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“Hoy, una de nuestras luchas más grandes, como nación, es hacer de América un lugar seguro

para envejecer”. - Lisa Nerenberg

La violencia de pareja es un fenómeno que demuestra cómo los conflictos estructurales de la


sociedad colombiana se proyectan en el cuerpo de las personas. Aquí, se encuentra que las
mujeres son las principales víctimas de maltrato físico y económico (Profamilia, 2015). Sin
embargo, los estudios de medición de la violencia se han enfocado en las mujeres en edad
reproductiva (19-49 años) (por ejemplo, la Encuesta Nacional de Salud del 2015). Si bien los
estudios e investigación se concentran en la población antes mencionada, existen otros grupos
etarios en dónde no se da la misma proporción de investigación, diseño e intervención, como en
el caso de los adultos mayores. En Latinoamérica, la investigación sobre el estudio de la violencia
doméstica en adultos mayores es más acotada, y menos tomada en cuenta en comparación a
otros estudios de violencia infantil, violencia en el noviazgo, violencia en mujeres en edad fértil
(Hurtado y Fríes, 2010).

En países como Colombia, se han hecho estudios gubernamentales que miden la prevalencia del
maltrato al adulto mayor, sin embargo, no hay claridad sobre el agente victimario. Así, por
ejemplo, la Encuesta de Salud, Bienestar y Envejecimiento (SABE, 2015) identifica a las mujeres
mayores como las principales víctimas de violencia, física (4%), psicológica (14.4%), sexual (0.5), y
de negligencia (9.6 %) en comparación con los hombres. A pesar de esto, en esta encuesta no se
diferencia entre quiénes son los miembros del núcleo familiar que pueden ser los victimarios, y
los agentes externos que victimizan a la población mayor (SABE, 2015). En breve, la violencia
estudiada contra adultos mayores no permite distinguir si se da en el marco de una relación de
pareja o en otro tipo de relación.

Por otro lado, la Encuesta Nacional de Salud (ENDS) presenta un análisis pormenorizado de la
violencia de pareja, diferenciada por sexo, victimario, nivel de escolaridad, condiciones
socioeconómicas, entre otras, permitiendo identificar factores de vulnerabilidad y riesgo frente a
la posibilidad de sufrir violencia de pareja. Sin embargo, la encuesta anterior no aborda la
población de adultos mayores. De acuerdo con lo anterior, se carece de información contundente
que permita comprender la magnitud y relevancia de este problema en nuestra sociedad

Además, resulta relevante entender mejor la violencia de pareja en la adultez mayor,


considerando que las personas mayores se encuentran en una condición de vulnerabilidad. En
este sentido, podría hablarse de factores como la vulnerabilidad económica, vulnerabilidad física,
segregación social, que pueden por ejemplo interferir en la posibilidad de reportar agresiones o
llegar a ser estigmatizadas. El efecto anterior genera en la investigación e intervención,
información no representativa de las problemáticas sociales y de salud.

Así, el panorama en Colombia frente a la violencia en mujeres mayores se enfrenta a tres


situaciones: este fenómeno se ha estudiado de una manera limitada; en el estudio de este no se
ha llegado a diferenciar el tipo de violencia que se produce, ni quiénes son los perpetradores; y la
población de estudio se encuentra en una situación de vulnerabilidad y de acceso restringido que
puede dificultar su contacto
El fundamento teórico de la interseccionalidad nace con el estudio de la producción y
reproducción de desigualdades, poder y opresión (Shields, 2008). Así, encontramos que el
concepto de interseccionalidad surge en Estados Unidos hacia los años ochenta, momento en que
las feministas afroamericanas criticaban que la situación de las mujeres negras estaba mediada
por la interacción de una dimensión racial y de género que causaban una segregación distinta y
mayor, en comparación de sólo la condición de ser mujer, e incluso que ser hombre negro
(Crenshaw,1991). De este modo, Crenshaw (1991) argumenta que la existencia de más de una
identidad subordinada crea vulnerabilidades distintivas que desapoderan, segregan y que estos
efectos no pueden analizarse desde un único eje de subordinación.

De este modo, la interseccionalidad refleja de manera más próxima y concreta la realidad, de


manera que hace evidente que no existe ninguna única dimensión o categoría social que describa
en su totalidad la manera en que las personas interactúan con otros y con su medio (Shields,
2008). Así, dentro de lo que postula la interseccionalidad para comprender la violencia, es que
esta varía y se presenta en distintos niveles dependiendo de la intersección de los ejes de
desigualdad en los que se sitúan las mujeres. En el mismo sentido, las políticas y programas para
mitigar la violencia tendrían un impacto diferencial dependiendo de las características
intercategoriales e intragrupales

Violencia física. En primer lugar, con relación a la violencia física, de un total de 14 participantes,
14 de ellas manifestaron haber recibido maltrato físico por parte de sus parejas en al menos una
ocasión a lo largo de su trayectoria de vida. De esta última cifra, 4 manifestaron que esta violencia
se había presentado sólo 1 o 2 veces en la vida,

en la etapa de la juventud y en el periodo de crianza y establecimiento del núcleo

familiar. Así mismo, 3 mujeres manifestaron que habían sido maltratadas físicamente

hasta los 50 años en promedio, pero que desapareció una vez se defendieron y

enfrentaron incluso físicamente a su pareja. Por otro lado, 5 mujeres adultas mayores

reportaron haber sufrido al menos un episodio de maltrato físico después de tener 60

años. Sin embargo, cabe resaltar que dos de las cinco participantes manifestaron que

esta violencia se había dado en un único episodio en el periodo de la vejez, mientras las

otras tres participantes refirieron que estas situaciones de violencia se habían presentado

con una frecuencia mayor en esta misma etapa del ciclo vital. 5

El caso de Lina, una mujer de 63 años corresponde a uno de los casos episódicos de

violencia física que dan lugar incluso a que este evento desencadenara la respuesta de la

víctima de abolir la relación:

Un día que tuve un problema duro con él, me cogió y me dio un puño delante de
mi hija y delante de mi yerno. Ese el problema más grande. Él llegó tomadito,

estaba mi hija y mi yerno ahí. Entonces yo le dije: ¡Jumm, ¡qué bonito jartando

este hijueputa!, le dije así, le dije: y no hay ni siquiera para una libra de arroz, no

da. Yo sí como una boba para darle de tragar a usted y sus hijos. Llegó y pum,

me pegó el puño y eso me reventó nariz, la boca; eso era así mi boca (ilustra que

su rostro estaba muy inflamado).

