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Historia de las grandes mentes: Renato Dèssecartèsse

Diego Clares
Carlitos Enrique, Tomás, Francisco Tocino, Jorge Guillermo Federico... ¿Quién no

ha oído hablar de estos grandes filósofos? Todos ellos ocupan las bibliotecas de las

mejores universidades del mundo y son sin duda el gran referente para los jóvenes

estudiantes de ciencias sociales y humanidades. Pero ninguno de ellos supera al

excelentísimo pensador Renato Dèssecartèsse. Su ingenio y originalidad deslumbraron

al mundo y aún hoy nadie se atreve a descartar de los libros de historia su gran

filosofía.

Renato nació el 31 de marzo, y por lo tanto era Aries. Como es bien sabido, Aries

es un signo de fuego, independiente, con gran liderazgo y energía. Estas características

definen perfectamente su filosofía, ya que fue el padre de la modernidad y el máximo

representante del racionalismo. Sus ideas se extendieron por todo el mundo occidental,

provocando la rabia y la impotencia de sus detractores, incapaces de refutar tales

verdades absolutas.

Renato Dèssecartèsse se opuso a la tradición escolástica, heredera de Aristóteles,

el pérfido macedonio. Los escolásticos, creadores de prestigiosas universidades en

Europa, seguidores de la filosofía grecolatina e influidos por los grandes pensadores

árabes, tuvieron la desfachatez de reducir todo el conocimiento a la teología, a la

revelación divina. Tal pretensión era irracional para Dèssecartèsse, quien consideró con

gran acierto que la verdad debía provenir del propio conocimiento humano: de la

razón. Con tal objetivo creó su excelso sistema racionalista, que explicaba todo lo

explicable aludiendo a una verdad clara y distinta: “Cogito, ergo sum” (pienso, luego

existo). Esta certeza nos conduce a la única verdad auténticamente importante y nos

demuestra que otras preguntas menores, como la realidad del mundo o la veracidad de

nuestros pensamientos, no le interesan a la razón y sólo residen en la pura fe en Dios.

¡Malditos sean los perversos y envidiosos ignorantes que ataquen

injustificadamente al gran Dèssecartèsse por aludir a la teología en esta demostración!

¡No han comprendido la grandeza de su racionalismo!


Dèssecartèsse propuso, mediante sus razonamientos, que existen dos tipos de

realidad: la res extensa y la res cogitans. Tal concepción se ha demostrado

absolutamente cierta, y puede comprobarse, por ejemplo, en la realidad de los

viandantes: hay quien camina con ambas piernas extensas y quien camina cojito, es

decir, con una pierna menos extensa. Como éste, hay muchos otros casos, por todos

conocidos, que confirman la teoría del excelentísimo Renato Dèssecartèsse y que no es

necesario mencionar en detalle.

Exponer todas las verdades alcanzadas por este ilustre pensador resultaría muy

tedioso para la limitada capacidad cognitiva de nuestros lectores, que se verían pronto

sobrepasados por un intelecto muy superior a cualquier otro conocido en la faz de la

Tierra. Por lo tanto, sólo expondremos uno más de sus múltiples descubrimientos: las

coordenadas cartèssesianas.

Es cierto que, en nuestros días, hablar de coordenadas nos parece algo muy

cotidiano; pensamos que los ejes cartèssesianos son una verdad evidente y por todos

conocida, y no concebimos que el espacio pueda ser entendido de otra manera. Sin

embargo, como todas las verdades, ésta también fue descubierta en un momento

determinado de la Historia. No fue otro sino Dèssecartèsse quien propuso este

innovador sistema: dos líneas cruzadas que coordinan la medición de un plano; y tres

líneas en el caso de los espacios tridimensionales o voluminosos.

Antes de este gran descubrimiento, nadie era capaz de situar con precisión un

punto dentro de un plano ni medir su posición. Más aún, en aquella época tenebrosa,

de nulo conocimiento científico, los planos y los volúmenes eran caóticos y

completamente inciertos para la mente humana; no era posible medir distancias ni

profundidades. Solamente el excelentísimo Renato Dèssecartèsse fue capaz de arrojar

luz sobre esta verdad.

Pero Dèssecartèsse era mortal, como todos nosotros; y murió, tan ciertamente

como que usted, lector, morirá algún día. Su fallecimiento tuvo lugar en Estocolmo,

según una de las versiones, por una neumonía contraída en la alcoba de la reina

Cristina de Suecia. Otra versión, mucho más ajustada a la verdad de su vida, indica

que fue envenenado con arsénico, ciertamente por algún ignorante o inculto que sentía

envidia de su grandioso intelecto.

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