Está en la página 1de 13

Universidad Nacional de Córdoba

Facultad de Filosofía y Humanidades


Cátedra de Literatura Española 1.

El tema del sueño en La vida es sueño.

Marianela Stagnaro
Año 2000.

Prólogo.
2

A través del presente análisis intentaré realizar una exposición acerca de la


concepción calderoniana de la vida como sueño. La fascinación que me causó la lectura
de los monólogos y diálogos de los personajes de La vida es sueño de Calderón de la
Barca, incurriendo en una reflexión filosófica sobre la brevedad de la vida y su
inconsistencia, me llevaron a decidir este tema de investigación.

El objetivo que me he propuesto al iniciar el análisis es el siguiente:

* Profundizar la noción de la vida como sueño, mediante el estudio de la relación:


vida/sueño y muerte/despertar.

Para tal caso, la metodología a utilizar será la investigación bibliográfica y el


posterior análisis de los datos, acompañado por la correspondiente lectura de la obra de
Calderón mencionada anteriormente.

Introducción.
3

Para iniciar este trabajo debemos comenzar por situar la obra de Calderón de la
Barca en el contexto histórico, social, político y económico de la España del siglo XVII,
destacando las problemáticas características de la época.

Podemos decir que la Monarquía Hispánica tuvo lugar en España durante los
siglos XVI y XVII; fue también llamada Monarquía Católica, en la medida en que la
defensa de la ortodoxia católica frente a los protestantes se convirtió en una de sus
principales razones de ser. Con Carlos I, el espacio territorial de la Monarquía Hispánica
continuó creciendo, gracias a la incorporación del ducado de Milán y a la rápida
conquista de América. Los años finales del siglo XV y la primera mitad del siglo XVI
fueron un periodo decisivo en la expansión europea hacia América; proceso llevado a
cabo por la Corona de Castilla, junto con Portugal. Aproximadamente en medio siglo,
los conquistadores españoles lograron incorporar vastos territorios en el norte, centro y
sur del continente americano.

El carácter dinástico o personal, que determinaba la pertenencia a la


monarquía de cada uno de los reinos y territorios integrantes de la misma, y la fuerte
autonomía que conservaban, junto con la existencia de unas instancias superiores de
gobierno en la corte, junto al rey, hicieron de la monarquía de los Austrias españoles
una curiosa mezcla de autonomía y centralización. El poder del rey no era el mismo en
todos los reinos y territorios, como tampoco eran similares el potencial demográfico y
económico de los mismos. En estas condiciones, la riqueza y prosperidad castellana —
incrementada posteriormente por la plata que provenía de América— junto al fuerte
desarrollo del poder regio en la Corona de Castilla, la convirtieron, ya desde tiempos de
los Reyes Católicos, en el centro de gravedad de la monarquía. Esto a su vez, tuvo
claras ventajas para los grupos dirigentes castellanos: la alta nobleza, los miembros
destacados del clero o los letrados disfrutaron de los principales cargos de la
monarquía, provocando recelos en otros territorios. Sin embargo, para el pueblo, que
pagaba los impuestos, la realidad imperial de la monarquía supuso una creciente
fiscalidad y el envío de muchos de sus hombres para abastecer los ejércitos.

Durante buena parte del siglo XVI, los éxitos acompañaron la política
internacional española, a pesar del fracaso relativo de Carlos V en el intento de impedir
la expansión del protestantismo en Alemania. La defensa del Mediterráneo occidental
4

resultó eficaz frente al peligro turco, que se redujo de hecho en las últimas décadas del
siglo. Sin embargo, el gran cáncer de la Monarquía surgió en su seno con la rebelión de
los Países Bajos, iniciada en 1566, y que habría de dar lugar a una guerra larga, costosa y
agotadora, que duró, en conjunto, hasta mediados del siglo XVII, y en la que los rebeldes
—las Provincias Unidas de Holanda— contaron frecuentemente con el apoyo de Francia
e Inglaterra

Al menos desde la gran crisis epidémica de finales del siglo XVI hasta mediados
del siglo XVII, el interior castellano sufrió una fuerte crisis demográfica y económica
que acabó con su antigua prosperidad. Sus ciudades perdieron el papel que habían tenido
en la economía y se despoblaron. La sociedad se polarizó y los exponentes de la
incipiente burguesía, que protagonizaron la actividad manufacturera, mercantil y
financiera del siglo anterior, desaparecieron. Hablamos de una sociedad con fuertes
diferencias entre la minoría rica y la gran masa popular, empobrecida.

