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El Rey en El Principado de la Hospitalidad

Había una vez un rey al que le encanta ir a visitar a sus súbditos. Un día llega a un lugar llamado “El
principado de la Hospitalidad” pero nadie lo reconoce mientras pasea, lo tratan como una persona normal y
corriente. Si quiere entrar en una tienda tiene que respetar el horario de apertura, sin pretender que le abran
cuando él quiera; si hay personas que estaban antes de que el llegar tiene que esperar su turno y formarse
en la cola. Y cuando pide algo que no encuentra, lo invitan a que vaya a buscarlo a otra parte como hacen
todos los habitantes del principado.
Esto no le gusta mucho al rey, pero como es inteligente, comprende que en ese principado no tiene plenos
poderes y no puede cambiar las cosas como le gustarían a él. Siente también, mucha curiosidad por la
manera especial de relacionarse que han adoptado en El Principado de la Hospitalidad. En todas las casas
tienen expuesto, en la puerta, un cartel con el horario de visitas. Y cada casa tiene un horario diferente muy
bien pensado. Por ejemplo, en una casa donde viven niños, incitan a los niños en la tarde y a los adultos, en
la noche. En una casa donde viven parejas jóvenes hay muchos horarios de visita para gente joven y pocos
para gente mayor. En una casa donde viven ancianos tienen muchos horarios para todos, niños jóvenes
adultos y ancianos.
Al rey le cuesta un poco comprender los criterios que han adoptado para estipular los horarios de las visitas
de los familiares. Pregunta para saber quién decide estos horarios y le cuentan que es el Juez de Paz. Así
que decide ir a visitarlo. Una vez que llega a su palacio, descubre que también él tiene su propio horario de
visitas y cuando llega el momento en que le puede recibir, el rey le pregunta cuáles son los criterios
adoptados y por qué hay tantos tipos de horarios y tantas diferencias entre ellos. El Juez de Paz le
responde: “Es muy sencillo, es indispensable que los que son iguales estén juntos, que los jóvenes estén
con jóvenes para intercambiar ideas, compararse, que se alejen de sus padres y empiecen a pensar por sí
mismos. Es importante que los niños jueguen con otros niños durante un tiempo y que después puedan
cenar con sus papás y se vayan a dormir pronto, en una casa donde haya tranquilidad. Y las personas
ancianas deben tener la posibilidad de estar solos si desean tener un poco de intimidad para recordar viejos
tiempos, o bien, de estar acompañados por los hijos y nietos que les alegren el día.”

El rey comprende la sabiduría que encierran las palabras del juez de paz, pero todavía quiere saber otra
cosa y pregunta: “¿Cómo se toma la decisión? ¿Es el juez de paz el que decide, son las familias que
deciden y después vienen a comunicárselo, o cómo se logra?”. El juez sonríe y responde: “Cómo se habrá
dado cuenta, nuestro principado es el de la hospitalidad. Esta no se impone, nosotros consideramos que es
un don
{ el acto de recibir hospitalidad, pero más aún el de saber respetar las necesidades de cada hogar. Es
un don en el que predomina la reciprocidad, en el que dar y tomar es un intercambio de amor. Todos
conocemos esta regla y cada uno sabe que hay límites precisos que se deben respetar en dar y recibir
hospitalidad”.

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