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INTRODUCCIÓN

Antes de comenzar, algunas nociones del hombre moderno y la sociedad de consumo:

El Padre Ezcurra, ya en 1985 sostenía y anticipaba algunas cuestiones que sufrimos en la actualidad. En una
conferencia llevada a cabo en Alvear, Mendoza explicó detalladamente (algo que no haremos nosotros por
falta de tiempo) que el hombre vive en una sociedad de consumo, a la cual él mismo define como una
“economía invertida, donde no se produce para satisfacer las necesidades de la gente, sino que la gente tiene
que satisfacer las necesidades de la producción. Lo que importa no es producir lo que la gente necesita sino
convencer a la gente para que consuma lo que se va a producir”. Es decir que, no está la producción al servicio
del hombre, sino el hombre al servicio de la producción.

El hombre vertical y el hombre invertido:


El hombre contemporáneo es un hombre que también está puesto “patas” arriba, es un hombre invertido.
El hombre fue creado sobre dos pies para que sea capaz de mirar al cielo. Dios lo creo con la cabeza arriba
del corazón, con el corazón arriba del estómago, del sexo y de los pies. Y esa jerarquía del hombre vertical
nos está indicando también lo que el hombre tiene que ser por adentro.
Esa es la imagen del hombre como Dios lo creó: inteligencia que conoce la verdad, se la muestra a la voluntad
como algo bueno y las pasiones y los sentimientos son gobernados por la voluntad y dominados por la
inteligencia.

En cambio, el hombre moderno es un hombre puesto “patas” arriba. Al hombre vertical que creo Dios se le
opone n hombre invertido. Arriba de todo están las pasiones, están los instintos, están los sentimientos.
¿Por qué se guía el hombre? “Me gusta”, “no me gusta”; “tengo ganas”, “no tengo ganas”; “¡qué lindo!”,
“¡qué feo!”, Nos guiamos por los instintos.
Y después viene la voluntad. La voluntad para satisfacer todos los caprichos de los instintos; y debajo de
todo viene la pobre inteligencia. ¿Para qué? Para justificarme y decir que todo lo que a mí me gusta está
bien.

La publicidad comercial
Ahora bien, ¿cómo se relaciona el hombre “patas” arriba con la sociedad de consumo? Por medio de la
propaganda y la publicidad.

La propaganda, dentro del circuito de la producción, tiene una razón de ser. Hacerle conocer a la gente que ha
salido un nuevo producto y cuáles son las cualidades del mismo. Eso es una función necesaria de la publicidad
dentro del circuito de la producción. Pero, en la sociedad de consumo, donde el hombre está al servicio de la
producción y no al revés, la propaganda tiene un sentido completamente distinto.

Primer principio de la propaganda


El primer principio sobre el que se funda la publicidad comercial es el siguiente: “la función de la
propaganda es crear una necesidad donde no existe”. Entonces, mientras más inútil es un producto, mientras
más artificial es, mientras menso necesario es, necesita mayor cantidad de propaganda.
Por ejemplo, ese pelapapas que usamos en la cocina. La fábrica que lo produce dice: “¿cómo podemos
aumentar la venta” Idea genial de uno de los productores asesores: “Hay que hacer los pelapapas de color
marrón o gris. De esta forma una cantidad mayor de pelapapas se va al tacho de basura con las cáscaras de
papas y entonces aumentamos la venta”. Se lo empieza a fabricar de ese color y la venta aumente. Pero no
aumento en la cantidad que habían calculado los técnicos. ¿Por qué? Porque si bien el pelapapas marrón o gris
se confunde con las cáscaras de las papas y va al tacho de basura no llama la atención en la vidriera del
negocio, de la ferretería o del supermercado. Entonces la solución es al pelapapas marrón o gris sumarle una
linda envoltura de plástico o de cartón con un rojo y un amarillo que llaman la atención y listo, problema
solucionado.
Ahora pensemos… Si un estudio de esos es posible solo para un objeto, como un pelapapas, imagínense los
estudios que puede llevar la técnica publicitaria para otras cosas mucho más importantes o de mayor valor.
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Segundo principio de la propaganda


La propaganda no se tiene que dirigir a la inteligencia de las personas si no a los sentimientos de las
personas. No hay que hablarle a la inteligencia sino a los sentimientos.
El diario que se lee normalmente en las fábricas de Alemania, es uno que tiene grandes fotos, muy poco texto,
para leer y a dos colores. Ese diario era uno de los más vendidos. Un día le preguntaron a su director “¿A qué
atribuye el éxito de su periódico?” Dice: “a que la mayor parte de la gente no piensa, sino que piense; y yo no
hago un periódico para que piensen si no un periódico para los sentidos”.
Cuando la propaganda me muestra, en la televisión o en una revista, la marca de un auto y al lado de la marca
del auto una señorita, poco vestida. ¿Qué es lo que quiere hacer esa propaganda? ¿Se dirige a la inteligencia?
No, se dirige a los sentidos. Asocia una marca de autos con una imagen de belleza o con una imagen de
sensualidad o con una imagen de placer.

