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Articulación y Contenido 2 - Ocred
Articulación y Contenido 2 - Ocred
Rojas lleva la congruencia entre las palabras y el carácter de Sem= ce dentes, salvo tal vez las «mochachas», Elicia y Areúsa, pero «el co-
pronio: el criado da en este diálogo un ejemplo perfecto del «haz tú
lo que bien digo y no lo que mal hago» que le define, al formular ral, hastaa qué pun to los autores [deLa
1 1 Celestina] han recreado ori-
por medios reiterativos (dos anáforas: «deja ... deja...»; «la que ... la ginalmente los arquetipos de la literatura antigua y medieval» (Lida
que ... la que...») su censura al proceder amplificatorio de Calisto.* de Malkiel 19624: 762), en términos de complejidad y peculiaridad,
y también de la articulación ( de esas 5 peculiaridades con el desarrollo
el bravucón —con referentes en el teatro de la Antigiiedad—, los pa= posición social: hay : señores y ( criados, y, junto a éstos, el submun- P ositos
dres de la muchacha, etc.** Ninguno carece por completo de pre= do de prostitutas presidido por Celestina, que en la 7 ragicomedia 1in- jocja |
cluye además a rufianes y delincuentes.?” Celestina, su casa y varia-
recta contra el lenguaje de los amantes ... no sólo el espíritu de la frase, también el
modus dicendi». Una forma de aversión que toma cuerpo en muchos otros pasajes, llanueva | 19093]. Sobre los rufianes, Gimber [1902]. Sobre las figuras maternas, Grie-
por ejemplo en ese aparte —cómo no— de Pármeno que constituye una de las más ve [t99o]. Sobre la motivación, López-Grigera [2005].
intencionadas y mejor encajadas adiciones de la Tragicomedia: «¡Oh santa Maxíal, ¡y 29 Sobre la «celestinesca» véase arriba, pp. 398-401.
qué rodeos busca este loco por huir de nosotros, para poder llorar a su placer con 3% Son muy ilustrativos los análisis de Maravall [1964] y Gilman [19724] sobre
Celestina de gozo, y por descubrirle mil secretos de su liviano y desvariado apeti- la posible influencia de varios fenómenos de la evolución de la vida socialy de las
to, por preguntar y responder seis veces cada cosa sin que esté presente quien le mentalidades (a propósito del honor, el desempeño de la condición caballeresca,
pueda decir que es prolijo!» (VI, 147). Que las «poesías» de Sempronio apuntaban la riqueza y sus formas de adquisición y transmisión, la mercantilización de las rela-
al comentario de Mena a la copla 25 de su Calamicleos lo había señalado Lida de ciones entre amos y criados y de la noción de servicio, la administración de justi-
Malkiel [1946:158-159] y lo contextualiza Rico [1990a:72-74]. cia y el mantenimiento del orden público...) peculiares de la Castilla de los Reyes
*2* Una amplia serie de ejemplos adicionales sobre el uso de la erudición «al ser Católicos. Nuevos matices a los análisis de Maravall en Ladero Quesada [1990],
vicio del drama, y sobre todo del trazado de los caracteres», no ya «como material Vian Herrero [19904], Martin [2001] y Bautista [2008], También Russell [1964:
estilístico para la amplificación», puede verse en Lida de Malkiel [1962a:341-342]. esp. 288-291] y, a un propósito más circunscrito, Laza Palacios [1958] llaman la
22 Nadie ha tratado con tanto fundamento y detalle la cuestión de los antece= atención sobre la cuestión de la confluencia de tradición literaria y realidad social
dentes literarios de cada uno de los personajes como María Rosa Lida de Malkiel. contemporánea en la obra, cuestión que en general la mayoría de la critica no tuvo
Como es natural, después de 1962, y entre lo que se ha escrito sobre los personajes, muy en cuenta antes de Maravall, con excepción de Castro [1929 y 1965] y de quie-
se han discutido puntos de sus conclusiones sobre los posibles precedentes de tal o nes, tras Serrano y Sanz [1902], empezando por Menéndez Pelayo [1905-1915], se
tal otro, pero no se ha abordado una revisión sistemática ni mucho menos total de adentraron por la vía de la hipotética incidencia de la condición de converso (o de
esas conclusiones. Es por ello imprescindible recurrir para todo lo relacionado con presunto eriptojudio) de Rojas en los planteamientos y en la traza de los persona-
esta cuestión a Lida de Malkiel [1962a:373-304 (sobre Calisto), 432-456 (Melibea), jes de la obra. El libro de Gilman ha sido reseñado con especial sentido crítico por
477-480 y 490-494 (Pleberio y Alisa), 537-572 (Celestina), 616-630 (los criados de Russell [1975] (véase la réplica de Gilman 1977, y también Gilman 1979-1980, su
Calisto), 646-652 (Lucrecia), 676-683 (Elicia y Arcúsa) y 702-710 (Centurio)]. So= última contribución sobre el tema) y por Shipley [1979]. Sobre los conflictos de
bre los antecedentes de Celestina puede verse además A. Alonso [1942], González clase en La Celestina y el incuestionable papel del dinero en las relaciones humanas
Rolán [1977b], Cavallero [1988], Armistead y Monroe [1989], Labandeira [1990], que escenifica la obra véase sobre todo Rodríguez Puértolas [1969, 1976, 2000,
Márquez Villanueva [1993], RKouhi [1999] y, en relación a sus posibles vínculos con 20014]; de la relación amo-criado en la obra se ocupó también —desde otra pers
la Trotaconventos del Libro de Buen Amor, Giftord [1973], Sims |1973:47-52], Nie= pectiva— H. Rauhut [1971:18-117]. A propósito de la prostitución en la obra y de
to [1977] —también afecta a los antecedentes de Melibea— y el mismo Márquez Vi- aspectos significativos de la realidad de ese fenómeno en la época de Rojas véanse
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das actividades son punto de referencia imprescindible; sólo rela= la época en que se compuso la obra.*” Sin embargo, más allá de lo
