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LA MASACRE DE SAN JUAN ( TELA)

Tiburcio Carías Andino llegó a la presidencia en 1933, luego de enfrentarse en elecciones


contra el liberal Ángel Zúniga Huete. Su larga presidencia de 16 años marca el final de un
período de más medio siglo de guerras civiles y montoneras. Carías asumió la misión de
“Pacificar” el país, un paso necesario para consolidar el Estado Moderno que colocaría a
Honduras —finalmente— en el siglo XX.

Ese proceso fue difícil. Los vicios de los cacicazgos del siglo XIX y los excesos y violaciones
constitucionales del gobierno para forzar la reelección de Carías Andino y evitar alzamientos y
revoluciones, hizo de ese período uno de los más represores de la historia nacional.

En 1937, el general Justo Umaña se alzó en armas tratando de impedir la reelección de Carías.
Con un pequeño grupo de hombres entró por Guatemala buscando consolidad un ejército
revolucionario para hacer frente al ejército de Carías. Entre los aliados de Umaña estaban los
liberales de Tela, que habían acordado sumarse a la insurrección y que finalmente, al verse
derrotados, desertaron de la aventura dejando a Umaña sin respaldo, lo que provocó su
derrota. Entre las pocas escaramuzas que hubo en esa revuelta, resaltó un grupo de garífunas
de Tela provenientes de la aldea de San Juan.

El gobierno nacionalista, dispuesto a hacer de los garífunas un ejemplo para todos los grupos
indígenas del país, decidió castigar a la comunidad de San Juan con toda la saña posible,
culminando lo que en la Historia se registra como la masacre de garífunas de San Juan en Tela.

El relato lo recoge el libro La bahía del puerto del Sol y la masacre de Garífunas de San Juan, de
Víctor Virgilio López García, publicado por Instituto Hondureño de Antropología e Historia
(tercera edición 2008). Allí se relata los acontecimientos de ese momento histórico que marcó
la relación del pueblo garífuna con el Estado Hondureño para el resto del siglo XX.

Chi Vargas, un anciano que vivió en Tela, Atlántida, y quién laboró por muchos años con
labTela RR. Co., relató al autor que en aquellos tiempos estaba él viviendo cerca del puente
que divide Tela Viejo de Tela Nuevo. Chi Vargas refiere que por la noche vio a los soldados de
Tomás Martínez, alias Tomás «Caquita» arreglar sus monturas para emprender viaje a San
Juan.

Relata el libro de López García, que luego de vencida la insurrección de Umaña, las fuerzas del
gobierno comenzaron a perseguir a los liberales de San Juan que habían apoyado el
alzamiento.

«En el mes de marzo de 1937 empiezan los soldados a intimidar a los habitantes de la aldea de
San Juan, rodeando la comunidad por sus cuatro costados. Como ya tenían la lista de la gente
que andaban buscando, pudieron identificarlos valiéndose del «soplón» Florentino García,
apoyado por Pascual Valerio. Estas dos personas se encargaron de señalar a los soldados cada
uno de los hombres que se estaban buscando. Hubo quienes quisieron cambiar de nombre,
pero el «soplón» estaba allí presente rectificando y mencionando el verdadero nombre de
cada uno de ellos».

Cuenta López García que un soldado de apellido Madrid, que prestaba sus servicios militares
en Tela, corrió a avisar a la gente de la comunidad, en especial al líder liberal Pedro Martínez,
que venían a matarlo y que hiciera todo lo posible por huir lo más pronto que pudiera.
«Los soldados llegaron a San Juan el jueves 11 de marzo de 1937, a las dos de la tarde.
Agruparon a todos los hombres, sitiaron la comunidad, abusaron de las mujeres y jovencitas
en presencia de los niños, saquearon las casas llevándose todo lo que por delante se les
presentara».

«Pascual Valerio fue quien delató a Pedro Martínez a los soldados una vez que no lo podían
localizar», relata López en su libro, indicando que García era quien se encargaba de señalar a
cada uno de los que iban llamando de la fila para su identificación y las autoridades garífunas
que fungían como auxiliares servían también de sabuesos. «Entre ellos estaba Casimiro Reyes,
Luciano Cayetano, Cipriano Estrada, Aniceto Castillo (Banyé), Emérito Estrada y el alguacil
Justini, y como vocero en Tela y San Juan estaba Ernesto Peña».

Muchas personas lograron escapar de los soldados que cercaron San Juan. Unos huyeron al
monte, otros en cayucos a Guatemala, Belice y Trujillo. Según el relato de López, Bernardo
García tuvo que huir vestido de mujer y también Justo yeti, junto con otro soplón tuvieron que
huir por temor a que también fueran pasados por las armas ya que los soldados mataban a
diestra y siniestra sin importarles quién era quién.

«Los genocidas formaron en fila a los indefensos garífunas y el delator Florentino García frente
a todos se presentaba como uno más de ellos. Antes de fusilarlos les cortaban las palmas de
las manos con filosos cuchillos y les obligaron a cavar su propia fosa colectiva».

«Todos adoloridos y ensangrentados, a causa de las dolientes heridas que les habían abierto
en una manifiesta tortura, resistían en dar sus nombres verdaderos y su afiliación política,
pensando con eso salvar sus vidas…»

Las personas a quienes buscaban los soldados de Tomás Caquita eran Pedro Martínez,
Jerónimo Arzú (este había sido asesinado en El Progreso sin que se dieran cuenta), Estanislao
Lamberth y Cresencio Martínez; pero a la hora del ajusticiamiento, ejecutaron hasta a los que
no tenían que ver en el caso.

