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1 Nogu Joan
1 Nogu Joan
Este libro posee un doble carácter, una doble personalidad. Por una par-
te, tiene vocación de manual universitario y, por ello, incluye capítulos que
sistematizan, ordenan y exponen con claridad los conocimientos sobre el
tema objeto de estudio. Por otra parte, del texto que tienen en sus manos ema-
na también un carácter ensayístico, exploratorio, indagador, por lo que, en al-
gunos apartados, se plantean interrogantes y se abordan cuestiones que no es-
tán -no pueden estarlo- cerradas. Mantener este difícil equilibrio ha sido
ardua tarea, por lo que ya de entrada solicitamos al lector su benevolencia e
indulgencia.
Nos hemos decidido a hacer frente a este reto porque, para los autores,
primaba el objetivo de acercarnos a un público amplio y variado. En efecto,
estas páginas pretenden llegar tanto al estudiante universitario de cualquier
disciplina del ámbito de las ciencias sociales y humanas (geografía, sociolo-
gía, economía, ciencias políticas, historia o antropología, entre otras), como
al ciudadano normal y corriente que se interesa por cómo se está transfor-
mando el mundo que tiene a su alrededor.
Porque, en última instancia, de eso se trata: de intentar comprender algo
mejor el mundo que nos rodea, mediante, en este caso, los instrumentos que
ofrece la geografía política contemporánea. Y ello implica hablar de globaliza-
ción, de la dialéctica local-global, de la formación de identidades colectivas, del
papel del estado-nación tradicional ante el creciente protagonismo de entida-
des supraestatales y subestatales. Implica también referirse a la nueva econo-
mía, a las nuevas tecnologías, al surgimiento de nuevos territorios y de nuevos
agentes sociales y políticos y, cómo no, al medio ambiente. Son muchos y muy
variados los temas aquí tratados, por lo que se ha hecho imprescindible un gran
esfuerzo de síntesis y de interrelación entre ellos. Somos conscientes de que
cada uno de estos aspectos merecería un libro por sí solo, lo que, obviamente,
escapa a nuestras posibilidades. Para que el lector pueda profundizar en aque-
llo que más le interese, se adjunta una bibliografía, que no pretende ser exhaus-
tiva, pero sí ilustrativa y orientativa. Se trata de una bibliografía seleccionada,
que incorpora estrictamente la manejada por los autores.
El primer capítulo es una introducción al libro. En él se exponen los con-
ceptos fundamentales de los que partimos (globalización, identidad, escala),
así como las perspectivas teóricas y metodológicas que nos inspiran: el pos-
modernismo y la geopolítica crítica. El posmodernismo es concebido aquí
como una metodología que intenta ofrecer una explicación teórica y práctica
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PRESENTACIÓN 9
Como resultado de una geopolítica caracterizada por su complejidad y
variedad de actores, de agentes y de escalas, aparece un escenario de múlti-
ples discursos geopolíticos (con sus correspondientes prácticas geopolíticas).
Algunos de estos discursos hunden sus raíces en el pasado. Otros, sin embar-
go, presentan un nuevo formato. Éste es el caso del discurso identitario, aquel
que vincula identidad, territorio y política. El retorno al lugar como reacción
a determinados procesos de globalización es, sin duda, un discurso geopolíti-
co de nuevo cuño (aunque, cuando este retorno al lugar se expresa a través de
la ideología nacionalista, entonces ya no lo es tanto). También es novedoso el
discurso geopolítico vinculado al medio ambiente, surgido a raíz de la recien-
te concienciación mundial por la problemática ambiental. En el último capí-
tulo del libro, el quinto, vamos a analizar ambos discursos, el identitario y el
ambientalista. No son los únicos, ni mucho menos, pero sí de los más signifi-
cativos. En él se dan algunas pistas de las vías por las cuales la disciplina in-
tenta reconstruir sus métodos de análisis ante una realidad geopolítica que
cuestiona anteriores perspectivas y que está en constante transformación.
El volumen termina con unas breves conclusiones, con la bibliografía utiliza-
da y con un índice analítico.
CAPÍTULO 1
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geográfico desde sus más remotos orígenes, se había mostrado tan útil y tan
relevante.
El otro concepto clave es, desde nuestro punto de vista, el de identidad y,
más concretamente, como veremos dentro de unas páginas, el de identidad te-
rritorial, estrechamente relacionado, por otra parte, con la dialéctica lo-
cal-global. Hace unas cuantas décadas, geógrafos, sociólogos, economistas y
otros teóricos sociales estaban firmemente convencidos de que la integración
mundial de la economía (que, por aquellos años, empezaba ya a perfilarse con
nitidez) traería consigo, al cabo de unos años (es decir, hoy día), una progresi-
va disolución de los fenómenos nacionalista y regionalista. Creían (y se aven-
turaban a profetizarlo) que la difusión a través de los medios de comunica-
ción de masas de elementos culturales y socioestructurales de ámbito mun-
dial, la modernización general de la economía y de la sociedad y el imparable
desarrollo económico comportarían una creciente integración cultural, polí-
tica y económica, que llevaría, a su vez, a una progresiva sustitución de los
conflictos territoriales de base cultural/identitaria por conflictos de base so-
cial y económica, es decir por conflictos entre clases sociales, en la terminolo-
gía marxista del momento. Pues bien, aquellas previsiones sólo se han cumpli-
do en parte, puesto que es cierto, por poner un caso, que se ha producido a lo
largo de estos años una pérdida de la diversidad cultural. Ahora bien, para
sorpresa general de aquellos estudiosos (y de nosotros mismos), la realidad
contemporánea nos muestra una exuberante y prolífica manifestación de na-
cionalismos estatales y subestatales, de regionalismos y localismos, precisa-
mente en unos momentos de máxima integración mundial en todos los senti-
dos. Sin duda alguna, las identidades territoriales caracterizarán en buena
parte este inicio de siglo y de milenio.
Así pues, dado su papel vertebrador del conjunto del libro, a continua-
ción vamos a profundizar algo más en los conceptos de lugar y de globaliza-
ción, por una parte, y en el de identidad y escala, por otra.
1. Lugar y globalización
Nunca como ahora se había hablado tanto de globalización.' Este con-
cepto, polémico y controvertido, ha generado publicaciones, debates y discu-
siones de todo tipo y ha enfrentado apasionados defensores con virulentos de-
tractores. En efecto, si para algunos la globalización nos va a llevar al mejor
de los mundos posibles, para otros nos hallamos ante una verdadero fraude,
ante un fetichismo del propio concepto. Fredric Jameson (1998), por ejemplo,
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2. Identidad e identidades
Como hemos visto, cada vez hay más interés por explorar la experiencia
de estar situado en el mundo, de estar en un lugar; cada vez hay más interés en
intentar dar respuesta al porqué los seres humanos crean lugares en el espacio
y cómo les imbuyen de significado. El lugar proporciona el medio fundamen-
tal a través del cual damos sentido al mundo y a través del cual actuamos.
Cuando creamos lugares, cuando «vivimos» los lugares, creamos identidades.
Hablar de lugar, por tanto, es hablar de identidad, el otro gran concepto que
estructura este libro y sobre el que conviene reflexionar mínimamente.
La idea de identidad de la que nos vamos a servir es de carácter más bien
colectivo. Nos interesa analizar el proceso de formación de las identidades te-
rritoriales contemporáneas, un proceso más colectivo que individual. Enten-
demos que la identidad no va sólo asociada a características tales como el
sexo o el origen étnico, sino también al espacio geográfico y cultural; todos
nacemos en un ámbito cultural determinado y en un lugar específico. A los hi-
jos de los emigrantes y de los refugiados se les recuerda su lugar de origen y
sus raíces familiares a través de la lengua, de la gastronomía, de las costum-
bres, de las fotografías de los parientes, de los relatos, cuentos y leyendas.
