Está en la página 1de 186

Este documento es distribuido sin fines de lucro, con la debida

autorización de la autora. Toda copia total o parcial está prohibida.


Si lo compartes, por favor dar crédito publicando los links de redes
sociales que se encuentran al final. Apoya a la autora comprando
sus libros en Amazon. ¡Gracias!

Safe Creative 2016. Maleja Arenas.


Todos los derechos reservados.
ISBN-13: 978-1540640253
ISBN-10: 1540640256
Créditos
Corrección:
Yanin LCh
Yessi Skrt

Diseño Portada:
Maleja Arenas

Diseño PDF:
Yanin LCh
Aclaración
¡Para todas mis impacientes y hermosas lectoras!

Lo sé, sé que algunas querían que el amor de Fer y Fabi transcurriera muy
rápido, se besaran, amaran y... felices por siempre.

Pero no.

Así no funciona mi cabeza.

Saben que soy de las personas que me gusta darle sentido y coherencia a
las cosas, que procuro hacer mis historias reales y creíbles, que mis personajes
sean diferentes a los otros. Y eso sucede con esta historia.

Soy de las que cree que el amor y el dolor son los sentimientos más fuertes
y difíciles de olvidar. Especialmente el dolor.

Cuando nos lastiman profundamente, es muy difícil simplemente olvidar por


algunos buenos actos de redención, volver a confiar, amar y perdonar es
complicado y requiere de tiempo. Más, cuando perdonar requiere dejar de
recordar el sufrimiento que esa otra persona causó. Pienso que si no eres
capaz de dejar de sacar en cara los errores del pasado es mejor no decirle a
esa otra persona que lo perdonas y que le darás una nueva oportunidad. No
soy partidaria de esas relaciones donde cada vez que se discuta o que se
presente alguna situación tensa, se saquen los trapitos al sol.

Fabi es una mujer dulce y tierna, totalmente diferente a Manu y al resto de


las chicas, ella siente más profundo, es más prevenida y un poco más tímida y
razonable. No es tan impulsiva como Manu y por ello, dejarse simplemente
llevar por Fer no le es fácil; y menos ahora que lleva un bebé en su vientre, un
bebé de otro hombre que le dio la espalda y le hizo afianzar esa teoría de que
los hombres nos hacen sufrir.

Fabi cree que ahora debe pensar más en su bebé, por eso no se preocupa
tanto por ver o no ver si Fer realmente cambió o no. Ella quiere protegerse,
está prevenida y predispuesta. No es sencillo. Sin embargo, cuando conocemos
la razón de por qué esa otra persona hizo lo que hizo... es mucho más fácil
dejar que el perdón toque nuestro corazón, al fin y al cabo somos seres
empáticos. Es por eso que es necesario conocer el pasado de Fernando, saber
qué fue lo que lo llevó a actuar de esa manera, cuál fue su detonador. De esa
manera, Fabi y nosotras podríamos entender un poco su lógica (ya sea
correcta o no) para actuar y protegerse.
Recuerden que los seres humanos no somos perfectos y nuestra
personalidad y comportamiento está basado en aquellas experiencias que
vivimos a lo largo de nuestras vidas, ¿que en ocasiones esté mal lo que
hacemos? Sí, al fin y al cabo nadie tiene la verdad absoluta de las cosas y
somos seres que buscamos siempre protegernos y evitar el sufrimiento.

Además, no me gusta escribir simplemente porque sí y desarrollar un


argumentos del aire. Si yo voy a presentarles un ambiente conflictivo, debo
contextualizar y darle una justificación a ello. Mis personajes deben tener un
pasado que sea congruente y coherente con su presente.

Por último, sé que esta novela es muy diferente a la primera entrega, pero
repito, son personajes diferentes, con personalidades y conflictos muy ajenos a
Manuela y David. Volver a hablar de lo mismo que hablé en la primera historia
sería ser redundante y manifestar poca imaginación y desarrollo de mis
personajes. Fabi es diferente, incluso en el primer libro lo demostró... Así como
existen muchas Manuela, también existen muchas Fabiola... es tiempo de
dejarlas a ellas ser las protagonistas.

Esta es otra historia, otro argumento y otros conflictos que siguen una
misma línea... mujeres de talla grande y su interacción con el mundo.

Mil gracias a todos por su apoyo. Dios les bendiga hoy y siempre y espero
que sigan disfrutando de mi bella historia.

Saludos.

Maleja Arenas.
Contenido
Dedicatoria Capítulo 15 Capítulo 31
SINOPSIS Capítulo 16 Capítulo 32
Capítulo 1 Capítulo 17 Capítulo 33
Capítulo 2 Capítulo 18 Capítulo 34
Capítulo 3 Capítulo 19 Capítulo 35
Capítulo 4 Capítulo 20 Capítulo 36
Capítulo 5 Capítulo 21 Capítulo 37
Capítulo 6 Capítulo 22 Capítulo 38
Capítulo 7 Capítulo 23 Capítulo 39
Capítulo 8 Capítulo 24 EPILOGO
Capítulo 9 Capítulo 25 Agradecimientos
Capítulo 10 Capítulo 26 Próximo libro
Capítulo 11 Capítulo 27 Sobre la Autora
Capítulo 12 Capítulo 28
Capítulo 13 Capítulo 29
Capítulo 14 Capítulo 30
Dedicatoria
Para Margarita Colonia, mi mejor amiga y cómplice. Te amo
hermana del alma.
Para todas las “Fabiola” del mundo… aquí su historia.
Sinopsis
Se dice que el amor a veces requiere de tiempo y otras veces sólo de una
mirada. Yo me enamoré con la segunda y él se enamoró con la primera.

Enamorarse puede ser la peor cosa que podría pasarte. Amar puede
hacerte crecer o hacerte caer tan profundo que logras perder tu esencia o
podría hacer que encuentres quien realmente eres y a la verdadera razón por
la que vives tu vida. Pero la mayor parte del tiempo, olvidamos que el amor
puede llegar de y en cualquier manera.

Amar puede ser doloroso, al tal punto de perderte a ti mismo.

Y aunque amar duela, vale la pena el riesgo, porque el amor es la fuerza


más poderosa y única de todo el universo. Y por él, yo lucharé hasta que
muera.
Prólogo
Fabiola
Usted está embarazada...

Embarazada...

¡Embarazada!

Repito una y otra vez las palabras del doctor en mí cabeza.

Sinceramente, creo que necesito que regrese aquí, ahora, y me lo repita. O


mejor aún, que salte frente a mí y diga: "Esto es una broma".

Pero según pasan los minutos y la cortina blanca sólo abre paso a la
enfermera que viene con una silla de ruedas para dejarme ir a casa, me doy
cuenta que:

¡Realmente estoy embarazada!

Oh Dios Mío.

No me atrevo a mirar la hoja en mis manos. Tal vez si la ignoro puede que
cambie todo, que no esté esperando un bebé. Debería romperla, deshacerme
de ella y así poder regresar a mí vida... una vida sin...

¿Pero qué estoy pensando?

Es un bebé. Tengo un bebé dentro de mí y ya quiero desaparecerlo.

—Oh Dios, perdóname. Lo siento, lo siento tanto —susurro.

La enfermera me pregunta con preocupación marcando su rostro, si estoy


bien. Le respondo con un débil asentimiento.

¿Bien? ¿Cómo podría estar bien?

Acabo de enterarme que estoy embarazada, de un hombre que no amo, de


un hombre que deseo no volver a ver jamás mientras respire, y se supone que
ahora nos une un lazo eterno.
¿Qué voy a decirle a mi familia? ¿A las chicas? ¿A Fernando?

¿Y por qué carajos estoy pensando en Fernando?

—Jesucristo, ayúdame.

—Todo estará bien, la noticia no siempre produce alegría y euforia. Más


cuando el bebé no es planeado —dice la enfermera. Le miro con angustia y ella
sonríe con paciencia—. Felicidades, por el preocupado grupo afuera y por ese
hombre que está apunto de patear a cada persona con un uniforme por no
darle información sobre usted, creo que serán muy felices y dichosos con la
noticia.

—No lo creo —murmuro por lo bajo. Un escalofrío me recorre. No puedo


decirles lo que me sucede. No puedo.

Hoy es el día más importante de una de mis mejores amigas. Manu no


merece que manche su boda con una noticia como esta, más sabiendo que
ellas no tienen idea de lo que hice, y tampoco de quien es el padre.

La enfermera empuja la silla hasta llevarme frente a ellos. El primero en


percatarse de mi presencia es Fernando y cuando veo esos ojos angustiados y
preocupados por mí, quiero patearlo y besarlo hasta la muerte.

Porque ya es muy tarde para esos sentimientos.

Estoy esperando un hijo y no es de él, el hombre que he amado toda mi


vida.
Capítulo 1
Fabiola
Fulmino con la mirada mi puerta. Espero que se desintegre al igual que la
persona tras ella, golpeando cada dos segundos y llamando mi nombre.

—Sé que estás ahí, Fabi. Abre la jodida puerta o voy a traer al hombre más
grande del mundo y lo obligaré a romperla.

—¿Cómo vas a obligar al hombre más grande del mundo, Manu? ¿Podría
romperte a ti si lo quiere?

—No lo sé Tere, le prometeré sexo en tu nombre.

—¿Qué? Estás loca, no quiero acabar con el hoyo más grande en el trasero.

—Y yo pensé que así de grande ya lo tenías, con lo promiscua que eres.

—¡Mira quién habla! La chica callejón.

—Ya cállense las dos, todo mundo nos mira y escucha.

—Ay Rosi, no seas mojigata que tú también...

—¡Váyanse! —grito. No quería hablarles, ni hacer obvio lo obvio, que estoy


aquí; pero de verdad no quiero que alguno de mis vecinos llamen a la policía y
les pase algo.

Y menos a Manu, que se casó ayer y hoy está aquí en mi puerta,


preocupada por mí.

—No vamos a movernos de aquí, así que abre la puerta —grita Manu.

—Hemos traído muffins y café para acampar aquí. Tarde o temprano


tendrás que enfrentarnos —exclama Tere y sé que es cierto. Ellas no se irán
hasta que me hayan comprobado.

Suspiro y decido levantarme del sofá que desde ayer se convirtió en mi


refugio. No me atrevo a comprobar mi estado en el espejo, sé que es horrible,
aún tengo el maldito maquillaje de ayer; el vestido lo destruí y dejé en mi
habitación. Junto con la maldita hoja de papel que se burla de mí con el
resultado positivo.
—Oh mi Dios —jadea Manu.

—¿Qué mierda te pasó por encima? —espeta Tere y Rosi la golpea en la


cabeza—. ¡Auch! ¿Qué demonios?

—Agradece que fue la mano de Rosi y no la mía, Tere. Yo si te hubiera


arrojado al piso. —Vuelve sus ojos preocupados hacia mí y se lanza a
abrazarme—. ¿Estás bien? —susurra. Niego con mi cabeza y la abrazo
también.

El resto de las chicas se une al abrazo y es ahí cuando rompo a llorar


nuevamente. ¿Qué sería de mí sin ellas?

Manu me empuja hasta el sofá, Tere deja las bolsas que trajo en la mesa
de centro y Rosi se dirige a las cortinas para correrlas y traer la luz a mi lugar.
Mi casa es un desastre. Tere destapa un jugo embotellado y Manu me acerca
un muffin.

—Come —ordena—. No tengo que preguntar, sé que no has comido nada


desde ayer. Hazlo.

Asiento y tomo lo que ofrece. Veo como Rosi y Tere empiezan a recoger el
desastre que hay en el suelo y las otras superficies de mi casa. Manu me
vigila, comprobando que efectivamente esté dándole algo más que agua a mi
estómago.

—Te dimos veinticuatro horas para que tuvieras tu crisis, Fabi —comienza,
una de sus manos viene y toma la mía—. Ahora es tiempo de la confrontación
y la intervención. Dinos, ¿es cierto?

Trago fuertemente. Tomo una respiración profunda y me ordeno a mí


misma no llorar, no romperme nuevamente.

—Sí —susurro.

—¿Es del contador? —pregunta Tere, viniendo hacia mí y sentándose a mi


lado.

—No —grazno y bebo un poco de jugo.

—Dijiste que no era problema de mi hermano, y sé que ustedes no han


estado juntos. Así que...

