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MITOS SOBRE EL “NO-SABER”

Harlene Anderson, PH.D.

Resumen
Este artículo nace de la reflexión sobre los comentarios de un crítico de la teoría y de la práctica de la
autora; representa una revisión de los escritos de la autora y H. A. Goolishian. Se menciona que
durante los setentas fueron influidos por algunos teóricos clínicos del Mental Research Institute que los
instó a interesarse por el lenguaje y su relación con la terapia. Esto los llevó a aprender más sobre la
hermenéutica, la construcción social y la posmodernidad, siguiendo los pasos de filósofos y teóricos
como Wittgenstein, Vygotsky, Gadamer y Bakhtin, y de clínicos teóricos como Gergen y Shotter. De
allí surgieron las nociones de conversación y de diálogo que llevaron a un cambio ideológico. La
autora presenta una posición filosófica que incluye varios conceptos interdependientes: el self
relacional y dialógico, el no saber, el cliente como experto, la alianza conversacional, la indagación
mutua y compartida, haciendo pública la conversación, la incertidumbre, y viendo la terapia como
parte de la vida común y corriente.
Palabras clave: self dialógico y relacional, el no saber, lenguaje, relación, conversación

Abstract
This article is born from some critical comments of the theory and practice of the author. It sums up
some of the writings of the author and H.A. Goolishian. She mentions the influence of the MRI
clinical theorists during the 70´s, which led them to interest themselves in language and its relation to
therapy. This in turn led them to an interest in hermeneutics, social construction and posmodernity,
following in the steps of philosophers and theorists such as Wittgenstein, Vygotsky, Gadamer, and
Bakhtin, and that of therapists such as Gergen and Shotter. Then came the notions of conversation and
dialogue from which an ideological shift followed. The author points out that hers is a philosophical
position that includes some interdependent concepts: the self as relational and dialogic, not knowing,
the client’s expertise, the conversationl partnership, the mutual and shared inquiry, and being public,
uncertainty and seeing therapy as ordinary life.
Key words: dialogical and relational self, not knowing, language, relationships, conversation

En la década de los setentas, Harry Goolishian y yo nos sentimos inspirados por los
teóricos del Mental Research Institute (MRI) y por los teóricos constructivistas para
profundizar en el tema del lenguaje y su relación a la terapia. Rápidamente nos
topamos con los hermenéuticos, los construccionistas sociales, los posmodernos, y los
filósofos y teóricos como Wittgenstein, Vygotsky y Bakhtin, seguidos de Gergen y de
Shotter. Así, nuestro interés por el lenguaje fue creciendo hasta que nos detuvimos en
las nociones de conversación y de diálogo, especialmente las generativas y
transformadoras. Con el tiempo, la atracción e implicaciones de estas nociones para la
conceptualización y el trabajo con sistemas humanos influyó sobre el cambio
ideológico tan dramático que sufrimos en nuestra manera de pensar y hacer terapia.
Un punto central en nuestro cambio fue la noción de que los sistemas humanos son
sistemas que generan significados por medio del lenguaje (Anderson y Goolishian,
1975). O sea, estamos inmersos en el mundo y “en el lenguaje”. Como sugiere
Gadamer (1975), somos seres que conversan; somos seres dialógicos (Bernstein,
1983: 104). Sugerimos, entonces, que “el quehacer de la terapia tiene que ver con la
exploración de estos sistemas de significado a través de la conversación” (Anderson,
Goolishian y Winderman, 1986: 5), y que “la terapia requiere que estemos en el
lenguaje con la familia, desde el interior del mundo de conocimiento que ellos han
creado (Anderson et at, 1986: 10). Es precisamente desde este cambio que surgió el
concepto de no saber que introdujimos Harry y yo en 1988, basado en nuestro
esfuerzo por encontrar formas más eficaces de trabajar con nuestros clientes y de
entender y explicar las implicaciones del lenguaje para el quehacer terapéutico.
La diseminación de algunas ideas preliminares asociadas con este cambio
ideológico y la importancia que tiene para nosotros este no saber que se relaciona con
el saber experto de nuestros clientes empezó con un artículo intitulado “Los sistemas
humanos como sistemas lingüísticos: Ideas en proceso de evolución sobre las
implicaciones para la teoría y la práctica” (Anderson y Goolishian, 1988). En el
resumen dijimos:
Los individuos desarrollan significados y los entienden a través de su conversación con los
demás, al intentar entenderse los unos a los otros, entender las cosas y entender las palabras y
las acciones de los demás Por lo tanto, el significado y la comprensión son intersubjetivos.
Este desplazamiento al mundo de la conversación y el diálogo se apoya de lleno en la
propuesta de que la quintaesencia de lo que somos, y de lo que seremos, es dialógica (p 390).