Para estos niños, el exilio, el hecho de estar desplazados, no significa perma-
necer inmóviles en el tiempo y en el espacio. La materialidad de sus geografías
se hace tangible a través del contexto cultural de sus hogares, a pesar del cos-
mopolitismo virtual y real de su condición, lo que no impide experimentar a
menudo una intensa sensación de desarraigo.
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legitimidad del estado. Finalmente, lo que Neil Smith denomina las fronteras
globales corresponde a un lugar, a la vez deslocalizado y ubicuo, que se en-
cuentra en proceso permanente, desde finales del siglo xix, de construc-
ción/destrucción/reconstrucción, a tenor de la circulación del capital. La esca-
la es, desde este punto de vista, una dimensión crucial para la comprensión de
las prácticas sociales. Las escalas geográficas no existen separadamente de las
prácticas sociales que las crean y las modifican.
El concepto de escala nos sirve, pues, para el análisis y ordenamiento en
niveles de los factores que intervienen en la configuración del territorio, en-
tendido como una entidad multiescalar. La complejidad del mundo contem-
poráneo no se entiende sin este instrumento teórico y metodológico esencial,
sin esta especie de zoom cuantitativo y cualitativo.
4. Posmodernismo y posmodernidad
El interés antes mencionado por reexaminar la especificidad de los lugares
sin perder de vista lo global es, en buena parte, una reacción académica e inte-
lectual ante la intensa reestructuración económica, política, cultural e ideológi-
ca del mundo en este final de siglo. Su comprensión exige la elaboración de
nuevas formas de interpretación, de nuevos conceptos, de nuevas ideas. Esto es
lo que pretende la geografía posmoderna. En este contexto, entendemos el
posmoderismo como una metodología que intenta ofrecer una explicación
teórica y práctica a la reestructuración contemporánea de la espacialidad capi-
talista. La posmodernidad expresaría este nuevo estadio social, cultural y eco-
nómico propio del denominado capitalismo tardío, en el que estamos plena-
mente inmersos. Esta nueva fase de desarrollo capitalista se correspondería, en
términos de sistemas de producción, con el denominado sistema posfordista.
En el marco del capitalismo contemporáneo, el sistema fordista, caracte-
rizado por la producción y el consumo en masa, por la estandarización del
producto, por una especial forma de reproducción de la fuerza de trabajo, por
una fuerte inversión en capital fijo y por el papel protector del estado, entra en
crisis a principios de la década de 1970 por la excesiva rigidez del sistema y
por su incapacidad para adaptarse a las nuevas demandas sociales y cultura-
les. El fordismo había caracterizado el desarrollo capitalista a lo largo de bue-
na parte del siglo xx y estaba en la base del dilatado período de expansión de
las economías de los países occidentales que va desde 1945 hasta 1973. Los
sectores industriales y tecnológicos hegemónicos estaban vinculados a la pe-
troquímica, al acero, al automóvil, a la construcción y a la producción de elec-
trodomésticos y otros bienes de consumo de masas. Todos estos sectores -y
algunos más que no hemos mencionado- se convirtieron en el motor del cre-
cimiento económico mundial y se polarizaron en unas cuantas regiones que
destacaban claramente por encima de las demás: el Midwest norteamericano,
la Europa lotaringia (el triángulo París, Hamburgo, Milán), los West Mid-
lands de Inglaterra o la región de Tokio.
Todo ello entra en crisis a partir de 1973. De hecho, ya se habían detecta-
do grietas en el edificio desde hacía algún tiempo, pero la fuerte recesión de
aquel año acabó por fracturarlo. Asistimos entonces a una excepcional rees-
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CAPÍTULO 2
LA TRADICIÓN DISCIPLINAR.
UN SIGLO DE GEOGRAFÍA POLÍTICA Y DE GEOPOLÍTICA
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rio y, más aún, de conservarlo» (Gallois, 1990, p. 148). Solamente Alá estaba
por encima de esta influencia climática. En Ibn Jaldún se encuentra además
una primera aproximación a una relación vital entre la tierra y la sociedad, es
decir, una cierta concepción organicista que unas centurias después será otro
de los elementos definidores del nacimiento de la geografía política.
Otro antecedente a destacar es el del teórico francés Jean Bodin
(1530-1596), quien habla de unas «leyes naturales de las cuales la humanidad
no se puede sustraer» (citado por Gallois, 1990, p. 150), un orden natural que-
rido por el creador. Al igual que Ibn Jaldún, Bodin perfila unas áreas geográfi-
cas que por su clima generan unas sociedades fisiológica y característicamen-
te diferenciadas, entre las que las latitudes medias entre 30 y 60° tendrían una
mejor combinación de virtudes que sus vecinas. Además, como ya hiciera en-
tre otros Aristóteles, Bodin establece una relación entre la geografía física, en
un sentido orográfico, y las posibilidades de defensa y expansión de las socie-
dades.
No será Bodin el único teórico de la ciencia política que trata temas geopo-
líticos en sus escritos sobre el gobierno. Otros autores tanto o más relevantes, y
más o menos contemporáneos, también buscan estas relaciones entre el terri-
torio, las sociedades y el poder: Nicoló Machiaveli (1469-1527), Maquiavelo en
español, en sus consejos de El príncipe; Thomas Hobbes (1588-1679) en el Le-
viatán; Hug Grotius en El derecho de la guerra y la paz; o Giovanni Botero
(1533-1617) en Los libros de la razón de estado son algunos de ellos, tal vez los
más destacados e influyentes. Desde luego, esta concentración en poco más de
un siglo de textos fundamentales para la ciencia política, incluso la contempo-
ránea, no es resultado del azar, sino de una necesidad de dar bases teóricas al
estado-territorial que estaba naciendo en aquel momento.'
No muy diferente a la de Bodin es la interpretación que dará Montes-
quieu (1689-1755) de la relación entre medio, sociedad y gobierno. El barón
es reconocido como un referente ineludible en la construcción del discurso
disciplinar de la geografía política.' Según él, «si es verdad que el carácter del
alma y de las pasiones del corazón son muy diferentes según los distintos cli-
mas, las leyes deberán ser relativas a la diferencia de dichas pasiones y de di-
chos caracteres (...) hace falta despellejar un moscovita para encontrarle un
sentimiento» (Montesquieu, 1987, p. 155). Por tanto, su adscripción a las
ideas de determinismo ambiental parecen claras, avaladas por teorías cientí-
ficas como mínimo extravagantes -pero en consonancia con los conocimien-
tos de la época-, si bien en El espíritu de las leyes' (1748), publicado en 1748,
queda matizada esta identificación. En esta obra enciclopédica -pocas veces
el término puede estar mejor empleado- más bien podría hablarse de plan-
teamientos posibilistas; es decir, según Montesquieu las sociedades actuarían
32 GEOPOLÍTICA
«Esta visión -completada por Adam Smith- permitía ubicar las diversas
sociedades conocidas en un esquema evolutivo: los salvajes cazadores y recolec-
tores del África negra o de América del Norte correspondían a la primera etapa;
los pueblos nómadas del Asia central, a la segunda (pastoreo); la mayor parte
del Oriente, a la fase agrícola y sólo la Europa occidental había alcanzado el ple-
no desarrollo del cuarto estadio, el mercantil. (...)
