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INTRODUCCION DEL NOMBRE ¥ NACIMIENTO DEL O8JETO DE ESTUDIO La habitual denominacién «Historia de laliteratura medieval espa- fiola», que durante afios nos ha acompafiado en los programas de studios y en las portadas de los manuales, responde a conceptos surgidos a partir de la segunda mitad del siglo xvrm, plasmados en parte de su contenido especifico en la magna obra de Amador de los. Rios Historia erttica de la literatura expancla (1861-1865). Aunque hhan variado sustancialmente los criterios aplicados desde su apari- cin, perviven sus grandes ejes constructivos: restriccién del arco temporal analizado (en nuestro caso el medieval), incluido en una ‘unidad superior con la que comparte delimitaciones de perspectiva (historia), tematicas (literatura), geogriticas y politicas (espaftola). ‘Ahora bien, sien Ia actualidad los principales términos resultan po- livalentes, aplicados a la Edad Media hispana plantean numerosas dificultades y contradicciones que trataremos de esbozar. DE LA «LETRADURA» ALA LITERATURA Las distinciones francesas entre la chistoria literaria», entendida como el anilisis y la explicacién de todos los componentes de la peculiar institucién denominada literatura, frente a la chistoria de la literatura», considerada como el estudio de las obras maestras, hos permitirin aclarar nuestro punto de partida. Entre ambas op- ciones, nos inclinamos por la primera, y en especial nos detendre- mos en los contextos donde surge el discurso literario, que’ propi- 2 ENTRE GRALIDAD Y BSCRITURA: LA EDAD MEDIA cian su existencia y contribuyen a su interpretacion, ¢je prioritario de esta parte inicial, En la segunda, mas histérica, selectivamente destacaremos autores, obras 0 fragmentos significativos de ese con finuum literario bien por su condicién artistica, por su articulacién. € incluso por su contenido. forma complementaria, tendremos en cuenta el sistema en el que surgen, la recepcida y la valoracién de su época, que pueden no coincidir con la nuestra. Las Coplas a la muerte desu padre de Jorge Manrique lograron un éxito inmediato y un elevado aprecio, pero no se entenderian bien sin el resto de Ja produccién manriquefia, por muchos relegada a un segundo plano, sin Ja de poetas muy es- timados en su tiempo como su tio Gémez Manrique, hoy menos apreciado, y sin la de otros miltiples escritores en Ia actualidad apenas conocidos. ‘Ahora bien, cqué entendian los hombres medievales por itera- ‘ura? La voz corresponde a un cultismo derivado del latin itteratu- 1a, asentado con minimas variantes en las principales lenguas eu~ ropeas desde finales del siglo xv. En castellano desplaz6 al término mas castizo de «letradura», de idéntica raiz, cuya evolucién nos proporciona las claves de su pervivencia y ampliacién seméntica Durante siglos, letrados y «letradura» se relacionaron con las féte~ rae, adaptindose en su evolucidn a los diferentes contextos de la creacidn libresca. Con frecuencia fue usado en la obra de Alfonso X, en colisién con «clerezia», solo en apariencia similar. En un principio, Ia «letradura», cuya evolucién fue bien estudiada por Fernando Gémez Redondo, se restringia al conjunto de materias adecuadas para los clérigos, unas artes y ciencias que debian estar sometidas a rigurosa vigilancia. Durante el reinado de Sancho IV Ja misma voz remitia a la produccién del entomno regio, controlada por la Iglesia, mientras que después a veces quedaba subordinada awrropuceiéy 3 al «seso» natural, como en el Zifer, 0 se encamina hacia un proceso ceducativo dirigido a los caballeros, muy fructifero en don Juan Ma- nucl. En uno de sus principales sentidos equivale a la produccién escrita, en latin o romance, dominante en el mundo eclesistico, en el curial regio o en el caballetesco, sin que puedan establecerse se- paraciones estrictas. ‘A partir del siglo xv su utilizacién fue decayendo, al tiempo que se registran los primeros usos castellanos del cultismo «litera tura» y de sus derivados. A mediados de siglo, un anénimo comen- tarista de la Divina Comedia de Dante explicaba la estratificacién del empleo del Jatin para afiadir que «el sefior don Fernando de Gusmén ... non se da mucho a las letras latinas, mas por eso no dexa de ser literatisimo. Ansi aquellos que dize Tulio [Cicerén],, ‘menos estudian en las letras que en Ia gramatica —que en latin, que era a ellos su vulgar—, pero non dexan de ser letrados».