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En la senda del

contrario
(versión digital)

Autor: ____________________ Martín Blasco


Editores: Michael Andrés quiñones y
Sandra milena Hernández
Alza la vista justo cuando una bandada de pájaros azules cruza el cielo. Al
verlos, Faruk los imagina como peces. Un cardumen de brillantes peces azules,
volando a través de las nubes. Pero no. Son pájaros, por supuesto.
Sigue caminando. Se queda pensando en la imagen que por un instante llegó a
entrever. Peces cruzando el cielo. Se ríe de la ocurrencia.
Puede que sea el hambre, o la sed, o el insoportable calor, pero comienza a
imaginar un mundo invertido, hermoso y perturbador: aves grandes como águilas
y halcones batiendo sus alas en lo profundo del mar; gorriones y palomas que pasan
veloces sobre corales y algas marinas; y en el cielo, seres del mundo marino, con
pieles escamosas que hacen estallar en mil colores la luz del día, y una gran ballena
flotando con lentitud,

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tapando con su enorme cuerpo el sol, con su ojo muerto apuntando a la tierra.
Faruk está cansado. Probablemente delira. Aun así, siente que hay una lección
en el fondo de esa confusa imaginería que lo invade. Hay algo que aprender en ese
cielo revuelto de pájaros y peces. Una intuición de la realidad.
El mundo es un gran espejo.

Toda cosa tiene su doble.


La luna y el sol.
El frío y el calor.
La luz y la oscuridad.
El mar y el cielo.
Los pájaros y los peces.
Toda cosa tiene su doble, su otro.

Toda cosa tiene su contrario.


Tal vez, su enemigo.
Trata de retener la idea mientras se le quiebran las rodillas. Piensa que es
importante, que está llegando a algo, que sus interminables años de caminos y
búsquedas lo están llevando a una verdad. Pero la idea se va perdiendo mientras
Faruk comienza a desmoronarse.
Toca la tierra caliente, siente el polvo en la cara. Antes de perder la conciencia
casi puede ver allá, en el cielo, el ojo gigantesco de la ballena contemplándolo con
curiosidad.

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Se despierta cuando una lagartija pasa cerca. La ve alejarse, a pasitos rápidos,


solo seguida por su sombra. ¿En qué estaba pensando antes de desmayarse? Era
algo importante. Trata de sentarse. Con mucho esfuerzo, lo logra.
¿En qué estaba pensando? En sombras. Eso pensaba. No, en sombras no. En
dobles. O en contrarios. En el mundo como un gran espejo de dobles. Todos somos
reflejo de algo. ¿O estaba pensando en su doble, su otro, su contrario? ¿Cuál sería?
Su sombra, no. Una sombra repite ciegamente movimientos. Tampoco la cara
triste que alguna vez le ha devuelto el lago. Ese es su reflejo, su imagen. Quizá su
otro sea una persona, alguien como él. Alguien que en ese mismo momento, en
alguna parte del mundo, se pregunta cuándo se cruzarán.
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A veces Faruk no cae desmayado, simplemente se cansa de tanto caminar, y al
costado del camino, con la cabeza apoyada en una roca o en el pasto mojado de
rocío, se echa a dormir. Entonces sueña. En sus sueños es muy diferente. Quizás
ese sea su otro: la figura triste que protagoniza sus sueños. Pero nunca puede
recordar esos sueños. Solo sabe que, en ese mundo onírico, él es diferente. Es otro.
Pero cuando está bien, cuando tiene fuerzas, lo que hace es caminar. Caminar
siempre adelante. No sabe cuándo comenzó, ni cuándo va a terminar. Solo camina,
sin destino ni lugar de retorno. Eso es lo que hacen los hombres del camino. Esa
es su tarea.
¿Y qué es un hombre del camino?
Un hombre del camino no posee nada y, de esa manera, nada lo posee a él. Un
hombre del camino está por
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encima de las ambiciones y de los problemas de la vida. Eso dice la gente. Y
cuando pasa Faruk, lo miran con admiración o con desprecio.
Faruk no sabe si es cierto lo que dicen. Tampoco le importa. Para él, un hombre
del camino es alguien que no tiene. No tiene casa. No tiene familia. No tiene
honores. No tiene deberes. Un hombre del camino pasa el día guiado por su
recorrido. Y se concentra en que cada día sea eso. Solo un día nuevo.
Sí tiene: las manos grandes. A veces se las queda mirando durante horas. Sí
tiene: la barba espesa. Nunca se la ha cortado. Sí tiene: el paso firme. No va lento
ni rápido. Y también tiene hambre. Mucha.
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Faruk es un hombre del camino, pero también es un hombre. Y como tal,
duerme y come.
Pero como es un hombre del camino, duerme donde lo alcance la noche y come
lo que el camino le ofrezca. Y a veces, no le ofrece nada. Entonces el hambre
parece guiar todos sus pasos.
Por el hambre, Faruk se detiene.
Por el hambre, alza la vista.
Por el hambre, ve pasar los pájaros y los confunde con peces.
Por el hambre, se lleva las enormes manos hacia el estómago.
Por el hambre, aprieta con fuerza, como si quisiera contener a un animal feroz.
Por el hambre incluso oye, desde su estómago, el rugido de una bestia que pide
comida.
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Esa bestia, que gruñe desde su interior, que pide alimento para el bienestar de
su cuerpo, que solo piensa en sobrevivir
Esa bestia... ¿es su otro?
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Piensa que podría comerse un camello entero. Más aún, un camello que dentro
tuviera un cordero.
Que dentro tuviera un pollo.
Que dentro tuviera una perdiz.
Que dentro tuviera un pescado. Que dentro tuviera almendras.
Trata de visualizar el plato que acaba de inventar: camello relleno de cordero
relleno de pollo relleno de perdiz rellena de pescado relleno de almendras.
Una auténtica aberración alimenticia. El hambre se le pasa un poco por la
sorpresa que le causa descubrir hasta dónde puede llevarlo su imaginación.
Por lo general, solo come frutas y verduras.
Mira alrededor, buscando una sombra donde refugiarse del sol, y se da cuenta
de que el lugar en el que se encuentra le resulta familiar.
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Ya vio ese tramo de camino, ya sintió ese viento en la cara, ya olió esa mezcla
particular de flores silvestres. No muy lejos ve la entrada a una ciudad,
O quizá no. Quizá no conoce ese lugar. A veces el camino hace eso: se disfraza
de viejo conocido para que el caminante crea que sabe algo. Para que crea que tiene
experiencia. Pero es solo una ilusión. El mundo es una eterna novedad.
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Faruk no recuerda su edad, pero sabe que es viejo. Lleva muchos años
recorriendo el camino. Ha aprendido a escuchar a sus pies. Si se detienen en algún
lugar, por algo será.
En las ciudades a veces lo tratan bien, a veces mal. Para algunos es un sabio,
Para otros, un loco. Para muchos, un tonto. En cierta manera, Faruk está de acuerdo
con todas estas opiniones.
Se acerca un poco. Ve una arbolada. Un conjunto de casas, un camino para
entrar en la ciudad. Posibles pistas para interpretar. Faruk pasa la mano por su
barba blanca. Busca señales que lo guíen. No las encuentra.
A veces, la falta de señales es también una señal.
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Entra en la ciudad con la vista clavada en el suelo, para no llamar la atención.
Entra en la ciudad con el estómago crujiente, porque en las ciudades hay comida.
Desde los tiempos más remotos, los hombres entran en las ciudades solo por ese
motivo: porque en las ciudades hay comida.
En el centro de la ciudad hay una plaza. Siempre hay una plaza en el centro de
la ciudad. No importa la ciudad, no importa la plaza, no importa el centro. Figuras
que se repiten.
Faruk camina hasta la plaza y cuando llega, con algo de dolor, dobla las rodillas
hasta sentarse en el piso. A lo lejos ve personas, pero no muchas. Lo único que
quiere es comida, pero no va a ponerse a pedir, Odia pedir comida. Lo que puede
hacer es quedarse ahí y esperar. El camino no quiso ofrecerle nada de comer,
aunque él se
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conforma con poco. Quizás alguien le dé lo que el camino le negó. Un hombre


generoso, o una mujer. Más probablemente una mujer.
Aparecen dos hombres. Se acercan a Faruk. No caminan. Marchan. Más que
de ninguna otra cosa, Faruk sabe de pasos y de caminatas. Y sabe que esos hombres
hacen un recorrido sin comienzo ni fin, de una punta de la ciudad hasta la otra, y
luego vuelta a empezar.
Son guardias. La gente que camina así lo hace para vigilar.
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El rutinario andar de los guardias los hace detenerse justo frente a Faruk. Lo
miran. Se miran. Son hombres a los que el menor cambio los llena de con fusión.
Y Faruk es más que un cambio. No es una silla puesta en el lugar equivocado. Ni
un papel tirado en la calle. Es toda una explosión de sinsentido. Una presencia de
pura equivocación.
—Usted no tiene que estar aquí —dice el guardia uno. -No puede estar aquí —
agrega el guardia dos, siempre buscando superarlo. La pequeña competencia que
los enfrenta es el centro de sus vidas.
"No tiene que estar ahí, no puede estar ahí".
Faruk se queda pensando en la mala costumbre de usar las palabras "tener" y
"poder" como si fueran sinónimos. Y también piensa que los guardias tienen razón:
no debe estar ahí. Su lugar es el camino, no la plaza
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principal en la cuadrícula de la ciudad. Pero con lo difícil que fue sentarse,


cuánto más lo será pararse. La sola idea lo agota. El hambre, la debilidad y la vejez
son fuerzas poderosas que lo obligan a quedarse donde está.