tivamente se trata de un mundo marginal, pues en la obra queda que hoy nos parezca el tratamiento ) =y de lo que. > Les parec
bien perfilada su imbricación con el de señores y criados, incluso. lectores de la época—
el papel relevante de la alcahueta en el funcionamiento de ciertos
engranajes del conjunto social.* Naturalmente, esto es así sobre jo con ellos
los >yy por r llamarles (sospechosam: «Hermanos 1míos»
todo en la memoria de Celestina, prendida de un pasado de mayor (IL, 83),y que lo es especialmente cuando éstos, se les haya deman-
prosperidad —real o no tanto. Sin embargo, la afirmación vale tam= dado o no, intentan servirle o advertirle honradamente. Está claro
bién para el decaído presente de la vieja que retrata la obra, en que también que, en correspondencia, sus criados le desprecian —o—o| le
aún hace ostentación —completamente en serio, aunque ello resul= odian, como llega a ser el caso de Pármeno—y que le: tienen por ne-
te para nosotros un posible elemento cómico del personaje— de un cio y en astuta expresión de Celestina en l, 737 «rompenecios»,
acendrado orgullo profesional. No en vano: su intervención y las. “explotador desagradecido”. Ello, sumadoa la cobardía de - Sempro-
de sus pupilas son cruciales en el cumplimiento de los deseos eró= nio y Pármeno —bien comprensible exen el marco de una relación
ticos de señores y criados; también es crucial aunque no ejecu=- como la que lesuune a Calisto,« de carácter puramente contractual,
tora— en las desastradas muertes de Calisto, Melibea, Pármeno y y todo indica que retribuida con poca generosidad=, contrasta vi-
Sempronio. vamente con la 1trega inc cluso abnegada de algunos «criados <del
teatro de la Anti edad al servicio de su a amo.** Y tal vez da una
pariencia de fluidezy aun -en ocasiones 3 medida ilustrativa de cómo los autores de La Celestina, y Rojas en
radicalmente. io A tal: apariencia con= especial, modificaron a fondo los tipos literarios de los que partían;
erudición antigua y vulgar - que todos emplean. Otro factor fn= 197 Véase al respecto Bataillon [1961:78-80], que lo considera «una convención
damental en esa nivelación —por arriba en la estética de la expre- estilística fundamental del género celestinesco», en contraste con numerosas obras
sión; por abajo en la ética de los comportamientos— es el sugestivo del siglo xvi que suelen emplear tratamientos más concordes con los usuales en la
tratamiento de fú que se dispensan, un hecho de raíz literaria —es un época (que sí están presentes, por ejemplo, en la carta «El autor a un su amigo»).
tú como el que reivindicó Petrarca desde el latín humanístico— que Lida de Malkiel [1062a:168, 1. 10] evalúa ese uso de los tratamientos en relación
puede calificarse de antirrealista en relación con los usos sociales de con el deseo de los autores de «eliminar notas particularizadoras» y en línea, por
tanto, con el significado que a su juicio tienen la utilización de nombres literarios
para los personajes o la falta de concreción en la localización geográfica de la ciu-
Bataillon [1961:135-170] y Lacarra [1092 y 1993]. Otra cosa es que la obra haya po= dad donde transcurre la acción. Sobre la reivindicación del £ú por Petrarca, véanse
dido tener en cuenta la realidad de la época reflejando algún personaje o circuns- las referencias de 91.747.
tancia concretos: tal la propia Celestina o el emplazamiento de su casa, posibilidad — 29 «Aunque por tradición se finja que permanecen y aunque aparezcan bajo for—
que no descarta Russell [1989:160 y n. 11], basándose en algunos precedentes de la mas cuasifa 2. Se trata. - de “siervos comprados” o de los* a-
comedia humanística, sobre los cuales remite a Stíuble [1068:165-168]. Para otros dos” de quee habla coetáneamente : Juan de Lucena, sy cuya dependencia se obtiene
aspectos de la realidad social de La Celestina, Asenjo [2008] y Bautista [2008]. .. cuando se les puede pagar, esto es, cuando se posee riqueza, y no por rerelación se-
%% Por ejemplo, en el desahogo sexual de los variados y numerosos eclesiásticos ñorial heredada» (Maravall 1964:92); un detenido examen del es
de la ciudad, la ocupación del tiempo libre de los estudiantes («asaz era amiga de es ciones amo-. criados en la obra en relación con las realidades de la éépoca en Mara-
tudiantes», ingrediente del auto 1 que no se desarrolla en absoluto después), la pre- vall [1964: 79-971. Un ejemplo de la realidad toledana de hacia 1 500 en Palencia
servación de doncelleces por medios quirúrgicos, la ordenación de variadas relacio- [2001]. La escasa generosidad de Calisto la resalta Celestina en VII, 166, en que ex-
nes clandestinas, la organización de alternativas eróticas a las actividades nocturnas de horta a Pármeno «a vivir por ti, a no andar por casas ajenas; lo cual siempre andarás
culto, etc.: «la prostitución, tal como aparece en La Celestina, contamina al conjun= mientra no te supieres aprovechar de tu servicio, que de lástima que hobe de verte
to de la ciudad» (Vigier 1987:173, sintetizando a Bataillon 1961:135-170). Porlo de= roto pedí hoy manto, como viste, a Calisto; no por mi manto, pero por que, estan-
más son en efecto tres casas, las de Celestina, Calisto y Pleberio, los lugares principa= do el sastre en casa y tú delante sin sayo, te le diese. Así que no por mi provecho,
les dela obra (aunque aparecen otros; véase más abajo el apartado sobre «El mundo»). como yo sentí que dijiste, mas por el tuyo, que si esperas al ordinario galardón des-
%% Sobre el particular, véase sobre todo Lida de Malkiel [19624:344]. tos galanes, es tal, que lo que en diez años sacarás, atarás en la manga».
