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Literatura 4to año.

Pf Mariángeles Belacín

LITERATURA 4TO AÑO


PROFESORA MARIANGELES BELACÍN

Por consultas mariangelesbelacin@gmail.com

Una literatura política: la gauchesca

Las guerras de la Independencia en el Río de la Plata inspiraron una literatura popular que acompañó el
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ímpetu revolucionario y actuó como propaganda política. El género resultó tan eficaz que, una vez finalizadas las
luchas por la emancipación nacional, siguió presente a lo largo del tiempo, muy cercano a los vaivenes de la
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organización política de la Nación. Durante casi sesenta años, esta poesía popular compuesta en lengua gaucha
circuló, sobre todo, en pliegos sueltos y en periódicos, y se constituyó en una manifestación particular de la literatura
latinoamericana. La literatura gauchesca tiene sus orígenes en las composiciones tradicionales, por lo general
anónimas, orales y colectivas del folklore, y se desarrolló en el Río de la Plata durante la primera mitad del siglo XIX,
hasta su culminación en 1872 con Martín Fierro, la obra de José Hernández. Esta forma literaria en la que aparece la
voz del gaucho convocó a un público nuevo: los habitantes de la campaña, que habían sido, también, los soldados de
las guerras patrias. Pero es necesario remarcar que esta literatura no fue escrita por gauchos. Sus autores, tanto
Bartolomé Hidalgo como Hilario Ascasubi, Luis Pérez, Estanislao del Campo y José Hernández, entre los más
destacados, eran hombres de ciudad, instruidos, intelectuales. El hecho de que en sus obras aparecieran personajes,
temas y modos de expresión propios de la campaña tenía una finalidad determinada: involucrarse en los
acontecimientos polí- ticos que en ese momento ocurrían en el Río de la Plata. Dentro de la literatura gauchesca
pueden reconocerse distintos períodos. La etapa fundacional es la que inicia Bartolomé Hidalgo y abarca desde 1812
hasta 1822, en coincidencia con la Revolución, el sitio de Montevideo, las luchas de Artigas, la campaña al Alto Perú y
el comienzo de las oposiciones partidistas. Luego, desde 1829 hasta la batalla de Caseros en 1852, la poesía
gauchesca tiene como centro temático la división ideológica entre unitarios y federales, a partir de la figura de Juan
Manuel de Rosas. Sus exponentes son Hilario Ascasubi y Luis Pérez. Finalmente, la última etapa va de 1872 a 1879,
fechas de publicación de las dos partes del Martín Fierro, de José Hernández. Estanislao del Campo se ubica en la
transición de los dos últimos períodos, y su producción se relaciona menos con la política, como se verá más adelante.
La poesía como arma: Bartolomé Hidalgo La obra poética de Bartolomé Hidalgo nace siempre en relación con algún
acontecimiento político. En sus obras, el autor comenta algún hecho con la clara intención de incidir ideológicamente
sobre su público. Es una poesía atravesada por las ideas de libertad e igualdad de la gesta libertadora. Muchos de sus
“Cielitos”, que circulaban en pliegos sueltos, se cantaban en las trincheras durante el primer sitio de Montevideo (1812-
1814) e iban dirigidos a los soldados del ejército patrio, que eran hombres de la campaña. Una de las notas distintivas
de sus letras es la reiteración de un “nosotros” que incluye al gaucho en el proyecto de la Independencia, por ejemplo:
“Ya en otro Cielo le dije/ nuestra amarga resistencia,/ y nuestra eterna constancia/ por lograr la Independencia.”

El gaucho gacetero

El gaucho gacetero A partir de 1829, la poesía gauchesca se convirtió en un vehículo importante para el
combate cotidiano entre las dos facciones opuestas: unitarios y federales. Los periódicos, las gacetillas, las hojas
sueltas fueron el lugar desde donde los escritores lanzaron sus dardos y solicitaron la adhesión de la gente del campo.
Las “gacetas gauchipolíticas” analizaban e interpretaban la realidad desde la perspectiva de los pobladores de la
campaña, solidarizándose con ellos y expresando sus padecimientos. Durante el rosismo no se brindó a la prensa la
libertad y garantías que le había dado en 1811 la Junta de Gobierno, por lo que en el Río de la Plata sólo circularon
periódicos afines a la política de Rosas. Entre estas gacetas en lengua gauchesca se destaca El Torito de los
Muchachos (1830) del escritor Luis Pérez. La marca identificatoria de la gacetilla era un toro que atacaba. En el número
9, publicado en septiembre de 1830, el autor dirigió los siguiente versos en contra de El cordovés Arriero, la gaceta que
desde Montevideo escribía Hilario Ascasubi: “Cuanto aquél respira es sangre/ sarcasmos, y desatinos;/ ¿Pero qué se
ha de esperar/ de esa logia de asesinos?”

