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El Holocausto

El asesinato de dos tercios de la población judía durante la Segunda


Guerra Mundial, como parte del resuelto intento de aniquilarla por comple-
to —hoy conocido como el Holocausto—, es un acontecimiento tan aplas-
tante que aún no logramos captar su plena significación. Incluso es difícil
realizar una crónica de lo ocurrido —el conocimiento de buena parte del su-
frimiento y la bestial crueldad ha desaparecido junto con las víctimas— y la
simple lectura de los detalles nos obnubila: la saña de los verdugos alema-
nes en sus continuos aporreos, el encierro forzado de la gente en sinagogas
que luego eran incendiadas para quemarlas vivas, rociar con gasolina a
hombres con mantos de oración y luego quemarlos, aplastar cerebros de ni-
ños contra los paredes mientras se obligaba a los padres a mirar, los llama-
dos "experimentos médicos", ametrallar a la gente haciéndola caer en tum-
bas que ella misma había cavado, arrancar la barba a los ancianos, burlarse
de las personas mientras se les infligían horrores, el inexorable e implacable
proceso organizado que procuraba destruir a cada judío mientras lo degra-
daba totalmente, las mentiras sobre la recolonización en el Este con e l pro-
pósito de mantener alguna esperanza y parcial cooperación, llamar Him
melfahrstrasse, la calle del cielo, a la calle que iba desde la estación ferrovia-
ria de Iheblinka hasta las cámaras de gas, por donde los judíos debían mar-
char desnudos... la lista es interminable, y es imposible hallar uno o varios
acontecimientos que cifren y simbolicen todo lo que ocu rrió*
¿Cómo comprender estos acontecimientos? Los científicos sociales y
los historiadores pueden tratar de rastrear las causas, de averiguar cómo un
país que ocupaba la dma de la civilización occidental —la patria, como to-
dos dicen, de Goethe, Kant y Beethoven— pudo escoger un pueblo para el

* Luego está la participación y colaboración activa de otros —p olacos, ucranianos, ruma-


nos, etcétera— que satisficieron su propio od io asesino por lo s jud íos, cooperando para jun tar-
los y apropiándose alegremente de propiedades y hog ares jud ias abandonados (a p esar de que
ellos mismos estaban destinados a ser sirvientes de los alemanes, como trabajadores explota-
dos y d óciles); y está la condu cta d e quienes fueron testigo s a sabiendas y a veces con aproba-
ción, o qu e im pidieron el escape d e las victima s: los británicos, po r ejem plo, al forza r a volver a
Alemania a barcos con gente qu e huía a Palestina, y a l urgir a o tros países a hacer lo m iaño;
los miembros del Departamento de E stado y e l D epartamento d e Guerra de la s Estados Uni-
dos, que obstaculizaron e l rescate de jud íos europeos, impidieron su inm igración, y se resisfie
ron a bombardear las cám aras de g as d e Auschwitz y las v ías ferroviarias que iban h ada a llí.

