostro su reacción, vio que la miraba
con asombro.
—No sabía… —comenzó Margaret mansamente, preguntándole
con ojos curiosos.
—Yo tampoco, —reconoció, asombrado y encantado de que su
placer rivalizara con el suyo; sonrieron en secreto compartido ante su
nuevo descubrimiento.
Se acostaron cómodamente en los brazos del otro por un tiempo,
explorando con reverencia las características que los fascinaban,
inocentemente. Margaret extendió la mano para tocar su rostro,
pasando suavemente su mano sobre su mejilla y su mandíbula áspera
mientras John lánguidamente le tiraba con los dedos las trenzas de seda
de su cabello.
—Debería hacer el té —ofreció Margaret al fin, notando el reflujo
del día por la luz que entraba por la ventana.

246
—Si lo deseas, —respondió, permitiéndole la libertad de hacer lo
que quisiera.
Se levantó de la cama y se puso rápidamente el fustán que estaba
arrugado en el suelo.
—¿No te vestirás? —preguntó con una inclinación casual,
consciente de que los ojos de su esposo estaban sobre ella.
John sonrió con culpa, pero en secreto se regocijó por disfrutar
de los simples placeres de la vida matrimonial.
—Lo haré, —prometió con cierta reticencia, porque detestaba
abandonar el lugar que parecía un refugio de calidez y deleite.

Después de beber el té en la cocina, se mudaron al exterior para


pasear tranquilamente por la propiedad circundante de su hogar
temporal el sol proyectaba sombras cada vez más largas sobre la hierba
mientras se escuchaban algunos grillos que sonaban en el preámbulo
de la noche.
Detrás de la casa había un brezal ondulante: un muro bajo de
piedra, la única marca de la presencia del hombre. Unos grandes robles
crecieron cerca de la casa, donde un gallinero y algunas otras
estructuras se colocaron estratégicamente para el uso de los ocupantes.
El roble más grandioso se erguía majestuosamente en el lado este
de la casa, sus ramas más grandes eran más gruesas que los arboles
menores y se extendían para llegar mucho más allá de su fuente sólida.
La vista desde el frente de la cabaña era expansiva, revelando
kilómetros de brezales cubiertos de hierba y bosquecillos distantes. El

247
borde de un bosque arbolado se extendía hacia el este y un camino de
tierra conducía al oeste hacia el pueblo.
Mientras paseaban por el jardín delantero, Margaret se deleitaba
señalando sus flores y colores favoritos, que a su esposo divertido le
parecían los últimos.
El sonido de un caballo y un carro que se acercaba los llevó por
el camino para saludar a uno de los granjeros del pueblo, cuya esposa
había enviado cena a los recién casados. Margaret le preguntó acerca
de su familia y le agradeció amablemente por el atento servicio. Las
Sra. Purkins le había dicho de antemano en la posada que algunos de
los aldeanos los ayudarían de esa manera, como un regalo para la hija
del viejo párroco.
Después de que comieron y limpiaron la mesa de la cocina,
Margaret lavó y guardo los platos mientras su esposo encendía el fugo
en el salón.
Pasaron el resto de la noche acurrucados juntos en el sofá de
Borgoña, recordando su gran día. Marcaron su conversación con besos
hasta que, por fin, sus tiernos besos se convirtieron en la única
conversación entre ellos.
La luz del fuego proyectaba un cálido resplandor en la oscuridad
de la habitación silenciosa.
—Tal vez deberíamos retirarnos, —sugirió John, rompiendo el
silencio en una voz tensa con el deseo encendido.
Margaret se levantó de su asiento en acuerdo y sin decir una
palabra, lo precedió mientras ambos subían las escaleras hacia su
habitación.

248
Los recién casados se despertaron temprano la primera mañana
de sus vacaciones, pero no se levantaron de su cama hasta más tarde.
Margaret fue la primera en levantarse y entró en la cocina para
preparar el desayuno para su esposo. Observó que las hierbas secas
colgaban de las vigas de madera sobre la ventana en el fregadero de
porcelana. Una estufa de plomo negro se encontraba en la gran
chimenea de rinconera y el piso de losa gris sostenía una mesa de
madera resistente con sillas con respaldo de huso.
Estaba cuidando la tetera en la estufa cuando apareció John.
Envolvió sus brazos alrededor de su cintura desde atrás y acurruco su
rostro en su cuello para besarla.
—Buenos días, esposo, —se deleitó en saludarlo con una amplia
sonrisa, su interior inundado de un calor de felicidad.
—Buenos días, mi esposa —respondió con igual satisfacción,
deleitándose con la libertad de abrazarla cuando quisiera.
—Si me traes unos huevos, te prepararé el desayuno, —ofreció.
—¿Huevos? Respondió con curiosidad, sin saber cómo debía
presionarla.
Margaret se volvió para mirarlo.
—El gallinero está en la parte de atrás, si recuerdas. Deberías
encontrar algunos huevos frescos allí, —le indicó pacientemente,
reconociendo su falta de familiaridad con tal tarea.
Parecía vacilante, pero se volvió para salir. Sonrió al pensar en el
Maestro de Marlborough Mills ante la oferta de su esposa, de que
entrara al gallinero.

249
Cuando regresó con un puñado de huevos, notó con tierna
diversión que John parecía complacido consigo mismo. Se había
enrollado las mangas de la camisa y reconoció lo relajado y guapo que
parecía sin su abrigo largo y oscuro. Le hará bien pasar la semana aquí,
reflexionó alegremente.

La pareja caminó del brazo hacia la aldea más tarde del día, con
la intención de comprar varios artículos para un almuerzo de picnic. El
día se estaba calentando rápidamente a medida que se acercaba la hora
del medio día y las largas hierbas habían perdido el rocío de la mañana.
Margaret lo condujo a través de los campos familiares que
conducían a su antiguo hogar cuando John le hizo un comentario sobre
el campo abierto aparentemente interminable.
—¿Alguna vez visitaste el campo cuando eras niño? —le preguntó
con curiosidad.
—Mi abuela me llevó al campo algunas veces cuando era un niño.
Creo que visitamos a su hermana allí, —le dijo John.
—¿Qué recuerdas sobre eso? —se aventuró a preguntar.
—Correr —respondió simplemente—. No creía haber visto nunca
ese espacio abierto. Simplemente corría por correr —recordó
felizmente.
Margaret sonrió ante su respuesta, tratando de imaginar al
pequeño niño de la ciudad corriendo a su gusto en los campos abiertos.
—Fred y yo corríamos el uno con el otro. Siempre ganaba, a
menos que fingiera caer, —recordó con cariño mientras se acercaban a

250
la propiedad de la rectoría—. Aquí —anunció y dejo su cesta vacía—.
Corríamos hacia ese viejo árbol de allá, —dijo, señalando un olmo
grueso a muchos metros de distancia— ¿Listo? ¡Vamos! —gritó
juguetonamente y para su asombro, comenzó a correr en la dirección
que le había indicado. Miró hacia atrás con una sonrisa para ver si la
seguiría y se echó a reír al ver su rostro asustado mientras empezaba
avanzar hacia ella.
No era rival para John con sus faldas largas y extremidades cortas,
pronto la alcanzó y tiro de su cuerpo contra él mientras se reía y
recuperaba el aliento.
Su alegría provocó su ardor por ella. John estudió su rostro con
adoración y deseo antes de darle un beso poderoso.
Margaret sostuvo su sombrero y voluntariamente aceptó su
atención antes de que renunciara a sus labios.
—Debo recordarte que estamos en la propiedad del párroco, —lo
reprendió Margaret por su incorrección, con los ojos brillantes de
alegría.
—Si no vas a escapar de mí, entonces tal vez debería ser capaz de
controlarme—, respondió John con un tono de advertencia,
sosteniéndola por la cintura.
—Pero no me divertiría, —protestó cuando de repente se liberó
de su agarre y se lanzó sobre la hierba una vez más.
John se quedó aturdido por un segundo antes de correr tras ella.
Esta vez, cuando la alcanzó, Margaret se desvió de su alcance y lo
obligó a cambiar de dirección. Se río de su rápido giro, pero no puedo
mantener su ventaja.

251
Cuando intentó evadirlo una vez más, John estaba preparado
para su huida y la agarró por la muñeca. La atrajo contra él con fuerza
y la sostuvo firmemente mientras Margaret se reía de su juego.
¡Dios mío, cómo la amaba! La combinación de inocencia infantil
y seducción femenina que encontró en ella amenazaba con volverlo
loco.
—Eres una pícara, ¿lo sabes? —Declaró con vehemencia, evitando
consumirla con besos.
—Y te casaste conmigo, —respondió para implicarlo en su
defensa, todavía algo sin aliento.
—Lo hice, —dijo, dándole una mirada penetrante que mostraba
su profundo afecto—. Y nunca me arrepentiré. Eres mi corazón,
Margaret. No puedo estar sin ti, —confesó con absoluta honestidad, su
alegría se desvaneció.
Margaret se puso seria a la vez, conmovida por su ardiente
admiración.
—Y tú eres mío—, respondió antes de inclinarse para un beso.
A la vez tierno y apasionado, su beso se demoró más de lo que
pretendían. Finalmente renunciando a su contacto sublime, se miraron
el uno al otro en adoración silenciosa. Recordando su propósito,
reanudaron su paseo hacia la casa del vicario camino a la aldea.
—Debes tener muchos buenos recuerdo de tu vida aquí. Es un
lugar hermoso, —comentó John.
—Sí, hay recuerdos en todas partes, —dijo con nostalgia,
recordando lo feliz que había sido su infancia.
Mientras caminaba cerca de una loma soleada, el recuerdo
doloroso de la propuesta de Henry volvió a ella. La había encontrado

252
tumbada al sol en este mismo lugar. ¡Cómo se arrepintió el día en que
su infancia pareció detenerse!
John notó la expresión de tristeza que cruzó su rostro.
—¿Qué es? —preguntó con gentil preocupación.
Margaret se sobresaltó al ser abiertamente leída y respondió
vagamente.
—Solo recordaba algo, —dijo.
—No fue agradable. ¿Me lo dirías? —suplicó suavemente.
Margaret miró su expresión tierna y decidió ceder. Quizás sería
mejor confesar todo lo que había sucedido en el pasado.
—Antes de que mi familia se fuera a Milton, Henry me visitó, —
comenzó mientras miraba la hierba frente a ella.
—¿El Sr. Lennox? —Preguntó con cierta sorpresa, su interés
despertó.
—Sí. Yo no sabía que… no tenía idea de que él… —tartamudeo,
sin saber cómo decirle lo que había sucedido.
—Tenía sentimientos por ti, —su esposo rápidamente adivinó.
—Supongo que sí. Yo… —dudó, aun mirando con incomodidad
el recuerdo de todo.
—¿Te pidió tu mano? —John preguntó, recordando ahora, entre
otras cosas, la manera erizada en que Henry había recibido la noticia
de su compromiso en Londres.
—Creo que lo habría hecho, pero le impedí hablar, —explicó
mansamente mientras lo miraba lentamente, recordando claramente
cómo le había hecho a él lo mismo.

253
El recuerdo de su propia propuesta fallida volvió a John y
recordó el aguijón de su rechazo cuando Margaret se negó a
escucharlo. Su mundo se había derrumbado en completa
desesperación cuando esa joven había apagado su esperanza y herido
su orgullo con sus palabras enojadas.
Le salvó el orgullo incluso ahora darse cuenta de que solo había
intentado ser franca al tratar con sus pretendientes, que no había estado
dispuesta a contemplar el matrimonio sin sentir primero amor.
—No sentías nada por él, —declaró más como un hecho que como
una pregunta, pero aún anhelaba escuchar su confirmación.
—No, no de esa manera, —explicó torpemente.
Las comisuras de sus labios se elevaron hacia arriba cuando la
implicación de su declaración lo llenó de alegría: lo amaba a él como
a ningún otro. Sintió que su corazón se hinchaba de orgullo jactancioso
al recordar la dolorosa confrontación con el Sr. Lennox en la Gran
Exposición. Nunca había amado al zalamero abogado de Londres que
había intentado humillarlo, ¡ella lo amaba a él, al simple fabricante del
Norte!
—Estás sonriendo, —señaló Margaret, con sorprendida
curiosidad.
—¿Cómo puedo evitar sonreír, cuando me he ganado el afecto de
alguien que tenía la costumbre de romper los corazones de los
hombres? Preguntó bromeando.
—¡No lo hice! —protestó a la defensiva.
—Mi corazón estaba definitivamente roto—, insistió, aunque
todavía tenía una sonrisa por haberla despertado a una defensa tan
firme.

254
—¿Y no lo he reparado? —Preguntó suavemente mientras tiraba
de su brazo, arrepentida de inmediato por sus palabras ese día.
—Se ha reparado notablemente bien, pero ahora requiere tu
atención frecuente para asegurarme de que siga siendo así, —le informó
con una sonrisa burlona.

Más tarde, dejando el pueblo, Margaret los condujo a una larga


caminata hacia un claro cubierto de hierba cerca de un bosque donde
podrían almorzar. Un árbol solitario servía de sombra y un respaldo
mientras se turnaban para leer la poesía de Burns. Margaret se
deleitaba con el sonido reconfortante de su voz aterciopelada mientras
se apoyaba contra él y cerraba los ojos, su brazo la rodeaba por la
cintura.
Después de que le tocara a ella leer un rato, comenzó a
preguntarse si John estaba escuchando, porque estaba acostado con los
ojos cerrados y la cabeza cómodamente situada en su regazo. Le pasó
el cabello por la frente ligeramente con los dedos para provocarle una
sonrisa y asegurarse de que todavía estaba despierto.
Finalmente lo dejó dormir mientras dormitaba un poco y cuando
finalmente se movió, también se despertó y se levantaron para irse.
Margaret estaba ansiosa por llevar a su esposo al bosque para una
exhibición única de la belleza de la naturaleza. Estaba segura de que
nunca había visto los bosques de campanillas, tan populares entre los
que vivían en el campo. Fue un placer singular de la primavera ir a
recoger campanillas del bosque. Las delicadas flores azules en forma
de campana cubrirían el suelo del bosque en esta época del año.

255
Cuando comenzaron a seguir un camino estrecho hacia el viejo
bosque, le informó que había algo que quería mostrarle, pero no
explicó más. Cuando una alfombra azul de flores apareció a corta
distancia, John estaba intrigado y a medida que se acercaba, la escena
era cada vez más encantadora. La luz del sol se filtraba fácilmente a
través de las hojas nuevas de los árboles y el suelo del bosque estaba
cubierto con las vibrantes flores azules hasta donde alcanzaba la vista.
—Es realmente impresionante, —comentó John, con asombro
mientras contemplaba la vista—. No sabía que el bosque podía ser tan
hermoso.
—Las flores permanecen solo por un tiempo en la primavera.
Tienes que saber cuándo venir, —le dijo, contenta de que apreciara la
vista.
—Nunca había visto algo así, —todavía asombrado por la escena
que lo rodeaba.
—Estoy muy contenta de que te guste. No me imagino que
muchas personas en Milton hayan visto algo así, —comentó.
—No, estoy seguro de que no, —acordó—. Gracias por
mostrármelo. Siento que se me ha mostrado un gran secreto, que
muchos mortales tal vez nunca descubrirán, —comentó.
—Quizás, —respondió—. ¿Escogemos unas pocas para el
recuerdo? No me durarán mucho me temo, se marchitarán
rápidamente, —comentó mientras se inclinaba para recoger
cuidadosamente un pequeño puñado.

256
Disfrutando de la libertad de leer y conversar en su tiempo libre
en el salón al atardecer. El fuego se encendió una vez más para
ahuyentar el frio del aire fresco de la noche. Finalmente, se
encontraron cómodamente situados en el lujoso sofá mirando en
silencio el fuego mientras se tomaban de las manos.
Margaret sonrió al notar el brillo de su anillo de compromiso a
la luz del fuego y se maravilló nuevamente de la banda dorada
alrededor de su dedo.
—Los bosques de campanillas eran tan hermosos, —recordó
alegremente, mirando al fuego—. Me alegra que hayas podido verlo, —
agregó mientras se giraba para mirarlo.
John se concentró en la forma en que sus labios se movían
mientras Margaret hablaba y su mente divagó al recordar la sensación
de su piel sedosa contra la suya. Su respiración se hizo más profunda
al anticipar los placeres que les esperaban al final de la noche.
—No me estás escuchando, —lo acusó Margaret suavemente,
sintiendo el calor de su mirada abrasadora.
—Mencionaste algo del bosque, —respondió John, despertando
para recordar algo de lo que había dicho.
—Me esforzaba por recordarle la belleza de la naturaleza, señor
Thornton, —lo regañó con un brillo burlón en los ojos.
—Y me estaba deleitando con ella, —declaró ardientemente, sus
ojos la abrasaron.
Margaret sintió que el calor le subía a la cara por ser tan admirada
y tímidamente apartó los ojos. Gentilmente John levantó su barbilla
con un dedo curvado y levantó sus ojos luminosos hacia los de él.
—Usted es hermosa, Sra. Thornton, —dijo en un tono bajo y
resonante. La miró fijamente para que pudiera conocer la profundidad

257
de su sinceridad, antes de inclinarse hacia delante para saborear los
labios que lo seducían tanto. La besó suavemente al principio y luego
con más urgencia, hasta que deslizó rápidamente su brazo debajo de
sus rodillas y la levantó del sillón.
Margaret se estremeció en anticipación de su pasión y le rodeó el
cuello de buena gana mientras la llevaba a su habitación.

Los rayos angulares del sol temprano, iluminaban las cortinas y


calentaban un parche de la pared del dormitorio. Los pájaros ya habían
comenzado sus cantos matutinos cuando los amantes se revolvieron en
su cama.
Un patrón había surgido en su tercer día juntos. Los recién
casados se quedaron en la cama para disfrutar de los placeres recién
descubiertos de la vida matrimonial hasta media mañana. Luego,
después de un desayuno tardío, saldrían a caminar y hacer un picnic
en un lugar pintoresco. Se pasaban las noches en la sala, hablando y
leyendo antes de dirigirse a su habitación por la noche para
reencontrarse felizmente después del largo día de descanso.
John estaba fascinado por ser un hombre casado que pasaba cada
momento posible con su amada. Estaba enamorado de su nueva
esposa y no podía tener suficiente de ella. Secretamente, temía que
pronto se cansaría de sus frecuentes relaciones amorosas, dejándolo
sufrir solo, las punzadas de deseo.
Margaret se consideraba muy adecuada para la vida matrimonial.
Maravillosamente feliz, disfrutó de la compañía de su esposo y
descubrió que los placeres de la cama matrimonial eran de su agrado.

258
Cuando la pareja salió de la cabaña a última hora de la mañana
del miércoles, las nubes habían comenzado a acumularse en el
horizonte occidental. Sin embargo, el cielo del Este todavía era azul y
acogedor, por lo que Margaret los llevo al Este a sentarse cerca del
arroyo que habían frecuentado el día de su boda.
El aire era confortablemente cálido y una brisa envió pequeñas
nubes corriendo por el cielo mientras almorzaban. Después de leer el
uno al otro por un rato, ambos se quedaron dormidos en la hierba
suave.
Margaret se despertó con un fuerte viento y el sonido de las
páginas del libro revoloteando en su rostro. El cielo se había
oscurecido con las nubes grises y sabía que la lluvia era inminente.
—¡John! —lo despertó con un pequeño movimiento de su
hombro—. Va a llover, —advirtió
Ambos se levantaron en un instante para recoger sus cosas
apresuradamente para escapar rápido. Estaban a la vista de la cabaña
cuando cayeron las primeras gotas de lluvia. Al salir corriendo, fueron
hacia el amplio roble cuando la lluvia comenzó a caer más rápido,
arrojándoles gotas del cielo. Las ramas del árbol ofrecían poca
cobertura cuando lo alcanzaron y comenzaron a reír mientras corrían
la corta distancia hacia el frente de la cabaña.
Cuando Margaret abrió la puerta, el libro en la curva de su brazo
cayó a los escalones de piedra. John se inclinó rápidamente para
recuperarlo, derramando el contenido de la canasta que llevaba.
Al entrar en la casa, Margaret se cubrió la boca con sorpresa, ante
su repentina desgracia, pero comenzó a reír mientras John se
apresuraba a recoger todo bajo la lluvia torrencial.
Finalmente, entró y cerró la puerta detrás de él, dejando la
canasta, John la agarró por los brazos.

259
—¿Te estas riendo de mí? —preguntó, con un tono de advertencia
y una sonrisa en sus labios.
—¡Estas todo mojado! —declaró, tratando de sofocar su risa, pero
decididamente no tuvo éxito.
—También estás mojada, —le recordó, notando con ojos ardientes
cómo su blusa se aferraba a su cuerpo bien formado.
—Pero realmente estas empapado, —respondió, reprimiendo una
risita al ver su cabello y su ropa empapados—. Deberías cambiarte de
ropa en la cocina… —comenzó a instruirlo antes de que John la
silenciara con un beso.
La atrajo hacia él mientras su lengua acariciaba la suya, besándola
hambrientamente como si fuera a devorarla por su ingenuo encanto.
Margaret mantuvo sus brazos alejados del él y lentamente la
obligo a retroceder hacia la pared, presionándola firmemente contra
ella con sus caderas para que supiera su propósito.
Margaret gimió en respuesta, sintiendo la firmeza de su intención
a través de las capas de ropa entre ellos.
John la levantó de sus pies y la llevó escaleras arriba, impaciente
por sentirla debajo de él nuevamente y escuchar los gemidos agudos
que siempre hacia cuando la amaba y que lo volvían loco de deseo.
John la depositó en la cama se quitó las botas rápidamente,
mientras Margaret comenzó a desabrocharse los botones de la blusa.
John se puso de pie para desabotonarse su propia ropa mojada con
alarmante destreza, tirando las prendas mojadas al piso una por una
mientras las quitaba de su cuerpo.
Margaret estaba de pie junto a la cama, trabajando
apresuradamente para liberarse de la falda y las enaguas, su blusa
mojada yacía en el suelo también.

260
John se acercó a Margaret con decisión y la mirada de sus ojos le
dijo que se acostara. Tan pronto como lo hizo, se cernió sobre ella y
apretando su camisola con varios tirones decididos, la agarró de sus
bragas por los lados y las puso sobre sus caderas y las sacó fuera de su
cuerpo. Habiendo quitado todas las restricciones, John empujó dentro
de su cuerpo, gimiendo de alivio por ser uno con ella.
Sus movimientos firmes y constantes inflamaron el deseo de
Margaret, incluso más cuando levantó una mano para desabrochar los
botones de la camisola, desesperado por tener acceso total a ella.
Margaret lo ayudó a liberar sus senos y John se abalanzó para
probarla y saborearla, hasta que ella se recostó sobre su almohada en
una rendición impotente.
Levantando la cabeza por fin, John se apoyó sobre ella y se
balanceo con un abandono apasionado para complacerlos a ambos,
hasta que gritaron su éxtasis casi al unísono.
Margaret lo abrazó mientras sus cuerpos temblaban en la
sensación de su unión, el sonido de su respiración rápida y la lluvia,
llenaba el silencio de la habitación.
John acercó sus labios a los de ella y le dio un suave beso de
arrepentimiento.
—Me temo que fui demasiado rudo contigo, —se disculpó, sus
ojos llenos de tierna preocupación.
—No tengo quejas, —respondió con una sonrisa complaciente,
pasando las manos por sus musculosos brazos, mientras aún se cernía
sobre ella—. ¿Me amas tanto? —le preguntó, parcialmente en broma,
burlándose de él por su incontrolable pasión.
—Te amo tanto, que a veces temo por mi cordura, —respondió
con toda serenidad. —Y ahora…, —dijo, mientras sus ojos recorrían la

261
gloria de su belleza natural—, ahora es mucho peor, —confesó
impotente con un suspiro.
Los ojos de Margarert se calentaron con amoroso afecto, pero
habló con un tono ligero.
—¿Para bien o para mal? —bromeó con una sonrisa.
John no puedo evitar devolverle la sonrisa.
—Sí, para bien o para mal, —declaró, premiando su comentario
con un beso.

La lluvia siguió cayendo en torrentes afuera de la cabaña; adentro


de ella, Margaret colgaba sus ropas mojadas para secarlas en el cuarto
de la despensa mientras John encendía un fuego en la chimenea y
prendía la estufa.
Hablaron sobre las tormentas que recordaban y los temores de
la infancia mientras tomaban té en la cálida cocina.
Un fuerte chasquido y un golpe sordo los atrajo rápidamente
hacia la ventana para descubrir que una rama de uno de los robles
había caído. Margaret comentó con humor que ahora tenían una
historia que ambos podían recordar.
Aunque la lluvia disminuyó, el viento continuó furioso afuera
durante toda la tarde y la noche.
El tiempo de la tarde los encontró una vez más en el salón.
Margaret se recostó cómodamente sobre el hombro de su esposo

262
mientras estaba sentada pensando. John examinó las páginas de un
libro sobre el Renacimiento que había seleccionado de los estantes de
la cabaña.
—John, —Margaret comenzó vacilante mientras se sentaba
derecha para preguntarle algo importante—. Nunca hablas de tu padre.
¿No me contarás más sobre tu pasado? —rogó suavemente.
John cerró el libro y miró al fuego, su rostro se volvió sombrío
con recuerdos acumulados.
—Padre me comentó lo que paso, —continuó Margaret con
cautela—. Te admiro por todo lo que hiciste, —lo animó—. No conozco
a nadie que hubiera hecho lo que tú has logrado.
—No desearía que nadie experimentara lo que padecí, —
respondió en voz baja, su mirada aún fija delante de él.
Margaret reconoció sus emociones con respetuoso silencio por
un momento, antes de hablar de nuevo.
—No veo vergüenza en tu pasado. No fue de tu responsabilidad.
Eras solo un niño, —lo consoló, conjeturando que su renuncia a hablar
se debía a la vergüenza que engendra la pobreza.
John parpadeo ante sus palabras, pero aún no hablo.
—¿Cómo era tu padre? —se aventuró a preguntar Margaret con
cierta inquietud.
Para su sorpresa, le respondió rápidamente, aún dirigía su mirada
al fuego.
—Era un buen hombre. Cometió un terrible error y no fue lo
suficientemente fuerte como para aceptar las consecuencias, —
respondió de manera uniforme—. Lo odiaba por eso, —comentó sin
dejar rastro de la amarga emoción que había tenido—. Lo odiaba por

263
su cobardía y por lo que le hizo a mi madre, —explicó con calma,
finalmente mirando a su esposa por su reacción.
Margaret lo miró con gran compasión. No podía culparlo por
los amargos sentimientos que había tenido en el pasado. En cambio,
estaba impresionada de que no hubiera sucumbido a eso, sino que
parecía haber ido más allá.
—¿Lo has perdonado? —conjeturó.
—Sí, —respondió simplemente—. No fue su intención dañarnos,
pero lamento mucho su elección egoísta, —admitió solemnemente.
Margaret guardó silencio un momento antes de hablar. —Dijiste
que era un buen hombre. ¿Qué recuerdas de eso? —interrogó, tratando
de recordarle las cualidades redentoras de su padre.
Una indirecta de una sonrisa ilumino su expresión mientras
pensaba en ello.
—Me contó historias muchas noches antes de irme a dormir,
grandes historias de aventuras en lugares lejanos, —relató—. Su voz era
profunda y relajante, —recordó.
Margaret sonrió al escuchar los recuerdos de su infancia.
—Y tu madre… ¿Eran felices juntos? —preguntó tentativamente.
La sonrisa de John se desvaneció ante la conmoción de la
pregunta.
—Sí, eso creo, —respondió—. Puedo recordar que mi madre solía
reír, —le dijo, sus ojos cada vez más distantes.
Vio como una leve sonrisa apareció en su rostro al recordarlo,
luego observó que se desvanecía en solemne quietud nuevamente. El
corazón de Margaret estaba con los dos, hijo y madre, por todo lo que

264
habían soportado. Resolvió que acordaría ser amable con su suegra
incluso cuando la mujer mayor fuera fría y sin sonreír.
Margaret sabía que tenía una deuda de gratitud con la señora
Thornton por todo lo que había soportado y hecho para criar a un hijo
tan bueno.
Ambos guardaron silencio mientras observaban las llamas
danzantes del fuego. Esperaba ardientemente que pudiera ser un
consuelo y una ayuda para John en todos sus esfuerzos. Ya no deseaba
que él soportara sus cargas solo.
—John, deseo ser una ayuda para ti. Prométeme que no me
ocultarás tus preocupaciones. No podría soportarlo, —imploró—.
Deseo ser un consuelo para ti, como has prometido ser para mí, —
suplicó suavemente.
John la miró con una cierta maravilla y afecto.
—Margaret… no deseo ocultarte nada. No habrá secretos entre
nosotros, —prometió.
Margaret le dirigió una leve sonrisa de satisfacción.
—Has sufrido grandes dificultades y has trabajado duro para
superarlas, me temo que no has conocido mucha alegría estos años, —
supuso con tristeza.
—No, reconozco que no, —admitió con pesar, alcanzando su
mano.
Margaret se volvió para mirarlo con sentimiento, deseando
fervientemente que ahora solo experimentara el bien de la vida.
—Te mereces toda la felicidad, John, —declaró mientras
acariciaba suavemente la línea fuerte de su mandíbula.

265
John la movió hábilmente sobre su regazo y Margaret le rodeó
los hombros con sus brazos.
—La he encontrado, —le dijo con tierna honestidad, mirándola
directamente a los ojos.
Los ojos de Margaret se llenaron de lágrimas mientras lo miraba.
Su corazón ansiaba amarlo como nunca antes había sido amado.
—Oh, John, —susurró y lo abrazó con fuerza.
Se abrazaron durante mucho tiempo mientras el fuego crepitaba
y el viento aullaba más allá de las paredes de su refugio seguro.

266
— CAPÍTULO 12 —

Margaret se despertó, con el canto de las aves anunciando el


nuevo día, en una habitación iluminada por la suave y cálida luz de la
mañana.
El viento y la lluvia habían pasado, y sintió la tranquilidad que
viene después del final de una tormenta. Era reconfortante e inevitable
no comparar las tormentas de antaño con la tormenta que presenciaron
el día de ayer. Sabiendo que no importaba cuán fuerte sea el clima o
la oscuridad de la noche, el sol siempre brillaba nuevamente.
Sonrió con satisfacción. Todo parecía nuevo y maravilloso
ahora. Los días de pruebas y tristezas se habían desvanecido,
transformados en el amanecer de una nueva vida en la que reinaría la
alegría y el amor.
Qué extraño era estar en Helstone, el hogar de su infancia, pero
ya no era una niña. Margaret nunca antes había dormido sin su
camisón y, sin embargo, ahí estaba, desnuda bajo las sábanas, acostada
junto al hombre que ahora era su esposo.
Era una esposa, y con gusto aceptaría llevar todas las tiernas
responsabilidades de cuidar a alguien que había aceptado su afecto con
alegría recíproca.
Miró la figura de su esposo a su lado, volteado hacia la pared, y
observó el suave ascenso y caída de su respiración. Sintió que su
corazón se llenaba de un sentimiento indescriptible. John le había
mostrado su amor como nunca antes lo había experimentado. No le

267
exigió que desempeñara un papel de alegría perfecta, no, John
esperaba que mantuviera sus convicciones.
Conocía bien sus defectos y alentaba su intelecto. Era
perfectamente libre de decir y hacer lo que quisiera, un sentimiento
que no había tenido desde los días de su infancia. No le estaba
pidiendo nada más que amarlo, que era lo más fácil y placentero del
mundo para ella.
Se regocijó, a su vez, de ser la responsable de su actual estado de
relajación. John había trabajado muy duro la mayor parte de su vida y
sabía muy poco sobre momentos agradables. Deseaba darle toda la
felicidad y llenarlo de días de profunda satisfacción.
Se movió más cerca de su esposo debajo de las sábanas y se
presionó suavemente contra su espalda. Deslizando una mano sobre
su hombro mientras apoyó la barbilla en su cuello para acercar sus
labios a su oreja:
—Se está haciendo tarde —susurró suavemente incapaz de
reprimir una sonrisa ante la idea de despertarlo con sus suaves
caricias—. Aunque… nos acostamos tarde —recordó en voz alta.
John sonrió, pero no abrió los ojos.
—Nos fuimos a la cama lo suficientemente temprano —comentó
finalmente, con voz baja mientras se despertaba de su sueño.
—Sí, pero nos dormimos hasta más tarde —le recordó Margaret
con complicidad —se inclinó y beso la tierna piel debajo de su oreja,
moviéndose sobre la superficie rugosa de su mandíbula.
—Mmm... lo recuerdo… —respondió sonriendo ampliamente,
recordando mientras se deleitaba con la sensación de cada toque de su
esposa.

268
—Te estas volviendo un completo perezoso aquí —Margaret se
burló de él— ¿No estás acostumbrado a despertarte al amanecer? —
preguntó mientras bajaba su brazo para abrazar su torso.
John capturó su mano y la sostuvo fuertemente.
—A menudo antes del amanecer. Estoy en el molino al
amanecer, o poco después —respondió.
—¿Lo extrañas? —preguntó Margaret con curiosidad,
preguntándose con qué frecuencia sus pensamientos tendían a
desvaírse hacia el molino que tan diligentemente había gestionado
durante años.
—¿Qué? —preguntó, sin saber a qué se refería.
—¿Qué si extrañas el molino? Raramente has estado fuera tanto
tiempo —observó.
Rápidamente, John se giró para mirarla, incrédulo ante el
interrogatorio de su esposa.
—¿Extrañarlo? —preguntó, perplejo— ¿Cómo podría extrañar el
molino cuando estoy tan distraído por un entorno mucho más
agradable? —preguntó mientras observaba sus voluptuosos hombros y
brazos desnudos que descansaban sobre las sábanas. Sus ojos siguieron
el rastro tentador de su largo cabello castaño hasta donde los cabellos
rizados se extendían sobre toda esa piel de alabastro que estaba
expuesta a él.
—Pensé que aún podrías pensar en tu trabajo, ya que ha sido tu
mayor preocupación durante tanto tiempo —respondió, observando la
cara de su esposo en busca de una respuesta honesta.
—Me viene a la mente a veces, pero me resulta relativamente,
fácil, descartar tal pensamiento. Estoy mucho más interesado en mi

269
situación actual —le aclaró con una sonrisa sugestiva cuando comenzó
a jugar con sus sedosos rizos.
—Debería ir a preparar el desayuno —razonó mientras intentaba
escapar de la tentación de quedarse en la cama, con él, más tiempo del
que sería sabio—. El carruaje llegará a las diez en punto —recordándole
el viaje a la costa que habían planeado para ese día.
—Todavía no —insistió John en un susurro—. Todavía tenemos
tiempo —encontró su boca con la suya y la atrajo hacia él—, primero
deseo amarte. Necesito mitigar esta necesidad más primaria.
Se amaron apasionadamente y con ternura.

El carruaje que los llevaría de excursión a Lymington en la costa


sur de Inglaterra, llegó poco antes de las diez. La pareja se vistió con
sus ropas más finas. Thornton llevaba su chaleco estampado gris y su
tradicional vestimenta negra, mientras que Margaret usaba una falda
nueva y una chaqueta ajustada con tejido jacquard.1 La tela de color
malva tenía un relieve con ramas de vid gris oscuro, los botones en
forma de flor combinaban con el encaje de su camisola en el escote
estrecho, lo que le daba un aspecto encantador y atractivo.
John la elogió tan pronto como el carruaje bajaba por el
camino.

1
Telar mecánico inventado en 1801, en donde se utilizan tarjetas perforadas para conseguir tejer patrones
en la tela.

270
—Has adquirido un vestuario muy elegante desde que dejaste
Milton, mi amor —señaló con aprobación—. Tu tía ha sido muy
generosa —agregó con una sonrisa de satisfacción.
—¡Oh! El Sr. Bell insistió en darme los fondos para mi ajuar —le
informó, un poco avergonzada de hablar sobre eso.
La sonrisa de John se tensó. Le dolía pensar que el Sr. Bell era
una fuente de benevolencia, mientras que su situación financiera actual
parecía un poco incierta. Esperaba que su esposa viniera a él para
asegurarse de lo que necesitara y anhelaba ofrecerle todo lo que se
ajustara a una mujer de su posición.
—Edith estaba muy contenta de llevarme a las tiendas elegantes —
agregó divertida, restándole importancia a los problemas de alta moda.
John recupero la sonrisa y tomó su mano, dejando de lado
cualquier asunto oscuro para disfrutar de la compañía actual de su bella
esposa.
El viaje a la estación de tren de Southampton fue largo y los
amantes disfrutaron del lujo de unos besos en la privacidad del
compartimiento del carruaje, antes de exponerse a la atención pública
durante el día.
La estación en Lymington estaba en un zumbido de actividad
cuando el tren arribó. Al descender cerca del muelle la pareja se dirigió
a las tiendas de High Street. Las amplias calles empedradas y las
numerosas tiendas le daban a la ciudad, un aire de importancia. El
aroma salado que provenía del mar y el sonido de las gaviotas trajeron
el océano a sus oídos.
John sintió un gran placer, especialmente paseando por las calles
con su esposa felizmente colgada de su brazo. Estaba orgulloso de
reconocer públicamente su afecto por esta criatura tan divina.

271
Margaret disfrutaba el contacto de su esposo, y se sintió
igualmente complacida de ser escoltada por un hombre de tal
distinción.
Al hacer una evaluación entusiasta de una sombrilla teñida de
rosa en el escaparate de una tienda, John insistió en que entraran para
que ella pudiera mirar mejor los objetos que se exhibían, decidido a
consentirla por el día. Se deleitó observando a su esposa examinar y
seleccionar los artículos que le interesaban.
La pareja salió de la tienda con algunos paquetes y una sombrilla
con volantes en sus manos.
Un poco más adelante Margaret quedó intrigada por unas
pinturas expuestas en la ventana de un estudio de daguerrotipo y le
suplicó a su esposo que se tomaran un retrato.
—Sería un recuerdo encantador de nuestra luna de miel.
Nuestros hijos y nietos podrán ver lo felices que fuimos —le dio un
argumento convincente.
—¿Nuestros hijos? —repitió John, sonriéndole con una mirada
cálida e íntima.
Margaret se sonrojó ante la respuesta de su esposo a su
comentario, avergonzada de haber hablado tan audazmente sobre su
futuro.
—S-sí —tartamudeó con la mirada baja—. Me imagino que
tendremos una familia, ¿no te parece? —preguntó vacilante mientras
finalmente se atrevió a mirarlo con timidez, esperando su respuesta.
—Así lo creo —respondió, John sintiendo profundas emociones
con ese pensamiento.
Se dirigieron hacia la puerta de la tienda y la abrió para que
entrara Margaret.

272

Cuando finalmente emergieron del estudio un tiempo después,


Margaret detuvo a su esposo.
—¿Puedes conseguir un almuerzo campestre? —preguntó con
simpatía—. Hay un recado que me gustaría hacer en secreto… —
explicó—… podemos encontrarnos aquí en media hora —especificó.
Notando su vacilación, le sonrió dulcemente, a la espera de su
aprobación.
—Como desees —cedió John, incapaz de resistir el encanto de su
esposa a pesar de ser reacio a una separación en un pueblo extraño.
Margaret esperó hasta que John había caminado un poco antes
de entrar de nuevo al estudio.

Se reunieron más tarde a la hora señalada y se dirigieron a los


astilleros para alquilar una embarcación para pasar el resto de la tarde.
Margaret escuchó atentamente, mientras su esposo le contaba
sobre sus viajes a Liverpool y Le Havre para organizar entregas de
algodón para su molino. Sin embargo, John nunca había estado en el
mar para dar un paseo y esperaba con ansias la experiencia con
Margaret. Lo miró con admiración y afecto mientras le señalaba los
muelles cercanos donde estaban los constructores de botes, ocupados
ejerciendo sus habilidades.

273
Margaret le contó brevemente sobre sus viajes ocasionales al mar
con su familia y las veces que Edith y la Sra. Shaw la habían llevado a
la costa.
Finalmente, la pareja fue dirigida a una embarcación mediana de
caoba brillante y latón pulido. El Capitán los saludó a bordo y los
condujo a sus asientos tapizados en la popa del barco mientras llamaba
al orden a su tripulación de tres hombres. John observó con gran
interés el funcionamiento del barco y los diestros movimientos de la
tripulación mientras zarpaban.
Cruzaron el Solent y se dirigieron a la costa noroeste de la isla
de Wight. La constante brisa marina era vigorizante, haciendo que
algunos mechones del cabello de Margaret bailaran sobre la cara de
John.
John rodeo a Margaret con sus brazos mientras navegaban hacia
el mar abierto y así contemplaron la vista expansiva de la lejana isla y
el horizonte.
Las vistas de las grandes dunas de arena de tonos beige y oxidados
cautivaron a los recién casados cuando se acercaban a la isla de Alum
Bay. Grandes rocas sobresalientes se destacaban en las costas más
remotas de la isla, creando una vista dramática de la rigurosa resistencia
de la tierra en medio de las olas del océano.
La tripulación guio el barco hacia el largo muelle flotante de
madera en la bahía, donde atracaron permitiendo así que los turistas
desembarcaran. John ayudó a su esposa a bajar del barco y se
encaminaron hacia la orilla para ver y explorar las exóticas dunas de
arena de la bahía.
Después de un tiempo regresaron a los puestos de venta de
baratijas y recuerdos que estaban esparcidos por la orilla, para los
turistas que visitaban la famosa isla.

274
Margaret estaba intrigada por unas pequeñas botellas de varias
formas que contenían capas de arena de color en el interior. Los
Thornton compraron muchos recuerdos como regalos y un par de
palomas de cristal para sí mismos como un recordatorio del idílico día,
antes de caminar de regreso al muelle para subir al barco de mástil alto.
El barco volvió a navegar hacia el oeste, a lo largo de la costa de
la isla mientras la pareja observaba como las dunas de arena se iban
alejando. A medida que contemplaban el paisaje ante ellos, comieron
una deliciosa comida de picnic.
Algún tiempo después John preguntó sobre el barco y el
funcionamiento de la tripulación. Escuchó atentamente las palabras
del Capitán y le hizo algunas preguntas interesadas, antes de recibir una
sonrisa entusiasta y una señal vigorosa del amigable marinero para que
ayudara a navegar la vela del barco.
Margaret miraba, divertida, el resplandor infantil de aventura que
iluminaba la cara de su esposo cuando se quitó el abrigo y se lo entregó
con una sonrisa afectuosa. Su esposo había estado tan privado durante
su juventud, que era tierno para el corazón de Margaret verlo disfrutar
de cosas tan simples. Lo observó con admiración cuando se dobló las
mangas y comenzó a tirar de las cuerdas con la orientación del Capitán.
Pasaron por Lymington, al lado del puerto, y finalmente se
acercó a Cowes a estribor.
—Los llevaría a tierra aquí para ver los jardines de Osborne
House, pero el cumpleaños de la reina es mañana, e imagino que hoy
debe haber una gran actividad en su residencia favorita —explicó el
Capitán, su voz resonando sobre el sonido del viento y el ruido sordo
de las olas.

275
Margaret asintió en comprensión y luchó por ver lo que pudo del
pueblo isleño que albergaba a la familia real, contenta de saber que se
había acercado tanto a la reina.
Ya era de tarde cuando llegaron al extremo oriental de la isla y
Margaret observaba, alternativamente, su aproximación a la isla y los
movimientos concentrados de su esposo mientras que él asistía, de
manera competente a la tripulación en su esfuerzo por llevar el barco
a un largo muelle de madera que daba acceso a la aldea de Ryde.
Margaret sonrió con admiración, consciente por su habilidad para
aprender rápidamente y dominar cualquier tarea.
La pareja desembarcó y caminaron a lo largo del muelle hasta el
pueblo, ubicado en una suave colina inclinada. Una playa con arena
dorada se extendía a lo largo, salpicada aquí y allá por personas
caminando por el paseo marítimo y niños jugando cerca de las olas.
Encontraron un hostal junto al mar y ordenaron té y pasteles,
mientras disfrutaban de la vista en la terraza.
Margaret insistió en que deberían dar una caminata por la playa.
Ante la sugerencia, dejaron la pasarela de madera, se quitaron los
zapatos para sentir la arena y el agua fría bajo sus pies. Terminaron
cansados, sin embargo, muy felices.
Finalmente regresaron al bote y navegaron brevemente hacia
Portsmouth antes de regresar a Lymington. John se sentó con su
esposa mientras el Capitán señalaba las diversas vistas de la ciudad más
grande. Una abertura de piedra en el Puerto de Sally, vigilaba la
concurrida entrada al puerto, donde se podían encontrar
embarcaciones de todas las formas y tamaños; buques de guerra y
fragatas se alineaban en los muelles a la distancia. La Victoria, el barco
a cargo del Almirante Lord Ship Nelson, todavía en servicio después

276
de todos estos años, se podía ver entre ellos y los altos mástiles del
enorme barco se elevaban por encima de los buques vecinos.
El sol descendía hacia un brumoso horizonte amarillo cuando
finalmente llegaron al astillero. Antes de partir e ir de regreso a la
ciudad, la pareja le dio la mano al Capitán y le agradecieron el
agradable viaje. Se detuvieron brevemente en el estudio de
daguerrotipo para recoger su compra, antes de encontrar un lugar para
cenar. Cuando reaparecieron en la calle, el sol se había puesto y el
cielo occidental brillaba con un resplandor naranja y rosa.
Lentamente se dirigieron a la estación de regreso a casa, lleno de
una cálida satisfacción por compartir un día de aventura. Ya en el tren,
Margaret se apoyó fuertemente contra su esposo, exhausta por la
excursión del día. Al llegar a Southampton, alquilaron un carruaje y
regresaron a Helstone. Sucumbiendo por fin a su somnolencia,
Margaret durmió contra el hombro de su esposo. John la abrazo
cuidadosamente y se deleitó en su papel de protector, siempre
consiente del precioso tesoro entre sus brazos.
Al llegar a la cabaña, las estrellas se destacaban en el cielo oscuro
y un coro de criaturas vivientes se elevaba bajo la vegetación cuando
John despertó suavemente a su esposa, pero Margaret no se movió,
riéndose de su somnolencia, se bajó del carruaje y se acercó a su lado.
Levantándola en sus brazos la llevo a la cabaña y subió con ella por las
escaleras hacia la habitación, colocándola suavemente sobre la cama.
Salió un momento a buscar los paquetes y acomodarlos. Para cuando
regresó con ella de nuevo, la encontró en la cocina, calentando agua
para que tomaran un baño. Pasaron un rato charlando y cuando la
primera tanda de agua estuvo lista, John subió los cubos para ayudarla
a preparar la bañera.
John le sugirió que tomara el primer turno para el baño, ya que
había notado que estaba muy cansada y quería consentirla. Margaret

277
siempre le daba el privilegio de bañarse primero, y preparaba su ropa
mientras él se bañaba. Era tan cálida y amorosa que ahora quería
devolverle el gesto en alguna medida.
Cerró la puerta de la habitación y la dejo un rato a solas para
desvestirse y meterse a la bañera, mientras tanto preparó sus ropas de
dormir y luego bajó a traer más agua caliente para su posterior baño y
por si Margaret necesitaba más.
Al subir nuevamente entró con el agua al cuarto de baño y la
encontró acurrucada en la bañera, se había relajado tanto que casi se
había dormido. John se llenó de calor al verla desnuda en la bañera,
también de intensa ternura al verla así y decidió de manera deliberada
y audaz que la ayudaría a bañarse, rápidamente soltó los cubos y se
acercó.
—Mi hermosa dormilona…, —le dijo al oído—, ¿me dejarías
ayudarte, me puedo meter a la bañera contigo?
Margaret se despabiló ante su comentario y en tono de alarma le
dijo:
—John no es correcto, —declaró, sorprendida de su sugerencia.
Pues había sido expulsada de una parte de la casa en Helstone siempre
que Fred o su padre se bañaban, su sentido de propiedad estaba
profundamente arraigado.
—Pero ahora somos esposos, es parte de nuestra nueva intimidad
y no tiene nada de malo, no hay nadie más aquí para mirarnos. Me
haría muy feliz compartir contigo este momento. —le dijo con un brillo
de súplica en sus ojos.
Margaret dispuesta siempre a complacerlo, asintió con la cabeza
y le dio una tierna sonrisa.
John se desnudó tranquilamente para unirse a ella.

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—Siempre soñé verte en tu intimidad —le dijo mientras la ayudaba
en el baño.
John tocó su cuerpo mientras la enjabonaba y besaba a la vez.
Cuando terminó, fue el turno de ella. Margaret repitió el ritual que tan
bien y audazmente había aprendido de él. Era inevitable no amarse,
ambos estaban sedientos uno del otro.
Después de secarse, John uso su ropa de dormir por primera vez,
se recostaron en la cama y se movió para poner su brazo sobre
Margaret, besándola suavemente en la mejilla le deseó las buenas
noches y felizmente esperó un sueño tranquilo.

La pareja se despertó poco después del amanecer y comenzaron


a hablar sobre los acontecimientos del día anterior, Margaret se había
abrazado a su esposo quedando frente a frente.
—Tengo algo para ti —anunció Margaret inesperadamente con
una sonrisa misteriosa, recordando la misión que había realizado en su
breve ausencia el día anterior.
John se sentó cuando Margaret salió de la cama. Rebuscó en los
paquetes el presente que estaba escondido dentro del paquete más
grande, el que habían recogido en el estudio de daguerrotipo. Saltó de
regreso a la cama y se arrodilló junto a su esposo con una sonrisa
ansiosa. Es como una niña, pensó John, tomando el paquete de sus
manos y comenzó a abrirlo.
—Es mi regalo de bodas para ti —declaró Margaret mientras
desenvolvía el papel del objeto.

279
Era un daguerrotipo de Margaret, colocada detrás de una ventana
ovalada en un marco dorado. Tenía las manos en su sombrilla como
un bastón, estaba de pie en un ligero ángulo, revelando la forma
curvilínea de su figura. Tenía una sonrisa discreta y mantenía un suave
brillo de amor en sus ojos, que John reconoció de inmediato. Sabía
que atesoraría el retrato mientras viviera. Se quedó sin palabras
mientras continuaba examinándolo.
—Es bastante pretencioso de mi parte, ¿no es así? —le preguntó
—. Pensé que te gustaría tenerlo en tu oficina en el molino —sugirió.
John ladeó la cabeza en dudoso acuerdo.
—Puede resultar una distracción —observó.
—Es solo mi retrato. Yo no te voy a distraer —insistió felizmente.
—Eres bastante distractora —replicó John, decisivamente mientras
envolvía sus brazos alrededor de su cintura y la acercaba para darle un
beso de agradecimiento.
El fino algodón de su camisón era una barrera insignificante entre
ellos, y simplemente aumentó su deseo de sentir la forma delicada y
voluptuosa del cuerpo que yacía debajo. La suave respuesta de
Margaret a su beso despertó su profundo anhelo, pero la liberó de su
abrazo y se levantó de la cama.
John rápidamente buscó una caja decorada en el bolsillo de su
abrigo y se la entregó.
—Iba a esperar para dártelo mañana, nuestro último día aquí —
explicó dándole el regalo.
Margaret desató el lazo y abrió cuidadosamente la caja para
encontrar un par de aretes. En cada pieza, se encontraba una pequeña
perla en el centro de una delicada flor de oro y diamantes.

280
Margaret los miró con admiración.
—Estos son los que estaban en aquel escaparate... —comentó.
—Parece que no eres la única que sabe ser misteriosa —respondió
John con una sonrisa.
—¡Son hermosos, Gracias! —Margaret respondió y salió de la
cama para ponérselos y admirarlos en el espejo. Regresó a la cama y se
arrodilló de nuevo a su lado, sentada sobre sus pies—. Son muy
elegantes, John —le agradeció de nuevo—. Debo mantener la imagen
de una bella dama ahora que estoy casada con el Maestro de
Marlborough Mills —le sonrió con orgullo—. Ahora me alegra haber
contado con la ayuda de Edith para seleccionar mi ropa nueva. Espero
que mi apariencia coincida con tu posición —comentó esperanzada.
—Puede que me haya atraído tu apariencia, pero es la belleza de
tu personalidad y tu sorprendente intelecto lo que me hizo amarte —
respondió con sinceridad—. Sin embargo, debo confesar que admiro
tu nueva vestimenta —dijo con una sonrisa cómplice.
—No pensé que notarías lo que llevará puesto —comentó muy
sorprendida.
—Me doy cuenta de todo sobre ti, mi amor —respondió—.
¿Cómo no hacerlo? —añadió mientras estudiaba los rasgos de su rostro
por centésima vez—. Creo que seré el esposo más orgulloso de Milton
—declaró con sinceridad.
Margaret sonrió con timidez ante tu ardiente mirada.
—Me temo que los otros Maestros podrían no tener la mejor
opinión de mí —admitió, preguntándose cómo los colegas de su
esposo, habían visto su actitud audaz e independiente.

281
—Creo que estarán muy celosos de mi éxito en conseguir una
esposa así. Pero tal vez deberías mantenerte en silencio en las próximas
cenas, antes de desafiar mi juicio frente a los demás— bromeó John.
—Hare lo mejor que pueda, pero sabes que es probable que
exprese firmemente mis opiniones. Estoy segura de que eras
consciente de los riesgos involucrados al casarte conmigo —replicó en
broma mientras tomaba su mano en conciliación.
—Era consciente de que había riesgos incalculables al reclamarte;
pero soy un hombre de naturaleza terca y una vez que he establecido
un propósito deseable, seguiré adelante —admitió John con una
sonrisa.
—Me alegro por eso —confesó Margaret rápidamente mientras se
inclinaba hacia adelante para recibir un beso que fácilmente encendió
la pasión del uno por el otro.

Ya era media mañana cuando la pareja bajó a desayunar. La


puerta trasera de la cocina estaba abierta a la vista exterior. El día era
soleado y cálido, grandes nubes blancas se arrastraban lentamente a
través del brillante cielo azul, creando sombras oscuras a través del
brezal verde.
Margaret observó con satisfacción que su esposo se parecía cada
vez más a un hombre de campo, vistiendo solo con su camisa y
pantalones con sus tirantes a la vista.
Después del desayuno, John fue detrás de la casa para limpiar la
rama del árbol caído mientras Margaret se levantó para guardar la ropa

282
que aún colgaba en la despensa. Cuando regresó a la cocina, John
estaba ocupado convirtiendo la rama en leña para la chimenea.
Margaret limpió la mesa y comenzó felizmente a lavar los platos.
La ventana sobre el fregadero le permitió observar el progreso de su
esposo mientras escuchaba el sonido constante del hacha golpear la
madera. Verlo así, ocupado, le dio un placer singular y miró con gran
interés cuando el sol implacable lo obligó a quitarse la camisa. John
volvió a su ardua tarea y balanceo el hacha con fácil vigor y precisión.
Las manos de Margaret se congelaron mientras estudiaba la
tensión muscular vigorosa en su espalda, la contracción de los
músculos de sus brazos por los movimientos rítmicos intensos. Sintió
un aleteo profundo en su interior y se estremeció al reconocer la
atracción que la mantenía hechizada. Sonrojándose por las imágenes
que le venían a la mente, rápidamente reanudó su trabajo y terminó los
platos, mientras veía ocasionalmente el exterior. Al terminar, se secó
las manos y se unió a su esposo en el jardín trasero. John le sonrió,
pero continuó con su trabajo, le quedaba solo un segmento restante de
la rama de pocos metros de largo.
—¿Puedo ofrecerte algo de agua? —preguntó en voz alta por el
estruendo de sus golpes, notando el brillo de sudor que se formaba en
sus hombros, espalda y frente.
—Sí, gracias —respondió sin detenerse, agradecido por su
consideración.
Margaret se volvió hacia la bomba exterior y diligentemente llenó
un cubo con agua. Volviéndose, con la intención de traer un vaso de la
cocina para que lo usará.
John detuvo su trabajo cuando Margaret se acercó y se enderezó
para mirarla, en anticipación, al refrigerio que le ofreció, con una
sonrisa agradable en su rostro.

283
Mientras llevaba el cubo lleno de agua cerca de él, algo en su
postura expectante provocó en Margaret un impulso de sorprenderlo.
Sin dudarlo un momento, tomó el borde del cubo con una mano y la
parte inferior con la otra y arrojó el agua sobre su cuerpo desprevenido.
El agua lo golpeó directamente en su pecho, salpicando agua
sobre su cara y cabello, cayendo en cascada por su abdomen,
empapando sus pantalones. John abrió la boca en estado de shock al
sentir el agua fría goteando sobre su cuerpo.
Margaret se quedó asombrada al ver a su esposo, con una mano
sobre su boca, como si un extraño poder la hubiera impulsado a hacer
algo así y no fuera más que el inocente artífice de su malvado propósito.
Miró con creciente inquietud, que una sonrisa incrédula cruzó el rostro
de su esposo y una mirada de venganza apareció en sus ojos.
Margaret se dio la vuelta para huir, intentando escapar de su
retribución, pero no era rival para John. Fue alcanzada rápidamente y
tomándola por la cintura la arrastró al suelo con él, protegiéndola de la
caída mientras Margaret gritaba en su agarre. Se apresuró a sujetarla de
las muñecas, aprisionándola contra el suelo mientras se arrodillaba
sobre ella.
Riéndose incontrolablemente, Margaret protestó y gritó su
nombre mientras estudiaba su rostro para discernir la posibilidad de
una liberación rápida.
—¡Eres una pícara! —la acusó bromeando.
—Dijiste que te gustaría un poco de agua —ofreció, riendo en
defensa de sus acciones.
—¡No pedí que me tiraras el agua! —respondió, haciéndola reír.
—John, me estás mojando! —se quejó mientras intentaba liberarse
de su agarre.

284
John se movió para enderezarse y sin previo aviso, la hizo girar y
la recostó sobre su cuerpo, apretándola contra su cuerpo y su evidente
virilidad. Con una sonrisa perversa, John miró divertido a Margaret
mientras se agitaba para enderezarse, alarmada por encontrarse en esa
posición, sin embargo, se regodeo de la sensación de su cálido cuerpo
sobre el suyo. La agarró por los brazos para detenerla, obligándola a
apoyarse, acercándola a centímetros de su rostro.
—-John, ¡estás todo mojado! —se quejó de nuevo, sintiendo la
humedad de su propia ropa.
—Creo que me debes un beso por un comportamiento tan
reprobable —declaró con decisión, ignorando su queja.
—-¡John! —suplico piedad.
John levantó una ceja en respuesta silenciosa a la súplica de
Margaret, inflexible a su solicitud. Las comisuras de su boca se
curvaron hacia arriba cuando la sintió ceder y se movió para besarlo.
Forzó su cuello para encontrarla, impaciente por liberar su pasión;
entrelazó su lengua con hambre, como si fuera a consumirla por
completo.
Emocionado ante la rápida sumisión de Margaret, sintió el peso
de su cuerpo presionando más fuerte mientras se relajaba. Extendió
sus brazos para rodear con sus manos la espalda femenina y girarla de
nuevo para que volviera a tumbarse debajo de él en la hierba. Su
corazón latía salvaje mientras continuaba saqueando su boca.
—Perdón, pero… ¿está bien? —escucharon una voz joven
preguntando con timidez.
John se paró al instante, apresuradamente ayudó a su nerviosa
esposa a ponerse de pie. Un muchacho joven de unos ocho años
estaba a varios metros de ellos, su expresión era una mezcla de
confusión y preocupación.

285
—Estamos bien —le aseguró John, con una sonrisa temblorosa,
esforzándose por lucir normal mientras se quitaba el cabello mojado
de la frente, sintiendo el calor en sus mejillas.
Margaret se alisó las faldas y comprobó la condición de tu
cabello, su rostro estaba sonrosado por la vergüenza.
—Escuché a la señora gritar —el muchacho comenzó a explicar
cómo una disculpa por su intrusión—. Thomas Wheatley, señor —
anunció—. He venido a cuidar a las gallinas y dejar una canasta de
comida en la puerta. Mi madre horneo esta mañana —informó.
—Tommy, ¡cómo has crecido! Por favor, dile a tu madre que
estamos muy agradecidos —reconoció Margaret con dulzura,
deslizando un mechón de cabello suelto detrás de su oreja.
El chico asintió con una sonrisa.
—¡Felicitaciones por su boda! —añadió cortésmente.
—¡Gracias! —respondió John antes de que el chico se volviera
para cumplir su tarea.
—Um... ser vistos de esta manera... —se quejó Margaret con
mortificación, después de que el niño desapareció detrás del gallinero.
—Es solo un niño, no seguirá pensando en eso —le aseguró su
esposo, no muy seguro de su propia declaración—. Supongo que
debemos alegrarnos de que no haya sido la Sra. Wheatley —reflexionó.
—¡Oh John! —exclamó Margaret, la sola idea la angustiaba—.
Todo es culpa tuya —de repente se volvió para acusarlo con una
sonrisa.
—¿Mi culpa? —respondió incrédulo.

286
—Sí, tal vez si hubieras estado vestido adecuadamente, no habría
tenido la tentación de darte una ducha inesperada —explicó a la
defensiva, dándole una mirada altiva.
—Entonces, tal vez debería encontrar más ocasiones para tentarte
—respondió rápidamente—, ya que encuentro encantador tu
comportamiento impulsivo —admitió, sus ojos cálidos con afecto.
—¿Encantador? —preguntó con confusión.
—Sí y seductor —añadió con voz baja, envolviendo sus brazos
alrededor de su cintura.
Margaret puso sus manos sobre su pecho desnudo, comenzando
a caer bajo su hechizo.
—Deberías cambiarte de ropa —comentó suavemente, tratando
de romper la fuerte atracción hacia él.
Margaret no estaba segura si era totalmente correcto sentirse tan
inclinada a seguirlo en su seducción. Puede que no sea apropiado ser
tan fácilmente seducida. Tenía miedo de que John pudiera perder
interés en el futuro.
—Quizás también deberías de cambiarte de ropa —sugirió en un
tono sensual, alzando las cejas para mostrar sus intenciones.
—¿Qué hay de Thomas? —pensando que sería cortes decirle
adiós al niño cuando se fuera.
—No está invitado —replicó su esposo con una sonrisa traviesa.
Margaret le dio un manotazo y lo siguió hasta la cabaña.

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Era casi mediodía cuando Margaret bajó la escalera y abrió la
puerta principal para recuperar la canasta que dejó el chico Wheatley.
Se sorprendió al encontrar un paquete de correos junto a la canasta en
los escalones de la entrada.
Trajo los artículos adentro y mencionó la llegada del paquete en
voz alta a su esposo cuando se unió a ella en la sala de estar.
John levantó las cejas fingió estar sorprendido y sugirió que
abriera el paquete para ver el contenido, un rastro de una sonrisa
comenzando a bailar en sus labios.
Margaret respondió obedientemente y descubrió dentro, los
materiales necesarios para dibujar; incluyendo papel, tubos de pintura,
muchos pinceles y una paleta de pintor. Miró confundida a su esposo,
quien ahora sonreía ampliamente.
—¿Ordenaste esto? —preguntó maravillada.
—Mencionaron que te gustaba dibujar cuando vivías aquí —
respondió simplemente—. Pensé que te gustaría retomarlo —explicó
pensativo—. Ordené los materiales tan pronto como pude, me alegro
de que llegó antes de que fuera demasiado tarde —agregó.
—No tengo mucho talento, pero me gusta pintar —respondió—
Gracias por pensar en mí —agregó, levantándose para darle una cálida
sonrisa de agradecimiento y un beso afectuoso.
—Encontraré todos los medios para complacerte si debo ser
recompensado de esta manera —dijo John mientras sostenía su cintura
y se inclinaba para besarla por segunda vez.

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Pronto los recién casados fueron al frente de la casa, y John
arregló una silla para que su esposa dibujara la cabaña y la colocó a la
sombra del amplio roble y se sentó cómodamente en la hierba, a poca
distancia, con un libro.
En silencio se dedicaron a sus propios intereses durante mucho
tiempo, hasta que Margaret volteo para verlo acostado boca arriba con
sus ojos cerrados, y el libro abierto en su pecho.
—Se ve bastante cómodo acostado ahí, Sr. Thornton —observó
divertida en voz alta.
—Es bienvenida a acostarse conmigo en cualquier momento Sra.
Thornton —respondió, sugerentemente con una sonrisa ingeniosa, sin
molestarse en abrir los ojos.
Margaret agarró un tubo de pintura, lo cerró y lo arrojó con
traviesa determinación.
John abrió los ojos cuando el objeto golpeó su brazo y sonrió
ampliamente, riéndose se puso de pie y caminó hacia ella para ver su
progreso, tenía curiosidad de ver su talento:
—Es una pintura decente —comentó honestamente sobre su
trabajo hasta ahora—. Has elegido bien los colores —añadió con
admiración.
—Gracias —respondió agradecida y extendió la mano para tomar
la de él.

289
Almorzaron un poco más tarde en la cocina y luego se
aventuraron a explorar los ondulantes campos detrás de la casa.
Margaret recogió algunas violetas y ranúnculos en el camino y lo guío
más allá de un rebaño de ovejas de pastoreo hacia una granja vecina.
John la ayudó a atravesar el bajo muro de piedra cuando se
dirigieron hacia un columpio suspendido de la robusta rama de un alto
roble. Margaret se sentó en el asiento de madera y él parecía contento
de balancear el columpio con varios empujones suaves. Le contó, que
en su infancia solía venir a este lugar, cuando había acompañado a su
padre en una de sus visitas.
Después de un tiempo, un beagle de orejas caídas de la granja
vino saltando hacia ellos, ladrando su advertencia contra la intrusión.
John se inclinó hacia el suelo y extendió su brazo para aplacar al perro
y tuvo éxito en callarlo.
Margaret estaba encantada de ver a su esposo jugar con el perro
mientras se agachaba en una amenaza juguetona y luego se levantó,
mirando hacia atrás para ver si el perro podía alcanzarlo, persiguiendo
sus talones.
Finalmente, ambos se quedaron exhaustos mientras John le daba
unas palmaditas al perro con cariño. Cuando abandonaron el sitio, el
beagle los siguió por un rato a través de los campos, hasta que el silbido
lejano del dueño lo llamó de regreso a casa. Cuando, por fin, volvieron
a la cabaña, Margaret continuó pintando, y John leyó hasta que la luz
del día se desvaneció en el crepúsculo.
Después de la cena, regresaron al aire nocturno que les hacía
señas desde la quietud del salón. Se detuvieron en el sendero del jardín
que daba al frente y contemplaron las estrellas. Margaret señaló las
constelaciones que Fred le había mostrado hacía mucho tiempo, y
John relató hechos sobre cuerpos celestes que había estudiado.

290
Observó la claridad del brillo del cielo nocturno, lamentando la vista
limitada del cielo humeante de Milton, que impedía ver el verdadero
brillo de la noche.
Después de un tiempo, John envolvió sus brazos alrededor de
ella y la acercó a él.
—Recuerdo la última vez que nos quedemos aquí juntos bajo estas
estrellas —murmuró John.
—Sí... parece que fue hace años —respondió Margaret, con un
poco de timidez, recordando la pasión que les había invadido la noche
anterior a la boda.
—No hace mucho —respondió con voz ronca.
—Pero mucho ha sucedido desde entonces —dijo vacilante.
—Sí, es cierto —acordó mientras una ola de alegría encantada fluía
a través de su cuerpo, al recordar sus primeros días juntos.
—Margaret..., ¿eres feliz? —preguntó John con un toque de
preocupación, de repente, preguntándose si sus demandas eran
demasiado para ella, pensando que su timidez podría indicar una ligera
reticencia.
—Sí, lo soy —respondió inmediatamente, algo sorprendida por la
pregunta—. ¿Te he dado la impresión de que no lo soy? —preguntó,
perpleja, mientras analizaba la cara de su esposo.
—No ... no —respondió suavemente. John abrió la boca para decir
algo más, pero descubrió que no podía expresarse con claridad.
—Soy realmente muy feliz, John —le aseguró y presionó su rostro
contra su pecho.
Abrazándola con fuerza, John suspiró profundamente. En éxtasis
cuando sintió que se rendía en sus brazos, y deslizó sus manos a lo

291
largo de su espalda para sostenerla más cerca mientras presionaba su
rostro contra su cabello.
Después de varios minutos de feliz quietud, John se movió para
aflojar su abrazó y mirarla a los ojos. Encontró la respuesta que estaba
buscando en su expresión y la besó con cuidado y ternura, como si
fuera la primera vez que sus labios se encontraran.
Margaret estaba asombrada por la conmoción de sensaciones que
el suave beso de su esposo evocó profundamente dentro de ella y
anhelaba que intensificara sus caricias.
En cambio, John se retiró y le preguntó:
—¿Debería encender el fuego en el salón... o deseas retirarte
temprano? —tenía la intención de darle la oportunidad de elegir lo que
deberían hacer, incluso si su corazón latía con ferviente deseo.
—Tal vez deberíamos retirarnos... —respondió tímidamente,
sintiendo su rostro sonrojarse ante la implicación de su elección,
incapaz de mirarlo a los ojos.
John dejó escapar un suspiro de alivio ante su respuesta, gimió
mientras la abrazaba y besaba, sin poder reprimir su deseo ascendente.
Después de un momento regresaron por el sendero hacia la cabaña.
Primero, se dirigió al salón para apagar las velas y luego subió las
escaleras hacia la habitación donde Margaret se estaba preparando para
acostarse.
Se desnudaron y se pusieron la ropa de dormir en silencio. John
terminó primero y se situó cómodamente en la cama contra las
almohadas mientras observa a Margaret sentarse en el tocador con su
camisón sin mangas y quitar cuidadosamente las horquillas del cabello
para permitir que los largos rizos de su cabello castaño cayeran por su
espalda y sobre sus hombros. Trago saliva, sintiendo una oleada de
afecto doloroso y también de lujuria, al ver su belleza.

292
Cepillo su cabello por unos minutos y luego dejo el cepillo para
acostarse. Deslizó sus pies debajo de las mantas y se sentó cerca de él,
levantando sus ojos recatadamente para encontrar su mirada.
John extendió sus manos para tomar su rostro entre ellas y
comenzó a continuar el beso que habían compartido hace un
momento atrás. Esta vez, permitió que su ardor creciera suavemente,
hasta que la empujo cuidadosamente sobre las almohadas mientras
cubría su cuerpo con el suyo.
Solo sus ojos hablaban, intercalados con suaves gemidos mientras
sus dedos tocaban deliberadamente partes del cuerpo sensibles al tacto.
En un momento, Margaret llevo su boca al lugar que había
descubierto su poder y arrancó de los labios de John gemidos que,
intensificaban aún más, su ardor por él. Había sido una estudiante
aplicada y repetía, llena de deseo, lo que le había hecho John otras
veces a ella.
Al instante, con su esposa desnuda en su regazo, John dejó de
respirar al reconocer el anhelo revelado en esos brillantes ojos. Podía
ver que lo quería tanto como él a ella. John sintió una avalancha de
ansiedad y su deseo creció al imaginar que toda esa belleza lo quería
dentro suyo. Y eso fue lo que hizo.
Margaret gimió y se aferró a él con las piernas envueltas a su
cintura. John extendió la mano para acariciar la mejilla de Margaret y
la besó apasionadamente.
Esta vez, permitió que su ardor aumentara y se movió dentro de
ella. Con sus manos libres tocó sus senos, entrelazó sus dedos en su
cabello y le dijo al oído cuánto la quería y la amaba.
John tenía la intención de amarla como lo había imaginado
durante mucho tiempo, con dolorosa ternura, para que supiera que era

293
el amor lo que impulsaba cada uno de sus movimientos y llenaba su
corazón con la alegría de su unión.

John observó a su esposa mientras dormía a su lado, con las


manos cruzadas debajo de su mejilla como si fuera una niña pequeña
en su sueño inocente. Se maravilló ante el privilegio de mirarla de esa
manera, y sintió la abrumadora sensación de satisfacción que le llegó
después de haberla amado.
Esta vez, había gritado su nombre cuando se aferró a él, una
declaración nacida de la pasión y el amor; había sentido que todo su
ser se estremecía ante la idea de su necesidad por él. Sintió que todos
los fragmentos destrozados de su alma se alineaban. La presión y la
amargura del pasado habían sido borradas por el amor de una mujer
extraordinaria que la Providencia había enviado a cruzarse en su
camino.
Extendió la mano para tocar su rostro con ternura, como para
asegurarse de que no fuera un sueño, para sentir una prueba tangible
de su existencia. Había estado solo durante tanto tiempo y deseaba
nunca volver a estar solo.

294
Estaba más feliz de lo que hubiera imaginado que fuera posible.
Sintió que su vida estaba completa y, sin embargo, el futuro aún estaba
por delante de él, prometiendo una alegría indescriptible.
Cerró los ojos y cruzó las manos sobre el pecho cuando una
lágrima escapó por el rabillo del ojo y se deslizó por la mejilla.

295
— CAPÍTULO 13 —

Margaret puso a hervir una tetera y una olla con agua sobre la
estufa de plomo negro y se dirigió a la puerta principal para recuperar
una cesta de varios productos que habían quedado en la puerta. Ella
sonrió al pensar como los aldeanos los habían mimado con obsequios
regulares de comida. Estaba decidida a averiguar con la Sra. Purkins a
quien agradecer, y enviarles a los simpatizantes una nota encantadora
una vez que regresarán a Milton.
Puso la mesa para dos y volvió a sacar el té de la estufa, luego
comenzó a cocinar salchichas mientras tarareaba alegremente una
melodía de su propia invención.
Se tocó las mejillas con el dorso de la mano, sorprendida por el
leve calor que aun sentía en su rostro y la sensación cálida que
permanecía en todo su cuerpo. Se estaba acostumbrando bastante a los
placeres de la vida matrimonial, pero todavía estaba asombrada por el
poder de su apasionada unión como hombre y mujer. Se preguntó
cuántas oportunidades de amarse tendrían una vez que estuvieran de
vuelta en Milton. Las cosas probablemente serían muy diferentes
cuando John se viera obligado a concentrar su tiempo y energía en el
molino.
John se apoyó silenciosamente contra la puerta de la cocina con
los brazos cruzados, viendo a su esposa en su tarea. Sintió un brillo
estimulante de satisfacción por haberla amado bien. Había disfrutado
el tiempo libre de quedarse en la cama mientras Margaret se había

296
vestido apresuradamente para dirigirse a la cocina. Sonrió al recordar
su timidez cuando salió de debajo de las sabanas.
Estaba vestida con una simple falda azul pálido y una blusa
blanca. Sabía que las curvas debajo se mantenían en los confinamientos
más simples, habiendo notado que evitaba su corsé, en estos días que
permanecían Helstone.
Extrañaría la intimidad casual de su vida en este lugar. Eran libres
de hacer lo que quisieran, sin que nadie más los observara. Era reacio
a trasladarse a la ciudad nuevamente y reanudar una vida de horarios y
trabajo inquieto bajo la atenta mirada de su madre, los sirvientes y la
sociedad en general.
—Creo que me gustaría ser un simple granjero, —anunció
mientras cruzaba la habitación para abrazarla por detrás y presionar su
mejilla contra la de ella, deleitándose con el simple placer de abrazarla.
Margaret sonrió al pensar en John en ese papel, mientras
disfrutaba de la dicha reconfortante de estar envuelta en sus brazos.
—Harías bien en lo que elijas y estaría orgullosa se ser tu esposa,
—respondió con sinceridad—. Pero usted es un hombre importante de
la industria y pertenece a la cuidad, —afirmó suavemente, reconociendo
su renuncia a abandonar el campo—. Creo que te cansarías de una vida
agrícola simple. Además, una mente como la tuya es demasiado
brillante como para dejarla en los campos de Inglaterra. Estas mucho
mejor preparado para enfrentar los desafíos que enfrenta la industria e
impulsar a nuestra nación hacia un gran futuro, —comentó con
franqueza fácil mientras movía la salchicha en la sartén—. No debería
sorprenderme si algún día te encuentras trabajando estrechamente con
el Parlamento.
John estaba asombrado por su sincera evaluación de sus
habilidades.