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textos preliminares y finales de la obra, los únicos lugares donde se: tequia con el atroz espectáculo tras apartarlos de su lado dolosa-
escucha la voz del autor. Y aunque nada autoriza a afirmar que ésa. mente. Es característica ambigúedad del personaje de Melibea (y de
fuese una creencia firme de Fernando de Rojas —además de un la orientación filosófica de la obra en su conjunto) que ésta parezca
frontispicio tomado en préstamo a Petrarca para resumir la prime= asumir en su última decisión una ética del suicidio que recuerda la
ra recepción de la obra y tal vez uno de los temas primordiales de del estoicismo romano, pero en la que todo indica que hay más de
ésta, aunque, de ser así, sorprende que no lo anunciara de buenasa ciega contrariedad y desesperación, de debilidad a la que no se opo-
primeras=,** todos los personajes de cada campo están de alguna ne resistencia, que de magnanimitas. No en vano la despedida del
forma en oposición con quienes están con ellos, incluso cuando pa= mundo de Melibea incluye palabras del tenor de: «Tú, Señor, que
rece
rece lo contrario: la única relación efectiva entre las familias de Ca- de mi habla eres testigo, ves mi poco poder, ves cuán cativa ten-
listo: y ; Melibea es el devorador deseo que él siente por ella, Y queque | 10 mi libertad, cuán presos mis sentidos de tan poderoso amor
acaba teniendo correspondencia. Un deseo que muy a menudo se del muerto caballero, que priva al que tengo con los vivos padres»
representan los personajes en términos de caza, asedio o fagocita= (XX, 331). Una confesión indigna—desde el punto de vista estoico—
ción.** Sólo en el auto XX se entera el lector de que Pleberio co= o escalofriante —desde una perspectiva cristiana— para un instante
noció al padre de Calisto —ya desaparecido, lo que no pasa de ha= antes de despedazar su cuerpo y seguramente de condenar su alma.
cer patente que en el medio familiar de Melibea no se ignoraba el a +
Los conflictos entre los personajes bajos son también evidentes, tonghc
1
de Calisto: nada permite presumir o deducir más cosas, más allá de * en realidad mucho más que entre los aristócratas. _Sempronio y Pár-+ tata
reafirmar la pertenencia de los dos amantes al estamento rector de la menono son demasiado amigos hasta
ta que lolos: une la lujuria, la codi- pevona]
toa
ciudad. Por su lado, en el único momento en que se los pinta dia= cia y la ira que ;acaban por arrastrarles al caí
cadalso. El primero, como AS
logando (auto XVI), los padres de Melibea discrepan, y dan mues= mayor, suele mostrarse casi siempre burlón con el segundo; a Pár-
tras de tener muy contrapuestas visiones de su hija. Y Melibea, una meno no se le escapan los rasgos más negativos de Sempronio, que
vez visitada por Celestina, se muestra disimuladora e hipócrita con no le suscitan admiración precisamente; Pármeno desconfía siem-
sus padres, y luego directamente falta de piedad con ellos: mientras pre de la vieja, y el desarrollo de los acontecimientos muestra que no
hacen planes para casarla, sintiendo la tentación de escandalizar- sin buenas razones; Sempronio no desconfía de ella —al menos, no a
los;*'$ en el momento en que decide quitarse la vida, porque les ob= fondo—, hasta que, en su primerr momento de desconfianza (auto v),
piensa directamente « en pagarle su posible engaño con la muerte.
Celestina, cuyos días terminan a manos de los criados de Calisto,
213 Similarmente, «su entusiasmo [el de Rojas] por el neoestoicismo es manifies-
tamente extraño, en tanto en cuanto pervierte y fuerza con fines cómicos las máxi= menosprecia a sus compinches y pupilas y trata ostentosamente de
mas de Petrarca, y en La Celestina sólo logra negar la validez de las posturas neoes= dominarlos y aprovecharse de ellos, usando con perversidad de su
toicas al demostrar que, donde la pasión manda, la razón es impotente» (Whinnom experiencia y conocimiento de la sabiduría de sentencias y refranes,
19814:60 y n. 24). Cabría suponer la adscripción de Rojas a posturas neoepicúreas, que esgrime cas siempre para inducir al mal o para justificar su con-
como propone Alcalá [1976]. Otra opinión sobre todo al respecto de las afinida-
ducta:”* resulta particularmente significativa de su actitud con ellos
des neoestoicas de Rojas— en McPheeters [1982]. Para la cuestión del conflicto en
la obra, véase Baranda [2004]. Por su parte Canet [2010] estima la postura de Ro=
la nostalgia con que —entre vapores etílicos y presidiendo la farra la
jas ortodoxamente cristiana y en nada neoestoica o neoepicúrea. alcahueta recuerda cómo, cuando su casa era próspera y ella más jo-
214 Sobre este tema, Véase Deyermond [1985]. Al igual que Calisto recuerda que ven, sus pupilas «no escogían más de lo que yo les mandaba: cojo o
el que quiere comer el ave primero quita las plumas (véase XIX 321), canta Lucre- tuerto o manco, aquel habían por sano que más dinero me daba.
cia y lo aprueba Melibea que «Saltos de gozo infinitos / da el lobo viendo gana-
do, / con las tetas los cabritos, / Melibea con su amado» (XIX, 318-310).
25 (MELIBEA. Lucrecia, Lucrecia, corre presto, entra por el postigo en la sala y *1* Sobre la perversión del lenguaje en general y de la sabiduría encerrada en di-
estórbales su hablar; interrúmpeles sus alabanzas con algún fingido mensaje, si no chos y sentencias son ilustrativos los estudios de Whinnom [1987a], Round [1081],
quieres que vaya yo dando voces como loca, según estoy enojada del concepto en- Read [1983], Shipley [1985], Mota [2003b], Di Patre [2005], Gatland [2007] y
gañoso que tienen de mi ignorancia» (XVI, 298). Burgoyne [2010].
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Calisto y Melibea,** una relación en que Calisto manifiesta su de- tuna desviación, todo lo llamativa que se quiera, del paradigma del
seo por Melibea en términos religiosos”** cuando sus actitudes con padre severo predominante en las letras desde la Antigúedad.*” Ni
ella en momentos claves de la obra, tal el primero en que la tiene pasa de suposición —ciertamente sugestiva en términos dramáticos,
entre sus brazos (auto XIV), dejan pocas dudas acerca de que por lo pero sin mayor asidero en el texto de la obra— que la aparente sole-
menos a él —y sobre todo en la Comedia—le mueve sobre todo lalu= dad de Calisto en el mundo pueda de algún modo representar la de
juria, el loco amor—«ilícito amor»lo llama Melibea en la escena ini= los cristianos nuevos de aquella época, su sentimiento de caída y
cial de la obra— ampliamente tratado en las letras españolas por los exclusión, que muchos debieron sentir sin duda hondamente.*?