Y continuamos:
El terapeuta se reconoce como experto cuando se basa - y se define - en su capacidad de
arriesgarse a dialogar y a conversar, de arriesgarse a cambiar. Su competencia radica en
proporcionar el ambiente adecuado para que todos tengan una oportunidad de intercambio
dialógico. Al lograrlo, los clientes demostrarán a su vez cuán expertos son con respecto a su
vida, sus problemas y su realidad social… Basándose en esta óptica, el proceso terapéutico se
convierte en una creación de contexto y en un espacio para la comunicación dialógica (p 390).

Las conclusiones de este artículo subrayan la palabra clave que utilizamos en


el título: en evolución… Y “creemos que, con el tiempo y a través de nuestras
conversaciones, estas ideas también cambiarán” (p 39).

Provocación no intencionada
Durante nuestro paso a este cambio ideológico, no fue nuestra intención provocar a
nuestros colegas. Pero eso sucedió. Desde el principio, se han retado en especial los
conceptos de no-saber y del cliente-como-experto. En nuestro campo, las reacciones a
estos retos han sido variadas, tanto a través de la palabra como del comentario escrito,
y han surgido malentendidos y mitos a su alrededor. Al reflexionar sobre estas
reacciones, desde mi perspectiva ya añeja sobre el self relacional dialógico y la
mutualidad del diálogo, estoy perpleja ante algunos comentaristas que han pasado por
alto el hecho de que el terapeuta es un participante que crea significados durante el
diálogo terapéutico.
Recientemente, Peter Rober (2005 a y b) ha criticado el concepto de no-saber.
Alega que minimiza las contribuciones del terapeuta al diálogo terapéutico, ya que no
capta la mutualidad y la actividad compartida de la relación terapéutica. Esto es
contrario al trabajo que hemos hecho Harry Goolishian y yo, y a nuestros escritos.
Concebir el no-saber del terapeuta como una muestra de la “perspectiva individualista
subyacente”, indicando que no se valora la vivencia del terapeuta en su encuentro con
la familia, implica no tomar en cuenta la naturaleza mulifacética de la relación
terapéutica ni la mutualidad, que son tan importantes para la comprensión de esta
relación y el papel del terapeuta dentro de ella.
De hecho, cuando se interpreta el no-saber como un repudio a la capacidad del
terapeuta que empobrece el proceso terapéutico al ignorar que los “clientes buscan
algo más que liberar su propio conocimiento subyugado” (Rober, 2005: 2 y 3), se cae
en una caracterización equivocada que fundamentalmente distorsiona el espíritu, la
aplicación y la intención del concepto. La noción de selves creados dialógica y social-
mente ha sido clave para mí; por eso me asombra la sugerencia de Rober de que esta
noción no existe dentro de las perspectivas colectivas y de narrativa, y que “podría ser
una añadidura sana” (p 25).
Al deliberar sobre estas interpretaciones tan ajenas a mis valores, a mis
creencias, a mi práctica, entiendo más claramente todavía cuán difícil es penetrar la
visión del mundo del otro, especialmente cuando no hay posibilidad de tener un
diálogo directo con él o con ella. Esto sucede porque a pesar de que las palabras
“exactas” que ha utilizado el autor están allí plasmadas sobre la página, la vivencia
del lector y su interpretación de lo que lee ocurren en el presente – cuando
reconstruye, recrea y sufre la influencia tanto de su contexto actual como del
histórico, al igual que su intención al contar y volver a contar lo que ha leído.
La palabra escrita del autor y la interpretación que el lector hace de ella, con
todo lo que el lector aporta, influyen en cierto grado sobre el diálogo interno del lector
(el proceso de pensar sobre la teoría y la práctica y de formular interpretaciones).
Creo que esto nos pasa a todos los que participamos en este proceso; a Rober, que lee
mis palabras, y a mí, que leo las suyas. Por supuesto, ni Rober ni yo sabemos si lo
que cada uno ha leído y cree entender es lo que el otro intenta dar a entender. Los
comentarios de Rober ilustran esto a la perfección. Así pues, siempre existirá el riesgo
de perpetuar ciclos de malentendidos y de crear mitos, puesto que el significado que
le damos a las palabras siempre puede perderse en la traducción. Para mí, he aquí la
esencia de la dificultad de crear y entender el significado en la interacción humana.
Les ofrezco en este escrito mi diálogo interno al reflexionar sobre las palabras
de Rober. Espero que mis palabras por lo menos ayuden a mis lectores a tener una
perspectiva del concepto de no-saber que, a su vez, está interrelacionado con otros
conceptos que forman parte de mi visión integral de lo que es hacer terapia y a lo que
yo entiendo por comunicación en los sistemas humanos.

