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Realicé este viaje a finales del verano de 2018, durante cuatro días, desde
Alcantarilla hasta Calasparra, siguiendo casi siempre el curso del río Segura. Salí
expuestas por Thoreau, I had paid my debts, and made my will, and settled my affairs,
and was a free man. Con todo hecho salí sobre las 7:30 de la mañana, poco antes del
amanecer, en dirección opuesta al curso del río. Creo que no vi el sol hasta las 9, ya
que pronto, caminando por la ribera que da al oeste, las cañas taparon toda mi
visión. Cuando pude atisbar la esfera dorada, tras haber pasado el Agua Salada, ya
se alzaba por tres o cuatro veces su tamaño sobre los picos del Carrascoy.
las largas caminatas, no pude andar mucho por el clima nocturno. Solamente me
tomé un autobús que me dejó en Murcia ya entrada la noche y desde allí hice unos
cuantos kilómetros a pie por la orilla del río, de nuevo hasta Alcantarilla. En otra
ocasión salí a andar de noche, pero, con las calles iluminadas, ésta estaba ausente.
Pasear de noche por el río, y también antes del amanecer, produce una
que la segunda mucho mejor que la primera. Sí, la noche bien entrada confunde los
sentidos y la percepción cambia hasta tal punto que la vida, dejando de ser la guía
mucho sólo estético. Pero la diferencia entre ambos climas reside en el sonido. Por
la noche todo está más en calma, casi no hay ruidos, y uno escucha el curso del río
completamente claro, e incluso le parece un estruendo sin igual. ¡Ay! Pero cuando
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Antes del amanecer, sin embargo, esta contraposición del oído y la visión no
proviene de las aves. En especial a lo largo del río cantan sin descanso, asomándose
desde sus nidos, acercándose a beber, picoteando entre los huertos cercanos —
continuamente veo a los mirlos haciendo esto, y una vez se me antojó que parecían
El primer día, tan temprano como salí, pude percatarme mejor de los sonidos;
todavía cantaban algunos grillos, y entre ellos escuchaba algún ave diciendo ‘ki ki
ki’, y más adelante otras hacían un pitido —‘pi pi’— con variantes de tres, cuatro o
Recuerdo que se dice que para hacer ejercicio antes hay que comer bien, llevar
aunque sólo para señalar que los alimentos de harina, entre otros, tardan más en
asimilarse, lo que ayuda a no tener que ingerir alimento con tanta frecuencia
haciendo algún ejercicio atlético. Por mi parte, me sienta mejor tomar poco o nada
justo al levantarme, y pasear un poco incluso antes de tomar algo más que agua.
Ese primer día salí sin desayunar, y sólo bebí agua y comí unas pocas frutas (pasas
e higos secos que llevaba, y otras que encontraba por el camino) junto con alguna
galleta de avena y trigo, hasta que llegué a mi destino, siete horas más tarde. No sé
cuántos kilómetros hice, ya que una ruta aproximada y bastante recta rondaría los
20 km, pero me empeñé en seguir tanto el río que en una ocasión acabé dentro de
un huerto del que no podía salir. —Seguía un camino que resultó no ser tal, puesto
además, no podía salir con facilidad: estaba rodeado por varias casas, y muros una
de las cuales tenía una puerta para entrar al huerto, y hacia el otro lado, siguiendo
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la manera de llegar sin arriesgarme a tener un desafortunado accidente. En esta
situación decidí volver, aunque tras dar varias vueltas por el lugar lo hice abriendo
los 30, y el tercero los 35. El cuarto, además del regreso nocturno por el río (cerca de
Esperanza, y di vueltas por la zona toda la mañana y parte de la tarde, hasta que
los cánticos religiosos me animaron a marcharme. Por aquella zona, como paseaba
me subieron hormigas hasta las piernas e incluso hasta el torso las más
aventureras. Cuando uno anda por estos ambientes más silvestres, y cuando tiende
nuevo parado me decía a mí mismo: “¡Continúa, que te suben hormigas por las
piernas!”
que quizás llovería. Vi que el cielo estaba nublado, pero aun así decidí ir a pie (pues
el autobús, que salía más tarde, llegaba a la misma hora en la que había calculado
estar allí a pie, y me pareció un desperdicio de tiempo para un paseante). Con esta
llovizna sería leve, y antes de que pasaran dos horas ya estaba completamente
hombre que me vio en su jardín bajo una palmera me regaló un chubasquero; pero
estando tan mojado que mi ropa repelía las gotas de lluvia, de poco me servía más
poco críptica y misteriosa, que el mal tiempo se debía a la mala gente; creo que no
estaba desacertado.
