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Mario Veloso
Resumen
Lucas, el historiador de la iglesia apostólica, después de escribir en su evangelio la
historia de Jesús amigo y los comienzos de la iglesia, registró en Hechos una historia
magistral acerca de su continuación.
Abarcó el período crucial de la iglesia apostólica que va, más o menos, desde el año 31
hasta el 63 d. C. Escribió una parte basado en la minuciosa investigación que informa en
el Evangelio, en la que dice a Teófilo que le escribe la historia después de haber
investigado con diligencia todas las cosas desde su origen (Lc 1,3); y otra, como testigo
presencial de los hechos ocurridos. Pero sin lugar a dudas, la inspiración directa del
Espíritu Santo en la selección de los materiales investigados y en la confirmación de sus
contenidos fue fundamental para la producción del libro. Esta es la primera contribución
del Espíritu presente en el libro de Hechos. El Espíritu Santo condujo la mente de Lucas
hacia los contenidos que debía incluir en su libro explicándoselos con la claridad que
aparece en él. Ocurrió posiblemente en el año 63, antes de que concluyera el juicio de
Pablo, en Roma, información que Lucas no incluyó (Hch 28,30). Si hubiera escrito
después de ese acontecimiento, ocurrido en el año 63, seguramente lo habría agregado.
Desde esta primera presencia del Espíritu en el libro de Hechos, el libro da cuenta de
tantas acciones suyas en favor de la iglesia que, según opinión de muchos, en lugar de
llamarse Hechos de los Apóstoles, debiera llamarse Hechos del Espíritu Santo.
Con este trasfondo veamos lo que Lucas, en Hechos de los Apóstoles, dice sobre el
Espíritu Santo, es decir, qué dice el Espíritu sobre sus propias acciones.
Palabras clave
Espíritu Santo – Hechos de los apóstoles – Lucas – Obra del Espíritu Santo.
Abstract
Luke, historian of the apostolic church, after having written in his gospel the story of
friend Jesus and the beginnings of the Church, recorded a masterly story concerning its
sequel in the book of Acts.
This story spanned the crucial period of the apostolic church, which dates, more or less,
from the year 31 until the year 63 A.D. A portion was written based on the thorough
research reported in the Gospel of Luke, in which he tells Theophilus that he writes him
the story after having diligently researched all things from their origins (Luke 1:3), and
another, as an eyewitness of the occurred facts. However, it was the direct inspiration of
the Holy Spirit in the selection of the researched material and in the confirmation of its
content that was undoubtedly primal to the production of the book. This is the Spirit’s
first contribution present in the book of Acts, and it was the Holy Spirit who guided
Luke’s mind towards the contents that he should include in his book by explaining them
with the clarity that appears in it. This probably happened in 63 A .D. before the
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conclusion of Paul’s trial in Rome, and comprises information not included by Luke
(Acts 28,30). If he had written after that event, which occurred in 63 A .D., he surely
would have mentioned it.
Since the Holy Spirit’s first appearance in the book of Acts, this book accounts for so
many of the Spirit’s actions in favor of the Church that, according to the opinion of
many, instead of being titled the Acts of the Apostles, it should be titled the Acts of the
Holy Spirit.
Keywords
Holy Spirit – Acts of the Apostles – Luke – Work of the Holy Spirit.
El poder de la resurrección
“Después de padecer la muerte —escribió Lucas— Jesús se presentó vivo
a sus discípulos con muchas pruebas indubitables” (Hch 1,3ª).
Muchas demostraciones, hechos ciertos, muestras de poder. Algunas
fueron simples, por ejemplo, comer para demostrar que no era un espíritu,
sino una persona real. Otras, más complejas y hasta milagrosas, entre ellas
saber lo que exigía Tomás para creer, y, con divina tolerancia, responder a sus
exigencias mostrándole su costado y sus manos para que las tocara y creyera.
