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Eustasio, J. (1984). Capítulo I. En La Vorágine. Bogotá: Círculo de Libros.

Presentado por: Cristian Alexander Cárdenas

El capítulo I de la Voragine de José Eustasio Rivera narra la huida de Arturo Cova y su


compañera sentimental, Alicia, desde Bogotá hasta el departamento de Casanare. Esta
travesía se convierte, en sí misma, en una metáfora del querer huir del statu quo de la
sociedad, de aquellas convenciones sociales que limitan la libertad de la pareja. Para
abordar algunos aspectos centrales de este capítulo, que sustentan la idea central,
dividiremos nuestra exposición en dos categorías: una categoría estructural, en la que se
evidencia el carácter coercitivo de los ideales sociales, así como los mecanismos
mediante los cuales inciden en la relación entre Arturo y Alicia. La segunda categoría se
refiere al agente, es decir, a la incidencia de la estructura y a la resistencia o no de los
personajes principales de la obra en cuestión, específicamente mediante los ideales y
actos de Arturo y de Alicia. Veamos:

Respecto a la categoría estructural, el capítulo I de la Voragine explicita algunos de los


ideales sociales de la época, caracterizados por la creencia y transmisión cultural de
determinadas costumbres familiares, las cuales, en el capítulo en cuestión, adquieren un
matiz coercitivo, limitando la capacidad de agencia por parte del individuo. Lo anterior
se puede apreciar, por ejemplo, en la situación problemática central del capítulo, es
decir, la huida de Arturo y Alicia debido a que la familia de ella y el cura la quieren
casar con un terrateniente, conservando así la tradición respecto a que los padres son los
encargados de escoger al pretendiente y de casar a las hijas. El motivo por el cual la
familia de Alicia y el cura creen conveniente dicho matrimonio es que el pretendiente,
al ser un terrateniente, puede asegurarle a Alicia un mejor bienestar económico. Por lo
tanto, lo que motiva el vínculo matrimonial es el interés, de manera que no importa que
Alicia no esté de acuerdo y que, en realidad, quiera comprometerse con uno de sus
primos.

Esta situación motiva a Alicia a querer huir junto con Arturo, de quien, en este capítulo,
no conocemos muchos aspectos sobre su trayectoria e historia de vida, más allá de que
su padre había sido un jinete muy talentoso y de que, poco a poco, comienza a declinar
su interés por estar con Alicia. La decisión de no aceptar el matrimonio y de huir es,
tanto para la Alicia como para Arturo, la única alternativa ante los planes que la
sociedad (representada por dos de sus instituciones: familia e Iglesia) le imponen a
Alicia. Tanto así que, sin importar que entre Arturo y ella no existen las mejores
relaciones, ambos se lanzan desventurados a la fuga.

Aunque la pareja, al huir, intenta precisamente escaparse del dictamen de la estructura


(ideales, costumbres y tradiciones sociales), no puede desligarse completamente de ella;
solo experimenta y es sometida por otras variantes de la misma. Esto debido a que, por
ejemplo, cuando Alicia y Arturo llegan a la fundación de La Maporita en compañía de
don Rafo, se encuentran con una mulata conocida como la niña Griselda, quien, de
manera particular, ejerce un poder coercitivo sobre la pareja. Así pues, cuando Arturo
quiere dormir con Alicia en la misma enramada, la niña Griselda le dice “Usté no
manda aquí” (pág. 36), queriendo decir que Alicia debía dormir con ella. Esta situación
afecta de manera significativa la relación entre Arturo y Alicia, puesto que la distancia
entre ellos profundiza sus conflictos, por ejemplo, los celos y el trato hosco. El contexto
en el cual se desenvuelve la relación de pareja incide en un mayor deterioro de la
misma, hasta el punto de que entre Arturo y la niña Griseida surge un contacto amoroso
ante el desinterés de Alicia que, aunque no se entera de esta deslealtad, manifiesta que
no le importaría afrontar una situación de este tipo. Todo lo anterior es el resultado de
las barreras o impedimentos impuestos por la estructura social, es decir el deber-ser,
ante la cual la pareja está sometida y condicionada.