Imposición de maneras de pensar


Crear necesidades donde no existen. Eso es una manipulación el hombre. Y si nos quedáramos ahí, bueno,
hasta un cierto punto no sería tan importante. Pero lo mismo que nos “enchufan” una gaseosa o un jean nos
pueden meter cosas mucho más importantes; precisamente trabajando, con la propaganda, sobre el hecho
de que la mayor parte de la gente no piensa, sino que siente. En cualquier tema que pueda ser un tema de
debate público; por ejemplo, la pena de muerte. Uno podría discutir con razones intelectuales a favor o en
contra; no podría decir, como una razón intelectual, en favor de la pea de muerte que es como cuando en la
sociedad ocurre cuando en el cuerpo de un hombre hay un miembro gangrenado, a veces hay que cortar una
pierna para salvar el cuerpo. En la sociedad, el que ha cometido un gravísimo delito y que es un peligro, uno
podría decir, en contra de la pena de muerte, “bueno, pero no es lo mismo una mano en el hombre, que un
hombre en la sociedad”. Esos son argumentos que van a la inteligencia. Hace muchos años, había una película
sobre el tema que mostraba a un pobre muchachito simpático, salido de un ambiente muy pobre que empieza
a robar por necesidad. Durante la Guerra entra a la Resistencia francesa contra los alemanes y se acostumbra a
matar, y después de la guerra en un asalto roba y m ata. Y cae en manos de la justicia. Lo condenan a muerte y
la última escena de la película es: el pobre tipo, temblando, sentado en la silla eléctrica y rezando. La gente
sale del cine diciendo: “Que barbaridad la pena de muerte”. Pero si uno hubiera hecho una película con un
argumento distinto y hubiera mostrado, n degenerado, un criminal que viola a una criatura, la corta en
pedacitos y la quema en el horno de la panadería en el fondo de la casa, la gente saldría diciendo. “A estos
tipos hay que matarlos. La pena de muerte para estos tipos”.

Y ¿saben qué? En los dos cosos no hay un argumento. En los dos casos se toca una situación emocional; y
exactamente lo mismo pasa, y ha pasado entre nosotros, ahora, con el tema del divorcio. Se tocan situaciones
emocionales. Y después cuando salga, porque después del tema del divorcio viene el aborto, ustedes van a ver
que el principal argumento que se va a utilizar para imponerlo para permitirlo, va a ser un argumento de orden
sentimental: “¡La vida de la madre!” cuando actualmente y con las técnicas de la medicina moderna no existe
verdaderamente el caso en el cual haya que optar si o sí por la vida de la madre o por la del hijo. Y en frente a
eso uno va a decir “¡Claro!, hay casos en los cuales…” Entonces, a través del sentimiento, ya no se nos impone
una marca de gaseosa o de cigarrillos; se nos impone una manera de pensar o más bien una manera de no
pensar, una manera de sentir; se nos hace tomar decisiones en frente a cosas que son muy importantes.

Todo esto, que sirve como introducción para el tema que hoy nos ocupa, nos lleva a pensar que cualquier
persona que siga los acontecimientos, los debates y los discursos en nuestro país puede percibir la importancia
del tema de la manipulación del lenguaje. Los artículos de los diarios, los programas televisivos y radiales, los
suplementos culturales y también (y esto es algo que nos toca muy de cerca) los apuntes y textos
universitarios están plagados de un vocabulario que, como mínimo, resulta incomprensible para muchos.
Aquellos que si entrevén algo de lo que se quiere decir advierten la peligrosidad de ciertas expresiones, pero,
muchas veces, quizá, no cuentan con las herramientas para fundamentar sus intuiciones; por tanto, creen que
son incapaces de llevarlas hasta sus consecuencias más profundas. Y se sienten desarmados por ello.
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DESARROLLO
La palabra, hoy tan envilecida, es en sí algo sublime. “Al principio era el Verbo”, dice San Juan al comienzo de
su evangelio. De allí deriva la palabra humana, una participación de la inteligencia del hombre en la Palabra
divina a la que hace eco, continuando en cierta manera su encarnación.

El silencio está en el origen de toda palabra auténtica, la divina y la humana, pero también en su cúspide. “El
silencio, puede ser la cumbre de la palabra y el punto culminante de ella. En general, la palabra, cuando es
elevada y solemne, detiénese porque a cierta altura le faltan vocablos. Entonces, el silencio encárgase de
continuarla y de expresar lo inexpresable. El silencio emocionado es la expansión suprema de la palabra; es el
estilo por excelencia”. Solo la palabra que proviene del silencio y en él culmina está preñada de virtualidades.
Jesús, tras treinta años de recogido silencio en Nazaret, comenzó a hablar. ¡Misterio insondable! Treinta años
de silencio y solo tres de predicación. Cuando la palabra no brota del silencio y en él no desemboca, no es
palabra; es ruido.

