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Creación

Juan Luis RUIZ DE LA PEÑA*

La doctrina de la creación, que había sido culti- El destierro, en efecto, ha desencadenado una
vada con asiduidad por la teología de los años 50 y profunda crisis de fe entre los israelitas: ¿acaso
60, sobre todo en relación con la cosmovisión evolu- Yahvé es impotente para salvar ahora a su pueblo
tiva, experimentó durante el decenio de los 70 y como lo salvó una vez en Egipto? ¿Será que su po-
comienzos de los 80 un cierto oscurecimiento. Esta der es, después de todo, limitado? El Deuteroisaías
fase de eclipse parcial no es buena; después de to- va a responder con una enfática proclamación de
do, el primer artículo del credo se refiere precisa- confianza (Is 40ss: «libro de la consolación»): la fuer-
mente a la fe en Dios «creador del cielo y de la tie- za de Yahvé no conoce límites; lo mismo que liberó
rra». No es extraño, pues, que de un tiempo a esta al pueblo de la esclavitud de los egipcios, volverá a
parte menudeen los síntomas de reactivación del salvarlo ahora; lo mismo que se creó un pueblo de
tema. De la mano de la teología bíblica, se ha redes- la nada, lo recreará de nuevo. Ello es posible y cier-
cubierto la valencia soteriológica del concepto bíbli- to porque Yahvé es el todopoderoso, el creador de
co de «creación»; el acto creador es comprendido en cielo y tierra (40,22-28; 42,5-6; 44,24-26; 51,9-11).
sus virtualidades histórico-salvíficas, en vez de ser
Para denotar la acción creadora se emplea un
considerado desde un ángulo prevalentemente filo-
término técnico: es el verbo bara. El DtIs lo utiliza
sófico. Por otra parte, el problema de la estructura
abundantemente; su sujeto es, siempre y sólo, Yah-
última de la realidad vuelve a estar en la vanguar-
vé y nunca se menciona una materia ex qua, un
dia de las preocupaciones filosófico-científicas; no
instrumento o una colaboración; su énfasis recae
son pocos hoy los físicos que hacen metafísica, y no
sobre el carácter de novedad inédita de lo creado
ya a hurtadillas, subrepticia o inconscientemente,
(43,18-19; 48,6-8; cf. 65,17-19); se aplica tanto al
sino deliberada y reflejamente1. En fin, la creciente
hablar de objetivos cósmicos como tratando de rea-
sensibilidad ante el problema ecológico, que cues-
lizaciones histórico-salvíficas. Tan creador es Yahvé
tiona crudamente el futuro del entorno físico de la
de Israel como del universo; o mejor, porque es
humanidad, es otro buen motivo para que los teólo-
creador de Israel, tiene que serlo también del mun-
gos se ocupen con renovado interés de la creación
do. Aún más: Yahvé es creador de Israel en tanto (y
de Dios y del papel que al hombre, imagen de Dios,
porque) es su salvador (43,1.14-15). Análogamente
le atañe frente a ella.
puede conjeturarse que el creador del mundo es
también el salvador de lo creado; y ello con tanta
más razón cuanto que bara denota no sólo la acción
1. TEOLOGÍA BÍBLICA
de dar principio a la realidad, sino también la ac-
1.1. El Antiguo Testamento ción consumadora de esa realidad (45,8; cf. 65,17);
el verbo oscila así entre el protón y el éschaton, aso-
Al igual que en los símbolos de fe («creo en ciando de nuevo la idea de creación con la de salva-
Dios... creador»), también en la Biblia el contexto ción.
propio de la idea de creación es la fe en Dios. En Is-
rael, dicha fe aparece ligada no a la naturaleza – La única cosmogonía bíblica es la contenida en
como ocurre en otras culturas– sino a la historia del Gn 1,1-2,4a, texto perteneciente a la fuente sacer-
propio pueblo. Antes de formular una doctrina dotal (P), contemporánea de DtIs; los móviles de P
creacionista expresa, Israel se apercibió de que su son, pues, los mismos ya señalados a propósito del
Dios se había creado un pueblo gratuitamente, de profetismo exílico: atajar la crisis de fe y confianza
la nada. En esta labor de creación del pueblo, Yahvé provocada por el exilio. Por eso lo más notable de
desplegó un poder ilimitado: de un conjunto de es- este primer capítulo de la Biblia es que la creación
clavos hizo una nación poderosa; a unas cuantas interesa, más que en sí misma, en cuanto punto de
familias nómadas dio una rica residencia estable. Y partida de una corriente histórica que lleva a la vo-
todo ello pasando por encima de enemigos podero- cación de Abrahán; los orígenes (toledot) del mundo
sos y dificultades sin cuento (Dt 26,5-10). La teolo- y los orígenes de Israel representan así sendos hitos
gía de la alianza es, pues, anterior a la de la crea- de una misma trayectoria. Gn 1 no es, pues, un
ción, si bien ésta late virtualmente en aquélla. El fragmento de ciencia natural, una noticia profana,
paso de una fe creacionista implícita a su formula- religiosamente neutra, sobre el comienzo del mundo
ción explícita va a ser dado por el profetismo y de sus habitantes, sino una página –la inicial– de
postexílico. historia de salvación; por pretencioso que parezca,
2 CREACIÓN / RUIZ DE LA PEÑA

Israel interpretó el origen del mundo en función de 33, 136, 148). Es digno de nota asimismo el nuevo
su propio origen como pueblo de Dios. sesgo que la literatura sapiencial va a imprimir a
nuestro tema. En ella la creación es objeto de una
El texto está informado por un monoteísmo sin
atención dirigida no tanto a los motivos histórico-
concesiones. Un único Dios, dotado de poderes ili-
salvíficos dominantes en los textos exílicos cuanto a
mitados, es el principio exclusivo del que procede el
la contemplación de los atributos divinos, puestos
mundo, no por emanación ni a través de una lucha
de relieve en la bondad, belleza y orden de lo crea-
con elementos primordiales, sino por la sola palabra
do, trasunto del misterio del creador. Ilustrativos de
(«dijo Dios...») y en virtud de su libérrimo designio
este nuevo enfoque son textos como Pr 8,22-36; Jb
de autocomunicarse. El amor, no el poder, se revela
28; Sb 13,1-5. Finalmente, y ya en el umbral del
así como el más genuino fundamento de lo real. La
NT, 2Mac 7,28 entiende la creación como productio
realidad procede de una voluntad de donación gra-
ex nihilo (ouk ex ónton: «a partir del no ser») y la si-
tuita, no de una voluntad de posesión o dominación
túa de nuevo en la perspectiva profética y sacerdo-
ni de un principio anónimo y sin rostro. Creando
tal: la fe creacionista se esgrime como motivo de es-
por la palabra, el creador manifiesta su intención de
peranza en el instante de la prueba suprema –el
comunicarse con la criatura en el curso de un diá-
martirio– y como acreditación del poder y la fideli-
logo salvífico, que es autorrevelación de Dios y que
dad de Dios a la alianza.