—¿Qué sucedió Fabi? —Rosi toma el lado de Manu—. ¿Acaso no confías en


nosotras? Sabes que jamás te juzgaríamos, ¿por qué nos ocultaste esto?

—P-porque... lo siento —murmuro y empiezo a llorar de nuevo.

—¿Por qué te disculpas? —reprende en tono suave Manu—. Tú no nos has


hecho nada. Somos nosotras las que debemos disculparnos contigo. Sospeché
que algo pasaba desde que me comprometí con David. Lamento haber estado
tan centrada en la boda y no percatarme de que nos necesitabas. —Suspira y
se ve tan arrepentida que me siento mal—. ¿El bebé está bien?

—No lo sé.

—¿Tampoco sabes de cuánto estás?

—No me lo han confirmado, pero teniendo en cuenta la última vez que


estuve con alguien, creo que un mes.

—Debemos ir al médico —ofrece Tere—. Asegurarnos que todo está bien,


comprar las vitaminas, hacer los exámenes.

—Es lo mejor —concuerda Manu—, no quiero que te pase algo a ti o a la


criatura. —Sus ojos se tornan húmedos y sé que está pensando en lo que vivió
hace algunos meses.

—N-no quiero ir... sola.

—No vas a ir sola, para eso estamos nosotras. Vamos a cuidarte y a


acompañarte en cada paso que des.

—¿No se supone que debes estar en tu luna de miel?

—Sí —responde con una sonrisa—, pero mi mejor amiga me necesita. Y tú


vienes antes que cualquier hombre en mi vida. Todas ustedes. —Les doy una
mirada a cada una de mis amigas y retengo mi labio tembloroso.

—¿Tú esposo está bien con esto?

—Por supuesto, y si no lo estuviera, me divorciaría de él ahora mismo.


Ustedes son mi familia y la familia está primero.

—Amén, hermana —concuerda Tere.

—Juntas, siempre juntas —murmura Rosi con una dulce sonrisa.

Dejo que algunas lágrimas se derramen de mis ojos y abro mis brazos para
un abrazo. Las necesito y ellas están aquí para mí.

—Vale, ahora vas a alimentarte mientras nosotras nos encargamos de este


desastre. —Tere se levanta y aplaude. Las demás chicas obedecen y se
reparten el trabajo de mi hogar. Mientras sigo devorando lo que me han traído
para comer, las observo ayudarme y le agradezco a Dios por ellas. Son únicas.

Una hora después, cuando me he duchado y he alimentado mi cuerpo —y a


mí bebé— yazco en mi cama, con mis tres mejores amigas a mi lado, viendo la
repetición de Chicago Fire.
—¿No van a preguntarme por él? —susurro. Las tres se vuelven hacía mí,
pero es Manu quien responde por todas.

—No. Cuando tú estés lista para decirlo, estaremos dispuestas a


escucharlo.

—Gracias —respondo. Mi corazón se llena de respeto y amor por ellas. Sé


que desean saberlo, sin embargo me dan mi tiempo y no me presionan para
decirlo.

Aún no me siento capaz de contarles lo que sucedió esa noche.

Me avergüenzo de ello.

Alguien toca a mi puerta nuevamente.

Me remuevo en mi cama y golpeo —sin querer— a Rosi.

—¡Ouch! —murmura y se endereza en su lugar.

—¿Quién carajos es? —gruñe Manu—. Son las dos de la mañana.

—Ve a ver —ordena Tere en un murmullo somnoliento.

—Bien.

Escucho a Manu dirigirse hasta la puerta y comprobar quien es. Una


maldición sale de sus labios y eso nos alerta a todas.

—¿Es un ladrón? —pregunta Tere haciéndonos resoplar a todas.

—¿Cuándo has visto que un ladrón toca para entrar a una casa? ¿Eres tonta
o te haces?

—Lo siento, súper Rosi, no funciono muy bien cuando estoy medio dormida.

—Es Fernando —dice Manu regresando a la habitación. Me tenso


inmediatamente y niego salvajemente con mi cabeza—. Dice que no se irá
hasta hablar contigo.

—Dile que se vaya —pido.

—Ya lo hice, dijo que no y ahora se ha sentado en el pasillo.

—No puedo hablar con él, no quiero.

—¿Estás segura que no es su bebé?


Fulmino con la mirada a Tere y gruño—: Totalmente segura, para esperar
un hijo de él tendría que haber tenido sexo con él. No pasó.

—Bueno, él no te merece —gruñe mi salvaje amiga—. Y perdóname la vida


Manu, sé que es tu hermano; pero ha sido un completo hijo de puta con Fabi.

—No te disculpes, estoy de acuerdo contigo. Mi hermano es un idiota y si


está sufriendo ahora, es su culpa.

—¿Sufriendo? —pregunto molesta—. ¿Él sufriendo?

—Sí —responde Manu y se encoje de hombros—. Él te ama y ahora tú


esperas un hijo de... otro que no es él.

—¿En serio? —gruño indignada—. He estado toda mi jodida vida tras él


como un perrito faldero y nunca, ¡nunca! fue capaz de verme y darme mi
lugar. Tuve que ver su desfile de mujeres, aceptar cada uno de sus rechazos,
¿y ahora dices que es él quien sufre?

—Oye —exclama levantando sus manos—. Yo siempre he estado de tu lado.


Sé por todo lo que has pasado Fabi, sólo digo que él merece estar así ahora. Si
caíste en los brazos de otro hombre es su maldita culpa, no tuya.

—Así es —acuerda Rosi.

—Merece llorar por ti ahora.

—Yo no necesito que llore por mí ahora. Sólo quiero que me deje en paz.

—Eso está difícil —suspira Manu—. Si algo debemos resaltar de los


Quintero, es nuestra tenacidad, persistencia y empeño.

Ahora es a ella a quien fulmino. Me levanto de mi cama y voy hacia la


cocina, tomo uno de los recipientes y lo lleno de agua fría.

—¿Qué haces? —pregunta Tere.

—Apagar la tenacidad de un Quintero —gruño—. Si algo debemos resaltar


de los Ospina es su obstinación y el mantenerse firme en sus decisiones, y yo
ya he decidido que no quiero a Fernando en mi vida.

Ante la mirada atenta de mis tres mejores amigas, camino a la puerta de


mi apartamento, la abro y me congelo.

Ahí, en toda su espectacular gloria, Fernando me mira de pies a cabeza,


comprobándome. Sus ojos se oscurecen un poco, puedo ver los círculos
oscuros bajo ellos, su arrugada ropa, el cabello alborotado como si pasara sus
dedos por él cada dos segundos, el cansancio y la ansiedad; pero lo que me
enfurece es el alivio, el alivio que siente al ver que he abierto mi puerta.
El no merece estar aliviado. Porque no he abierto mi puerta para dejarlo
entrar... la he abierto porque lo que quiero es que se vaya.

Tomo el balde y lo arrojo en su cara, jadea y brama por la sorpresa; el


agua moja su rostro y su pecho, sus ojos se abren totalmente y su boca
intenta articular palabra.

—Vete, y no vuelvas. Pinta un maldito bosque y piérdete en él. ¿Entendido?


—gruño y con toda la energía y fuerza interior que reúno, le cierro la puerta en
la cara.

Adiós imbécil.
Capítulo 2
Fernando
Voy a perder la jodida cabeza.

Lo juro, enloqueceré o haré algo completamente descabellado.

—¿Quieres dejar de pasearte de un lado a otro? —gruñe Sebastián—. Me


estás mareando.

—Entonces deja de vigilarme y ponte a hacer otra cosa.

—Nop. No puedo hacer eso. Debo estar aquí y velar porque tu bestia se
calme.

—Estoy calmado —bramo, desmintiéndome a mí mismo.

—Sí claro —resopla—. Es por eso que casi golpeas a Jefferson por dejar
caer un pedazo de pan en el suelo y gritaste a Lina por llegar sobre el tiempo.
Oh, y no olvidemos la llamada de los proveedores de Suiza, casi los comes
vivos.

Hago una mueca ante sus palabras. Es cierto, mi humor es de mierda y eso
está afectando mi trabajo.

—No puedo no estar molesto Sebas. He intentado hablarle, verla, no me


deja acercarme.

—Bien merecido te lo tienes, compadre. Te lo dije una y mil veces, más


tarde que temprano o ella abría los ojos u otro hombre la reclamaba.

—No me jodas —gruño. Levanta sus manos rendido.

—No me gruñas compañero. Sólo digo la verdad y será mejor que calmes
tu mierda. No permitiré que contamines el ambiente laboral, como amigo
puedo perdonar tu pataleta, pero como socio... haz malditamente algo.

Se levanta del sofá en mi oficina y sale hacia el taller. Suspiro y me dejo


caer en mi silla, frotando mi rostro.
Jamás en mi vida me había sentido tan frustrado y desesperado como
ahora. Ni siquiera cuando sucedió... cuando pasó aquello con Mónica.

Miro una vez más el teléfono. No hay llamadas de Manu ni de Lia... Cristo,
me volveré loco. Necesito saber que está pasando con Fabi, si ella y el... el
bebé están bien.

Mierda el bebé.

Todavía no puedo creer que ella esté esperando un bebé de otro hijo de
puta que no sea yo, pero todos tienen razón, merezco la mierda que me es
arrojada a mí ahora. Esto lo causé yo, es mi maldita culpa que ella haya caído
en los brazos de otro pendejo.

Pero si el cabrón cree que le dejaré fácil el camino, está muy equivocado.
Definitivamente esto me ha sacudo lo suficiente para abrir mis malditos ojos.

Fabiola es mía, sólo mía.

Busco el número de mi hermana y marco.

—Fernando. —Suspira apenas y responde. Lo sé, está cansada de mi


intensidad—. Ella está bien, justo ahora la está valorando el médico. Te
llamaré en cuanto pueda, si ella se entera que estoy informándote... no será
bonito.

—¿Y el bebé? —pregunto antes de que pueda colgarme.

—Sí, hay bebé. La ecografía empezó hace menos de cinco minutos, déjame
ver qué nos dice el médico.

—Gracias manita. Aprecio lo que haces.

—En realidad no sé porque lo hago. No la mereces Fer, la embarraste y no


veo que puedas limpiar este desastre.

—Lo intentaré y si fallo, seguiré intentándolo. —Vuelve a suspirar y sé que


lo duda—. ¿Sabes algo de él?

—No, aún no habla sobre el padre. Y si lo supiera, no voy a decírtelo.

—Pero...

—Te conozco Fernando Quintero, irías tras ese hombre apenas y termine de
decir la última letra de su apellido.

Realmente me conoce.

—Bien —murmuro. Voy a averiguar quién es el maldito y ya veremos que


sucede después. El hecho de que Fabi esconda su nombre y que el pendejo no
haya aparecido no me da buena espina.
—Nos vemos, hermanito.

Maldita espera.

Cinco semanas, casi dos meses calendario de gestación.

Mierda.

Realmente está embarazada.

Miro atentamente la foto que me envío Manu, es la ecografía del bebé.


Aunque no se ve nada, puedo leer en la siguiente imagen los resultados. Ella
está bien, la presión arterial está un poco baja, pero el resto todo está
perfecto.

Han pasado más de dos semanas desde la boda de Manu y desde el


momento en el que sentí como mi corazón se partió en mil pedazos por
segunda vez. En esta ocasión, el dolor fue peor. Mi mundo prácticamente se
vino abajo, la mujer de mi vida me confesó que estaba esperando un hijo, hijo
de otro hombre. Alguien más la tocó, acarició y tomó de la manera en la que
he querido hacer por años.

Suspiro y tomo mis llaves, es hora de ir a acampar frente a su puerta.

Así ella no quiera verme, yo necesito sentirla cerca y asegurarme que está
bien.

—Buenas noches doña Miryam.

—Buenas noches joven. Le he traído un poco de café. —Recibo la taza de


las temblorosas manos de la vecina de Fabi. No sé si es por compasión o
porque la soledad la agobia, pero la anciana de al lado se ha sentado a mi lado
los últimos días, trae siempre dos tazas de café para ambos y algún recuerdo o
memoria para contarme.

—Qué amable, usted es un sol. —Le sonrío y bebo un poco. La observo


abrigarse y tomar asiento a mi lado. Hoy ha llovido y la noche es fría.

—¿No le ha abierto aún?

—No.

—Realmente debiste haberla hecho enojar.