El reino de los cielos es semejante a un rey que hizo fiesta de bodas a su hijo: invitó a
muchos personajes importantes, supuestamente dignos de las bodas, pero ellos no
hicieron caso de los siervos que fueron a llamarlos cuando llegó el tiempo de la boda,
pues no eran dignos. Invitó el rey a los menos importantes, indignos, que andaban por
los caminos. Todos fueron hechos dignos por el rey y entraron en la boda con el traje
de bodas que el mismo rey proveyó para todos indiscriminadamente. Pero uno de ellos
no quiso usarlo y permaneció indigno como los primeros invitados. El rey, utilizando
todo el poder del reino, hizo dignos de la boda a unos y a los que no aceptaron sus
reglas los dejó fuera, donde sólo encontraron llanto, auto recriminaciones, destrucción y
muerte (Mt 22,1-14).
El poder del reino provee los medios para que los indignos que acepten la
provisión del rey, entren en aquel.
También les había hablado del reino en expresiones de discurso directo.
“Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria —dijo una vez— y todos los
santos ángeles con él, entonces se sentará en el trono de su gloria” (Mt 25,31).
Todas las naciones serán reunidas delante de él y apartará a todos ellos en
dos grupos, como el pastor separa las ovejas de los cabritos. Las ovejas, a la
derecha; a la izquierda, los cabritos. Los de la izquierda, por su vida egoísta,
sin interés alguno por el prójimo, serán condenados al castigo de una eterna
destrucción. Los que colocó a su derecha, que tanto bien hicieron a cada
persona necesitada, y, sin pretenderlo, sirvieron fielmente al Señor, recibirán el
reino preparado para ellos desde la fundación del mundo (Mt 25,32-46).
El poder del reino es vida para siempre.
El poder de la promesa
Y estando juntos —dice Lucas— les dio una orden que debían obedecer
estrictamente: “No salgan de Jerusalén, sino esperen la promesa del Padre. La
promesa que ustedes oyeron de mí” (Hch 1,4).
El envío del Espíritu Santo equivale a un nuevo bautismo.
“Juan bautizó con agua, pero dentro de pocos días ustedes serán
bautizados con el Espíritu Santo” (Hch 1,5). Se refería a un bautismo de
poder.
Los discípulos escucharon la orden, sin que, de su mente, se borrara la
fuerza y el poder del reino. El poder de un reino es siempre más visible, más
impresionante, más grandioso, más pomposo, más codiciable, más buscado
que el poder espiritual de la promesa. Por lo menos, la mente de los discípulos
había sido atrapada con más fuerza por las palabras sobre el reino que por la
orden de esperar en Jerusalén hasta que recibieran el poder de la promesa.
“Señor —dijeron a Jesús— ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?” (Hch
1,6).
El Espíritu en la testificación
“Cuando venga sobre ustedes el Espíritu Santo” (Hch 1,8) —dijo Cristo—
recibirán el poder que aumentará la fortaleza, las habilidades, las capacidades, y
los medios de ustedes, y ustedes, en forma personal, serán mis testigos en
Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y por todo el mundo hasta el final de la
tierra.
Se pueden destacar tres asuntos muy importantes:
El poder mismo
No se trata de un poder de comando, como si ustedes, desde el momento
que reciban el Espíritu Santo, en adelante, se convirtieran en jefes que dan
órdenes para que otros ejecuten la misión. Cada persona cristiana tiene que
ejecutarla.
El poder que les dará el Espíritu es una capacitación para que puedan
realizar la misión, tarea que demanda más capacidades de las que naturalmente
tienen.
El discurso de Pedro
Un discurso muy breve. Tiene dos partes: la primera es una sólida
fundamentación basada en la Escritura (Hch 1,15-20), y la segunda es la
propuesta (Hch 1,21-22). Va directamente al asunto.
Fundamentación de la propuesta
“Hermanos —dijo Pedro— tenía que cumplirse la Escritura que, por boca
de David, había predicho el Espíritu Santo” (Hch 1,16ª).
De paso, Pedro hace referencia al modo en el que las revelaciones de Dios
llegan a sus destinatarios. Dios elige un instrumento humano, en este caso
David, y el Espíritu Santo trabaja con él para colocar en su mente lo que, de
parte de Dios, debe comunicar. En el caso referido por Pedro, se trataba de
una profecía. Toda profecía posee un contenido de cumplimiento futuro.