297
—Margaret, me estimas demasiado, me temo, —respondió,
dudando modestamente de sus sinceros elogios—. Hay grandes
problemas con respecto al crecimiento de la industria que serán muy
difíciles de superar —advirtió—. Sin embargo, también hay promesa.
Me temo que no tengo todas las respuestas para hacer algo por el país,
incluso para mi propio molino, para tener un cierto éxito —respondió
con humildad.
—Estoy segura de que nadie lo hace, pero creo que eres capaz de
descubrirlos más fácilmente que nadie. Tienes la sabiduría y la
previsión para hacer buenos juicios, John. Lo he visto. Tengo confianza
en todas tus habilidades, —declaró con firme convicción—. Granjero,
de hecho, —añadió en voz baja para enfatizar cuan ridículo sería tener
a un hombre así labrando la tierra.
John quedo en silencio al considerar su generosa valoración de
su persona, su perspicacia inteligente y su esperanza de progreso. En
verdad, con Margaret a su lado, sintió que podía enfrentar cualquier
desafío. Sin embargo, todavía sentía una punzada de culpa por llevarla
lejos del idílico campo de su juventud a la triste e incesante agitación
de la ciudad.
—Es tan tranquilo y silencioso aquí. El cielo está despejado y
brillante y todo es tan verde, —comentó con cariño sobre el área que
había llamado hogar—. Ahora puedo ver por qué amaste tanto el Sur.
—Es encantador aquí, —estuvo de acuerdo—. Había olvidado cuán
verde es realmente, —agregó, volteando la salchicha del sartén.
—No puedo evitar pensar que te estoy sacando del lugar al que
perteneces, —confesó con pesar.
Margaret se giró para mirarlo.
—¡Yo te pertenezco! —dijo firmemente, obligándolo a mirarla a
los ojos para que pudiera discernir su sinceridad—. No deseo estar en

298
ningún otro lugar, —declaró, tomando su mano y entrelazando sus
dedos con los de él.
John la miró maravillado, conmovido por su ferviente devoción.
—¿Has olvidado el mensaje que te envié con Nicholas? —
continuó intencionadamente, deseando que supiera que sus palabras
no eran simplemente un dispositivo para consolarlo.
—Nunca podía olvidarlo —respondió John, su voz baja con
reverente emoción al recordar haber recibido su mensaje codificado
de afecto. Toda su vida había cambiado en ese momento, cuando se
enteró de que no amaba en vano.
—Mi corazón te pertenece, John. Eso fue lo que mi mensaje
estaba destinado a transmitir. Seguramente lo entendiste. Mi corazón
pertenece a Milton porque allí es donde estás, —explicó mientras
buscaba en su rostro para asegurarse de que entendiera su significado.
—Margaret, —solo pudo susurrar, aturdido en silencio por sus
ardientes declaraciones.
Se volvió hacia la estufa, el sonido chisporroteante de la carne
cocinando le recordó su tarea. Le dio la vuelta a la salchicha una vez
más.
—Incluso si algún día nos alejáramos de Milton, —confesó, de
espaldas—, creo que siempre le tendré un lugar especial en mi corazón.
Aprendí mucho allí; es donde nos conocimos.
Recuperándose a la acción, John la giró nuevamente para
enfrentarla.
—Solo deseo que seas feliz, —declaró, sus ojos azules perforaron
los de ella.

299
—Tengo muchas ganas de volver a casa, —le dijo con una dulce
sonrisa—. Deseo comenzar mi nueva vida como la señora de John
Thornton de Marlborough Mills, —agregó con orgullo, aunque sintió
una punzada de ansiedad ante la idea de demostrar que merecía el
título. Una de las cosas que había aprendido era que el carácter de su
esposo había demostrado ser más honesto y compasivo que el suyo—.
Tengo la intención de tratarte muy bien, ya lo verás, —prometió con un
brillo en los ojos.
En verdad, Margaret quería enmendar todo el dolor que sus
tontas palabras y hechos le habían causado.
Las palabras de Margaret fueron directamente al corazón de
John, llenándolo con la esperanza de su felicidad continua. No hablo,
pero acerco sus labios a los de ella para mostrar su agradecido afecto.
Cuando finalmente la soltó, Margaret apartó su mirada amorosa
y le entregó un tenedor de mango largo.
—¿Harás las tostadas mientras yo hiervo los huevos? —Margaret
preguntó, con una sonrisa amable.
Margaret sabía que no le importaría llevar a cabo una tarea tan
simple.

300
Pasaron su último día de Helstone en su lugar favorito: el claro
del arroyo donde habían ido el día de su boda. Deseando recuperar
todo el disfrute de la semana pasada en un solo día, trajeron un
almuerzo de picnic y se quedaron un buen rato. Esta vez se leyeron
uno al otro de Tennyson y el sonido del agua que fluía suavemente
prestó un aire de poética tranquilidad a sus voces.
Margaret respiró hondo y cerró los ojos mientras escuchaba
hablar a su amado. El dulce aroma de los pastos y las flores del prado
la llenó de una agradable tranquilidad.
Cuando llego el turno de leer de Margaret, John se apresuró a
situarse en la posición en la que se había acostumbrado cuando leían
al aire libre.
Margaret se divirtió ante su ansia de recostarse sobre su espalda
con la cabeza sobre su regazo y sintió un brillo de alegría al trazar con
cariño los contornos de su rostro y peinarle ligeramente el cabello
mientras leía.
Finalmente, Margaret lo expulsó suavemente de su regazo para
que pudieran almorzar. Acercó la canasta al lugar donde se sentaban
y comenzó a poner afuera la comida.
—¿No hay lugar en Milton donde podamos retirarnos para un
pequeño picnic? —preguntó, imaginándose cómo podrían continuar
algunos de los placeres simples que se habían convertido en parte de
su rutina.
—No, a menos que quieras comer en el parque, cerca del
cementerio. No es terriblemente privado, me temo, —respondió,
dudoso de que pudieran encontrar algo similar en la privacidad o
belleza en Milton.
—Tendré que pensar en algo, —murmuró para sí misma, mientras
colocaba rebanadas de pan y un poco de queso en una servilleta.

301
—¿Cambiaras mis hábitos bien establecidos y solitarios? —se
burló de ella, mirando con diversión mientras una sonrisa se formaba
en sus labios.
—Será mi deber como esposa asegurarme de que comas
adecuadamente y encuentres algo de tiempo para disfrutar, —le
informó con autoridad, mientras sacaba manzanas dulces de la canasta
y las dejaba junto a los demás alimentos.
—Se me ocurre una manera muy satisfactoria de pasar mi tiempo
libre, —respondió John en un tono sensual, incapaz de evitar que las
comisuras de sus labios se curvaran hacia arriba mientras observaba su
reacción.
Margaret se sonrojo ante su respuesta implícita y no pudo
encontrar su mirada mientras se ocupaba de doblar la servilleta en sus
manos.
—Me refería a encontrar el tiempo para leer o conversar o tal vez
incluso para dar un breve paseo. —aclaró tímidamente—. Sin embargo,
no soy reacia a buscar cualquier diversión que puedas sugerir, —agregó
con algo de audacia, aunque su pulso se aceleró y su voz bajó cuando
admitió abiertamente su voluntad de entregarse a su esposo.
Su timidez con respecto a su relación íntima lo hechizó. Sintió
una punzada de culpa por haberla provocado con su sutil sugerencia,
pero no podía arrepentirse de hacerlo cuando reaccionaba tan
seductoramente.
John se movió para sentarse a su lado y le levantó la barbilla para
mirarla a sus conmovedores ojos.
—Difícilmente debería llamarte una diversión. Eres mi mundo
entero, —afirmó inequívocamente, la veracidad de su admisión lo
golpeó incluso mientras pronunciaba las palabras. En verdad, todo lo

302
que logró o por lo que se esforzó a partir de ahora sería para ella,
gracias a ella.
Sus palabras la inundaron como una ola poderosa. Mientras la
magnitud y la profundidad de su amor la brumaban, Margaret luchó
por comprender cómo debería merecer el privilegio de ser apreciada
por ese hombre.
John se inclinó más cerca para besarla, ahuecando su rostro en
su mano e instándola gentilmente a encontrarse con él. Cuando sus
labios se rozaron, un hormigueo lo atravesó y apretó los labios por más.
Margaret le abrió la boca y ansiosamente buscó su lengua con la suya,
acariciándose así en respuesta al anhelo que sentían mientras un calor
abrasador corrió por sus venas, despertando el deseo.
El impulso de amarla allí mismo bajo el cielo abierto se hizo más
fuerte a medida que sus besos ve volvieron más febriles con una
urgencia que ninguno de los dos deseaba controlar. Margaret extendió
la mano para aferrarse a John, su pequeña mano agarrando la parte
posterior de su cuello mientras sus dedos rastrillaban su cabello.
John gimió en doloroso deseo de fundirse completamente con
ella. Era su esposa; era su derecho. Pero no podía someterla al riesgo
de ser descubiertos por algún vagabundo desventurado. Debía esperar.
Ya habría tiempo después.
Contra los impulsos de su cuerpo, se liberó de Margaret. Su
respiración era irregular por la pasión que ansiaba desatar sobre ella.
¿Podría saber el poder que ejercía sobre él? La miró a los ojos y
desesperado de hacerle entender lo que significaba para él: cuanto la
necesitaba, cuán incesantemente anhelaba que se unieran para sentirse
completo.

303
—Te amo, —logró decir John, su voz temblando de emoción. Que
escasas parecían las palabras en su intento de transmitir todo lo que
sentía. Necesitaría toda una vida, pensó, para hacerle entender.
Cuando John se apartó, Margaret se sintió desconsolada.
Aturdida por la intensidad de su vínculo amoroso, se sorprendió de lo
fácil que se entregó, deseando desesperadamente sentir su posesión.
Que increíble que ahora se sintiera así, cuando antes se había encogida
ante la idea de ser propiedad de cualquier hombre, su independencia
siempre gritaba su derecho a la vida.
Ahora, no sentía peligro de perder su identidad y deseaba
someterse por completo a John. Sentía una poderosa sensación de
seguridad bajo su cuidado, nunca se sintió más segura que cuando
estaba en sus brazos.
Experimentaba algo del cielo en sus besos, llegándose a sentir
suspendida de los lazos de la tierra cuando se unían. Anhelaba los
momentos más trascendentes que conllevaba dichas uniones felices,
cuando ya no eran dos entidades separadas, sino que se movían y
respiraban como una sola. Se preguntó si John sentiría algo similar.
—John, no sabía que podía amar a alguien tanto como yo te amo
a ti, —se esforzó por explicar—. No tengo palabras para decirte cómo
me siento, —admitió honestamente.
El corazón de John se hinchó con la maravillosa alegría de ser
amado por Margaret y le otorgó un beso prolongado en los labios
como respuesta a su confesión. Cuando sus labios se separaron, sus
ojos comunicaron su adoración y asombro por un breve momento,
antes de que Margaret inclinara la cabeza bajo la intensidad de su
mirada.
—Deberíamos comer, —le recordó Margaret en voz baja, tratando
de devolverlos al disfrute de su entorno.

304
Cuando terminaron de comer, los recién casados caminaron de
la mano hacia el arroyo y vieron cómo el agua fluía y se agitaba sobre
el lecho de piedras poco profundo.
John llevó a su esposa a un lugar donde una roca rompió el
camino del arroyo y cruzo hábilmente hacia el otro lado. Sosteniendo
su mano mientras entraba en la isla de piedra, la ayudó a cruzar el agua
hacia él.
Vagaron por el bosque un rato, de la mano, para ver si podían
encontrar más campanillas. Aunque no tuvieron éxito en su empresa,
Margaret se deleitó al ver las Prímulas amarillas y los helechos en
crecimiento, recordando fácilmente lo días de su infancia cuando
explotaba todo en el suelo del bosque.
Cuando regresaron al claro, Margaret tomó su dibujo una vez
más, deseando llevar a Milton un retrato del lugar que se había vuelto
aún más especial, porque había pasado tiempo allí, con la persona que
amaba.
John se sentó cerca de Margaret con un libro, curioso de leer el
trabajo de un autor estadounidense: “La casa de los siete aguilones”.
Saboreaba el lujo de leer en un entorno tan hermoso, sabiendo muy
bien que los días venideros no le darían ese placer.
Después de un tiempo, el sonido de pequeñas voces rompió el
silencio y se hizo más fuerte cuando tres niños pequeños aparecieron
en el claro del camino detrás de los arbustos de espino.
—Hola, —Margaret los saludó calurosamente, al ver a los niños
recordando los maravillosos recuerdos de sus días sin preocupaciones
cuando era niña.
—Hola, hemos venido a jugar aquí, si está bien, —anunció una
niña. —Soy Rachel y este es mi hermano Edward, —dijo señalando a un
niño un poco mayor que ella.

305
—Mi nombre es Lydia, —dijo la más pequeña, una chica linda con
rizos rebeldes de cabello dorado que flotaban y rebotaban con cada
movimiento—. ¿Qué estás haciendo? —preguntó con curiosidad al
notar el dibujo que Margaret había comenzado.
—Mi nombre es Sra. Thornton, y este es mi esposo, —comenzó
correctamente con una sonrisa parpadeante para los niños y su esposo,
que observaba con cariño el desarrollo del encuentro—. Estoy haciendo
un dibujo de este lugar para no olvidarlo cuando regrese a casa, —
respondió amablemente a la pregunta de la niña.
—Oh, es muy bonito, —respondió Lydia—. Bueno, vamos a jugar
en el arroyo. Adiós, —gritó mientras salía con sus hermanos hacia el
agua.
—Usted es muy fácil con los niños… Sra. Thornton, —comentó
John con admiración. Le había encantado escuchar a su esposa
presentarse con su apellido de casada.
—Siempre me han gustado los niños. Son muy honestos y muy
perceptivos, —explicó.
La pareja dirigió su atención a los niños, quienes rápidamente se
estaban quitando las medias y los zapatos para reunirse cerca del
arroyo.
Margaret regresó felizmente a su dibujo con planes de agregar
nuevos temas a su trabajo.
John estaba intrigado por las travesuras de los niños y
eventualmente fue a verlos intentar flotar varias hojas y palos río abajo.
Volvió a cruzar la corriente para rebuscar en el suelo del bosque,
entregándole a Lydia un trozo de corteza por un bote que superaría los
mejores hallazgos de sus hermanos.

306
Margaret divertida observó a su esposo quitarse los zapatos y las
medias justo cuando Edward anunciaba con entusiasmo el
descubrimiento de una salamandra. John sintió curiosidad por ver el
espécimen y ayudó a los niños a buscarlos, agachándose a la corriente
poco profunda y levantando suavemente piedras con Lydia para
encontrar algunos más.
Cansada de su larga caza, Rachel anunció un juego de atraparse,
con el que su hermano estuvo de acuerdo. Lydia pronto descubrió la
desventaja de sus extremidades más cortas y gritó su frustración,
—No es justo, eres demasiado rápido para mí, —protestó.
—¡Ven, puedo ayudarte a atraparlos! —John la animó,
agachándose para permitirle subir a su espalda. Lydia chillo de placer
al adelantar rápidamente a su hermano y hermana en la parte trasera
de su fiel corcel.
El corazón de Margaret se alzó al ver a su esposo correr y jugar
con ellos. Sería un gran crimen si este hombre no fuera padre, decidió.
Una sensación cálida surgió de su vientre y se sonrojó ante la idea de
tener hijos.
Cuando tuvo suficiente, John abdicó de su rol lúdico y se sentó
con extenuado alivio cerca de su esposa.
Margaret le sonrió. —Parece que también eres muy bueno con
los niños, —comentó
John sonrió ante su observación.
—Creo que hay una parte de mí que todavía desea ser un niño, —
admitió con franqueza.
—Creo que todos deberíamos tener algo del corazón de un niño
adentro —sugirió con sinceridad—. Estoy segura de que haría del

307
mundo un lugar mejor, —agregó pensativamente mientras miraba a los
niños que habían regresado a la corriente nuevamente.
Todos salieron del claro juntos a media tarde y caminaron por el
camino hacia el pueblo. Cuando llegaron a la cabaña, los niños se
despidieron y agitaron sus manos vigorosamente cuando los recién
casados se volvieron para caminar por el sendero que atravesaba el
jardín delantero.
—Son unos niños tan encantadores, —observó Margaret mientras
se acercaban a la puerta. John la abrió y le permitió pasar dentro, John
sin decir una palabra. Dejó las cosas que había llevado mientras su
esposa seguía hablando sobre su salida—. Lydia es tan encantadora, se
lo estaba pasando tan bien montada a tus espaldas. Me hubiera gustado
que tu madre pudiera haberlo visto. Fue todo un espectáculo, —
argumento, pero fue rápidamente silenciada cuando su esposo la atrajo
a sus brazos y la besó profundamente.
John había deseado besarla por algún tiempo y ya no podía
esperar. Su encuentro con los niños solo había hecho que la amara aún
más. Las gloriosas sonrisas que les había otorgado y sus carcajadas le
llenaron el corazón de alegría al tener a esta mujer como su esposa.
Margaret le devolvió los besos con igual ardor, el poderoso
anhelo de experimentar todo lo que John podía darle cayó sobre ella
una vez más.
Sus besos fueron inquebrantables y Margaret se derritió contra él
cuando fue consumida por su ardiente pasión. Se movían
simultáneamente uno contra el otro, tratando de ajustarse tan fuerte
como lo permitía la barrera de su ropa, ambos inflamados con su
urgente necesidad de convertirse en uno.
John separó su boca de la suya.
—Margaret, te necesito, —jadeó con la frente apoyada en la de ella.

308
—Por favor, —suplicó Margaret débilmente, incapaz de decir más,
su propia necesidad era dolorosa en intensidad.
Los ojos de John ardieron cuando reconoció su deseo.
Cogiéndola en sus brazos, corrió escaleras arriba.

Permanecieron en la cama mucho tiempo después, recostados


cómodamente uno en brazos del otro, sus piernas enredadas, mientras
hablaban de su semana y se reían de la tonta observación de Fanny de
que no habrían de encontrar nada que hacer en Helstone. Cuando su
conversación se desvaneció en silencio, sus manos comenzaron a
acariciar lentamente al otro con una ternura que transmitía todo lo que
sentían; no había necesidad de decir una palabra, los suaves gemidos
llenaban el vacío y entorpecían sus mentes, de forma que las caricias se
tornaban más osadas.
Cuando la exploración gentil del uno al otro se volvió más audaz,
se rindieron para cumplir cada deseo, entregándose a la satisfacción
mutua, murmurando guturalmente el nombre del otro. Hasta que el
sol de la tarde se hundió en los lejanos bosquecillos y los amantes
quedaron lánguidos y completamente desgastados.
Después de un tiempo, Margaret le suplicó a su esposo que
caminara hacia Helstone con ella. Sabiendo que el día se estaba

309
desvaneciendo rápidamente, quería ver el pueblo por última vez y
sugirió que cenaran en la posada. Se burló y lo persuadió por su
renuncia a levantarse y lo besó suavemente, primero en la nariz y luego
en la frente, justo donde había visto tan a menudo su ceño fruncido.

Caminaron lentamente por el sendero, disfrutando de la vista de


la vegetación a su alrededor. Se desviaron más allá de la casa pastoral
y Margaret le mostró donde las rosas amarillas pronto florecerían en
profusión y señaló la ventana de la casa que había sido su habitación.
Recorrieron el camino a la iglesia y se detuvieron cerca de la
entrada arqueada para besarse en secreto en recuerdo de su boda solo
unos días antes.
La señora Purkins estaba encantada de verlos en la posada y les
ordenó que se sentaran en un rincón tranquilo donde les sirvieron una
deliciosa cena de cordero asado y verduras. Para el postre, les trajo un
poco de mermelada de fresa y galletas con almendras en rodajas.
El sol casi se había puesto llegando a la cabaña, el cielo se estaba
oscureciendo y la luna era más visible. John la detuvo en el sendero del
jardín.

310
—Gracias por traernos aquí, mi amor —dijo con tierno cariño
mientras sostenía sus manos entre las suyas—. Disfruté cada momento
de nuestro tiempo en este lugar, —agregó sobre el chirrido silencioso
de los grillos.
—Pensé que lo disfrutarías, —comentó con una dulce sonrisa—.
Ha sido una semana gloriosa, ¿no?
—Lo ha sido, —estuvo de acuerdo, su mirada cálida con el
pensamiento de todo lo que había sucedido. Le dio un beso
prolongado en los labios antes de que continuarán por el camino.
Se relajaron en el salón, disfrutando del tiempo tranquilo para
ellos. Cuando John se levantó para atender el fuego, Margaret también
se levantó para traerles un poco de té.
Después de un tiempo considerable, John sintió curiosidad por
saber dónde podría estar su esposa y la buscó en la cocina. Una
lámpara sobre la mesa convertía la oscuridad en sombras; la tetera
estaba humeante, pero la habitación estaba vacía. La puerta abierta
hacia atrás lo llevo a salir al aire freso de la noche.
—¡Margaret! —Llamó suavemente, esperando una rápida
respuesta mientras sus ojos escaneaban la oscuridad en busca de su
figura. Una punzada de miedo preocupada se construyó
involuntariamente detrás de la casa, más allá del dosel de los árboles,
donde comenzó el cielo abierto y las colinas—. ¡Margaret! —Llamó de
nuevo, más alto.
—Estoy aquí, —gritó Margaret en respuesta y el sonido de su voz
envió un torrente de alivio a través de él—. Salí a ver las estrellas, —
agregó mientras caminaba en su dirección.
John la abrazó por detrás y ambos miraron el esplendor de los
cielos. La vista era magnifica; el olor a tierra, de las hierbas y el dulce

311
aroma del arbusto de tojo, impregnaban el aire mientras el cielo
nocturno brillaba con estrellas interminables.
—Echaras de menos este lugar, —dijo en voz baja al oído, notando
cómo su rostro miraba al cielo con asombro.
—Sí, no puedo evitarlo, —admitió Margaret—. Extrañaré el espacio
abierto y la tranquila paz de la naturaleza, —reflexionó—. ¿Qué vas a
extrañas tú? —preguntó con curiosidad.
John respiró hondo al pensar en ello.
—Me ha encantado escuchar los grillos por la noche, las estrellas
son increíbles aquí y extrañaré el color vibrante de todo. Y extrañare la
libertad de poder besarte en el salón cuando lo deseé, —finalizó,
besando su cuello en buena medida.
—¡John! —protestó burlonamente, apretando sus brazos.
—Tal vez podamos volver aquí el año que viene, —reflexionó,
sabiendo cuánto significaría para su esposa.
—¿De verdad crees eso, John? —preguntó con entusiasmo,
volviéndose para mirarlo con alegría ante la posibilidad.
John sonrió ampliamente ante su reacción.
—No veo por qué no. Si los Thompson son amables y estamos
en condiciones de viajar, no puedo pensar por qué no debemos
regresar, —razonó.
—¡Oh, John, sería maravilloso! —se entusiasmó mientras le
rodeaba el cuello con los brazos para mostrar su aprobación por su
plan ofrecido.
—Lo sería, —estuvo de acuerdo, recompensando su afectuoso
gesto con un tierno beso.

312
Regresaron a su té y disfrutaron el fuego en el salón hasta que las
brasas naranjas brillaron en recuerdo de la antigua gloria del fuego.
Los recién casados subieron a la cama, sabiendo que dormir sería
esencial para el largo viaje que les esperaba al día siguiente.
Después de que Margaret se puso el camisón y se peinó el
cabello, se metió en la cama y se acurruco felizmente junto a su esposo.
—¿Alguna vez has compartido una cama? —Preguntó Margaret,
considerando lo acostumbrada que estaba a su arreglo acogedor
mientras se deslizaba bajo las sabanas y hundía la cabeza en la
almohada junto a la de él.
—Cuando era niño, mi primo a veces venía a visitarme, —
respondió mientras se recostaba para mirarla—. Siempre se las arregló
para patearme mientras dormía, —agregó con una sonrisa irónica.
Margaret se rio al pensarlo.
—¿Siempre has dormido sola? —preguntó a su vez John.
--—Cuando fui a Londres por primera vez, Edith y yo
compartimos una cama. A veces éramos traviesas, nos quedábamos
despiertas hasta tarde y nos reíamos debajo de las sabanas, —relató.
—¿Cuándo te mudaste a Londres? —preguntó con curiosidad,
sabiendo poco de su educación allí.
—Cuando tenía ocho años. Viví allí unos diez años, —respondió
con un tono ligeramente sombrío—. Me fui a casa de vacaciones, por
supuesto y pasé unas cuantas semanas para cada verano, —agregó más
alegremente.
—Eras muy joven para dejar a tu familia. Debes haber extrañado
a tus padres y a Helstone, —supuso sabiamente.
Margaret evitó su mirada.

313
—Mi madre pensó que sería una gran oportunidad para que yo
tomara mis lecciones y aprendiera las gracias sociales en Londres, —
respondió con timidez—. Veras, mi madre era de una familia muy
buena, los Beresford. Era la belleza del condado, según me dijeron.
Cuando se enamoró de mi padre, su familia estaba convencida de que
se casaría por debajo de ella si elegía a papá. Pero creo que fueron
felices, —concluyó mientras John escuchaba fascinado cada detalle que
revelaba.
—Estoy segura de que mi educación fue muy buena, aunque mis
clases de música y baile no fueron tan exitosas, —continuó con una
sonrisa reveladora—. Viví en Londres hasta que Edith se casó, el verano
antes de mudarnos a Milton, —relató.
—Debes haber tenido muchos pretendientes, —comentó John
solo medio en broma, porque se imaginó que habría atraído la atención
de muchos caballeros de Londres.
Margaret se sonrojó ante su comentario.
—Oh, fue Edith a quien generalmente le molestaron. Nunca fui
muy buena para batir las pestañas y hacer una conversación tonta, —
confesó con la sonrisa tímida. —No creo que nadie se haya fijado
mucho en mí.
John quedó impresionado por su humildad, al percibir que
nunca se había considerado muy hermosa.
—No puedo creer que no te hayan notado. Me dejaste sin aliento
cuando te vi por primera vez, —confesó con ternura—. Aunque creo
que nuestra reunión fue uno de los encuentros más desafortunados
que un hombre podría experimentar, al conocer a la mujer de sus
sueños.
Margaret no pudo evitar reírse.

314
—Fue muy diferente a lo que eres, John. Debes haber estado
realmente furioso—, conjeturó, recordando su trato violento con el
desventurado trabajador de la fábrica.
—No puedo justificar completamente mis acciones, pero estaba
realmente furioso por su descuido. Podría haber matado a
innumerables trabajadores con su flagrante desprecio por las reglas, sin
mencionar la destrucción de todo por lo que yo había trabajado tan
duro para establecer—, le explicó, aun lamentando que hubiera sido
testigo de su arrebato violento al comienzo de su relación—. Eras
hermosa incluso en tu ira contra mí, quizás aún más por tu audacia.
Nadie más en el molino se había atrevido a confrontarme, —declaró
con admiración.
—Pensé que eras muy llamativo, John, cuando te vi en el
andamio, con vistas a tu imperio. Eras muy guapo, pero tan
intimidante, tan… serio, —explicó al descubrir su primera reacción al
verlo.
—No lo suficientemente intimidante como para evitar que me
reprendas en mi propio molino, —le recordó con humor—. No puedo
arrepentirme de ese día, no importa cuán terribles sean las
circunstancias. No puedo imaginar mi vida sin ti ahora. Eres la mujer
más bella y extraordinaria. Siempre lo serás, para mí, —prometió con
voz suave mientras le pasaba suavemente los dedos por el pelo.
Margaret cerró los ojos con sus palabras reconfortantes y su toque
tranquilizador la obligaron a relajarse en su cuidado.
John continuó con sus gentiles atenciones, maravillándose de la
preciosa belleza del rostro de su esposa, hasta que notó que su
respiración se había profundizado y sus labios se separaron ligeramente
en un sueño tranquilo.

315

Margaret se despertó a la mañana siguiente con su suave roce en


su cabello. Sonrió al sentir besos ligeros en su sien.
—Buenos días, bella princesa, —la saludó su esposo, su voz la
acarició tan fácilmente como sus labios—. Debemos abandonar este
lugar encantado por tierras más lejanas, —anunció en vos baja.
—Mmm…, —respondió Margaret mientras se estiraba
perezosamente y respiraba hondo—. Felizmente acompañare a mi
príncipe a su castillo lejano, —respondió en especie mientras estiraba
lentamente su mano a lo largo de la curva de su hombro.
—Creo que preferiría mantenerte aquí indefinidamente, —
respondió con voz apagada mientras de daba besos en el cuello, el
aroma embriagador de ella y la suave sensación de su piel en sus labios
comenzaron a intoxicarlo con deseo.
—¿En la cabaña, mi señor? —preguntó algo sin aliento, inclinando
la cabeza para permitirle un mayor acceso a la longitud de su cuello,
sucumbiendo rápidamente a sus seductoras atenciones.
—En esta cama, —respondió con fervor.
Todavía no estaba dispuesto a despedirse del lugar que tenía tanta
importancia para él, porque aquí fue donde sus fantasías y sueños de
amor se habían convertido en una realidad mágica, más maravillosa de
lo que había imaginado. Aquí realmente se había convertido en su
esposa y la había tomado y reclamado irrevocablemente como suya.
No podía olvidar el tiempo que habían pasado descubriéndose el uno

316
al otro y el asombroso poder y placer que habían encontrado en su
unión activa.
Margaret sonrió divertida ante su comentario amoroso, su intento
serio envío una emoción de alegría a través de su cuerpo.
—¿Me mantendrás cautiva aquí, entonces? —se burló audazmente
mientras le rodeaba el cuello con el brazo.
—Sí, por un tiempo, —respondió, acercando su rostro al suyo—.
Prometo que te trataré con misericordia, —se las arregló para bromear
cuando una sonrisa desviada se extendió por su rostro.
—No muy misericordiosamente, —respondió Margaret en voz
baja, con un brillo deslumbrante en sus ojos.
Aturdido por su respuesta, John le dirigió una mirada de
asombro, antes de cubrir su boca en la suya para hacerla prisionera de
su pasión.

Los amantes finalmente abandonaron el maravilloso santuario de


su cama matrimonial y se levantaron para prepararse para su viaje hacia
el norte.
John se puso los pantalones e hizo sus abluciones matutinas, el
agua fría le salpicaba la cara y le provocaba un ligero escalofrío sobre
el pecho aún sin cubrir.

317
Margaret frecuentemente miraba en dirección a su esposo
mientras comenzaba a ponerse las muchas capas requeridas para la
vestimenta formal de una dama. Buscó ayuda de John para abrocharse
el corsé y abrocharse la parte posterior de su vestido de seda negro, y
el regreso de su ropa de luto indicaba su inminente regreso a la
sociedad.
John se complació en ayudar a su esposa a vestirse, muy
consciente del privilegio que le otorgó temporalmente en ausencia de
Dixon.
Comenzó a empacar sus cosas en su baúl y se sintió atraído por
ver a su esposa asumir una tarea similar mientras doblaba
cuidadosamente y colocaba sus prendas en su baúl abierto. La
comprensión de lo que le deparaba el futuro le llegó con fuerza: ¡ella
volvería a casa con él! Sus días juntos aquí habían sido algo así como
una existencia de cuento de hadas. Todavía le parecía increíble que ella
se convirtiera en parte de su vida cotidiana en Malborough Mills,
donde el duro mundo de la lucha, la falta y la inequidad clamaban
constantemente fuera de su puerta.
John cruzó la habitación para detener su progreso y tomar sus
manos entre las suyas.
—Todavía no puedo creer que vuelvas a casa conmigo, —le dijo
simplemente, la sensación de sus delicadas manos acentuaba el
contraste entre los mundos muy diferentes de los que provenían, cuya
ruptura seria reparada por la llegada de sus vidas.
Margaret sonrió ante su incredulidad, recordando cómo sus
cartas habían descrito sentimientos similares.
—Iré a casa contigo, —le aseguró con una mirada amorosa—. Sin
embargo, debo confesar que estoy un poco nerviosa hoy, raramente he
estado dentro de tu casa y me temo que tengo recuerdos embarazosos

318
de las pocas veces que estuve allí, —admitió tímidamente, evitando su
mirada en su leve incomodidad.
La tomó de los brazos y la atrajo hacia sí.
—Solo tengo recuerdos agradables de ti en mi casa, —respondió
honestamente.
—No quería contradecirte en tú cena. El Sr. Bell fue muy injusto
al ponerme en tu contra, lo siento, —dijo tristemente al recordarlo.
—Solo recuerdo a una mujer que se conmovió para hablar y
actuar por compasión por los demás, —le aseguró con afecto, tomando
sus manos entre las suyas y besándolas—. Y tenías razón, sabes. No hay
justicia en el sufrimiento de los niños.
—¡Oh, John, no debería haberte dicho que te enfrentaras a la
multitud, fue una tontería de mi parte! Pensar en lo que podría haber
pasado… —sintió un escalofrío de miedo al contemplar lo cerca que
John había estado del peligro.
—¿Y qué hay de ti? ¡Margaret, te golpearon tratando de
protegerme! —le recordó, estremeciéndose al recordar cómo casi la
había perdido—. Deberías haberte quedado adentro, por tu propia
seguridad.
—John, no podía quedarme de brazos cruzados cuando fui yo
quien te llevó a la acción, —respondió Margaret, sus ojos incluso ahora
revelaban el terror que la había invadido cuando había visto hombres
con rocas y zuecos, listos para desatar su enojo y frustración en el
hombre que representaba todo lo que era injusto en sus ojos. Ahora se
dio cuenta de cómo su corazón la había impulsado a su rescate, aunque
su mente no admitía el verdadero impulso de su acción.
—Todo está bien ahora, —la consoló, al ver su angustia al recordar
ese evento crucial—. Estamos juntos y todo está bien. Deseo que te

319
sientas a gusto en tu nuevo hogar. ¿Reescribirás tus recuerdos para que
coincidan con los mío? —imploró—, porque yo no los borraría. Son
instantes preciados de nuestro descubrimiento mutuo.
—¿De verdad piensas eso? —preguntó, sus ojos buscando la
verdad en él.
—Sí, —respondió sin reparo y le dio un tierno beso en los labios.
El carruaje llegó poco después de que terminaron de empacar y
los recién casados salieron de la cabaña con sentimientos encontrados
de nostalgia por su semana en Helstone, y emoción al comenzar de
nuevo su vida en Milton.
Margaret observó el paisaje que pasaba con especial cariño
mientras se dirigían hacia la estación en Southampton. En poco
tiempo, estaban en camino, se acomodaron uno junto al otro en el tren,
el metal chirrió y gimió cuando las ruedas comenzaron a impulsarlo
lentamente hacia Milton y a casa.

320
— CAPÍTULO 14—

Los recién casados hablaron poco mientras el tren viajaba por el


campo, contentos de mirar juntos por la ventana. Una pequeña sonrisa
apareció en el rostro de John, la idea satisfactoria de llevar a su novia a
casa nunca estaba lejos de su mente.
Cuando Londres finalmente estuvo detrás de ellos y la parte más
larga de su viaje apareció ante ellos, entablaron una conversación fácil.
Margaret preguntó por el molino y la industria de algodón y John
felizmente explicó todas sus dudas, evitando sabiamente cualquier
descripción larga que pudiera estar fuera de su alcance. En cambio,
suavemente le permitió dirigir la lección con su interés inquisitivo.
Cuando la tarde se alargó y despertaron de la bruma indolente
de una siesta pacífica, la inquietud comenzó a apoderarse de Margaret.
Sintió un aleteo de nerviosismo en la boca del estómago a medida que
se acercaban a su destino. Su ansiedad nació de la incertidumbre:
Asumiría un papel completamente nuevo como señora en su hogar,
aún extraño para ella.
No regresaría a la pequeña y cómoda casa en Crampton con su
padre, pero se esperaría que administrara una casa donde las
habitaciones grandes parecían austeras y frías, su perfecta limpieza y
disposición sugiriendo que los ocupantes dentro se dedicaban muy
poco a la vida real. No quería interrumpir el eficiente sistema que,
estaba segura, la Sra. Thornton había implementado, sabía que
inevitablemente habría diferencias de opinión entre ellas. Margaret
esperaba estar bajo observación cuidadosa, y esperaba que su suegra

321
aceptara gentilmente cualquier cambio que hiciera. Aunque deseaba
complacer a la mujer, que tanto tiempo había cuidado a su amado
esposo. Su primera prioridad sería hacer de la casa un lugar cálido y
acogedor para John.
John sintió el cambio en el comportamiento de su esposa y
preguntó por sus pensamientos.
—No es nada, en realidad, —dijo mientras se esforzaba por aclarar
sus sentimientos—, supongo que estoy un poco ansiosa por convertirme
en dueña de una casa tan grandiosa. No deseo perturbar la armonía de
tu hogar. Estoy segura de que tu madre se ha esforzado mucho para
que todo funcione sin problemas, —agregó preocupada.
Su esposo sonrió y le apretó suavemente la mano para
tranquilizarla.
—Es tu hogar ahora. Deseo que hagas lo que te parezca. Estoy
seguro de que mi madre puede ayudarte a aprender las tareas del
hogar, si es necesario, —le aseguró—. Por favor, deseo que te sientas
como en casa. No te preocupes por complacerme, lo prohíbo, —se
burló suavemente de su inquietud con su orden—. Seré feliz mientras
estés allí, —prometió, mirándola a los ojos para convencerla.
Sus palabras la calmaron, pero no pudieron borrar por completo
la inquietud que sentía por la idea de encontrar su lugar en el orden
establecido de su dominio.
Cuando la nube gris del humo de las fábricas de Milton se podía
ver en la distancia, la ansiedad de Margaret se transformó en euforia.
Miró ansiosamente por la ventana para ver la ciudad a la vista,
encantada de volver a casa por fin. Aunque sus recuerdos de vivir allí
eran confusos, sintió la emoción de comenzar de nuevo. Un mundo
completamente nuevo prometió abrirse a ella en una ciudad que
encontraba llena de actividad y promesas de progreso.

322
Bajaron del tren y John hizo señas a un portero.
—Señor Thornton, señor, —reconoció el chico, inclinándose
ligeramente después de recibir sus instrucciones apresurándose a su
tarea.
Margaret tomó el brazo de su esposo con admiración y lo miró
con nuevos ojos, viendo ahora al Maestro y Magistrado de Milton que
poseía el respeto de la cuidad. Respiro hondo, sintiéndose orgullosa de
ser su esposa.
John le dirigió una cálida sonrisa y la acompañó a un carruaje que
esperaba.

Hannah Thornton miró por la ventana que daba a la puerta.


Ciertamente llegarían antes de que terminará la tarde. Había pasado
suficiente tiempo esperando y deseando que los eventos revelaran si
sus preocupaciones estaban justificadas o solo eran los miedos
autoimpuestos de una madre que se aferraba egoístamente al pasado.
Había sido un revoltijo de emociones desde la boda, ya que varias
oleadas de sentimientos inesperados y abrumadores la habían invadido
durante toda la semana. El matrimonio de John la había afectado más
profundamente de lo que quería admitir.
Había sido tan feliz: la visión de su hijo el día de su boda nunca
la había abandonado. Había llorado lagrimas amargas esa noche sola
en su habitación de hotel de Londres, ya que se dio cuenta de cuánto
tiempo y en silencio, su hijo había sufrido soledad. Hannah vio con

323
sorprendente claridad cuán vana había sido suponer que su firme
devoción y cuidado garantizarían su felicidad. Lo había amado
ferozmente y lo había reforzado a cada paso en su ascenso al éxito,
pero se dio cuenta de su propia incapacidad para proporcionarle el
dulce y tierno afecto que le permitiría liberarse de sus sentimientos
inestables. Aunque no pudo evitar sentir una punzada de celos,
esperaba que John hubiera encontrado el afecto que necesitaba en el
cuidado de Margaret.
Le conmovió enormemente ver a Margaret brillar con tierna
adoración por su hijo. Cualquier razón que había tenido para rechazar
su proposición hace tantos meses se había desvanecido. Hannah solo
podía alegrarse de pensar, cuanto merecía John ser amado de esa
manera.
La viuda inquieta dejó su puesto vigilante para recuperar su
asiento en el salón y comenzar a coser. Esperaba que todo hubiera sido
armonioso para los recién casados durante su estancia en Helstone.
Temía que pudieran encontrarse demasiado pronto en un desacuerdo
que alteraría su convivencia pacífica. Ambas eran personas muy
fuertes, pero Margaret necesitaría aprender a respetar las decisiones de
su esposo si esperaba brindarle una felicidad duradera.
Hannah había tenido tiempo suficiente para considerar por qué
John se había sentido atraído por Margaret. Observar a su propia hija
a principios de semana le había dado mucho que contemplar al darse
cuenta de cuan diferente era Margaret en comparación con la mayoría
de las mujeres de su edad y posición social.
El vertiginoso entusiasmo de Fanny por todo lo que Londres
tenia para ofrecer había sido casi intolerable y la tonta indulgencia de
Watson por todos sus caprichos la había molestado cada vez más. Su
comportamiento insípido contrastaba notablemente con la manera
reflexiva e inteligente que tanto John como Margaret parecían tener.

324
Ni su hijo ni su esposa parecían estar interesados en la mera diversión
o la autocomplacencia. Ahora podía ver lo impensable que hubiera
sido ver a su hijo emparejado con una chica que cuya cabeza solo
estaba llena con la ocupación de la última tontería o la búsqueda de
moda de la sociedad.
Incapaz de concentrarse en su bordado, Hannah se levantó y
caminó hacia la mesa auxiliar, quitando una mota de polvo imaginaria
de la superficie de la esquina y enderezando la vela en el aplique de la
pared a una posición vertical perfecta. Se preguntó cómo Margaret
podría intentar cambiar la casa. Su casa en Crampton había sido
humilde, pero Margaret había vivido en Londres con parientes ricos y
podría tener ideas sobre cómo transformar esta casa en algo parecido
a una gran casa del sur.
Estaba incomoda con la idea de tener a su nuera a cargo de la
casa que había dirigido durante tantos años. Además de ser dejada en
la ociosidad insípida, temía que Margaret intentara implementar los
ideales sureños de comodidad y ocio, lo que sería indecoroso aquí en
Marlborugh Mills, que era el centro del estándar de Milton para la
industria y la eficiencia. Podía imaginar cuán inquietantes podían ser
las diferentes opiniones entre ellos, perturbando la armonía del hogar.
Volvió a caminar hacia la ventana para observar la llegada de la
pareja. Al menos, reflexiono, Margaret necesitaría mantenerse al
margen de cualquier compra extravagante desde el principio y se le
mostraría un presupuesto familiar razonable. La mujer mayor se
preguntó si John ya le había contado sobre la tensión financiera que
había causado la huelga. Margaret necesitaría saber que su gasto seria
limitado hasta el momento en que el negocio se recupere, si se llegara
a recuperar.
Era difícil imaginar que el destino llevaría a su hijo a la ruina, pero
Hannah no podía descartar el miedo persistente de que las

325
circunstancias no mejorarían. ¿Margaret respaldaría a su hijo si no
lograra que la fábrica volviera a obtener ganancias? La niña había
soportado con firmeza su propia porción de dificultades: mudarse a
Milton, la muerte de su madre, de su padre y la desgracia de su
hermano. Esperaba que su devoción por John demostrara ser igual de
fuerte, y que le diera un poco de esperanza si los acontecimientos se
volvían hacia abajo.
Más allá de todas sus preocupaciones egoístas, preguntándose
qué lugar y utilidad tendría ahora, su principal preocupación era que
Margaret debería tráele felicidad a John. A Hannah no le importaría lo
que Margaret hiciera o no hiciera, si tan solo supiera que la niña le
traería felicidad duradera. No podía soportar ver que su hijo volviera a
la desolación.
Tembló al pensar que sería de él si Margaret se resentía de su
matrimonio o si huía con sus familiares en Londres en tiempos
difíciles.
El mejor juicio de Hannah le dijo que la niña estaba hecha de un
material más fuertes como para huir de sus problemas, pero el corazón
de su madre todavía estaba preocupado de que John pudiera sufrir una
gran angustia una vez más.
Sus cavilaciones se rompieron cuando observó a un carruaje
detenerse frente a la puerta. En verdad, a pesar de todas sus
reflexiones, ella no sabía qué esperar. Solo sabía que habían sido
notablemente felices el día de su boda. Esperaba fervientemente que
nada hubiera cambiado.

326
Cundo llegaron a las puertas de Marlborough Mills, Margaret
sintió la maravilla de este acontecimiento trascendental. Este sería su
nuevo hogar. Su estómago se retorció con ansiosa esperanza de que
fuera digna de ser llamada dueña de ese lugar.
John estaba lleno de alegría exuberante por haber llevado a su
esposa a casa por fin.
Antes de llegar a la puerta, Jane la abrió para asistirlos. Margaret
se movió para dar un paso adelante, pero de pronto, John cargó a su
esposa y la llevó al umbral.
—¡John, nos verán! —Margaret se quejó, consciente de que podría
haber transeúntes ahora que estaban en la ciudad.
—Entonces déjalos tomar nota de que el Maestro de Marlboroug
Mills ahora está felizmente casado, —respondió con una amplia sonrisa.
Jane sonrió discretamente, divertida, al ver al Maestro tan
animado.
Cuando John llevó a su novia a las escaleras, Margaret protestó
por su obvia intención de subirlas con ella firmemente en sus brazos.
—¡John, déjame! ¿Qué pensaría tu madre? —le preguntó,
horrorizada por su disposición a parecer tan descuidado en su júbilo
por traerla a casa.
John sonrió ante su vergüenza y la bajo, agarrando su mano
mientras subían las escaleras juntos.
Hannah los esperaba en el salón, con una sonrisa apagada que
levantaba la sombría imagen de su postura rígida mientras observaba a
los recién casados entrar en la habitación.
—Madre, —su hijo la saludó calurosamente y le dio un abrazo
afectuoso.

327
—Margaret, —Hannah le dio la bienvenida a su nuera a su nuevo
hogar, con un ligero abrazo y un beso en la mejilla, como lo requería
la costumbre.
—¿Cómo fue su viaje? —preguntó la madre cortésmente, sobre su
largo viaje en tren.
—Fue bastante agradable, —respondió John.
—Confío en que hayas disfrutado de tu estancia, —comentó su
madre amablemente, sus ojos se posaron en su nuera.
—Sí, fue muy encantador, gracias, —respondió Margaret,
lanzando una mirada tímida a su marido, que sonreía ampliamente
ante su respuesta.
Las cálidas miradas y sonrisas entre ellos no escaparon a la
atención de la viuda Thornton. Obviamente estaban muy felices y hasta
ahora parecían estar adaptados a su nueva relación como marido y
mujer. Se alegró de eso. La aclimatación de Fanny a la vida
matrimonial había sido mucho más difícil. Hannah se sintió muy
aliviada al percibir que Margaret no necesitaría su consejo en asuntos
tan privados.
Sin embargo, estaría muy interesada en ver qué tan bien la nueva
pareja hacia la transición al patrón de vida muy real que comenzaría
cuando John reanudara su trabajo en el molino mañana.
—Sé que el viaje fue largo y viajar en tren puede ser bastante sucio.
¿Te gustaría lavarte el polvo? —la mujer mayor dirigió su pregunta a
Margaret—. Me encantaría mostrarte tu habitación, —ofreció
hospitalariamente.
—Sí, por supuesto. Gracias, —respondió amablemente la esposa
de su hijo.

328
—Hay algunas cartas de importancia urgente en tu escritorio del
estudio, —dijo la Hannah a su hijo mientras se preparaba para
seguirlas—. El Sr. Williams insistió en que se te notifique tan pronto
como regresaras, —aclaró, dándole una mirada aguda.

John lanzó una mirada preocupada en dirección a su madre, con


la esperanza de juzgar por sí mismo la reacción inicial de Margaret a
los arreglos de vivienda que su madre había establecido. Sin embargo,
sabia, por la mirada que he había dirigido, que deseaba escoltar a
Margaret sola por el bien de la propiedad.
Suspiró internamente mientras cedía, permitiendo que el juicio
de su madre prevaleciera por el momento, se convenció
vacilantemente de que después de una semana de compañía tan íntima
y feliz, Margaret seguramente entendería que el arreglo de vida que
presentó su madre sería un guiño superficial a la costumbre.
—Me te veré más tarde, —aseguró a su esposa en disculpas por
despedirse de ella.
Margaret asintió con simpatía antes de girar para ser conducida
por el comedor. Estudio con curiosidad los retratos pintados en la
pared mientras seguía a su suegra por las escaleras, sintiendo una
euforia extraña que la llevaría a los cuartos privados de la casa.
—Esta es la habitación de John, —anunció la mujer mayor
mientras comenzaba por el pasillo, indicando una gruesa puerta de
madera a la derecha. Parecía orgullosa de las muchas puertas señoriales
en el largo corredor—. John instaló una nueva comodidad el año
pasado, —comentó, indicando una puerta en el lado opuesto—. Fanny
estaba muy contenta con eso, John deseaba que tuviéramos todas las
comodidades modernas, —agregó con obvio afecto por la

329
consideración de su hijo, aunque parecía indiferente al lujo
proporcionado.
—Y esta es tu habitación, —anunció con satisfacción, habiendo
llegado a la puerta de al lado a la derecha y abriendo la puerta para
introducirla.
Margaret sonrió cortésmente en reconocimiento, aunque luchó
con la sorpresa de que le dieran su propia habitación. Trató de ocultar
la decepción y la confusión que la abrumo. El cómodo arreglo en la
cabaña la había llevado a asumir que compartiría la habitación de John.
Se reprendió por no considerar la alternativa, por supuesto, debería
haber esperado tener sus propias habitaciones en una casa tan
espaciosa. Estaba segura de que la Sra. Thornton estaba orgullosa de
ofrecer a la esposa de su hijo todos los privilegios que correspondían a
su riqueza y posición.
Era una habitación hermosa, para nada como las habitaciones
sombrías e incoloras en el espacio formal de abajo. Las peonias rosas
y blancas florecieron en pequeños racimos contra un mar verde en las
paredes empapeladas. Una cama con dosel de tamaño moderado
estaba adornada con una colcha color rosa polvorienta y los muebles y
los pisos eran de color cálido de la miel oscura. Margaret detectó el
leve olor a cera de abejas en los muebles mientras entraba en la
habitación.
Sus ojos se iluminaron al reconocer el tocador de su madre y un
rápido examen de la habitación reveló otros objetos que habían sido
colocados con amor para que se sintiera como en casa. Su corazón se
calentó al reconocer la mano de su esposo en un gesto tan amoroso.
Sintió una punzada de tristeza al pensar que John podría sentirse
cómodo con tal arreglo. Quizás era suficiente para su esposo saber que
ella estaba cerca y que podía ser visitada cuando fuera conveniente.

330
Jonh estaría muy ocupado ahora y no querría interferir o cansarlo
innecesariamente. Aunque sentía que su razonamiento era sólido, la
inquietante idea de que debía dejarla sola a veces, seguía socavando el
pacifico contento que había encontrado desde que se casó.
Había encontrado una felicidad tan perfecta en su compañía en
Helstone. Nunca se había sentido tan conectada con nadie antes. Pero
ahora, mientras estaba parada en el medio de la habitación, sintió que
la oscuridad se cerraba a su alrededor ante la idea de estar separada de
John. Había pensado que serían diferentes, que no vivirían según las
tradiciones establecidas por otros, sino que crearían un vínculo cercano
al pasar tiempo juntos. Su tristeza se vio agravada por el hecho de que
se esperaba que estuviera agradecida por una habitación tan
encantadora.

John frunció el ceño ante la correspondencia abierta en su


escritorio. Parecía que la fortuna no le sonreiría en los negocios; un
comprador cuyo producto estaba casi terminado intentaba rescindir
una parte de su pedido, mientras que otro comprador describía un
contrato prometedor que sería difícil de cumplir a tiempo con el
inventario disponible.
Una nube familiar de temor comenzó a descender sobre él,
cuando todos los desafíos de operar un molino en dificultades lo
enfrentaron una vez más. Los insidiosos tentáculos de miedo

331
comenzaron a enrollarse a su alrededor, infiltrándose en su
tranquilidad.
John despertó sus pensamientos y se levantó de su escritorio con
decisión. Se negó a permitir que cualquier problema de molino
estropeara su felicidad de hoy. Mañana llegaría pronto. Recogió los
papeles de su escritorio y abandonó los límites de su estudio.
Su corazón se aligero mientras saltaba las escaleras. ¡Qué glorioso
era saber que Margaret estaba allí, instalada en las habitaciones privadas
de su propia casa!
Al entrar a su habitación, se quitó su levita y la dejó sobre una
silla. Tiró de su corbata mientras cruzaba la habitación, habiéndose
acostumbrado a quitarse la pieza constrictiva de seda, necesaria ante la
sociedad, una vez que estaba solo. Suspiró decepcionado porque su
esposa no estaba aquí en su habitación, recordando la dulce dicha de
su constante compañía en la cabaña.
Estaba decidido a darle la oportunidad de elegir cómo vivirían
aquí, aunque su corazón anhelaba estar juntos en todo momento. Sabía
que Margaret había sido feliz compartiendo una habitación en la
cabaña, pero el viaje de bodas había terminado. No estaba seguro de
que esperaría con respecto a sus arreglos para dormir ahora que
estaban de vuelta en Milton. Tal vez desearía un respiro de las
incesantes demandas que le había impuesto a su persona. Suspiró
nuevamente al pensar en dormir solo una vez más.
John se dirigió al vestidor trasero que conectaba sus habitaciones,
haciendo una pausa para determinar si estaba sola. Al no escuchar
nada, llamó a su puerta.
—¿Margaret? —Preguntó en voz baja para buscar admisión,
ansioso por observar cómo le gustaba la habitación que había sido
cuidadosamente preparada para ella.

332
—Adelante, —gritó, al instante al oír la voz de su esposo,
esperando ansiosamente poder ocultarle su inquietud. No quería
parecer desagradecida por el generoso lugar destinado a darle la
bienvenida a su hogar.
John entró en silencio, dándole una cálida sonrisa al verla parada
en medio de la habitación, le devolvió la sonrisa y lo vio liberar algo de
la tensión que había estado sosteniendo inadvertidamente desde que
había entrado en la habitación.
—¿Hay algún problema? —preguntó Margaret, con preocupación,
refiriéndose a los asuntos del molino que su madre había mencionado.
—Nada que no pueda esperar otro día, —respondió furtivamente
con una sonrisa temblorosa—. ¿Cómo encuentras tu habitación? —
Preguntó esperanzado, pensando en los artículos que habían sido
retirados de la casa de sus padres para su disfrute personal—.
¿Reconociste el escritorio de tu padre de inmediato? —Preguntó,
obviamente ansioso por saber cuánto la complacía.
—Oh, John, me di cuenta de todo lo que trajiste aquí: el tocador
de mi madre, su joyero, incluso mis flores prensadas de Helstone, —
dijo entusiasmada por su consideración mientras John se movía para
tomar sus manos entre las suyas—. En verdad, es una habitación
encantadora, has sido tan cuidadoso de hacerme sentir como en casa.
Estoy muy agradecida por eso, —le agradeció sinceramente, sonriendo
ante su alegre entusiasmo.
Pero, cuando sus ojos se posaron en la cama destinada a su uso,
su triste corazón ya no podía fingir alegría. Su misma felicidad hizo que
sus dudas volvieran a caer sobre ella. Se preguntó si él realmente
deseaba dormir solo, y su rostro reflejaba su dolor y confusión.
—Margaret, ¿Qué pasa? —preguntó con consternación, notando
de inmediato su incomodidad. Sintió que el pánico creció ante la idea

333
de que ya debería estar infeliz en su nuevo hogar—. ¿Pasa algo malo?
Puedes cambiar cualquier cosa que desees si no todo es como debería
ser, —ofreció, esperando que su descontento no fuera de gran
magnitud.
—No, no. Es muy hermoso. Es más de lo que esperaba. De
verdad, —le aseguró, tratando de sonreír convincentemente.
—Entonces, ¿Qué te preocupa? —preguntó desesperado,
temiendo que no estuviera contenta de ser devuelta a Milton, a pesar
de sus mejores intenciones.
Margaret estaba avergonzada por su comportamiento grosero,
pero se sentía incapaz de ocultarle sus emociones. Era reacia a parecer
desagradecida por la amable bienvenida que había recibido en su casa,
pero no podía evitar transmitir algo de lo que deseaba.
—No es nada. Supongo que me había encariñado con nuestra
acogedora habitación en la cabaña, —confió tímidamente, esperando
que no pensara que era demasiado sincera para expresar sus deseos—.
Pero estoy segura de que me acostumbraré a este nuevo arreglo y seré
una buena esposa para ti, —prometió, su decepción era evidente en su
expresión de dolor.
El corazón de John se hundió ante la idea de que debía sentirse
rechazada, pero su esperanza se disparó al reconocer su deseo de estar
cerca de él.
—¿Deseas compartir una habitación juntos, compartir una cama
conmigo? —preguntó tentativamente, deseando desesperadamente
creer que sus deseos coincidían con los suyos.
Margaret se sonrojó ante sus serias preguntas y desvió la mirada
un momento antes de levantarla para discernir que esperaba de ella.

334
—No debes creer que deseo que te separes de mí, —continuó
fervientemente John, sus ojos indagando en los suyos mientras la
acercaba a él y rodeaba su cintura con sus amplias manos—. Esto lo
hizo mi madre. Insistía en que una mujer de tu estatus tuviera su propia
habitación. Pensé que te gustaría usarla como una sala de estar, pero
seguramente debes saber que quiero que estés conmigo… en mi cama,
—aclaró, su voz teñida de una súplica sincera, con la intención de que
comprendiera su deseo de estar juntos en cada momento posible.
Sus últimas palabras fueron pronunciadas con una urgencia
insistente, haciendo que Margaret apartara brevemente sus ojos
cuando una sensación revoloteante se agitó profundamente en su
interior. Sintió un alivio alegre al saber que no tenía intención de aflojar
el estrecho vínculo que habían forjado durante su semana juntos en
Helstone.
Margaret le devolvió la mirada y deslizó sus manos alrededor de
su cuello.
—Deseo estar contigo John, —respondió en voz baja, sin
avergonzarse de su simple confesión.
Su admiración honesta envió un escalofrío de alegría a través de
él. No podía pensar en mayor felicidad que saber que su anhelo de
estar con él rivalizaba con su incesante deseo de tenerla cerca. La atrajo
para abrazarla con fuerza, sosteniendo su cabeza contra su pecho. El
calor de su abrazo inundó su alma con una paz satisfactoria.
Finalmente, John se movió para sostener sus brazos y mirarla a
los ojos.
—Debes prometer que nunca dudarás en venir a mi habitación.
También es tuya. Deseo que no haya límites entre nosotros. Ven,
déjame mostrarte —le ofreció, tomando su mano y guiándola por el
pasillo del camerino hasta su propio dormitorio.

335
Cuando entró por la puerta, Margaret casi se tambaleó ante los
opulentos colores de la habitación, sintiendo como si hubiera entrado
en el dominio de un poderoso regente. Los tonos ricos de rojo intenso
estaban adornados con flecos dorados en las pesadas cortinas de
valencia y el rojo más oscuro de la pared estaba marcado por franjas
verticales de oro brillante. Una enorme cama tenía prioridad con una
gran cabecera tallada contra la pared. La colcha gruesa y satinada de la
cama era del color del vino tinto con simples remolinos de hilo dorado
estampados en todas partes.
Sus ojos examinaron la disposición de la habitación, tomando
nota del armario de madera oscura, un tocador y un espejo más cerca
de la cama. Se colocó un escritorio de caoba en la esquina más alejada
con algunos libros, tintero y pluma listos para usar. Todo estaba en su
lugar; no había desorden de objetos para mostrar riqueza o patrimonio.
De hecho, la simplicidad de la habitación estaba bien oculta por la
grandeza y la elegancia majestuosa de las ricas telas y colores de tonos
profundos, así como por el tamaño impresionante de la cama.
Margaret no pudo evitar que una pequeña sonrisa se extendiera
por su rostro. Vio la mano de la señora Thornton detrás del estilo regio
de la habitación. Sostenía a su hijo en la más alta estimación;
ciertamente, era un príncipe entre los hombres en sus ojos.
—Está muy bien, John. Me sentiré como una reina cuando entre
en esta recamara, —dijo con sinceridad
Su esposo sonrió ante su comentario.
—¿Y seré consorte o rey de su majestad? —preguntó con humor,
colocando sus manos alrededor de su cintura una vez más.
Margaret vaciló, fingiendo una seria consideración del asunto con
una inclinación de cabeza.

336
—Supongo que deberías ser rey, ya que tienes un imperio que
gobernar, —respondió con cierta reserva, poco dispuesta a renunciar a
la posibilidad de su soberanía.
—¿Entonces estarás a mis órdenes? —Preguntó con un sugerente
arco de su ceja, disfrutando inmensamente el intercambio que se
desarrollaba entre ellos.
—¿No lo estoy ya? —respondió descaradamente, rodeándole el
cuello con los brazos y mirándolo con abierta adoración.
Una cálida ola de sensaciones lo atravesó ante su sumisión
voluntaria, provocando el deseo de afirmar su poder y demostrar su
completa rendición.
La besó hambrientamente por su comportamiento encantador,
muriéndose de hambre por sus besos después del largo viaje a Milton.
Después de un momento de silencio sublime, Margaret luchó a
regañadientes para alejarse de sus intoxicantes besos antes de que
perdiera toda capacidad de resistirlo.
—Creo que tu madre deseaba que nos reuniéramos con todos
para tomar el té en este momento, —le recordó algo sin aliento, todavía
tambaleándose por sus demandas amorosas.
El cuerpo de John se rebeló contra el cese abrupto del placer
sensual, pero su mente percibió de mala gana su obligación social con
su madre.
—Tal vez podríamos llegar un poco tarde, —dijo con voz áspera,
no dispuesto a liberar a su esposa de su alcance todavía.
—¡John! No sería amable hacerla esperar, —lo reprendió con una
sonrisa cómplice, su pulso aun recuperándose de su ritmo
desenfrenado—. Le diré que bajaras pronto, —ofreció, dándose cuenta

337
de que no había tenido tiempo ni un momento de paz desde que
llegaron a casa.

El salón estaba vacío. Margaret se movió para pararse junto a la


ventana que daba al molino, preguntándose si su esposo a menudo se
colocaba aquí inspeccionando todo lo que había trabajado tan duro
para establecer.
La magnitud de lo que había logrado frente a la adversidad era
asombrosa y, sin embargo, no tenía un aire de superioridad ni
alardeaba de su riqueza o poder. Se preguntó si sabía lo
verdaderamente sorprendente que era. Ningún hombre se le podría
comparar. Admiraba su humildad, pero nunca le permitiría olvidar de
lo que era capaz y lo defendería ferozmente si escuchara una palabra
despectiva contra él.
La quietud del patio del molino era inquietante, recordando en
su mente el día siniestro cuando había estado lleno de huelguistas
desesperados; recordaba claramente el ruido atronador de sus
protestas furiosas que los impulsaron a un frenesí de furia incontrolada.
Que ingenua había sido al suponer que unas pocas palabras de
razón calmarían a la multitud. Se encogió al pensar en cómo había
reprendido al poderoso Maestro, enviándolo como un escolar errante
para rectificar su error.

338
Se había sentido muy humilde al darse cuenta de que no había
soluciones simples para resolver el conflicto largamente enredado
entre los Maestros y la clase trabajadora. Eventualmente había llegado
a admirar su honestidad y disposición para abordar las inequidades que
asolaban las vidas de los trabajadores. Quizás juntos podrían aprender
a mejorar las cosas en beneficio de todos los interesados.
John entró a la habitación en silencio y se volvió para encontrar
a su esposa parada en la ventana. Su corazón se retorció de emoción al
verla ahí y recordó el breve momento en que habían estado ahí juntos
en una atmosfera cargada de miedo, cuando pareció hacerse cargo para
obligarlo a enfrentar a los alborotadores.
Y fue en esa ventana donde se había quedado solo a la mañana
siguiente en una desesperación sombría, cuando la esperanza de
reclamar su amor había sido arrebatada de su alcance. El dolor de ese
recuerdo ahora se disolvió cuando se movió para cerrar suavemente
sus brazos a su alrededor por detrás, ahora era decididamente suya.
John observó la vista de afuera y se esforzó por verla como ella
lo haría.
—Todo sigue así hoy, pero mañana no será así. Espero que te
acostumbres al ruido. Sé que está muy lejos de los tranquilos campos
de Helstone, —se disculpó.
—Será como música para mí, —respondió sucintamente en voz
baja, su mirada aún descansaba en la escena exterior.
—¿Música? —Repitió con curiosidad, buscándole una explicación
de sus cripticas palabras.
Margaret se volvió para mirarlo con decisión.

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—Estoy tan orgullosa de ti como lo está tu madre, John, —afirmó
desafiante—. Los sonidos del molino solo me recordaran todo lo que
eres, —declaró.
—Margaret, ¿piensas tan bien de mí? Me temo que no soy digno
de tal elogio, —exclamó, incrédulo que afirmara con tanta fuerza su fe
en él.
—No he conocido a un hombre más propio que tú, John. Solo
espero no empañar tu buen nombre con mis maneras obstinadas y
francas. Solo deseo darte la alta estima que te mereces —confesó
sinceramente.
—Margaret, no te burles de mi profundo sentimiento de
indignidad, —respondió, mirándola a sus conmovedores ojos.
Su sincero intercambio fue interrumpido por el sonido de pasos.
John se movió para pararse junto a su esposa, pero no renunció
al contacto con ella, manteniendo su mano mientras su madre entraba
en la habitación.
Al observar a la pareja en la ventana, Hannah se sintió impulsada
a informar a su nuera de la cruda realidad que traería el día siguiente.
—Mañana veras por ti misma cómo es vivir junto al molino
cuando está en funcionamiento. Puede que te moleste el ruido. Fanny
nunca pudo acostumbrarse a el, —advirtió.
Los recién casados se sonrieron a sabiendas el uno al otro.
—Estoy segura de que me acostumbraré. Creo que incluso podría
llegar a gustarme, —respondió Margaret con una sonrisa cortés.
John le dio un suave apretón a la mano de su esposa.
Hannah miró momentáneamente a la pareja, muy consciente de
que sus palabras habían provocado una renovación de algún secreto

340
compartido entre los dos. Sintió la incomodidad de ser excluida de su
comunicación confidencial, pero se recordó que así era como debía
ser. Debía aprender a aceptar que John compartiría muchas
confidencias con su esposa.
Los guío a sentarse donde Jane había colocado la bandeja de té
en la mesa baja y les preguntó si en Helstone habían experimentado
un buen clima durante su estadía.
Los Thornton disfrutaron del refrescante té y bollos y
preguntaron por su tiempo mientras estuvo lejos de Milton. Hannah
mencionó su aprecio por la excelente ópera, pero comentó que no
tenía interés en visitar Londres con Fanny nuevamente y explicó
brevemente que no era tan impresionable como su hija veía la ciudad.
Los recién casados revelaron que habían pasado mucho tiempo
al aire libre y había llovido solo un día durante su estadía. John expresó
su deseo de que su madre viera los dibujos que Margaret había hecho
y alentó a su esposa a mostrárselos más tarde.
Después de recoger la bandeja, John se movió para recoger The
Guardian, de una mesa auxiliar y se sentó junto a su esposa en el sofá.
Sin palabras, la señora mayor se movió a su silla favorita para tomar su
bordado.
John al darse cuenta del inquietante dilema de su esposa al
encontrase en una situación desconocida, se ofreció a mostrarle su
estudio, donde podría seleccionar algo para leer.
Llevándola a una habitación escondida de los espacios de vida
más formales, John disfrutó la oportunidad de llevar a su esposa a una
habitación que rara vez era frecuentada por nadie más que por él
mismo. Extendió su brazo para indicar que era bienvenida a su
floreciente colección de libros y Margaret notó de inmediato muchos

341
de los libros de su padre cuidadosamente ordenados en una estantería
detrás de su gran escritorio de roble.
—¡Has adquirido los libros de padre! —exclamó con entusiasmo
oculto, eventualmente llevando su mirada de asombro a su esposo para
que le explicara.
—Pensé que apreciarías mantener la posesión de una colección
tan fina, —respondió, sonriendo ampliamente ante su evidente deleite—
Pude comprarlos a un precio muy razonable, —receló—. El Sr. Bell tuvo
la amabilidad de permitirme la oportunidad de elegir lo que quisiera
antes de poner todo a subasta. Espero haber elegido bien, ya que te
tenía en mente mientras lo hacía, —confió con ternura en su voz.
Margaret se apresuró a pasarle los brazos por el cuello para
confirmar su aprecio por todo lo que había hecho.
—Verdaderamente, has elegido todo lo que es especialmente
querido. Estoy sin palabras por tu consideración. No creo que alguna
vez pueda pagarte, —le dijo sinceramente, su corazón se hinchó de
amor por el hombre delante de ella.
—Estoy seguro de que puedo pensar en formas… —no pudo
resistirse a bromear, con un brillo en los ojos.
Margaret solo lo abrazó con más fuerza como respuesta,
poniendo su cabeza cerca de su hombro.
—Gracias, —dijo simplemente en agradecimiento por el regalo de
sus amables reflexiones de su bienestar.
John la abrazó alegremente hasta que Margaret se apartó para
hacer su selección, recordando la razón por la que habían vendido a
su estudio.
La pareja regresó al salón y paso un rato leyendo tranquilamente
mientras la luz de la tarde comenzaba a desvanecerse.

342
Hannah sintió una gran satisfacción de tener a su hijo en casa
nuevamente y disfrutó la compañía silenciosa de su familia recién
extendida.
Después de un tiempo, Dixon anunció que se había preparado
un baño para la nueva señora y Margaret se excusó para seguir a la
gruesa criada hacia arriba.
John observó a su esposa salir de la habitación antes de regresar
a su periódico, intentando calmar las imágenes seductoras que ya
comenzaban a formarse en su mente.
Margaret sonrió para sí misma mientras se empapaba en la gran
bañera de cobre. Se sintió indulgente, disfrutando del lujo de su nuevo
entorno. No es de extrañar que Fanny disfrutara de las comodidades
de esta habitación. Margaret nunca se había sentado en una bañera tan
lujosa, ni bañarse en una habitación con todas las comodidades
modernas.
Se había casado bien. No le importaban ni una pizca los títulos
elegantes y los linajes respetados a los que su tía le rendía homenaje.
Se había casado con John por amor y era respetuosamente consciente
de los privilegios que le brindaba tal unión. John había trabajado duro
para obtener su posición actual en la sociedad y fue capaz de
proporcionar a su familia comodidades que muchos solo soñaban. Lo
admiraba por encima de todos los demás y estaba indeciblemente
agradecida de haber encontrado a su verdadero amor en un hombre
así.
Sintió una extraña euforia al bañarse en su casa. Llevaría algún
tiempo acostumbrarse a considerar este lugar como su hogar. Todavía
se sentía más como una invitada que como la nueva señora de la casa.
Pero era igual de bien, pensó, ya que acababa de llegar. Se

343
acostumbraría a vivir en esta gran casa con el tiempo, pero por ahora
disfrutaría de la novedad de todo.
Dixon la ayudó a vestirse para la cena, informando a Margaret
que la hora de la cena era estrictamente observada.
—Esa mujer maneja un barco apretado, te lo digo. No me gustaría
imponerme en su camino, —comentó tristemente la fiel sirvienta de su
madre—. Solo llegue ayer, pero estaba decidida a asegurarse de que
todo estuviera perfecto antes de que llegarán a casa. Si no lo supiera
mejor, diría que estaba ansiosa por entregar las riendas. Pero sé que no
dejara que una jovencita como tú la supere, —comentó Dixon con un
aire de confianza en su juicio—. Aunque tengo una extraña satisfacción
al pensar que el viejo dragón tiene miedo de mi joven señorita, —
sollozó con humos mientras ayudaba a Margaret a ponerse la ropa
interior.
—Estoy segura de que debe ser difícil renunciar a su puesto,
cuando ha dirigido la casa durante tantos años, —respondió Margaret
con simpatía, haciendo una mueca levemente cuando Dixon dio un
tirón vigoroso al cordón de su corsé.
Dixon levantó las cejas, algo sorprendida por la respuesta
compasiva de la joven señora.
—Bueno, espero que no la dejes gobernar el gallinero. Ahora es
tu lugar apropiado, como esposa del Maestro, manejar las cosas por
aquí, —le recordó descaradamente a la nueva novia.
—Soy muy consciente de lo que se espera de mí, Dixon. Estoy
segura de que todo saldrá bien a su debido tiempo, —respondió,
tratando de asegurarse con las palabras que había dicho.
Margaret estaba de humor festivo y juguetón, eligiendo usar el
vestido verde pálido que había usado en la cena de la Sra. Thornton
hace casi un año. Después de que Dixon le arreglo el cabello con

344
elegancia y salió de la habitación, Margaret se levantó para admirarse
en el gran espejo ovalado junto a su armario. Sonrió tortuosamente,
recordando la confesión de su esposo de cómo se había sentido acerca
de ella esa noche. Sintió una punzada de aprensión aparecer ante su
esposo con esta prenda, sabiendo que apreciaría su aspecto.
Recopilando su coraje, abrió la puerta del vestidor y caminó
serenamente hacia su habitación.
John se estaba abrochando el cuello y vio el movimiento de su
figura en el espejo. Sonrío brillantemente cuando se volvió para
saludarla, contento de que se hubiera tomado la libertad de entrar a
voluntad como le había insistido.
Sus ojos se iluminaron con un tórrido reconocimiento de la
noche en que había usado ese vestido, cautivándolo con su belleza.
—¿Recuerdas mi vestido? —Preguntó coquetamente, como si no
fuera consciente del efecto que tenía sobre él.
—Creo que es poco probable que alguna vez pueda olvidarlo, —
respondió con voz ronca, sus ojos aún la recorrían mientras los
recuerdos de esa tarde de verano volvían—. Me ofreciste tu mano esa
noche. Fue la primera vez que nuestras manos se encontraron, —
recordó con reverencia mientras se acercaba, con su cabello aún
húmedo por el baño—. Estuviste impresionante, eres impresionante, —
corrigió—. No pude dejar de pensar en ti y en tu toque durante muchos
días, —admitió.
—Pero nos habíamos tocado antes, muy brevemente, —le
recordó—. Quizás no lo recuerdes, pero tus dedos rozaron
accidentalmente los míos cuando te serví el té estando con mi padre,
—le informó, buscando en su rostro para ver si recordaba.
Parpadeó y sonrió con culpa.

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—¿Qué recuerdas de eso? —Preguntó con cierta sorpresa.
—No sabía que pensar en ese momento, pero sentí algo muy…
sorprendente por tu toque, —confesó vacilante, bajando la mirada.
—¿Sentiste? —Preguntó en voz baja, una oleada de cálido deseo
le sobrevino ante la revelación de que también había sentido la
atracción física entre ellos—. Debo confesar que no fue un accidente.
No pude resistir la tentación de tocarte. No puede evitar pensar… —se
detuvo, un poco avergonzado de continuar.
Margaret no lo dejaría retirarse.
—¿Qué no podía dejar de pensar, señor Thornton? —lo empujó—
Tengo curiosidad por saber qué podrías pensar de mí cuando actué
tan groseramente, —agregó. Todavía sentía una punzada de
arrepentimiento por no poder tomar su mano ofrecida esa noche.
Margaret se sorprendió al ver que su rostro se oscurecía un poco
mientras dudaba en responder.
—Fui invitado de tu padre. Fue incorrecto de mi parte pensar tales
cosas, pero mientras te veía servir té, no pude evitarlo, no podía dejar
de pensar en cómo se sentirían tus delicados dedos apretados en mis
manos, o cómo se sentiría tener tus brazos suaves alrededor de mí, —
le dijo mientras sus manos la acariciaban y se deslizaban lentamente
por la longitud de sus brazos—. Me hubiera gustado besarte y sentir la
plenitud de esos tercos labios sobre los míos, —terminó, presionando
sus labios suavemente sobre los suyos en tierna demostración. Se
apartó para observar su reacción.
Margaret lo miró con ojos maravillados, asombrada por su
revelación.
—¿Y en la cena? No sabía que sintieras tan intensamente —
preguntó con curiosidad.

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—Me encantaste con tu apretón de manos y me impresionaste
con tu valiente defensa de los niños hambrientos, —le dijo—. Y la visión
que presentaste… —comenzó, incapaz de encontrar las palabras para
describir que glorioso tormento había sido evitar que sus ojos la
siguieran toda la noche. Su mirada abrasadora estudió la piel de
alabastro relevada por el escote bajo, que se sumergió suavemente de
hombro a hombro.
El corazón de Margaret se aceleró al comprender su deseo.
—No pensé que tal belleza debería ser mía, —continuó respirando
profundamente mientras acariciaba suavemente, con la parte posterior
de su dedo curvado, a lo largo de la piel de seda expuesta, enviando un
escalofrío en todo su cuerpo. Bajó la cabeza para atreverse a besarle en
el tentador hueco revelado por su escote.
Margaret jadeó. El cálido aliento de su boca abierta y la sensación
de sus labios sobre su piel amenazaban con deshacerla. Sintió que sus
rodillas se debilitaban por la sensual intimidad de su gesto.
John acercó sus labios a los de ella y lo recibió abiertamente.
Se besaron lentamente, con deliberación, deleitándose en la
dicha de pertenecer el uno al otro. Cuando por fin abandonaron el
contacto, se quedaron en silencio un momento, luchando por
recuperar la compostura.
—¿Vamos a cenar entonces? —John preguntó detenidamente,
recuperando su sensibilidad.
Margaret asintió, todavía insegura de si sus piernas podrían
llevarla con seguridad por las escaleras.