—Fue más que eso mi querida Miryam. La lastimé.


—Entonces, eres un hombre bueno, pero estúpido —dice. Río entre dientes
mientras ella me palmea la espalda—. Mi querido Moisés hizo muchas cosas
buenas, pero cometió muchos errores.

—¿Cómo logro su perdón?

—Lo hice trabajar por él. Además, debió demostrarme que había madurado
y aprendido de su error. Las palabras son fáciles, los hechos... esos son más
complejos, pero mucho más acertados y contundentes.

—Lo tendré en cuenta.

En ese momento, la mujer de mi vida sale de su casa para sacar la basura.


Me levanto inmediatamente para ayudarla, pero me gruñe apenas y me
acerco. Su perfume dulce llega hasta mí y me aturde.

Es mi olor preferido. Ella.

—Fabi yo puedo hacerlo, deja te ayudo.

Me ignora y sigue arrastrando la bolsa hacia los contenedores del final del
pasillo. La fulmino con la mirada y le arrebato la basura, resopla y se cruza de
brazos esperando a que la deje en su lugar. Lo hago y me vuelvo hacia Fabi.

—Nena...

—Buenas noches Miryam.

—Descansa cariño —responde la anciana con una sonrisa. Dejo salir el aire
de mis pulmones y camino nuevamente hasta la puerta que hace segundos fue
cerrada por mi pelirroja—. Ponte a trabajar chico, esa mujer realmente te la
pondrá dura.

—No sé qué más hacer, he intentado hablar con ella, hacerla escucharme,
pero me ignora.

—Entonces no hables —apremia—. Actúa.

—¿Y qué cree que he estado haciendo aquí cada jodido día de las últimas
semanas? —pregunto. Actuar es lo que estoy haciendo. La he buscado,
llamado, acosado y no obtengo nada de ella, sólo desprecio.

—No estás actuando niño, estás mendigando. —Bebe lo último de su café y


se levanta de su lugar—. Ella no necesita escuchar una explicación de tu boca,
ella necesita que le demuestres lo arrepentido que estás y cuánto deseas
tenerla a tu lado —dice alejándose de mí, llega hasta su puerta y con una
suave sonrisa continúa—. Deja de llorar en su puerta, sé un hombre y empieza
a enmendar lo que has hecho.
Parpadeo hacia ella, me guiña un ojo y entra a su casa. Me quedo de pie
contemplando el lugar que antes ocupó Miryam, procesando sus palabras.

Cuando por fin las ideas se aclaran en mi cabeza, tomo mi abrigo y camino
hacia mi auto...

Es hora de actuar.
Capítulo 3
Fabiola
—¿Estás pensando en abrir una frutería o un mercado?

—No —gruño mi respuesta. Manu me mira con una ceja levantada, toma
una manzana de una de las tantas cestas que hay en mi casa y se sienta sobre
el mostrador de mi cocina.

—¿Qué pasa con esto entonces?

—Tu hermano —digo y continúo lavando los platos.

Las cejas de Manu se levantan, está sorprendida, así que mi suposición de


que ella tenía que ver con esto queda descartada.

—Veo que mi hermanito está subiendo el nivel del juego.

—Esto no es ningún juego, Manuela —bramo dejando que mi mal humor


salga a flote—. Tu hermano puede irse a la mierda.

—Oye —Levanta sus manos rindiéndose—, no era mi intención hacerte


enojar. Sólo digo que, esto no es típico de mi hermano. Realmente quiere que
lo perdones.

Resoplo y seco mis manos en un paño.

—Pues que espere sentado. No me interesa, te lo dije Manu, tu hermano ya


me lastimó lo suficiente.

—Lo sé —susurra. Su expresión se torna triste.

—Pero tú no tienes la culpa Manu, él lo hizo solito y tonta de mí que se lo


permití. Pero no más.

—Es sólo que... los quiero a ambos y odio verlos sufrir.

—Por favor —bufo—, ¿tu hermano sufriendo? —me burlo.

—Fabiola, él está sufriendo —gruñe—. Mira, sé que ha sido más que un


idiota contigo, pero él —suspira y me da esa mirada, la clásica mirada de Manu
que puede hacerte creer y sentir cualquier cosa que ella quiera que sientas—,
tiene sus razones para ser así...

—No lo justifiques —interrumpo, doy dos pasos hacia ella—. Nada justifica
la forma en la que me trató y ahora cuando soy yo la que no quiere tener nada
que ver con él, resulta que la víctima es Fernando.

—No estoy diciendo eso —espeta y se levanta—. Hay cosas que no sabes,
ciertas circunstancias que hicieron a mi hermano de esa forma.

—¿De esa forma? —murmuro con desdén—. ¿Ser un idiota?

Suspira fuertemente y niega con la cabeza.

—Fabi, te entiendo. Comprendo por qué razón estás molesta y actúas así.
Sí, Fer es un completo imbécil, pero no siempre lo fue y, aunque digas que
nada justifica sus acciones pasadas, créeme cuando te digo que a sus ojos, ser
así fue la única manera de no perderse.

¿Perderse?

¿A qué se refiere con eso? Fernando siempre ha sido de esa manera, un


idiota mujeriego insensible. Durante todo el tiempo que lo he conocido,
siempre vi el desfile de mujeres y la forma fría en la cual las trataba.

Pero, ¿de qué está hablando Manu ahora?

Sacudo mi cabeza, quitándome ese repentino pensamiento sobre Fernando


y qué pudo haberle pasado.

—No quiero hablar de él. No me interesa.

—Está bien, tampoco quiero discutir contigo por cosas de mi estúpido


hermano. —Sonríe y viene hacía mí para un abrazo—. Ahora, ¿cuéntame cómo
está mi sobrino?

Una mueca se dibuja en mi cara y mis ojos se llenan de lágrimas.

—Está bien —murmuro. Manu comprende lo que hay más allá de mis
palabras. Me estrecha más en sus brazos y me lleva hacia la habitación.

El bebé está bien —o eso es lo que dijo el doctor— pero yo, yo no lo estoy.
Me despierto cada noche llorando, y en el día soy como un zombie. Aún no
logro asimilar lo que está sucediendo conmigo, ni el hecho de que en unos
meses seré madre del hijo de un desconocido con el cual jugué una noche,
cuando mi corazón sangraba por el rechazo de Fernando.

Maldito imbécil. Si tan sólo hubiera ido a casa ese día.


Pero no, verlo con esas dos mujeres me partió el corazón en mil pedazos y
quise enmendarlo como fuera. Incluso si eso incluía ir a un bar y coquetear con
el primer hombre que sonriera en mi dirección. Y ahora, estoy esperando un
hijo de ese hombre cualquiera.

He recordado cada detalle de esa noche, buscando el momento exacto en el


que pudo suceder algo que me llevara a esta situación. Él usó un condón,
estoy más que segura que lo hizo; tropecé con él la mañana siguiente cuando
me levanté para huir, y no porque hubiera sido pésimo, sólo me sentí tan
asqueada conmigo misma.

Jamás había hecho algo así. A diferencia de Manu y de Tere, yo no soy una
de esas chicas de sexo casual. No. Yo prefiero salir en citas, conocer a esa
persona —al menos un poco— antes de permitirle compartir ese tipo de
intimidad conmigo.

Pero ese día estaba tan lastimada, que actué por rencor y ahora debo
enfrentarme a las consecuencias.

La consecuencia.

Una eterna consecuencia.

Es triste que piense de esa manera sobre el bebé; debería sonreír, comprar
miles de cosas de bebé, brincar, y soñar con verle pronto. Pero lo que
realmente siento es... miedo. El más increíble y puro terror.

¿Qué voy a hacer con un bebé?

—E-esto no es lo que yo quería —murmuro. Las lágrimas comienzan a


descender por mis mejillas—. ¿Qué voy a hacer con un bebé? Ni siquiera sé si
seré una buena madre, yo... yo apenas y tengo unas semanas de embarazo y
no he podido hacerme a la idea de que aquí —Señalo mi estómago—, hay una
criatura.

—Fabi —susurra y mis ojos van hacia los suyos. Hay tanto dolor en ellos y
entonces recuerdo... oh mierda—. Manu, oh Manu, yo... lo siento.

—No, no tienes por qué sentirlo Fabi. Te entiendo, sé lo que estás sintiendo
y lo que estás pasando. Y si quieres mi sincera opinión, te diré que si ese bebé
ha llegado a tu vida, es porque así tenía que ser; da miedo, te asustarás y te
preguntarás mil veces si estás lista para ello o si podrás ser una buena madre
—Me sonríe en medio de sus ojos acuosos—, y lo serás, porque eres fantástica,
eres única y la persona más pura y buena de este mundo. Pero, es tu vida, tu
cuerpo, tu decisión y sea cual sea el camino que tomes, estaré aquí, todas
estaremos aquí para ti.
—Eso lo sé, sin ustedes, sin ti Manu no sé qué sería de mí. —Suspiro y
limpio mis lágrimas—. Pero esto es tan confuso, y me siento... vil, necia, sucia.
—Mi voz se quiebra con estas últimas palabras.

—No digas eso, no te permito que digas o pienses eso de ti misma —gruñe
y me sacude un poco—. Tú estás lejos de ser eso.

—Pero así me siento. Por Dios —jadeo—. Permití que un hombre del que no
recuerdo ni su apellido, me embarazara. ¿Qué tan estúpida me hace eso?

—No te hace estúpida, sólo vulnerable. Eras una mujer vulnerable,


lastimada. Si no te hubieras sentido así, no hubieras hecho algo como eso.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque te conozco. Es por eso que sé, serás la mejor madre que ese bebé
pueda soñar.

—¿Y el padre? ¿Qué le diré al niño cuando pregunté por él?

—¿Acaso él no quiere saber nada del bebé? ¿Te dio la espalda? —brama
empuñando sus manos y asumiendo esa postura de "Voy a patear sus
traseros".

—Ni siquiera lo sabe.

—Oh. —Se queda en silencio contemplando el vaivén de las cortinas—. ¿P-


puedo preguntar?

Cierro los ojos y suspiro.

—Es el gerente de uno de los clubs del centro. —Muerde su labio y ruedo
los ojos—. Escúpelo.

—¿Por lo menos es de esta era? ¿No debe usar pastillas ni aparatos para...
fue bueno?

—Sí, lo fue. Y es joven, también sexy.

—Bueno, eso es algo. —La golpeo en el brazo y sonríe—. Me refiero a que


por lo menos tuviste un orgasmo. ¿Te imaginas donde hubiera sido el peor
sexo de tu vida?

—Hubiera sido terrible.

—Así es.

Un silencio pasa mientras las dos pensamos en diferentes escenarios, cada


una recordando el peor sexo que hemos tenido. La nariz de Manu se arruga y
su cuerpo se estremece haciéndome reír.
—No quiero pensar en eso. Nunca, jamás.

—Por mí está bien —digo con una sonrisa en mis labios—, tampoco quiero
recordar a Luis.

—¿Luis? ¿Cómo el Luis, el ex vecino de Rosi? —pregunta sorprendida.


Asiento, abre y cierra su boca buscando las palabras correctas—. Pero... ¿te
acostaste con él? ¿Cuándo?

—Salimos dos veces aquella semana que viajaste a Medellín para traer las
nuevas telas. Fue lindo.

—Oh mi Dios. —Se ríe—. Que perversa Fabi, ¿el chico no era algo así como
casi virgen?

—Ujum —murmuro y me cubro el rostro.

—Así que... —empieza meneando las cejas.

—Cállate. —Empujo un cojín en su cara.

No se lo esperaba y cae en el respaldo del sofá, me sonríe y agarra otro


tirándolo en mi rostro, pronto estamos luchando por quién logra golpear más
el rostro de quien. Unos minutos después, ambas estamos recostadas en el
suelo, Manu toma mechones de mi cabello y lo peina.

—Deberías decirle.

Me tenso ante sus palabras. No respondo, me quedo contemplando el techo


de mi casa y pensando en esa noche; en lo fácil que se lo puse a ese hombre,
la forma en la que hui y cómo ahora voy a buscarlo nuevamente, después de
varias semanas.

—No lo sé, ¿y si no me cree?

—Bueno, pues le muestras la ecografía. —Abro mi boca, pero ella me


detiene hablando primero y dejándome sin excusas—. Y si continúa
negándose, sencillo. Lo dejas y cuando te pregunten por el padre de tu bebé,
podrás decir que lo intentaste.