Arciprestes de Hita y de Talavera o el Tostado, entre otros, ador= Entre otras cosas porque Calisto no parece estar tan solo: es huér-
nado a fines del siglo XV con una retórica y una dialéctica sublima= lano de padre, sí, reacciona con sorprendente lenidad ante la afren-
doras tomadas en préstamo a la ficción sentimental y a la poesía de tosa alusión de Sempronio sobre su abuela y el simio (1, 38),*%' pero
los cancioneros. Esa es, creemos, la idea básica que del amor se: cuenta con parientes, amigos y renteros, y, aunque «de estado me-
representa en la obra —una idea nada chocante para el moralismo diano», piensa y vive como un noble: lo sugieren su ociosidad, sus
más estricto de entonces—: lujuria disfrazada de sublime sentir, una: aficiones deportivas, el tipo de canciones que canta (Sempronio, en
pasión que, con independencia de su origen, y cultivada porque cambio, canta romances), los instrumentos con que se acompaña,
proporciona placer a quien la experimenta o la finge —incluso, en determinadas posesiones (aves de cetrería, varios caballos, confitu=
el extremo, el placer morboso de sentirse enfermo-=, se desboca y ras exóticas, buenos vestidos de los mejores tejidos, una notable ca-
acaba arrastrando a la ruina y la muerte del ser social e individual de dena de oro), el que un juez de la ciudad fuera hechura de su difun-
sus cultivadores. En cuanto a la posible existencia en el trasfondo to padre...**
de un implícito conflicto de castas, la realidad histórica de fines del
Cuatrocientos ilustra con generosidad la hostilidad muchas veces
cruenta entre cristianos viejos y conversos, pero también la fre- *% Lida de Malkiel |1962a:477-4:79] ilustra con numerosos ejemplos antiguos y
cuencia de los matrimonios de unos con otros, entre las clases aco= medievales que, aunque abunden los padres severos (hay entre éstos personajes
modadas y en especial en las ciudades:””” resulta entonces como principales y secundarios), también aparecen en las letras anteriores a La Celestina
mínimo arriesgado suponer que las actividades empresariales y co- otros tipos: bondadosos, disolutos, holgazanes, diligentes, hostiles a sus hijos (o hi-
merciales del padre de Melibea hayan de interpretarse como signo Jas), cómplices o rivales de éstos... Significativamente, en las imitaciones de La Ce-
lestina son más frecuentes los padres severos, suspicaces y misóginos.
de su pertenencia a la casta cristiana nueva.** Por otra parte, que
2 Rodríguez Puértolas [1968 y 1969] apunta esta hipótesis, que se presta a am-
Pleberio no se comporte como un tronante defensor de su honor plia discusión.
familiar tampoco le convierte en un cristiano inverosímil; sólo en 232 Una interesante explicación de esta lenidad en Maravall [1964:54]: «En los ri-
cos de reciente elevación se dan faltas sociales con frecuencia. Su comportamiento
ofrece fallos notorios, porque su fe en las cláusulas del código del honor estamental
25 Abundantes términos de comparación, de diversos géneros literarios, en Lida es débil ... Ello llegó a constituir un fenómeno característico de los siglos xv y XVI.
de Malkiel [1962a:214-218]. Hay en Calisto, y más o menos acusadamente en los restantes personajes distingui-
226 Véase Lida de Malkiel [1962a:367-369] y los lugares a que remite, principal- dos de La Celestina, una falta de sentido del honor ... estamos aún lejos de la época
mente su propio trabajo de 1946. Sobre la religio amoris en la literatura medieval, calderontana». Por contraste, es notable el acusado sentido del honor que muestran
véase Serés [1996:87-167., esp. 138-139]. varios personajes bajos, especialmente Celestina. Porlo demás, véase I, nn. 128-129.
7 Unas cuantas referencias suficientes al respecto en Lida de Malkiel [1962a: 208, 232 Maravall [1964:esp. 51-54] analiza estos y otros elementos (fundamentalmente
1. 8]: «testigos el [matrimonio] del aristócrata Feliciano de Silva y la humilde convet= la dadivosidad de Calisto) y concluye su pertenencia a «los ricos ennoblecidos ... que
sa Gracia Fe ... o el de los padres de Santa Teresa o el de los de Fray Luis de León». adoptan formas de vidas de los nobles» (ibidem, pp. 43-44). Véase Russell [1978:
28 Es tesis de Orozco Díaz [1957:10] en la que insisten Garrido Pallardó 332-338] para el comentario del pasaje del auto XIV en que Calisto reflexiona —ca-
[1957:54. 58] y Serrano Poncela [1958:16]. Véase la refutación de Lida de Malkiel óticamente— sobre de las supuestas obligaciones de este juez, en tanto que hechura
[1962a:208, n. 8] y también Salvador Miguel [19894:166]. Sobre estas actividades de su padre, respecto a él. También Rohland de Langbehn [1988] y Rank [1993].
de Pleberio, véase Maravall [1964:46-51]. Para las alusiones a los padres de Calisto, véase dispersos en LC, Snow [20014].
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nólogo, se plantea afrontar el hecho, asumir de algún modo sus res- Calisto no deja de tener por ello una dimensión inquietante, al ser
ponsabilidades como señor. Al final, su impulso —que no ha llega= en cualquier caso fruto de un accidente y al incorporar la paradoja
do a plan— naufraga en un mar de dudas y acaba anegado porsu obs de su motivación en el impulso de valer a sus criados tras haber re-
sesivo deseo sexual, por los fantasmas que pueblan su imaginación, nunciado a reaccionar de algún modo ante el fin de Sempronio y
pero es dificil no creer que esos fantasmas acuden precisamente a su Pármeno. Un impulso honorable pero del todo desencaminado.**'
invocación.***
Sea como fuere, constituya o no un caso auténtico de amor he- Melibea es un personaje diferente: de más alto nivel social que Ca-
reos al menos antes de acostarse con Melibea—, su pasión le ha listo, como queda apuntado, probablemente más leída que él**” y
cambiado para mal: en un antes no representado en la obra Calisto con un perfil moral menos definidamente negativo, aunque no
fue generoso y caritativo, según dice Melibea,” apuntando quizá poco ambiguo. Así su primera reacción, en la famosa escena inicial:
que hubo otro tiempo en que ya le miró con buenos ojos, que su «¿En qué, Calisto?». Estas palabras, más que las iniciales del galán,
interés por él puede no haber sido exclusivamente inducido por son las que sugieren un previo conocimiento entre los dos jóvenes.