En la segunda mitad del siglo XVII, cuando la población y la economía del


interior comenzaban a recuperarse, el centro de gravedad de la economía española se
había desplazado, definitivamente, hacia la periferia. Durante el siglo XVIII la
situación no cambiará, y a pesar de la buena coyuntura general, Cataluña, el Levante
valenciano, Cádiz —centro del comercio con América— o las zonas costeras del País
Vasco serán las regiones más prósperas, frente a un interior que recuperaba población,
pero cuya economía tenía un cariz esencialmente agrario.

En lo que respecta al aspecto social del país, a diferencia de los conversos de


origen judío, diseminados entre la sociedad cristiana vieja y obsesionados por ocultar sus
antecedentes, los antiguos musulmanes, llamados moriscos, al vivir agrupados en
determinadas zonas de la península, hacían gala de su religión y sus costumbres y eran
claramente reacios a la religión y la cultura cristianas. Si bien los conversos de origen
judío vivían generalmente en las ciudades y tratando de integrarse a la sociedad, los
moriscos eran campesinos de escasa formación cultural. A comienzos del siglo XVII,
aproximadamente 300.000 moriscos fueron expulsados de España.

El reinado de Felipe IV vivió una de las guerras más intensas de la historia de la


Monarquía Hispánica, que acabó por arruinar la economía y la hacienda de Castilla. Sus
repercusiones económicas y sociales junto al descontento y las tensiones
constitucionales provocadas por los intentos del conde-duque de Olivares de repartir las
5

cargas de la política imperial de la monarquía, provocaron una grave crisis interna, cuyas
manifestaciones más importantes fueron las revueltas de Cataluña y Portugal, iniciadas
ambas en 1640. Luego ocurriría la derrota de la monarquía frente a los holandeses,
sancionada por la Paz de Westfalia (1648) y frente a Francia por la Paz de los Pirineos
(1659). Unos años después, en 1668, Portugal vio reconocida su independencia.

A pesar de las derrotas de mediados del siglo XVII, durante las últimas décadas
de este siglo, la monarquía logró conservar la casi totalidad de sus dominios, gracias a la
habilidad diplomática que la llevó a aliarse con sus anteriores enemigos, Inglaterra y
Holanda, frente al expansionismo amenazador de la Francia de Luis XIV.

El desenlace internacional de la guerra, en 1713, supuso el fin de la Monarquía


Hispánica.

Calderón en el Barroco.

Todos los cambios originados por la crisis durante el siglo XVII, influyeron
directamente en la visión del mundo y en las concepciones estéticas de los artistas de la
6

época. Esta nueva visión se basa en el descubrimiento de Copérnico, acerca de la


doctrina que afirma que la tierra gira alrededor del sol, en lugar de creer que el mundo
giraba en torno a la tierra. De este modo, el hombre dejaba de ocupar ese lugar
preponderante del Renacimiento, para convertirse en un factor pequeño frente a un
universo de desmesurada grandeza.

Todo el arte del Barroco se halla empapado por la problemática metafísica: el


desengaño, la brevedad de la vida y su apariencia de sueño, el pesimismo y la
inexorabilidad de la muerte.

El Barroco expresa la conciencia de una crisis visible en los agudos contrastes


sociales, el hambre, la guerra y la miseria.

Como dijimos anteriormente, el problema central de esta época es el


antropológico, siendo el hombre el único tema de meditación. En este sentido a Calderón
lo impregna un sentimiento pesimista, el cual aparece también como característico del
Barroco. En Calderón este pesimismo se encubre bajo la forma de melancolía, mediante
el lamento por la fugacidad del tiempo.

Dentro de las características estéticas del estilo, encontramos que sobresalen la


búsqueda de la novedad y de sorpresa, el gusto por la dificultad, la tendencia al artificio y
al ingenio.

La retórica barroca puede sintetizarse en la coexistencia de dos corrientes: el


conceptismo y el culteranismo. Si bien ambos buscan la complicación formal, el
culteranismo intensifica los elementos sensoriales preocupado por el preciosismo y la
artificiosidad formal; y el conceptismo se basa en la condensación expresiva. Dentro de
esta segunda corriente podemos situar a la obra de Calderón de la Barca: La vida es
sueño.

Dicha obra data del año 1635 y a través de la misma, el autor busca demostrarnos
lo efímero de la existencia y el origen divino de la vida. El teatro del siglo de oro español
alcanza su esplendor con Calderón de la Barca, conocido también como el gran poeta
dramático del barroco.

