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El Insulto

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Publicado en Lectura Lacaniana: 31 julio, 2015


Autor: Andrea F. Amendola

El insulto

El insulto es el efecto y la acción que


proviene del verbo insultar, que deriva
etimológicamente del vocablo latino
“insultare”, que a su vez procede de
“saltum” con el significado de saltar
agresivamente o asaltar. El prefijo “in” le
agrega la connotación de ser dirigido a
otra persona. Por lo tanto un insulto es
un salto o desafío hacia otro,
agrediéndolo, sobre todo, de modo verbal. El insulto es una aseveración dolosamente
realizada para herir u ofender a alguien en su sensibilidad. Una misma palabra puede
ser o no usada como insulto dependiendo de las circunstancias. Los insultos también, en
menor medida, pueden ser realizados mediante gestos u acciones, por ejemplo: “haber
venido con tu novia a mi fiesta, sabiendo que es mi enemiga, y habiéndote aclarado que
no estaba invitada, es un verdadero insulto”.

El insulto tiene siempre una connotación negativa, y en algunos casos, puede constituir
la configuración del delito de injurias o el de calumnias, cuando son adjetivaciones
mentirosas, las descalificaciones que la víctima recibe, o que intentan descalificar al
otro sin motivo real, agrediendo su dignidad humana de un modo grave.Se puede
insultar a alguien haciendo alusión a su raza, religión, sexualidad, condiciones físicas o
mentales, en general acompañadas de las llamadas “malas palabras”.También puede
dirigirse el insulto no en forma directa sino a otras personas allegadas íntimamente a la
víctima, como su madre, padre, hijos o hermanas.

Ciertas palabras pueden sonar a insulto en algunos idiomas y en otros tener un


significado totalmente inofensivo, lo cual puede llevar a confusiones y mal entendidos.

“Primera y última palabra”

“maldita perra…”
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Así se refiere Lacan al insulto, dice que resulta ser del diálogo “tanto la primera como la
última palabra”. El insulto genera una reacción y, en el fondo “el insulto es el esfuerzo
supremo del significante para llegar a decir lo que es el otro como objeto a”, dice
Jacques A. Miller en “El banquete de los analistas”. Allí señala que se apunta, vía el
insulto, al otro en el lugar de lo indecible, “allí en donde el ser mismo excede las
posibilidades de la lengua. Por eso el insulto es un intento de decir la cosa misma para
tratar de circunscribirla como objeto a, y de este modo atrapar al otro, aislarlo y
atravesarlo en su ser ahí, en su Dasein, en la mierda que es”.

El Otro desfallece como lugar del significante, emerge el ser del sujeto como a, de modo
que del fondo de la lengua surge un significante, el insulto, el cual intenta cernir el
momento de lo indecible, como lo propio del sujeto. Se liga a un afecto y adviene
cuando no hay más palabras para decir, sólo la cólera.

La siguiente viñeta da cuenta de qué modo el insulto emerge por el agujero de la


forclusión del Nombre del Padre , ese agujero que “habla y que tiene efectos del
significante”:

Eloísa es traída a consulta por su madre y la pareja del mismo. La angustia de la


madre está en relación a los cortes que esta niña de once años se hizo en ambos
antebrazos en el mismo día en que solicita la consulta. La madre reconoce que insulta
a su hija, a veces desmedidamente, pero sitúa que suele ser algo natural en el trato que
tiene para con ella, no pudiendo evitarlo. Eloísa dice que su último corte sucedió
porque su madre la insulta, y esto a ella le hace sentir que no sirve para nada. Dice
“me siento el insulto mismo, la maldita perra”. Al preguntarle por su primer corte,
refiere una escena a sus nueve años, en donde su madre, estaba hablando por celular
y de repente comienza a gritar, arroja el teléfono al piso y la ata en su cama, de pies y
manos. Eloísa aceptó ser atada porque sentía miedo, mientras su madre repetía
“matanza a la maldita perra, te voy a cortar la vida”, mientras le pasaba por la frente
una cuchilla. Luego, su madre toma nuevamente el celular y, Eloísa pudo escuchar
cómo su madre habló otra lengua, a su decir, “era la lengua demoníaca que cambia la
voz e insulta”. Repetían su madre: “vamos mi amor, vamos al juego de cortar la vida a
la maldita perra”.

Un “tú eres eso”, “maldita perra”, aquello que de la boca de su madre da cuenta como
“un agujero que no necesita ser inefable para ser pánico”. Eloísa se siente aquello que le
viene del Otro. Este Otro nos permite captar de qué modo la cólera surge cuando “las
clavijitas ya no encajan en los agujeritos”. En “De una cuestión preliminar…” Lacan
plantea que, a menudo, “en el lugar donde el objeto indecible es rechazado en lo real, se
deja oír una palabra”.

La Blasfemia y la Eufemia

“¡Por el amor de Dios!”


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La blasfemia (del griego «injuriar», y pheme, «reputación») etimológicamente significa
palabra ofensiva, injuriosa, contumeliosa, de escarnio, pero en su uso estricto y
generalmente aceptado, se refiere a una ofensa verbal o con hechos hacia lo venerado
por una religión, o más concretamente, «ofensa verbal contra la majestad divina». A lo
largo de la historia han existido leyes contra la blasfemia al considerarla un delito
público contra Dios, castigado frecuentemente con la pena de muerte -singularmente en
las teocracias-.