Celestina... o que ésta ha causado estragos en su capacidad de per- ¿Quiso el autor pintar un rasgo de ligereza por parte de Melibea? Es
cepción de la realidad. La muerte del galán queda nimbada de am-= probable que así sea si la comparamos con ciertas heroínas de la fic-
bigiiedad. Lo inesperado de la misma en la Comedia ha recibido in= ción sentimental —como Laureola, la protagonista de la Cárcel de
terpretaciones diversas: ¿es una falla artística, que derriba con un amor=, obligadas a velar por el propio honor a toda ultranza, a ser
golpe de azar un detallado planteamiento dramático? ¿O es que en inaccesibles o impávidas con el amante, incluso crueles; a serlo in-
esa brutalidad del azar se explicita un castigo, mudo y terrible, del cluso con los propios sentimientos, caso de llegar a albergarlos... En
desorden de Calisto, de su «ilícito amor» lujurioso y blasfemo? breve: es posible que así fuera si Melibea se hubiese situado en la
Mejor motivada dramáticamente en la Tragicomedia, la muerte de misma tesitura en que Calisto se manifiesta a partir de la réplica si-
guiente —pero no necesariamente en su primera intervención, lo
8 : E 7
3% «Y caso que así no fuese, caso que no echase lo pasado a la mejor parte, acuér=
que no nos parece el caso a la vista de la hechura del mundo que
date, Calisto, del gran gozo pasado, acuérdate de tu señora y tu bien todo. Y pues empieza a representarse con cierta concreción a partir de la escena
tu vida no tienes en nada por su servicio, no has de tener las muertes de otros, siguiente —un mundo doméstico, con criados trapaceros: de come-
pues ningún dolor igualará con el recebido placer ... tú, dulce imaginación, tú que dia, no de ficción sentimental— y cual es, más adelante, el burgués
puedes, me acorre. Trae a mi fantasía la presencia angélica de aquella imagen lu- entorno de la heroína y su manera de producirse en él,
ciente; vuelve a mis oídos el suave son de sus palabras, aquellos desvíos sin gana...»
Más intrigante al propósito es su siguiente réplica, tras la parrafa-
(XIV, 281-282). Véanse los comentarios de Lapesa [1972], McPheeters [1980] y,
sobre todo, Cátedra [1089:68-69]. da erótica, teológica y autoconmiserativa que-Calisto le espeta:
2% «Yo cobrí de luto y jergas en este día cuasi la mayor parte de la ciudadana ca= «Pues aun más igual [usto”] galardón te daré yo, si perseveras». ¿Qué
ballería; yo dejé muchos sirvientes descubiertos de señor; yo quité muchas raciones
y limosnas a pobres y envergonzantes. Yo fui ocasión que los muertos toviesen com=
pañía del más acabado hombre que en gracias nació. Yo quité a los vivos el dechado 4 Prácticamente no hay trabajo sobre La Celestina que no examine el persona-
de gentileza, de invenciones galanas, de atavios y bordaduras, de habla, de andar, de je de Calisto. La visión moderna del mismo, como nefasto amante cortés, tiene hi-
cortesía, de virtud. Yo fui causa que la tierra goce sin tiempo el más noble cuerpo y tos importantes en Frank [1947:54-56], Green [1953a, 1956, y 1963-1966:139-
más fresca juventud que al mundo era en nuestra edad criada» (XX, 332). 151], Bataillon [1961:108-134], Deyermond [1961b], Lida de Malkiel [r962a:
24 Véase arriba, n. 149. Cejador, 1, XVI, recogiendo la opinión predominante a 347-405], Barbera [1964], Rodríguez Puértolas [19684], J.H. Martin [1972] y La-
comienzos del siglo xx, lo veía completamente al revés: el alargamiento «el despe- pesa [1972], y más recientemente, McPheeters [1980], Rank [1980-1981 y 1993],
ño del drama y conversión súbita de una comedia en tragedia, que el autor puso por Law [1983], Severin [1083b y 1984], Garci-Gómez [1085 y 1994], Snow [1089b],
portentoso golpe de ingenio artístico y fue preparando con tanta destreza hasta aquel Castells [19yo-1991], Vivanco [2003].
punto, desaparece en la segunda redacción con alargar la obra por varios actos inú- 2 Sobre la educación de Melibea, véase McPheeters [1973].
tiles, episódicos, que nada tienen que ver con la acción principal, sólo sirven para 343 Véase sobre esta comparación con Laureola, Frank [1947:55], Severin
destruir el efecto más trágico del drama, quebrándolo en el punto culminante». [1989a:esp. 20-30, 95-103], Lacarra [1989] y Snow [2004].