apunta a la alianza de la que el sábado es sacra-
mento (Ex 31,16ss).
Al servicio de este monoteísmo reflejo y militan- 1.2. El Nuevo Testamento
te, P emprende en su texto una auténtica caza a los
La revelación neotestamentaria aporta a la doc-
mitos. Se ha escrito que Gn 1 es una página de
trina de la creación una novedad absoluta: la inser-
«propaganda atea» en la que se lleva a cabo un pro-
ción en ella de Cristo. Ahora bien, lo mismo que la
ceso de contundente desencantamiento del mundo2.
fe en Dios creador nació en Israel de una reflexión
En efecto, el autor ha disipado el halo luminoso que
teológica sobre el Dios Salvador, la imagen de Cristo
circundaba a ciertos elementos mundanos: el agua,
salvador –núcleo primario del anuncio del NT– ad-
la tierra, los cuerpos celestes, los monstruos mari-
quiere mediante una meditación posterior la dimen-
nos, el caos... Gn 1 se bate por garantizar al mundo
sión cósmico-creadora.
su profanidad o, lo que es lo mismo, su mundani-
dad. Creación significa repulsa categórica del carác- La perspectiva, pues, en el AT y en el NT, por lo
ter divino o demoníaco del mundo y reintegración que toca a la creación, es la misma: más que una
en el ámbito de lo secular o creatural de entidades consideración autónoma del hecho creador en sí, lo
que en otras cosmogonías se identificaban con la que se contempla es su conexión indisoluble con el
divinidad. hecho salvador. Dicho esto, es claro que las dimen-
siones cósmicas de Cristo no se hallarán en los si-
De esta forma, la fe en la creación manifiesta de
nópticos, sino en los autores de mayor densidad
nuevo sus virtualidades liberadoras, ya aprovecha-
teológica: Pablo y Juan.
das por DtIs. No sólo porque ha sido formulada por
vez primera en el seno de un pueblo esclavizado, El mundo exhibe una impronta cristológica: ha
con vistas a suscitar en él la esperanza del rescate, sido creado por y para Cristo; tal sería la idea domi-
sino porque, desdemonizando el mundo y profani- nante de la teología paulina de la creación. En 1Cor
zando la naturaleza, emancipa al hombre de todo 8,5-6, el apóstol marca la distancia que separa la fe
vasallaje bajo los poderes impersonales del cosmos. cristiana en la creación de las cosmovisiones paga-
nas y las mitologías populares, pero también de la
La descripción que hace P de la acción creadora
propia fe judía, que no conoce a Jesucristo ni lo
está conscientemente estilizada y sigue las pautas
confiesa como Señor. Siendo él el mediador de la
marcadas por las cosmovisiones de la época. Pre-
salvación, lo es también de la creación. Es de notar
tender servirse de ella como criterio cosmológico,
que nuestro pasaje contiene una muy primitiva
geológico o biológico es una extrapolación ilegítima
fórmula de confesión de fe, que polemiza con el cul-
(en la que la teología ha incurrido desdichadamente
to imperial, oponiendo al Kyrios Kaîsar el Kyrios
más de una vez); el texto debe ser leído sin ningún
Christós; ello indica cuán temprana tuvo que ser la
prejuicio concordista, que adulteraría su verdadera
reflexión cristológica que extiende la soteriología
intención.
hasta la cosmología.
Del resto del AT3, merece destacarse el impor-
El himno de Col 1,15-20 entreteje la doble temá-
tante lugar que ocupa la fe en la creación en la ora-
tica creación-salvación en un calculado contrapunto
ción de Israel; los salmos apelan a ella frecuente-
que gravita en torno a la capitalidad de Cristo. El
mente con sentimientos de acción de gracias, ala-
está al final de la historia como salvador («para
banza y adoración. La creación deviene así una de
él...todo») porque está en su comienzo como creador
las fuentes nutricias de la piedad israelita (cf. Sal 8,
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(«por él...todo»); las funciones salvífica y creativa se las mantiene en la existencia por una continua co-
involucran recíprocamente. municación de vida (v.4); creación y salvación se fu-
sionan en ese vértice de tiempo y eternidad que es
Otro himno, el de Ef 1,3-14, desarrolla la tesis
la encarnación. En fin, la atribución a Cristo de la
del destino crístico de la realidad: en Cristo (expre-
causalidad final de la creación (el «para él» de Col
sión que se reitera incansablemente) Dios ha reve-
1,16) se encuentra, si no en el prólogo, sí en otro
lado su designio eterno, consistente en hacer con-
lugar del corpus joánico (Ap 1,17; 22,13): Cristo es
fluir hacia él la totalidad de lo creado. Cristo es la
«el primero y el último», «el alfa y la omega», «el prin-
mediación universal y exclusiva de toda la actividad
cipio y el fin» de todas las cosas.
divina ad extra, tanto en su comienzo como en su
ejecución histórica y en su término. Justamente En resumen; una mirada retrospectiva a la tra-
porque nada escapa a esta determinación cristocén- yectoria bíblica de la fe en la creación permite ex-
trica, puede hablarse en el v. 9 de la revelación del traer, como saldo resultante, que dicha fe no impo-
«misterio» por antonomasia: siendo Cristo el destino ne una determinada imagen física del mundo. El
irrevocable de todo, él es también el misterio desci- marco bíblico del discurso sobre la creación es la
frado de todo. soteriología, no la cosmología o la ontología. Esta
apreciación, verificable ya en el AT, se hace de todo
Así, pues, con Cristo la creación ha entrado en
punto evidente en el NT, que opera una sistemática
su última fase; el éschaton irrumpe en la historia y
concentración cristológica de todos los asertos rela-
el mundo comienza a ser «nueva creación» (2Cor
cionados con la creación.
