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blema no se interrumpe (de hecho, es lo que permite diferenciar los posibles cam
bios entre fases). En ocasiones, también las hipótesis explicativas se modifican en
virtud de la nueva información recogida. Dado que no hay por qué acabar asig
nando una categoría de los manuales diagnósticos, la evaluación no finaliza en
realidad en ningún momento. Por otro lado, es el mismo modificador de conducta
quien lleva a cabo todo el proceso de evaluación-intervención, lo que subraya la
indivisible vinculación que existe entre ambos aspectos cuando se trabaja desde
este enfoque.
De forma más específica, se mencionan ahora algunos puntos esenciales que sir
ven para delimitar adecuadamente la evaluación conductual. Su repaso ayudará
también a diferenciar con más nitidez el trabajo de evaluación que efectúan los
modificadores de conducta y diferenciarlo del que llevan a cabo otros profesiona
les de la psicología o de la psiquiatría.
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Evaluación conductual
grupos control tienen una pretensión investigadora (al menos, de forma gene
ral). Debido a ello, existen notables diferencias entre la forma de recoger los
datos, la repetición de medidas, el tipo de análisis y diseños empleados, la se
lección de sujetos, etc., con otros enfoques de la Psicología.
5. Las conductas problema se especifican por distintos parámetros que se usan
corrientemente en la evaluación conductual. En concreto, durante el registro
de las conductas problemáticas, se procura dejar claro su variabilidad, su
intensidad, su frecuencia o tasa, su duración, su latencia o su calidad. Este
tipo de evaluación de las conductas problema se denomina análisis topo
gráfico.
6. La parte probablemente más importante de la evaluación conductual consiste en
establecer qué variables contextúales, presentes en la actualidad, mantienen las
conductas problema. Esta modalidad de la evaluación se conoce como análisis
funcional de la conducta. Si el análisis topográfico es, en principio, un proceso
objetivo (una vez garantizada la fidelidad del registro), el análisis funcional es
siempre hipotético (aunque debe reunir las mayores garantías posibles).
7. La elección de las técnicas que se emplean en modificación de conducta deriva
directamente de la evaluación funcional. Determinados procedimientos son
especialmente pertinentes para ciertos problemas: por ejemplo, las fobias se
han tratado eficazmente con desensibilización sistemática o exposición en vi
vo; la ansiedad generalizada se beneficia de las técnicas de relajación muscu
lar; los cuadros obsesivos-compulsivos responden casi siempre adecuadamente
a las técnicas de la exposición con prevención de respuesta; las disfunciones
sexuales suelen desaparecer tras una correcta intervención con desensibiliza
ción en vivo; el insomnio mejora notablemente con la técnica de reducción de
horas de cama; etc. Pero, en rigor, no es la identificación del problema lo que
guía la selección de estas técnicas, sino las relaciones funcionales que se esta
blecen entre estímulos, respuestas y los procesos de reforzamiento que las
mantienen. Como el objetivo es deshacer esas relaciones cuando conducen a
comportamientos inadaptados, se escogerán los procedimientos con más posi
bilidades de procurar el resultado deseado con independencia de cuáles sean,
aunque naturalmente siempre que tengan las debidas garantías científicas.
8. Otro de los puntos capitales de la evaluación conductual estriba en la evalua
ción objetiva de los resultados. Las intervenciones se consideran eficaces
cuando los procedimientos implementados revelan que se han producido los
cambios esperados en las conductas problemáticas y el sujeto exhibe ya las
conductas objetivo. Además, estos cambios deben mantenerse en el tiempo,
incluso por periodos de tiempos extensos (varios años).
9. El método fundamental para la recogida de datos que posibilita la evaluación
conductual es la observación. Por tanto, los tests, los cuestionarios o las esca
las que se empleen tienen cabida solo cuando sus ítems incluyan o hagan refe-
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Parte I: Bases de la intervención conductual
Para poder llegar a delimitar cuáles son las conductas problema objeto de la inter- 5
vención hace falta recoger primero una información más general que conduzca a
su identificación y ofrezca unas primeras pistas sobre su naturaleza u origen. Por
tanto, esta primera fase es una preparación a la evaluación conductual propiamen
te dicha.