Permitía reducir el conjunto de la historia a un solo esquema universal-
mente válido, situaba a las sociedades mercantiles europeas -que muy pronto
se definirían como "industriales"- en el punto culminante de la civilización (...)
y daba un carácter "científico" tanto a las pretensiones de superioridad de los
europeos como a sus interferencias a la vida y a la historia de los demás: el colo-
nizador se transformaba en un misionero de los nuevos tiempos que se propo-
nía enseñar a los pueblos primitivos el "verdadero camino" hacia el progreso in-
telectual y material» (Fontana, 1994, pp. 121-122).
34 GEOPOLÍTICA
5. «Frustraciones», las de estos personajes (a los que cabría añadir List) relativamente di-
versas pero que comparten la aspiración del pangermanismo (Gallois, 1990).
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mente, en 1901, en su obra Sobre las leyes de la expansión territorial del estado,
en su estancia en los Estados Unidos y que consideraba fundamental-. Final-
Ratzel llega, finalmente, a proponer efectivamente siete leyes que rigen este
proceso:
En definitiva, una obra que se debe, a la vez que resulta en parte eclipsa-
da, a su implicación en los destinos de Alemania. Friedrich Ratzel interviene
en la Weltpolitik de Guillermo II -de la que será ferviente partidario- con
unas ideas opuestas a las de un Bismarck en retirada. Apuesta por la consoli-
dación de una gran flota capaz de competir con la británica, por una Alema-
nia imperial, por un fomento de las migraciones alemanas como estrategia
colonial, por una Mitteleuropa unida bajo el mando del Kaiser, ... por el sueño,
de nuevo, de von Büllow, List, Herder y Fichte.
«(...) pretendió instituir una ciencia empírica del estado, alejada de las con-
cepciones unilaterales del Derecho, la Historia o la Filosofía. El método pro-
puesto partía, empero, del mismo error cometido casi simultáneamente por
Spengler, consistente en considerar al estado como un organismo biológico (...).
El estado nacía, crecía y moría en medio de luchas y conflictos biológicos, dona-
do por dos esencias principales (el medio y la raza) y tres secundarias (la econo-
mía, la sociedad y el gobierno)» (Vicens Vives, 1951, pp. 48-49).
6. Estas ideas quedan expresadas en su obra mayor, la que más incide de cara a sus segui-
dores, Der Staat als Lebensform, editada primero en Estocolmo y, en 1924, en Alemania. Según él,
la ciencia política quedaba dividida en cinco ramas: la demopolitika, la ekopolitika, la sociopoliti-
ka, la kratopolitika y la geopolitika.
38 GEOPOLÍTICA
Estas ideas de Kjellén son bien recibidas sin duda, dentro de una determi-
nada atmósfera intelectual y política alemana, la que está configurando el dis-
curso nacionalsocialista. Debe tenerse bien presente en este recorrido por la
Geopolitik el contexto histórico del momento, es decir la escalada armamentís-
tica, la lucha colonial, la Primera Guerra Mundial y su colofón, temporal, del
Tratado de Versalles y sus imposiciones a la Alemania derrotada. De hecho,
Kjellén interpreta esta guerra como una contraposición «entre las ideas de 1789
(libertad, igualdad y fraternidad, representadas por el Reino Unido y Francia) y
las de 1914 (orden, rectitud y solidaridad nacional, representadas por Alema-
nia)» (Raffestin, 1995). También es de destacar la contribución a estas ideas de
otros personajes del momento, empezando por el filósofo Oswald Spengler
(1880-1936), que apoya el organicismo y el determinismo y aporta más argu-
mentos a un supuesto destino alemán en nombre de Occidente;' o, desde el
7. Claudio Magris, en su celebrado libro El Danubio (Anagrama, 1989), encuentra la co-
nexión entre los ríos Danubio y Rhin en el tejado de una casa que reparte las aguas de lluvia de
donde nacen ambos ríos.
8. Oswald Spengler es autor del muy impactante, en su época, Declive de Occidente, publi-
cado precisamente en 1918.
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10. Los años finales de Haushofer fueron realmente duros. Primero fue detenido por la
Gestapo como sospechoso de participación en un intento de asesinato de Hitler, hecho por el que
fue fusilado su hijo Albrecht. Más tarde, como se ha dicho, fueron los Aliados los que lo incrimi-
naron y fue juzgado en Nuremberg.
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12. El fenomenal novelista británico de origen polaco plasmó en muchas de sus obras la Eu-
ropa de la segunda mitad del siglo xix y sus anhelos imperiales. Ello le llevó a sentenciar que la Geo-
grafia era «todavía militante pero ya consciente de su inminente fin con la muerte del último gran
explorador», en su texto de 1926 «Geografía y algunos exploradores» (citado por ó Tuathail, 1996).
Este pivote estaría situado en el centro del continente eurasiático, o «Isla
Mundial», de manera que quien lo controlase dominaría el mundo. Además
de la trascendentalidad del pivote, para Mackinder la geografía del poder se-
ría resultado de un balance entre otros tres espacios que definían la represen-
tación histórica y geográfica del planeta: lo que el llamaba Inner or marginal
crescent -Arco o creciente interior o marginal»- y las Lands of the outer or
insular crescent -Tierras o islas del arco o creciente exterior.
En 1904 el control del pivote estaría todavía en manos de las potencias
marítimas, en gran medida por su capacidad de controlar indirectamente este
eje geopolítico -basta recordar el mapa de enclaves del imperio británico- y
también porque no existiría ninguna potencia terrestre capaz de dominarlo.
Rusia, según Mackinder, era quien tenía una gran posibilidad futura de orga-
nizar la Isla Mundial («de hecho la coincidencia territorial entre ambos espa-
cios era casi perfecta»), pero era una potencia dormida sin capacidad de ren-
tabilizar su posición, a menos que los avances tecnológicos y sus esfuerzos en
consolidar grandes líneas ferroviarias lo facilitasen. Por eso, el escenario que
más temía el geógrafo británico era que pacífica o violentamente alguna otra
potencia lograse apoderarse del pivote.
Esta visión llevaba a Mackinder a reclamar para su país una reestructura-
ción del imperio que pasaba por una nueva política interior y por una nueva
política de alianzas internacionales. La dimensión interna implicaba un re-
planteamiento absoluto de uno de los fundamentos de la economía y, en bue-
na medida, de la sociedad británica: el sistema de libre mercado. En un nuevo
concierto internacional de competencia con imperialismos proteccionistas
-Alemania, Francia y, en ciernes, Estados Unidos-, el Reino Unido no podía
permitirse mantener abiertos sus mercados, cuando ya había empezado a
perder su hegemonía económica, como diría Kondratiev (Taylor, 1994). Con
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14. Especial relieve tienen las obras de Huntington Civilization and climate (1915) y The
mainspring of civilization, de 1945, donde el determinismo ambiental se convierte en ley para la
localización y el desarrollo de las civilizaciones.
15. Texto que, a su vez, fue replicado por Otto Maull en 1925.
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18. Quien en 1936 publicó una Géopolitique, de base posibilista, que compartía con sus
colegas alemanes una visión conflictiva de la relaciones internacionales (Vicens Vives, 1951; Ga-
llois, 1990). Fueron precisamente las fuerzas de ocupación alemanas las que lo asesinaron du-
rante la Segunda Guerra Mundial.