* El todavia infrecuente sufijo ~isimo confirma los inflyjos italianizan- tes de un autor para quien la condicién de «literalisimo» puede también alcanzarse mediante las obras en romance. El texto refleja su estrecho vinculo con la gramitica, todavia latina, del mismo modo que sefiala unos cambios germinales por la mayor estima de las letras en romance, lo que se aviene bien con las traduceiones del humanismo en lengua vul después, Hernando de Talavera usa el sustantivo en La catolica im- _pugnacién del berético libelo (x478) pata referirse al conjunto de es ctitos representativo judaismo, cuya lectura pretende evitar 1 Kelwin J, Webber, «A Spanish Linguistic Treatise of the Fifteenth Century», Romance Pilg, 16 (1962-1963), §2°40, p38 4 ENTRE ORALIDAD Y BSCRITURA: LA EDAD MEDIA literatura mortifera por sus consecuencias espirituales. En su dia~ cronia, la valoracién positiva de la literatura no se restringe a las Jetras latinas, pero en casi todos los casos deben estar controlados sus aspectos religiosos. ‘A finales del siglo xv los diccionarios recogen Ja voz no siempre de forma destacada, indicio de un empleo todavia limitado, En sus principales acepciones, el campo seméntico del término se telaciona ‘con los saberes en general, con la gramitica o con la materialida Jas letras. El Universal vocabulario en latin y en romance de Alfo de Palencia (x.490) se refiere alos verbos neutros «que no tienen pre; térito salvo en literatura passiva», del mismo modo que el fitter equivale en castellano al wenseiiado», vale decir doctus, eruditas. su parte, el Vocabulario latino-espariol (1495) de Nebrija define «Le~ trero de letras. literatura. a>, mientras que asimila eleido» al «ombre que lee mucho. ftferatu. Mas significativas resultan dos referencias casi idénticas de la Comedia Thebayda (1500), en cuyo argumento se describe a don Berinto como «cavallero mangebo y dotado de toda dlisciplina ast militar como literaria» (las cursivas son nuestras); «y conmovido de exercitar la fuerga de sus varoniles miembros y la for- taleza de su énimo y la prudencia de que estava asaz,instruto [‘dota- do’), asi de su natural como adquisita [‘adquirida’] mediante la doc trina de preceptores». En esta unin de fortitudo et sapientia, Ia milicia ya literatura se refuerzan y aprenden con instrueci6n y disci~ plina, de modo que el estereotipo representado refleja un compendio de cualidades fisicas e intelecruales, naturales y aprendidas. pales acepcione instruccién, abarcaban iitica 0 el alfabeto, concepcién que, en sus grandes rasgos, perdu 16 hasta el siglo xvint. INTRODUCCION 5 6 textos identifican «letradura»-literatura y unos valores li- srescos, diferentes en funcién de los saberes imperantes en cada mo- io. Esta equiparacién desborda nuestras concepciones actuales, necesariamente deberemos tenerla en cuenta para delimitar el objeto de estudio. Por citar un caso extremo, el Tribunal Supremo aplics leyes de las Partidas hasta la entrada en vigor del Cédigo Civil de 1889, prueba de su prolongada influencia juridica. En la actuali dad dificilmente se incluisia un cédigo decimonénico en un estudio sobre la literatura de la époc oa aplicamos a fo literario no viene determinado en ex- lusiva ni por la materia ni por la intencién del autor, y sf por su tratamiento. A su vez, la relacién eletradura»-literatura con la pro~ duccién escrita también resulta inadecuada como sintesis de la produccién medieval. El desajuste es de tal magnitud que algunos criticos proponen buscar nuevas expresiones como produccién verbal, representativa de la coexistencia entre oralidad y escritura tan carac- teristica del periodo. Este problema terminolégico no es mas que el primero de una larga serie a Ja que nos enfrentamos porque la critica posterior no suele emplear los términos medievales, que deben exa~ minarse en cuanto nos desvelan los conceptos subyacentes. Asf, el estudioso denominari novelas a las chistorias fingidas» caballerescas Y auto a nuestro primer testimonio dramético, contribuyendo con ello crear unas expectativas inadecuadas para el lector actual, quien descubre que estas obras no se ajustan a los parémetros genéricos vinculados a sus designaciones modemnas. LA ALTERIDAD DE LA PRODUCCION El critico aleman Hans-Robert Jauss reivindicaba el placer estético de la creacién medieval, que debia estudiarse por si misma, sin considerarla como una variacién de la literatura clésica ni germen 6 [ENTRE ORALIDAD Y ESCRITURA: LA EDAD MEDIA de las nacionales, aspectos que perturban su comprensién. Y uno de los fundamentos de su disfrute era precisamente su caricter ra- dicalmente distinto, su alteridad respecto ala literatura contempo- riinea, El escritor medieval se enfrenta a la tradicién de acuerdo con un sistema de valores que en su conjunto difiere de los asf} dos en tiempos posteriores; por lo general, el creador no trata de reflejar en sus escritos su individualidad —otro problema distinto ces que emerja de ellos— ni busca la singularidad como valor prefe- rente y exclusive. precedente es sefial de un nuevo empleo de una materia ya consa- ‘grada, y por tanto de elevada consideracidns segiin su esquema, la reiteracién asegura la veracidad de lo compuesto, avalado por otros textos calificados como verdaderos por su escritura; finalmente, mediante el procedimiento pueden mostrar su «letradura», su ca pacidad de re-crear y entender sus precedentes, compuestos mu chas veces en latin. Berceo confiesa desconocer la ubicacién relato segundo de los Milagros de Nuestra Seiora, pues «el logar no Io leo, decir no lo sabria» (762), verso que no podriamos achay una inexistente ingenuidad. ditigida a Dios, teocéntrica, la meta salvacién eterna; de acuerdo con estos criterios, desde una perspec tiva teériea y ortodoxa todo aquello que se aparte de ese objetivo debe quedar relegado, o por lo menos paliado o explicado, en ma~ yor o menor grado. ce cia del arte es un concepto moderno. EJ mbito en apariencia mas desinteresado, la poesia, viene ya avalado por precedentes biblicos y constituye un auténtico «saber» (Alfonso X), de la «gaya cienciae del «gay saber». Estos tiltimos términos, de origen provenzal y pxtRopUccION 7 documentados en castellano desde finales del siglo xav, denotan su vinculacién con asuntos alegres (uno de los sentidos de gay) y pla- centeros, Pero se trata de un «saber» o eciencia», y conlleva la 3 cacién de unos conocimientos, de un ars en el sentido ages hel dicio de una educacién de clase, inaleanzable para muchos y en sus origenes medievales vinculada a la nobleza. Ademés, en la poesia pueden subyacer sentidos ocultos y utilitarios, como se lee em Ja En mayor o menor lo, en funcion de autores, géneros cts ks ee mis tian ta ee) proporcionar lecciones, incluidas las literarias, normas de condl ta, instrucciones, aunque ellas mismas estén basadas en «fingi- iientos» y en hechos no sucedidos, en definitiva, en mentiras con su carga negativa en la tradicién judeocristiana; de ahi, la insi tencia en sefalar que debajo de lo ficticio y placentero se encubren razones graves, mas profundas. UalexeHsis biblica abia| cost) los casos m! sencillos, la ejemplaridad se imponia directamente, casi siempre subrayada por el autor. Estos modelos y normas extraibles iban