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© Baltasar Fernández Ramírez, Tomeu Vidal Moranta, Ángela Castrechini Trotta, Mª Carmen Hidal-
go, Villodres, Mireya Palavecinos Tapia, M. Karmele Herranz Pascual, Rocío Proy Rodríguez , José
Luis Eguiguren García, María José Díaz González, Universidad Autónoma de Madrid, Pep Vivas,
Elias, Isabel Pellicer, Óscar López, Concepción Piñeiro García de León, Sergi Valera Pertegàs, Andrés
Di Masso Tarditti, José Antonio Corraliza, Enric Pol, del texto
© Imagen de la cubierta: Lonely Angel CP
© Editorial UOC, d’esta edición
Rambla del Poblenou 156, 08018 Barcelona
www.editorialuoc.como
ISBN: 978-84-9788-744-1
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eléctrico, como químico, mecánico, óptico, de grabación, de fotocopia, o por otros métodos, sin la
autorización previa por escrito de les titulares del copyright.
Autores
Sergi Valera
Enric Pol
© Editorial UOC 9 Índice
Índice
Prólogo. ........................................................................................................ 13
Baltasar Fernández-Ramírez y Tomeu Vidal Moranta
Universidad de Almería y Universitat de Barcelona
Prólogo
1. Urbanismo y psicología
del tejido urbano, las ciencias sociales disponen de un nicho propio dentro del
mundo académico, y han alcanzado notoriedad a través de determinados au-
tores y escuelas clave, cuya aportación a la teoría social urbana ha trascendido
los límites de la academia y la ciencia oficial. En su función de asesores áulicos
de los gobernantes, algunos de estos colegas legitiman socialmente la presencia
de nuestras disciplinas, del mismo modo que determinadas ideas, conceptos y
modelos, novedosos o matizados, alimentan el debate y sirven a la construcción
de los discursos políticos1. La economía, la sociología y la geografía humana han
encontrado así cierto protagonismo en la remodelación y en la comprensión de
las ciudades contemporáneas. Nuestro deseo sería ver a la psicología (ambien-
tal) en una posición similar de influencia. Debemos entender que no se trata de
un objetivo inalcanzable, puesto que no existe, como veremos en el capítulo
primero de este mismo libro, ninguna disciplina específica a la que podamos
denominar “urbanismo”, sino un magma profesional e intelectual relacionado
con los temas de la planificación y el desarrollo urbano. El futuro está abierto
y es posible sumarse al esfuerzo aportando ideas para reinventar el urbanismo
como una actividad compleja sin una definición unitaria, orientada a la práctica
de pensar, construir y gobernar ciudades.
La teoría social es absolutamente central en este entramado intelectual y pro-
fesional, desde los orígenes de la ciencia social (que es, en muchos casos, teoría
social de la ciudad con Weber, Simmel, Tönnies, Marx, Park, Wirth y muchos de
los clásicos; ver Bettin, 1982, por ejemplo) hasta las aportaciones en las últimas
décadas del siglo XX (Jacobs, Harvey, Castells, Baumer, Storper, Soja, Dear; ver
Bounds, 2004, por ejemplo). En este rico caldo de la ciencia social urbana se
suman reputados sociólogos, economistas, antropólogos, filósofos y geógrafos.
(Disculpen si no nombramos a la Psicología ambiental, aunque quisiéramos.) El
lector iniciado descubrirá aquí una comunión de propuestas que nos llevaría a
la cuestión de la unidad de las ciencias sociales, la matriz histórica y conceptual
de muchos de nosotros como psicólogos ambientales.
La Psicología ambiental no tiene una contribución clara y reconocida a la
teorización de los estudios urbanos, y menos a la práctica del desarrollo y la
planificación urbana, expresión con la que queremos identificar la práctica ra-
cional de remodelación y ampliación de la ciudad. Y no porque su oferta con-
ceptual sea menor o de escaso potencial, a la vista de la extensa literatura sobre
paisajes urbanos, territorialidad, inseguridad, satisfacción residencial o identi-
dad ambiental, entre otros temas relevantes (Fernández-Ramírez, 2000). Para
analizar la situación de nuestra disciplina (diríamos Psicología social ambiental,
con Canter, 1988) frente a este cuerpo múltiple y diverso de urbanistas e inte-
1. Como discursos políticos, nos referimos a la producción de conjuntos articulados de ideas, creen-
cias, justificaciones y mensajes, producidos por los distintos grupos implicados en el cambio urbano,
y utilizados en defensa de las posiciones propias. Es muy común que olvidemos que los grupos cien-
tíficos y técnicos también participamos de este tipo de discursos, y que disfracemos de científico lo
que no es más que un producto ideologizado para censurar la opinión del contrario y apoyar a los
grupos con los que nos sentimos identificados.
© Editorial UOC 15 Prólogo
resados en los estudios urbanos, convendría conocer cuáles son los temas, las
preocupaciones, los principales discursos teóricos y prácticos y las propuestas
para el desarrollo urbano que se encuentran en las publicaciones especializadas
y se discuten en las reuniones dedicadas a tratar sobre el presente y el futuro
de nuestras ciudades. Este libro quiere ser un paso en esta dirección, aunque ya
apuntamos que es mucho lo que queda sin tratar, mucho lo que hay que leer y
de muy distintas procedencias.
No tenemos un concepto acabado sobre lo que sea la Psicología de la ciudad,
más allá de una etiqueta de conveniencia que ha servido para reunir a un grupo
de académicos en torno a ciertos temas de interés sobre los espacios urbanos,
que se irán presentando a lo largo del libro. Potencialmente, son muchas las
cuestiones que pueden ser relevantes en este campo de trabajo, y que también
podríamos identificar con la etiqueta de estudios urbanos. Como se apunta en el
epílogo, también hay quien sugiere etiquetar en plural esa Psicología de la ciu-
dad, para dar cuenta de las diversas visiones recogidas en este volumen. Eviden-
temente, no todo es obra de psicólogos, pero no nos cabe duda de que todo es
relevante para alimentar y mejorar el discurso que, como psicólogos, podemos
aportar al conjunto. Para algunos, Milgram (1970, 1977) es nuestro mejor ante-
cedente y exponente; para otros, nuestras raíces están en la sociología urbana y
en la Escuela de Chicago, junto a las restantes ciencias sociales interesadas en los
hechos urbanos (Fernández-Ramírez, 2006). Para unos, los temas están claros, y
ya se pueden rastrear en diversos capítulos del manual de la disciplina (Arago-
nés y Amérigo, 2000, entre nosotros); para otros, es un campo abierto en el que
podemos decir muchas cosas nuevas. De los métodos y las orientaciones para-
digmáticas y teóricas, no hablaremos aquí. Aceptamos el eclecticismo como un
mal menor, cuya justificación es meramente profesional (el profesional necesita
bases conceptuales y metodológicas diversas para afrontar demandas específicas
muy diferentes, pero el académico no las necesita, puesto que su desafío no es
dar todo por bueno, sino profundizar en aquello que le merece mayor interés).
Sin pretensión de exhaustividad, confiamos en que los capítulos de este libro
ofrezcan una panorámica satisfactoriamente variada de estos planteamientos.
2. Estructura de la obra
Referencias bibliográficas
Capítulo 1
1. A pesar de la aparente distancia en sus contextos de uso, no quisiéramos dejar sin mencionar
una tercera acepción de carácter ético que tiene que ver con los conceptos de urbanidad y civilidad
(Geddes, 1904). En nuestra cultura, la urbanidad es sinónimo de buena educación, buenas maneras
y un modo de estar en el mundo y en las relaciones sociales avanzado respecto de las formas tra-
dicionales. Civilización se contrapone a barbarie, igual que urbanismo a mala educación, zafiedad,
chabacanería y otros adjetivos de esta índole. Aunque la relación con la planificación parezca tan-
gencial, no debe despreciarse el poder de los espacios en la creación de normas sociales, por ejemplo,
a través de cuestiones como la segregación espacial, la higiene o el papel de la mujer entre ciertos
grupos sociales (Huxley, 2006).
© Editorial UOC 23 Capítulo I . Planificación y desarollo urbano
2. Personalmente, no es mi opción preferida, pues gusto de polemizar y llevar al extremo mis pro-
puestas, pero entiendo que el pragmatismo es deseable en la práctica profesional.
© Editorial UOC 25 Capítulo I . Planificación y desarollo urbano
2. La estructura urbana
3. Puede relacionarse este planteamiento de ahorro con la idea de ciudad compacta o difusa. No
obstante, tengo la impresión de que la distinción entre ambos “modelos” está sobredimensionada,
y que hay que introducir muchos matices en la discusión. Queda para un trabajo posterior. (Véase,
por ejemplo, las recensiones de T. Williamson, publicadas en el número 43 de Urban Affairs Review,
2008, a tres libros con orientaciones bien diferenciadas sobre el tema.)
4. Así también, el urbanismo de los grandes arquitectos desde el Renacimiento hasta el Barroco,
responden a una concepción escenográfica, sobre todo en el diseño de las plazas. La plaza mayor y
las fachadas monumentales de iglesias y edificios civiles forman conjuntos cerrados pensados para
como escenarios de la vida social y política de la ciudad. La perspectiva y la proporción son las cla-
ves geométricas de un espacio monumental, armónico y orgánico, admirado durante generaciones
por su belleza. La belleza es, en definitiva, composición (geometría, armonía, diseño), afirman los
arquitectos (Delfante, 2005).
5. Conste que no comparto este concepto sin crítica (Fernández-Ramírez, 2006). Hay globalización
desde que las ciudades se comunicaron con caravanas de mercaderes, en las rutas de la seda y las
especias, desde los viajes de Marco Polo, el descubrimiento de América y el impacto mutuo con el Vi-
ejo Continente, en la época moderna de los descubridores, en las dos Guerras Mundiales, y en tantos
otros acontecimientos y coyunturas históricas. Siempre ha existido cierta “globalización” a través
de las comunicaciones y las comunidades de intereses, y siempre el comercio parece haber hecho
un papel de protagonista. No es un invento moderno, y por eso desconfiamos de que tantos fenó-
menos y sucesos quieran ser explicados apelando a su supuesta actual extensión, si bien reconozco
que las modernas tecnologías aplicadas a la comunicación han añadido elementos de peculiaridad
a la globalización actual.
© Editorial UOC 27 Capítulo I . Planificación y desarollo urbano
gran potencial heurístico como para servir de marco en el que encajar tantas y
tan diversas cuestiones6.
Volvamos ahora al problema de cómo soslayar la crítica determinista, según
la cual se interpretaría la relevancia de los mencionados marcos estructurales
como una burda causación directa sobre los procesos psicosociales. Si llevamos a
la práctica una hipótesis construccionista, con todas sus consecuencias, tendre-
mos que aceptar que todos los productos urbanos toman la forma de discursos
sociales, construidos dentro de dinámicas intergrupales, en donde cobran sen-
tido, y que vienen a constituirse como el acervo cultural que caracteriza cada
contexto sociohistórico urbano. Por ejemplo, frente a la idea de un marco físico
que cobra relevancia per se (el edificio, la calle), se impone una interpretación
sociofísica (el edificio es un colegio o una comisaría, la calle es de doble sentido
o el paso está prohibido); frente a la idea del sistema tecnológico per se (el cable-
ado, la red wi-fi), se impone una visión sociofísica (el sistema de comunicación
con los proveedores de una empresa, el espacio virtual de un grupo de aficiona-
dos a los insectos o a los pasteles).
Creo que esta argumentación es suficiente para resolver el problema deter-
minista y reunir los dos principales marcos teóricos de la psicología urbana: el
ecológico y el discursivo (Fernández-Ramírez, 2006). Los distintos elementos
aquí expuestos (físico, económico, legal, tecnológico) tienen por tanto un poder
estructurante. No son marcos estructurales, sino factores estructurantes, cuidado
con el matiz. Un ejemplo del marco legal: el horario de entrada en los trabajos
condiciona el comportamiento de miles de ciudadanos que se ven obligados a
ponerse en carretera durante ciertas franjas horarias, colapsando las vías princi-
pales –circunvalaciones, accesos a la ciudad, avenidas de distribución–. La vida
de estos ciudadanos, y otros muchos factores asociados –apertura de los comer-
cios, distribución de mercancías, reposición en las tiendas, repartos– se estructu-
ra a partir de ese primer elemento simple, el horario de entrada al trabajo, que
podemos adscribir en el marco legal, y que cobra por tanto un poder estructu-
rante. O un ejemplo del marco físico, cuando una plaza (cuadrangular, definible
6. ¿No responde acaso la utilización de estas categorías en cada momento a la necesidad de amparar
y legitimar las propuestas propias frente a las alternativas en disputa? Es decir, la dinámica política
como herramienta al servicio de los intereses que definen a cada grupo de presión. Y, cuidado, nadie
diga de sí mismo que es “puro” o “independiente” en este complejo contexto de intereses múltiples
cruzados, y espere que no sintamos cierta sospecha ante su modo de hacer valer intereses que no
acaba de poner de manifiesto, ocultos bajo la apelación a cuestiones como la pureza, la verdad, la
justicia, la calidad de vida o el bienestar social, conceptos valorativos de muy difícil definición prác-
tica. Desde mi punto de vista, no es correcto que la complejidad y riqueza de matices, conceptos y
visiones que conforman las teorías sociales sobre la ciudad, se vean reducidos a este análisis, contri-
buyendo a la legitimación de intereses que pueden sernos perfectamente ajenos. Esta ideologización
de nuestras reflexiones da preeminencia a la ciencia política sobre nuestra disciplina (los conceptos
psicosociales sobre el urbanismo, enmarcados en el discurso de las teorías políticas, cuya expresión
mínima y burda es la distinción entre derechas e izquierdas –Bobbio, 1994–). Antes al contrario, al
entender el cambio urbano como el fruto de dinámicas sociales entre grupos de poder, estamos in-
terpretando las respuestas políticas e ideológicas como resultado o enmarcadas dentro de una teoría
social sobre el conflicto grupal, las relaciones intergrupales y la lucha por el poder (Foucault, Sum, y
toda la Psicología social construccionista y crítica, con Ibáñez e Iñiguez en cabeza).