TRABAJO PRÁCTICO
1) ¿Poe qué la literatura gauchesca es considerada como una literatura política?
2) ¿quienés fueron los primeros escritores de la literatura gauchesca?
3) En qué contexto social y político surge la litgauchesca?
4) Explicá qué eran las gacetas gauchipolíticas.
5) Biografía imaginaria: Elijan uno de los personajes de la gauchesca que aparecen en este capítulo. Luego,
escriban una biografía imaginaria tomando en cuenta los datos que las obras ofrecen y agregando otros.
6) La parodia de Inodoro Pereyra El historietista y escritor argentino Roberto Fontanarrosa ha realizado una
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interesante parodia del gaucho en su personaje Inodoro Pereyra.


Consigan unas cuantas tiras de este personaje y realicen las siguientes actividades:
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1. Identifiquen los elementos típicos de la gauchesca (personajes, temas, etcétera).
2. Reconozcan temas actuales que sean tratados en las tiras.

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LEER…
El fin
(Artificios, 1944;
Ficciones, 1944)

Jorge Luis Borges


(1899–1986)

         RECABARREN, TENDIDO, ENTREABRIÓ los ojos y vio el oblicuo cielo raso de junco. De la otra pieza le
llegaba un rasgueo de guitarra, una suerte de pobrísimo laberinto que se enredaba y desataba
infinitamente…
         Recobró poco a poco la realidad, las cosas cotidianas que ya no cambiaría nunca por otras. Miró sin
lástima su gran cuerpo inútil, el poncho de lana ordinaria que le envolvía las piernas. Afuera, más allá de
los barrotes de la ventana, se dilataban la llanura y la tarde; había dormido, pero aun quedaba mucha luz
en el cielo. Con el brazo izquierdo tanteó dar con un cencerro de bronce que había al pie del catre. Una o
dos veces lo agitó; del otro lado de la puerta seguían llegándole los modestos acordes. El ejecutor era un
negro que había aparecido una noche con pretensiones de cantor y que había desafiado a otro forastero
a una larga payada de contrapunto. Vencido, seguía frecuentando la pulpería, como a la espera de
alguien. Se pasaba las horas con la guitarra, pero no había vuelto a cantar; acaso la derrota lo había
amargado. La gente ya se había acostumbrado a ese hombre inofensivo. Recabarren, patrón de la
pulpería, no olvidaría ese contrapunto; al día siguiente, al acomodar unos tercio de yerba, se le había
muerto bruscamente el lado derecho y había perdido el habla. A fuerza de apiadarnos de las desdichas
de los héroes de la novelas concluímos apiadándonos con exceso de las desdichas propias; no así el
sufrido Recabarren, que aceptó la parálisis como antes había aceptado el rigor y las soledades de
América. Habituado a vivir en el presente, como los animales, ahora miraba el cielo y pensaba que el
cerco rojo de la luna era señal de lluvia.
         Un chico de rasgos aindiados (hijo suyo, tal vez) entreabrió la puerta. Recabarren le preguntó con
los ojos si había algún parroquiano. El chico, taciturno, le dijo por señas que no; el negro no cantaba. El
hombre postrado se quedó solo; su mano izquierda jugó un rato con el cencerro, como si ejerciera un
poder.
         La llanura, bajo el último sol, era casi abstracta, como vista en un sueño. Un punto se agitó en el
horizonte y creció hasta ser un jinete, que venía, o parecía venir, a la casa. Recabarren vio el chambergo,
el largo poncho oscuro, el caballo moro, pero no la cara del hombre, que, por fin, sujetó el galope y vino
acercándose al trotecito. A unas doscientas varas dobló. Recabarren no lo vio más, pero lo oyó chistar,
apearse, atar el caballo al palenque y entrar con paso firme en la pulpería.
         Sin alzar los ojos del instrumento, donde parecía buscar algo, el negro dijo con dulzura:
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         —Ya sabía yo, señor, que podía contar con usted.