destinados a personas concretas, a la colectividad en su conjunto, ala inmensa mayoria de «amigos e vasallos de Dios omnipotent» a quienes hablar’ Gonzalo de Berceo, o asectores especificos, aspec- to favorecido por la aparicién en el siglo xu de los llamados sermo- nes ad status (sermones especificos en funcién de la condicién del destinatario). Podian estar dirigidos a los principes, 2 los caballeros ‘0 a1los religiosos, a un publico restringido por la edad —por ejem- plo los jévenes «defensores» a quienes adoctrinaré don Juan Ma~ 7 8 ENTRE ORALIPADY ESCRITURA: LA EDAD MEDIA. nuel—, 0 por el sexo, como los Castiges y dotrinas que un sabio daba asus bijas. ne mezclar alguna diversién entre sus preocupaciones, idea que re- corre desde El libro de los doxe sabios al Lucidario o el Zifar, y que recibe diversas justificaciones. Seguin las Partidas (II, V, 20), «todo home debe a las vegadas ['veces’] volver [‘mezclar’] entre sus cui dos alegeia et placer, ca la cosa que alguna vegada non fuelga puede mucho durar». Llevindolo hasta los tiltimos extremos, el placer esporidico permite alargar la vida, pero como tal conviene regularlo, aunque Juan Ruiz nos sorprende con Ia aclaracién de su ne (44d). Si a Jesu cristo no se le habi a Ta reglamentacién 0 autorregulacién de la risa, en especial en el dmbito religioso, tam- poco se le habia visto llorar, y ademas la tristeza constitufa un indi~ Gio de desordenes morales y fisicos, peligrosos pera el alma y el ‘Eota combinacion de bromas y vera se avalaba asimismo con lejanos preceptos horacianos segiin los cuales convenia mezclar lo dulce con lo iil (miscere utile dulci), cuya expresion medieval era cl enseftar deleitando (dacere delectando). Para explicarlo, don Juan Manuel recurre en el prologo al Conde Lucanor a una imagen con- vencional, la del «fisico» que mezcla con azticar la amarga medic na, dado que «el figado se paga de las cosas dulces, mezelan con’ quella melezina que quieren melezinar el figado agticar o micl o cosa quiere mostrar a otro» debe hacerfo también endulzando, en términos retéricos, lo que debe decir. La imagen asimila al escritor con el médico, la ensefianza con la medicina, lo dulce con la ficeién. yallector con elenfermo, Este lugar comén, que prima el conteni= mvraopucern 9 do de la creacién literaria, tiene precedentes en la literatura clisica, por ejemplo en Lucrecio, pero se usa con frecuencia en la medieval. Basta con recordar los versos con los que Rojas presenta La Celesti~ na: «Como el dolicnte que pildora amarga / 0 huye o rescela 0 no puede tragar, / métela dentro de dulce manjar, / engafiase cl gusto, la salud se alarga». La literatura podia producir placer, deleite 0 consuclo, justificado por Ia situacién del escritor o del receptor, pero lo placentero casi siempre se entremezclaba con la seriedad, en teoria predominante y prioritaria, DELIMITACIGN CRONOLOGICA Con independencia de que la historia literaria forme un sistema integrado en un conjunto superior Ia historia de la cultura—, tiene también sus propias peculiaridades por la singularidad de su objeto de estudio, La sucesién cronologica de las obras, dato indi pensable de acuerdo con un punto de partida positivista ¢ histori- cista, ya de por si plantea problemas todavia no bien resueltos en Ia literatura medieval hispanica: de muchas obras, en especial de los primeros tiempos, carecern como sucede con Por otro lado, con frecuencia se han trasvasado a la historia literaria conceptos que matizan o subvierten la suce~ siéa cronolégica lineal: resulta frecuente hablar de larga, media 0 corta duracién, en adaptaciones metodolégicas de Braudel, pero sobre todo de intermitencias, con sus discontinuidades temporales que posibilitan alteraciones del sistema, redescubrimientos y recu- peraciones, Como analizaremos més adelante, la literatura medie~ val ha sido leida de forma muy diferente a lo largo del