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El insulto
El insulto tiene siempre una connotación negativa, y en algunos casos, puede constituir
la configuración del delito de injurias o el de calumnias, cuando son adjetivaciones
mentirosas, las descalificaciones que la víctima recibe, o que intentan descalificar al
otro sin motivo real, agrediendo su dignidad humana de un modo grave.Se puede
insultar a alguien haciendo alusión a su raza, religión, sexualidad, condiciones físicas o
mentales, en general acompañadas de las llamadas “malas palabras”.También puede
dirigirse el insulto no en forma directa sino a otras personas allegadas íntimamente a la
víctima, como su madre, padre, hijos o hermanas.
“maldita perra…”
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Así se refiere Lacan al insulto, dice que resulta ser del diálogo “tanto la primera como la
última palabra”. El insulto genera una reacción y, en el fondo “el insulto es el esfuerzo
supremo del significante para llegar a decir lo que es el otro como objeto a”, dice
Jacques A. Miller en “El banquete de los analistas”. Allí señala que se apunta, vía el
insulto, al otro en el lugar de lo indecible, “allí en donde el ser mismo excede las
posibilidades de la lengua. Por eso el insulto es un intento de decir la cosa misma para
tratar de circunscribirla como objeto a, y de este modo atrapar al otro, aislarlo y
atravesarlo en su ser ahí, en su Dasein, en la mierda que es”.
El Otro desfallece como lugar del significante, emerge el ser del sujeto como a, de modo
que del fondo de la lengua surge un significante, el insulto, el cual intenta cernir el
momento de lo indecible, como lo propio del sujeto. Se liga a un afecto y adviene
cuando no hay más palabras para decir, sólo la cólera.
Un “tú eres eso”, “maldita perra”, aquello que de la boca de su madre da cuenta como
“un agujero que no necesita ser inefable para ser pánico”. Eloísa se siente aquello que le
viene del Otro. Este Otro nos permite captar de qué modo la cólera surge cuando “las
clavijitas ya no encajan en los agujeritos”. En “De una cuestión preliminar…” Lacan
plantea que, a menudo, “en el lugar donde el objeto indecible es rechazado en lo real, se
deja oír una palabra”.
La Blasfemia y la Eufemia
Dice “Para comprenderla, y así para ver mejor los resortes de la blasfemia, hay que
remitirse al análisis que Freud dio del tabú. "El tabú dice, es una prohibición muy
antigua, impuesta desde afuera (por una autoridad) y dirigida contra los deseos más
intensos del hombre. La tendencia a transgredirla persiste en su inconsciente; los
hombres que obedecen el tabú son am- bivalentes con respecto al tabú." Parecidamente,
la interdic-ción del nombre de Dios refrena uno de los deseos más intensos del hombre:
el de profanar lo sagrado. Por sí mismo, lo sagrado inspira conductas ambivalentes,
como se sabe. La tradición re-ligiosa no ha querido quedarse más que con lo sagrado
divino y ha excluido lo sagrado maldito. La blasfemia, a su manera, quiere restablecer
esta totalidad profanando el nombre mismo de Dios. Se blasfema el nombre de Dios,
pues todo lo que se posee de Dios es su nombre. Sólo por ahí se puede alcanzarlo, para
conmoverlo o para herirlo: pronunciando su nombre”. Según Benveniste, La Blasfemia
suscita la Eufemia. La Eufemia ofrece un semblante, y desnuda de sentido a la
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blasfemia. Opera por alusión y en consecuencias difieren mucho, dado que la función
psíquica, aclara Lacadée, “se satisface ya que ha habido una descarga, un
apaciguamiento”.
El epíteto fosilizado
Epíteto es un término del latín epithĕton, que es de origen griego y significa de más,
agregado, puesto al lado. Epíteto es una expresión que, asociada con el sustantivo, lo
califica como un apodo, un sobrenombre que adorna el nombre y lo diferencia del
nombre, por tanto, son calificativos que se aplican a las personas.
En el “Banquete de los analistas” Miller señala que, de aquello que se trata al estudiar el
insulto, es de la relación del insulto con el Nombre del Padre. Diferencia la forclusión
del Nombre del Padre en la psicosis, en donde cualquier palabra de la lengua puede
funcionar para el sujeto como insulto en lo real, como el significante que acompaña
permanentemente al psicótico. En cambio, el neurótico, dirá Miller, busca ese
significante en el análisis. ¿Por qué lo busca? Porque tener el Nombre del Padre le
impide acceder a él, al tú eres eso. Finalmente, del piropo al insulto, se trata de aquello
que se goza en lalengua. Eric Laurent en el Coloquio sobre Sutilezas analíticas dice: “El
trauma de lalengua sobre el cuerpo no es algo que se pueda pensar como, por ejemplo,
el sello positivo… Cada vez que uno tiene esta perspectiva olvida que el trauma de
lalengua sobre el cuerpo no es un significante que se agarra, es más bien el hecho de
que hubo siempre, de entrada, la falta del significante que se necesitaba… El
troumatisme se puede describir como impacto de lalengua o como defecto radical en
lalengua…
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