Parpadeo, asimilando sus palabras.

Tiene razón, pase lo que pase, al menos lo voy a intentar.

—Tienes razón —digo justo cuando el timbre de mi puerta suena.

Me levanto y voy con cautela para verificar quién es. La mirilla me enseña a
un repartidor, en sus brazos hay una bolsa de compras. Frunciendo el ceño,
abro la puerta.

—¿Fabiola Ospina?
—Sí —respondo precavida.

—Esto es para usted —dice, me entrega la bolsa y me pide que firme, lo


hago y luego se ha ido.

—¿Qué es? —pregunta Manu viniendo hacia mí.

—No lo sé —digo, me da una mirada de "ábrelo, ¿qué mierda esperas?" y lo


hago.

Mi respiración sale de un solo golpe cuando descubro lo que es.

—¡Oh Dios Mío! Es hermoso —chilla Manu y arranca el mameluco de mis


manos.

Esculca la bolsa —ya que aún estoy congelada en mi lugar— y saca otros
accesorios de bebé, un par de pantuflas en forma de garras, alguna clase de
malteadas para mujeres en estado de gestación y un libro de nombres.

Manuela expone todo en el mostrador de mi cocina y mi corazón se aprieta


al verlo. Mi mano, de alguna manera, va hasta mi vientre y lo frota. Parpadeo
las lágrimas que amenazan nuevamente con salir y camino lentamente hacia
los regalos.

Observo consternada los primeros obsequios del bebé y algo dentro de mí


se enciende. Como un interruptor. Tomo las pantuflas con cuidado y las acerco
a mi pecho, el olor a talco de bebé envía un calor a mi corazón y, por primera
vez desde que me enteré que estaba embarazada, sonrío ante esa realidad.

—¿Quién lo envía? —pregunto observando el libro. Manu deja los tarros de


malteadas y busca la tarjeta.

—Uh-oh. —Entrecierro mis ojos hacia ella y arrebato la nota de sus manos.

Aunque no quieras verme, aunque no quieras saber nada de mí...

Yo no descansaré hasta asegurarme que tú y el bebé estén bien.

Cuídate cariño,

Fernando.

T.Q.
Capítulo 4
Fabiola
He estado mirando por la ventada y por la mirilla de mi puerta desde la
tarde de ayer y eso me molesta, mucho.

Gruño y vuelvo pataleando hasta mi cocina, me preparo una de las dichosas


malteadas que recibí ayer —son deliciosas— y me dejo caer en mi sofá para
ver algo en la televisión. Estos últimos días he estado trabajando desde casa,
debido a mi condición emocional, soy tan inestable; en un momento estoy
riendo y al siguiente llorando. Además, los olores fuertes y el movimiento
excesivo me hacen devolver todo lo que he comido.

Mis ojos vuelan hacia la puerta nuevamente y golpeo el cojín. Debo dejar
de hacer esto. Se supone que quería que se fuera, no entiendo por qué busco
su sombra bajo la puerta ahora.

Tal vez porque todos sus regalos me sorprenden, de buena manera, aunque
finja lo contrario. No lo he visto, desde ese día que le dije se apartara de mí, lo
ha hecho y no sé por qué me siento un poco decepcionada de ello. Soy un
maldito caos, se supone que debo odiarlo con todas mis fuerzas y querer verlo
a miles de kilómetros de mí, pero no es así.

Muy en el fondo no he dejado de quererlo.

Suspiro y termino de beber mi malteada. Incluso se aseguró de enviarme


sólo lo que me gusta o las cosas que disfruto. No quise preguntarlo, juro que
me contuve lo más que pude, pero terminé preguntándole a Manu si sabía algo
de su hermano. Fingí desinterés, pero ella no lo compró, su sonrisa me dijo
que estaba lejos de creer me desinteresaba su hermano.

Así que, para dejar de añorar los mensajes, las visitas inesperadas y las
llamadas a cada hora; recuerdo todos sus desplantes y el sinfín de mujeres
que vi a su lado, eso logra aplacar el loco sentimiento de añoranza.

Tomo el libro de nombres que me envió ayer y decido echarle un ojo. Esta
mañana, mientras me bañaba, le hablé por primera vez a mi bebé. Fue
extraño y me sentí algo tonta, pero Rosi me aseguró que ellos pueden percibir
las emociones y los sentimientos de su madre. Entonces volví a hablarle y ya
no me sentí tan ridícula.

Revisé nuevamente los exámenes y la ecografía que me hicieron la semana


pasada, tratando de comprobar que todo esté bien. Después de lo que le pasó
a Manuela, no quiero vivir algo como eso. Todavía se me hace difícil asimilar
mi estado actual y llamarme a mí misma una mamá, pero veo esas pantuflas y
la ecografía en mis manos y algo cálido se asienta en mi pecho, dibujando una
sonrisa en mis labios.

Puedo hacerlo.

—Bueno, ahora sí podemos ver a este bebé.

Intento, de verdad intento ver un bebé en la pantalla, pero lo único que


logro identificar entre las manchas negras y blancas, es una especie de
pequeño saco. Un saco que es mi bebé, según lo que dice el doctor.

Manuela y Tere juntas sus cejas, tratando al igual que yo, de darle sentido
a la imagen. Me rio un poco cuando Tere saca su lengua y la muerde,
totalmente concentrada. La doctora habla sobre las medidas de mi hijo y
algunas otras cosas más, que ya sé o mejor dicho, que alguien me dijo.

Los mensajes de Fernando regresaron, pero en vez de suplicarme perdón,


cada día envía información sobre el desarrollo del bebé, links de cuidados
alimenticios, recetas para controlar el nivel de azúcar y sal en la sangre,
ejercicios para relajar el cuerpo; entre mil cosas que se supone, toda mamá
debe saber o que los médicos deben enseñarle.

Es como si fuera mi médico personal, o... el padre del bebé.

Lo único que no ha hecho es venir a verme. No sé cómo sentirme al


respecto. Y eso me cabrea, no se supone que esté confundida por Fernando,
debo odiarlo.

Sigo pensando en su mensaje antes de venir aquí. Al parecer, alguien —


estoy segura de que es Manu— le informó sobre mis consultas y mis siguientes
movimientos. Quisiera sentirme molesta con ella, pero, cada vez que él envía
un mensaje... me gusta.

Pero jamás lo aceptaré o reconoceré. Me comeré mi propia lengua primero.

Mi mantra para evitar caer y perdonarlo es recordar el día de la fiesta de la


boutique, la manera en la que me rechazó y luego corrió tras otra mujer.
Pensar en ello funciona, tan bien, que en estos momentos deseo ahorcarlo
nuevamente.

—Muy bien —dice la doctora regresándome al presente—. Todo avanza


perfectamente. Voy a enviarte algunas vitaminas y otras recomendaciones. Te
enviaré por correo el calendario con las citas programadas desde ahora hasta
que este pequeño retoño decida nacer.

—Gracias doctora.

—De nada, a cuidarse mamá.

Mamá.

Cada día me gusta más esa palabra.

Manuela y Tere exigen una copia de la ecografía, sonrío ante el entusiasmo


de ambas. Rosi no me acompañó esta vez, Cintia ha estado muy indispuesta
los últimos días; el peso del bebé es demasiado para su joven cuerpo y la
amenaza de un parto prematuro se hace evidente.

Espero que todo salga bien para ella. Hemos cruzado algunas palabras
estos últimos días y reconozco que sentí algo de vergüenza cuando vi la
seguridad y el amor tan fuerte que siente ella por su hijo. Es una chiquilla de
quince años y no se escondió ni se lamentó como yo lo hice, yo que soy once
años más madura.

—¿Quieres ir a comer algo? —pregunta Manu. Inmediatamente la imagen


de una deliciosa ensalada de papa y unos nuggets de pollo en Frisby se cuela
en mi cabeza.

—Ya empezó a salivar como cachorro, por supuesto que quiere comer —
murmura Tere ganándose una mirada de ambas—. ¿Qué? Así son los
cachorros, ¿no?

—No me compares con un perro. Pero sí, tienes razón. Quiero ir a comer.

Vamos al Frisby que está más cerca y hago mi pedido. Noto que el móvil de
Manu no deja de pitar y me siento mal.

—Manu, ¿no deberías estar con tu esposo?

—¿Eh? —Levanta sus ojos de la pantalla y me mira confundida.

—Están recién casados y tú sólo has estado cuidándome. No debes hacerlo,


puedo sola. No quiero interferir en su matrimonio... mereces ser feliz.

—¿Por qué razón crees que no soy feliz?


—Bueno, si yo me hubiera casado hace un par de semanas, me hubiera
gustado estar con mi esposo lejos de todo y disfrutar de su compañía.

—Si esto fuera al revés y yo estuviera en tu lugar, ¿qué harías tú? —


pregunta y estrecho mis ojos. Porque haría exactamente lo mismo que ella,
estar ahí, al pie del cañón.

—Si tú estuvieras viendo como tu mejor amiga no pude disfrutar de su luna


de miel por tus errores y las consecuencias de los mismos, ¿cómo te sentirías?
—devuelvo. Tere se queda mirándonos pensativa—. ¿Qué crees que sentiría mi
esposo?

—Bueno, él comprende Fabi. Te amo y siempre estaré aquí contigo, no


importa qué.

—Lo sé Manu, pero no quiero ser una carga. No quiero que mis amigas
detengan su vida para poder ayudarme a lidiar con mis problemas —
murmuro—. Yo me metí en este lío, así que debo ser yo la que trabaje por salir
de él, no ustedes.

—Fabi...

—Ella tiene razón, Manu —dice Tere. Le doy una mirada y me sonríe—.
Tienes un hogar ahora, un esposo que cuidar, ya has hecho mucho, déjala
ahora a ella tomar las riendas de su vida y ve a disfrutar de tu maridito.

—Pero...

—Sin peros —interrumpo—, quiero verte feliz amiga. Ve, si necesito de ti


puedo llamarte. Pero de verdad no quiero seguir siendo el motivo por el cual
pospones tus planes con David. Él tampoco se lo merece, por muy
comprensivo que sea, puede cansarse y ustedes se aman, merecen disfrutar
de ese amor.

Sus ojos van de Tere hacia mí, quiere refutar, negarse y decir que se
queda; pero ve mi suplica y accede.

—Está bien. —Suspira y relaja sus hombros—. Pero prométeme, Fabiola


Ospina, que si necesitas algo o sucede cualquier cosa, me lo dirás.

—Lo prometo.

Me trago mi ansiedad y tomo un respiro profundo antes de abrir la puerta y


entrar.

Lo que le dije a Manu es cierto.


Es momento de afrontar mis problemas, mi vida como la mujer hecha y
derecha que soy. Decidí dejar a mis padres como últimos para confrontar, así,
cuando decidan someterme a las mil preguntas, pueda decirles exactamente
en qué situación estoy.

Observo el lugar y voy directo hacia la barra. La joven camarera me mira


de forma extraña. No es usual que un viernes en la noche, una mujer entre a
un club vistiendo lo que yo visto.

Un saco de cachemira verde, jeans y converse. Maquillaje mínimo y mi


cabello, es un moño desordenado en la cima de mi cabeza.

—¿En qué puedo ayudarte? —pregunta, evaluándome de pies a cabeza.

—Estoy buscando a Nicolás —respondo. Sus ojos se agudizan y me observa


con sospecha.

—¿Y quién lo busca?

—Fabiola.

—Mira Fabiola —dice, estirando una mano para alcanzar una botella de
Buchanans—, cualquier cosa que sea, haya pasado entre mi jefe y tú... —Me
entrega la botella y la miro confundida—, ya pasó. Supéralo y déjalo tranquilo.
No queremos un espectáculo hoy.

—¿Perdón? —gruño molesta—. Mira chiquilla, será mejor que llames a tu


jefe ahora mismo, antes de que empiece a gritar a los cuatro vientos que
acabas de proponerme que me prostituya en este lugar.

—¿Estás loca? —chilla.

—Pruébame y lo verás. —Me alejo un poco de la barra y pongo mis manos


en mis caderas— ¿Qué mierda? —grito, ganándome la atención de las
personas más cercanas—. ¿Acaso crees que soy una puta? Sí ustedes están
buscando...