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Antes de que se sirviera la cena, la pareja de recién casados dieron


a la viuda Sra. Thornton un regalo. Los miró sorprendida mientras
aceptaba el paquete. Margaret observó una sonrisa en su rostro cuando
lo abrió.
Era un daguerrotipo enmarcado del hijo que había sido la razón
de su existencia en los últimos dieciséis años. Era un retrato cercano,
que revelaba solo la parte superior de su alta figura. Su mentón estaba
ligeramente elevado en una pose orgullosa, pero una leve sonrisa
suavizo la mirada dura.
Hannah estaba sin palabras. Pasó los dedos sobre el cristal
mientras estudiaba la imagen, alejando las lágrimas que amenazaban
con formarse en sus ojos y tragó.
—Es un buen regalo. Gracias, —dijo simplemente, y finalmente
mirando con una sonrisa de gratitud—. ¿Y qué hay de Margaret? —
Pensó preguntar, deseando saber por qué Margaret no estaba incluida
en la imagen.
—Nos tomaron un retrato de los dos, —informó John.
—Pensé que quizás podríamos encontrar un lugar adecuado para
exhibirlo en la casa, —ofreció Margaret.
Hannah dio una pequeña sonrisa de aprobación cuando se sirvió
el primer plato: pudín de Yorkshire con salsa de cebolla.
John le contó a su madre mucho sobre su día en Lymington
mientras comía la cena de carne asada y Margaret comentó sobre su

348
talento recién adquirido para navegar e intervino para hablar de la
proximidad de la Reina cuando pasaron la isla.
John se esforzó por evitar que su mirada cayera constantemente
sobre su esposa, por el bien de su madre, disfrutando de la compañía
de las dos mujeres que más amaba en este mundo.
Hannah estaba complacida de que su hijo hubiera disfrutado de
su estadía en el campo y haya encontrado aventura durante su pequeña
osadía en el mar.
Después de un suntuoso postre de tarta de queso con limón, la
compañía se trasladó al salón para calmar sus estómagos y adoptar sus
respectivos hábitos de ocio.
En poco tiempo, Margaret anunció que estaba cansada del largo
viaje del día y que se retiraría por la noche, ofreciéndole a su suegra
agradables buenas noches.
John miró ansioso a su esposa y respondió que se quedaría unos
minutos más antes de retirarse, esperando que lo esperara.
Margaret asintió con una sonrisa amable y subió las escaleras
hacia su habitación.
Dixon ayudó a su señora a quitarse el vestido de la cena y le llevó
el camisón de Margaret, el tradicional vestido blanco sobre su
corpulento brazo.
—Creo que me gustaría probar mi nuevo conjunto verde esta
noche, Dixon, —le informó Margaret suavemente, mientras caminaba
hacia el armario para abrir un cajón y sacar la prenda que quería.
Dixon levantó las cejas al ver la tela sedosa y acompañamiento de
gasa cuando comenzó a ayudar a Margaret a ponerse su ropa de dormir
elegida.

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—Espero que no atrapes tu muerte de frio con un vestido así, —la
reprendió Dixon, notando cuan expuestos estarían sus brazos y cuello
en tal prenda.
—Es casi junio Dixon, —respondió—. Esto es de una tienda muy
buena en Londres. Edith lo pensó muy favorablemente, —le informó,
defendiendo su elección. Margaret recordó con una sonrisa interior
cómo Edith prácticamente la había obligado a comprar el conjunto
contra su propia sensibilidad virginal, insistiendo en que Margaret lo
apreciaría más tarde. Estaba agradecida por la previsión de su prima.
Dixon sacudió la cabeza con desaprobación mientras miraba a la
joven novia.
Margaret vestía de una cubierta de satén verde esmeralda que se
abría generosamente en la parte delantera de los finos tirantes de su
hombro y se ensanchaba hasta llegar a una falda más ancha cuando
llegaba a sus tobillos, revelando unas zapatillas de satén a juego con un
hilo dorado. Sus brazos desnudos estaban cubiertos por una túnica
larga y decorativa de puro tul transparente y encaje que estaba atada sin
apretar con una sola cinta en su cintura.
—Estoy bastante segura de que un esposo no necesita aliento,
señorita Margaret, —advirtió Dixon—. Especialmente un hombre que
recientemente regresó a casa de su luna de miel, —resopló con
exasperación porque la niña podría no comprender completamente lo
que los hombres tenían en mente—. De hecho, si yo fuera tú…
—Gracias, Dixon, por tu preocupación, —interrumpió Margaret
apresuradamente—, pero tendrás que dejarme a mi propio criterio. Es
mi primera noche en mi nuevo hogar. Deseo ponerme algo nuevo para
la ocasión. Eso es todo, —dijo en un intento de justificar su decisión.
Dixon suspiró y se mordió la lengua. Esperaba que la joven novia
supiera lo que estaba haciendo, tentando a su esposo con prendas tan

350
endebles. ¿Qué había pasado con la modestia adecuada? Ella sacudió
la cabeza ante la audacia de estas jóvenes modernas.
Margaret permitió que Dixon le cepillara el cabello, pero le
impidió hacerle la trenza que siempre había usado como doncella.
—Me acostumbré a dejarme el cabello suelto por la noche
mientras estaba en Helstone, —fue todo lo que ofreció como
explicación de su preferencia.
Dixon volvió a resoplar ante esta afirmación, muy consciente de
la inclinación que la mayoría de los hombres tenían por ver a una mujer
con el pelo largo y suelto. Solo esperaba que Margaret no complaciera
todos los caprichos del Maestro. No se conocía que una mujer debiera
estar tan ansiosa por complacer a su esposo en la habitación.
Al encontrar su asistencia finalizada, Dixon le deseó a su señora
una reticente buena noche y salió de la habitación.
Margaret se acercó al espejo largo junto al armario. Estaba
contenta con lo elegante que se veía y levantó un poco la barbilla
desafiando las opiniones de Dixon. Se sentiría como una reina en su
primera noche aquí. Sonrió ante su reflejo al imaginar la reacción de
John ante su apariencia. Se deleitaba en la idea de cautivar su atención.
Su corazón latía un poco más rápido mientras se acercaba
lentamente al pasillo hacia su habitación, sintiéndose un poco como un
cordero acercándose a la cueva de un león.

351
John paseaba por la longitud de su habitación, ¿cuánto tiempo le
tomaría a una dama desnudarse? Se preguntó con impaciencia. En
verdad, se había preparado recientemente para acostarse, pero
descubrió que no podía quedarse quieto mientras esperaba. La idea de
repente lo golpeó de que tal vez estaba esperando que fuera a ella.
¿Cuál era el protocolo para tal arreglo? Se preguntó, sin haber
considerado nunca como otras parejas manejaban tales asuntos tan
delicados. Se acercó a la puerta del vestidor, pero se volvió de nuevo
al llegar al umbral de su puerta abierta cuando se le ocurrió otra idea.
Quizás estaba realmente exhausta y había decidido dormir en su
propio dormitorio esta noche. Su corazón se hundió ante la idea de
encontrarse solo esta noche.
Volviendo a su escritorio, se sentó, decidido a encontrar algo para
ocupar su mente distraída. Esperaría un poco más antes de verla, sin
embargo, tan pronto como se sentó, notó el movimiento de su figura
cuando entró en la habitación. Se puso de pie abruptamente.
—Margaret, yo… —comenzó, antes de quedarse mudo al verla. Su
ardor se elevó, avivado por su belleza seductora con semejante prenda,
y era muy consciente de que lo estaba usando para complacerlo.
—Estaba empezando a pensar que te quedarías en tu habitación,
—tartamudeó al fin, sus ojos recorrían lentamente su cuerpo.
—Hay una cama muy útil en mi habitación, —bromeó mientras
cerraba la brecha entre ellos, disfrutando del poder que tenía para
asombrarlo.
John sonrió ante sus palabras burlonas.
—Prometo que mi cama puede ser mucho más útil, —respondió
en un tono sensual mientras se movía para agarrar su cintura, la tela de
seda lo invitaba a mover lentamente las manos a lo largo de la pequeña
curva de su cintura.

352
Suavemente Margaret se liberó de su agarre y se acercó a la cama.
—Es una cama muy grande. Parece una pena que haya sido
utilizada por una sola persona, —comentó descaradamente mientras se
encaramaba seductoramente en su borde, sin darse cuenta de que un
gesto tan simple despertaría sus emociones más profundas.
John estaba hechizado. Sus palabras le recordaron las
innumerables noches solitarias que había pasado en esa cama. La
intensidad de su seducción solo aumentó su dolorosa necesidad de
tenerla allí.
—No voy a confesar, cuanto tiempo he soñado tenerte en mi
cama, —le dijo, su voz baja vacilaba con el anhelo que había tenido en
secreto durante muchos meses.
—Todavía no estoy realmente en eso —le contestó
descaradamente, capturando su mirada con su sincero anhelo mientras
se levantaba.
John observó paralizado mientras tiraba de las sábanas, se quitaba
la bata, luego el camisón y finalmente se metía en su cama.
—Ahora estoy adentro, —anunció con una sonrisa seductora,
observando con desviado deleite su asombro— ¿Vendrá a la cama,
señor Thornton? —lo llamó.
No necesitaba más invitaciones, pero se unió a ella bajo las
mantas en cuestión de segundos. Eufórico por su presencia en su cama,
su pulso se aceleró con la expectativa de, finalmente, utilizar este lugar
familiar de descanso para algo más que dormir.
Reverentemente exploró la sensación de su piel con sus manos,
maravillándose nuevamente de todo lo que era suyo. John cubrió su
rostro con tiernos besos antes de probar la dulzura melosa de sus labios

353
complacientes y la atrajo aún más bajo su poder con besos más
profundos que hablaban de su amor y si creciente necesidad.
Finalmente, la reclamó como suya en la cuidad donde se
conocieron y se enamoraron, transformando toda la amargura de su
pasado en el triunfo de su dulce unión.
Margaret abrazó el cuerpo de su esposo y besó ligeramente su
hombro mientras este yacía durmiendo a su lado. Estaba agotada por
los eventos del largo día, pero descubrió que no podía dormir. La
emoción de su nuevo entorno y la anticipación de crear una vida
completamente nueva giraban en su mente, manteniendo el sueño a
raya mientras se preguntaba qué le depararía el día siguiente. Estaba
ansiosa porque se le mostrara toda la casa y se preguntó qué le diría la
señora Thornton acerca de cómo manejarla. Margaret esperaba
recordar todo lo que su suegra le explicara.
Ahora que había regresado a Milton, esperaba encontrar el
tiempo para visitar a Mary y los niños Boucher. Esperaba ver a
Nicholas nuevamente también. Pero, sobre todo, se imaginó lo lento
que pasaría el día antes de que John llegara a casa por la noche.
Esperaba que su trabajo no le causara problemas innecesarios, para
que pudiera mantener un horario regular. No había pasado ni una hora
lejos de su presencia desde el día de su boda. Le preocupaba haberse
acostumbrado demasiado a su compañía y lo extrañaría terriblemente
antes de que el día llegara a su fin.
Cerró los ojos y escuchó el sonido constante de la suave
respiración de su esposo. La comodidad de su presencia la tranquilizó
al fin en un sueño profundo.

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— CAPÍTULO 15 —

A lo largo de los callejones oscuros y las calles miserables de la


ciudad oscura, un hombre de cabello gris con una linterna hizo su
ronda, golpeando las ventanas de la habitación de los trabajadores de
la fábrica con su palo largo y desgastado. En el interior, los durmientes
lánguidos se levantaron a regañadientes para poner su ropa de trabajo
y dirigirse a las fábricas de Hamper, Slickson, Thornton y similares. Su
día de descanso sería un mero recuerdo hasta que sonara el silbato a
las cuatro del sábado.
En la casa señorial de Malborough Mills, el Maestro se despertó
con la luz gris de la madrugada. Se giró para ver a su esposa durmiendo
a su lado, su mano suave doblada sobre el espacio junto a él. Una cálida
sonrisa se extendió por su rostro: así era como se imaginaba que
debería ser.
Contrariamente a todas sus inclinaciones, se obligó a retirarse
cuidadosamente de su agarre y se levantó de la cama para preparase
para su día. Sabía que era la única forma de llegar a tiempo al trabajo.
En silencio se puso a vestirse. Cuando pasó al lado de la cama,
sus ojos se posaron en la pila de raso verde y encaje que yacía arrugado
en el suelo. Una agitación de deseo corrió por sus venas cuando
recordó su cautivadora seducción de anoche y la pasión que le siguió.
Estudio la forma de dormir debajo de las sabanas antes de permitir que
su mirada descansara en la plenitud rosa de sus labios suavemente
separados.

355
Sacudió la cabeza brevemente y respiró hondo para regresar a su
deber actual. Se requería cada gramo de su fuerza de voluntad
practicada para continuar con su rutina. ¡Como había disfrutado el
maravilloso tiempo libre de sus mañanas en Helstonen! Pero había
mucho que lograr ahora; no podía dejar que su mente se apoderara de
los dulces placeres del matrimonio. Debería ser suficiente que ella lo
estuviera esperando cuando terminara su día de trabajo.
Estaba atando su corbata en el espejo cuando la escuchó agitarse
y se giró para verla despertarse. Se sentó y se apoyó en un brazo,
sosteniendo modestamente la sabana contra su pecho mientras lo
hacía.
—Ya estas vestido, —se quejó Margaret aturdida, acostumbrada a
su languidez habitual.
—Desafortunadamente, nuestras vacaciones están llegando a su
fin y debo volver a mi trabajo, —dijo suavemente.
—Entiendo, —respondió, tratando de no parecer decepcionada. —
Pero como eres Maestro, si ocasionalmente llegas un poco tarde, no
habría nadie para marcar tu tiempo, ¿verdad? —preguntó con
curiosidad.
Una sonrisa torcida se formó en su rostro ante su astuta
evaluación.
—No, no lo habría, —estuvo de acuerdo.
—Incluso si me vistiera rápidamente, seguramente ya habrías
terminado tu desayuno para cuando esté lista, —calculó sombríamente.
—¿No puedo al menos tener un beso de despedida antes de que te
vayas? —preguntó esperanzada.
Más que dispuesto a cumplir con su pedido, se sentó al borde de
la cama y se inclinó para complacerla.

356
Cuando Margaret se inclinó para encontrarse con su boca, su
cobertura se desvaneció, pero no le prestó atención mientras recibía su
tierno beso. Se movió para cubrirse de nuevo cuando se retiró, pero
los ojos de John rápidamente divisaron su belleza antes de que
cumpliera su propósito.
La cama de John nunca había sido tan cálida y acogedora. Se
levantó y se quitó decisivamente la corbata que había atado tan
meticulosamente momentos antes. Arrojó la seda negra al tocador.
—¿Qué estás haciendo? Preguntó sorprendida mientras lo
observaba desabrochare la camisa con rápida precisión.
—Cómo has señalado tan convenientemente, no hay nadie para
marcar mi tiempo, —respondió con inteligencia—. Entonces, he
decidido llegar tarde hoy, —le informó, dándole una mirada de
advertencia culpándola al interrumpir su estricto horario de trabajo.
Margaret se rio en voz baja para sí misma por la facilidad con que
el Maestro había cambiado de opinión y se dejó caer sobre la almohada
para esperar felizmente el regreso de su esposo a la cama.

John le dio a su madre un rápido besito en la mejilla después de


tomar su desayuno y salió de la casa con una decidida primavera en su
paso. El trabajo desalentador que lo esperaba no podía amortiguar su
espíritu hoy; el mundo estaba a sus órdenes. La mujer que amaba tan

357
desesperadamente ahora era suya y confiaba audazmente en su
capacidad para superar cualquier situación adversa. Anhelaba ganarse
su continuo respeto y devolver el ingenio a un éxito rotundo para que
pudiera ser la esposa más orgullosa de todo Milton.
Giró la cabeza para mirar hacia la ventana de su habitación. La
promesa de su cercanía levantó su corazón con una alegría poco
común.
Cuando abrió la puerta del molino, las comisuras de sus labios se
alzaron en una sonrisa de satisfacción.

Hannah estaba sola en la mesa del desayuno cuando llegó


Margaret. —Espero que no haya esperado mucho, —comentó la nueva
esposa, un poco nerviosa mientras tomaba asiento junto a su suegra.
—John no se fue hace mucho; dijo que llegarías pronto, —
respondió, mirando a la niña para discernir su predisposición a las
primeras horas de la mañana—. ¿Dormiste bien? —Preguntó
cortésmente, notando que Margaret se veía perfectamente alerta, y su
rostro de un rosado saludable.
—Sí, gracias, —respondió Margaret, un poco nerviosa por hablar
sobre el tiempo que había pasado en la cama.
Hannah Thornton miró atentamente a su nuera. Se preguntó si
John tendría la costumbre de llegar tarde ahora que estaba casado, pero
rápidamente aceptó que acabaran de regresar de una semana de

358
vacaciones. Deben hacerse ajuntes a la vida normal. Tomó una
segunda taza de té mientras Margaret desayunaba.
—Pensé que te gustaría hacer un recorrido por la casa y luego tal
vez te interesaría aprender sobre las tareas del hogar, —sugirió un poco
formalmente, incomoda con la singular ocasión de renunciar a su papel
de dueña de casa.
—Sí. Eso suena como un plan un plan muy razonable. Gracias, —
respondió Margaret fácilmente, tratando torpemente de ser agradable
sin parecer demasiado celosa de asumir el puesto de su suegra en la
casa.
Mientras iban de gira, Margaret quedó impresionada por la
atención al detalle evidente en cada tarea doméstica. La cocina estaba
impecable, gracias a los esfuerzos actuales del cocinero y era espaciosa
y bien organizada. Los muebles de las habitaciones sobrantes estaban
cubiertos de sábanas blancas, pero se limpiaban semanalmente.
Después de conocer a todos los sirvientes y mostrarle toda la casa,
Hannah llevó a su nuera de regreso al salón donde comenzó a
enumerar las diversas tareas que generalmente se realizaban los lunes.
Margaret se aseguró cuidadosamente de que su semblante
pareciera receptivo, pero su atención comenzó a disminuir, e
inconscientemente miró hacia la ventana que daba al molino.
—Disculpe, señora Thornton, —interrumpió suavemente—. Pero,
¿John suele venir a casa a almorzar? —preguntó, dándose cuenta de
que no tenía idea de su rutina regular.
—No siempre, no. Depende de que tan ocupadas estén las cosas
en el molino, —explicó.
Los ojos de Margaret se volvieron distantes al pensar en cómo
podía asegurar una breve reunión y escapar de la quietud de la casa.

359
—Creo que me gustaría llevarle un almuerzo hoy, si no le molesta,
—anunció con templado entusiasmo ante su idea.
Hannah guardó silencio un momento. Recordó rápidamente lo
impredecible que podía ser Margaret. Era justo como había pensado
que seria, poco práctica. Seguramente no era su lugar para que la vieran
galopando por el molino cada vez que quisiera, como si fuera un mero
apéndice de la casa. ¿No se daba cuenta de que John tenia trabajo que
hacer?
Suspiro por dentro ante la impertinencia de la niña al buscar a su
esposo, pero reconoció con cierta apreciación, lo cariñosamente que
debía estar pensando de su hijo.
Aunque Hannah perdería la posibilidad de la compañía de su
hijo a medio día, admitió que a menudo se olvidaba de tomar su
almuerzo.
—Por supuesto, —dijo de manera uniforme con un ligero
movimiento de sus labios—. Estoy segura de que el cocinero puede
ayudarte a encontrar algo atractivo, —sugirió amablemente.

El clamor y el movimiento continuo de la maquinaria


circundante le era familiar a John: el sonido y la actividad de su molino
eran reconfortantes en su constancia. Inspeccionó el piso casi
inconsciente, como la había hecho durante tantos años. Todo seguía
igual que siempre. La ausencia de su semana no había sido notada por

360
el ritmo implacable de la industria. Los días que pasó en Helstone ya
le parecían un sueño lejano si no fuera por el tenaz control que tenía
sobre el recuerdo de todo lo que había sucedido allí.
Nada podría ser igual ahora que Margaret vivía aquí. Aunque
anduvo por los mismos caminos y siguió la misma rutina, cambió
notablemente. Al pensar que lo estaría esperando al final del día lo
llenó de una alegría indescriptible.
Soltó el aliento con consternación y frunció el ceño mientras daba
largos pasos más allá de los telares de trabajo. Tan hermosa como era,
había un momento y un lugar para disfrutar de pensamientos tan
agradables y ahora no era el momento. Se recordó a sí mismo que el
molino requería toda su atención. Estaba perplejo al descubrir que no
podía concentrarse en su trabajo, la visión cautivadora de su esposa
acostada en su cama constantemente aparecía en primer plano.
Recordó la forma en que lo había abrazado invitándolo esta mañana,
la embriagadora sensación de su suave piel sobre la suya y los
fascinantes sonidos de su aprobación a sus atenciones amorosas.
John de repente se dio cuenta de que Higgins estaba igualando
su paso y mirándolo expectante.
—¿Me preguntaste algo? —preguntó el Maestro, con cierta
confusión.
Nicholas se abstuvo de molestar al Maestro por su estado de
distracción, pero no pudo evitar que una sonrisa de complicidad se
extendiera por su rostro.
—Te estaba preguntado si has pedido más algodón. Estaremos
listos para eso el próximo jueves, —explicó.
—Debería venir. Lo he comprobado, —respondió el Maestro en
un esfuerzo concertado para sonar como un negociante—. Estaré en mi
oficina si me necesitas. Solo entra si la puerta está cerrada, —indicó con

361
una sonrisa, sintiéndose un poco nervioso por ser sorprendido fuera
de guardia.
Nicholas asintió y observó al nuevo esposo abandonar el
cobertizo de telares. Recordó el mismo como era estar tan
completamente enamoramiento. Esas primeras semanas y meses de
matrimonio fueron un momento especial que nunca olvidaría y se
alegró de ver que John Thornton estaba apropiadamente enamorado
de su esposa.

El silbato sonó para la hora del almuerzo y los trabajadores


salieron de las fábricas de Milton en masa, pero el tiempo no fue
escuchado en la tranquilidad de la oficina del Maestro.
John cuidadosamente sumergió su pluma en la tinta antes de
volver a colocarla en el papel. Habiendo decidido el curso de acción
apropiado, se concentró en la respuesta a la correspondencia que había
sido reservada para su atención.
—Adelante, respondió a un golpe en la puerta. La interrupción
no le molestó, ya que fue consultado sobre numerosos asuntos durante
toda la mañana.
Margaret entró silenciosamente en la oficina y cerró la puerta
detrás de ella, no queriendo molestar a su esposo, cuya cabeza aún
estaba inclinada sobre su trabajo.

362
—¡Margaret! —exclamo sorprendido cuando echó un breve
vistazo en su dirección. Se levantó de su escritorio de inmediato, su
correspondencia fue olvidada.
—Pensé que podrías tener tiempo para un pequeño picnic, —lo
invitó con una dulce sonrisa—, aunque el paisaje no es del todo
cautivador, —dijo alegremente mientras se acercaba a su escritorio.
—Por el contrario, encuentro el paisaje bastante encantador, —
respondió con una sonrisa reveladora, sus ojos admiradores se
encontraron con los de ella.
Margaret sonrió con recato y dejó la cesta mientras se acercaba a
para darle un beso suave.
Con los brazos entrelazados posesivamente alrededor de su
cuello, Margaret miró con admiración a su esposo, sintiendo una
emoción secreta por haber besado al Maestro en su oficina privada. La
última vez que había estado en esta habitación, solo había conocido su
nombre y había estado impaciente por conocer al hombre que se dignó
a ser demasiado importante como para encontrarse con ella. Ahora
aquí estaba, colgándose del Maestro con adoración como si toda su
vida girara en torno a esta persona, cosa que así era. John era la figura
central de todo su mundo y nunca olvidaría su gran fortuna en
encontrar a un hombre así.
—Siéntate y te serviré el almuerzo, —le dirigió suavemente.
John la observó mientras preparaba las cosas. Fascinado por el
delicado movimiento de sus manos, recordó cómo esas mismas manos
se habían deslizado sobre su espalda solo unas horas antes. Su
presencia en este lugar tranquilo y solitario embellecía y animaba toda
la habitación; apenas podía creer que realmente estuviera allí con él.
Incapaz de resistir por más tiempo, se levantó y se movió con
fuerza alrededor del escritorio para tomarla en sus brazos, la presionó

363
contra su cuerpo y la besó a fondo, queriendo saborear algo de la
pasión que habían compartido más temprano en la mañana. Margaret
se encontró con su anhelo en su beso de respuesta.
—¡Serás mi ruina! —declaró con vehemencia cuando por fin
separó sus labios de los de ella.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Margaret, desconcertada por su
acusación.
—No puedo concentrarme en mi trabajo. En cambio, me
encuentro pensando en otras cosas, —explicó, dándole una mirada de
complicidad.
—¿Qué se puede hacer al respecto? —planteó inocentemente, sus
ojos bailando de alegría ante su perturbación.
John acercó sus labios a su oreja.
—¡Lo que deseo hacer al respecto requiere que estés en nuestra
cama! —le advirtió con tono sensual, ocasionando en Margaret un
escalofrío por su columna vertebral.
—¡John! —gritó en simulacro de protesta—. Tal vez podríamos
discutir este problema cuando vuelvas hoy a casa del trabajo, sugirió
más seductora, sus conmovedores ojos comunicaban su significado.
Sus ojos se oscurecieron en reconocimiento de su intimidación.
—Tal vez debería volver a casa temprano hoy, —respondió, su voz
se debilitó al pensar en lo que le esperaría al final del día.
Margaret sonrió ante su entusiasmo.
—Sé que estás ocupado, —reconoció tímidamente mientras se
frotaba las manos lentamente a lo largo de la parte delantera de su
chaleco—. Tal vez podríamos programar una reunión esta tarde.

364
Digamos, ¿a las cuatro y media? —ofreció con una cadencia informal
mientras una pequeña sonrisa se formaba en sus labios.
La puerta se abrió de repente y Higgins dio un paso en la
habitación.
Margaret se dio la vuelta para ver quién los había descubierto y
cada uno tenía una expresión de sorpresa.
—Lo siento —se disculpó el intruso y comenzó a retirarse.
—¿No has oído hablar de golpear la puerta, hombre? —el Maestro
le dijo bruscamente, aliviado al descubrir que solo era su amigo de
confianza.
—Tú lo dijiste… —comenzó a la defensiva antes de notar la sonrisa
tortuosa que crecía en el rostro del Maestro—. Veo que te mantienes
ocupado durante la hora del almuerzo, —respondió con un brillo
travieso en sus ojos.
—Nicholas, es tan bueno verle, —interrumpió Margaret,
apretando la mano de su amigo como saludo.
—Es bueno volver a verla en Milton, señorita Margaret, o supongo
que debería llamarla señora Thornton, —comentó con una sonrisa.
-—Puede llamarme señorita Margaret o Margaret, lo que quiera.
Estoy segura de que todos conocemos mi título sin alboroto de
palabras, —le aseguró, mirando a su esposo, que sonrió ampliamente
ante su comentario—. ¿Cómo esta Mary?
—Se mantiene ocupada, con lo niños y la cocina de los
trabajadores. Debería venir a almorzar a la cocina algún día. Es una
buena cocinera. El Maestro aquí responderá por eso, —ofreció.

365
—Me encantaría visitarlo, he oído mucho al respecto. Tal vez
podríamos almorzar allí mañana, —propuso esperanzada, mirando a su
esposo para que lo aprobara.
John de dio a su esposa una cálida sonrisa. De hecho, fue ella
quien lo impulsó a abrir su mente y considerar las formas en que los
Maestros y los trabajadores podrían trabajar juntos.
—Te veremos mañana, entonces, —continuó Margaret, al ver que
John lo aprobaba.
Nicholas asintió y se movió para irse. Con la mano en el pomo
de la puerta, se detuvo un momento para llamar la atención del
Maestro.
—¿No habías oído hablar de una cerradura? —bromeó con una
mirada puntiaguda. Sus ojos brillaron de alegría ante la feliz pareja
antes de cerrar la puerta y desaparecer.
John sintió que el calor le subía a la cara y sacudió la cabeza ante
el ingenio audaz de su empleado cuando los bordes de su boca se
curvaron en una sonrisa.
Margaret miró a su esposo con algo de culpa y comenzó a
preparar su almuerzo una vez más.

366
Después de que Margaret se fue, John trabajó incansablemente
toda la tarde, concentrándose en los papeles que lo rodeaban y
haciendo sus rondas.
Mientras caminaba por el estrecho pasillo entre los ruidosos
telares, saco su reloj de bolsillo para descubrir que eran casi las cuatro
en punto. El Maestro de repente se convirtió en un revoltijo de nervios
al darse cuenta de lo cerca que estaba el momento de la reunión que
su esposa le había propuesto.
William lo detuvo mientras se dirigía a su oficina, presentando
un pequeño dilema para que el Maestro lo resolviera. John escuchó
con impaciencia y pronunció su juicio con más dureza de lo que solía
hacerlo. Dio un guiño de disculpa a su superior antes de apresurarse a
su oficina.
Se sentó a mirar el libro abierto en su escritorio, diciéndose a sí
mismo que no perdiera un tiempo precioso. Sus ojos pasaron por alto
las figuras, pero su mente ya no cumplía con su voluntad. Levantó la
vista hacia el reloj para ver que eran las cuatro y veinte. Sus dedos
juguetearon con la pluma en su mano, mientras se preguntaba si
Margaret había sido sincera acerca de encontrarse o simplemente había
estado bromeando.
Volvió a colocar la pluma en el soporte con decisión. Si Margaret
lo estuviera esperando no querría decepcionarla. Si solo le hubiera
estado tomando el pelo, podría descubrirlo lo suficientemente rápido
y volver a trabajar en cuestión de minutos. Metió los brazos en su levita,
salió de su oficina y caminó rápidamente hacia la casa.

367
Hannah levantó la cabeza de su tarea al oír pasos rápidos por las
escaleras.
—¿Qué te trae a casa a esta hora? —preguntó, sorprendida de ver
a su hijo entrar a la habitación donde estaba bordando en silencio.
John buscó en la habitación cualquier signo de su esposa.
—¿Dónde está Margaret? —preguntó distraídamente, ignorando
la pregunta de su madre.
—Está arriba. Dijo que tenía varias cartas que deseaba escribir, —
respondió obedientemente, perpleja por el comportamiento agitado de
su hijo.
Se giró de inmediato hacia la escalera.
—Gracias, —pensó responder antes de subir las escaleras.
Entró a su habitación y se quitó el abrigo, su corazón latía más
rápido en anticipación a lo que debería descubrir. Se dirigió al
vestuario, se detuvo, convenciéndose bastante de que había venido a
representar a un tonto. Respiró para renovar su determinación y
atravesó la puerta de su habitación.
—Regresé a casa para ver si… —comenzó antes de detenerse en
seco para ver a Margaret sentada en su escritorio con su túnica verde,
vestida solo con eso.
—¿Si? —lo incitó mientras permanecía temblorosa, sintiéndose
avergonzada por su estratagema seductora, ahora que su presencia viril
llenaba la habitación.
Se quedó paralizado un momento ates de dar un paso adelante
para pararse frente a ella, con los ojos clavados en la vista que tenía
delante. Su corazón latía erráticamente en su pecho ante la idea de que
debería desearlo, después de haberlo atraído a su habitación en medio

368
del día. Extendió la mano para desatar la cinta que aseguraba la bata y
separó la prenda con reverencia para revelar la carne cremosa que yacía
debajo. Sus ojos ansiosamente bebieron su imagen mientras deslizaba
sus manos para acomodarse en la curva de su cintura, la sensación de
su piel suave enviaba temblores de deseo que lo recorrían.
Margaret sintió su piel arder bajo su mirada abrasadora y sus ojos
estudiaron los suyos en fascinación y sin aliento. Algo profundo dentro
de sí revoloteó en respuesta a la sensación de su cálido toque.
Soltó su agarre y tiró decisivamente de la tela de unión en su
cuello. El pulso de Margaret se aceleró y sintió que sus rodillas se
debilitaban mientras lo veía desabrocharse el chaleco, con sus ojos fijos
en los de su esposo. Se dirigió a la cama para sentarse. No había vuelta
ahora. Se quitó la bata y se acomodó en la superficie de la cama, que
hasta entonces no se había usado. Contuvo el aliento en su garganta
ante la mirada penetrante que le dirigió cuando se acercó. Margaret se
recostó voluntariamente para darle la bienvenida.
Su reunión de la tarde fue eficiente y bastante rápida, pero los
resultados fueron satisfactorios para ambas partes involucradas.

Hannah volvió a levantar la cabeza ante los rápidos pasos de su


hijo que bajaba las escaleras.

369
—¿Está todo bien, John? —Preguntó con aprensión,
preguntándose si alguna noticia inquietante lo había impulsado a
regresar a casa inesperadamente.
—Todo está bien, madre, —respondió, mirando brevemente a su
dirección antes de continuar apresuradamente hacia el molino. Sintió
su rostro sonrojarse ante la curiosidad de su madre.
Hannah suspiró y se recostó en la silla. Se recordó a sí misma que
no estaría más al tanto de todos los acontecimientos de su hijo, ahora
que estaba casado. Tendría que resignarse al hecho de que tenía que
recurrir a Margaret.
No pudo evitar sentir un tirón de celos al ver que su hijo no debía
confiar más en ella.

Margaret se quedó en su habitación un rato más para cumplir su


tarea original escribiendo algunas cartas. Cuando terminó, se unió a su
suegra en el salón, donde la mujer mayor estaba sentada con sus
bordados. Margaret tomó la copia de Aristóteles de su padre e intentó
concentrarse mientras esperaban la llegada de John a casa.
La joven esposa miró a la madre de su esposo y se preguntaba
cómo podría soportar el tedioso aburrimiento de sus labores de costura
constantes antes de recordar que su suegra probablemente había
pasado muchos años de trabajo inquieto mientras criaba a su hijo a su

370
éxito actual. Estaría agradecida y orgullosa de que su hijo pudiera
proporcionarle esa posición de ocio en sus últimos años.
El sonido de voces y carros afuera en el patio llenó el incómodo
silencio en la habitación hasta que por fin Margaret escuchó los pasos
de su esposo subiendo las escaleras. Luchó contra el impulso de saltar
y correr hacia él, y en su lugar se levantó serenamente de su silla para
saludarlo.
—¡Estás en casa! —exclamó con tono templado mientras extendía
sus manos hacia él.
—Lo estoy, —estuvo de acuerdo mientras tomaba sus manos entre
las suyas y le daba un casto beso en los labios, deleitándose con una
cálida bienvenida. Los recién casados se comunicaban en silencio unos
momentos, compartiendo sonrisas secretas y miradas amorosas antes
de que John saludara a su madre y se excusara para lavarse antes de
cenar.
La tarde trascurrió agradablemente sin eventos. Después de la
cena, la familia pasó un rato tranquilo sentada en el salón mientras John
leía The Guardian. y Margaret retomaba su libro. Sintiendo que su
atención decaía y sus ojos se cansaron, Margaret anunció que se
retiraría y le dio las buenas noches a su suegra antes de sonreír y subir
las escaleras a su habitación.
John permaneció con su madre por un tiempo, revelando más
de sus preocupaciones sobre la recuperación del molino.
—Si no recibimos más pedidos en las próximas semanas, no veo
cómo podemos continuar operando durante el invierno, —admitió con
un largo suspiro.
Madre e hijo hablaron brevemente de las posibilidades que
ampliarían la operación del molino antes de que terminaran su
conversación y John subió las escaleras. Sintió que una penumbra

371
penetrante comenzaba a descender sobre su cabeza. Había deseado
proporcionarle a Margaret una posición segura en la sociedad y
compartir con ella la generosidad de su trabajo. Su corazón se
entristeció al pensar en lo alto que lo estimaba. No deseaba
decepcionar su confianza.
Solo en su habitación, comenzó a desnudarse para acostarse.
Anhelaba sentir la comodidad de sus brazos esta noche, pero en su
estado de ánimo modesto, se preguntó si su esposa realmente deseaba
ir a su lado esta noche, o si dejaría de lado sus propias inclinaciones
para complacerlo.
Estaba contemplando esos pensamientos cuando se volvió para
verla entrar en la habitación. Llevaba el sencillo vestido blanco que
llevaba en Helstone.
—Te ves sorprendido de verme, —señaló con curiosidad.
—Pensé que podías haberte saciado de mí hoy, —dijo con una
sonrisa irónica.
-—No creo que pueda saciarme nunca de ti, —declaró Margaret
con ternura mientras se acercaba y le rodeaba la cintura con los
brazos—. No deseo estar separada de ti a menos que sea necesario, —
le aseguró, mirándolo amorosamente a los ojos.
Sus palabras se apoderaron de su mente como una lluvia suave,
quitando el lino de sus dudas y miedos para revelar la verdadera belleza
de su puro afecto.
—Ni yo de ti, —respondió en voz baja, maravillándose de su
propia existencia en su vida.
Margaret detectó algo en su expresión que le dijo que estaba
sumido en sus pensamientos.

372
—¿Qué pasa? —respondió, queriendo que le compartiera sus
pensamientos.
John sonrió un poco tímidamente y comenzó a explicar:
—Cuando soñé con casarme contigo, te amé tan profundamente
que pensé que debería ser yo quien haría la mayor parte en amar. No
pensé que fuera posible que alguien sintiera lo mismo por mí. Ahora,
me sorprende descubrir que me amas en la misma medida, —confesó
mirándola tan tiernamente que sintió que le dolía el corazón por el
amor que sentía por ella.
—Yo te amo. No sabía cuánto podría amar hasta que te encontré,
—admitió, mirando a las profundidades de sus conmovedores ojos
azules.
—Margaret, —susurró con asombro. Su nombre había sido una
melodía en su mente durante tanto tiempo; habían pasado solo unas
semanas desde que descubrió por primera vez que se interesaba por
él. Todavía se maravillaba de que estuviera aquí, que el cielo de alguna
manera hubiera creído conveniente otorgarle tal tesoro.
—Mi Margaret, —murmuró mientras levantaba suavemente su
barbilla para acercar sus labios a los suyos la besó con tierno cariño,
permitiendo que sus labios rozaran los de ella. Se estremeció fascinado
por el placer que lo recorrió cuando sus labios se encontraron con los
suyos en respuesta ansiosa.
Se apartó para mirarla. Sus ojos brillaban con adoración y su
rostro brillaba con hermoso anhelo.
Margaret agarró su mano y lo condujo lentamente a la cama. La
observó mientras levantaba su camisón de su cuerpo y se subía. Sus
ojos le hicieron señas en silencio y John respondió rápidamente a su
llamada.

373
Hicieron el amor con lujosa lentitud, sin avergonzarse de
encontrarse con la mirada del otro mientras sus cuerpos se movían en
silenciosa rendición, siguiendo libremente los impulsos que fluían
naturalmente de sus corazones.
Cuando por fin llegaron a su éxtasis, Margaret se acomodó en los
brazos de su esposo. John la abrazo, mientras besaba la parte superior
de su cabeza con gran ternura mientras sus dedos acariciaban
suavemente su pecho.
Continuó así, acunándola en sus brazos y cuando la escuchó
respirar lentamente, indicando que dormía, se llevó la mano de
Margaret a los labios. Mantuvo su pequeña mano a su alcance y la
sostuvo contra su pecho mientras su satisfacción lo convencía
lentamente para que se durmiera.

La tenue luz de la mañana dio forma a los objetos sombríos en el


dormitorio del Amo.
John le dio un suave beso en la sien de su esposa.
—¿Quieres levantarte conmigo esta mañana o te dejo que te
despiertes más tarde? —le preguntó suavemente mientras sus dedos
jugaban con los mechones sedosos de su cabello.
—Mmm… ¿te importaría mucho si no te acompaño a desayunar?
—preguntó adormitada mientras se giraba de lado y levantaba las
rodillas para acurrucarse cómodamente en la cama.

374
—Para nada. No veo por qué deberías despertarte tan temprano,
amor, —respondió, dándole un último beso en la mejilla antes de
levantarse de la cama.
John disfrutó mucho al permitir que su esposa descansara
mientras se preparaba sigilosamente para trabajar en la habitación
oscura. Sintió cierta satisfacción al saber que estaba bien cuidada
mientras observaba el suave ascenso y descenso de su respiración un
momento antes de que saliera por la puerta.

Margaret bajó las escaleras algún tiempo después a una mesa de


desayuno vacía. Tiró del cordón para la criada, sintiéndose algo
incomoda de estar sola en su nuevo hogar.
Hannah la saludó mientras terminaba su té.
—Buenos días. ¿Descansaste bien? —le preguntó cortésmente.
—Lo hice, gracias, —respondió la joven novia—. ¿Le importa si no
la encuentro a desayunar todas las mañanas? —preguntó
pensativamente.
—En absoluto, me he acostumbrado a levantarme temprano para
despedir a John, pero no creo que sea necesario que te despiertes tan
temprano con él, —respondió su suegra.
Hannah tuvo que admitir que no todos estaban en condiciones
de levantarse antes del amanecer y realmente disfrutaba la idea de

375
poder mantener la tradición de encontrase con su hijo para el
desayuno.
—Pensé que podría mostrarte las cuentas de la casa esta mañana,
—anunció Hannah con bastante rigidez, ansiosa de que la niña
entendiera que incluso en una casa así, la economía seguía siendo
imperativa.
—Oh… sí, por supuesto, —respondió Margaret con leve vacilación
mientras se levantaba para seguir a la anciana al comedor. Temía la
idea de revisar las listas y figuras con la atención al detalle y la actitud
seria que parecía ser la mayor fortaleza de su suegra.
—Fanny deseaba unirse a nosotros para el té esta tarde, si no
tienes otros planes, —agregó Hannah mientras se sentaba a la mesa
donde el libro de contabilidad de la casa estaba abierto para su revisión.
—No, eso será encantador. Estoy segura de que deseara contarnos
más sobre su viaje a Londres, —respondió Margaret perceptivamente—
Oh, pero tengo planes para almorzar una vez más. Hoy debo comer
en el salón de los trabajadores con John, —le dijo a su suegra mientras
se sentaba en la silla junto a ella.
Hannah guardó silencio un momento.
—Esto segura de que una dama de medios no sería bien vista en
un lugar así, —declaró lo más gentilmente posible, sabiendo que la niña
resistiría cualquier juicio enérgico.
—Estoy segura de que no puede ser una afrenta para nadie si
acompaño a mi esposo a ver sus logros, —respondió Margaret con
calma, esperando que su suegra entendiera su punto de vista.
Hannah no consideró que tal experimento fuera un logo. No
había aprobado el esfuerzo de John para crear una cocina para las

376
manos, cuando ya había estado lo suficientemente ocupado como para
mantener el molino funcionando después de su ataque rencoroso.
Sabía que era la asociación de su hijo con los Hales lo que lo
había impulsado a intentar una empresa tan inútil. Le habían impuesto
sus ideales filosóficos, convenciéndolo de que tenía la responsabilidad
de aliviar las cargas de las clases trabajadoras. ¿John ya no hacia lo
suficiente por estas personas para darles un empleo listo?
—Sé que no desearías despertar una conversación desfavorable
en la sociedad de Milton. Tales experimentos no son del todo
apreciados aquí, —explicó Hannah en voz baja.
Margaret se erizó ante tal insinuación.
—Soy consciente de que es incómodo para los que están en buena
posición considerar la difícil situación de los pobres y enfermos; de
hecho, es un tema desagradable. Pero no tengo intención de
abandonar mis esfuerzos para ayudar a los necesitados solo porque
puede hacer inactividad hablar de eso en el salón, —declaró con una
pasión apenas contenida.
—Debes hacer lo que creas conveniente, —respondió Hannah
sucintamente, derrotada y cada vez más incómoda con las emociones
mostradas de su nueva.
Margaret respiró hondo para liberar la tensión que se había
acumulado dentro de ella, aliviada de encontrar el final de la
conversación.
Hannah dejó escapar el aliento con exasperación y luego
comenzó a señalar con calma cómo hacía un seguimiento de los gastos
mensuales. Cuando más tarde comentó a la liga la sabiduría de
economizar, Margaret se vio obligada a hacer una pregunta bastante
delicada que había sido motivo de preocupación para ella.

377
—Disculpe por interrumpir, pero ¿puedo preguntar si las cosas
siguen… precarias con respecto al molino? —preguntó vacilante—. Mi
padre me dijo que el Sr. Thornton estaba muy preocupado por la
fábrica, que era difícil reanudar los negocios como de costumbre
después de la huelga, —explicó Margaret, mirando a la madre de su
esposo expectante por su respuesta.
Hannah examinó a la niña con más respeto. Se sorprendió al
descubrir que Margaret no era tan ignorante de los problemas del
molino como había asumido. Sin embargo, dedujo que John todavía
no le había hablado.
—El negocio aún no se ha recuperado, por lo que debemos ser
cautelosos con nuestro dinero, —respondió simplemente.
Margaret asintió comprensivamente. Su corazón estaba con su
esposo, quien estaba intentando callada y notablemente restablecer el
éxito que había tenido antes del desafortunado ataque.
Escuchó cortésmente el relato seco de su suegra sobre el estado
de sus finanzas, cuando se dio cuenta de que podría haber una manera
de comprometerse con la mujer a su lado.
—Sra. Thornton, si me permite interrumpirla nuevamente,
espero que no piense que estoy eludiendo mis deberes, porque esa no
es mi intención, pero me preguntó si podría haber una manera de
dividir los deberes de administrar la casa entre nosotras por el
momento. Me permitiría aprender todo más lentamente y creo que no
le disgustaría que me ayude a garantizar que todo se haga en buen
orden y economía, —terminó, con la esperanza de llegar a un acuerdo
que le diera más tiempo para escapar de los confines de la casa y
permitir que su suegra mantenga un sentido de orgullo y logro en su
hogar.

378
Algo desconcertada por la directa propuesta de la joven, Hannah
consideró su idea pensativamente.
—Creo que eso podría funcionar bien, Margaret, —respondió
finalmente, las comisuras de sus labios se alzaron levemente en una
placida sonrisa.

Margaret se sintió aliviada cuando llegó la hora del almuerzo. Se


puso el sombrero negro y salió a encontrarse con John en su oficina.
Margaret tomó su brazo ofrecido y la pareja se dirigió al comedor
que su esposo había ayudado a crear.
El estruendo de la habitación se silenció y luego estallo en fuertes
aplausos cuando el Maestro entró en el pasillo con su nueva esposa en
su brazo. Margaret inclinó la cabeza con recato mientras los hombres
gritaban y gritaban, intentando ignorar sus gritos de
—Bésala para nosotros —y otros comentarios maduros que
vinieron de la ruidosa multitud de trabajadores agradecidos. Los
asistentes juraron que el Maestro, por lo general severo, se volvió rosa
con toda la atención.
John sonrió tímidamente y levantó la mano para calmar a los
hombres cuando Nicholas se acercó a saludarlos. Higgins hizo un gesto
a los hombres para que dejaran de sus ruidosos elogios y el ruido del
pasillo bajó rápidamente, aunque todavía estaba lleno de charlas
mientras los ojos persistentes permanecían en la esposa del Maestro.

379
—¡Señorita Margaret! —Mary exclamó mientras abrazaba a su
amiga.
Higgins los condujo a un lugar cerca de la pared. Un mantel
blanco cubría la monótona mesa y un jarrón de peltre con brillantes
flores silvestres traía un soplo de primavera al interior opaco del amplio
espacio.
Mary sirvió el guiso favorito del Maestro y Nicholas se unió a sus
amigos para almorzar.
—No hay nada en Hampers o Sliksons que muestre su lealtad a
los poderes facticos. Te has ganado la confianza de los hombres,
Thornton. No es solo el comedor. Has insistido en que las manos
hagan un trabajo de calidad, diciéndoles que las ganancias dependen
de ello. Están orgullosos de hacer lo mejor para alguien que es honesto
con ellos, —comentó con sinceridad—. No hay un trabajador en las
otras fábricas, que le gustaría tener la oportunidad de trabajar en
Malboroug Mills, —agregó con cierto orgullo.
Margaret sonrió al escuchar tal evaluación de la reputación de su
esposo.
El Sr. Thornton asintió humildemente ante la evaluación de
Higgins y le dedicó a su esposa una sonrisa de agradecimiento.
Esperaba que los otros maestros tomaran nota. No todos los
esfuerzos se miden estrictamente en libras y chelines.

380
Cuando Margaret entró en la casa, Jane anunció que había
llegado un paquete y la estaba esperando en su habitación. Se apresuró
a subir las escaleras, preguntándose quién le había enviado un regalo.
Dixon estaba en su dormitorio, guardando la ropa.
—Es de España, —anunció con una amplia sonrisa al ver a la
señora dirigirse al paquete colocado en su cama.
—¡Frederick! —Margaret exclamó mientras se apresuraba a abrir
la caja cuidadosamente envuelta. Sacó un hermoso abanico plegado y
lo abrió con un movimiento suave de su muñeca. La tela de seda negra
estaba decorada con un delicado patrón de rosas amarillas y ribeteada
con encaje—. ¿No es encantador? Coincide con el chal de encaje que
Dolores me envió a principios de este año, —comentó con entusiasmo
a su fiel criada desde hace mucho tiempo.
—Es una pieza elegante, señorita Margaret, —acordó Dixon, feliz
de ver que el maestro Frederick le había enviado un regalo de bodas a
su hermana.
Regresó a la caja para buscar una nota y descubrió no solo una
carta sino otro regalo; sacó una botella de jerez.
—Oh, esto probablemente sea para John. Frederick sabe lo difícil
que es encontrar buen jerez en Inglaterra.
Ansiosa por leer lo que su hermano había escrito, abrió el papel
doblado.

381
Mi querida hermana,

Espero que disfrutes estos regalos de mi soleada casa en España.


Lamento haberme perdido tu boda en nuestra amada Helstone. Estoy seguro
de que eras una novia encantadora. ¡Cómo me hubiera gustado acompañarte
por el pasillo! Estoy agradecido de que el amigo de nuestro padre haya
podido tomar mi lugar.
Saludos a tu señor Thornton, tus palabras cariñosas con respecto a él
me han convencido de que te cuidará bien.
¡Dolores y yo tenemos noticias que contar! ¡Esperamos que nuestro
primer hijo llegue en enero y estamos llenos de alegría! A Dolores le está
yendo maravillosamente bien en la actualidad, aunque a menudo está más
cansada de lo normal.
Espero, querida Margaret, que te encuentres tan felizmente casada
como yo. Te mereces toda la felicidad después de las pruebas que has
enfrentado en los últimos meses.
Dolores se une a mí para enviarte nuestro amor, a ti y al tuyo.

Amor,

Frederick

382
Margaret le entregó la nota a Dixon y volvió a admirar su abanico
antes de sentare a escribirle a su hermano una nota de agradecimiento.

Fanny llegó a tomar el té a tiempo y se sentó en el salón con gran


aplomo, jugueteando con los volantes de su nuevo vestido azul claro
mientras se acomodaba en su silla.
Le sonrió a su nueva cuñada, ansiosa por dispensar la sabiduría
acumulada de sus muchas semanas como mujer casada.
—¿Disfrutaste tus vacaciones de boda? —Preguntó con un ligero
tono de formalidad mientras veía a su madre salir de la habitación para
buscar a la criada. Sin esperar una respuesta, se inclinó para hablar más
íntimamente—. Sé que puede ser un poco impactante adaptarse a la
vida matrimonial, —comenzó abiertamente en voz baja—. Entre tú y yo,
creo que los hombres son bastante bestiales las primeras dos semanas.
Es mejor fingir algún tipo de molestia; pronto perderán interés en venir
a ti, —aconsejó—. Es nuestro deber, después de todo, domesticar esos
deseos indecorosos, —agregó, levantando la babilla con orgullo
mientras se reclinaba en la silla nuevamente.
Margaret logró asentir débilmente en reconocimiento de sus
palabras, reprendiendo la sonrisa que sentía tirando de su rostro. Se
rio por dentro al pensar en lo conmocionada que estaría Fanny por

383
conocer los secretos de su matrimonio y lo poco que deseaba domar
los deseos de su marido.
El regreso de Hannah rescató a Margaret de recibir más consejos
matrimoniales de su cuñada bien intencionada y Fanny comenzó una
conversación más trivial mientras Margaret servía el té.
Fanny estaba explicando la diferencia entre las grandes tiendas de
Londres y las mejores tiendas de Milton cuando el John entró en la
habitación.
—¡John! —Margaret exclamó, casi saltando de su asiento—. No
sabía que podrías unirte a nosotras, —admitió, sus ojos brillaban con
afecto abierto cuando le tomó su mano extendida y se inclinó para
darle un beso en la mejilla antes de sentarse a su lado.
Fanny logró sonreír cortésmente, pero sus ojos se movieron
incomodos al presenciar tal muestra de afecto de su hermano.
—No puedo quedarme mucho tiempo, pero vine a ver a mi
hermana, —explicó—. ¿Cómo estas, Fanny? —Preguntó, dándole una
sonrisa lista.
Fanny se enderezó y sonrió para recibir la atención de su
hermano.
—Estoy bien, John, gracias. ¿Disfrutaste tu estadía en el campo?
—Preguntó a cambio, preguntándose como su hermano había
manejado tanto tiempo libre, cuando parecía que había pasado toda su
vida trabajando.
—Fue un viaje agradable, me gustaría volver allí cada año, —
respondió honestamente, sorprendiendo tanto a su hermana como a
su madre con su respuesta.
Margaret sonrió con recato mientras su esposo la miraba con
cariño.

384
—Bueno, no había imaginado que apreciarías las largas horas de
ocio. Nunca he sabido que hagas nada más que trabajar y leer tus libros,
—respondió Fanny, mirando a su madre para confirmar su opinión.
—Me pareció bastante relajante disfrutar de mi día sin horario, —
respondió—. El paisaje era hermoso y la compañía muy agradable, —
agregó con una sonrisa incontenible.
Margaret se sonrojo ante su sincero comentario y se movió para
servirle una taza de té a su esposo.
John la observó con una oleada de gran satisfacción. Había
imaginado durante mucho tiempo lo agradable que sería verla servir té
en su propia casa. Ahora que era su esposa, sería un privilegio observar
sus movimientos elegantes cada vez que tomara el té aquí.
Fanny deleitó a su audiencia cautivada con una descripción
animada de su habitación de hotel y el impresionante salón de opera
en Londres y compartió su decepción al descubrir que la Alhambra
albergaba un triste museo de ciencias. John logro salir del salón y
regresar al trabajo antes de que Fanny pudiera entusiasmarse con el
próximo baile.
Margaret escuchó cortésmente, pero no interesada, cuando
Fanny comenzó a hablar animadamente sobre su participación en la
planificación del gran asunto, elaborando cada detalle con un aire de
gran importancia. Soltó un suspiro de alivio cuando Fanny anunció que
necesitaba regresar a casa para asegurarse de que la cocinera había
seguido diligentemente sus instrucciones para la cena.
Hannah vio a su hija en la puerta y regresó para comenzar a coser.
Por una vez, Margaret se alegró por el silencio y tomó su libro para
pasar el tiempo hasta la cena.

385

Más tarde esa noche, Margaret entró en la habitación de su


esposo para mostrarle los regalos que Frederick le había enviado. John
se levantó de su escritorio para recibirla y comentó favorablemente
sobre los excelentes regalos, aunque estaba mucho más interesado en
la forma en que su esposa lucía el camisón de satén verde que llevaba
puesto.
—Frederick y su esposa esperan su primer hijo, —le informó en
voz baja, sintiendo un poco de vergüenza al hablar de esas cosas con
él.
—Deben estar muy complacidos, —respondió rápidamente
mientras estudiaba a su esposa con cariño, preguntándose cuanto
tiempo pasará antes de que ellos también pudieran regocijarse en tal
bendición. La idea de que llevara a su hijo hizo que le doliera el
corazón con tierno deseo.
Margaret solo asintió, incapaz de encontrar su cálida mirada. Su
corazón se aceleró ante la idea de presentarle noticias similares.
—Desearía que pudieras haberlo conocido, —espetó, tratando de
desviar sus pensamientos—. Fue una pena que no pudiera asistir a
nuestra boda, —comentó Margaret con melancolía, pensando en el
exilio forzado de su hermano.
—No te había preguntado antes, pero quizás ahora podrías
decirme cómo estuvo involucrado en una situación tan desafortunada,
—sugirió su esposo con cautela, llevándola a sentarse junto a él mientras
acercaba una silla cerca de su escritorio.

386
—Bueno, por lo que entiendo, el Capitán era un hombre bastante
vicioso y no le agradaba Fred en lo más mínimo, —comenzó mientras
ambos tomaban asiento—. Un día, un marinero sufrió una caída fatal
de los aparejos superiores cuando intentó apresuradamente seguir una
orden rigurosa e importuna del Capitán. Fred se ofendió mucho
porque el hombre había muerto de una manera tan vana, y reunió a
suficientes hombres para derrocar la regla del Capitán.
Desafortunadamente, el Capitán sobrevivió a su abandono en el mar y
la mayoría de los hombres involucrados han sido juzgados y ahorcados.
Fred escapó con vida, pero fue muy difícil para mis padres saber que
nunca volverían a ver a su hijo. Solo logró quedarse unos días aquí en
Milton antes de sentir que debía regresar de nuevo.
John escuchó atentamente su explicación, pero mantuvo su juicio
sobre el asunto para sí mismo. Reconoció de inmediato que Fred
compartía el mismo espíritu de compasión que su hermana, aunque
había actuado tontamente desafiando a la autoridad, sin embargo, se
había hecho desinteresadamente. No discutiría el punto con su esposa,
conociendo su lealtad feroz hacia su hermano, pero no pudo evitar
molestarse al recordar cómo la situación de Frederick había puesto en
peligro a Margaret debido a la investigación.
—Lamento la tristeza que te ha causado a ti y a tu familia. Fue un
acontecimiento muy desafortunado, —simpatizó sinceramente
mientras tomaba sus manos entre las suyas.
—¿Cómo manejaste el resto de la visita de Fanny? —preguntó de
mal humor, cambiando el tema a un tema más divertido mientras se
levantaba de su asiento.
Margaret sonrió a sabiendas ante su pregunta.

387
—No he decidido que es lo que más le gusta: visitar lugares de
gran reputación o contarles a otros sobre eso, —comentó con ligero
suspiro de exasperación mientras también se levantaba.
—No todos pueden ser tan sensatos como tú, —la reprendió,
acercándola para un beso cariñoso en los labios antes de soltarla
nuevamente para desvestirse.
Margaret se puso pensativa. Los comentarios anteriores de Fanny
le habían dado mucho en que pensar. Había comenzado a preguntarse
si tal vez no era apropiado ceder a sus deseos físicos con tanta
frecuencia. Después de todo, John era magistrado y prominente
hombre de negocios y se la consideraba una dama de refinamiento.
—¿John? —dijo tentativamente mientras colgaba su camisa y
chaleco en el armario—. ¿Con qué frecuencia otras parejas…? —
comenzó, pero no pudo continuar, incapaz de encontrar las palabras
que explicaran su significado. Sintió sus mejillas arder de vergüenza.
John se giró hacia ella con interés.
—¿Qué te hace preguntar? —Preguntó en voz baja, percibiendo
de inmediato lo que quería decir, dada su cara sonrojada y sus ojos
desviados.
—Fanny mencionó algo… —vaciló, con los ojos bajos.
—¿Fanny? —Interrumpió sorprendido, acercándose y agarrando
suavemente su cintura—. Espero que no te tomes en serio todo lo que
Fanny pueda decir sobre esas cosas. Me temo que es bastante evidente
que no se casó por amor —comentó, curioso por saber qué la estaba
molestando.
—Es solo que pensé… que tal vez no deberíamos… que tal vez no
se considere apropiado… Eres un Magistrado… —tartamudeo,
sintiéndose aún más nerviosa por la cercanía. Sus ojos recorrieron los

388
planos y los contornos de su pecho desnudo mientras la sostenía en
sus manos y sus manos ansiaban tocarlo. Respiró hondo para
estabilizar su resolución—. No deseo influenciarte indebidamente.
Quiero ser una buena esposa para ti, en todos los sentidos, —explicó
ansiosamente mientras lo miraba brevemente.
Su corazón dio un vuelco de horror ante la idea de que pensara
que era negligente en sus deseos. John tomó su rostro para mirarla a
los ojos.
—Eres todo lo que un hombre podría desear en una esposa, —le
aseguró fervientemente—. No dejes de amarme, Margaret. No podría
soportarlo, —suplicó con seriedad—. Seguramente no deseas seguir las
restricciones de las opiniones de la sociedad sobre asuntos tan
privados, —afirmó con más calma, tratando de aliviar su mente de
cualquier juicio formulado que haya escuchado.
—No, —respondió, evitando tímidamente su mirada.
—Cuanta intimidad tengamos no es asunto de nadie, —le aseguró,
su tono aterciopelado la incitaban a descartar todas sus preocupaciones
no expresadas. La atrajo hacia sí, rodeándole la cintura con sus fuertes
brazos—. ¿Lo es? —respiró, deseando que lo mirara mientras estudiaba
la tentadora suavidad de su piel.
—No, —susurró mientras deslizaba sus manos lentamente sobre
su pecho y las descansaba alrededor de su cuello, finalmente
atreviéndose a levantar los ojos hacia él. Sus ojos se encontraron en un
entendimiento compartido: su amor no podía estar atado por la
costumbre o restringirlo por la propiedad. Nadie más sabría cuan
ferozmente anhelaban ser un solo ser.
Margaret se derritió bajo la intensidad de su mirada, las
profundidades de sus ojos azules como el cristal la cautivaron.

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—Ven, —le hizo señas, su voz sedosa le acariciaba el alma —
Déjame mostrarte mi amor, —suplicó, capturando suavemente su boca
con la suya y acercándola en su firme abrazo.

— CAPÍTULO 16 —

La tarde del baile finalmente había llegado. En las casas más


finas de Milton, las mujeres se vestían y hacían pucheros mientras las
sirvientas le sujetaban flores y cintas en el cabello en delicados
peinados, y tenían batallas con corsés y crinolinas.
Dixon dio un paso atrás después de colocar una pieza decorativa
de encaje negro y cinta violeta en el cabello de Margaret. La joven
señora se levantó para admirarse en el espejo ovalado. Llevaba un
vestido de seda violeta, superpuesta con delicados encajes negros. Su
falda completa acentuaba el corpiño ajustado y las rosas de satén
corrían a lo largo del escote ligeramente inclinado de hombro a
hombro. Largos guantes negros adornaban sus brazos.
—Incluso con tu vestido de luto, seguro que le mostraras a esa mal
humorada gente de Milton cómo es una verdadera dama. Serás la

390
envidia de todas esas chicas del norte con toda su elegancia, —cantó la
orgullosa sirvienta.
—Dixon, —protestó Margaret suavemente en respuesta a los
efusivos elogios del servidor y los juicios condescendientes sobre la
sociedad de Milton—. No es mi intención superar a todos los demás.
Solo espero ser bien recibida para que mi esposo pueda mantener su
alto prestigio, —relató Margaret.
—¡Humph! —Dixon se burló—. El Maestro es el afortunado de
haberse casado con una chica tan bien educada como tú. A pesar de
todo su dinero y poder aquí, es un comerciante, no un hijo de
caballero. Porque estas lejos…
—¡Dixon! —la joven novia gritó bruscamente—. No hablaras de
esa manera en esta casa. Todavía no he conocido a un caballero que
haya logrado la mitad de lo que mi esposo tiene, y no hay nadie a quien
considere más altamente, —declaró con convicción—. Tal vez estoy
fuertemente persuadida por mi afecto, pero soy yo quien se siente más
agradecida por haberme casado con un hombre así y no escucharé una
palabra en su contra, —anunció con decisión.
La fiel criada frunció los labios y asintió a regañadientes con
conformidad.
—Estoy segura de que solo elevarás su estatura aquí. Difícilmente
podrías hacer lo contrario, señorita Margaret, —aseguró a la nueva
esposa.
—Gracias Dixon, —respondió antes de que la criada le diera las
buenas noches y se fuera.

391
John miraba por la ventana del salón, con las manos entrelazadas
a la espalda. La oscuridad aún no se había apoderado de la bruma gris
de la fresca tarde de primavera. No le gustaba la idea de pasar la noche
conversando agradablemente y verse obligado a bailar con mujeres que
tenían poco interés para él. Las artimañas y formalidades de tales
asuntos tenían poco disfrute; prefería pasar una velada tranquila con su
esposa.
Sonrió para sí mismo. Sin embargo, esta ocasión sería diferente.
Margaret estaría allí con él. Tendría gran placer y mucho orgullo de
prestar a su esposa a sus conocidos. Estaba seguro de que no podría
haber una dama más fina en la asistencia.
Se dio la vuelta al oír que alguien entraba en la habitación y miró
maravillado mientras su esposa se deslizaba hacia él a la luz, cada vez
menor, de la habitación. ¿Tendría siempre el poder de moverlo así?
se preguntó. Era indescriptiblemente hermosa: la vista de su piel
brillante y las suaves curvas de su forma femenina hicieron que su
corazón comenzara a latir con fuerza.
Margaret estaba igualmente impresionada con la apariencia de su
esposo. Contuvo el aliento al verlo y lo soltó lentamente mientras se
acercaba con una sonrisa cálida, sus ojos examinaban todo su cuerpo.
Iba impecablemente vestido con un chaleco blanco que bajaba
para revelar una camisa de fresco algodón y una corbata blanca. El saco
de vestir negro se arrastraba elegantemente detrás de él y se abría por
delante, haciendo que sus piernas parecieran infinitamente largas. Sus
botas estaban pulidas y relucientes y los guantes blancos que usaba
agregaron un aire de elegancia a cada movimiento.
¿No sabía él cuan devastadoramente apuesto era? se preguntó
mientras él la tomaba en sus brazos. No pudo resistirse a deslizar sus
manos por la superficie de su amplio pecho para finalmente descansar

392
detrás de su cuello. Olía a jabón de colonia y sándalo y cuando la apretó
firmemente contra él, se desmayó al recordar las intimidades que
compartían.
—Te ves deslumbrante. Voy a detestar dejar tu lado esta noche,
—dijo John con seriedad mientras comenzaba a acariciar su cuello justo
debajo de la oreja, atraído por el aroma de su perfume y el olor
seductor de su piel recién lavada.
—Creo que se espera que socialice con otros, señor Thornton, —
le recordó en broma. Se estremeció cuando su boca se deslizó hacia
abajo para saborear la curva de su cuello.
—¡John! —gritó su madre, más sorprendida que en reprimenda,
mientras entraba en la habitación.
John se sobresaltó y levantó la cabeza de inmediato, pero
lentamente se volvió hacia ella, inevitablemente sintiéndose como un
niño culpable.
Los ojos de Hannah se movieron incómodos un momento antes
de dirigirse a su hijo con más calma.
—Tal vez podrías comprobar si el carruaje está listo, —indicó
astutamente.
Se movió para llevar a cabo su orden, aliviado de que se le diera
un escape temporal.
—Te ves muy bien, Margaret, —Hannah felicitó a la joven
sonrojada que tenía delante—. Aunque estoy segura de que no necesitas
que te lo diga, —agregó secamente, recordando lo que acababa de
presenciar.
Margaret se sonrojo de nuevo e inclinó levemente la cabeza.

393
—Gracias, también se ve bien, —ofreció. Hannah llevaba el
vestido que había usado en la cena del verano pasado, un sencillo
vestido de seda oscura con encaje rizado a lo largo del escote de
hombro a hombro.
John regresó para escoltar a las damas de la casa hasta el carruaje
y los Thornton de Marlboroug Mills pronto se fueron al baile de
Milton.

El nuevo ayuntamiento fue impresionante. Parecía más una


catedral que una casa de gobierno, sus puertas arqueadas talladas en
piedra y ornamentadas vidrieras adornaban las paredes.
Después de dejar sus abrigos en el guardarropa, los Thornton
subieron la amplia escalera de mármol para entrar en el salón principal
que sería el salón de baile de la noche. Los ojos de Margaret se vieron
atraídos por los altos techos pintados y bombillas brillantes de los
grandes candelabros iluminados con gas. Enormes cuadros en marcos
dorados colgaban sobre paredes de paneles de roble. Magnificas
profusiones de flores estaban estacionadas alrededor del pasillo en
pedestales con columnas y una enorme chimenea de mármol tallado
se alzaba majestuosamente a lo largo de la pared. Los caballeros y las
damas conversaron y se saludaron con ansiosa formalidad en el
reluciente piso de madera y el zumbido de sus voces mezcladas llenó
el salón de expectante energía.

394
John escoltó a su esposa hacia una reunión de maestros y sus
esposas, mientras que su madre cruzó el pasillo para hablar con un
conocido de la iglesia. Margaret reconoció a los hombres y mujeres de
la cena de hace un año. ¡Como habían cambiado las cosas desde
entonces!
—¡Thornton! —El Sr. Slickson gritó al ver acercarse a su colega—.
Hemos escuchado sus noticias recientes. Felicitaciones por su
matrimonio, —ofreció mientras miraba a la nueva Sra. Thornton con
agradecimiento.
—Gracias, —dijo el señor Thornton con gracia—. ¿Puedo
presentarle a mi esposa? —dijo con orgullo oculto.
Margaret inclinó la cabeza hacia cada persona mientras las
presentaciones se hacían formalmente entre las esposas y los Maestros
congregados.
—Ah! —El señor Slickson hizo un ruido cuando un joven apuesto
apareció a su lado—. Permítanme presentarles a mi sobrino, Albert
Slickson. Ha estado en la universidad de Londres y se queda con
nosotros para estudiar nuestra ciudad industrial, ¿no es así? —Le
preguntó.
—Sí, tío, —respondió Albert cortésmente, sus ojos verdes se
movieron ligeramente incómodos. El erudito se comportó con la
dignidad practicada de la juventud, su porte rápido y decidido. Mucho
más guapo que su pariente cercano, su cabello claro y su semblante
alerta se basaban en un fino marco de mediana estatura que exudaba
fuerza y vigor.
—Este es el Sr. Thornton de Marloroug Mills y su nueva novia, el
Sr. Slickson presentó a su sobrino a los recién llegados.
—Encantado de conocerlos, —anunció Albert con sinceridad,
inclinándose ante el Maestro y su esposa. Le dio a Margaret una sonrisa

395
agradable, sintiendo una afinidad poco común con la mujer que estaba
más ceca de su edad.
Los hombres llevaron a Albert y al Sr. Thornton a un lado con
ellos y comenzaron a discutir cómo se llevaban a cabo lo negocios en
el molino de Thornton, dejando a las damas encontrar su propio tema
de conversación.
—Estuviste en la cena de Thornton el verano pasado ¿no? —La
Sra. Hamper le preguntó a Margaret con un brillo de complicidad en
sus ojos.
—Sí, lo estaba, —respondió Margaret con cautela, recordando
agudamente la vergonzosa discusión que había desarrollado en la cena
esa noche.
—Bueno, parce que los opuestos se atraen, ¿no? —la Sra. Hamper
comentó
—No creo que mi esposo y yo seamos tan diferentes, —respondió
Margaret suavemente en defensa de su obvia insinuación.
—¿No? Quizás no conozcas tus poderes de persuasión. Estoy
segura de que los recientes experimentos de tu esposo para ayudar a
los trabajadores se originaron por alguna influencia externa, —comentó
la otra mujer ligeramente con un tono acusatorio.
—Estoy segura que el Sr. Thornton puede llegar a sus propias
conclusiones con respecto a su negocio y sus imperativos morales. ¿No
es nuestro deber cristiano ayudar a los necesitados cuando estaba
dentro de nuestro poder hacerlo? —Margaret respondió, apenas
conteniendo la ira que sentía acumularse dentro, por la mentalidad
estrecha de las señoras.
—Sí. Bueno, fue un placer volver a verla, Sra. Thornton, —la Sra.
Slickson se excusó alegremente con un leve movimiento de cabeza y

396
ella y la Sra. Hamper se giraron para saludar a una amiga que había
entrado recientemente en la habitación.
Margaret suspiró, desesperada de encontrar una mente afín en
las filas femeninas de la sociedad de Milton.
—No pude evitar escuchar, —el joven señor Slickson interrumpió
su postura solitaria, acercándose a ella—, ¿Esta dispuesta a mejorar la
vida de las clases bajas? —preguntó respetuosamente.
—Sí, aunque no parece ser un tema favorable aquí en Milton, —
respondió, algo desconcertada por su anticipación al acercarse.
—Debería serlo. Es un tema querido para el corazón de nuestro
propio príncipe Alberto. Creo que hay más pensadores avanzados en
Londres que en nuestras ciudades más remotas, me temo, —comentó
pensativo con una sonrisa de aprobación—. No es de Milton,
¿Entiendo?
—No, soy de Hampshire. También viví en Londres durante
muchos años, —respondió.
—No me diga, —reconoció con una admiración creciente.
A pocos pasos, el Sr. Thornton, al ver a su esposa abandonada
por la compañía de esposas y recién abordada por el joven estudiante
universitario, se liberó de las preguntas cada vez más invasivas de sus
colegas.
—Thornton es tan frío como parece. No puedes pasar por debajo
de ese exterior de acero, —dijo el señor Hamper a Watson y a Slickson
cuando el nuevo esposo se marchó.
—Quizás no es tan frío como parece, parece que prefiere un
pequeño fuego en su cama, —comentó sarcásticamente Watson con
una sonrisa astuta. Los hombres se rieron a carcajadas.

397
—Su esposa me ha dicho que es de Hampshire, —comentó Albert
al Sr. Thornton cuando se unió con ellos—. ¿Cómo lograste
encontrarla? Preguntó con buen humor.
—Se mudó a Milton con su familia, —respondió con rigidez,
incomodo con la familiaridad del joven.
Fanny descendió sobre el pequeño grupo de su hermano.
—Es hora de organizar a tus compañeros de baile para el primer
set, —alejó a los hombres con un movimiento de la mano—. Margaret,
estoy tan contenta de que hayas podido venir a nuestra velada a pesar
de tus circunstancias, —le dio la bienvenida a su cuñada—. ¿No es el
salón magnifico? —Dijo entusiasmada.
—Es seguro que será un gran asunto, el entorno es maravilloso, —
elogió Margaret al notar la gran circunferencia de la falda de su cuñada.
Fanny llevaba un vestido de seda de color amarillo, cubierto con
innumerables capas de gasa blanca, adornada con pequeñas flores y
cintas de casi todos los colores. Era un verdadero jardín para caminar,
pensó Margaret, al notar la inclinación de Fanny por todas las cosas
ostentosas.
—¡Oh, Ann! —Fanny llamó melodiosamente a su amiga que
acababa de llegar, indicándole que se acercara.
Margaret se volvió para ver a la señorita Latimer acompañada de
un hombre de mediana edad que, aunque no estaba bendecido con
una gran apariencia, evidentemente estaba complacido con su
privilegio de acompañar a la encantadora joven. La señoritita Latimer
parecía muy atractiva con un vestido ligero y aireado de tul rosa pálido
y encaje, su cabello rubio oscuro adornado con delicadas flores
blancas.

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—Ann, ¿recordaras a mi nueva hermana, Margaret Thronton,
anteriormente señorita Hale? —Fanny presentó a la esposa de su
hermano.
Ann y Margaret asintieron con una sonrisa cortés.
—Sr. Holsworth, —el caballero que asintió se presentó a Fanny y
a Margaret—. Encantado de conocerles, —agregó con ansiosa gracia.
Ann esbozó una escasa sonrisa. Su padre había seleccionado al
Sr. Holsworth como un probable pretendiente después de que el Sr,
Thornton no estuviera disponible. Compañero banquero, el Sr.
Holsworth era un hombre amable con una riqueza relativa, pero su
comportamiento incómodo y su apariencia poco atractiva dejaban
mucho que desear en la estimación de Ann.
Fanny le recordó a la pareja recién llegada que obtuviera la tarjeta
de baile de Ann, ya que la música comenzaría pronto.
Dirigiéndose nuevamente a su cuñada, Fanny comenzó a
describir el gran esfuerzo que implicaba preparar la sala. Comenzó a
explicar su papel en la selección de las flores y las bebidas, pero se
disculpó con cierta prisa al notar que varios recién llegados distinguidos
entraban a la habitación.
Aliviada de estar sola por un momento, Margaret vio como la
señorita Latimer y su acompañante saludaban al señor Thornton, que
intentaba encontrar el camino de regreso a su esposa. Cuando por fin
la alcanzo, la trompeta hizo sonar la señal para que comenzara el
primer grupo de bailes.
John suspiró en voz alta.
—No te preocupes por mí; me mantendré lo suficientemente bien
ocupada. No debes verte atendiéndome toda la noche, —le aconsejó

399
Margaret, dándole un apretón suave a su mano enguantada mientras le
sonreía amorosamente.
John asintió a regañadientes y dejo su lado para buscar a su
primera pareja de baile.
La banda tocó el primer acode del paseo inaugural y una gran
escena de parejas en movimiento comenzó a dominar el piso. Margaret
observó con cierta diversión la sonrisa paciente en el rostro de su
esposo mientras guiaba a la hija del alcalde en pasos medidos. La chica
obviamente estaba muy contenta de haberse visto escoltada por el
temible señor Thornton.
Margaret observó los primeros bailes, recibiendo una mirada de
disculpa de su esposo en cada descanso. Sonrió ante su atención.
—¡Qué lástima que las mujeres más gloriosas de la sala sean
relegadas al papel de elegante alhelí! Te llevaría a la pista de baile en
rebelión de este cansado sinsentido de luto sin fin, si no fuera por el
ridículo chillido que provocaría, entre los llamados refinados de
nuestra clase, —declaró el Sr. Bell mientras se deslizaba junto a su
ahijada.
—¡Sr. Bell! ¡No sabía que estaría aquí! —Margaret exclamo, sus
ojos brillaban de alegría al ver al amigo de su padre.
—Sí, la Sociedad de Damas insistió en que apareciera. Pensé que
era una excusa decente para venir a verte, —respondió con su encanto
habitual.
—No necesita excusa para visitarnos. Por favor ¿no vendrás a
cenar mañana por la noche? ¿Se quedará en Marlborough Mills? —
preguntó seriamente.
—Estaría encantado de cenar con ustedes mañana por la noche y
te agradezco tu invitación a quedarme, pero ya he hecho los arreglos

400
para quedarme en el hotel. —respondió—. Me temo que me convierto
en un viejo irritable cuando se hace tarde y no sería una buena
compañía después de la cena, —explicó con un guiño a medias.
—No ceo que pueda ser una mala compañía, pero le daré libertad
de dejarnos poco después de la cena. Me alegra que pueda venir, —
respondió con calidez.
Al notar la entrada de un distinguido caballero mayor y su esposa,
el Sr. Bell dirigió a Margaret hacia la pareja.
—¡Ah, señor Bell, es bueno verlo aquí! Bienvenido. Bienvenido a
nuestra bella cuidad, —saludó el caballero a su antiguo colega.
—Gracias, hago mi aparición de vez en cuando, —respondió—.
Margaret ¿Puedo presentarte al Sr. y la Sra. Nathaniel Benson? El Sr.
Benson es uno de los primeros inversionistas en la industria aquí en
Milton. Debo agregar que es un tipo muy astuto, —informo el Sr. Bell
mientras se inclinaba y daba sus saludos formales.
—Permítanme presentarles a mi ahijada, la nueva Sra. Thornton
de Marlborough Mills, —agregó el Sr. Bell con placer.
—¡El señor Thornton se ha casado! No lo había oído. ¿Te has
casado recientemente, querida? —el tipo afable preguntó
amablemente.
—Sí, hace solo unas semanas —respondió, vagamente consciente
de la pausa de la música.
—Bueno, entonces te deseo toda la felicidad. El Sr. Thornton es
un buen hombre de gran determinación y sabiduría poco común. Lo
he observado cuidadosamente durante muchos años. Veo que también
tiene un excelente gusto en las cosas buenas de la vida, así como un
buen ojo para los negocios, declaró Benson con celeridad. ¡Y hablando
del hombre, aquí está! —agregó de todo corazón.

