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¿Cómo podemos disimularnos la petulancia, los caprichos, la frivolidad
y las necesarias pequeñeces que son el elemento de este sexo? […] ¿Por
ventura las admitiremos en aquella época tan temible en que, pasando de la
niñez a la adolescencia, un interés único, irresistible, el mayor de su vida,
absorbe todos sus afectos y toda su existencia? ¿Haremos de la Sociedad el
teatro donde la hermosura, aún tímida, venga a hacer lucir sus primeros rayos,
ensayar sus armas y acostumbrarse a la victoria?
[…]
No ignoro, señores, la ridiculez que el vicio impone a las máximas que le
condenan; no ignoro los nombres cultos y agradables con que procuran
disfrazarse entre nosotros el adulterio, la corrupción, la grosería y el abandono
de toda decencia; pero ¿acaso la moda y sus partidarios prevalecerán contra la
voz de la naturaleza que sujetó a las mujeres a la modestia y al pudor o contra
las relaciones inmutables de todas las sociedades que las impusieron, como
una obligación civil, la fidelidad a sus maridos, el cuidado de sus hijos y una
vida doméstica y retirada?
[…]
No contaremos con estas señoras austeras y respetables, y sí con las que,
siguiendo un método opuesto, se ven en todas partes, dan el tono, son el
objeto de las conversaciones y vendrán a perder en la Sociedad una parte del
tiempo que las sobra.
Francisco Cabarrús, «Discurso en contra de la admisión de las mujeres en
la Sociedad Económica Madrileña de Amigos del País», Memorial literario,
instructivo y curioso de la corte de Madrid, abril de 1786
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Poned un instante la vista en aquella porción que suele ser objeto de
nuestras declamaciones; ved la tendencia general con que se camina a la
corrupción. Ved por todas partes abandonadas las obligaciones domésticas,
menospreciado el decoro, olvidado el pudor, desenfrenado el lujo y
canceradas enteramente las costumbres. Y nosotros, que nos llamamos
Amigos del País, que nos preciamos de trabajar continuamente por su bien,
¿no opondremos a este desorden el único freno que está en nuestra mano?
Llamemos a esta morada del patriotismo a aquellas ilustres almas que han
sabido preservarse del contagio […] hagámoslas un objeto de emulación y

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