482 CARLOS MOTA LOS PERSONAJES 483
subyace a estas palabras? ¿El intento de representar su incredulidad (o intención de introducir? Entre tales extremos se debate hoy la in-
indignación contenida) ante la blasfemia que acaba de oír? ¿Coque= terpretación del personaje de Melibea, bella para todos, pura cos-
tería? Con seguridad, una capacidad irónica propia de un carácter” mética para Areúsa —quien, desde una perspectiva realista, en la
nada gazmoño, al margen de la palabrería al uso en cierta literatura época sería tal vez el único personaje que habría podido ver el cuer-
y en la vida cortesana. De cualquier forma, un carácter apasionado y po de la muchacha, por ejemplo en unos baños públicos.**
enérgico, según lo confirma la réplica inmediata, que sigue a la poco De capitalll importancia para apreciar. los mecanismos que tienen
perspicaz reacción de un Calisto que toma por aquiescencia la ironía en pie la trama dede la «obra y la hechura de sus personajes sería deci-
de Melibea. Y asimismo lo confirman muchos otros momentos a lo dir qué aboca a Melibea a amar a Calisto hasta tan extremas conse-
largo de la obra: sus actitudes ante Celestina (antes de que la persua= cuencias. Un lugar tiene en ellola habilidad dialéctica de Celesti-
da y después, en los autos IV y X), ante Calisto (en los autos XII, na, pero ¿también un deseo previo a la intervención de la tercera,
XIV, XIX), ante sus progenitores, patéticamente ignorantes de su cuya capacidad persuasiva quedaría así relativizada? ¿También la
ser y estado (auto XVI), y, en fin, ante el impotente Pleberio en el ayuda del diablo, invocado para el propósito por Celestina? No hay
monólogo que precede al suicidio de la joven (auto XX). No en consenso sobre el particular, pero bien permiten pensar esto último
vano Celestina, con la perspicacia que suele caracterizarla, califica a la credulidad respecto a la magia y a la hechicería de amores de un
Melibea de «doncella brava» (V, 137). En la primera escena, Calisto buen número de personas cultas de la época (y de casi todas las in-
se siente en los cielos; Melibea tiene los pies en el suelo. Calisto flo= cultas de cuyos pronunciamientos al respecto queda memoria, por
ta en una ficción sentimental a su medida; Melibea ha hecho su apa= ejemplo en procesos inquisitoriales). Por lo demás, sólo una creen=
rición en una comedia... y no reaparece en ella hasta que Rojas vuel- cia en la eficacia de tal elemento da pleno sentido funcional a la es-
ve a ponerla en escena en el auto IV: salvo por esa primera escena, es cena del conjuro con que concluye el auto TIT, y a algunos apartes
notorio que Melibea es una creación de Rojas. añadidos en la Tragicomedia que sugieren que la magia es elemento
De todos modos, el apasionamiento de Melibea tiene unos con= operativo en el desarrollo de la trama de La Celestina o, cuando me-
tornos diferentes del de Calisto: una vez enamorada, no escatimará nos —esto nos parece incuestionable—, en la conciencia de los per-
ni riesgo, ni responsabilidad, ni su cuerpo ni probablemente su sonajes: ena de Celestina por supuesto, pero también en la de Lu-
alma.** Otra cosa es la consideración que en tiempos de Rojas, en crecia.*Y
el siglo xIX o en el nuestro merezca esta autoinmolación; que se
vea en ella un signo de veleidad o cierta grandeza.** Similar a esa 24 Ello condice a las mil maravillas con el hecho de que «el retrato de Melibea
capacidad de entrega —como mínimo—es su aparente misericordia, brota del complejo reajuste entre las exageraciones del enamorado, la observación
la que la lleva a entregar a Celestina su ceñidor, que ha tocado reli- fría de la tercera, la admiración de los sirvientes, la envidia de las perdidas, el orgullo
quias principales, para aliviar el figurado dolor de muelas de Calis- y desvelos de los padres» (Lida de Malkiel 1962a:319, quien señala certeramente allí,
to. Siendo tal don símbolo inequívoco de entrega amorosa,*** y el en n. 27, que también Calisto es retratado por todo el resto de los personajes, y asi-
mismo Celestina, resaltando las diferencias entre esos retratos y señalando el de la
dolor de muelas designación incluso popular del deseo erótico,*P
caracterización de los personajes desde una pluralidad de perspectivas como rasgo
¿es muestra de ingenuidad, de necedad, o gesto de complicidad? destacado de La Celestina, aunque observa atisbos de éLen varias comedias humanís-
¿O el fruto de la obnubilación causada por el demonio que Celes- ticas). Perspectivas sobre el personaje de Melibea en Madariaga [1941], Green [1946
tina puede haber introducido en su casa y su espíritu con el hilado y 1953a] —véase también Trotter [1954]-, Deyermond [1961a, 1985 y 1993], Batai-
=y que desde luego, lo haya hecho o no, la vieja ha tenido la firme llon [1961:171-200], Lida de Malkiel [19624:406-470], Baldwin [1967-1968], Fer-
nández [1968:43-47], Heugas [1969], McPheeters [1973], Ayerbe-Chaux [1978],
Morgan [1979], L. Beltrán [1980], Handy [1983], Ynduráin [1984], Severin
2% Sobre esto último, véase Deyermond [1984]. [r989a:esp. 95-103], Lacarra |1980, t99o:esp. 62-81, 1997], Snow [1989b y 1996],
2 Un retorno a este tipo de valoraciones en Snow [1989b y 1996:esp. 660-662]. Palafox [2000], Miguel [2000], Tozer [2002]. Mier [2008].
24 Véase al respecto 1V, n. 161. 24% Sobre la magia en La Celestina, véanse principalmente Caro Baroja [1941,
+ Sobre este asunto, véase IV, n. 160. 1975 y 1979], Lida de Malkiel [1962a:220-226], Russell [1963], Ruggerio [1066],
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484 CARLOS MOTA
de luego, nada irrelevante— intervención directa en la trama es su ex= conocimiento que a todas luces está muy lejos de poseer. Es proba=
tenso lamento ante los despojos de Melibea.”* Antes, Pleberio ha ble que en la realidad y en las letras de la época esa ignorancia y ese
sido un puro motivo de temor para los criados de Calisto y aun pata exceso de confianza hubiesen sido considerados en especial dignos
Celestina, temor que la Tragicomedia nos revela más bien descamina= de censura en él como varón y como padre de una hija doncella y
do.** Hoy se tiende a ver el lamento de Pleberio como el adiósa la además «única heredera». Y que la Tragicomedia convertía su falta de
vida de Melibea en el auto XX— demasiado trufado de erudición: no vigilancia en algo clamoroso —quizá directamente risible— con el
estamos habituados a que tal pueda ser una forma de enaltecer un dis- «alargamiento del proceso ... destos amantes»: un mes de fornicación