tiempo, y ademés la mirada retrospectiva revaloriza aspectos en su momento poco o menos apreciados. Desde una perspectiva cronologica, el adjetivo medieval remite a un referente, Edad Media, situado en el intermedio de dos edades, bien asentado en la comunidad cientifica pese a sus imprecisos con- 10 ENTRE ORALIDAD ¥ RSCRITURA! LA EDAD MEDIA swraopuceids o tomos yal desprecio que connota. Su origen se ha fijado a m sexta hasta el fin del mundo. Los antiguos y poetas fingieron unos xv, cuando el cronista italiano Flavio Biondo (139: tres y otros cuatro edades, que Iamaron la del oro, la de la plata, la describié el milenio comprendido entre el siglo vy su presente como el olin la del lersos, cana edad media» (medium acoum). Durante ese tiempo se empled - tun lenguaje vulgar, un sermo barbara, despreciable frente al latin clé~ ‘ sico, perspectivafiloldgica que se fue poco a poco imponiendo. Des~ pués, Giovanni Andrea dei Bussi (1417-1475) aludia a Nicolis de ee Cusa como experto en los «tiempos medios». Otros humanistas re- deraciéa peyorativa prosiguid en épocas posteriores, acrecentindo- currieron a expresiones similares (rediorwm temporum, media anti- se entre gran parte de los intelectuales dieciochescos, para quienes quitas, media actas, etc.) siempre para referitse negativamente a una Ia Edad Media era un periodo en el que los sefiores feudales opri- fase hist6rica que daban por finalizada, mfan «bestialmente» a la mayoria de la poblacién. Un ejemplo, y Enna segunda y decisiva etapa posterior, en Europa el térmi- unatisbo del cambio futuro, se atestigua en los Discursos forenses de no indicaba una triparticién hist6rica difundida por Crist6bal Meléndez Valdés, quien asocia el término a «ignorancia crasa», ler (Cristophorus Cellarius): la Edad Antigua, que legaba hasta atinieblas» y «ruinosas reliquias», aunque también lo califica como’ Constantino, la Media, que terminaba en la caida de Constantino- tla edad de pundonory de valor guerrero con sus trovas caballeres- pla, y la Moderna, fijada a partir de esa fecha (1453). La Edad cas», anuncio de lo que ser la idealizacién y mitificacién de la épo- ‘Media quedé consagrada en el titulo de su manual, Hlisforia medi ai chipteadida pat lor omdatioos evi a temporibus Constantini Magni ad Constantinopalion a Turcis captam (1688), nombre pronto transferido a las lenguas romances. ‘A partir del siglo xvii quedé asentado su empleo, que se impone ‘Ahora bien, qué abarca Ia Edad Media y qué se entiende por ella? Aceptando la expresién como recurso didactico ¢ instrumen- to metodol6gico mediante el que se establecen limites temporales en el siglo x1x como herramienta itl para el estudio historico, En indicadores de caracteristicas estructurales y homogéneas, nadie espafiol el sintagma «Edad Media» se usa de forma més frecuente dudara de su utilidad, aunque presenta varios obsticulos y puede cen las iltimas décadas del siglo xvint como expresién historiografi- provocar distorsiones. Los hitos medievales son bien diferentes a, habitual en Jovellanos y Meléndez. Valdés. Sin embargo, los aplicados a 1a Europa occidental o a la oriental, al derecho a 1a distintos diccionarios de la Academia no lo incluyen hasta el suple- literatura. Tampoco resulta sencillo extrapolar a territorios hisp- mento de 1843, mientras que en 1852 queda definido del modo nicos datos y fechas de contextos europeos, del mismo modo que siguiente: «Se llama asf comiinmente el tiempo transcurrido desde las divergencias entre el siglo x1 y el xv pueden ser mayores que las cl siglo v de la era vulgar hasta la mitad del siglo xv», unos térmi existentes entre el siglo xv y la primera mitad del xv1. nos similares a los formulados por Keller casi dos siglos antes. i] Para el inicio del periodo medieval se han propuesto diversos ‘Ademis, todavia recogia la periodizacién tradicional, procedente acontecimientos: el saqueo de Roma por