5,17; Gal 6,15). En este mundo renovado no hay lu-
gar para las potencias hostiles. Pablo prolonga la De ahí se sigue también que la fe cristiana en la
obra desmitificadora iniciada por Gn 1, condenando creación no es identificable, sin más, con la fe judía
la veneración idolátrica de «los principios del mun- en la creación; a ésta le falta el elemento decisivo: el
do» (Col 1,16; 2,8.20-22); ninguno de ellos tiene po- hecho-Cristo. El documento base de la doctrina
der para esclavizar al hombre (Gal 4,3.9-11). Puesto creacionista no es Gn 1, sino Jn 1; es el prólogo de
que el único señor del mundo es Cristo, los cristia- Jn lo que explica el relato de P, y no viceversa. Y en
nos –que proclaman su fe en este señorío exclusivo– él la afirmación creacionista condensa el prolijo dis-
deben vivir libres del sometimiento a los elementos curso de Gn 1 en el laconismo de una doble ora-
de la naturaleza que otrora los esclavizaron. La vo- ción; la primera, de signo asertivo («todo se hizo por
cación cristiana es vocación a la libertad (Gal el Logos»); la segunda, ratificación de la anterior y
5,1.13); la fe en la creación entraña, como se advir- en paralelo antitético con ella («sin el Logos nada se
tió a propósito de Gn 1, un desencantamiento del hizo de cuanto fue hecho»). Esta redacción, curio-
cosmos y, consiguientemente, una real liberación, samente redundante («por él, todo; sin él, nada»),
tanto frente a las prescripciones rituales del ju- formula con insuperable concisión y justeza la
daísmo como ante las sacralizaciones cósmicas del esencia de la fe cristiana en la creación, y a ella se
paganismo. El creyente se hace así partícipe del se- circunscribe deliberadamente, dejando en silencio
ñorío de Cristo sobre todo: «Todo es vuestro..., el todo lo concerniente al cómo y al cuándo. Si la exé-
mundo, la vida, la muerte, el presente, el futuro, to- gesis y la teología hubiesen tenido siempre presente
do es vuestro; y vosotros de Cristo y Cristo de Dios» la prioridad de Jn 1 sobre Gn 1, se habrían ahorra-
(1Cor 3,21-23). do muchos y muy dolorosos conflictos entre fe y
ciencia, cristianismo y cultura4.
El prólogo del cuarto evangelio es una de las
cumbres de la cristología neotestamentaria. Pero es
también el testimonio clave de la fe cristiana en la
2. REFLEXIÓN SISTEMÁTICA
creación. Jn 1 quiere ser, en efecto, una relectura
del Génesis a la luz del acontecimiento-Cristo; al «El mundo es creación de Dios». Con esta tesis, la
hagiógrafo le interesa resaltar la unidad entre la pa- fe cristiana formula su respuesta a la vieja pregunta
labra divina de Gn 1, por la que Dios crea y revela de por qué existe el ser y no la nada. Dicha respues-
«al principio», y la palabra encarnada con la que la ta representa un término medio nuevo, absoluta-
acción y la revelación de Dios llegan a su plenitud mente original, entre las otras dos vigentes en el
(Jn 1,14-18). Se corrobora así la reiterada corres- pensamiento y la religiosidad extra-bíblicos: el mo-
pondencia creación-salvación, pero intercalando en- nismo (o panteísmo) y el dualismo.
tre ambas la encarnación del creador-salvador.
Ninguna de estas dos cosmovisiones resulta
Aunque el lenguaje sea sensiblemente distinto, aceptable para la fe cristiana. El cristianismo no
la proximidad de las ideas del prólogo joánico a las puede ser monista; no cree que todo sea uno y lo
de los textos paulinos aludidos más arriba es inne- mismo, que sólo exista el Ser Único; no acepta que
gable. También aquí el Logos está en el comienzo el mundo sea absoluto, eterno, autosuficiente, au-
del ser de las cosas (v.3); también aquí es él quien
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togenerado, capaz de construirse a sí mismo por su del empíricamente detectable: la acción creadora de
propia virtud. Dios.
De otro lado, el cristianismo tampoco puede ser Si en efecto se toma en serio la teoría de la evo-
dualista; ante todo, porque profesa un optimismo lución, tal teoría está afirmando que se da en la his-
ontológico universal; no cree que haya parcelas de toria de lo real un proceso de autodesarrollo progre-
realidad contaminadas de antemano, impuras por sivo, un permanente plus-devenir, merced al cual
naturaleza; no impone la censura previa o el veto a los seres se autotrascienden, rebasan su umbral
ninguna región de lo real; no alberga un sentimien- ontológico, van de menos a más. ¿Cómo es ello po-
to trágico de la realidad, como si fuese una magni- sible? ¿Cómo lo más puede salir de lo menos, sien-
tud partida en dos hemisferios beligerantes. do así que nadie da lo que no tiene? La respuesta
no puede hallarse en la sola causalidad creada (sal-
Así, pues, frente al monismo la idea de creación
vo, claro está, que se adscriba a la materia misma
sostiene que existe el Ser y los seres, Dios y el
la facultad de auto trascenderse; volveremos sobre
mundo, que Dios trasciende infinitamente el mundo
esta hipótesis más adelante); tiene que estar en la
y que el mundo posee una realidad propia, distinta
causalidad divina; una causalidad no inferior en
de la de Dios. Frente al dualismo, la idea de crea-
rango ontológico a la de la productio ex nihilo y que,
ción afirma que todo procede de Dios y, en cuanto
por tanto, ha de ser llamada creación.