Por otro lado, el caso de Marcela, una mujer de 62 años corresponde a una víctima

sistemática de violencia física ejercida por su esposo. A lo largo de su vida en pareja,

Marcela manifestaba que este tipo de maltrato se daba con bastante frecuencia, y que

esto no excluía los últimos dos años en los que había recibido en varias ocasiones

golpes y afectaciones físicas por parte de su marido.

En el 2016, en noviembre, no me acuerdo bien pero más o menos. Entonces, me

pegó la primera vez, yo no fui, me pegó la segunda, yo tampoco fui. Yo dije, las

doctoras me van a regañar porque... o sea, uno siente miedo porque dice uno

porque uno es cómplice ya de eso. Y ya la tercera si dije ya no más. Y ahí

mismo fui y lo denuncié. Fue cuando ya empezó todo el papeleo.

La violencia experimentada por esta última participante se caracterizó por la severidad y

la intensidad de los episodios de violencia, en los que la intervención de otros miembros

se hizo necesario para interrumpir tales atropellos:

Y yo sola, y mi hijo empieza a llamarme, mamita por Dios, váyase, sálgase, que

mi papá la va a matar. Le dije: que me mate, acá me estoy. Él llegó y yo le abrí

la puerta, fue cuando me mando el casco por la cara. Entonces, mi hijo ya lo fue

a sostener, ¡ya padre! Y ahí fue para esto, entonces fue cuando mi hijo me dijo y

mis otros hijos dijeron, pero mami para qué lo recibía, mire ese sufrimiento, ya

de 3 años, ya había pasado. (Marcela)

En breve, se destaca el uso del cuerpo masculino como la principal herramienta

utilizada para herir y someter a las parejas, de manera que las cachetadas, las patadas,

los puños, los estrujones, las arrastradas eran acciones físicas que se ejercían sobre los

cuerpos de las mujeres y que traían consecuencias para el bienestar físico y la salud de
las mujeres mayores. También, el alcohol se convierte en un factor que caracteriza 6

algunos de los eventos transgresores en los que posterior a la ingesta de licor, se

presentaron altercados en el hogar que daban paso a la agresión física.

Violencia psicológica. Situaciones de violencia psicológica fueron reportadas

por todas las participantes del estudio (14/14) tanto en otras etapas de la vida (juventud

y adultez) como en la vejez. Las manifestaciones de esta violencia en la muestra

entrevistada comprenden una heterogeneidad de acciones y actitudes tales como el uso

de palabras denigrantes como “perra, puta, nochera, hijueputa, coma mierda”; el uso de

amenazas y chantajes que buscaban controlar los actos de las mujeres; y el uso de un

tono de voz alto que en la mayoría de las circunstancias buscaba intimidar y ganar

control sobre las conductas de las esposas o compañeras. De igual modo, el silencio y

las miradas intimidantes no se quedaron por fuera de este listado, así como los reclamos

por celos o el control ejercido para que las mujeres dejaran de hacer cosas que los

hombres no querían. Lo anterior, puede ejemplificarse en el siguiente fragmento:

M: Por ejemplo, llegaba un señor a comprar algo y él se iba y se paraba ahí a

poner oído. Después si él oía alguna cosa que era agradable que esa persona me

dijera. “Ese es su mozo”.

D: ¡Ah! ¿La celaba?

M: Si, Sumercé.

D: y ¿usted qué le decía?

M: No, casi no me metía con él por la cosa de que era muy agresivo.

D: Por ejemplo: ¿qué pasaba si usted le decía algo? ¿Cómo le respondía?

M: ¡No! Eso me decía tantas vulgaridades que para qué.

D: ¿por ejemplo?

M: A usted no le importa, no sea metida, no sé qué. Usted es esto, usted es una

porquería, usted... Eso me trataba de nochera.

Con relación al control y la coerción, en las entrevistas realizadas fue posible evidenciar

en dos entrevistas que, las mujeres en la vejez continuaban sometidas a la voluntad de

sus esposos y dejaban de hacer cosas tales como salir, reunirse con sus amigas o visitar
a sus familiares. A continuación, se presenta la situación descrita por Lina:

una amiga, ya murió, yo vivía en la casa, antes de yo irme a vivir con él. Yo

vivía en la casa de ella, con ella yo salía a pasear, me invitaba; camine se toma

una cerveza. No era que me tomará un petaco o medio petaco, unas dos o tres

cervezas me las tomaba y estaba bien con ella y todo. Pero me fui a vivir con ese

señor, parecía una monja en la casa; del trabajo a la casa y de la casa al trabajo… 7

“Usted es de aquí de la casa no de la calle”. “Usted no tiene por qué tener

amigas porque sus amigas se la llevan es a tomar y farrear y todo”.

Violencia sexual. En tercer lugar, con relación a eventos de violencia sexual en

la relación de pareja, cabe resaltar que, dentro de las 14 participantes de este estudio, 9

mencionaron haber experimentado esta violencia en alguna etapa de la vida. 6 de estas

mujeres experimentaron episodios de violencia sexual tanto en etapas previas por parte

de sus parejas, como en el periodo de la vejez. Dentro de las manifestaciones de esta

violencia se presenta con mayor prevalencia el abuso sexual, referido por 4 participantes

quienes manifestaban que sus parejas las forzaban a tener relaciones sexuales, en

algunos casos estando el perpetrador en estado de embriaguez. Otras manifestaciones

referidas eran el acoso verbal, e insinuaciones sexuales no deseadas. Así, Marcela narra

una de sus experiencias de violencia sexual vividas durante los últimos años con su

pareja: “A veces llegaba, y yo estaba dormida, y él me tocaba brusco, como a meterme

cosas, como a lastimarme, como a dañarme, por eso es que yo le cogí miedo, pero eso

fue ya a lo último”.

Dentro de las entrevistas realizadas, se destaca el caso de Milena, en el que menciona

que la violencia sexual emergió en la adultez mayor.