Alarico en el 4r0, fa caida de Covarrubias (1611), incorporada ya en el Diccionario de Autori- del iiltimo emperador romano de Occidente, Rémulo Augistul dades (1733), que en clave cristiana distinguia seis edades: ela pri- (476), 0 la divisién del imperio romano por Constantino (324), en mera desde Adan hasta Nog, la segunda hasta Abrahén, la terceral tre otros, mientras que para el final suele aceptarse como limite Ia hasta David, la cuarta hasta la transmigraci6n de los judios a Babi- caida del imperio de Constantinopla (1453); lv inveneién de fa im Jonia, la quinta hasta la venida de Nuestro Sefior Jesueristo y la prenta (1455) 0 el descubrimiento de Amética (1492). Desde una cy [ENTRE ORALLDAD Y ESCRITURA: IA EDAD MEDIA ptica pragmitica, estas convenciones nos son de escasa utilidad, sobre todo si recordamos que de los casi mil aftos de historia que aharca la Edad Media, nuestro objeto de estudio se centra funda- mentalmente en poco mis de los tres tiltimos siglos. Dejando a un. lado las polémicas jarchas y la dudosa datacién de la Representacion EI final pued fg 0 plant gracias a la imprenta de obras eseritas antes, como ‘La Celestina (1499), €1 Amadis de Gaula (1508) 0 el Gancionero general de Hernando del Castillo (1512). Ademas de su valor dictctico y de los inconvenientes, en torno al 1500 se estn produciendo cambios ue anuncian o indican unos nuevos tiempos y unos nuevos para digmas, sin que haya que tomar Ia fecha mis que como un hito convencional aproximado, Los mayores problemas surgen ala hora de tratar autores o géneros que sobrepasan estas barreras conven~ cionales, como es el caso de Encina, los libros de caballerias 0 la ficcién sentimental. Hemos tenido en cuenta las fechas de produe- cién (previas 1 1500), su configuracién en nticleos coherentes y su evolueién, para no dejar incompleto un proceso desarrollado con. plenitad en tiempos posteriores. De acuerdo con esos criterios, tra~ tamos el canon inicial de los libros de caballerias, con el Amadis y las Sergas, 0. damos una visién general de Ia ficci6n sentimental, con especial atencién a Diego de San Pedro y Juan de Plozes, pero no incorporamos el teatro de Encina, para que pueda ser examinado desde la perspectiva mis completa del siglo xv1, aunque sus piezas anteriores a 1500 nos sirvan de referente en nuestro discurso, PLURALIDAD POLITICA Y LINGUISTICA Eh iltimo de los términos, «espafiolay, resulta el mas conflictivo en {a actualidad: la historia siempre se ha re-escrito desde el presente nvrRopuceton 3 y hoy en dia se re-plantean polémicos asuntos surgidos durante la Edad Media. No obstante, la conexién entre territorio e identidad politica, estatal, lingiistica, caracterol6gica o simbilica se ha forja- lo on diferentes fechas, ninguna de las cuales la situarfamos en, roca que nos ocupa. Geografica y politico-administrativament Ja voz «Espafta» remite a la antigua Hispania, ya de por sf subdivi dida en Ulterior y Citerior: abarcaba la Peninsula Ibérica (incluid Portugal) mas algunos territorios préximos, la Narbonense, surde la actual Francia, Ahora bien, la invasi6n érabe (711) su una ruptura que acentué la diversidad y afecté a sus nombres. la invasi6n, en una moneda acufiada en el 716 se identifica ng nia visigética con al-Andalus, denominacin novedosa en arabe relacionada con los Atlantes; la nueva expresién designaba el con- junto de la Pe simismo, en hebreo, sobre todo a partir del siglo ombre de Sefarad aludia también al territorio peninsular fis islas Baleares, el extremo occidental del mundo conocido, ariacio~ nies, empleadas incluso por un mismo autor. El espacio historiable podia designarse en singular, al que remiten la Estoria de Esparta de Alfonso X (siglo x111), la Grant erénica de Espanya del aragonés Juan Fernandez de Heredia (siglo xtv) 0 la Cronica abreviada de Esparta de Diego de Valera (1482). Sin embargo, el mismo terri tio se