curso.*7 Más importante, y situado en otro orden de cosas, es que va= en el jardín de su propia casa, con la complicidad y la asistencia entu-
cilamos también ante las claves éticas en que ese lamento se entona: siasta de su servicio, mientras él y su mujer duermen o hacen cábalas
nos parece que hay en él tal vez demasiada expresión de dolor por la absurdas. Sin embargo, pese a todo ello, Pleberio muestra un afecto
ruina de unos cálculos puramente materiales y crematísticos; que en extremo por su hija, consideración por su formación y su volun-
él se ostenta en demasía el desengaño ante cosas obvias —pero en ge= tad,** y dice con toda claridad —aunque siguiendo un tópico bien co-
neral difíciles de asimilar— que la acumulación de riqueza no es sal= nocido de la literatura luctuosa— que preferiría haber visto arruinado
vaguarda contra todo infortunio, que las tribulaciones que causan las su patrimonio y haberla precedido en la muerte, a haber tenido que
pasiones, y en particular el amor, difícilmente tienen un cabo de Bue= contemplar su cuerpo destrozado enla flor de la edad. Esto no le con-
na Esperanza en la trayectoria vital de nadie; que sólo en la ley de los vierte en moralmente sabio, sobre todo a la vista de que su anhelo se
hombres, cuando es justa, y no siempre en la vida, los padres no pa- apoya en un supuesto orden natural por el cual los viejos descen-
gan los errores de sus hijos ni los hijos los de sus padres... temas to= derían a la tumba antes que los jóvenes (la misma Celestina, aun
dos ellos que se desgranan en el lamento, principalmente dirigido a aferrándose a la vida, o precisamente por ello, sabe, como afirma en
denostar al amor, la fortuna y al mundo, pero desde una perspectiva [V, 121, que «ninguno es tan viejo que no pueda vivir un año, ni
más estrictamente personal, aferrada al momento dramático concre= tan mozo que hoy no pudiese morir»; hasta el propio Calisto parece
to, que filosófica o doctrinal en general. Es cierto que la ignorancia de asumir que «no hay hora cierta ni limitada, ni aun un solo momento:
Pleberio sobre su hija —en la nueva intervención del personaje que deudores somos sin tiempo; contino estamos obligados a pagar lue-
nos proporciona la Tragicomedia en el auto XVI=no es mucho menos go», XIV, 278). Pero, en nuestra opinión, esos deseos son indicios de
patética que la de Alisa, aunque Pleberio, al menos, no alardea de un una humanidad que palía en parte su mezquindad y el ridículo que
constituye posible reverso de su dolor. Y tal vez sea eso, junto a la re-
lativa lucidez inherente a señalar al mundo, al amor y a una fortuna
Carrasco [1976], Dunn [1976], Rodríguez Puértolas [1976], Hook [1978], Shipley
[1985], Lacarra [1987-1988 y 1990:esp. 92-107], Severin [1989q:esp. 105-115),
no arcana y absoluta sino tristemente contingente, es decir, a la ob-
Snow [1989b], Deyermond [1990], Burke [1993] y Gómez-Moreno [2003]. nubilación del género humano con lo material y temporal —en el
255 Es uno de los pasajes de la obra más frecuentados por la crítica. Trabajos es- fondo: de su hija y de él mismo—, no a una instancia exógena y supe-
pecíficos sobre él o que lo examinan con especial detalle, aparte de la mayor parte
de los referidos en la nota anterior, son los de Rósler [1938], Deyermond [1961a,
1975 y 1990], Berndt-Kelley [1963], Wardropper [1964], Fraker [1966], Casa [1968], 258 A propósito del respeto de Pleberio por la voluntad matrimonial de su hija
Ripoll [1969], Gerli [1976], Shipley [1985], Lacarra [1987-1988 y 1990:100-107], —muy diferente es la actitud de Alisa: véase el fragmento citado arriba, n. 210—, hay
Vicente [1988], Severin [1989b], Ramajo [2000], Miguel [2001], Corfis [2001]. que teneren cuenta que, aunque los matrimonios de conveniencia pactados porlos
256 R] personaje tiene una mínima aparición en XIL, 252, donde es víctima de un padres de los contrayentes eran frecuentes en la época sobre todo en los medios
engaño (seguramente con la verdad; véase XII, n. 117): «PLEBERIO. ¿Quién da pa- aristocráticos-, las leyes requerían el consentimiento de los contrayentes, y especí-
tadas y hace bullicio en tu cámara? / MELIBEA. Señor, Lucrecia es, que salió por ficamente de la mujer. Lida de Malkiel [1962a:210-212] recuerda al respecto un pa-
un jarro de agua para mí, que había sed. / PLEBERTO. Duerme, hija, que pensé que saje de la Cuarta partida de Alfonso el Sabio (título I, ley 10) y un comentario de la
era otra cosa», General estoria a Génesis, XXIV, 57 y ss. bien significativos, y enumera una serie de
257 Para una discusión detallada de los porqués de ese tipo de apreciaciones aña- casos literarios (y de la realidad) de los siglos xtv y xv en que se consulta el parecer
crónicas, baste remitir a Lida de Malkiel [1962a:330-332]. de la interesada ante una petición de matrimonio.
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rior —el destino, Dios—, lo que nos lleva a pensar que el mensaje de cluso en términos de parentesco: como ya se ha señalado, Párme-
Pleberio está traspasado de seriedad dramática. Otra cosa es que, no, criado de Calisto, es hijo de Claudina, comadre y maestra de
llevando las cosas un punto más lejos, se haya pensado que podría Celestina, a su vez discípula de la abuela de Elicia, la única pupila
ser nada menos que el enunciado del pensamiento y de la Weltans- que la alcahueta mantiene en su casa. Elicia y Lucrecia, la criada de
chauung de Rojas, en tanto que individuo o —nucho más hipoté= confianza de Melibea, se nos presentan como primas (signifique
ticamente todavía— en tanto que portavoz del espíritu amargo y esto lo que signifique).**“ En otro orden de cosas, Elicia es amante
desengañado de muchos conversos a fines del siglo XvV.** Si sólo de Sempronio —a tiempo parcial, claro— desde antes de que se pon=
Pleberio habla por su propia boca, en cambio, este pasaje queda a en marcha la mediación entre Calisto y Melibea; Areúsa, hija de
bien justificado en la maquinaria literaria de la obra, pero no re una pastelera —oficio muy despreciado en la época—, es obligada por
sulta mucho menos rico o menos polisémico: desde una expresión Celestina a convertirse en amante de Pármeno, etc. Todas estas re-
de pesimismo descreído fronteriza con el nihilismo hasta un dolo= laciones pueden contribuir a la denigración o al menos a la irrisión
rido y ortodoxo noli foras ire autoacusatorio caben en ese lamento de estos personajes, sobre todo de sus pretensiones de rebeldía o de