—¡Oye! ¡Basta! —grita y se abalanza sobre la barra para alcanzarme—.


Está bien, lo llamaré.

Se vuelve hacia un pasillo que conduce a unas escaleras. Me siento en un


taburete y golpeo con mis uñas la barra, intentando calmar mis nervios. Unos
minutos después, el hombre que donó su ADN para mi hijo, irrumpe con cara
de pocos amigos. La camarera me señala y él mira hacia mí. Al principio luce
confundido, pero me reconoce y una sonrisa se dibuja en su cara.

—Hola Roja —saluda apenas y llega a mi lado. Ruedo mis ojos ante su
estúpido apodo y los recuerdos de esa noche cuando no dejó de llamarme de
esa manera.
—Nicolás, tenemos que hablar. —Inmediatamente la sonrisa en su cara
titubea. Sin embargo, accede y me pide que salgamos del bar.

Me resulta extraño que me pida aquello, preferiría hablar en su oficina, pero


él ya está caminando hacia afuera.

—Dime cariño, ¿qué te trae por aquí? —susurra la última parte y me


estremezco. No por placer, por asco.

Nicolás no es un hombre feo, si recuerdo bien está en sus treinta y cinco


años. Es alto, acuerpado y tiene un rostro firme, su mandíbula y nariz son
rudas. Es atractivo de forma tosca, incluso sus ojos café son duros.

—Yo... yo...

—¿Sí? —apremia revisando su teléfono

—Estoy embarazada —digo. Un suspiro sale de mí y siento un peso ser


levantado de mí, sólo para que otro sea añadido cuando él me observa sin
comprender—. Un bebé —murmuro—. Estoy esperando un hijo tuyo.

Su cuerpo se tensa inmediatamente y su mandíbula se aprieta. Guarda el


teléfono en su pantalón y estrecha sus ojos —ahora más oscuros e irritados—
hacia mí.

—¿Esto es una jodida broma? —dice fríamente.

—No. Yo… —Suspiro y trato de controlar los nervios y el terror que


amenazan con hacerme devolver el sándwich que queso que comí antes de
venir—, me enteré hace poco.

—No es mío. No me permito tener más hijos.

Sus palabras me golpean y debo retroceder un poco.

—¿Más hijos? —chillo.

—Así es. Mi esposa y yo ya tenemos los suficientes. —Me fulmina con la


mirada y le hace señas a alguien que pasa cerca de nosotros—. Mira —Saca
unos billetes de su cartera y me los ofrece—, te ayudará con el taxi. Ve a casa
y piensa muy bien tu próximo movimiento, y espero que no sea conmigo.

—¿Qué? —jadeo conmocionada. Tiene una esposa e hijos. Me acosté con un


hombre casado.

No puede ser, oh Dios mío, ¿qué mierda hice?

Entonces, las siguientes palabras penetran mi conmoción.

Golpeo la mano que extiende el dinero hacía mí y espeto:


—No estoy haciendo ninguna jugada, estoy embarazada y es tuyo. No he
estado con nadie en...

—¿Y tú crees que voy a tragarme ese cuento? —gruñe y no puedo evitar
estremecerme por su dura mirada y su cruel tono.

—Sí, es tuyo Nicolás. Tengo exactamente once semanas. —Mis manos se


estrechan cuando lo escucho soltar una risa cínica.

—No me vengas con estupideces... ¿Fabiola no? —Gruño un "sí". El idiota ni


se acuerda de mi nombre—. Mira, no eres ni la primera ni la última mujer que
usa esta... estrategia para cazar a un hombre, pero es realmente patético lo
que haces. Y más que utilices a un bebé.

—Yo no...

—Segundo, ¿quién malditamente me asegura que justo después de irme de


tu cama no me reemplazaste con el siguiente sujeto que te dijera cuan bonitos
son tus... —Mira hacia mi escote y sonríe nuevamente—, ojos?

—¡No te atrevas a insinuar que soy...

—Una puta. Lo eres. ¿Quién se acuesta con el primer pendejo que le


sonríe? Sólo una puta.

—Tú, hijo de...

Intento lanzarme hacia él, pero soy empujada antes. Nicolás se ubica justo
frente a mi rostro, el suyo contorsionado por la rabia, me aprisiona mientras
gruñe:

—Permanece lejos de mí, de mi familia y de mi esposa. Si te embarazaste,


ese no es mi jodido problema, yo no fui el pobre necesitado de afecto que se
lanzó al primer tiburón al acecho. Ese bebé es tu problema, no mío. —Su mano
toma fuertemente la mía, hago una mueca por el dolor de mi corazón y el de
mi muñeca, las lágrimas se derraman por mis mejillas—. Si vuelves a
acercarte, la próxima vez no te daré sólo una advertencia. Permanece lejos de
mí. —sisea y me empuja, me siento caer hacia atrás, extiendo mis manos a los
lados tratado de equilibrarme, pero es imposible; cuando siento que es
inminente mi caída, unos brazos me sostienen y me atraen hacia la seguridad
de un pecho sólido.

Mis ojos se elevan para confirmar lo que mi cerebro ha registrado al sentir


ese particular olor de perfume... el aire sale de mis pulmones.

Ahí, tomándome en sus manos se encuentra Fernando, su rostro furioso no


se atreve a mirarme aún, él está apuntando toda la ira que hace a su cuerpo
tenso, hacia el padre de mi hijo.
Ruge y, con la delicadeza que puede reunir en un momento como este, me
tira detrás suyo para lograr lanzarse sobre Nicolás. Su puño acierta en el rostro
del hombre que hace unos momentos estuvo gritándome y cae al suelo,
cubriendo su sangrante nariz.

—Nunca, en tu puta vida, te atrevas a tocarla de esa manera. Te mataré


infeliz, juro que te mataré.

—¡Fernando! —grito, pero es inútil, él está en una misión ahora y esa


misión es acabar con Nicolás.
Capítulo 5
Fernando
Fulmino con la mirada al tipo frente a mí.

Que ni crea que su uniforme tiene alguna repercusión en mí. Me vale


mierda que sea policía, o que me haya esposado y traído a la estación de
policía.

El hijo de puta que molí a golpes se lo merecía, primero por haber tratado
de esa forma a Fabi y segundo, porque el maldito imbécil es el padre del bebé
que espera. Y no sólo eso, el muy malnacido negó que fuera suyo —como si
Fabiola estuviera de pene en pene por toda la ciudad—, si ella dice que es de
él, es porque es cierto.

La sangre me hierve sólo de recordar la forma en que se levantó sobre ella,


sus horribles palabras —las que alcancé a escuchar— y luego tiene el puto
descaro de empujarla. Era hombre muerto desde antes, pero al ver lo que
hizo, concluí que su muerte debería ser dolorosa. Lo más dolorosa posible.

Lástima que la policía llegó antes de que pudiera reconstruir su rostro


nuevamente, les tomó cuatro hombres para arrancarme de encima del maldito.
Fabi no se alejó de mi lado, incluso le gritó al policía cuando me estrujó y subió
a la patrulla conmigo.

Ella está declarando en la otra habitación mientras yo estoy aquí, siendo


interrogado por este estúpido policía.

—A ver si entendí —gruñe. Sus enormes cejas se fruncen y recuesta su


espalda en la silla—. Dices que el hombre, al cual casi matas a golpes, es el
padre del hijo que lleva la mujer de la cual estás enamorado; y que lo
golpeaste porque se negó a ayudar a tu mujer y no le bastó con llamarla una
puta, sino que también la lastimó.

Gruño recordando como el cuerpo de Fabi casi golpea el suelo.

—Sí.
—Bueno, extraoficialmente —Suspira y para mi sorpresa una pequeña
sonrisa se dibuja en su cara—, creo que fuiste indulgente con el hijo de puta.
Yo en tu lugar hubiera hecho mucho más que sólo golpear su rostro.

Parpadeo y lo miro confundido.

—Si alguien no hubiera interferido, probablemente hubiera logrado hacer


mucho más.

—Ah, pero ahí está el problema. Alguien nos llamó por una riña callejera,
somos la autoridad aquí chico, debíamos actuar. —Se levanta y va hacia la
cafetera, sirve un poco para él y trae otra taza para mí—. Sin embargo, si
hubiera sabido por qué razón un hombre estaría golpeando a otro fuera de un
club, me hubiera tardado un poco más. Pero como ya ves, no todo es perfecto
en esta vida.

Tomo la taza que me ofrece y sin quererlo, una sonrisa se dibuja en mis
labios por sus palabras.

—Pero —dice y hago una mueca—, lo siento chico, siempre hay un pero. En
fin, como decía, somos la autoridad y aunque yo probablemente hubiera hecho
lo mismo; debo dejarte guardado por veinticuatro horas, ese es el castigo.
Espero que mientras estás en la celda medites muy bien sobre lo que sucedió e
idees una forma lenta y tortuosa de acabar con el tipo; oficialmente espero
que este comportamiento no se vuelva a repetir. Tienes suerte de que el hijo
de puta le tenga miedo a su esposa y haya optado por no demandarte y sólo
decir que fue un accidente en su club.

—Hijo de puta.

—Así es, pero bueno chico. En unas horas podrás regresar a la pelirroja que
está esperando por ti fuera de esta horrible habitación.

—¿Está aquí? —pregunto preocupado, el policía Martínez asiente y me


cabreo—. Está embarazada, ella debería estar en casa descansando, no aquí.

—Dile eso a ella, se ha negado a irse hasta no asegurarse que no te


meterás en más problemas.

—No debería, primero está su salud.

—En ese caso, la haré pasar rápido para que te compruebe y pueda ir a
casa.

Asiento y le agradezco. Me recuesto en la silla y bebo un poco de café.


Unos minutos después, la puerta es abierta y Martínez deja pasar a Fabi. Está
furiosa, sus brazos se encuentran cruzados sobre su pecho y patalea hasta
llegar frente a mí, sus ojos se estrechan en mi dirección, abre su boca y yo me
preparo para que me envíe a la mierda.
—¿Qué estabas pensando? —gruñe—. No, espera, no estabas pensando.
Porque sencillamente una persona cuerda no habría hecho lo que hiciste.

—Él te lastimó.

—Me empujó, sí. Pero creo que un sólo golpe habría bastado. ¡Casi lo
matas!

Bufo.

—Hubiera sido lo mejor, está robando aire.

—¡Por Dios! —jadeo observando mis nudillos lastimados—. Mira nada más.

—Gajes del oficio. —Intento bromear pero fallo.

—¿Gajes del oficio? ¿En serio Fernando? —chilla y su rostro se vuelve rojo
por la molestia—. Pudiste haber ido a la cárcel.

—Estoy en ella.

—Sí, pero te soltarán en poco tiempo.

—Estoy bien.

—No, no lo estás. Tú no te detuviste —murmura y baja su rostro—. Pensé


que de verdad lo matarías.

—Se lo merecía cariño, él te lastimó.

—Deja de decir eso, sólo me empujó

—Y casi caes al suelo, si yo no hubiera estado allí. ¿Sabes lo que un mal


golpe pudo haber hecho a tu salud, a la salud del bebé?

—Sí, lo sé —responde en un bajo e inseguro tono de voz. Sus brazos van


hacia su cintura y se abraza a sí misma.

Me levanto inmediatamente y voy hasta ella, dudo sólo un segundo antes


de tomarla en mis brazos y abrazarla.

—Todo está bien —murmuro y froto su espalda, cuando empieza a


sacudirse por el llanto—. Todo va a estar bien.

—Él m-me dijo cosas ho-horribles —solloza.

—Y por eso merecía que le destrozara hasta el alma.

—Yo... yo sólo tenía que decirle, él es el padre... pensé que si lo sabía... —


Su voz se rompe y llora más fuerte. Me parte el alma verla de esa manera y
me provoca tomar nuevamente al hijo de puta y golpear su mierda.
—Tú no necesitas de ese hijo de puta Fabi, y si yo fuera su hijo, preferiría
vivir toda mi vida sin conocerlo que ver a mi madre pelear con él por un poco
de atención para mí —digo porque es lo que pienso y siento. Ella es una mujer
fuerte, valiente, exitosa, buena y bondadosa; podrá sacar adelante a ese bebé
y muchos más—. Además, tú nunca estarás sola. Tienes a las chicas... y,
también me tienes a mí.