La profecía —dijo Pedro— es acerca de Judas, el que sirvió de guía para
los que prendieron a Jesús. Él era miembro de nuestro grupo y recibió, de
parte del Señor -no lo usurpó- un rango de importancia en este ministerio
(Hch 1,16b-17).
Ese rango de importancia, en griego κλῆρος, más tarde daría origen al
concepto de clérigo. No necesita repetir la causa, ya la dijo. Solo describe las
consecuencias de la traición y lo hace de la manera más trágica posible. Hace
recordar que con el dinero recibido por la traición, salario de su iniquidad,
compró un campo y que al quitarse la vida cayó de cabeza, se reventó por la
mitad y sus entrañas se derramaron. Luego da el nombre del campo:
Acéldama, campo de sangre.
Entonces, cita dos textos de Salmos, profecías que aplica a Judas. Primero,
sea hecha desierta su habitación y no haya quien more en ella (Sal 69,25). Con
esto explica el trágico fin de Judas. Segundo, tome otro su oficio (Sal 109,8).
Con estas profecías abre el camino para la propuesta que luego presenta a la
asamblea de creyentes.
Propuesta
Elegir un reemplazante de Judas en el grupo apostólico.
Por tanto —agregó— es necesario que uno de los hombres sea hecho testigo de la
resurrección, para que se una a nosotros. Un varón que haya estado con nosotros todo
el tiempo mientras Jesús entraba y salía entre nosotros, comenzando desde el bautismo
realizado por Juan, hasta el día cuando, de entre nosotros, fue recibido arriba (Hch
1,21-22).
Pedro cubrió todo. Dio las razones que produjeron la vacante. No fueron
intrigas, ni cuestiones personales, ni maniobras políticas. Fue el procedimiento
traidor del que anteriormente tenía el oficio. Pedro lo dijo sin eufemismos, en
forma directa, clara y completa. Ningún intento de salvar la cara de nadie, ni
de cubrir las razones reales con explicaciones de conveniencia para nadie. Lo
único que Pedro tomó en cuenta, como siempre ocurre en la Escritura, fue la
realidad de lo ocurrido.
Al informe de lo que Judas realmente había hecho, agregó los contenidos
de la Escritura que se aplicaban al caso. No existe ninguna luz mejor que la luz
de la revelación, inspirada por el Espíritu Santo, para ver con claridad la forma
de solucionar los problemas que la iglesia tenga.
Había que elegir un hombre. Y Pedro propuso la elección. No ofreció un
nombre como candidato. Describió las características que debía tener el
hombre elegido, características que lo calificaban para cumplir bien el oficio
vacante. Luego, en la historia de Lucas, sigue lo que hizo la iglesia.
¿Fue este echar suertes como tirar una moneda al aire para saber qué elegir
o fue como usar dados para saber de qué lado está la suerte, como una
apuesta? La respuesta obvia es no. Y la razón es sencilla. La moneda en el aire
y el rodar de los dados no son instrumentos que Dios usa para expresar su
voluntad. Cuando están en el aire o rondando, sin control racional alguno,
Satanás puede manejarlos con suma facilidad y, bajo la superstición de que
Dios pudiera intervenir a través de ellos, imponer su voluntad en los asuntos
que, así, estuvieran en juego para una decisión. “Echar suertes para elegir los
dirigentes de la iglesia no está en el sistema de Dios. Dios influye en las
decisiones de la iglesia utilizando la mente de sus hijos, la Escritura y el
Espíritu Santo”.1
Cuando la asamblea oró, Dios impresionó la mente de ellos y ellos, al
expresarse, lo hicieron bajo esas impresiones. ¿Cómo se expresaron? La
siguiente frase lo explica: “Fue contado con los once apóstoles” (Hch 1,26).
Fue contado, es la traducción de una palabra griega que significa “fue
votado contando las piedras”. Eran piedras pequeñas, negras y blancas. Las
blancas eran voto positivo y las negras, negativo. Este tipo de votación
implicaba un intercambio previo de opiniones que se expresaban en alta voz.
Pablo usa el mismo término cuando cuenta al rey Agripa los daños que él,
antes de su conversión, hizo contra los cristianos, en Jerusalén (Hch 1,26b).