401
Margaret se volvió ansiosa esta ver a su esposo acercase, e
intercambiaron una breve mirada.
—Sr. Thornton, no lo he vito en mucho tiempo, —le saludó
amigablemente el rico inversionista de Milton.
—Sr. Benson, Sr. Bell, —reconoció respetuosamente el hombre
más joven—. Estuve fuera de la cuidad recientemente… —comenzó.
—Entonces, eso escuchado. Hace poco volviste de tus vacaciones
de boda, supongo. Felicitaciones, amigo. Empecé a pensar que no te
dabas cuenta de los encantos del sexo más justo, completamente
consumido por tu dedicación a la industria. No dudo, como en todas
las cosas, solo fuiste persistente en tu búsqueda de la perfección, —
comentó Benson de buen humor.
—De hecho. Así es, —el sr. Thornton confirmó rápidamente,
observando en una mirada cuan bellamente se sonrojó su esposa; su
gracia femenina lo cautivó de inmediato y encendió todos sus deseos
masculinos. No quería nada más que llevarla a un lugar privado para
poder darle una razón justa para sonrojare.
—¡Aquí etas! —Fanny declaró mientras se apresuraba al lado de
su hermano, mostrando su sonrisa más encantadora a los Benson y al
Sr. Bell por su intrusión—. ¿No estas comprometido para el próximo
baile? —le recordó casualmente cuando sonaron los primeros acordes
de un vals de la banda. Sus ojos se movieron algo nerviosos, después
de haber buscado a su hermano en nombre de su amiga, Ann Latimer,
que estaba esperando a su prometida pareja a cierta distancia.
El Sr. Thornton presentó a su hermana antes de disculparse a
regañadientes para encontrar a la señorita Latimer.
Mientras el Sr. Bell continuaba conversando con el Sr. Benson,
Margaret observó a la señorita Latimer sonreír bellamente ante el arco
y el brazo de su esposo. Sus ojos los siguieron a través de la multitud

402
de vestidos coloridos y trajes negros mientras se movían por el piso
reluciente, girando y deslizándose en perfecta armonía con la música.
Hicieron una pareja muy elegante, consideró Margaret al notar
como el vestido de color y el cabello claro de Ann contrastaban
notablemente con el cuerpo y cabello oscuro de su esposo. Estaba
impresionada de lo bien que bailaban y se preguntó con una sonrisa de
admiración si había algo que él no pudiera hacer.
Sin embargo, su sonrisa se desvaneció cuando la pareja se acercó
a la vista. El semblante de la señorita Latimer mostró su particular
deleite al encontrarse en el agarre formal del señor Thornton. Margaret
sintió que una extraña oleada de celos se apoderaba de ella cuando
reconoció que Ann todavía tenía un sentimiento de interés por su
esposo, recordando en un instante como Ann había agarrado
empalagosamente el brazo de John en la boda de Fanny, sin embargo,
al estudiar la cara de su marido, sintió cierta satisfacción: lucía una
practicada sonrisa de gentileza.
—Margaret, —el sr. Bell interrumpió sus pensamientos—,
¿Veamos que suntuosa comida está disponible en la sala de refrigerios?
—invitó.
—Por supuesto, —respondió amablemente, echando una última
mirada a los bailarines antes de tomar el brazo de su padrino para
llevarla a una habitación adyacente.
El Sr. Thornton no fue el único en notar el retiro de Margaret
del salón de baile. Al otro lado del pasillo, el sobrino de Slickson
observó la elegante figura de la esposa del fabricante mientras
conversaba con algunos de la élite de Milton.
En la gran sala de refrigerios, los invitados molieron alrededor de
dos largas mesas adornadas con paños y cargados de pasteles, galletas,
sándwiches, té y limonada. El Sr. Bell se involucró en una conversación

403
con otros, Margaret eventualmente se dirigió al otro lado de la
habitación, sorbiendo un vaso de limonada mientras estudiaba un gran
retrato en la pared.
—Lamento que no pueda bailar —una voz amiga se dirigió a ella—
Le ofrezco mis más sinceras condolencias. Entiendo que su padre
murió recientemente, —dijo Albert Slickson solemnemente cuando
Margaret se volvió para verlo.
—Sí, solo han pasado unos meses, —respondió con cierta
vacilación, sintiéndose un poco desconcertada por ser señalada por él.
—¿Era un párroco? —Continuó, ya que había adquirido tanta
información sobre su persona como podía ser obtenida por su tío y
otros compañeros.
—Sí y un erudito. Dio conferencias y tomó alumnos privados
mientras estaba en Milton, —agregó con orgullo.
—De hecho, entonces deduzco que debe aprender muy bien
usted misma. Y como hija de un párroco, naturalmente tiene interés
en mejorar las vidas de los menos afortunados en rango y riqueza, —
comentó pensativo—. No ayudar a la justicia en su necesidad sería una
impiedad, —citó un antiguo filósofo.
—Creo que Platón tiene razón, —respondió Margaret fácilmente—
Me parece que la mayor injusticia en este día es mantener a los pobres
ignorantes. Si pudieran ser educados, aprender a leer y escribir, sus
vidas podrían mejorar mucho. Mi padre siempre vivió según la máxima
de Aristóteles: “Todos los hombres por naturaleza desean
conocimiento” citó.
El joven estaba adecuadamente impresionado y la miró
momentáneamente con admiración embelesada.

404
—Sí, estoy bastante de acuerdo, —respondió con una sonrisa
cálida—. ¿Y ha comenzado alguna obra de calidad para ese fin? —
Preguntó interesado.
Margaret quedó impresionada por su pregunta.
—No, no en este momento. Recientemente he llegado a una
posición que podría ofrecer la oportunidad de hacerlo, —respondió,
reflexionando en voz baja sobre su sugerencia.
Cuando la música se detuvo en el salón de baile, el señor Slickson
miró hacia la puerta abierta.
—Si puedo ser de alguna ayuda en sus esfuerzos, espero que me
lo notifique. Me complacería ser parte de una causa tan noble, —dijo,
volviéndose hacia ella nuevamente—. Si me disculpa, creo que estoy
obligado al próximo baile.
La siguiente voz que rompió su soledad elegida le dio un brillo a
sus ojos y envió una cálida emoción por sus venas.
—¿Cómo es que estas desatendida? —preguntó su esposo con
cierta preocupación mientras se acercaba a su figura desprevenida.
—¿No puedo buscar un pequeño respiro para mí?, —respondió
con buen humor mientras se volvía rápidamente hacia él—. Estoy muy
contenta de verte. Has estado muy ocupado hasta ahora esta noche.
Actúas muy valientemente para alguien que profesa que no le gustan
esos estos asuntos, —lo felicitó con un brillo en los ojos.
—¿Apruebas mi talento para el engaño? —replicó suavemente
con una sonrisa torcida.
—¿Estás seguro de que no disfrutas bailando? —respondió—. Tus
compañeras de baile parecían divertirse inmensamente, —bromeó.

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—¿Lo hicieron? —No me di cuenta. Solo hay una mujer que
deseo tener en mis brazos, —le dijo, con los ojos llenos de ardor que
debía reprimir. Sus dedos se crisparon en su deseo de tocarla.
John soltó un suspiro lento.
—¿Puedo traerte otra bebida? —ofreció.
Margaret lo acompaño a la mesa de refrigerios, donde su esposo
inevitablemente se encontró con personas conocidas. El Sr. Thornton
presentó a su esposa ante el juez de la ciudad y su esposa y un abogado
local.
Algún tiempo después, de que el Sr. Thornton fue llamado
nuevamente al servicio en la pista de baile, Margaret se dirigió a uno
de los muchos asientos provistos alrededor de la periferia del salón y
de repente se encontró cara a cara con la señorita Latimer.
—Sra. Thornton, —la hermosa hija del banquero saludó a
Margaret con amabilidad—. Espero que se esté divirtiendo. Su marido
parece ser un compañero de baile bastante popular esta noche, —
comentó.
—Sí, lo he notado. Parece ser muy conocido en Milton, —
respondió cortésmente.
—Sí, es una pena que la huelga haya puesto en riesgo su negocio.
Fue el soltero más elegible de Milton durante muchos años. ¿Por qué,
incluso yo misma tuve ojos para él alguna vez? Es una maravilla que
nunca se haya casado hasta ahora, —comentó la señorita Latimer con
aire de suficiencia.
—Yo no juzgaría a un hombre únicamente por su riqueza o éxito
en los negocios. Es mucho más importante considerar su carácter y
propósito de corazón. El Sr. Thornton es un hombre de sustancia.
Quizás no tuvo la fortuna de encontrar a nadie de su gusto aquí, en su

406
amable Milton, —respondió fácilmente con un tono ligero de placer
forzado.
Una sutil sonrisa apareció en los labios de Margaret mientras
observaba la belleza de su rostro endurecerse y alzar la barbilla en el
aire antes de darse la vuelta para encontrar una compañía más
agradable.
Margaret se contentó con escuchar la música melodiosa de la
banda de cuadrillas mientras observaba la compañía de hombres y
mujeres elegantemente vestidos bailando varias polcas y una
Schottische. Su suegra se le unió en cierto momento, tomando asiento
a su lado.
—El baile está bien atendido, —comentó Hannah—. Estoy segura
de que Fanny estará complacida, —agregó.
—Sí, parece ser un gran éxito, todo es hermoso y la gente es muy
amable, —comentó animadamente.
Hannah asintió con la cabeza, complacida de que la esposa de su
hijo apreciara el gran asunto de la ciudad.
La música se desvaneció y los bailarines se dispersaron antes de
que se llamara al siguiente set.
John se acercó a su esposa y madre con una amplia sonrisa.
—¿Está libre por un tiempo Sr. Thornton? —preguntó su esposa,
burlándose por estar tan a menudo en la pista de baile.
—Lo estoy. Sin embargo, vine a buscar otra compañera de baile,
—respondió con un brillo travieso en sus ojos—. ¿Puedo tener el honor
del próximo baile, Sra. Thornton? —le preguntó a su madre.
Hannah se sobresaltó, sus ojos se posaron en la cara de su hijo y
luego cayeron rápidamente sobre su regazo.

407
—No seas ridículo, John. Estoy segura de que hay muchas
señoritas que pueden necesitar una pareja, —razonó con incomodidad
por ser llamada a bailar.
—Puedo hacerlo; sin embargo, las dos damas que más prefiero y
admiro están ante que mí. ¿Debo negarme el privilegio de bailar al
menos con una de ellas? —preguntó con seriedad.
Hannah respiró hondo.
—Muy bien, si insistes, —cedió mientras las comisuras de sus
labios se elevaban y se levantaba para tomar su brazo.
La cara de Margaret brillaba de admiración por el hombre con el
que se había casado mientras lo veía conducir a su madre por el salón
de baile con una elegante polca. Su corazón se calentó de alegría al ver
a madre e hijo disfrutando, una sonrisa radiante que animaba el
semblante generalmente serio de su suegra.
Cuando terminó el baile, su esposo y su madre fueron tragados
por la compañía circundante y la Sra. Thornton fue persuadida para
unirse a la cuadrilla que pronto se formó. Los labios de Margaret se
torcieron con ligera irritación al ver a su esposo emparejado una vez
más con la señorita Latimer, cuyas sonrisas parecían un indicio
demasiado encantador.
El Sr. Thornton lanzo una cálida mirada a su esposa antes de que
la música comenzara y Margaret la devolvió con una sonrisa de
complicidad. No le daría un segundo pensamiento a la señorita
Latimer.
—¡Ahí estás! —El Sr. Bell declaró mientras caminaba hacia donde
estaba sentada Margaret. —He venido a decir buenas noches. Siento
que mi resistencia por las reuniones sociales está llegando a su fin, —
explicó con una sonrisa irónica.

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—Le veremos mañana, entonces, en la cena, —le recordó mientras
se levantaba para caminar con él.
—Sí, por supuesto. Lo espero con ansias, —respondió—. Estoy
complacido de verte tan contenta. El tuyo debe ser un hogar feliz, —
agregó con gran atención por su bienestar.
—Sí, lo es. Yo… estamos muy felices, —confirmó, mientras una
sensación de profunda gratitud la invadía, empaño sus ojos.
—Bien. Me alegro de haber vivido para verte tan bien establecida.
Tu padre estaría muy complacido, —afirmó con convicción.
Las lágrimas que habían comenzado a formarse cayeron sin
querer de sus ojos ante sus palabras.
—¡Oh, cariño! Veo que te he caudado una fuga, —bromeó el Sr.
Bell en su consternación por haberla hecho llorar.
Una rápida bocanada de aire escapó de sus labios mientras reía a
pesar de sí misma, avergonzada de haberse vuelto tan emocional.
—Ven, Ven. Vamos a buscar algo de aire fresco, —insistió
mientras le entregaba su pañuelo y comenzaba a alejarla del salón de
baile.
John vio la apresurada partida de su esposa y se sintió inquietó al
notar que estaba secándose los ojos con cierta angustia.
El Sr. Bell escoltó a su ahijada a una habitación oscura lejos del
gran salón y se paró torpemente junto a ella, sin saber cómo ayudarla
a recuperarse.
No pasó mucho tiempo antes de que John apareciera en la puerta
y se dirigiera rápidamente hacia ellos.
—¡Ah, Thornton! —El señor Bell gritó aliviado—. Me temo que no
soy bueno con las lágrimas de las mujeres. Les diré adiós a los dos y

409
dejaré que atiendas a su novia, —dijo, librándose rápidamente de la
situación.
John cortésmente asintió con la cabeza antes de dedicar toda su
atención a su esposa.
—¿Margaret, qué es? —preguntó suavemente, su ceño fruncido
por la preocupación.
—Es una tontería, de verdad, —dijo en tono de disculpa,
sonriendo mientras parpadeaba todos los restos de sus lágrimas.
Esperó pacientemente a que le explicara, su semblante aún tenía
una expresión seria.
—El Sr. Bell me recordó lo feliz que estoy, —ofreció ella,
mirándolo para ver que la confusión todavía nublaba su rostro—. Y
luego menciono a mi padre…, —agregó incapaz de continuar.
John dejó escapar el aliento mientras su rostro se suavizaba en
comprensión.
—Amabas mucho a tu padre, —dijo suavemente.
Margaret asintió con la cabeza y se acercó para estar en sus
reconfortantes brazos, sollozando de nuevo al recordar
conmovedoramente como su padre había admirado a su esposo.
—Aunque no sabemos cómo, tal vez tu padre nos ve y está feliz,
—susurró cerca de su oreja, deslizando suavemente su mano
enguantada a lo largo de su espalda mientras su barbilla se acurrucaba
en su cabello.
Margaret asintió y dio un paso atrás para recobrar la compostura.
John movió su pulgar sobre su mejilla, limpiando con ternura una
lagrima brillante. Las tensiones lejanas de un vals suave llenaron el
silencio.

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—Ven, baila conmigo, —invitó con dulzura, colocando su mano
en la parte baja de su espalda y levantando su mano para su atención.
Sus rasgos sombríos se iluminaron un poco cuando levantó los
ojos hacia los de él. Dudó un momento, mirando hacia la puerta para
asegurarse de que estuvieran solos.
—Solo un momento, —la persuadió gentilmente y sonrió mientras
ella lentamente colocaba una mano sobre su hombro y la otra en la
mano que esperaba.
Se movían en perfecta armonía alrededor de la habitación
sombreada, el ritmo de la música fluía a través de ellos para hacer que
las extremidades y los pies escribieran una fuerza más allá de sí
mismos, expresando algo asombrosamente hermoso con una facilidad
inherente cautivado por la alegría gozosa de sus movimientos
sincronizados, el mundo que los rodeaba era borroso, no existía nada
más. Se vieron en los ojos del otro por un momento la razón sublime
de estar vivo: un amor que puso todo en movimiento y transformó su
existencia terrenal una sinfonía de alegría.
De mala gana, se detuvieron cuando el acorde final se disolvió en
silencio. Permanecieron paralizados por un momento más, mirándose
a los ojos, no dispuestos a renunciar a su contacto cercano hasta que
Margaret inclinó la cabeza y dio un paso atrás al escuchar voces en el
pasillo.
—Deberíamos volver al baile, —sugirió en voz baja.
Mientras se acercaban a las brillantes luces del gran salón, un
hombre distinguido al que parecía seguir una pequeña reunión, saludo
al Sr, Thornton.
—Sr. Thornton, ¿Cómo va el negocio este año? —preguntó el
caballero con fácil confianza.

411
—Parece que llevará más tiempo recuperarse de la huelga de lo
que esperaba. —respondió Thornton de manera un tanto esquiva. —
Permítanme presentarles a mi esposa, que recientemente se mudó a
Milton desde Hampshire, —ofreció cordialmente con una sonrisa
reveladora mientras Margaret asintió con la cabeza—. Margaret, este es
el Sr. Edward Wilkinson, nuestro miembro del Parlamento local, —le
informó el Sr Thornton.
—Me complace conocerla, Sra. Thornton. ¿Y cómo encuentra a
Milton? —Preguntó el Sr. Wilkinson con curiosidad.
—He encontrado que el ritmo de vida aquí es muy estimulante y
espero que un espíritu tan trabajador pueda avanzar mucho. Hay
oportunidades de mejora en casi todos lados, —respondió
directamente.
El Sr. Thornton observó con admiración desconcertada mientras
Margaret continuaba discutiendo con el Sr. Wilkinson que se podía
hacer para mejorar la difícil situación de la clase trabajadora pobre.
Desde un lugar más distante, Albert Slickson notó con cierta
sorpresa la animada conversación que parecía tener lugar entre la
encantadora señora Thornton y el miembro del parlamento de Milton.
Sus ojos se detuvieron en la escena hasta que fue llamado nuevamente
a la discusión en la que supuestamente estaba involucrado.
A medida que la noche se acercaba a su fin, Margaret se sentó
una vez más con su suegra para ver a los bailarines aprovechar el
conjunto final de bailes. Mientras observaba a otra joven sonreír con la
adoración apenas velada en los brazos de su esposo, consideró la
verdad de lo que Hannah se había jactado hace mucho tiempo: que
todas las chicas de Milton buscaban a John. Margaret había visto las
miradas que recibió su marido mientras recorría el pasillo y se había

412
sentido objeto de un estudio incomodo por parte de varias mujeres
durante toda la noche.
Sin embargo, no estaba perturbada de ninguna manera. Se sentía
segura en sus afectos y solo podía alegrarse maravillada de haber sido
ella la que lo había ganado.

John se quitó apresuradamente los guantes y encendió la lámpara


justo dentro de la puerta, haciendo pasar a su esposa y a su madre a
través de la casa oscura y arriba a sus habitaciones. Acompaño a su
madre a su habitación y volvió a abrir la puerta de su habitación para
que entrara su esposa, muy contento de que Dixon hubiera sido
despedida por la noche.
—Creo que esto salió bien, —dijo Margaret, respirando
profundamente aliviada porque la noche había terminado.
—Sí, —respondió John mientras ponía la lámpara en el tocador y
se movía al lado de su esposa. La había observado desde lejos toda la
noche. Arreglada bellamente entre los demás, había destacado ante él
como un modelo de belleza y gracia. Nadie se puede comparar con
ella.
—Fanny debe estar contenta, fue un gran evento, —agregó
mientras su esposo tiraba de sus largos guantes, ayudándola a
quitárselos.

413
—Um-hmm, —murmuró distraídamente mientras pasaba sus
manos suavemente sobre su cuello y su cabello, quitando los alfileres y
observando los mechones caer libremente. Recordó lo cautivado que
estaba por su belleza cuando se le apareció por primera vez con un
vestido similar, en la cena de su madre el verano anterior. ¡Cuán
eminentemente tocable había parecido y cuan inalcanzable había sido!
Su cuerpo ansiaba reclamarla ahora.
—Creo que conoces la ciudad entera, —parloteó, mientras
continuaba quitándole cada alfiler de su cabello—. Espero haber sido
aprobada como tu esposa, —continuó, su pulso se aceleró ante su
tranquila determinación.
—Eres más que aprobada, —respondió en voz baja mientras
pasaba suavemente sus labios por su sien cuando el ultimo mechón de
cabello castaño caía sobre sus hombros. De hecho, había visto los ojos
de muchos hombres detenidos sobre su esposa. Había sido un placer
exquisito presentarla como suya, afirmando en voz alta a todos los
conocidos durante toda la noche que le pertenecía.
Gentilmente la giró y apartó sus largos mechones para
desabrocharle el vestido. Dejando que sus manos recorrieran la
longitud de sus brazos, le quitó el vestido, haciendo que Margaret
templara por la sensación entusiasta de su toque. Se inclinó para besar
su cuello mientras sus dedos se movían con destreza para aflojar su
corsé.
Margaret cerró los ojos en anticipación de su continua seducción
y jadeó cuando sus manos se deslizaron lentamente sobre sus hombros
y se arrastraron hacia abajo para capturar la plenitud de su carne suave,
ahuecando y explorando los contornos de su forma femenina mientras
suspiraba de placer.

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—Hay demasiadas capas del atuendo de una mujer, —le susurró
roncamente al oído, ansioso por tenerla revelada en su totalidad.
Incapaz de hablar, asintió de acuerdo y extendió las manos detrás
de ella para ayudarlo a desnudarse.
La ayudó a quitarse el vestido y la pesada crinolina antes de
comenzar a quitarse la ropa pieza por pieza.
Finalmente se encontraron en la cama, John la atrajo hacia él,
besándola con besos profundos y anhelantes, maravillado de que solo
él y solo él, pudiera entrar en las cámaras secretas de su corazón y
cuerpo.
La luz de la lámpara proyectaba sombras sobre la habitación
oscura y las sabanas crujían al comenzar el baile de los amantes.

Temprano a la tarde siguiente, el Maestro de Marlborough Mills


y su esposa tomaron su paseo dominical por el parque, disfrutando de
la simple libertad de pasear juntos al aire libre. Una brisa agitó las
hierbas mientras subían una colina que dominaba la cuidad.
Aparecieron manchas azules detrás del manto gris del cielo y las
chimeneas sucias que abarrotaban el horizonte permanecían inactivas,
permitiendo que el aire se despejara.
—He estado pensando, —comenzó Margaret, rompiendo el
silencio entre ellos mientras caminaban—. Hay tantos niños que no van

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a la escuela. Te has interesado en la educación de Tommy Boucher,
¿Verdad? —preguntó sobre el joven a cargo de Higgins.
—Lo he hecho, —respondió con una sonrisa astuta,
preguntándose qué nueva aventura estaba inventando su esposa.
—Bueno, hay tantos otros como él, todos deberían tener algo de
educación. ¿Por qué no deberían tener la oportunidad de aprender?,
—razonó con compasión.
—¿Cambiaras el mundo sin ayuda, Margaret Hale?... Thornton.
—Se corrigió, deteniéndose por un momento para levantar su mentón
con su dedo curvado y examinar su rostro con ternura.
—No puedo quedarme de brazos cruzados cuando hay tanto que
se puede hacer por quienes me rodean. ¿No se nos ordena a amar a
nuestro prójimo? —preguntó mientras reanudaban su caminata,
sujetada a su brazo.
—Veo que eres la hija de tu padre, —reflexionó con cariño y con
admiración—. ¿Qué es lo que deseas hacer? —preguntó, suponiendo
que su esposa podría estar formulando algún plan para ayudar a los
pobres.
Margaret vaciló, insegura de cómo su esposo recibiría sus ideas.
—Pensé que podría organizar algún tipo de educación regular
para algunos de los niños. Tal vez podríamos encontrar a alguien que
les enseñe a leer y hacer una especie de escuela. Podría comenzarlo y
tal vez tomar algunas horas en la mañana para ir con Mary donde
podrían reunirse algunos estudiantes. Todavía tendría tiempo para
atender mis tareas domésticas por las tardes, —se apresuró antes de
mirar ansiosamente por ver la reacción de su esposo.
John solo pudo sonreír ante su ambicioso entusiasmo.

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—Es una causa justa, —respondió sucintamente. Tomó un respiro
profundo—. Sin embargo, hay muchos factores a tener en cuenta en
una empresa de este tipo. ¿Me permitirías pensar en eso? —le
preguntó expectante, apretándole el brazo con cariño.
—Por supuesto, —estuvo de acuerdo, entendiendo la legítima
necesidad de su esposo de pensar cuidadosamente en cada
contingencia. Confiaba en su buen juicio y estaba dispuesta a admitir
que sus ambiciones impetuosas podrían beneficiarse de su paciente
deliberación. Margaret le dio un apretón amoroso en el brazo a
cambio y lo miró con admiración mientras él le daba otra mirada
afectuosa.

La cena con el Sr. Bell fue un asunto muy agradable. Margaret


escuchó con gran atención mientras el erudito de Oxford, Hannah y
su esposo recordaban los eventos y circunstancias pasadas que llevaron
a Milton a alcanzar su actual estado de empresa industrial. Sintió un
gran orgullo al pensar en el lugar importante de John en el gran
esquema de las cosas, y se sintió aún más satisfecha al escuchar más de
sus incansables esfuerzos para reclamar su papel en liderar la cuidad
hacia el progreso y el crecimiento.

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Mientras discutían las posibilidades del fututo, entró en la
conversación, expresando inteligentemente su esperanza de que la
próxima etapa de desarrollo incluiría compartir los beneficios del
progreso con toda la sociedad. Margaret razonó que no podía haber
mejoras permanentes en la estabilidad y el crecimiento hasta que las
masas sintieran sus contribuciones equitativamente recompensadas y
se les ofreciera la oportunidad de aumentar de acuerdo sus propios
esfuerzos. Concluyó que la educación seria esencial si se hiciera un
verdadero progreso en Milton e Inglaterra en general.
Hannah miró a su nuera con cautelosa sorpresa y se sorprendió
al ver que ambos hombres habían escuchado el discurso de Margaret
con perfecta ecuanimidad y consideración.
—Creo que nuestra Margaret tiene razón. Muy bien razonado,
querida, —declaró Bell con orgullo.
John no dijo nada, pero miró a su esposa con admiración.

—Creo que la vida matrimonial te conviene, Thornton. Te ves


muy contento, —comentó el Sr. Bell con sinceridad, después de que
las mujeres se hubieran retirado del comedor.
—Sería difícil no estar contento con Margaret cerca, —respondió
honestamente en un tono uniforme, con las comisuras de los labios en
una sonrisa incontenible.

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—Muy bien, —acordó el Sr. Bell con aprobación mientras
estudiaba la cara del hombre recién casado—. Y Margaret se ve
maravillosamente feliz, —agregó pensativo.
—Gracias, —respondió John en voz baja con una oleada de
alegría—. Es mi mayor privilegio y el mayor placer cuidarla, —reveló
abiertamente.
—Sí, por supuesto, sé que lo está. Está en manos muy capaces,
debo agregar. No hay nadie más a quien la haya confiado, —respondió
el Sr. Bell respetuosamente—. Sea como fuere, a veces las
circunstancias que están más allá de nuestro control acosan nuestros
esfuerzos serios —hizo una pausa para evaluar la mirada de aprensión
cautelosa de lucía ahora el hombre más joven—. Estoy seguro de que
sabes de lo que estoy hablando, —agregó Bell.
—Creo que sí, pero… —comenzó John.
—Sí, bueno, todavía no les he dado a ti ni a Margaret un regalo de
bodas y me alegraría ofrecerles algo que sería útil. Me complacería
darles £500 para que hagan lo que quieran, —dijo el Sr. Bell con
decisión.
John vaciló con incertidumbre, su ceño se frunció en
contemplación momentánea. Estaba dividido entre el deseo de
demostrar que era completamente capaz de manejar sus propios
asuntos y la tentación de poder pagar sus deudas con tal suma.
Su mente se rebeló rápidamente contra la noción de reforzar su
negocio con dinero destinado a ser un regalo de bodas. Después de
todo, aún no había explorado todas las vías para revivir el molino,
todavía tenía esperanzas de recuperación. Con paciencia, sabiduría y
circunstancias fortuitas, podría recuperar lentamente su antigua
posición de seguridad.

419
—Le agradezco su preocupación y gran generosidad, pero no
puedo aceptar una suma tan grande como regalo. Creo que £ 100 sería
lo suficientemente generoso y ambos estaríamos muy agradecidos, —
respondió con seguridad.
El señor Bell asintió con la cabeza en reconocimiento mientras
fruncía los labios, simpatizando con el deseo del hombre más joven de
retener un sentido de honor buscando su propia fortuna en tiempos
difíciles. Solo esperaba que Thornton no permitiera que su orgullo se
convirtiera en un obstáculo para mantener el control del molino.
—¿Entonces nos reuniremos con las mujeres? —sugirió con vigor,
dejando atrás su incomoda discusión.
John hizo a un lado las puertas con paneles que dividían la sala
de estar y el Sr. Bell se unió a la familia en una conversación amistosa
un poco más, antes de agradecer a sus anfitriones por una velada
agradable y despedirse.

Temprano una mañana de la semana siguiente, Margaret llegó a


la mesa del desayuno para encontrar una hermosa variedad de Rosas
amarillas, en un jarrón de cristal. Sonriendo al verlo, tomó una nota
que estaba apoyada entra el jarrón la abrió ansiosamente para ver lo
que su esposo había escrito.

420
Mi querida esposa,

¿Pensaste que olvidaría tu cumpleaños? Nadie más podría estar


más agradecido que yo por tu entrada a este mundo. Mi vida ha sido
transformada por tu presencia. Me despierto cada mañana
maravillado de encontrarte a mi lado.
Espero que tu día pase agradablemente. Estoy pensando en ti
(¡O no debería hacerlo!) Y siento una felicidad reconfortante al saber
que me estarás esperando al final del día.
¿Te vestirás para la cena esta noche? He hecho arreglos
especiales que espero sean de tu agrado.

Con todo mi amor,

John
Margaret se inclinó para oler las hermosas flores, radiante al
pensar en la consideración de su esposo. Se acercó a la pared para tirar
del cordón para su desayuno. Sabía que sería un día agradable.

421
Margaret miraba soñadoramente por la ventana al fondo de su
habitación. Había pasado la ultima hora bañándose y vistiéndose con
la ayuda de Dixon, preparándose para la próxima noche con su esposo.
Había decidido usar el vestido azul oscuro que había usado la noche
anterior a su boda.
Eran más de las seis cuando Margaret oyó que su marido entraba
en su habitación. Despertada de sus placenteros sueños, atravesó con
entusiasmo el vestuario para saludarlo.
Una cálida sonrisa iluminó su rostro ante su entrada en la
habitación. Se estaba poniendo el chaleco gris plateado.
—¿Recibiste mi nota? —preguntó con un sentimiento de
complicidad.
—Sí, he estado esperando todo el día para que llegues a casa.
¡Qué misterioso de tu parte dejarme en suspenso por tanto tiempo! —
ella lo reprendió, una risa burlona se extendió en su rostro.
John se acercó y le dio un beso conciliador.
—La anticipación puede ser disfrute por derecho propio, —
respondió con un brillo sensual en sus ojos.
Margaret le dirigió una mirada de fingido reproche por su
insinuación inadecuada y esperó pacientemente a que se atara la
corbata gris y se pusiera el abrigo.
Cuando John la acompañó al comedor, Margaret estaba
confundida. La mesa estaba puesta elegantemente para dos y se habían
encendido largas velas cónicas, aunque la luz del día apenas había
comenzado a disminuir. Le lanzó a su marido una mirada burlona.

422
—Mi madre se queda con Fanny por la noche. Tendremos la casa
para nosotros solos, —explicó, estudiándola con esperanza por su
reacción.
La sorpresa cambió a una aceptación alegre cuando se dio cuenta
de que no iban a salir después de todo. Margaret miró a su esposo con
cariño, su semblante expresó su deleite ante este inesperado arreglo.
—¿Estaremos cenando aquí?, —pidió confirmar sus intenciones.
—Sí, —respondió John simplemente mientras tomaba su chal y la
ayudaba a sentarse.
Se sirvió una cena de pato asado y todas las guarniciones, la
comida favorita de Margaret. La pareja comió tranquilamente,
hablando libremente de cosas que solo les concernían a ellos.
Después de que los platos de la cena hayan sido retirados, Dixon
sorprendió a Margaret presentando el postre que siempre se había
servido en su cumpleaños: un bizcocho de fresa espolvoreado con
azúcar en polvo. Los ojos de Margaret brillaron al recordar sus veranos
en Helstone y la triste comprensión de que el año pasado había
celebrado su cumpleaños con sus dos padres. Sin embargo, su tristeza
se disipó cuando miró la radiante cara de su esposo: este cumpleaños
sería muy especial porque era el primero que había pasado con él.
Cuando terminaron de comer, la pareja se fue al salón para leerse
como lo hicieron tantas veces en Helstone. Margaret se apoyó
cómodamente contra su marido mientras se situaban en el sofá.
Cuando fue el turno de Margaret para leer, John se lamentó de
que no había un sofá lo suficientemente largo como para reclinarse por
completo. Nacido de su fuerte impulso de recibir las atenciones que
tanto recordaba, sugirió que pudieran sentarse en el piso alfombrado.

423
—¡Pero los sirvientes, John! —Margaret protestó, consciente de
que la casa no estaba completamente vacía y que sus actividades
podrían verse.
—Han sido despedidos por la noche, —le informó, sus ojos
rogándole que cumpliera con su simple deseo.
Margaret no pudo negarle su placer y se acomodó en el piso
alfombrado con alegría infantil, sus ropas y enaguas susurraron
mientras la empujaba a su lugar y se apoyaba contra el sofá. John apoyó
la cabeza en su regazo con una sonrisa triunfante en su rostro.
Margaret se rio de su obstinada determinación de ganar su
atención y volvió a reírse ante la idea de cuan sorprendida estaría su
madre de encontrarlos en un arreglo tan poco refinado.
Margaret disfruto mucho viendo a su esposo relajarse mientras
pasaba sus dedos por su cabello y acariciaba suavemente su rostro con
su mano libre mientras le leía. Cuando, por fin, sus piernas
comenzaron a hormiguear bajo su peso, las movió a regañadientes,
sacándolo de su regazo.
John sintió que una calma profunda impregnaba todo su ser.
—Gracias, —murmuró mientras ayudaba a su esposa a ponerse de
piel y la abrazaba—. Quizás mamá debería visitar a Fanny con más
frecuencia, —comentó, deseando que pudieran ser a menudo tan
informales.
—Tal vez podríamos retirarnos temprano en ocasiones y leer en
la cama, —respondió ingeniosamente con un sutil arco de cejas
mientras deslizaba sus brazos alrededor de su cintura.
—Es por eso que me casé contigo. Eres más inteligente que yo, —
respondiendo John en voz baja mientras miraba la plenitud rosa de sus
labios y acercaba su rostro para besarlos.

424
—Yo no sé sobre eso, —dijo mientras se alejaba un poco—. Fuiste
muy inteligente hoy, sorprendiéndome con flores y una cena privada,
—continuó, con los ojos bailando con juguetón deleite.
Una chispa de reconocimiento cruzó su rostro de John ante sus
palabras.
—Casi me olvido de tu regalo, —le informó antes de acercarse a
buscar su chal de encaje—. Ven conmigo, —invitó, ofreciendo su brazo.
Margaret lo miró sorprendida, pero le permitió que la llevara
afuera y hacia el Molino.
—¿Mi regalo está en el molino? —preguntó maravillada mientras
se acercaban a la puerta de la fábrica.
—Tendrás que esperar y ver, —respondió, saboreando la
oportunidad de sacar su curiosidad.
Encendió la lámpara de su escritorio de oficina, casi se rio de su
expresión desconcertada.
—No tuve tiempo de llevarlos a la casa, —explicó mientras
indicaba una gran caja cubierta de tela en una mesa contra la pared.
Margaret se acercó a la mesa,
—¿Ésta? —le preguntó Margaret con ojos asombrados.
Asintió y observó su rostro cuidosamente mientras su esposa
lentamente retiraba la cubierta.
Echó a un lado la tela más rápidamente cuando reconoció los
artículos que tenía delante.
—¡Libros… de lectura y pizarras para los niños! —exclamó con
creciente emoción mientras buscaba el contenido de la caja. Se dio la
vuelta para mirar a su esposo, que sonreía ampliamente ante su
reacción entusiasta. Margaret se arrojó a sus brazos para agradecerle.

425
—¡Esperaba que lo aprobaras! —confesó, dándole un beso
rápido por su apoyo a sus proyectos previstos.
—No puedo negar tu deseo cuando tu propósito es tan noble.
Creo que podemos preparar uno de los edificios abandonados cerca
del comedor para albergar una escuela, —le dijo, disfrutando de sus
atenciones agradecidas.
—¿En verdad? —preguntó con incredulidad—. ¡Eres el esposo
más maravilloso! —anunció, dándole otro beso por su emoción.
Esta vez John no renunció a sus labios, sino que se movió para
capturar su boca con la suya y besarla profundamente, acercándola
mientras sus besos se profundizaban.
Al retroceder por fin antes de perder el autocontrol, se recordó
a sí mismo su ubicación y el propósito de la noche.
—Deberíamos regresar a la casa. La noche es tuya. Haremos lo
que desees, —le dijo con calma incluso cuando su pulso todavía
martilleaba y su cuerpo dolía de deseo.
—Creo que puedo pensar en una actividad adecuada, —respondió
ella mientras sonreía y se estiraba para besarlo nuevamente.

Fue al día siguiente que Watson envío un mensajero a


Marlborough Mills: las especulaciones en Estados Unidos habían
terminado mal y circulaba la noticia de que las empresas locales y
vecinas se verían gravemente afectadas, lo que obstaculizaría el
comercio y provocaría cierta confusión en la Bolsa.

426
La cara de John palideció cuando permaneció inmóvil en su
oficina, inconscientemente soltó la mano que sostenía la nota escrita.
En el momento siguiente, agarró su abrigo y se fue a buscar a su
banquero, decidido a saber toda la verdad.
El señor Latimer confirmó sus temores. Las navieras en el puerto
vecino estaban en ruinas financieras, enviando una oleada de dudas y
temor en toda el área y afectando enormemente los negocios en Milton
propiamente dicho. El crédito seria inseguro y los hombres que
recientemente se habían sentido seguros podrían ver que su fortuna se
derrumbaba.
El asediado Maestro regresó a la intimidad de su oficina con un
corazón pesado y se sentó distraídamente en su silla en un aturdido
silencio. Las palaras y las implicaciones de las temidas noticias giraron
en su conciencia hasta que finalmente hundió la cara en sus manos con
desesperación, preguntándose como alguna vez le explicaría esto a
Margaret.

427
— CAPÍTULO 17 —

La luna menguante proporcionaba poca luz, de vez en cuando


se asomaba a través de algunas nubes cada vez más finas que se cernían
sobre la cuidad. Margaret se estremeció con su camisón en la gran
cama y se subió la colcha de color burdeos hasta el pecho. Hacia un
frio inusitado en junio; se preguntó si debería haberle pedido a Dixon
que encendiera el fuego.
Movió las almohadas detrás de ella y se echó hacia atrás para leer
nuevamente en el silencio de la noche. Sus ojos pasaron por alto las
palabras del libro por un momento, pero luego lentamente se
dirigieron al escritorio vacío en las sombras. La lámpara a su lado era
una presencia reconfortante, iluminando el área a su alrededor con
color mientras evitaba la invasión de la oscuridad de la habitación.
Lo extrañaba. Desde hace varios días, había venido a cenar a
casa, pero había regresado a su oficina inmediatamente después para
ocuparse de “asuntos urgentes”. Era agradable como siempre y había
pasado un domingo tranquilo con ella, pero Margaret sintió que no
todo estaba bien. Sus ojos carecían de cierto brillo y su sonrisa a veces
parecía teñida de tristeza.
Margaret esperaba que volviera a casa pronto. Durante mucho
tiempo había entendido por Nicholas que John a veces trabajaba hasta
tarde y había esperado que hubiera momentos en los que su trabajo
requeriría mucha más atención de él. De los comentarios que había
escuchado recientemente, le preocupaba que su trabajo le consumiera
lentamente hasta que estuviera harapiento y desgastado.

428
Quizás era hora de que le preguntara a que se enfrentaba. Sabía
que su esposo estaba acostumbrado a luchar solo y realmente entendió
que a él le dolería el orgullo hablar de las fallas del molino. ¡Si supiera
cuanto deseaba ayudarlo! No quería estar protegida de ninguna noticia
severa: era mucho más tolerable saber la verdad, por muy traicionera
que fuera, que ser ignorante por el bien de la simpatía.
Al volver a centrar su atención en el libro que tenía en las manos,
intentó leer mientras esperaba su regreso.

Margaret se despertó más tarde y descubrió que el libro había


caído sobre su regazo. Levantó la cabeza aturdida y miró a su alrededor
cuando se dio cuenta de que su esposo aún no había vuelto a casa. Se
quitó las sabanas y caminó rápidamente hacia el manto de la chimenea,
donde un reloj adornado de madera y latón le dijo que era más de la
una.
Dejó escapar un suspiro de angustia al pensar que su esposo aún
se inclinaba sobre su escritorio mucho después de que los telares
hubieran cesado sus ruidos. Girando con decisión, buscó la lámpara
en la mesita de noche y se apresuró a su habitación para encontrar su
bata más cálida.

429
John estaba inclinado sobre su escritorio mientras revisaba los
libros de contabilidad y los registros de cuentas, tratando de descubrir
cuanto tiempo podría mantener el molino en funcionamiento.
Esperaba desesperadamente descubrir una manera de mantener el
molino en funcionamiento para que la fortuna tenga la oportunidad de
cambiar su camino y traerle nuevas órdenes y una oportunidad de
recuperarse.
Se frotó la frente mientras sus ojos cansados se esforzaban por
ver las figuras frente a él. Sabía que debería haberse detenido hace
mucho tiempo, pero se había dicho a sí mismo que continuara un poco
más. Le resultaba difícil cesar a medida que los hechos de su situación
actual se aclaraban con cada calculo.
En su estado de concentración cansado, no oyó los pasos a lo
largo de los corredores oscuros del molino vacío, que se dirigían hacia
su oficina. Levantó la vista sorprendido cuando su esposa abrió la
puerta, con una linterna y un chal sobre su bata de franela azul.
—¡Margaret! ¿Qué haces aquí? ¿Está todo bien? —Preguntó,
repentinamente preocupado por la razón por la que lo había buscado.
—Todo en la casa estaba bien, excepto que mi cama está vacía, —
le aseguró—. ¿No me dirás qué es lo que te saca de tu legitimo
descanso? —preguntó, con sus ojos suplicantes.
—No quería preocuparte, —comenzó, mirando los papeles frente
a él, frunciendo el ceño ante la idea de compartir sus inquietantes
noticias.
—Entonces has fallado miserablemente, —dijo inequívocamente,
levantando la barbilla desafiando su razonamiento.

430
John se sobresaltó ante sus agudas palabras. Levantó la cabeza
para buscar su significado en su rostro mientras sus ojos se llenaban de
dolorosa incertidumbre.
Al ver su angustia, la expresión de Margaret se suavizó.
—Ya me he estado preocupando, no por el molino… por ti, —dijo
suavemente, acariciando su mandíbula áspera con una mano
extendida—. ¿Cómo puedo ser de ayuda para ti si no vas a compartir
tu carga? Déjame cuidar de ti, —imploró, sus ojos se encendieron con
tierno cariño.
John dejó escapar un suspiro. ¡Cuánto había deseado darle todas
las comodidades y ahora ella se preocuparía por él! Todavía sentado
en su silla, extendió la mano para rodearla en sus brazos y enterró su
rostro contra ella, sintiendo la comodidad de su forma suave, su misma
fragancia un bálsamo para su alma.
—Quería cuidar de ti, —dijo suavemente, sintiendo agudamente
el desánimo de ser frustrado de proporcionarle la vida que había
imaginado.
—¿No me cuidas ya? —Preguntó, mientras acunaba su cabeza,
tiernamente sosteniéndolo cerca de ella mientras le pasaba los dedos
por el pelo—. No tengo miedo de la escases. Ya poseo todo lo que
deseo, —le dijo sinceramente. Ante su declaración, la abrazo más.
Margaret soltó su agarre sobre él para poder ver su rostro.
—¿No me dirás qué te preocupa? —imploró una vez más, sus
ojos buscando los de él.
John la miró antes de dirigir su mirada hacia los papeles en su
escritorio.
—El comercio está mal, —dijo simplemente, su voz profunda y
solemne. La oscura quietud del molino parecía hacer eco de su tristeza.

431
Margaret sintió que su cuerpo se tensaba con aprensión ante su
tono, pero estaba decidida a saberlo todo.
—¿Qué tan mal? —sondeo mientras su garganta se secaba. Sintió
que se le encogía el corazón ante su silencio mientras esperaba su
respuesta.
John la miró, sus ojos reflejaban la tristeza y el dolor de perder lo
que tanto tiempo había trabajado para construir.
—Muy mal. Me temo que el molino se verá obligado a cerrar.
Ahora hay pocas esperanzas de recuperación, —le dijo, sintiendo una
mezcla de alivio y angustia por haber revelado la profundidad del
peligro en el que se había hundido su negocio.
Margaret quedó momentáneamente aturdida. Agitándose por
algo que decir, ella se aferró a su mano.
—Seguramente debe haber algo de esperanza. Si el molino
pudiera continuar funcionando un poco más, el comercio podría
mejorar nuevamente, —sugirió desesperada, no dispuesta a creer que
todos los esfuerzos de su esposo serian en vano.
John la miró sombríamente,
—El clima ha sido frio y no hay tantos pedidos entrantes.
Extenderé las operaciones todo el tiempo que pueda. Eso es
precisamente lo que ha requerido toda mi atención. Pero también
necesito saber en qué momento debo detenerme, para que se puedan
pagar todas mis obligaciones, —explicó.
—¿No podrías pedir dinero prestado hasta que mejore el
comercio? —Preguntó torpemente, a pesar de su certeza de que su
esposo ya habría considerado todas las posibilidades.
—Los bancos dudan mucho en prestar ahora, —respondió
suavemente, simpatizando con su deseo de ofrecer ayuda. Suspiró en

432
voz alta—. Hubo una especulación que me ofrecieron hace algún
tiempo, —reflexionó en su desanimo—. Pero no pensé que fuera
prudente arriesgarlo todo por ganancias inciertas, —confesó.
—¿El esquema de Watson? ¿Del que me habló Fanny? —
preguntó incrédula.
—Sí, —respondió, todavía inseguro de lo que debería pensar
ahora de su decisión.
—No puedo creer que te sientas tentado por tal apuesta, John.
¿De qué te servirían todas las riquezas si hubieras comprometido tus
principios? —exclamó sorprendida.
Soltó un sonido entrecortado de divertido alivio y tiró de ella para
que se sentara en su regazo, con una sonrisa en su rostro.
—¿Me apoyaras incluso si mis esfuerzos honestos se reducen a
ningún resultado?
Margaret tomó su rostro entre sus manos y lo miró con seria
importancia.
—Nunca en ningún resultado, John. Todo el bien que has hecho
es un testimonio de quién eres. No tengo miedo de estar a tu lado,
John. Sé qué harás todo lo que este a tu alcance para detener la
tormenta. Debemos tener fe en que habrá una recompensa por
nuestros buenos esfuerzos. Las circunstancias no cambiaran quienes
somos si continuamos aferrándonos a lo correcto, —lo alentó,
mirándolo profundamente a sus penetrantes ojos.
John solo pudo mirarla con asombro por su firmeza y fe. Su
confianza le dio una apariencia de esperanza de que todo estaría bien,
pero el miedo insidioso continuó susurrando su repetitivo refrán de
duda. No quería fallarle. La abrazó con fuerza, estremeciéndose al
pensar en cómo podría haber sobrevivido a tal prueba sin ella.

433

Margaret se despertó temprano con su esposo a la mañana


siguiente y rápidamente vestida para acompañarlo en su desayuno.
Deseaba mostrarle su apoyo en todos los sentidos. No sería suficiente
quedarse en la cama en este momento cuando su esposo pasaba tanto
tiempo en el trabajo.
Hannah se sorprendió al ver a su nuera, pero sonrió cortésmente
cuando se unió a ellos para el desayuno.
John se disculpó por su prisa después de haber comido y se
movió para besar a su madre y esposa en la mejilla.
Margaret tomó su mano entre las de ella para detenerlo por un
momento.
—¿Comerás tu almuerzo hoy? —le preguntó para recodarle que
se cuidara, estudiando su rostro inquisitivamente por su respuesta.
Una cálida sonrisa se extendió por su rostro.
—No hago promesas, pero intentaré, —respondió mientras le
apretaba la mano.
Hannah observó su intercambio, notando la preocupación de
Margaret por su hijo, que estaba escrita en su expresión lastimera.
Quizás John finalmente le había revelado cuan serias eran las
circunstancias en el molino, ya que la niña tenía una actitud de solicitud
más pronunciada y sombría que antes.

434
Después de que John se fue, la sala quedó en silencio mientras
las mujeres bebían su té, ambas reflexionando sobre las tareas
desalentadoras a las que se enfrentaría el Maestro de Marlborough
Mills mientras transcurría su día, sin duda, se desarrollaría en el mismo
patrón de siempre.
—Visitaré a Mary Higgins esta mañana, —comenzó Margaret—.
Me refiero a ayudar a algunos de los hijos de los trabajadores para
obtener una educación, —anunció con cautela, decidiendo que ya no
podía mantener sus actividades ocultas del juicio de su suegra—. El Sr.
Thornton es consciente de mi propósito y aprueba mis intenciones.
Todavía cumpliré felizmente con mis obligaciones domesticas todos
los días, —agregó para evitar una censura indebida—, pero también
pasaré tiempo persiguiendo mis planes. Iré al mercado esta mañana a
mi regreso.
Al tener pocas oportunidades de equivocarse, Hannah se
sorprendió por la franqueza de la niña.
—Creo que la cocinera tiene una pequeña lista, —respondió, a la
esposa de su hijo con respeto renuente por su habilidad para lograr sus
ideas con un sentido de propósito y hábil diplomacia. Solo esperaba
que John no cayera preso de las persuasivas artimañas de su esposa y
consiguiera cada suplica sin la debida consideración de las
consecuencias.
Hannah estaba segura de que los ideales de Margaret estaban
bien intencionados, pero dudaba de la sabiduría y la practicidad de
intentar resolver los problemas de larga data de la sociedad a expensas
de todo lo que John había trabajado tan duro para construir,
concretamente: el éxito del molino y el respeto incuestionable de los
habitantes de la cuidad.

435

Margaret disfrutaba de la libertad de caminar por las calles y


callejones familiares hacia el distrito de Princeton. La miseria y la
severidad del lugar siempre le afectaban el corazón, pero también había
llegado a reconocer la solidaridad y la amistad de la gente, lo que la
alentó a pensar que sus vidas no eran estériles. Percibió en la mayoría
de ellos, las cualidades inherentes de la naturaleza superior del hombre
que los elevaría por encima de las condiciones sórdidas de sus vidas, y
los ayudaría en su determinación de superarse a sí mismos.
Reconoció a las mujeres y los niños por los que pasó y sonrió
ante sus expresiones cuando algunos reconocieron a la esposa del
Maestro. Le divertía pensar en lo horrorizadas que estarían la tía Shaw
y Edith al saber de sus paseos diarios. Margaret era muy consciente de
la libertad que le permitía casarse con John. No conocía a muchos
esposos de posición similar que permitieran a sus esposas vagar por las
partes más tristes de la ciudad solas. Henry lo habría desaprobado
profundamente, sintió, estremeciéndose ante la idea de estar en un
matrimonio restrictivo. No, estaba agradecida de haber encontrado a
alguien que entendía su naturaleza independiente.
La noche anterior, después de que ambos regresaron a casa,
Margaret le sugirió que abandonaría sus planes para la escuela. Sin
embargo, su esposo había insistido en que ella debía continuar a pesar
de las circunstancias. Le recordó que los suministros ya habían sido
comprados y que el entorno de la habitación tenía un bajo costo.
También le preocupaba que tuviera alguna ocupación que le diera
placer.
Cuando Margaret llegó a la humilde y apretada casa de Higgins,
ayudo a Mary a ordenar la habitación principal, recogiendo al pequeño

436
Joseph Boucher en sus brazos mientras su madre sustituta barría
rápidamente el piso. Mary estaba emocionada de escuchar a algunos
de los niños y le dijo a su amiga que, a otras familias les gustaría que
sus hijos asintieran.
Margaret caminó con Mary y los niños hasta la casa de un vecino
donde los niños se quedarían mientras Mary iba a preparar el almuerzo
para los trabajadores de Marlborough Mills. Las dos jóvenes
caminaron juntas hasta que Margaret se separó para ir al mercado.
Algún tiempo después, Margaret salió de la farmacia con algunos
paquetes pequeños, su cesta ya cargada de frutas y otros artículos.
Caminó por la calle principal y se detuvo para mirar las flores a la venta
por una mujer de edad avanzada con un vestido deslucido.
Más abajo en la misma calle, Albert Slickson espiaba a la
encantadora señora Thornton mientras se inclinaba para oler un poco
de lavanda y seleccionó algunos racimos para llevar en su cesta. Se
acercó a la acera de inmediato y esquivando los carros y las personas
que se concentraban en la calle adoquinada, cruzó rápidamente hacia
el otro lado para llamar su atención.
El joven estudiante apresurado deambuló hacia Margaret con
fingida indiferencia, esperó con cortesía civil a que ella lo reconociera.
Su sonrisa interior se manifestó rápidamente en sus labios cuando sus
ojos se encontraron con los suyos y ella disminuyo la velocidad y luego
se detuvo.
—Sr. Slickson, —Margaret lo saludó cortésmente, mientras él se
inclinaba el sombrero.
—Sra. Thornton. Estoy muy contento de verla de nuevo, —
respondió Albert cálidamente.

437
—Espero que esté disfrutando de su estadía en Milton,
aprendiendo nuestras costumbres del norte, —comentó con buen
humor.
—De hecho, hay mucho que notar sobre la diferencia en la forma
en que se hacen las cosas aquí. Me inclino a pensar que ciudades de la
industria como esta impulsaran a toda Inglaterra hacia el futuro, —
comentó con un aire de respeto.
—Me complace que piense eso. Le interesara saber que estoy
comenzando una escuela para los hijos de los trabajadores, —continuó,
recordando sus conversaciones anteriores en el baile.
—¡Una idea Mayúscula! Ese es otro punto que he discernido
sobre el ritmo de vida aquí: en Londres debemos debatir
detenidamente cualquier gran idea para el progreso antes de que se
implementen, mientras que aquí en Milton, una idea presentada
parece actuar de inmediato. Estoy impresionado con su rápida
iniciativa, —Albert la elogió—. ¿Y el Sr. Thornton está involucrado en
su esfuerzo? —preguntó con particular interés, preguntándose hasta
qué punto la señora de Marlborough Mills estaba supervisada por su
esposo.
—Él lo aprueba, por supuesto, pero me temo que actualmente
está demasiado comprometido con los negocios como para ofrecer su
ayuda, —respondió Margaret algo incómoda.
—Por supuesto, lo entiendo. Hay una disminución del comercio
actualmente. Me imagino que su esposo debe estar muy involucrado
en su negocio en los últimos tiempos, —comentó suavemente.
—Sí lo es, —respondió Margaret, su sonrisa educada teñida de
tristeza al pensar en las muchas horas que su esposo se vio obligado a
pasar en el molino.

438
—No debo retenerle por más tiempo. Le deseo lo mejor en su
nueva empresa. Tal vez podría visitar su escuela para ver por mí mismo
como avanza ese lugar. —sugirió Albert esperanzado.
—Por supuesto. Quizás en una o dos semanas, —respondió ella
agradablemente—. Buen día.
—Buenos días, señora, —respondió Albert con una galante
inclinación y la con punta de su sombrero. Se alejó a media cuadra
antes de girarse discretamente para echar un vistazo a la figura en
retirada de Margaret.
Sin que ninguno de los dos lo supiera, la señorita Latimer había
visto al señor Slickson y a la señora de Malborough Mills al salir de la
tienda del sombrerero y había observado con gran interés la animada
conversación entre ellos. Recordó lo desinhibida que parecía estar la
hija del párroco con sus palabras y también recordó, con arrogante
desdén, los rumores que habían circulado sobre Margaret el invierno
pasado de que la habían visto sola con un hombre al anochecer en la
estación de Outwood.
La señorita Latimer sonrió con aire de suficiencia mientras
inspeccionaba casualmente las mercancías del vendedor de frutas.
Quizás el señor Thornton debería haber sido más cuidadoso al elegir
una esposa, pensó.

439
Margaret se entretuvo el resto del día, pasando mucho tiempo en
la cocina, para sorpresa de Hannah. Cuando la joven terminó su tarea
y le dio a la cocinera sus últimas instrucciones, subió las escaleras para
arreglar algunas cosas, descansar un poco y cambiarse para la cena.
Más tarde se sentó en el salón con su suegra, esperando
ansiosamente el regreso de su esposo del trabajo. Le había pedido que
hiciera todo lo posible por venir a cenar a casa todas las noches.
Intentando leer el libro en sus manos, escuchó atentamente el sonido
de sus pasos y suspiró con feliz satisfacción cuando finalmente los
escuchó.
Tratando de saludarlo con la moderación requerida en presencia
de su madre, le agarró los brazos y se estiró para darle un beso
afectuoso en los labios.
John se deleitó con la cálida bienvenida que recibió cuando
agarró ligeramente la cintura de su esposa, sintiendo la necesidad de
devolverle su entusiasmo con un beso que no sería apropiado a la vista
de su madre. Se alegraría de volver a cenar a casa todas las noches con
atenciones como estas, reflexionó, estudiando los labios de su esposa
por un breve momento antes de soltarla y saludar a su madre.
Margaret lo acompaño mientras John subía las escaleras para
lavarse, mencionando que deseaba mostrarle algo que había
comprado.
Solo habían llegado al rellano en la parte superior de las escaleras
cuando John la abrazó con fuerza y la besó como había anhelado
momentos antes. Sintió una emoción de deseo lujurioso cuando ella
inmediatamente se fundió a él, poniéndose bajo su poder. Se besaron
como amantes hambrientos, sin haberse reunido en varios días.
Se apartó de ella para sacar su reloj de bolsillo, temblando
bastante con ardiente deseo.

440
—¿La cena es en media hora? —Preguntó.
Margaret asintió con la cabeza, sin aliento por el anhelo que había
forjado en ella.
—Todavía tenemos veinte minutos, —respondió, con los ojos
encendidos con determinación triunfal. La tomó en sus brazos sin decir
una palabra y fue hacia la puerta del dormitorio.

Hannah esperó pacientemente mientras su hijo y su esposa


llegaban a la mesa unos minutos tarde. Margaret, consciente de sí
misma, comprobaba los pasadores de su cabello mientras John
ayudaba a su esposa a sentare. Hannah miró a su hijo mientras servían
la cena y se maravilló de lo radiantemente feliz que parecía a pesar de
las circunstancias actuales en el molino. Miró a Margaret, cuya
distracción se había disuelto en efusiva alegría al observar el deleite de
su marido en la comida que había elegido específicamente para él.
La mujer mayor no pudo evitar alegrarse por el evidente cuidado
de su nuera por su hijo. Recordó cuan preocupada había estado el
verano pasado cuando su hijo se había distraído con los eventos
relacionados con la huelga y los disturbios posteriores y había tenido
poca preocupación por la comida o el descanso adecuado. Estaba
contenta y no un poco aliviada al ver que Margaret lo atendía durante
este momento difícil cuando todo era incierto. Era una buena esposa
para él.

441
Margaret habló de sus planes para ayudar a los hijos de los
trabajadores y Hannah escuchó sin comentarios, tomando las
respuestas de su hijo como señal para guardar silencio con sus propias
reservas sobre tales compromisos. No deseaba molestar la noche con
sus objeciones.
Margaret sonrió cuando sirvieron el postre e inclinó la cabeza
humildemente cuando se anunció que la joven señora había hecho
tartas frescas de grosella.
John miró a su esposa con sorpresa y admiración, sintiendo una
avalancha de afecto por el esfuerzo que había hecho para complacerlo.
Margaret sonrió ante su elogio y mencionó que a veces le gustaba
hornear y que lo disfrutaría especialmente ahora que sabía que lo
complacería.
Cuando terminó la cena, John nuevamente se vio obligado a
disculpare para continuar su trabajo. Sin embargo, esta vez trajo sus
libros de contabilidad y papeles al escritorio de su habitación como su
esposa le había sugerido la noche anterior.
Margaret se quedó en el salón con su suegra por un tiempo, pero
descubrió que no podía concentrarse en su lectura.
—¿Le importaría si me excuso? creo que me gustaría escribirle a
Edith esta noche, —le preguntó a la madre de su esposo.
—En absoluto, —respondió Hannah con una pequeña sonrisa
mientras levantaba la vista brevemente de su costura.
Margaret subió las escaleras con la determinación de no molestar
a su esposo y entró en su habitación en silencio para escribirle a su
prima como había mencionado. Describió el baile reciente como lo
había prometido, pero omitió cuidadosamente contarle la reciente
perturbación en la economía y los problemas de John con el molino.

442
Cuando hubo terminado, John le dirigió una sonrisa mientras
entraba en la habitación ricamente tonificada.
Se acercó para pararse detrás de él y comenzó a frotar sus
hombros, sintiendo los músculos a través del fino algodón de su
camisa.
—¿Te sientes cómodo trabajando aquí? —le preguntó Margaret
con una sonrisa de complicidad.
—Lo estoy. Es mucho más cómodo que mi oficina. La habitación
huele a Helstone, —agregó, refiriéndose a la lavanda fresca que había
colocado en la habitación.
—Es junto como lo deseaba. Si debes trabajar, no veo ninguna
razón por la que no puedas hacerlo en un entorno agradable, —razonó
mientras continuaba trabajando en sus tensos músculos.
John dejó la pluma y se relajó en la dicha de sus vigorosas
atenciones.
—Creo que me vas a malcriar, —comentó.
—Entonces tuve éxito como una buena esposa. Deseo ayudarte
de cualquier forma que pueda. Pero no me dejes ser una distracción,
agregó—. ¿Te molestará si vengo más tarde a leer en la cama?
—No, me gustaría tu compañía, —respondió con sinceridad. La
desolación de su contabilidad parecía misericordiosamente disminuida
con ella cerca. Su presencia le daba razones para tener esperanza.
—Entonces la tendrás, —respondió Margaret y lo dejó para
vestirse para la cama, aunque todavía era temprano por la noche.
Se vistió con su camisón y leyó en la gran cama, contenta de estar
en la misma habitación que John. Y cuando por fin apagó la lámpara y
se preparó para acostarse, dejó a un lado su libro y esperó a que se

443
uniera a ella debajo de las sabanas. Margaret pasó la mano por su
mandíbula oscura y comenzó a frotar sus músculos en la parte
posterior de su cuello. John le dio un beso agradecido y se volvió para
ofrecerle la espalda también, suspirando en la comodidad de sus
relajantes habilidades.
Finalmente, se acurrucó contra él y le susurró sus afectos al oído.
John tomó su mano, la besó y la sostuvo contra su pecho mientras se
dormía.

La semana siguiente, Margaret comenzó a enseñar. Higgins y


otros trabajadores habían limpiado y parcheado el edificio de la sala de
trabajadores después de horas.
Más de veinte niños llenaron la sala abierta con caras ansiosas,
no completamente limpias. Algunos de los niños habían aprendido a
leer un poco, pero otros apenas sabían sus letras. Algunos de ellos
trabajarían en el molino a la segunda mitad del día. La joven señora
Thornton esperaba encontrar pronto un maestro adecuado por ellos,
ya que sería un trabajo desalentador establecer a todos en un curso de
aprendizaje adaptado a sus diversas necesidades. Hizo todo lo posible
para discernir lo que cada niño sabía y al final de la semana tenía una
rutina aceptable que mantenía a sus estudiantes ocupados aprendiendo
los conceptos básicos de lectura y escritura.

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Cuando la mañana llegaba a su fin, los niños estaban ocupados
copiando en sus pizarras las diversas lecciones escritas en la gran
pizarra en la parte delantera de la habitación cuando Margaret escuchó
un ruido en la puerta.
—Sr. Slickson, —grito Margaret, sorprendida de ver al joven
caballero entrar por la puerta abierta.
—Albert, por favor, —insistió con una amplia sonrisa—. He venido
a ver su escuela como sugirió, —dijo, bajando la voz en respuesta a su
gesto de ella de estar en silencio mientras los niños trabajaban.
—Eche un vistazo si lo desea, —invitó la Sra. Thornton,
complacida de que alguien se interesara por sus esfuerzos.
Camino en silencio por la habitación, impresionado por la
diligencia y el buen comportamiento de los niños. La habitación era
sencilla pero limpia y los niños no tenían reparo en sentarse en el suelo
por falta de muebles.
Sin embargo, sus ojos pronto volvieron al tema que más le llamó
la atención.
Margaret se quedó tranquilamente mirando por la puerta hacia
la oficina de su esposo, esperando que sonara el silbato a la hora del
almuerzo, cuando los niños se marcharían por el día.
El Sr. Slickson pensó que su rostro era angelical al notar que una
leve sonrisa cruzaba sus facciones. El encaje abierto de su blusa negra
revelaba la carne cremosa de sus antebrazos y la falda de muselina se
ajustaba perfectamente a su pequeña cintura. Nunca había conocido a
una mujer como ella y se sintió cautivado por su espíritu enérgico e
inteligencia obvia, así como por sus gracias refinadas y su delicada
belleza. Había comenzado a pensar que le gustaría casarse con una
mujer así, si es que había alguna otra que pudiera compararse.

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Se acercó cuando por fin la Sra. Thornton volvió su atención
hacia él una vez más.
—Le ha ido admirablemente bien en sus esfuerzos, Sra.
Thornton, —la elogió con sinceridad.
El silbato sonó ante sus últimas palabras y los niños comenzaron
a salir corriendo por la puerta.
—Buenos días, señora Thornton, —dijeron cortésmente a su vez
como ella les había enseñado, antes de salir a buscar a sus padres.
—¿Y ha hecho todo esto usted misma? —preguntó incrédulo.
—Sí, todavía no he encontrado un maestro adecuado para tomar
mi lugar. Mi esposo me apoya mucho, pero apenas puede darse el
tiempo para ayudarme en mis esfuerzos, —respondió sintiéndose un
poco incomoda de estar a solas con él en la habitación—. Mientras
tanto, me gustará hacer algunas excursiones con los niños, estaba
pensando en llevarlos al parque la próxima semana. Raramente tienen
la oportunidad de correr y divertirse como deberían los niños, —explicó
mientras lo guiaba fuera de las puertas.
Los ojos color avellana de Albert brillaron ante su revelación, su
mente ideó rápidamente un curso de acción.
—¡En efecto! Es muy solicito en sus necesidades. No había
pensado en tal cosa, —la elogió.
—Me alegra que lo apruebe, —respondió, dándole una sonrisa de
agradecimiento.
Albert le dirigió una sonrisa brillante mirando a la multitud de
detrás de ella, se preparó de mala gana para irse.

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—Espero volver a verle pronto. Me gustaría saber más de su
empresa. Buen día para usted, —dijo mientras se inclinaba el sombrero
antes de caminar con fuerza por el patio.
Margaret se giró para encontrar a su esposo viniendo a su
encuentro como habían planeado. Estaba feliz de comer con él en la
cocina de los trabajadores ocasionalmente. En esos días, sabía que al
menos John estaba almorzando. Sonrió cálidamente mientras él se
acercaba.
John le devolvió la sonrisa y la tomó del brazo por debajo del
suyo para abrir el camino hacia el comedor.
—¿Era ese el sobrino del Sr. Slickson que vi salir? —preguntó con
curiosidad, su ceño se frunció ligeramente mientras caminaban.
—Oh, sí. Estaba muy interesado en ver la escuela, —respondió
simplemente con un poco de orgullo.
John asintió con cabeza en señal de reconocimiento, pero se
preguntó si la escuela era realmente lo único que le interesaba al joven.
Miró inconscientemente en la dirección en la que el visitante de
Margaret había desaparecido antes de volver su atención a su esposa.

El sábado por la noche, Margaret preparó un baño caliente para


su esposo usando un poco de sales de baño de lavanda que había
comprado en la farmacia. Encendió unas velas y apagó la lámpara,

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esperando que el calor y la tenue luz de la habitación lo ayudaran a
relajare antes de acostarse.
Con una sonrisa reveladora, fue a buscarlo, deslizando sus brazos
alrededor de su pecho desde atrás mientras estaba en su escritorio en
el estudio.
—Tu baño te espera, —le informó, frotando su mejilla contra el
rastrojo de su rostro.
—¿Estoy obligado a ir de inmediato? —preguntó en broma
mientras levantaba sus anchas manos para sostener las suyas,
presionando sus manos firmemente contra su pecho en un esfuerzo
por mantenerla cerca de él.
—Lo estas. No puedes ser visto con manos como estas en la iglesia
mañana, —lo reprendió amorosamente, extendiéndole la mano para
ver las manchas de tinta de sus dedos.
John sonrió irónicamente ante su observación, sintiendo la
intensidad de su cuidado por él. No olvidó que podría haber optado
por casarse con un caballero, alguien que no tenía que trabajar duro en
condiciones como él para proporcionarle una vida cómoda.
—Entonces iré. No quisiera avergonzarte, —replicó mientras se
levantaba de su silla.
Margaret acercó la mano de él a sus labios y la besó tiernamente
en respuesta, mirándolo con ojos luminosos que hablaban más de lo
que las simples palabras podían transmitir. Sostuvo su mano mientras
lo conducía escaleras arriba y lo condujo al baño. Cerro la puerta detrás
de ella y se fue para regresar a su habitación, pero regresó por impulso
unos minutos más tarde para golpear suavemente la puerta.
—¿He olvidado algo? ¿Estás bien acomodado? —Preguntó a
través del panel de madera.

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John miró a su alrededor, buscando rápidamente cualquier
excusa para que ella entrara.
—Me temo que el jabón está fuera de mi alcance, —respondió con
sinceridad mientras se sentaba en el baño, viéndolo en el mostrador
justo frente a él. Sonrió tortuosamente cuando escuchó que la puerta
hacia clic a su entrada.
Encontró la pastilla de jabón y la entregó, reconociéndolo
brevemente antes de apartar tímidamente los ojos.
Tomó el jabón con una mano y agarró hábilmente su muñeca
con la otra antes de que pudiera retirarse.
—¿Me lavarías la espalda? —preguntó, sus ojos rogándole que se
quedara más tiempo.
Margaret abrió la boca para protestar, pero no pudo encontrar
una respuesta adecuada cuando se encontró con su mirada. Se quedó
quieta para comunicar su disposición a cumplir. Al mirar el encaje de
sus mangas se dio cuenta de que tendría que cambiarse. Se soltó
suavemente de su agarre y se giró para desabotonarse la blusa.
Doblándola suavemente sobre el mostrador, ella regresó a él en su
camisola sin mangas.
Margaret humedeció el jabón de castilla y le lavo la espalda. Su
respiración se hizo lenta e incluso mientras observaba fascinada cómo
sus manos se deslizaban sobre la superficie resbaladiza de su amplia
espalda. Recordaba el baño que tomaron juntos en la cabaña. Luego
lo ayudo a lavarle el cabello, vertiendo agua sobre su cabello oscuro
con una jarra mientras miraba la parte posterior de su cuello,
anhelando sentir su piel con sus labios. Finalmente dejó la jarra, siguió
su impulso y deslizo sus manos sobre sus hombros hacia su pecho,
inclinándose para colocar un beso justo detrás de su oreja.

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John la tomó de las manos y la atrajo hacia sí, acercándola casi
contra él. Su corazón latía más rápido ante su ardiente gesto.
—Entra conmigo, —le pidió convincentemente, tirando su brazo
para llevarla a mirarlo.
—¡No puedo, aquí no estamos en la cabaña, nos pueden ver!
—Nadie lo sabrá, —la persuadió suavemente, aflojando su agarre,
pero manteniendo el contacto con sus manos.
Encantada por la intensidad implorante de sus profundos ojos
azules, sintió que su resolución vacilaba. Dio un paso atrás para
distanciarse un momento, vacilando entre lo que su corazón quería y
lo que había creído durante mucho tiempo que era indecente.
Miró de nuevo a su esposo y pensó que solo deseaba disfrutar de
su compañía. Margaret anhelaba complacerlo. Ya habían compartido
todas las intimidades, se recordó. Al no poder explicarle su negativa,
comenzó a desabrocharse la falda y se quitó las enaguas. Dudó,
incapaz de desvestirse aún más.
Al acercarse a él en camisola y bragas, comenzó a sonreír ante su
vacilación.
—Eres malvado para proponer tal cosa, —lo regañó mientras
entraba con cuidado en el baño frente a él, tomando su mano para
estabilizarse.
No pudo reprimir su deleite en su concesión y sonrió mientras
ella lo regañaba; todo el tiempo sus ojos observaron con avidez su
forma finamente vestida mientras la tela rápidamente se empapaba y
se aferraba a su piel.
Evitando su mirada, decidió hacerse útil y tomó el jabón y el
cepillo para limpiar la tinta de sus dedos.

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John la estudió fascinado mientras trabajaba, asombrado de que
estuviera allí con él. No había pensado que tal cosa fuera posible dentro
de casa y casi había esperado que rechazara su pedido ante la idea de
haber más gente que podría mirarlos, no estaban solos como lo
hicieron en Helstone. Margaret lo había sorprendido una vez más con
su disposición a romper con la convención, al igual que la primera vez
que lo había complacido en permitirle entrar en la bañera con ella.
—¡Ahí! Ahora estás en condiciones de verte conmigo, —anunció
con un tono altivo mientras terminaba su tarea, con un destello de
travesura en sus ojos.
—¿Y debo decirles a todos los grandes esfuerzos que hiciste para
ver que estoy presentable? —Se burló, apenas capaz de contener su
alegría ante tal propuesta.
Su boca se abrió de mortificación ante la sugerencia y John se rio
en voz alta ante su expresión.
—¡Eres horrible! —declaró en respuesta, salpicando agua con un
movimiento de su mano.
John rio con más fuerza ante su intento de castigarlo y sujetándola
por debajo de las rodillas, la atrajo más cerca, deseando hacer las paces.
Margaret fingió renuncia a perdonarlo, resistiéndose a sus
esfuerzos por sostenerla por los brazos, pero su risa llegó a lo más
profundo de su corazón y no pudo contener su deleite en traerle tanta
alegría. Dejó que él la acercara y se puso de rodillas para ubicarse más
cerca, riendo ante su encuentro incluso cuando John comenzó a
besarla en serio.
Se reían suavemente entre besos, el chapoteo del agua solo
implicaba la incomodad de sus movimientos amorosos. John nunca
había estado más encantado, encontrando a su esposa completamente

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irresistible. Su risa se desvaneció a medida que crecía su ardor mutuo
y sus besos se volvieron más fervientes.
Cuando no pudo soportarlo más, John se enderezó a sí mismo y
a su esposa y salieron del baño. Rápidamente se envolvió con una toalla
y le entrego una toalla a su esposa. Margaret se secó un poco antes de
quitarse las prendas mojadas. John gentilmente le entregó su bata.
Abrió la puerta para escanear furtivamente el pasillo. Al ver que
estaban solos, la abrió para permitir que su Margaret corriera hacia su
habitación antes de seguirla rápidamente.
Se apresuraron a la cama con amplias sonrisas y dejando caer sus
envoltorios, hurgaron bajo las sabanas para lograr lo que se había
frustrado en el baño.
Permaneciendo en su habitación por el resto de la noche,
felizmente languidecieron en los brazos del otro mientras hablaban,
dejando de lado las preocupaciones del molino por un tiempo.