© Editorial UOC 30 Psicología de la ciudad
3. El urbanismo contemporáneo
7. Desde otro punto de vista, lo que aquí propongo no es algo diferente de los procesos de creación
de las normas del lugar (Canter, 1988), la puesta en práctica del programa del escenario (Wicker,
1987), el despliegue del comportamiento territorial (Taylor, 1988) o la apropiación identitatia del
lugar (Pol y Valera, 1996), por sólo citar algunas líneas de trabajo bien reputadas entre los psicólogos
ambientales.
© Editorial UOC 31 Capítulo I . Planificación y desarollo urbano
8. En inglés, straight tiene diversos significados, entre los que se encuentran derecho, recto, directo,
erguido, pero también sencillo, franco, serio y honrado. Supongo que podemos imaginar grandes espa-
cios abiertos y avenidas como ejemplo.
9. Coincido con Ibáñez y con otros en la impresión de que algunas posiciones postmodernas son
más bien ultramodernistas, modernismo llevado al extremo.
10. No se nos escapa la influencia en estas ideas del pop art y las vanguardias artísticas de finales del
siglo XX, la sociedad de la imagen y el ideal de la integración multicultural.
11. Nuestras generaciones hemos imaginado el futuro a través de los cómics, la ciencia ficción
y las distopías de 1984 y el mundo feliz de Aldous L. Huxley. Abbott (2007), a través del original
concepto de ciberpunk cities, señala la coincidencia de elementos narrativos de este universo cultural
con algunos rasgos aceptados entre los estudiosos de la ciudad contemporánea en el contexto de la
globalización.
© Editorial UOC 33 Capítulo I . Planificación y desarollo urbano
de cómo debe construirse la ciudad, sino de cómo han sido construidas nuestras
ciudades y de cuál es el futuro al que se dirigen. La fragmentación se aprecia
en la variedad de “modelos” (en un sentido limitado del término) urbanísticos
que conviven en la ciudad, tales como espacios urbanos alejados de la propia
ciudad (edge cities), urbanizaciones privadas exteriores fuertemente hostiles al vi-
sitante (privatopía, ciudades fortaleza), heteroarquitectura mixta multicultural
y transgresora (heterópolis), espacios agresivos y disuasorios previos a la ciudad
fortaleza (interdictory spaces), entre otras (p.ej., Dear, 2000). Un antimodelo que
podemos extender más allá cuando pensamos en la comunidad de megalópo-
lis interconectadas en nuestro sistema económico y cultural mundializado, las
metrópolis con sus pequeñas ciudades satélite dependientes, las conurbaciones
como base para la planificación regional del territorio (Bogart, 2006), las mul-
tinacionales, las corrientes migratorias y las decisiones económicas que cobran
el carácter líquido, rápido, cambiante, fluido, que Bauman (2007) atribuye a
nuestra época. No obstante, no hablaríamos tanto de un (anti)modelo como de
una actitud o una interpretación postmodernista, una forma de entender la ciu-
dad contemporánea y sus problemas, en línea con algunas propuestas del mejor
pensamiento social de nuestra época.
12. Para que las metas de la intervención no escapen al escrutinio público, los evaluadores proponen
distintas actividades de evaluación de la planificación. De manera original, Scriven (1967) proponía
un tipo de “evaluación libre de objetivos”, en la que el evaluador evita conocer las metas oficiales del
programa, para no sesgar su visión de los objetivos y resultados “reales” de la intervención.
© Editorial UOC 35 Capítulo I . Planificación y desarollo urbano
13. Dear (2000) describe el caótico caso de la ciudad de Los Ángeles, en la que se llegó a la abultada
cifra de 600.000 viviendas vacías, ¡cincuenta años antes de que se alcanzara una población ajustada
a esta oferta!
© Editorial UOC 36 Psicología de la ciudad
14. El concepto está fuertemente ideologizado, es decir, pertenece a un discurso político que se im-
pone como criterio de corrección sobre las propuestas que puedan surgir desde las ciencias sociales.
Es decir, la sostenibilidad no es un concepto teórico, sino un discurso político, un valor social al que
podemos sumarnos en virtud de nuestro marco ideológico, pero que también puede ser criticado por
su capacidad para sustentar las decisiones sobre la intervención urbana. Por otra parte, es conceptu-
almente débil, por estar basado en un principio de equilibrio del sistema que yo no me atrevería a
defender, si es que hacemos caso de la literatura actual sobre teoría de sistemas (complejidad, siste-
mas alejados del equilibrio; Munné, 2007). Además, es de difícil traducción práctica, puesto que la
red de factores y elementos que conforman la ciudad como un sistema complejo, no es tan fácilmen-
te reducible como algunos consideran. Un análisis reduccionista de la sostenibilidad persiste en la
ilusión del control social a través de la planificación racional, cuando la experiencia nos enseña que
tienen mayor trascendencia los impactos no esperados que los objetivos perseguidos en un plazo
inmediato (la realidad social supera o se desvía siempre de nuestras mejores previsiones). (Oskamp,
2002, señala también su carácter antropocéntrico y poco preciso en cuanto a las necesidades, entre
otros apuntes críticos sobre el concepto.)
© Editorial UOC 37 Capítulo I . Planificación y desarollo urbano
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© Editorial UOC 41 Capítulo II . Participación y diseño del...
Capítulo 2
1. Introducción
cimiento, etc.), o de signo más específico y localizado, como por ejemplo los
denominados efectos “Nimby”1 y otras formas de rechazo a infraestructuras de
diverso tipo (Pol, Di Masso, Castrechini, Bonet y Vidal, 2006).
La demanda de participación puede contextualizarse entonces en lo que al-
gunos han llamado crisis de la “vieja política” o de la democracia representativa,
vinculados con la gobernanza en dos sentidos, como apuntan Joel Martí y Óscar
Rebollo (2007). Por un lado, la menor capacidad del Estado para gobernar aspec-
tos cruciales de la vida en sociedad (medioambiente, recursos, salud pública…) y
por otro, la débil capacidad de la sociedad para gobernar al Estado. Para afrontar
esa crisis, autores como Juan Antonio Blanco (2002) apuntan una necesaria “de-
mocratización de la democracia”, basada en el pluralismo más que en la unani-
midad, en la diversidad y no en la homogeneidad, construyendo coaliciones ad
hoc en lugar de estructuras centralizadas y uniformes, etc.
En esta política sin partidos o nueva política destaca obviamente el énfasis
en la democracia local, en otras palabras, la demanda de una mayor democracia
participativa, además de representativa, lo que plantea nuevos debates. En este
sentido, y siguiendo la técnica DAFO, Joan Font e Ismael Blanco (2006) presen-
taban, a modo de diagnóstico y de propuestas, los siguientes elementos a tener
en cuenta en la democracia local actualmente (ver tabla 1).
Debilidades Amenazas
• Los ciudadanos quedan relegados a un rol pa- • Los ciudadanos se sienten cada vez más lejos de
sivo en la vida política local que les conduce a la vida política y de las instituciones.
implicarse poco en su ciudad. • Los ciudadanos desarrollan parte de su vida en
diferentes municipios y por tanto no se sienten
• Las elecciones ofrecen poca información sobre estrechamente vinculados a ninguno
el municipio que quieren los ciudadanos en una
vida política cada vez más compleja.
Fortalezas Oportunidades
• Instituciones con un mandato dado por más de • Ciudadanos cada vez más preparados y más
la mitad de la ciudadanía y con procedimientos informados. Se les debe ofrecer la oportunidad
(elecciones) para otorgar responsabilidades. de poder ser mejores demócratas y sentirse más
corresponsables de la vida pública.
• Técnicos y políticos locales que conocen el mu-
nicipio y tienen experiencia. • Las nuevas tecnologías hacen más sencilla la
consulta cotidiana a los ciudadanos.
1. Existe una abundante literatura científica respecto al rechazo social provocado por la instalación
de infraestructuras de interés general, usualmente referido con el acrónimo NYMBY (Not in my back
yard, [No en mi patrio trasero] ). El miedo, la percepción de inequidad y la desconfianza en la tecno-
logía y en la administración son algunos de los factores que caracterizan el rechazo.
De los elementos apuntados por estos autores, son varias las cuestiones
que se nos plantean desde un punto de vista psicosocial (¿qué tipo de in-
teracción social lleva a la desimplicación por lo colectivo?, ¿cómo surge la
indefensión y la percepción de ausencia de control por parte de las personas,
con respecto a lo público?), además de sugerirnos varias hipótesis respecto al
peso de los patrones de movilidad residencial y de relación de las personas
con los lugares.
Por otra parte, se hace difícil proponer un fortalecimiento de la democracia
local y la construcción de ciudadanía sin aludir al espacio público (Segovia y
Dascal, 2002), término cuya polisemia recoge las dimensiones política, simbóli-
ca, interactiva y física, como es apuntado por diversos autores (Borja y Muxí,
2001; Goodsell, 2003; Innerarity, 2006; Lofland, 2006). Para Jordi Borja (2003),
el concepto de espacio público, aún proviniendo del urbanismo, es utilizado
para referirse al lugar de representación y expresión colectiva de la ciudad. Y en
el otro sentido, la esfera pública, donde concurren y se construyen los asuntos
de interés público y las interacciones e intercambios comunicativos, no puede
desligarse de la dimensión física donde estos se sitúan.
No expondremos aquí las aportaciones de la psicología ecológica de Roger
Barker y Herbert Wright, apuntando la necesidad de estudiar los escenarios fí-
sicos para entender el comportamiento, ni otras aportaciones que han tratado
de ahondar en la comprensión del espacio desde una concepción transaccional
(Stokols y Shumaker, 1981). En cualquier caso, nos interesa destacar cómo las
calles y plazas son un entramado físico en que ocurren las prácticas sociales,
donde se construye lo cotidiano, la convivencia colectiva. Y es también el es-
pacio de la ciudadanía, de la decisión colectiva que la tradición clásica situaba
en el ágora (Berroeta, Vidal y Di Masso, 2008). Dónde está el ágora hoy día, es
también una pregunta que se asocia con la pérdida del espacio público (Jacobs,
1962; Sennett, 1970, 1974; Soja, 2000; Sorkin, 2004) y la forma en que ha mu-
dado su relación con lo privado, como apuntaba Zigmunt Bauman (2001) con
el desplazamiento de los asuntos públicos a la esfera privada y la “ocupación” de
lo público por asuntos privados.
Además de su accesibilidad, su diversidad –tanto de actores como de activida-
des–, el conflicto derivado de ésta, u otros criterios con que puede apuntarse la
calidad del espacio público (Borja y Muxí, 2001), nos interesa también destacar
el de su escala (barrio, distrito, ciudad, metrópolis…). El espacio público de un
barrio presenta particularidades diferentes del de un espacio público del centro
de la ciudad. Una diferencia de escala que también se plasma en la forma de en-
tender la participación en el diseño y en la planificación urbana, como veremos
más adelante. Los flujos, intercambios y expresiones que confluyen en ambas
escalas de espacios, conllevan accesos, acciones, prácticas, lecturas, identificaci-
ones, apropiaciones y sentidos de pertenencia diferentes. En la escala de barrio,
el espacio público favorece una particular construcción de comunidad, sin negar
los sentidos de pertenencia que las personas construimos a partir de los espacios
públicos en la escala de ciudad.
A su vez, esta diversidad de procesos sociales en las diferentes escalas de espa-
cios públicos, se halla mediatizada por la particular forma en que se construyen
las ciudades actualmente, desde el modelo de desarrollo socioeconómico domi-
nante, caracterizado por la liberalización del comercio y del flujo del capital y la
eliminación de las regulaciones públicas de la vida económica y social (Etxezar-
reta, 2001). Nos referimos a la articulación territorial de la economía global en
redes de ciudades (Sassen, 1994) donde cada ciudad, desde su particular situaci-
ón, afronta dicha competición global a partir de su productividad económica,
su integración sociocultural y la representación y gestión política, según apun-
taban Borja y Castells (2000).
De estos tres ámbitos, los mismos autores destacan, respectivamente, la rele-
vancia del contexto territorial (infraestructura tecnológica y de comunicaciones
que aseguran su conectividad a los flujos globales); de las identidades culturales
y el sentido de pertenencia cotidiana a sociedades concretas; y por último, el pa-
pel de los gobiernos locales, aludiendo a la mayor capacidad de representación y
legitimidad con sus representados y su mayor flexibilidad en la lógica de flujos
entrelazados de ofertas y demandas. Parece lógica, entonces, la relevancia de la
participación, especialmente en los dos últimos aspectos –identidad y gobierno
local–, para la gestión del primero –territorio– y en definitiva de las ciudades.