Hoy presenciamos la acción sistemática de la llamada revolución cultural, iniciada formalmente hace más de
dos siglos. Toda ella encuentra su basamento más profundo en la tergiversación de la palabra. Porque “las
palabras son pan o veneno”. Los vocablos revolucionarios no brotaron para expresar el pensamiento que
corresponde a la realidad si no para llevar adelante una praxis ordenada a demoler la cultura tradicional. Se
rodeó a las palabras con un acento que hacía que los oyentes se viesen imposibilitados de discernir entre el
bien y el mal, entre el pan y el veneno. “Y la gente, el mundo, están contentos”. Los términos que resultaban
odiosos a los oídos de la Modernidad fueron convertidos en objeto de burla; las personas dejaron de usarlos y,
por vía de omisión, esas realidades designadas por esas palabras fueron dejando de “pesar” en la mente del
hombre contemporáneo. Algunas de ellas pasaron simplemente al olvido porque para algunos “No existe lo
que no se dice”.
Buena parte de la lucha que la Modernidad entabla contra la cultura tradicional se ordena a que numerosas
palabras se vean hoy puestas en la mira. Hay que volverlas obscenas, en oren a que acaben siendo
despreciadas por el común de las gentes, al punto de producir un instintivo sentimiento de aversión ni bien
sean pronunciadas. Así las cosas, los términos del nuevo diccionario, si quieren ser socialmente correctos,
deberán pasar por el crisol de la democracia. La mayoría, previamente aleccionada, se convierte en una
especie de tribunal, capaz de dictaminar acerca de la bondad o perversidad del vocablo en cuestión.

La palabra “paternidad”, por ejemplo, antes tan noble, hoy no tiene buena prensa; no es sino equivalente de
“paternalismo. La palabra “autoridad” huele enseguida a “autoritarismo” o – como algunos prefieren – a
“fascismo”. La consigna es enlodar las palabras que antes se hallaban preñadas de excelencia. Y el mundo
sigue aplaudiendo. O se inventan nuevos “contextos” de las ideas que se quieren introducir, al modo de
Caballos de Troya, en la sociedad tradicional.

No sólo hay palabras tergiversadas. Hay palabras directamente prohibidas o que se intentan prohibir. En
agosto de 2010, un gobernante electo por Sinaloa (México) fue multado por mencionar en público la palabra
“Dios”, mientras hacía su campaña política. Estas restricciones verbales tienen todo un sentido y un propósito:
elaborar un nuevo lenguaje al servicio de la Modernidad. Dios no existe. Hay que sacarlo del diccionario y así,
lenta pero firmemente, se van erradicando las palabras precisas y los juicios categóricos, que molestan, de
modo que ·El hombre queda castrado en su vocación metafísica”, tal como señala Juan Carlos Monedero.

La palabra ha sido “violada”, escribió el Padre Petit de Murat. Las trincheras del combate actual se encuentran
en el bosque del lenguaje. Trátase de una guerra semántica (del significado de las expresiones lingüísticas). El
triunfo será de quien logre imponer su idioma. Quien posea el arte de manejar las palabras poseerá el de
manejar los espíritus. El objetivo es que el nuevo lenguaje se vaya volviendo connatural.

Para salir al paso a este proyecto será preciso lanzarse a la reconquista del sentido original de las palabras;
marcarles sus límites, volver a “definir” lo que hoy se ha vuelto impreciso, vaporoso o simplemente erróneo.
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El enemigo quiere que claudiquemos, que hablemos como él, “como todos”, como se expresan las mayorías,
que nos rindamos ante la descalificación social y mediática que padecen los defensores de las palabras
preñadas de contenido. Será preciso encender la llama del celo en favor de las palabras auténticas, peligrosas,
fruto de la vehemencia del amor a la verdad. Si nos rendimos ante la presente ofensiva en aras de una
presunta “tolerancia”, nos colocamos en una situación espiritual y psicológica en la que ningún martirio sería
posible. Habremos abandonado la virtud de la Fortaleza. Y entonces nos cabrá lo que decía Gómez Dávila: “El
que se dice respetuoso de todas las ideas se confiesa listo a claudicar”.

P. Alfredo Sáenz

Algunas definiciones importantes:

Desde siempre, el pensamiento clásico ha enseñado que la palabra es signo del concepto y, a través suyo,
signo de la realidad.

¿Qué es un signo? El signo es “aquello que representa una cosa distinta de sí mismo”. Es algo que expresa
una cosa diferente de sí, remitiendo y llevándonos a ella. Este signo sólo es percibido si hay un ser con
capacidad de conocer; por tanto, donde no hay esa capacidad, no existe percepción del signo.

El hombre comparte con los seres inferiores tanto la voz, como la sociabilidad. Pero, así como el hombre,
además de social es animal político; del mismo modo, además de ser capaz de emitir sonidos, posee la
palabra.
Llamaremos a la palabra “voz significativa arbitraria”. El ser humano es capaz De formularla en virtud de su
intelecto. Los irracionales, en cambio, sólo tienen voz; la llamamos significativa, porque la palabra remite,
indica, expresa, nos lleva a algo distinto de sí: el concepto.
Sostenía Aristóteles que: “La palabra nos ha sido concedida para expresar el bien y el mal, y, por
consiguiente, lo justo y lo injusto”.

Aunque los irracionales también puedan significar, ciertamente son incapaces de manifestar conceptos
universales. Sólo pueden significar imágenes particulares. Mientras que la imagen no es universal, el concepto
sí lo es. La imagen, propiamente, se puede predicar únicamente de una sola cosa. El concepto, al contrario, es
algo uno relativo a muchos. Por eso decimos que, a través del concepto, la palabra nos lleva a la cosa.