En esta etapa el tipo de información recogida se diferencia poco de la evalua
ción obtenida desde enfoques no conductuales. Algunos de los datos más caracte
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Evaluación conductual
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Parte I: Bases de la intervención conductual
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Evaluación conductual
La línea base debe prolongarse hasta que se cuente con una muestra represen
tativa de la conducta problema. Además, es necesario que antes de pasar a la si
guiente fase se haya logrado al menos una relativa estabilidad en esa línea base,
pues de lo contrario resultará imposible comparar si la intervención ha modifica
do realmente un patrón reconocible y fijo de comportamiento. Igualmente, es
desaconsejable pasar al momento de la intervención cuando el registro de la línea
libase revela tendencias o pendientes (por ejemplo, cuando la conducta problema
está descendiendo por sí sola). De este modo, si en la figura 2.1, que refleja el
¿consumo de cigarrillos, se hubiera observado una disminución clara entre la pri
mera y la segunda semana no resultaría apropiado comenzar un tratamiento, pues
no existiría un adecuado criterio para valorar la eficacia de la intervención. Es
aconsejable en estos casos seguir esperando el tiempo suficiente para que se pro
duzca la deseada estabilidad. No obstante, es cierto que si la gravedad o urgencia
del caso invitan a una intervención rápida habrá que prescindir de esa recogida,
aun con el riesgo de no poder luego conocer a ciencia cierta si fue realmente la
intervención la responsable de los cambios.
Conviene mencionar para finalizar que, en ocasiones, la observación y el re
gistro de conductas pueden afectar a la frecuencia o intensidad de estas. Muchas
personas disminuyen directamente sus comportamientos problemáticos (por
ejemplo, número de cigarrillos fumados) solo por llevar un registro sistemático de
su consumo, lo cual, en cualquier caso, representa un beneficio para su salud. Por
otro lado, cuando se plasma en gráficas bien visibles los avances o mejoras de una
conducta problema, su contemplación suele motivar al sujeto a continuar con la
misma estrategia.
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Parte /. Bases de la intervención conductual
resultados que los primeros tratamientos tienen sobre la conducta problema. pOf
esta razón el registro continuo (o, al menos, a intervalos muy seguidos y regula,
res) sigue siendo una exigencia durante esta etapa.
De cara al registro gráfico, cada tratamiento o intervención debe identificarse
con una letra; por eso, “B” supone la incorporación de la primera técnica, “C”
otra distinta, y así sucesivamente. Debido a esta convención, en ocasiones se ha
bla de fase B para referirse a la fase en la que ya está incorporado un tratamiento,
mientras que en la fase A (o de línea base) no se había incorporado aún ninguno.
En la figura 2.2 se recogen las fases A (línea base) y B (tratamiento 1) en el caso
del sujeto anterior, que inició un programa para dejar de fumar que se prolongó
durante tres semanas. En la línea base (fase A) se replican los mismos valores que
en la figura 2.1.
Figura 2.2. Fase de línea base (A) y fase de intervención (B) en la conducta número de
cigarrillos consumidos (la unidad de tiempo son días).
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Evaluación conductual
recurrir al análisis visual, en parte por las garantías que ofrece este método y en
parte porque no siempre es fácil reunir en la práctica real los requisitos exigidos
por el cálculo matemático (p. ej., un alto número de observaciones repetidas).
Aunque un cambio perceptivamente claro entre la fase A y la fase B -como se
ha reflejado en la figura 2.2- invita a creer que es la intervención llevada a cabo
la responsable de esos descensos y, por tanto, la causa del éxito de la terapia, no
puede olvidarse que el concurso de otros factores simultáneos e inadvertidos pue
da ser el auténtico agente del cambio (por ejemplo, el sujeto se motivó para dejar
de fumar no por los reforzadores que empleó el modificador de conducta sino por
una noticia que vio pocos días antes en la televisión en que se abordó los benefi
cios de dejar el tabaco o porque otra persona de su entorno había recibido un
diagnóstico de cáncer pulmonar). Por esta razón, los diseños “AB” nunca garanti
zan que los cambios o las mejoras procedan realmente de la técnica empleada.