LA TRADICIÓN DISCIPLINAR. UN SIGLO DE GEOGRAFÍA POLÍTICA Y DE GEOPOLÍTICA 51
regional de inicios de siglo: desde la crítica sin fisuras hasta llegar a un cierto re-
conocimiento, sobre todo de su gran maestro Vidal de la Blache. El redescubri-
miento por parte de Yves Lacoste del texto La France de l'Est (1916), de Vidal de
la Blache, fue el hecho fundamental para el cambio de valoración (Pujol y Ribas,
1989); de hecho, Lacoste acusa a la geografía académica de su país de haber es-
condido todo lo que insinuara una relación entre la ciencia y la política:
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54 GEOPOLÍTICA
tuai en general, se mueven en una doble vía que acabará en gran medida coin-
cidiendo (Heffernan, 1998). Por un lado, el paneslavismo, como aspiración
cultural y política -romántica y nacionalista- que implicaba una oposición
a los cánones culturales occidentales, considerados decadentes por abrazar
ideales exclusivamente materialistas e individualistas (Heffernan, 1998,
p. 80). Por otro lado, sobre todo durante la segunda mitad del siglo, se desa-
rrolla otro discurso de «misión nacional», pero en este caso hacia el este, ha-
cia el Pacífico, un territorio visto como una especie de terra incognita abierta y
sin frontera ni física ni política, al estilo del Go west americano. Esto propició
una política oficial de expediciones científicas de exploración hacia Siberia y
Asia central, realizadas principalmente desde la Academia de las Ciencias
pero también, posteriormente, desde los ministerios de carácter militar y la
Sociedad Geográfica Imperial fundada el 1845 (Capel, 1981). Este proceso de
construcción estatal está en el origen de la pregunta que reiteradamente se ha
planteado respecto a Rusia sobre si se trata de un estado o de un imperio (Bas-
sin, 1988; 1991).
Las dos líneas sumadas acaban configurando un planteamiento territo-
rial similar al ratzeliano, de consolidación de un espacio nacional de base cul-
tural -eslava y ortodoxa- para, a continuación, ir en busca de un lebens-
raum natural. El resultado sería una Rusia dominadora de todo el espacio
central del continente euroasiático; es decir, más o menos el Heartland pro-
puesto por Mackinder.
Estas mismas encrucijadas de la geopolítica rusa permanecerán prácti-
camente constantes durante todo el siglo xx, naturalmente con el salto cuan-
titativo y cualitativo de su transformación en una primera potencia mundial
como Unión Soviética. Este rol inédito para el país y desde esta perspectiva
ideológica conlleva nuevos planteamientos o nuevas perspectivas sobre los
preexistentes, empezando por la crítica leninista al imperialismo. Esta críti-
ca, plasmada en El imperialismo, fase superior del capitalismo (Lenin, 1974,
edición original de 1916), se fundamenta en el análisis del capitalismo reali-
zado por Lenin, el de la fase de «monopolismo financiero». Según él, el im-
perialismo no resultaría de una perversión del capitalismo -interpretación
de los críticos liberales como el británico Hobson o Schumpeter, ya mencio-
nados-, sino que sería una consecuencia del mismo; o, mejor dicho, el re-
sultado final.
Por su base marxista, el análisis de la situación internacional de inicios
del siglo xx que hace Lenin estará marcado por la lucha de clases, de manera
que el imperialismo es interpretado como un instrumento de las oligarquías
financieras para conseguir una cohesión interna de la sociedad nacional y una
ampliación mercantilista de los mercados a escala internacional. En definiti-
va, Lenin ve como única salida a este nuevo mecanismo de explotación y do-
minación social la revolución socialista e internacionalista, de solidaridad en-
tre clases oprimidas. Desde esta perspectiva: «¿cómo los ideólogos soviéticos
podían admitir que el espacio geográfico es un elemento fundamental del po-
der de los estados cuando, para ellos, el único motor para la evolución de las
sociedades es de orden socioeconómico?» (Romer, 1987, p. 107).
Esta misma base marxista, pero debidamente manipulada por las ansias
de consolidar un poder autoritario, es la que pone en movimiento la geopolíti-
LA TRADICIÓN DISCIPLINAR. UN SIGLO DE GEOGRAFÍA POLÍTICA Y DE GEOPOLÍTICA 55
56 GEOPOLÍTICA
58 GEOPOLÍTICA
60 GEOPOLÍTICA
«El método geohistórico debe basarse en esta Ley de Oro. Alejado de cual-
quier determinismo racial o geográfico, el hombre no ha de considerar sus rela-
ciones con la tierra como una mística del espacio vital, sino como una experien-
cia empírica, en la que no es dable desconocer ni las influencias del suelo ni las
acciones de la sangre. Son ambos estímulos -dosificados de acuerdo con un or-
den de creciente adversidad- los que producen en el cuerpo social las energías
culturales creadoras, las cuales no han de confundirse con equivocadas mani-
festaciones de expansión técnica y política, sino con el profundo arraigo, en
cada hombre, de las ideas de autodeterminación individual y autoarticulación
social» (Vicens Vives, 1951, pp. 75-76).
28. Son varios los libros que aparecen, entre ellos: Méndez y Molinero (1984a; 1984b, ac-
tualizado en 1998); Sánchez (1992); López Trigal y Benito (1999); o los trabajos de Bosque Mau-
rel y Bosque Sendra con García Ballesteros (1982; 1984; 1989; 1992); Nogué (1991 y 1998). Tam-
bién alguna revista como, por ejemplo, Geocrítica y traducciones como las de Sanguin (1981),
Gallois (1992); Lacoste (1977) o Taylor (1994).
29. Un elenco exhaustivo es imposible. Sin embargo, se pueden destacar algunas obras
por su ejemplaridad en sus respectivos campos -la economía, el derecho y la ciencia política-:
l a de Antoni Castells y Núria Bosch Desequilibrios territoriales en España y Europa (1999), la de
Jordi Solé Tura Autonomía, federalismo y autodeterminación (1987) y la de Montserrat Guiber-
nau Nacionalismes: Estat-nació i el nacionalisme al segle xx (1997).
LA TRADICIÓN DISCIPLINAR. UN SIGLO DE GEOGRAFÍA POLÍTICA Y DE GEOPOLÍTICA 61
30. Lacoste relata en el número especial por los veinte años de Hérodote cómo el órgano
del Partido Comunista frances, L'Humanité, fue demoledor con las «veleidades» tercermundis-
tas de la revista. En cuanto al nacionalismo, ha sido Lacoste quien ha publicado un libro titulado
Vive la nation (1997).
31. Véase el apartado 4.1.
62 GEOPOLÍTICA
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- (1951): Tratado general de geopolítica, Barcelona, Vicens-Vives.
CAPÍTULO 3
66 GEOPOLÍTICA
Este impulso llevó a organizar los estados a partir de dos modelos bási-
cos: el absolutista -presente en Francia, Suecia, España o Prusia- y el de
monarquías constitucionales -caso de Inglaterra y Holanda- ( Held y otros,
1999). Ambos, a pesar de sus notables diferencias, compartían elementos de
centralización del poder, rompiendo las estructuras feudales y, sobre todo,
asumiendo la responsabilidad, no gratuita, de defender los intereses económi-
cos del estado.
Con la Revolución Francesa (1789) se abrió una nueva etapa, que supuso,
entre muchas otras cosas, no tan sólo una confirm ación del estado como enti-
dad política, sino una profunda transformación del mismo. La literal decapita-
ción de la monarquía absolutista, del soberano, implicaba una nueva noción de
soberanía, así como un nuevo contrato entre ciudadanos e instituciones. Esto
es evidente si se piensa en la frase de Luis XIV «el estado soy yo». De hecho, se
habla del estado surgido de la Revolución como estado burgués, puesto que
será este grupo social el que consiga ocupar el poder político y, por lo tanto, lo
reestructure de manera que responda a sus necesidades e intereses.