Decimos que la palabra es arbitraria, porque es fruto de una convención humana. No es un signo natural
como sí lo es el humo, por ejemplo. La palabra del hombre no sólo es significación, también es vehículo de su
propia interioridad. Dos oraciones idénticas no tienen la misma resonancia si son pronunciadas por personas
distintas: cada uno le suma o resta su propia inteligencia, concentración, autoridad molar, experiencia, etc. El
tono, la acentuación de tal o cual término, la firmeza de la voz; en suma, toda la vida interior que – lo quiera o
no - el hombre deja traslucir cuando habla, son elementos que nos hablan de un lenguaje propio de la
persona y no una mera colección de vocablos.
Las palabras no manifiestan palabras, manifiestan el interior de la persona, vacío o repleto de riqueza, de
ser. Y a través de la contemplación en el alma del otro de la riqueza del ser, somos llevados a conocer ese ser
que el otro alberga.
Cuando somos emocionados por el discurso de una persona, no es sólo la palabra la que conmueve. Es el alma
bella hecha palabra.

Las cosas son palabra. Las cosas son capases de ser dichas por el hombre. Y pueden ser entendidas porque
fueron hechas, diseñadas, pensadas con inteligencia. Diseñadas inteligentemente (por Dios).

1) La embestida contra el ser a través de la manipulación del lenguaje.

La palabra, como reflejo e imagen de una realidad superior, posee una naturaleza, un deber ser, que exige
su respeto innegociable. Ella es la moneda de intercambio más usada por nosotros, todos los días las
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pronunciamos; de ahí la importancia de decirla como corresponde, a fin de llevar a nuestro interlocutor a
aquello que efectivamente queremos significar.
Las palabras, en debate
Generalmente, toda discusión se caracterizó por la confrontación de dos tesis que se disputaban un trofeo –
“tener la razón” – apelando a distintos argumentos, enunciándose frontal y lealmente. El presupuesto de todo
debate era la aceptación de la realidad como medida de la tesis: aquella las juzgaba, las tesis eran comparadas
con la realidad, ya para confirmarlas o desecharlas, pretendiendo conducir al adversario hasta el borde mismo
de la contradicción. (Ejemplo Geyer). Y ¿ustedes dirán, porque hasta la contradicción? Porque de esa manera
el que se contradecía advertía que sostenía algo que no podía ser verdadero: algo falso. “Porque cuando la
inteligencia se percata de que no es posible afirmar una cosa y su contradictoria, atisba con ello la existencia
de lo verdadero y lo falso. Y por allí, se da cuenta del ser” – Carta abierta a los responsables de la educación
católica superior, Federico Mihura Seeber.

Pero, ¿Qué pasa? Todo esto es puesto en tela de juicio por el relativismo dominante en el que vivimos. Eso
implica no solo un descreimiento respecto de la verdad de las cosas sino también una ausencia total de
escucha, de verdadero diálogo entre las posiciones encontradas.
Este es un proceso decadente que lleva mucho tiempo y que afecta principalmente al lenguaje. En la práctica
los presupuestos naturales de la controversia que hemos mencionado arriba son omitidos, modificándose el
modo en que las personas – sobre todo públicamente – discuten.

Concretamente:
 Ya no se enuncia lo que uno piensa sino aquello que se rechaza. “Muerte al macho”
 Ya no se discuten ideas o afirmaciones, sino que se focaliza todo en la persona que sustenta tal o
cual posición: No se lleva al otro a la contradicción, ni se pretende sumar ejemplos particulares que
refuten una tesis universal. Simplemente se escupe con la palabra, sin perseguir otra finalidad que la
lisa y llana desautorización del adversario. Procedimiento realizado a fin de calificar de antemano una
postura, con la esperanza de que cierto sector no se atreverá a sostenerla viéndola adjetivada de esa
forma. (Ejemplo Chinda Brandolino)
 Ya no se confrontan las posiciones en los términos de verdad o falsedad: Ya no hablamos con quien
disentimos para intentar convencerlo. Porque ya ni siquiera hay diálogo, sino una pura notificación
dirigida al hipotético interlocutor, que, de antemano, sabemos coincidirá con nosotros. Las tesis ya no
se rozan entre sí. Ya no se expresa un qué. Se recubren ideas únicamente con palabras de discutible
significado. Estamos ante una verdadera guerra de las palabras. No son ya tesis falsas o verdaderas, las
que entran en combate; no son ya contenidos – equivocados o no – los que colisionan. Son términos,
son vocablos, son locuciones que se revolean antojadizamente.
 Las palabras – volando como dardos – no resultan vehículos de una significación previamente
acordada. No tiene lugar un discernimiento sobre su comprensión (qué significa) y su extensión (a
quienes se les aplica). A nadie le interesa que quiere decir ni a cuantos puede referir tal vocablo.
 Se confunde deliberadamente aquellas realidades que se desea suprimir, volviéndolas sinónimos de
aquellas que pálidamente las imitaron. Esto es, se convierten en odiosas todas las cosas buenas. Se
entremezcla todo aquello que se quiere eliminar:
a) Se busca distorsionar toda autoridad, presentándola solo de modo abusivo;
b) Se elimina la justa discriminación, emparentándola con la discriminación injusta;
c) Se desacredita al varón como cabeza de su esposa, exhibiendo única y sistemáticamente los
defectos de los hombres;
d) Se desautoriza la moral católica, adjudicándole los absurdos del puritanismo protestante.
Para los que manosean las palabras, no existen verdades a manifestar, sino impulsos que conducir,
previamente desencadenados por los abusos lingüísticos. Esta adulteración del lenguaje es resabio de
la influencia marxista sobre el mismo. Jean Ousset decía: “¿Y las palabras? No serán utilizadas en razón
del ser que representan, sino por la fuerza que irradian, una suerte de encantamiento, por su sentido
dinámico, no literal. Por ejemplo,, las palabras, pueblo, progreso, libertad, democracia, fascismo, etc.
¿Se piensa que sirven para designar el ser? No. Lo que se busca con su uso es poner fuerzas en
movimiento”. “Estas palabras no tienen para el marxista, realmente ningún sentido real. No sirven
para expresar el pensamiento. Sirven para la acción”.
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 La lógica de los discursos va dirigida cada vez más a la psicología y no a la inteligencia de la persona.
La gente se distancia de ciertas posturas al experimentar la descalificación social y mediática que
padecen quienes la sostienen, pero no porque las juzgue falsas. Por otra parte, la persona sólo avala
aquello que “todos parecen avalar, aunque un breve análisis resultara suficiente para impugnarlo.