No hace mucho, eso hace como dos añitos. Ahí empezó alebrestado que

realmente, cuando uno no esté dispuesto a algo es a la fuerza. Entonces, le dije: no

señor, es que uno, uno da la iniciativa, si uno no educa al hombre, el hombre lo coge a

uno como si fuera un cerdo. ¿Sí o no?

La violencia sexual también disminuyó en la vejez en tres participantes debido a que en

primer lugar condiciones físicas del perpetrador tales como su fuerza o capacidad sexual
se vieron disminuidas, y también al hecho de que se dieron cambios en las dinámicas de

la pareja y de convivencia en las que, por ejemplo, la pareja ya no compartía la misma

cama o incluso la habitación. Tras preguntarle a una participante si había experimentado

nuevamente violencia sexual, esta respondió lo siguiente:” Pues sí, pero él ya no

funciona para eso, yo le digo; ¡ay ya deje de molestar que ya mejor dicho para que! Ya

confórmese”. De igual modo, es posible evidenciar otro escenario en donde otra mujer

manifiesta que la violencia sexual no se presenta hace dos años debido a que su pareja

había visto en medios de comunicación que estas acciones eran violentas y eran

punibles.

D: y ¿ahorita no se ha presentado eso?8

B: No, porque como ha visto por televisión y ya saben que no la pueden obligar a uno ni

nada. Entonces ya no.

D: ¿Hace cuánto usted más o menos ha visto que ha cambiado eso?

B: Ya hace como un año, como dos años.

D: ¿qué usted le atribuye que se dio cuenta?

B: Yo creo que fue él que se dio cuenta porque eso ha salido y que a la mujer no sé qué.

Entonces, yo creo a él le ha servido porque a veces no, que eso que a veces a uno no

quiere porque me duele mucho por acá, que no sé qué. ¡Ay flaquita! No, no, no, y no ya

me respeta. En una época si era bravo, se ponía bravo.

Violencia económica. Encontramos que 7 participantes entrevistadas

manifestaron sufrir este tipo de maltrato después de los 60 años. De las entrevistadas, 4

presentaban antecedentes de violencia económica en etapas vitales anteriores. Dentro de

las manifestaciones referidas por las participantes se encuentran: la venta, hurto y

destrucción de objetos materiales valiosos; la manipulación de fondos y cuentas

bancarias sin conocimiento de la víctima; y la paupérrima participación en el aporte a

gastos y necesidades básicas en el hogar. Dentro de los casos de violencia económica

que no presentan antecedentes, sino que se presentan de manera emergente en la vejez,

se destaca la experiencia de Leonor y Lina, quienes llevaban una relación conflictiva y

difícil con sus parejas debido a que estos no respondían económicamente por ninguna
obligación en el hogar. En el siguiente apartado, se muestra como Lina relataba que su

compañero tenía dinero para tomar, pero no para cumplir con sus obligaciones en el

hogar, y ella era quien compraba desde los objetos de aseo personal, hasta se hacía

cargo de los gastos del arriendo:

Lina

L: Esto ya es viejo casi como setenta y pico de años. Le daba las cosas al hijo que el

jabón y la crema y yo compre, compre y dele; y él saque. Me voy, me voy y así fue, me

fui. Pero con el tiempo yo me fui a vivir donde mi hija otra vez, pero allá llegó a

hacerme la vida imposible. Entonces, mi hija y mi yerno le dijeron, si usted se va a

volver a vivir con mi mamá entonces pague un arriendo. Entonces le dijo: ¿de cuánto?

30 mil pesos... No los tenía para pagar. Pero a tomar eso sí.

Por otro lado, también en el caso de Lina y de Mónica, se evidencia cómo sus parejas de

manera abusiva manejaban los bienes y recursos sin su consentimiento. De este modo

relata Mónica que, “No lo podía dejar entrar al negocio porque ahí iba y me sacaba la

plata, me robaba”, y Lina que: “Yo me iba a trabajar, me sacaba las cositas de mi pieza

las vendía, él no trabajaba, me gastaba las cosas, él tenía dos hijos.9

Consecuencias de la violencia

Los resultados de esta investigación denotan que la violencia en las cuatro

manifestaciones aquí estudiadas, acarrean consecuencias para el bienestar y la salud

física y psicológica de las mujeres mayores. Así, si se analiza la violencia física, a pesar

de ser la menos prevalente en la vejez (4 de 14 mujeres la refieren), se tiene que esta

violencia generó en algunas víctimas daños a nivel fisiológico que afectaban la

funcionalidad e incluso ponían en riesgo la vida de las mujeres. De esta manera, dentro

de los relatos de las entrevistadas, se asocian a la violencia física: traumatismos,

hematomas, heridas, lesiones.

Marcela

Pero lo que pasa es que yo no lo reporte y la vez que me dio, que duré, me dio un puño

acá y dure sangrando como desde las dos de la mañana hasta las 5 de la mañana por

boca y nariz. Y eso temblaba, eso sí me decía: mamita, no vaya a decir que yo le pegue.
Él hacía las cosas y cuando él me veía que estaba muriéndome, él lo único que hacía era

conseguirse una caneca de agua y me lavaba. Pero él una caricia de decir mamita

después de que... Entonces yo decía, ¡Dios mío! qué clase de amor era lo que ese señor

tenía.

Así como esta violencia puede llegar a generar graves afectaciones en la salud y

funcionalidad, puede también tener consecuencias mortales e irreparables. El siguiente

apartado Mónica, relata la magnitud de la agresión física y las consecuencias que esta

tuvo en su salud:

Mónica

M: Resulta que la cama que él tenía era de aquí a allá ¿sí? y desde allá me dio un puño y

me mando como hasta acá; y caí encima de una base de cemento. Eso me tocó ir a

medicina legal y todo eso.

D: y ¿en medicina legal que le dijeron?

M: No, pues me dieron como 9 días de incapacidad.

Laura

L: Sí porque llegó borracho. Entonces, me dio una patada acá y cuando ya no quería

estar con él. Una vez me tiró de la cama y casi me desnuca porque caí en una esquina, y

llego y me tumbo así.