Conviene destacar que el autor de La vida es sueño es un fiel representante de la


Contrarreforma y por lo tanto está inserto en la época barroca. La actitud antirreformista
puede vislumbrarse en la defensa de las doctrinas escolásticas y en la idea de edificación
7

y glorificación de la fe. La alegoría, el pesimismo, la profundidad metafísica, la


racionalidad y la lógica son otros de los caracteres del barroco que encontraremos en
Calderón.

El sueño, la vida y la muerte.

Luego de haber situado la obra analizada en el contexto social, político,


económico y también cultural del siglo XVII, observando en ella las características
propias del Barroco, examinaremos con mayor precisión el tema de la vida como sueño.
8

A. Salvador nos dice:


La vida es sueño, de Calderón de la Barca, no es sino una
concepción de la vida desarrollada en forma teatral con el mismo rigor con el que
hubiera podido desarrollarse en forma geométrica en una meditación cartesiana.1
Ahora bien, dicha concepción de la vida conlleva una especie de reflexión
filosófica y a la vez, metafísica, caracterizada en primer lugar por la defensa de las ideas
católicas acerca de la existencia de una vida eterna. Calderón nos dice que soñamos
mientras vivimos, y que el despertar del sueño es un despertar a la vida eterna, a través de
la muerte:
Dices bien, anuncio fue;
y caso que fuese cierto,
pues que la vida es tan corta,
soñemos, alma, soñemos
otra vez; pero ha de ser
con atención y consejo
de que hemos de dispertar
deste gusto al mejor tiempo;
que llevándolo sabido,
será el desengaño menos;
que es hacer burla del daño
adelantarle el consejo.2

Observemos que cuando el autor nos habla del mejor tiempo,


indudablemente se está refiriendo a la noción de vida eterna promulgada por la Iglesia.
Para Calderón la vida en este mundo es un simple transcurrir, para alcanzar la vida
verdadera, y esto se logra mediante el despertar. Con la muerte no se acaba la vida, sino
el sueño, porque para Calderón con el despertar a la vida eterna comenzamos a vivir. A
partir de este momento dejamos de vivir creyendo ser lo que no somos para empezar a
ser lo que somos en verdad.

1
A. Salvador. “Concepción de la vida como sueño”. Cuadernos Hispanoamericanos, N° 135, marzo, 1961.
Pág. 370.
2
Calderón de la Barca. La vida es sueño. Bs. As., Ed. Bureau. 1999. Pág.74.
9

Bajo esta concepción de la vida terrenal como algo efímero, y quizás de algún
modo irrelevante, hallamos también una crítica al hombre de la época. Recordemos que
nos encontramos en un período de crisis económica y social, en el cual solo la minoría de
la población se enriquecía mientras la masa popular padecía hambre y miseria; de este
modo, podemos visualizar una crítica al afán de los hombres de adquirir poder o dinero.
Calderón nos dice, de alguna manera, que todos somos iguales durante nuestro breve
paso por la vida terrena, porque allí todos soñamos lo que creemos que somos, pero en
realidad aún no estamos siendo. La verdadera realidad de nuestra vida nos llega con la
muerte.
En el monólogo de Segismundo en la escena XIX de la segunda jornada, el más
interesante de la obra, aparece esta reflexión sobre lo intrascendente de la vida terrenal:
Sueña el rey que es rey y vive
con este engaño mandando,
disponiendo y gobernando;
y este aplauso, que recibe
prestado, en el viento escribe;
y en cenizas le convierte
la muerta (¡desdicha fuerte!).
..................................................
Sueña el rico en su riqueza
que más cuidados le ofrece;
sueña el pobre que padece
su miseria y su pobreza;
sueña el que a medrar empieza,
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende,
y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende.3
Por otra parte, lo que debemos examinar es que Calderón no caracteriza el sueño
de acuerdo a la menor realidad de sus vivencias, comparadas con las de la vigilia; sino

3
Íbid., pág. 69.
10

que lo hace debido a la falta de conexión lógica entre lo que soñamos y lo que sentimos
antes y después del sueño.
Es decir, que vivimos lo soñado en el mismo plano de la realidad en la que nos
hallamos estando despiertos. Aparece entonces un desdoblamiento del sueño: por un lado
soñamos dormidos y por el otro, soñamos también despiertos; pero finalmente lo único
que hacemos en uno y otro caso es soñar, porque la vida es sueño.
Esta igualdad de planos entre el dormir y el despertar, tiene como finalidad
oponerlos al verdadero despertar que está dado por la muerte, para destacar una vez más
la inconsistencia de la vida terrenal y la divinidad de la vida eterna. Segismundo nos
ejemplificará esta idea:
Clotaldo: ¿todo el día te has de estar
durmiendo? ¿Desde que yo
al águila que voló
con tardo vuelo seguí
y te quedaste tú aquí,
nunca has dispertado?