Unos aspectos que se enmarcan en lo que el propio Manuel Castells (1997)
ya mencionaba a finales del siglo XX como dos lógicas de espacios, la de los
flujos de información y la de los lugares, cuyo desequilibrio suele visibilizarse
desde lo local, cuando el interés empresarial de carácter global predomina sobre
el resto de intereses que conforman el ámbito de lo público. El marketing de
ciudades llega a extremos de competitividad cuando la atracción de inversores
se hace a cualquier precio, reduciendo controles y protección social (Borja y
Castells, 2000, p. 32). Este caso puede observarse por ejemplo, al analizar una de
las estrategias habituales para “publicitar” la ciudad. Me refiero a la celebración
de acontecimientos globales (exposiciones “universales”, juegos olímpicos, ca-
pitalidades culturales…), o “proyectos bandera” ya mencionados en el capítulo
anterior, donde predomina la tematización y la simulación de significados, di-
rigidos hacia el consumo, como modo de intervención en los lugares. Dicha si-
mulación, junto a la pérdida del vínculo con la geografía local y la obsesión por
la seguridad, son algunos de los rasgos que eran apuntados por Michael Sorkin
(2004) para caracterizar la nueva ciudad (norte)americana de fin del siglo XX.
Hasta aquí hemos tratado de apuntar algunas ideas que ayuden a contextu-
alizar el “reciente” interés por la participación en el diseño del espacio público.
De la crisis de la vieja política, surge la demanda de recuperar la democracia
participativa; sin obviar el riesgo de utilizar el discurso de la participación para
tratar de “legitimar” decisiones ya tomadas, precisamente con deficiente calidad
democrática. La participación en el espacio público, en general, y en su diseño,
en particular, también aparece como tabla de salvación donde agarrar, o más
bien donde construir, el sentido de lo público que algunos apuntan perdido y en
declive. Todo ello en un modelo socioeconómico caracterizado por la libertad
© Editorial UOC 46 Psicología de la ciudad
como vía para comprender el apego al lugar (Altman y Low, 1992; Hidalgo y
Hernández, 2001) o el espacio simbólico urbano (Valera, Guàrdia y Pol, 1998),
además de otros procesos implicados entre identidad y lugar, suponen otra línea
de trabajo desde la Psicologia ambiental.
Sus diferentes énfasis podrían sintetizarse en que lo importante para una es
secundario para la otra y viceversa. A la mayor preocupación por las relaciones
de poder y los vínculos sociales, con un menor énfasis en el espacio en que
ocurre la interacción social, por parte de la psicología comunitaria, parece que se
oponga un menor interés por el poder y un mayor énfasis en el espacio en que
se desarrolla la interacción social, en el caso de la psicología ambiental.
A pesar de lo anterior, existen algunos conceptos que pueden cumplir la
función de “puente” entre miradas distintas. Es el caso del sentido de comu-
nidad que Chavis y Wandersman (1990) contemplan como catalizador de la
participación para transformar la comunidad. Su argumento consiste en que la
manera de sentir y vivir la comunidad (sentido de comunidad) incide en como
se percibe el entorno, en como nos relacionamos con las otras personas (confi-
anza, vecindad, ayuda, soporte social, respeto...) y en la conciencia del grado de
control compartido que tenemos sobre este entorno. A través de la participación
las personas pueden lograr el control sobre sus circunstancias y su propio desar-
rollo psicosocial. La participación es un medio por el cual acceder y controlar
los recursos, es una toma de conciencia colectiva a la vez que un compromiso
individual de las personas.
Desde la psicología ambiental, entender la acción (transformación) y la iden-
tificación (simbólica) como vías complementarias para la construcción social de
la comunidad, del sentimiento de comunidad, de la identidad del lugar y del
vínculo que las personas sienten con los lugares es precisamente otra argumen-
tación teórica que hemos desarrollado a partir del concepto de apropiación del
espacio (Pol, 2002; Vidal y Pol, 2005; Vidal, Pol, Guardia y Peró, 2004). A través
del proceso de la apropiación del espacio podemos entender cómo se generan
sus significados (a priori y a posteriori), la identidad del lugar y de cómo el es-
pacio puede ser una categoría social más de nuestra identidad social, además de
los vínculos y el apego que generamos con el lugar. Siguiendo el modelo dual
de la apropiación del espacio (Pol, 2002), la participación en el diseño de un
espacio público es un buen ejemplo de acción-transformación (complementaria
a la identificación simbólica), además de suponer el desarrollo de los ámbitos de
acción de la persona en el entorno más inmediato, lo que repercute en la sensa-
ción de control y en la implicación con el propio entorno, y en definitiva, en la
apropiación de éste, viviéndolo como algo propio. Mediante la participación en
el entorno, este se transforma, dejando en él la impronta e incorporándolo en
los procesos cognitivos y afectivos de manera activa. Y a través de la identifica-
ción simbólica, el espacio apropiado pasa a ser un factor de continuidad y esta-
bilidad del self a la vez que un factor de estabilidad de la identidad y la cohesión
del grupo, además de generar apego al lugar, facilitar la conducta responsable y
la implicación y la participación en el propio entorno y su control.
© Editorial UOC 51 Capítulo II . Participación y diseño del...
• ¿Puede la Psicología ambiental ser ajena al sentido político que se oculta de-
trás del énfasis metodológico (y teórico) en la planificación participativa?
Referencias bibliográficas
Capítulo 3
Ángela Castrechini
Universitat de Barcelona
1. Introducción
5. Posicionamiento ético
ones. No hay que perder de vista que el conocimiento de las formas de gobernar
pueden generar desinterés y apatía pero, sobre todo, falta de credibilidad respec-
to al desempeño gubernamental. Quizás entonces habría que volver a una de las
preguntas fundamentales: ¿participación, para qué? Y para responderla hay que
tener en cuenta que la participación es una tendencia natural del ser humano,
en el sentido de ser agente de su propia vida y de controlar y transformar su en-
torno. Es una capacidad de agencia compartida con el resto de seres humanos y
que permite la realización personal y social (Moreno y Pol, 2000). Además, para
participar, la gente necesita sentirse partícipe, miembros de, parte integrantes
de grupos, barrios, pueblos, comunidades, ciudades, etc. Creemos que se debe
promover, por tanto, no sólo la participación institucionalizada, sino también,
al mismo tiempo, apoyar y atender de manera respetuosa la participación social
autónoma.
Referencias bibliográficas
Capítulo 4
las hipótesis, ya que a menudo estamos trabajando con conceptos muy vagos e
imprecisos. Stamps (2004) sugiere, por ejemplo, como línea de investigación a
desarrollar, sustituir estas medidas subjetivas y ambiguas por otras más objetivas
y específicas. Así, en vez de preguntar a los sujetos “how much is going on in the
scene” o “how well a scene hangs together”, estas mediciones pueden sustituirse
por el tiempo real que una escena capta nuestra atención, ejecuciones reales en
ambientes reales o simulados, etc.
Otros trabajos, utilizando preferentemente dibujos o fotografías de imágenes
urbanas, han puesto a prueba otras variables tales como la altura de los edifi-
cios, la antigüedad o la existencia de entradas visibles. Los resultados tampoco
son concluyentes. Por ejemplo, a pesar de que algunos estudios han encontrado
una mayor preferencia por los edificios antiguos frente a los nuevos, cuando se
controla el nivel de mantenimiento (e.g. Frewald, 1989; Herzog y Gale, 1996),
un análisis más detallado muestra una interacción de la edad del edificio con la
complejidad, de forma que en edificios complejos y bien mantenidos, la edad no
influye en la preferencia, mientras que en edificios poco complejos son preferidos
los más antiguos frente a los nuevos (Herzog y Shier, 2000). Serían interesantes
más estudios en esta línea, de forma que se pudieran identificar las características
físicas del diseño urbano mejor evaluados por los habitantes de estos espacios.
En otros estudios (Galindo e Hidalgo, 2005; Hidalgo et al., 2006), los habitan-
tes de varias ciudades han elegido los espacios urbanos más y menos valorados
estéticamente y posteriormente los evaluaron en un conjunto de características
formales y simbólicas (Nasar, 1994). Los espacios urbanos preferidos estéticamen-
te fueron evaluados significativamente superiores en apertura, novedad, lumino-
sidad, vegetación, mantenimiento, congruencia, riqueza visual, lugar histórico,
lugar de ocio y de encuentro. Curiosamente, ambos tipos de lugares (preferidos
y no preferidos) pertenecen a categorías diferentes. El 99% de los lugares preferi-
dos pertenecen a lugares históricos y recreativos, mientras que el 87% de los no
preferidos pertenecen a espacios residenciales, administrativos o industriales. Sin
embargo, cuando se interroga por “lugares favoritos” en vez de “lugares preferi-
dos estéticamente”, los espacios residenciales tales como la casa, el dormitorio o
el barrio aparecen como algunos de los más importantes (Devine-Wright, 2007;
Korpela y Hartig, 1996; Korpela et al., 2001). Los lugares considerados “hostiles” o
no deseados son generalmente espacios urbanos hacinados, tales como una calle
comercial, un atasco o un centro comercial, y otros entornos deteriorados, como
un suburbio de las afueras o una zona industrial. Así pues, vemos que hay entor-
nos urbanos tales como los lugares históricos y los recreativos valorados favora-
blemente por una amplia mayoría de los habitantes de una ciudad, mientras que
el entorno residencial puede ser evaluado de forma muy diferente por las personas
que lo habitan o por otras personas. Es evidente que el significado que estos lu-
gares adquieren para las personas que los habitan, y los lazos afectivos de apego e
identidad que se desarrollan hacia estos lugares adquieren una importancia desta-
cada en su valoración. Por último, hay otro tipo de entornos urbanos que son casi
unánimemente despreciados, como es el caso de las zonas industriales.
© Editorial UOC 72 Psicología de la ciudad
1. ¿Cuáles son las propiedades de un espacio urbano para que pueda ser con-
siderado por sus residentes? ¿Habitable, amigable, disfrutable?
Referencias bibliográficas
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© Editorial UOC 75 Capítulo V . Nuevos retos, desafios...
Capítulo 5
Surgen así ideas y propuestas de nuevos temas a los que la psicología debería
estar alerta si quiere garantizar su aporte, además de la cuestión de cómo deben
ser incorporadas en la formación académica. Se valora la capacidad de poder
adelantarse a las situaciones que ocurren en la vida cotidiana y que de no ser
abordadas a tiempo, pueden llegar a derivar en un grave peligro para la calidad
de vida de las personas. Especial interés para futuras investigaciones, podrían
implicar temas como el diseño arquitectónico de las ciudades, su efecto en las
personas y el estudio de las características y consecuencias del creciente fenóme-
no de movilidad geográfica, además de social2. En el primer caso se plantea la
revisión de algunos tópicos como el apego o la identidad de lugar a partir de los
nuevos patrones de movilidad residencial, como el hecho de vivir en diferentes
ciudades a lo largo del año por motivos de estudio, trabajo o familiares. Por otra
parte, también se apunta que idealmente, las sociedades deben tender a tener
una mayor movilidad social. En la actualidad esto está siendo muy dinámico,
algunas personas con su esfuerzo y mérito, pueden mejorar algunos aspectos de
su calidad de vida y subir en la clase social. Pero sabemos de sociedades en que
esto no ocurre, lo que genera pocas esperanzas de progreso para sus miembros,
pues las personas tienden a retener el estatus social de sus antepasados sin im-
portar su esfuerzo personal. A medida que las sociedades se vuelven complejas,
aumenta la división social del trabajo, lo que favorece el escenario para una
mayor desigualdad social en una disfunción entre el discurso de posibilidades y
su efectiva realización.
Otro tema a considerar en las investigaciones del siglo XXI son los efectos de las
zonas degradadas y sus consecuencias para la vida del ser humano y la del medio.
Se apunta que este reto lleva a analizar la necesidad de que la Psicología ambiental
dé soluciones a problemas teóricos pero también a problemas sociales. Parece plan-
tearse aquí la cuestión de la relevancia social y política de la disciplina y la cuestión
del impacto social de la academia. Se afirma que los Ayuntamientos deben asumir
un rol mayor, cada vez más activo en temas sociales y en resolver conflictos de
este tipo, por lo que parece primordial que la Psicología ambiental se interese por
participar en comprender estos temas, y se inserte entonces en los espacios de toma
de decisiones locales. Para conseguir esto, es necesario adaptar a la realidad social
3. Desafíos teóricos
y no ayuda. El desafío puede ser que no pensemos la ciudad en conjunto, sino como
un espacio morfotipológico4, citándose al respecto el Congreso de Nuremberg, de
septiembre del 2007, donde se presentaron trabajos en el que estos elementos están
presentes (p.ej. restauración en la vista de un jardín y una calle peatonal). Las bases
definitorias y los elementos constitutivos de la morfología urbana, se fundamentan
en dos criterios que cimientan la propuesta: la aproximación genética y la relevan-
cia de la parcela como unidad de análisis fundamental. Conzen (1960) definía así
los elementos básicos del paisaje urbano: el plano de la ciudad (compuesto de cua-
tro componentes: sitio, viario, parcelario y proyección plana de la edificación), los
tipos edificatorios y los usos del suelo. El estudio del sitio y del viario formaba parte
de la definición más tradicional del plano de la ciudad. Aunque persista la falta de
integración teórica entre los temas y áreas, se cuenta con importantes aportes. Lo
que sucede es que a veces, la práctica se divorcia de los modelos y existe el desafío
de extender aún más el trabajo interdisciplinar.