La estructura social también tiene otra cara, la cual se representa, por ejemplo, en la
figura del general Gámez y Roca, quien no cumple adecuadamente su deber: capturar a
los prófugos, sino que, mediante actos y pretensiones insinuantes con Alicia, quiere
obtener beneficios (se asume que sexuales) de ella a cambio de su colaboración. Así
mismo, la niña Griselda, además de reforzar el papel coercitivo de la estructura social,
también representa la corrupción de la misma, puesto que, aunque se involucra
sentimentalmente con Arturo, solicita –a Arturo– reserva de estos hechos para que
Fidel, su marido, no se entere. En la misma línea de interpretación, podríamos decir que
el personaje que más representa la hipocresía y la corrupción de la estructura social es
Barrera, quien se encuentra en Casanare para llevar personas a las caucherías del
Vichada. Este hombre, quien les ofrece mejores oportunidades a los habitantes de la
región para conseguir dinero, ocasiona un revuelco social en Casanare debido a que la
gente, al saber sobre la existencia de las caucherías, quiere irse de la región para obtener
riquezas. Esta situación refuerza el ideal de la estructura social respecto a la incesante
búsqueda de riquezas mediante diferentes medios. Los objetivos de Barrera con claros:
conseguir dinero sin importar nada más. Así pues, se aprovecha de Clarita con la
promesa de que la ayudará a volver a su tierra, es decir, a Venezuela. También apoya el
robo de oro perteneciente a Arturo, así como utiliza dados falsos –como parte de un
juego– para quitarle un montón de frisoles a Arturo. Esta última situación genera una
riña entre Arturo y Barrera cuyo desenlace es que, por un lado, Barrera deja de adular a
Arturo y muestra sus verdadera intenciones de robarlo y, por otro lado, Barrera apuñala
a Arturo en el brazo izquierdo. Al final de capítulo, además, se insinúa que Berrera es
culpable o participa en la huida de Alicia y de la niña Griselda, quienes abandonaron a
Arturo y a Fidel respectivamente.

Un último aspecto a señalar sobre la estructura social –pero que también puede referirse
a los agentes– es aquella que se refiere a la lengua vernácula de los personajes. Los
mulatos, por ejemplo, suelen presentar un vocalismo átono mediante fenómenos como
la síncope (elisión de letras la interior de palabra) y el apócope (supresión de la vocales
o sílabas al final de palabra). Algunos ejemplos de este fenómeno lingüístico son
“Cuidao” (pág. 30) y “dá” (pág. 30), los cuales corresponden a síncope y apócope
respectivamente. Los mestizos, por su parte, se caracterizan porque su registro
lingüístico no presentan ninguno de estos fenómenos.

En cuanto a la categoría del agente, representado sobre todo por los personajes de
Arturo y Alicia, es importante notar que su relación es influenciada por los ideales de la
estructura social. Así, Arturo siempre está indeciso respecto a huir con Alicia, puesto
que no le parece, en el fondo, una mujer con los méritos suficientes (posición social)
para colmar sus expectativas. A su vez, Alicia no está de acuerdo con el hecho de que la
obliguen a casarse con un terrateniente. Sin embargo, no lucha por comprometerse con
la persona con quien realmente quiere -su primo-, sino que ve en Arturo la oportunidad
para huir y, por eso, se une a él, aunque no lo ame. Con todo, tanto Arturo como Alicia
se ven el uno al otro como medios para lograr determinados objetivos, lo cual los induce
posteriormente a arrepentirse debido a lo prematuro de sus acciones. Muestra de ello es
que Alicia huye con la niña Griselda y Arturo, en primer lugar, quiere abandonar a
Alicia e irse poco después de iniciar la fuga con ella y, en segundo lugar, la engaña con
la propia niña Griselda (esto sin importar que, al final, Arturo logre sentirse realmente
interesado por Alicia).