tal, todo es bueno. La dignidad de lo mundano que-
da así salvaguardada tanto del pesimismo dualista Esa causalidad creativa es de orden trascenden-
como del ilusorio optimismo monista. Contra éste se tal; Dios opera desde dentro de la causalidad creada
rechaza la valoración del mundo como bien absolu- informándola, potenciándola para hacer factible que
to; contra aquél se rechaza la devaluación del mun- ella misma traspase su límite. La acción divina no
do (de la materia) como mal absoluto. Pero ¿qué interrumpe la secuencia de las causas ultramunda-
significa exactamente «creación»? nas, no se intercala en la cadena como un eslabón
más; de hacerlo así, Dios se degradaría pasando a
ser él mismo una causa intramundana entre otras.
2.1. El concepto de «creación» La acción de Dios no es perceptible fenomenológi-
camente, no puede serlo. Sin embargo la suya es
La definición clásica de creación como «produc- una causalidad hasta tal punto efectiva que es ella
ción de algo a partir de la nada» convenía a una la que posibilita el proceso de plusdevenir de lo real,
cosmovisión estática, en la que la pluralidad de las que de otra manera restaría inexplicado, a falta de
criaturas emerge acabada y conclusa en su ser res- razón suficiente5.
pectivo desde el comienzo (tal era la cosmovisión
subyacente al relato de P), pero no se ajusta a la En esta interpretación, las ideas de causa efi-
cosmovisión evolutiva actualmente vigente. ciente y causa final se acercan hasta coincidir prác-
ticamente. El Dios creador no es sólo el que está en
Hoy sabemos, en efecto, que ese sentido clásico el origen de la criatura (causa eficiente); es además
de creación no es aplicable a casi nada de lo exis- el que «tira» de la creación hacia adelante, el que la
tente. Pues casi todo procede de algo; falta así la no- «atrae» o la «mueve» (causa final) al suscitar en ella
ta específica de la definición tradicional (la ausencia una incesante dinámica de autotrascendimiento.
de una materia preexistente sobre la que se ejerce Que Dios sea creador significa, pues, dos cosas: a)
la acción creadora). Todos los seres actualmente que da a la criatura el ser; b) que introyecta en la
existentes se prolongan hacia atrás, hunden sus criatura la pulsión hacia el ser-más.
raíces en formas de ser anteriores e inferiores, de
las que proceden por evolución. La «productio ex A tenor de cuanto antecede, es claro que la teo-
nihilo sui et subjecti» queda, pues, circunscrita al ría de la evolución no excluye la doctrina de la crea-
origen de la primera forma de realidad extradivina. ción. Evolucionismo no se opone a creacionismo; se
opone a fixismo. Y el creacionismo puede expresarse
¿Significaría esto que Dios sólo creó ese ser pri- tanto en términos evolucionistas como en términos
migenio, de suerte que la acción creadora quedaría fixistas. Cabe incluso añadir algo más; con no pocos
emplazada en el extremo punto inicial de la historia científicos y filósofos de la ciencia conviene recordar
del universo y se sustanciaría en un gesto único y que la teoría de la evolución es descriptiva, no expli-
solitario? Evidentemente no. Además de esa produc- cativa; que no hace inútil, sino que postula, una re-
tio ex nihilo, hay otra modalidad de creación, esto flexión sobre el cómo y el por qué del fenómeno evo-
es, de acción exclusiva y absolutamente divina para lutivo; que esta reflexión puede desembocar tanto
dar el ser a las cosas. Allí donde surge algo inédito, en la explicación monista-materialista como en la
cualitativamente distinto, mayor y mejor que lo an- explicación creacionista; que, en suma, el concepto
terior, allí surge algo que, por hipótesis, supera la «creación» pertenece al ámbito del discurso explica-
capacidad operativa de lo ya existente y que, consi- tivo, meta-físico (como, por lo demás, el materialis-
guientemente, demanda otro factor causal, amén
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mo monista) y responde a la pregunta sobre el ser saber, del concepto de «materia»7. Por lo demás, la
(¿por qué es algo, y no la nada?), mientras que el vieja y noble estirpe materialista conviene en la pro-
concepto «evolución» pertenece al ámbito del discur- fesión común de un monismo de sustancia (sólo
so descriptivo, físico, y responde a la pregunta sobre hay una sustancia base, la materia; todo lo real es
el aparecer (¿cuándo y cómo aparecen estas cosas y material y sólo lo material es real), pero a partir de
no otras?). ahí los materialistas se bifurcan hoy en dos fami-
lias, tan ferozmente enfrentadas como si de Capule-
tos y Montescos se tratara: materialismo fisicalista–
2.2. Sobre la plausibilidad del concepto de materialismo emergentista.
creación
El materialismo fisicalista patrocina, además del
¿Hasta qué punto resulta creíble hoy la idea de monismo de sustancia, un monismo de propieda-
creación que se acaba de diseñar? El creacionismo des: todo lo real es material y todo lo material es físi-
no lo tiene, en principio, más difícil que cualquier co; lo químico, lo biológico y lo psíquico no serían
otra cosmovisión alternativa. En principio; todo en- sino aspectos de lo físico. Lo que resulta de esta tri-
sayo de respuesta a las últimas preguntas será ple operación reductiva es un universo homogenei-
cuestionable siempre para la racionalidad química- zado a la baja, sin desniveles ni saltos cualitativos,
mente pura, al no ser susceptible de demostración en el interior del cual todo funciona de acuerdo con
apodíctica o de validación empírica. Y esto vale no la misma legalidad, todo exhibe la misma textura e
sólo para el creacionismo; vale también para las hi- idénticas propiedades, del átomo de hidrógeno al
pótesis del dualismo o del monismo. hombre. Esta visión grandiosa cuenta a su favor
con la ventaja de la suma coherencia y ejerce la fas-
En cuanto al dualismo, que tan poderosa in- cinación de lo supremamente simple; de ser cierta,
fluencia ejerció en otras épocas, hoy está en franca se cumpliría con ella el viejo sueño del método cien-
retirada, y sobrevive en algunos reductos de la an- tífico: explicarlo todo con el menor número de leyes.