Otro de los retos que se indica como importante y que no se ha considerado
suficientemente, es el tema de los entornos restauradores y su posible conexión
con la psicología positiva. Desde la psicología general y la Psicología ambiental se
ha abordado sólo desde un enfoque o paradigma adaptativo de calidad ambiental
(p.ej. ruido, variables ambientales en la conducta etc.). Pero también hay una línea
liderada por estudios de entornos restauradores, que conecta muy bien con esta
psicología, según la cual, más allá del hedonismo o eudemonismo, esto expresa lo
que hace realmente feliz a la gente, una vida significativa, por tanto, lo importante
es crear entornos significativos para las personas. La propuesta incita a ser capaces
de interactuar con los modelos y tendencias de investigación, ser capaces de organi-
zar investigaciones diversas, coherentes e integradas. Por ejemplo, trabajar con un
entorno significativo puede dar una buena alternativa a los temas de apego e iden-
tidad, que están presentes en el sustrato básico de las relaciones entre las personas,
y es lo que define un entorno significativo para las personas.
4. Desafíos metodológicos
Se señala que las relaciones lineales son una anécdota en la naturaleza, de ahí que
se planteen alternativas teóricas y metodológicas no lineales como los enfoques dia-
lécticos o transaccionales. Algo similar sucede en la gestión en las administraciones,
donde a veces se interviene en los problemas de forma fragmentada. Claramente
4. La formulación moderna y más acabada del concepto morfología se debe a la figura de M. R. G. Con-
zen, un geógrafo y urbanista de ascendencia centroeuropea, exiliado después a Gran Bretaña (véase
Alnwick, 1960).
© Editorial UOC 81 Capítulo V . Nuevos retos, desafios...
danía que busca ejercer sus derechos para mejorar la calidad del medio y de
la vida de las personas. Esto no es tarea fácil, requiere de conexión entre los
espacios donde se descubre el conocimiento científico, donde se desarrolla
la política ambiental y donde se toman las decisiones. Se deben establecer
puentes de conexión entre quienes realizan los hallazgos científicos y donde
estas cosas ocurren y se deciden (Ayuntamientos o gobiernos autónomos), los
centros nucleares donde realmente se definen las políticas de administración
de los espacios urbanos.
No siempre existe conocimiento o interés en los científicos acerca de cómo se
adoptan las normas y se toman las decisiones políticas respecto a los temas ur-
banos, el cómo y quiénes participan, cuál es el proceso concreto, dónde y cómo
se adopta una decisión, o dónde se puede incidir. La inserción de psicólogos
ambientales en la toma de decisiones permitiría incidir en el diseño y las normas
de participación, exige dedicación y tiempo que no siempre se está dispuesto
a dedicar a esta tarea. A modo de ejemplo, se mencionan algunas experiencias
exitosas llevadas a cabo por equipos de investigación ligados a centros universi-
tarios en España, por ejemplo el proyecto de colaboración de la Universidad de
La Coruña con los gobiernos locales, el cual ha puesto en marcha procesos de
Agenda 21 (coordinado por Ricardo García-Mira). De igual forma, se comenta
la experiencia desarrollada por el equipo de investigación en Comunicación y
Educación ambiental de la Universidad Autónoma de Madrid, en convenio con
el Ayuntamiento de Madrid5, donde se han desarrollado proyectos de investi-
gación e intervención ambiental dirigidos a conocer los resultados de las estra-
tegias iniciadas por el Ayuntamiento de Madrid para involucrar a la ciudadanía
con el cuidado del entorno urbano. Mejorar estas líneas de colaboración parece
un desafío y reto necesario e indispensable para avanzar en la transferencia del
conocimiento científico a la agenda política.
Entonces, para definir lo que puede aportar la Psicología ambiental al estudio del
contexto urbano parece imprescindible adoptar una perspectiva aplicada, esto per-
mitiría ver las oportunidades y límites de la disciplina, considerando las dinámicas
actuales de la ciudad en su contexto histórico (degradación, exclusión, explotación
urbana, características de las ciudades). Esto sugiere que se requiere de un mayor
compromiso social y político de los investigadores, lo que tiene varias implicacio-
nes epistemológicas y metodológicas, exige un mayor énfasis en hacer ciencia con
la gente que vive y usa el espacio, trabajar con la gente, quiénes utilizan el espacio
y para quiénes tiene significado. Tenemos entonces otro reto, desarrollar modelos
propios de la psicología urbana con sustentos firmes y “generalizables”, sin olvidar
el contexto y el carácter dialéctico de las relaciones, por ejemplo, el impacto de los
espacios en las personas y en cómo estas impactan en los lugares, ya que esto se
conjuga y entrecruza. Considerando el criterio de la sostenibilidad, no se puede
hablar de ello como aspectos dicotómicos, para esto se tiene que trabajar y apoyar
a los usuarios organizados, fomentando el trabajo en redes y realizar procesos de
evaluación participativa. Para vencer estos desafíos, es necesario revalorizar lo que
une a las psicólogas y psicólogos ambientales, el estudio de la interacción persona-
ambiente, es lo que se debe destacar sobre lo que pueda separar.
Finalmente, se agrega al debate un elemento ético, vinculado al rol de la per-
sona del investigador, cómo pesan los objetivos y motivaciones que pueda tener
el investigador al momento de realizar un estudio. Este es un tema que pone de
manifiesto una cuestión relevante y que escasamente se discute en congresos o
foros disciplinares. La discusión sobre lo que se estudia, por qué se hace, cómo
se define el tema de estudio, cómo se lleva a cabo la investigación y cómo se
miden luego los resultados del mismo, el impacto de sus resultados está abierta.
Debemos estudiar el espacio urbano, no sólo como contexto, sino como espacio
de interacción, estudiar en definitiva las personas, las interacciones entre las
personas que allí se desenvuelven, donde el investigador es un elemento más a
considerar. Este parece ser un gran debate pendiente.
Referencias bibliográficas
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© Editorial UOC 85 Capítulo VI . Salud, sostenibilidad y...
Capítulo 6
M. Karmele Herranz Pascual, Rocío Proy Rodríguez y José Luis Eguiguren García
Centro Tecnológico Labein-Tecnalia
1. Introducción
Los conceptos sobre los que nos vamos a detener brevemente son los que
aparecen en el título de este documento y en torno a los cuales gira este texto.
Empezaremos por definir qué entendemos por sistema urbano y por sostenibili-
dad o desarrollo sostenible, para adentrarnos después en los conceptos de salud
y calidad de vida, tan íntimamente asociados.
Por sistema urbano se entiende tanto el conjunto de componentes dinámicos
que componen una ciudad como sus interrelaciones. Estos componentes dinámi-
cos pueden caracterizarse en dos grandes conjuntos: 1) la sociedad con sus necesi-
dades, costumbres, hábitos y cultura, que ha evolucionado a formas más complejas,
que requieren de nuevas formas de gestión y administración; y 2) el medioambiente
con sus posibilidades, en el que es posible diferenciar dos grandes subsistemas, el
subsistema del territorio natural y el subsistema construido. El término desarrollo
sostenible, sustentable o perdurable se aplica al desarrollo socio-económico
y fue formalizado por primera vez, como todo el mundo sabe, en el documento
conocido como Informe Brundtland (1987), fruto de los trabajos de la Comisión
Mundial de Medio Ambiente y Desarrollo de Naciones Unidas, creada en Asamblea
de las Naciones Unidas en 1983. Dicha definición se asumiría en el Principio 3º de
la Declaración de Río (1992) y dice que el desarrollo sostenible consiste en “satisfa-
cer las necesidades de las generaciones presentes sin comprometer las posibilidades de las
generaciones del futuro para atender sus propias necesidades”.
Según Rueda (1996), esta definición abierta se podría matizar, por una parte,
con la de ICLEI1, que señala que el desarrollo sostenible es aquel que “ofrece ser-
vicios ambientales, sociales y económicos a todos los miembros de una comunidad, sin
poner en peligro la viabilidad de los entornos naturales, construidos y sociales de los
que depende el ofrecimiento de estos servicios”, y, por otra parte, con la de la Unión
Mundial de la Conservación2, la cual matiza en 1991, refiriéndose a los Sistemas
Urbanos, que “el desarrollo sostenible implica mejora de la calidad de vida dentro de
los límites de los ecosistemas”.
En estas definiciones, la sostenibilidad se asocia con la calidad de vida de las
personas y comunidades. En su polo negativo se observa, en muchos casos, que
dad de vida, cuando estos se refieren a las condiciones físicas y económicas de vida.
Este (ab)uso del concepto de calidad de vida, junto al vaciamiento del mismo, ha
llevado a sustituirlo por el concepto de calidad ambiental que, al igual que ha pa-
sado con el de calidad de vida, tampoco es la panacea, ya que generalmente se usa
para hacer referencia a las características puramente físicas del medioambiente más
estrechamente relacionadas con la salud fisiológica. Por ejemplo, los indicadores
que se usan habitualmente de calidad del aire o calidad sonora son microgramos
de los diferentes contaminantes (CO…) o nivel de ruido (en dB) y los límites que
se establecen solo están relacionados con la aparición de efectos fisiológicos, y no
con la percepción personal o social de la calidad ambiental, obviando, por tanto, su
dimensión social y/o psicológica (percepción, valoración, etc.).
Además, ambos conceptos no son intercambiables, ya que la calidad ambien-
tal (percibida) se podría considerar una dimensión de la calidad de vida. En este
sentido, Alguacil Gómez (2000) señala que las principales dimensiones de la
calidad de vida son la calidad ambiental, el bienestar y la identidad cultural.
Por lo anterior, los autores de este texto proponen recuperar el concepto de ca-
lidad de vida para referirse a la valoración que de la experiencia de su propia vida
hacen las personas. Esta valoración es global, pero está determinada y/o influida por
la satisfacción o valoración de los diferentes ámbitos de su vida (laboral, residencial,
familiar, social, personal, etc.). No obstante, la recuperación del concepto de calidad
de vida, desde nuestro punto de vista, tiene que ir asociada a la desmaterialización
del mismo, al igual que se plantea la desmaterialización del concepto de desarrollo4
para que se pueda hablar de desarrollo sostenible. La desmaterialización del concep-
to de calidad de vida, que se propone aquí5, implica romper la tendencia por la cual
se establece una estrecha asociación positiva (a más, más) entre consumo y calidad
de vida, lo que lleva a vincular la buena calidad de vida con la necesidad de un con-
sumo elevado de energía y recursos, que muchas veces ralla con el derroche. Esto no
quiere decir que la calidad de vida no dependa de parámetros económicos, pero no
únicamente, también depende de parámetros ambientales y sociales que difícilmen-
te quedan reflejados por valores económicos. Y además, la relación entre calidad de
vida y consumo no tienen por qué ajustarse a una relación lineal positiva perfecta.
3.1. Contextualización
6. Llamamos Modelo de Evaluación a un esquema que sintetiza tanto los elementos que forman
parte del objeto o problema de estudio, así como las relaciones que se establecen entre estos elemen-
tos. Nuestros modelos, por lo general, corresponden a ámbitos de evaluación jerárquicos, los cuales
se estructuran en criterios (y, a veces, estos en subcriterios), cada uno de los cuales se basan en uno
o varios indicadores. Cada indicador será medido por una variable o una combinación de variables,
las que, en algunos casos, puede tener asignada una función de valor.
7. En nuestros estudios consideramos que un indicador es una reflexión sintética y representativa
de una suma de fenómenos más grande y compleja. Los indicadores presentan tres funciones prin-
cipales: simplificar, cuantificar y comunicar, por lo que preferiblemente tiene que ser medible según
una determinada escala cuantitativa (OECD, 1998).
8. Los criterios son puntos de vista o aspectos considerados relevantes para la valoración de cada
ámbito considerado. Es la evidencia sobre la cual se basa una decisión.
9. El ámbito de evaluación corresponde al elemento clave que articula el sistema que se pretende
estudiar. Son los elementos básicos del modelo conceptual, cuya importancia en la descripción de
las relaciones del sistema, justifica su evaluación exhaustiva con criterios propios.
© Editorial UOC 91 Capítulo VI . Salud, sostenibilidad y...
A lo largo del proyecto se detectaron dos importantes retos a los que nos
enfrentamos, que consideramos dos grandes oportunidades para la Psicología
ambiental en el ámbito de la Planificación Urbana y la Gestión Sostenible del
Territorio, a saber, la coordinación inter e intra-institucional y la integración de
los componentes económicos, sociales y ambientales. A esto habría que añadir
la oportunidad que nos brinda la demanda social e institucional en relación
con el uso de la participación, sobre lo que contamos con una amplia y variada
experiencia y profesionalidad.