menciona en plural con insistencia desde Berceo, «Sei sancto Domingo, lumne [tumbre’] de las Espafias» (Vida de Santo Domingo, 248), hasta el Diario de Cristobal Colén, «cristianissi- ‘mos y muy altos y muy excelentes y muy poderosos Principes, Rey @ Reina de las Espafias y de las islas de la mar, Nuestros Sefiores, cite presente afio de 1492...». A veces adquiere reminiscencias de la divisién eclesiastica «el prelado de las Espafias», 0 en otros casos ‘sume la pluriforme realidad politica, En la historiografia actual ha obtenido cierto éxito la expresién «las Espaiias medievales, alusi~ va a los distintos reinos, condados y sefiorios que conformaron el tortitorio, variables en funcién de las épocas; a finales del siglo xv representaban las coronas de Castilla y de Aragén, con sus respec- 4 ENTRE ORALIDAD Y ESCRITURA: LA EDAD MEDIA tivos territorios, mas el reino nazari, conquistado en 1492, y el de Navarra, anexionado por Fernando el Catélico en 1512. ‘A cesta multiplicidad politica le correspondia una gran diversi- dad lingiifstica, mucho mas acentuada antes de finales del siglo xv, teniendo en cuenta que los limites de las lenguas en la Edad Me- dia, y ahora, no coinciden con los politicos y administrativos, y los osibles problemas no eran exactamente idénticos a los actuales. ‘omo en el esto de la Romania, las literaturas romances bispani- as se expresan en variedades lingiiisticas de desigual continuidad y ingo, de las cuales solo unas pocas han perdurado hasta questros {as como medio de comunicacién coloquial y también literario. maxima mn a Jas composiciones realizadas en esta lengua, y sibien el latin medieval fue considerado como birbaro por los manistas, resultaba entre los cristianos el vehiculo de cu’ excelencia, en el que escribieron autores hispanos, retorrando en sus pioneros textos Viejas tradiciones literarias. En el 1071 un. monje de San Salvador de Ofia (Burgos) escribid en el epitafio es- culpido los siguientes versos: «Sanctius, forma Paris, et ferox Hec- tor in armis / clauditur hac tumba, iam factus pulvis et umbra. / Femina mente dita, soror, hunca vita expoliavit; /iure quidem dem- pto, non flevis fratres permpto» (‘Sancho, en belleza Paris, fiero Héctor en la lucha, / ya vuclto polvo y sombra, yace bajo esta tum- ba. / Una hermana eruel le arrebaté la vida, / sin ni siquiera llorar- lo, contra toda justicia). Resulta paradigmético que esos primeros vversos aludan remotamente a héroes de Fomero, autor que consti~ tufa una mera referencia, conocido solo a través de numerosos tex tos interpuestos. Dado que el latin era considerado superior, muchos escritores se justificaban de forma modesta, acorde con los t6picos prologa~ les, por no emplearlo, Berceo (h. 1236) esctibird en «romén paladi no (‘lengua vulgar’] /en cual suele el pueblo fablar con so vecino, / canon s6 tan letrado por fer otro latino» (Vida de San Domingo, 2), mientras que el (es decir, la lengua arabe), como ocurte en el romance de la mora Moraima. Las traduceiones facilitaron la superacién de esa frontera cultural, segain supo ver Al- fonso X, heredero de una larga tradici6n anterior, para cuya tara result6 fundamental Ia labor mediadora de los judios, conocedores, del arabe, el hebreo y el castellano. Por el contrario, el latin y sus variedades linglisticas peninsulares se integraron en el mundo cris tiano sin que se subrayaran sus diferencias, aunque para los iletra~ dlos, al margen de los centros educativos, cada vez fuera més dificil entender la lengua de cultura, En resumen se vivia en un mundo ‘multilingtifstico, en el que la lengua era un instrumento de comuni- yen contadas ocasiones de controversia. Esta plualidad se refleja en una variedad de lenguas de transmi- sin literatia continuada: el latin, el drabe y el hebreo, el galaicopor- tuygués, el leonés, el catalin, el aragonés y el castellano, Lo ideal seria poder atender a todas