tropología, habiendo desaparecido totalmente de la
cosmología6. Originariamente el dualismo ha nacido Pero lo que a primera vista parece una ventaja
de una preocupación no ontológica, sino ética; la (la simplicidad del sistema, la economía del ser) se
pregunta que lo ha generado versa no sobre el ori- torna pronto un inconveniente. La homogeneización
gen del mundo, sino sobre el origen del mal. El mal, de lo real, su reducción a un único juego de leyes y
y no el ser, es la preocupación básica de la tesis propiedades, no da razón de la experiencia. El hom-
dualista. Ante todo porque es demasiado distinto bre capta su mundo como ámbito de lo diverso, no
del bien para que pueda subsumirse, junto con él, de lo idéntico; el fisicalismo, en cambio, nos habla
en una realidad única y omnicomprensiva. Además de un mundo donde todo es igual a todo, nada es
porque hay tal cantidad y calidad de mal en el distinto de nada. Contra esta cosmovisión se alza,
mundo, el mal posee un tal espesor y densidad que como advierte Popper, el hecho mismo de la evolu-
por fuerza tiene que ser producto de un principio ción, que supone el surgimiento de novedades
supremo, tan supremo como el que originó el bien. reales e impredecibles, y no sólo de conformaciones
A partir de aquí, el problema ético accede al nivel diversas de lo mismo. No es posible, pues, señala
ontológico: hay dos órdenes de ser; por tanto, hay Popper, ser a la vez fisicalista y darwinista; el dar-
dos principios de ser, irreductibles y mutuamente winismo «lleva más allá del fisicalismo»8.
hostiles.
Por todo ello, el materialismo hoy más cotizado
He ahí el flanco vulnerable del dualismo; el des- no es el fisicalista, sino el más sofisticado y sutil del
garramiento que opera en la contextura de lo real. emergentismo. El materialismo emergentista defien-
La realidad dualista es esquizofrénica, comprende de el monismo de sustancia (por eso es materialis-
regiones no sólo diferenciadas, sino irreconciliable- mo): todo lo real es material. Pero a este monismo
mente enfrentadas. La inverosimilitud de esta hipó- sustancial le endosa un pluralismo de propiedades.
tesis la ha puesto fuera de la circulación; el descré- La realidad material se articula en niveles de ser
dito que actualmente padece el dualismo es dema- cualitativamente distintos: lo físico, lo químico, lo
siado notorio para precisar ilustraciones. biológico, lo psíquico. Cada uno de estos niveles su-
pone los anteriores, pero los supera ontológicamen-
Al otro lado del espectro ideológico, el monismo te y es irreductible a ellos. El emergentismo puede
materialista (su homónimo espiritualista ha desapa- así dar cuenta de la prodigiosa diversidad de lo real;
recido del mapa ontológico con el idealismo alemán puede asimismo (o más bien debe) admitir el hecho
del s. XIX) tampoco lo tiene fácil. Sus dificultades de la evolución como plus-devenir, como emergen-
comienzan por la imposibilidad en que se encuen- cia de entidades distintas, mayores y mejores que lo
tran hoy tanto los físicos como los filósofos de la anterior.
ciencia para ofrecer una definición no vacua ni tri-
vial ni tautológica del concepto clave del sistema, a
6 CREACIÓN / RUIZ DE LA PEÑA

Pero tampoco este materialismo emergentista es- todo, como se ha advertido ya, una doctrina religio-
tá exento de dificultades. Ante todo, cabe pregun- sa, una verdad de fe.
tarse si sigue siendo todavía un monismo. «Si entre
ser y ser se dan saltos cualitativos, ¿no es esto plu-
ralismo?», arguye con razón el fisicalista a su pa- 2.3. La creación, misterio de fe
riente emergentista. La afirmación del monismo de
sustancia parece más bien una coartada para es- Según se indicó al comienzo, la creación es la
quivar la acusación de herejía ontológica que un primera afirmación del credo cristiano; es, pues, un
principio coherentemente integrable en el sistema misterio de fe. Hasta tal punto era esto cierto para
monista. Lutero que, en su opinión, «el artículo de la creatio
ex nihilo es más difícil de creer que el artículo de la
En segundo lugar, el emergentista afirma el he- encarnación»10. En todo caso, estando como esta-
cho de la emergencia de novedad, pero no da razón mos ante un aserto de fe, hay que resistirse a la
suficiente del mismo. Gustavo Bueno formula así la tentación de comprometerlo con una determinada
objeción clave al emergentismo: «¿Cómo puede cosmovisión; la fe no puede estar ligada a esta o
emerger algo no prefigurado sin ser creado?»9. O con aquella imagen del mundo, ha de conservar siempre
otras palabras: ¿cómo lo más puede salir de lo me- su libertad frente a cualquier tipo de cosmología. El
nos, cómo algo puede dar lo que no tiene? Si se res- contenido de la palabra revelada rebasa siempre to-
ponde que ese plus emergente estaba efectivamente da teoría científica y, en general, toda formulación
precontenido o preformado en lo anterior, entonces humana.