1. GT Análisis Territorial
• Tipologías municipales para el análisis territorial
• Unidades ambientales para el análisis territorial
2. GT de Procesos
• Procesos de participación en la gestión del territorio
• Marco legal para la participación en la gestión del territorio
• Contratos de territorio
• Mecanismos de compensación
• Custodia del territorio
3. GT de Integración
• Herramientas de integración
4. Conclusiones
Las debilidades nos indican qué y cómo tendríamos que cambiar. Las ame-
nazas nos hablan sobre los obstáculos y barreras que nos podemos encontrar,
mientras que las fortalezas nos señalan cuáles son nuestras capacidades y/o
competencias, y las oportunidades nos informan sobre los retos que tenemos
que asumir y qué podemos aprovechar. No obstante, nos gustaría indicar que
el análisis que se presenta a continuación no pretende ser exhaustivo, sino una
primera reflexión que evidentemente puede estar sesgada, ya que se basa en
nuestra experiencia.
Agradecimientos
Bibliografía recomendada10
10. N. de los Eds.: Antes del apartado final de referencias citadas en el texto, los autores del capítulo
han querido incluir esta lista de publicaciones recomendadas para el lector interesado.
© Editorial UOC 104 Psicología de la ciudad
Referencias bibliográficas
Capítulo 7
1. Blanco, A. (1985). La calidad de vida: supuestos psicosociales. En J.F. Morales, A. Blanco, C. Huici
y J.M. Fernández-Dols (Eds.), Psicología social aplicada (pp. 159-182). Bilbao: Desclée de Brouwer.
© Editorial UOC 109 Capítulo VII . Retos de la psicología ambiental...
y sobre todo en la ciudad. Por ese motivo surge la necesidad de que la Psicología
ambiental asuma la responsabilidad de trabajar sobre este tema. Es relevante que
se hagan estudios orientados al desarrollo teórico sin perder el equilibrio con la
obligación que tiene la disciplina de adaptar estas teorías a la intervención.
se recupera fácilmente. “Ahora lo que explican parte de las personas de este ejem-
plo es que están recibiendo muchas ofertas para explicar cómo fue su proceso, cómo
funcionó… cada gobierno local les están pidiendo hacer lo mismo. Ellos acabaron por
establecer que la recogida de residuos sería de tres tipos, adaptados a cada zona mor-
fológica de la ciudad, pero lo interesante es que fue creado y decidido por ellos. El error
recae en querer trasladar el resultado a otra zona como una mera copia. Es común que
importe el resultado pero lo realmente relevante es el proceso que explica ese resultado.
A lo mejor se pueden generalizar pautas o determinadas cuestiones que hay que tener
en cuenta, pero luego necesariamente hay que ajustarlas al nuevo contexto.”
También se menciona que en los procesos de participación, y en especial en
los de Agenda 21, los ciudadanos se preguntan en muchos casos ¿qué hago yo
aquí? En otros casos, dicho proceso se encuentra a merced de los políticos que
en lugar de realizar una apuesta firme por él, a veces cambian su ritmo para ajus-
tarlo a su propia agenda política.
Se considera que lo importante en los procesos de participación es hablar con
la gente. “Se pueden diseñar muy bien pero al final lo que hace que todo tire para ade-
lante es la ciudadanía”. Y en esa relación puedes observar por qué ha funcionado
bien o mal, qué tipo de relaciones personales potencian o dificultan el proceso…
eso no queda recogido en los modelos teóricos, pero las relaciones entre la gente
influyen en la toma de decisiones ambientales. Metodológicamente, en muchos
diseños se identifica una red de actores clave que pueden ayudar en la dinami-
zación de los procesos o bien la dificultan. Identificar las relaciones sociales en
la fase de diagnóstico ayuda a observar relaciones establecidas previamente, que
en un momento dado pueden ser muy influyentes en el desarrollo del mismo.
Entre algunos de los asistentes se defiende un planteamiento de análisis y
evaluación conjunto de dichos contextos y procesos, el cual se podría centrar en
intentar crear una red en distintos ámbitos geográficos para estudiar este tema,
analizar diferentes casos, identificar lo que ha funcionado y qué ha pasado en
dichos procesos. Esta propuesta presenta un elevado grado de acuerdo en el
debate.
a.1. Teoría del problema: en esencia viene a ser el conocimiento que tenemos
del problema sobre el que vamos a trabajar. Generalmente desde la inves-
tigación se profundiza con rigurosidad en este conocimiento; sin embar-
go, en ocasiones, desde la gestión se plantean intervenciones sin dicho
trabajo previo.
impacto social de la catástrofe del Prestige, que se materializó en una guía para
orientar las actuaciones en temas de catástrofes; o bien las desarrolladas en la
misma región en el 2006, que abordan el tema de los incendios forestales, u
otras investigaciones vinculadas a la gestión de residuos (se citan estudios en
Cataluña, Galicia y Madrid). Por tanto, uno de los objetivos más claros cuan-
do una institución demanda intervención desde la investigación es mejorar la
gestión ambiental de un problema. Paralelamente, la Psicología ambiental tiene
una amplia trayectoria en el intento de responder a dicha demanda a través de
múltiples trabajos como estudios de contextos para la formulación de propues-
tas, diseños de intervenciones, ejecución de las mismas y realización de segui-
mientos y evaluaciones.
No hay que olvidar que el principal conflicto ambiental en las ciudades es-
pañolas es el tema del urbanismo y la construcción; dichos temas conectan con
el resto de problemas especialmente ambientales (cambio climático, generación
y gestión de residuos, consumo de agua y energía…) y económicos (especulaci-
ón, crisis ambiental…).
¿Están siendo abordados los problemas ambientales desde los programas de
intervención municipales? No parece que sea así. Al menos, este hecho no se
produce si revisamos investigaciones como la de García (2005)2, donde se estu-
dia la vinculación de la educación ambiental municipal a problemas ambienta-
les en ámbitos locales a través de un indicador de coherencia (cuyos resultados
cuestionan mayoritariamente dicha relación). El diseño urbanístico desarrollista
es uno de los principales problemas ambientales (tal como identifica la Estra-
tegia Española de Medio Ambiente Urbano) y, prácticamente, no hay ninguna
intervención en relación con el mismo. Sin embargo, cuando se estudia el nivel
de permisividad de la gente en cuanto a los delitos vinculados con temas de
construcción y urbanismo, éste es muy elevado. “Cuanto más rentable es la trans-
gresión de la norma ambiental, a veces mayor es el grado de permisividad, ya que justi-
fica el deterioro”. Este discurso ha calado en la ciudadanía y no es cuestionado en
el discurso político, pero ¿es responsabilidad de la Psicología ambiental ayudar
a desmentirlo?, ¿bajo qué costes?
Además, hay que considerar que a la hora de hablar de calidad de vida y sos-
tenibilidad urbana, hay dos discursos:
a. Discurso técnico sobre los problemas urbanos: “faltan viviendas, hacen fal-
ta casas… si se hacen casas se resuelve el problema”.
3. Brundtland, G.H. (1987). Brundtland Report: Our common future. United Nations World Commis-
sion on Environment and Development. Oxford: Oxford University Press.
© Editorial UOC 117 Capítulo VII . Retos de la psicología ambiental...
vida”, es decir, tenemos que disociar la mejora de la calidad de vida del aumento
del consumo de recursos.
Como se anunciaba en el inicio de este relato, en el debate surgen más pre-
guntas que respuestas. Sin embargo, un aspecto claro es la responsabilidad que
tiene la Psicología ambiental frente a la sostenibilidad urbana. Es decir, esta
disciplina tiene un amplio campo de estudio en el cual continuar trabajando y
profundizando para intentar ganar la batalla a la crisis ambiental, contribuyen-
do, junto a otras disciplinas, en el avance hacia la sostenibilidad en nuestras
ciudades.
Parte 3. Los nuevos espacios urbanos
© Editorial UOC 121 Capítulo VIII . Ciudad, tecnología...
Capítulo 8
Introducción
La historia de las urbes está estrechamente imbricada con las diversas formas
a través de las cuales entran en relación los elementos y las estructuras de la tra-
ma urbana, las personas que habitan e interactúan dentro y con las ciudades y el
conjunto de normas y leyes que administran las mixturas sociales y urbanas. Se
podría decir que en un inicio el centro de la ciudad era el elemento urbano pri-
mordial para comprender el acontecer de las ciudades, por cuestiones diversas:
primero, el centro era considerado la “zona cero” –a partir del cual se extendía
la ciudad– y el “punto cero” –a partir del cual se desplegaban las estructuras que
posibilitan la vida en la urbe–; segundo, el centro actuaba de nodo de unión
no sólo de la distribución arquitectónica y urbanística –intentando mantener
su coherencia– sino también como el espacio, por excelencia, de la producción
social. En este sentido, y cómo tercer aspecto, el ágora, la plaza, el foro pretendía
cumplir así una función pragmática –lugar de reunión e intercambio de impre-
siones de las personas– y una función simbólica –como espacio de referencia–.
Finalmente, en el centro se erigían todos aquellos edificios importantes para el
desarrollo de la vida social, económica y política de la ciudad. Mediante estos
estamentos centrales se ponía en marcha el entramado de poder que regía no
sólo lo urbano sino también lo social.
En la actualidad el centro “tradicional” de la ciudad ha desaparecido, y en
ese mismo proceso de desvanecimiento, de disgregación, han surgido multitud
de puntos que desempeñan un papel nodal en la que Koolhaas (2006) etiqueta
como “ciudad genérica”. Como apunta el mismo autor: “la ciudad genérica es la
ciudad liberada del cautiverio del centro, de la camisa de fuerza de la identidad.
La ciudad genérica rompe con este destructivo ciclo de dependencia” (Koolhaas,
2006, p. 12). Ciudades liberadas de sus centros “tradicionales” y ciudades simi-
lares en sus formas urbanas, sociales, económicas y políticas. Así, y teniendo en
cuenta las palabras que nos lanza el mismo autor: “¿Son las ciudades contem-
poráneas como los aeropuertos contemporáneos, es decir, ‘todas iguales’? […] ¿Y
si esta homogeneización accidental -y habitualmente deplorada- fuese un pro-
ceso intencional, un movimiento consciente de alejamiento de la diferencia y
acercamiento a la similitud?” (Koolhaas, 2006, p. 6). Sea o no así, dichas formas
cada vez se asemejan más, y en las ciudades del presente, toman relevancia am-
bos aspectos: el primero, el carácter genérico de “lo urbano” (entendido como el
conjunto de prácticas e interacciones sociales que realizamos en el interior de las
ciudades) y de “lo arquitectónico” (entendido como las formas arquitectónicas
y el paisaje urbano que nos acompaña en nuestro día a día). Como apunta Sor-
kin (2004, p. 12): “la arquitectura de esta ciudad es casi pura semiótica, puesto
que juega con el tráfico de significados” en un proceso que muy habitualmente
converge con una ciudad simulada o una ciudad como un parque temático. El
© Editorial UOC 124 Psicología de la ciudad
Los espacios que vivimos de forma efímera o transitoria, aquellos que recor-
remos sin detenernos, también forman parte de la ciudad y, más allá de su per-
tenencia física a ella, contribuyen de una forma muy significativa a construirla
como el ámbito en el que interaccionamos y realizamos unas ciertas prácticas
sociales urbanas. Los espacios de tránsito o espacios de sociabilidad transito-
ria son espacios liminales o heterotópicos que algunos autores han denomina-
do también no-lugares (Augé, 1993; Delgado, 2005). Como ya hemos dicho, el
análisis de dichos espacios no puede hacerse sin contextualizar mínimamente
algunas aportaciones en torno a las transformaciones sociales que están ocur-
riendo simultáneamente, y en las que las nuevas tecnologías también tienen
mucha presencia. Autores como Castells (1995), Hall (1996), Muxí (2004), Azúa
et al. (2004), Mitchell (2001, 2003) o Sassen (2000, 2001), por citar algunos, han
abordado dichos procesos, centrándose específicamente en el contexto urbano,
en un recorrido que va desde los aspectos económicos, industriales, organiza-
cionales hasta el impacto de la tecnología en la arquitectura, pasando por la
-bastante manida ya- globalización. Por otra parte, y más en coherencia con el
tema que nos ocupa, nos encontramos con investigaciones que, en buena parte
desprendiéndose del contexto global que analizan los autores anteriores, tienen
en cuenta la aparición de “nuevos espacios” o de “lugares característicos” de
la sociedad contemporánea. Podemos citar aquí algunos ejemplos como Augé
–El viajero subterráneo. Un etnólogo en el metro (1986) o Los “No lugares”. Espacios
del anonimato (1993)–; Bellanger y Devos –Planeta Nómada (1997)–; Bellanger y
© Editorial UOC 127 Capítulo VIII . Ciudad, tecnología...
Marzloff –Tránsito. Los lugares y los tiempos de la movilidad (1996)–; y más recien-
temente Sheller y Urry –Tecnologías móviles en la ciudad (2006b)– y Perán –Post-it
City: ciudades ocasionales (2008)–.