Para solucionar este problema, se recurre a otros diseños, como, por ejemplo, los
de inversión-replicación o diseños “ABAB” (aquellos en que tras una secuencia
AB se vuelve a una fase sin tratamiento y luego, de nuevo, a una de tratamiento) o
los diseños de línea base múltiple (aquellos en que distintas conductas son abor
dadas en momentos temporales sucesivos, pero no simultáneos). Los diseños
ABAB son más comunes en el caso de sujetos individuales en que es posible im-
plementar una técnica, a continuación retirarla y, por último, volver a incorporar
la. Los diseños de línea base múltiple pueden emplearse con un sujeto (cuando se
abordan sucesivamente varias conductas problema, sirviendo las aún no tratadas
como líneas base para aquellas en las que ya se ha intervenido; o cuando hay una
única conducta problema pero que se da en distintas situaciones) o con varios
sujetos que presentan la misma conducta problema (en este caso, se trata a cada
uno de forma sucesiva y las líneas base de los sujetos aún no tratados sirven de
comparación para los que ya están en tratamiento). En las figuras 2.3 y 2.4 se
muestran gráficamente un diseño ABAB y uno de línea base múltiple cuando los
tratamientos son eficaces. Naturalmente, aunque ambos tipos de diseños garanti
zan el éxito de la intervención, no siempre resulta posible ni aconsejable llevarlos
a cabo, bien por la naturaleza de la conducta, bien por problemas éticos.
Además del empleo de estos diseños u otros (por ejemplo, los de criterio va
riable o los de tratamientos alterno), si se quiere confiar en la intervención como
fuente verdadera de los cambios deben tenerse en cuenta otros datos. Para empe
zar, en un diseño ABAB, cuantas más veces se observe el efecto esperado tras
nuevas vueltas a la línea base y al tratamiento, más seguridad en el efecto de la
intervención. También es un criterio valioso el comprobar que el efecto de la in
tervención resulta muy notable (el cambio desde la línea base es grande). Igual
mente, conviene que el cambio al iniciar la fase B sea rápido, pero no instantáneo,
pues lo esperable es que los cambios se produzcan de forma progresiva. Si el
cambio se produce de modo brusco, más que a la técnica implementada debe
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Parte 1: Bases de la intervención conductual
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Parte !: Bases de la intervención conductual
Figura 2.4. Gráfico de un tratamiento eficaz con un diseño de línea base múltiple para la
conducta problema de fumar de tres sujetos. En cada caso el número de cigarrillos y la
estabilidad de la línea base eran diferentes.
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Evaluación conductual
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A
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Parte l: Bases de la intervención conductual
A) Frecuencia
B) Duración
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Evaluación conductual
C) Intensidad
En otras conductas, el parámetro más importante que hay que medir es la in
tensidad o fuerza con que se emiten. Así, por ejemplo, la firmeza con que se aga
rra algo, la distancia a la que se tira un objeto, el volumen con que se habla son
ejemplos en que la medida de la intensidad es el mejor modo para valorar la con
ducta.
En estos casos, para estimar objetivamente la intensidad hay que recurrir a
medios algo más sofisticados: dinamómetros, metros, decibelímetros, etc.; sin
embargo, en la evaluación de rehabilitación física tras accidentes, de niños con
problemas del habla o en ejecuciones deportivas son instrumentos corrientes.
D) Latencia
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Parte 1: Bases de la intervención conductual
E) Calidad
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Parte I: Pases de la intervención conductual
Día y hora L ugar j • situación Qué hace Juan Qué pasa luego
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Evaluación conduct nal
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Parte I: Bases de la intervención conductua!
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