Hermenéutica relacional como punto de partida del diálogo generativo


Para empezar, es importante enfatizar la temprana influencia sobre mí de la
perspectiva interpretativa de la hermenéutica y su relación al no-saber. Una
perspectiva interpretativa subraya que el significado se construye; los eventos y las
experiencias de nuestra vida, incluyendo las identidades del self – y enfatizo el plural
de identidades – las crea el individuo al estar en conversación y acción con el otro y
consigo mismo; y estos eventos, experiencias e interacciones siempre están abiertos a
una gran cantidad de interpretaciones (Anderson, 1997: 37 y 38). El lenguaje es un
medio y desempeña un papel fundamental en el desarrollo del significado; pero toda
comprensión de un significado es interpretativa; esto es, siempre estamos traduciendo.
Cada persona que participa en una conversación – cada intérprete - trae
consigo su historia y las prácticas lingüísticas que lo conforman en ese momento, y
contribuye con ellas a la conversación. Cada persona también contribuye con
interpretaciones sobre esta misma conversación. En otras palabras, la interpretación es
dialógica – cada miembro toma parte en el desarrollo del significado a medida que
interactúa con el otro (Anderson, 1997).
Desde una perspectiva hermenéutica, “el proceso de entender es el proceso
que nos lleva a sumergirnos en el horizonte del otro” (Anderson, 1997: 39). Es en este
acto de inmersión – en nuestra búsqueda de significado - que intentamos comprender
y darle sentido a lo que nos es familiar y a lo que nos es desconocido. Participamos en
la creación de lo que pensamos o de lo que creemos entender o conocer.
Dentro de la perspectiva hermenéutica, la construcción social es la que añade
el énfasis sobre el aspecto relacional de la creación de significados – o sea, del
conocer. Porque la creación de significados es lo que hacemos con el otro. El diálogo
es un proceso interactivo de interpretaciones de interpretaciones. Y una interpretación
lleva a otra. Interpretar es el proceso de entender. Es en este proceso que se crean
nuevos significados. En este sentido, la interpretación no es un proceso inactivo y
silencioso; requiere que cada individuo responda al otro desde las prácticas históricas
lingüísticas actuales e históricas. El que escucha responde a su interlocutor - con
gestos, miradas, palabras -, y lo que se dice adquiere significado en el constante ir y
venir de los decires. Así, cada respuesta contiene lo que entiende el hablante de lo que
cree percibir. Dicho de otra manera, escuchar no es un proceso pasivo. Gracias a la
influencia de Shotter (1984) y de Bakhtin (1986) he podido señalar que este escuchar
y responder representa una escucha activa-respondiente (Anderson, 1997).