Le sonrío y limpio sus lágrimas con mis pulgares, acunando su rostro entre
mis manos. Miro sus hermosos ojos, rojos y tristes por el llanto y quiero
desgarrar la piel de ese pendejo. La vuelvo a encerrar entre mis brazos y beso
su cabeza.

—Pueden irse —dice Martínez abriendo la puerta abruptamente—. Y hay


unas personas esperándolos en la sala.

—¿Personas? —pregunta Fabi saliendo de mis brazos. Maldigo internamente


al policía por interrumpir este momento.

—Sí, los padres y amigos de ambos —responde y el rostro de Fabi pierde


todo el color.

—Oh Dios, ¿mis padres? —chilla entrando en pánico.

—Cariño, cálmate. —Intento tranquilizarla, pero se aleja de mí.

—Ellos... ellos no saben sobre Nicolás. Ni siquiera he podido hablar con


ellos. Jesús, ¿qué me pasa?

—Oye —susurro plantándome frente a ella—, tú puedes. Vamos, los


enfrentaremos juntos.

Asiente y la tomo de la mano para salir, en la sala de espera encontramos a


mi familia, las chicas y los padres de Fabi.

—¿Qué demonios pasó? —grita Manu y corre hacía nosotros.

—¿Están bien? —pregunta Lia.

—Estamos bien, sólo un percance en la calle —respondo por ambos, Fabi


está congelada a mi lado

—¿Un percance? —chilla mi hermana menor—. ¿Y por eso tienes tus


nudillos en carne viva?

—Nena —murmura David, pero mi hermana lo ignora.

—Te metiste en una pelea —afirma. Asiento y suspiro.

—¿Por qué? —Lia hace eco de la pregunta en la mente de todos. Abro mi


boca para contestar, pero Fabi se adelanta.
—Por mí —susurra. Levanta su mirada del suelo y contempla a todos—. Él
se peleó por mí. En mi defensa.

—¿Alguien te atacó? —gruñe Teresa, viniendo hacia Fabi para comprobarla.

—Algo así.

—¿Perdón? —espeto molesto—. Eso no fue algo así, ese hijo de puta te
lastimó.

Los padres de Fabi aspiran fuertemente. Nelly se acerca y abraza a su hija.

—¿Qué fue lo que sucedió mi niña?

—Yo... —Suspira y sus ojos van hacia mí—. Estoy embarazada —dice y sus
padres asienten expectantes—. Fui a buscar a Nicolás para decírselo, pero él
no...

—¿Nicolás? —preguntan todos al tiempo. Quienes más confundidos se ven


son Nelly Y Joaquín. Sus ojos van entre Fabiola y yo.

—E-el padre del bebé.

—¿Qué? —jadea don Joaquín—. Pero yo creí que eras tú —dice,


señalándome.

—No —gruño—, no lo soy. —Pero moriría por serlo.

—No comprendo. —Nelly observa a su hija con miles de preguntas en sus


ojos.

—Cometí un error, mamá. Una mala decisión que ha traído a este bebé a
mi vida y no creo que él tenga la culpa de que yo sea una mala cabeza. Lo
siento, papá, mamá; sé que no esperaban esto de mí, pero es lo que es —dice
y estrecho su manos, dándole todo mi apoyo—. Estoy esperando un hijo, en
unos meses seré mamá y no voy a lamentarme por ello.

—Fabiola, nosotros... sólo no... —balbucea Nelly.

—Entendemos —interrumpe Joaquín—. Eres una mujer, hija mía. Todos


somos unos cabeza hueca en algún momento de nuestras vidas y no por eso
debemos ser juzgados —musita abrazando a Fabi, mi mano suelta la suya para
permitirle corresponder al gesto—. Estamos aquí y si ese hombre quiere
perderse la vida de su hijo, ten por seguro que yo no me perderé ver a mi
nieto crecer.

—Gracias papá —llora Fabi y se aferra a su padre. Su madre está un poco


más reticente y en su rostro se puede ver que no está muy conforme con lo
que ahora conoce.
—Mamá…

—Yo no puedo decir nada justo ahora. Agradezco a Dios que estés bien,
pero... esto es demasiado para mí. Yo no quería esto para ti, no así. —Se
vuelve hacia la salida, no antes de que podamos ver las lágrimas formándose
en sus ojos y la decepción en ellos.

—¿Mami? —La voz de Fabi está cargada de dolor y eso me parte el corazón.
Su padre niega y besa su mejilla.

—Déjala mi niña, ya se le pasará. Ve a casa y descansa, mañana iré a


visitarte para que me muestres como están tú y mi nieto.

Tomo la mano de Fabi y la llevo hasta afuera. Mi familia y las chicas se


unen a nosotros. Fabi permanece callada y distante mientras regresamos a su
casa. Rosi le ofrece algo para comer, niega y va directo a su cuarto; doy un
paso para seguirla, pero se vuelve y me da una mirada que me hace
detenerme.

—Quiero estar sola —dice. Sus ojos van hacia los demás haciendo obvio
que habla con todos—. Necesito estarlo.

—Fabi...

—¿Acaso no entiendes? —Interrumpe mis palabras—. Dije que quiero estar


sola. Además, tú sigues siendo mi persona menos favorita, incluso si me
defendiste hoy, eso no compensa las muchas otras veces que tú me hiciste
daño. Estoy cansada de perdonar sólo para volver a ser herida.

Me da su espalda y se encierra en su cuarto. Dejo escapar un suspiro y


cierro mis ojos. Alguien viene para abrazarme y abro los ojos para
encontrarme a mi hermana menor.

—La has lastimado mucho Fer, para ella no es fácil olvidar todos esos años
de desplantes.

—Lo sé Manu, soy consciente de lo idiota que he sido toda mi jodida vida,
pero... simplemente no sé qué más hacer.

—No rendirte, eso es lo que tienes que hacer —dice con una sonrisa—. ¿La
amas?

—Yo... sí.

—Entonces lucha, sigue peleando por ella. Aunque esté herida, sé que aún
te ama... —Me da unas palmaditas en la espalda y camina de regreso a su
esposo, dejando salir las siguientes palabras—: Recuérdale por qué lo hace y
confírmale por qué debería seguir haciéndolo.
Suspiro me doy ánimos a mí mismo porque la amo y porque seguiré
luchando... no importa cuánto me tome, lo haré...

...Por mí, por ella, por ese bebé, por todo.


Capítulo 6
Fabiola
—No te preocupes Fabi, ya se le pasará. Sólo dale tiempo.

—Lo sé Rosi, es sólo que... —Sollozo y me enojo conmigo misma por ser
una estúpida sentimental—, yo la necesito. Es mi mamá.

—Yo la entiendo Fabi, créeme. Cuando pienso en que algo como lo que te
está pasando a ti, pueda sucederle a mi Sara, bueno, duele.

—No quise defraudarla.

—Ella no está decepcionada de ti, lo está con ella. Nosotras las madres
tendemos a culparnos por los errores de nuestros hijos. Siempre queremos lo
mejor para ustedes y, cuando eso no sucede, sentimos que les hemos fallado.

—Eso es tonto, mi madre no me dijo que fuera y... y... me acostara con el
primer imbécil.

—No, pero es así como nos sentimos.

—¿Qué debo hacer entonces?

—Ve y habla con ella.

Me quedo pensando por un momento en esas palabras, me imagino que el


bebé que llevo dentro pueda ser una nena y que pase exactamente por lo
mismo y no, definitivamente no quiero eso para ella o él. Me aseguraré de que
nunca pase por esto, le hablaré y le haré saber que es muy valioso o valiosa y
que no debe permitir que nadie haga dudar de lo que vale y de lo que merece.
Definitivamente una noche con un idiota como Nicolás no es lo que
merecemos.

—Gracias Rosi.

—De nada cariño, estamos para eso, para apoyarte.

—Tú, las chicas... incluso Fernando, han sido de gran apoyo.


—Porque te queremos —murmura Manuela entrando a la oficina—. Eres una
de nosotras, nuestra hermana del alma, jamás te abandonaríamos.

—Así es —replica Tere viniendo tras Manu—. No llegamos a este mundo


juntas, pero que se muerda el codo el que sea, si no permanecemos y nos
vamos de esta vida, juntas.

—¿Abrazo? —pregunto, casi a punto de llorar.

—Obvio que sí. —Ríe Rosi. Nos fundimos en un caluroso abrazo.

—Las quiero chicas.

—¿Qué es esto? —pregunto aferrándome al pomo de mi puerta.

—La cena —responde Fernando, encogiéndose de hombros.

El olor de la lasaña llega hasta mi nariz y mi estómago empieza a rugir


como el rey león.

—Pero... —¿Cómo se enteró que tenía ganas de comer lasaña?

—Lo adiviné. —Sonríe y con delicadeza, me empuja dentro para poder


pasar—. ¿Qué tenemos para beber?

Parpadeo confundida. Camina hacia mi cocina y deja la comida sobre el


mesón; como si esta fuera su casa, abre la nevera y saca un jugo y una
gaseosa en lata. Toma dos platos de mi cocina, cubiertos y regresa con todo,
en una bandeja, hacia la sala.

—¿Sofá verde o sofá blanco? —pregunta. Señalo el suelo y sonríe—. Bien


pensado.

Deja todo en la mesa de centro y toma los cojines para dejarlos en el suelo.
Destapa la refractaria y el olor se intensifica, haciéndome caminar hacia él y la
celestial comida.

—¿Es mixta?

—Sí nena, también tiene queso y salsa extra.

—Dame eso —ordeno cuando mi estómago empieza a convertirse en Hulk.


Extiendo mis manos y recibo mi porción de lasaña.

Fernando ríe entre dientes, nos contemplamos por unos segundos antes de
empezar a devorar nuestra cena. Tomo el control remoto y busco algo en la
TV, dejo The Big Bang Theory. Contra todo pronóstico, Fernando y yo
disfrutamos la cena y reímos con los episodios de la serie, incluso,
continuamos con otra serie hasta muy entrada la noche.

—Deberías ir y acostarte —murmura Fernando cuando bostezo por cuarta


vez.

—Sí. —Asiento y le permito que me ayude a levantarme—. Buenas noches


—murmuro.

En mi cuarto, me abrazo a mis almohadas y me dejo ir, en un profundo y


tranquilo sueño.

—Buenos días.

Me detengo en seco camino a la cocina.

—¿Qué? ¿Cómo? ¿Cuándo? —balbuceo a medida que bebo de la imagen


frente a mí.

Fernando está usando mi delantal de cocina mientras apila panqueques en


un plato. El café y jugo de naranja se encuentra listo en la isla, junto a las
galletas y papaya picada.

—Es el desayuno, no te preocupes, no dormí aquí —dice cuando mis ojos


van hacia el sofá—. Me fui después de que quedaste dormida, tomé tus llaves
y regresé temprano para prepararte el desayuno. David está resfriado y Manu
no puede venir, Rosi pasó y te dejó pan recién horneado y Tere no tarda en
llegar para desayunar contigo.

¿Eh?

Frunzo el ceño tratando de procesar sus palabras. ¿No se quedó pero volvió
para prepararme el desayuno? ¿Desde cuándo sabe cómo me gusta mi
desayuno y que muero por la papaya?

Tomo un vaso y me siento en los taburetes como si esto no fuera real. Bebo
un poco y... ¿Le agregó miel? ¿Cómo sabe también eso? Fernando me mira y
sonríe, termina el último de los panqueques y los trae hacia mí. Dejo que me
prepare un plato con huevos, papaya, dos panqueques y un poco de café en
leche.

—Los huevos están deliciosos —murmuro sin saber qué más decir.

—Gracias. —Toma asiento frente a mí y se sirve un poco para él sin


papaya, la odia.
—¿Por qué?

Deja el tenedor en el aire y me mira. El brillo en sus ojos me sorprende un


poco y la intensidad en ella me hace removerme un poco en mi lugar. Mi
corazón comienza a latir rápidamente y me permito trazar con mis propios
ojos, cada uno de rus rasgos.

—Ya te lo he dicho Fabi, me equivoqué y estoy dispuesto a redimirme una y


otra vez.

—Yo... —Suspiro y le ordeno a mi corazón detener el ritmo violento—, estoy


cansada de discutir, cansada de intentar odiarte. —Su mano se extiende y
toma la mía, me alejo cuando intenta acércame a él—. Pero eso no quiere
decir que tú y yo seremos algo. No. Eso no sucederá Fernando, puedo
perdonar todo lo que me heriste, puedo dejar de pensar y dejar de guardarte
rencor, incluso puedo compartir una amistad contigo, un desayuno, una cena;
pero no puedo compartirte mi corazón.