Con relación a la violencia más prevalente, la violencia psicológica que es reportada por

todas las entrevistadas, aunque parecieran ser menos evidentes las consecuencias, en los

relatos se encuentra que las mujeres refieren sentirse afectadas emocionalmente por la

humillación, los gritos, celos palabras soeces, el desprecio y el control que muchos 10

hombres ejercían en su vejez. Así, muchas reportaron haber experimentado un estado de

ánimo bajo, así como sentimientos de rabia, frustración, tristeza, miedo y sobrecarga

emocional debido a la calidad de las interacciones y comunicación con sus parejas.

Leonor

L: me decía hijueputa... llegaba hasta al otro día con un poconon de mentiras y ¡Agh! yo

me ponía toda deprimida, toda triste.

Amanda
A: Pues más desprecio, sí. Pues desprecio porque uno se siente mal porque pongámosle,

uno le está hablando y salen y se van y lo dejan a uno ahí. Después llegan otra vez

frescos. Entonces, se sienten uno ya que no les gusta, que uno ¿sí?, y que hay otra

persona ahí entre nosotras que le dice a uno: Oiga señora Amanda como le ha ido o

como camine y se toma un tinto. Se siente uno cariñoso... O una amiga. Entonces yo

hablaba con la gente que iba y ya nos les ponía cuidado ni nada.

Mónica

M: Entonces, eso es lo que ha pasado.

D: O sea ¿ya no se la monta de que salga?

M: No, ya no. Pues él quisiera, pero ya no.

D: ¿Pero no le dice nada?

M: No me dice nada, pero yo siempre... yo creo que en el fondo me da siempre miedito,

pero me le enfrento.

De igual manera, en los datos recolectados fue posible encontrar que dentro de un

contexto violento la calidad de las interacciones en la relación de pareja tiende a

deteriorarse, y la comunicación se limita en muchas ocasiones a intercambios verbales

mínimos.

Manuela

No, yo nunca he tenido pareja, nunca. Ni para ir a ningún lado, ni para hablar ningún

tema, nada. Yo busco amigas, con él no. yo no puedo hablar nada, todo termina en

pelea. Hay veces que uno le pregunta algo y ¡Agh! Hombre, le estoy es preguntando, a

toda hora se siente que lo estoy culpando, que lo estoy ofendiendo; es terrible. Mis hijos

como no viven eso.

Leonor

No, ya poco nos ponemos a dialogar porque es que él uno le está diciendo algo, él no sé

deja hablar ni nada. Entonces, ya poco, siempre es un poco… Yo le voy a ser sincera,

yo con él no tengo vida. Somos muy aparte, a la hora de la verdad eso ya se acabó.

Como dice el dicho se le acabó el amor a uno. 11

La violencia Sexual no se queda atrás en cuanto a los efectos que tiene en la salud y
bienestar psicológico de las mujeres. De este modo, se configura el miedo, la rabia y los

recuerdos dolorosos como algunas de las consecuencias asociadas a la violencia sexual.

El siguiente extracto de la entrevista de Manuela da cuenta del impacto psicológico que

puede tener un evento de esta magnitud:

Entonces no ve, yo no puedo, ya es como un trauma que yo tengo. Yo tengo traumas.

Que no me gusta el rincón de la cama y claro borracho me arrinconaba contra el rincón

a golpes. Sexo a la brava con un borracho, ¡ay no! horrible.

Con relación a las consecuencias de la violencia económica, es posible evidenciar que

se dan disrupciones y deterioro en la comunicación e interacciones de los miembros de

la pareja. Así mismo, estas situaciones generan malestar emocional, rabia y frustración

que pueden dar lugar a respuestas agresivas por parte de las víctimas. La evasión de la

responsabilidad económica que describe Milena sobre su marido, le genera rabia e

indignación, y tras un momento de liberación expresa lo siguiente:

Pero, vaya uno y pídale pa´ una crema, pa ´un desodorante, pa ‘un corte de cabello, pa

‘unas onces..., no, él no tiene, que toca pagar el agua, toca pagar la luz, y que, si, pero

pues le digo "no ve que lo mío no pasa de 100.000 pesos y eso no hay", no hay, no hay,

y a mí, realmente lo del corte, lo que yo a veces necesito me lo dan es mis hijos, un

pantalón, un par de zapatos, mis hijos.

Respuestas a la violencia

Cuando se trataba de eventos de violencia física, la respuesta de las víctimas en su

mayoría era una respuesta activa que involucraba desde un reclamo verbal, la ruptura de

la relación de pareja, como una respuesta de defensa física. Una situación que

ejemplifica una respuesta violenta a una agresión física:

Mónica

Sí, últimamente, una noche llegó borracho con mi hijo y me empezó a tratar muy mal y

a decirme cosas y a pegarme. Entonces yo saqué un garlanchita pequeña que tengo, la

saqué y le di por las patas y lo tumbé al suelo. Él al verse caído al suelo se metió por

debajo de la cama y yo por debajo de la cama le hacía así, tanto que le rompí aquí una

parte de un pie; un tobillo.


A continuación, se presenta la descripción de un evento en el que se desencadena una

respuesta verbal ante un episodio de violencia física:

Andrea

A: Más parte de él porque me ofendió bastante, pero a pesar de que me ofendió pues me

cacheteo, y ahí fue cuando le solté la palabra, pero de rest

D: ¿qué le dijo, dígame? Tranquila, sin pena.

A: Por qué me pega, no sea hijueputa. Entonces, cuando le dije eso, dijo: a mí no me

trate mal que no sé qué, porque a él no le gustan las malas palabras, ni a mí tampoco

pero como me cacheteo pues me dio…

A pesar de que la mayoría de las participantes del estudio manifestaron haber actuado

frente a la violencia física, también se presenta situaciones en la que la víctima debido a

los efectos de esta, y el temor a las reacciones de los victimarios suprimieron su

motivación a denunciar temiendo que esta acción pudiera empeorar incluso el clima

relacional y poner en riesgo su integridad. A continuación, se presenta un caso que

ilustra lo anterior:

Laura

L: Que a mí me da miedo denunciar cuando él me pegaba y me trataba mal. Me daba

miedo denunciar porque yo digo que tal llegue y me agarre más duro, me deje tirada y

yo como hago para el arriendo. De donde saco para el arriendito, entonces, yo temía era

por eso.