Los autores anteriores abordan, desde diferentes perspectivas, los espacios
proteiformes, complejos y cambiantes a los que antes hacíamos mención, en-
tendiéndolos como liminales: espacios de transición, con una identidad no fija,
sino procesual. Situados entre espacios geográficos, estos espacios residen en el
límite, en la conexión, entre los otros espacios: características comunes a las dos
aportaciones que queremos destacar y resumir brevemente en este apartado, por
la importancia que han tenido como precedentes para conceptualizarlos y ana-
lizarlos. Se trata de dos conceptos, que ya hemos mencionado, y que guardan
ciertas similitudes entre si: las heterotopías (los espacios heterotópicos), propu-
estas por Foucault y los no-lugares, de Augé.
Cuando Foucault (1986) hablaba del tiempo de los emplazamientos, se re-
fería, en parte, a la importancia de los espacios que constituyen vecindad con
otros espacios, y que, además, permiten interpretar la ciudad de una forma dis-
tinta. Parece que inicialmente el concepto de heterotopía surgió de esa idea; la
de rescatar aquel espacio que siempre había estado pero que había quedado en
el olvido y, además, la de producir contraste entre la utopía (como el empla-
zamiento sin lugar real, el proyecto en el tiempo) y la heterotopía (como los
contraemplazamientos simultáneos, los lugares fuera de todos los lugares, pero
localizables). Pero ¿qué son exactamente las heterotopías? Para Foucault (1966),
es posible relacionar el concepto con yuxtaposiciones y emplazamientos, es de-
cir, con la relación cerca-lejos, con la irreductibilidad entre los espacios y con
su superposición, con las transformaciones y sus posibles multiplicidades. En
otras palabras, Foucault mostró mucho interés en un tipo de espacio que tiene
la característica de ser y de existir en relación con otros espacios, en conexión,
adquiriendo lógicas que los agrupa, los relaciona y los designa. Pero aún más
importante, esto se traduce en espacios de relaciones y prácticas sociales hete-
rogéneas, constituidos de diversas formas en cada sociedad y momento, pero
siempre cambiantes y difíciles de acotar. Vivimos en el interior de un conjunto
de relaciones y prácticas sociales y no en un vacío categorizado en emplazami-
entos claramente definidos. Foucault (1986) describió nuestra convivencia no
sólo con espacios conocidos o concretos sino también, aunque sea por instan-
tes, con esos espacios que se encuentran en medio. Los espacios heterotópicos
responden al orden de esos conectores del espacio, pero son en sí mismos otro
orden de espacios, aunque su existencia sea tan fugaz como el momento mismo
de su activación, como el paso momentáneo por el pasillo que comunica dos
estaciones de metro.
Ocurre lo mismo con los no-lugares, sitios que conforman un momento de
finitud, donde las apariencias y las figuras adquieren sentido momentáneo. La
noción de no-lugar se define por oposición a aquello de donde obtiene su senti-
do más elemental y lógico: lo que entendemos por lugar (Augé, 1993). A partir
del lugar –ahí donde se expresa la identidad, la relación y la historia– se define el
© Editorial UOC 128 Psicología de la ciudad
no-lugar como el espacio donde las tres características que acabamos de mencio-
nar no se manifiestan. Augé hace referencia al concepto de la sobremodernidad
para llamar la atención sobre el exceso del tiempo, del espacio y del individuo, y
la interpreta a su vez como productora de no-lugares, de espacios que “no son en
sí espacios antropológicos y que, contrariamente a la modernidad baudeleriana,
no integran los lugares antiguos: éstos, catalogados, clasificados y promovidos a
la categoría de ‘lugares de memoria’, ocupan allí un lugar circunscrito y especí-
fico” (Augé, 1993, p. 83). El concepto de no-lugar tiene para Augé cabida en ese
tipo de espacio de la comunicación y del consumo: la autopista o el supermer-
cado, los aeropuertos o los centros comerciales, serían algunos de sus ejemplos
paradigmáticos.
Augé ya aclara que debemos considerar la relación entre lugares y no-lugares
como un continuo entre los dos polos y no caer en el error de buscar “no-lugares
puros”, ya que se suelen encontrar en estos espacios algunos de los elementos
que llamaríamos lugares (principalmente relacionales). Por tanto, entendemos
que los no-lugares no deben caracterizarse por una ausencia total de historici-
dad, significación o relación, sino, en todo caso, por una transformación de las
mismas, quizás haciéndolas mucho más efímeras y cambiantes. En este sentido,
nos parece importante no tratar de eludir algunos de los problemas que tie-
nen conceptos como el de “no-lugar”, que hemos señalado brevemente, sino
de elaborar teóricamente y de forma adecuada otros que nos puedan servir para
analizar ciertos espacios de las ciudades contemporáneas. No se puede hablar,
continuando con Augé, de una ausencia total de lugar, de la misma manera en
que no podemos hacerlo de la presencia total de no-lugar. Las prácticas sociales
que se dan en estos espacios son lo suficientemente ricas para que sea necesario
analizarlas con profundidad antes de realizar críticas globales al concepto, como
muestra Korstanje (2006). En todo caso, tampoco pretendemos –y no es este el
lugar para ese debate- enfocar el análisis de dichos espacios desde una especie de
realismo ingenuo o una confianza ciega en lo empírico, que en ocasiones puede
implicar entenderlos exclusivamente desde una presencia física y objetivable,
olvidando que somos nosotros, con nuestras prácticas cotidianas, los que en
definitiva hacemos que un espacio sea algo más que un territorio, y que merezca
la pena analizar desde la Psicología de la ciudad y otras ciencias sociales.
Un concepto debe ser una herramienta de trabajo y por tanto es necesario
argumentar porqué se elige uno y no otro, y cuáles son sus posibles ventajas y/o
inconvenientes (independientemente de que, en el futuro, pueda desecharse
por una propuesta más adecuada) ¿Por qué hablar entonces de “espacios de
sociabilidad transitoria” o “espacios de tránsito”? En primer lugar, porque nos
interesaba, para comenzar, hablar de espacios, más que de lugares o territorios;
en parte –como comentamos antes– para escapar del peligro de entender “lugar”
y “no-lugar” exclusivamente a partir de una dicotomía, de una oposición. Tam-
bién, y siguiendo a De Certeau (1980, p. 129), por entender el espacio como un
lugar practicado, relacionado fundamentalmente con la práctica social y no con
la acotación. En otras palabras, porque si los espacios de los que hablamos son
© Editorial UOC 129 Capítulo VIII . Ciudad, tecnología...
3. Practicando el movimiento
1. Para un desarrollo más amplio de esta cuestión, puede consultarse Paseando por la ciberciudad
(López, Vivas, Rojas et al., 2006), particularmente el capítulo 3, “Prácticas sociales y ciberciudad”.
© Editorial UOC 131 Capítulo VIII . Ciudad, tecnología...
psicología y otras ciencias sociales) tiene bastante que ver con los términos en que
estamos formulando la ciudad actual y las prácticas que se dan en ella: “Una antro-
pología urbana, en el sentido de lo urbano, sería, pues, una antropología de confi-
guraciones sociales escasamente orgánicas, poco o nada solidificadas, sometidas a
oscilación constante y destinadas a desvanecerse enseguida. Dicho de otro modo,
una antropología de lo inestable, de lo no estructurado, no porque esté desestructu-
rado, sino por estar estructurándose, creando protoestructuras que quedarán final-
mente abortadas. Una antropología no de lo ordenado ni de lo desordenado, sino
de lo que es sorprendido en el momento justo de ordenarse, pero sin que nunca
podamos ver finalizada su tarea, básicamente porque sólo es esa tarea.”
Desde nuestro posicionamiento creemos que una manera especialmente ade-
cuada de estudiar estos espacios de tránsito es precisamente a través de la etno-
grafía urbana (Delgado, 1999, 2002). Delgado (2002, p. 5) apunta que la reali-
dad urbana implica “una lógica que obliga a topografías móviles”, abogando por
técnicas parecidas a la observación flotante2 de Pétonnet (1982). En este mismo
sentido Urry (2007) considera que el paradigma de la movilidad debe incorporar,
para su observación, nuevas clases de métodos de investigación. En su libro Mo-
bilities (2007, p. 39) afirma que “los métodos de investigación también necesitan
estar ‘en el movimiento’”. Una técnica de recogida de datos que cumple dicha
condición es la deriva: una técnica muy vinculada a lo largo de su desarrollo al
estudio de la ciudad, que consiste en una suerte de observación participante en la
que en lugar de acotar previamente de una forma muy estricta el lugar o el objeto
de observación, el investigador pueda, al mismo tiempo, captar el movimiento y
estar en movimiento, en contextos en que este es muy intenso. En ella el investi-
gador ejerce un papel que se basa en el paseo y la observación y que puede ser más
o menos activo (como otras formas de observación participante).
En una deriva tipo, a modo de flâneur3, una o varias personas renuncian
durante un tiempo más o menos largo a desplazarse o actuar por los motivos
habituales (de trabajo, entretenimiento u ocio, etc.), para vagabundear y de-
ambular con el objetivo específico de dejarse llevar por las solicitaciones de los
espacios y los encuentros que a ellos corresponden, intentando a través de esta
técnica captar una información que quizás, en una observación más focalizada,
podría pasar desapercibida. Lo fundamental es que, como Debord (1958) propo-
nía, mediante la deriva puedan observarse las situaciones urbanas de una forma
nueva, radical, realizando una lectura de la ciudad acorde con esa observación.
La deriva supone también, como técnica y en lo que implica a nivel epistemo-
2. La observación flotante, según Pétonnet, consiste en mantenerse vacante y disponible, sin fijar la
atención en un objeto preciso sino dejándola ‘flotar’ para que las informaciones penetren sin filtro,
sin ‘a prioris’, hasta que hagan su aparición puntos de referencia. Es una técnica que se parece a lo
que propone la deriva.
3. La figura del flanêur, descrito por Baudelaire como dandi y que Benjamin retoma, recobra impor-
tancia en el estudio de los espacios urbanos porque representa un disfraz que propone una mirada
que interroga la ciudad y sus calles, buscando descifrar la cotidianeidad a través de su capacidad de
asombrarse.
© Editorial UOC 133 Capítulo VIII . Ciudad, tecnología...
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© Editorial UOC 135 Capítulo VIII . Ciudad, tecnología...
Capítulo 9
1. Introducción
tido, una página web ha de “poder tener unos buenos banners” y la plaza pública
actual se ha convertido en un espacio privatizado con la misma lógica. Hay un
consenso acerca de cómo la ciudad vende, presencial o virtualmente, y especial-
mente en los EST, “se vende mucho”. De aquí nace un cuestionamiento que reta
no sólo al equipo de investigación de la UOC, sino a todas las personas presen-
tes: ¿esa lógica comercial es válida o no para nuestras ciudades?
Otra de las líneas del discurso sobre el bajo grado de novedad critica la idea
de los EST como nuevos contextos, en lugar de categorizar los usos y los valores
nuevos (viéndolo como otra estructura y caracterización en contextos similares).
En las ciudades medievales había otros EST que han estado en activo hasta hace
poco: lavaderos, puertas de iglesias, mercados, molinos, etc. Entre un mercado
medieval y un centro comercial actual, no hay tanta diferencia, aunque las prác-
ticas de antes y ahora sean distintas. La novedad del concepto será profundizada
posteriormente.
Esta propuesta de estudio se enmarcaría en una línea de reflexión y de inves-
tigación bastante coherente, que tampoco es nueva. Se recuerda la importancia
de Abraham Moles (1972) en “Psicología del Espacio” para no perder “líneas de
conexión sobre cómo se han afrontado problemas y formas de análisis en contextos
similares.”
Tras la primera parte del debate, sigue habiendo dudas sobre qué estudia este
equipo de investigación y para qué lo estudian.
Se cuestiona si el estudio asume como hipótesis que los EST impactan de
forma diferente a otros lugares, que podríamos llamar “estables”, siendo las in-
teracciones entre individuos también diferentes, de manera que los EST a su vez
impactarían sobre el desarrollo del resto de la ciudad.
Sin embargo, este equipo de investigación parte de trabajar sin hipótesis y lo
que se quiere averiguar es qué está pasando en estos espacios, cómo las personas
interaccionamos dentro de ellos, cuáles son esas interacciones y de qué tipo,
cómo la tecnología mediatiza las interacciones, acciones y movilidades socia-
les… pero sin caer en dicotomías. Por eso, se ha elegido la palabra espacio en de-
trimento de la palabra lugar, evitando la dicotomía que plantea Augé (1993) con
sus conceptos de lugar versus no-lugar. En su opinión, aún no se han investigado
estos espacios desde esta perspectiva.
Inicialmente, se observan varias diferencias. La primera es el alto uso que se
hace de estos espacios, donde “en la posmodernidad habitualmente más estamos”.
Antes, no había tanto tránsito como ahora, y, en este sentido, la movilidad es
uno de los retos.
La pertinencia de esta investigación se defiende desde diversas opiniones.
Se apunta la importancia de fenómenos como la mcdonalización (“Una persona
de EEUU vaya donde vaya se encuentra un McDonalds” es una forma sencilla de
explicar el concepto acuñado por Ritzer -2004-). A pesar de ser franquicias, es-
tos no-lugares son perfectamente comprensibles y están dotados de significado
e historia. “Es como entrar y salir del mismo sitio siempre, porque me encuentro lo
mismo, dentro de unos límites, esté donde esté.” Por tanto, se trata con cuestiones
de identidad y seguridad.