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Podría hablar. Pero ni eso lo deja hacer el poderoso triunvirato hambre-


debilidad-vejez. Hablar es cansador. Especialmente para Faruk. Ni siquiera en el
pensamiento se ordena.
Los guardias llevan un tiempo parados frente a él, hacen preguntas que apenas
escucha. Que quién es, que qué hace ahí. Como toda respuesta, solo logra pestañear
cada tanto.
Y si los guardias esperan que les conteste no es porque los caracterice la
paciencia. Ellos también se sienten confundidos. Su confusión no es hija del
hambre, como la de Faruk. Viene de la extrañeza y de ignorar qué debe hacerse en
caso de que un viejo barbudo y con pinta de loco aparezca repentinamente en la
plaza de la ciudad.
La visión periférica de Faruk —ese fruto de la imaginación con el que se
rellena lo que no se llega a ver— le
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dice que hay personas alrededor, y que van creciendo en número, que se
acercan adonde están los guardias y él.
Los habitantes de la ciudad, piensa.
Hablan entre ellos, comentan el caso.
¿Simpatizarán con Fannk? ¿Simpatizarán con los guardias? ¿Tendrán comida?
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Finalmente, los guardias toman una decisión.
Hay que llevarlo preso. Es una decisión fácil, es la que siempre toman.
En realidad, desde el principio saben que el único desenlace posible es alzar
los huesos cansados del viejo y llevarlo a prisión. Y si se toman su tiempo para
hacerlo es porque la situación los agarró desprevenidos.
Suele suceder ante lo extraño, lo inesperado —y Faruk es extraño e inesperado
para ellos—, que la primera reacción sea la de quedarse quieto y sentir curiosidad
por la extrañeza, pedirle que no se vaya, que muestre la cara. Que nos rescate de
los brazos protectores pero asfixiantes de la realidad. Por eso se quedan quietos
quienes ven fantasmas y demonios. No corren a esconderse. Resisten y esperan.
Por más.
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Los guardias ya lo están tomando por ambos


brazos, cuando una de las personas que los rodean, una de esas que Faruk llegó
a intuir, dice en voz alta lo que muchos están pensando.
—Es un hombre del camino...
Rebota la idea. Rebota, de cabeza en cabeza. Como hacen las ideas. Como
hacen las cabezas. ¿Será que las ideas tienen el rebote de un balón? ¿O que las
cabezas tienen la dureza de un muro?
Es un hombre del camino.
Los guardias se toman unos segundos para pensar, mientras Faruk cuelga de
sus brazos.
¿Se puede llevar preso a un hombre del camino?
Sí, se puede llevar preso a casi cualquier cosa.
No se puede llevar preso, por ejemplo, un edificio.
Pero se lo puede rodear de guardias. Que es casi lo mismo.
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—-¡Cuidado! —dice otra de las personas borrosas que rodean a Faruk-—.


¡Puede convertirse en pájaro!
Todo el mundo lo sabe: los hombres del camino se convierten en pájaros. La
mitad de la gente ríe, la otra mitad asiente con seriedad. Dependiendo de las
creencias de cada uno.
Los guardias deben pensar en ese problema también. Ninguno de los dos está
muy seguro de que sea cierto; por si acaso aferran a Faruk con más fuerza,
temiendo que salga volando de un momento a otro.
De algo no tienen dudas: se puede llevar preso a un pájaro también. Por algo
existen las jaulas. Que no son otra cosa que pequeñas cárceles.
Mientras tanto, Faruk ha concluido que en la cárcel hay buenas chances de que
le den de comer. Así que, en realidad, guardias y Faruk buscan lo mismo.
—No importa si es un hombre del camino —dice el guardia uno-—. Vamos a
llevarlo preso. Faruk asiente.
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Durante todo el trayecto a la cárcel, la multitud los acompaña. Y como suele


suceder con las creencias, que en masa crecen hasta la hazaña, casi todos van
esperando que Faruk se convierta en pájaro y levante vuelo en cualquier momento,
Pero no. Los guardias llegan a la cárcel y echan al anciano. Y luego, como si
nada, vuelven a su recorrido vigilante y eterno.
La multitud espera unos momentos.
Luego se dispersa.
Una multitud es siempre una ilusión. adentro
Un conjunto de individualidades que, por un instante, se creyó unidad.
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Dentro de la cárcel hay poca luz,


Un grupo de hombres, guardias también, como los que lo trajeron, miran al
recién llegado.
—¿Este quién es?
—Estaba en la plaza. Es viejo y tonto. Es uno de esos... ¿Cómo les dicen? Es
un hombre del camino.
Uno de ellos se planta justo frente a Faruk.
—Me estoy comiendo a uno de los tuyos —le dice mientras le muestra una
pata de pollo.
La creencia popular asocia a los pájaros con los hombres del camino.
El guardia ríe con su ocurrencia. También ríen sus compañeros. Porque es el
jefe, y los chistes de un jefe siempre son graciosos.
Pero Faruk no está para bromas. Apenas huele ia pata de pollo que quedó
demasiado cerca de su boca intenta
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arrebatársela de un mordisco. Lo que muerde es la mano del guardia.


---¡Bestia! —dice el guardia, y le da un rodillazo en el estómago.
Faruk cae al piso. Se arrastra como puede hasta una esquina. Los hombres ríen.
A Faruk no le molesta el golpe ni las risas. El hambre no deja molestar a nada más.
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Ya esta, piensa Faruk. Mejor me dejo morir, Al menos no voy a tener más
hambre.
Se sienta a esperar. Pero la muerte no llega tan fácil. Lo único que consigue es
quedarse dormido. Y sabe que no está muerto, porque sueña con comida.
Cuando abre los ojos, el sueño se convierte en pesadilla. Pero ya no es sueño,
es vigilia. Hay alguien más en la cárcel, alguien que antes no estaba; una joven. Es
casi una niña. Y los guardias están encima de ella.
Ese es el momento en que Alia y Faruk se conocen.
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Las leyendas agregan magia y destino a ese encuentro.


Las leyendas no mienten.
Magia es pensar que un dedo se mueva y que luego el dedo se mueva. Magia
es que llueva. Magia es un gusano metiéndose en la tierra.
Y destino es una sucesión de hechos en un orden imposible de comprender.
Magia y destino no faltaron ese día. Estaban ahí. Si no, ¿de dónde el famélico
y débil Faruk habría sacado la fuerza para abalanzarse sobre los guardias?
Es una joven, poco más que una niña. Algo se abre en Faruk.
Él, que está en la cárcel, lleva presa, desde hace mucho tiempo, su furia, Que
como una tempestad cae sobre los cuatro hombres.
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Y mientras golpea y destruye, una pequeña parte suya puede ver esa furia
como algo extraño y desconocido.
Eso no es él.
Es algo que está en él y ahora se despierta. Esa bestia... ¿es su otro?
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Alia apenas entiende. ¿De dónde salió ese viejo loco? ¡Estaba en un rincón,
muriéndose de hambre! Los guardias tampoco entienden, pero no pueden hacer
nada para detenerlo; su fuerza es inconmensurable, fuera de toda lógica. Solo
pueden caer al piso, derrotados.
Cuando el viejo termina se queda quieto, de pie en medio de todos esos
hombres tirados. Como si ya no tuviera nada que hacer. Parece estar pensando,
tiene cara de ido. La que reacciona es Alia.
—Rápido —dice—, tenemos que salir.
Dejan la prisión. La noche ayuda a esconder sus pasos. Van al monte. Alia es
la que guía, el viejo apenas la sigue. Cada tanto ella tiene que darse vuelta y tomarlo
de la mano para no dejarlo atrás. Lo lleva hasta la Casa Oculta.
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Mientras corren entre los árboles, Alia piensa en lo que acaba de ocurrir. Fue
una especie de milagro.
Que ese viejo derrotara solo a todos esos hombres... ¿Cómo lo hizo? Lo mira.
Faruk tiene su habitual cara de nada. El gesto triste, la mirada perdida que suele
hacerlo pasar por idiota. Alia ya no está tan segura de que sea una buena idea
llevarlo hasta la Casa Oculta, el refugio de su padre. Más bien lo que an tes fue el
refugio de su padre y ahora alberga a quienes lo seguían. ¿Y si el viejo en realidad
trabaja para los hombres del rey? ¿No era esa la información que querían sacarle
los guardias con sus golpes? ¿El paradero de la Casa Oculta?
No, ella lo vio luchar. Vio la furia. Vio la rabia.
Entonces lo observa mejor. La barba larga, la ropa sucia. Es uno de esos
hombres en los que ella jamás podría creer. Es un hombre del camino.
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Cuando se han alejado lo suficiente, se detienen unos instantes a descansar.


A veces las palabras salen cambiadas. Lo que se quiere decir se transforma en
otra cosa. Quizá porque una palabra es siempre como una máscara que oculta más
de lo que muestra.
Alia quiere decirle al hombre que, a pesar de no compartir sus creencias, le
agradece lo que ha hecho por ella.
Pero solo le sale la primera parte, la de las diferencias. Alia está más
acostumbrada a pelear que a agradecer.
—No creo en ustedes —dice—. Para mí, los hombres del camino no son más
que vagos, gente que no quiere hacerse cargo de las responsabilidades que implica
ser parte de este mundo. Qué fácil apartarse de todo. Qué fácil dar la espalda. Que
el débil sufra, que los demás se arreglen. ¿Eso es valentía? Un hombre así no es
valiente. Ustedes,
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los iluminados del mundo, los místicos de la religión que sea, no son más que
pequeños estafadores que juegan con la buena fe de la gente. ¿Vas a convertirte en
pájaro ahora mismo ante mis ojos? ¿Puedo elegir en cuál? ¡Que en búho! ¡Que sea
en gorrión! ¡Que sea en águila!
Así le agradece Alia, y mientras habla, sabe que está llamando "cobarde" y
"egoísta" a un hombre que acaba de arriesgar su vida a cambio de nada. Pero no
puede detenerse. Primero debe decir lo que piensa, aunque no quede espacio para
nada más.
Faruk quiere responderle que tiene razón, que jamás se definiría como un
hombre valiente. Que es un cobarde y lo sabe, que si se queda al costado del camino
y abando na el mundo es porque el mundo lo supera. Que en su experiencia, un
hombre del camino es alguien que comprende el poco valor que tiene y por eso se
aparta. ¿Qué sentido tiene ser parte de un mundo que no te deja actuar? Vamos por
la vida como hojas que mueve el viento y con soberbia decimos "yo quise ir para
ahí", "yo elegí este destino", "yo tomé esa decisión". ¡Pero es el viento el que
empuja! La voluntad propia, la mayoría de las veces, es solo justificación. Si la
vida es derrota, mejor asumirlo desde el primer momento. Eso es para él un hombre
del camino.
Todo eso piensa Faruk. Un elaborado discurso que cuando abre la boca, en un
ejercicio prodigioso de síntesis, queda reducido a dos palabras.
—Tengo hambre.
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Una cabaña en el medio del bosque. La Casa Oculta. La casa de su padre, o


más bien, la casa en la que

se refugiaba su padre cuando era perseguido. Pero ahora su padre ya no está.