A medida que avanzaba el mes de julio, los días más cálidos


interrumpían el clima más frio a intervalos. En una de esas mañanas,
cuando las ventanas abiertas hicieron poco para agitar el aire, John se
levantó de la mesa del desayuno y le dio a su madre y su esposa un
beso rápido como era su costumbre antes de partir. Su agenda había

452
sido severamente exigente, pero su corazón era ligero en compañía de
las mujeres que amaba.
Después de que su hijo se fue, Hannah miró a su nuera con
perspicacia y observó con simpatía, mientras mordisqueaba levemente
su tostada y frotaba los huevos en su plato con poco interés. Esta fue la
tercera mañana que no había comido realmente su desayuno, sino que
sorbió subrepticiamente su té mientras su esposo desayunaba
rápidamente y se iba al molino.
La mujer mayor podría haber asumido que la niña simplemente
estaba cansada de coincidir con el horario matutino de John con tanta
regularidad, pero cuando se levantó de la mesa la mañana anterior con
una cara pálida y una excusa apresurada de que debía ir a su habitación
por un tiempo, las sospechas de Hannah se habían despertado
enormemente. Sin embargo, Margaret le había parecido estar bien el
resto del día.
Sentada a su lado ahora, notó que Margaret estaba nuevamente
un poco pálida.
—Descubrí que ayudaba a comer un poco, incluso cuando no es
atractivo, —Hannah animó pensativamente a su nuera—. Unas tostadas
pueden ayudar a calmar tu estómago, —aconsejó en voz baja mientras
su mirada se encontraba con los ojos expresivos y sorprendidos de
Margaret. La joven esposa parecía aliviada y a la vez ansiosa por que su
secreto fue descubierto.
—Gracias, —respondió Margaret suavemente y tomó un bocado
tentativo de pan tostado mientras se lo ordenaban.
—¿Ya se lo has dicho a John? —Hannah sondeó suavemente,
dudando de que su hijo fuera consciente de los eventos mensuales que
normalmente experimenta una mujer.

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—No, respondió Margaret, tragando la comida que a
regañadientes se había llevado a la boca. Tomó otro sorbo de té para
bajar la tostada antes de volver a hablar. —No estoy muy segura de mí
misma. Quería esperar un poco para estar segura. Pensé que tal vez fue
el reciente calor lo que me hizo sentir mal, pero supongo que no se
puede negar ahora, —admitió con una breve risa por su propia
incertidumbre.
—La enfermedad de la mañana pasara pronto, —le aseguró su
suegra con un gesto amable.
—Sí, lo sé. Edith también estuvo indispuesta por un corto tiempo
cada mañana, pero no pareció durar muchas semanas, —respondió con
una sonrisa esperanzada. No le gustaba soportar estas sensaciones de
mareos por mucho tiempo.
Hannah notó la mirada pálida de la niña con compasión.
—Descansa si lo necesitas, Margaret. Debes cuidarte bien a ti
misma y a mi nieto, —agregó con un brillo en los ojos y una cálida
sonrisa. Puso su mano sobre la de Margaret y le dio un apretón.
Margaret le devolvió la sonrisa de complicidad y colocó su otra
mano sobre la de su suegra, sintiendo un maravilloso consuelo al
recibir su bendición y compasión.

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Margaret se sentó en el borde de su cama, girando con nudos la
tela suelta de su túnica blanca. Se puso de pie decididamente solo para
dudar mientras caminaba hacia y desde el armario a su cama y se sentó
de nuevo.
Se reprendió por estar tan nerviosa. Estaba segura de que con
gusto recibiría sus noticias. ¡Si tan solo el momento de los eventos no
hubiera sido tan desafortunado! No quería aumentar su carga con la
noticia de un niño que se acercaba.
Sonrió al recordar lo maravilloso que John había sido con los
niños que habían conocido en Helstone. ¡Qué padre tan glorioso seria!
Estaba bastante segura de que estaría encantado de tener una familia.
Poniéndose de pie nuevamente, se dijo a sí misma que no sería
bueno dudar al respecto toda la noche. No había nada que se pudiera
hacer. Tenía que avisarle; ansiaba decírselo, que él exclamara su alegría
y la tomara en sus brazos.
Decidió bajar las escaleras primero, y traerle algo de comer.
Entones le diría.

Margaret entró a su habitación con una pequeña bandeja con una


taza de chocolate caliente y algunas galletas, la dejó en una esquina de
su escritorio.

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Levantó la vista de su trabajo para reconocerla y mirar su oferta.
Sonriendo, su esposo le rodeo la cintura con un brazo y la acercó a él,
dejándola en su regazo. Sonrió ansiosamente y sin apretar le rodeó el
cuello con los brazos.
—Has sido tan buena conmigo, —declaró John, con una mirada
cariñosa.
—¿Lo he sido? —respondió algo distraída, encontrándose
mirando la piel en la base de su garganta, su camisa desabrochada
casualmente para su comodidad.
—Lo has sido, —afirmó, estudiando los rasgos de su rostro
mientras mantenía su mirada hacia abajo.
Margaret lo miró con los ojos muy abiertos por la ansiedad por
lo que tenía que decir.
—John, —comenzó en voz baja, habiendo llamado de su atención.
John esperó con una leve sonrisa lo que ella deseaba decirle,
suponiendo que tuviera más sugerencias para sus esfuerzos en la
escuela.
—Estoy embarazada, —dijo al fin, estudiándolo cuidadosamente
por su reacción.
La sonrisa de John se disipó en su asombro, atónito por su
revelación. Sus ojos recorrieron su estómago mientras la toco con
reverencia donde pronto se hincharía.
—¿Un niño? —repitió, tratando de comprender lo que le acababa
de decir cuando un temblor de emoción comenzó apoderarse de él—.
¡Ella llevaba a su hijo! ¡Sería un padre!
—¿No estas complacido? —preguntó con preocupación, por su
mirada distante.

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John sacudió la cabeza para mirarla maravillado, despertando al
sentimiento de exuberancia que comenzaba a apoderarse de él.
—¿No estoy complacido? —repitió, incrédulo de que le
preguntara algo así. —¿Cómo no puedo estar complacido con tal
regalo? —preguntó, tomando su rostro en sus manos—. Margaret, te
amo. Recibiré con alegría cualquier regalo de nuestro matrimonio, —
dijo honestamente, su rostro ahora radiante de innegable felicidad.
Margaret sonrió con alegre alivio.
—¿Cuándo? —preguntó con ansiosa curiosidad.
—Creo que será en algún momento de febrero, o talvez a
principios de marzo, —respondió, brillando con alegría por la emoción
de él.
—Ya veo, —respondió, pensando cuanto tiempo tenían que
esperar. Su rostro se iluminó con ansiosa anticipación cuando pensó
en anunciar sus noticias—. ¿Le decimos a mamá? —preguntó con una
expresión seria.
Margaret casi se rio de su entusiasmo juvenil.
—Me temo que ya lo ha adivinado, —respondió.
John le dirigió una mirada burlona.
—Recientemente no tuve mucho apetito en el desayuno —
continuó explicando.
El semblante de John cambió instantáneamente a uno de
preocupación.
—¿Estás enferma? —Preguntó, con los ojos llenos de
preocupación.

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—No, no —le aseguró. —Creo que es bastante común en los
primeros meses sentirse un poco mal por la mañana. Edith tenía la
misma queja, —explicó.
—Un bebé, —murmuró maravillado.
—Sí, —confirmó con una sonrisa gloriosa cuando captó su mirada
y le rodeó el cuello con los brazos un poco más fuerte.
—¡Margaret! —respiró, aplastándola contra él, aunque ahora más
suavemente, temiendo que de alguna manera pudiera lastimarla.
Ella le traería cada cosa preciosa, todo lo que había pensado que
nunca sería suyo para disfrutar. Parpadeó las lágrimas que sentía brotar
en sus ojos. ¡Cuán verdaderamente bendecido era! No le importaba en
este momento lo que traería el destino. Podía superar cualquier
tormenta, siempre y cuando ella lo amara.
Las lágrimas de alivio y alegría cayeron silenciosamente de los
ojos de Margaret mientras lo abrazaba con fuerza. Había estado
complacido con sus noticias. John proveería tiernamente para ella y
para cualquier hijo que pudiera tener, estaba segura de eso. No le
importaba si las circunstancias los reducían a una vida más modesta.
Podría ser feliz en cualquier lugar mientras estuvieran juntos.

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— CAPÍTULO 18 —

El Maestro de Marlborough Mills examinó a la multitud de


trabajadores para ver a su esposa. Alertado al silbido del mediodía de
los martes, esperaba con ansias comer su almuerzo en la sala de
trabajadores con Margaret; no solo dividió su día con un descanso
necesario, sino que disfrutó cada oportunidad de estar con ella.
El patio seco del molino envió una fina nube de polvo cuando
innumerables botas y zuecos golpearon el suelo. Cuando el enjambre
de figuras de color gris se dispersó, John la vio. Se quedó de pie frente
a él con los brazos sueltos, sosteniendo su chal de verano sobre sus
hombros. Mechones de cabello errantes acariciaron su rostro con la
leve brisa mientras ella le sonreía, sus labios ligeramente abiertos y sus
ojos llenos de una ternura que sabía era solo para él. Sintió que se le
aceleraba el corazón; la expresión cansada y las arugas de su frente se
disolvieron cuando se acercó a la mujer que amaba.
Su mirada se desgarró entre el encanto de sus brillantes ojos y
sus suaves labios rosados. Conteniendo el impulso de tirar de ella
contra él y besarla, sin embargo, cortésmente le ofreció su brazo para
llevarla al comedor.
—¿Cómo estuvo tu mañana? —él preguntó al contactarla,
recordando que ella había planeado llevar a los niños al parque.
—Los niños pasaron un tiempo maravilloso. ¡Fue toda una
mañana! —ella felizmente entusiasmada, complacida de que su
excursión haya sido un éxito.

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John sonrió al pensar en su esposa cuidando a más de veinte
niños corriendo de aquí para allá. —¿Cómo manejaste a todos esos
niños? —se preguntó en voz alta cuando llegaron al comedor de
trabajadores.
—Oh, estaba un poco preocupada, pero todo salió a la
perfección. El Sr. Slickson pasó y se quedó para ayudarme a vigilar a
todos, —le dijo alegremente.
John frunció el ceño mientras ayudaba a su esposa a sentarse y
se movió para sentarse a su lado. Mary prontamente entregó cuencos
de estofado humeantes ante ellos y luego se retiró.
—Sr. Slickson, ¿el joven sobrino de la universidad? —preguntó
en un tono tan casual como pudo reunir.
—Sí, él apoya mucho todos mis esfuerzos. Estaba muy contento
de detenerse a ayudar a evitar que los niños se volvieran demasiado
rebeldes, —respondió con una sonrisa inocente.
—Ya veo, —respondió John, notando la expresión ansiosa de
Margaret con un tirón de tierno afecto por su ingenuidad.
Su esposa no percibía que su rara belleza y su espíritu
contagioso pudieran atraer la atención de otros hombres, sino que
suponía que el Sr. Slickson era genuino en su interés en su trabajo.
John deseó poder ser tan magnánimo en sus suposiciones, pero no
pudo evitar la creciente sospecha de que el atractivo visitante de
Londres era demasiado aficionado a su esposa.

460
Lo ojos de Margaret recorrieron la colección de objetos de
porcelana exhibidos en el estante de nogal, el exótico helecho detrás
del lujoso sofá ocre y el desorden cuidadosamente arreglado de
taburetes, mesas y muebles que abundaban en el extravagante salón de
Fanny Watson. Su mirada volvió una vez más al intrincado patrón
dorado del papel pintado indio mientras escuchaba a Fanny recordar
a su madre sus planes para redecorar su dormitorio y sala de estar
contigua.
—¿Has comenzado a preparar una guardería, Margaret? —
Fanny le preguntó ansiosamente, devolviendo la atención de Margaret
a la conversación que tenía entre manos.
—No, todavía no. Estoy segura de que habrá suficiente tiempo
para arreglar todo, —ofreció Margaret como excusa.
En verdad, todavía se encontraba desconcertada a veces de que
realmente esperaba. Solo había pasado un poco más de una semana
desde que le había revelado su condición a John. Había preferido
mantenerlo en privado durante un tiempo más, pero sabía que su
esposo había estado casi a desbordar por contarle a su familia sus
últimas noticias.
—Debo confesar que es una sorpresa escuchar que comenzaras
a formar tu familia tan pronto. Tal vez no pase mucho tiempo antes de
que tenga noticias similares, —comentó Fanny, un poco celosa de que
la esposa de su hermano fuera la que proporcionara el primer nieto de
la familia—. John parce muy complacido. ¡Casi no puedo creer que
será un padre! ¡Qué emocionante que seré una tía! Debemos ir de
compras juntas por las cosas que necesitara, —sugirió con entusiasmo y
luego comenzó a hablar de las tiendas que tenían los mejores productos
mientras Margaret inclinaba cortésmente la cabeza y escuchaba.

461

En la habitación vecina, John rechazó el cigarro ofrecido por


Watson con una sonrisa cortes y un movimiento de cabeza. En
ocasiones estaba feliz de cenar en la casa de su hermana, pero temía la
tediosa costumbre de ser secuestrado con su cuñado mientras las
mujeres se retiraban para mantener sus propias conversaciones.
Tenían responsabilidades similares a las de los maestros de las fábricas
de algodón locales.
Watson encendió un cigarro y lanzó algunas bocanadas de
satisfacción. Girando hacia el aparador, sirvió un pequeño vaso de
oporto y se lo entregó al futuro padre.
—¡Así que vas a ser un hombre de familia! Me estaba
acostumbrando a que estuvieras casado. El aire campestre de Helstone
debe haber sido muy estimulante, ¿eh, Thornton?
John no se dignó a responder, recordando con disgusto la razón
por la que evitaba ir a los clubes de caballeros a los que asistían los
otros Maestros con tanta frecuencia. A menudo encontraba la
conversación en esos lugares cruda y ofensiva.
—¿Cómo te está yendo en la triste economía? —le preguntó su
colega, cambiando el tema a asuntos de negocios.
—Tengo la situación bajo control. Creo que tengo suficiente
capital en este momento para esperar esta maldita recesión, no gracias
a mi querida esposa. Ha gastado una pequeña fortuna en decorar la
casa de este viejo soltero con lo que le apetezca. Pero, tendré que
mantener sus gastos bajo control hasta que lleguen mis inversiones, —
explicó Watson con confianza. Con un toque de desaprobación

462
continuo—: He escuchado que tu esposa ha estado ocupada
comenzando algún tipo de escuela para los trabajadores pobres.
—Lo ha hecho, con mi aprobación, por supuesto, —respondió
John en defensa de los ambiciosos planes de Margaret. —Soy
consciente de sus actividades, —agregó.
—¿Lo estás?, —respondió Watson dubitativo, sacando el cigarro
de entre los dientes para estudiar cuidadosamente a su cuñado por su
credibilidad. El hedor de humó llenó la habitación.
Los ojos de John se entrecerraron mientras miraba a su cuñado
en creciente indignación.
—¿Qué quieres decir? —exigió de manera uniforme, el tono
profundo de su voz reverberó una advertencia. Su cuerpo se tensó ante
el tono de Watson.
—Solo digo que no le dejaría a mi esposa vagabundear como
quisiera. Yo mantendría un control más estricto sobre eso, Thornton,
eso es todo, —advirtió Watson con cautela.
La ira de John estalló ante tal consejo.
—Margaret puede ser poco convencional en sus acciones, pero
confío implícitamente en que usará su propio buen juicio para
conducir sus asuntos, —respondió con vehemencia.
Una punzada de duda nubló su confianza al recordar con
disgusto que Margaret podía ser imprudente e impulsiva cuando se
encendían sus pasiones. ¿Se había preguntado si ella había hecho algo
para provocar la censura de aquellos con naturalezas y mentes más
tibias?
—Entonces permíteme aprovechar esta oportunidad para
advertirte como hermano que, por muy nobles que sean sus
intenciones, sería mejor no ser vista tan a menudo en compañía de ese

463
joven dandy de Slickson, —exclamó Watson, sobresaliendo
ligeramente la barbilla al aire para apuntar su consejo.
La sangre del John se congeló para confirmar sus temores.
Otros también lo habían notado: el joven se sintió atraído por su
esposa. La indignación brotó dentro de él mientras pensaba en cómo
su esposa podría ser presa inocente de los afectos ilícitos de Albert y
los chismes escandalosos de la ciudad.
—Una reunión fortuita en un parque público no es un forraje
para la charlatanería, especialmente cuando los niños corren por todas
partes, —respondió, cada vez más indignado de que Margaret era el
objeto de esa conversación.
La expresión de Watson indicaba una leve sorpresa de que
Thornton fuera consciente de lo que sucedía con su esposa.
—No estoy diciendo que haya nada, solo que se habla, —replicó
un tanto a la defensiva antes de regresar a su cigarro con renovado
interés.
John asintió con la cabeza en reconocimiento de la advertencia,
su actitud desafiante cedió lentamente a su comportamiento
impenetrable habitual. Pasó la conversación a otros asuntos con una
expresión impasible, pero debajo de su rígido exterior su mente se
agitó con sospecha y agitación de que Margaret pudiera estar en
peligro.

464
Los invitados regresaron a casa en silencio, su inclinación por la
conversación se agotó. Margaret consideró el tiempo inquieto y la
energía que Fanny debe gastar para crear un escaparate de su hogar,
mientras que Hannah se recordó en silencio su buena fortuna de vivir
con John y su esposa.
La mano de John agarró suavemente la de su esposa mientras
miraba fijamente la oscuridad. Sacudido por las revelaciones de
Watson, contempló lo que debía hacer. Mientras pensaba en todas las
ocasiones en que había visto a Slickson cerca de su esposa, estaba
seguro de que Margaret no sospechaba ni la charla ociosa sobre ella ni
la excesiva atención del joven. No quería molestarla con rumores
despreciables, ni sintió que una palabra de advertencia sobre Albert
sería bien recibida.
Decidió dejar que siguiera el asunto, aunque determinó que
vigilaría atentamente la aparición de Slickson cerca del molino.
Afortunadamente, era casi agosto y el estudiante de Londres pronto
regresaría a la universidad en otoño. Estaría bien si nunca hubiera
llegado a Milton, pensó John mientras volvía la mirada hacia su esposa
y le apretaba la mano.

Cuando se metió en la cama esa noche, John se inclinó para rozar


sus labios contra los de su esposa para un beso de buenas noches antes
de descansar su cabeza sobre la almohada.

465
En la oscuridad, Margaret dejó escapar un suspiro lento cuando
se encontró de nuevo frente al hombro de su esposo. No la había
tocado desde que había anunciado su embarazo. Había razonado, al
principio, que podría pensar que su condición era demasiado delicada.
Quizá lo era; no tenía conocimiento de tales cosas. Pero como cada
noche llegaba y compartían una cama tibia, no pudo evitar reflexionar.
¿El estrés de su trabajo lo agotó de todo deseo? ¿Había perdido de
alguna manera su interés en ella? No podía soportar pensar que la
pasión que habían compartido ya había terminado. Se preocupó por
un tiempo antes de finalmente cerrar los ojos y permitir que el sueño
la alcanzara.
John escuchó el sonido de su respiración cambiar y emitió un
largo suspiro de alivio y frustración. Por fin estaba bien dormida. A
medida que se acercaba cada noche, se encontraba cada vez más
agitado. Cuanto tiempo podía soportar el tormento del anhelo que lo
consumía, ni sabía cómo podía manejarlo. No deseaba causar ningún
daño a su hijo por nacer y le preocupaba como debía esperarse que se
abstenga de reclamar sus privilegios por los próximos meses.
Anoche, cuando Margaret le frotó los hombros y presionó su
cuerpo delgado contra su espalda. Ardió con la tentación de
presionarla debajo de él y tomarla como su esposa; en cambio, había
tomado su mano y se la beso para detener su toque seductor.
Sintió su decepción por los besos nocturnos que le otorgó, pero
no podía confiar en sí mismo para ofrecerle algo más allá del toque de
sus labios, sabiendo como sus besos más profundos podían encenderlo
en un instante.
Se apartó de su vista y rezó para que de alguna manera se salvara
de esta tortura nocturna.

466

Temprano a la mañana siguiente. Margaret salió de la casa para


visitar a Mary Higgins. Estaba ansiosa por contarle las noticias a su
amiga, sabiendo que la chica taciturna lo mantendría en secreto.
Mary estaba emocionada por la joven señora y le dio un rápido
abrazo ante la revelación de Margaret, un gesto inusual para la niña
generalmente recalcitrante.
—¡Oh, señorita Margaret! ¡Sin duda serás una madre
maravillosa!, —exclamó—. El Maestro debe estar complacido.
—Sí, —respondió Margaret, radiante por la emoción de su
amiga.
—¡Oh, debe ver a la Sra. McKnight! —Mary declaró.
Margaret la miró con curiosidad.
—¿La partera de la que hablo el Dr. Donaldson? —preguntó.
—Sí, ¡esa es! Es la mejor de la cuidad. Incluso la gente más rica
la visita. Su marido era dueño de una tienda, pero ahora vive con su
hijo y su esposa en Crampton, no muy lejos de tu antigua casa, creo
que es una casa vieja. De todos modos, no es tan grandiosa como para
que nos mire a nosotros los trabajadores y es lo suficientemente
respetable como para que la llamen a esas casas más finas por sus
servicios. Salvó a la Sra. Pritchett a la vuelta de la esquina de un
momento terrible con su primer um... Si me perdonas por decirlo, —
añadió, repentinamente nerviosa por el dolor involucrado en el parto.

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—No, no, agradezco tu recomendación. El Dr. Donaldson
mencionó que a menudo lo ayuda. Estaré interesada en buscarla.
Gracias, Mary, —consoló a su amiga con agradecimiento.
Mary sonrió brillantemente, la inquietud desapareció de sus
ojos complacida de haber ayudado a la joven señora.

A la tarde siguiente, Margaret tomó el camino familiar a


Crampton. Se sintió impulsada a busca a la partera popular después de
escuchar los elogios de Mary.
El Dr. Donaldson también la recomendó como una ayudante útil
y el interés de Margaret se despertó cuando el amable medico insinuó
que la partera podría ayudar a responder cualquier pregunta que
pudiera tener sobre cuestiones femeninas. A pocas cuadras de su
antigua casa, subió los limpios escalones grises hasta la puerta pintada
y tocó el timbre.
Al preguntar por la Sra. McKnight, Margaret finalmente fue
conducida a un salón silencioso donde las cortinas fuertemente
brocadas mantenían la habitación perpetuamente oscura. Una mujer
de huesos gruesos más allá de su edad media se levantó para saludarla,
sus ojos brillantes exudaban una energía que traiciono su arrugada cara.
—Adiara McKnight, —se presentó, su acento escoces expresado
de la simple pronunciación de su nombre.

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Margaret se alegró al instante con su amable sonrisa y firme
apretón de manos.
—Margaret Thornton. He venido a hablarle sobre tener un bebe
—explicó con un leve sonrojo.
—Por supuesto que sí, querida. Me complace conocerle Sra.
Thornton, ¿verdad? Vives en Marlborough Mills, ¿verdad? Mi esposo
siempre habló amablemente del Sr. Thornton. ¿Te has casado
recientemente? Preguntó inmediatamente, recibiendo un
asentamiento tranquilo en respuesta—. Ahora, siéntate conmigo y
hablemos de este bebe, —invitó con un movimiento de brazo hacia una
silla cómoda.
Después de que la anciana hizo varias preguntas y explico un
poco sobre lo que Margaret podía esperar a medida que pasaran los
meses, la Sra. McKnight con gusto confirmó que estaría dispuesta a
aceptar el caso. Margaret le dio las gracias, ya que había llegado a
confiar en la manera franca y amigable de la mujer.
—Ahora, ¿hay alguna otra pregunta que quieras hacer? —la
partera experimentada le preguntó a la joven futura madre.
Margaret abrió la boca vacilante antes de cerrarla nuevamente y
miró al suelo.
—No seas tímida, al presente, he estado por aquí por bastante
tiempo. He escuchado de todo, querida, —la animó suavemente.
Reuniendo su coraje, Margaret abrió la boca para hablar de
nuevo.
—Me preguntaba si hay algún daño para el bebé en… —
comenzó, pero no pudo continuar, sintiendo su rostro sonrojarse por
su pregunta no formulada.
La señora McKnight sonrió a sabiendas.

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—Es una pregunta muy común, querida. Deseas saber si hacer
el amor será perjudicial para el niño. Eso depende, —dijo con una
mueca.
La cabeza inclinada de Margaret se alzó bruscamente para
buscar el rostro de la mujer mayor, sorprendida de la inesperada
respuesta de la partera. Los ojos de la señora Mcknight brillaron de
alegría.
—Depende de si deseas disuadir a tu esposo de visitar tu cama
o si te sientes cómoda con sus atenciones, —dijo con una sonrisa
maliciosa.
Margaret sonrió ante su implicación, recordando que debe
haber muchas mujeres, como Fanny que agradecerían una excusa para
mantener a sus maridos a raya por un tiempo.
—No, yo… le tengo mucho cariño a mi esposo, —respondió
vacilante, inevitablemente sintiendo su rostro cálido nuevamente.
—Entonces te diré que no hay daño en recibir las atenciones de
tu esposo. Se necesitará un cuidado gentil cuando el bebé crezca, por
supuesto. Deja que tu propio juicio te guie y estoy segura de que todo
irá bien, —aconsejó, sin mostrar compulsión al hablar de asuntos tan
íntimos.
—Gracias, ha sido de gran ayuda, —dijo, inundada de una
sensación de alivio por haberse iluminado sobre una multitud de
cuestiones que habían sido motivo de preocupación.
Después de despedirse, Margaret se despidió de la amable
mujer que ya se sentía como una amiga familiar. Respiró hondo cando
la puerta se cerró detrás de ella. Estaba contenta de haber venido, se
sentía mejor preparada para enfrentar los próximos meses con
ecuanimidad y alegría.

470
Más tarde esa noche, Margaret escribió una carta a su hermano
en su escritorio mientras John estaba encima de su libro de
contabilidad en el dormitorio principal. Trato de mantenerse fuera de
su camino por las noches hasta que le indicaba que había terminado.
Firmó su nombre y volvió a colocar la pluma en su soporte. Al
darse cuenta de que debía estar llegando tarde, tomó la carta de su
hermano y caminó a través del vestidor hacia la habitación más grande
donde su esposo estaba sentado en su escritorio en la esquina luciendo
despeinado y cansado, su cabeza apoyada con su mano libre.
Volvió la cara para reconocerla con una leve sonrisa y volvió su
atención a su trabajo.
Margaret esperaba darle un respiro.
—Frederick escribió hoy. Su suegro lo contrató para ayudar a
dirigir el negocio familiar. Describió la villa en la que viven. Suena tan
encantador. Espera que podamos ir a España algún día, —relató
alegremente.
—¿Y debemos cumplir con todos sus deseos? —espetó con un
aguijón de amargura, sin levantar la cabeza de donde descansaba en su
mano—. Aún estaría en Inglaterra si no fuera por su estúpida
imprudencia, —murmuró ante los papeles que tenía delante.
Margaret se quedó congelada con la boca abierta por la sorpresa
ante sus palabras.
John con cautela acercó sus ojos a los de ella para ver el daño
que había causado. La expresión de dolor y confusión en su rostro
desgarro su corazón. John se puso rígido con un miedo desconocido
mientras observaba sus labios temblar levemente como si dijera algo
antes de que se volviera abruptamente y saliera corriendo de la
habitación. Hizo una mueca al escuchar el ruido sordo de la puerta, la
finalidad del sonido cortó su alma.

471
¿Qué había hecho? Cerró los ojos con repulsión. ¿Se había
vuelto tan aborrecible como para arremeter contra ella por su
amabilidad? Dejó caer la mano sobre el escritorio y apretó el puño con
rabia y disgusto; siempre se había considerado grosero e indigno de
ella y ahora lo había demostrado.
Se levantó con fuerza de su silla, la madera chirriante envió un
nuevo escalofrío por la habitación oscura. Caminando por el suelo
mientras apretaba los dientes, se lanzó a un torrente de odio hacia sí
mismo. Había prometido apreciarla y cuidarla y esto es lo que le
ofreció: ¿una reprimenda por su inocente felicidad, por la buena
fortuna de su hermano? ¿Estaba ahora tan bajo que debería resentir el
éxito del otro?
Se estremeció por la frustración y el anhelo que lo
atormentaban. Sintió agudamente la injusticia de todo. ¡Cuán duro
había trabajado por hacer todo de la manera correcta, solo para ser
llevado a la desolación! Había anhelado demostrar que era digno de
ella, darle la comodidad y la seguridad que merecía una mujer de su
estatura.
Un miedo repentino comenzó a arrastrarse sobre él
deteniéndolo en seco, mientras pensaba en perder su confianza y
respeto. Mas angustiante que la lenta desaparición del molino, fue la
idea de que él podría haber dañado irreparablemente el dulce vínculo
de afecto que tanto tiempo habían disfrutado ahora. ¡El molino no era
nada comparado con ella! Podía soportar cualquier indignidad o
dificultad, pero ya no podía vivir sin su amor duradero.
Se pasó los dedos por el pelo cuando inconscientemente
comenzó a caminar de un lado a otro desde la ventana hasta su
escritorio. Sabía que debía disculparse rápidamente, antes de que
cualquier amargura comenzara a arraigarse en sus pensamientos sobre
él.

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Se volvió con decisión hacia el camerino y tomándose un
momento para calmarse, abrió suavemente la puerta de su habitación.
Margaret se levantó rígidamente de la cama donde había estado
sentada y se alejó varios pasos, con la espalda firmemente vuelta hacia
él.
Un dolor penetrante apuñaló su corazón al verla justamente
distanciarse de él.
—Margaret, —le suplicó con desesperada esperanza mientras se
acercaba rápidamente a su lado. —Perdóname, hable cruelmente, —
comenzó con fervor.
—Quizás con demasiada honestidad, —le reprochó. —No sabía
que pensabas tan mal de mi hermano, —dijo en un tono helado,
manteniendo su rostro firmemente en la pared.
John inclinó la cabeza con pesar por su arrebato y se pasó los
dedos por el pelo con consternación, sin saber exactamente cómo
responder, solo sabiendo que debía explicarse.
—No te mentiré. Creo que tu hermano cometió un grave error,
—advirtió.
—¡Por el cual merece ser castigado perpetuamente en su exilio!,
—Margaret terminó acaloradamente, las lágrimas le picaron los ojos al
considerar el duro juicio de su marido contra su querido hermano.
John soltó el aliento y luchó por controlar su voz.
—Margaret, escúchame, —le suplicó pacientemente mientras le
agarraba suavemente los brazos, obligándola a mirarlo, aunque lo
evadía—. Creo que fue imprudente desafiar la autoridad de esa manera,
pero no puedo condenar su motivo. ¿No estoy familiarizado con esa
impetuosidad desinteresada y fervor justo? tiene un espíritu que estoy

473
seguro de que debe compartir con su hermana —Explicó, buscando en
su rostro comprensión.
Margaret lentamente acercó su mirada a la de él, su actitud más
contrita ya que sus ojos aún brillaban con confusión ante la ira de él.
—Estaba celoso, —confesó, reconociendo la verdad de sus
emociones mientras hablaba—. Sé que es desmesurado y
desconsiderado, pero soy un hombre grosero y no refinado. No deseo
mal para tu hermano. Estoy candado esta noche y me ha costado
soportar mi frustración. Ni siquiera puedo ofrecerte la seguridad de
mantener este hogar y mucho menos darte todo lo que deseas, —
afirmó, con los ojos llenos de angustia—. En este momento, no sé
cuándo podríamos visitar España, —agregó suavemente, soltando sus
brazos en derrota.
Una ola de compasión se apoderó de Margaret al ver la tristeza
de su esposo. ¿Cómo puedo haber sido tan insensible para anunciar el
feliz éxito de Fred en la vida, cuando John estaba luchando por retener
todo lo que había trabajado tan escrupulosamente establecer?
—No es importante John. No puedo viajar ahora de todos
modos, —respondió, tomando sus manos—. No era mi intención
causarte ningún dolor. No pensé… —se disculpó, dándose cuanta
lentamente de lo profundo que debía sentir su carga como proveedor
y protector de sí misma y de su madre.
—¿Me perdonarás? —pidió tranquilamente, levantando sus
manos para otorgar un beso a cada una.
Margaret le rodeó el cuello con los brazos y tiró de él con fuerza
hacia ella, abrazándolo.
—Trabajas tan duro, John. ¿Cómo puedo lamentarme cuando
solo una vez has perdido los estribos? —preguntó, mientras presionaba

474
su mejilla contra su hombro, el calor de su cuerpo y el olor de él la
llenaban con una indescriptible sensación de paz.
—Margaret, —murmuró con alegre alivio, abrazándola.
John se movió, por fin, para mirarla a los ojos. Incapaz de
resistirla, la beso tiernamente. Margaret apretó su agarre alrededor de
su cuello y separó los labios para recibir más de él.
John hizo un sonido bajo y gutural en respuesta y la besó con el
hambre que había reprimido por mucho tiempo. El tacto sensual de
su lengua enredada con la suya lo enardeció.
Se apartó alarmado, recordando su condición y su decisión de
ser cauteloso, su jadeo lento revelaba la fuerza de su ardor.
Margaret lo miró con agonizante consternación y confusión.
—¿No me amarás, John? —suplicó, manteniendo sus brazos
apretados alrededor de su cuello.
¡Como deseaba amarla!
—¿No es tu condición delicada? —preguntó suavemente,
tratando de ocultar su ardiente deseo esperando que le dijera lo
contrario.
Margaret sonrió a sabiendas.
—Hable con la partera hoy. Me dijo que no hay daño en
amarnos hasta que el bebé demuestre que es engorroso, —reveló,
desviando lo ojos de su intensa mirada mientras hablaba de asuntos tan
íntimos.
—¿No hay daño para el niño? —le preguntó con creciente
esperanza en su voz.
Margaret levantó su rostro sonrojado hacia él y sacudió la
cabeza débilmente en acuerdo.

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No pudo contener la sonrisa de satisfacción que lentamente se
extendió por su rostro. Volviendo su boca a la de ella, continuó el beso
que había terminado tan abruptamente. Esta vez, permitió que su
pasión fluyera libremente mientras la presión de su cuerpo bien
formado contra él aumentaba su deseo.
La llevó a la cama cercana donde rápidamente se despojaron
de su ropa. El sabor de su piel y la sensación de sus curvas bajo sus
manos y cuerpo lo envolvieron en sensual deleite. Cuando Margaret
finalmente gritó de placer, John sintió su dicha en la de ella y gritó en
respuesta triunfante.
Colapsando sobre su cuerpo, comenzó a bañarla con besos,
agradeciendo sin medida por la preciosa unión que compartían.
Lágrimas de tremenda felicidad cayeron por las mejillas de
Margaret mientras se aferraba a él. A pesar de la incertidumbre del
molino, sintió que su vida estaba completa. Lo miró con asombro y
amor antes de cerrar los ojos y abrázarlo fuertemente contra ella.

En los días que siguieron, John buscó diligentemente salvar su


fábrica del fracaso. No dejó ninguna piedra sin mover al intentar
aumentar los ingresos, buscando en todas las cuentas pasadas para
asegurarse que el pago se hubiera realizado en su totalidad y buscando
clientes antiguos que pudieran ser persuadidos para volver a ordenar.

476
Valientemente asumió la tarea más seria de resumir los gastos
que tendrían que pagarse a medida que se cumplían los pedidos
actuales. Había decidido que, si no se recibían pedidos sustanciales
dentro de unas pocas semanas, el molino tendría que cerrar sus puertas
antes del invierno.
Margaret estaba preocupada por la salud de su esposo, ya que
sus horas seguían siendo largas y tomaba poco tiempo para descansar,
excepto los domingos. Se esforzó por entregarle el almuerzo cuando
temía que no se diera cuenta de la hora, e hizo que sus noches fueran
lo más placenteras posibles cuando estaba dentro de su ámbito de
atención.
En más de una ocasión había tomado el asunto en sus propias
manos cuando la hora se hizo muy tarde y todavía estaba en su
escritorio. Margaret se levantaría de su cama para pararse detrás de él
y frotar los músculos cansados de su cuello, hombros y espalda. Luego
lo castigaría gentilmente por quedarse despierto demasiado tarde
mientras se movía para sentarse en su regazo y desabrochaba la parte
delantera de su camisa, pasando sus manos sobre sus músculos del
pecho. Nunca había fallado en llevar a su esposo rápidamente a la cama
y le pasaba los dedos suavemente por el cabello después de que se
había quedado dormido. Exhausto de haber gastado su energía restante
haciéndole el amor.
Se preguntó cómo podría aguantar así y rezó para que pronto
supieran qué camino les esperaba. No le importaba si ya no era el
Maestro por su propio bien; lo amaba demasiado como para ponerle
condiciones a su estima y afecto. Le dolía enormemente pensar lo
mucho que había trabajado estas últimas semanas para salvar todo lo
que había construido. No sentiría vergüenza si se viera obligado a
buscar otro trabajo. Sabía que él alcanzaría la grandeza en lo que sea
que él pusiera en sus manos; era su naturaleza hacer todas las cosas con

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una habilidad asombrosa. Confiaba en que todo estaría bien,
independientemente de lo que el destino pudiera idear.

A principios de la semana siguiente, Margaret fue a la tienda de


telas a comprar yardas de fino tejido para hacerle ropa al bebé ella
misma. Después de detenerse en algunas otras tiendas, pronto había
adquirido varios paquetes para llevar a casa. Organizándolos
cuidadosamente, determinó que aún podría manejarlos en el camino a
casa de Marlborough Mills.
Perdida en sus pensamientos mientras bajaba por la concurrida
acera, se sorprendió al escuchar una voz que la llamaba desde la calle.
Se giró para ver a Albert Slickson saliendo apresuradamente de un
carruaje parado.
-—¡Señora Thornton! —la llamó una vez más mientras cruzaba
la calle a su lado—. ¿Puedo ofrecerle un viaje en el carruaje? Aquí,
déjeme ayudarle, —ofreció ansiosamente mientras se acercaba para
liberarla de su carga de paquetes.
Margaret había abierto la boca para declinar, pero cuando
Albert quitó los materiales pesados de su alcance, pensó mejor en su
oferta, reconociendo que estaba fatigada y que todavía había una buena
distancia por recorrer antes de llegar a casa.

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—Gracias. Creo que compré mucho más de lo que pretendía, —
comentó de buen humor.
—Entonces estoy muy contento de haber pasado, —respondió
con una sonrisa deslumbrante mientras la conducía al carruaje que
esperaba, tomando los paquetes restantes de sus manos.
—Lamento que no sea un carruaje más grande, —se disculpó
cortésmente mientras tomaba asiento a su lado en el pequeño
compartimento. En verdad, estaba muy contento de encontrarse tan
cerca de ella. La sensación de sus faldas rozándose contra su pierna le
dio una oleada de emoción ante su cercanía.
Margaret sonrió cortésmente, pero sintió una extraña punzada
de nerviosismo por estar a solas con él. Hizo a un lado la sensación en
el siguiente instante, razonando que no podía haber daño en tomar un
corto viaje en carruaje con un amigo. Después de todo, necesitaba ser
más cuidadosa consigo misma ahora que estaba embarazada.
—¿Está ocupada con su escuela? —preguntó mientras el
pequeño carruaje avanzaba, impaciente por establecer una relación
fácil con ella. Sin embargo, ya sabía que la Sra. Thornton había
mantenido su horario con los niños, porque se mantenía bien
informado de lo que sucedía en el Molino.
—Sí y he llevado a los niños al museo y la biblioteca la semana
pasada, —le informó alegremente.
—De hecho, ha estado muy ocupada, —respondió con una
sonrisa brillante—. Espero que tenga tiempo para tomarse su tiempo
libre, —comentó cortésmente mientras sus ojos aprovechaban cada
oportunidad recrearse la vista de ella.
—Oh sí, tengo mucho tiempo para mí por las noches, —le
aseguró.

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—Espero que su esposo aún no trabaje hasta tarde, —comentó
con gran interés, preguntándose con qué frecuencia esa mujer quedaba
desatendida.
Margaret se miró las manos por un momento, aturdida por su
pregunta.
—Últimamente ha estado muy ocupado, pero llega a casa tan a
menudo como puede, —respondió con una alegría forzada antes de
girarse para darle una sonrisa educada.
Albert le devolvió la sonrisa, sorprendido por el brillo de la
tristeza en sus ojos. Había observado su perfil con fascinación,
estudiando el movimiento de sus labios mientras hablaba con recato
de su marido. Ahora, frente a la belleza inquietante de sus expresivos
ojos azul grisáceo, se quedó momentáneamente sin palabras.
—Quizás podríamos calmar la soledad del otro, —imploró, su
voz baja e inquebrantable. Sin aliento, el pasó su mano sobre su muslo
para alcanzar la mano de ella, sus ojos esperanzados estudiando los de
ella con adoración.
Margaret retiró su mano como si la suya hubiera sido atada con
veneno, jadeando sorprendida de confusión.
—Estás gravemente equivocado si crees que yo… —dijo
bruscamente, incapaz de continuar mientras repentinamente caía en
cuenta de la plena comprensión de lo que sus palabras anunciaban. —
¡Detenga el carruaje! —vociferó completamente, su corazón latía
salvajemente horrorizado ante su situación.
—Margaret… si solo pudiéramos llegar a conocernos, —
tartamudeó frenéticamente para explicarse—. Creo que el destino nos
ha unido, —declaró, sus ojos brillaban con fervor.

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Cada vez más alarmada, Margaret retrocedió contra la puerta
del compartimento, con los ojos muy abiertos de incredulidad.
—¡Pare este carruaje de inmediato o me veré obligada a hacer
una escena! —exigió con toda la fuerza que su voz pudo reunir.
Una expresión de dolor cruzó en el rostro de él antes de darse
la vuelta para detener el carruaje mientras se lo ordenaban.
Antes de que las ruedas se detuvieran por completo, Margaret
abrió la puerta y saltó del compartimiento, agarrando los paquetes que
habían estado a sus pies.
Albert corrió para ofrecerle ayuda y le entrego los paquetes
restantes.
—Por favor, no quiero hacerle daño. Usted ha capturado mi
corazón, —suplicó mientras recogía sus paquetes—. No puedo olvidarla,
—la llamó a su espalda mientras Margaret corría por la calle.
Por encima de los latidos de su corazón, escuchó atentamente
mientras las ruedas del carruaje pasaban ruidosamente y comenzó a
desvanecerse en la distancia. Mientras se acercaba a las puertas
familiares de su casa, comenzó a temblar sin control.
Entró en el comedor con los ojos en el suelo frente a ella, con
la intención de huir al refugio de su habitación.
Hannah levantó la vista de su costura.
—¿Margaret? —La llamó con cierta preocupación, notando el
ritmo apresurado y la cara pálida de la niña.
Margaret depositó sus paquetes en la mesa del comedor,
evitando cuidadosamente la mirada inquisitiva de su suegra.

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—¿Puede hacer que Jane se encargue de esto, por favor? —
preguntó, su voz temblando ligeramente a pesar de sus mejores
esfuerzos para sonar tranquila.
—Sí, por supuesto. ¿Estás bien? —preguntó Hannah, perpleja
ante su extraño comportamiento.
—Creo que solo necesito acostarme, —respondió Margaret
evasivamente antes de darse la vuelta para subir las escaleras.
Los ojos de Hannah se detuvieron hacia las escaleras después
de que la mujer más joven desapareció, preguntándose con inquietud
qué preocupaba a la esposa de su hijo.

Margaret se arrojó sobre su cama cuando las lágrimas de


aterrorizada confusión y vergüenza comenzaron a caer sobre su
almohada. ¿Cómo le había pasado esto a ella? Había comenzado a
pensar en Albert como un amigo. ¿Había tenido intenciones ocultas
todo el tiempo? ¿Cómo había estado tan ciega? Ahora se había
avergonzado a sí misma y a su esposo.
—¡John!
Lloró más fuerte al considerar lo que pensaría de ella y cuan
ignorante había sido para haber causado esta confusión. Solo había

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querido traerle el mayor respeto y admiración en la cuidad; ¡ella nunca
había supuesto que le traería degradación y vergüenza! No podía
soportar pensar que podía causarle más dolor.
Su mente turbulenta se derramó sobre el pasado y reflexionó
con gran inquietud sobre el resultado del día, pero evitó firmemente
recodar el horrible momento en que había quedado atrapada en el
pequeño carruaje con un hombre que profesaba admirarla.

Hannah observó subrepticiamente a su nuera cuando la familia


cenó. Pálida y hosca, Margaret respondió cuando le hablaron, pero no
inició ninguna conversación y rara vez levantó la vista de su plato. El
tintineo de los cubiertos amplificó el silencio forzado de su reunión.
Llamando la atención de su hijo, Hannah solo pudo ofrecerle
un encogimiento de hombros colaborativo de ignorancia sobre lo que
molestaba a su esposa.
Después de la cena, Margaret se sintió aliviada al escuchar a su
esposo anunciar que necesitaba trabajar en su oficina nuevamente esta
noche. Sentía que aún no podía enfrentarlo y esperaba que un alivio le
diera tiempo para resolver sus tumultuosos pensamientos.

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Pidiendo permiso para no pasar tiempo con su suegra en el
salón, escapo a la soledad de su habitación, alegando dolor de cabeza.
Una vez sola, el torrente completo de sus pensamientos
problemáticos se derramo sobre ella y se sentó en su escritorio con la
cabeza sobre los brazos en un ataque de desesperación. Convencida de
que de alguna manera estaba en un error por permitir que tal cosa
sucediera, comenzó a perder toda esperanza de ganar el coraje de
contarle a su esposo lo que había sucedido. Su corazón se afligió al
pensar que le había fallado, que no había podido soportar el alto
estándar de carácter que él le había confiado. Se sintió mal del
estómago ante la idea de traerle más problemas y tristeza.
Reprimiendo las lágrimas que corrían obstinadamente por sus
mejillas a pesar de sus valientes esfuerzos, se preparó para acostarse
como si estuviera en trance, sin saber que hacer a continuación o donde
debería buscar consuelo del tormento de la constante corriente de
imágenes inquietantes y escenarios imaginados que invadió su mente.
Finalmente, sintiendo que no tenía ningún recurso, se metió en
su cama para encontrar alivio en el sueño inconsciente.

John silenciosamente abrió la puerta de su habitación. La luz de


la interna que sostenía revelaba una habitación vacía. Casi a la

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medianoche, había esperado que su esposa estuviera profundamente
dormida en su cama. Momentáneamente confundido, la buscó,
caminando a través de la cámara estrecha que conducía a su habitación.
Todavía había una lámpara encendida en su escritorio y la apagó al
notar la forma durmiente debajo de las sabanas de su cama. John se
movió silenciosamente al lado de la cama para mirar la manera
desafortunada en que sus brazos y cabello se enredaban sobre la
almohada. Su rostro no mostraba signos de angustia mientras dormía
y estudió por un momento con profundo amor el rostro tranquilo de
la mujer con la que se había casado.
Esperaba que se despertara renovada de lo que sea que la había
preocupado hoy, pasó sus dedos suavemente por el pelo cerca de su
sien y se inclinó para colocar un suave beso en su mejilla. Margaret se
movió ligeramente ante su toque y luego se quedó quieta.
Echó una última mirada persistente, se fue tan silenciosamente
como había entrado y regresó a su habitación. Tratando de ignorar la
tristeza que comenzó a descender sobre él, se preparó para acostarse.
Razonó que debía estar cansada y que muy bien podría necesitar
descansar más en estos días, pero no pudo evitar la sensación de
soledad que acompaño al hecho solemne que resonó en su cabeza: esta
sería la primera noche que dormía solo desde el día que se casó.
Se metió en la cama y se alejó del vacío del otro lado de la cama
y finalmente se quedó dormido.

485
A la mañana siguiente, Margaret llegó tarde a la mesa del
desayuno. Se disculpó brevemente con una sonrisa escasa y se sentó
para reunirse con su esposo y su suegra a la luz de la mañana.
John buscó su mirada, pero solo lo miró brevemente con una
mirada tímida. Sintió que su corazón se hundía ante su retirada, había
esperado ver una dulce renovación de su espíritu habitual hoy, y
comenzó a especular con temor que podría ser la causa de su tristeza.
Le dio a su esposa y a su madre besos de despedida y se dirigió
hacia la puerta, echando una última mirada preocupada a su esposa.
Perdido en sus pensamientos mientras cruzaba el patio hacia su
oficina, el humor sombrío de su esposa lo arrojó a una oscuridad que
era evidente en su porte y expresión. Apenas se había sentado en su
escritorio cuando Higgins apareció en la puerta.
El Maestro levantó la barbilla y entrecerró los ojos con
curiosidad al ver a su colega de confianza tan temprano.
—Pensé que sería mejor atraparte antes de que comenzara el
día, —explicó Higgins como una forma de saludo—. Has estado
trabajando más allá de tus horas, desgastándote hasta los huesos.
Tratando de sacar lo mejor de una mala situación, creo ¿Hay algo más
que podamos hacer para ayudar? —preguntó en serio, su rostro era
una mezcla de preocupación y determinación.
John bajó la mirada por un momento mientras sus ojos
recorrían los libros abiertos sobre su escritorio. Sintió una profunda
gratitud por la fidelidad y el arduo trabajo que sus trabajadores habían
hecho en los últimos meses, ocasionalmente trabajo más allá de sus
horas sin paga para terminar un pedido a tiempo. El Maestro sintió el
aguijón del fracaso del molino más agudamente para los hombres y
mujeres que dependían de él para su sustento.

486
Levantando la vista de nuevo, se encontró con la mirada de
Higgins con una mirada sombría pero firme.
—Has hecho lo que puedes. Estoy orgulloso de los hombres y
tengo que agradecerte por algo de eso. —elogió a su amigo, dudando
antes de continuar—. No habrá trabajo para ti en noviembre, —anunció
sin rodeos, con un suspiro interno.
Higgins no mostró signos de sorpresa ante la notica.
—Será un mal momento para estar sin trabajo, cuando llegue el
invierno, —comentó solemnemente.
—Lo sé, —respondió el Maestro, respirando lentamente ante la
idea de cerrar el molino justo cuando la temporada más sombría
comenzó su reinado despiadado.
Higgins examinó la postura inquietante de su amigo y las
profundas líneas de trabajo y preocupación en su rostro. El ex líder
sindical sabía que su empleador había hecho todo lo posible para
mantener el molino en funcionamiento desde la huelga. Tanto el
Maestro como el empleado se sintieron responsables en algún grado
del bienestar de todos los hombres del Molino. Higgins no podía dejar
de admirar al Maestro por su perseverancia y corazón amable. Como
había aprendido rápidamente, John no podía ser juzgado por el
comportamiento severo que tan obstinadamente había sido parte de su
reputación durante tanto tiempo.
—Mi Mary me dice que serás un hombre de familia, —declaró
Higgins, tratando de obtener una sonrisa de la cara del Maestro antes
de partir—. Felicidades, Thornton. No habrá un niño más afortunado
en el país que tenga padres como tú y la señorita Margaret, —pronunció
con afectuosa sinceridad.
La cara de Thornton brillo con una luz efusiva ante la mención
de su próximo hijo.

487
—Gracias. Sigue siendo un punto brillante para mí en este
momento difícil, —reveló con franqueza, regalando a su amigo la
sonrisa que había buscado.
Higgins asintió entendiendo.
—Te dejaré en tu trabajo, —comentó, ante de darse la vuelta para
irse.
John consideró el pesado anuncio que había pronunciado.
Todavía no le había dicho a Margaret su decisión final, ya que
recientemente había llegado al inevitable calculo que lo llevó a delinear
el mes de octubre como el último en que operaria la fábrica. Se pagaría
a todos los acreedores y empleados. Retendría suficientes fondos para
vivir unos pocos meses, pero necesitaría encontrar empleo pronto y
abandonar la casa.
No pudo encontrar el ímpetu para contarle a Margaret,
esperando su tiempo con largas noches en la oficina y encuentros
demasiado breves con ella. Casi esperaba que algún evento propicio lo
impulsara a revelar su secreto temporal, para no tener el disgusto
distintivo de crear un momento para entregar noticias tan infelices,
noticias que temía causarían que la tristeza permaneciera en sus
conmovedores ojos de ella.

488
Margaret se mantuvo lo más ocupada posible para evadir la
contemplación de todas las cosas al revés. Fue un alivio sumergirse en
su trabajo con los niños durante las horas, aunque ocasionalmente
miraba por encima del hombro con el inquietante temor de que Albert
pudiera pasar por la puerta.
Cuando llegó la noche, se quedó en su habitación por un
tiempo mientras su esposo trabajaba en su escritorio. Eventualmente,
trajo un libro para leer en su cama, cómoda en presencia de su esposo
mientras su atención estuviera en otro lado.
Cerro su libro y se acomodó en la almohada con un hormigueo
de ansiedad cuando John apagó la lámpara y comenzó a prepararse
para la cama. Cuando se metió debajo de las mantas y se inclinó para
besarla, recibió su gesto cariñoso, pero profesó estar cansada cuando
sus atenciones la presionaron para pedirle más.
Demasiado avergonzada y confundida para aceptar
abiertamente su amor, rehuyó su pasión. Se mordió el labio para no
llorar, sintiendo su dolor cuando se apartó de ella.
John se alejó con un corazón pesado. Inevitablemente triste,
trató de comprender lo que la había dejado tan insensible. Nunca lo
había rechazado antes. Comenzando a imaginar su decepción en el
estado actual de las cosas, pensó que debía estar cansada de sus largas
horas y el presagio infructuoso de todos sus esfuerzos. John se
desesperaba ante la idea de tener que aplastar su espíritu vivo con su
triste destino en la vida. ¡Como había temido llevarla de regreso a
Milton, tener una flor tan vibrante marchita en sus manos!
Miró en la oscuridad durante horas antes de finalmente cerrar
los ojos para descansar.

489

Hannah examinó la escena que tenía delante en el desayuno.


Estaba consternada al ver a su hijo demacrado mientras distraídamente
hurgaba en su comida. Su mirada sospechosa se movió hacia su nuera,
que estaba sentada inclinada sobre su té en silencio. El
comportamiento de Margaret había sido peculiar desde que había
regresado de las compras hace dos días. Algo había pasado.
Ambos estaban decididamente infelices. Los miró de nuevo
cuando una creciente sensación de resolución comenzó a acumularse
en su mente.

Margaret caminó rápidamente por el salón a su regreso de su


enseñanza. Se giró hacia las escaleras para escapar cuando Hannah la
detuvo.
—Margaret, ¿puedo hablar contigo?, —la mujer mayor gritó
imperativamente pero amablemente mientras dejaba de coser.
La joven señora se calmó, su corazón latía más rápido en
aprensión. Caminó tranquilamente hasta un asiento cerca de su suegra
y levantó a regañadientes sus ojos tristes para escuchar lo que diría.

490
—Has sido infeliz. Y, en consecuencia, mi hijo es infeliz, —
anunció Hannah como un hecho, mirando fijamente a su nuera. —
Ahora, no es asunto mío entrometerme en tu matrimonio, pero le
prometí a tu madre que te ofrecería un consejo femenino si lo
necesitabas. Como tu suegra, me encuentro en una posición única para
tratarte como mi propia hija, —continuó, haciendo una pausa para
discernir la receptividad de la niña—. ¿No me dirás qué te preocupa?
—preguntó gentilmente.
Margaret luchó con lo que debía decir, torciendo
inusitadamente sus dedos en su regazo. Deseaba desesperadamente
compartir sus ansiedades, pero al mismo tiempo temía el juicio que
pudiera emitirle. Miró a su suegra con impotencia momentánea.
—¿Pasó algo el día que fuiste a la tienda de telas? —Hannah
animó, recordando claramente el pálido rostro y el comportamiento
angustiado de la niña esa tarde.
—Sí, —admitió Margaret rápidamente, sintiéndose aliviada de
haber confesado eso.
Hannah se recostó en su silla con triunfo parcial y esperó
pacientemente a que Margaret revelara más.
—Albert Slickson me ofreció un viaje en carruaje a casa… —
tartamudeó.
Hannah levantó la barbilla para prepararse para lo que esto
implicaría, recordando vagamente al joven caballero en las
presentaciones durante el baile. Su mente se aceleró para imaginar lo
que la había molestado tanto.
—Hizo… avances… —comenzó incomoda, mirando fijamente un
patrón en la alfombra.

491
—¿Te hizo daño? —preguntó alarmada, visiblemente perturbada
por su ultima revelación.
—No… no… pero fue muy indiscreto en sus intenciones, —dijo
Margaret, las emociones reprimidas que había tratado de ocultar ahora
corrían a primer plano.
—¿No hiciste nada para alentarlo? —Hannah preguntó con
calma, bastante segura de la inocencia de la niña, pero deseando
escuchar su admisión.
Margaret miró a su suegra con horror.
—¡No! No sabía que él… nunca podría… ¡solo amo a John!
¡Nunca podría traerle ningún deshonor! —exclamó con gran agitación,
lágrimas punzantes brotaban de sus ojos.
Hannah se acercó al sofá para sentarse al lado de la niña y le
dio unas palmaditas en el brazo para consolarla.
Margaret sacó un pañuelo de sus faldas y se secó los ojos.
—No debí haber viajado con él. Si solo hubiera prestado
atención a mi mejor juicio, no habría causado tanta vergüenza, —se
reprendió.
—Estoy segura de que no tuviste la culpa de lo que sucedió, —
Hannah consoló a la niña angustiada—. He vivido lo suficiente como
para saber que hay hombres que actúan indiscriminadamente en la
búsqueda de lo que desean, sin tener en cuenta la reputación o el
honor de una mujer. Desafortunadamente, también he percibido que
es una característica de nuestro genero echarnos la culpa a nosotras
mismas por tan mala conducta, —señaló sabiamente—. Debes decírselo
a John, —aconsejó la anciana después de una larga pausa.
Margaret levantó la cabeza para mirar a su suegra con una
expresión de dolor en los ojos.

492
—¡No puedo! —protesto—. No puedo soportar agraviarlo con
más problemas. Ya tiene tanto que soportar, —intentó razonar.
—Ciertamente no puedes ocultarle tal secreto ¿No te ha robado
ya tu felicidad y la de él? —evaluó.
Margaret consideró sus palabras. De hecho, había sido muy
miserable y parecía que también John estaba así. Suspiró en voz alta
ante su situación.
—¿Cómo puedo decirle? —preguntó impotente, mirando a su
suegra en busca de orientación.
—Es un juez sabio. Es un magistrado, ¿no es así? Dile la verdad,
Margaret. Confía en ti por encima de todos los demás, —aconsejó la
anciana.
—¿No se enojará? —Le preguntó a la mujer que mejor conocía
la historia de su temperamento. Le preocupaba que su esposo pudiera
actuar precipitadamente al descubrir lo que Albert había hecho.
Hannah no pudo ocultar la leve inclinación de sus labios.
—De hecho, pero no estará dirigido a ti. Creo que harías mejor
en dejar cualquier consecuencia a la discreción de John, —ofreció
simplemente.
Margaret asintió, cayendo en un estado de ánimo
contemplativo.
La pregunta de la niña volvió a Hannah y consideró la severidad
de la ira de su hijo. Su fuerte sentido de la moral, combinado con su
feroz devoción por su esposa, de hecho, encendería su furia contra un
hombre que se había dignado manipular a Margaret.
Se estremeció un poco al pensar en eso. No desearía ser el Sr.
Albert Slickson.

493

Esa noche, Margaret permitió a Dixon que le cepillara el cabello,


obteniendo una sensación de consuelo de este ritual de la infancia con
el criado más querido de su madre. No siempre recurría a Dixon, pero
había sentido la necesidad de su presencia impasible esta noche antes
de enfrentar a su esposo con el secreto que guardaba.
Tan pronto como Dixon le dio las buenas noches a su señora y
cerró la puerta, Margaret se puso firme y caminó por todo su cuarto,
ensayando las palabras que usaría para explicarle todo.
No pasó mucho tiempo antes de que ella escuchara sus pasos
en la habitación contigua. Había llegado a casa del molino por fin.
Recordando el sencillo consejo que su suegra le había dado,
sintió una oleada de coraje y se dirigió hacia la cámara de conexión
entre las dos habitaciones. Ahora se sentía impulsada a liberarse de
todo lo que le había ocultado, aunque temblaba al imaginar su justa ira.
Estaba colgando su chaleco, su camisa ya estaba desabrochada
como solía hacerlo cuando trabajaba hasta tarde. Notó con una
punzada de culpa, la cautelosa esperanza de él en su mirada de
reconocimiento hacia ella y esperó que su confesión eliminara el
incómodo silencio que involuntariamente se había desarrollado entre
ellos.
—Debo hablar contigo, —anunció en voz baja y sin ceremonia
cuando su esposo se apartó del armario.

494
John se detuvo por un momento, tensándose por la inclinación
hacia arriba de su barbilla y su tono solemne. Se acercó a donde estaba
y se sentó en la cama con el miedo de que por fin pudiera expresar su
infelicidad.
Margaret se apartó de la mirada triste en sus inocentes ojos
azules y dio unos pasos para comenzar su discurso practicado.
—El lunes, fui de compras y comencé a caminar a casa con
bastantes paquetes. Pensé que podría manejarlos lo suficientemente
bien, pero me ofrecieron un carruaje en mi camino. Acepté el viaje,
pensando que no debía cansarme en mi condición actual, —comenzó,
mirándolo para ver su ceño fruncirse en confusión ante su historia en
desarrollo.
—Era el Sr. Slickson… —comenzó a elaborar, su pulso
martilleando.
—¿Slickson? —repitió, de pie, erguido en posición de agitación—
¿Albert Slickson? —tronó, su expresión oscura con la vorágine de
sospecha que invocaba el nombre—. ¿Te ofreció un viaje en su
carruaje? —preguntó, su voz se endureció con creciente alarma cuando
su mente comenzó a evocar imágenes inquietantes de su esposa en
estrecho confinamiento con ese hombre.
—Sí, —respiró, su garganta se contrajo al presenciar el
desencadenamiento de la furia de su marido.
—¿Te tocó? —Preguntó frenéticamente, con el pecho agitado
con la aterradora idea de que Albert la había cazado de alguna manera.
Al instante se reprendió a sí mismo por no haber podido protegerla de
tanta atención no deseada.
—¡No!... bueno, sí… él tomó mi mano, —tartamudeó, nerviosa
por la intensidad de sus preguntas. Sus ojos se volvieron nerviosos,
incapaces de encontrar su mirada penetrante.

495
Su sangre hirvió de indignación al pensar que tal gesto se había
hecho hacia su esposa. ¡Cómo se atreve ese hombre intentar reclamar
el afecto de su esposa!
Una ardiente necesidad de saber exactamente lo que había
sucedido lo aferró, volviéndolo medio loco de impaciencia. La agarró
firmemente por los brazos y la hizo mirarlo.
—¿Qué te dijo? —exigió, sus ojos clavados en los de ella.
Margaret se sobresaltó ante su tono de pánico, temblando ante
su comprensión mientras trataba de recordar las palabras que había
tratado de borrar de su mente.
—Hablaba de estar sola… —recordaba vacilante, su rostro
revelaba la angustia que le causaba contar el evento. Margaret vio su
ceño fruncido ante su vaga respuesta y redobló sus esfuerzos, buscando
en su memoria la frase exacta que había pronunciado—. Él sugirió que
tranquilizáramos la soledad del otro, —respondió, finalmente,
sintiendo la vergüenza que la propuesta había engendrado
nuevamente. Apartó la mirada temerosa de lo que él pudiera pensar.
—Hui de él tan pronto como pude, —agregó.
John la soltó, dejando que sus brazos cayeran en un silencio
atónito mientras la importancia total de las palabras se grababa
lentamente en su conciencia. Su estomagó se enfermó y su indignación
creció ante la audacia del joven: ¡haciendo que Margaret se enredara
en un enlace romántico con él!
Al reconocer de inmediato las profundidades de la intrigante
atracción del sinvergüenza hacia su esposa. John palideció de repente.
—Si te hubiera lastimado… —pronunció horrorizado ante la idea
de lo que Albert podría haber hecho si Margaret no hubiera escapado
de su presencia.

496
—No, él no… —comenzó Margaret
—¿Tú lo estás defendiendo? —explotó consternado ante su
deferencia por alguien tan vil.
—No… yo… —no pudo responder. Asustada de que le levantara
la voz, comenzó a temblar en su confusión y vergüenza, preguntándose
aun que debía pensar de ella. Su compostura de derrumbo cuando las
innumerables emociones que le había ocultado ahora se desvanecían.
—Lo siento, John. No podría soportar traerte ningún deshonor.
Te amo… ¡solo a ti! —lloró mientras corría a sus brazos, sollozando en
su angustia por todo lo que había sucedido.
Su actitud se suavizó de inmediato y la abrazó como su fuera un
objeto precioso, raro y hermoso, diferente a cualquier otra cosa en el
mundo. ¡Qué monstruoso había sido! Había sido duro y dominante
cuando más necesitaba su seguridad y comprensión.
—No podrías deshonrarme, —dijo suavemente, presionando su
rostro contra su cabello y respirando su fragancia—. No has hecho nada
malo, —le aseguró, sintiendo un escalofrió recorriendo su columna
mientras la sostenía más cerca por sus palabras—. Todo estará bien, —
prometió ciegamente, sin saber aún que haría. Solo sabía que, en este
momento, debería atender gentilmente a la mujer en sus brazos.
Sin embargo, John hervía por dentro al pensar en el hombre
que había caudado tanta agitación a su esposa. Trataría con el Sr.
Slickson lo suficientemente pronto.

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— CAPÍTULO 19 —

Las aceras de Milton bullían de actividad cotidiana. Justo


después del molino, vendedores y compradores obstruyeron las calles,
y el calor que se acercaba a la hora del mediodía hacía que los olores
del mercado fueran más punzantes. Hacia los distritos más de moda
de la cuidad, los sirvientes pasaron silenciosamente a las damas con
amplias faldas y gorros para cumplir con sus mandados, mientras que
los caballeros con sombreros de copa caminaban en conjuntamente
discutiendo negocios y política.
John pasó junto a ellos, con su mirada oculta fija ante él. Sin
darse cuenta de las miradas curiosas de aquellos que se hicieron a un
lado a raíz de su ritmo implacable, John continuó meditando, con el
ceño fruncido y la mandíbula firme. Su estura dominante y su firme
propósito atrajeron la atención de todos los que reconocieron las
severas características del Maestro de Marlborough Mills.
Subiendo por las escaleras de granito pulido de una hermosa
casa unifamiliar, John golpeó rápidamente la puerta de la residencia
Slickson. Estaba impaciente por confrontar al audaz joven dandy que
intentaba tomar lo que no era suyo…
Una pequeña joven con su gorro y delantal domestico abrió la
puerta.
El Sr. Thornton transmitió su nombre y solicitud, enviando a la
doncella rápidamente dentro de la casa.

498
—Me temo que el Sr. Slickson no puede venir, —tartamudeó a
su regreso, el movimiento inquieto de sus ojos le dijo al visitante
impotente lo contrario.
—Si es lo suficientemente hombre, vendrá a la puerta, —dijo el
Sr. Thornton con voz resonante, sus ojos penetrantes descartando
cualquier excusa.
—Estoy aquí, —respondió una voz firme desde dentro. La criada
aterrorizada se retiró rápidamente, aliviada de no tomar parte en la
hostilidad que se desarrollaba. En el momento siguiente, Albert
Slickson dio un paso adelante hacia la puerta, levantando la barbilla
hacia arriba con valiente desafío.
Los ojos del Sr. Thornton se entrecerraron mientras miraba al
estudiante de Londres con disgusto.
—Te atreverías a perturbar la armonía de mi hogar con tus viles
atenciones, —vociferó bastante, la ira que había mantenido durante
tanto tiempo ahora se desbordaba.
—Estoy seguro de que no sé a qué aludes, —respondió Albert
evasivamente, mirando al Maestro con desdén orgulloso.
El Sr. Thornton agarró a Slickson violentamente por la camisa
y lo obligó a encontrarse con su propia mirada feroz.
—¡Sabes muy bien de lo que hablo! —siseó, lívido de que el joven
cobarde negara su culpa y lo echara como un tonto celoso.
—Te advertiré que te mantengas alejado de mi esposa, —
continuó mientas liberaba su firme agarre, su rostro oscuro con rabia
apenas controlada ante tal provocación.
Albert se alisó la camisa con volantes para recuperar su dignidad
y endureció la mirada.

499
—Y podría sugerir que pases menos tiempo en el molino. Si no
estás dispuesto a atender a tu encantadora esposa, entonces alguien
más lo hará, —aconsejó con aire de suficiencia y con una sonrisa
perceptible.
Los ojos del señor Thornton se encendieron. Balanceando su
puño hacia atrás con asombrosa agilidad, golpeó la cara del joven con
un golpe punzante, enviándolo al piso.
—¿Puedo sugerirle, Sr. Slickson, —comenzó, con el pecho
agitado con furia—, que se aleje de Milton? Deseo no volver a ver su
rostro nunca más. ¿He sido claro? —exigió entre dientes, con su voz
gruñona con amenaza.
El Sr. Slickson no respondió una palabra mientras intentaba
enderezarse, sosteniendo su rostro herido con la mano.
Con una última mirada penetrante, el Sr. Thornton se dio la
vuelta para bajar las escaleras. Su mano palpitaba mientras golpeaba la
acera con pasos vigorosos. Una sensación de satisfacción lo recorrió,
soltando su cuerpo de la palpable liberación de la tensión que había
sostenido. Pero justo después de esta euforia llegaron las palabras
burlonas del joven pícaro que acababa de abandonar.
¿Había sido negligente en el cuidado de su esposa? se preguntó.
Irritado porque el comentario inflamatorio había picado como estaba
previsto, se esforzó por acudirlo de su mente. Pero a medida que sus
largos pasos lo atravesaban por la ciudad, la sugerencia invasiva de su
soledad se deslizo en sus pensamientos. ¿Había estado tan ocupado
con las apremiantes preocupaciones de la fábrica que había pasado por
alto las necesidades de Margaret? Ella había estado atenta y
entendiendo estas muchas semanas. Parecía bastante contenta, pero
¿no era costumbre de una mujer atender alegremente a los demás? Le

500
dolía pensar que Margaret podría llevar una carga de soledad o pena
que se mantenía oculta para su beneficio.
La idea de que ella se había entristecido lentamente con su
matrimonio lo perseguía. ¿Se sentía aislada en la casa grande y austera
de la que ahora era señora? Sabía que su madre le ofrecía poca
compañía cálida y sus largar horas en el trabajo le habían dado pocas
horas para tenderla verdaderamente. Por mucho que le gustaría pasar
más tiempo en su presencia, no podía ofrecerlo. Seguramente no había
previsto que su matrimonio implicaría quedarse sola noche tras noche
para divertirse mientras su esposo trabajaba en vano para ganase la vida
cómodamente.
Inmerso en sus reflexiones, escuchó su nombre en voz alta.
—¡Sr. Thornton!
Se giró para encontrar que el Sr. Holworth giró mientras se
acercaba a él desde la fachada de columnas del banco.
El Sr. Thornton reconoció al banquero como uno de los
asistentes del Sr. Latimer, el caballero que había escoltado a la hija de
su empleador en el baile. Se inclinó el sombrero con un cortés
recocimiento mientras desaceleraba para pararse y esperarlo.
—¿Ha oído las buenas noticias? —preguntó el banquero con una
sonrisa afable, con su rostro rubicundo por la emoción.
El Sr. Thornton inclinó la cabeza con curiosidad, su expresión
transmitía una anticipación cautelosa.
—¡La especulación que promocionó su cuñado ha demostrado
ser un éxito rotundo! Después de todos estos desafortunados asuntos
en los últimos tiempos, esto bebería levantar las caras tristes de muchos
buenos empresarios, —anunció con aclamación, ajeno al Sr Thornton.

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—Estoy seguro de que lo hará, —respondió el Maestro
cortésmente sin cambios observables en su comportamiento—. Buen
día, entones, —el Sr. Thornton se despidió del hombre con una sonrisa
y una inclinación de su sombrero antes de continuar su camino hacia
el molino.
Su corazón se hundió ante la implicación del éxito de la
especulación. Watson y los otros propietarios de fábricas que habían
invertido en el esquema ahora estarían en una posición financiera
sólida para esperar la desaceleración desastrosa del mercado. Sintió
que el último vestigio de su esperanza se desvanecía. Marlborough
Mills se consideraría en riesgo; todos los nuevos negocios se darían a
otras fábricas.
Inconscientemente desaceleró el paso al doblar la última
esquina. Sus ojos vieron la vista de los edificios en los que había vivido
y trabajado durante tantos años, una manifestación de su fuete creencia
de que con autodisciplina trabajo arduo, un hombre podría elevarse
por encima del destino impuesto por nacimiento o circunstancia. Se
había esforzado por dar su madre y hermana un hogar digno y una
posición honorable en la sociedad, había tenido éxito por un tiempo.
Al escuchar el ruido distante de la maquinaria dentro de su
molino, pensó en las familias que probablemente pasarían hambre este
invierno. Ahora que los conocía como hombres y no como simples
manos sin nombre, sintió su impotencia con mayor intensidad. Había
encontrado una gran satisfacción al trabajar para mejorar sus vidas de
una manera que beneficiaría a su empresa. Tales experimentos ahora
estarían llegando a su fin. Los otros Maestros solo buscaban hacerse
más rentables, sin prestar atención a ningún efecto sobre la humanidad
que trabajaba en sus fábricas.
Miró la casa de piedra sólida que albergaba a su novia. ¡Cuánto
había deseado tenerla allí, compartir con su riqueza y el estatus que

502
había pasado años logrando! Margaret no había estado allí un año antes
de que fuera arrebatado su alcance. Pronto, tendría poco que ofrecerle,
excepto su nombre. Su corazón ansiaba saber si su esposa podría ser
feliz aun con una posición tan humilde.

Mientras transcurría la tarde, Margaret cosió en silencio los


bordes de encaje en la canastilla para su bebé. Echó un vistazo a través
de la habitación para observar los dedos de su suegra trabajando
hábilmente en el intrincado bordado que confeccionó en el pequeño
vestido de bautizo.
La joven señora Thornton había buscado a su esposo a la hora
del almuerzo, sin éxito. Un empleado que había visto su intento de
ingresar al molino le informó que el Maestro se había ido más
temprano en el día para atender asuntos importantes.
Supo al instante de qué se trataba y sintió su cuerpo tensarse
por la noción de la misión de su esposo. Había guardado silencio al
respecto esta mañana, aunque había estado muy tentada a suplicarle a
su esposo que no incurriera en violencia en su nombre. Rezó para que
no actuara precipitadamente y le había dado una mirada lastimera al
recibir su beso de despedida, que esperaba que le recordara que
guardara los estribos.

503
Cuando se encontró somnolienta cerrando los ojos, Margaret
dejó a un lado la costura y se excusó para tomar una siesta. La señora
mayor le dio un asentimiento comprensivo cuando las comisuras de
sus labios aparecieron en una pequeña sonrisa.
Una vez arriba, Margaret decidió entrar a la habitación más
grande y quitándose los zapatos, se subió a la cama para descansar en
el lugar que su esposo solía ocupar. Acurrucando su cabeza en la
almohada suave, respiró la esencia de su esposo que permaneció ahí.
Cerrando los ojos, respiró hondo para llenar sus sentidos con su
presencia imaginaria y sintió que su amor la envolvía. Rápidamente
cayó en un sueño tranquilo.

Dando vueltas por el molino, John tomó nota de los hombres y


mujeres inclinados sobre las grandes máquinas. Sintió que su sensación
de impotencia se profundizaba al darse cuenta de que pronto ya no
podría pagarles por su trabajo. Llamando la atención de Higgins,
asintió rápidamente antes de dirigirse a la privacidad de su oficina.
Inquieto y desanimado, el Maestro se quitó el pesado abrigo y
se sentó en su silla por un tiempo, reflexionando sobre los eventos del
día. Soltó un suspiro de resignación cansada. ¿Podría ser peor el día?
Ya había tenido suficientes problemas y tristeza, pensó mientras abría
el libro de contabilidad delante de él e intentaba dar sentido a las
figuras escritas con su propia mano.

504
Pronto se dio cuenta de que no sería bueno sentarse y mirar las
cuentas. No tenía apetito por el trabajo y ansiaba un respiro de su
desánimo.
Cogiendo su abrigo, se dirigió a la casa. Más que cualquier otra
cosa, ansiaba ver a Margaret.