En el diálogo, emerge la sorpresa ante la forma de presentar dentro del con-
cepto de EST los términos “sociabilidad” y “carácter efímero” como conjunto.
Este encuentro puede ser un buen laboratorio de análisis de las nuevas prácticas
sociales.
A pesar de que Pep Vivas aclara que se estudia el movimiento y el trayecto
vital que hacemos como personas cada día, hay quien ha entendido que se está
hablando de los espacios como nodos, y se insiste en la necesidad de apoyarse
en la idea de trayectos y en la conexión de espacios, en las redes. “En el trayecto,
hay interacciones, incluso aunque estés en un coche que parece que estás aislada.” Por
tanto, “hay que analizarlo, porque es más efímero aún.”
Dentro de ese marco, es interesante estudiar cómo las personas a veces mo-
difican esos espacios, bien para hacerlos más suyos, para incorporarlos o para
gritar contra ellos. El sujeto de estudio es esencial y su edad influye. Por ejemplo,
en educación ambiental se estudia la participación infantil y el trayecto escolar;
con la gente mayor es importante contemplar la accesibilidad, y con la juventud
se pueden observar sus modificaciones del espacio en el botellón.
En cualquier caso, remarcamos la diferencia cualitativa como variable de
estudio entre espacios públicos como una plaza y otros como un aeropuerto
o una estación. En estos últimos, como ya se ha apuntado anteriormente,
hay una lógica comercial en origen. Sin embargo, los espacios públicos que
reivindicamos tienen una lógica social, siendo la comercial más sutil. Otras
voces postulan que hay una contradicción entre nuestro interés en fomentar
espacios públicos urbanos y las ciudades actuales diseñadas con la lógica
comercial para el consumo, es decir, las ciudades diseñadas como calles y
supermercados.
También en el objeto de análisis, se ve la necesidad de diferenciar entre una
página web y una franquicia, por el criterio presencial-virtual. A pesar de las di-
ferencias, algunas personas defienden que en el espacio virtual también estamos
y nos socializamos, por lo que es pertinente averiguar qué sucede ahí.
En resumen, podemos ver algunas características o parámetros similares en
los diferentes tipos de espacios de sociabilidad transitoria, pero con una mayor
o menor predominancia (por ejemplo, la cuestión comercial).
Se plantean incertidumbres respecto a los tipos de resultados que se obtie-
nen. Se sugieren unas posibles preguntas de investigación vinculadas con las
cuestiones para el debate propuestas en la presentación:
es la transitoriedad del lugar en sí mismo, no sólo de nuestro paso por él. Los
ejemplos de la ciudad medieval eran lugares relativamente permanentes en su
dimensión fundamental, por la propia dinámica social de ese momento. Y los
actuales son lugares distintos porque son más inestables, no por las característi-
cas estructurales, sino porque no tienen un valor en sí mismo. Esto tiene unos
efectos psicológicos.
En resumen, hay cierto consenso en afirmar que la principal diferencia de los
espacios de sociabilidad transitoria, con respecto a anteriores, es un problema
de escala y de tiempo, ya que antes eran lugares con un sentido de permanencia
mayor.
Se realza la diversidad en la funcionalidad del espacio, que distancia una
plaza medieval de un centro comercial. El mercado medieval era la plaza públi-
ca que se convertía en espacio de comercio, “cuya actividad se desparrama, mos-
trando la multifuncionalidad de estos espacios públicos.” Sin embargo, los centros
comerciales actuales son unifuncionales.
A pesar de considerarse una etiqueta elegante y atractiva se cuestiona el
nombre EST, puesto que puede aplicarse a otros espacios además de la tipología
apuntada en la presentación. Por ejemplo, en relación con los estilos de vida,
para una persona que trabaja mucho fuera de casa, el lugar de residencia se
puede convertir en un EST. “¿Un EST se define como tal en tanto que la persona lo
perciba con esas características de sociabilidad transitoria?”
Esta definición dejaría de lado las características del espacio y se centraría en
la percepción del mismo así como en el proceso de atribución de significados, lo
que se acerca a paradigmas próximos al construccionismo social y la relevancia
del significado. Quizá baste el concepto de “espacios de tránsito”. La propuesta
de EST es una etiqueta inventada desde el “estilo de vida del primer mundo” que
se expresa como “estar en trayecto, en tránsito”.
Se plantean dudas de si es mejor hablar de sociabilidad o socialización, por
la connotación positiva que tiene la primera, que sin embargo es negada por
los EST. En esta misma línea, se cuestiona la transitoriedad: “¿Es transitoria una
plaza o un parque porque estás poco rato?” Al no ser transeúnte, se establecen otras
relaciones que se diferencian de la experiencia de la persona que está en un avi-
ón. Se pregunta si la transitoriedad está en el significado que le damos las perso-
nas -en la práctica- o en el espacio. Si está en el significado, se podría hablar de
lugares transitorios, pero la elección del término “espacio” recupera a Foucault
(1986), que habla de los espacios heterotópicos, lo cual es una conexión entre
los espacios.
Se mencionan también los lugares de encuentro casuales, puesto que los de
tránsito no son sólo funcionales, sino que allí vamos a ver gente, y estos espa-
cios heterotópicos son elementos motivadores. Tampoco se olvidan los lugares
refugio, donde nos escondemos.
Otra variable fundamental emergente es la tecnología. El cambio de prácticas
está influido por la incorporación de las tecnologías, y los nuevos usos vincula-
dos a éstas. Por ejemplo, en los mercados de Barcelona está de moda que haya
© Editorial UOC 143 Capítulo IX . Dialogando acerca de los...
5. Apuntes metodológicos
1. Para profundizar en el análisis histórico, ver el artículo: Corraliza J.A. y Aragonés (1993). La Psico-
logía Social y el Hecho Urbano. Psicothema, Vol. 5, Suplem.1, pp. 411-426. http://www.psicothema.
es/psicothema.asp?ID=1151
© Editorial UOC 145 Capítulo IX . Dialogando acerca de los...
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© Editorial UOC 147 Capítulo IX . Dialogando acerca de los...
Capítulo 10
1. Introducción
Por otra parte, uno de los temas centrales en el discurso actual acerca de los
problemas de las ciudades es el de la necesidad de recuperar el civismo y erradi-
car comportamientos incívicos en el espacio público (Groth y Corijn, 2005; Ban-
nister, Fyfe y Kearns, 2006; Boyd, 2006, Amin, 2006), junto con el de la gober-
nanza (García, 2006). Sin embargo, el tema del civismo o incivismo contempla
múltiples acepciones y matices como recientemente señalan Fyfe, Bannister y
Kearns (2006), abordándose a menudo bajo una perspectiva dicotómica: hay
civismo o hay incivismo, existen actos cívicos y actos incívicos, las personas o
los grupos son cívicos o son incívicos, etc. Esta perspectiva se basa en la supues-
ta delimitación de una norma que divida lo aceptable de lo inaceptable. Y en
estas ocasiones el conflicto en el espacio público suele estar servido. En este sen-
tido, la literatura aporta actualmente tres maneras diferentes de conceptualizar
el conflicto en el espacio público (DiMasso, 2007): a) conflicto derivado de los
usos y actividades más o menos incompatibles en el espacio público por parte de
diferentes grupos de usuarios; b) conflicto derivado de la gestión del espacio
público, privatización social de espacio, demarcación territorial y control; y c)
conflicto derivado de la desigualdad social, que marca distintos grados del “de-
recho” al espacio público. En otras palabras y parafraseando a Henri Lefebvre,
“el derecho a la ciudad”.
Por último,, la percepción de inseguridad es uno de los principales problemas
de nuestras ciudades (Amerio, 1999), con importantes consecuencias de orden
psicológico y psicosocial (Ute y Greve, 2003; Amerio y Roccato, 2005). En muc-
has ocasiones, esta percepción encuentra su anclaje en la presencia de comuni-
dades inmigrantes, especialmente latinoamericanas e islámicas, lo que acarrea
el peligro de “legitimar” una “ideología de la seguridad” con tintes racistas o
xenófobos (Jeudy, 1986). En la literatura psicosocial el análisis de la inseguridad
ciudadana aparece vinculado al estudio del miedo al delito, a la caracterización
de lugares peligrosos y a los procesos de percepción de riesgo.
En relación con el miedo al delito, una reciente revisión (Miceli, Roccato y Rosa-
to, 2004) ofrece algunos elementos determinantes para su comprensión y análisis: 1)
nivel de delito objetivo, aunque cabe destacar que la sensación de miedo, en cuanto
subjetiva, no guarda en muchas ocasiones relación con los datos objetivos de la vic-
timización; 2) incivismo físico o social (vandalismo, grafitismo, vagabundeo, daños
a mobiliario urbano, etc.) en la medida en que refleja degradación social o infunde
amenaza; 3) vida urbana, con características como densidad, dificultad de integra-
ción social, dimensiones de los edificios, agresividad de la vida en la calle, o nivel
de vegetación; 4) variables sociodemográficas, especialmente el género y la edad, ya
que numerosos estudios coinciden en que el miedo al delito suele ser más alto en las
mujeres y la gente mayor o los más jóvenes; y 5) variables psicosociales, relacionan-
do el miedo al delito con la percepción de vulnerabilidad y una reducida capacidad
para afrontar la situación. En este sentido, Van der Wurff, Van Staalduinen y Stringer
(1989) describen cuatro variables asociadas al miedo al delito: la percepción de ser un
objetivo atractivo para el delincuente, la “demonización” de las intenciones de otras
personas o grupos, el poder de control de la situación o sensación de confianza y el
espacio criminalizable, provocador de inseguridad o amenaza.
Precisamente este último elemento nos lleva a considerar un segundo en-
foque en el tema de la inseguridad en entornos urbanos: la caracterización de
los lugares peligrosos (Fernández-Ramírez, 1995; Fernández-Ramírez y Corraliza,
1996,1997, 1998). Un lugar peligroso “es un lugar o escenario que la persona
asocia con posibles actividades delictivas o marginales, en ausencia de posibles
apoyos sociales” (Fernández-Ramírez, 1998, p. 271). Estos autores han distingui-
do entre dos perspectivas de estudio: una vinculada a los procesos psicosociales
de difusión de la información y opinión entre vecindario y otra de corte más
situacional en relación con los aspectos ambientales en el momento en el que la
persona intuye peligro y reacciona con miedo.
La percepción de riesgo, por su parte, recientemente está dejando de ser con-
siderada una variable antecedente del miedo al delito, para pasar a situarse en
un ámbito de interrelación con ésta. Así, Rader (2004) propone hablar de un
constructo más amplio, “amenaza de victimización”, con tres componentes: un
componente emotivo (miedo al delito), uno cognitivo (riesgo percibido) y un
tercer comportamental (comportamientos restringidos), con complejas y recí-
procas relaciones entre ellos. También recientemente, se ha reclamado la inclu-
sión en el conjunto de variables explicativas de la percepción de inseguridad de
los aspectos relacionados con la satisfacción residencial y el apego al lugar, espe-
cialmente al barrio o al vecindario. Por su parte, el sentimiento de apego al bar-
rio o al vecindario, o bien el sentido de comunidad pueden ser modeladores
importantes del miedo al delito y la percepción de riesgo de victimización (Wil-
son-Doenges, 2000; Carro, Valera y Vidal, 2008).
c) Han sido diseñados con una direccionalidad específica, que orienta el re-
corrido y la distribución espacial
Este proceso tiene, a mi modo de ver, una triple vertiente a tener en cuenta. Por
un lado se generen nuevas formas urbanas, nuevas tipologías de espacio urbano y,
© Editorial UOC 155 Capítulo X . Conflicto y miedo ante un nuevo...
por qué no, nuevas ciudades con nuevas formas y nuevas relaciones espaciales (por
ejemplo, el centro comercial se convierte en la nueva ágora sobre la que gira el de-
sarrollo de entornos residenciales amurallados vinculados por autopistas reales y
virtuales). Por otro lado, también se producen nuevas formas de gestión territorial,
muchas veces a través de la des-responsabilización voluntaria de los usuarios a favor
de servicios de seguridad, lo cual no siempre garantiza (ni mucho menos) una mayor
sensación de seguridad y control como ya intuía Oscar Newman (1972) y corroboró
Setha Low (2003), a la vez que las normas reguladoras de la interacción y la privaci-
dad pasan de ser socialmente negociadas y compartidas a ser códigos estrictos y
cerrados de conducta impuestos por la titularidad. Por último, este nuevo concepto
del espacio “público” tiene gran incidencia en cuanto a la generación de sentido de
comunidad y en los procesos de apego al lugar y de génesis de identidades sociales
urbanas. Ciertamente, en nuestras ciudades los grupos sociales se caracterizan por
su cada vez mayor rigidez en cuanto a su definición ante el universo social en el que
se inscriben, es decir, las identidades se vuelven más rígidas y excluyentes. Como
consecuencia se pierde el contacto con los otros grupos, las otras identidades: los
semejantes cada vez más se relacionan con sus semejantes para hacer cosas seme-
jantes, vivir en barrios semejantes y compartir intereses semejantes y semejantes
visiones del mundo, a la vez que unirse entre semejantes para defenderse de las su-
puestas amenazas de aquellos que supuestamente no son sus semejantes. Y esto es
válido para cualquier grupo y clase social. El resultado es un mosaico urbano de
grupos sociales cada vez más inconexos y desconocedores el uno del otro. El espacio
público que era punto de encuentro y de descubrimiento (y conocimiento) del ex-
traño ha desaparecido y con él la posibilidad de gestionar la diversidad y el conflic-
to por sus propios medios.