Solo está la casa. La Casa Oculta. Y Alia preferiría que estuviera su padre, y no la
casa.
Su padre ha muerto en manos de los guardias del rey. Esos mismos guardias
que la tenían apresada. Pensándolo así, hasta salvarse le parece injusto. No puede
festejar, no puede decir "escapé" sin que surja su recuerdo. Su padre no pudo
escapar.
Alia es poco más que una niña, sí. Pero, para los guardias, es peligrosa.
Y en ese punto, Alia está completamente de acuerdo con ellos.
Abre la puerta y encuentra a todos alrededor del fuego. Todos menos su padre,
una ausencia que se palpa.
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Y es que los que sí están —sus tíos, sus familiares, los seguidores de su padre—
hacen todo lo posible para que su presencia no se esfume. Si hasta permanecen
quietos, como esperando que él sea el primero en acercarse y abrazar a su hija.
Y como ese abrazo fantasmal no llega, entonces sí, se abalanzan sobre ella,
para llenar de besos y cuidados a la niña que ha regresado y está viva, y libre, a
pesar de que parecía imposible. Cuando los besos, los abrazos y las lágrimas pasan,
descubren al hombre que entra con Alia. Descubren la barba, el pelo revuelto, la
túnica larga, la mugre acumulada durante años en el camino, la mirada perdida, de
idiota, de santo, de sabio, vaya a saberse, de un hombre que da miedo, da risa, da
respeto, da vergüenza ajena, o todas esas cosas a la vez. Faruk.

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Alia no espera a que surjan confusiones.


—Este hombre me salvó —dice.
Y algunos ya se acercan y besan la mano del anciano, como corresponde hacer
ante un hombre del camino, y otros no, porque no creen, pero todos le agradecen
y le dan la bienvenida, cada cual a su manera.
Entre saludos y gritos de alegría, conducen a Faruk a la otra punta de la
habitación, donde lo espera una mesa, y sobre ella, un banquete.
“Banquete” es una palabra grande. Cargada de riqueza, abundancia y lujo.
Nada de eso hay sobre la mesa. Comida silmple de campesinos. Pero riqueza,
abundancia y lujo son categorías que nacen de la comparación. Así como no habría
ricos si no hubiera pobres con quienes compararse.
Hay puré de garbanzos y de berenjenas.
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En la senda del contrario Martín Blasco

Hay aceitunas en aceite.


Hay carne macerada en yogur.
Hay pan con especias.
Eso es lo que hay.
Y si Faruk no se arroja sobre el banquete, si no lo devora todo de un solo
bocado, no es por timidez. Es por cuidado, por no pasar de nada a todo en tan poco
tiempo, para que su estómago se vaya acostumbrando. Que se prepare para una
larga tarea.

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Mientras come, la madre de Alia se acerca con lágrimas en los ojos. Le cuenta
cosas que apenas escucha, le dice que ella siempre creyó en los hombres del
camino, y ahora él, que es uno de ellos, le trae viva a su hija.
Faruk oye su voz como si fuera el arrullo de un río, una melodía pensada
especialmente para acompañar el placer que le produce comer.
Para cuando termina, muchos ya se fueron. Él no se dio cuenta porque estaba
comiendo. Alia le dice que debe quedarse a dormir, que es peligroso afuera, que
ahora su vida también está en peligro. Los guardias deben estar buscándolos a los
dos.
Lo llevan al altillo. La madre de Alia lamenta no tener un lecho más cómodo
para ofrecerle. Tendrá que dormir en el piso. Y se lamenta, no solo porque haya
salvado a su hija: se lamenta porque la hospitalidad es
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En la senda del contrario Martín Blasco

la ley primera. ¿No repetían sus padres, y los padres de sus padres, que el
visitante es sagrado? ¿Qué les ocurrió como pueblo para que la costumbre más
esencial haya caído en desuso y los extranjeros ahora sean motivo de desconfianza?
¿Acaso un pueblo es una bandera, un límite en el mapa, un grupo de personas? ¿O
debería ser estas costumbres que alguna vez fueron motivo de orgullo? Esto ya no
es un pueblo, piensa la madre de Alia. Ya no es una ciudad, ya no es un país.
Pero se equivoca. Un techo sobre la cabeza es un palacio para Faruk. La
hospitalidad todavía está viva.
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Las lámparas se apagan.


Duermen las mujeres y duermen los hombres.
Faruk quiere dormir también, pero el canto de un pájaro negro, uno de esos
pájaros que llaman a la noche, lo hace asomarse a la ventana.
Entonces ve la torre en el centro de la ciudad, como una daga clavada en medio
del pecho. Cuando logra dormirse, sueña con todo lo sucedido.
Con Alia, con los guardias, con la cárcel, con la plaza cuadriculada, con el
hambre. Y con la torre que vio antes de dormir.
En el sueño, la torre tiene un interior de infinitas escaleras.
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La mañana pasa como pasan las mañanas, sin que nadie pueda detenerlas.
Quizá pueda detenerse un atardecer; o la noche estirarse como una tela. Pero no la
mañana, que tiene el pulso constante del acontecer. No se atrasa, no se acelera, es
el momento del día en el que el tiempo cumple lo que ha prometido.
En la Casa Oculta la mañana se organiza en desayuno para todos. Faruk mueve
platos, acomoda fruta, como si supiera lo que hace.
Luego viene la tarde, y la noche, y otra vez la mañana, y hay tareas para cada
momento que ayudan a que el tiempo pase. Ya no son mañanas, tardes, noches. Ya
son días.
Y cada vez que Faruk piensa en irse, cuando piensa que ya es hora de volver
al camino, Alia lo disuade. Es peligroso.
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¿Que pasa en esa ciudad? Hace varios días que vive con ellos. Aun para
alguien como Faruk ha llegado la hora de entender un poco. La torre, más que nada
quiere saber sobre la torre.
Es el castillo del rey, le dicen.
En un mundo de casas bajas, la torre es muy alta. ¿Por qué la torre es tan alta?,
piensa Faruk. ¿Y por qué debería importarle? Él no es quién para cuestionar la
altura de una torre.
Eso se pregunta justo antes de dormirse, cuando la sombra de la torre se vuelve
más y más amenazadora a la distancia.
La pregunta se repite mientras llega el sueño.
¿Quién soy yo para cuestionar la torre de un rey?
¿Quién soy yo para meterme en este asunto?
¿Quién soy yo para preocuparme por esta ciudad?
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En la senda del contrario Martín Blasco

Y no hace falta que llegue el sueño. Su sola confusión abrevia las preguntas,
las convierte en una sola, la pregunta confusa e impronunciable que les surge a
todos antes de dormir.
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El problema de dormir bajo un techo es acordarse de despertar.


No está el sol, no están las hormigas entre las piernas, no está el rocío, no está
el canto de los pájaros, no está el animal curioso que sale corriendo cuando los ojos
se abren.
Faruk despierta, ya casi es mediodía.
Qué vergüenza. Baja del altillo apurado y a los tropezones. No encuentra a
nadie. Dejaron sobre la mesa pan y fruta para que desayunase.
Dormir hasta tarde, comer varias veces al día, ¿es esa su vida ahora? Se
cuestiona, pero al mismo tiempo comienza a comer. Piensa que sin duda el futuro
le deparará días de hambre para compensar.
Se llena y se queda un rato así, sin hacer nada. El problema de esa vida no es
la comida, ni el techo. El problema
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En lo senda del contrario Martín Blasco

es tratar con la gente. La convivencia, entablar relaciones; de eso no se vuelve,


piensa Faruk.
Siente el impulso de escapar. Le pesa el techo sobre su cabeza y la comida en
el estómago. Teme estar convirtiéndose en uno de ellos. Ya está pensando con la
lógica de esas personas, tan distinta a la lógica del que vive en el camino, del que
solo se preocupa del instante.
¿Llueve? Hay que buscar refugio.
¿Hambre? Hay que comer.
¿Noche? Hay que dormir.
Pero esta lógica es diferente, arrastra un pasado y espera un futuro; es una
lógica que forma una historia. Durante el día en el camino no hay lugar para
historias; en cambio en la ciudad sí, y donde hay una historia, hay preguntas que
no se pueden esquivar. ¿Qué pasa en ese lugar?
Suspira. Se calma.
Por primera vez siente que puede comprender a las personas.
Puede entender la súplica íntima que mueve a toda esa gente que llena las
ciudades y el mundo, una súplica que Faruk comienza a escuchar.
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Las personas aquí sentadas bajo la noche eterna y acompañadas por las luces
del fuego sabemos que, en verdad, ya tuvimos más de lo que deberíamos,
Nadie tiene por qué recordar nuestros nombres.
Al final del día, lo que pedimos es una vida medianamente buena.
Puede parecer poco, pero solo en la justa medida está la sabiduría.
Y al final del día, es más que suficiente tener una vida medianamente buena.
Pedimos:
Un par de brazos que nos abracen.
Que el cielo se mantenga firme sobre la tierra.
Dar y recibir amor, Y si queda tiempo, un poco de humor,
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En la senda del contrarió Martín Blasco

alguna historia, una canción.