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         El otro, con voz áspera, replicó:
         —Y yo con vos, moreno. Una porción de días te hice esperar, pero aquí he venido.
         Hubo un silencio. Al fin, el negro respondió:
         —Me estoy acostumbrando a esperar. He esperado siete años.
         El otro explicó sin apuro:
         —Más de siete años pasé yo sin ver a mis hijos.
         Los encontré ese día y no quise mostrarme como un hombre que anda a las puñaladas.
         —Ya me hice cargo —dijo el negro—. Espero que los dejó con salud.
         El forastero, que se había sentado en el mostrador, se rió de buena gana. Pidió una caña y la
paladeó sin concluirla.
         —Les di buenos consejos —declaró—, que nunca están de más y no cuestan nada. Les dije, entre
otras cosas, que el hombre no debe derramar la sangre del hombre.
         Un lento acorde precedió la respuesta de negro:
         —Hizo bien. Así no se parecerán a nosotros.
         —Por lo menos a mí —dijo el forastero y añadió como si pensara en voz alta—: Mi destino ha
querido que yo matara y ahora, otra vez, me pone el cuchillo en la mano.
         El negro, como si no lo oyera, observó:
         —Con el otoño se van acortando los días.
         —Con la luz que queda me basta —replicó el otro, poniéndose de pie.
         Se cuadró ante el negro y le dijo como cansado:
         —Dejá en paz la guitarra, que hoy te espera otra clase de contrapunto.
         Los dos se encaminaron a la puerta. El negro, al salir, murmuró:
         —Tal vez en éste me vaya tan mal como en el primero.
         El otro contestó con seriedad:
         —En el primero no te fue mal. Lo que pasó es que andabas ganoso de llegar al segundo.
         Se alejaron un trecho de las casas, caminando a la par. Un lugar de la llanura era igual a otro y la
luna resplandecía. De pronto se miraron, se detuvieron y el forastero se quitó las espuelas. Ya estaban
con el poncho en el antebrazo, cuando el negro dijo:
         —Una cosa quiero pedirle antes que nos trabemos. Que en este encuentro ponga todo su coraje y
toda su maña, como en aquel otro de hace siete años, cuando mató a mi hermano.
         Acaso por primera vez en su diálogo, Martín Fierro oyó el odio. Su sangre lo sintió como un acicate.
Se entreveraron y el acero filoso rayó y marcó la cara del negro.
         Hay una hora de la tarde en que la llanura está por decir algo; nunca lo dice o tal vez lo dice
infinitamente y no lo entendemos, o lo entendemos pero es intraducible como una música… Desde su
catre, Recabarren vio el fin. Una embestida y el negro reculó, perdió pie, amagó un hachazo a la cara y
se tendió en una puñalada profunda, que penetró en el vientre. Después vino otra que el pulpero no
alcanzó a precisar y Fierro no se levantó. Inmóvil, el negro parecía vigilar su agonía laboriosa. Limpió el
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facón ensangrentado en el pasto y volvió a las casas con lentitud, sin mirar para atrás. Cumplida su tarea
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de justiciero, ahora era nadie. Mejor dicho era el otro: no tenía destino sobre la tierra y había matado a un
hombre.

Actividad de escritura:
Cambio del punto de vista

1) Luego de la lectura “El fin”, de Jorge Luis Borges, reescribí el cuento desde el punto de vista del niño, de
Recabarren o del Negro.

LEER…

“La Refalosa”
“La Refalosa” de Ascasubi Muchos escritores, opositores del gobierno de Rosas, sólo podían producir sus páginas
en el exilio. Entre ellos, el más destacado cultivador de la gaceta en lengua gauchesca fue Hilario Ascasubi, quien
trató temas de actualidad política: la llamada “guerra grande”, el sitio de la capital oriental y, sobre todo, la lucha
entre rosistas y antirrosistas. El Gaucho Jacinto Cielo (1843) fue una de sus producciones periodísticas escritas en
Montevideo. El nombre de este periódico, uno de los seudónimos de Ascasubi, es también el personaje que aparece
en el poema “La Refalosa”: a él va dirigida una supuesta carta escrita por un mazorquero. En ella se describe paso
a paso la brutal y sangrienta tortura a que es sometido un unitario hasta que lo degüellan y se desangra: “Unitario
que agarramos / lo estiramos; / o paradito nomás, / por atrás, / lo amarran los compañeros / por supuesto,
mazorqueros, / y ligao/ con un maniador doblao, / ya queda codo con codo / y desnudito ante todo. / ¡Salvajón! /
aquí empieza su aflición”