Una situación parecida se vivió en las colonias británicas de Norteaméri-
ca, cuando los «americanos» reclamaron un nuevo sistema político a la mo-
narquía metropolitana bajo el lema «no taxation without representation»,
nada de impuestos sin participación (política), lo que llevó, finalmente, a la
independencia en 1776.
Pero al estado surgido de la Revolución Francesa -sin olvidar las aporta-
ciones del sistema político británico, holandés y, como se acaba de decir, de la
Revolución Americana- también se le ha denominado de otras maneras se-
gún cómo, quién y para qué lo interpretara: estado gubernamental, estado re-
presentativo, estado capitalista, estado liberal o estado moderno. Esta última
denominación ha sido, tal vez, la más difundida y la más ecuménicamente
aceptada. Un adjetivo, «moderno», que proviene de la identificación de la ins-
titución con la construcción, a partir del siglo xvii , de la sociedad occidental
en todas sus facetas. Es decir, se interpreta el estado como resultado e instru-
mento de la modernidad; de una nueva estructura social no aristocrática pero
clasista, de una cultura laica, de una nueva fe basada en la ciencia, en la razón
y en el progreso y de una economía preparada para dar paso a la industrializa-
ción y al capitalismo de mercado ( Harvey, 1989; Wallerstein, 1991). Como
dice Josep Fontana:
68 GEOPOLÍTICA
Por otro lado, durante este mismo siglo xix y por el avance del imperialis-
mo, el estado se extiende hacia territorios muy alejados, física y culturalmen-
te, del occidente europeo y americano. Un modelo que, una vez que la presen-
cia de las metrópolis irá desapareciendo y se iniciarán los procesos de desco-
lonización, se generalizará como única forma de soberanía política reconoci-
da por el sistema internacional.
En resumen, el estado moderno es, o ha sido, una institución ineludible
de la organización política, económica y social de los últimos dos siglos: el es-
tado es el «contenedor de la modernidad» (Painter, 1995, p. 30).
Estado es, sin duda, una palabra polisémica y, por ello, un concepto que
presenta diversidad de interpretaciones. Del uso de sus múltiples significados
hay ejemplos cotidianos: para unos, tiene un significado estrictamente admi-
nistrativo; para otros, es sinónimo de patria o de territorio. Desde otro punto
de vista, hay quien ve el estado como un aparato estrictamente de represión y
hay quien lo aprecia, por el contrario, como un garante de la libertad (Lacos-
te, 1997).
El geógrafo Joan Eugeni Sánchez (1992) intenta sistematizar estos signi-
ficados -que él cualifica de ambiguos- y propone cuatro acepciones bási-
cas: estado-nación, estado-poder, estado-territorio y estado-administración.
En cuanto a la primera, a la que se dedicará más espacio en el apartado 5.1, es
una acepción compleja, debido a que son innumerables los autores que discu-
ten la identificación entre estado y nación (Nogué, 1998). Si un estado es una
institución política de soberanía reconocida por derecho y una nación es
una comunidad formada por personas que comparten elementos históricos y
culturales, hay estados que contienen más de una nación -España, por ejem-
plo-; hay naciones que no son un estado -Cataluña, por ejemplo-; hay na-
ciones repartidas entre varios estados -Albania, Kurdistán-; e, incluso, hay
naciones teóricamente compuestas de estados, como los Estados Unidos de
América. También hay que tener presente que los estados, como mínimo des-
de el siglo xix, han sido mecanismos para la consolidación o aniquilación de
naciones, para la creación de sociedades nacionalmente homogéneas y para
la unificación de economías (Sànchez, 1992). En definitiva, la equiparación,
muy extendida, entre estado y nación requeriría muchos más matices de los
que normalmente presenta.
Otro de los posibles significados del estado es el que lo identifica como
una institución capaz de organizar la coacción -según Antonio Gramsci, de
manera exclusiva-, la producción y la reproducción en función de unos de-
terminados modelos e intereses: el estado, en definitiva, como instrumento de
poder. Un instrumento que, como se verá a continuación, para unos es nece-
sario y para otros no, para unos es benéfico y para otros perjudicial. En todo
caso, como se ha dicho, igual que la acepción de estado-nación, el estado
como poder -a veces el poder- es un elemento fundamental de la construc-
ción de Occidente y de la occidentalización del mundo.
Estado-territorio parte de la constatación de que todo estado posee un te-
rritorio sobre el que ejerce la soberanía -o que todo estado es un territorio-.
Este territorio, delimitado por una frontera, contiene a la ciudadanía someti-
da a dicha soberanía. Por lo tanto, sin territorio no habría estado, si bien hay
quien matiza esta afirmación pensando en las naciones institucionalizadas de
al una manera pero en diáspora, como por ejemplo el Kurdistán. Pero con es-
tas matizaciones, estado implica territorio y, por eso, se habla de esta-
do-territorial.
Por último, la acepción estado-administración se refiere al estado como
mecanismo burocrático, organizador y gestor de competencias. La organiza-
ción de las competencias y el grado de reparto del poder dan lugar a otra de las
vías de interpretación:
«La combinación de problemáticas históricas y territoriales ha dado lugar
a (...): modelos autoritarios (...), modelos basados en el centralismo, modelos
democráticos, modelos descentralizados, regionalistas o autonomistas, mode-
los federales o confederales (...)» (Sànchez, 1992, p. 110).
70 GEOPOLÍTICA
Por lo que se refiere a las funciones del estado, éstas, lógicamente, tam-
bién estarán sometidas a interpretaciones según cuál sea la teoría, de las antes
citadas, de la que se parta. Desde una visión tradicional, las funciones -com-
petencias, si se prefiere- básicas que ejerce el estado están en relación con la
soberanía. Así, el estado será responsable del mantenimiento del orden en el
interior de su territorio y de su integridad -la gobernación-; de la relaciones
4
con otros estados -política exterior-; y de la ordenación interior de la eco-
nomía, materializada en la creación y control de la moneda, y de la competiti-
vidad exterior de la misma. Todas estas competencias, el estado las tiene teó-
ricamente que ejercer con exclusividad dentro de su territorio, y cualquier
cuestionamiento de dicha exclusividad pone en entredicho la soberanía. El
papel vital de estas funciones queda reflejado en la expresión políticas de esta-
do, dentro de las cuales se incluyen las relaciones exteriores y la seguridad,
que, en general, presentan una estabilidad y continuidad -como mínimo en
los estados occidentales- que va más allá de los cambios coyunturales de po-
der, en aras de un hipotético interés nacional, otra expresión de uso corriente.
Ejemplos de este tipo de políticas son innumerables, desde la continuidad de
la política exterior norteamericana respecto a Irak a pesar de los cambios de
gobierno, hasta el consenso generalizado conseguido en la política alemana o
francesa para controlar y aislarlos brotes de xenofobia y extremismo de la de-
recha.
Si se acepta que el estado es un instrumento de poder, es a partir de éste
que se puede definir otra perspectiva de sus funciones. Así, según la división
clásica del poder en económico, ideológico y político (Bobbio, 1984), el estado
ejercería funciones en cada una de dichas dimensiones. El economista James
O'Connor (1981) ha intentado sistematizar estas funciones. Así, respecto al
poder económico, el estado tendría como obligación garantizar la acumula-
ción mediante la creación de las condiciones para la producción de riqueza:
construcción de vías de comunicación, de redes energéticas, servicios para la
economía como la financiación de la investigación aplicada, ... A esta función
O'Connor la denomina inversión social.
