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Ese sexo que no es uno.

La sexualidad femenina siempre ha sido pensada a partir de parámetros masculinos, la actividad


sexual de la mujer siempre ha sido motivada por la práctica de la sexualidad masculina. Clítoris:
pequeño pene. Vagina: valor al ofrecer una vivienda al sexo femenino.

El placer de la mujer es ignorado y rechazado, su destino gira entorno a lo masculino, pues se le ve


como carencia, atrofia o envidia de pene. Por eso no tiene sus propios deseos, de hecho estos
giran entorno a la presencia de un hombre, un pene y todos los valores relacionados con él (ellos).

Superioridad del sexo reconocido, es decir del masculino, es más valioso.

ECONOMÍA FÁLICA DOMINANTE: donde la mujer no tiene su propio goce, en el autoerotismo


prevalece la anatomía y placeres del hombre, no se tiene presente el de la mujer, esta se
reduce al hetero erotismo en el coito. La atención casi exclusiva -y tan angustiada . . . - que
se concede a la erección en la sexualidad occidental demuestra hasta qué punto el
imaginario que la controla es ajeno a lo femenino, no hay lugar para el autoerotismo de la
mujer (En esa lógica, la preponderancia de la mirada y de la discriminación de la forma, de la
individualización de la forma, es particularmente ajena al erotismo femenino), existencia de
un falocentirmo y deseo de acercarse y reanimar su vinculo por medio de la penetración con
lo materno.
Mujer como imaginario sexual, soporte, complaciente hacia los hombres, hay un placer vendido
por medio de la prostitución masoquista a un deseo que no es suyo, la deja en estado de
dependencia y como objeto de placer ajeno. Ese sexo que no se deja ver tampoco tiene forma
propia. Y si la mujer goza precisamente de esa incompletud de forma de su sexo, que hace que él
se retoque a sí
mismo indefinidamente, ese goce es negado por una civilización que privilegia el falo morfismo.

 Ella se resiste a toda definición adecuada. Además, no tiene nombre «propio». Y su sexo, que
no es un sexo, es contado como no sexo. Negativo, envés, reverso del único sexo visible y
morfológicamente designable. Pero lo femenino conserva el secreto del «espesor» de esa
«forma», <le su hojaldrado corno volumen, de su tornarse más grande o más pequeño, e incluso
del espaciamiento de los momentos en los que se produce corno tal.

 De esta suerte, la maternidad suple las carencias de una sexualidad femenina reprimida. Sobre
la presencia de hijxs: Comportamientos afectivos regresivos, intercambios de palabras
demasiado abstraídos de lo sexual como para que no constituyan un exilio respecto a éste: la
madre y el padre dominan el funcionamiento de la pareja, pero como roles sociales. La división
del trabajo les impide hacer el amor. Producen o reproducen. No saben muy bien cómo utilizar
sus raros libres

 EJE: el deseo de la mujer no habla en el mismo lenguaje del hombre, la forma de hombre
prevalece por su valor concedido, el sexo de la mujer por eso se ignora, se borra y se
controla.

¿Tal vez regresar sobre lo reprimido, que es el imaginario femenino?


 La mujer no tiene un sexo. Ella tiene al menos dos, pero no identificables como unos. Tiene
muchos más, por otra parte. (En efecto, el placer de la mujer no tiene por qué elegir entre la
actividad clitoridiana y la pasividad vaginal, por ejemplo. El placer de la caricia vaginal no
tiene que sustituir a la caricia clitoridiana. Una y otra contribuyen, de manera irremplazable,
al goce de la mujer. Entre otras . . . La caricia de los senos, el toque vulvar, los labios
entreabiertos, el vaivén de una presión sobre la pared posterior de la vagina,)
> Así, pues, de nada sirve atrapar a la mujeres en la definición exacta de lo que quieren
decir, hacer que (se) repitan para que quede claro, ellas están ya en un lugar distinto de la
maquinaria discursiva en la que pretendían sorprenderlas.
> intimidad de ese tacto silencioso, múltiple, difuso (es nada, pero es todo)
 SOBRE LA FALTA DE COMPRENSIÓN: «Ella» es indefinidamente otra en sí misma.
Ello explica sin duda que la llame lunática, incomprensible, agitada, caprichosa . . . Y sin
que sea preciso evocar su len guaje, con el que «ella» arranca en todas direcciones sin que
«él» descubra en ello la coherencia de sentido alguno. Palabras contradictorias, algo locas
para la lógica de la razón, inaudibles para quien las escucha con rejillas predispuestas, un
código completamente preparado de antemano.

RESUMEN:
Ahora bien, si el imaginario femenino llegara a desplegarse, a poder entrar en juego no haciéndolo
en pedazos, restos, privados de su reunión, ¿se representa ría por tanto en forma de un universo?
¿Sería incluso volumen antes que superficie? No. A no ser que sea interpretado, una vez más, como
privilegio de lo materno sobre lo femenino. De un materno fálico, además. Encerrado en la
posesión celosa de su producto valioso. Rivalizando con el hombre en la estimación de un plus
productivo. En esa carrera hacia el poder, la mujer pierde la singularidad de su goce.
Así, pues, (re)encontrarse no podría significar para una mujer más que la posibilidad de no
sacrificar ninguno de sus placeres por otro, de no identificarse con ninguno en particular, de no
ser nunca sencillamente una. Una especie de universo en expansión al que no podría fijarse ningún
límite sin que por ello se torne incoherencia.
Lo propio, la propiedad son, sin duda, bastante ajenos a lo femenino. Al menos sexualmente. Pero
no lo cercano. Lo tan cercano que toda discriminación de identidad se torna imposible. Y por ende
toda forma de propiedad. La mujer goza de un tan cercano que no puede tenerlo, ni tenerse. Ella se
intercambia sin descanso por el/la otro/a sin identificación posible de uno/ a y otro/ a. Algo que
interpela a toda economía en curso. Que el goce de la mujer lleva irremediablemente al fracaso en
sus cálculos: incrementándose indefinidamente con su paso a/por el otro.
Pero para que la mujer acontezca allí donde goza como mujer, desde luego es necesario un
largo rodeo por el análisis de los distintos sistemas de opresión que se ejercen sobre ella. Y
pretender recurrir únicamente a la solución del placer corre el riesgo de restarle aquello que su goce
exige como nueva travesía de una práctica social. Porque la mujer es tradicionalmente valor de uso
para el hombre, valor de cambio entre los hombres. Mercancía, pues

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