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Es

bien escaso por cierto. Un pequeño y aseado lecho, junto a él una


mesa de noche, y a corta distancia una tierna joven, sentada y leyendo una de
esas candentes novelas de costumbres.
[…]
Los afectos encontrados, las impresiones más vivas, los deseos más
imperiosos, retoñan y florecen en aquella delicada constitución, que ha salido
por un momento de su atonía bajo la influencia de un excitante espiritual.
[…]
He aquí el cuadro sensible y desconsolador que, cuando se repite con
frecuencia, bastardea las más robustas complexiones, empobreciéndolas
primero, atándolas más tarde al tormento de los estados nerviosos, entre los
cuales no pocas veces se cuenta la misma locura, y precipitándolas, por
último, a la muerte entre enfermedades del corazón y de los pulmones.
En estos momentos, que ninguna crítica sistemáticamente mueve nuestra
pluma, pero que brota en nuestra memoria el pavoroso recuerdo de tanta
juventud arrebatada por esos dos grupos de enfermedades, retamos a todos los
novelistas del mundo a que nos prueben que el cuadro que hemos trazado es
un absurdo, un puro delirio de nuestra exaltación y, por consecuencia, que
esas novelazas, sembradas con profusión por el hogar doméstico, sin otro
propósito que servir de lucro conmoviendo, no figuran como uno de los
muchos agentes poderosos en el desenvolvimiento y conservación de tantas y
tan diversas manifestaciones nerviosas de la mujer.
Seguros estamos de que ninguno tratará de probarlo; peor aún cuando
sucediese lo contrario, no por ello sería menos cierto el hecho; y si para
replicarlos careciéramos de razones suficientes, por no ser capaces de
hallarlas nuestras humildes facultades, invocaríamos el testimonio de esos
médicos concienzudos que se dedican al estudio profundo de la mujer;
invocaríamos el recuerdo de tanta infeliz ninfomaníaca, y hasta detallaríamos
las mil impresiones que hemos sentido, cuando hemos sido llamados para
prestar los auxilios de la ciencia a alguna joven que se agitaba convulsiva en
su lecho entre espasmos cínicos y estros venales.
[…]
Pasada la evolución de la infancia, queda la joven sometida a los
inconvenientes y peligros de sus exaltados sentimientos, de su vida retirada,
de su inercia, de sus abusos solitarios, de las tristezas prolongadas, de sus

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