No es mucho, pero al final del día es suficiente para tener una vida
medianamente buena.
No somos reyes, no somos vagos.
No hemos cambiado ni la historia ni el mundo.
Pero sabemos de tiempos difíciles. Y de angustias.
Y de no poder dormir por la noche. Al mirar hacia atrás, podemos decir:
¡Hicimos lo que pudimos!
Eso es suficiente.
Por eso, al final del día, lo que realmente esperamos es una vida medianamente
buena.
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Esas aspiraciones mueven los corazones de aquellas personas. ¿Pero cuáles


mueven el suyo? ¿Por qué le resulta tan difícil imaginar su propia súplica íntima?
Convivir con un grupo de personas es convertirse en uno de ellos. Eso es lo
que más miedo le da. Los entiende porque está empezando a pensar como ellos.
No es difícil ver la sabiduría que hay en buscar una vida medianamente buena.
Decide salir a "tomar aire", como dicen las personas que viven en una casa,
evidenciando que en ella apenas se puede respirar.
Afuera está el cielo. Y el sol, y los árboles, y los pájaros, Pero no está la calma
que busca, porque también hay una multitud de personas. Todas de pie frente a la
casa. Mirándolo.
Están también Alia y su madre.
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En la senda del contrario Martín Blasco


—-Les dije que se fueran, pero no hacen caso, quieren verte —-dice Alia con
fastidio.
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Hombres y mujeres que lo miran. Que esperan algo de él. En sus ojos hay
respeto, esperanza, reverencia, temor. Y lo peor de todo, devoción. Faruk está
completamente seguro de no merecer ninguno de esos sentimientos. ¿Pero cómo
decirles?
La historia del rescate de Alia se extendió de punta a punta de la ciudad.
Quieren ver al extraño de cerca. Sus infancias estuvieron plagadas de historias
sobre hombres como él, que vagan por el campo; hombres que alguna vez fueron
normales y ahora, renacidos, tienen extraños poderes; hombres santos que les
recuerdan rituales olvidados que alguna vez fueron importantes. Como el Dhikr.
Dhikr significa, literalmente, "recuerdo". Es un ritual de meditación, con
letanías, cantos y en algunos casos hasta danzas, Los que participan comienzan a
inhalar y a exhalar con fuerza y cadencia musical.
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En lo senda del contrario Martín Blasco


Hum, ham. Hum, ham.
Hum, hame
Se toman de las manos. Hacen una ronda alrededor de Faruk.
Hum, ham. Hum, ham.
Hum, ham.
El Dhikr es un pedido, un murmullo insistente, una música que va creciendo y
rodea a Faruk.
Hum, ham. Hum, ham, Hum, ham.
Los cuerpos se mueven hacia adelante y hacia atrás acompañando la
respiración. Faruk sabe lo que quieren de él. Que los dirija, que se una a ellos para
comandarlos.
En el Dhikr siempre hay un líder espiritual, alguien que guía, y su voz se
escucha sobre las demás. Hay muchos Dhikr posibles, cientos, miles; algunos son
solo palabras repetidas, otros incluyen poesías o pequeños relatos.
Hace mucho que Faruk no dirige un Dhikr, pero es una de sus tareas como
hombre del camino. Ya siente el hum, ham subiendo por las piernas, como si fuera
el mar, como si fueran olas. Ya abre la boca, elige recitar un Dhikr antiguo y
olvidado, el de la serpiente con plumas.
Quizá no lo elige y viene solo,
En su voz grave pero dulce, la canción se desenrolla.
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La serpiente comía pájaros,


pero pobre de ella, los pájaros están en el cielo. La serpiente comía pájaros, y
por eso quiso aprender a volar. Tomó plumas del camino, plumas suficientes para
cubrir su piel.
Se las pegó por todos lados, y eran plumas voladoras.
Pero lo que ella quería era comer pájaros, no podía esperar.
En el desplegar de su cuerpo por el aire, la cola le quedó adelante.
La vio tan suculenta cubierta de plumas, que no lo pudo evitar.
La serpiente muerde su cola,
67

En la senda del contrario Martín Blasco


es destino, es siempre igual. Hay cosas de las que ni con todas las plumas del
mundo se puede escapar
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El hum, ham es constante mientras Faruk canta, y es un hermoso espectáculo


el que se forma, una música digna de escuchar. Alia se siente conmovida y se deja
llevar por la historia y por las voces.
Cuando Faruk termina se produce un silencio, silencio de pura comodidad, de
panza llena, una especie de cosquilleo que se siente en todo el cuerpo y que lleva
a quedarse callado, como si se estuviera haciendo algún tipo de digestión. Y
después de a uno, sin ponerse de acuerdo ni decir palabra, se van yendo. Hasta que
de nuevo quedan los que estaban. Alia, su madre y Faruk.
Esa noche a Faruk le cuesta menos dormir. Allí continúan la torre, la gente, las
casas. Todo está igual que cuando llegó. Pero algo en él es diferente.
69

-Quién vive en esa torre?


—El rey, por supuesto. Hace veinte años que nadie lo ve. Desde entonces vive
recluido en una pequeña habitación en lo alto de su torre, por propia voluntad. No
permite que nadie se le acerque, excepto su secretario y guardián de la torre, el
único ser humano con el que tiene contacto.
—¿Y él gobierna la ciudad?
—Se supone. En la práctica el que manda es su hermano Baltazar, jefe del
ejército de guardias. Es una familia sanguinaria: el rey, su hermano y los que
estuvieron antes. Mi padre fue el único que se animó a enfrentarlos. La gente del
pueblo lo quería y lo respetaba a mi padre, pero a veces con eso no alcanza.
La conversación sucede entre pasos perdidos por el bosque. Solo el crujido de
las hojas secas acompaña a Faruk y a Alia.
71
En la senda del contrario Martín Blasco

Se vuelven habituales esas caminatas. No siempre se trata de hablar de cosas


importantes, a veces alcanza con comentar el clima, el color de un árbol, señalar
una ardilla y encontrarle gestos humanos.

Inventan su propio juego. Se llama "la lucha de los contrarios". Suele empezar
Alia y Faruk intenta seguirla.
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—El agua contra el fuego: ¿quién gana?


—El agua, supongo; el agua apaga el fuego.
—Sí, pero el agua también se evapora con el fuego, así que pierden los dos.
-EI agua se convierte en vapor.
—Y el vapor, ¿es fuego o agua?
-Un poco de cada uno, supongo.
—Un pájaro contra un pez: ¿quién gana?
—Depende de si la lucha se da en el cielo o en el mar, —¿Y cómo va a llegar
un pez al cielo?
—¿Y cómo va a llegar un pájaro al mar?
73

Faruk disfruta esas caminatas. Disfruta charlar con Alia y eso lo lleva a
preguntarse si le hubiese gustado que su vida fuera distinta. Por ejemplo, tener una
hija, una hija como Alias ¿Le hubiese gustado? La mira sonreír bajo los rayos del
sol y las sombras de las hojas.
Ella suele hablarle de su padre. Le duele hablar de él, pero no puede dejar de
hacerlo. Se lo describe físicamente, le cuenta sus costumbres, sus particularidades.
Faruk se hace la imagen de un hombre preocupado por sus vecinos, que se gana el
cariño del pueblo y por eso el rey lo manda a matar. Firme y cariñoso. Un buen
hombre. ¿Y él qué es? ¿Es un buen hombre?
Se da cuenta de que suele pensar mucho en el bien y el mal. En lo que está
bien y lo que está mal. Debería ser sencillo, pero no lo es, Todo lo que piensa
termina pareciéndole equivocado. Si dice "soy una buena
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En la senda del contrario Martín Blasco

persona”, ¿no hay algo malo en creerse bueno? Lo mismo al revés: si piensa
“soy una mala persona”, ¿no hay algo bueno en ese reconocimiento?
¿Cómo se puede ser un juez justo de uno mismo?
Quizá nadie es bueno, ni nadie es malo, piensa Faruk. Pero entonces, si no hay
hombres malos… ¿qué pasa con el que mata, con el que estafa, con el que oprime
a los demás, con el que saca provecho del débil? ¿Qué pasa con el rey en la torre?

76
Dedica una parte de la noche a observarla. En la oscuridad, la torre brilla con
una luz especial. Se tiñe de azul marino, como si reflejara ríos turbulentos y no
nubes. En su parte más alta, hay una pequeña ventana con una luz encendida. Una
sombra se mueve dentro. Es la habitación del rey. Faruk imagina a ese hombre,
que decide vivir separado del resto de las personas. ¿No es el mismo tipo de vida
que llevaba él?
El rey, en la torre.
El hombre, en el camino.
Quizá no sean tan distintos.
77

Hay más noches.