Sin embargo, al entrar en su casa se enteró de que Margaret


estaba tomando siesta. Frustrado por su propósito original, John habló
en voz baja con su madre en el salón.
—El esquema de Watson ha resultado exitoso, —anunció
impasible, aunque su rostro era largo y tenso.
Hannah percibió el desaliento de su hijo, pero no puedo
ofrecer una respuesta adecuada. Solicitante de su humor, esperó
pacientemente lo que le comunicaría.
—Debemos cerrar el molino para noviembre. No podemos
durar el invierno —afirmó mientras miraba al frente, sintiendo el peso
de cada una de sus palabras.
Como si fuera una señal, Fanny irrumpió en la habitación.
—Te lo dije, —se regodeó—. Tenía razón y John estaba
equivocado. Por una vez, debes admitir que yo tenía razón. Si hubieras

505
invertido en el esquema de Watson, habrías ganado miles, lo suficiente
como para sacarte de problemas, —declaró triunfante, con las manos
en las caderas— ¡Admítelo! —lo desafió, impaciente por su silencio.
John no pudo encontrar las palabras para hablar.
Fanny levantó la barbilla en el aire y hablo con condescendencia
por la situación de su hermano.
—Le pregunté a Watson si le prestará algo de dinero a John. Sin
embargo, estaba muy enojado cuando John no se unió en su empresa
y dice que un caballero debe pagar a su manera, —anunció orgullosa de
la prominencia financiera y la sabiduría de su marido.
Exasperada por el continuo silencio de John, se volvió para irse
enfadada, pero se detuvo para lanzar una última invectiva.
—Eres afortunado de haberte casado con Margaret tan rápido.
Estoy segura de que no te hubiera querido ahora, —denunció con aire
de suficiencia antes de salir de la habitación.
Tan eficaz como un cuchillo, sus palabras apuñalaron su
corazón, desangrando su orgullo y agravando cada pensamiento
inquietante. Instintivamente se reveló contra el duro juicio de su
hermana. ¿Qué sabia Fanny del amor entre ellos? se preguntó con
amargura. Pero el comentario venenoso se deslizó insidiosamente a
través de sus pensamientos como un veneno, amortiguando su
confianza en sí mismo e infundiendo un sentimiento adormecedor de
culpa y duda. ¿La había reclamado egoístamente para sí mismo sin
tener en cuenta sus mejores intereses? ¿La había arrastrado de regreso
a esta ciudad sucia y abandonada solo para unirse a él cuando había
caído de su posición de riqueza y prestigio?
Hannah se tambaleó ante la crueldad del ataque verbal de su
hija. Avergonzada y confundida de que Fanny se gloríe de la adversidad
de John, estudió a su hijo para discernir cuan profundamente había

506
sido afectado. Sabía que no era el molino en el que él pensaba, sino en
Margaret. No sabía cómo la niña tomaría noticias tan graves, pero por
lo que había presenciado de la devoción de Margaret por John, dudaba
que la presuntuosa evaluación de Fanny pudiera ser cierta.
Seguramente Margaret no sería tan voluble como para retirar su afecto
por su falta de fortuna.
Lo miró incomoda cuando se movió de su mirada de trance.
Mirando de reojo a su madre, intentó sonreír.
—¿Te importaría abandonar la casa, madre? —murmuró
derrotado.
Mirando a su hijo con la compasión de años de lucha
compartida, se inclinó hacia adelante para captar su mirada distante.
—¡No me importa la casa, me preocupo por ti! —Dijo
enfáticamente, su voz temblando de emoción.
Un destello de sonrisa cruzó su rostro y luego desapareció
rápidamente. Roto y derrotado, su humor seguía siendo solemne. Se
levantó lentamente de su silla, sin saber qué hacer.
—Veré si Margaret se ha despertado, —decidió en voz baja antes
de subir las escaleras.
Ansiaba ver su rostro, contemplar algo trascendente que lo
sacara del cansancio y la turbulencia del presente. Podría alegrarse
cualquier día, no importaba cuan triste, por su sonrisa incandescente y
su tierna mirada. Aunque ansiada el consuelo que solo ella podía
brindarle, sus pasos cayeron de miedo mientras subía las escaleras. El
momento de la verdad que había buscado había llegado: ya no podía
evitar decirle que el molino ciertamente debía cerrar.
Cuando abrió la puerta de su habitación, se sorprendió
gratamente al encontrar a Margaret apoyada en la cama, sentada como

507
si acabara de despertare. Con varios mechones sueltos de su cabello
desatados por su siesta, lucía una expresión de satisfacción atontada.
La visión de su inocente belleza lo dejó mudo de admiración. Una
sonrisa se formó irresistiblemente en su rostro cuando ella se levantó
de la cama en sus pies cubiertos con medias.
—Llegas temprano a casa, —notó felizmente mientras acariciaba
cariñosamente su pecho. Al mirarlo a la cara, percibió la tristeza en sus
ojos. —¿Qué pasa, John? —imploró con gran inquietud, sus ojos ahora
llenos de preocupación.
—Margaret, —susurró aliviado de estar al fin con ella.
Tomándola en sus brazos, se glorió por un momento en la sublime
sensación de abrazarla. El peso de sus preocupaciones se elevó cuando
aspiró su aroma, aferrándose a ella como un hombre desesperado por
mantener a su alcance su posesión más preciada.
Aflojó su agarre, reprendiéndose una vez más por su egoísmo.
—Hubieras estado más cómodamente situada si te hubieras
casado con un caballero, —pronunció con una voz sin tono, las palabras
le destrozaron el alma, incluso cuando fueron escurridas de sus labios.
Margaret se apartó instantáneamente para buscar su rostro y
levantó la mano para acariciar la mejilla de su cabeza caída.
—¿No tengo toda la comodidad aquí? ¿Qué te hace decir tantas
tonterías, John? —lo reprendió suavemente. Vio la esperanza
parpadear en sus ojos cuando él dirigió su mirada a la de ella.
Incapaz de descartar su melancolía tan fácilmente, su rostro se
nublo en auto condena.
—Debería haberte dicho que el molino estaba fallando antes de
casarnos, —confesó, con el ceño fruncido ante la idea de su indiscreción
percibida.

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—Sabía que tenías problemas. Padre habló de eso antes de
morir, —transmitió, notando la leve expresión de sorpresa en su rostro.
—Seguramente sabes que me importa poco la sociedad y la riqueza. Me
he casado con el mejor hombre de Milton; eso es todo lo que me
importa. No podría haber sido feliz casándome con nadie más. ¿Quién
más pude tolerar mi terquedad y mi comportamiento impetuoso? —se
burló mientras deslizaba sus manos alrededor de su cuello.
—Te he traído dificultades, cuando había deseado protegerte de
más sufrimiento, —continuó, tratando de explicar sus sentimientos de
fracaso e indignidad.
—No siento dificultades. ¿No vienes a casa conmigo todas las
noches? ¿Me ha faltado algo? Estoy feliz, John. ¿Qué te ha
preocupado tanto? —preguntó de nuevo, curiosa por saber por qué su
humor oscuro parecía tan impenetrable. Dejó que sus manos cayeran
flojas mientras retrocedía para escuchar su respuesta.
—La especulación de Watson ha sido exitosa, —reveló, dejando
escapar el aliento lentamente.
—Estoy segura de que Fanny estará complacida. No te
arrepientes de tu decisión, ¿verdad? —Preguntó intencionadamente,
preguntándose aun que lo había tocado tan profundamente.
—No. Si hubiera fallado, no habría podido perdonarme a mí
mismo, —respondió con sinceridad.
—¿Entonces… qué? —pinchó.
No podía mirarla a los ojos para decirle. Alejándose, dio varios
pasos hacia su escritorio donde el recuerdo de todos sus esfuerzos
recientes regresó con toda la fuerza.
Desde esta distancia, finalmente dirigió su mirada de mala gana
a la de ella.

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—Los otros propietarios de la fabricas se unieron a la
especulación. Ahora estarán en una posición superior para esperar este
ciclo y tomar cualquier pedido nuevo que pueda venir, —explicó con
amargura—. Marlborough Mills debe cerrar. Cerraremos nuestras
puertas dentro de tres meses.
Margaret se sorprendió por la finalidad de su anuncio.
Instintivamente rebelándose contra tan graves noticias, abrió la boca
para hablar, pero contuvo la lengua para evitar que su marido sufriera
más tormentos de conclusiones reiteradas. Aunque le vino a la mente,
sabía que no serviría hablar de la difícil situación de los trabajadores en
este momento. Solo deseaba calmar el dolor de su marido, era
perceptible en su postura derrotada.
—John, —exclamó mientras se apresuraba hacia él con simpatía
y le rodeó la cintura con los brazos y apoyó la cabeza sobre su pecho.
John la rodeo con sus brazos mecánicamente, sin querer
liberarse de su tensión hasta que le contó las severas implicaciones del
cierre del molino.
—Nos veremos obligados a renunciar a la casa y mudarnos a
otro lugar, —le dijo, amargamente desanimado por no haberle
brindado la seguridad básica de mantener su hogar actual.
Margaret se movió para mirarlo a sus ojos tristes.
—No me importaría mudarme a lugares más modestos.
Volverás a la grandeza una vez más, estoy segura, John. Estoy orgullosa
de ser tu esposa, sin importar las circunstancias. ¿No dejaras de lado
tus preocupaciones por mí? Estoy contenta mientras estemos juntos, —
confesó, sus ojos brillaban con seriedad—. No podría vivir sin ti, —
declaró, abrazándolo con fuerza.
Una oleada de sentimientos se apoderó de él cuando la tomó y
la abrazó como si nunca la dejara ir.

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—¡Margaret! Podría perecer sin ti. ¿Cómo es que he encontrado
un amor como éste? —exclamó con asombro incrédulo.
—Nos reunimos, John. La providencia ha declarado que nos
pertenecemos el uno al otro, —pronunció su fe en el aparente plan de
Dios, mientras lo sostenía con fuerza.
—Estamos atados como uno solo, —le murmuró cerca de su
oreja, sus tonos aterciopelados enviaron a ella un escalofrío a través de
su cuerpo.
—Sí, —susurró sin aliento, solo deseando que realmente pudiera
ser así, que pudiera permanecer en su abrazo para siempre. Levantó la
boca para recibir su beso.
Los años que había luchado solo, los meses que la había
añorado y el trabajo de las últimas semanas parecían conducir a este
momento en el que podría saborear sus labios y saber que su alma era
suya para siempre. Nunca lo dudaría de nuevo.
Sus besos se profundizaron rápidamente. La apretó con él con
fuerza y Margaret se aferró a él con igual vigor, desesperado por
demostrar su ferviente devoción.
Margaret movió las manos para encontrar su corbata y tiró de
la tela de la seda para desatarla y rápidamente trabajó para liberar los
botones de su camisa.
John tembló. Un deseo ardiente lo atravesó al pensar en su
intención y respondió a su gesto con su propia urgencia, enviando sus
manos a lo largo de su espalda para desabrochar su vestido.
En un frenesí creciente, sus labios y manos se separaron a
regañadientes el uno del otro solo el tiempo suficiente para apresurarse
a desvestirse mientras se movían hacia la cama. Libres de todas las
restricciones, consumaron su matrimonio nuevamente con una pasión

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febril, sintiendo la profundidad de su amor con cada movimiento
matizado y toque extático.
Después, yacían estrechamente entrelazados en los brazos del
otro, deleitándose con la simple dicha de estar juntos. John sintió un
refugio del mundo en el abrazo enredado de su brazo y pasó sus dedos
suavemente sobre la piel sedosa de su hombro en reverente
fascinación. Margaret estaría con él en cada dificultad y lo amaría aún,
pensó con ferviente asombro. Juntos, enfrentarían todas las
adversidades, sabiendo que sus afectos no cambiarían. Había
anunciado la desaparición de su sustento actual y no le ofreció una
posición determinada de estatus o prosperidad y, sin embargo,
Margaret se aferró a él como si ella no fuera nada si no estaba a su lado.
No podía pedir nada más en la vida. Todo lo que siempre había
deseado estaba aquí en su abrazo.
Después de un tiempo, el tenue ruido del molino le recordó a
John que el día de trabajo aún no había terminado.
—Debo volver al trabajo por un tiempo, pero vendré a cenar y
pasaré la noche contigo, —prometió—. Has lidiado lo suficiente con mi
ausencia. ¿Te importaría si busco estar contigo esta noche en lugar de
pasar tiempo con mi escritorio? —le preguntó con una sonrisa torcida.
Margaret sonrió a cambio.
—Me he acostumbrado a mis noches solitarias, pero trataré de
acomodarte, —bromeó, inclinándose por un beso más antes de que él
se fuera.
De mala gana, salió de la cama y recogió su ropa del suelo. Le
arrojó a su esposa sus prendas que habían sido esparcidas con las suyas,
mostrándole una sonrisa tortuosa al recordar lo que acababa de
ocurrir.

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Margaret sonrió a sabiendas a cambio y tímidamente retiró su
mirada por un momento. No hizo ningún movimiento para salir de la
cama, pero alzó la vista para observar subrepticiamente a su marido
mientras se vestía sin prisa. Algo profundo dentro se agitó cuando lo
vio deslizar su ropa sobre la forma musculosa de su cuerpo, hasta que,
pieza por pieza, ya no era el amante amoroso que había compartido su
cama, si no que una vez más era el imponente Maestro de
Marlborough Mills.
Ya cerca de la puerta, se volvió para despedirse.
—Gracias —pronunció John, con la más honesta sinceridad.
—¿Por qué? —preguntó con curiosidad, una leve sonrisa
apareció en sus labios.
—Por amarme, —respondió con humildad y honestidad, su voz
baja justo por encima de un susurro.
Su rostro a la vez se difuminó con cálido afecto.
—No podría hacer lo contrario, —respondió Margaret en
especie, con los ojos brillantes de adoración
Dio pasos rápidos hacia la cama y se estiró para alcanzarla. Sus
labios se encontraron en un suave estribillo, reavivando en cada uno
las emociones más profundas provocadas por su unión intima.
Se puso de pie para irse una vez más.
—Cuidaré de ti, —prometió, sintiendo un gran orgullo por el
gran privilegio de ser su esposo. Nunca vacilaría en su responsabilidad
de garantizar su bienestar, sin importar las circunstancias.
—Lo sé —respondió suavemente, con una dulce sonrisa.

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Solo podía mirarla maravillado por un momento mientras las
comisuras de su boca se elevaban en una sonrisa incontenible.
Finalmente, se movió para irse.
—Te veré más tarde, —reconoció antes de desaparecer y cerrar
la puerta.

La conversación en la cena de esa noche fue ligera sobre el tema


del molino y las especulaciones de Watson, Margaret comentó sobre
la falta de lluvia este verano y el efecto que podía tener en los cultivos
del sur, mientras Hannah mencionó un encuentro en las calles con un
viejo conocido de John, así como de ella, pues se había dirigido a visitar
a un inválido.
Aunque hubo silencio entre la conversación interpuesta,
Hannah se sorprendió gratamente al no detectar tensión incomoda o
tristeza en los modales de su hijo. Más bien, una calma pacífica
impregnaba la atmosfera de la casa. Al captar el intercambio de una
tierna mirada entre su hijo y su esposa, Hannah sintió que una sonrisa
triunfante se extendía lentamente por su rostro. ¡Qué equivocada había
estado Fanny! No entendía el tipo de matrimonio en el que John había
entrado.
Una punzada de culpa recorrió su conciencia al recordar las
graves dudas que había tenido sobre la elección de esposa por parte de

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John. Margaret no era convencional y tenía una fuerte voluntad, pero
no se podía negar su devoción por John. Aunque todavía sentía un
poco de renuncia en admitirlo, John había elegido bien. Que pudiera
sentarse aquí y parecer tan contento cuando su negocio estaba a la
sombra de cierto fracaso fue un testimonio de la felicidad que encontró
en su matrimonio. Ciertamente, debe haberle hablado del cierre
inminente del molino. ¡Cuán gentilmente debe haber soportado las
noticias de su esposo para estar con un espíritu tan feliz!
Rompiendo el silencio nuevamente, John relató que la próxima
semana Londres comenzaría a trasladar el Palacio de Cristal a
Sydenham Hill. Por fin se había encontrado una pequeña información
que los animaría durante el resto de la comida.

Después de la cena, la pareja cortésmente acompaño a Hannah


en el salón por un tiempo antes de excusarse a la privacidad de su
propia habitación.
Después de cambiarse a su ropa de dormir, Margaret se
preparó para leerle a su esposo, pero le quitó el libro suavemente de
las manos e insistió en leerle primero.
Margaret estuvo de acuerdo y arregló sus almohadas para poder
acurrucarse contra su esposo cuando él comenzó a leer el libro que

515
recientemente había tomado prestado de la biblioteca: Nicholas
Nickleby.
John se complació en relajarse cuando Margaret anunció que
era su turno de leer y se situó cómodamente con la cabeza sobre su
regazo.
Margaret quedó absorta en la historia, frotando
alternativamente sus hombros y peinando sus dedos a través de su
cabello mientras leía. Estaba medio dormido cuando finalmente se
detuvo y colocó el libro sobre la mesita de noche.
—He estado pensando… —comenzó auspiciosamente,
esperando con cariño a que su marido bien descansado se despertara
de su languidez antes de continuar discutiendo su tema en serio.
—Quizás el Sr. Bell podría estar interesado en invertir en la fábrica. Nos
daría el capital necesario para mantener las cosas en funcionamiento.
Estoy segura de que preferiría ver que la fábrica continúe operando
bajo su administración en lugar de ver abandonada su propiedad con
perspectivas inciertas, —propuso cuidadosamente, después de
deliberar durante horas sobre cómo podría presentar esta idea a su
esposo.
Totalmente alerta ahora, John la estudio mientras yacía sobre
su almohada. Sonrió con pesar ante su sugerencia.
—Creo que la riqueza del Sr. Bell se compone en gran medida
de sus tenencias de ciertas propiedades. No estoy seguro de que
desearía atar el capital que tiene en un préstamo, respondió dudoso,
aunque un rayo de esperanza animó sus ojos mientras consideró la
posibilidad. Había deseado recurrir al Sr. Bell para recibir ayuda para
revivir su negocio y había cerrado la puerta a esa perspectiva hace algún
tiempo. Sin embargo, al escuchar la súplica lógica de su esposa,

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comenzó a preguntarse si ahora no sería el momento de dejar a un lado
su orgullo voluntario y pensar seriamente en esta opción.
—Sé que deseas evitar que las familias de los trabajadores se
mueran de hambre este invierno. Ciertamente no podría haber daño
en preguntarle, —ofreció mansamente mientras se sentaba cerca de él,
apoyando la cabeza con el codo apoyado en una almohada.
—Supongo que no, —estuvo de acuerdo con una cálida sonrisa
ante su persistencia.
—¡Oh, sabía que serias razonable! —exclamó emocionada,
extendiéndose impulsivamente para envolver sus brazos alrededor de
su cuello.
John la tomó en sus brazos, empujándola contra él para que su
cuerpo cubriera el suyo.
—¿Estás diciendo que he sido irracional? —preguntó
burlonamente, con un brillo travieso en sus ojos. Le sonrió
brillantemente.
Margaret mostró una sonrisa igualmente brillante ante sus
palabras, recordando su acusación defensiva esa mañana, hace un año,
cuando lo había rechazado tan tontamente
—Eres el hombre más razonable que conozco, —admitió—,
excepto cuando tu terco orgullo te incita, —agregó con una sonrisa
pícara.
John levantó las cejas ante su valiente evaluación.
—¿Mi terco orgullo? ¿Y eres inocente de tal impulso? —se burló
con una punzada de advertencia en su voz, una sonrisa maliciosa se
extendió por su rostro a la espera de su respuesta.

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—Admitiré fácilmente que mi orgullo sureño me cegó para ver
quien eras realmente. Me tomó demasiado tiempo darme cuenta de
que el hombre más extraordinario que había conocido era un
fabricante de algodón en Milton, —confió
John se giró para sujetarla debajo de él, sus ojos ardieron ante
su confesión.
—Todavía soy obstinadamente orgullosa, —continuó con
resolución mientras sentía que se derretía felizmente bajo el poder y la
fuerza de su peso.
John le dirigió una mirada burlona.
—Estoy descaradamente orgullosa de llevar tu nombre, —agregó
suavemente.
—Señora John Thornton, —murmuró y la expresión de su
nombre aumentó su deseo de demostrar que ella realmente le
pertenecía.
Margaret afirmó con su asentimiento, sometiéndose sin aliento
al hombre que dominaba sus pensamientos, reinó en su corazón y
ordenó a su cuerpo que respondiera con complacencia con cada toque.
Sus labios temblaron ligeramente mientras la miraba antes de bajar la
boca para captar la de ella en un ardiente beso.

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John se despertó a la mañana siguiente como si estuviera en un
mundo nuevo. Por primera vez en semanas, se sintió en paz. La pesada
carga de la ansiedad había desaparecido como si todo hubiera sido un
mal sueño.
Estudio a su esposa mientras yacía en gentil reposo, observando
la suave piel de sus mejillas, los delicados parpados cerrados, la suave
curva de su nariz y la siempre seductora plenitud de sus labios. Su amor
por ella se hinchó en su pecho y sabía que era ella quien había
provocado este cambio en él.
Se sentía seguro ahora, como nunca lo había estado, de que lo
amaba inequívocamente. Aunque estaba lejos de ser seguro si el
molino podría salvarse, sintió que su futuro era seguro. Con un
renovado sentido de propósito, miró hacia adelante con ansiosa
esperanza.
John se movió suavemente para extraer su brazo de su agarre
dormido, pero Margaret se movió ante su movimiento y se acercó a él.
observó cómo sus parpados se abrían y ella lo miraba.
Sin palabras, perezosamente se acurrucó contra él y apoyo la
cara en su garganta mientras acercaba sus brazos y extremidades para
acurrucase junto a él. Su olor y la sensación de su piel aterciopelada
contra su cuerpo atrapó sus sentidos y rápidamente decidió quedarse
en la cama para amarla a fondo.

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John sonrió para sí mismo más tarde mientras se abrochaba la
fresca camisa de algodón, pensando en su esposa vistiéndose en la otra
habitación. El tiempo extra que habían pasado en la cama solo
aumentó la exaltante sensación de rejuvenecimiento que lo había
invadido esa mañana. Se sentía listo para abordar cada tarea hoy con
vigor y propósito. Era el hombre más bendecido: con Margaret como
esposa, tenía todo en la vida para disfrutar.

En un momento a media mañana, John se dirigió al cobertizo


para encontrar a Higgins. El Maestro confió una vez más en su amigo
para proporcionar la información que buscaba sobre el progreso y los
problemas de los hombres. Al encontrarlo, el Maestro debatió
afablemente con Higgins por un tiempo sobre la posibilidad de
terminar un pedido antes de lo previsto. Convencido de la respuesta,
el Maestro agradeció a su empleado por su tiempo y regresó a su
oficina.
Higgins observó a su amigo pensativamente por un momento
mientras la figura dominante regresaba a través de la maquinaria de
trabajo. Estaba contento de detectar un tono más ligero en la manera
de Thornton: el Maestro había estado de un humor sombrío durante
demasiado tiempo.
No había pasado ni una hora cuando Higgins levantó la vista de
su trabajo para espiar a un extraño con un vestido de caballero y un

520
sombrero de copa que se abría paso a través del gran cobertizo de tejer.
Al abandonar su tarea, Higgins siguió al joven, nervioso por la
expresión oscura del intruso.
Mechones flotantes de algodón en el aire se sumergieron y se
arremolinaron tras la figura negra que tenía delante. Acelerando el paso
para seguir al hombre, las sospechas de Higgins se intensificaron
cuando el visitante desconocido continuó sin cesar hacia la sala de
cardar y el pasillo más allá.
El extraño se detuvo al llegar a la oficina del Maestro y extendió
la mano y abrió la puerta cuando Higgins rápidamente cerro la
distancia entre ellos.
Higgins observó con horror como un revolver apareció
repentinamente del abrigo del hombre y fue cuidadosamente señalado
con determinación.
El tiempo fue contado por los latidos furiosos cuando Higgins
se adelantó, un grito rugiente surgió de su garganta. Se escuchó un
crujido cuando se arrojó sobre el atacante. Sus sentidos se sacudieron
ante el sonido explosivo y su sangre se congeló de terror.
El extraño dejó escapar su propio grito de sorpresa cuando el
asaltante y el protector cayeron al suelo con un ruido sordo.

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— CAPÍTULO 20 —

Un olor acre llenó las fosas nasales de Higgins; podía


saborearlo en la boca. Ignorando el dolor punzante en su codo, se
apresuró a sujetar al atacante con violentos empujes, apretando los
dientes con furia.
—¿Qué demonios crees que estás haciendo? —gruño. Cuando
finalmente se encontró con el ojo del culpable, vislumbró el moretón
ennegrecido en la mejilla del sinvergüenza.
Higgins no escuchó las locuras del hombre sobre Thornton o
sus demandas de ser liberado, pero al instante se volvió para gritar a
los trabajadores que llegaron para mirar boquiabiertos la escena.
—¡Wilson! ¡McConnell! ¡Detengan a este bastardo! ¡Parker trae
a la policía! ¡Rápido! —bramó, sus oídos aún resonando por el disparo
ensordecedor.
Tan pronto como sus compañeros de trabajo pudieron
contener al loco delirante, Higgins entró corriendo en la oficina del
Maestro, donde una nube de humo azul grisáceo se agitó
siniestramente en la entrada. Sintió que su corazón latió con fuerza y
se le vinieron a la mente imágenes aterradoras mientras atravesaba el
humo cegador.
—¡Thornton! —gritó esperanzado, con los ojos muy abiertos por
la desesperación.
El maestro estaba en su escritorio. Levantó la cabeza lentamente
ante la exclamación de Higgins, sus ojos vidriosos por la sorpresa.

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—Estoy bien, —pronunció sin tono, con el ceño fruncido
ligeramente en aturdida confusión.
—¡Dios mío, has sido herido! —Gruño Higgins, corriendo hacia
el lado del Maestro al ver una mancha carmesí que se extendía sobre
el algodón blanco. Después de inspeccionar furtivamente la herida en
el brazo de Thornton, giró la cabeza para ladrar órdenes a los
trabajadores boquiabiertos reunidos en la puerta con los ojos saltones.
—¡Dame un poco de algodón! ¡Busca a un médico! ¡Rápido!
Higgins guío cuidadosamente al Maestro hacia el piso y contra
la pared, donde comenzó a atender a su amigo. Rasgó la manga de
algodón ya rota para exponer la herida.
—Maldita sea, vaya si no es una hemorragia, —maldijo mientras
agarraba el paño de algodón que le entregaban y lo presionaba para
detener el flujo de sangre.
—Jonas, busca a la señora. Está en el aula, —le ordenó a un joven
cardero, que parpadeó alarmado ante la idea de su tarea poco
envidiable—. ¡A prisa! —Higgins lo regañó mientras envolvía
diligentemente el brazo del Maestro con el material de los telares.
—Margaret no debe alarmarse, —dijo Thornton desde su trance,
una expresión de precaución cruzó su rostro. No quería causarle
angustia en su condición.
—No creo que podamos contenerla, —respondió Nicholas a esta
solicitud sin sentido. —¿Quién era ese bastardo? —preguntó sin rodeos.
—Sobrino de Slickson, —dijo Thornton entre respiraciones
superficiales—. Tenía sus ojos en Margaret, —ofreció como una breve
explicación, su voz se tensó ahora cuando un dolor ardiente comenzó
a arder en su brazo. Frunció el ceño ante la sensación y se reclinó,
cerrando los ojos.

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—Entonces es un tonto y un idiota, —farfulló Higgins con
vehemencia—. Nunca he visto a nadie más enamorados que tú y la
señorita Margaret. Cualquiera con ojos podría verlo. Es un ciego
zopenco o un lunático furioso, —declaró mientras terminaba de
enrollar la tela alrededor de la herida—. Parece que la hemorragia se
detuvo, —anunció con alivio mientras miraba su trabajo.
El Maestro solo asintió vagamente en respuesta, cuando sus
sentidos comenzaron a girar y los sonidos a su alrededor comenzaron
a desvanecerse.

Margaret escuchó los pasos acelerados del mensajero antes de


que apareciera en la puerta.
—Señora, el Maestro. Ha sido herido, —transmitió el joven sin
aliento antes de tomar un sorbo de aire.
El corazón de Margaret se detuvo. Palideció ante lo que debia
implicar: si John había sido herido de alguna manera…
Miró aturdida a sus alumnos.
—La escuela está cerrada, —logró decir antes de salir
apresuradamente por la puerta para seguir al ansioso mensajero.

524
Imágenes horribles pasaron por su mene mientras se levantaba
la falda para correr por el polvoriento patio. Sus piernas temblaban
inestablemente cuando entró en el cobertizo para tejer, sin saber que
descubriría.
Mientras seguía ciegamente la figura que tenía delante, el ruido
de las maquinas fue silenciado por el clamor de su corazón. ¿Qué ha
pasado? ¿Dónde estaba? Se esforzó por prepararse para lo que
encontraría, vagamente consciente de que todos los ojos estaban
enfocados en ella.
Su pulso se aceleró y su tensión aumentó a medida que se
acercaban a la oficina del Maestro. Un olor persistente a humo pútrido
se encontró con su nariz y arrugó la frente con desconcierto. Se
sobresaltó ante el repentino estallido de su nombre y sus ojos asustados
volaron hacia un grupo de hombres más abajo en el pasillo.
—¡Margaret! ¡Lo hice para salvarte! —gritó una voz familiar.
Margaret jadeó y se estremeció al reconocer a Albert Slickson
mientras le gritaba y se retorcía para escapar del agarre de los hombres
que lo sostenían.
—¡Desátame! ¡Margaret, debo hablar contigo! —le hizo señas
salvajemente.
Abrumada por el horror ante la idea de lo que podría haber
hecho, Margaret sintió una oleada de pánico cuando finalmente la
condujeron a la oficina de John.
Sus ojos recorrieron desesperadamente la habitación antes de
caer sobre la figura de su esposo mientras yacía junto a Nicholas en el
suelo.
—¡John! —gritó, temblando de terror al ver su ropa manchada
de sangre. Dejando a un lado toda propiedad, cayó de rodillas y tomó

525
su rostro entre sus manos. ¡Estaba vivo! —John… ¡oh John! —gimió
mientras buscaba más heridas. Su alivio fue visceral mientras lo veía
mirarla antes de que cerrara los ojos y su cabeza cayera flácida en sus
manos.
—¡John! —lo llamó cuando el miedo surgió de su vientre,
haciendo que sus nervios hormiguearan y la impulsaran a actuar.
—Le dio un tiro en el brazo… perdió un poco de sangre.
Despertará, —Nicholas la tranquilizó apresuradamente, mientras tiraba
del peso de su esposo contra ella, acunando su cabeza contra su pecho.
—John, estoy aquí, —dijo con una voz suave, decidida a
devolverlo a la conciencia con su afecto y cuidado—. John, estoy aquí,
—repitió, acariciando suavemente su rostro con las manos. No se dio
cuenta de nada mas a su alrededor; su único foco estaba en el hombre
que yacía sin vida en sus brazos. Cómo podrirá pasar esto, pensó en un
destello frenético; ¿Si hace solo unas horas, estaba tan fuerte y lleno de
vida mientras le hacia el amor?
John escuchó una voz que lo llamaba. Al principio, era débil y
lejano, pero con el tiempo se hizo más fuerte y más claro. ¡Margaret!
Un bálsamo reconfortante se apoderó de él. Se sintió bañado en amor,
reconociendo su toque gentil y la suavidad de su forma. Mientras
anhelaba verla, sintió que su fuerza volvía lentamente.
Margaret notó su leve movimiento y vio como abría los ojos.
—¡John! —exclamó con tremendo alivio, inclinándose para
plantar besos febriles en cualquier parte de su rostro que pudiera
alcanzar.
John sonrió débilmente a pesar del dolor ardiente; la lluvia del
afecto que ella le otorgó lo levantó momentáneamente a un plano más
alto.

526
—¡Médico! —Higgins anunció en alegre saludo cuando el Dr.
Donaldson cruzó la puerta.

Hannah levantó la vita de sus labores mientras una extraña


sensación de presentimiento la invadía. Dejo a un lado su costura y
caminó hacia la ventana que daba al patio del molino, pero no había
indicios de que algo estuviera mal.
Miró por un largo momento, preguntándose que podría
presagiar su inquietud. Estaba a punto de darse la vuelta cuando
vislumbró varias figuras que salían del molino. Vio a su hijo venir
lentamente hacia la casa, apoyado por Higgins y Williams a cada lado,
Margaret y el Dr. Donaldson detrás.
El miedo la atravesó. Aunque su hijo era prudente, siempre
había temido que su contacto diario con maquinaria tan pesada algún
día pudiera entrar en conflicto.
Se detuvo un momento para reunir su coraje antes de dirigirse
hacia la puerta.
Cuando John y sus compañeros entraron en la casa, encontró
poco consuelo en las garantías de que estaba bien y escuchó con

527
creciente horror mientras Higgins y Margaret explicaban
alternativamente lo que había sucedido.
Los hombres ayudaron llevar al Sr Thornton arriba a su
habitación y luego se despidieron cortésmente de la casa del Maestro
mientras Margaret y el médico ayudaban al Maestro herido a costarse.
El Dr. Donaldson se dispuso a examinar la lesión una vez más.
El señor Thornton aspiró el aire entre los dientes mientras el medico
sondeaba suavemente el vendaje.
—Puedo darle un poco de morfina para calmar el dolor, —
ofreció el doctor a su paciente haciendo muecas.
—Puedo manejarlo, —respondió el hombre debilitado
estoicamente. Observó con temor cómo el doctor sacaba un frasco de
whisky de su bolso negro. El Sr. Thornton agarró la mano ofrecida por
su esposa y contuvo el aliento mientras el médico se preparaba para
limpiar la herida. Su estómago se apretó y un grito gutural escapó de
su garganta cuando el líquido frio hizo contacto con su piel.
Cuando termino de curar la lesión, el medico experimentado le
dijo a su paciente y a las dos mujeres reunidas en la habitación que la
herida debía sanar bien, dejando solo una cicatriz.
—Eres muy afortunado porque la bala solo te rozó. La herida es
profunda, pero con unos días de descanso, deberías poder volver a tu
rutina diaria, —dijo el médico—. Pero tendrá que tomar precauciones
adicionales para no agravar su brazo durante la primera semana más o
menos, —explicó y se dirigió a las mujeres asistentes una mirada aguda.
El medico sabía que el Sr. Thornton no se limitaría fácilmente a estar
confinado en sus actividades.
—Gracias, doctor, —exclamó Margaret agradecía mientras lo
veía a la puerta del dormitorio.

528
—Le confió su cuidado, Sra. Thornton, —el medico hablo a la
joven esposa en voz baja—. Debe descansar ese brazo. Si el dolor no
disminuye, llámeme. Quizás entonces tome algo de morfina.
Margaret asintió y cerró la puerta detrás de su suegra y el
medico que se marchaba, antes de regresar a la cama para sentarse
suavemente junto a su esposo. Nunca le había parecido tan precioso.
No pudo resistir pasar su mano por el costado de su rostro, apreciando
cada contorno sutil y la sensación áspera de su mandíbula.
—¿Qué puedo hacer por ti? —preguntó tiernamente, deseando
hacerlo sentir lo más cómodo posible.
—¿Agua? —preguntó simplemente. Su garganta y boca estaban
resecas.
Cuando regresó obedientemente con un poco de agua, se sentó
junto a él y lo vio calmar su sed.
—Te dejaré descansar un poco, —declaró Margaret y se levantó
para irse.
John agarró su muñeca con su brazo bueno. —Quédate
conmigo, —suplicó, con los ojos llenos de tierno anhelo—. Quizás
podrías leerme un poco. El sonido de tu voz me ayudará a dormir, —
sugirió.
Margaret se sintió acogida por su petición, complacida de
ayudarlo de alguna manera.
Cuando por fin se quedó dormido, silenciosamente cerró el
libro en su regazo y lo estudio mientras yacía en reposo. Las lágrimas
cayeron sin querer, corriendo silenciosamente por sus mejillas
mientras intentaba comprender la plenitud del amor que le dolía en el
corazón y lo cerca que había estado de perderlo. Agradeció al Señor
por mantenerlo a salvo y rezó para que nunca conociera la vida sin él.

529

Después por la tarde, Hannah se sentó en el comedor vacío


leyendo la Biblia abierta en la mesa frente a ella. Los acontecimientos
del día la habían sacudido y buscó tranquilidad en las palabras de
Salmos e Isaías.
Con la lesión de su hijo y el cierre inminente de su negocio, el
futuro era, en el mejor de los casos, incierto. Se aferró a su creencia de
que El Señor recompensaría a los juntos y se consoló al recordar que,
a través de un esfuerzo disciplinado y fiel, ella y John ya habían
demostrado una vez la provisión del Señor. Se negó a vacilar en su fe
ahora.
Fanny irrumpió en la habitación gimiendo, con el pañuelo en la
mano, invadiendo el tranquilo santuario de los pensamientos de su
madre con un torrente de histeria.
—¡Oh, madre, John está muerto! ¿Qué vamos hacer? ¿Cómo
podría suceder algo así? ¡Piensa en la pobre Margaret, que es una viuda
sin dinero y con un niño! —Lloró en un ataque de desesperación, sus
rizos rubios meciéndose y balanceándose con cada movimiento.
—No seas ridícula, Fanny. John no está muerto, —replicó su
madre con exasperación, tratando de detener el frenesí dramático de
su hija.
—¡Pero su mensaje dice que recibió una herida de bala! ¡Pensar
que mi pobre hermano recibió un disparo! ¡Qué cosa tan vil ha
sucedido! —exclamó con horror.
La mujer mayor miró a su hija con asombro y disgusto.

530
—No fuiste tan solicita con el bienestar de tu hermano ayer, —le
reprochó a su hija menor.
La boca de Fanny se abrió de sorpresa.
—Madre, ¿Cómo puedes decir eso cuando John está arriba
muriendo? —exclamó incrédula ante la reprimenda de su madre.
—No está muriendo, —respondió con firmeza—. La bala solo lo
rozó. Su brazo está herido, pero el medico dijo que se reparara. Está
descansando ahora. Margaret esta con él, —explicó para calmar las
preocupaciones de su hija.
—¿Qué paso, madre? ¿uno de los trabajadores hizo esto? —
Preguntó con una expresión de ira incrédula.
—No, no era uno de los trabajadores, Fanny. Es un poco más
complicado que eso, —respondió con impaciencia—. Era el sobrino de
Slickson. Al parecer, había desarrollado un apego por Margaret, —
reveló con cautela, reacia a ofrecerle a su hija más información de la
necesaria. Temía la idea de que le nombre de su hijo fuera arrastrado
a rumores tórridos del escándalo de un amante.
—¿Albert? ¡Entonces es verdad! —gritó en tonos más callados—
. Se habló en la ciudad, ¡pero no podía creer que hubiera llegado a
esto! —Fanny declaró en completo shock.
—¿Se habló? ¿Qué se habló? —Exigió Hannah, nerviosa por la
tontería de Fanny.
—Sobre Albert Slickson y Margaret… que hay una conexión, —
reveló con aire de complicidad.
—¡Qué tontería! —declaró su madre con irritación.
—Pero mamá, los han visto juntos en las calles y en el parque,
continuó Fanny a la defensiva.

531
—Es posible que Albert la haya buscado, pero estoy segura de
que Margaret no lo notó, —intervino Hannah.
—Pero quizás, madre, Margaret es del tipo que juega
constantemente con los corazones de los hombres que la rodean: el
hombre de la estación, John y ahora Albert, —sugirió con las cejas
arqueadas.
Hannah retrocedió ante la conclusión errónea de su hija. —
¡Como puedes decir algo así! Margaret es la esposa más devota con tu
hermano. ¡Ciertamente no voy a escuchar tanta tontería y tú tampoco!
—advirtió con vehemencia, sus ojos brillando con indignación.
Fanny abrió la boca, pero la advertencia de su madre la dejó sin
palabras. Poco convencida del juicio de su madre, sacudió la cabeza en
desafío.
—Quizás podrías visitarnos mañana a la hora del té, —sugirió la
Sra. Thornton mas tranquilamente—. John puede unirse a nosotros si
se siente lo suficientemente bien.
—Por supuesto, —estuvo de acuerdo complaciente—. Por favor,
dale a Johnny mis mejores afectos. Espero que se recupere pronto —
dijo mientras se preparaba para irse.
Hannah asintió y le dio a su hija una leve sonrisa antes de que
se volviera para irse. Escuchó los pasos en retirada hasta que la
habitación quedó en silencio una vez más. Suspiró en voz alta
preocupada por la tormenta que se avecinaba. La charla sobre la
cuidad sin duda sería intensa y rápida, debido a un evento tan
dramático.

532
Poco después de que sonó el silbato de las seis en punto,
Margaret dejó a su esposo para ver cómo estaba la cena.
Hannah levantó la vista de su Biblia en el salón cuando apareció
su nuera.
—John está descansando. Pensé que podría llevarle la cena esta
noche, —explicó Margaret mientras se dirigía hacia la cocina. Había
dado unos pocos pasos cuando Dixon llegó a la vuelta de la esquina.
—Señorita, ese hombre Higgins está abajo. Quiere saber cómo
está el Maestro, —informó a la dueña de la casa con un tono
comprensivo y una mirada de preocupación por los problemas de la
joven novia.
—¡Nicholas! ¡Por supuesto, le gustaría saber cómo le fue a John!
—Se reprendió a sí misma por descuidar enviarle noticias sobre la
condición de su esposo—. Envíalo de inmediato, Dixon, —le indicó—.
Después de todo lo que ha hecho por el Sr Thornton hoy, es lo menos
que podemos hacer, —agregó para beneficio de su suegra, con la
esperanza de disuadir cualquier reparo que la mujer mayor pueda
tener al admitir al ex líder sindical en su hogar.
Momentos después, Nicholas entró con la gorra en la mano,
mirando incomodo el bello entorno de la casa del Amo.
—No esperaba entrar. Solo quería saber cómo estaba el Maestro
antes de irme a casa —explicó respetuosamente a Margaret.
—Por favor, Nicholas, no te disculpes. El señor Thornton está
descansando. El medico espera que se recupere por completo, —
relató—. Gracias, Nicholas. No me gustaría pensar que podría haber
ocurrido si no hubieras estado allí, —agregó en voz baja, un temblor de
emoción robó el fervor de su voz.

533
—Sabía que algo no estaba bien cuando ese tipo pasó. Fue como
si una voz dentro de mí me dijera que siguiera a ese hombre, —
reflexionó pensativo, con el ceño fruncido en una expresión seria—.
Me alegra escuchar que el Maestro está bien. No te tomaré más el
tiempo, —dijo, preparándose para irse.
—Nicholas, —Margaret lo detuvo. Ella dudó, tratando de pensar
en un pequeño gesto de agradecimiento que podría hacerse por su
valiente acción de hoy—. ¿Usted y Mary se unirían con nosotros para
el almuerzo del domingo? Estoy segura de que el Sr. Thornton podrá
unirse a nosotros en ese momento, —invitó. Sintiendo la mirada
vigilante de su suegra, pero no inmutó por la presencia de su madre.
Como dueña de la casa, tenía derecho a elegir a sus invitados.
Hannah sitió una punzada de inquietud ante la admisión del ex
líder sindical en su hogar. Sin embargo, rápidamente se recordó a sí
misma que su hijo lo consideraba un amigo ahora. Más importante
aún, el fiel trabajador sin duda había salvado la vida de su hijo.
Higgins lanzó una mirada nerviosa a la señora Thornton. Vio la
mirada implorante de los grandes ojos de Margaret y entendió el
significado de su oferta. No podía rechazarla.
—Estriamos encantados de venir. Gracias por pensar en
nosotros, —respondió con mansa sinceridad.
La cara de Margaret se iluminó con alegría infantil.
—¡Oh, estoy tan contenta! Gracias, Nicholas, —respondió
humildemente, sus ojos transmitían su profunda gratitud.
Le dirigió una sonrisa amistosa y una mirada significativa antes
de darse la vuelta para irse a casa.

534
El día siguiente fue el sábado. Aunque el Sr. Thornton solía
trabajar, tenía prohibido salir de la casa.
Margaret mimaba y consentía a su esposo, le traía comidas a la
cama, le leía y pasaba tiempo conversando con él. Lo más importante,
le permitió dormir la siesta durante el día, quedarse cerca para atender
cada una de sus peticiones. Bajo su cuidado prodigioso, mejoró en
fuerza y apariencia a medida que avanzaba el día.
Temprano en la tarde, el inspector de policía vino a preguntarle
al magistrado de Milton sobre los acontecimientos del día anterior.
—Mason, es bueno verte, aunque no es la más agradable de las
circunstancias, —saludó Thornton al incondicional policía con una
sonrisa irónica—. Lamento recibirte así, —dijo, recostado en su cama—,
pero mi esposa no me dejará bajar hoy, —explicó, lanzando una mirada
amorosa a Margaret, que estaba a unos metros de la cama.
—De hecho, circunstancias muy desagradables, señor. Lamenté
mucho saberlo. Por cierto, felicidades, señora, señor Thornton, por su
matrimonio, —dijo, recordando claramente el extraño comportamiento
de la pareja con respecto a la investigación durante hace muchos meses.
Margaret asintió con la cabeza antes sus felicitaciones, sintiendo
una leve oleada de calor al recordar su descarada negación de la
verdad. Seguramente Mason debe haber sabido la razón subyacente
detrás del Sr. Thornton con la desestimación de la investigación por
asesinato.
El Sr. Thornton le agradeció sus buenos deseos y comenzó a
responder las preguntas que el investigador planteó sobre el tiroteo.
Inevitablemente, se trató la historia de la relación del Maestro con el
joven Slickson y se vio obligado a admitir su visita a la residencia de
Slickson y el violento encuentro que siguió.

535
Mason no se estremeció ante la confesión del señor Thornton,
sino que levantó las cejas ante la explicación general del
comportamiento del indecente de Albert hacia Margaret. Suspiró
internamente al escuchar el complicado enredo de los
acontecimientos. Sabía que un caso así sería vigilado con entusiasmo
por la cuidad, lamentaba sinceramente ver a un hombre tan honorable
sumergido en un circo así.
De mala gana, el inspector le pidió a Margaret que confirmara
todo lo que su esposo le había transmitido para concluir sus preguntas.
—Les agradezco su tiempo, señor Thornton, señora Thornton.
Estoy seguro de que se hará justicia. Afortunadamente, hubo muchos
testigos, —les aseguró cuando termino—. Por lo que he reunido, parece
que el Sr. Higgins podría haberle salvado la vida cuando empujó a
Slickson al piso. Me alegro de que fuera tan observador, —agregó
solemnemente antes de irse.

Fanny entró en la sala de estar familiar de su antigua casa esa tarde


con gran importancia, contenta de encontrar a su madre preparando la
pulida mesa baja para el té.

536
—Llegas temprano, —observó Hannah al ver a su hija, que vestía
a la moda un vestido de seda azul plateado.
—¡No pude alejarme un minuto más! ¿Cómo esta John?
¡Todavía no puedo creer que haya sido herido de una manera tan
terrible! —Gritó mientras se retorcía las manos enguantadas.
—Está bien, Fanny. Ha pasado el día en la cama. Parece que le
está haciendo bien, —comentó Hannah claramente.
Fanny parpadeó y sacudió la cabeza mientras se quejaba con las
faldas y se sentaba en una silla acolchonada.
—No puedo recordar que haya estado en la cama todo el día.
Todo esto ha sido bastante traumático, —declaró— ¿Se unirá a nosotras
para tomar el té? —Preguntó con gran anticipación para ver cómo los
eventos habían afectado a su hermano.
—Sí, creo que sí. Estoy segura de que apreciara el cambio de
escenario, —respondió Hannah, notando con disgusto los gestos
agitados de su hija menor. Su hija no podía quedarse quieta por mucho
tiempo y era fácilmente excitable.
La ansiosa invitada miró rápidamente a su alrededor para
asegurarse de que nadie escuchara antes de inclinarse hacia su madre
para hablar en un susurro exagerado.
—Madre, no vas a creer los rumores que circulan por la ciudad.
¡Son simplemente horribles! —declaró, demasiado ansiosa por
compartir su conocimiento.
Hannah dejó escapar un suspiro lento. Había temido tal cosa y
Fanny se deleitaría con la gloria de estar en sintonía con la fascinación
de la sociedad por lo sórdido y sensacional.

537
Sin esperar las indicaciones de su madre Fanny comenzó a
revelar lo que había averiguado de las visitas que había hecho esa
mañana…
—Algunas personas se equivocan al decir que fue John quien le
disparó a Albert! Los corregí de inmediato, por supuesto, diciéndoles
que John nunca haría tal cosa. Pero nunca adivinarías lo que dijeron
entonces, que John había ¡Descubierto que Margaret llevaba el hijo de
Albert! —anunció, sus ojos muy abiertos con incredulidad.
La boca de Hannah se abrió en estado de shock y su rostro se
oscureció por la repulsión. ¡Cuán abominables eran estos charlatanes!
Se tambaleo al pensar en el carácter y el honor de su hijo, siendo una
diversión insignificante para las personas que no tenían nada mejor que
hacer que participar en chismes ocioso. Estas personas sin valor no
tenían reparo en mancillar la reputación de los que estaban por encima
de ellos.
Después de un momento de reflexión, Hannah miró
inquisitivamente a los ojos de su hija.
—La condición de Margaret no es de conocimiento común,
Fanny. ¿Cómo comenzaron esos rumores? —preguntó, sus ojos
entrecerrándose en creciente sospecha.
Fanny miró momentáneamente hacia otro lado con vergüenza.
—Yo… no quise dejar que pasara. Pero ayer estaba hablando
con Ann y le dije lo horrible que debe ser todo para Margaret, estar tan
recién casada y… esperando un hijo, —dijo, con cautela, volviendo su
mirada a los ojos de su madre, esperando ser perdonada por su paso
en falso.
—¡Oh, Fanny! —la mujer mayor murmuró con disgusto ante la
charla descuidada y fácil de su hija.

538
—Fui muy específica con Ann sobre mantenerlo en silencio. ¡No
puedo imaginar cómo se extendió por toda la cuidad y se convirtió en
una historia tan espantosa! —declaró en defensa de sus acciones.
Hannah dejó escapar un suspiro.
—Algunas personas nunca se cansarán en su intento de derribar
a otros —supuso con convicción—. ¡Lo menos que puedes hacer es
negar estos rumores ridículos cuando escuches de ellos! —aconsejó su
madre con exasperación.
—Pero, Madre, ¿Estás segura de que no hay ninguna verdad en
lo que se ha dicho sobre Margaret y Albert? —preguntó en serio, sus
ojos encendidos con la posibilidad de un escándalo.
Hannah miró a su hija como si fuera una extraña. ¿No había
esperanza de que Fanny alguna vez aprendiera a ser sensata y exigente?
¡Con qué facilidad cree en la peor de todas las situaciones! Respiró
hondo antes de responder:
—¡No hay ni una pizca de verdad, Fanny! Margaret está
totalmente entregada a John. Por qué, prácticamente corre a saludarlo
cuando llega a casa del molino todos los días. Solo hay alguna verdad
de esa conversación, pertenece al lado del Sr, Slickson. Si debes
saberlo, persiguió a Margaret, pero ella no quiso nada de eso, —declaró
firmemente.
Los ojos de Fanny brillaron ante el bocado revelado de la
verdad. Se recostó en su silla, satisfecha de haber sabido algo de interés.
—¿John sabia de eso? —preguntó de repente, su expresión era
viva con impaciente curiosidad.
—Sí, se dio cuenta de eso, —respondió su madre con voz
cansada.

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En ese momento, madre e hija escucharon los pasos de la pareja
en cuestión y Fanny cerró rápidamente la boca ante la mirada de
advertencia de Hannah
Fanny se levantó de su asiento cuando se acercó su hermano, al
verlo con el brazo en el cabestrillo, arrojándola a un estado de alarma.

—¡Oh, Johnny! ¿Tienes dolor? ¡Estaba tan preocupada de que


murieras! Apenas he dormido desde que escuché ese horrible
incidente, —exclamó dramáticamente.
John sonrió pacientemente ante la preocupación de su hermana
menor.
—Estoy bastante bien, Fanny, gracias. El dolor no es tan
pronunciado ahora y estoy en buenas manos, —remarcó dándole una
afectuosa mirada a su esposa cuanto tomaron asiento juntos en el sofá.
—Mi querida hermana, ¿Cómo estás? —Fanny continuó
animadamente—. Estoy segura de que debes haber estado fuera de ti
con preocupación. ¡No me gustaría pensar como me habría manejado
si mi Watson hubiera sido herido de esa manera! Aunque ni siquiera
debería mencionarlo, me estremezco al pensar, que ¡podrías haber
quedado viuda en ese momento!
—Fue muy aterrador, lo admito, pero estoy agradecida de que
no esté demasiado herido, —Margaret respondió calmadamente,
dándole a su esposo una mirada amorosa mientras alcanzaba su mano.
La reunión familiar logó encontrar otra pequeña charla
mientras tomaban su té, aunque Fanny trajo el tema de los eventos
recientes nuevamente a la conversación una o dos veces. Estaba
fascinada por cada detalle del drama que se había desarrollado en el
molino de su propio hermano.

540
La apariencia saludable de su hermano animó a Fanny y se
alegró de conocer un poco más los detalles de lo sucedido. Durante
toda la hora que quedó, tomó nota de la atención de su cuñada hacia
su esposo y los dulces y tácitos intercambios entre ellos. Finalmente se
vio obligada a admitir que no había discordia entre ellos; eran la imagen
de la satisfacción conyugal mientras se sentaban más juntos en el sofá
de lo que se consideraba completamente apropiado.
Después de que su locuaz invitado se fue, la reunión
permaneció en el salón. Hannah transmitió los nombres de las familias
que habían enviado sus tarjetas a la casa ese día para preguntar sobre
la salud del Sr. Thornton. Parecía particularmente complacida que el
Sr. Wilkinson, miembro del parlamento local, hubiera enviado deseos
para la pronta recuperación del Sr. Thornton junto con una firme
convicción de que la contribución del fabricante a la sociedad
continuaría sin obstáculos.
Después de un tiempo, Margaret persuadió a su esposo para
que regresara a su habitación, preocupada porque todavía necesitaba
descansar. Había pasado solo un día desde que estaba tan gravemente
herido y ella deseaba asegurar su completa recuperación.
John se complació en seguir las ordenes de su esposa, sabiendo
que pasar tanto tiempo a solas era un regalo raro de apreciar. Volvería
a su laborioso horario pronto.
Cuando llegó la noche, la oscuridad de la habitación estaba
bañada por la luz de las velas, Margaret dejó el libro que había estado
leyendo en voz alta y ayudo a su esposo a levantarse de la cama y
ponerse la ropa de dormir. Cuando le quitó la camisa, la previno para
que no recuperara su camisa de dormir.
—La noche es cálida. Estaré más cómodo como estoy, —explicó
en voz baja, bebiendo la belleza de su esposa mientras la mantenía

541
cautiva es su suave agarre. Había disfrutado de su compañía todo el
día, pero solo habían compartido algunos besos afectuosos.
Margaret evitó su mirada, sintiendo el calor de su mirada
despertar sus propios anhelos. La vista de su pecho desnudo solo
aumentó su deseo de tocarlo. Temía que no sería un buen augurio
saciar sus deseos el uno para el otro esta noche, sabiendo que no debía
esforzarse demasiado.
—Debo vestirme, —susurró como una excusa para escapar de él.
Estaba tristemente aliviada de sentir que su mano renunciaba a
su control. Sin decir palabra, se fue para ir a su habitación y sus faldas
anunciaron su retirada.
Cuando Margaret regresó poco tiempo después, su esposo
parecía cómodamente relajado y sentado contra las almohadas en su
gran cama. Una sábana blanca de algodón estaba puesta hasta su
cintura, pero su torso quedó expuesto. Se desconcertó al descubrir
que todavía estaba desnudo.
Margaret tragó saliva mientras se acercaba a la cama.
—¿Quieres que lea de nuevo? —le preguntó con un tono ligero,
tratando de sonar tranquila mientras intentaba mantener sus ojos
únicamente entrenados en su rostro.
—Solo habla conmigo —invitó con una voz que hizo temblar sus
entrañas.
Se metió en la cama, arrodillándose casualmente a su lado.
—Te ves bien, —señaló, porque realmente había hecho un
progreso notable hoy. Ya no parecía de ninguna manera, pálido o
débil.
—Estoy bien atendido, —respondió con una sonrisa cómplice.

542
El corazón de Margaret se llenó de gratitud porque él parecía
no verse afectado por los acontecimientos del día anterior. Pudo haber
sido mucho peor. Las imágenes oscuras y aterradoras que había dejado
de lado durante horas de repente se apresuraron a atormentarla. —Si
te hubiera perdido… —tartamudeó, pero fue silenciada por la suave
presión del pulgar de él en sus labios.
Sus dedos se extendieron a lo largo de su mandíbula y
suavemente agarraron su cuello.
—Shh, no lo hiciste. Estoy aquí, —la consoló mientras la
acercaba un poco más.
Todavía sacudida por sus mórbidos pensamientos, pensó en su
papel en el sórdido drama de todo.
—Oh, John, si solo hubiera… —comenzó, pero esta vez fue
silenciada por un tierno beso.
Cuando sus labios se separaron lentamente de los de ella, miró
a las profundidades de sus ojos inquisitivos.
—No te culpes por lo sucedido. Lo prohíbo. No eres
responsable de nada de eso. ¿Me entiendes? —Exigió, sosteniendo su
rostro a centímetros del suyo, sus penetrantes ojos azules la
hipnotizaron.
Margaret asintió con la cabeza en manso cumplimiento.
—Bien, —suspiró, antes de acercar sus labios a los suyos y besarla
suavemente al principio y luego con creciente fervor.
Sus manos se deslizaron por los planos moldeados de su pecho
para acariciar la fuerte columna de su cuello y pasar sus dedos por su
cabello grueso y oscuro. Su toque enardeció su necesidad y se
perdieron en la mezcla entusiasta de lenguas mientras se besaban con
lenta deliberación.

543
Cuando se separaron, John mantuvo su rostro cerca, acunando
la parte posterior de su cuello con su mano.
—Quiero amarte, —declaró, su voz entrecortada con anhelo.
—No podemos… estás herido, —protestó vacilante, aunque su
propio deseo anhelaba cumplirse.
—Estoy mucho mejor, —respondió con entusiasmo, con los ojos
fijos en sus labios.
—Pero te lastimarás el brazo. No debes, —argumentó de mala
gana mientras su pulso latía por la cercanía de su boca y la sensación
suave de su hombro bajo sus dedos.
—Hay maneras… —sugirió con voz sensual mientras comenzaba
a inclinarse más sobre las almohadas.
Margaret lo miró nerviosamente mientras se relajaba, vacilante
en seguir su ejemplo.
—No me hare daño, —le aseguró, discerniendo su
incertidumbre. Una sonrisa tortuosa apareció en su rostro—. Por el
contrario, estoy bastante seguro de que ayudaras a mi recuperación, —
prometió mientras retiraba hábilmente algunas almohadas detrás de él
y se movía para acostarse más en la cama. La agarró del brazo y tiró de
ella ligeramente hacia él, sus ojos le hicieron señas.
No pudo resistirse a él. Margaret se movió tímidamente para
inclinarse sobre él, su largo cabello rozando su pecho desnudo.
—Entonces, si me prometes que no te lastimaras, haré todo lo
posible para complacerte, —respondió en voz baja mientras su sonrisa
pícara iluminaba lentamente su rostro.
John soltó un suspiro lento y lujurioso y la atrajo hacia abajo
para acercar su boca a la suya.

544

A la mañana siguiente, Hannah fue sola a la iglesia, dejando que


John y Margaret descansaran y evitaran el remolino de curiosidad que
se acumularía a su paso. Luego se enorgulleció entre la multitud que
se agitaba, tomando nota cuidadosamente de aquellos que preguntaban
por su hijo con sincera preocupación y de aquellos que solo
pronunciaban las palabras y sin duda susurraban a sus espaldas.
A su llegada a casa, se dedicó a ordenar a los sirvientes que
hicieran los preparativos finales para sus invitados al almuerzo mientras
su hijo y su esposa se vestían y bajaban para recibirlos.
Nicholas y Mary llegaron temprano y Margaret felizmente los
hizo pasar al salón.
John llevó a Higgins al aparador al otro lado de la habitación y
le sirvió una copa de jerez, mientras Margaret intentaba hacer que Mary
se sintiera cómoda en los alrededores desconocidos de la casa del
Maestro.
Asustada por la presencia de la anciana Sra. Thornton, Mary
habló en voz baja cuando Margaret preguntó por lo niños Boucher,
apenas levantó la cabeza, excepto para mirar ocasionalmente los
elegantes muebles de la amplia sala.
Cuando se anunció el almuerzo, todos se trasladaron al
comedor donde los manteles impecables y los brillantes arreglos de la
mesa provocaron una mirada de asombro de la humilde chica
trabajadora. Mientras se servía una delicada sopa de berros, la
conversación se centró en el éxito de la escuela de Margaret. Mary

545
escuchó atentamente a su padre hablar con el Maestro y su familia,
enmudecidos por estar sentados socialmente con tan alta compañía.
Siempre le había parecido que el Maestro caminaba como un dios
entre ellos, y la severa matriarca sentada frente a ella era apenas menos
intimidante. Todos los trabajadores la tenían como la Maestra de tareas
más estricta.
La joven se sonrojó cuando la charla cambio para mencionar la
cocina de los trabajadores y los talentos de Mary como cocinera.
—Quizás algún día encuentres trabajo en una de las mejores
casas de Milton, —sugirió amablemente la anciana Sra. Thornton.
El corazón de Mary latía violentamente por ser el foco de
atención. Trago saliva antes de responder.
—Estaría agradecida por tal trabajo en el futuro, pero dudo que
pueda encontrar trabajo en una casa tan buena como ésta. Es una casa
muy buena, señora, —agregó, ansiosa por felicitar a la señora de toda la
vida de la casa.
La señora Thornton sonrió ante las palabras de la niña y sintió
una punzada de compasión por el nerviosismo.
—No siempre he vivido dentro de estos grandes muros. Mi hijo
trabajó duro para ganar este lugar. Hemos vivido en lugares mucho más
humildes, —relató para reducir la barrera entre ellos.
La señora Thornton no estaba avergonzada de su historia ya
que se relacionaba con el ascenso de su hijo al éxito, pero rara vez
encontraba apropiado mencionarla en los círculos de la sociedad en
los que ahora caminaba.
Al notar la expresión de sorpresa de la niña, el Sr. Thornton
explicó:

546
—De hecho, cuando me convertí en el jefe de la familia cuando
era joven, nos mudamos a varios kilómetros de distancia de
Altrincham, donde encontré trabajo en una tienda de telas. Ahí fue
donde aprendí por primera vez de telas, Higgins, —comentó.
Dirigiendo su atención a sus dos invitados, continuó.
—Vivimos, los tres, en una humilde vivienda de dos habitaciones
no muy diferente de la que viven actualmente. Nos mudamos de
regreso a Milton cuando me ofrecieron una especie de asociación con
el ex propietario del Molino. Aprendí el oficio rápidamente y se me
recomendó ser el Maestro cuando murió mi mentor. Han pasado casi
diez años que hemos vivido aquí—, finalizó en voz baja, compartiendo
una pequeña sonrisa con su madre antes de regresar a su comida.
Margaret estudió a su esposo con adoración. Solo había
escuchado dos veces de sus propios labios un recuento de su pasado.
Escuchaba con fascinación cada vez que lo contaba, porque siempre
aprendía un poco más de su increíble personaje. Por un breve
momento, trato de imaginarlo en su yo más joven y se preguntó cuan
impresionante habría sido para ella incluso en ese momento. No podía
amarlo más ferozmente. La humildad que expresó en sus grandes
logros y poder, nunca dejó de sorprenderla. No conocía a ningún otro
hombre en la tierra como él y cuando sus ojos buscaron los de ella un
segundo después, una efusión de calidez la atravesó con tanta fuerza
que sintió su rostro brillar con profundo afecto.
Nicholas habló de su propia historia y se proclamó nacido para
el comercio y que su padre también había trabajado en las fábricas de
algodón de esta ciudad, cuando eran nuevas y aún más peligrosas.
Relato el lento progreso que había visto en las condiciones de trabajo
de las manos del molino a lo largo del tiempo, y expresó su sincero
deseo de ver más por venir. Algún día en el futuro, se atrevió a esperar,

547
ansiaba ver a los niños alejados de la fabricas y tener la oportunidad de
buscar su propio camino en la vida.
Cuando se sirvió la Bagatela de frambuesa, Mary comenzó a ver
al Maestro y a su madre con una luz más suave. Aunque todavía
pensaba que su anfitrión era un dios, él tenía más cualidades humanas
que antes y la sobria señora de larga data parecía casi amable a veces.
La Sr. Thornton ganó un nuevo respeto por el leal empleado
de su hijo. A pesar del hecho de que pudo haber salvado la vida de su
hijo, ella percibió en él una mente aguda y un espíritu dedicado. Y ella
no pudo evitar sentirse impresionada al saber que él había adoptado a
los niños huérfanos de un compañero de trabajo que se había quitado
la vida desesperado durante la huelga.
Margaret estaba contenta de que el almuerzo haber ido bien.
Mary y Nicholas se veían más como en casa que cuando habían llegado
por primera vez, y su suegra parecía haber alentado a los invitados del
distrito de Princeton. Sobre todo, estaba contenta de ver a su esposo
bien y feliz, rodeado de aquellos que realmente se preocupaban por él.

La casa cayó en un tranquilo silencio después de que los invitados


se fueron. La familia Thornton permaneció en el salón haciendo sus

548
propias actividades, como era su costumbre. No habían estado solos
durante una hora todavía cuando Jane anunció un visitante.
—¡Sr. Bell! —Margaret felizmente exclamó, y se levantó para
saludar a su padrino cuando él entró en la habitación.
—Vine tan pronto como pude, —le aseguró en voz baja,
tomando sus manos cariñosamente.
La cabeza de John se giró hacia su esposa, sus ojos azules la
cuestionaron mientras también se levantaba para saludar al anciano.
Margaret inclinó la cabeza algo culpable por un momento, antes
de levantarla nuevamente para hablar con su invitado.
—Creo que hay algunos asuntos de negocios que pueden
resolverse con su ayuda. Espero que le de tranquilidad al Sr. Thornton,
para que pueda descansar más fácilmente, —explicó dócilmente,
esperando que su esposo la perdonara, por su audaz acción al llamar
al Sr. Bell a Milton.
—Lamento mucho lo de tu lesión, Thornton, —relató el visitante
de Oxford al hombre de la casa mientras se estrechaban la mano. —Te
ves extraordinariamente bien considerando las circunstancias. ¡Qué
incidente más desafortunado! Me temo que está en todos los
periódicos. Esperaba que tu telegrama transmitiera noticias más felices
—insinuó el Sr, Bell con una sonrisa maliciosa.
Margaret se sonrojó ante su comentario.
—En realidad, tenemos buenas noticias. Esperamos a nuestro
primer hijo hacia el final del invierno, —anunció con gusto.
—¡Esplendido! ¡Felicitaciones, Thornton! Me alegra saber que
habrá un heredero. Una noticia maravillosa, de hecho, —se dirigió a los
dos.

549
—Debe de estar complacida, Sra. Thornton, de esperar a su
primer nieto, —dijo volviéndose para reconocer a la mujer mayor.
—Sí, lo estoy, —respondió mientras una cálida sonrisa llegaba a
sus labios e iluminaba su rostro. Se puso de pie para atender al erudito
de Oxford—. Su viaje fue largo. Déjeme traerle un refrigerio. Enviare
un poco de té, —ofreció.
—Gracias, —respondió el señor Bell cortésmente.
Margaret le hizo un gesto para que se sentara y la pareja se sentó
frente a él.
—Sr. Bell… —comenzó a inquietarse el Sr. Thornton. No había
estado preparado para presentar su solicitud de préstamo a su
arrendador.
—Perdóname por ser tan brusco, —interrumpió el Sr. Bell—,
pero creo que tengo algo de interés que decirte —anunció con aire de
autoridad.
—Por supuesto, —respondió el Sr. Thornton, con un
movimiento de cabeza inclinado, aprensivo por lo que el caballero de
Oxford podría decir.
—Tuve mucho tiempo para reflexionar mientras estaba en el
tren y ya he tomado una decisión, —declaró, atrayendo la atención de
sus oyentes—. Como saben, no tengo una familia a la que pueda legar
mis posesiones. Hace tiempo que tengo la intención de legar mi
riqueza mundana a mi ahijada, Margaret, cuando deje esta existencia,
relató seriamente—. Ahora, no veo ningún sentido en hacer que esperes
a que muera. Prefiero disfrutar de verte usar mi dinero ahora. Tengo
más de lo que un viejo como yo podría necesitar, —explicó.
—Sr. Bell… —Margaret intentó protestar mansamente, pero el
anciano levantó la mano para silenciarla.

550
La señora Thornton regresó junto entonces, con un plato de
bollos con mantequilla.
—Ahora entonces, mi decisión está tomada no aceptare ninguna
discusión. Firmare la escritura del molino y la casa para usted
Thornton, como cuidador de mi querida Margaret, —declaró con
firmeza.
El plato de porcelana resonó cuando Hannah lo colocó delante
de su invitado. Sin estar preparada para escuchar semejante
pronunciamiento, se quedó momentáneamente sorprendida al darse
cuenta de que todo por lo que su hijo había trabajado ahora le sería
entregado. Sería el único propietario del Marlbrough Mills y de toda la
propiedad circundante. Se sentó en su asiento, desconcertada sobre
cómo había sucedido todo esto.
El Sr. Thornton se movió para hablar, pero el rico propietario
le indicó que se callara.
—Escúchenme; estoy casi terminando. También recientemente
recibí un retorno muy lucrativo de una inversión y me gustaría darle
£5,000.00 para ayudarte a soportar este giro desfavorable en los
mercados, —propuso gentilmente.
El Sr. Thornton se quedó momentáneamente sin palabras.
—No sé qué decir… —respondió sacudiendo la cabeza con
asombro.
—¡Bien! Entonces todo está arreglado. Tendré los papeles
redactados lo antes posible, —respondió el Sr. Bell con feliz
determinación.

551
Esa noche, después de que el Sr. Bell cenó con ellos y se retiró
a su habitación, el Sr. Thornton le pidió unos momentos privados con
su madre. Margaret subió a prepararse para la cama.
El salón estaba oscuro con el resplandor de la luz de la lámpara.
—“El justo es liberado de problemas… he aquí, el justo será
recompensado en la tierra”, —citó la Sra. Thornton, las Escrituras
solemnemente, mientras miraba orgullosamente a su hijo. —Has sido
salvado dos veces, tanto corporales como ahora de tus esfuerzos
mundanos, —declaró en reverencia por cómo se desarrollaron los
acontecimientos—. Tus problemas con el molino han terminado.
—Sí, pero todavía hay asuntos que están sin resolver, —
reconoció humildemente—. Habrá un juicio y entonces hablaremos, —
dijo con cansancio sobre los días por venir.
Hannah suspiró con tristeza ante sus palabras y miró hacia otro
lado con desconcierto.
—Sí, se habla de una conexión entre Margaret y Slickson, —
afirmó.
John permaneció estoicamente impasible. Ya había oído hablar
de estos rumores y sabía que se hincharían ante la noticia del tiroteo.

—Gracias a Dios no se conoce la condición de Margaret, —


pronunció con cierto consuelo.
Hannah inclinó la cabeza con grave angustia.
John distinguió su angustia y su corazón se hundió en el miedo.
Su madre levantó la cabeza, pero no podía mirar a su hijo a los
ojos.
—Fanny fue descuidada en su charla, —reveló.

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John cerró los ojos con repulsión.
—¿Esta realmente ansiosa por ver el nombre de su familia en el
polvo? —farfullo enojado.
—Lo lamentó, John. Tratará de enmendarlo, —explicó en débil
defensa de las acciones de su hija.
John soltó una risa amarga.
—¿Enmendar? Será demasiado tarde para eso. Sabes lo que
dirán, —habló con vehemencia.
—Sí, —admitió suavemente—. Los siento, John. ¿Qué harás? —
Preguntó su madre, levantando sus ojos hacia los de él.
—¿Qué se puede hacer? Siempre habrá personas tan
reprobables. Nunca los entenderé, pero no significan nada para mí.
Sus palabras no son nada. Mantendremos la cabeza alta y
continuaremos como siempre. No me importa que dicen otros. Solo
pido proteger a Margaret de escuchar tales calumnias. Rezo para que
no se entere, —concluyó reflexivamente.
—Lo siento, John, —ofreció nuevamente Hannah, sintiendo
profundamente su dolor como propio.
John se levantó de su asiento.
—Todo esto pasará. No alterara nada. Estoy feliz, madre, —le
aseguró con más calma, tratando de ignorar su preocupación por lo
que no podía controlarse.
El semblante de Hannah se levantó.
—Lo sé, —le respondió con cariño—. Te has casado bien, —
reconoció, dándole una mirada significativa.

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John sonrió cálidamente ante su admisión, comunicando su
agradecimiento con un brillo en los ojos mientras se giraba para seguir
a su esposa escaleras arriba.
Apenas había comenzado a desnudarse cuando Margaret entró
en la habitación con su camisón verde de seda brillante. Sus ojos
permanecieron fijos en ella mientras se acercaba a él.
—Aquí, déjame ayudarte, —dijo mientras comenzaba a
desabrochar los botones de su chaleco. No pudo contener la sonrisa
satisfecha que se deslizó por su rostro mientras trabajaba, ni pudo
resistirse a dejar que su mano se deslizara por la superficie sedosa de
su cintura o acariciar su cuello. Respiró hondo par inhalar el aroma a
jazmín que siempre llevaba.
—Compórtese, Sr. Thornton, mientras trato de atenderlo, —lo
reprendió burlonamente con una sonrisa que no pudo ocultar.
La sonrisa de John se ensanchó.
—Si deseas que me comporte, entones no deberías usar ropa tan
tentadora, —respondió, levantado una ceja.
—Tenía ganas de celebrar esta noche, —dijo en defensa de su
elección de ropa de dormir, con un destello de picardía en sus ojos—,
No todos días uno hereda una gran fortuna, —razonó mientras tiraba
el chaleco negro sobre el tocador y comenzaba a trabajar en su camisa.
—Fue valiente de tu parte pedirle al Sr. Bell que viniera aquí sin
consultarme, —fingió una advertencia.
—Quería arreglar las cosas para que pudieras relajarte, —explicó
mientras frotaba sus manos contra su pecho y las deslizaba para
ejercitar los músculos de su cuello en demostración de su deseo de
consolarlo.

554
—Y mira lo que has hecho, —respondió con una burlona
admiración, acercándola contra él.
—Te has convertido en el legítimo dueño del molino y la casa.
Es solo, después de todos tus años de dedicación, John. ¿No estas
satisfecho? —preguntó, buscando en su rostro.
—¿Cómo no estar satisfecho con todo lo que me has traído?, —
preguntó con ternura, sus ojos ardiendo por el amor que sentía por
ella.
—Te amo, —susurró con dolorosa sinceridad mientras lo abrazó
y acercó sus labios a los de él

El lunes por la mañana, Margaret convenció a su esposo de


retrasar unas horas su regreso al trabajo y descansar un poco más. Y
así, por tercer día consecutivo, a John le sirvieron el desayuno en la
cama. Aunque ansioso por volver al trabajo, no pudo evitar disfrutar
languideciendo en la cama con su esposa a la luz de la mañana.
—¿Le dirás a Nicholas del nuevo dueño del Molino? —Preguntó
con una sonrisa cómplice, mientras lo ayudaba a abotonar el chaleco
de su esposo para ir a trabajar.

555
—Los papeles aún no se han firmado. Todavía no soy el dueño
de mi propio molino, —respondió con cauteloso entusiasmo.
Sonriendo ampliamente ante sus palabras, Margaret sabía muy bien
cuanto significaba para él alcanzar el estatus de un terrateniente.
—Pronto serás verdaderamente el soberano de todo lo que
examines, —dijo con orgullo mientras tiraba de su cuello y lo preparaba
para recibir la corbata negra que lo rodeaba.
—¿En efecto? —respondió sugestivamente con las cejas
arqueadas.
Margaret sonrió tímidamente antes su respuesta burlona.
—Creo que he caído bajo tu poder hace algún tiempo, —admitió
abiertamente mientras se estiraba para acomodar la tela de seda negra
alrededor de su cuello.
Me gustaría pensar que tenemos el mismo gobierno sobre el
otro, —respondió cariñosamente—. Al menos aquí en este lugar.
Encuentro tu dominio bastante fascinante, —insinuó burlonamente con
una sonrisa maliciosa.
—¡John! —lo regañó, alejándolo por su descarado comentario y
se sonrojó ligeramente ante su insinuación.
John la atrajo hacia él y le dio un beso conciliador en la frente,
pero no puedo contener su amplia sonrisa ante su reacción.
—¿Harán algún anuncio a los trabajadores? —preguntó
Margaret, cambiando hábilmente el tema de vuelta al molino mientras
se disponía nuevamente a atar su corbata.
—No lo sé. Supongo que podría hacer que Higgins les pida a los
hombres que se queden un minuto después del último silbato, —
respondió pensativo.