Una Conversación Dialógica Interna y


Hacer Público el diálogo interno del terapeuta
A pesar de que los significados, comprensiones y lenguajes nuevos son el producto
del diálogo, surgen de lo familiar. El único lugar donde podemos iniciar una
conversación con otro o con nosotros mismos es desde nuestro lenguaje habitual.
Una parte de lo que significa invitar o facilitar el diálogo con el otro tiene que
ver con aprender el lenguaje del otro – escuchar, oír y responder a las palabras del
otro y la forma en que se expresa. En la terapia, el lenguaje del cliente – lo que le es
común y familiar - y sus significados implícitos son más importantes que el lenguaje
del terapeuta y el sentido que éste le da. Lo mismo sucede cuando decimos que el
lenguaje y los significados que éste encarna – no los del terapeuta – son la base de la
creación de significados que llevarán a cabo el terapeuta y el cliente. O sea, el
terapeuta entra en relación y conversación con el cliente como aprendiz.
El terapeuta no puede ser experto con respecto a las vivencias del cliente; debe
averiguar sobre ellas. Y cada cliente es experto con respecto a sus vivencias; es él
quien le enseña al terapeuta a entenderlas. Para que el terapeuta averigüe algo sobre el
cliente, primero tiene que demostrarle que acepta lo que dice, le pone mucha atención
y hace preguntas (escucha activa que responde - active responsive listening). En mi
experiencia, cuando el terapeuta asume la postura de aprendiz espontáneamente invita
al cliente al juego mutuo y abierto de indagar o a buscar entender los enigmas que
surgen del juego (Anderson, 1997). Como ya lo observó Lynn Hoffman (2002),
refiriéndose a mi trabajo, la forma en que el terapeuta escucha se contagia. Dicho de
otra forma, la curiosidad del terapeuta invita al cliente a sentir curiosidad también, de
suerte que preguntas aparentemente unilaterales se convierten en una indagación
mutua y compartida: un diálogo. He hablado reiteradamete sobre los cambios que
ocurren cuando el cliente pasa a ser maestro y el terapeuta a ser aprendiz, ambos
participando en una indagación mutua más participativa (Anderson, 1997).
Tom Andersen (1991, 1995) introdujo el tema de la importancia del diálogo
interno/plática/conversación y ha escrito mucho sobre él. El diálogo interno es
importantísimo cuando se espera escuchar, oír y responder de una forma tal que se
invita a conversar. La conversación interna del terapeuta contribuye a su acción
comunicativa. Su palabra hablada y sus gestos influyen sobre la posibilidad o no de
diálogo. Para iniciar y tomar parte en una conversación participativa se necesita estar
en un diálogo interno con uno mismo y con otro u otros (Anderson, 1997). O sea, el
diálogo interno del terapeuta el lo que primero lleva a poder iniciar y mantener una
conversación por medio de palabras (Anderson, 1997, 2003). Con respecto a esto, yo
he enfatizado los riesgos inherentes a la conversación interna del terapeuta cuando
ésta no es dialógica (Anderson y Goolishian, 1988; Anderson, 1997).
Las prácticas lingüísticas, tanto históricas como actuales, del terapeuta y del
cliente siempre están presentes en el diálogo. El diálogo interno del terapeuta depende
de su lenguaje, aunque debe estar abierto(a) a la influencia del lenguaje del cliente e
interactuar con él. Al lograrlo, el terapeuta crea una nueva historia y nueva prácticas
lingüísticas que van a generar un diálogo interno diferente surgido de una actividad
mutua. Si el terapeuta responde de esta manera al cliente contribuirá construyendo
puentes – dentro del lenguaje, del entender y de los significados – entre ambos.
También he enfatizado que el terapeuta debe hacer “público” su diálogo
interno, sin esconderlo o velarlo (Anderson, 1995, 1997). Esto implica compartir el
diálogo interno pero hacerlo de una forma respetuosa y provisional en tono y
contenido; ofrece sus pensamientos privados con el fin de participar en la
conversación – no para dirigirla o guiarla. Hacer público su diálogo interno puede
evitar que sus interpretaciones privadas sobre el cliente adquieran un rango
privilegiado. Lo que no sale a la luz influye e informa lo que el terapeuta escucha y
observa al igual que cómo responde a esto.
No es posible que el terapeuta exprese cada idea que le pasa por la cabeza – su
reacción interna a todo lo que escucha o siente. El compartir un diálogo interno
tampoco significa que debe revelarse todo. Expresar pensamientos callados es en sí
generativo, porque la expresión de pensamientos, ya sea por medio de su articulación
verbal o gesticulaciones dentro del espacio relacional equivale a un proceso
interpretativo que crea significados. Esta expresividad, además, le da una mayor
forma a pensamientos que no han sido comunicados todavía; ayuda al terapeuta a
adquirir conciencia y claridad con respecto a sus propios pensamientos. Como decía
Harry Goolishian: “nunca sé lo que quiero decir hasta que lo digo”.
Así que escuchar, oír y hablar son todos igualmente importantes. Sin embargo,
cuando el terapeuta escucha al cliente, debe preguntarle que si lo que ha oído es lo
que el cliente quiere que el terapeuta oiga. ¿Cómo puede el terapeuta saber si ha
entendido bien, si ha entendido a medias, o si ha entendido mal si no expresa o
articula sus pensamientos? Si el que escucha simplemente repite las palabras que el
cliente dijo, éste únicamente podrá confirmar que en efecto dijo esas palabras. Pero ni
uno ni otro tendrá la más mínima idea de si el que escucha entendió el significado de
las palabras que utilizó el que las dijo. Llegar a un entendimiento que promueve el
diálogo es parte de un proceso activo donde el que escucha interactúa con las palabras
del que las enunció (Anderson, 1997). El riesgo es que siempre habrá la posibilidad
de malentendidos.