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exterminio y concentrarse en esta tarea con semejante ferocidad, pudo con-
sentir que lo dirigiera un hombre con odios tan purulentos y expresados tan
abiertamente. Otros fenómenos se verán ahora inevitablemente bajo esta
luz, como d antisemitismo anterior o los sentimientos de superioridad ra-
cial en cualquier cultura. Y podemos ver otras consecuencias: la merma de
 judíos en Europa oriental y central, la creación de armas nucleares; también
podemos rastrear desalentadoras consecuencias en nuestra evaluación ac-
tual de la civilización occidental y la línea de la esperanza, desde Grecia, el
Renacimiento y la Ilustración hasta hace muy poco.
El Holocausto es algo a lo que debemos responder de un modo signifi-
cativo. Aún ignoramos la respuesta adecuada: ¿recordarlo, sufrir su cons-
tante acechanza, trabajar para impedir que se repita, un mar de lágrimas?
La significación del Holocausto es más aplastante de lo que estos ras-
treos pueden averiguar y estas respuestas pueden abarcar. Creo que el Ho-
locausto es un acontecimiento semejante a la Caída tal como la concebía el
cristianismo tradicional, algo que altera radical y drásticamente la situación
y el rango de la humanidad. No creo personalmente en ese acontecimiento
edénico después del cual el hombre ha nacido en pecado original, pero algo
semejante ha sucedido ahora. La humanidad ha caído.
No pretendo comprender plenamente la significación de esto, pero
creo que aquí hay una parte: ahora no sería una tragedia especial si la huma-
nidad finalizara, si la especie humana fuera destruida en una guerra atómi-
ca o la Tierra atravesara una nube que impidiera a la especie seguir repro-
duciéndose. No quiero decir que la humanidad merezca esto. Tal aconteci-
miento implicaría una multitud de tragedias y sufrimientos individuales,
dolor y pérdida de vidas, la pérdida de la continuidad y significación que
brindan los hijos, así que sería erróneo y monstruoso que alguien lo produ-
 jera. Quiero decir que antes habría constituido una tragedia adicional,  una
tragedia allende las personas involucradas, si la historia y la especie huma-
nas hubieran finalizado, pero, ahora que esa historia y esa especie están
manchadas, su pérdida no sería espedid al margen de los padedmientos in-
dividuales. La humanidad ha perdido su derecho a continuar.
¿Por qué dedr que se necesitó el Holocausto para producir esta situa
dó n, cuando sabemos lo que una civilizarión occidental desarrollada ya ha-
bía enfrentado: esclavitud y tráfico de esclavos, belgas en el Congo, argenti-
nos exterminando su población indígena, norteamericanos diezmando y
traicionando a la suya, países europeos destruyendo vidas en la Primera
Guerra Mundial, por no mendonar el resto de las historias monstruosas del
mundo. No tiene caso comparar crueldades y desastres. (China, Rusia,
Camboya, Armenia, Tíbet... ¿este siglo será conod do como la era de la atro
ddad?) Tal vez lo que ocurrió fue que el Holocausto selló la situadón, y le
dio una claridad patente.
Pero el Holocausto habría bastado por sí mismo. Como un pariente
que avergüenza a una familia, los alemanes, nuestros parientes humanos,
nos han avergonzado a todos. Han arruinado nuestra reputación, no como
individuos, sino que han arruinado la reputadón de la familia humana.

