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Universidad Nacional de Colombia
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Erotismo es, según Octavio Paz, «ante todo y sobre todo sed de otredad»1. Con un
Fragmentos de un discurso amoroso a mano, podría (puedo, lo haré) arrojar un montón de
palabras, a la espera de que, como si de un cadáver exquisito se tratase, el sentido vaya
surgiendo casi automáticamente, apenas por la proximidad de los cuerpos: entusiasmo,
abismarse, proyección, exaltación, disolución, ascesis, ausencia, cuerpo, atopía, compasión,
Imaginario, corazón, etcétera, etcétera; sin embargo, explicar el sentido de una palabra –
más un concepto– con otra palabra, con una constelación de palabras aisladas, es en cierto
modo tautológico. Es, a todas luces, insuficiente.
La definición de Paz es diáfana pero, para descender sobre el Libro de buen amor, debo
preguntarme: ¿cómo se ‘encarna’ el erotismo; es pura potencia sin acto, o es proyección
hacia el acto que se detiene justo antes de hacer; está presente en ambos estados, reposo y
acción?, ¿lo propio del erotismo es que esté limitado a una acción que no tiene, en
principio, consecuencias en la superficie: imaginación? Y además, anterior a todas las otras
preguntas que me rodean en este texto es la siguiente: ¿qué es lo erótico en el Libro?
Después de encontrar una respuesta, satisfactoria o útil para la contingencia, podré seguir
este discurso que, a su vez, revisa el discurso del Arcipreste de Hita.
1
Esta y las sucesivas citas son sacadas del libro La llama doble. Por cuestiones de mi versión (virtual) no
tengo paginación para agregar.
I. Lo erótico en el Libro
El Libro de buen amor es un texto difícil de seguir; entre uno y otro apartado se
puede resultar en el naufragio de no entender cómo está estructurada la unidad global de la
obra. Los procedimientos narrativos del arcipreste distan del lenguaje culto y motivo
elevado del mester de clerecía. No obstante, a pesar de los versos en que declara su
condición juglaresca («por vos dar solaz a todos, fablé vos en juglería» [1633]), tampoco
diría que es total y absoluta la correspondencia del poema con este género. La clave está,
pienso, al final de la estrofa decimotercera, en el prólogo en verso:
La mezcla de registros –elevado y bajo– permiten al autor hacer uso de un lenguaje con
cierta ‘naturalidad’, tomada de las manifestaciones de literatura oral, y, al mismo tiempo,
cumplir con su misión moralizante. Si creemos cuando dice: «Non tengades que es libro
neçio de devaneo,/ […] ca segund buen dinero yase en vil correo,/ ansí en feo libro está
saber non feo.»2 (16), entonces llegaremos a la conclusión de que el estilo popular está
subordinado a la intención aleccionadora del texto. Es, pues, el Libro un ejemplo de la
literatura medicinal típicamente medieval: el carácter juglaresco de la obra permite abarcar
un público mayor; son más a los que les es comunicada la invitación a curarse: ‘hay que
enfrentar y combatir los males del alma, estas son las reglas para vivir en armonía con Dios.
El último mandamiento de la doctrina, promulgado por Cristo en su venida, es el de vivir
conforme al (buen) amor’. Sin embargo, una vez abandonado el prólogo, parece que el
arcipreste, si no cae por entero en «necio devaneo», presta una atención mal proporcionada
al verso de Horacio: «Une a tu prudencia un grano de locura.»3
2
Las negrillas son mías.
3
Horacio, Od., IV, 12, 27. En Ensayos de Montaigne.
Juan Ruiz, en su fingida autobiografía, recorre y conoce el mundo, lo profano,
incitado por el «loco amor», pero el transcurso de sus andadas lo encamina hacia el «buen
amor», para su encuentro y reconciliación con Dios. Entre ello, distintas mujeres –dueñas,
panaderas, moras, alcahuetas, viudas, monjas, adulteras– atraviesan la obra; la anotación
regular de las comentadoras4 del Libro es que ellas (las mujeres que aparecen en el poema)
son tentaciones, o para decirlo de otra manera: todas las mujeres en la obra, en armonía con
el imaginario cristiano, están prefiguradas en el arquetipo de Eva. Mujer, tentación, pecado;
elementos de una ecuación repetida de manera constante. En mi interpretación esto no es
necesariamente así. Citaré un fragmento, en el que según me parece, el autor se distancia de
la retórica por defecto misógina –propia de la época, en particular:
Como señala Lida de Makiel en su edición crítica: «Juan Ruiz, lejos de guardar rencor a la
“dueña” esquiva, aduce contra la diatriba misógina, género predilecto de la clerecía
medieval»5. Y no digo que el Libro esté despojado a cabalidad de dicha tendencia retórica,
sin embargo, similar al antisemitismo en El Mercader de Venecia de Shakespeare, no es
una tara histórica de la que la conciencia autorial participe de manera decididamente activa.