Por otro lado, en la mayoría de las situaciones de violencia psicológica, las participantes

manifestaron que preferían evadir la situación, y quedarse calladas con la finalidad de

evitar que se prolongaran o desataran discusiones más álgidas. Una postura pasiva, que

llevaba el discurso de “indiferencia”, escondía en muchos casos el dolor, la tristeza y la

frustración de muchas que preferían callar por costumbre, por miedo, o por

desesperanza.

Esperanza

D: Pero digamos que ¿llegaba borracho y la buscaba para molestarla? ¿cómo era?
E: Todo bravo, tratándome mal y hablando mal. Ya a lo último ya no le paraba bolas.

Ya me quedaba callada y dejaba. Sé que al otro día se larga y llega otra vez por la tarde.

Pero no llegaba borracho.

Leonor

L: Yo para evitar tener discusiones con él prefiero irme, salir y dejarlo.

L: Entonces uno procura, yo procuro cuando así, salgo y me voy. No le busco más la

boca y me voy.

En este mismo sentido, cuando se trataba de episodios de violencia sexual, de seis

mujeres que habían referido sufrir algún evento en la adultez mayor, sólo dos habían

emprendido acciones para frenar la situación abusiva. En estas dos situaciones, las

acciones emprendidas fueron la búsqueda de ayuda impartida por instituciones y

profesionales. Por ejemplo, Milena, una mujer de 63 años, tras ser víctima de abuso 13

sexual buscó ayuda en su médico familiar, a pesar de que manifestó que sentía pena, y

que no quería que otras personas se enteraran.

Y ese día si me pasó eso, que él fue así brusco y eso entonces yo hablé con el doctor,

ese día nos tocó cita juntos, teníamos cita el mismo día y yo le conté al doctor, yo le dije

"doctor yo puedo hablar con usted una cosa”, y entonces él dijo "si tranquila mija".

Miré doctor me pasó esto y esto y a mí me da pena, pero es que yo lo quería denunciar a

la policía, pero es que a mí no me gusta eso, y más que mis hijos se enteren, le dije no.

Entonces le dije, "yo le quería comentar con usted". Entonces, el doctor me dijo

"tranquila, déjemelo a mí ". Entonces, yo le conté, le dije sí eso me pasó y realmente eso

me tiene muy triste y no me gusta, porque a mí nunca me han hecho eso, he sufrido de

otra manera, pero gracias a Dios de otras maneras no, porque realmente a mí, yo me crie

con monjas, y a mí me hablaron todo eso, y entonces él me dijo, tranquila que yo le voy

a decir". Y lo cogió, y ese tipo salió transfigurado de allá, porque yo estaba reclamando

la droga, y transfigurado, y eso era que no me hablaba y yo dije, no mierda, yo me

imaginaba lo peor, de quién sabe qué me va a pasar ahorita en la casa o algo, y entonces

me dijo: "¡Ay, entonces le comentó al doctor!". Le dije "Sí, dele gracias a Dios que lo

comenté con el doctor porque yo la mente mía era para haberlo demandado a usted por
la policía, porque eso no se hace"

Proceso de Salida

Ponerle fin a una relación en donde se presenta violencia psicológica, física, sexual o

económica es un proceso que resulta complejo para algunas mujeres mayores debido a

que tomar una decisión como esta, implica tener en cuenta tanto factores individuales y

económicos, como factores relacionales. El temor a la retaliación, la enfermedad (propia

y/o del cónyuge) y la soledad hicieron que algunas mujeres abandonaran la idea de

concluir su relación y en algunos casos dejar el hogar. De igual modo, en al menos dos

entrevistas las mujeres manifestaron que a pesar de anhelar irse o abandonar la relación

violenta, la dependencia económica y la inactividad laboral les destruía cualquier

esperanza existente. En el mismo sentido, otras participantes manifestaban que la idea

de tener problemas con los hijos o con otros miembros de la familia era una carga que

muchas madres no estaban dispuestas a asumir, y por tanto preferían continuar

conviviendo junto a sus parejas aun cuando sus interacciones se transformaban en la

mínima comunicación posible. Ante la pregunta de sí habían considerado o

consideraban aún abandonar la relación violenta, las respuestas de las mujeres se

condensaron en las siguientes expresiones:

Silvana14

S: Tal vez no lo hice en el momento adecuado y ya después, yo ya había invertido mi

plata ahí. Entonces, ya no voy a dejar la casa ahí listica para otra y yo si me voy a pasar

dificultades por irme a otra parte. Entonces, esa ha sido mi casa y como dicen; aquí

estoy y aquí me quedo.

Manuela

M: Yo si lo pienso, y ahora último más, pero me echo de enemigo todos los hijos y me

daría... Es que yo toda la vida he estado en pro de que mis hijos no sufran… Sí, me hace

mucho sufrir y yo no sé cómo solucionar eso de que yo a veces pienso: yo digo que rico

es que a él le pagaran la pieza y él vería que hace y yo pues a ponerme aparte.

D: Digamos ¿usted que ve de diferente a su situación, ¿qué le impide a usted irse, es el

hecho de sus hijos, de dejarlo?


M: Para no irme, de pronto miedo, ya en esta edad para yo empezar a pedirle al uno,

pedirle al otro, no me gusta. Pues él no es que me lo de todo, pero estoy con el papá,

entonces ellos están pendientes. A mí se me mete que, si yo me aparto, ellos no es que

ya no estén pendientes de él, pero de mí quién sabe. O sea, no van a estar contentos

porque yo me los conozco. Uno más que me les mencione que dejar a su papá se pone

furiosos.

Laura, una mujer de 65 años que tras un episodio de violencia física severa había

abandonado su hogar para vivir con su nieta, ilustra que tras haber perdido un beneficio

económico se vio en la necesidad de retomar la convivencia con su marido.

Eso, por allá. Ella compró un apartamentico y ella me dijo que me fuera a vivir allá, con

ella y con el esposo. Entonces, yo me fui a vivir con ellos, entonces resulta que a mí me

quitaron el bonito. Porque Soacha, allá no hay, y como allá donde ella compró es estrato

3. Entonces, ya me tocó volverme a vivir con él. Ya entonces mi bonito está en proceso

otra vez. Ahoritica me sale.