“Y cuando los mataban –le dijo– yo di mi voto” (Hch 26,10).
Después de votar, contaron las piedras y eligieron oficialmente a Matías
para que ocupara la vacante que Judas había dejado. La votación fue libre.
Cada miembro de la asamblea, por medio de la oración colectiva, dejó su
mente abierta a la influencia del Señor, por medio del Espíritu Santo, para que
él, como anteriormente había elegido a sus apóstoles, eligiera al que faltaba. Y
él lo hizo expresando su voluntad a través de la mente de todos los que
votaron.
Del mismo modo, la iglesia cristiana, en todos los tiempos, debiera decidir
sus asuntos administrativos. Por votación libre. Cada votante, sin coerciones
de ninguna naturaleza, con la mente abierta a la influencia del Espíritu Santo,
vota. Los asuntos que afecten a la iglesia local, por los miembros de la iglesia
local; los que afecten a un grupo de iglesias en un territorio específico, por los
delegados de ese territorio; y así sucesivamente hasta llegar a los asuntos que
afecten a la iglesia mundial, cuyas decisiones debieran ser hechas por los
representantes de la iglesia mundial, reunidos en asamblea debidamente
convocada. Veremos más adelante que el ministerio, las doctrinas, las prácticas
Cuando Cristo entró por los portales celestiales, fue entronizado en medio de la
adoración de los ángeles. Tan pronto como esta ceremonia hubo terminado, el Espíritu
Santo descendió sobre los discípulos en abundantes raudales, y Cristo fue de veras
glorificado con la misma gloria que había tenido con el Padre, desde toda la eternidad.
El derramamiento pentecostal era la comunicación del Cielo de que el Redentor había
iniciado su ministerio celestial. De acuerdo con su promesa, había enviado el Espíritu
Santo del cielo, a sus seguidores como prueba de que, como sacerdote y rey, había
recibido toda autoridad en el cielo y en la tierra, y era el Ungido sobre su pueblo. 2
2 Elena G. de White, Hechos de los Apóstoles (Buenos Aires: Asociación Casa Editora
Sudamericana, 1977), 31-32.
2. Fue aprobado por Dios con maravillas, prodigios y señales (Hch 2,22-
23). Jesús de Nazaret —continuó Pedro— fue un hombre aprobado por Dios
delante de ustedes. Les mostró su aprobación por medio de las maravillas, los
prodigios y las señales que Dios hizo entre ustedes por medio de él. Ustedes lo
vieron, fueron los beneficiarios de sus milagros y, por eso, lo saben bien. Sin
embargo, sabiéndolo Dios anticipadamente y en armonía con su plan, ustedes
lo prendieron, lo mataron y lo crucificaron con la mano de los inicuos. Y
ustedes lo saben. Saben bien que ningún mortal, por sí mismo, puede hacer
todas esas maravillas. Solo el Hijo de Dios puede. No puede ningún mortal
morir como él murió, pero él pudo porque era el Hijo de Dios.
3. Dios lo resucitó (Hch 2,24-28). Además, Dios lo resucitó. Destruyó los
dolores de la muerte pues era imposible que fuese retenido por ella. ¿Por qué
imposible? Jesús era el Señor y el Señor tenía poder sobre la muerte. Esta no
podía retenerlo.
David lo dijo, y todos ustedes lo saben:
Jesús. Y porque él subió al Padre, envió al Espíritu Santo. Sepan bien, todos
ustedes, israelitas, que a este Jesús, crucificado por ustedes, Dios lo ha hecho
Señor y Cristo.
cuando la crisis provocada por una hambruna azotó la ciudad, los cristianos
compartieron en comunidad lo que tenían para que a nadie le faltara el
alimento necesario. Una acción natural para quienes ya tenían costumbre de
comer juntos.
Lucas señala el sentido espiritual que tenía el partimiento del pan para la
vida de la comunidad cristiana indicando, posiblemente, que a menudo
celebraban el servicio de la comunión con la constante participación de todos.
Esto constituye un testimonio de la excelente integración que había entre ellos
y que todos tenían con Jesucristo.
