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EL ACTO CREATIVO Manfred Max Neef
EL ACTO CREATIVO Manfred Max Neef
Allá es donde nacen las ideas que me dan trabajo por los once meses restantes
del año. La última que tuve, reflexionando en torno al problema planteado, es
esta: “si hemos logrado construir un mundo tan crítico como el actual, es porque
somos seres inteligentes”. Puede ser un golpe al plexo para todos, porque
siempre hemos estado orgullosos de nuestra inteligencia. Y claro, hay mucho
motivo de orgullo. Pero vamos a ver qué significa ser inteligente, y a lo mejor
descubrimos algunas paradojas que nos van a iluminar un poco.
Durante muchos siglos de nuestra evolución hemos sido seres inteligentes que
recurrimos a nuestra capacidad de manipulación física. Esta capacidad de
manipular y de actuar en forma local y fragmentada, se consolida y legitima
intelectualmente con la revolución científica, sobre todo a partir de Roger Bacon y
Descartes, quienes crearon al ser humano fragmentado.
Un ser humano que se fragmenta para conocer mejor el mundo, que fragmenta la
realidad en pedazos y la vuelve a armar con el objeto de conocerla, que no sólo
se fragmenta intelectualmente, sino que de hecho fragmenta su vida, termina
organizándose en forma fragmentaria. La evolución se plantea entonces en
términos de un ser que en la edad media integraba todo, trabajo, diversión,
enseñanza, salud (alrededor de un núcleo familiar ampliado), a un ser que se
fragmenta al punto de tener un lugar donde trabaja, otro lugar donde duerme, otro
donde se divierte, otro donde se educa, otro donde va a sanarse cuando se
enferma.
Primero descubrió el trabajo, y después inventó una cosa que se llama empleo.
Es decir, hemos ido creando en esos ámbitos del conocimiento. Han pasado 400
años desde la revolución científica.
Confrontados de nuevo con este tipo de mundo que he comenzado por describir,
quedamos desconcertados al tomar conciencia del extraordinario aumento de
nuestro conocimiento frente al incremento de un mundo caótico y descontrolado.
¿Cómo pueden consolidarse estas dos realidades, por simple lógica, antagónica?
¿Cómo es posible que con tanto conocimiento, tanta ciencia y tanta tecnología, el
mundo resultante sea tan catastrófico?
Pienso que ello obedece al hecho de que hemos cometido en forma sistemática,
durante 400 años, un error. Ese error consiste en creer que describir más
explicar, es igual a comprender. Y comprender es otra cosa. Es más, quisiera
colocar una segunda banderilla diciendo que sabemos mucho, muchísimo, tal vez
todo lo que no es necesario saber, pero comprendemos muy poco. O casi nada.
Si este mundo está como está, tal vez se deba a que estamos viviendo un mundo
que necesita ser comprendido, más que ser conocido. Pero nosotros insistimos
en acumular más conocimientos sobre él y rehuimos todo esfuerzo por
comprender. ¿Por qué digo que describir y explicar es distinto de comprender?
El describir y explicar es parte del conocimiento, y el conocimiento es el reino de
la ciencia. El comprender, en cambio, es algo mucho más profundo, y no tiene
que ver con la ciencia, sino más bien con la percepción profunda, o sea con la
capacidad de iluminación.
Lo que estoy diciendo es que sólo podemos comprender aquello de lo cual somos
capaces de formar parte. Aquello con lo cual somos capaces de integrarnos.
Aquello que somos capaces de penetrar en profundidad. De ahí entonces que
difícilmente podemos comprender un mundo del que, para estudiarlo, nos hemos
separado de él a propósito. Del que acumulamos todos los conocimientos
posibles pero no podemos comprender. Estamos convencidos de que “yo estoy
aquí y afuera hay una cosa que se llama naturaleza”. O yo estoy aquí, mientras
afuera, por allá, hay algunos que se llaman pobres. O yo estoy aquí y afuera hay
enfermedad. Mientras prevalezca este tipo de actitud, los predicamentos del
mundo actual inevitablemente empeorarán.