A pesar de que no se reportan nuevos eventos de violencia una vez retomada la

convivencia, esta decisión podría ser riesgosa debido que podrían presentarse

situaciones de conflicto dentro de la relación en caso de que no se tomen medidas que

puedan prevenirla. En el caso de esta participante, refiere que para volver a su vivir con

su compañero debió hablar y pactar un compromiso verbal en el que acordaron mejorar

su relación y no incurrir en respuestas violentas por parte de ninguno.

En contraste, se presentaron dos casos de procesos de disolución de la relación de pareja

que se dieron después de los 60 años, que trajeron consecuencias positivas para las

mujeres y garantizaron la salida de las víctimas de la relación abusiva. En primer lugar,

la consecuencia más importante es que las mujeres que lograron distanciarse de su 15

pareja dejaron de estar expuestas a acciones violentas que podrían afectar su salud física

y mental. En segundo lugar, las mujeres reportaron sentir mayor tranquilidad, menor

preocupación y problemas y mayor autonomía a la hora de tomar sus decisiones y vivir

su día a día.

Marcela
D: ¿cómo ha cambiado su vida?

M: Total, un giro total. Si me quiero levantar, me levanto. Si quiero comer, como. Si mi

hijo me lleva de comer, el otro también me lleva de comer. Mi nieto me apochicha, el

otro también y acá el otro día nos llevaron a mundo aventura y ahí estuvimos felices.

Lina

L: No, fue la única vez porque yo ya dije no más. Yo dije, no más y no más. No me

aguante más. O sea, ¿después de ese día qué pasó? ¿Cuánto tiempo duró ahí, se

aguantó después de eso? como 8 días y lo dejé que se fuera y llame a una sobrina, le

dije: “Luisita me hace un favor me ayuda a trastear”, me dijo: “Sí tía yo le ayudo a

trastear”. Por la noche cuando llegó, sus cositas ahí y que duerma en el piso porque todo

lo que había era mío. Yo dije: prefiero vivir sola y no mal acompañada, yo sé que mi

plata se me va a ver y mis cosas no se me va a perder.

Finalmente, dentro de las entrevistadas se encuentran dos mujeres que vivieron

violencia psicológica y física a lo largo de su vida en pareja, y que terminó únicamente

cuando sus parejas fallecieron. Así, en uno de estos casos, el proceso posterior a la

defunción del cónyuge vino acompañado del cese de violencia, y también de

desventajas económicas como lo ilustra la siguiente frase “Ya es una vida pues, como le

dijera, es una vida tan sana y tan bonita pero cuando uno no tiene para comer ahí es en

donde rebúsquese en lo que sea”- Amanda.

Percepción de la violencia

Para muchas mujeres el proceso de identificar acciones violentas durante la adultez

mayor fue mucho más claro cuando se trataba de acciones físicas. Las cicatrices, los

moretones y los golpes, eran lo primero que reportaban cuando se hablaba sobre los

problemas y eventos disruptivos experimentados en la relación de pareja. Frente a estas

situaciones, las mujeres referían que debían tomarse o que habían tomado medidas para

detener estas acciones. De igual modo, a la hora de referirse a las acciones de violencia

psicológica, la mayoría de las participantes tenían claridad sobre los efectos que esta

tenía en su calidad de vida y bienestar, y además manifestaban que estas situaciones no

eran normales. Sin embargo, a pesar de que veían esto como maltrato, muchas percibían
estos eventos como menos relevantes y preferían dejarlos pasar y en ocasiones sólo 16

mostrarse indiferente. También, cabe resaltar que cuando se indagaba preliminarmente

por la violencia, las mujeres rápidamente se referían a las vulgaridades, malas palabras

y groserías como un acto que las afectaba de una manera clara y recurrente. Por

ejemplo, cuando se preguntaba a las participantes sobre experiencias de maltrato,

inmediatamente reportaban que las groserías y palabras como “hijueputa, perra, puta”

podían acompañar los actos de violencia física, o ser la principal fuente de maltrato.

Laura

D. ¿cuándo se peleaban, usted le hacía el reclamo y él le respondía con golpes?

L: Si y con malas palabras.

D: ¿qué era lo más frecuente?

L. Qué me tratara mal y qué me pegara. Me agarraba a golpes.

D: por ejemplo, ¿qué le decía?

L: Pues él así grosero, grosero, no. Que vieja no sé qué.

D: ¿la gritaba?

L: me decía hijueputa... llegaba hasta al otro día con un poconon de mentiras y ¡agh! yo

me ponía toda deprimida, toda triste.

Por otro lado, a pesar de que las mujeres identificaban que esta violencia afectaba su

estado anímico, es posible encontrar situaciones como las de Marcela en la que su

contexto y red social próxima validaban una forma de tramitar la violencia a partir de la

idea de “perdón y olvido”, o represión de las emociones, lo que reforzaba la

permanencia de la víctima en el contexto adverso.

Marcela

M: eso me decía que era una puta, una perra, que mi madre se la comían no sé quién,

que mi madre era.... No, eso era que mi madre había muerto podrida, que mi madre. Uy

no, eso eran cosas y decía de mis amigas decía: escuchar esa boca y usted al ratico estar

como si nada. Es que mi Dios le ha dado a usted un don de perdón que nadie lo tiene.

Entonces yo dije: no, pero ese don se acabó. Ese don ya no más. Y allá esto, y

pongámosle de que más he vivido, a partir del 20 de abril, que quede sola.
Ahora bien, con relación a la violencia sexual es importante señalar que, en dos

circunstancias, aun cuando los actos continuaban siendo actos sexuales no

consensuados, las mujeres los percibían como menos importantes y prestaban menor

atención a la agresión. Uno de los casos corresponde al acoso sexual, que se ve

minimizado frente a la violación o abuso sexual percibido como un acto más severo. Al

preguntarle a Manuela sí su marido había intentado nuevamente forzarla a tener

relaciones sexuales, ella manifestó que él la había vuelto a molestar pero que él ya no 17

era capaz de hacerle daño, por lo que ahora podía decirle que no la molestara y tomar

una posición de defensa. En esta situación previa, la mujer consideraba como daño el

acceso físico, pero no aquellas insinuaciones, palabras no deseadas e incómodas que

había referido recibir. Por otro lado, otra entrevistada manifestó no haber sufrido

violencia sexual en la vejez, aun cuando posteriormente mencionó en la entrevista que

su pareja le insinuaba prácticas sexuales que no eran deseadas. En estas situaciones

tenían mayor valor para las entrevistadas el hecho de obligar a otro a tener una relación

sexual, y no lo sería el acoso e intimidación física.