Hay más días.
Hay más comidas en familia.
Más pesadillas con guardias y torres.
Hay un rol, un papel, un lugar para Faruk.
Una función que ocupar entre esas personas.
Un engranaje que se acopla a otros engranajes. Como siempre sucede entre la
gente.
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Llega la noche en la que comienza todo. O en la que se contará que comenzó


todo.
Porque no comenzó cuando Faruk tuvo hambre y entró en la ciudad, ni cuando
decidió sentarse en la plaza del centro, ni cuando rescató a Alia de los guardias.
Comenzó esa noche, no antes.
Ese es el punto que elegirán los hombres y las mujeres para contar esta historia.
La plenitud del Dhikr los ha dejado a todos con la respiración agitada, sentados
en el pasto en semicírculo. Las noches de Dhikr con aquellos que se acercan a la
Casa Oculta ya son una costumbre, una parte nueva de la vida de Faruk, como las
caminatas con Alia durante el día.
Luego de la primera vez, por las noches siempre llega algún grupo con la
esperanza de pasar un rato junto al hombre del camino y escuchar su voz cantar,
No hablan.
81
En la senda del contrario Martín Blasco

Solo hacen Dhikr. Quizás, en un principio, esperan de Faruk algún consejo o


unas palabras sabias. ¿No hacen eso los hombres espirituales? ¿No le explican a la
gente cómo debe vivir? Pero Faruk no, no da consejos, no da opiniones, jamás se
animaría. Incluso en las charlas con Alia es más lo que escucha que lo que dice. A
los que se acercan por las noches, Faruk los recibe con un simple movimiento de
cabeza. No habla. Si ellos empiezan con el hum, ham su voz se va elevando de a
poco; primero es un susurro que solo escuchan los que están cerca, luego se va
haciendo más fuerte, y va creciendo en la noche como un pájaro que se asoma con
timidez hasta que se deja ver en toda su gloria.
Esa noche, cuando el Dhikr termina, la gente tarda en irse, se quedan
disfrutando del cosquilleo, de la sensación de calma y felicidad. Entonces se
escuchan pasos firmes contra la tierra. Pasos de guardias. Guardias alineados. Los
primeros llevan antorchas. El grupo se abre, con miedo, pero nadie sale corriendo,
después de todo solo son personas del pueblo que nunca han estado cerca de un
hombre del camino, y ahora no solo tienen uno sino que además este posee una
voz hermosa. Sí, uno que ha salvado la vida de una joven apresada. ¿Eso está mal?
¿Por eso no deben juntarse con él?
Al principio los guardias no hablan, los que se unieron al Dhikr tampoco. Faruk
menos. Avanzan hacia él.
-Vamos a llevarnos a este hombre de vuelta a la cárcel —dice finalmente uno.
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Faruk no responde, los ve indagando entre la gente, y se alegra de que Alia no


esté con ellos. La están buscando. Pero Alia nunca está cuando hacen Dhikr, no
cree en esas cosas. Y Faruk agradece en ese instante que ella no crea en las mismas
cosas que él.
Los guardias no esperan respuesta, y con dureza se llevan a Faruk.
Entonces una piedra arrojada por una mano. Una piedra que golpea a un
guardia.
Y luego otra. Y otra más.
83

La Gente grita pidiendo que suelten a Faruk. Los guardias amenazan, se


enojan, pero no pueden hacer nada. Son pocos para tantas piedras. La situación los
supera. Sueltan a Faruk y escapan corriendo.
Nunca antes había pasado. Nunca antes habían sido desobedecidos. Jamás en
la historia de la ciudad habían sido enfrentados así. Ahora corren.
La historia se hace de momentos que solo vistos a la distancia se distinguen
del caos. Así es esa noche. Caos en un principio, historia después. Y mientras
sucede, Faruk se lamenta profundamente.
La noche sigue, las horas pasan, el caos nacido de su pequeño Dhikr va
creciendo por la ciudad. Y él nada puede hacer. Desde la Casa Oculta escucha los
gritos, la lucha, ve fuegos encendidos, fuego literal, no ya metáfora de pasiones
encendidas, fuego que quema casas,
85

En la senda del contrario Martín Blasco

enfrentamientos entre el pueblo y los guardias. Y Faruk, con la cabeza entre


las piernas, solo puede pensar...
No, no, no...
Es su culpa. Si se hubiese mantenido en el camino, si no hubiese entrado en la
ciudad... todo lo que sucede es su culpa.
Hay sufrimiento, hay caos, hay dolor, hay violencia. Y es su culpa.
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La noche se convierte en noches. Entre ellas hay días, pero no son menos
oscuros. Ahora la ciudad respira violencia.
La Casa Oculta ya no es segura. Deben mudarse. Aunque estén ocupados
esquivando piedras, apagando o provocando fuegos, los guardias volverán. Cae
una lluvia fina. Frente a la Casa Oculta se encuentran Faruk, Alia y su madre.
Pronto pasará a ser la Casa Abandonada. La madre de Alia parece de piedra:
inmóvil, congelada en un tiempo que ya no puede seguir. En esa casa vivió
felicidades y tristezas, pero vivió. Al final, la nostalgia nunca es solo de lo bueno,
sino de todo. Alia la toma del brazo.
—Tenemos que seguir.
Adónde no está claro. Son buscados, ningún lugar será seguro para ellos por
mucho tiempo. Ya no hay Casa Oculta, pero ellos siguen siendo personas ocultas.
87
In la senda del contrario Martín Blasco

—Lo mejor va a ser que yo vuelva al camino ---dice Fantk. Para él es suficiente
despedida, ya se está dando vuelta y buscando la salida de la ciudad.
—Por favor, no.
Es la voz de Alia, una voz poco acostumbrada a suplicar.
—Ahora solo molesto —responde Faruk—. Nunca debería haber entrado a la
ciudad.
—¿No creen los hombres del camino que todo lo que sucede es por una razón?
¿No es eso lo que dicen las personas de fe ante cualquier desgracia que no pueden
explicar? Es lo que siempre dice mi madre: "Todo sucede por una razón". Tantas
veces tengo ganas de responderle: "La muerte de mi padre, ¿también?"
Pero ahora, ahora es cuando viene al caso esa frase. Porque esas personas que
lucharon contra los guardias lo hicieron después de haber visto cómo querían
llevarse preso a un anciano que no molestaba a nadie, a un hombre del camino
recién llegado a la ciudad. Porque vieron cómo la más antigua de nuestras
costumbres, la hospitalidad, ya no cuenta. La prueba de esto es el viejo, que en paz
recitaba sus versos.
Había motivos de sobra para que enfrentaran a los guardias antes, pero no lo
hicieron. Había muertos. Había hambre. Había injusticia.
—Pero también había paz, paz que puede volver si me voy.
—La paz sin justicia se llama opresión.
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Faruk no sabe de política, si es que eso es política. No puede argumentar como
Alia, de solo intentarlo siente que la cabeza le va a explotar. Para él es simple:
quiere irse, volver al camino, volver a los árboles, a los insectos, a la noche a la
intemperie. Pero uno de los problemas de tratar con gente es que no se es libre de
decidir cuándo dejar de hacerlo.
Alia y su madre lo llevan hasta la casa de un matrimonio joven que va a
hospedarlo durante los siguientes dos días.
Ellas buscarán otro refugio, ya no es seguro estar juntos.
Si a Faruk la idea de no volver al camino y quedarse con Alia y su madre le
resulta dura, ahora que sabe que le esperan días de convivencia con extraños decide
que, apenas se dé la oportunidad, escapará.
89
En la senda del contrario Martin Blasco

Sin embargo, la pareja lo trata con tanto cariño. En los dos días que pasa con
ellos llega a conocerlos e incluso a quererlos. Lo cuidan y lo admiran. Entiende las
palabras de Alia. Faruk se ha convertido en un símbolo. No importa que no lo haya
buscado, no importa lo que él haga, es lo que la gente de ese pueblo está haciendo
con él, cómo su imagen empuja a tomar las calles, a no tolerar más la brutalidad
de los guardias, a tener el valor de enfrentarlos.
90

En el camino, Faruk conoció una vez a otro hombre del camino que se
dedicaba a la poesía. Su nombre era Rida Ibn Musarra Al-sadiq y, al parecer, como
poeta era muy bueno. O al menos siempre estaba rodeado de jóvenes venidos desde
los puntos más lejanos del país para escuchar sus versos. Faruk había pasado un
tempo a su lado, le gustaba escucharlo recitar su poesía, aunque muchas veces no
entendía el significado. O si creía entenderlo, si se decía "esta poesía la entendí,
habla de la vida, de la naturaleza, de la vanidad de los hombres", si creía haber
identificado en las palabras recitadas por Rida un conocimiento, un sentido, al
menos un placer estético determinado, entonces aparecía alguien que interpretaba
lo contrario o algo totalmente diferente. O era el propio poeta quien, al terminar de
recitar, hablaba del poema y contradecía todo lo que Faruk había creído entender.
91
En lo senda del contrario Martín Blasco

Un día, Faruk le preguntó a su compañero:


—¿Cuál es el sentido de la poesía? A veces creo que entiendo y a veces no.
¿Cómo saber si mi interpretación es correcta?
—A los poetas les gusta decir que la poesía no tiene por qué tener un sentido
—respondió Rida—. Pero entonces, ¿para qué hacer poesía? Mejor es decir que la
poesía la termina el que la recibe. El que la lee o la escucha es el que decide qué
sentido tendrá y es tan autor como el que la escribe. La poesía es en realidad un
diálogo y es el que escucha el que la convierte en verdad, en belleza, o también en
algo para olvidar.
Esas palabras quedaron grabadas en Faruk con más fuerza aún que las poesías.
Era una forma liberadora de pensar, convertirse en creador, abandonar la pose
pasiva de quien debe entender exactamente de una única manera. Asumir que el
que lee también está escribiendo.
¿Será igual con las personas?, piensa Faruk. ¿También las terminan de crear
los demás? Empiezan en ellas y terminan en las otras, que agregan cosas, que hacen
cambios, que brindan nuevos significados, ¿Serán las personas lienzos
inconclusos, poesías a medias? ¿Tendrán también múltiples sentidos posibles
como la poesía?
¿Es Faruk otra persona ahora que los demás decidieron ver en su rostro una
revolución? ¿Cuántos sentidos hay ocultos en su barba blanca y en sus ojos
cansados? ¿Cuántos hombres vas a ser, Faruk?
92
Se puede elegir cómo contar el tiempo; ponerle nombres, números, acumularlo
en fracciones de diversos tamaños. Luego, como monedas, apilar esas fracciones
unas sobre otras en una interminable hilera y decir: aquí está el tiempo. ¿Dónde?
¡Aquí! Es hora, es minuto, es día, es invierno, es sol poniéndose, es luna
menguante. Aquí está el tiempo. Pero no, nada de eso es el tiempo.
El tiempo que pasa a continuación no es mucho. Sin embargo, para Faruk, la
eternidad no es suficiente para describir lo que siente.
La violencia es constante y no para de crecer. El propio Faruk se ve
involucrado en las luchas.
Luego de vivir con la pareja joven se muda a lo de una mujer anciana que,
encantada de tenerlo, se desvive para cocinarle sus platos favoritos, que en el caso
de Faruk son todos. Los guardias se enteran de que está en
93
En la senda del contrario Martín Blasco

esa casa, o quizá no se enteran, sino que simplemente van atacando puerta por
puerta hasta encontrarlo. Entran, tiran al piso a la anciana, destrozan sus pocas
pertenencias. Y entonces aparece ese otro que habita en él, el mismo que salió en
defensa de Alia cuando estaba en la cárcel, el mismo que otra vez se lanza a
derribar guardias como si estuvieran hechos de papel. Salen a la calle, Faruk y la
pobre anciana se unen a las masas furiosas que crecen y crecen, mientras los
guardias son cada vez menos. Se dice que algunos huyeron y que otros, cansados
de tener que luchar contra sus propias familias, vecinos o amigos, dejaron de ser
guardias para sumarse a la masa.
Faruk es parte de la multitud furiosa que toma las calles, y no solo parte sino
símbolo e incluso líder inesperado Cuando camina, la gente sigue su paso. Y
cuando lucha, cuando la lucha viene a él en realidad, lucha con una fuerza nunca
vista, avergüenza a hombres jóvenes y fuertes, es un tigre, un león, un oso, es
fuerza pura.
En ese mismo tiempo sin sueño y sin comida, de calle y de lucha, es posible
rescatar un momento de algo parecido a la calma; cuando Alia y Faruk vuelven a
encontrarse.
94