Una muy talentosa y joven periodista colombiana, hace unos años me hizo una de
las mejores entrevistas que me han hecho. Allí ella me preguntaba si acaso yo
creía en Dios. Yo le contesté:
No sólo me comprenderán las madres, sino todo aquel que comprende que la
única posibilidad de ser poeta es no haber cortado el cordón umbilical con los
mundos paralelos. El poeta, el creador verdadero, es aquel que nos revela
verdades que nos parecen sorprendentes, que nos dejan atónicos, que nos dan
respuestas profundas, porque no son sólo de aquí. Son de aquí y de allá.
Recuperar el contacto con esos mundos paralelos implica un esfuerzo por
comprender, lo cual es un acto creativo. Y repito: no hay un acto creativo
profundo que ocurra en un sólo mundo. La creación es un compromiso con varios
mundos.
Un gran amigo me contaba hace unos meses que después de trabajar año y
medio en tratar de desarrollar un programa de computador que pudiera leer
manuscritos, concluyó que era un esfuerzo absolutamente imposible. La razón
por la cual es y será imposible enseñarle a un computador a leer o interpretar un
manuscrito, es esta: el computador es un instrumento analítico binario que
obedece a una lógica primitiva que no le permite captar lo que puede captar un
ser humano, y que podríamos identificar como la Aicidad de todas las A. Hay algo
que todas las A tienen , no importa cómo uno la escriba. O la Beicidad de todas
las B: sin importar el tipo de letra, si la escribo en mayúscula o minúscula, hay
algo que tienen todas las B. Es eso lo que no puede leer un computador, porque
sólo se puede captar holística y no analíticamente. Tanto es así, que nadie puede
explicar en qué consiste la Aicidad de todas las A. Si pudiésemos explicarlo,
podríamos programar el computador.
Y otra vez recurro a los enamorados. ¿Cuánto se dicen dos enamorados en una
hora de silencio, frente a un hermoso paisaje tomados de la mano? Nada podría
perturbarlos más que un lenguaje hablado. Se están comunicando
profundamente, del mismo modo que se comunica la madre con su hijo a través
del pecho en el silencio.
Segunda condición, entonces, para el acto creativo: ser capaces de vivir en estos
otros dos mundos paralelos, como son el lenguaje y el silencio. Pero vivimos en
un mundo que le tiene pánico al silencio. Se hace cualquier cosa para tapar el
silencio.
Entramos a espacios construidos, y alguna musiquilla asexuada tiene que estar
sonando por alguna parte. Se ha llegado al extremo del Kitsch, cual es el de
llamar por teléfono y al otro lado escuchar, mientras esperamos a nuestro
interlocutor, un sonido entubado y enlatado que pretenden hacer pasar por
música.
Una de las cosas que me dijeron (y que todavía le dice el papá a su hijo), es que
hay que tener las cosas claras. Saber a dónde vamos.
Pero resulta que la verdad es exactamente al revés; toda persona que sabe
exactamente a dónde va, es precisamente la persona que nunca descubrirá nada.
El que sabe a dónde va sólo tiene dos obsesiones: el punto de partida y el de
llegada. Todo lo que hay en el medio es un estorbo que debe superar lo antes
posible. No está “capacitado” para comprender que toda la aventura de la vida,
toda la posibilidad de descubrimiento está justamente en ese estorbo; en lo que
se percibe como estorbo.
¡Qué caso más dramático el que se recordará el próximo año! Cristóbal Colón
murió sin haber descubierto a América! ¡Tan seguro estaba de a dónde iba, que
no descubrió lo que tenía que haber descubierto! (APLAUSOS DEL PUBLICO).
Mucha gente dice, porque le han contado, que Alexander Fleming descubrió la
penicilina por casualidad. El estaba haciendo un experimento en un cultivo, y se
fue una tarde del laboratorio para su casa. Había encima cultivos de otros
experimentos. En la noche llegó el aseador y con el plumero o qué se yo, votó un
cultivo encima de otro. El tipo se asustó, claro y volvió a poner las cosas en su
orden, pero ya se habían mezclado los dos cultivos. Al día siguiente llegó Fleming
a su laboratorio y vio que habían derramado su cultivo encima del otro. ¿Qué es
lo que, ipso facto, hace una persona que sabe a dónde va? Arma un escándalo
del porte de un buque, hace que echen de inmediato a ese cretino, monta en
cólera, insulta a medio mundo.
Muchas gracias.
i Fuente: Tomado del libro Ampliando espacios para la creatividad. Memorias del Primer