sus manifestaciones, desarrolladas en el mismo Cospacio y simultaneas en el tiempo, para obtener una visi6n mucho ti rica de lo que serfa la realidad cultural del tersitorio. Las dificul- tudes quedan suplidas, en parte, en el marco de esta Historia de la lite nutura espariola con la presencia de un volumen transversal que se ‘ocupari de otras literaturas peninsulares; por nuestra parte, prestare~ mos més atencidn a la produccién romance de base castellana, que todavia no se equipara nominalmente con el espafiol. De forma sig- nifieativa, en los titulos de los libros del siglo xv el término preferido era eromances, seguido de «vulgar, raras veces «castellano» y, en una ‘oeasidn, «romance de Espafiay. Ahora bien, de acuerdo con nuestro punto de partida procuraremos no olvidar la coexistencia de las litera furas escritas en otras lenguas, en casos mas excepcionales incluso yenclo mis alk de los limites geogritficos peninsulares. La singularidad de la materia correspondiente a la Edad Media nos hu Hlevado a extendernos en esta introduccién mas de lo habitual para precisar ab initio los limites de nuestro objeto de estudio, con- dicionado por miitiples circunstancias, una de ellas —y no la me- not—Ia de nuestras propias carencias. Debido a ellas y también por limitaciones de espacio no podemos ofrecer, como nos gustaria, un panorama pan-hispdnico y pan-roménico en el que quedara inte- grado el devenir de las letras castellanas, a no ser que reduzcamos nuestro discurso a listados de nombres que pueden no decir nada al lector no especializado. Hemos aprovechado, sin embargo, las ca racteristicas de la presente Historia de la literatura para iniciar nues- tro recorrido con aquellos rasgos que mas la singularizan —escasez de textos y multiculturalidad (capitulos 1 y 2)—, para después in tir en las peculiaridades de su difusion, comunes a otras literaturas medicvales (capitulos 3 y 4). En el apartado mis «historiogrifico» hemos optado por romper con la ordenacién habitual de otros ma- nuales, que trazan un recorrido desde las jarchas» a La Celestina. La combinacién de un criterio cronolégico con el genérico, aunque comporta crear unidades de desigual extensién, muestra la similicud entre «mesteres» tradicionalmente estudiados por separado o sirve para recorrer conjuntamente la poesia cortesana, la lirica tradicional yeel romancero, pues estas dos iltimas formas no hubieran sobrevi~ vido sin haber sido adoptadas por las minorias cultas cortesanas. Nuestro discurso esti jalonado de abundantes citas para hacerlo mas comprensible al lector, dada la mayor dificultad que implica tatar sobre temas tan alejados de nuestros dias. La misma razén nos ha impulsado a actualizar las grafias de las ediciones utilizadas, siguiendo los criterios aplicados a los “Textos de apoyo», y a afadir centre paréntesis algunas aclaraciones lexicograficas; por otra parte cen el texto solo indicamos, al pie, referencias de las obras que no fi- guran en la bibliogratia, de dificil localizacion. El titulo escogido para el volumen, Entre oralidad y escritura, subraya que no estamos exactamente ante un proceso sino ante una coexistencia, mis evidente en unos géneros que en otros, pero, a nuestro juicio, constante durante todo el periodo medieval. Otros marbetes igualmente podrian definir una etapa que va del naci- miento @ la consolidacién del discurso literario de la anonimia, pyrRopucciéx ar deliberada 0 no, a la conciencia de autorfa y que tienen su puntual reflejo en las dos primeras partes de esta obra. Sin embargo, nos ha parecido que el abismo que separa la difusién de la obra medieval con lade etapas muy posteriores es algo que afecta a su articulacién como cteacién literaria y resume en cierto modo las producciones de ese periodo, que como otros resulta muy dificil y artificioso de cencerrar entre dos fechas.

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