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Me embarga un dolor llamado Colombia, dolorosas piezas de un edén triste y melancólico,

lleno de horizontes por todos lados.

Joven nación campesina, ave malherida, soñando creíste tocar los límites del cielo, cultivar

en tus campos la semilla amorosa de la vida. Hoy tus hijos luchan, codo a codo, por

recuperar la gloria que te han robado, el oro y los ríos de tu alma soñadora; hoy te sufren

miles y miles de corazones enlutados. La voz y el temple de tus pueblos se levantan, y

unidos bajo una sola llama, ondean tu bandera para secar tus lágrimas. Hoy tus paisajes

lloran, la cólera de tu tierra morena arrecia, y las personas honradas que te aman, sin

importar clase social, marchan clamorosas hacia el horizonte, entonando himnos y arengas

de esperanza. Combaten, en nombre de la vida, contra la carroña y la muerte.

Por años, cuadrillas del mal han sembrado el temor y el pánico en tus tierras sagradas, pero

hoy, mientras hay aliento, los indignados, tus "águilas caudales", tus hijos, tus nietos

campesinos, indígenas, estudiantes, trabajadores, artistas, soñadores, deportistas, dicen:

"YA BASTA", "YA NO MÁS".

En eso pensaba mientras observaba, un poco conmovido, la ondulante multitud de personas

concentradas alrededor de la Bomba del Amparo, con sus pancartas llenas de ingenio y

originalidad, algunos de ellos bailan, otros van con la bandera de Colombia boca abajo

(como símbolo de indignación y resistencia) sobre sus espaldas amuralladas. Caminan por

la avenida con una cadencia hermosa bajo el sol ardiente del mediodía. -“Hace qué cule

sol”, “qué hijueputa calor”, “qué hijueputa calor, pero más hijueputa es el presidente de la

nación”- corean riéndose algunos manifestantes, irradiando una energía incansable, un

hálito de vida envidiable.

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Es sabido que en la historia de las manifestaciones nunca ha faltado la música para motivar

el espíritu de la marcha y el ánimo de los marchantes, pues el papel de la música, a nivel de

masas, ha sido importante en los movimientos históricos para celebrar el cambio y el

milagro de la vida. Por ejemplo, la revolución francesa no se puede concebir sin la

Marsellesa y lo mismo ocurre con nuestra independencia, que se hizo a punta de música; en

revoluciones más recientes como la Guerra Civil Española, los españoles cantaban

enardecidos: Cara al sol /con la camisa nueva/ que tú bordaste en rojo ayer. Quizás por

esta razón, sin saberlo, algunos llevan instrumentos musicales y tocan ritmos divinos que

hacen de la movilización una danza para el alma. Hay un negro poderoso que lleva un

tambor terciado a un costado y entonces retumba una música ancestral por toda la calle,

transita a través del viento rumoroso que viene del mar. Parece un ritual: suenan las gaitas y

los tambores, y es como si el destino histórico del país estuviera siendo tejido por esa

melodía maravillosa.

La mayoría de la protesta avanza pacífica. No obstante, una cuadrilla de tombos, salvajes

con autorización para delinquir, mira la movilización con enojo y despotismo. Esperan la

orden de los superiores para atacar con sus cañones de muerte. Esperan apagar la palabra

sensible y sonora con sus decrepitas voces. Aunque aquí la cosa marche sin mayores

inconvenientes, en otras partes del territorio nacional la situación es distinta. En Cali

(considerada hoy la sucursal de la resistencia) la fuerza pública está asesinando y

desapareciendo a jóvenes, en Popayán cuatro policías violaron a una muchacha de

diecisiete años en un CAI, en Pereira asesinaron con sevicia a Lucas, un pelao´ alegre y

carismático, un ser bello que solo quería la construcción de país íntegro a partir del diálogo

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y la reflexión. En ese triste y enfermo devenir, muchas madres hoy siguen esperando que

sus hijos regresen a casa; muchas de ellas hoy forman parte de la primera línea, mujeres

aguerridas que luchan por la justicia, el bienestar y los derechos constitucionales de sus

hijos. Otras lo hacen desde casa, desde sus trabajos, desde sus corazones.

Al caer la noche, en algunas ciudades del país, el infierno se abre, las calles y avenidas se

vuelven un campo de batalla, árido y agreste; los postes y árboles son trincheras contra las

bombas aturdidoras y los gases lacrimógenos, contra las balas y los chorros de agua

lanzados a presión por macabras tanquetas. El gobierno del mal, patrocinado por el centro

demoníaco, envés de proponer una mesa de concertación nacional con los colombianos de a

pie, hostiga con todo su poder ofensivo la movilización, violenta la naturaleza pacífica de la

protesta. Los medios de comunicación tradicionales, por su parte, venden una imagen

desfasada y distorsionada de la protesta; su intención es colocar a la población en contra de

la población, hacerle creer a los más ingenuos que los estudiantes, jóvenes, indígenas y

todo el que apoye el paro son el mal que turba la tranquilidad y la “estabilidad financiera”

de Colombia.

Hoy lloran los paisajes, el verde de la tierra sangra, los ríos y mares han enmudecido su

canto primigenio, ya los pájaros no entonan baladas de amor, sino el blues, la tristeza de los

árboles solitarios. Así premias, ¡oh democracia!, a los mejores de tus hijos, con óleo de

sangre los unges, los vistes de escarnio y los paseas ceñidos con los cascabeles de los locos.

A quien solo tuvo para ti la palabra de miel, tú le contestas con la voz del agravio; a quien

se desveló sirviéndote, tú le galardonas con el frío medroso de los sepulcros. ¡Oh

Democracia! Bendita seas aunque así nos mates.

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Un amigo desde la Argentina, me llamó bastante preocupado por la situación política

actual, y me expresó su inquietud diciendo: estimado amigo, la preocupación colectiva es

algo notable ante tantas adversidades, como si se tratase de una prueba del destino, de

reconocer lo que se es real. Por ello, resulta comprensible que la gente quiera movilizarse

por algo que consideran justo y necesario. En lo personal, no desmerito las movilizaciones,

son actividades que, en lo que respecta a su naturaleza, se mantendrán vivas como las ideas.

Por otro lado, en Colombia hemos imitado todo, hemos vivido adoptando esquemas

foráneos, viviendo una especie de mimetismo cultural que distorsiona toda nuestra

identidad colectiva. Como consecuencia de ello, no existe una relación armónica entre

educación y universidad, entre gobierno y sociedad. Eso lo estamos padeciendo en nuestra

realidad nacional y es triste.

“Claro que es triste y doloroso”, pienso sin contestarle nada, sin saber qué responder, y

cómo hacerlo, si en este momento se necesitan hombres de acción, levantar la mirada y

continuar con la lucha.

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