Primero hablan como dos guerreros que se unen para comentar el desarrollo
de la batalla. Alia desde una punta de la ciudad, Faruk desde la otra, hacen
retroceder a los guardias hacia el centro, hacia la torre. Luego no queda más que
comentar, porque no son soldados ni generales, son una joven casi niña y un viejo
acostumbrado a vivir en el camino, y ahora que están solos, que no están rodeados
por ese pueblo que comienza a idolatrarlos, pueden ser ellos mismos.
Entonces, como cuando caminaban por el bosque y hablaban de cosas
importantes e insignificantes con la misma seriedad y hacían pelear el fuego con
el agua, el cielo con la tierra, la luna con el sol; de la misma manera, cansados de
tanta batalla, se sientan sobre las hojas secas.
95

-Cuando yo era chica, mi mamá creía mucho en los hombres del camino.
Ahora también, pero cuando yo era chica mucho más. Me parece que el tiempo
corróe las creencias, o quizá las apacigua para que así sean más verdaderas, no lo
sé. Pero cuando yo era chica, mi mamá creía. No paraba de hablarme de ustedes,
los hombres capaces de convertirse en pájaros. Porque eso era lo que más le
gustaba. No le interesaba tanto la sabiduría, o la supuesta austeridad que los
caracteriza. Lo que más le atraía era la parte mágica, los mitos, o quizá pensaba
que eso era lo que podía atraer a una niña como era yo entonces. Y no se
equivocaba: de niña vivía en un mundo que era tan mágico como real. Supongo
que todos los niños son iguales en eso, no es clara la división entre fantasía y
realidad; o más bien esa división les viene transmitida por los adultos, y si un adulto
dice que la
97

En la senda del contrario Martín Blasco

luna es de queso, que en el fondo del mar hay sirenas, que a los desiertos los
habitan genios, o que hay hombres capaces de convertirse en pájaros, así será. Y
si se lo piensa, no suena menos fantástico a que existan diferentes idiomas; o a que
nacemos para después morir. Así que yo me creía todo, y mi madre llenaba mis
días y mis noches de sirenas, de dragones, de árboles que cobraban vida, de genios
que se transportaban por la tierra jineteando vientos. Nunca aclaraba qué era cuento
y qué era realidad. Ahora pienso que ni ella lo sabía bien. Eran tiempos más
ingenuos, era fácil creer que en las sombras de la noche, en tierras lejanas sucedían
todas esas cosas. Y cuando me contaba una historia que empezaba con un pájaro,
por ejemplo, la del hombre que recorre la India y trae en una jaula un loro, o la del
viajante que le da de comer a una golondrina, o la del rey y la gaviota, yo ya sabía
lo que iba a pasar. iEse pájaro era un hombre del camino! Y en algún momento,
para sorpresa de todos, se liberaría de su forma emplumada, seguramente dándole
una lección al cazador, viajante o rey, que creía estar tratando con una simple ave.
En el mundo mágico que mi madre pintaba para mí, todo pájaro era un posible
hombre del camino, Me señalaba los que cruzaban el cielo y decía "ahí va uno",
"ahí va otro", al punto de que yo no podía estar ni frente al más simple canario sin
ver en sus ojos la mirada cansada de un sabio y esperar ansiosa a tener el honor de
presenciar el momento de la conversión.
98

Hasta que un día cometí el error de confesarle este a mi padre. "Quiero ver a
un hombre del caminoconvertirse en pájaro. Es lo que más deseo en la vida",
dije. Él era muy diferente a mi madre, su rostro era severo, nunca salían fantasías
de su boca, más bien tristes realidades: "Hoy los guardias golpearon a una
mujer", "hoy se llevaron a este vecino", "hoy nos dejaron sin nuestra riqueza".
Creo que mientras pudo no prestó atención a las extravagantes historias de mi
madre o quizá las veía como parte de su encanto, una mujer bien intencionada
que todavía creía en los sabios que se convierten en pájaros. Pero se cansó, o
consideró que ya era demasiado, o tendría un día especialmente duro, así que
decidió explicarme a mí, su pequeña niña, que todo eso era mentira: "Los
hombres no se convierten en pájaros, es imposible; los pájaros son pájaros y los
hombres, hombres. No hay sirenas en el mar, nadie jamás pudo mostrar evidencia
de que existieran. Lo mismo con los genios, o con los árboles vivientes. Nada de
eso existe. mamá tiene una fantasía desbocada, no es mala persona, solo le gusta
ver cosas que no son reales, es su forma de quitarle lo gris al mundo" iQué
estafada me sentí! ¡Los pájaros eran pájaros; los árboles, árboles; el viento,
viento; y todos los océanos del mundo solo un montón de agua! Como si me
robaran un sentido, como si dejara de ver o de escuchar o de oler, mi realidad se
achicó ese día, perdió volumen.
99
En lo senda del contrario Martín Blasco
Sufrí, mi madre sufrió, supongo que mi padre, a su manera, también.
Pelearon entre ellos, pelearon conmigo. Mi madre, con lágrimas en sus ojos, trató
de justificarse, de sostener sus creencias, dijo que mi padre había sido
excesivamente cruel al romper el mundo de fantasía que ella había creado para
mí. Sí, claro, ella había exagerado, por supuesto, lo reconocía, no todo gorrión es
un hombre del camino transformado, ni son tan frecuentes las sirenas como las
sardinas, ni todo viento transporta genios. “¡pero hay que creer!" repetía con
lágrimas en los ojos. ¿Y por qué? , pensaba yo, que comenzaba a tomar el bando
de mi padre. ¿Por qué hay que creer en cosas que no sabemos si son ciertas?
¿Cuál es el beneficio de eso? Mi madre no terminaba de argumentar su posición,
sin embargo afirmaba: "Hay que creer porque hay que creer, porque si no el
mundo no sería más que un lugar oscuro y triste". Poco después la realidad tomó
partido, decidió que el mundo era sin duda un lugar oscuro y triste. Mi padre
murió asesinado. Y no hubo sirena, duende, genio u hombre volador capaz de
aportar magia a tanta realidad.
En un mismo instante, pasé a tener un padre muerto y una madre loca.
100

Faruk no tiene qué contestar. Solo quisiera poder convertirse en pájaro en


ese instante. No para demostrar nada, sino para abrazar con un par de alas a la
niña de ojos llorosos, para poder acunarla con sus plumas, para convertirse en su
nido.
101

La Charla no dura mucho. No hay tiempo para la paz, ahora son guerreros.
Vuelven a la ciudad, lo que quiere decir que vuelven a la batalla, porque ahora
ciudad y batalla son una misma cosa. Faruk no quiere pelear, no es su intención,
como no lo era cuando atacó a los guardias que la tenían a Alia en la prisión; él
no quiere pelear y, sin embargo, lo hace. Porque está en la calle, y los guardias
atacan y no puede simplemente quedarse quieto. Algo tiene que hacer. Entonces
lucha. Es el enemigo del rey. Así lo llaman.
—¡Entreguen al enemigo del rey!
—¡Venimos a llevarnos al enemigo del rey!
—¡Todo el que proteja o esconda al enemigo del rey será arrestado!
Es el grito de los guardias cuando atacan. A él lo buscan, por él pelean.
103
En la senda del contrario Martín Blasco

Faruk nunca quiso ser el enemigo de nadie, ni de un rey, ni de un guardia, ni


de la más simple mosca, ¡De nadie! ¿No es ese el sentido de ser un hombre del
camino? ¿Ir por la vida en paz? Pero no hay vuelta atrás, no puede hacer nada. Es
el enemigo del rey. Entonces alza los ojos y observa la torre.
104

A veces la torre crece. A veces desaparece en el horizonte. A veces se aleja


kilómetros, en una lejanía imposible de alcanzar. A veces se acerca y se hace
imponente. A veces se le viene encima y parece que va a derrumbarse sobre su
cabeza.
La torre está ahí siempre, Faruk no puede evitarla.
Incluso cuando duerme, la torre está. ¿Y con qué soñaba antes, cuando estaba
en el camino? ¿Con pájaros? ¿Con árboles? ¿Con qué sueña alguien que no trata
con sus iguales? ¿Con qué sueña quien vive una vida alejada de las demás
personas?
Le cuesta recordarlo, pero cree que estaban ahí. En las nebulosas figuras de
los sueños había personas. Aun cuando él no trataba con nadie estaban ahí, acaso
espejismos, sombras de una vida tan lejana como olvidada.
105
En la senda del contrario Martín Blasco

Mientras Faruk duerme, la torre aparece en sus sueños de diversas formas.