El Self como dialógico y relacional


La persona del terapeuta es parte integral del cambio ideológico que he descrito. El
self del terapeuta es dialógico y relacional, creado lingüística y socialmente. Toda
persona tiene muchas identidades, repertorios y modos de ser. Esto lleva a alejarse del
concepto psicológico tradicional de la persona basado en la filosofía de Descartes y de
Locke, quienes proponen un self independiente y encapsulado. Harry Goolishian y yo
(1996, 2002) proponemos la visión lingüística conversacional donde “el self cuenta
historias – como resultado del proceso humano de crear significados por medio de la
actividad del lenguaje” (2002:219). Argumentamos una visión del self como:
… expresión, ser y devenir a través del lenguaje y la narración de historias… (E)sto hace que
la naturaleza del self y nuestras subjetividades sean fenómenos intersubjetivos… (E)sta red
cambiante de narrativas es un producto social de intercambio y práctica social, de diálogo y de
conversación… no somos más que los coautores de las identidades que construimos a través
de nuestra narrativa… Somos siempre todos los selves potenciales que forman parte de
nuestras conversaciones…. (2002: 221-222).

Yo he continuado y expandido el concepto del self lingüístico, el self dialógico, el self


que cuenta historias y es relacional (Anderson, 1997: 211-234). Para mí, las
identidades del self son una “manifestación… generada por aquellos que conversan y
actúan entre sí y consigo mismos” (Anderson, 1997: 227), y que ubican al “individuo
en relación con el otro” (Anderson, 1997: 234).