Otra incidencia de la estructura social sobre los agentes se refiere al statu quo. De
acuerdo con Arturo, las funciones de la mujer son específicas y no se relacionan con
actividades como cortar la maleza cerca de un árbol. Igualmente, Arturo cree que puede
imponerle su voluntad a Alicia, pero, como no recibe la respuesta esperada por parte de
ella, siente que ha fracasado en su objetivo. Incluso, finalmente, es él quien resulta
acomodándose a las exigencias de Alicia. Sin embargo, Alicia no logra esto
intencionalmente, sino que, en su objetivo por ser libre y tener una mejor vida, no se
percata de que su actitud suele ser caprichosa, lo cual se refleja en que regularmente
llora, incidiendo así emocionalmente en el actitud de los personajes que interactúan con
ella.

Por otra parte, la imposibilidad de los agentes respecto a lograr sus intereses, por
ejemplo obtener riquezas y tener primogénitos, es reforzado por José Eustasio Rivera
mediante un lenguaje simbólico. Así, proposiciones como “Aunque vea los bichos
cerca, están a más de quinientos metros. Fenómenos de la región” (pág. 23), la cual es
dicha por don Rafo a Arturo, metafóricamente representan no solo que el paisaje crea
espejismos respecto a la distancia verdadera de determinados elementos naturales, sino
la incapacidad de Arturo y de Alicia para lograr sus propósitos iniciales, los cuales
sentían fácilmente realizables: Arturo desea adquirir dinero y Alicia quiere huir para
obtener su libertad. Ambos propósitos se convirtieron en espejismos que se veían muy
asequibles, como un fenómeno típico de la región, pero que resultaron irrealizables.

Igualmente, en este capítulo, José Eustasio Rivera representa una sociedad, si se quiere,
promotora del realismo mágico (cuya cumbre se encuentra luego en la obra de García
Marqués). Frases como: “¡Los perros no muerden, ya mordieron!” (pág. 29) o “Puesto
el chinchorro, lo cubrimos con el amplio mosquitero para defenderla de las abejas que
se le enredaban en los rizos, ávidas de chuparle el sudor” (pág. 24) representan a una
sociedad cuya cultura es el mito, la superstición y la imaginación. Esta idea se refuerza
en circunstancias como aquella en la que Arturo se pensó como un rico, se sintió como
un rico y actúo efectivamente como un rico. El paisaje es el lugar donde coexisten los
tres aspectos señalados (mito, superstición e imaginación), lo cual se aprecia en la
siguiente afirmación de don Rafo respecto al departamento del Casanare: “Es que —dijo
don Rafo— esta tierra lo alienta a uno para gozarla y para sufrirla. Aquí hasta el
moribundo ansía besar el suelo en que va a podrirse. Es el desierto, pero nadie se siente
solo: son nuestros hermanos el sol, el viento y la tempestad. Ni se les teme ni se les
maldice”. Por lo tanto, el paisaje es un espacio de resistencia ante las circunstancias
adversas en las que se encuentran los protagonistas (generadas directa e indirectamente
por la estructura social). Mediante la contemplación, los personajes logran extrapolar
sus emociones respecto a sus ideales y sueños. En la relación paisaje-personaje es,
quizá, en donde se puede apreciar más los buenos sentimientos de las personas.

Como conclusión, en este trabajo se han relacionado las características y


condicionamientos impuestos por la estructura social con el comportamiento y la
capacidad de agencia de los agentes. De esta manera, hemos explicitado cómo las
características sociales, culturales y económicas de los personajes del capítulo I de La
Vorágine reflejan su contexto y las cualidades que caracterizan a su sociedad. Aspectos
como la ambición, la hipocresía, la corrupción…, pero también la búsqueda romántica
de sueños, la contemplación de la naturaleza como un refugio espiritual y la utilización
del mito como forma de representar la realidad fueron las características analizadas más
importantes del capítulo objeto de este trabajo.

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