se involuciona hacia el fisicalismo, a saber, hacia
una visión de lo real en la que nada surge que sea Este carácter desbordante de la fe en la creación
realmente nuevo o cualitativamente diverso. Más asoma nítidamente en el artículo central del credo
que de novedad, habrá que hablar entonces de epi- cristiano: la encarnación del Verbo. A su luz, el
fanía o desvelamiento progresivo de lo presente y la- primer artículo, la creación, cobra un cariz absolu-
tente desde siempre, contradiciendo así el postulado tamente original: la criatura es lo que el creador ha
básico de la evolución. De hecho esto es lo que sig- querido llegar a ser. Dios no es sólo el creador de un
nifica en rigor el término «emergencia»: surgimiento mundo distinto de él. Dios es, él mismo, criatura; la
de lo sumergido (de lo presente en estado latente). forma de existencia definitiva del Dios revelado en
Cristo es la encarnación. En estas formulaciones la-
Hasta aquí la discusión con las concepciones al- te la novedad inaudita del cristianismo, su carácter
ternativas a la fe en la creación. Con ella tan sólo se decididamente escandaloso. Ahora bien, si Cristo, el
pretendía confirmar algo dicho más arriba: toda misterio por antonomasia, es un fragmento de la
cosmovisión implica una metafísica, pertenece al creación («primogénito de la creación», lo llama Pa-
ámbito discursivo de la ontología, no puede ser con- blo en Col 1,15), de su historia, de su materialidad,
validada sólo en base al discurso propio de las cien- entonces la creación es ciertamente misterio de fe.
cias de la naturaleza. Sostener, por tanto, que el Por eso se ha dicho anteriormente que la fe cristia-
materialismo es «más científico» que el creacionismo na en la creación no es sin más la fe judía; sólo en
es, lisa y llanamente, una necedad. Uno y otro sis- Cristo se esclarece el porqué y el para qué de las
tema habrán de acreditarse desde la razonabilidad y criaturas y sabemos finalmente lo que la realidad
la potencia propositivo-explicativa de una opción creada es en última instancia: lo infinitamente dis-
meta-científica, meta-física. tinto de Dios y, con todo, lo sustancialmente asu-
mible en el ser personal de Dios. El valor y dignidad
Dicho lo cual, es lícito añadir que la noción de
del ser creado son tales que el mismo creador puede
«creación» expuesta más arriba puede tomar a su
devenir criatura. En verdad, ninguna cosmovisión,
cargo, con rigor y solvencia, el dato novedad emer-
ningún logos filosófico o religioso ha fijado nunca
gente; está habilitada para dar razón de la milagro-
una tan alta cotización a lo mundano.
sa riqueza, variedad y diversidad de lo real. La idea
de creación contendría, pues, un pluralismo emer- Este misterio de fe que es la creación está siendo
gentista estricto o fuerte, sin veleidades monistas ni objeto de una especie de reconversión o reducción
dualistas, dispuesto a aceptar la realidad tal cual al estado laical. Las nociones de «creación», «creati-
es: múltiple, distinta, sinfónica; no única, uniforme, vidad», «creador», han experimentado un proceso
monódica. En este sentido la cosmovisión creacio- creciente de expropiación por las cosmovisiones se-
nista puede concurrir, sin jactancias, pero sin com- culares, en virtud del cual se transfieren al ser hu-
plejos, en el mercado de las lecturas de lo real hoy mano, erigido en entidad autónoma, las competen-
en curso. cias otrora reconocidas al poder central divino. Tal
operación de transferencia, iniciada con el Renaci-
Pero la doctrina de la creación no es sólo, ni
miento, va a ser consumada por el ateísmo postula-
principalmente, un tema filosófico, propio de la onto-
torio y la fe en el progreso de finales del siglo XIX.
logía, la cosmología o la teología natural. Es sobre
  CREACIÓN / RUIZ DE LA PEÑA   7

El marxismo es sin duda la expresión más acabada con las raíces de lo real. En efecto, el amor no es
de la misma. posible sin alteridad y sin libertad; si, por hipótesis,
sólo existe el Gran Uno de la cosmovisión panteísta,
La crítica marxista de la idea cristiana de crea-
o si el Ser ha de segregar los seres necesariamente,
ción (que se mantiene incluso en un marxismo tan
como piensa toda cosmovisión dualista, el amor
poco convencional como el de E. Bloch) se basa en
queda al margen de la urdimbre de la realidad.
un penoso equívoco; el temor a que una relación de
dependencia acabe con la consistencia del hombre, La noción bíblica de creación sustituye, de una
liquide la autonomía de su libertad y coarte su ca- vez por todas, la necesidad por la libertad. La reali-
pacidad operativa. Pues bien, este temor puede es- dad, la historia, surgen del amor; a una teología de
tar justificado cuando al hombre se le hace depen- la paternidad de Dios («creo en Dios Padre... crea-
der de una divinidad extra-bíblica. Zeus y Prometeo, dor») corresponde una ontología de la agape, del pu-
el dios y el hombre de la metafísica griega, son ro don gratuito. A eso apuntaba la vieja fórmula de
magnitudes antinómicas; para Prometeo, el hecho la creatio ex nihilo: nada obliga a Dios, en nada se
de depender de Zeus conlleva una situación de es- apoya Dios para crear, sino en su soberana y libé-
clavitud. Pero el modelo bíblico de la relación Dios- rrima voluntad de comunicación. La idea de crea-
hombre no es ése. Yahvé no es Zeus; no es el dios ción desde la nada es extraña al pensamiento ex-
celoso de su prerrogativa, sino el Dios de la alianza. trabíblico porque a ese pensamiento le es extraña la
Adán no es Prometeo; no es el rival sino la imagen idea de un Dios-Padre. Sólo de un Dios cuyo ser es,
de Dios. La dependencia del creador no infiere la lisa y llanamente, amor (1Jn 4,8.16) puede predi-
alienación de la criatura, sino su liberación. La acti- carse no la autogénesis, no la emanación necesaria,
vidad de la criatura no es un atentado contra la no la producción forzada, sino la creación, es decir,
obra del creador; es una prolongación de dicha el surgimiento de lo distinto de sí como algo libre-
obra, prevista y querida por el propio creador, quien mente querido y por ende digno de ser amado en
entrega al hombre el mundo recién creado para que tanto que distinto.
éste lo conduzca hacia la consumación (Gn 1,26ss).