Segismundo: No.
Ni aún agora he dispertado;
que según, Clotaldo, entiendo,
todavía estoy durmiendo,
y no estoy muy engañado;
porque si ha sido soñado
lo que vi palpable y cierto,
lo que veo será incierto;
y no es mucho que rendido,
pues veo estando dormido,
que sueñe estando dispierto.4
Por otro lado, Calderón hace hincapié en afirmar que el hombre no tiene
conciencia plena de su situación, ya que hasta la llegada de su muerte no sabe que hasta
el momento sólo estaba soñando lo que cree que vive en realidad:
(...) y en el mundo, en conclusión,

4
Íbid., pág. 67.
11

todos sueñan lo que son,


aunque ninguno lo entiende.5
De este modo, entendemos que la claridad, el conocimiento llega al hombre con
la muerte, que en términos de Calderón de la Barca es el despertar. El despertar a la vida
eterna y por lo tanto a la verdad. Para el autor, sólo mediante la muerte el hombre puede
acceder al conocimiento de la naturaleza humana, ya que con la muerte comienza en
realidad a vivir, dejando atrás el soñar constante de su vida terrena. El problema del
hombre y de su conocimiento es característico de la filosofía del siglo XVII, y está
planteado en la obra de Calderón mediante la duda metódica: los engaños e ilusiones de
los sentidos y la dificultad de distinguir la vigilia del sueño.
La acepción de la vida terrenal que poseen los personajes, está estrechamente
relacionada con su condición de ser sólo un sueño, y por lo tanto son inconcebibles las
ambiciones. ¿Qué sentido tiene dejarse engañar por la aparente realidad de esta vida
soñada? Lo esencial para Calderón es vivir entre sueños aguardando el despertar a la
vida verdadera, por eso, la vida en la tierra no tiene más importancia de la que posee una
ilusión, algo totalmente ficticio que carece de existencia real:
¿Qué es la vida?, un frenesí;
¿qué es la vida?, una ilusión,
una sombra, una ficción (...)6

...............................................................................

Conclusión.

La concepción de la vida como sueño de Calderón de la Barca posee una base


filosófica y religiosa, en donde la vida es en realidad la vida eterna, la cual está dada por

5
Íbid., pág. 69.
6
Íbid., pág. 69.
12

la muerte, ya que la vida terrenal no es más que una ficción, representada a través del
sueño.
Paradójicamente, la muerte representa para el autor el despertar a la vida, a la
eternidad concedida por Dios, la cual le da a la naturaleza humana su razón de ser, al
menos desde la perspectiva católica.
La vida en la tierra es fugaz, y frente a este sentimiento desolador, el hombre del
siglo XVII necesitaba encontrar una forma de trascender.
La brevedad de la vida y la inexorabilidad de la muerte atormenta al hombre-
pensamiento del Barroco, por lo tanto, al reducir la vida al sueño, no hace más que
restarle importancia a esta instancia de la existencia humana para proyectarla en la
esperanza de la eternidad.

Bibliografía.

Fuentes:
13

CALDERÓN DE LA BARCA, Pedro: La vida es sueño. Buenos Aires, Bureau Editor,


1999.

Estudios sobre la obra de Calderón de la Barca:

Enciclopedia Microsoft® Encarta® 98. Microsoft Corporation.

FRUTOS CORTÉS, E.: “La filosofía del Barroco y el pensamiento de Calderón” en


Revista de la Universidad de Buenos Aires, IX, 1951, 172-230.

HAUSER, Arnold: Historia social de la literatura y el arte 1. Madrid, Editorial Debate,


1998.

SALVADOR, A.: “Concepción de la vida como sueño” en Cuadernos


Hispanoamericanos, N° 135, marzo 1961.

WILSON, E.: “La vida es sueño” en Revista de la Universidad Nacional de Buenos


Aires, Año IV, N° 3 y 4, 1946.

También podría gustarte