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—Creo que sería maravilloso. ¿Podría asistir? Me encantaría
escucharlo, —preguntó con entusiasmo, retrocediendo para revisar su
trabajo.
—Por supuesto. Te esperaré, —respondió cálidamente y le dio
un beso afectuoso.

Cuando sonó el silbato al final del día, Margaret acompaño a su


esposo mientras caminaban desde su oficina al enorme cobertizo de
tejido. La multitud de hombres y mujeres trabajadores que rodeaban
la maquinaria inmóvil estalló en aplausos ante su aparición.
El Maestro se conmovió por sus expresiones de buena voluntad
y buscó en los rostros de la multitud con igual medida de orgullo y
humildad ante el vínculo de simpatía que se había forjado entre el
maestro y los hombres.
El señor Thornton levantó la mano y el estruendo se calmó
rápidamente.
—Como saben, el negocio no ha sido bueno y seguramente han
oído hablar del cierre de la fábrica. Les diré cuáles son los planes para
Marlborough Mills para que no haya dudas, —anunció con autoridad
en auge, mirando hacia afuera sobre la masa de rostros ansiosos—.

557
Vamos a seguir trabajando. No vamos a cerrar las puertas. Todos
vamos a tener trabajo, —proclamó con el aumento de fervor que los
gritos y chillidos de los trabajadores comenzaban a llenar la fábrica con
un rugido de júbilo.
El Maestro y su esposa observaron con rostros brillantes, las
bulliciosas payasadas de la multitud. Cuando la señora entrelazó el
brazo con el de su esposo y lo miró con adoración, el señor Thornton
se volvió hacia ella y ambos sonrieron con exaltada felicidad.

558
— CAPÍTULO 21—

Desde salones privados y clubes señoriales de caballeros, hasta


pubs ruidosos y cuartos de servicios simples, la charla de Milton giró
en torno al tiroteo en Marlborough Mills y el próximo juicio. En el
distrito de Princeton, los trabajadores de Thornton no eran inmunes a
la importancia personal que crecía en sus pechos cuando se les buscaba
para su interpretación de los acontecimientos de ese día. La mayoría,
sin embargo, juró por la fidelidad a la esposa del Maestro y denunció
los sórdidos rumores que levantaron las cejas de las damas bien
peinadas en la hora del té y provocó risitas burlonas de los hombres en
las salas de billar llenas de humo.
El Sr. Thornton y su esposa continuaron con sus rutinas diarias,
sin inmutarse por el torbellino de chismes sobre la ciudad. De repente,
llosa mayoría de los destinatarios de una afluencia de invitaciones
sociales, fueron rechazados cortésmente, eligiendo asistir a reuniones
ocasionales para sofocar el escrutinio sospechoso con su placida
compostura y satisfacción genuina.
Margaret se condujo con tranquila dignidad, consciente de que
las vociferantes diatribas de Albert sin duda habían incitado una gran
cantidad de rumores sobre un enredo romántico. Se consoló a sí
misma para soportar tal calumnia sabiendo que era inocente de
cualquier comportamiento inapropiado. Estaba especialmente
agradecida de que su embarazo aún no fuera evidente ya que creía que
su condición era conocida solo por la familia de su esposo, Nicholas y
Mary.

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La señora de Marlborough Mills caminó con paso decidido por
el patio del molino una mañana de una semana antes del juicio. El sol
de finales de agosto calentó el aire mientras ascendía hacia su pináculo
de gloria, escondido detrás de los grises moteados de los cielos
sombríos de Milton. Aunque rodeada por el mundo incoloro de la
creación del hombre, sonrió con satisfacción ante la esperanza y el
progreso que representaba la empresa de su esposo. Imaginó una
prosperidad compartida, en la que tanto el Maestro como los hombres
se beneficiaron del trabajo diligente del otro.
Una pequeña bandada de niños se reunió alrededor de sus
faldas mientras se acercaba al aula.
—¿Por favor, señorita? —Preguntó una joven niña mientras
miraba inquisitivamente a los ojos de Margaret.
—¿Sí, Nancy? —La Sra. Thornton respondió cortésmente
cuando llegaron a la puerta, mirando a la niña con cariño.
—¿Realmente va a tener un bebé? —la niña preguntó
inocentemente, con los ojos muy abiertos por la expectativa.
La sonrisa de Margaret se desvaneció y se puso pálida ante la
pregunta. —¿Qué te hace preguntar eso, Nancy? —preguntó
ansiosamente, tratando de ignorar la pregunta como curiosidad infantil.
—Escuche a mi mamá y a mi padre discutiendo sobre eso. Mamá
dijo que llevas un bebé, pero mi papá dijo que no, que eran solo
tonterías. Incluso si lo llevas, dice papá, no habría nada que ocultar al
respecto, —dijo triunfante, esperando que las palabras de su padre
complacieran a la señora.
Margaret se sintió mareada por el miedo.

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—Voy a tener un bebé, Nancy, pero estaba destinado a
mantenerse en secreto un poco más, —le dijo amablemente a la niña
en voz baja.
La niña asintió entendiendo y todos tomaron su lugar para
comenzar la escuela.

Tan pronto como sonó el silbato para el descanso del medio día,
Margaret se apresuró a ver a su esposo. Distraída e inquieta desde la
inesperada consulta de la niña, se había retorcido las manos en las
últimas horas en contemplación de todo lo que implicaba.
Entró en la oficina del Maestro y cerró la puesta detrás de ella
sin decir una palabra.
John levantó la vista de su trabajo, al mismo tiempo alarmado
por su aspecto hosco y la mirada indiferente en sus ojos.
—Margaret, ¿Qué pasa? ¿Estás enferma? —preguntó, su ceño
fruncido por la preocupación mientras abandonaba su escritorio para
acercarse a ella.
—No, no, —le aseguró ella con poco entusiasmo, solo
brevemente encontrando su mirada—. Acabo de descubrir algo
bastante… inquietante, —reveló con tristeza.

561
Siempre alerta para protegerla del daño de la conversación
descuidada, instantáneamente supuso su descubrimiento.
—¿Qué has escuchado? —exigió con temor.
Margaret lo miró inquisitivamente y una chispa de
reconocimiento cruzó su rostro.
—Lo sabías, —pronunció en voz baja con asombro.
Apartó la vista. —Esperaba que te libraras de lo peor de esto, —
admitió, con una expresión de dolorosa angustia en su rostro.
—Oh, John, —respondió, sus palabras confirmaron sus temores—
. ¿Cómo se dio a conocer? —se preguntó, cautelosa de saber la verdad.
John lanzó un suspiro.
—Fanny fue descuidada en su charla, —respondió, amargamente
decepcionado por el carácter frívolo de su hermana.
Margaret guardo silencio mientras consideraba con
consternación lo que podría haberse dicho a sus espaldas durante estas
semanas.
Su estómago se revolvió con inquietud ante la idea de lo que su
esposo debió haber soportado, ante el ridículo y las miradas sarcásticas
que podrían haberlo acosado.
—¿Cómo puede la gente ser tan vil? —preguntó con
desesperación, aunque sabía muy bien por sus años en Londres, como
aquellos vestidos con las ultimas modas podían ocultar intenciones
maliciosas detrás de agradables sonrisas—. Tu honor… —su voz se
apagó cuando no pudo terminar su pensamiento.
Sus ojos brillaron con intensidad cuando la agarró por los brazos
y la atrajo hacia él.

562
—Mi honor no ha sido tocado, y tu reputación permanece
inmaculada. Tal conversación es como la paja del trigo. No significa
nada. Lo que sabemos que es verdad se sabrá pronto, que el niño es
mío, —declaró. Bajando la voz ante sus últimas palabras mientras sus
ojos viajaban hacia su centro, donde la evidencia de su unión se
mostraría.
John notó cuan bellamente se sonrojó cuando el levantó los ojos
hacia su rostro. El deseo posesivo lo recorrió ante la noción de los
privilegios que le otorgaba como su esposo. El contorno de sus suaves
labios y su piel translucida y suave le hizo señas para que la probara
incluso cuando el recuerdo de todo lo que habían compartido hasta
ahora aumentaba su ardor. Cuidadosamente, consciente de que este
no era el momento ni el lugar para demostrar su pasión, la envolvió en
su abrazo y se inclinó para besarla tiernamente.
Liberando sus labios de los de él, buscó en sus ojos para medir
el efecto de sus tranquilizadoras garantías.
Margaret lo miró con tranquila confianza y efusiva adoración, su
fuerza y resolución la fortalecieron para resistir lo que fuera a atacar.
Se sentía anclada en un amor indiscutible y sabía que la tempestad
furiosa pronto pasaría sobre ellos, dando paso a una tranquilidad
bañada por el sol.
—Prométeme que no dejaras que esa tontería sin valor te moleste
de nuevo, —imploró, queriendo asegurar su paz de la preocupación
invasiva.
Margaret asintió con la cabeza en silenciosa seguridad y extendió
la mano para entrelazar sus brazos alrededor de su cuello para unirse
a su fuerte forma.

563

Cuando llegó la mañana del juicio, el Tribunal de lo penal estaba


lleno de gente que deseaba ver qué drama podría desarrollarse. Los
que estaban en la parte de atrás estiraron el cuello para echar un vistazo
al Maestro de Marlborough Mills y su esposa, quienes se sentaron
serenamente en la primera fila justo detrás de la balaustrada. El brazo
de Margaret estaba acurrucado debajo del de su esposo y John sostuvo
su mano enguantada discretamente en la suya con firme propósito. La
anciana Sra. Thornton estaba sentada rígidamente junto a su hijo con
la barbilla en alto.
La luz del sol en ángulo, echo un vistazo a la sala del tribunal a
través de ventanas entreabiertas, permitiendo que la mano de la
naturaleza ubicara este insignificante evento humano en su contexto
adecuado.
Un silencio cayó sobre la asamblea cuando el juez entró y el
acusado fue llevado.
Ya no desafiante y orgulloso, Albert Slickson parecía inquieto y
miraba al suelo.
El juez abrió el juicio y presentó cargos contra el joven que había
causado tal caos.
Cuando se le preguntó cómo se consideraba, Slickson levantó
los ojos y buscó la mirada de Margaret solo para encontrar que su
cabeza se inclinaba recatada.

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—Culpable, —respondió en voz baja, tragando saliva para
mantener una apariencia de dignidad.
Los murmullos surgieron de la asamblea mixta de las masas de
Milton mientras el acusado continuaba:
—Actué precipitadamente con… intenciones enormemente
engañadas, —ahogó las palabras con dificultad, mirando a su padre, que
miró severamente a su hijo para continuar con su discurso bien
ensayado—. Espero que los heridos me perdonen, —concluyó,
atreviéndose a mirar a la familia Thornton.
La expresión del señor Thornton permaneció fría mientras los
ojos de Margaret se dirigían brevemente hacia Albert ante su vacilante
confesión.
Se permitió que la fiscalía presentara su caso, delineando
cuidadosamente la naturaleza y circunstancias exactas del ataque contra
el Sr. Thornton al interrogar al acusado y recurrir a varios testigos,
incluido Nicholas Higgins.
Una vez que se creó una imagen clara del crimen, el astuto
abogado se propuso aclarar el motivo detrás de las acciones del Sr.
Slickson.
—Dijiste antes que actuaste precipitadamente con intenciones
engañosas. ¿Es correcto, señor Slickson? —Preguntó el fiscal.
El acusado respondió afirmativamente.
El cálido aire de agosto exacerbo la incómoda quietud de la
habitación. Unas pocas moscas zumbaban irrespetuosamente mientras
las damas bien vestidas se abanicaban silenciosamente.
—¿Explicarás por qué fuiste a Marborough Mills con una pistola
y buscaste deliberadamente al Sr. Thornton? —El abogado posó con
deliberación. Los ojos de Albert se movieron incómodos y sus

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hombros se agitaron mientras miraba nerviosamente a sus padres y
luego volvió a mirar a Margaret con un toque de doloroso anhelo.
—Estaba enamorado de su esposa, —respondió con valentía,
levantando ligeramente la barbilla en el aire en defensa de sus
emociones.
Jadeos y susurros inundaron el tenso silencio de la sala del
tribunal. Margaret cerró los ojos con profunda vergüenza cuando su
esposo le dio un apretón tranquilizador en la mano.
El juez golpeó su martilló en silencio y la fiscalía reanudó su
interrogatorio.
Esto le pareció una eternidad a Margaret, la historia de lo que
había pasado entre Albert y su esposo fue arrastrada a la superficie. Su
corazón latía violentamente cuando su esposo fue llamado a testificar y
lo escuchó explicar sus propias acciones y la razón detrás de la violencia
que había infligido al Sr. Slickson.
Margaret dio un suspiro de alivio cuando Albert admitió sus
avances no solicitados y quedó claro que no necesitaría testificar.
El resto del juicio fue rápido y no paso mucho tiempo antes de
que el jurado regresara con el veredicto:
—Culpable de todos los cargos, incluido el intento de asesinato.
La sala del tribunal una vez más estalló en susurros sorprendidos
y aclamación justa.
Cuando el juez silenció la asamblea, pronunció solemnemente
la sentencia. En deferencia a la confesión de culpabilidad del acusado
y arrepentimiento admitido por su comportamiento apasionado, sería
transportado a Australia y se le exigirá que permanezca allí por no
menos de diez años.

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La madre de Albert fritó angustiada; ella se sintió aliviada de que
su hijo hubiera evitado la muerte, pero se afligió al pensar que su hijo
sería enviado al otro lado de la tierra.
La sala del tribunal estaba llena de conversaciones emocionadas
mientras la multitud se dispersaba lentamente. El Sr. y la Sra. Thornton
solo intentaron escapar de la multitud, pero fueron perseguidos con
felicitaciones por la justicia servida y condolencias por sus dificultades.
Acababan de salir del majestuoso edificio cuando Ann Latimer
llamó a Margaret justo cuando el Sr. Thornton entablaba conversación
con otro conocido.
—¡Sra. Thornton! ¡Qué alivio debe sentir que todo este asunto
se detenga por fin! Debe haber sido terrible soportar rumores tan
escandalosos —la señorita Latimer le ofreció su falsa simpatía,
sonriendo cortésmente. Un destello desviado en su ojo reveló su
alegría secreta.
Margaret sonrió a cambio con una oleada desafiante de picardía.
—En realidad no fue tan grave. Mi esposo y yo no prestamos
atención a las mentiras infundadas, —respondió en un tono ligero—. Es
un pequeño consuelo recordarnos que una conversación tan vana solo
revela las mentes de los oradores. Estas personas no merecen nuestra
atención, —contestó alegremente, con los ojos brillando en victoria.
El semblante de la señorita Latimer cayó y echó la cabeza hacia
atrás cuando Margaret se volvió hacia su marido una vez más.
La pareja casada finalmente eludió a la multitud persistente,
pero Hannah Thornton fue atrapada por un circulo de conocidos
solícitos y finalmente acepto que la llevaran a tomar el té. John condujo
a su esposa rápidamente por las calles con un paso ligero. Cuando se
alejaron del palacio de justicia, el Maestro relajó el paso y sonrió a su
esposa. Un vigor exaltante lo atravesó al haber cerrado la puerta a este

567
episodio angustioso de sus vidas. No vio más que cielos soleados
delante de ellos.
Entró espontáneamente en una floristería y salió con un
abundante ramo de rosas rosadas, cremas y amarillas para su esposa.
Margaret exclamó con placer por su improvisado regalo y no pudo
dejar de sonreírle a su esposo, gloriosamente feliz de verlo tan
despreocupado.
Cuando llegaron a casa, John la acompaño por la gran escalera,
deteniéndose para besarla dos veces. La felicidad de Margaret
burbujeó en una risita suave cuando la detuvo la segunda vez para
buscar sus labios. Al llegar al rellano, la tomó en sus brazos y la besó
adecuadamente, tratando de evitar aplastar las flores entre ellos.
—Necesito poner esto en un jarrón, —protestó Margaret, con un
leve sonrojo cuando finalmente la soltó—. Hacía mucho calor hoy en
la sala del tribunal. Te prepararé un baño refrescante. ¿Por qué no
subes las escaleras y te preparas? Regresaré pronto, —prometió con una
sonrisa fruncida ante su expresión triste.
John dejó a regañadientes a su esposa para hacer lo que se le
ordenaba. Mientras subía las escaleras, una sonrisa tortuosa se extendió
por sus labios.

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Margaret se arremangó y probó el agua. Estaba tibia, justo para
un día bastante cálido. Sonrió al pensar en la exuberancia de John,
mientras iba a buscarlo. La sobresaltó abriendo la puerta casi tan
pronto como lo llamó.
Sus ojos se movieron sobre él. John se paró frente a ella con una
bata de satín de oro y cachemira burdeos con bordes carmesí oscuros.
Su mirada se demoró en el giro casual de la cinta ceñida en su cintura.
¿Que la había poseído para ofrecerle un baño, se preguntó? Sintió una
oleada de calor al ver sus piernas y pies desnudos.
John parecía desfrutar de su vacilante estupefacción.
—¿Me ayudaras a lavarme el cabello? —preguntó esperanzado,
con cuidado de no sonar demasiado ansioso.
—En un rato, —respondió vacilante, sin saber de qué se trataba.
John sonrió con satisfacción y se dirigió a su baño.
Margaret entro al baño unos minutos después de quitarse las
medias y los zapatos. Entró silenciosamente en la habitación y observó
a su marido girar la cabeza atentamente en su dirección.
—Pensé que no vendrías, —confesó.
—Dije que lo habría, —replicó.
—Pensé que me tendrías miedo, —explico con astucia.
Las comisuras de su boca se convirtieron en una sonrisa. —¿Y
por qué debería tener miedo, dime por favor? —Preguntó altivamente.
John sonrió maliciosamente ante su pregunta burlona.
—Porque no puedes resistir mis encantos y mi poder de
persuasión, —respondió con una voz sedosa teñida de una descarada
confianza en sí mismo—. Porque podrías encontrarte como antes y
unirte a mí en mi estado de desnudez, —agregó audazmente.

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Margaret se deleitaba en su juego, decidida de demostrar su
propia destreza.
—Conozco bien sus tácticas, señor. Pero creo que tengo la
ventaja siempre y cuando permanezca decentemente vestida, —dijo
triunfante, con los brazos en jarras.
—Si estas tan segura, entones ven a ayudarme como lo prometiste
—la desafió, impaciente por tenerla a su alcance.
Se movió aprensivamente hacia el baño y exhaló un suspiro de
alivio cuando llegó a su lado y no hizo ningún movimiento para
detenerla. Se agachó para recuperar la jarra para comenzar su tarea,
cuando de repente dejó escapar un grito de sorpresa cuando John la
agarró por la muñeca.
—¡John! —protestó cuando una sonrisa apareció en su rostro.
Sabía que había sido atrapada.
John sonrió ampliamente ante su conquista y tiró de ella
lentamente hacia él.
—Creo que ahora tengo la ventaja, —declaró con inteligencia.
—¡John, déjame ir! Si voy a unirme a ti, déjame quitarme el
vestido, protestó, tirando sin mucho efecto.
—No estoy seguro de poder confiar en ti ahora que te has
comportado con petulancia. Creo que deseo mostrarte quien es el
Maestro aquí —anunció siniestramente con un brillo malicioso en sus
ojos.
—¡John! —hizo una última protesta antes de que la atrajera y la
hiciera entrar sentándola en su regazo.
Margaret se apresuró a darse la vuelta y evaluar el estado de su
ropa, empapada ahora casi hasta el pecho.

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—¡Eres incorregible! —lo reprendió.
John se rio entre dientes de manera irreprimiblemente y se
movió para ofrecer disculpas tangibles, pero le dio un manotazo en las
manos cuando se acercó a ella y John echó la cabeza hacia atrás y se
echó a reír.
Margaret sabía que no podría resistirse a él por mucho tiempo;
el tono bajo de su risa siempre le calentaban el corazón. Pronto sus
labios se mezclaron y los fuertes brazos de su amado la atrajeron a su
poder.

Cuando Hannah pasó por la habitación de su hijo algún tiempo


después, escuchó los débiles tonos de risa que entraban por la oscura
puerta con paneles. Reflexionó sobre los eventos del día mientras
continuaba por el pasillo hasta su dormitorio. Las comisuras de su boca
se volvieron hacia arriba en una sonrisa de satisfacción. Habían
soportado mucho durante las últimas semanas; se alegró de que fueran
felices. Su hijo no merecía menos.

571
Cuando se acercaba el otoño, John se lanzó a su trabajo.
Planificó cuidadosamente los pedidos existentes para asegurarse de
que la fábrica estaría en pleno funcionamiento durante estos meses de
escasez, y planificó diligentemente para que la producción se recupere,
manteniéndose al tanto de cada cambio de presagio en la industria en
el país y en el extranjero.
Margaret decidió que ya era hora de organizar una cena de
Maestros para celebrar el nuevo estatus de su esposo como
terrateniente, lo que lo convirtió en un elemento solido en el panorama
empresarial de Milton. Propuso invitar al propio Ministro del
Parlamento de Milton, el Sr. Wilkinson, como invitado especial y su
esposo la aprobó rápidamente.
La Señora de Marlborough Mills disfrutó mucho y se
enorgulleció de planificar y organizar cuidadosamente el evento, que
estaba segura de que mostraría la prominencia de su esposo en su
campo de negocios. También esperaba impresionar al Sr. Wilkinson
por el relativo éxito de las mejoras sociales que se estaban haciendo en
Marlborough Mills.
La noche de la cena, la joven señora Thornton estaba
tranquilamente compuesta cuando los invitados empezaron a llegar.
Todo estaba en perfecto orden. Se paró con su esposo para saludar
gentilmente a los Maestros y sus esposas en un elegante vestido de satén
violeta.
La entrada del señor Wilkinson y su esposa hizo que Fanny
quedara boquiabierta por un momento y volviera la cabeza de los
demás invitados. El Sr. Thornton y su esposa recibieron calurosamente
a los célebres invitados. El miembro del Parlamento no había olvidado
su conversación en el baile con la vibrante y bella señora Thornton y
esperaba una noche estimulante con anfitriones tan inteligentes.

572
No estaba decepcionado. La conversación se centró en los
desafíos y el futuro de la industria del algodón en Milton y del progreso
industrial y económico en general.
Como Margaret esperaba, a su marido se le buscaba la última
palabra en casi todas las consideraciones. No pudo evitar que las
comisuras de su boca se volvieran hacia arriba y se esforzó por
enmascarar cortésmente el orgullo abrumado que sentía al notar como
la conversación de su esposo obtuvo el profundo respeto de todos los
asistentes.
Cuando se habló de las clases trabajadoras para mencionar la
escuela de Margaret y el comedor del Molino, Margaret se involucró
animadamente en la discusión en desarrollo sobre tales
“experimentos” eran una aventura valiosa. Durante estos momentos,
cuando la hija del vicario discutía con ferviente elocuencia por la virtud
y la practicidad de ayudar a aquellos sin riqueza, le tocaba al Maestro
mirar a su esposa con una sonrisa de admiración. Un destello en sus
ojos y mirada persistente dejaron al descubierto su adoración abierta y
todos menos los menos observadores se dieron cuenta de la fuerte
atracción entre el dueño de la casa y su esposa.
El señor Thornton estaba muy contento con la noche, pero al
despedirse gentilmente de sus invitados con su esposa, se impacientó
más por estar solo con la mujer que había encantado a todos con su
actitud abierta y su gracia impecable.
Margaret sintió los ojos de su marido sobre ella, con un leve
sonrojo en sus mejillas mientras pronunciaba sus palabras de
despedida a los últimos invitados. Se volvió para mirarlo con una
expresión de satisfacción y su esposo la recompensó con una sonrisa
brillante y un efusivo elogio.

573
—Eres una anfitriona asombrosa. Estoy seguro de que el Sr.
Wilkinson nunca ha visto ese vigor intelectual en la forma de una
belleza tan sorprendente. En verdad, eres una maravilla, —murmuró
en su oído mientras la ataba a él, eufórico de sostenerla a ella en sus
brazos por fin.
—Creo que formamos un equipo formidable cuando no estamos
en desacuerdo, —respondió, sonriendo incontrolablemente cuando su
esposo comenzó a rozar sus labios contra su sien—. ¿Me las arreglé
para enmendar esa noche cuando me atreví a contradecir a un anfitrión
tan respetable? —preguntó en broma, ya que sus continuas atenciones
causaron un escalofrió de placer en su columna vertebral.
—Has hecho más que las paces, —respondió con voz ronca—. Y
me gustaría recompensar tu buen comportamiento, —susurró antes de
enderezarse ante el sonido de los pasos de su madre cuando regresó
de ver el nuevo carruaje de Fanny.

Unas pocas semanas después, John se levantó silenciosamente


de su cama a la pálida luz gris de una mañana de octubre. Después de
hacer sus abluciones, regresó a su armario y se quitó la camisa de
dormir para ponerse la reluciente camisa blanca de algodón de su
atuendo diario. Decidido a su tarea de abrochase el frete, se sorprendió

574
gratamente al sentir de repente los cálidos brazos de su esposa rodearlo
por detrás.
—Feliz cumpleaños, querido esposo, —exclamó con voz
somnolienta mientras presionaba su mejilla contra su espalda. El olor
a sándalo y la sensación de su firme abdomen debajo de sus antebrazos
despertaron en ella una hormigueante conciencia de su virilidad.
—¿Es mi cumpleaños? —preguntó casualmente. Una cálida
sonrisa se extendió por su rostro mientras se deleitaba en su abrazo,
cubriendo sus brazos con los suyos.
—Tu madre me dijo. ¿Quieres decir que te has olvidado de tu
propio cumpleaños? —preguntó maravillada, aflojando su agarre.
Se giró para mirarla, manteniendo los brazos de ella cerca de él.
—No he tenido mucho interés en celebrarlo en los últimos años,
—admitió con pesar.
—Bueno, es muy importante para mí, y disfrutaré mucho
haciendo que tu día sea especial, —respondió desafiante, estirándose
para darle un beso afectuoso.
John le devolvió el beso con el suyo y deslizó su brazo alrededor
de su cintura para atraerla contra él. La sensación de su carne curva
bajo la fina tela de su camisón inflamaba su deseo.
—Se me ocurre una forma muy satisfactoria de celebrar… —
sugirió en tono entrecortado al renunciar a sus labios. La obligó a
retroceder mientras daba un paso hacia la cama.
Todavía sin aliento por su beso, Margaret sintió su muslo rozar
contra el suyo y sintió un aleteo profundo en su interior.
—Llegaras tarde, —respondió débilmente con una voz
temblorosa.

575
—Es mi cumpleaños, ¿no? —respondió con las cejas arqueadas
y la movió más hacia la cama.

Margaret se movía nerviosa mientras ella y Hannah le


entregaban regalos a John en la mesa del desayuno.
John agradeció a su madre por un par de guantes de cuero
oscuro y varios pañuelos nuevos que le había dado. No pudo evitar
sonreír ante la impaciencia de su esposa mientras desataba la cinta de
un paquete y retiraba el envoltorio para revelar un chaleco texturizado
en azul cobalto con un fino dibujo en hilo de cobre. Una corbata azul
a juego estaba doblada dentro.
—Creo que te verás deslumbrante en azul. Esto resalta el color
de tus ojos, —explicó Margaret ansiosamente cuando su esposo le
agradeció el hermoso regalo.
John sonrió a cambio, complacido de ser adulado por su bella
esposa.
—Ah, y una cosa más, —agregó Margaret, entregándole un
paquete más pequeño envuelto en papel de colores.
John la abrió para encontrar una caja de bombones, cada uno
envuelto en fino papel.

576
—No me han dado dulces en muchos años, —comentó, mirando
a su esposa maravillosamente con afecto.
—Creo que mereces ser mimado de vez en cuando. Ahora,
asegúrate de llevarlos contigo y guardarlos en tu escritorio. Son solo
para ti. Si los dejas aquí, tu madre y yo podremos devorarlos
inadvertidamente —riendo le dirigió una mirada juguetona a su suegra.
Levantó la caja como le indicó y dándole un beso de despedida
a ambas mujeres, se fue a trabajar con un corazón feliz.


Poco antes del mediodía, Margaret se preparó para salir de la
casa. Le tomaría algún tiempo acostumbrarse al aumento de su tiempo
libre después de abandonar su puesto de maestra. Estaba feliz con la
joven que había respondido a su anuncio en The Guardian.
La señorita Garrart era una joven brillante y amable cuyo padre
era dueño de una tienda en la calle principal, Margaret estaba segura
de que haría un trabajo admirable al dirigir la escuela de la manera en
que comenzó.
Mientras caminaba la corta distancia hacia el molino, Margaret
estaba agradecida de que la temporada más fresca requiriera que usara
abrigo de lana. La cubierta le permitió esconder un poco más la
creciente hinchazón de su vientre. Sabía que su encierro comenzaría
muy pronto y deseaba disfrutar de su libertad el mayor tiempo posible.
Asintió amablemente en reconocimiento a los corteses saludos que
recibió de los trabajadores cuando pasó a la oficina del Maestro.
John levantó la vista de su escritorio cuando su esposa entró y
cerró la puerta detrás de ella, tomando nota de la canasta en su brazo.

577
—Te traje el almuerzo, —anunció con satisfacción—. ¿Has
comido alguno de tus dulces? —Pensó preguntar mientras se acercaba.
John cerro el cajón parcialmente abierto visiblemente, con un
rápido empujón.
—¿Por qué preguntas? —cuestionó con un brillo juguetón en sus
ojos.
Margaret se acercó con curiosidad.
—Simplemente quería saber si recordarías darte un capricho de
vez en cuando, —respondió suavemente con una sonrisa, por sus
sospechas despertadas.
—Soy un hombre muy sencillo, puede que necesites instruirme
en el arte sureño de la indulgencia, —se burló mientras la empujaba
hábilmente sobre su regazo para un beso.
La silla crujió bajo el peso extra, pero Margaret deslizo su brazo
alrededor del cuello de su esposo en sumisión voluntaria.
Un golpe en la puerta los separó abruptamente. Margaret se
liberó de las manos de su esposo y se puso de pie rápidamente
reemplazada por una sonrisa apenas controlada cuando el amigo fiel
reconoció su intrusión.
—Higgins —exclamó el Maestro, —Tu tiempo es impecable, —
comentó con una sacudida de cabeza desconcertada.
—Toqué, —respondió Nicholas en su defensa. —Tal vez debería
tomar su almuerzo en casa, Maestro. Las cerraduras no parecen
funcionar aquí, —bromeó con una sonrisa retorcida y un brillo
malicioso en sus ojos.
El Maestro parpadeo y se mordió la lengua avergonzado
mientras Margaret inclinaba la cabeza con una sonrisa sonrojada.

578
—¿Qué era lo que deseabas decirme que fuera tan importante?
Suéltalo, hombre, —aguijoneo Thornton, con un rastro de sonrisa.
—El telar de Hanson no funciona bien. Algo esta sesgado. He
hecho todo lo posible. Pensé que te gustaría echarle un vistazo antes
de que termine la hora del almuerzo, —informó obedientemente.
El Maestro dejó escapar un pequeño suspiro.
—Haré lo que pueda, —respondió, pero no indicó que
investigaría de inmediato el problema.
—Entonces te dejare almorzar, —respondió Higgins con un
alegre brillo en los ojos. Tiró de la perilla de la puerta para examinar
si realmente había un mecanismo de bloqueo.
—¡Fuera contigo! —Thornton lo persiguió impacientemente con
una sonrisa incontenible.
Higgins contuvo una risa ahogada ante el mandato del Maestro
y rápidamente se fue, cerrando la puerta detrás de él.
Cubriéndose la boca con la mano, Margaret reprimió una risita
avergonzada.

579
Margaret estaba de pie junto a la larga ventana del salón
escudriñando el oscuro patio del molino la figura de su marido.
Llevaba el vestido violeta de la cena de Maestros de hace varias
semanas, aunque Dixon había dejado algunos cierres en la espalda sin
hacer para acomodar su creciente vientre.
Observó atentamente la primera señal de él, sintiéndose
tontamente como una colegiala con su ansiedad. ¿Cómo fue que
después de tantos meses de matrimonio todavía debería sentirse tan
desesperadamente enamorada, tan emocionada al pensar en él
entrando por la puerta? Dudaba que alguna vez cambiara; su deseo de
estar con él durante todo el día no había disminuido desde que
regresaron de Helstone.
Margaret sonrió para sí misma. Estaba contenta de que la señora
Thornton se hubiera ofrecido ir a cenar con Fanny esta noche, porque
si la propiedad lo permitía, estaba segura de que lo esperaría en la
ventana de esta manera todos los días.
Sus ojos se tensaron en la oscuridad hasta que por fin contuvo
el aliento para verlo salir del molino y cruzar el patio. Su estómago
revoloteo cuando se acercó a la casa y se dio la vuelta para acercarse a
la entrada del salón.
—¡Estás en casa! —le dio la bienvenida cuando apareció por la
entrada, rodeándole el cuello con los brazos para besarlo.
Recibió su beso con cierta sorpresa, pero lo devolvió con rápido
vigor antes de girar la cabeza para mirar furtivamente en dirección al
asiento habitual de su madre.
Margaret se rio de su desconcierto.
—No está aquí. Cenara con Fanny esta noche, —respondió
Margaret a su pregunta no formulada con una sonrisa traviesa.

580
Volvió a buscar sus labios para devolverle su audacia, besándola
a fondo ahora que sabía que estaban solos.
—¿Y cuáles son tus planes para mí? —preguntó en voz baja y
oscura al soltarla.
—Tendrás que esperar y ver, —respondió sin aliento mientras
John se alzaba sobre ella con un brillo de lujuria en sus ojos.
Margaret reunió sus sentidos y le dedicó una sonrisa descarada
antes de tomar su mano y llevarlo escaleras arriba.
—Pensé que sería agradable hacer una aventura de tu
cumpleaños y llevarte a cenar y bailar en el hotel Westford, —explicó
mientras subía las escaleras delante de él—. Tienes un encanto
impulsor cuando estás en medio de la sociedad; naturalmente captas la
atención de todos los que te rodean, —continuó mientras caminaban
por el pasillo.
Se detuvo justo afuera de la puerta de su habitación para
terminar su discurso.
—Sin embargo, debajo de un exterior tan amable y sociable, estoy
bastante segura de que eres realmente un hombre tranquilo que
prefiere la privacidad de su propia casa, —concluyó, mirándolo con
afecto. Con sus últimas palabras, abrió la puerta para hacerle pasar.
John entró, asimilando de inmediato la atmosfera seductora y
acogedora. Había una mesa iluminada con velas para dos en el espacio
abierto más allá de su cama, y un fuego crepitaba y escupía en la
chimenea cerca del pie de su cama, proyectando sombras danzantes a
través de las paredes carmesí y sobre la amplia superficie de la cama.
Los delgados paneles dorados de las paredes empapeladas brillaban a
la luz vacilante. Después de examinar la escena con creciente éxtasis,
miró a su esposa con una maravillosa adoración.

581
—Es justo como me hubiera gustado, —murmuró, acercándola a
sus brazos para otorgarle su agradecimiento.

John se acurrucó más cerca de su esposa dormida, deleitándose


con la sensación de su suave espalda contra su pecho. Levantó la
cabeza para besar la piel suave debajo de su oreja, su cabello sedoso se
enganchó en su áspera mejilla. Deslizó su mano desde su lugar de
descanso en sus brazos para acariciar suavemente la protuberancia
redondeada de su estómago. Todavía apenas podía creer su fortuna.
¡Cuánto había cambiado en un año! Había sentido un vacío tan
profundo en su último cumpleaños, convencido de que su futuro solo
recordaría los años de dolorosa soledad. Ahora sostenía a su esposa en
sus brazos todas las noches, y pronto recibirían en sus vidas al hijo de
su unión. La plenitud del amor que latía dentro de él hizo que le doliera
el pecho con una alegría indescriptible.
Las brasas brillantes del fuego se atenuaron y la habitación
oscura se enfrió. Con cuidado, John puso las mantas sobre los
hombros desnudos de su esposa y se acomodó para dormir junto a
ella.

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— CAPÍTULO 22—

La lluvia que había faltado en el verano, ahora descendía en


torrentes, convirtiendo el polvoriento patio del molino en barro y
acelerando los pasos de aquellos obligados a desafiar a los elementos.
El cielo se alzaba siniestramente día tras día, anunciando el próximo
invierno con pocas posibilidades de aplazamiento. En verdad, era un
momento ideal para el confinamiento de Margaret, aunque la
oscuridad perpetua del cielo oscuro amenazaba a veces con olas de
melancolía sobre ella.
La joven esposa expectante mantuvo el ánimo ocupando su
tiempo con actividades placenteras y prácticas. Ahora que tiene la
inclinación y la libertad de la economía de hacer cambios como mejor
le parezca, Margaret se dedicó cuidadosamente a agregar color y
vitalidad a los espacios para dar vida a la casa, espacios que parecían
más propios cada mes que pasaba. Hannah renunció alegremente a su
colección de alabastro con cúpula de vidrio para hacer espacio a
decoraciones más adecuadas para un hogar con niños pequeños, y
observó con creciente aprobación como su nuera sureña tomaba sus
decisiones.
Margaret empapelaba las paredes de los salones y comedores
con tonos estampados de rosa, oro y burdeos. Cubrió las mesas frías y
oscuras con telas ricamente coloreadas y colocó hermosas alfombras
estratégicamente sobre la sala principal. Una estantería y varias sillas
favoritas de la casa Crampton se colocaron en el salón familiar de
Marlborough Mills, lo que le daba un aspecto más cómodo. Flores y
cuencos de frutas adornaban las mesas; el daguerrotipo de su luna de

583
miel se exhibía en la pared posterior con representaciones enmarcadas
del campo de Hampshire; libros y algunas cestas de coser estaban listas
en toda la habitación, invitando a quedarse y relajarse. John disfrutó
inmensamente de la decoración de su esposa, porque le pareció que
ella había transformado su hogar en el ambiente cálido y acogedor que
tanto había amado en el hogar de los Hale.
Margaret mantuvo un horario social modesto, para que no se
sintiera tan confinada en su casa. Invitaba a Mary y a veces a Fanny a
tomar el té. También le gustaba que la nueva maestra, la señorita
Garrat, la visitara una vez por semana para mantenerla informada sobre
el progreso de los niños.
Ocasionalmente, cuando el aburrimiento la tentaba, Margaret
sacaba sus pinturas y se esforzaba por capturar en papel los paisajes de
verano de la casa de su infancia.
John siempre estuvo atento a las necesidades de su esposa y se
esforzó por ser una buena compañía por las noches. Le traída revistas
y libros, y los fines de semana sacaba a su esposa a pasear si no hacía
mal tiempo.
Cuando se acercaban las vacaciones, Margaret utilizó sus
artimañas femeninas para obtener el permiso de su esposo para realizar
una celebración de Navidad para los trabajadores de la fábrica. Con la
ayuda de Mary y la señorita Garrat, se deleitó en ocuparse en la
planificación y organización del evento festivo.
En la víspera de Navidad, mientras los ocupantes del molino
todavía trabajaban, Margaret y un equipo de ayudantes limpiaron en
secreto el comedor y lo arreglaron con coronas de muérdago y ramas
de acebo y hiedra. Se colocaron tazones de ponche y platos de tartas
picadas en las mesas a lo largo de la pared en preparación para los
desprevenidos invitados.

584
El Sr. Thornton apagó la maquinaria de vapor del molino tres
horas antes y dirigió a sus trabajadores a la sala de espera. Higgins
sonrió conscientemente ante la charla emocionada de la multitud y
llamó la atención del Maestro con un gesto de aprobación.
El salón estaba lleno de caras felices cuando todos participaron
ansiosamente de la generosa comida y se unieron al brindis. El Maestro
y su esposa observaron con gran diversión y finalmente aplaudieron a
tiempo, ya que muchos de los trabajadores mostraron sus habilidades
para bailar con gran entusiasmo al son de un violín, flauta y tambor.
Cuando la celebración llegó a su fin, los Thornton se quedaron
junto a la puerta para desearles una feliz Navidad a los empleaos que
se marchaban, cuyos rostros radiantes estaban rojizos por el baile y la
alegre indulgencia.
John le reconoció a su esposa que el evento había sido un gran
éxito, y que había disfrutado mucho, mientras la acompañaba de
regreso a la casa a través del oscuro y tranquilo patio del molino. El
aire nocturno era frío, pero el corazón de Margaret se llenó tanto de
alegría que le calentó el alma. Todo a su alrededor era hermoso. Una
fina capa de nieve se posó en el suelo y el índigo profundo de los cielos
parecía más claro y ancho que nunca. Las velas ardían en cada ventana
de la casa, prometiendo luz y calor dentro.
Margaret abrazó con más fuerza el brazo de su esposo y buscó
su mirada amorosa.

585
La casa de los Thornton estaba llena de invitados el día de
Navidad. Fanny y Watson se habían quedado para pasar la noche
después de una cena tardía de Nochebuena, y el Sr. Bell había venido
a Marlboroug Mills para las vacaciones.
Margaret se alegró de que el amigo de su padre hubiera decidido
aceptar su invitación. Su presencia le trajo un poco de consuelo,
porque se sentía como una familia para ella ahora que sus padres se
habían ido.
Después de desayunar juntos, la familia se reunió junto al árbol
de Navidad en el salón. Un fuego cálido ardía en la chimenea y el
manto estaba cubierto de vegetación navideña. Alrededor de la
habitación había cuencos de nueces y mandarinas de olor dulce y la
mesa del comedor estaba cubierta de lino escarlata y relucientes
candelabros de latón.
Fanny elogió a Margaret por el hermoso árbol, comentando con
un toque de amargura que su madre nunca había reconocido tener un
árbol antes. Decorado con pequeñas velas, piezas de fieltro cosidas en
casa y adornos de madera hechos a mano en Alemania, fue la pieza
central de la habitación.
Margaret estaba complacida con su esfuerzo por animar la casa
con la alegría de la temporada. Siendo la primera Navidad que era la
señora de su propia casa, pensó que un árbol sería perfecto. Sabía que
su suegra inicialmente había sido un poco cautelosa con sus
intenciones, pero la mujer mayor había ayudado a coser adornos de
lentejuelas para el árbol y había admitido que la vegetación viva de la
casa era muy agradable. Sin embargo, había sido el brillo en los ojos
de su esposo esa mañana lo que realmente satisfizo a Margaret. Sabía
que John estaba satisfecho con sus acciones.

586
De hecho, John estaba feliz este día. Reconoció la alegría en la
expresión ansiosa de su esposa y sabía que era la intención de su
corazón dar alegría a los demás. La casa nunca se había visto más cálida
y acogedora, pero fue su dulce y desinteresada colaboración lo que
realmente lo cautivo. Sería una Navidad que siempre recordaría, la
primera vez que la pasarían juntos.
Hannah recuperó la biblia familiar y leyó la historia de Navidad
mientras el fuego crepitaba en el fondo.
Luego, la compañía reunida abrió los regalos que yacían debajo
de las ramas del árbol. Margaret se deleitaba al ver a su esposo abrir
los regalos que le había dado: la escritura de propiedad enmarcada en
madera oscura y una pintura enmarcada más grande de Marlborough
Mills que Margaret había encargado en secreto. El reflexivo regalo
conmovió a John y se alegró cuando Margaret exclamó por la belleza
del brillante colgante de esmeralda que había elegido para ella.
Cuando se abrieron los últimos obsequios, el Sr. Bell agradeció
nuevamente a sus anfitriones por la caña de caoba el fino queso y el
vino, y explicó sus planes de dar a cambio.
—Lo siento, pero mi regalo no cabía debajo del árbol. De hecho,
no encajaría en la casa. Así que, si esperan hasta la una en punto, quizás
puedan recoger sus abrigos y seguirme al aire libre, —explicó con una
sutil sonrisa de picardía.
—Por supuesto, —respondió Margaret cálidamente, mientras
todos se miraban con curiosidad.
—Watson y yo también tenemos un anuncio sobre un tipo de
regalo, —proclamó Fanny alegremente atrayendo rápidamente la
atención de la habitación. Dirigió sus ojos recatadamente a su regazo
por un momento fugaz antes de levantarlos para mirar brevemente a
su sonriente esposo.

587
—¡Daremos bienvenida a un niño cuando llegue el verano! —
declaró, radiante de orgullo.
Todos los felicitaron sinceramente y Fanny brilló de emoción y
sacudió la cabeza ante la generosa efusión de felicitaciones. El Sr. Bell
comentó observando que la próxima Navidad de la familia seria
bendecida por la presencia de niños.
Justo antes de la una, todos se pusieron sus abrigos y sombreros
para ver que había planeado el erudito de Oxford. Cuando llegaron a
las puertas de su casa, un carruaje negro y majestuoso estaba parado en
la calle a las afueras.
—Dado que su familia se está expandiendo, pensé que podrían
necesitar un carruaje más espacioso. Espero que les sirva bien, —
pronunció el Sr. Bell con cariño, dando una cálida sonrisa a su ahijada.
La boca de Margaret se abrió y miró a su esposo antes de
volverse hacia el Sr. Bell y darle un abrazo y un beso en cada mejilla.
—¡Es maravilloso! Me encantaría pasear por los alrededores, —
declaró.
Hannah miró por encima del gran carruaje con ojo cauteloso.
Evitó la extravagancia, valorando la practicidad y la modestia por
encima del mero espectáculo. Pero mientras contemplaba el
razonamiento del Sr. Bell, decidió que el regalo tenía sentido. John
pronto sería un hombre de familia y necesitaría un carruaje así para
adaptarse a un hogar en crecimiento.
Fanny sonrió, aunque sintió una punzada de celos al notar que
el nuevo carruaje de su hermano era un poco más grande que el suyo
y estaba pintado con elegantes adornos dorados, mientras que el de ella
era simplemente negro pulido.

588
—¿Vamos todos a dar un paseo? —El Sr. Bell ofreció con un
gesto de su mano. El cochero encaramado al frente se inclinó el
sombrero en reconocimiento voluntario.
Después de un corto viaje a través de una fina capa de nieve en
las calles tranquilas, la compañía regresó a Marlborough Mills. La
cálida casa estaba llena de los olores de su cena de Navidad, y la familia
y sus invitados pronto se sentaron para disfrutar del ganso cocido con
todas las guarniciones. Para cuando se sirvió el budín en llamas, la tarde
se había oscurecido. Todos se trasladaron al salón bien saciados y
pasaron las menguantes horas de navidad en compañía feliz.

Las semanas pasaron sin eventos durante los oscuros días de


invierno. Margaret permaneció decididamente alegre a pesar de su
rutina mediocre, contando sus bendiciones cuando el aburrimiento se
esforzaba por humedecer su espíritu. Cuando tuvo en cuenta a las
muchas mujeres que estaban en una situación menos feliz, no pudo
evitar estar agradecida por su querido esposo y los esplendorosos
eventos del año pasado que culminarían con el nacimiento de su hijo.
Fue a fines de febrero cuando los Thornton se sentaron en
silencio en el salón después de la cena con fuego modesto en la

589
chimenea. John tomó The Guardian como solía hacerlo mientras su
madre y Margaret cosían aún más ropa pequeña para el bebé.
Margaret de repente calmó sus manos y después de algunas
dudas, habló en voz alta.
—Me siento un poco… extraña, —anunció vacilante, poniendo
una mano sobre su ancho estómago.
El periódico crujió ruidosamente cuando John lo dejó para
observar atentamente a su esposa. Su madre levantó la vista de su
trabajo.
—¿Qué pasa, Margaret? —preguntó la señora Thornton con
calma, pero con evidente preocupación.
—He estado sintiendo un tirón de vez en cuando en el estómago.
Pensé que seguramente pasaría, pero no es así, —se esforzó por
explicar.
John se levantó de su silla y miró ansiosamente entre Margaret y
su madre para discernir lo que esto significaba.
Hannah miró con cautela a su hijo.
—Tal vez sería prudente buscar al médico. Bien puede ser su
momento, —dijo con seriedad.
Incapaz de hablar, John asintió con la cabeza y lanzó una mirada
preocupada a su esposa antes de girarse para llevar a cabo su tarea.

590
El Dr. Donaldson se sentó por un momento para marcar el
progreso de Margaret, pero cuando pasó una hora y los dolores se
habían disipado, anunció que el bebé aún no estaba listo para salir.
Explicó a los ansiosos oyentes que era perfectamente normal
experimentar un trabajo de parto falso.
—Todo a su debido tiempo. Todo a su debido tiempo. —Aseguró
al esposo preocupado, poniendo su mano brevemente sobre el
hombro del hombre más joven—. Quizás te vea dentro de unos días, —
sugirió a la pequeña reunión en la habitación de Margaret antes de irse.
Más tarde esa noche, Margaret entró silenciosamente en la gran
habitación que compartía con su esposo.
—Lamento haber hecho tantos problemas, —se disculpó
mientras aseguraba la puerta detrás de ella.
—No hay necesidad de disculparse. No tienes conocimiento de
estas cosas, —le aseguró.
John la observó paralizado mientras avanzaba hacia él, su modo
de andar normal se alteró para acomodar la carga de peso extra. Su
largo camisón la rodeaba suavemente con gracia femenina.
La consideraba más bella que nunca. Sus curvas redondeadas
eran más evidentes y su rostro completo brillaba con una hermosa
inocencia. Era la esencia de la pureza mientras estaba parada frente a
él, en la cúspide de la maternidad.
John extendió la mano para tomar sus manos entre las suyas.
—Usted es hermosa, señora Thornton, —pronunció con
asombro.
—¿Con una figura como ésta? —Margaret preguntó
incrédulamente, colocando sus manos sobre el gran estómago
sobresaliente.

591
—Aun así, —respondió, moviéndose detrás de ella para recogerla
en sus brazos—. ¿Cómo puedo pensar lo contrario, cuando llevas la
evidencia de nuestro amor? —murmuró en su oído.
Margaret tembló ante sus palabras y se recostó en la comodidad
de su abrazo, sintiéndose segura envuelta en su cuidado. John deslizó
sus manos con reverencia sobre su forma redondeada, perdido en la
maravilla del vientre hinchado que había madurado con su semilla.
Una agitación de orgullo varonil brotó dentro de él al saber que le había
dado el bebé que yacía dentro.
Permanecieron en silencio por un tiempo abrazados,
disfrutando del maravilloso contacto de sus cuerpos, antes de meterse
en la cama.

A principios de la semana siguiente, John se despertó como


siempre, y se vistió para el trabajo. Besó a su esposa mientras yacía en
la cama y bajó las escaleras para su desayuno, donde se esforzó por
aparecer ante su madre lo más tranquilo posible. En verdad, sin
embargo, desde la noche de la visita del médico, se mostró reacio a
dejar de estar al lado de su esposa, sabiendo que en cualquier momento
podría comenzar a sentir verdaderos dolores de parto.

592
Hannah sonrió internamente ante la inquieta preocupación de
su hijo cuando le recordó una vez más que lo llamara a la casa si había
algún cambio en la condición de su esposa y asintió con la cabeza antes
de que le diera un beso en la mejilla y se fuera.
Cuando por fin se levantó, Margaret se tomó su tiempo para
vestirse. No estaba en su capacidad de apresurarse a ningún lado en
este momento con tanta circunferencia. Dixon la ayudó a ponerse uno
de los pocos vestidos que aún le quedaban.
La criada suspiró al recordar la confrontación que había
experimentado con su señora unas semanas antes. Dixon le había
recordado a la señora Margaret que ya era hora de buscar una nodriza
adecuada. Se horrorizó al descubrir que Margaret estaba decidida a
cuidar a su hijo ella misma. Dixon sacudió la cabeza al pensar en una
mujer Beresford que caía en una práctica tan poco educada, pero sabía
que sería inútil discutir contra la chica una vez que se decidía.
La joven esposa expectante pasó con cariño sus manos sobre su
vientre redondeado. La nueva extensión de su piel era una fuente de
fascinación y asombro todos los días, aunque a veces parecía una gran
carga.
No le dijo nada a Dixon que indicara que esta mañana podría
ser diferente de cualquier otra, pero temía que las punzadas que sentía
actualmente pudieran aumentar en fuerza durante el día. Estaba
decidida a no alarmar a nadie hasta que estuviera más segura.
Hannah bebió su té en la mesa con su nuera y notó que la niña
desayunaba con más delicadeza de lo que había sido su hábito reciente.
La casa estaba en silencio mientras se trasladaban al salón, donde
Margaret tomó un libro mientras Hannah reanudaba su costura.
No había pasado una hora cuando Margaret dejó su libro
bruscamente a un lado y se sentó rígidamente.

593
—Madre… —gritó en pánico.
Hannah levantó la cabeza ante el grito de su nuera. Al ver los
ojos asustados de la niña, dejó de coser.
—Margaret… ¿han vuelto los dolores? —preguntó.
Margaret asintió mansamente, con las manos sobre el vientre.
—Debemos convoca al médico y a la partera. Creo que tendrás
a tu bebé hoy, —le dijo a la niña suavemente, dándole una sonrisa
tranquilizadora.

John habló seriamente con Higgins mientras el hábil trabajador


atendía un telar en el gran cobertizo de tejer. El Maestro giró la cabeza
para seguir la repentina mirada distraída de su amigo y vio a una criada
de la casa mirando tímidamente el clamor desconocido de la fábrica.
Su rostro se puso pálido, suponiendo de inmediato qué se trataba de
Jane, y se dirigió hacia la chica sin decir una palabra de despedida a su
empleado.
Nicholas sonrió comprensivamente ante la conducta de su
amigo y rezó para que todo estuviera bien en la casa de Thornton en
este día trascendental.

594

John subió las escaleras de dos en dos para llegar a la puerta del
dormitorio de su esposa.
—Margaret, ¿puedo pasar? —preguntó mientras tocaba, su
estómago se revolvió en la desesperación de verla antes de que fuera
arrastrada al cuidado de los asistentes que se acercaban.
Su madre abrió la puerta, su mirada dudosa evaluó el
temperamento de su hijo.
—Se está desnudando, John, en preparación para el nacimiento,
—anunció la firme matriarca para disuadirlo.
—¿Puedo verla solo esta vez? —Suplicó con tanta paciencia y
calma como pudo reunir.
Su madre cedió sin decir palabra y abrió más la puerta para
permitirle entrar.
Margaret estaba de pie en medio de la habitación, en ropa
interior, con la cara pálida por la estupefacción ante la inmensidad de
lo que le esperaba.
Dixon le dirigió una mirada de desaprobación al Maestro
mientras se dirigía al armario con el vestido de su señora.
—¡Margaret! —exclamó mientras corría a su lado. Tomando sus
manos entre las suyas, las llevó a sus labios, sin querer renunciar a su
contacto—. ¿Estás bien? —Preguntó, sin saber que decir.
—Todo está bien en este momento, —respondió con sinceridad,
con el brillo de una sonrisa rompiendo su nerviosismo.

595
Todos sus nervios hormiguearon con anhelo de tomarla en sus
brazos y protegerla de cualquier experiencia difícil, pero sabía que su
amor no podía salvarla del evento que debía suceder.
—¿Qué puedo hacer? —susurró impotente, sabiendo que pronto
lo sacarían de la habitación como lo exigía la costumbre y la propiedad.
—Reza para que el nacimiento sea rápido y que todo salga bien.
Estoy segura de que todo estará bien, John, —corrigió al notar el miedo
que brilló en sus ojos—. Nos regocijaremos juntos en poco tiempo, —le
aseguró.
Inconsciente de todas las mujeres, excepto la que estaba frente
a él, sostuvo suavemente la barbilla de Margaret con un dedo curvado
y la acarició con el pulgar, mirando maravillado su fuerte resolución.
Se inclinó para besar sus labios con ternura, saboreando el toque con
un corazón dolorido. Se apartó de mala gana y se miraron el uno al
otro sin decir una palabra hasta que Hannah gritó el nombre de su hijo
con impaciencia, y se volvió para irse.
—¡John! —Margaret lo volvió a llamar. Sacó un pañuelo de su
camisola y se lo tendió, sus ojos se comunicaron con los de él.
Tomó la pequeña prenda suavemente y la sostuvo firmemente
en sus manos. Luego, estudiando su rostro por última vez, se volvió y
salió de la habitación.

596
John estaba de pie junto a la ventana del salón, mirando los
grandes copos de nieve húmedos que flotaban serenamente ante su
vista. La vista lo detuvo, dándole un respiro momentáneo de la
insoportable inquietud que lo había llevado a la ventana.
Observó la nieve acumularse en el suelo, cubriendo lentamente
todo en una manta blanca. Miró hacia arriba para seguir el humo que
bramó desde la chimenea del molino y desapareció en el cielo gris. A
continuación, algunos carros fueron cargados y descargados en el patio.
La calma normalidad de la escena parecía burlarse de su agitación. Hoy
su mundo cambiaría, pero la marea de la naturaleza y la humanidad
continuó con sus cambios.
¡Se convertiría en padre este día! Durante meses, había
imaginado las alegrías y las preocupaciones que vendrían con la
paternidad. Estaba emocionado y aprensivo por considerar lo que una
vez había parecido un concepto de sueño pronto sería una realdad. Un
amor poderoso y tierno lo atravesó cuando imaginó a su esposa
sosteniendo a su bebé en sus brazos.
Se apartó bruscamente de la ventana y miró hacia la escalera
antes de comenzar a recorrer la longitud de la habitación. Socó su reloj
de bolsillo para ver la hora, como había hecho tantas veces antes.
Habían pasado casi cuatro horas desde que había dejado a Margaret
en su habitación y hacía más de una hora que su madre había venido a
decirle que todo parecía estar bien.
No sabía cuánto tiempo más podría soportar la tortura de
esperar en la ignorancia. Su inutilidad era palpable mientras caminaba
sin rumbo de la chimenea a la ventana y viceversa. Si tan solo pudiera
ayudar de alguna manera tangible, ¡estaría libre de esta miserable
ociosidad! Se preguntó si Margaret podría necesitar su consuelo, si el
dolor la abrumaría.

597
Anhelaba un exceso de la agitación de sus pensamientos, un
paliativo para tranquilizarlo. El miedo se balanceó como una víbora,
listo para atacar en su primer movimiento hacia los terribles
pensamientos que amenazaban con deshacerlo. Recordaba con
inquietante claridad los gritos mundanos de una vecina en trabajo de
parto una oscura noche de verano cuando su familia había vivido en
habitaciones alquiladas. El recuerdo de aquella noche de pesadilla,
cuando apenas había comenzado valientemente su aventura como jefe
de su familia, lo hizo estremecerse.
Sus nervios se tensaron se detuvo en seco para escuchar
cualquier sonido perspicaz. El silencio de la casa exacerbó su ansiedad,
ya que casi esperaba oír gritos que perforaban la tranquilidad del piso
de arriba.
Agarrando la repisa de la chimenea como apoyo, John bajó la
cabeza y se inclinó pesadamente mientras luchaba por dominar los
temores que comenzaron a apoderarse de él. No podía soportar pensar
en Margaret estando con dolor, y tragó saliva para recuperar la
compostura que sentía que se estaba desmoronando. Seguramente el
silencio era un buen presagio, se dijo. Margaret era fuerte y podía
soportar esta experiencia, se esforzó por tranquilizarse, recordando
algo de lo que se madre había dicho antes.
Levantando la cabeza otra vez, vio el pañuelo que Margaret le
había dado todavía apretándolo con fuerza. Esta pequeña prenda lo
calmó, y se acercó a la ventana para verla con una luz más brillante.
John examinó las iniciales finamente cosidas y la rosa amarilla
bordada en la tela. Sonrió a la “T” estampada junto a la “M”, la chica
de Helstone había tomado su nombre. Su pulgar rozó suavemente la
flor amarilla, un simbol de la inocencia y belleza que siempre fue su
Margaret.

598
Si la perdiera… se congeló de terror ante la idea, su mano
temblando mientras se llevaba el pañuelo a la cara. ¡No! No se dejaría
sacudir con un miedo irracional. Debe confiar en que todo estaría bien.
¿No había prometido que hoy se alegrarían juntos?
Levantó la barbilla con decidida determinación. Se aferraría a
sus palabras no tenía otra opción.

Margaret se aferró al poste de la cama cuando otro fuerte


impulso de pujar la venció; sus ojos se abrieron de asombro ante el
poder de las contracciones.
Dixon intentó una vez más convencer a Margaret para que se
acostara como una dama, preocupada por la posición indecorosa que
su señora había tomado cuando los dolores se habían vuelto más
fuertes.
Margaret ignoró la súplica, concentrándose solo en obtener algo
de alivio del gran peso que la arrastraba. Se había puesto de rodillas,
incapaz de permanecer boca abajo sobre la cama como le habían
ordenado. Llevaba una camisa larga que la cubría adecuadamente,
incluso mientras se aferraba a la columna de madera de su cama con
dosel.

599
—Estoy segura de que no puede haber daño al permitir que la
gravedad la ayude, —dijo con calma la Sra. McKhight, la partera, para
calmar la evidente consternación de Dixon y Hannah. El Dr.
Donaldson asintió en silencio con la cabeza de acuerdo.
A medida que las sensaciones fuertes disminuyeron ligeramente,
Margaret encontró la coherencia para hablar.
—¡John! ¿Dónde está John? —Preguntó, desesperada por sentir
su fuerza tranquilizadora. Las miradas desconcertadas pasaron entre
Hannah y el doctor por la protesta de Margaret.
—Está bien, Margaret. John esta abajo, como es apropiado, lo
llamaré aquí tan pronto como nazca el bebé, —prometió Hannah,
tratando de aplacar a la niña.
—Por favor llámelo ahora, —suplicó, la fuerza de su
determinación evidente en su voz.
La boca de Hannah se abrió en alarma e intercambió una mirada
horrorizada con Dixon.
—Seguramente no es necesario… —comenzó la incondicional
matriarca.
—¡Por favor, o lo llamaré yo misma! —Margaret intervino con
pánico, su advertencia entregada con clara resolución.
Hannah palideció, mortificada ante la idea de que su hijo fuera
convocado de esa manera. Con gran temor, se volvió para hacer lo que
le ordenaban.
—Tal vez consuele a la señora. No es del todo desconocido-—
murmuró la señora McKnight a la señora Thornton mientras caminaba
hacia la puerta para buscar a su hijo.

600

John caminó rápidamente hacia las escaleras al oír pasos


descendentes y se encontró con la mirada inmóvil de su madre con una
mirada expectante.
—Ella pregunta por ti, John, —su madre transmitió
uniformemente con los tonos solemnes.
Una alegría exultante lo invadió al escuchar que lo necesitaba.
Pero cando paso junto a su madre escaleras arriba, un escalofrió de
miedo le hizo cosquillas en la columna. ¿Qué la había impulsado a
llamarlo, se preguntó? Al instante, hizo a un lado cualquier temor
clamoroso para armarse de sí mismo por cualquier escena que
enfrentara. Debía ser la fuerza que ella necesitaría.
Su mano dudó en el pomo de la puerta por un breve momento,
su corazón latía con fuerza, antes de abrir la puerta. Todos los ojos
miraban al Maestro mientras caminaba con propósito al lado de su
esposa, su expresión era de tierna compasión.
Todavía arrodillada sobre la cama, Margaret soltó su agarre del
poste de la cama para tomar las manos de su esposo. Lo agarró con
fuerza y apoyó su peso sobre él mientras lo miraba con esperanzada
confianza. Sus ojos comunicaban todo lo que necesitaba decirle.
John la sostuvo firmemente, aliviado de poder ayudarla por fin,
aunque por dentro tembló al ver a su esposa tan sacudida.
—¡Oh! —Margaret dejó escapar un grito ahogado cando su
cuerpo una vez más ordenó a cada musculo hacia su propósito final.

601
Sin estar preparado para su repentina reacción, John se tambaleo por
la fuerza con la que se aferró a él.
Los siguientes minutos pasaron en una nube de ruido y
confusión, mientras John se enfocaba únicamente en abrazar a su
esposa mientras el médico y la partera hablaban con dulzura a Margaret
mientras jadeaba y emitía gemidos cortos en su trabajo...
Aunque al padre y a la futura madre les pareció una pequeña
eternidad, Margaret no tardó mucho en hacer un último grito de
esfuerzo y relajar su control sobre su marido. La partera exclamó de
alegría y en el momento siguiente el sonido de una voz completamente
nueva impregnaba el aire: los gritos sanos del bebé elevando la
atmosfera pesada de la vibrante alegría.
—Es una niña, —anunció la Sra. McKnigth.
¡Su hija nació! Aturdido por la confusión, el Sr. Thornton
observó la actividad que se desarrollaba a su alrededor como un
observador distante. El infante retorciéndose fue llevado por el médico
y su asístete, mientras que Dixon y su madre ayudaron cuidadosamente
a Margaret a acostarse contra las almohadas. Todo el tiempo, los gritos
de su hijo recién nacido llenaron sus oídos con asombro.
Las lágrimas corrían por la cara de Dixon. La niña que había
cuidado desde su nacimiento ahora tenía un bebé propio.
Nadie vio a la orgullosa abuela que se tocaba los ojos con la
muñeca al presenciar las patadas del bebé y anunciar audazmente su
entrada al mundo.
El Dr. Donaldson caminó hacia el Maestro con una amplia
sonrisa mientras se limpiaba las manos con un paño. Le ofreció su
mano al nuevo padre, rompiendo el enseño del hombre.

602
—Felicitaciones. Sr. Thornton, usted es el padre de una
saludable pequeña hija, —confirmó cuando los hombres se dieron la
mano.
—Gracias, —respondió el nervioso Maestro, su rostro rompiendo
en una amplia sonrisa cuando la comprensión embriagadora comenzó
a asentarse en su mente: ¡ahora era padre!
La Sra. MacKnight llevó el pequeño bulto a su esposa y ayudó a
Margaret a acomodar al bebé en su pecho. John se quedó paralizado
ante la vista, incapaz de moverse o hablar. Todo lo que alguna vez había
soñado que era imposible ahora era suyo: la joven que pensó que
nunca lo amaría le había dado una hija. ¿Fue posible recibir una
bendición más profunda que esta?
—¿Cuál es su nombre? —La partera le preguntó gentilmente a la
nueva madre.
—Sophie… Sophie María —respondió Margaret con una sonrisa,
su voz orgullosamente triunfante a pesar tener un rastro de debilidad.
Miró a su esposo para compartir su alegría.
John estaba radiante de felicidad y miraba a su esposa con
ternura y orgullo.
—Que nombre tan encantador —respondió la partera mientras
Hannah y John compartían miradas de conocimiento.
Cuando la bebé fue amamantada, Hannah llevó a su nieta
dormida a su hijo y la acomodó suavemente en sus tentativos brazos.
La abuela sonrió con cariño ante su incomodidad en su nuevo papel.
—Todavía hay un asunto que debe ser atendido, —le informó—.
¿Por qué no llevas la bebé a tu habitación por un tiempo? Te llamaré
cuando todo termine, —lo dirigió, empujándolo en la dirección
correcta con un movimiento de cabeza.

603

La nieve aún caía suavemente afuera, cubriendo todo de blanco


y dispersando el gris invernal. El brillo relejado entraba por las
ventanas, como si los cielos enviaran sus bendiciones a ese mismo
lugar.
John se quedó quieto cerca del pie de la cama, abrazando
suavemente a su nueva hija. Levantó la vista por un momento para
examinar su entorno.
El silencio de la habitación hizo eco de su santidad, porque aquí
era el lugar donde sus vidas se habían mezclado más tangiblemente y
donde su amor se gastaba libremente. Fue este amor el que trajo nueva
vida al mundo en la forma de un niño precioso que yacía en sus brazos.
Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras estudiaba al pequeño
bebé con fascinante reverencia. Nunca había visto algo tan hermoso.
Maravillándose por la forma perfecta de su nariz, una sonrisa vacilante
se formó en sus labios cuando notó con afecto como se parecía a su
madre.
Había mantenido su preferencia en secreto; no he había dicho a
una sola alma que había esperado una hija. Estaba seguro de que un
hijo le nacería pronto, pero desde que se reveló que un niño estaba
creciendo en el útero de su esposa, había soñado con refugiar una hija.
Al verla crecer, imaginó que vislumbraría la tierna dulzura y la
exuberancia inocente que debió haber sido Margaret cuando era niña.
Le otorgó su primer beso en la frente y dejó que sus labios
permanecieran para sentir la piel aterciopelada bajo su suave presión.

604
Levantó la cabeza lentamente para estudiarla de nuevo, asombrado de
que ella finalmente estuviera aquí.
Después de un tiempo, su madre entró en la habitación desde la
puerta de conexión. Se dio la vuelta descaradamente para reconocerla,
sus brillantes ojos azules comunicaban su asombro mientras sostenía a
la bebé en sus brazos.
El corazón de Hannah se derritió al verlo así.
—Ella es hermosa, John, —dijo, uniéndose a él para observar la
exquisita perfección de la carita rosa que asomaba en la franela. Notó
con orgullo el rastro de cabello oscuro en la frente del bebé.
—Serás un buen padre, —le dijo, moviendo su mirada para
mirarlo a los ojos.
—Gracias, —susurró, incapaz de encontrar una voz más fuerte.
—Margaret es una joven extraordinaria. Será una buena madre,
—comentó con raros elogios.
John asintió con la cabeza, agradecido por la evaluación segura
de su madre.
—Ven ahora, y ve a tu esposa, —lo llamó con una sonrisa
afectuosa.

605
Dixon llevó la bebé a la guardería para que Margaret descansara,
y antes que John cruzara la habitación, el médico pidió hablar en
privado con él por un momento.
Justo afuera de la puerta en el pasillo, el médico le informo al
Sr. Thornton que todo había ido muy bien.
—No todas las mujeres son tan afortunadas. Tu esposa tiene una
constitución muy fuerte. Espero que tengas muchos más hijos, —
comentó con franqueza, haciendo que el Maestro asintiera con una
sonrisa sonrojada—. Ahora, necesitará descansar durante varios días y
cuidar que no se esfuerce demasiado en las primeras semanas; y como
le digo a todos mis nuevos padres, es mejor abstenerse de tener
relaciones matrimoniales durante al menos un mes, para permitir la
curación, —aconsejó solemnemente.
—Por supuesto, —rápidamente estuvo de acuerdo con una ceja
arrugada, desviando los ojos un momento antes de encontrar la mirada
del médico con una expresión seria. Tendría que ser paciente al
reclamar las atenciones de su esposa.
El Dr. Donaldson le felicitó una vez más y le dio la mano al
Maestro antes de irse.
Todo estaba en silencio cuando John regresó a la habitación
donde descansaba su esposa con los ojos cerrados. La reciente
emoción y actividad de la ultima hora fue reemplazada por una quietud
pacífica. Sus ojos se abrieron cuando se sentó suavemente en la cama
junto a ella y extendió la mano para acariciar su mejilla con ternura,
acurrucando sus dedos en su cabello.
Margaret volvió la cara hacía su mano y besó su palma, y
recompensó su gesto con un suave beso en la frente.

606
—Me resulta difícil creer que las mujeres son el sexo más débil,
—comentó solo a medias en broma mientras se alejaba para mirarla con
amorosa admiración.
Margaret sonrió ante su observación.
—Aprendemos a soportar mucho, —ofreció suavemente.
John tomó su mano y Margaret felizmente entrelazo sus dedos
con los de él.
—Estuviste increíble, —elogió.
—Ahora eres padre, —anunció con alegría en un esfuerzo por
desviar la atención de sí misma.
—Y tú una madre, —respondió con una cálida sonrisa—. ¿Estás
feliz? —preguntó, sus ojos azules la atravesaron por su respuesta
sincera.
—Estoy cansada, pero muy contenta, —respondió con una
sonrisa efusiva—. Ella es tan hermosa, ¿no es así? —le preguntó
refiriéndose a su nueva hija.
—Lo es, —estuvo de acuerdo—. Muy hermosa, —pronunció en un
susurro reverente mientras se inclinaba para besar la frente de su
esposa nuevamente.
—Eres feliz—, ella pronunció con certeza tentativa, sus ojos
esperanzados mientras buscaba la respuesta en su mirada.
—Soy el esposo y padre más feliz de Milton, —declaró con
absoluta seguridad y sintió que ella le apretaba la mano con fuerza en
respuesta. —Debería dejarte descansar, —decidió, aunque no hizo
ningún movimiento para irse.
—¿Te quedarías conmigo un poco más? —suplicó suavemente,
disfrutando de sus amorosas atenciones.

607
—Como desees, —respondió con una amplia sonrisa. Se puso de
pie y decidió espontáneamente unirse a ella en la cama. No se había
dado cuenta hasta ese momento de lo cansado que se sentía, ahora que
la batalla con la tensión y el terror había terminado. Se quitó los zapatos
y las medias y se metió en la cama junto a ella, tomándole nuevamente
la mano llevándola a sus labios. Ambos se quedaron profundamente
dormidos.

El resto del día transcurrió como una mancha borrosa, y después


de pasar una noche solo en su cama, John sintió menos energía cuando
se levantó para vestirse para el trabajo en la mañana siguiente. Cuando
se sentó en la silla de su oficina y luego sostuvo su pluma, descubrió
que había perdido su propósito. No tenía ganas ni interés por trabajar.
Higgins pasó por la puerta abierta y se detuvo para volver sobre
sus pasos al ver al Maestro.
—¿Debo felicitarte? —preguntó con una sonrisa alegre mientras
estaba de pie en la puerta.
La cara del Maestro se iluminó ante las palabras de su amigo.
—Soy el padre de una hija, —anunció con orgullo.

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—¡Aye! ¡Felicidades Thornton! —dijo mientras daba un paso
adelante para estrechar la mano de su amigo—. Ella te robará el corazón
y no lo recuperarás, —advirtió con una sonrisa cómplice.
El señor Thornton dejó escapar una risa entrecortada y asintió
con la cabeza.
—¿Cómo está Margaret? —preguntó más en serio.
—Está bien. Está descansando, —respondió el nuevo padre.
Higgins estudió la postura encorvada de su amigo y el cabello
ligeramente despeinado.
—Parece que podrías descansar un poco tú también. ¿Por qué
no vuelves en tu esposa y tu hija? El molino puede arreglárselas uno o
dos días sin ti, —alentó al Maestro con gran respeto.
Thornton miró a su empleado con cierta sorpresa. Nunca había
considerado tomarse un día libre, tan arraigado era su hábito diario.
—Creo que lo haré, —respondió, dándole a su amigo una sonrisa
de agradecimiento.
Higgins se volvió para irse.
—Higgins, —gritó el Maestro para detenerlo un momento más—.
Diles a los hombres que habrá pastel y cerveza para celebrar. Hoy se
pude extender la hora del almuerzo, —pronunció felizmente con una
cara radiante.
Nicholas asintió con aprobación con una mueca de sonrisa.
John ya estaba afuera y cruzando el patio del molino cuando los
trabajadores estallaron en un fuerte aplauso ante el anuncio de Higgins.
El amigo del Maestro no pudo reprimir la sonrisa que atrajo su
rostro. Sintió un orgullo paternal al compartir la felicidad de los
Thornton por sus recientes bendiciones y buena fortuna. Ningún otro

609
Maestro en la cuidad recibiría tan buenos deseos de sus trabajadores.
Pero entonces, ningún dueño de molino alcanzó el estatus y la decencia
del Maestro del Marlborough Mills.

En los días que siguieron, John sintió que su vida hogareña


estaba patas arriba. Al retirarse temprano, su esposa dormía en su
habitación mientras Dixon dormía en un catre cercano. Dixon llevó la
bebé a la señora para que la alimentara y se la llevaba a la guardería la
última parte de cada noche para darle un descanso tranquilo a la nueva
madre.
Aunque sabía que el arreglo debía ser conveniente para la madre
que amamantaba, así como para darle un sueño tranquilo, John
extrañaba la comodidad de la presencia de su esposa por la noche.
Inquieto y solitario, dormía a intervalos, y a menudo se despertaba con
el sonido de los gritos de su hija, yacía despierto mientras intentaba
imaginar la escena que se extendía más allá de la pared de su
habitación.
Una noche. John se despertó con los gritos de su hija y
permaneció con los ojos abiertos mientras la bebé seguía llorando entre
breves momentos de silencio. Cuando no pudo aguantar más, echó
hacia atrás sus mantas y se pudo los pantalones para ver si podía ayudar.

610
Dixon pareció sorprendida cuando el desaliñado Maestro entró
repentinamente en la habitación sin previo aviso. Margaret miró
suplicante a su esposo. Sosteniendo a la niña que lloraba en sus brazos,
ella parecía estar al borde de las lágrimas.
—No dejará de llorar. Lo hemos intentado todo—, tembló
desesperada.
John extendió la mano para tomar la bebé, y su esposa
voluntariamente le entregó su paquete. Caminó lentamente por la
habitación, cantando suavemente su propia canción de cuna hecha a
mano para la niña, mientras la acunaba en sus brazos. En unos
momentos, la bebé estaba dormida y le devolvió el pequeño bulto a su
esposa.
Ambas mujeres lo miraron asombradas.
—¿No debería conocer la voz de su propio padre? —preguntó
con una sonrisa.
Margaret le entregó la bebé a Dixon, quien cuidadosamente la
llevó a la guardería por el resto de la noche.
Reacio a irse. John permaneció de pie en medio de la
habitación.
—¿Te unirías a mí en la otra habitación? Últimamente he estado
bastante solo, —confesó humildemente con una mirada de anhelo.
—Yo también te he extrañado, —respondió con una sonrisa
cálida mientras daba un paso adelante para envolver sus brazos
alrededor de él.