En un campo desolado donde crecen torres como árboles torcidos.
En un mar de profundidad incalculable donde la torre es un faro que no
anuncia ninguna costa. Y el pueblo entero es el mar; de sus cabezas, de sus
manos alzadas, están hechas las olas. Lo descubre cuando la torre los ilumina con
un haz de luz burlona.
Otra noche sueña con el interior de la torre, sueña que apoya la mano en la
pared para descansar. La pared late suavemente, como si estuviera viva.
En otro sueño descubre que los escalones de las infinitas escaleras que hay en
el interior de la torre están hechos de espejos. Faruk se acerca hasta ver su reflejo
deformado. ¿Quién pone espejos en un escalón? Ve su rostro, con sutiles
variaciones. Gestos desconocidos, miradas extrañas que le producen el peor de
los temores: descubrir el horror en uno mismo.
106

Pero para el pueblo Faruk no es un enemigo. Es inspiración. En su nombre


ocurren los más extraordinarios hechos de valentía. Alcanza con que lo vean
pasar para que los hombres y mujeres a su alrededor se vuelvan más nobles, más
generosos, más valientes. Y lo que hacen, lo hacen para ser cómo él. Nobles
como él. Gene rosos como él. Valientes como él. ¿Y si él no fuera nada de eso?
¿Si solo se tratara de una simple equivocación?
Entonces Faruk siente pena por los hombres y mujeres; y también por él. Por
el conjunto de los vanos anhelos e inspiraciones que mueven los corazones, todo
ese montón de sueños destinados a no cumplirse, a acumularse unos sobre otros
como hojas secas, siempre queriendo ser otro, siempre queriendo ser más,
soñando ser más, creyendo ser más, buscando ídolos que confirmen que es
posible.
107

En la senda del contrario Martín Blasco

¡Él pudo, por lo tanto nosotros podemos! Ya sea hallar la paz, la perfección,
la buenaventura, el amor, la riqueza, la fama, según el caso. Sueños rotos que no
van a cumplirse, inspirados en hombres que tampoco los cumplieron, confusión
sobre confusión, ruina tras ruina, tropiezo tras tropiezo. ¿Pero qué otra alternativa
queda sino luchar y seguir adelante, golpeando cada vez más fuerte, aunque no se
obtenga nada, aunque no haya victoria posible? Y mientras más lucha, más crece
la leyenda de Faruk. Porque, en esta historia, Faruk es el héroe.
108

Y todo héroe debe tener un villano. En la escena que está por suceder el
villano es Baltazar, jefe de los guardias. Viene persiguiendo a Faruk desde hace
días. Ha ordenado apresarlo, patear cada puerta, romper cada ventana, tirar abajo
cada pared, hasta dar con él. Ha llenado con sus gritos cada silencio, con un
discurso de pura ira pensado para envalentonar los corazones de sus hombres,
con un sinfín de preguntas que no buscan respuesta.
—-¿Cómo es posible que un viejo zaparrastroso escape de la cárcel? —grita
Baltazar—. ¿Cómo dejarlo andar libremente? ¿Cómo permitir que los simples del
pueblo les arrojen piedras a los guardias? Y para mayor escándalo, no solo ellos,
sino también sus mujeres y sus hijos. ¿Ya no se respeta nada? Desde que ese
hombre nefasto entró en la ciudad, ¿será lo mismo ser panadero, herrero,
sirvienta o maestra que noble guardia del
109
En lo senda del contrario Martín Blasco

orden público? ¿Qué clase de embrujo es el que produce? ¿A su paso se


deshará el orden? ¡Que no haya nada entonces! Si eso quieren, eso tendrán.
Así habla Baltazar, jefe de los guardias, hermano del rey. Así habla y sus
hombres lo escuchan, con ojos atentos y oídos abiertos. Pero no tienen su misma
furia, solo un eco de la de Baltazar que, como todo eco, va debilitándose a
medida que se aleja de su fuente. Y si mientras oyen sus encendidas palabras
comparten algo de ese fuego que lo posee, apenas se alejan para cumplir la tarea,
es decir, para luchar contra ese pueblo formado por hermanos y amigos, la furia
se vuelve impostada a cada instante. ¿Será que ellos también sienten el influjo del
hombre del camino? ¿Será que también están embrujados como el resto del
pueblo? ¿Por qué no pueden ver en su rostro cansado y en sus ojos bondadosos a
un enemigo? ¿Qué es lo que hizo en definitiva? ¿Cuál fue su gran pecado que
arrastra a la ciudad entera a la perdición? ¿Sentarse en la plaza? ¿Proteger a esa
joven?
A cada paso que dan se hace más difícil ver en esas acciones el origen de un
mal, el motivo por el cual la ciudad deba ser destruida, como ordena Baltazar.
Y sus brazos pegan cada vez con menos fuerza, y sus piernas dan pasos más
cortos en el camino a la tarea. Crece en sus corazones, con cada latir, el deseo de
ser derrotados.
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Entre gritos y estallidos, entre cuerpos sudorosos y choques de espada, la
luna llena ilumina un sector de la batalla.
Baltazar, jefe de los guardias y hermano del rey, alza la vista. A la distancia
divisa a Faruk.
Entre el palpitar de una victoria cercana y el atolondramiento de los guardias
cada vez más superados, Faruk, el enemigo del rey, alza la vista. A la distancia
divisa a Baltazar.
Cruzan miradas.
Ambos elevan sus espadas.
Se diría que sonríen.
Se diría que se mueven igual, que corren a la misma velocidad, uno hacia el
otro.
Se diría que ya no hay gritos, que no hay estallidos, que no hay cuerpos
sudorosos ni luchas descarnadas.
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En la senda del contrario Martín Blasco

Se diría que el silencio lo barrió todo; que el mundo, el tiempo y los hombres
han decidido detenerse.
Para ver el antiguo rito.
De un héroe enfrentándose a un villano.
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Con Idéntica fuerza, con idéntica furia, Faruk y Baltazar golpean como si
lucharan contra un espejo, ¿Es posible tanta igualdad?
Baltazar es un hombre de armas. Faruk, un hombre de paz.
Baltazar está en la plenitud de la vida. Faruk es un anciano.
Baltazar quiere matar a cualquiera que se le enfrente. Faruk solo quiere
volver al camino.
Entonces...
¿Cómo ese anciano lucha de igual a igual con el capitán de los guardias?
Las leyendas dicen que Faruk ha contenido su furia a tal punto y durante
tanto tiempo, que cuando la suelta nada iguala su fuerza. Eso explicaría su
capacidad inaudita para vencer a los guardias.
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En la senda del contraria Martín Blasco


También dicen las leyendas que Faruk está destinado a vencer y que la
nobleza de su causa guía su espada hacia la victoria.
Destino y magia, nuevamente.
Y las leyendas dicen más.
Dicen que el empate es total, que ambos adversarios lucharán hasta el fin de
los tiempos sin que haya un vencedor.
Pero entonces, según las leyendas, destino y magia toman la forma de un
pájaro, un pájaro aparecido de la nada que con fuerza se estrella contra la cabeza
de Baltazar.
Baltazar, sorprendido, tropieza, baja la guardia. Faruk aprovecha y golpea.
Baltazar cae al piso. Faruk pone su espada en el cuello del capitán.
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Faruk va a matar a Baltazar. No lo piensa, no es una decisión que haya


tomado, simplemente es algo que va a suceder. Su furia liberada guiará la espada
hasta atravesar la piel. Que la sangre fluya. Entonces Baltazar, sabiéndose
derrotado, sabiendo que la vida está a instantes de abandonarlo, escupe en el
rostro de Faruk. Lo hace para despreciarlo, para irse de la vida como siempre se
manejó: con soberbia, con orgullo, con violencia. Para continuar siendo, hasta el
último momento, él.
Faruk no clava la espada. Se detiene. No se ofende. No se enoja. Al contrario.
Despierta. ¿Qué está haciendo? ¿Es cierto lo que le muestran sus ojos? ¿Es su
espada la que quiere probar filo en el cuello de otro hombre? ¿Es su mano la que
mueve esa espada? ¿Es ahora un asesino? De repente, se siente profundamente
cansado. Más que nunca antes. Cansado de ser tantas cosas.
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En la senda del contrario Martín Blasco

No piensa si está mal o si está bien; ni siquiera se trata de eso, sino más bien
de la tristeza de no poder conocerse, de descubrir, una vez más, que lo que creía
sobre sí mismo es falso. Ahí está, a punto de matar a un hombre. De hombre del
camino a asesino en cuestión de días. ¿Es que está destinado a ver siempre
defraudado lo que creía saber sobre su persona?
La espada cae.
Baltazar no entiende lo que sucede. Faruk no se molesta en explicarle. Se da
vuelta. Y se va. No se detiene, sigue adelante. La ciudad queda atrás.
Faruk está nuevamente en el camino.
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Llueve. Se mete en un tronco vacío hasta que pase el temporal. Tiene


hambre. Encuentra unas frutas. Están algo verdes, pero cumplen su función.
Llega la noche.
Debajo de aquel árbol es un buen lugar para dormir.
Sale el sol. A ponerse a caminar otra vez, el camino siempre sigue.
Se aburre. Nunca le había pasado. Es algo nuevo.
Cree que es aburrimiento, no está seguro.
Extraña a Alia. Sucede, no puede evitarlo. Como no se puede evitar tener
hambre o ganas de dormir. Con la misma e ineludible necesidad, piensa en ella.
Recuerda los momentos que pasaron juntos. La extraña.
Tiembla. Y no es por el frío. Es por un remordimiento que de la mente baja al
cuerpo y lo sacude. Abandonó la ciudad. En plena lucha. Sin preocuparse por
esos hombres y mujeres que tanto lo quieren. Sin preocuparse
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En la senda del contrario Martín Blasco

por Alia, sin siquiera despedirse. ¿Y si ahora está muerta? ¿Y si los guardias
despertaron de su letargo y ganaron la batalla? ¿Qué será de ella? ¿Qué será de su
madre? ¿Qué será de todos?
No debe pensar en eso. Hizo lo que pudo, su tarea terminó, su lugar es el
camino.
Es un hombre del camino,..
Es un hombre del camino...
Es un hombre del camino...