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Aunque no todos somos responsables por lo que hicieron quienes actuaron
y los respaldaron, todos estamos manchados.
Imaginemos a seres de otra galaxia mirando nuestra historia. Creo que
no les parecería inapropiado que esa historia llegara a su fin, qu e la especie
que vive esa historia finalizara, destruyéndose en una guerra nuclear u otra
calamidad. Estos observadores verían las tragedias individuales, pero no
verían —a mi entender— una tragedia en la finalización de la especie. La
especie que ha cometido eso ha perdido la dignidad. Repito, no e s que la es-
pecie merezca ser destruida; simplemente ya no merece no serlo. La huma-
nidad se ha desacralizado. Si un ser de otra galaxia leyera nuestra historia,
con todo lo que contiene, y esa historia luego finalizara en destrucción, ¿eso
no llevaría la narración a un cierre satisfactorio, como un acorde final?
El Holocausto, dije antes, constituye un problema especial para la teo-
logía judía que procura entender los actos de Dios, pero creo que también
afecta radicalmente la teología cristiana. No me refiero al examen de la res-
ponsabilidad del cristianismo en las enseñanzas antijudías impartidas a tra-
vés de los siglos, ni al papel de sus instituciones durante el Holocausto, ni
siquiera el hecho de que no logró crear una civilización donde no ocurriese
el Holocausto. Quiero decir que la situación teológica misma se ha transfor-
mado.
La teología cristiana sostiene que hay dos transformaciones cruciales
en la situación de la humanidad, primero la Caída y luego la crucifixión y
resurrección de Cristo, que redimió a la humanidad y le brindó una ruta pa-
ra salir de su estado caído. La situación o posibilidad alterada que presunta-
mente debían traer la crucifixión y la resurrección ahora han cambiado; el
Holocausto ha cerrado la puerta que abrió Cristo. (Yo no soy cristiano, pero
eso no me impide ver —quizá con mayor claridad— cuáles son las implica-
ciones más profundas para el cristianismo.) El Holocausto es una tercera
transformación crucial. Aún permanecen las enseñanzas éticas y el ejemplo
de vida de Jesús antes del final, pero ya no opera el mensaje salvífico de
Cristo. En este sentido, la era cristiana ha terminado.
Se podría pensar que lo que Cristo cumplió según la teología cristiana,
lo cumplió de una vez por todas, para siempre. Murió por todos nuestros
pecados, pasados y futuros, grandes y pequeños. Pero no creo que por ése.
Recordemos la visión teológica de que al dar a la gente libre albedrío Dios
intencionalmente limita su omnisciencia, de modo que ya no supervisa có-
mo elegirá la gente. Tal vez, al enviar a su único hijo para redimir a la hu-
manidad, no tenía en mente que la humanidad necesitara redimirse de algo
como el Holocausto. En todo caso, sean cuales fueren los sufrimientos de Je-
sús, o de Dios padre al observarlos, creo que la teología cristiana necesita
sostener que no bastarían para redimir a la humanidad ante el Holocausto.
Mejor dicho, sea cual fuere la actual situación de los individuos uno por
uno, el Holocausto ha creado una situación radicalmente nueva para la hu-
manidad toda, una situación que el sacrificio de Jesús no podría ni estaba
destinado a curar. La especie humana ahora está desantificada; si ahora fue-
ra liquidada u obliterada, su fin ya no constituiría una tragedia especial.

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¿La humanidad está reducida para siempre a esta situación desantifi-
cada? ¿Hay algo que podamos hacer con nuestra conducta a través del
tiempo, de modo que nuevamente fuera una tragedia especial si nuestra es-
pecie pereciera o fuera destruida? ¿Podemos redimimos? Ningún "segundo
advenimiento" podría alterar nuestra situación, no si fuera algo parecido a
una función repetida. Sólo la acción humana podría redimimos, si algo pue-
de. ¿Pero hay algp que pueda?
¿Siglos de bondad apacible y colectiva servirían, si fueran precedidos
por un arrepentimiento conjunto por lo que ha contenido nuestra historia?
¿Tal vez debemos ayudar a generar otra  especie mejor y allanarle el camino?
¿Sólo podemos reconquistar el merecimiento de continuar haciéndonos a
un lado?
Tal vez necesitamos alterar nuestra naturaleza, transformándonos en
seres infelices que sufran cuando otros sufren, o al menos en seres que su-
fren cuando infligimos sufrimiento a otros o les hacemos sufrir, o cuando
somos testigos que consienten que se inflija sufrimiento. Este último cam-
bio, ocurriera como ocurriese, al menos reduciría grandemente la cantidad
de sufrimiento que infligen los humanos. Pero hay tanto sufrimiento en el
mundo que si fuéramos infelices cuando otros sufrieran por cualquier razón
tendríamos que ser infelices todo el tiempo; y si fuéramos infelices siempre
que algunas personas infligieran sufrimiento a otras, a menos que toda la
gente fuera cambiada de este modo, la infelicidad sería nuestra suerte cons-
tante. ¿O sólo deberíamos ser infelices cuando otros infligieran sufrimiento
masivo, y cuando nosotros mismos infligiéramos cualquier sufrimiento? Pe-
ro si otros acontecimientos, tales como el antisemitismo anterior o posterior,
o las afirmaciones de superioridad racial de cualquier grupo, ahora se de-
ben ver a través del prisma del Holocausto, entonces —tan vasto, intenso y
variado fue el sufrimiento infligido y padecido entonces— ¿no debería ser
todo sufrimiento humano en cualquier parte ser visto y sentido  como parte
de ese Holocausto?
Quizá sólo podamos redimir a la especie sufriendo nosotros cuando se
inflige un sufrimiento, o incluso cuando es sentido. Antes, quizá, podíamos
estar más aislados; ahora eso no basta. La doctrina cristiana ha sostenido
que Jesús tomó el sufrimiento de la humanidad sobre sí mismo, redimién-
dolo, y aunque se decía a otros que imitaran a Cristo, no se esperaba que to-
maran análogamente el sufrimiento con un efecto de redención. Si la era
cristiana ha terminado, ha sido reemplazada por una en la cual cada quien
tendrá que cargar con el sufrimiento de la humanidad sobre sí mismo. Aho-
ra la humanidad debe hacer po r sí misma lo que jesús presuntamente hizo
por nosotros antes del Holocausto.
Aquí podría franquearse la grieta entre judaismo y cristianismo. Lo
que Cristo pudo haber logrado una vez —judíos y cristianos podrían estar
de acuerdo— ya no tiene validez; vivimos en un estado de irredendón. El
status de la especie humana sólo puede ser redimido, si es que puede, sólo
si ahora (casi) todos toman el sufrimiento de otros sobre sí mismos. Los cris-
tianos podrían pensar que es una nueva era que continúa y encama más