—Fabi...

—No, déjame terminar. —Suspiro y lo miro fijamente—. Voy a ser mamá


Fer, hay un bebé que necesita de mí y no puedo exponerme a más drama. Te
agradezco estar aquí, preocuparte por mí y velar por mi bienestar; pero si
estás haciendo esto para llevarme a tu cama... olvídalo. No me interesa
siquiera eso, ni relación alguna.

—Espera. —Hay una frialdad que se cuela en su voz y me hace abrir un


poco los ojos—. Ni siquiera pienses eso. No, no voy a permitir que confundas lo
que siento por ti con sólo un deseo de meterme entre tus pantalones. Yo...
eres importante para mí Fabiola y me maldigo a mí mismo cada día por lo
idiota que he sido contigo. Yo no te quiero sólo en mi cama, te quiero en mi
vida, de la manera que tú lo permitas. —Abro mi boca para decir algo, pero
niega y no lo permite—. Lo entiendo, lo acepto ¡joder! —maldice y frota su
rostro—. ¿Puedo ser tu amigo?

Muerdo mi labio y pienso en su pregunta. Mi corazón sigue acelerándose


por él, mi cuerpo sigue estremeciéndose por él, mi mente continúa pensando
en él... pero ahora debo pensar por dos, debo cuidarme, protegerme, y luchar;
por mi bebé, por mí.

—¿Amigos? Eso es lo que más necesito ahora.


Capítulo 7
Fernando
—¿Cómo va la causa? —pregunta Sebas golpeando mi espalda.

—Somos amigos.

—Puaj. —Resopla y se ríe—. ¿Amigos? Mierda, Fer, te han friendzoneado.

—Deja de burlarte, imbécil. Has algo productivo.

—Hay mucho provecho en burlarme de ti.

—Lo que sea —gruño y continúo revisando la nómina del personal.

—¿A ella le gusta este cantante... el de "Y cómo es él"? —pregunta con una
sonrisa.

—¿José Luis Perales?

—Ese mismo.

—Sí, a Fabi le gusta toda esa música.

—Bien —responde. Lo miro levantando una de mis cejas, esperando el


punto de todo esto—. Mi madrecita santa me comentó anoche, que ese señor
vendrá el próximo fin de semana, el concierto será en el teatro del centro.

—Fabi está embarazada, idiota. No puedo llevarla a un concierto.

—Espera, no me digas idiota antes de que lo sepas todo. No será un


concierto de despeluque ni nada de eso, al contrario, habrá mesas dentro del
teatro, algo así como "cena y música".

—Oh bueno, eso es diferente.

—Sí. Entonces, si te dijera que tengo dos boletos en primera fila para que
invites a tu querida pelirroja, ¿me rogarías perdón por decirme idiota?

—Puede ser —respondo peleando con una sonrisa. Sebastián es un imbécil.


—Empieza a rogar, hombre. Hazlo.

—Te compartiré la bonificación. —Sus ojos se abren y sonríe.

—Por eso digo que soy un idiota. Te entregaré los boletos esta noche, nos
vemos jefecito.

Río entre dientes y niego con la cabeza mientras lo veo retirarse de mi


oficina. Continúo revisando los informes de comisiones y descuentos cuando mi
móvil suena.

Es un mensaje.

Fabi: Necesito un amigo, ¡Ahora!

¡Sálvame! ¡Mi casa se hunde! ¡S.O.S!

—¿Qué mierda? —Marco su número inmediatamente, me levanto de mi


escritorio y camino hacia la puerta—. Contesta, cariño. Vamos bebé, responde.

La llamada se va a buzón y entro en pánico. Tomo mi abrigo y las llaves,


corro hacia el ascensor casi que tumbando a todos a mi paso y bajo
rápidamente hasta mi auto.

Decido llamar a Manu.

—Hola, zumbambico.

—¿Dónde está Fabi?

—¿Cómo que donde está? —pregunta. Arranco el auto y voy a toda marcha
a casa de mi pelirroja—. En su casa.

—Me acaba de enviar un mensaje pidiendo ayuda y no responde cuando la


llamo.

—Mierda, ¿le habrá pasado algo?

—No lo sé. —Freno bruscamente cuando no logro pasar el semáforo en


verde.

—Llamaré a mi suegra para se quede con David y ya voy para allá.

—No, quédate con tu esposo, ya estoy en camino. Si algo ha sucedido te


llamaré. —Además, ya estoy a pocas cuadras de su apartamento.

—No puedo quedarme aquí tranquila.


—No puedes dejar a tu convaleciente esposo.

—¿Ya estás ahí? No colgaré hasta que no me digas que ella está bien.

—Un segundo. —Esquivo otro auto y volteo en la esquina de su cuadra—.


Estoy... —Aparco frente a su edificio y salgo rápidamente del auto—, aquí.

—Ve, rápido. —Escucho a mi cuñado devolviendo el hígado al fondo y alejo


el teléfono para evitar caer en las escaleras—. ¡David! Cariño.

La llamada muere.

Subo corriendo las escaleras al segundo piso y a paso apresurado me


acerco a su puerta. Lo primero que noto es el agua y luego la señora Miryam
con una escoba.

—¿Qué...?

—Inundación —responde la ancianita con una mueca de disgusto—. Tu


amada rompió la llave de paso y aquí nos tienes.

—Joder.

—Lo has dicho querido.

Entro al inundado apartamento, Fabiola se encuentra escurriendo como loca


el agua y uno de sus vecinos trata de arreglar la llave rota.

—Hermosa, ¿qué sucedió? —Me acerco a ella y la froto sus brazos.

—Estaba moviendo los muebles de la cocina —jadea—, y no vi la llave ahí.


La he roto y mira como ha quedado el lugar —llora.

—No llores, cariño. Eso le puede pasar a cualquiera. —Me aparto y quito mi
corbata.

—No estoy llorando —dice, lleva sus manos a sus mejillas y seca sus
lágrimas—. Sí, estoy llorando. —Y llora más—. ¡Malditas hormonas!

Sonrío y beso su cabeza. Le pido que se cambie la ropa húmeda y se quede


fuera de esto mientras trato de solucionarlo.

—¿Cómo va? —pregunto al vecino que está sobre el desastre.

—No muy bien, ya he quitado el agua en todo el edificio pero...


necesitamos un plomero.

—Déjame ver. —El hombre me permite observar el daño. Analizo todo y me


doy cuenta que sólo necesito una nueva mariposa, tubo, pegante o silicona.
Le pido al hombre que me ayude a comprar lo que necesito y mientras
regresa, escurro el agua y acomodo los muebles uno sobre otro. Fabi sale un
poco más calmada de su habitación y ayuda con el agua.

—Lamento haberte enviado un mensaje, pero no sabía a quién más acudir


—murmura. Su rostro permanece mirando hacia la escoba—. Manu está
ocupada con un David enfermo, Rosi llevó a Cintia a una de sus consultas y
Tere… —suspira—. ¡Teresa no sabe ni cambiar un bombillo, sola! —Vuelve a
llorar. Se ve tan linda que no puedo evitar lanzarme sobre ella y atraerla a mis
brazos. Entierra su rostro en mi pecho y se aferra a mi camisa—. Todo está
mojado y es mi culpa.

—Calma nena. Lo resolveremos.

—Huele horrible.

—Es la humedad. No puedes quedarte aquí.

—Debo quedarme aquí.

—No. Este lugar es un desastre. Ve, empaca algo, te quedarás en mi casa.

—¿Qué? ¡No!

—Fabiola, mira como quedó tu apartamento —La aparto un poco y abro mis
manos, señalando el desastre total—. El lugar no es habitable ahora. Huele y
tiene humedad, tus muebles están mojados, tu cama, todas tus cosas.

—Está bien, pero me quedaré con algunas de las chicas.

—Ni hablar, Manuela está incubando un virus en su casa, Rosi tiene muchas
personas en sus manos ahora y Tere... sí, no creo que puedas dormir tranquila
con ella y sus "amigos" de fiesta cada noche. Además, su casa sólo tiene una
cama y...

—¡Ewww!

—Exacto.

—Pero...

—No hay más que decir. Ve.

Estrecha sus ojos hacía mí y pienso que va a mandarme a la mierda, pero


da un vistazo a su casa y suspira.

—Está bien.
Después de arreglar la llave, llamar para que nos ayudaran con los muebles
mojados, llamar a Manuela y terminar de secar el lugar, Fabi y yo nos
dirigimos a mi casa. Intento pensar en el estado de la misma en el camino.

Creo que doña Abigail fue ayer a hacer aseo y comprar los víveres. Espero
que sea así, o de lo contrario, tendré que ir de compras.

—Entra. —Enciendo las luces y suspiro aliviado cuando veo que todo está
en orden. Fabi duda en el marco de la puerta, pero le sonrío y la empujo
suavemente—. Has estado aquí antes, puedes tomar el cuarto de la izquierda.

Yo la preferiría en el mío, pero "sólo amigos". Debo recordarlo.

—Gracias —murmura y camina hacia su nueva habitación.

—Prepararé algo de comer.

—Está bien.

Abro la nevera y ¡bingo!

Está bien abastecida. Tomo unos tomates, papas, filetes de res y cebollas.
Prepararé un bistec para los dos.

Fabi regresa y se sienta frente a mí, en el taburete de la cocina, ofrece su


ayuda pero niego. Esta noche ella es mi invitada, su teléfono suena y se aleja
para hablar con las chicas.

Veinte minutos más tarde, la cena está lista.

—Delicioso —espeta con emoción tomando el primer bocado—. Me encanta.

—Me alegra saber eso —respondo. Me deleito con la cena y con verla
comer.

Terminamos y juntos lavamos los platos en un cómodo silencio.

—¿Quieres ver algo?

—Claro. —Se ubica en mi lugar favorito del sofá y toma la manta que me
regaló mi hermana mayor el año pasado.

—Hmm, ¿Quantico?

—Síiiiiiiiii... ¡Ryan te amo!

Ruedo los ojos, pero sonrío. Dejo la serie y nos concentramos en lo que
sucede.
Dos horas más tarde, Fabi se siente muy cansada y decide ir a dormir. La
acompaño ya que realmente se ve cansada y me preocupa que tropiece.

—Buenas noches Fer, gracias por todo.

—Con gusto cariño. Ve, descansa. —Deposito un beso en su frente y me


dirijo a mi propia habitación, deseando con toda mi alma que junto a mí, en mi
cama, estuviera ella y no mi estúpida almohada.
Capítulo 8
Fabiola
Estoy enferma.

Tengo gripe y es horrible. He tenido fiebre desde la madrugada, escalofríos


y me duele todo.

Haberme empapado ayer me está pasando factura. No fui a trabajar hoy y


Fernando tampoco, él desde esta mañana ha estado a mi lado, pendiente de
todo. Hace dos minutos que me trajo una sopa de pollo y un poco de
acetaminofén para el dolor de cabeza.

—Si vuelve a subirte fiebre, iremos al médico.

—Sí señor —murmuro un poco irritada. Parece mi padre y no mi amigo. Me


ha obligado a tomar líquido aun cuando mi garganta duele y no se aleja, en
serio. Quiero respirar sin sentir el aroma de su gel de baño.

—¿Quieres ayuda con la sopa?

—No, puedo sola.

—¿Está muy caliente?

—No. Está perfecta.

—Si quedó simple o necesitas algo me dices, ¿vale?

Quiero gritarle que deje de ser tan intenso, pero una mirada a su rostro
preocupado y me siento como una perra. El sólo quiere cuidare y yo siendo
remilgosa.

—Gracias, todo está perfecto Fer. Las almohadas ayudan mucho, ¿quieres
comer conmigo?

—Sí, ya regreso con mi almuerzo.

Recuesto mi cabeza en el cabecero de la cama y suspiro. Fer regresa y se


sienta a mi lado, enciendo la TV del cuarto de invitados y dejo las noticias.
Hago una mueca por el dolor de mi garganta y Fer se levanta bruscamente.

—¿Te duele? —Asiento—. Iré por algunas pastillas para la infección de


garganta. Si necesitas cualquier cosa, me llamas.