En total creo que anduve unas 4 horas bajo la lluvia, quizás 5. Y, pese a lo
funesto y agotador que pueda parecer, en realidad gocé de ello mucho más que del
resto de paseos, y me resultó mucho más reconfortante también para los pies. Casi
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no necesité beber, durante 7 u 8 horas, más de medio litro de agua. Bajo la lluvia no
hay lugar para la deshidratación, y sólo tuve que paliar un poco de hambre, pero
Aunque ya había paseado bajo la lluvia, siempre había sido con lloviznas
andando bajo una lluvia fuerte. En Librilla a veces salía justo al caer las primeras
gotas, pero poco llegaba a empaparme bajo el sombrero. Allí, camino a Calasparra,
incluso mejorarla.
Pero al margen de ésta, que fue la mejor experiencia del viaje, mi santerreo
preferido fue por el Valle de Ricote, el segundo día. Esta comarca incluye varios
pueblos, entre ellos el mismo Ricote (al que no fui), un poco más alejado del río. El
primero al que llegué fue Archena, donde por primera vez en todo el viaje
encontré, en esta zona tan seca de España, agua en las fuentes de las plazas. En
jardincito —un poco silvestre— para beber y tomar unos frutos secos. A un lado de
donde me senté había una pérgola, de cuyos laterales uno estaba cerrado por un
Ojós, me perdí. En una ocasión encendí mi teléfono (que había estado apagado
todo el día) para comprobar mi ubicación, y tras ver que, efectivamente, me había
desviado bastante de la ruta, pero que aun así había tomado una dirección
acertada, me pareció una herramienta inútil. La ruta que había tomado era más
larga, pero intuitivamente había hallado la dirección correcta. Me había alejado del
río hacia el oeste, así que sólo tenía que tomar la ruta que iba en dirección al
noreste. En vez de cruzar por Villanueva y Ulea, como imaginé que haría, atravesé
mapa y cuyo nombre conozco por un viejo cartel cuarteado y muy desgastado por
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el sol. La zona estaba mayormente seca, aunque por los caminos algunas partes de
agua ocasional, ya que no había visto llover. Llegué a pasar poco por Villanueva, y
tomé el camino hacia Ojós, localidad de hermoso aspecto, con calles empedradas y
pocas fachadas modernas; levantada junto al río, éste la baña continuamente y por
entero, y a sus afueras (que están junto a su centro) los campos son fructíferos, y te
recuerdan que Murcia se llama “la huerta de España” (aunque no creo que, en
general, merezca tal nombre). En Ojós comí uva, que crecía en los huertos, también
en las entradas de algunas casas de campo, saliendo los racimos por los muros; y,
como una grata sorpresa, encontré una parra que, aferrada a un pino, dejaba caer
su fruto entre sus ramas. Por esta zona también comí granadas, jínjoles, higos
chumbos y limones. Todo lo que pude encontrar a mano cuando notaba llegar el
hambre. Por otro lado, encontré higos siempre. Uno no imagina la cantidad de
higueras que crecen en esta región, a menos que tenga el placer de verlas. También
Al final de mi paso por Ojós, llegué al Azud. Allí, en el ancho embalse, surgen
afluente, tiene mayor belleza —como bien indica su nombre— y sus aguas son más
cristalinas. El Segura sólo tiene utilidad para regadío, e incluso para ello necesita
esta zona, que de forma natural no puede producir tanto como se pretende, que
carece de los recursos para ser la huerta que el ego murciano se ha empeñado en
inventar; pero todo sea por mantener el ideal auto-impuesto del huertano —al que
hacen una fiesta anual, que ya poco tiene en común con el cultivo, y sólo se da a
Por Blanca, el siguiente pueblo de este valle, casi no estuve. Pasé por allí,
comí sobre las 2 o las 3, eché una siesta, y continué mi camino hasta Abarán,
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también con gran vegetación junto al río, más de lo que se puede encontrar por
Alcantarilla y la capital. Algunas zonas por las que pasé en adelante compiten con
la ribera que une esta localidad con Cieza: la zona más entusiasmada que encontré
Diego Clares