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verdaderamente el mensaje cristiano; los judíos podrían ver que otros ahora
lloran de veras por un sufrimiento tan aplastante y monstruoso que cada
cual debe ser diferente. El Holocausto ha renovado el problema de la reden-
ción, excepto que ahora la redención debe venir de nosotros mismos, la hu-
manidad entera, y el resultado es incierto.
Alguien podría pensar que en vez de tomar sobre sí el sufrimiento de
otros, preferiría dejar sin redención a la humanidad como especie, permi-
tiendo que no haya tragedia si la especie humana terminara. Incluso podría
pensar que esto sería mejor, pues estos pensamientos sobre el ñ n de la hu-
manidad son, a fin de cuentas, abstractos e involucran sólo una tragedia hi-
potética, mientras que si todos tomamos el sufrimiento de la humanidad so-
bre nosotros mismos, ello implica muchos acontecimientos adicionales de
sufrimiento real. Si ése fuera el único modo de redención para la humani-
dad, ¿no sería mejor dejarla inedenta? ¿Cuánta tragedia significa que el fin
de la humanidad no sea una nueva tragedia? ¿Y no es una tragedia con la
cual podemos aprender a convivir?
Pero formar parte de un proyecto humano que valga la pena conti-
nuar puede no ser una parte trivial de nuestras vidas y el significado que
les atribuimos. Contra ese trasfondo, dado por sentado hasta ahora, muchas
actividades hallaban sentido o significación y muchas otras hallaban un si-
tio donde ser. No podemos disolver o rasgar ese contexto pero dejar todo lo
demás como estaba.
He perfilado aquí una interpretación del Holocausto que le otorga un
peso proporcional, pero no querría excluir otras interpretaciones ni insistir
en ésta contra viento y marea. La plena significación y las implicaciones de
ese trauma —tan reciente— superan la comprensión de una sola persona;
por cierto superan la mía.
El Holocausto es un cataclismo masivo que distorsiona todo lo que
hay alrededor. Los físicos hablan de la s masas gravitatorias como distorsio-
nes de la geometría pareja del espacio físico circundante; cuanto mayor sea
la masa, mayor será la distorsión. El Holocausto es una distorsión masiva y
continua del espacio humano. Sus vórtices y deformaciones se extenderán a
gran distancia. Hitler también constituía una fuerza que distorsionó la vida
de quienes le rodeaban: sus seguidores, sus víctimas y quienes tuvieron que
derrotarlo. El vórtice que creó no ha desaparecido. Tal vez cada m al de cier-
ta magnitud constituya una distorsión del espacio humano. S e ha requerido
un cataclismo para que lo notemos.

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