¿Por qué hago tanto énfasis en esto? Porque mi hipótesis es que la tentación, la búsqueda
del pecado, no responde a ningún estimulo externo sino al ánimo interior del
autor/protagonista. Surge de la visión erotizada del mundo por parte de un hombre que está
4
Teresa Miaja de la Peña, Vicente Reynal, entre otras.
5
Pp. 41. Juan Ruiz: selección del "Libro de Buen Amor". Maria Rosa Lida.
a medio camino entre ser un libertino o un solitario (asceta). Respecto esta ambigüedad en
el fenómeno erótico, dice Octavio Paz en La llama doble: «erotismo: es represión y es
licencia, sublimación y perversión.»
«resulta difícil imaginar que se conozca el vicio sin odiarlo. La malicia absorbe lo más
de su propio veneno y se emponzoña con él. El vicio deja –como una ulcera una cicatriz
en la carne– un arrepentimiento en el alma, la cual siempre anda revolviéndoselo y
ensangrentándose. La razón borra las demás tristezas y dolores, pero engendra el
arrepentimiento, que es tanto más grave cuanto que nace en nuestro interior, de igual
modo que el frío y calor de las fiebres son más punzantes que los que proceden de afuera.» 7
Sin embargo, cuando Montaigne imagina difícil que a pesar de conocer el vicio se pueda no
odiarlo, y más (aunque no lo diga) practicarlo con gusto, parece que está siendo demasiado
ingenuo. Incluso para el mismo arcipreste. Así recuerdo un pasaje en el que el protagonista
cuenta a doña Venus ha sido herido: está enamorado de doña Endrina. A propósito de la
relación vicio-cicatriz en Montaigne, antes de revelar el nombre de la amada el arcipreste
dice: «El fuego más fuerte queja ascondido, encubierto,/ que no cuando se derrama
esparcido y descubierto;/ pues éste es camino más seguro y más cierto,/ en vuestras manos
pongo el mi corazón abierto.» (595) El autor muestra algo así como placer en llevar su
herida y exhibirla, pero no solo con esta ocurre, pues también con otras más, ocasionadas
por vicios relacionados a su naturaleza lujuriosa. Pero esto lo trataré brevemente en el
siguiente acápite.
7
Pp. 685. «Del arrepentimiento». En Ensayos de Montaigne.
8
Todo el párrafo está influido por Octavio Paz. No en un fragmento específico. (Aclaro para evitar un plagio
involuntario).
Juan Ruiz dice que cree haber nacido bajo el signo de Venus, que obliga a su ánimo a
tender al amor y la lujuria (152-153). Antes ha comparado a Dios con un rey; creador de
«natura y accidente» (140).
………………………..
El autor con estos versos plantea una confusión entre el Destino de los paganos, la
Providencia de cristianos y el Accidente de la modernidad (aunque inicia con los
renacentistas, véase Shakespeare). Si no los confunde, los pone a coexistir en el Libro. (En
algún momento, en el planteamiento de este escrito, pensé abrir un diálogo con el
pensamiento geometrizante de Tomás de Aquino [capítulo XXV de la Summa];
afortunadamente comprendí que no puedo decir nada respecto al problema del libre
albedrío).
9
Las negrillas son mías.
mismo apto para habitar la casa y lo relativo a ella: la vida común (su hábitat de artificio; el
artificio es, para sonar efectista, la naturaleza del humano).
Bibliografía
Lida de Malkiel, M. and Ruiz, J., 1973. Juan Ruiz: selección del "Libro de Buen Amor".
Buenos Aires: Editorial Universitaria de Buenos Aires.
Paz, O., 1993. La llama doble. Seix Barral. «Los reinos de Pan.»