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 Laura Estefanía Fernández Luna

La exploración del dolor no es una tarea fácil, existen muchas vertientes de las que pueden
darse argumentos tan extensos como la historia misma, por lo que buscaré darle un enfoque
específico al desarrollo de este escrito.
El dolor da miedo.
Una afirmación que resulta obvia a pesar de que no seamos conscientes de ella la mayor parte
del tiempo. En la mañana del día que vimos el documental “Del dolor a la esperanza”
irónicamente tenía dolor de estómago y mi reacción inmediata fue conseguir una pastilla que
aliviara el síntoma para continuar el día con normalidad, acción que no requirió ni un segundo
de duda pues fue automática. Sin embargo, tras haber recibido tanta información de la
relación de la humanidad con el dolor a lo largo de la historia, pude notar que sentía miedo
de padecerlo, inconscientemente estaba dispuesta a evitarlo a toda costa, así como nuestros
antepasados mediante la invención de todo tipo de remedios para cualquier dolencia.
Tras un buen tiempo de reflexión y meditación respecto al tema, llegué a la conclusión de
que era algo natural; el miedo es un sentimiento que compartimos con todos los demás
animales, es uno de esos sentimientos universales e innatos. Y como era de esperarse, el
dolor es el desencadenante perfecto de ese miedo, pues al poner en riesgo el bienestar
desencadena una reacción directa de nuestro sistema nervioso. El miedo que siento de
padecer dolor de estómago es el mismo miedo que padeció una persona del neolítico, la edad
antigua, edad media o moderna. Siempre ha estado presente, y más que ser algo malo, por el
contrario, ha sido la motivación número uno del desarrollo de fármacos y medicinas
ancestrales que comparten el mismo objetivo.
La forma en que se cultiva ese miedo por el dolor sufre variaciones culturales (aprender a
evadirlo es una cuestión occidental), por ejemplo, en la India se enseña a glorificar el dolor
como una experiencia espiritual mediante diversas prácticas en las que se expone al cuerpo
de manera consiente a él; en otras zonas de Asia el dolor debe ser meditado y asimilado sin
reprimirlo para aprender a vivir con él; y algo más cercano a nuestra realidad sería como en
las religiones abrahamicas el dolor es visto como un castigo divino, se sufre dolor para
recompensar el pecado.
Respecto a la evasión del dolor, entre más se patentan analgésicos que ayudan a aliviarlo,
más es el miedo y desconexión que se genera hacia él. El enfoque de la medicina moderna
está basado en ese modelo de enfermedad-cura que no deja espacio para la observación del
mismo. Paradójicamente, si una persona quiere acceder a prácticas como la eutanasia para
definitivamente terminar con su sufrimiento es condenada por una gran parte de la sociedad
como cobarde o pecadora. A pesar de que se nos enseña a evitar el sentimiento, cuando se
quiere hacer de forma radical no es aceptado. Aquí puede empezar a considerarse el papel de
los profesionales de la salud en todo esto. Existe un argumento muy recurrente que expresa
que:
“El médico salva vidas, no las quita. Debe preservarlas a como dé lugar en vez de ayudar a
asesinar a alguien”
Este tipo de afirmaciones recaen en un extremo. La historia de la medicina siempre ha estado
ligada a proteger el bienestar, así como la vida digna de la humanidad, con digna como
palabra clave. Los médicos son los más conscientes de las limitaciones de la ciencia, de
cuando una enfermedad tiene un mal pronóstico o es incurable, así como de todos los
síntomas y el sufrimiento que acarrean. Los métodos que se tienen para alargar la vida no
necesariamente implican que sea una vida de calidad y muchas veces se tiene conocimiento
de que son extremadamente invasivos, costosos y con pocas garantías de funcionar. Los
médicos también pueden ayudar a que la muerte sea digna, sin dolor y acorde a los términos
del paciente o bien la familia en caso de que el paciente no pueda expresarlo entendiendo
todas estas acciones como una forma de cuidar.
La muerte asistida es una variante de ese manejo del dolor, en torno a la que todavía existe
mucho estigma y puede explorarse con un enfoque mucho más filosófico y ético, como
premisa para el tema de la próxima semana. Aunque es un debate aparte, la razón de
mencionarlo es dejar la reflexión final de que nadie tiene el derecho de opinar respecto al
dolor de otro. La eutanasia es un procedimiento de difícil acceso con miles de barreras
burocráticas y judiciales que terminan degradando mucho más a quienes intentan obtener luz
verde. Los principales problemas radican en la estigmatización que existe en torno al
procedimiento sumados a una desinformación de la historia de esas personas que promueve
la apatía. Entrando en un ámbito más filosófico la muerte es algo que genera pánico en las
personas, le tenemos miedo porque desconocemos como funciona, nos aterra y aun así
existen personas tan valientes como para decidir caer en sus brazos, no es una decisión fácil
y deberíamos otorgarles nuestra empatía.

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