2) Cada palabra, una pequeña llama. Su criminalización.

La palabra tiene por fin significar la realidad. Cuando la palabra es pronunciada, cumple su objetivo si
designa los objetos lo más claramente posible. La infinidad de cosas existentes reclama por lo miso una
infinidad de palabras distintas para convocarlas ante nuestra mente. De ahí la importancia de un vocabulario
rico, pues en la medida en que más palabras incorporemos, podemos conocer mejor la realidad. El objetivo de
enriquecer el propio lenguaje es ser auténticamente eficaz para expresar la verdad. ¿Y esto como se hace?
Leyendo buenos libros, escuchando pláticas de buenos expositores, estudiando, en fin, formándose.

Mientras más palabras conocemos, mejor podemos llamar a las cosas por su nombre. Enriquecer el lenguaje,
profundizar las significaciones, diferenciar los sentidos o matices de las palabras y agudizar al máximo la
capacidad de nombrar las cosas, reduce la confusión en la medida en que más profundizamos la naturaleza de
la realidad.

“La mentira no es un mal en cuanto es palabra, la palabra es un bien, sino en cuanto es palabra desviada del
fin de la palabra, palabra torcida, palabra que carece de identidad con la mente, carece de verdad moral. Uno
toma una cosa creada por Dios para el bien, que es la palabra y la desvía de su fin”. Padre Castellani.
Si se acepta lo anterior, puede advertirse entonces las consecuencias de este empobrecimiento del lenguaje.
Empobrecimiento que tiene lugar cuando sus protagonistas, se limitan a adjetivar las ideas en pugna
relegando al olvido ciertos vocablos incorrectos. Solo se habla de las cosas en términos accidentales, nunca
principales.
Hay toda una gama de palabras principales que ha sido abandonada.
Mientas que la cantidad y diversidad de cosas no cambia, esta práctica de omitir determinadas palabras
conduce paulatinamente al olvido de la realidad: palabras omitidas son el preámbulo de realidades que ya no
pesan en nuestra existencia, porque de alguna manera no aparecen con nitidez ante nuestra mente.
Asistimos hoy a una generalizada aversión cuando ciertos vocablos son pronunciados. Entre ellos la palabra
normal. Si la pronunciación de este término supone el discernimiento entre normalidad y anormalidad, no
tardaremos en escuchar a alguien diciéndonos: “¿Pero vos quien te crees que sos? ¿El dueño de la verdad?
¡Definí que es normal!”.
De aquí que cuanto más limitada sea nuestra habla, más limitados serán nuestro poder de reflexión, nuestra
profundidad de pensamiento y, también, la elevación de nuestro espíritu.

Ahora bien, ¿Qué determina la omisión de ciertas palabras? Su criminalización.


Vocablos estigmatizados hasta el punto de ensuciar la fama del que los pronuncia. Palabras demonizadas.
Satanización de ciertos sonidos.
De este modo, el nombre original de las cosas comienza a caer en desuso hasta perderse. El ser humano se
encuentra en oscuridad respecto de estas realidades, “no dichas”. Cada vez más cosas reales van quedando
fuera de su alcance porque se manejan cada vez menos palabras.
Cada palabra era una pequeña llama, de fuego capaz de iluminar; al ser omitida, la realidad por ella
denominada se desvanece.

Con el lenguaje el hombre puede iluminar lo que desee: la realidad termina siendo únicamente “lo
mencionado”, tal como sucede con la televisión.
No existe lo que no se dice.
O peor aún, se construyen realidades que nunca existieron. (Ejemplo fake news libro de Guadalupe pag 187)
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Hay palabras cuya sola mención nos pone en riesgo; y, por el contrario, hay palabras que se mencionan todo el
tiempo, traicionando el sentido original de las mismas o aplicándolo respecto de algo que no corresponde.