Respecto al poder ideológico, O'Connor habla de consumo social, consis-
tente en «los proyectos y servicios que disminuyen el coste de reproducción»
(p. 26) -por reproducción se entiende tanto la continuidad del sistema social
vigente como de la fuerza de trabajo-. Serán ejemplos de consumo social fi-
nanciado por el estado la sanidad y la educación públicas, que garantizarán la
salud física y espiritual del conjunto de la población.
Y, finalmente, la aportación del estado al poder político será su rol como
4. Para una explicación más detallada de la naturaleza de las relaciones exteriores, véase
el capítulo 4.
72 GEOPOLÍTICA
En la última década han sido muchos y variados los discursos que han ar-
gumentado que el estado moderno es una institución en proceso de disolu-
ción ante, por un lado, los impulsos homogenizadores de la globalización y,
s
por otro lado, la fragmentación de las identidades. Sin embargo, no se trata
de una dinámica tan evidente como algunos defienden, sino que, más bien, el
análisis del panorama estatal nos llevaría a conclusiones bastante más com-
plejas e, incluso, contradictorias.
En el apartado precedente se ha construido una lógica que, partiendo del
concepto de poder político ha llegado al estado como detentor del mismo y a
la soberanía como instrumento fundamental para su ejercicio. Sin duda, el
poder continúa existiendo en abstracto y como acción efectiva; y también los
estados perviven, e incluso aumenta su número con cierta asiduidad. Sin em-
bargo, nadie parece discutir que los estados han perdido poder, ¿dónde radi-
ca, pues, su debilidad? La respuesta a esta pregunta pasa por el tercer concep-
to mencionado: la soberanía.
Que el estado fuera depositario de la soberanía implicaba que esta insti-
tución gestionara de manera exclusiva -monopolística, según Gramsci-
una buena proporción de las dimensiones políticas, económicas e ideológicas
de una sociedad. La supuesta crisis del estado tendría como origen la denomi-
nada globalización' -para muchos autores la auténtica deus et machina de to-
das las reestructuraciones contemporáneas (Sassen, 1996; Hoogvelt, 1997;
Castells, 1998; Nogué, 1998; Held y otros, 1999)- que, como se ha dicho, por
un lado acabaría con la exclusividad antes referida y fragmentaría la sobera-
nía entre varios agentes; y, por otro lado, eliminaría parcialmente el sentido
del propio concepto y lo disolvería en la atmósfera de lo global.
74 GEOPOLÍTICA
Así pues, veamos cuáles son los nuevos escenarios de la soberanía y hasta
qué punto los estados mantienen parcelas de este poder exclusivo al que se ha-
cía referencia o hasta dónde las han cedido a otras instancias de dimensión
superior -hacia la globalización o las macroregiones, como las denomina
Anderson (1995)- o inferior -microrregiones-.
7. Véase el apartado 4.1 donde se presentan diversas teorías de sistemas mundiales que,
en general, parten del siglo xvi.
Las teorías clásicas, sean de corte liberal o marxista, siempre han recono-
cido un papel central de los estados en la estructuración de la economía mun-
dial. Como se ha reseñado en el apartado anterior, incluso la teoría liberal del
comercio internacional -el libre comercio- argumenta un intercambio en-
tre economías estatales, con instituciones que regulen y garanticen la compe-
tencia (Bobbio, 1984; Todaro, 1985; Méndez, 1997). Los instrumentos de los
estados para ejercer su rol de fomento y defensa de la economía han sido tra-
dicionalmente -entendiendo por tradición al menos los dos últimos siglos-
la gestión de las fronteras, como mecanismos de filtro comercial, y la política
monetaria. Así se explica la paradoja antes mencionada entre un sistema
mundial único y unas estructuras económicas y políticas fragmentadas. Es
decir, el sistema mundial ha comportado un determinado equilibrio de com-
plementariedad entre soberanía e interdependencia.
En este equilibrio, la importancia de los aranceles y del cambio moneta-
rio -de la soberanía económica- ha variado a lo largo del tiempo y en fun-
76 GEOPOLÍTICA
ción del poder de cada estado dentro del sistema. Pero, en general, puede afir-
marse que desde la Segunda Guerra Mundial se ha ido hacia una progresiva
liberalización y, por lo tanto, a limitar la capacidad de usar dichas políti-
cas. Precisamente para ello se crearon, en 1944, las instituciones de Bretton
Woods -como el Fondo Monetario Internacional (FMI) o los Acuerdos Gene-
rales sobre Aranceles y Comercio (GATT, desde 1995 Organización Mundial
del Comercio)- que tenían como objetivo ampliar, regular y asegurar el in-
tercambio entre economías de ámbito estatal, pero manteniendo ciertas par-
celas de soberanía; entre otras cosas porque la Guerra Fría imponía la necesi-
dad de un orden político estricto que sólo los estados podían garantizar.
Sin embargo, la Guerra Fría ha terminado y ambos instrumentos -aran-
celes y política monetaria- se han convertido más en frenos para la economía
que no en sus reguladores y garantes, debido a lo que Hoogvelt denominaba
profundización. Una profundización que, de nuevo, ha sido favorecida por las
instituciones económicas internacionales y que ha exigido casi una total aper-
tura de los mercados financieros -no los laborales, como puede observarse a
diario con las políticas migratorias-. Esta apertura implica realmente un
nuevo sistema y se explica por la necesidad de las empresas de superar el prin-
cipio que parecía inamovible de economías estatales para poder mantener su
competitividad, ampliar mercados y minimizar costes; es lo que se ha deno-
minado posfordismo o capitalismo tardío (Harvey, 1989; Jameson, 1991).
Para ello, las empresas necesitan localizarse -o lo que, con imprecisión, se
denomina deslocalizarse- donde más les convenga y hacer fluir el capital sin
peajes políticos, sin fronteras.
Ejemplos los hay a raudales. La empresa de electrónica holandesa Phi-
llips dispone actualmente de más trabajadores en China que en los Países
Bajos. No hay más que fijarse en los made in de un ordenador personal IBM
para constatar su variado origen: en él se encontrarán componentes nortea-
mericanos, taiwaneses, chinos e irlandeses... a pesar de lo cual la empresa en
su conjunto sigue siendo uno de los símbolos de los Estados Unidos. O pién-
sese en la complejidad de las compañías automovilísticas, que han pasado
de una producción empresarial y territorialmente integrada a un sistema re-
ticular y, en gran medida, externalizado. Hasta hace poco menos de veinte
años, Seat era una marca automovilística estatal con una gran factoría en la
Zona Franca de Barcelona donde se fabricaban los coches prácticamente en
su totalidad. Era el paradigma del fordismo. Actualmente Seat es propiedad
de una gran transnacional, Volkswagen, y su planta central de producción
en Martorell (Barcelona) es más bien una gran cadena de montaje. Los com-
ponentes pueden provenir del denominado parque de proveedores, nacido al-
rededor de la planta y constituido por empresas que nada tienen que ver con
la propiedad de SEAT, o bien de otras instalaciones de Volkswagen en Nava-
rra, Alemania, Bélgica, la República Checa, Portugal o, incluso, México, bajo
el nombre de la casa madre o de filiales como Seat, Audi o Skoda que, ade-
más, compiten entre ellas.