Así, pues, Dios es Padre; Dios es persona; Dios
Esgrimir, pues, la creatividad humana como profi-
es libre; Dios crea libremente. Luego crea, única y
laxis contra la creatividad divina es incurrir en una
exclusivamente, por amor. He aquí la primera cosa a
colosal mistificación de ambas. La fe en la creación
recordar cuando uno se pregunta por la interpreta-
no mengua ni la grandeza del hombre ni la autenti-
ción cristiana de la realidad o de la historia; reali-
cidad de su compromiso en la construcción del
dad e historia se han originado del puro amor. Ve-
mundo. En realidad, esa fe opera en el sentido con-
remos más adelante las consecuencias prácticas de
trario; lejos de servir como coartada para una ideo-
este aserto.
logía evasionista y un modelo de salvación desen-
carnado, funciona como estímulo para la empresa b) Una concepción del tiempo como historia, es
de edificar el mundo como hogar de la gran familia decir como proceso teleológico. A la representación
humana. En suma, según la fe cristiana el mundo cíclica del tiempo, común en las cosmovisiones ex-
es creación de Dios. Pero es también cocreación del trabíblicas, sucede la representación lineal. La cul-
hombre, imagen de Dios. tura griega y las civilizaciones orientales estaban
dominadas por la fascinación del círculo, símbolo
de lo inmutable y lo eterno. Era preciso enderezar
2.4. Fe en la creación e interpretación cristiana ese tiempo curvado sobre sí que, porque no venía de
de la realidad ninguna parte, no conducía a ninguna parte ni po-
día ser portador de novedad, sino escenario de la
La doctrina de la creación no es meramente teó-
perpetua recurrencia de lo mismo. El hechizo de es-
rica; surte efectos en la praxis, induce una com-
te círculo vicioso se desvanece cuando se contempla
prensión específica de la realidad, impone un modo
la realidad en proceso de creación abierta que, por-
peculiar de instalación en esa realidad y de acción
que ha tenido un comienzo, tendrá un término con-
sobre ella. Más concretamente, la fe en la creación
sumador. El mundo no es un hecho cerrado; es un
implica:
devenir, cuya iniciativa corresponde a Dios, pero
a) Una metafísica del amor. Fuera del ámbito bí- cuya gerencia atañe al hombre imagen de Dios. De
blico, o bien se concibe la realidad como mera par- la resignación estática ante lo inmutable (la ananké,
cela de la totalidad única y englobante (panteísmos) el fatum, el sino inexorable) se pasa a la explotación
o bien se la hace derivar orgánicamente, casi bioló- dinámica de una realidad procesual de la que hay
gicamente, de su(s) principio(s) fontal(es) (dualis- que extraer sus posibilidades para cumplir el en-
mos). En ambos casos la realidad es teogonía, géne- cargo divino.
sis del Absoluto. Su canon fundacional es la necesi-
c) Una secularización de la realidad mundana. Se
dad, no la libertad, y por tanto la palabra «amor» es-
ha señalado ya que la fe en la creación desdiviniza
tá aquí fuera de juego; el amor nada tiene que ver
8 CREACIÓN / RUIZ DE LA PEÑA

la realidad. Esta no es ni una parte de Dios ni un pe de decreto-ley; no se edifica con indiferencia y


momento de su génesis; es simplemente su criatu- mucho menos con odio, sino y sobre todo con amor.
ra. La realidad desdivinizada resulta así desdemoni- Recuérdese además que el amor creador surge des-
zada. El hombre había vivido en un mundo encan- de la nada, a saber, desde la liberalidad de lo su-
tado, había soportado la atracción magnética de premamente gratuito. En el evangelio los que son
fuerzas cósmicas que, en su grandeza, se le revela- como nada, los niños, los marginados, los humilla-
ban como teofanías y lo esclavizaban. La naturaleza dos y ofendidos, los des-graciados en suma, son por
había subyugado a la persona. La doctrina de la antonomasia los agraciados; los más amados preci-
creación permite al mundo, por primera vez, ser samente porque son los menos amables, los que
mundano, no divino, y por ende permite al hombre tienen menos títulos para exigir o esperar amor. De
considerarlo como gobernable, no intangible. No es ahí que el amor que estamos postulando para la
un azar que la civilización técnico-científica se haya praxis cristiana haya de ser también desde la nada;
desarrollado en regiones dominadas por la fe en la sólo de esta forma reproduce y prolonga el gesto
creación, cuyos habitantes han perdido el temor sa- creador, edifica la realidad. La comunidad de los
cro a la naturaleza11 . De otro lado, el mundo pro- creyentes tendría que ser la presencia viva, institu-
fano es, cabalmente en su profanidad, suprema- cionalizada, de este amor gratuito, que rehace el
mente valioso. No sólo porque Dios le ha dado el mundo desde sus cimientos. Ninguna otra instan-
ser, sino porque ese mismo ser de la realidad crea- cia, ninguna otra praxis puede obrar así, por puro
da ha sido integrado para siempre en el ser de la di- amor, desde la nada. Las ideologías, las institucio-
vinidad creadora por la encarnación. La encarna- nes seculares, no son nunca totalmente desintere-
ción del creador avala y autentifica la creación. Esta sadas, ni tienen por qué serlo. Por el contrario, la
no es, no será nunca (aunque lo parezca a veces) acción cristiana, o es absolutamente desprendida o
una causa perdida. La realidad es una magnitud no tendrá de cristiana más que el nombre.
fundada, no infundada. Es digna de crédito; merece
Naturalmente, si este paradigma de praxis cris-
la pena comprometerse por ella a fondo, como el
tiana no quiere quedarse en declamación retórica,
propio Dios lo ha hecho al encarnarse en ella. Si el
habrá de encarnarse; es ésta la intuición más válida
mundo es, como advertía Merleau-Ponty, «el cuerpo
de los nuevos modelos de teologías políticas. Hablar
ensanchado del hombre», lo será también del hom-
de una praxis específicamente cristiana no equivale
bre-Dios. En suma, la realidad mundana es profa-
a postular una suerte de restauracionismo liquida-
na, no sagrada; pero en virtud de la encarnación os-
dor del carácter secular, antes defendido, de la
tenta una estructura sacramental. Si a esto se une el
realidad. El concepto cristiano de encarnación sig-
hecho de que Dios es el único Señor de lo creado,
nifica asumir lo otro, lo distinto, dejarse permear
ante el que el hombre deberá responder de su ge-
por lo diverso. El amor cristiano encarnado tendrá,
rencia, y que el mundo ha sido puesto en manos del
pues, que aliarse con aquellos proyectos y progra-
hombre como el menor de edad es confiado al tutor,
mas seculares que persiguen la justicia, la libertad,
no para que lo explote en su provecho, sino para
la fraternidad, con la clara conciencia de que sólo
que favorezca su crecimiento y haga posible su ma-
así podrá ser realmente efectivo.