3) Manipulación del lenguaje:

“Cada palabra tiene su significado: cuando viene pronunciada evoca el recuerdo de un objeto, de un
fenómeno, de un tiempo, de un sentimiento, igual en el que habla como en el que escucha. Solo así
podemos entendernos”

Según el diccionario de la Real Academia Española la acción de manipular significa:


“Intervenir con medios hábiles y, a veces arteros, en la política, en el mercado, en la información, etc. Con
distorsión de la justicia y al servicio de intereses particulares”.

Es posible modificar, manipular arbitrariamente el significado de las palabras, para usarlas como instrumento
de poder, para esconder verdades incomodas, para hacer aceptar realidades no compartidas.
La palabra se convierte en instrumento de dominio, de adormecimiento de la realidad, se busca decir de otro
modo lo que se tiene miedo de decir, de hacer pasar una concepción del mundo que tienen solo algunos, de
manipular la mente de otros.

Eufemismos: Son una forma dulce de referirnos a algo para contrarrestar la carga emotiva que conlleva, es
una forma de camuflar la realidad y no llamar a las cosas por su nombre.
Cuando las palabras de la lengua verdadera tienen una carga dramática o tal vez de una claridad chocante, se
sustituyen con palabras técnicas médicas, burocráticas, desdramatizantes, privadas de cualquier recuerdo
emotivo.

• Trabajadora sexual por prostituta


• Unión sentimental por concubinato
• Cometer errores por pecar
• Interrupción voluntaria del embarazo por aborto
• Centro de salud reproductiva es la clínica abortista
• Amor intergeneracional por pedofilia
• Estilo de vida alternativo por perversión sexual
• Muerte digna por eutanasia

Manipulación semántica
Los manipuladores buscan utilizar palabras tradicionales con significados positivos a los que les dan nuevos
significados “La idea es que la gente aceptará el nuevo significado, porque está acostumbrada a la palabra y,
por tanto, no puede discernir que el antiguo significado es como un caballo de Troya que introduce un nuevo
significado mortal”.

• Libertad: hacer lo que me apetezca


• Amor: sentimiento de atracción por otra persona
• Identidad sexual: identidad de genero
• Igualdad: negación de diferencias objetivas
• Diferencias: discriminación
• Terapéutico: eugenésico
• Ambigüedad: tolerancia
• Género: indiferencia sexual
• Matrimonio: Contrato

La implantación de la ideología de género, un claro ejemplo


La mal llamada “perspectiva” de “género” es, en realidad, una ideología.
Una ideología es un cuerpo doctrinal coherente y cerrado sobre sí mismo donde quien ingresó al sistema de
pensamiento, no puede salir de él. Está claro que tales doctrinas no se compadecen con la realidad; sino que
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son puras abstracciones, entremezclando verdades a medias con falsedades. El ideólogo no busca la verdad, ni
el bien de los demás, sino simplemente la conquista de sus voluntades, para utilizarlas con un fin personal,
político o geopolítico.
La ideología de género utiliza el engaño, como un medio imprescindible para alcanzar su finalidad. La razón
es obvia: quien pretende utilizar a los demás en su propio provecho, no puede decirlo abiertamente. El
ideólogo utiliza el engaño, como una herramienta diaria de trabajo.
La ideología de género niega por principio, la naturaleza de las cosas y de las personas. La necesidad
argumental de negar la naturaleza, lleva a los ideólogos del género, a caer en flagrantes contradicciones y,
además, a negar aspectos evidentes de la realidad. Y este es el rasgo más perverso del género.
Esta ideología, por sus propias limitaciones intelectuales, no podría aspirar a salir fuera de pequeños círculos
esotéricos, si no fuera por la utilización de una táctica de “lavado de cerebro”, con dimensiones globales.
Esta táctica se aplica utilizando para ello los mal llamados “medios de comunicación social” y el sistema
educativo formal, por un lado; y por el otro, imponiéndola por medio de las leyes. La estrategia de
manipulación semántica tiene tres etapas: a) La primera consiste en utilizar una palabra del lenguaje
común, cambiándole el contenido en forma subrepticia; b) luego, se va “bombardeando” a la opinión
pública, a través de los medios de masas y la escuela -esto último por la mayor receptividad de los niños-,
utilizando la vieja palabra, pero acercándose progresivamente al nuevo significado de la misma; y c)
finalmente la gente acepta el término antiguo, con el nuevo contenido. El prototipo de esta táctica es la
palabra “género”.