El cliente y el terapeuta como expertos


Dentro del marco clínico, nuestra curiosidad espontánea y genuina hacia las historias
que nos contaban nuestros clientes empezó a ligarse con nuestro diligente esfuerzo
por aprender su lenguaje. En otros escritos hablo extensamente sobre este cambio y
señalo, al mismo tiempo, la naturaleza reflexiva del la teoría y de la práctica
(Anderson, 1997, 2000, 2001). Harry y yo observamos que nuestra curiosidad nos
permitía participar de una manera distinta en la conversación terapéutica, a la vez que
desarrollábamos nuevas formas de relacionarnos con nuestros clientes – escuchando,
oyendo y respondiendo de modo singular. Por ejemplo, en lugar de utilizar nuestros
mapas teóricos y vivenciales para entender la narrativa del cliente – más bien, para
editar e interpretarla – desde nuestra propia lógica y capacidades, estábamos
comprometiéndonos a verla como ellos la veían.
Observamos también que empezábamos a estar más conscientes de lo útil y
enriquecedor que era dejar que el cliente fuera el experto con respecto a su propia
vida. Reconocimos y aceptamos la autoridad de sus voces, sin por eso menospreciar
las nuestras. Todo lo contrario, nuestras voces participaban en la conversación, pero
de una manera diferente; ya no eran las voces de los que son expertos en las vivencias
de los clientes, aunque no negábamos nuestra pericia con respecto a lo “relacional” y
lo “conversacional”; o sea, nuestra capacidad para crear un espacio que promueve
una relación colaborativa y conversaciones dialógicas (Anderson, 1995, 1997).
Cuando nuestros colegas y alumnos nos preguntaron, curiosos, sobre nuestras
hipótesis y opiniones sobre los clientes, comentamos abiertamente que no sabíamos.
Creíamos en el valor de cada una de las voces de nuestros clientes y, por eso, les
sugerimos que les hicieran esas mismas preguntas a los clientes mismos, en lugar de a
nosotros. Queríamos enfatizar cómo nuestros clientes eran expertos en lo suyo y que
nosotros queríamos hablar directamente con ellos, en lugar de hablar por o sobre ellos
cuando estaban ausentes.

No saber
En 1988, Harry Goolishian y yo introdujimos el concepto de no saber, en un artículo
publicado en Human Systems, pero no le dimos ese nombre. Yo utilicé ese término
por primera vez en “Entonces y ahora: Del saber al no saber” (Then and Now: From
Knowing to Not-knowing”, 1990). He aquí una breve definición del mismo:
… No saber se refiere a la actitud y la creencia de que el terapeuta no tiene acceso a
información privilegiada, que jamás puede entender completamente a otra persona; y que
siempre necesita saber más sobre lo que se ha dicho y lo que no se ha dicho… No saber
significa que el terapeuta (o la terapeuta) es modesto en cuanto a su saber… No saber implica
escuchar respetuosamente – escuchar y responder de una manera activa. Con respecto al
diálogo, es primordial comprometerse auténticamente y abrirse a la narrativa del otro… Una
postura de no saber no significa que el terapeuta no sabe nada o que descarta o no utiliza lo
que sí sabe; no significa que el terapeuta simplemente se acomoda en su silla y no hace nada o
que no puede dar una opinión… no significa que los prejuicios son malos. Dejar que el cliente
guíe… no implica que el terapeuta es una tabula rasa y que no sabe nada o no quiere hacer
uso de su conocimiento. Pero sí quiere decir que presenta sus contribuciones, ya sean
preguntas, opiniones, especulaciones o sugerencias, de tal forma que transmite su postura de
tanteo con respeto y apertura al otro y a lo nuevo (Anderson, 1995: 34-36).
Espero haberme expresado de modo tal que le haya facilitado al lector
penetrar mi visión del mundo y que le haya dejado claro que el no saber no es un
concepto único ni una técnica; es parte del cambio ideológico que he descrito, parte
de una visión más abarcativa – una filosofar sobre aquellos que conocemos en la
terapia y cómo nos relacionamos y comportamos con ellos, partiendo desde nuestro
papel como terapeutas. Esta filosofía informa un modo de ser; lo llamo una posición
filosófica – que se distingue por varios conceptos interdependientes que incluyen el
no saber, el cliente-como-experto, la alianza conversacional, la indagación mutua y
compartida, el abrir el diálogo interno del terapeuta al público, la incertidumbre y una
visión de la terapia como parte de la vida común y corriente (Anderson, 1995, 1997,
2000, 2001, 2003). Aquí he detenido mi exploración, pero sigo en la ruta. Termino
haciendo constar mi agradecimiento a los colegas que se me han unido en este viaje
de exploración y de descubrimiento.

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