La Refalosa

HILARIO ASCASUBI

Mirá, gaucho salvajón, por supuesto, mazorqueros,


que no pierdo la esperanza, y ligao
y no es chanza, con un maniador doblao,
de hacerte probar qué cosa ya queda codo con codo
es Tin tin y Refalosa. y desnudito ante todo.
Ahora te diré cómo es: ¡Salvajón!
escuchá y no te asustés; Aquí empieza su aflición.
que para ustedes es canto
más triste que un viernes santo. Luego después a los pieses
un sobeo en tres dobleces
se le atraca,
Unitario que agarramos y queda como una estaca.
lo estiramos; lindamente asigurao,
o paradito nomás, y parao
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por atrás, lo tenemos clamoriando;


lo amarran los compañeros y como medio chanciando
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lo pinchamos, y visajes
y lo que grita, cantamos que se pelan los salvajes,
la refalosa y tin tin, largando tamaña lengua;
sin violín. y entre nosotros no es mengua
el besarlo,
Pero seguimos el son para medio contentarlo.
en la vaina del latón, ¡Qué jarana!
que asentamos nos reímos de buena gana
el cuchillo, y le tantiamos y muy mucho,
con las uñas el cogote. de ver que hasta les da chucho;
¡Brinca el salvaje vilote y entonces lo desatamos
que da risa! y soltamos;
Cuando algunos en camisa y lo sabemos parar
se empiezan a revolcar, para verlo refalar
y a llorar, ¡en la sangre!
que es lo que más nos divierte; hasta que le da un calambre
de igual suerte Y se cai a patalear,
que al Presidente le agrada, y a temblar
y larga la carcajada muy fiero, hasta que se estira
de alegría, el salvaje; y, lo que espira,
al oír la musiquería le sacamos
y la broma que le damos una lonja que apreciamos
al salvaje que amarramos. el sobarla,
y de manea gastarla.
Finalmente: De ahí se le cortan orejas,
cuando creemos conveniente, barba, patilla y cejas;
después que nos divertimos y pelao
grandemente, decidimos lo dejamos arrumbao,
que al salvaje para que engorde algún chancho,
el resuello se le ataje; o carancho.
y a derechas
lo agarra uno de las mechas, Conque ya ves, Salvajón;
mientras otro nadita te ha de pasar
lo sujeta como a potro después de hacerte gritar:
de las patas, ¡Viva la Federación!
que si se mueve es a gatas.
Entretanto,
nos clama por cuanto santo
tiene el cielo;
pero ahi nomás por consuelo
a su queja:
abajito de la oreja,
con un puñal bien templao
y afilao,
que se llama el quita penas,
le atravesamos las venas
del pescuezo.
¿Y qué se le hace con eso?
larga sangre que es un gusto,
y del susto
entra a revolver los ojos.

¡Ah, hombres flojos!


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hemos visto algunos de éstos


que se muerden y hacen gestos,
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TRABAJO PRÁCTICO
1) Investigar las características del realismo y del romanticismo. ¿Qué elementos pueden verse en este relato?
2) Investigá qué canto del Martín Fierro se presenta en el cuento de Borges.
3) ¿Qué es lo que desencadena los hechos sangrientos en “La refalosa” y “El fin?
4) ¿Cuál es la confrontación principal del texto?¿Cómo se describe a los dos bandos opuestos?
5) Cuáles son las relaciones de poder que se observan en el cuento y en el poema?
6) ¿Qué tipo de lenguaje se enfrentan? Ejemplificar con fragmentos del texto.
7) ¿Qué tipo de narrador se presenta? ¿qué importancia tiene el narrador en el texto?
8) ¿Cuáles son los personajes de la historia que se presentan?

1) Establezca la relación entre las obras, “La refalosa” de Hilario Ascasubi y “EL matadero” de Esteban Echeverría.
Complete el Cuadro:

Inodoro Peeeyra Hiatorieta El fin cuento ee Jorge Luis Borges ------La refalosa

Personajes

Conflicto

Contexto Histórico

Autor

Género Literario
(Fundamente por qué)

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