durez, resulta claro que la fe en la creación impone
una praxis que salvaguarde el carácter sacramental En resumen, y para terminar: de cuanto antecede
de la realidad creada, la índole doméstica del mun- se sigue que la fe en la creación no es tanto una teo-
do como espacio acogedor de la entera familia hu- ría sobre el origen del mundo cuanto una interpreta-
mana. Dicho brevemente: la fe en la creación impli- ción religiosa de lo mundano en su última raíz y,
ca una ética ecológica, un modelo de relación hom- consiguientemente, una actitud, un modo específico
bre-naturaleza que permita contemplar a ésta como de estar y actuar en el mundo. Si hemos comprendi-
hogar (oikía) y patria del ser del hombre, como crea- do esto, comprenderemos también por qué dicha fe
ción desencantada y, a la vez, sacramentada por la es el punto de partida del credo cristiano.
presencia real en ella del creador y por la encarna-
ción en ella del mediador de la creación.
BIBLIOGRAFÍA:
d) Una acción fundada en (y animada por) la vo-
luntad de entrega libre y gratuita. Hemos visto más J. Auer, El mundo, creación de Dios, Barcelona, 1979; G.
Auzou, En un principio Dios creó el mundo, Estella, 1976;
arriba cómo la realidad se enraíza en el amor crea- M. Bunge, Materialismo y ciencia, Barcelona, 1981; M.
dor de Dios. Ello significa que esa realidad será tan- Flick - Z. Alszeghy, Antropología teológica, Salamanca,
to más auténtica, más conforme a su estructura, 1970; A. Ganoczy, La doctrina de la creación, Barcelona,
cuanto más vigencia tenga en ella aquel amor fun- 1986; J. I. González Faus, Proyecto de hermano. Visión
creyente del hombre, Santander, 1987; W. Kern, Interpre-
dacional. La acción cristiana ha de tender a hacer tación teológica de la fe en la creación, en MS II/1; L. F.
visible este principio configurador de la realidad; Ladaria, Antropología teológica, Madrid-Roma, 1983; J.
tiene que poner de manifiesto que el mundo no se Moltmann, Dios en la creación, Salamanca, 1987; H.
construye sólo con análisis socio-políticos, ni a gol- Renckens, Creación, paraíso y pecado original, Madrid,
1960; J. L. Ruiz de la Peña, Teología de la creación, San-
  CREACIÓN / RUIZ DE LA PEÑA   9

tander, 21987; L. Scheffczyk, Creación y providencia, Ma- evolución, Buenos Aires, 1966; S. Vergés, La creación, Ma-
drid, 1974; K. H. Schelkle, Teología del Nuevo Testamento drid, 1980.
I, Barcelona, 1975; P. Schoonenberg, El mundo de Dios en

                                                                                                               
*
RUIZ DE LA PEÑA, Juan Luis., «Creación», en FLORISTÁN,
C., TAMAYO, J. J., Conceptos fundamentales del cristianis-
mo, Madrid, Trotta, 1993, p. 256-270.
1
El éxito editorial del libro de S. Hawking, Historia del
tiempo, Barcelona, 1988, es emblemático al respecto.
2
H. Cox, La ciudad secular, Barcelona, 1968, 44. Co-
mo es sabido, la expresión «desencantamiento del mundo»
(Entzauberung der Welt) se debe a M. Weber, El político y el
científico, Madrid, 51979, 200ss.
3
Gn 2,4b-25 no versa sobre el origen del mundo (no es
otra cosmogonía) sino sobre el origen del mal. Con todo,
hay en este capítulo elementos de la doctrina de la crea-
ción, que por lo demás componen un cuadro muy distinto
al de Gn 1. Y ello corrobora que ninguno de los dos relatos
pretende ser un reportaje del cómo de la creación.
4
Dado el apretado espacio de que disponemos, no es
posible detenerse en la historia de la doctrina de la crea-
ción. Sobre ella cf. L. Scheffczyk, Creación y providencia,
Madrid, 1974; C. Tresmontant, La métaphysique du chris-
tianisme et la naissance de la philosophie chrétienne, París,
1961; J. L. Ruiz de la Peña, Teología de la creación, San-
tander, 21987, cap. III.
5
Estas reflexiones se deben a K. Rahner, Das Problem
der Hominisation, Friburgo B., 1963; Id., Escritos de teolo-
gía V, Madrid, 1964, 188ss, y han sido asumidas por la
práctica totalidad de los teólogos actuales.
6
Es obligado llamar la atención sobre la ambigüedad
del concepto «dualismo» y su polivalencia a lo largo de la
historia del pensamiento; cf. J. Seifert, Das Leib-Seele-
Problem, Darmstadt, 1979, 126-128, quien distingue no
menos de ocho significados.
7
Cf. J. Esquivel (ed.), La polémica del materialismo,
Madrid, 1982; J. L. Ruiz de la Peña, Materia, materialismo,
creacionismo: Salm 32 (1985) 49-72.
8
K. R. Popper, J. C. Eccles, El yo y su cerebro, Barce-
lona, 1980, 16ss, 24ss, 112.
9
En Actas del I Congreso de teoría y metodología de las
ciencias, Oviedo, 1982, 156.
10
Citado por G. Ebeling, Dogmatik des christlichen
Glaubens I, Tubinga, 1979, 296.
11
El reconocimiento de un nexo entre la fe en la crea-
ción y el desarrollo de las ciencias y la técnica es casi un
lugar común de los historiadores de la cultura; cf. textos y
referencias en J. L. Ruiz de la Peña, Teología de la crea-
ción, 116-119.

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