En el lenguaje se define el género masculino o femenino de las palabras, de manera arbitraria, es decir, sin que
tenga relación alguna con la sexualidad, por ejemplo: la mesa es de género femenino y el vaso es de género
masculino, sin que, en ninguno de ambos casos, haya connotación sexual alguna. Extrapolando esto a los seres
humanos, se pretende sostener que hay un sexo biológico, que nos es dado y, por ende, resulta definitivo;
pero, a la vez, toda persona podría construir libremente, con total autonomía, su sexo psicológico o “género”.
Al comienzo, se usan los términos sexo y género, de modo intercambiable, como si fueran sinónimos.
Luego, cuando la gente se acostumbró a utilizar la palabra género, se le va añadiendo, imperceptiblemente, el
nuevo significado de “sexo construido socialmente”, por contraposición al sexo biológico.
El proceso final, es el común de los mortales hablando de género, como una autoconstrucción libre de la
propia sexualidad. Y el cerebro ya quedó lavado...
Esa libertad para “construir” el propio “género”, se interpreta como autonomía absoluta, en dos sentidos
simultáneos: 1º) cada uno interpreta como quiere qué es ser varón y qué es ser mujer; interpretación que,
además, podrá variar cuantas veces el sujeto lo estime conveniente; y 2º) cada persona puede elegir hoy y
ahora, si quiere ser varón o mujer -con el contenido subjetivo que ella misma haya dado a esos términos-, y
cambiar de decisión cuantas veces le plazca. A esa elección absolutamente autónoma, la denominan “opción
sexual”.
Ahora bien, en la “construcción del género”, interviene también la percepción del resto de la sociedad, sobre
lo que es ser varón o mujer. Y esto crea una doble interacción: por un lado, cada persona con su concepción
del género, influye en la sociedad; y por el otro, la sociedad toda influye en lo que cada persona percibe, como
el contenido del género. Por esto se afirma que el género sería: el “sexo socialmente construido”.

Otros vocablos derivados de esta ideología, y que tienen un significado preciso, son el “sexismo” y la
“homofobia”. El “sexismo” sería poner cualquier límite a la conducta sexual -por ejemplo, penalizar la
prostitución, la pornografía, la esterilización voluntaria, la homosexualidad, etc.-; esas serían leyes “sexistas”.
Si cada uno construye su género autónomamente, y no hay leyes de la naturaleza, es tan válido ser
heterosexual que homosexual, bisexual, transexual, travestido, transgénero, y todas las maneras de ejercer la
genitalidad inventadas o a inventarse.
La “homofobia”, sería considerar que las relaciones naturales entre los seres humanos, serían las
heterosexuales. Eso sería tener fobia a la igualdad -entendida como identidad-, entre los géneros... En
definitiva, se trata de imponer una nueva antropología, que es el origen de una nueva cosmología, y promueve
un cambio total, en las pautas morales de la sociedad.

La palabra discriminación y su utilización


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Tanto se ha dicho, escrito y enseñado respecto de la palabra “discriminación”, que antes de explicar nada no
podemos sino preguntarnos por qué quienes conocen la ideologización de este término, lo utilizan
ideológicamente.
Para empezar, es imposible que las persecuciones a los católicos –tanto en Medio Oriente como en Europa –
tengan como causa la discriminación, sencillamente porque todos, absolutamente todos, discriminamos, pero
no todos realizamos persecuciones.
Al condenar toda discriminación, deberíamos por lo mismo reprochar a la membrana plasmática las tareas que
realiza para el bien de nuestro organismo, dado que esta membrana selecciona, discrimina las moléculas que
deben entrar a la célula respecto de otra, las que deben salir. Asimismo, deberíamos castigarnos a nosotros
mismos por distinguir lo verdadero de lo falso, lo bueno de lo malo, lo natural de lo contranatural.
El sistema circulatorio, tampoco se salva de críticas; el 14 de junio de 2011, Día mundial del donador de
sangre, la comunidad homosexual argentina presento un recurso de amparo ante la Justicia de Buenos Aires
¿A título de qué? Lo hizo protestando ¿Por qué? Por el reglamento guía para donaciones de sangre, porque las
exigencias de este reglamento “serían igualmente discriminatorias para nuestra comunidad”.
Todo un modo de entender la realidad, toda una cosmovisión subyacente, se pretende difundir condenando la
palabra “discriminación”.

Por lo tanto, dejemos asentado a fuego lo siguiente:


Usar peyorativamente la palabra discriminación es hacerle el juego a la ideología de género.

En el mismo sentido, comenta Jorge Norberto Ferro: “Se trata aquí de emplear la lengua como arma. Se obliga
a la gente a aceptar determinada idea sin que tenga clara conciencia de ello, “contrabandeando” contenidos
más o menos encubiertos por forma de decir”. Por su lado, Santo Tomás sostenía – citando a San Jerónimo –
que: “Con los herejes no debemos tener en común ni siquiera las palabras, para que no dé la impresión
favorecemos su error”.
¿Cómo nosotros nos atrevemos a consentir esta adulteración del lenguaje? Debemos ser cuidadosos con las
palabras que usamos y con el tono que le damos.

El lenguaje es un inapreciable instrumento de penetración y dominio. Es la savia misma de la vida social y


cultural. Quien imponga un determinado lenguaje impondrá junto con éste un modo de entender la realidad,
una cosmovisión subyacente, valores morales, culturales y políticos, pautas de conducta.
Si la inteligencia es la imagen de Dios en el hombre, mal podemos nosotros aceptar el bastardeo ideológico de
esta bella palabra. La condena de la discriminación implica necesariamente el odio a la inteligencia hasta el
desprecio de las distinciones; ella desemboca en el rechazo de las diferenciaciones; y en la aversión al Orden
Natural.
Discriminar es distinguir. Y distinguir es lo contrario de confundir.