4. Perseveraban en las oraciones. Todos oraban constantemente. Cada
uno en forma personal y todos juntos, como grupo. Abrían su corazón a Jesús
como a un amigo. No era extraño entonces, que la vida del grupo fuera tan
atractiva para todos: los que ya habían creído la doctrina de los apóstoles y los
que la escuchaban por primera vez.
Todos, conducidos por el Espíritu Santo, solo podían sentirse bien y hacer
que sus prójimos, creyentes o no, se sintieran tan bien como ellos o mejor, lo
cual contribuía al desarrollo de la misión en forma natural y casi espontánea.
Por obra del Espíritu los cristianos eran felices por la fe y por la fe trataban de
hacer felices y triunfadores en Cristo a toda persona con quien se relacionaran.
vida, con fuerza y con acción, con movimiento. Saltó. Quedó erguido su
cuerpo y anduvo.
La nueva luz de su mente se hizo un grito de gozo. No lo detuvo su
espacio, tan limitado y tan fijo; no lo detuvo el prejuicio. Entró en el templo
con ellos. Él ya no era un mendigo de puertas afuera. Se había convertido en
un adorador de puertas adentro, en el templo. Andando y saltando alababa a
Dios con el gozo más libre; con la libertad más alegre; con la alegría más
suelta, más contagiosa, más fuerte.
Todo el pueblo lo vio, lo reconoció, antes cojo y limosnero, ahora saltando
y alabando a Dios. Llenos de asombro, espantados, también ellos alababan a
Dios, como si ellos mismos hubieran recibido el milagro.
elegir, incluyó la acción del Espíritu Santo en ellos. “Busquen, pues, hermanos,
de entre ustedes a siete varones de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo
y de sabiduría a quienes encarguemos de este trabajo” (Hch 6,3).
Cuando, en medio de su ciego error y prejuicio, se le dio a Saulo una revelación del
Cristo a quien perseguía, se lo colocó en directa comunicación con la iglesia, que es la
luz del mundo. En este caso, Ananías representa a Cristo, y también representa a los
ministros de Cristo en la tierra, asignados para que actúen por él. En lugar de Cristo,
Ananías toca los ojos de Saulo, para que reciba la vista, coloca sus manos sobre él, y
mientras ora en el nombre de Cristo, Saulo recibe el Espíritu Santo. Todo se hace en el
nombre y por la autoridad de Cristo. Cristo es la fuente, la iglesia es el medio de
comunicación.3
Sobre la base de este nuevo vínculo —con Cristo y con la iglesia, por
medio del Espíritu Santo— Pablo adquiere una nueva misión, diferente de la
extraña misión perseguidora que lo conducía a Damasco. Dios la informa a
Ananías cuando lo envía a encontrarse con Saulo. Lucas dice lo siguiente: “El
Señor le dijo: ‘Ve, porque instrumento escogido me es este para llevar mi
Después de mucha discusión —cuenta Lucas—, Pedro se levantó y les dijo: ‘Hermanos,
ustedes saben cómo ya hace algún tiempo Dios escogió que los gentiles oyeran por mi
boca la palabra del evangelio y creyeran. Y Dios, que conoce los corazones, les dio
testimonio, dándoles el Espíritu Santo lo mismo que a nosotros (Hch 15,7-8).
Conclusiones
El libro de Hechos contiene lo que el Espíritu Santo revela acerca de sus
propias relaciones con los apóstoles y con la iglesia. No desarrolla una
doctrina sobre la persona del Espíritu Santo. Solo se ocupa de su realidad, de
sus acciones y de su intimidad con creyentes, líderes de la iglesia y con la
iglesia misma como entidad divino-humana, sujeta a Cristo y a Dios el Padre
en el cumplimiento de la misión que ellos le encomendaron.
De esa revelación acerca de sus relaciones surgen varios asuntos de
importancia capital para los creyentes, para la iglesia, para su historia, para su
administración, para la evangelización, para sus dirigentes y para su
experiencia en general ejemplificada por el ministerio de Pablo en su acción
misionera. La realizó, desde el comienzo, con la visión más universal que
dirigente cristiano alguno de la época haya tenido.
Mario Veloso
mbveloso@msn.com