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Y? ¿Qué importa? ¿Qué importa que sea un hombre


del camino?
Qué importa que sea un hombre del camino, o un hombre, o un caballo, o una
piedra, o una mota de polvo. ¡Qué importa! Si alguien a quien quiere, alguien que
se preocupa por él, está en peligro: ¿qué importa lo que él sea, si no va en su
ayuda? ¿Qué otra prueba hay de haber existido sino la de ayudar a las pocas
personas que se preocupan por él?
Estos pensamientos corren por su mente mientras él también corre, mientras
salta rocas y esquiva troncos caídos.
Volviendo sobre sus pasos. Hacia la ciudad.
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Cuando llega, la batalla ha terminado. Lo siente en el aire. Lo siente en ese


olor particular de barro y fogatas apagadas.
Por un momento teme lo peor. Hasta que divisa a la distancia a un grupo de
personas. Se acerca a ellas. Apenas lo reconocen, le abren paso. En el centro está
Alia. Baltazar y varios de sus hombres están encadenados en el piso.
—iFaruk!
Alia corre hacía él y lo abraza. Ese abrazo quizá sea el momento más feliz de
la vida de Faruk. No la suelta. Hace que el instante se alargue. Se da cuenta de
cuánto la extraño, de cuánto se preocupa por ella, de cuánto la admira.
-¡Te buscamos por todos lados! —le dice Alia— Temí que te hubiera pasado
algo.
—Pensé en irme... pero no pude.
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En lo senda del contrario Martín Blasco

El semblante de Alia se pone serio.


—Queremos que seas nuestro juez. La batalla ya casi ha terminado, solo
quedan unos pocos guardias custodiando la torre, pero podremos con ellos
también. Tenemos una tarea por delante. Decidir qué hacer con estos hombres.
—¿Qué hacer?
El odio se respira, brilla como un carbón encendido en los ojos de cada uno
de los presentes. En cada hombre, en cada mujer. Como la furia que Faruk
escondía y cargaba sin saber, es algo que se ha liberado en esas personas. Como
si despertaran y se dieran cuenta de todo lo que se les ha quitado, de todo lo que
se les debe, de todas las injusticias que sufrieron por esos hombres que ahora
tienen apresados.
—No, no quiero ser juez.
—Respetaremos la decisión que tomes, sea cual fuere, pero necesitamos un
juez.
Alia pone una espada en la mano de Faruk.
Faruk duda. No sabe qué hacer.
Da unos pasos hacia Baltazar, Este lo mira desde el piso. Ya no es el valiente
y provocador guerrero de antes. Está cansado. Debe tener frío y hambre. Faruk se
concentra en sus ojos. Hay algo en esos ojos. Ya no ve en ellos la mirada de un
hombre sino la de un niño, y en esos ojos descubre algo sobre sí mismo.
El pueblo grita en busca de venganza. Faruk se da vuelta. Deja a Alia, al
pueblo y a los hombres encadenados. Corre hacia la torre.
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Los pocos soldados que aún defienden al rey lo hacen con rodillas
temblantes, sabiendo que en cualquier momento el pueblo enfurecido vendrá por
ellos. Lo que no esperan es a ese hombre que corre, espada en mano.
Intentan detenerlo, pero es imposible. Los derriba como si fuera un huracán
de furia.
Faruk golpea la puerta de la torre.
-iAbran! ¡Tengo que ver al rey!
La puerta se abre. Aparece un hombre, tan anciano como Faruk.
—Soy el secretario del rey. Me ha ordenado que nadie entre a la torre y
cumpliré mi tarea aunque me cueste la vida.
Y sale al encuentro de Faruk espada en mano.
A pesar de ser dos hombres de avanzada edad, pelean con la fuerza y el vigor
de cien jóvenes. Como si

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En lo senda del contrario Martín Blasco

dos brillantes ejércitos se encontraran en ese lugar, así se cruzan sus espadas,
así es el vigor de la contienda.
Pero Faruk es ya indetenible. Golpea a su contrincante, lo aplaca.
Entra en la torre.
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Mientras sube los escalones teme que sus pesadillas se hagan realidad, pero
no hay paredes vivas ni escalones interminables. La escalera lo lleva ante la
pequeña habitación que se encuentra en la cima.
Frente a él hay una simple puerta de madera.
Abajo escucha los pasos del secretario del rey, que sube las escaleras ya
repuesto del golpe, Faruk abre la puerta. Entra.
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En el cuarto solo hay una cama, una silla, un espejo en una pared y una
ventana por la que entra la luna entera, tras él llega el secretario, cansado y
vencido.
—¿Dónde está el rey? —pregunta Faruk.
Su voz, habitualmente calma, denota algo cercano a la desesperación.
El secretario del rey, guardián de la torre, permanece en silencio. Luego
responde.
—Allí.
Le indica un rincón del cuarto.
Faruk camina lentamente hacia el lugar señalado: el espejo.
Este le devuelve su rostro rugoso, su barba blanca, sus ojos confundidos.
Entonces recuerda.
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Recuerda haber gobernado ese lugar, con crueldad y violencia. Recuerda la


sangre inocente que ha corrido por sus manos. Recuerda las muchas noches en
esa misma torre, temiendo conspiraciones, subiendo y bajando esos escalones
con frenesí, atento a enemigos imaginarios. Recuerda su risa vengativa, su andar
soberbio, sus actos innombrables.
¿Y luego...? ¿Qué sucedió luego? Algo. La mirada de un niño, la súplica de
un inocente... no importa qué, algo que lo hizo despertar.
Faruk cae de rodillas frente al espejo.
Recuerda las atrocidades de su vida pero también su arrepentimiento, un
arrepentimiento abismal que lo hizo temblar durante días y noches.
Y luego, la decisión: abandonar todo, buscar el perdón viajando, tratando de
alejarse del pasado, haciendo
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En lo senda del contrario Martín Blasco

el bien, intentando compensar algo de los horrores cometidos. Convirtiéndose


en un hombre del camino.
Tanto viaja, tan grande es su arrepentimiento, que un día simplemente olvida
todo. Olvida la sangre, olvida las sentencias que ha pronunciado su boca, olvida
los horrores que ha cometido.
Una mañana, quizá no distinta a otras, nace siendo Faruk, un anciano sabio
que recorre los caminos.
Y se cree desde siempre sabio, desde siempre en el camino.
Un hombre nuevo.

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La voz del secretario lo saca del trance.


—¿Recuerda ahora, su majestad? ¿Recuerda que me pidió que nadie entrara a
este cuarto y que todos creyeran su encierro? Logró lo que quería: una vida nueva
y el perdón por sus pecados. Nunca debería haber regresado.
Faruk ya no es Faruk. No puede evitar ver la verdad que le devuelve el
espejo. Faruk es, nuevamente, el rey.
—Mi ropa —dice.
El secretario se sorprende con la orden. Pero reconoce la autoridad en su voz.
Es su rey. Le acerca su capa y su corona. Faruk le pide que también lo afeite y le
corte el pelo. El secretario obedece. Faruk no aleja en ningún momento la vista
del espejo.
Ahora que es de nuevo el rey, se sorprende de haber sido Faruk. Se sorprende
de haber estado en el camino, de haber comido insectos, de haber dormido a la
intemperie.
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En lo senda del contrario Martín Blasco


Se sorprende de haber sido un hombre del camino.
Y también de que el círculo se haya cerrado.
Por primera vez, descubre su súplica interna.

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yo lo quise ser todo.


Quise ser la noche y el día.
El fuego y el agua.
La luz y la oscuridad.
El cielo y el mar.
Los pájaros y los peces.
Quise ser el que muere y el que mata por la misma espada.
Quise ser la enfermedad y su remedio. Yo quise, oh temerario yo, ver el otro
lado del espejo.
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La tarea ha terminado. Faruk ve en el espejo su rostro afeitado, el pelo bien


cortado, la auténtica estampa de un rey.
—¿Y ahora … ?—pregunta el secretario con temor.
Faruk solo responde con una sonrisa triste.
—Mi espada.
Sabe lo que va a pasar. Es el deseo de su corazón.
Se escuchan los gritos de los guardias vencidos, los pasos subiendo la
escalera.
Entra Alia.
El rey alza su espada hacia ella. Alia es más rápida, y clava la suya en su
pecho. Mientras el rey cae, Alia se sorprende. Parece estar sonriendo.
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La espada entra en su cuerpo. No es una tragedia; todo lo contrario, libera.


Es una herida que no separa, une. Ya no hay dobles, ya no hay otros.
La búsqueda ha terminado.
Por primera vez, Faruk y el rey son uno solo.
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Alia no comprende. Pareciera que más que atacarla, el rey buscaba abrazarla.
Ahora su cuerpo yace en el piso.
El secretario, en un rincón, apenas se anima a moverse.
—¿Y Faruk? ¿Dónde está? —pregunta Alia, que lo vio entrar en la torre.
Entonces lo encuentra.
Un pájaro negro posado en el balcón.
Alia entiende.
El hombre del camino se ha convertido ante sus ojos.
Por un momento, vuelve a ser la niña a la que su madre le contaba historias
asombrosas. Su antiguo deseo finalmente se ha cumplido.
Ella contará la leyenda, Dirá que si el pueblo es libre, es gracias al hombre
del camino que cuando cumplió su tarea, se volvió pájaro.
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En lo senda del contrario Martín Blasco

Se acerca al balcón, para saludarlo por última vez. Pero el ave no espera,
despliega sus alas y alza vuelo.
—Adiós, Faruk.
Abajo, en las calles, el pueblo aguarda.
Alia se asoma.
—¡El rey ha muerto! —grita.
Y los corazones se agitan de felicidad.
El pueblo, Alia, Faruk, el rey.
Todos han conseguido lo que deseaban. Justicia y paz.
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Opinión del editor (michael): un libro totalmente increíble con un gran
camino de redención en el protagonista, si no te gusto el final me dices hora y
lugar y nos partimos la madre >:v

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