tan aparentemente preocupado del encaje de ejemplos de la Anti= respetabilidad social, muy acusadas en Celestina y Areúsa,** pero
gijedad, tan aparentemente lleno de fallidas previsiones sucesorias hacen patente lo tenue que para las personas de baja cuna de la épo-
y transmisiones patrimoniales y tan despojado de apetito de san= ca podía ser la frontera entre los oficios ínfimos y la vida de la pros-
gre, moralinas solemnes y trenos por el honor mancillado. Tan re= titución y la delincuencia, y esto tiene incidencia en la maquinaria
bosante de desconcierto.*” de la obra en la medida en que todos los personajes ostentan una
memoria de su pasado que es extraordinariamente operativa en la
fundamentación de su conducta, de sus filias y de sus fobias.*% En
Los de abajo su célebre parlamento del auto IX, Areúsa defiende con ardor (que
en el siglo XVI muy posiblemente resultara cómico, a diferencia de
Las clases bajas están más amplia y variadamente representadas en lo que suele suceder hoy) la opción por una vida independiente
la obra que las altas. Aun con el precedente de los criados del tea= como prostituta, menos fastidiosa que la permanencia en la servi-
tro antiguo, con los que los de La Celestina guardan notables dis- dumbre, embelleciendo su propia situación, lo que en la Comedia
tancias,**' en esto la obra de Rojas emparenta con otras obras artísti= casi llega a resultar convincente: la Tragicomedia desvela el reverso
cas de su tiempo, en las que irrumpen con fuerza y singulares de esta exaltada independencia de Areúsa en la humillante relación
matices figuras del. hombre urbano corriente —de diversos modos, que sostiene con el gárrulo Centurio.*” Pero, aunque barriendo
pero principalmente cómicos o satíricos.** Como miembros de di= para casa, y sin duda tratando de mortificar a Lucrecia si ésta la oye
chas clases bajas hay que distinguir a criados de prostitutas, aunque acaba de hacer acto de presencia en la escena—, Areúsa también
los autores tienden a relacionarlos entre sí muy estrechamente, im- describe con gran propiedad la suerte miserable de gran número de
252 Sobre esto, Castells [2005]. Véanse además las referencias de la n. 224, arriba. 3% Sobre las estrechas relaciones entre prostitutas y criados y sobre la transmisión
22 Sobre hasta qué punto es más verosímil que las opiniones expresadas en la matrilinear de ciertos oficios puede verse Vigier [1987]. Véase también Rodríguez
obra sean las de los personajes en función de sus precisas circunstancias que las de Puértolas [20014]. Para los términos de parentesco como formas de tratamiento,
Rojas nos parece que puede ser bien ilustrativa la copiosa enumeración de casos véanse Barrio [2003-2004] y Snow [2008].
que trae Lida de Malkiel [1962a:342-343] a propósito de cómo «la intención carac 20 Véase Maravall [1964:118-133] y Ladero Quesada [1990:1 10-112 y 115-120].
terizadora [de los personajes] es la que guía a los autores en el manejo de la alusión 26 A este aspecto de la obra dedica páginas fundamentales Severin [1970].
erudita». * Un anticipo de ella en los temores de Areúsa de VIL, 178, cuando dice temer
2% Véase al respecto, sobre todo, Lida de Malkiel [1962a:616-626]. que su rufián la mate si sus vecinas le cuentan a éste que ha acogido a Pármeno en
2% Sobre el asunto, véanse Maravall [1964:esp. 08-117] y DuBruck |1978:espe= su casa: «¿cómo quieres que haga tal cosa? Que tengo a quien dar cuenta ... y si soy
cialmente 93-98]. sentida, matarme ha. Tengo vecinas envidiosas; luego lo dirán».
490 CARLOS MOTA LOS PERSONAJES 491
muchachas pobres que habían entrado a servir en casas ricas apenas penioso y bienintencionado en algún momento =sobre todo en
salidas de la niñez y que, tras años de trabajo, veían defraudadas no los primeros compases del auto [, cuando trata de aportar ironía o
ya sus expectativas de dote y casamiento, sino incluso el pago debi- capacidad de distanciamiento al alterado Calisto, ciertamente por
do por su servicio.?” procedimientos burdos y manidos=*?* Sempronio es un personaje
Con todo ello, los autores de La Celestina no se limitan a sumir a turbio y bastante menos patético que su colega Pármeno, cuya tra-
todos estos personajes bajos en un mismo fango de tópicos bien= yectoria se ha llegado a contemplar en paralelo con la de Melibea
pensantes y de convencional desprecio por el vulgo.** Y, como se en esencia, la de Pármeno es la historia de una corrupción, pero
ha señalado reiteradamente, Celestina —en principio una secunda- también muy equívocamente, dados sus orígenes familiares y su
ria imprescindible— es un personaje tan singular como para haber vieja convivencia con Celestina. Sempronio es por encima de todo
usurpado el título de la obra (originalmente Tragicomedia de Calisto profundamente contradictorio, y, por tanto, débil; tal vez le define
y Melibea; hoy, para casi todo el mundo, La Celestina o Celestina)? por antonomasia su dictamen de 1, 36 (dirigido a Calisto) «Haz tú
y para haberse convertido en una figura casi mítica: junto a Don lo que bien digo y no lo que mal hago». A partir del auto II, con el
Quijote y Sancho y a Don Juan, seguramente la más vigorosa y pe= paso a primer plano de Pármeno, su figura se diluye un tanto, aun-
culiar de la cultura hispánica. que aparecen ciertos detalles interesantes, que subrayan sus esen-
ciales contradicciones: su propensión a la violencia o su mal disi-
mulado interés por Melibea.”?
Sempronio y Pármeno Modernamente, la crítica ha tendido a apreciar en especial la ver-
tiente sombría, incluso trágica, del personaje de Pármeno. Pármeno
El primero de los personajes bajos que aparece en escena es Sem- es, como comprobará y explotará Celestina, un adolescente al que
pronio, criado al que Calisto se confía y al que pide consejo y auxi- averglienzan sus orígenes en una época muy afecta al determinismo
lio. Se ha sospechado que el «primer autor», que partía más o menos de la sangre: la que es telón de fondo de la obra, no explícita pero no
directamente del tipo del servus fallax del teatro de la Antigúedad, esencialmente diferente de la de su composición. Cuando la Tragi-
pudo querer hacerle más parecido a un ayo consejero que al cria- comedia empieza, el muchacho se halla ál margen de esos orígenes,
do que pinta Rojas, joven aunque claramente más experimentado quizás huido de ellos (como mozo de muchos amos que ha sido), en
y desenvuelto que Pármeno.*” Cínico, egoísta y cobarde, pero in=