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Vocabulario litúrgico I

Taller de Liturgia
Comunidad Eclesial “San Francisco de Asís”

Doxología
Se llama doxología -del griego “doxa”, gloria, y “logos”, palabra: por tanto
“palabra de gloria”- a la alabanza o bendición, normalmente trinitaria, con que se
concluye una oración o un himno.

En la Eucaristía la doxología principal es la que concluye la Plegaria Eucarística:


“por Cristo, con él y en él, a t, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo,
todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos”. esta doxología, con que el
presidente expresa la glorificación de Dios, la concluye y confirma la asamblea con su
aclamación del Amén.

Hay otra gran doxología en la Misa, el himno “Gloria a Dios en el Cielo”, en el


rito de entrada. Se llama doxología también a la aclamación “Tuyo es el Reino” después
del Padrenuestro, que probablemente pertenecía en principio a la oración del Señor
como su lógica conclusión.

Pascua
La palabra “Pascua” viene del hebreo “pesah”, que parece significar “cojear,
saltar, pasar por encima”, talvez aludiendo a algún “salto” ritual y festivo. Pero muy
pronto pasó a referirse al hecho de que Yahvé “pasó de largo” por las puertas de los
Israelitas en el último castigo infligido a los egipcios, y más tarde al paso del mar Rojo
y al tránsito de la esclavitud a la libertad.

La Pascua en el NT es una categoría fundamental para entender la obra salvadora


de Cristo y la Eucaristía. Como dice Juan (Jn 13, 1), “antes de la fiesta de Pascua,
sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre...”: por tanto,
ahora es el éxodo, el salto, el paso de Cristo al padre en su hora crucial de muerte y
resurrección lo que da sentido nuevo y pleno a la Pascua de los Judíos. En la muerte y
resurrección es donde Cristo, el verdadero cordero pascual, ofreció el sacrificio
definitivo y consiguió la Nueva Alianza, la reconciliación de Dios con la humanidad, y
dio su origen la nuevo pueblo de la Iglesia. San Pablo da a entender claramente que la
Pascua tiene ahora un sentido nuevo para los cristianos: es Cristo nuestra Pascua el que
se ha inmolado (1 Co 5, 7-8).

Ya parece que a mediados del S. II la comunidad cristiana, además del domingo


semanal, celebraba cada año la fiesta de la pascua como centro de toda su memoria de
Cristo.

En nuestro calendario litúrgico, Pascua ocupa el lugar central de todo el año: “n


cada semana, el domingo -por eso es llamado día del Señor- hace memoria de la
Resurrección del Señor, que una vez al año, en la gran solemnidad de la Pascua, es
celebrada juntamente con su pasión. El triduo santo pascual de la pasión y resurrección

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del Señor es el punto culminante de todo el año litúrgico. La preeminencia que tiene el
domingo en la semana, la tiene la solemnidad de la Pascua en el año litúrgico”. es la
fiesta de las fiestas, la solemnidad de las solemnidades.

Cincuentena Pascual
El tiempo pascual comprende cincuenta días (en griego, “pentecostés”),vividos y
celebrado como un sólo día: “Los cincuenta días que median entre el domingo de
Resurrección hasta el domingo de Pentecostés se han de celebrar con alegría y júbilo
como si se tratara de un solo y único día festivo, como un gran domingo” (NU 22).

es un espacio, el más “fuerte” de todo el año, que se inaugura en la Vigilia pascua


y se celebra durante siete semanas, hasta Pentecostés. Es la Pascua de Cristo, el Señor,
que ha pasado a su existencia definitiva y gloriosa. es la Pascua también de la Iglesia, su
Cuerpo, que es introducida en la Vida Nueva de su Señor por medio del Espíritu que
Cristo le dio el día del primer Pentecostés.

El origen de esta cincuentena pertenece a las primeras realidades de la historia del


año litúrgico. Los judíos tenían ya la “fiesta de las semanas” (Dt. 16, 9-10), fiesta
inicialmente agrícola y luego conmemorativa de la Alianza en el Sinaí, a los cincuenta
días de Pascua. Los cristianos organizaron muy pronto estas siete semanas, o sea, el
espacio de pentecostés. Ya en el s. II tenemos el testimonio de Tertuliano que habla de
que en este espacio no se ayuna, sino que se vive una prolongada alegría: “el domingo
de Resurrección nos abstenemos de arrodillarnos... y lo mismo hacemos también
durante el espacio de Pentecostés, que se distingue por la misma solemnidad e la
alegría”. Y en el Concilio de Nicea: “dado que algunos se arrodillan el domingo y los
días de Pentecostés, el santo concilio establece, a fin de observarse una regla uniforme
en todas partes, que se dirijan a Dios las oraciones estando de pie”. la ausencia de ayuno
y de la postura de arrodillarse quieren subrayar el carácter festivo y unitario de toda la
Cincuentena.

La unidad de la Cincuentena queda también subrayada por la presencia del Cirio


Pascual encendido en las celebraciones, y no sólo hasta la fiesta de la Ascensión, como
antes, sino hasta el final del domingo de Pentecostés. Las celebraciones litúrgicas de
esta Cincuentena expresan y nos ayudan a vivir el misterio pascual comunicado a los
seguidores de Cristo.

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