En contraste, cuando se abordaban situaciones de violencia económica, muchas

tendían a verlo como parte de una dinámica injusta, pero “normal” debido a que había

sido perpetuada durante mucho tiempo. En esta medida, la mayoría de mujeres no

identificaban estas situaciones como violencia, y sólo una de víctimas de violencia

económica refirió que se había manifestado frente a la situación de evadir la

responsabilidad económica con la esposa, y le había dicho lo siguiente a su pareja: “yo

lo demando a usted porque de una vez le quitan por la derecha, entonces mire a ver

mijito, porque si me va a dar de comer, me avisa o si no, claro que yo de hambre no me

muero” (Milena).

Aun cuando se lograba identificar las situaciones violentas, muchas mujeres

justificaban las acciones de sus parejas, y se atribuían como culpables o responsables de

las agresiones. Consideraban que cada agresión era precedida por alguna conducta

inapropiada, o que existía algún motivo por el que se justificaba la violencia. En los

relatos algunas mencionan que tras ser agredidas llegaban a hacerse cuestionamiento
como los siguientes: “Yo le decía, dígame el motivo, dígame la razón porque yo no soy

adivina” (Marcela); Andrea: “Usted es un no sé qué y sacó y pum. Pues fue merecido

porque uno no puede ser grosero y las groserías para mí, terrible.” De igual modo, otras

personas que no habían sido víctimas de alguna violencia específica en la vejez

mencionaban que esto no les sucedía a ellas porque no lo habían propiciado. Así, ante la

pregunta de sí había sufrido violencia física, una participante contestó lo siguiente: “No,

yo como nunca le daba motivos para que me pegara ni nada”. En breve, estas tres citas

previas denotan que existe la creencia que el maltrato y la violencia se justifica al tener

un mal comportamiento o al dejar de cumplir alguna obligación. En el mismo sentido,

también se encuentra un caso en el que la víctima además de justificar las conductas

transgresoras de su pareja se culpa a sí misma por continuar en la relación:

Manuela18

Yo no digo que él quiera ser malo porque en alcohólicos anónimos dicen: nosotros no

somos chicos malos, pero yo no sé por qué a ustedes les gusta vivir con nosotros... A

ustedes les gusta vivir con nosotros y eso es como una adición, es una adición. Él es

adicto al alcohol y yo soy adicta a él. Entonces, ahí está, lo mismo que tiene él, lo tengo

yo.

Sobre las canas, ser mujer y experimentar violencia por parte de la pareja

Roles de género tradicionales: cuidado femenino y provisión masculina.

Dentro de la vida y convivencia en pareja se dan relaciones que están marcadas por los

roles y estereotipos de género. Por este motivo, la presente investigación presenta en los

apartados siguientes, los resultados sobre las indagaciones respecto a los roles de

cuidado y provisión, y a la toma de decisiones en la relación de pareja.

Cuando se preguntaba a las mujeres sobre su trayectoria laboral, la mayoría respondía

que se habían dedicado desde que se casaron o desde que viven con sus parejas al

“hogar”, lo que en pocas palabras se traduce al trabajo doméstico y trabajo de cuidado

no remunerado. Diez de las 14 participantes mencionaron que se habían dedicado

exclusivamente a ser amas de casa, y que en la vejez continuaban ejerciendo esta labor

en sus hogares sin haber recibido remuneración alguna. De las participantes restantes,
tres además de trabajar en el hogar como amas de casa habían realizado algún trabajo

adicional hasta hace muy poco tiempo (en la vejez o próximo a la vejez), pero en la

actualidad se encontraban buscando empleo, pues su anterior trabajo (informal y trabajo

de cuidado) lo habían perdido por el deterioro de su salud, porque su funcionalidad se

había visto limitada, o porque ya nadie las empleaba. Por otro lado, sólo una de las

mujeres entrevistadas se encontraba activa laboralmente, también en un trabajo

informal, donde desempeñaba un rol de cuidado como acompañante de una persona

enferma.

En todas las circunstancias anteriores vale la pena destacar el hecho de que el trabajo

doméstico se situó bajo una constante que no se modificó, aunque la mujer haya estado

activa laboralmente. Incluso la única participante que mencionó tener un empleo

remunerado refería que cuando llegaba a su hogar debía ocuparse también por hacer de

comer para su pareja, lavarle la ropa y arreglar la casa. Hacer todas estas actividades es

algo que las mujeres entendían como algo para lo que habían sido educadas desde

pequeñas, y que era parte de esas cosas que “debían encargarse las mujeres”. Sin

embargo, en algunas circunstancias se llegó el momento en que algunas a partir de la

exigencia de las labores y el desgaste crónico, consideraban que requerían que los 19

hombres se responsabilizaran de algunas tareas mínimas, o que colaboraran de alguna

manera en el hogar. Así, se manifestó Silvana cuando se le pregunta sobre las cosas que

anhelaba tener en la vejez:

S: Pero si me gustaría que él colaborara, no para mí, sino en cosas de él. Él nunca llama

a la eps, menos se preocupa por los papeles que vamos a llevar hoy y cómo va a decir

nada si no sabe leer.

S: Entonces, toda la carga, como le digo, siempre...

D. Recae en usted,

S: todo, como dicen los chicos pequeñitos; todo yo.

De igual manera, muchas mujeres manifestaron que, hoy en la vejez se arrepienten de

no haber realizado otras actividades que les permitieran solventar las necesidades y

garantizar su estabilidad económica para etapas como la que estaban viviendo. La


reflexión de muchas mujeres suscita de las necesidades que hoy viven en su día a día y

de la vulnerabilidad y desigualdad económica en la que se encuentran. De los casos

analizados en este estudio, el hecho de no tener un ingreso económico como un salario

supone para muchas grandes retos por sobrellevar en la cotidianidad, y para poder

satisfacer incluso necesidades básicas. Gastos tan mínimos como los implementos de

aseo personal, un pasaje para el bus, una ración de comida se convierte en una odisea

para la mayoría de las mujeres. Beatriz narraba que, ante la necesidad económica, se

veía obligada a sacrificar su salud y dejar de comprar alimentos esenciales para su dieta

porque el dinero no le permitía adquirirlos: “Entonces, hay días en los que uno no se

puede nutrir bien ni nada. ... Por ejemplo, a mí me toca comer que verduras, que esto,

que lo otro. Entonces, a veces como la pasta en el todo a mil, una libra por mil pesos,

entonces uno compra pastica y tiene ahí. Entonces, a veces solo hay pastas y arroz, por

decir algo”.