Este modelo empresarial es el que permite comprender por qué a media-
dos de los años noventa el 40 % del comercio mundial fuera, de hecho, inter-
cambio interno entre las mismas compañías (Sassen, 1996); o que los produc-
tos de alta tecnología de Malasia y Filipinas signifiquen, respectivamente, el
78 GEOPOLÍTICA
80 GEOPOLÍTICA
tico. Efectivamente, desde inicios de los años noventa el número y peso de ins-
tituciones que agrupan estados con el objetivo de integrar mercados y políti-
cas se ha ido incrementando. Tanto es así que entre 1990 y 1998 se han creado
más instituciones de este tipo que en los cuarenta años anteriores. Estas insti-
tuciones han ido asumiendo competencias que, o bien hasta este momento
habían gestionado los estados, o bien son nuevas necesidades generadas por
la globalización. Así, las Naciones Unidas, la Unión Europea (UE), el Tratado
de Libre Comercio (TLC) norteamericano, la Asociación de Naciones del Sud-
este Asiático (ASEAN), el Mercosur (que agrupa a Argentina, Brasil, Paraguay
y Uruguay), el G-8 (reunión de los siete países más ricos del mundo y Rusia),
la Comunidad de Estados Independientes (CEI, la institución para la coordi-
nación de algunos de los estados exsoviéticos), la Organización del Tratado
del Atlántico Norte (OTAN, el sistema común de defensa de los países del anti-
guo bloque de aliados occidentales), la Liga Árabe, o el G-77 (grupo de los paí-
ses más pobres del planeta) se han convertido, bien es cierto que unos más
que otros, en agentes geopolíticos del nuevo sistema global.
Aunque no todas ellas son organizaciones nacidas como resultado de la
globalización, su papel sí ha sido notablemente reforzado y transformado a
partir de ella. Así, el embrión de la UE, la Comunidad Europea del Carbón y
el Acero, se creó en 1951 en un contexto de reconstrucción y de división por
la Guerra Fría; la ASEAN fue fundada en 1967; pero, en cambio, el TLC se
puso en marcha el 1 de enero de 1994 y el Mercosur en 1991. El caso de la
OTAN presenta unas características singulares, puesto que se trata de una
institución que se transforma para mantener su protagonismo en la escena
mundial: de alianza militar anticomunista a vigía de los intereses occidenta-
les." Sea como fuere, su delimitación define unas áreas que no son ni mucho
menos resultado del azar, sino que surgen de espacios políticos y económi-
cos que, de una manera u otra, presentan elementos comunes en cuanto a su
papel en el sistema mundial. Entre ellos, en sus instrumentos y objetivos,
presentan notables diferencias, desde unos casos en que se ha ido poco más
allá del levantamiento de aranceles, como sucede en el Mercosur o el TLC,
hasta otros que suponen verdaderamente un proceso de unificación econó-
mica y política.
Por esta misma lógica, instituciones supraestatales que respondían a si-
tuaciones del sistema mundial ya superadas -como la Guerra Fría- han de-
saparecido o han quedado eclipsadas ante la inutilidad de sus objetivos o la
obsolescencia de sus agrupaciones. Son las situaciones que han vivido el Pac-
to de Varsovia y el COMECOM -ambas instituciones de soporte económico y
militar del bloque soviético- o el Movimiento de Países No Alineados
-igualmente comprensible en la división de Bloques- o la Agencia para el
Libre Comercio en Europa (EFTA), constituida por estados europeos encabe-
zados por el Reino Unido reticentes al antiguo Mercado Común. Incluso la
CEI, a pesar de su origen reciente, parece haber caído en una especie de letar-
go que prácticamente la anula desde un punto de vista geopolítico.
Una situación paradójica es la que vive las Naciones Unidas, puesto que,
cuando más sentido tendría que ejerciera su papel de gobierno mundial, más
10. Véase el apartado 5.2.
La cuestión de hasta qué punto los estados estaban dispuestos a ceder so-
más de detalle ambos aspectos.
82 GEOPOLÍTICA
Si hasta este momento se ha visto cómo los estados perdían parte de su rol
tradicional en favor de procesos ascendentes, de transferencia de competencias
Uno de estos espacios locales, tal vez el más característico, es el que Sas-
kia Sassen (1991; 1994) denomina ciudad global:
«En la fase actual de la economía mundial, es precisamente la combina-
ción de la dispersión global de las actividades económicas y una integración glo-
bal lo que ha contribuido a la adjudicación de un rol estratégico a ciertas gran-
des ciudades que yo denomino ciudades globales. (...) hoy las ciudades globales
son centros de mando de la organización de la economía mundial; lugares clave
y mercados para las actuales industrias líderes, las financieras y de servicios a
las empresas, incluyendo la producción de innovaciones» (Sassen, 1994, p. 4).
86 GEOPOLÍTICA
del espacio político estatal. Frente a ellas, los estados se convierten a menudo
en agentes secundarios o en pie de igualdad con otros agentes económicos y po-
líticos, con los que las decisiones son disputadas o compartidas.
El rol global implica transformaciones del espacio urbano y de sus usos,
muy importantes, en algunos casos traumática, tanto para adaptarse a las
nuevas funciones como por el hecho de que son espacios muy rentables desde
el punto de vista inmobiliario. Los ejemplos en este sentido son múltiples.
Piénsese en la muy analizada transformación de los docks londinenses (los an-
tiguos muelles imperiales, de extensión superior a las 2.000 ha.) a principios
de los años ochenta, auténtica apuesta del gobierno conservador para reintro-
ducir la capital británica entre las ciudades de poder mundial (Hall, 1998;
Harvey, 1998).
Esta transformación, desde una perspectiva de geografía política, tuvo
muchos efectos, siendo uno de ellos la alienación del espacio de los poderes
políticos locales y estatales, para dejarlo en manos del mercado mundial, tan-
to en sus aspectos inmobiliarios como funcionales. Otro de los efectos, como
condición para que el proyecto de los Docklands arrancara, fue la sustitución
del tejido social y urbanístico a cargo del erario público, desplazando pobla-
ción y actividades obsoletas, lo que dio como resultado la gentrification del
área. El geógrafo Neil Smith (1996) ha estudiado el fenómeno de la gentrifica-
tion del espacio urbano y ha demostrado, en especial para el caso de Nueva
York, que la transformación de espacios no ya locales sino a una escala mu-
cho menor -calles, barrios- responde a las necesidades de la globalización.
Este proceso supone uno de los aspectos más críticos de la globalización de
las ciudades, su efecto desarticulador de la sociedad, puesto que provoca una1 3
dualización entre los grupos sociales integrados y los que quedan al margen
(Soja, 1996; 2000; Harvey, 1998; Sassen, 1998; Veltz, 1999; Albet, 2001).
Otros autores (Castells y Borja, 1997) interpretan la ciudad global más
como un concepto abstracto que no como una realidad física; la ciudad global
no es un lugar, es un proceso desde donde se gestionan, innovan y coordinan
los flujos de información, escribirá Castells (1998, vol. I). Desde esta perspec-
tiva, la ciudad global sería más bien una red de nudos globales, representando
cada uno de ellos un enclave de dicha ciudad, de manera que «las relaciones
cambiantes respecto a esa red determinan, en buena medida, la suerte de ciu-
dades y de ciudadanos» (Castells y Borja, 1997, p. 43). Sea cual sea la interpre-
tación de la ciudad global, su alto valor geopolítico no cambia, y su desenrai-
zamiento relativo del entorno político estatal tampoco.