611
John se despertó a la mañana siguiente sintiéndose muy
renovado. Sabia la razón por la cual estaba así. Una mano delicada se
aferró flojamente a su brazo y largos mechones castaños se acurrucaron
contra su hombro. Con cuidado se volvió hacia su lado para mirar a su
esposa mientras dormía. Incapaz de resistir el impulso de tocarla, le
acarició suavemente la mejilla con el dorso de los dedos antes de
estirarse hacia adelante para colocar un ligero beso en su frente.
Margaret se movió suavemente y sus ojos se abrieron. Miró a su
esposo por un momento antes de sentarse sobresaltada.
—¡La bebé! Dixon la traerá… —comenzó, nerviosa al pensar en
la confusión de Dixon por su ausencia.
—Te encontrará. Está bastante bien, —calmó su esposo,
sentándose y acariciando suavemente su brazo. Apenas había hablado,
se escuchó un golpe en la puerta del camerino y Margaret le hizo señas
a Dixon para que entrara.
La reacia criada lanzó un suspiro de descontento y una mirada
cautelosa al Maestro, quien estaba segura de haber persuadido a
Margaret para que abandonara su cama. A regañadientes, le entregó a
su señora la bebé despierta, desconcertada ante la idea de que Margaret
se expondría a la curiosa mirada de su marido al permanecer en su
cama. Sacudió la cabeza con resignación impotente cuando salió de la
habitación. No tenía sentido discutir el punto con una chica tan
decidida.
—Gracias por ayudar anoche, —dijo Margaret mientras se
preparaba para amamantar a su hija—. Lamento haberte molestado.
Tal vez debería mudarme a la guardería.
—No, prefiero que estés más cerca. De hecho, esperaba que
pudieras regresar a esta cama, conmigo, —confió vacilante, la esperanza
en su voz calentaba su corazón.

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—Pero necesitas dormir, —respondió, queriendo saber si estaba
seguro de su elección.
—A decir verdad, no he dormido bien estos últimos días. Estoy
despierto con cada grito de nuestra hija, independientemente de la
pared que hay entre nosotros. No veo ninguna razón por la que debas
permanecer separada. Tal vez podría ser de ayuda, —le sugirió.
—Si lo deseas, —respondió con una mirada inquisitiva.
—Sí, —respondió con convicción mientras una cálida sonrisa se
extendía por su rostro.

En la primera mañana de primavera, un tenue sol se derramó


en la gran alcoba. John se despertó con un sentimiento de calma y
satisfacción. Su esposa yacía frente a él con su bebé acurrucada entre
ellos. John acarició suavemente la pequeña cabeza de su hija y pasó los
dedos por su pequeño brazo. Luego, extendió el brazo sobre la cintura
de su esposa mientras ella dormía. No pudo evitar sonreír. Su mundo
estaba inundado por el resplandor del amor, impregnando todo lo que
hacía con un propósito profundamente establecido. No hace mucho
tiempo, no podría haber imaginado que tal felicidad podría ser posible
para alguien como él. Mirando con asombro los hermosos rasgos de la

613
cara dormida de su esposa, agradeció al cielo por enésima vez por
haber enviado a la joven del campo de Hampshire a Milton.

— CAPÍTULO 23 —

Una luz pálida fluía a través de las ventanas lejanas del gran
dormitorio del Maestro. John se despertó con la débil charla de pájaros
pasados en la azotea. Se dio la vuelta hacia su esposa y estudió su rostro
en su sereno descanso antes de inclinarse para colocar delicados besos
en su nariz, parpados y mejillas.
—Fue hace un año, un día como hoy que nos casamos, —le dijo
en voz baja, su voz profunda temblando de reverencia al recordar ese
glorioso día.
—Lo recuerdas, —respondió adormitada, estirando los brazos y
las extremidades mientras una sonrisa de satisfacción se extendía por
su rostro. Finalmente abrió los ojos para ver a su esposo mirándola con
ternura.
—Apenas podría olvidarlo. Recuerdo mi gran bendición todas
las mañanas cuando me despierto para verte aquí a mi lado, —
pronunció, acercándola al calor de su cuerpo.

614
—Y conozco la mía todas las noches cuando vuelves a casa
conmigo, —respondió Margaret, mirándolo directamente a los ojos. Se
deleitaba en la dicha de su cercanía, y anhelaba sentir la presión de su
peso sobre ella.
—Margaret, —murmuró encantado de su respuesta y acercó sus
labios a los de ella como recompensa.
Margaret se fundió con él al instante, encendiendo la pasión que
fluía por sus venas. Un lento gemido surgió de su garganta cando ella
deslizó su mano lentamente por su espalda y hundió sus dedos en su
cabello para abrazarlo más. Se movió para capturarla debajo de él, pero
en ese momento se escuchó un pequeño grito justo más allá de su
cama.
John levantó la cabeza a regañadientes para romper el contacto
de los besos embriagadores que los habían consumido. Rodó hacia
atrás para liberarla de su posesión con un pequeño suspiro cuando
Margaret salió de la cama y recogió a su hija de la cuna cercana.
Su ardor disminuyó, transformado en dulce placer al ver a su
esposa levantar a su pequeña hija de su cuna. Sonrió mientras veía a
Margaret besar las mejillas regordetas y sonrosadas de la bebé. Sophie
había dejado de llorar ahora que su madre la sostenía en sus brazos.
John permaneció en la cama un momento más antes de apartar
las mantas para comenzar su rutina matutina. Los ojos de su esposa lo
siguieron a través de la habitación mientras se quitaba la camisa de
dormir para hacer sus abluciones.
—Pensé que podríamos tomar el carruaje para un almuerzo de
picnic hoy, —sugirió, pasándose la mano por el cabello ligeramente
humedecido y secándose la cara—. Podía volver a casa al mediodía para
buscarte, —ofreció mientras caminaba hacia su armario para recuperar
una camisa.

615
—Eso sería encantador; parece que hace muy buen tiempo hoy,
—respondió Margaret alegremente. La bebé se amamantó en silencio
mientras la joven madre se sentaba contra las almohadas de la cama.
—Bien. Tengo algunos asuntos que terminar en el molino esta
mañana, pero tengo la intención de tomarme mi tiempo libre el resto
del día, —explicó, sus labios se torcieron en una sonrisa torcida.
—Entonces te haré cumplir tu promesa, —respondió con un
brillo juguetón en los ojos.

Su excursión de la tarde fue agradable. Los campos de hierba


inclinados más allá de Milton les proporcionaron una vista pintoresca
de la ciudad. Mientras el carruaje avanzaba hacia su casa, Margaret
contemplo la vegetación primaveral con cariño hasta que un suave
apretón en su mano entrelazada llamó su atención hacia el hombre
sentado a su lado. Le dirigió una cálida sonrisa y John se inclinó para
besarla.
Sus labios se rozaron suave y tiernamente al principio, pero
cuando John extendió la mano para tomar su rostro y abrazarla, sus
besos rápidamente se volvieron más apasionados. Recientemente
habían renovado sus relaciones más íntimas como hombre y mujer,
pero el tiempo que tenían para tal amor no era tan regular como John

616
deseaba. Su esposa a menudo estaba exhausta al final del día, y las
mañanas estaban llenas de miedo de despertar a la bebé. En la
actualidad, solo se podía confiar en los domingos por la tarde para
brindar la oportunidad perfecta, cuando la bebé tomaba una larga
siesta en la guardería.
Solos en la privacidad de su carruaje, sus besos encendieron su
deseo hasta que se convirtió en un fuego consumidor. John dejó caer
sus manos para seguir inquietamente las curvas de su silueta.
Margaret empujo suavemente su pecho y se liberó de su beso.
Sus ojos luminosos le suplicaron que la entendiera.
—Pronto viajaremos por las calles de la cuidad, —advirtió,
sintiendo que su corazón se retorcía ante el destello de desilusión en
sus ojos.
John asintió con la cabeza y se acomodó contra su hombro con
tierna solicitud ante sus más suaves sensibilidades. Margaret se
acurruco alegremente contra él, sus manos estaban unidas en su muslo
mientras el carruaje traqueteaba.
La expresión de John era plácida mientras observaba vagamente
el paisaje que pasaba. Se reprendió a sí mismo por su mal humor, pero
no pudo reprimir la frustración que permaneció mientras sus
frustrados deseos disminuían lentamente. Se inclinó para besar la
cabeza de su esposa; su cabello olía al aire fresco de la primavera. Su
corazón se aligeró al recordar la razón de su pequeña excursión. Se
habían casado hace un año este día. Para esa ocasión singular, estaría
eternamente agradecido. Recordando el gran amor que existía entre
ellos, no pudo evitar sonreír mientras apretaba la pequeña mano con
cariño y la abrazaba más cerca de él.

617

Apenas llegaron, Margaret subió escaleras arriba al oír los gritos


de la bebé, dejando a John para acompañar a su madre en el salón.
La nueva madre regresó algún tiempo después con Sophie en
sus brazos. La niña estaba bien saciada y alerta, sus ojos azules
enfocados en su madre.
—No pude encontrar a Dixon, —ofreció Margaret como
explicación por traer a la niña abajo.
—Es martes, estoy segura de que ha ido a buscar el planchado, —
respondió Hannah—. Dame la bebé. Disfrutaré entreteniéndola por un
tiempo, —insistió la abuela, extendiendo sus brazos ansiosamente para
tomar a la niña.
Margaret le entrego la bebé a su cariñosa abuela, quien sonrió
satisfecha de haber asegurado a su preciosa nieta en sus brazos.
—¿Por qué no descansan ustedes dos? Cuidaré de Sophie, —
sugirió, ya atrapada en la adoración de la bebé. Sus ojos brillaron de
alegría ante la mirada abierta de la bebé—. Vayan, —espantó a la pareja
con un rápido movimiento de cabeza.
John se levantó de su silla, ansioso por estar solo con su esposa.
Siguió a Margaret en silencio por las escaleras hasta su habitación,
asegurando la puerta detrás de ellos.

618
Se giró para mirarlo, pero antes de que pudiera hablar, John
cerro la distancia entre ellos y la rodeó con sus brazos. La respiración
de Margaret se detuvo cuando reconoció su propósito; los ojos azules
de él brillaban con la intensidad de su necesidad. No ofreció
resistencia cuando él acercó sus labios a los de suyos. Sus besos
hambrientos la derritieron y Margaret sintió el calor fundido de su
propio deseo levantarse para responder al suyo. Pasando las manos
por la parte delantera de su chaleco, tembló al sentir la firmeza de su
forma antes de cerrar sus brazos alrededor de su cuello en absoluta
rendición.

Esa noche a la hora de acostarse, Dixon terminó de abrochar los


ganchos en la parte posterior del vestido de novia de Margaret mientras
la joven esposa se paraba frente al largo espejo. La mujer corpulenta
sonrió ante la idea romántica de la niña. El vestido no quedaba bien
alrededor del busto, pero era de esperarse. Dixon sacudió la cabeza.
Era difícil creer que su joven a cargo ya era madre. Pero estaba feliz, se
recordó la fiel sirvienta, su corazón se conmovió al pensar en la
satisfacción de Margaret en la vida que había elegido.
Un leve golpe sonó en la puerta de conexión.
—¿Margaret? sonó la voz del Maestro, —solicitando
pacientemente la admisión.
—Gracias Dixon. Eso será todo, —Margaret despidió en silencio
a su doncella antes de responder a la llamada de su esposo en tono

619
más resonante—. Adelante, —hizo señas con leve ansiedad, arreglando
rápidamente sus faldas para su mayor ventaja.
John dio un paso adentro antes de quedarse quieto al verla, el
recuerdo conmovedor del día de su boda lo tocó hasta la médula.
Atraído como un imán, estuvo a su lado en un instante para
colocar un beso prolongado en los labios que continuamente lo
atrapaban con su flexible suavidad.
—Eres tan hermosa como siempre, —pronunció con reverencia,
mientras su mirada recorría sus rasgos, con su rostro cerca del de ella.
Era, pensó, aún más hermosa, porque ahora conocía cada expresión
matizada de su rostro y cada contorno de su cuerpo. Apenas había
llegado más allá de la adolescencia cuando se casaron, pero ahora
estaba ante él como una mujer muy amada que había tenido un hijo.
—No encaja perfectamente, pero deseaba probármelo, —
confesó, complacida por su reacción favorable. Se glorío en el
recuerdo del día que tuvo un significado tan especial para ella—. ¿Qué
tienes ahí? —preguntó con curiosidad por el paquete que sostenía
firmemente con un brazo.
—Feliz aniversario, —respondió con una cálida sonrisa,
tendiéndole el regalo envuelto.
Margaret lo miró inquisitivamente a los ojos, dándole una dulce
sonrisa mientras levantaba la gran caja de sus manos. Su esposo la miró
perplejo cuando se volvió para dejar el paquete sobre la cama y cruzó
para recuperar algo de su armario. volvió a él, colocando en sus manos
un lienzo enrollado.
John desató la cinta que lo unía y desenrolló el papel para ver
una pintura de un arroyo que se inclinaba más allá de un bosque
pacifico con exuberantes y verdes pastos en primer plano.

620
—Aquí es donde nos quedamos… en Helstone, —balbuceó
mientras estudiaba la imagen maravillado por su parecido con el lugar
que recordaba con tanto cariño.
—Fue una de las pinturas que hice mientras esperaba la llegada
de Sophie. Quería sorprenderte, —explicó, brillando de placer ante su
respuesta.
—Es muy bueno, conocí de inmediato el lugar, con la gran roca
y la forma en que el arroyo gira allí, —señaló mientras elogiaba su
trabajo—. Lo tendré enmarcado y puesto en mi estudio, —comentó,
mirándola con gran aprecio.
—No sabía si sería adecuado… —comenzó con modestia.
—Se adaptará muy bien, —finalizó con decisión—. Lo apreciaré
como un recordatorio de esos maravillosos primeros días, —le dijo,
inclinándose para darle un afectuoso beso de agradecimiento—. Ahora,
debes abrir tu regalo, —indicó con una cálida sonrisa extendiéndose
sobre su rostro en anticipación a su aprobación.
Margaret rasgó cuidadosamente el papel para revelar una
hermosa caja de palisandro con incrustaciones de latón. Tomó aliento
al verlo.
—Oh, John, es hermoso, —dijo entusiasmada.
—Ábrelo, —la animó gentilmente, ansioso por que viera más.
Levantó la tapa para encontrar varios frascos con tapas plateadas
ubicadas en pequeños compartimentos forrados con terciopelo verde.
—¡Es un estuche de viaje!, —reflexionó en voz alta mientras
inspeccionaba los diseños grabados en las tapas plateadas.
—Hay un cajón debajo para tus joyas, —mencionó ansiosamente,
deseando que ella lo abriera.

621
Sacó un pequeño cajón forrado de terciopelo para encontrar un
pequeño pergamino atado con una cinta. Lo miró con curiosidad y
John asintió para que lo abriera. Desatando la cinta, desenrolló el
pergamino para leer la misiva de su esposo.

Feliz aniversario, querida esposa,


Las palabras nunca podrían describir lo que este año ha
significado para mí. Solo tú puedes comprenderlo, porque cuando te
miro a los ojos sé que mi corazón ha encontrado su hogar.
¿Vendrás a Helstone conmigo una vez más? He hecho arreglos
para que nos quedemos en la cabaña durante quince días este verano.
Estoy ansioso por regresar al lugar donde el cielo y la tierra parecen
encontrarse. Los recuerdos de aquellos días los atesoraré en mi corazón
por siempre.
Tu propio,

John
Los ojos de Margaret volaron hacia el rostro radiante de su
esposo.
—¿En serio? ¿Vamos a volver de nuevo? —preguntó emocionada
mientras se arrojaba a su abrazo, sus brazos descansando sobre su
pecho.

622
—¿No dije que deberíamos? —respondió, emocionado por su
euforia mientras rodeaba su cintura con más fuerza.
—¿Cuándo vamos? —preguntó ansiosamente, sus brillantes ojos
mirándolo.
—Los Thompson propusieron a principios de julio, así que
tenemos un mes de espera. Pensé que podríamos traer a mamá a ver
el campo y ayudar a cuidar a Sophie. Estoy seguro de que tendrá
tiempo suficiente para organizar todo como debería ser, —comentó.
—Contaré los días, —proclamó en serio.
John echó la cabeza hacia atrás para reírse de su brillante
entusiasmo.
—Los contare también, pero por ahora deseo disfrutar el
momento que tenemos entre manos, —respondió mientras su voz
bajaba suavemente.
Margaret levantó la cara hacia John en respuesta. Sus labios se
encontraron y se movieron con suave fervor, hasta que una chispa se
convirtió en llamas.

Cuando llego el día de su partida, el ajetreo y el ruido de la


estación, amplificaron la emoción de la pareja para comenzar sus
vacaciones. Para los transeúntes comunes, el semblante de Hannah no
revelaba ansiedad; pero sus ojos cambiantes y sus labios fruncidos
fueron debidamente notados por su hijo, quien reconoció su inquietud

623
por haber sido quitada de cada patrón familiar de vida dúrate quince
días.
La inquietud de la anciana desapareció tan pronto como Sophie
fue colocada en sus brazos. Margaret era muy consciente de la alegría
reconfortante que la bebé le daba a su suegra. La joven madre no podía
estar más contenta de que se hubiera formado un vínculo tan preciado
entre las generaciones, y recordó con una punzada de diversión lo
severa e insensible que había supuesto que la Sra. Thornton estaría en
sus primeros encuentros.
John no pudo contener la sonrisa fácil que apareció en su rostro.
Ya sentía que el peso de sus responsabilidades comerciales se levantaba
de sus hombros por un tiempo, y estaba ansioso por volver a visitar el
hermoso campo donde había pasado la semana más gloriosa de su
vida.
Cuando habían viajado varia horas y Milton yacía detrás de ellos,
John se encontró solo en el compartimento con su novia. Sophie yacía
durmiendo a sus pies en su pequeña cuna, y el balanceo y el traqueteo
del tren habían convencido a su madre de una siesta tranquila. Sus
manos todavía agarraban suavemente su bordado.
El Maestro inspeccionó el compartimento; estaban tan bien
como solos. Una amplia sonrisa iluminó su rostro mientras deslizaba
su brazo alrededor de los hombros de su esposa. Margaret se apartó
de la ventana para darle una cálida sonrisa y se acurrucó más cerca del
cómodo abrazo de su esposo.
—Tenemos tal vez una hora, tal vez un poco más, hasta que
lleguemos a Londres, —dijo en voz baja.
—Sí, lo sé. Estaba pensando en la última vez que viaje a Londres,
con tía Shaw, —respondió con un ligero titubeo en el agridulce
recuerdo del día en que había dejado a Milton sin él.

624
Un escalofrío de emoción atravesó a John al recordar
vívidamente cuan intenso había sido su dolor al separarse de ella tan
pronto después de descubrir que estaba dispuesta a aceptar su
propuesta de matrimonio.
—Pensé que mi corazón se partió por la mitad al verte dejarme
ese día. Todavía no podía creer que te interesabas en mí, —respondió
en voz baja.
—¡Pero me interesaba en ti! —respondió, volviendo la cara hacía
él para que viera que sus ojos brillaban con ansiosa compasión—.
¡Aunque no lo había admitido lo suficiente, incluso en mi propio
corazón, hasta que descubrí que aún sentías algo por mí! —confesó,
bajando su mirada y volviéndolo a mirar. —Cuando encontré esa nota
en el libro que me diste… no me había atrevido a soñar que aún me
amaras después de todo lo que había hecho.
John acuno su rostro entre sus manos.
—No podía dejar de amarte. Cuando llegaste a despedirte de mí,
sentí que mi mundo se estaba acabando. Estaba seguro de que nunca
volverías a un lugar que pensé que despreciabas. Cuando me dijiste
que te habías encariñado con Milton, mis esperanzas se dispararon al
pensar que podrías abrázame en algún aspecto después de todo. No
podía dejarte ir sin saber si tenía la oportunidad de ganar tu afecto.
Recé para que encontraras la nota en poco tiempo, ¡pero no había
soñado que enviarías tu respuesta tan rápido! —profesó, sus ojos
ardiendo en los de ella con tierna pasión al recordar los
acontecimientos de ese día.
Margaret le devolvió la mirada con asombro ante su relato; su
garganta estaba ahogada por la emoción.
—Una vez que me di cuenta de lo que implicaba tu nota, no pude
dejarte creer nada más que la verdad por un momento más: que te

625
amaba, John. Finalmente, pude verlo claramente. Te amé, John
Thornton, por más tiempo del que tú hubieras creído, —reveló, sus
ojos luminosos brillaban por el amor que sentía por él.
No se necesitaban palabras para responderle esta vez. John
capturó sus labios con los suyos y la pareja se besó suave y
fervientemente mientras la privacidad lo permitiera.

En Londres, la familia Thornton había acordado quedarse en


Harley Street durante una noche para visitar a la familia de Margaret
antes de dirigirse a Helstone al día siguiente. Era un patrón que se
convertiría en una práctica estándar en los años venideros.
Tía Shaw se alegró de ver a su sobrina luciendo radiantemente
feliz y todos se alegraron de conocer a la pequeña Sophie. Edith y
Maxwell estaban encantados de mostrar su nueva incorporación a la
familia. Emmeline había nacido el mes anterior. Edith estaba segura de
que algún día Sophie y Emmeline serían tan buenas amigas como lo
habían sido Margaret y Edith.

626
Sholto prestó poca atención a las bebés y rápidamente se
convirtió nuevamente en un amigo de John durante el poco tiempo
que visitó a la familia en el salón.
Hannah Thornton se esforzó por ser lo más sociable posible y
le gustó la honestidad de Maxwell en todas las cosas. Evaluó la casa en
silencio mientras los demás hablaban, notando la alegre grandeza en la
que Margaret había vivido durante tantos años. Aunque no estaba
dispuesta a estar demasiado impresionada con la residencia de la Sra.
Shaw, Hannah apreciaba que Margaret nunca hubiera logrado hacer
de su hogar en Marlborough Mills una réplica impresionante de tales
galas de Londres.

Cuando llego la hora de partir a la mañana siguiente, Edith


lamentó que la visita hubiera sido demasiado corta; insistió en que los
Thornton debían venir de visita antes de que pasara demasiado tiempo.
Margaret había disfrutado mucho su visita y sonrió ante las protestas
de su prima; sin embargo, estaba ansiosa por continuar su viaje a
Helstone.
El viaje en carruaje desde la estación de Southampton fue
refrescantemente pintoresco, incluso si las carreteras eran a veces
menos ideales para su comodidad. El dulce aroma de tojo impregnaba

627
el aire por millas y los bosquecillos y las colinas parecían vivos con el
rico color de los tonos de la naturaleza. A medida que el carruaje se
acercaba a la cabaña, Margaret le sonrió a su esposo y este la tomó de
la mano con un destello de comprensión ante su emoción. Ambos
sintieron la alegría consumada de regresar al lugar donde habían
pasado días tan felices.
Cuando finalmente llegaron, Margaret descendió rápidamente
del carruaje, incapaz de esperar un momento más y aspiró el aroma
fragante de lavanda que creció profusamente a lo largo del camino
delantero. John ayudó a su madre, quien sintió la tranquilidad del
hermoso escenario frente a ella tan pronto como se bajó del carruaje.
Margaret recorrió la casa con Sophie en sus brazos para ver que
todo seguía igual como recordaba antes de subir las escaleras a su
habitación.
John entró a su habitación un momento después para examinar
felizmente la habitación que recodaba con especial cariño. Cerró los
brazos alrededor de la cintura de su esposa desde atrás, abrazándola a
ella y a su hija. Al encontrar un lunar en su cuello, con sus labios rozó
ligeros besos desde su hombro hasta su oreja.
—Lástima que no estamos solos, —susurró con voz ronca y
enviando un temblor de júbilo prometido por la columna de Margaret.
—Deberíamos asegurarnos de que tu madre esté bien asentada,
—respondió con calma, aunque su corazón latía más rápido ante sus
continuas atenciones sobre su cuello.
John se apartó de mala gana para ofrecer ayuda a su madre.
Después de haber acomodado sus pertenencias en sus
habitaciones, Hannah rechazó su amable oferta de descanso,
declarando que el viaje no había sido largo y prefería disfrutar del aire
fresco. La reunión pronto se movió al aire libre, y John y Margaret le

628
dieron a Hannah un breve recorrido por la propiedad alrededor de la
casa.
No pasó mucho tiempo antes de que John trajera una silla para
su madre, se instaló cómodamente debajo de un gran roble con Sophie
despierta sobre sus rodillas. Una cuna y un cesto de costura estaban
listos para su uso a ambos lados. Margaret vio a su hija mirar hacia las
ramas mientras su suegra levantaba la cara de la niña para besarla.
John apretó la mano de su esposa.
—¿Podemos dar un paseo? —preguntó suavemente, convencido
de que su madre estaba bien acomodada con la bebé.
Margaret miró la posición del sol en el cielo y tomó nota del aire
cálido.
—Debería cambiarme la ropa de viaje por algo más fresco, —
respondió ella. Tal vez te gustaría dejar tu abrigo, —sugirió mientras
tiraba de su mano y se dirigía hacia la cabaña.
Margaret dejó caer su mano para subir las escaleras delante de
él. Después de subir unos pasos, lanzó una mirada traviesa por encima
del hombro y subió corriendo las escaleras.
Para no quedarse atrás, su esposo la atacó con una sonrisa
maliciosa creciendo en su rostro ante su alegría. La siguió rápidamente
a su habitación y aseguró la puerta detrás. Para su deleite, Margaret se
arrojó a sus brazos y presionó su cuerpo contra el suyo, desterrando
toda pretensión de su propósito de regresar a la acogedora habitación
que guardaba esos recuerdos íntimos.

629

Más tarde salieron de la cabaña con ropa más cómoda. Margaret


llevaba una falda azul pálido y una blusa blanca, sus mejillas brillaban.
Hannah se sorprendió un poco al ver a su hijo vestido informalmente
con mangas de camisa, pero se alegró de verlo tan completamente
contento. La pareja explicó su intención de dar un paseo y prometió
regresar dentro de una hora.
El día era cálido, y la belleza y la calma del verdor que los
rodeaba invitaba pacíficamente. Caminaron felices de la mano a la
orilla del arroyo, su lugar favorito. El agua brillaba a la luz del sol y la
hierba se balanceaba en las orillas. El bosque ofrecía sombra a las flores
silvestres que creían en la orilla opuesta.
—Tal como lo recuerdo, —dijo John, mientras sus ojos miraban
fijamente. Tiró de Margaret a sus brazos, renunciando a la vista
panorámica por otra completamente encantadora—. Ha pasado un
año desde que te lleve a casa para ser mi esposa. ¿Tu vida ha sido como
esperabas, conmigo? —preguntó, sus ojos azul puro buscando los de
ella.
Margaret envolvió sus brazos alrededor de su cuello y sonrió
cálidamente.
—Nunca dudé de que sería feliz siempre y cuando me amaras.
Solo he deseado traerte felicidad a cambio, —respondió con esperanza
mientras sus conmovedores ojos buscan los de él.

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John le dio un beso ferviente en respuesta antes de liberarla
suavemente de su agarre.
—Cuando te besé en el arroyo el día de nuestra boda, supe que
mis días nunca volverían a ser aburridos o vacíos. Has llenado mi vida
de amor y de cada alegría que un hombre podría desear. No podría
imaginar mi existencia sin ti, —declaró ardientemente.
—Y no podría haberme casado con nadie más que tú —respondió
Margaret con una mirada de adoración que lo dejó sin aliento.
John se inclinó para otorgarle su afecto y Margaret recibió su
beso con temblorosa ternura. Por encima de ellos, las nubes blancas
ondeaban y pasaban sin prisa. Más allá de estas, un cielo azul pálido se
expandió infinitamente.

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— EPÍLOGO —

Milton – 1858

Sophie Thornton miraba ansiosamente por la ventana cualquier


señal de un carruaje en las puertas. Apoyándose de puntillas, presionó
su cara contra el cristal para obtener una vista más amplia.
—¡Él está aquí, mamá! —Llamó emocionada, sus oscuros rizos se
balancearon mientras saltaba con alegría hacia su madre.
La vista de los brillantes ojos azules de su hija calentó el corazón
de Margaret. ¡Cuánto le recordaban aquellos ojos brillantes a John! Le
devolvió la sonrisa a su hija cuando la niña más pequeña en su regazo
salto hacia la ventana.
—¡No lo veo! —la pequeña hizo un puchero mientras miraba por
la ventana, sus rizos brillaban con un tono dorado a la luz del sol.
—Ven, Lydia, él estará pronto aquí, dijo Margaret a su hija
menor, que tendría tres años para cuando finalice el verano. Lydia y
Sophie tomaron una mano extendida y se pararon junto a su madre en
el salón mientras esperaban a su padre aparecer en la puerta.
—¡Papá! —la más pequeña exclamó cuando la forma vestida de
oscuro del señor Thornton entró en la habitación. Corrió hacia él, con
las manos extendidas, mientras John rápidamente cayó sobe una
rodilla para atraparla. Sophie se lanzó al lado de su padre en rápido
orden con un saludo emocionado y su padre la abrazó debidamente

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con un amplio movimiento de su brazo. Las abrazó con fuerza contra
él y les dijo que las había extrañado.
Sonriendo ante su cálida recepción, John miró a su esposa que
estaba observando la escena que se desarrollaba con un rostro radiante.
Cogió a Lydia en un brazo y guío a Sophie hacia adelante mientras se
acercaba a Margaret.
—¿Y cómo está mi niña más grande? —preguntó, los tonos
sedosos de su voz tenían significado solo para ella. Sus ojos hablaban
de la soledad que habían sufrido separados y brillaban con alegre alivio
al estar en presencia del otro una vez más.
—Estoy tolerablemente bien, pero te he echado mucho de
menos—, confesó con una sonrisa juguetona que no pudo evitar
dibujarse por las esquinas mientras le pasaba el brazo por la cintura y
la empujaba contra él con la pequeña Lydia todavía en su agarre.
—¿Puedo? —respondió en un susurro antes de besarla
profundamente, saboreando su sabor después de cinco días de
ausencia. Sus días en Londres habían sido lo suficientemente
ocupados, pero por la noche, cuando la ausencia de ella había
amplificado la tranquilidad, su cama parecía vacía y le dolía no sentir
sus brazos alrededor de él.
Margaret no le respondió, pero su prolongado beso y la mirada
amorosa que le dirigió le dijeron todo lo que necesitaba saber.
—¿Dónde está madre? —Preguntó.
—Estoy aquí, con tu hijo, —respondió su madre mientas se
acercaba a la familia reunida. Un muchacho de cabello oscuro
recostaba su cabeza perezosamente sobre el hombro de su abuela, con
sus brazos regordetes alrededor de su cuello. Recién despertado de su
siesta, el pequeño parecía desinteresado en su entorno, con los ojos
entrecerrados en un sueño estupor.

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Su padre se inclinó para encontrarse con su mirada cansada, una
sonrisa cálida creció en sus labios al ver al niño que había crecido tanto
en tan solo un año.
—Hola, Johnny. Papá está en casa, —dijo suavemente, alentando
al niño a que se despertara completamente y lo notara.
—Papá —respondió Johnny, sus ojos azules alerta ahora en
reconocimiento. Levantó la cabeza y extendió los brazos hacia su
padre.
John lo recibió en un brazo, a Lydia la aseguró todavía a su lado
con el otro.
—¿Cómo te recibieron en el Parlamento? —Hannah preguntó
con gran interés.
—Muy bien, supongo, respondió con franqueza, como si
considerara por primera vez el éxito de su viaje—. Me presentaron a un
gran número de miembros y me invitaron a varias reuniones
posteriores para responder a todas sus preguntas.
John había ido a hablar con el Parlamento en nombre de la
industria del algodón como invitado del Sr. Wilkinson. Era un deber
que le complacía realizar para transmitir los problemas de su negocio
tal como los entendía.
Su esposa y su madre sonrieron sintiendo orgullo por sus obvios
logros, pero los niños estaban ansiosos por captar la atención de su
padre sobre cosas mucho más importantes.
—¡Papá, el Sr. Bell me envió una muñeca nueva para mi
cumpleaños! ¿Vendrás a verla? —Sophie preguntó ansiosamente,
saltando de puntillas mientras hablaba.
Lydia se retorció del agarre de su padre para unirse a su
hermana.

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—¡También me dio una muñeca nueva! —la niña más pequeña
agregó con igual entusiasmo.
—¿Tu cumpleaños? —John preguntó sospechosamente—. Pensé
que ya te había enviado un regalo por tu cumpleaños hace algún
tiempo. Me parece que el Sr. Bell las está malcriando a las dos. Te dio
suficientes regalos en Navidad para que te duren todo el año, —bromeó
con un brillo en sus ojos.
—Vamos ahora, puedes mostrarle a tu padre tus regalos, pero
luego debemos dejar que se relaje. Fue un largo viaje desde Londres,
—les dijo Margaret mientras los guiaba haca las escaleras.
—¿Viste a Sholto y Emmeline? —preguntó Sophie.
—Lo hice. Están ansiosos por que los visiten cuando nos
vayamos de vacaciones este verano, —respondió mientras todos subían
las escaleras.
Después de que John hizo la visita obligatoria al cuarto de las
niñas, Margaret dejó a los niños al cuidado de Hannah por un
momento mientras guiaba a su esposo por el pasillo. John la detuvo
cuando había pasado más allá de su habitación
—¿A dónde vas? —preguntó, con voz sensual cuando su mano
apretó su brazo.
—Para prepararte un baño; has recorrido un largo camino… —
comenzó, mirándolo inquisitivamente.
John la tomó en sus brazos en medio del pasillo.
—¿No me darás la bienvenida primero? —murmuró cuando una
sonrisa sugestiva se extendió por su rostro. Su aliento quedó atrapado
en su garganta cuando Margaret levantó los conmovedores ojos para
encontrarse con los suyos, y se preguntó una vez más por el poder que
tenía para extasiarlo. ¡Ella era tan bella!

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Margaret levantó una mano para acariciar su rostro, pasando la
palma de su mano sobre su mejilla y pasando sus dedos por el pelo de
su sien. Levantó su otra mano para deslizarse a lo largo de su
mandíbula y cuello. Solo habían sido unos días, pero sintió como si
hubiera estado perdido para ella por años. No tomó, nunca tomaría,
su amor por sentado. Su esposo era la encarnación de cada fuerza viril,
y todo lo que era correcto y bueno en este mundo. ¡Era tan
gloriosamente guapo! ¿No lo sabía él? Dudaba que lo hiciera, dudaba
de que supiera que tenía el poder de dejarla sin aliento cuando recibía
tales miradas de sus penetrantes ojos azules.
Mirando esos ojos y acariciando suavemente su rostro, vio al
chico que estaba ansioso por aprender y hacer, que tenía dentro de él
un corazón gentil y una dolorosa necesidad de ser amado. Levantó la
mano y agarró la nuca de su cuello para atraer sus labios hacia los de
ella. Lo amaría, y lo amaría ferozmente, todos los días de su vida.
John le devolvió el ardor de su beso. Cuando se detuvieron para
recuperar el aliento, la llevó al dormitorio y cerró la puerta.

Esa noche, Margaret entró a su habitación compartida como


siempre solo para descubrir que su esposo no estaba. Caminó
directamente a través de la habitación sin dudar, sabiendo en donde lo

636
encontraría. Recogiendo su bata a su alrededor, se movió rápidamente
por el pasillo hacia la habitación de las niñas.
Se detuvo en la puerta y recibió una rápida mirada de su esposo,
pero no interrumpió la historia que atrajo la atención de sus dos hijas.
Margaret sonrió al darse cuenta de que estaba inventando otro episodio
en la saga continua de un pequeño ratón aventurero que
supuestamente vivía en las tablas del piso de la habitación de las niñas.
Esta vez, el ratón había viajado a Londres en el bolsillo de su padre.
Margaret se cubrió la boca para reprimir la risa que la invadió al ver la
cara confiada y hechizada de Lydia.
Cuando John terminó, ambos padres les dieron un beso de
buenas noches a las niñas y las metieron en la cama.
Una vez dentro de su habitación, Margaret se sentó en su
tocador y se cepilló el pelo mientras su esposo se preparaba para
acostarse. Era un gran consuelo tenerlo en casa otra vez, pensó. Su
rutina nocturna parecía carente de propósito mientras él se había ido,
y la habitación estaba terriblemente vacía.
Sin embargo, estaba orgullosa de que el propio miembro del
Parlamento del Milton le hubiera pedido a John que hablara con la
Cámara de los Comunes sobre la floreciente industria del algodón y la
multitud de cuestiones que la rodeaban.
—¿Qué pensó el Sr. Wilkinson de tu éxito? —preguntó con
curiosidad. Habían discutido mucho sobre su viaje a Londres en la
cena con su madre, pero no habían tocado ciertos aspectos.
—Dijo que había causado una gran impresión. Creo que expliqué
bien nuestros problemas. Estos hombres tienen mucho que deliberar
en muchos frentes, así que trate de aclarar y razonar mis puntos sin ser
demasiado complicado, —respondió humildemente mientras se
quitaba el chaleco y lo colgaba en el armario. Se volvió para mirar a su

637
esposa cuando comenzó a desabrocharse la camisa—. Fue bastante
inflexible en que debería considerar unirme a él. Se abrirá un asiento
el próximo año. Un señor Dalton de Lancashire se retirará de su
puesto, —le reveló con cautela.
Margaret calmó su peine y se volvió para mirarlo.
—¿En el Parlamento? —cuestionó, algo horrorizada por la
casualidad de su tono ante tal recomendación.
—Sí, —respondió simplemente, mirándola por su reacción.
Margaret se esforzó por calmar la emoción de contemplar a su
esposo en una posición tan honorable y las emociones encontradas que
siguieron al pensar en dejar Milton. No deseaba parecer tan excitable,
si su esposo no estaba realmente interesado en buscar la posibilidad.
Se levantó de su asiento y cruzó la habitación, se quitó la bata y bajó las
mantas para meterse en la cama. Por fin habló.
—¿Qué opinas de su recomendación? —preguntó
tranquilamente.
John dejó escapar un suspiro y termino de ponerse su camisa de
dormir mientras hablaba.
—He tenido tiempo de considerarlo en el viaje en tren a casa,
pero, sinceramente, no estoy muy seguro de qué pensar. Es un honor,
sin duda, y siento por un lado que podría adelantar algunos progresos
en el Parlamento… —comenzó.
Margaret estudió su rostro desde su posición sentada en la cama.
—¿Pero? —lo empujó, notando su renuncia a continuar.
Levantó las mantas para unirse a ella y respondió:
—Pero no estoy seguro de que me sentiría bien ubicado en un
entorno así. No hay un progreso diario determinable en tal trabajo.

638
Temo que todos los días se consuman en interminables conversaciones
y discusiones, con favores y politiquería mientras los miembros
intentan presionar para obtener alguna ventaja para su gente. No estoy
seguro de poder mantenerme convencido de mi uso práctico en ese
lugar, —dijo ambiguamente.
Su esposa guardó silencio un momento mientras reflexionaba
sobre la verdad de sus dudas.
—Sé que sería un tipo de trabajo muy diferente de lo que has
hecho, pero sé que podrías ayudar a avanzar en las mejoras, no solo
por el bien de Milton sino por todo el país, —respondió con un suave
aliento.
John sonrió ante su confianza en él, pero luego frunció el ceño
mientras contemplaba su reticencia.
—No me siento muy cómodo dejando Milton en este momento.
Los acontecimientos en Estados Unidos son inquietantes y estoy
empezando a dudar de la sabiduría o la moralidad de seguir
dependiendo de su algodón, —confesó, mirando ciegamente la colcha
de color borgoña, sumido en sus pensamientos.
Margaret contempló su comentario mientras se movía para
acostarse, frente a él.
—Supongo que sería mejor estar donde puedas hacer el mayor
bien, —racionalizó.
La miró pensativamente de acuerdo y apoyó la cabeza sobre la
almohada junto a la de ella.
—Estoy segura de que harás lo correcto… lo que decidas, —
terminó con una sonrisa afectuosa.
Solo podía sonreír ante su fe en él.

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—¿Confías en mi juicio? —preguntó con un ligero arco de sus
cejas.
—Por supuesto, —respondió, con un tinte de reproche burlón
por sus dudas.
—¿Y no te decepcionaría si me negara a buscar un puesto tan
prestigioso y la oportunidad de vivir en Londres por un tiempo? —
preguntó tentativamente.
Margaret se inclinó para plantar un beso en sus labios.
—No me importa si te otorgan algún título mundano, aunque
estoy bastante segura de que te lo mereces. Conozco al hombre con el
que me casé, —afirmó, estudiándolo con adoración—. En cuanto a
Londres, no me importa dónde vivamos, siempre y cuando estés
conmigo, —respondió con convicción mientras deslizaba sus manos
por su brazo para descansar sobre sus hombros.
John la alcanzó detrás de su cintura para atraerla más cerca.
—Te extrañé, —le dijo una vez más, deleitándose con el simple
placer de estar en su propia cama otra vez, con ella.
—Tengo una confesión que hacer, —reveló Margaret con una
sonrisa tímida mientras se encontraba cara a cara con él.
John frunció el ceño con curiosidad ante su declaración, con una
sonrisa parcial en las comisuras de sus labios.
—Anoche traje a las niñas a la cama conmigo para que no
sentirme sola, —admitió tímidamente antes de mirarlo a los ojos.
John se rio de su transgresión al haber alterado la rutina de
dormir de los niños.
—¿Debo traerlas una vez más? —bromeó, moviéndose para
levantase de su posición boca abajo.

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—¡No! —declaró mientras agarraba rápidamente su camisa de
dormir para contenerlo y tirarlo hacia abajo—. Deseo tenerte para mí
sola, —dijo con una sonrisa seductora mientras le rodeaba el cuello con
los brazos y se retorcía para poner su cuerpo en contacto con el de él.
—Usted se ha ido por demasiadas noches, Sr. Thornton, —lo reprendió
burlonamente antes de acercar sus labios a los de él.
Cuando le devolvió el beso, sintió que la maravillosa seguridad
de su amor lo envolvía. No importaba lo que traería el futuro, pensó,
siempre y cuando pudiera sostenerla en sus brazos al final de cada día.

Milton – 1862

—Vengan, niñas, es casi mediodía. —Margaret Thornton alentó a


sus hijas a acelerar sus pasos mientras avanzaban por las calles sucias
hacia otro lado de la ciudad.
—La prima Ofelia y la prima Emmeline nunca irían a esos
lugares, madre, —comentó Sophie con cierto desdén mientras se
esforzaba por mantener el ritmo de su madre, sosteniendo su
sombrero desatado y caminando con cuidado alrededor de la basura
esparcida en su camino. Lydia saltó sobre el desorden y se apresuró a
seguir.
—Entonces no obtendrán la satisfacción que puedes alcanzar al
seguir el mandato del Señor de amar a tu hermano como a ti mismo,
—respondió su madre con firmeza. A las hijas de Fanny y Edith no se
les había enseñado a mirar más allá de su propio ámbito de seguridad

641
y lujo agradables, pensó Margaret con exasperación de que su propia
descendencia no miraría a los necesitados.
Sophie dejó escapar un pequeño suspiro. Estaba cansada de esta
tarea diaria, pero sabía que su madre tenía razón.
Cuando llegaron al almacén de ladrillo con corrientes de aire, se
caminaron más allá de la línea serpenteante de hombres, mujeres y
niños desaliñados y entraron en la gran cocina que se había montado
allí.
Margaret y las chicas rápidamente asumieron sus tareas
asignadas, sirviendo guiso espeso en tazones y repartiendo el pan en la
corriente constante de caras cansadas y pálidas que pasaban junto a la
larga mesa cerca de las estufas calientes que producían hogazas de pan
humeante.
Había pasado casi un año desde que estalló la guerra entre los
estados de América y casi tanto tiempo desde que el ultimo algodón
americano había llegado a las costas de Inglaterra. Los que no estaban
preparados para la agitación tuvieron que cerrar sus fábricas, dejando
sin trabajo a cientos de pobres en dificultades. Iglesias y organizaciones
benéficas, así como los líderes de la ciudad, se unieron para calmar la
difícil situación de los desempleados. Margaret conocía a muchas de
las personas que la pasaban y los saludó amablemente y les preguntó
acerca de sus familias. El comedor de beneficencia mantenía a muchos
alimentados, pero Margaret sabía que debía hacerse más. Había
suplicado a las autoridades locales que establecieran un sistema
mediante el cual distribuir provisiones: se necesitaba
desesperadamente ropa y zuecos, carbón y alimentos básicos. Toda
esperanza de que el conflicto en Estados Unidos fuera breve se había
desvanecido por mucho tiempo.

642
Mientras Sophie servía el estofado de cordero en cuencos, su
atención se dirigió a una niña pálida de su misma edad que se apoyó
contra su madre, tratando de compartir un chal en ruinas. Cuando la
niña llegó a la mesa para tomar su porción, Sophie se encontró con su
mirada solemne y le dirigió una sonrisa mansa. En el siguiente instante,
la hija del dueño del molino tiró del chal de cachemira alrededor de
sus hombros y se lo entregó sin palabras a la niña. Algo asustada y
confundida, la niña dudó ante el gesto hasta que Sophie le suplicó que
lo tomara con un gesto amistoso.
La niña temblando asintió mansamente en agradecimiento,
acompañada de una leve sonrisa.
Un escalofrío le envolvió los hombros, pero Sophie Thornton
apenas se dio cuenta. En cambio, un calor indescriptible brotó de su
interior y todo su cuerpo irradiaba una paz profundamente sentida.

El Sr. Thornton concluyó su consulta con el capataz en el


antiguo molino de Hamper en medio de gritos y el ruido de los
hombres para izar pesados telares en caros para transportarlos. Con
una expresión sombría examinó el molino vaciado. Hamper había sido
un tonto, arriesgando su negocio con la vana esperanza de que la

643
creciente agitación en los Estados Unidos no interferiría con el
comercio.
Mucho antes de que estallara la guerra, Thornton se había
esforzado por persuadir a sus colegas para que fueran cautelosos al
confiar únicamente en el algodón estadounidense. Watson, Slickson y
otros finalmente se habían convencido de sus argumentos. Slickson se
había convenido parcialmente al algodón Surat de la India, alterando
la mitad de sus máquinas para procesar el algodón de grado inferior.
Con cuidado con respecto a la sabiduría y el sentido comercial de su
cuñado, Watson había cambiado su fábrica para hilar y tejer el mismo
algodón egipcio que fabricaba en Marlborough Mills. Sin embargo, la
nueva riqueza de Watson había envalentonado sus ambiciones y había
abierto un molino de lana.
Hamper no había prestado atención a la advertencia, excepto
para ordenar un suministro de algodón en su almacén. Cuando el
bloqueo de la Unión le impidió reponer su tienda, se vio obligado a
cerrar su molino. El Sr. Thornton había dado un paso adelante para
comprarlo a un precio muy bueno, pero la maquinaria era vieja y se
había visto obligado a considerar diversificar su propia empresa.
Finalmente, decidido que comenzaría a tejer seda, y había ordenado
telares Jacquard que llegarían dentro de una quincena. Había mucho
que atener en las siguientes semanas y meses.
El cansado Maestro sacó su reloj de bolsillo para ver que era casi
la hora de la cena y rápidamente giró sobre sus talones para regresar a
casa. Aunque su agenda era cada vez más desalentadora, contaba su
tiempo con su familia y rara vez extrañaba pasar al menos una parte de
su noche en la comodidad de su propia casa.
Cuando el alto fabricante avanzó hacia Marlborough Mills, se
enfrentó a los crecientes desafíos que asediaban la ciudad. Algunas
fábricas se vieron obligadas a reducir la producción, ofreciendo trabajo

644
a corto plazo para los empleados con salarios más bajos. Las solicitudes
de ayuda a los sindicatos de abogados pobres estaban aumentando, y
los comités de ayuda locales intentaban encontrar formas de ayudar a
los necesitados.
El ceño fruncido de John se hizo más profundo cuando
consideró las balas de algodón crudo acumuladas últimamente en
almacenes locales por especuladores codiciosos cuyo único
pensamiento era el engrandecimiento personal mientras esperaban
que el precio del algodón aumentara a cifras aún más exorbitantes. Sus
puños se apretaron al pensar en lo que le gustaría decir a esos
individuos tan insensibles, que solo exacerbaron el sufrimiento y las
luchas de sus semejantes.
Su mente todavía estaba sumida en el atolladero de angustia
mientras subía las escaleras de su casa. Las exclamaciones boyantes de
los niños en su entrada al salón de inmediato comenzaron a levantar el
peso de sus pensamientos. Un ligero abrazo y un casto beso de su
esposa provocaron una sonrisa en sus labios y llenaron su corazón con
una efusión de efecto cálido. Saludo a su madre con cariño y notó que
le estaba enseñando a Lydia algunos detalles de bordado.
Antes de dar un paso más en la habitación, un niño pequeño
con mechones de rizos de cobre se acercó a su padre con una peonza
alzada ansiosamente en sus manos regordetas. Johnny lo siguió de
cerca.
—¡Papá, hazlo! —exigió el niño más pequeño con una ansiosa
expectativa de obtener el cumplimiento inmediato de su padre.
John se agachó al nivel de su hijo menor y le dedicó una amplia
sonrisa.

645
—¿Quieres que haga girar la peonza, Richard? —le preguntó al
niño suavemente mientras estudiaba sus gruesos labios y la curva de su
nariz que tanto se parecía a la de su madre.
El pequeño asintió y su padre tomó la parte superior y precedió
a dejarla girar vigorosamente en el piso de madera. Los últimos
vestigios de las preocupaciones apremiantes de John se fundieron en
el olvido al ver la inocente alegría y asombro en los grandes ojos de su
hijo.

El verano encontró a la familia Thornton una vez más en su


amada Helstone. Una tarde, una brisa de bienvenida levantó algunos
mechones plateados del cabello de Hannah Thornton. La hierba que
la rodeaba se balanceaba suavemente mientras se sentaba sobre una
manta, protegida del sol implacable por un dosel ideado por su hijo.
Los veranos que pasó en Helstone fueron terapéuticos para su
alma. No había sabido cuan endurecida se había vuelto en sus hábitos
y pensamientos diarios hasta que permitió que su mente fluyera
libremente bajo el cielo abierto y la impresionante vegetación del
campo. Examinando los caminos ocultos de sus recuerdos, y dejando
que la gratitud y la esperanza en el futuro se afianzaran, se encontró

646
volviendo a una naturaleza más amable que había creído perdida hace
mucho tiempo.
Las comisuras de sus labios se volvieron hacia arriba mientras
veía a Margaret y sus hijas recoger flores silvestres en el borde del
bosque moteado del sol. El arroyo que fluía delante de ellos, brillaba a
la luz, y gorgoteaba sin esfuerzo sobre la suave pila de rocas que sus
nietos habían hecho cerca de la orilla.
Una vez que se habían saciado, las chicas cruzaron
cautelosamente la corriente una por una sobre piedras sobresalientes.
Sophie y Lydia, de nueve y siete años respectivamente, corrieron hacia
su abuela y se dejaron caer en la manta de su lado mientras su madre
las seguía con calma.
Hannah felizmente los ayudó a hacer guirnaldas de flores, una
artesanía que Margaret había demostrado años atrás a su hija mayor y
su suegra. Lydia se levantó orgullosamente cuando terminó su largo
circulo de flores y rápidamente adornó el cuello de su abuela con su
obra. Hannah le dio a su nieta un abrazo cariñoso de agradecimiento
y sonrió mientras ambas chicas corrían para unirse a su padre y sus
hermanos menores por la corriente.
John estaba ocupado ayudando a su hijo mayor a encontrar
salamandras. Johnny mantuvo cautivas a dos de estas criaturas en una
taza de lata y ayudó a su padre a volcar las piedras bajo el agua para
descubrir más. El pequeño Richard había perdido interés en su
empresa, en lugar de entretenerse recogiendo agua en su propia taza
de lata y volviéndola a verter en un juego sin fin.
Agachado en el borde del arroyo con sus hijos a cada lado, John
giró brevemente la cabeza en dirección a su hijo más pequeño para
asegurarse de que no se había alejado mucho. De repente consciente

647
de la presencia de su padre a su lado, el niño se levantó bruscamente y
vertió un vaso de agua sobre la cabeza desprevenida de su padre.
John gritó su sorpresa y se levantó para sacudirse el agua de su
cabello goteante mientras su madre y su esposa se reían desde lejos de
la escena cómica. Levantando al niño en sus brazos, lo reprendió
alegremente por la ducha y le hizo cosquillas en represalia. Richard
grito de deleite.
En el momento siguiente, John fue atacado por la espalda
cuando Lydia usó la taza caída de su hermano para arrojar agua sobre
la espalda de su padre. El hombre adulto dejó a su hijo y corrió hacia
el arroyo para buscar su venganza, sacando agua con las manos
ahuecadas mientras su hija chillaba por piedad y corría hacia un terreno
más alto. El pandemonio se produjo cuando la persecución pronto
involucró a todos los niños y tomaron su turno en la avalancha de
ataques y represalias.
Cuando Margaret se abalanzó para proteger a su hija menor de
la refriega, una de sus crías la salpicó. Gritó su sorpresa al verse
atrapada en el ataque, y juguetonamente hizo un puchero en protesta
por su blusa mojada.
Su esposo se rio de su desgracia y se apresuró para balancearla
por la cintura y darle un beso firme en sus labios petulantes.
Hannah se quedó observando la alegría del desordenado séquito
con diversión desenfrenada. Estos eran los recuerdos que serían
estampados en los corazones de estos niños, si no en sus mentes. Y
sabía que serían estos días soleados que su hijo y su esposa recordarían
cuando los días más oscuros se cerraran a su alrededor.

648

La tarde siguiente, mientras la familia jugaba croquet en el


césped detrás de la casa, un hombre larguirucho con cabello blanco
apareció en la terraza para saludarlos.
—Señor ¡Bell! —los niños exclamaron emocionados, dejando
caer sus mazos para subir las escaleras a la terraza abierta donde estaba
el anciano sonriente—. ¿Nos has traído algo? —Johnny preguntó
ansioso mientras los niños lo rodeaban.
—¿Y qué hace pensar que me acordé de traerte algo? —el Sr. Bell
replicó con una sonrisa de complicidad.
—John, sabes muy bien que no es educado preguntar algo así.
¿Has saludado al señor Bell? —Margaret reprendió a su descendencia
cuando llegó al grupo reunido en la terraza, seguida detrás por su
esposo y su suegra muy cerca.
—Estamos muy contentos de verlo, Sr. Bell. No nos importa si
no nos has traído nada esta vez, —dijo Lydia disculpándose por la
incorrección de su hermano.
El viejo echó la cabeza hacia atrás con una sonrisa.
—Por supuesto que no, —respondió sarcásticamente—. Pero
sucede que creo que hay algo en mi bolso para ti, —agregó con un brillo
misterioso en sus ojos. Hurgando en el contenido de su maleta, sacó
cuatro pequeñas bolsas llenas de dulces y golosinas de colores.

649
Los niños jadearon con alegre anticipación y le agradecieron
amablemente mientras le entregaba a cada uno su pequeño paquete.
—Está seguro de malcriarlos, Sr Bell, —Margaret imitó
burlonamente.
—Considero que es mi deber jurado—, se reincorporó con una
sonrisa de satisfacción mientras le daba un beso en la mejilla a su
ahijada antes de saludar al Sr. Thornton y su madre.
El Sr. Bell estaba feliz de ser recibido como parte de la familia
en Navidad y cada vez que elegía visitarlos. Le gustaba la propiedad
que Thornton había construido justo más allá de la aldea de la infancia
de Margaret hace algunos años. Helstone Manor era una hermosa
mansión de ladrillo y piedra ubicada en medio de los campos
ondulados de New Forest, con algunos árboles antiguos que
presentaban una majestuosa gracias y belleza natural a la propiedad.
Thornton estuvo a la altura y superó todas las expectativas del
Sr. Bell. El hombre había prosperado en todo lo que había puesto en
mano, y había encontrado una fuente de riqueza al invertir en la
fabricación de acero, una inversión que el Sr. Bell había imitado.
Astuto y decisivo en sus negocios, Thornton también demostró ser
sabiamente profético no solo en sus inversiones, sino también en su
cautela ante el curso adverso de los acontecimientos que afectarían a
su industria.
El Sr. Bell sabía que Margaret había ayudado a nutrir la visión
filantrópica de Thornton. Los esfuerzos de su esposo para aliviar la
división entre amos y trabajadores lo impulsaron a un puesto en el
Comité Central de Milton, que se creó para ofrecer ayuda a los
desempleados engendrados por la hambruna del algodón. El Sr. Bell
no tuvo reparo en dar generosamente al fondo, sabiendo que
Thornton tenía una mano firme en el timón.

650
El erudito de Oxford respiró hondo y contempló el lejano
paramo. Se alegró de ver a los Thornton escapar de la cuidad durante
parte del año. ¡Ojalá Hale hubiera vivido para ver a su hija tan
felizmente situada! ¡Habría estado contento y orgulloso de ver la vida
de que ella había creado con su alumno favorito!
Margaret invitó a su padrino a sentarse cuando un criado trajo
limonada y galletas a la terraza, y todos se acomodaron para tomar un
refrigerio y disfrutar de la compañía reunida.

Después de atender sus largos cabellos esa noche, Margaret dejó


su cepillo sobre el tocador y cruzó la espaciosa habitación para reunirse
con su esposo, que estaba en la oscuridad en el balcón de piedra con
vista a la amplia extensión de campos detrás de su casa. Un cielo índigo
estaba brillantemente iluminado por interminables estrellas y la
canción de los grillos impregnaba el aire fresco de la noche.
El olor a madreselva y rosas, y el ritmo fascinante del chirrido
de los grillos llenaron sus sentidos. El Sr. Thornton miró paralizado la
gloria del cielo abierto y la tierra distante más allá de la cual hizo señas
para que se maravillara ante la inmensidad de la creación.
—Es difícil imaginar que hay guerra y sufrimiento en el mundo
cuando todo aquí es tan pacifico, —dijo en voz baja, con los ojos

651
centrados en la grandeza de la escena nocturna—. No hay tumulto o
esfuerzo… es como si la discordia fuera simplemente un sueño de
existencia, y todo está destinado a estar en perfecta armonía… ¿Lo será
alguna vez entre los hombres? —se preguntó en voz alta, finalmente
dirigiendo su mirada a la mujer que estaba a su lado.
Margaret se acercó para abrazarle amorosamente la cintura y
apoyó la mejilla contra su pecho mientras consideraba sus palabras.
John levantó los brazos para envolverla en un abrazo gentil.
Sabía que su esposo sentía fuertemente el peso de su
responsabilidad en Milton durante estos tiempos difíciles.
—No lo sé… supongo que siempre hay esperanza de que
podamos lograr una paz mayor en este mundo. Solo podemos hacer
lo que podamos para arreglar las cosas dentro de nuestra esfera de
influencia, —respondió pensativa—. Estás haciendo lo mejor que
puedes, John. Con todo lo que te han dado, estás haciendo un gran
trabajo, —continuó, mirándolo suplicante.
Estaba orgullosa del papel principal que había desempeñado al
tratar de evitar que la economía local se derrumbara y al esforzarse
diligentemente por encontrar una solución para cada situación adversa
que surgiera. Deseaba que su tiempo en el campo le permitiera liberar
sus preocupaciones por un tiempo, para que pudiera volverse
despreocupado y optimista nuevamente.
—¿No es beneficioso llenar nuestros corazones con todo lo que
es bueno, reponer nuestras almas para el trabajo que tenemos por
delante? —consoló esperanzada, sus ojos buscando los de él a la tenue
luz de las estrellas.
John respondió sosteniendo su rostro entre sus manos y
acariciando sus mejillas suavemente con sus pulgares en tierna
adoración. Le dio un beso en los labios y en la frente antes de acercarla

652
a él con un suspiro de satisfacción. Sostenidos en un abrazo
reconfortante, ambos miraron serenamente la tranquila noche.

1872

El suave balanceo y el constante zumbido del tren acomodaron


a Margaret en un estado de ánimo contemplativo. Ella disfrutó el largo
viaje desde Londres a Milton, un viaje que habían hecho muchas veces
en los años trascurridos desde que John se convirtió en miembro de la
Cámara de los Comunes.
Miró hacia el otro lado para estudiar a su esposo, que estaba
mirando por la ventana, sumido en sus pensamientos. Aunque los años
no habían pasado sin juicio, no mostraba signos notorios de
envejecimiento aparte del cabello gris en las sienes y un semblante más
distinguido. Lo consideraba el hombre más admirable de toda
Inglaterra, y ella misma la mujer más afortunada de ser su esposa. No
anhelaba la grandeza o el prestigio especial, pero se lo había ganado
por su trabajo inquebrantable para mejorar la vida de los demás al
aprobar leyes legitimas en el Parlamento. Estaba orgullosa de su
integridad y firme determinación de llevar a cabo el propósito que él
había elegido obedientemente al responder al llamado a servir en el
gobierno.
Un orgullo feroz se hinchó dentro de pecho de Margaret para
recordar el gran honor que se le había otorgado recientemente cuando
la Reina lo había nombrado caballero por salvar a Milton de la

653
devastación durante los años difíciles de la hambruna del algodón. Con
previsión e ingenio, había evitado que muchas fábricas cerraran. Con
persuasivo fervor y su propia generosidad, había trabajado para
asegurarse de que nadie en Milton quedara sin las necesidades básicas
de la vida. Margaret sonrió al pensar en su gran título: Sir John
Thornton. Le quedaba bien, aunque era demasiado humilde para
usarlo con algún sentido de importancia personal.
Lady Thornton, pensó para sí misma, probando el sonido de su
nuevo título en su mente. Su corazón se calentó al pensar en el elogio
que recibió como parte de su vida. Le había complacido
inmensamente que sus parientes de Londres finalmente hubieran
llegado a reconocer el valor de su esposo y admirar el estatus que había
alcanzado.
La mirada de Margaret se posó en su hija, Sophie, que estaba
sentada tranquilamente junto a su padre leyendo un libro. Se había
convertido en una joven dama durante su estancia en Londres, y tenía
aproximadamente la edad que tenía la propia Margaret cuando su
familia hizo el trascendental traslado a Milton. Sophie tenía una belleza
sorprendente con su cabello negro azabache y los ojos de su padre.
Había llamado la atención de muchos hombres, y cierto joven abogado
ambicioso se había convertido en un pretendiente importante.
Incluso Lydia, que estaba sentada a su lado, había florecido
durante los años que habían alquilado una casa agradable cerca de
Harley Street. Lydia se había destacado en la academia y, aunque no le
gustaba tanto bailar como a su hermana, había aprendido a tocar el
piano bastante bien. Era más reservada y callada que su hermana, pero
se comportó con una gracia madura que coincidía con su intelecto.
Las chicas habían disfrutado de una estrecha amistad con los
hijos de Edith, Sholto y Emmeline. Los niños de Margaret, Johnny y

654
Richard, se habían relacionado más con los hijos de Henry, que eran
más cercanos a los niños Thornton y casi tan bulliciosos.
Margaret volvió la cabeza para estudiar a sus hijos, que jugaban
a las cartas con su abuela al otro lado del pasillo. Ambos muchachos
habían demostrado aptitud para sus estudios y, en general, se portaban
bien. Habían prosperado en sus salidas con su padre, y estaban
especialmente entusiasmados cuando sus aventuras en la ciudad con él
los llevaron a Londres.
Fue cuando tomaron sus vacaciones en Helstone todos los
veranos que los niños podían correr y divertirse como deberían hacerlo
todos los niños pequeños. Los recuerdos más queridos de Margaret
sobre sus hijos incluyeron verlos pasar días despreocupados con juegos
enérgicos en los campos y bosques de la idea bucólica de su infancia.
Mientras Margaret miraba con cariño el camino, le tocó a John
estudiar a su esposa de casi veinte años con admiración. Su belleza no
había disminuido de ninguna manera. La delicada gracia con la que se
portaba desmentía la fuerza y la determinación que yacían debajo.
Margaret lo había reforzado en los días en que había dudado de su
propia utilidad, cansado de las deliberaciones interminables y frustrado
con pensadores demasiado cautelosos. Nunca había dejado de influirlo
en su fe, en su habilidad para promulgar el progreso, y a menudo había
prestado su sabia opinión en asuntos de gran peso.
Sabía que no le gustaba la brillante vida social a la que aspiraban
muchas mujeres, pero, sin embargo, había brillado como una joya en
los diversos compromisos formales a los que debían asistir. Cautivante
en su elegancia y convincente en su conversación, John reconoció que
su esposa era un gran activo para ganar la admiración y el respeto de
sus oponentes más reacios. Cuidadosamente velando sus propias
convicciones como simples verdades, a menudo había convencido a

655
los cascarrabias del progreso de los errores de su rígido control sobre
el status quo.
Durante sus años en Londres, sus hijos habían florecido y
Margaret se había mantenido alegre y ambiciosa en todas sus
actividades. Había enriquecido sus días más de lo que podría haber
imaginado y sabía que permanecería bajo el hechizo de sus encantos
para siempre, y se alegró de ofrecerle una vida de actividad y propósito.
Le llenó el corazón de alegría especial saber que estaba ansiosa
por regresar a Milton, tal como él. A menudo le había hablado de su
entusiasmo en las últimas semanas. Ambos estaban ansiosos por
involucrarse una vez más en el ritmo diario de la vida en Milton, donde
podían sentir la energía del futuro tomando forma y dar vida a sus
esperanzas de una humanidad avanzada.
Margaret volvió la cabeza para captar la mirada cariñosa de su
esposo. Le sonrió a sabiendas y este le devolvió la sonrisa en perfecta
armonía.

El domingo por la tarde, la familia Thornton salió de la gran casa


en el distrito más rico de Milton que iba a ser su nuevo hogar y caminó
por la calle de la cuidad para visitar a sus amigos más cercanos, los
Higgins.

656
Cuando llegaron a las puertas familiares de Marlborough Mills,
Margaret sitió una punzada de afecto por el lugar donde habían pasado
tantos años felices. No importaba cuantas veces la visitaran, siempre
sentiría lo mismo por la primera casa que habían compartido por
primera vez.
Nicholas los saludó en el salón, que estaba respetablemente
amueblado con piezas recogidas lentamente desde el momento en que
Nicholas se había convertido en el Maestro del molino en ausencia de
John.
—¡Thornton! —gritó cálidamente mientras tomaba la mano del
antiguo Maestro—. Sir John, si perdona mi mente confusa, —corrigió
rápidamente.
—No hay necesidad de formalidades entre amigos, Higgins, —
aseguró el Sr. Thornton, con una amplia sonrisa.
Margaret le dio un abrazo a Mary y estrechó la mano de su
esposo, Robert Campbell, quien había trabajado durante mucho
tiempo en el molino y era molestado por llevarse a la mejor cocinera
que el comedor había tenido. La pareja tuvo dos hijos, Bessie y Jacob,
que eran amigos de las hijas mayores de Thornton, que habían crecido
juntos en años anteriores. Todos menos dos de los niños Boucher se
habían mudado de su casa a sus propios hogares.
Mientras los adultos disfrutaban de una animada conversación
con sus viejos amigos, Margaret se alegró de notar lo bien que se
llevaban los niños en la sala de espera, donde Lydia había comenzado
a tocar una pieza en el piano.
Higgins les hablo del éxito continuo de la escuela que Margaret
había comenzado hace tanto tiempo. El nuevo maestro se enorgulleció
en anunciar que Marlborough Mills se negó a emplear a niños menores
de dieciséis años. En cambio, se pagó un pequeño dividendo a aquellos

657
trabajadores cuyos hijos asistieron a la escuela. Con el tiempo, este
dividendo se había expandido sustancialmente en tamaño y alcance. La
fábrica también pagó a los trabajadores por ausencias cortas debido a
enfermedades, y los trabajadores acordaron poner una parte de sus
salarios para crear un fondo para gastos de salud, que la fábrica
subsidió.
El Sr. Thornton se alegró de escuchar el progreso en su propia
fábrica, que se estaba convirtiendo en un ejemplo estudiando las
políticas a futuro que había defendido durante sus años en Londres.
Estaba ansioso por involucrarse nuevamente en la administración de
las fábricas que poseía y esperaba continuar con los experimentos
sociales que hasta ahora se habían implementado. Habiendo
escuchado del interés de Tom Boucher en las ciencias, el Sr. Thornton
mencionó que estaría especialmente interesado en alentar y apoyar el
interés de cualquier estudiante en ese campo de estudio, teniendo una
afición particular por la promesa de nuevos inventos y descubrimientos
de todo tipo.
Margaret explicó su esperanza de que pudieran ampliar la
escuela para enseñar a adultos por la noche e incorporar una biblioteca
donde los libros pudieran estar disponibles para todos. Quizás ahora,
Margaret mencionó esperanzada, podrían tener la oportunidad de ir a
España y visitar a Fred nuevamente. No lo habían hecho durante
muchos años. Su esposo le sonrió con cariño en respuesta a su anhelo.
Entre todas las conversaciones sobre sus planes y logros, el Sr.
Thornton recordó su admiración por la iniciativa de Higgins de
convocar a una reunión de trabajadores de la fabricas dúrate los días
difíciles de la hambruna del algodón, para reformar la moral. Todos
los trabajadores habían decidido enviar una carta a Su Excelencia
Abraham Lincoln proclamado su apoyo al trabajo del Presidente para
erradicar la esclavitud. Higgins asintió con la cabeza en

658
reconocimiento. Había sido uno de sus momentos de mayor orgullo
recibir una carta del presidente Lincoln a cambio. Conservó una copia
de la carta que se colocó prominentemente en un marco dorado.

En la cena en la casa de Thornton la noche siguiente, la


conversación se convirtió en eventos sociales y Margaret le preguntó a
su hija menor si echaría de menos Londres.
—Extrañare a Sholto y Emmeline pero debo admitir que me
alegra que no haya tantos bailes aquí. Supongo que Sophie extrañará
terriblemente Londres, tal vez especialmente un cierto Stanton
Langford, —bromeó Lydia con una sonrisa reprimida mientras lanzaba
una mirada traviesa a su hermana.
Sophie se sonrojo ligeramente cuando los ojos de sus padres se
posaron sobre ella. Se estaba volviendo muy aficionada al Sr. Langford,
que había estado haciendo visitas a su casa de Londres con bastante
regularidad antes de su reciente partida. Como aspirante a político,
Stanton adulaba a su padre. Sin embargo, el joven abogado tembló en
sus zapatos al hablarle al hombre como pretendiente de su hija mayor.
—Supongo que extrañaré un poco todos los bailes, —Sophie
vaciló incomoda. —Pero hay algo… oh, no sé… algo especial acerca de

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estar de regreso en Milton, —concluyo Sophie pensativamente, para
sorpresa de su familia.
Margaret miró a su esposo al otro lado de la larga mesa. John le
devolvió la mirada, y sonrieron en un entendimiento compartido.

Helstone Manor – 1929

—¿Es esta la caja a la que te refieres, abuela? —preguntó una


joven de dieciséis años cuando entró en el salón finalmente
amueblado. Nacida en el año que se hundió el Titanic, Arabella
Sheppard era la nieta más joven de Sophie Thornton Langford.
—Sí, Bella —respondió la anciana mientras la niña se acercaba y
se acomodaba en el sofá de terciopelo verde cerca de la matriarca de
la familia. Sentada frente a ellos estaba Lydia Bancroft, quien
recientemente había venido a vivir con su hermana en la casa de campo
de la familia después del fallecimiento de su esposo el invierno
anterior. Lydia se había casado con uno de los maestros de la
Academia de Ciencia e Industria de Milton que su padre había
ayudado a fundar.
Arabella colocó la bonita caja de papel entre ellas, el leve sonido
de voces y risas se elevó desde las largas ventanas abiertas hacia la parte
trasera de la gran casa, donde su familia y parientes jugaban juegos de
césped. Podía oler las rosas amarillas silvestres que parecían florecer
en todas partes de la finca. Sin embargo, prefería quedarse adentro hoy,
sintiendo una inclinación romántica por mirar todas las viejas fotos
familiares y recuerdos con su abuela y la tía abuela Lydia.

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—¿Qué hay adentro? —le preguntó a su abuela.
—Echa un vistazo y verás, —respondió Sophie con una sonrisa
amable.
Arabella abrió la tapa. Mientras miraba la caja, su abuela notó
una vez más el cabello castaño ondulado de la niña y sus grandes y
expresivos ojos. Se parecía mucho a su bisabuela, Margaret Thornton.
Quizás por eso tenía un interés especial en el pasado de su antepasado.
—Cartas, —anunció la niña con gran interés mientras sacaba un
lote de sobres atados con una cinta.
—Esas son las cartas que tu bisabuelo le escribió a su amada. Mi
madre guardó cuidadosamente todas las cartas de padre —explicó
Sophie.
Sus pensamientos volaron a su propio amor por un momento,
recordando las cartas que habían pasado entre ella y el joven abogado
que había ganado su corazón.
Stanton Langford había trabajado para el Parlamento durante
muchos años, llegando a ser miembro de la Cámara de los Comunes
en sus últimos años. Sophie había sido una entusiasta partidaria del
sufragio femenino, con la orgullosa aprobación de su esposo.
Arabella levantó los ojos para estudiar el gran retrato familiar
que colgaba sobre la chimenea de mármol. Sir John Thornton era una
leyenda en su familia, como lo era en Milton. Miró al hombre guapo
en la pintura que estaba sentado al lado de su esposa, con sus hijos
rodeándolo. A la izquierda de la pareja estaban su abuela y tía Lydia,
que parecía tener casi la misma edad que ella.
La joven miró las caras jóvenes de sus tíos abuelos, John y
Richard. Ahora eran viejos y se habían retirado de sus años de trabajo
en el norte. El tío abuelo John se había apoderado del pequeño

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imperio que su padre había construido en Milton, administrando
varios molinos, mientras que el tío Richard se había convertido en un
erudito que había regresado de Oxford para enseñar en la Academia.
Sus ojos volvieron a sus bisabuelos. Arabella estaba encantada
de pensar en el imponente patriarca de su familia como ama. Las
comisuras de sus labios se volvieron hacia arriba cuando notó las
manos juntas de la pareja descansando en el borde del regazo de
Margaret Thornton. Estaba bastante convencida de que era esa
comprensión amorosa lo que hacía que una sonrisa sutil jugara en sus
dos caras. Habían estado enamorados todos sus años juntos y habían
vivido una vida larga y plena, por lo que la joven siempre había
escuchado.
Saliendo de su ensueño, Bella volvió su atención a la caja y miró
para descubrir qué otros tesoros permanecían dentro. Sacó una
pequeña pila de cartas planas y con cuidado recogió la que estaba en la
parte superior, que estaba arrugada y gastada en los bordes. Desde el
saludo, parecía ser una carga de Margaret a John.
—¿Qué pasa con esta abuela? Arabella preguntó con curiosidad.
Su abuela la tomó con cuidado para examinarla más de cerca.
—¿No fue esta la primera carta que padre recibió de madre? —la
tía abuela Lydia preguntó a su hermana. Las hermanas habían revisado
el contenido de la caja hace mucho tiempo juntas con su madre, y más
recientemente por su cuenta. Recordaban mucho lo que su madre les
había dicho.
—Sí, lo es —confirmó Sophie, notando los bordes andrajosos de
la carta—. Madre estuvo en Londres durante su compromiso de varias
semanas. Esta fue la primera carta que nuestro padre recibió de ella, y
la guardó con él durante muchos días, tal vez semanas, doblada en su
bolsillo o algo así, —explicó, para diversión de Bella.

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Podía imaginarse a la pareja como jóvenes amantes, ya que
menudo se había detenido en medio de la gran escalera para mirar los
daguerrotipos de su bisabuelo y su bisabuela que se tomaron en su luna
de miel.
Arabella miró hacia la caja una vez más para ver un último
artículo: una hoja de papel doblada. Lo desdobló y leyó el simple
mensaje.
—“Si has cambiado de opinión, dame una señal. Mi corazón
sigue siendo tuyo para siempre. John Thornton” —leyó en voz alta
Arabella antes de mirar a su abuela con el ceño fruncido de intriga.
Los ojos de Sophie brillaron misteriosamente.
—Esas fueron sin duda las palabras más importantes que
compuso mi padre, —reveló, sonriendo ante la expresión de
incredulidad de su nieta— ¿Tu madre nunca te ha contado sobre la
gran devoción con la que nuestro padre persiguió la mano de su esposa
y cómo casi se le escapó de las manos a nuestro padre cuando se fue a
Londres? —la anciana matriarca preguntó con cierta sorpresa.
La joven sacudió la cabeza, ansiosa por iluminarse.
Sophie le dio a su hermana una sonrisa de complicidad antes de
volverse hacia su nieta. Su rostro se iluminó con un suave resplandor
de reverencia.
—Entonces, querida, déjame contarte una historia de amor
eterno…

Fin

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