Como se ha mencionado previamente, las mujeres entrevistadas pertenecen a un grupo

de personas en una compleja situación de vulnerabilidad económica. La mayoría no

trabajaron en la vejez ni en etapas previas, y las pocas que lo habían hecho, lo hicieron

de manera informal de modo que, no recibieron aportes a seguridad social y pensión.

Por esta razón, encontramos que las fuentes de ingresos por parte de las mujeres en 8 de

los casos catorce casos es nula. Mientras tanto, seis de estos casos en donde la mujer no

tenía ningún ingreso económico estaban caracterizados porque el hombre si lo tenía y

era el proveedor principal o único en el hogar. La fuente de este dinero provenía en

todos los casos del acceso a la pensión con excepción de uno que correspondía al salario 20

devengado por un empleo actual. Así, dentro de algunas de las relaciones en donde se

presenta la situación descrita previamente, se tienden a presentar conflictos en la pareja

debido a que la mujer depende económicamente del otro y debe valerse de estos

ingresos para satisfacer sus necesidades. En estos casos, se generan discordias porque

los esposos se muestran indiferentes y reacios a cubrir los gastos de las mujeres (pj:

artículos de aseo personal) y no contemplan los mismos dentro de la distribución de sus

aportes. Así, conseguir dinero se convierte incluso en algunas situaciones en un reto y


un desafío que genera tensión, sobrecarga, incomodidad y frustración en la mayoría de

las mujeres que deben enfrentarse a esto.

M: Sí, yo le digo "es que ustedes lo tienen a uno pa ´que sirva pa ´cocina, pa´ la casa,

porque usted es bueno pa ´mandar, y pa’ la cama", porque si, hablando, le dije,

vulgarmente “a ustedes toca hablarles así, pala cama, pa eso es que sirve uno". Pero,

vaya uno y pídale pa´ una crema, pa ´un desodorante, pa ‘un corte de cabello, pa ‘unas

onces..., no, él no tiene, que toca pagar el agua, toca pagar la luz, y que, si, pero pues le

digo "no ve que lo mío no pasa de 100.000 pesos y eso no hay", no hay, no hay, y a mí,

realmente lo del corte, lo que yo a veces necesito me lo dan es mis hijos, un pantalón,

un par de zapatos, mis hijos. (Milena)

Con relación a las seis participantes que recibían algún tipo de ingreso, lo recibían por

parte de un subsidio económico otorgado bimestralmente por el gobierno a aquellas

personas que vivían en situaciones de pobreza y desigualdad. El ingreso, aunque era

acotado para la mayoría de las necesidades manifestadas, se convertía en un salvavidas

para al menos tres o cuatro participantes que no tenían otra fuente de manutención, y les

permitía pagar el arriendo y con un máximo rendimiento, alimentarse. Por otro lado,

para quienes tenían necesidades mínimas satisfechas como la vivienda y la

alimentación, el bono permitía amortiguar gastos en otros bienes de consumo básico

tales como implementos de aseo, vestuario, transporte.

Ahora, si tenemos en cuenta el proceso de toma de decisiones en el hogar, encontramos

que podía estar relacionado con la posición económica y la contribución en el hogar. De

este modo, se encontró que, en al menos 7 casos, las decisiones en el hogar se daban por

parte del miembro que contribuía mayoritariamente con las obligaciones del hogar. Así,

se presentaron seis casos en los que el hombre tomaba las decisiones en el hogar de

manera casi totalitaria, y 1 sólo caso en dónde la mujer las tomaba por ser la principal

proveedora económica. En este único caso, es importante resaltar que se dio un cambio

en la dinámica y roles tradicionales en la relación de pareja, -tras el desempleo del 21

hombre, la mujer empezó a trabajar y a tomar las decisiones- que permitió que la mujer

adquiriera un nuevo rol que se mantiene hasta la actualidad. Frente a la pregunta de


quién tomaba decisiones en la casa la participante respondió que ella lo hacía y agregó:

“Sí, eso sí me lo ha respetado porque como yo era la que aportaba y siempre el que

aporta exige. Entonces, yo, y él se dejó coger ventaja mía y pues yo ya no lo dejo que él

opine” (Beatriz). Por otro lado, se refieren otros casos en donde la toma de decisiones se

daba de manera concertada entre la pareja (2 casos); otros en donde las decisiones las

tomaban los hijos y la mujer (2 casos); y otras en donde las mujeres tomaban las

decisiones mayoritariamente (4). La mayoría de estos últimos casos sobre la manera en

que se tomaban decisiones en el hogar, corresponden según lo que manifestaron las

entrevistadas a la situación que se ha vivido a lo largo de la relación de pareja. La

excepción de la afirmación anterior se ve en el caso de Leonor, quien manifestó que una

vez su esposo había dejado de participar social y económicamente en el hogar, sus hijos

quienes pasaron a ser los principales proveedores económicos eran quienes tomaban las

decisiones junto a ella.

En conclusión, respecto a los asuntos de género en la pareja que se indagaron en esta

investigación se encontró que el trabajo de cuidado es una actividad que ha recaído en

las mujeres, quienes de manera casi que exclusiva se han dedicado al hogar sin recibir

remuneración alguna. De esta manera, los hombres son aquellos que han cumplido en la

mayoría de los casos el rol de proveedor económico, y las mujeres han quedado bajo la

dependencia de sus conyugues. Finalmente, con relación a la toma de decisiones se

encontraron resultados heterogéneos en donde los hombres tomaban todas las

decisiones, otros donde las mujeres tomaban las decisiones y otros donde se tomaban de

manera concertado. Estos resultados finales no permitieron establecer algún patrón

clave en la relación de pareja y la violencia en esta relación

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