2.3.2. Las nuevas regiones
88 GEOPOLÍTICA
Así pues, desde hace veinte años estas estructuras a menudo históricas
empezaron a cobrar una relevancia que se materializó en políticas locales
para el desarrollo -piénsese que todavía se estaba bajo los efectos de la crisis
de los setenta-, que hasta entonces parecían patrimonio exclusivo de los es-
tados centrales. En algunos casos, estas políticas no tan sólo respondían a la
necesidad de reorganizar el espacio ante nuevas demandas tanto de la ciuda-
danía como de la globalización, sino también a objetivos más o menos explíci-
tos de cuestionamiento de los estados por parte de otras realidades políticas.
A ello contribuyeron dos procesos simultáneos: el de unificación europea y el
de desintegración del bloque soviético. Ambos abrían la posibilidad de supe-
rar las rigideces estatales y reconocer lógicas funcionales o culturales no con-
dicionadas por estructuras políticas, sin que ello tuviera que desembocar en
un conflicto como los que cíclicamente habían sacudido Europa. De estos
años son las representaciones del espacio europeo sugeridas por el grupo Re-
clus de Montpellier (1989), en las que las tramas designaban arcos mediterrá-
neos, cornisas atlánticas o arcos lotaringios y en las que los rankings clasifica-
ban las ciudades; o las redes de ciudades que intentan complementar sus ofer-
tas para atraer inversiones; o los planes estratégicos que proponen ofertas te-
rritoriales dispuestas a competir en el mercado global. Nuevas cartografías
que responden, como siempre, a nuevos mensajes geopolíticos.
Desde un punto de vista institucional, en algunos casos estos espacios re-
gionales respondían a instituciones subestatales -por ejemplo algunas de las
provincias o regiones autónomas italianas o españolas, o algunos land alema-
nes-, pero en otros casos no era así y, por este motivo, se generaron agrupa-
ciones de ciudades y regiones con el fin de obtener algún tipo de reconoci-
miento y generar sinergías. Tal vez, la más significativa de estas agrupaciones
fue la asociación de las Eurociudades, encabezada por Barcelona, que reunía
grandes ciudades sin capitalidad política estatal como Milán, Lión, Hambur-
go, Oporto, Edimburgo, ... pero son muchísimas más las que existen, a menu-
do en forma de redes de cooperación estimuladas por los programas de la UE,
y muy diversos los argumentos que las relacionan.
Todo este movimiento ha tenido su reflejo en los mecanismos técnicos,
de intervención y, también, institucionales de la UE. Concretamente, la Unión
reconoce doscientas veintidós regiones dentro del territorio de los quince es-
tados miembros y, de manera diferente en cada estado, participan de algunas
de las políticas comunitarias (en algún caso también las ciudades). Además, la
propia Unión articula algunas de sus acciones a partir de la base regional, si-
guiendo un cierto criterio de subsidiariedad, en especial una buena parte de
los recursos de inversión para el desarrollo, mediante el Fondo Europeo para
el Desarrollo Regional (FEDER, creado en 1975), y la cohesión con el Fondo
Social Europeo. También son destacables, por su significación geopolítica,
los programas para el desarrollo interfronterizo, como el Interreg, que, ade-
más de consolidar la UE, refuerza espacios regionales tan importantes como
el de Lión-Turín o el de Lille-Bruselas o, todavía más significativo, el de Pa-
rís-Londres. Además, la UE, desde la entrada en vigor del Tratado de Maas-
tricht, cuenta con un organismo consultivo denominado Comité Regiones de
Europa, aunque hasta el momento no ha definido con demasiada precisión
sus funciones.
En resumen, y más allá del caso de la UE, los estados han dejado de ejercer
en toda su integridad el rol que en otros momentos, en otras lógicas económicas,
habían desempeñado como intermediario y motor de la sociedad, y estas funcio-
nes han recaído en otros tipos de espacios de escala más próxima a realidades
funcionales o de identidad cultural: ciudades, regiones y naciones. Esto significa
que la incuestionabilidad del estado(-nación) como única instancia que legítima-
mente podía representar políticamente a su ciudadanía ha dejado de ser una vi-
sión suficiente para interpretar el sistema mundial. Es decir, si la globalización
realimenta la identidad, ésta ya no pasa necesariamente por el estado.
90 GEOPOLÍTICA
por los estados para adaptarse a la globalización. Además, los estados han de-
mostrado su utilidad, o su carácter aún imprescindible, para la difusión de las
nuevas tecnologías y la adaptación de la sociedad a las mismas -lo que se ha
denominado estado desarrollista-. Pero hay otros tipos de discursos y políticas
que tienen como objetivo la retención de poder. Podría decirse que en muchos
casos se asiste a una renacionalización de los estados. Las formas que toman es-
tos procesos pueden ser muchas y más o menos explícitas, dependiendo de las
circunstancias de cada estado y de cuál sea el adversario al que se quiere dar res-
puesta: la globalización o la, presunta o efectiva, fragmentación interna.
Hay ejemplos poco sutiles, como el del discurso del Partido Liberal aus-
tríaco -en el gobierno-, que utiliza como baza electoral la defensa de unos
supuestos valores tradicionales del país y la alarma contra la injerencia euro-
pea y la invasión de la inmigración, lo que le reporta un buen número de vo-
tos. Tampoco es muy sutil el intento del gobierno chino o de Irak de limitar el
acceso de los ciudadanos a internet y a las emisiones de televisión por satélite.
O es bien explícito el discurso del presidente Bush cuando reclama, de acuer-
do con el nacionalismo ultraconservador norteamericano, la puesta en mar-
cha de un sistema de defensa exclusivo para su país.
Si todos estos ejemplos son de reacción frente a procesos generados por
la globalización y la relativización de las fronteras, hay también claros expo-
nentes de situaciones en las que la renacionalización responde a temores de
fragmentación interna. Desde esta perspectiva se pueden interpretar los es-
fuerzos del gobierno estadounidense -y de estados como California- por
mantener la primacía del inglés -a pesar de los discursos institucionales de
multiculturalidad-; o las acciones y ofensiva ideológica del gobierno español
para deslegitimar el nacionalismo como opción política democrática, ampa-
rándose en la criminalidad del terrorismo vasco.
Sin embargo, en otros casos, la cuestión es más compleja. Véase el caso
francés, especialmente interesante como paradigma de estado unitario, 15
donde concurren varios temas que responden, todos ellos, a cuestiones de
soberanía: la defensa de la lengua francesa ante los neologismos de origen an-
glosajón; la propuesta de mantener una excepción cultural a los acuerdos de li-
bre comercio; o el patriotismo alimentario encarnado por José Bové. 16 He ahí
el cuestionamiento de la globalización por parte de un gran estado y una gran
cultura que se consideran amenazados por unos procesos supraestatales que
perciben no tan sólo como tales, sino también como acciones geopolíticas de
la cultura anglosajona.
Pero, por otro lado, el mismo país nos sirve para ilustrar otra perspectiva
de la renacionalización: las reticencias del presidente Chirac a dar su visto bue-
no a un cierto grado de autonomía a Córcega acordado por el gobierno o a con-
vertir en Departamento los territorios vasco-franceses; o su resistencia a contri-
buir a la enseñanza de lenguas minoritarias como el catalán o el bretón.
A pesar de lo dicho, sería injusto e incorrecto equiparar el discurso y las
15. Véase el apartado 3.1, donde se habla del origen del estado en general, del estado mo-
derno en particular y del papel de Francia en ambos contextos.
16. José Bové es un líder sindical agrario que se convirtió en un símbolo antiglobaliza-
ción al destruir en 1999 un establecimiento de comida rápida norteamericano.
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17. El Frente Nacional es un partido político liderado por Jean Marie Le Pen. Con sus
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92 GEOPOLÍTICA