4) ¿Adónde vamos a parar?:

La máxima la principal de la guerra de las palabras se caracteriza de la siguiente forma:


• ESCONDER las palabras claras, que evocan la realidad, que las denominan según su
verdadero nombre,
• Para REEMPLAZARLAS por otros términos que simplemente las califiquen extrínsecamente
o que las definan en relación al hombre;
• De modo tal que la captación del orden natural de las cosas sea primero, desdibujado y
tambaleado en la mente humana, hasta llegar si fuese posible a su posterior
ANIQUILACIÓN
• Por ese camino, también quedará seriamente obstaculizado el poder diferenciar lo
verdadero y lo falso, como también fuertemente afectado el discernimiento de lo bueno y
lo malo.

Se busca enterrar la palabra que remite al ser, porque éste es emisario de la ciencia suprema, la Metafísica,
que pertenece a Dios, como enseña Aristóteles. La verdad me lleva la Verdad. Por eso, el emisario que trae n
mensaje que no se quiere escuchar, debe ser eliminado.
P á g i n a | 10

Si discuto en términos de verdad y falsedad, admito tácitamente que hay una objetividad, un orden dado, no
construido, hacia el cual debo ordenar mis pensamientos.
Hay palabras que no se quiere que pronunciemos, porque ellas son vehículo de ideas incompatibles con la
“corrección política”. Son términos políticamente incorrectos.
La degradación de la palabra del hombre tiene lugar cuando sus alas para ascender hacia la Verdad increada
son extirpadas.

La fidelidad logos, que es Dios mismo, exige la pronunciación - responsable pedagógica y testimonial - de la
verdad conocida.
Pronunciar la palabra es cosa seria. Sobre todo, porque cada palabra es, en última instancia, una participación
de otra palabra superior. Y si la perfección de la palabra está en conformarse con su arquetipo, el lenguaje
humano no debe volverse equivoco, ni ser instrumento de confusión, ni transformarse en constantes
ambigüedades y elipsis.

CONCLUSIÓN
En frente a esto ¿qué?

En frente a esto, precisamente, el joven tiene que ser verdaderamente rebelde. Pero el rebelde no es, el hippie
o el punk fabricado por la propaganda y por las revistas (el regguetonero, o el que rapea mejor podríamos
decir hoy en día). El rebelde no es el tipo que se deja llevar por la moda como la calabaza de la fábula Trilusa
que decía: “flotaba la calabaza vacía llevada por la corriente”, y decía “estoy haciendo la revolución”.
El verdadero rebelde es aquel que es capaz de jugarse por valores que valen la pena. Y esto es lo que tiene que
ser el joven hoy. Enfrente a la propaganda, enfrente a la moda, enfrente a la mentira, enfrente al lavado de
cerebro, enfrente al bombardeo, que lo trata como un animal de Pavlov, y que trata de despertar en él los
instintos más bajos utilizando la psicología freudiana, el joven tiene que ser un rebelde de la verdad. Enfrente
a la propaganda, a la moda, y a la mentira, enfrente a la pornografía y a la corrupción y al destape que ensucia
las cosas más santas, que basurea el cuerpo y el alma del hombre y de la mujer; que envenena el amor, que
hace una porquería del noviazgo y que destruye a la familia, el joven tiene que ser el rebelde del amor
verdadero. El que es capaz de amar en serio como hombres y como mujeres cristianas. Íntegros, distintos y
complementarios: y de amar una vez y para siempre y de amar y jugarse la vida en ese amor. Enfrente a la
moda, a la masa, al número, a la mayoría, el joven tiene que ser el rebelde capaz de decir que no, donde todos
dicen que sí para seguir el rebaño.

“¡Aunque todos yo no!”; ese tiene que ser, muchas veces nuestro lema. “¡Aunque todos mientan, yo no
miento!”. “¡Aunque me cueste la vida, aunque todos se aprovechen, yo no!”. “¡Aunque todos traicionen y
sean infieles, yo no!”. “¡Aunque todos roben y metan la mano en la lata, yo no!”. “Yo no me guío por la masa;
yo me guío por mi conciencia, iluminada por la palabra de Cristo”. Aunque eso signifique nadar en contra de la
corriente, remar en contra de la corriente, de la opinión, de la moda y de la mayoría; yo voy a tener que rendir
cuentas a Dios al final de mi vida, de mi conciencia; y no como masa, como multitud, como rebaño. “¡Aunque
todos, yo no!”. Ese tiene que ser el lema qe fundamenta una verdadera rebeldía juvenil de aquel que quiere
construirse una personalidad como hombre vertical, como ser humano vertical, en un mundo de seres puestos
patas arriba.
Restaurar en nosotros el hombre como Dios lo creó; puesto de pie y capaz de mirar hacia el cielo; con la
inteligencia sobre la voluntad; y la inteligencia y la voluntad encausando hacia el bien y hacia la verdad y hacia
la bondad, las pasiones, los instintos y los sentimientos. Sólo así siento verdaderamente hombres verticales,
hombres y mujeres verticales – primero hombres y mujeres y luego hombres y mujeres cristianos y verticales
en medio de una sociedad masificada. podemos ser auténticamente rebelde y vale la pena jugar nuestra vida,
para que un día cambien las cosa. Para que el hombre pueda nuevamente ponerse de pie, en medio de tantas
ruinas de hombres y de familias.

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