© Editorial UOC 156 Psicología de la ciudad
• ¿Puede el diseño ambiental resolver los problemas derivados del uso con-
flictivo del espacio público?
© Editorial UOC 157 Capítulo X . Conflicto y miedo ante un nuevo...
• ¿Cómo afecta estas nuevas concepciones del espacio público a los proce-
sos psicosociales derivados de la relación de las personas con el entorno
urbano: identidad social urbana, apego y apropiación del espacio, des-
plazamientos e itinerarios, percepción de inseguridad, comportamientos
proambientales y prosociales, etc.?
Sin embargo, una de las cuestiones centrales sobre la que pivotan las anterio-
res es: ¿este proceso descrito en las líneas anteriores, detectado y descrito en las
ciudades norteamericanas y también latinoamericanas, puede llegar a desarro-
llarse en el contexto de nuestra ciudad europea? Si bien es cierto que el tipo de
urbanismo europeo difiere sensiblemente de los modelos americanos (por ejem-
plo, la propia concepción de centro urbano) y, por lo tanto, es de esperar que
los procesos de desarrollo urbano tracen líneas de desarrollo diferentes, hay al
menos tres elementos que creo importantes para tomar en consideración y que
pueden favorecer estas dinámicas en nuestras ciudades. Por un lado un creciente
proceso de tematización de las ciudades donde el reclamo turístico favorece una
lógica urbana que suele ir en contra del uso del espacio público por parte del
ciudadano. En segundo lugar –y este si parece ser el signo de los tiempos en la
ciudad global- la creación y fortalecimiento a pasos agigantados de una cultura
de la seguridad que, a efectos reales, resulta una cultura de la in-seguridad, sien-
do el espacio público la principal víctima urbana. Y en tercer lugar, un aumento
creciente de la polarización social, lo que se traduce a su vez en una distribución
urbana cada vez más polarizada socialmente: iguales que se relacionan con sus
iguales para hacer iguales actividades en entornos iguales, y ello tanto a un lado
como al otro del espectro socioeconómico.
© Editorial UOC 158 Psicología de la ciudad
5. Epílogo
Referencias bibliográficas
Capítulo 11
1. Introducción
1. Para profundizar, ver: Milgram, S. (1972). The individual in a social world: essays and experiments.
Reading, MA: Addison-Wesley (Ed. 1977); Simmel, G. (1950). The stranger, En K. H. Wolff (Ed.),
The Sociology of Georg Simmel (pp. 402-408). New York: The Free Press; Lofland, L. (1973). A world of
strangers. Prospect Heights, IL: Waveland Press.
© Editorial UOC 165 Capítulo XI . Repensando el espacio público...
Uno de los temas que mayor tiempo ocupó en la discusión, explícita o implí-
citamente, fue el sentido de pensar el espacio público y sus amenazas o riesgos
contemporáneos empleando enfoques trasladados de análisis sociourbanísticos
para los que la tesis de la ‘muerte de la ciudad’ es su conclusión definitiva y con-
trastada (básicamente en EE. UU. y países latinoamericanos)2. Tras un primer
intercambio de palabras evidenciando la facilidad con la que se asocia errónea-
mente el fenómeno de la percepción de inseguridad con la afluencia de personas
inmigradas, la discusión destacó tres cuestiones. En primer lugar, se constató
cómo la percepción de inseguridad y el temor al delito caracterizan formas urba-
nas y ‘geografías del miedo’ en ciudades como Los Ángeles o São Paulo, donde
los sistemas de protección residencial se concretan en un enorme despliegue de
dispositivos de control formal (segregación residencial, verjas, alambradas, cá-
maras de seguridad, agentes de seguridad privados, etc.). Este tipo de respuestas
protectivas connotarían un estado social de percepción de inseguridad asociado
al miedo al delito que no se ajustaría a la realidad urbana de las ciudades euro-
peas. En éstas, no sólo no han proliferado los desarrollos urbanísticos al estilo de
las denominadas ciudades fortaleza (comunidades cerradas o condominios), sino
que no ha existido una huida del espacio público que con frecuencia acompaña
2. Al respecto, resultan especialmente interesantes las aportaciones de Sorkin, M. (Ed.) (2004). Vari-
aciones sobre un parque temático. Barcelona: Gustavo Gili (original en inglés: 1992), y de Low, S. y
Smith, N. (Eds.) (2006). The politics of public space. New York: Routledge
a aquel primer fenómeno. ‘Aquí’3, por el contrario, hay una tradición de uso
intensivo del espacio público, basada en una ocupación diversa y relativamente
permanente. Vinculado a esto, y como segunda cuestión, se señaló que, aun
cuando pudiera proliferar en ‘nuestras’ ciudades este tipo de urbanismo de la in-
seguridad, ello obedecería más a los efectos de anclaje social del márqueting de
discursos del miedo al extraño, que a una realidad objetiva de inseguridad. Sin
embargo, se comentó también que hablar de miedo al extraño puede abundar
en la relación con el fenómeno de la inmigración y no atender a razones propias
del miedo al delito, como fenómeno diferenciado. Como tercera cuestión en
este eje de debate, se enfatizó el papel de las desigualdades socioeconómicas en
la definición de paisajes urbanos caracterizados por la percepción de inseguri-
dad. En estos casos, tanto los diferentes patrones de implantación y despliegue
del modelo neoliberal de desarrollo urbanístico, como las desigualdades sociales
en materia de poder económico –la ‘necesidad’ de protección se vincula a la cla-
se social– son factores estructurales en el origen de este tipo de realidades.
3. Se emplean los términos ‘aquí’ o ‘nuestras’ ciudades en referencia a las realidades urbanas euro-
peas en sentido amplio (municipios, comunidades autónomas, países, etc.), como forma de diferen-
ciarlas del ámbito norte y latinoamericano, donde se aplica la tesis del fin del espacio público. El uso
de estos términos intenta respetar el sentido que tuvo la diferenciación dentro de la discusión.
que una medida posible para evitar estos conflictos sería, de forma congruente
con ello, fomentar su uso intensivo. Ello fue comprobado en experiencias re-
ales de participación comunitaria, donde precisamente fue la falta de tiempo
disponible para usar los parques lo que llevó a su abandono y apropiación por
bandas y por prácticas asociadas a la drogadicción. El éxito de experiencias de
re-apropiación social de espacios públicos para su uso intensivo y diverso tras un
progresivo abandono (sea por miedo, sea por otros factores a él vinculados o no)
avalaría el interés de seguir explorando este tipo de cuestiones.
Lo anterior, no obstante, dejó entrever una paradoja, a saber: el aumento de
densidad y diversidad de usos del espacio público garantizaría su apropiación,
pero al mismo tiempo elevaría la probabilidad de aparición de conflictos deriva-
dos de la incompatibilidad de usos, lo cual haría emerger un nuevo problema.
En relación con esto, se señala que probablemente sería analíticamente conve-
niente distinguir, en la línea de lo planteado en la ponencia, entre aquellos con-
flictos derivados de la diversidad social (usos y actividades incompatibles a un
nivel superficial, sin por ello restarles importancia) y aquellos otros derivados
de la desigualdad social (gestión y control del espacio, prácticas consideradas
ilegítimas vinculadas a problemáticas sociales subyacentes). Con respecto a esto
último, se señaló la existencia de procesos pronunciados de deslegitimación de
usos concretos del espacio público, especialmente cuando se considera que en
muchos casos estos no están pensados y diseñados de acuerdo con las necesi-
dades y deseos de sus principales usuarios. Intervenir en una dirección opuesta,
según otras aportaciones al debate, podría facilitar los procesos de construcción
de acuerdos y legitimidades (normas compartidas), redundando en procesos co-
hesivos de apropiación del espacio.
con este nivel, la inversión que se realiza en espacio público como inversión
en lo común estaría actualmente alterada por las inercias de la privatización,
cambiando en consecuencia el modelo de ciudad y de relación con el espacio
público. Un segundo nivel (‘meso’) estaría constituido por el tipo de acciones
que se llevan a cabo actualmente en el espacio público, entendido éste parti-
endo de escenarios de conducta (Heft, 2001)4. Estos no serían más espacios de
estancia sino de tránsito, así como escenarios funcionalmente orientados a acti-
vidades focalizadas en el comercio y el consumo. Finalmente, un tercer nivel de
análisis (‘micro’) concentraría aquellas cuestiones que componen la experiencia
psicológica del miedo en la ciudad, directamente inscrito en la percepción de
inseguridad. Se insistió en que estos tres niveles deben trabajarse separadamen-
te, porque de lo contrario se confunden los términos de la discusión. A ello se
agregaron comentarios en torno a un posible proceso actual de ‘despatrimoni-
alización’ de la ciudad, mencionándose por ejemplo situaciones en barrios de
ciudades españolas donde los espacios públicos se convierten en ‘guetos’ no por
miedo al delito, sino por falta de masa crítica de usos.
4. Heft, H. (2001). Ecological Psychology in context: James Gibson, Roger Barker, and the legacy of Wil-
liam James’s radical empiricism. Mahwah, NJ: Erlbaum. La formulación original de los ‘escenarios de
conducta’ se encuentra en Barker, R. C. y Wright, H. F. (1955). Midwest and its children: the Psychologi-
cal Ecology of an American town. New York: Row Peterson.
© Editorial UOC 169 Capítulo XI . Repensando el espacio público...
7. Conclusión
Tomados en conjunto, los cinco ejes de discusión que aquí aparecen resumi-
dos representan un primer intento de organizar los principales núcleos y dile-
mas que emergieron al plantear grandes temas –obviamente inagotables desde
la psicología social y ambiental– como son la ciudad, el espacio público en la
ciudad y su compleja imbricación con los procesos urbanos con los que se cons-
tituye la experiencia subjetiva e interactiva de miedo e inseguridad. Si bien la
discusión no se centró tanto en los procesos de conflicto social en relación con
el miedo al delito y la pérdida de espacio público, sí se explicitó su papel fun-
damental en la producción de la vida urbana y, de acuerdo con la ponencia, su
estatus como realidad social que no debe ser negada y evitada, sino aceptada y
afrontada desde filosofías y métodos de gestión política creativos y socialmente
sensibles.
Por último, cabe preguntarse en qué direcciones puede orientarse la inves-
tigación futura en relación con los tópicos debatidos y aquí resumidos. De la
discusión se desprenden frentes ‘naturales’ de trabajo, tales como el estudio de
los parques y sus posibilidades de re-apropiación social desde planteamientos
participativos, recogiendo el impulso que los usos de parte de la población inmi-
grada han dado a la recuperación de entornos antes inutilizados; la exploración
de factores o variables antecedentes y consecuentes asociadas a la pérdida de
espacio público y el lugar del miedo al delito y la percepción de inseguridad en
un esquema complejo de causalidad; la influencia específica de factores estruc-
turales, entre ellos los socioeconómicos, en la división social del espacio urbano
y sus ‘geografías del miedo’ implicadas; o la función de la construcción social
del miedo y la inseguridad en la regulación de las interacciones en y con el espa-
cio público, atendiendo a su papel en los procesos de apropiación del espacio y
apego al lugar. En cualquier caso, si algo puso de manifiesto esta sesión de discu-
sión fue sin duda la necesidad de seguir trabajando la relación conceptual entre
percepción de inseguridad, miedo al delito, espacio público y conflicto, siendo
sensibles a las fuerzas variadas y de distinto nivel que se hallan implicadas en
© Editorial UOC 170 Psicología de la ciudad
Enric Pol
Universitat de Barcelona
1. Los capítulos recogidos en este volumen muestran la complejidad y la diversidad de temas y enfo-
ques, posibles y necesarios, para el tratamiento de la cuestión urbana desde una perspectiva psicológica,
psicosocial y psicoambiental. Además, ponen de manifiesto las limitaciones explicativas si nos centra-
mos sólo en una perspectiva determinada si no toma en consideración las aportaciones de las otras.
Los temas recogidos reflejan ámbitos de preocupación actual, que se perfilan como distintos –o por lo
menos con enfoques diferente- de los que han ido emergiendo a lo largo de la historia de la psicología
ambiental. Esta diversidad (a la vez que complementariedad) permiten concluir que no se puede hablar
de una ‘Psicologia de la Ciudad’ en singular sino la necesidad epistemológica de etiquetar en plural:
Psicologías de la Ciudad.
© Editorial UOC 180 Psicología de la ciudad
los cuales el cambio climático, pero no sólo éste); y, sobre todo, que en el mun-
do no existen recursos naturales suficientes para que todos vivamos al ritmo de
los países desarrollados…
Ello nos devuelve a uno de los ejes del inicio de nuestra argumentación:
calidad de vida como acumulación, calidad de vida como equilibrio, y las deri-
vaciones de cada posicionamiento con implicaciones psicosociales (tratamos de
la persona en sociedad). En su conjunto, las dinámicas de la ciudad y la sosteni-
bilidad constituyen la agenda de la psicología ambiental del siglo XXI, que está
aún por desarrollar.
Referencias bibliográficas