«El día viernes 12 de marzo de 1937, entre las 9:00 y 10:00 de la mañana, a 15 metros de
donde se encuentra la Iglesia Católica, con dirección al poniente, mataron a Vicente Martínez
Bernández que venía llegando de los campos bananeros y quien traía una mula con su carga,
robando además los soldados toda su pertenencia. El pobre hombre recibió la muerte sin
darse cuenta de lo que estaba pasando en la aldea. Vicente era un hombre que tenía poco
tiempo de vivir en la comunidad de San Juan y era oriundo de Aguán, Colón. También mataron
a Modesto Martínez.»

«Pascual Valerio mató a Florencio García, el «soplón», ordenado por un oficial de Tomás
Caquita, quien le advirtió que si no lo hacía, lo mataría. A Florencio lo mataron porque decían
que conocer la vida de todas esas personas significaba que también formaba parte él de la
banda. La misma suerte corrieron Cándido Estrada, Álvaro Castillo, Asunción Caballero, Ramón
Martínez, Epifanio López, alias «Yürüdü», Crescencio Martínez y Esteban López Sambulá, hijo
de Tirisa Sambulá con Epifanio López».

Describe el relato que antes que los soldados mataran al garífuna Crescencio Martínez,
llegaron a donde los parientes a pedir dinero a cambio de liberarlos. Los parientes
encontrando esperanza de mantenerlo con vida, les entregaron todo lo que tenían, dinero,
alhajas, pero a pesar de haber entregado todo lo que les pidieron, siempre lo mataron. Luego
alejarse los soldados, vinieron a avisarles que Cresencio estaba muerto. Cuando los familiares
llegaron a reclamar su cadáver para enterrarlo, se lo negaron, manifestando que eran órdenes
superiores. «Los mismos soldados se encargaron de darle terraje dejando pies y manos fuera
de la tierra».

«Al día siguiente, los parientes del finado se reunieron y decidieron ir a darle terraje como
merece un humano, pero los mal vivientes soldados volvieron a oponerse dejando el cuerpo
de aquel pobre hombre a merced de la carroña y a la intemperie».

El Río Tinto asesinaron a Alejo Gamboa, quien había salido huyendo de San Juan. Los soldados
le siguieron los pasos hasta dar con él. En Río Tinto mataron también a los señores Macario
Castillo, Estanislao Lamberth y Antonio García, alias «Duguwa», para un total de cuatro
asesinados en ese lugar.

Al regreso de Río Tinto, mataron en la barra de Tornabé a un ladino llamado Isabel Estrada
Cárcamo, su familia vivía también en el mismo lugar y no les dejaron darle terraje, siendo
devorado por los zopilotes.

«Los soldados siguieron su trayectoria rumbo a Tela, pasando nuevamente por San Juan. Allí
capturaron a otras personas amarrándolas en los palos de coco y obligándolas a delatar a los
que faltaban por ejecutar. Violaban a las mujeres frente a sus compañeros de hogar, madres e
hijos presenciaban la barbarie de los soldados».

Como los soldados no encontraron a Pedro Martínez, a pesar, según cuenta Víctor Virgilio
lópez, de que los parientes constantemente iban a dejarle comida a su escondite ordenaron a
Pascual Valerio que lo buscara y lo hiciera llegar vivo o muerto. Pascual puso a alguien a que
estuviera vigilando los movimientos de los parientes hasta dar con él. A los días lograron
capturarlo.

Fueron los auxiliares Casimiro Reyes, Lionzo Cayetano, Cipriano Estrada, Aniceto Castillo y
otros, quienes llevaron a cabo la captura y, según relatan, uno llegó incluso a sugerir al grupo
que disimularan su fuga. Pero temerosos los demás de ser descubiertos y ser ellos ejecutados,
Casimiro Reyes disparó por detrás. Lo remató con otro tiro Lionzo Cayetano, diciendo a los
compañeros que no vacilaran tanto para terminar con él.

«Esa ejecución fue por orden de Pascual Valerio, quien nombró a uno de los ejecutores para
que fuera a informar a la comandancia de Tela que la misión estaba cumplida».

Todos los verdugos de Pedro Martínez fueron garífunas.

«Al regresar los soldados de Río Tinto, llevaron a los ejecutores de Pedro Martínez a
desenterrarlo y lavarle la cara para asegurarse que era él al que habían matado y así certificar
que la pesadilla estaba acabada. Volvieron a la casa del difunto adueñándose los soldados de
todo lo que allí encontraban.

«En ese tiempo sólo llanto se escuchaba en la comunidad de San Juan. Los pájaros se
ocultaban, las hojas de los esbeltos cocoteros se entristecían y las olas del mar se resistían a
ser escuchadas, como si la naturaleza misma se negara a reaccionar ante el mandato del Divino
Creador. Un vil foráneo había regado de sangre el sueño moreno de una etnia que se resistía
ante una sociedad llena de odio y que demostraba a las claras su actitud racista. Así fue como
las personas de las aldeas de San Juan y Tornabé quedaron temerosas y huyeron a otras
comunidades a donde creían sentirse mejor protegidas y seguras. Muchas de estas gentes se
quedaron en Belice y Guatemala definitivamente y sólo un grupo minoritario volvió a los años,
ya que allí habían dejado sus pertenencias».

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