Eufemía significa "palabra de buen augurio", su contrario es Blasfemía, que significa


"palabra de mal augurio", que no debe ser pronunciada en las ceremonias religiosas. Se
llama también en griego eufemía a la acción de evitar las palabras de mal augurio, de
donde procede el significado de "silencio religioso". Otro significado es el de
"eufemismo", y que se refiere al empleo de una palabra favorable en vez de la negativa
que correspondería, por ser de mal augurio. Se evitaban estas voces incluso en los
propios textos de las leyes. Por eso se evitaba la palabra muerte. Significa también
eufemía elegancia en el lenguaje, alabanza y palabra de elogio. De ahí que se use
también en griego la palabra eufemía para denominar la buena fama.

El lingüista Emile Beveniste precisa que en el fundamento de la palabra, yace esta


dimensión del insulto y de su sinónimo el reniego. Los asocia para estudiarlos juntos.
Destaca que la blasfemia es un proceso de palabra que consiste en reemplazar el
nombre de Dios por su ultraje. Por medio de formas significantes profana el nombre de
Dios, nombrando su nombre, es posible de ofenderlo o darle existencia. Al respecto,
Philippe Lacadée, comentando el texto de “La Blasfemia y la Eufemia”, sitúa que se
trata de una “declaración desplazada y ultrajante para una persona o una cosa
considerada como sagrada, pues la blasfemia ultraja propiamente el tabú lingüístico:
una cierta palabra o nombre no debe pasar por la boca, por la pura articulación que
violenta al verbo”. Benveniste señala que la blasfemia o el reniego incluyen al sujeto,
pues el reniego es una palabra que se deja escapar bajo la presión de un sentimiento
brusco o violento.

Dice “Para comprenderla, y así para ver mejor los resortes de la blasfemia, hay que
remitirse al análisis que Freud dio del tabú. "El tabú dice, es una prohibición muy
antigua, impuesta desde afuera (por una autoridad) y dirigida contra los deseos más
intensos del hombre. La tendencia a transgredirla persiste en su inconsciente; los
hombres que obedecen el tabú son am- bivalentes con respecto al tabú." Parecidamente,
la interdic-ción del nombre de Dios refrena uno de los deseos más intensos del hombre:
el de profanar lo sagrado. Por sí mismo, lo sagrado inspira conductas ambivalentes,
como se sabe. La tradición re-ligiosa no ha querido quedarse más que con lo sagrado
divino y ha excluido lo sagrado maldito. La blasfemia, a su manera, quiere restablecer
esta totalidad profanando el nombre mismo de Dios. Se blasfema el nombre de Dios,
pues todo lo que se posee de Dios es su nombre. Sólo por ahí se puede alcanzarlo, para
conmoverlo o para herirlo: pronunciando su nombre”. Según Benveniste, La Blasfemia
suscita la Eufemia. La Eufemia ofrece un semblante, y desnuda de sentido a la

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blasfemia. Opera por alusión y en consecuencias difieren mucho, dado que la función
psíquica, aclara Lacadée, “se satisface ya que ha habido una descarga, un
apaciguamiento”.

El epíteto fosilizado

Epíteto es un término del latín epithĕton, que es de origen griego y significa de más,
agregado, puesto al lado. Epíteto es una expresión que, asociada con el sustantivo, lo
califica como un apodo, un sobrenombre que adorna el nombre y lo diferencia del
nombre, por tanto, son calificativos que se aplican a las personas.

En el “Banquete de los analistas” Miller señala que, de aquello que se trata al estudiar el
insulto, es de la relación del insulto con el Nombre del Padre. Diferencia la forclusión
del Nombre del Padre en la psicosis, en donde cualquier palabra de la lengua puede
funcionar para el sujeto como insulto en lo real, como el significante que acompaña
permanentemente al psicótico. En cambio, el neurótico, dirá Miller, busca ese
significante en el análisis. ¿Por qué lo busca? Porque tener el Nombre del Padre le
impide acceder a él, al tú eres eso. Finalmente, del piropo al insulto, se trata de aquello
que se goza en lalengua. Eric Laurent en el Coloquio sobre Sutilezas analíticas dice: “El
trauma de lalengua sobre el cuerpo no es algo que se pueda pensar como, por ejemplo,
el sello positivo… Cada vez que uno tiene esta perspectiva olvida que el trauma de
lalengua sobre el cuerpo no es un significante que se agarra, es más bien el hecho de
que hubo siempre, de entrada, la falta del significante que se necesitaba… El
troumatisme se puede describir como impacto de lalengua o como defecto radical en
lalengua…

Después, todos los signos de ruptura y desarticulación cuerpo-lengua remiten a este


trauma fundamental”. El neurótico desconoce su epíteto, aquello que hay en él de
fosilizado, el significante absoluto de lo que es como objeto a. Habitar el Nombre del
Padre, le otorga al neurótico un nombre propio, y en todo caso, se podrá decir fulano de
tal es tal cosa, y no, directamente, “tacho de basura” o “marrana”. Dice Miller, “el
nombre del padre protege del insulto, y es lo que hace que uno no se llame por nombres
de pájaros (…) sino… ¡pregúntenle a Schreber!"

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