—No. Espera. —Trato de hablar fuerte pero duele—. Come primero, puedo
soportarlo.

—Pero te duele.

—Fernando, no es la primera vez que me da una gripe.

—Sí, pero antes no tenías un bebé dentro de ti. Es mejor tener cuidado.

—Estoy bien. —Tomo una cucharada de la sopa y la llevo a mi boca—.


Come.

—Bien.

Come sin dejar de observarme con atención, es un poco escalofriante, pero


no deja de divertirme su obsesión por velar por mí, además claro, de
enternecerme y calentar mi corazón.

Apenas termina de comer —que lo hizo rápido— sale a comprar mis


medicinas. Suspiro y me entierro entre las sabanas. Mi móvil suena y gimo,
levanto mi dolorido brazo y lo tomo de la mesa.

—¿Sí?

—El idiota de mi hermano aseguró la puerta —dice Manu al otro lado de la


línea—. ¿Puedes levantarte y abrirnos? Traemos miles de cosas.

Vuelvo a gemir, pero me levanto de la cama.

—Voy.

Camino, más lento que una tortuga, hacia la puerta de entrada al


apartamento. Me quejo todo el tiempo del dolor en mis pobres huesos. Han
cargado mi carne extra todos estos años, pero justo hoy, están realmente
cansados y desechos.

—Cariño —jadea Manu cuando abro la puerta—. ¿Por qué carajos te has
levantado?

Levanto una de mis cejas y gruño—: Me dijiste que estaban fuera.

—Sí, pero estás pálida y toda encorvada.

—Me duele hasta el pelo —me quejo. Rosi empuja a las chicas y viene por
mí.
—Vamos a la cama, lindura.

La dejo arrastrarme hasta la habitación que muy amablemente Fer me ha


prestado. Me recuesta en las sabanas y suspiro feliz.

—Quédate con ella Rosi, nosotras nos encargaremos de... ¡Oh!

—¿Qué? —pregunta Rosi en voz alta.

—Creo que el hermanito de Manu se ha encargado muy bien de todo —dice


Tere entrando en la habitación—. Tiene de todo, sopas, batidos, jarabes y mira
nada más, ya le dio algo a nuestra pequeña mamita enferma.

—Se ha portado bien —susurro, dejándome llevar por el cansancio.

—Bueno, eso es algo.

—Así es mi querida Rosa. Manu, prepárale algo al chico, almorzar sólo sopa
de pollo va a hacer que pierda sus músculos.

—Y no queremos eso —replico medio dormida.

Alguien ríe y creo que es Rosi, cuando responde:

—No, por supuesto que no queremos eso.

—Sería una desgracia.

—Así es, duerme cariño.

—Le ha vuelto a subir fiebre. —Creo que esa voz le pertenece a Manu.

—¿Cuántos grados? —pregunta, estoy segura que Fernando.

—Ya le tomo la temperatura. —Esa es Rosi, algo es puesto bajo mi axila y


me quejo por el movimiento de mi mano. Mi cabeza se siente reventar. Algo
pita y nuevamente mi mano es removida—. Treinta y nueve grados.

—Jesús, está alta.

—Tomen su cartera, vamos a la clínica.

Soy levantada en brazos y vuelvo a quejarme por el movimiento y el dolor.


Mi piel se roza contra otra piel fría y fresca y gimo de placer. Se siente mejor.

—Cristo, está ardiendo en fiebre.

—Fer —grazno—, despacio.


—¿Qué?

—Estás cami... muy rápido.

—¿Está delirando?

—No lo sé, tal vez. Vamos chicas.

Me quejo todo el camino a donde sea que me llevan, el movimiento hace


que mi cuerpo arda, a pesar de la frescura que me provoca el viento frío de lo
que supongo es la noche.

—Está murmurando cosas. No le entiendo.

—Tampoco yo Tere, esto no me gusta.

—¿Cómo es que se enfermó tan rápido?

—Bueno Manu, hasta hace poco ella no estaba alimentándose bien. Debe
tener las defensas bajas y ahora que hay un bebé en su vientre, él absorbe
mucho de la madre.

—Ya casi llegamos —gruñe Fer. Puedo, a pesar de mi estado, escuchar la


tensión y el pánico en su voz.

Minutos después, soy levantada en el aire nuevamente. Fer camina


apresurado provocando que mi cabeza rebote un poco y duela. Nos detenemos
y los escucho hablar a todos, pero ahora ya no entiendo a ninguno. Me llevan y
dejan sobre algo suave y fresco, manos tocan mi frente y sostienen mis
brazos. No sé qué me hacen exactamente, siento pinchazos, algo frío y luego
nada. El dolor se va.

Gracias al cielo, ya no siento que me quemo.

Con una sonrisa, por la ausencia del dolor, vuelvo a quedarme dormida.

Despierto sintiéndome un poco congestionada pero sin tanto dolor y sin


sentir que ardo en las llamas del infierno. Estoy en una cama de hospital y hay
una enfermera a mi lado, quitando la intravenosa de mi mano.

—Hola mamita. —Saluda.

—Hola.

—¿Cómo te sientes? ¿Te duele algo?


—No. —Niego con la cabeza para dar énfasis—. Sólo un poco sedienta y
hambrienta.

—Eso es bueno.

—¿Estoy bien? ¿Mi bebé está bien?

—Sí, todo está perfecto. Tienes un resfriado y como tenías muy bajas las
defensas, digamos que te afectó más de lo normal. Además, ahora en tu
estado eres más vulnerable. —Sonríe y me pone una bandita rosa en la
pequeña herida de la intravenosa—. El doctor ya te revisó, te han recetado
algunos medicamentos que no afectarán al bebé y dentro de poco, te darán
salida para que puedas ir y comer algo bien nutritivo. Por el momento, te
ofrezco un poco de agua.

Me entrega un vaso de agua y le agradezco. Las chicas entran un segundo


después y suspiran al verme despierta.

—Oh Fabi, estabas tan mal. No has asustado perra. —Tere golpea
suavemente mi brazo, le sonrío y me recuesto contra ella cuando se sienta a
mi lado, en la cama.

—Lo siento.

—No te preocupes, lindura. —Rosi me abraza y besa mi frente—. Ya pasó,


ahora a cuidarnos esa gripe.

—Sí. Mi hermano se ha asegurado de comprar más de una caja de cada


medicina que te han recetado para que no te vuelva a pasar esto.

—Fernando está loco —murmuro con una sonrisa.

—Loco por ti mi querida Fabi —dice Tere codeándome y moviendo las cejas.

—No, ni se te ocurra llevar tus pensamientos hacia allá. Él y yo somos


amigos ahora.

—Sí, claro, amigos.

—Sí pesada.

—Bueno, mi hermano no tiene muchas amigas, tal vez una como tú le


convenga.

—O lo ponga a sufrir un rato —murmura Rosi.

—También.

—Hazlo rogar, baby —grita Tere justo cuando Fernando viene entrando a la
habitación.
—¿Hacer rogar a quién? —pregunta, sonriéndome cuando me ve—. ¿Estás
mejor?

—Sí, gracias —respondo con las mejillas encendidas.

—Entonces, ¿a quién van a hacer rogar?

—A nadie —contestamos las tres mientras Tere se ríe.

Fulmino a Tere con la mirada cuando Fer estrecha sus ojos hacia todas.

—Está bien, no quiero saber a qué pobre ser harán sufrir con sus
travesuras.

—No tienes idea cariño, ni idea... ¡Auch!

—Cállate Teresa —grito junto a Manuela que acaba de golpear a nuestra


amiga en la cabeza.

—Mujeres.

Pobre de ti Fer, pobre de ti.


Capítulo 9
Fernando
—Te ves como la mierda. ¿Acaso te atacó un ornitorrinco?

—¿Otra vez estás viendo Phineas y Ferb? Tienes treinta Sebastián, actúa
como un hombre de tu edad.

—Puaj. —Resopla y se deja caer en el asiento frente a mí—. Lo dice el


hombre que se trasnocha viendo Los Caballeros del Zodiaco.

—Es diferente —gruño. Firmo los últimos balances y los documentos de


ingreso de nueva mercancía.

—Como sea, ¿por qué luces como si te hubieran usado de trapeador? Ha


pasado una semana, ¿aún no se recupera?

—Está mejor, pero la tos no se ha ido. Cada vez que la escucho toser de
esa forma me asusto.

—¿Y qué pasó con su casa?

—Tuvieron que levantar el piso de madera y encontraron humedad y moho.


La pintura de la pared se sopló, así que permanecerá unas semanas más en mí
casa.

—Ay, pobre de ti —murmura con sarcasmo.

—No veo problema en que se quede en mi casa —digo con una sonrisa.

—Por supuesto que no. Es una lástima que se pierda el concierto.

—¿Quién dijo que lo perderíamos?

—Bueno, es esta noche y ella aún sigue enferma.

—Iremos.

—¿En serio?
—Ayer le di a entender que no iríamos, esa mujer se transformó. Casi me
golpea, dijo que a menos que estuviera con una pierna amputada y la cabeza
sangrante, iría.

—Vaya, debe ser una verdadera fan del tipo.

—Lo es.

—Bueno, abrígala mucho. —Sonríe y sale de la oficina antes que le tire un


lapicero.

El día pasa rápido, tal vez porque estoy lleno de trabajo o por las miles de
taza de café que he bebido. Termino de revisar lo último que queda pendiente
y salgo rumbo a casa.

Llego y el olor a comida me atrae hacia mi cocina. Ahí, la más espectacular


de las visiones me deja sin aire, sin habla, sin corazón.

Fabi se encuentra en un elegante vestido negro, revolviendo salsa en una


sartén. Su sonrisa feliz me llena de calidez, está tan concentrada en la música
que se reproduce y en la cena que prepara, que no se percata de mi presencia.
Me permito contemplarla entonces, mi corazón se llena de añoranza por ella, y
me maldigo una vez más por ser tan idiota y perderla.

Se vuelve cantando, desafinada, las últimas letras de una canción de Leo


Dan; se sobresalta un poco pero al ver mi sonrisa, se sonroja y pelea con una
que trata de escapar de sus labios. Bebo su imagen y caigo rendido ante ella.

Luce fantástica. Rebosante de emoción y alegría.

—Preparé la cena. Es pasta con albóndigas.

—¿En serio?

—Sí. Quiero agradecerte por el concierto de hoy. Estoy súper emocionada.


—Tose un poco, pero no se escucha como anoche. Aun así, no deja de
preocuparme—. Estaré bien.

—Vale. —Me rindo, no hay poder humano que retenga en casa a Fabi hoy—
. Cenaremos, me cambio y vamos.

Asiente y le ayudo a servir la cena. Comemos hablando sobre cosas del día
y sobre la próxima cita con el doctor.

—Debo empezar los cursos de preparación del parto —menciona. Suspira y


se recuesta en la silla.
—Eso es bueno. ¿Qué días son?

—Los sábados.

—¿Mañana es la primera?

—Ujum.

Terminamos la cena y me cambio para llevarla a su tan esperado concierto.

—Esto es demasiado —gruñe Fabi cuando entramos al teatro.

—No voy a arriesgarme a que el aire dentro te afecte.

—¿Tres bufandas y guantes? Parezco demente. —Quita las telas de su


cuerpo y las deja en la entrada.

—Fabi...

—No.

Camina delante de mí y le entrega su boleta a uno de los acomodadores. La


sigo y somos guiados hasta una de las mesas frente a la tarima. El teatro está
elegantemente organizado y decorado.

—Hermoso —susurra mientras le ayudo a tomar asiento.

—Se ve bien.

Sonríe y frota sus manos, como una niña en navidad. No puedo evitar dejar
de sonreír.

—Esto es increíble... es José Luis Perales.

—Lo sé.

—Mi canción favorita es...

—Te quiero.

Sus ojos se abren, sorprendida porque conozca esos pequeños detalles


sobre ella. Sé mucho más, toda mi vida la he visto a ella, pero he sido
demasiado estúpido como para hacer algo al respecto.

—Sí... esa es.


El presentador hace su llegada y la música pronto empieza a armonizar el
lugar, presenta al artista y cuando José Luis Perales sale al escenario, Fabiola
llora y sonríe.

Canta cada una de las canciones que es interpretada, ríe y se conmueve


con cada letra. No puedo dejar de observarla y contemplarla hipnotizado por
su belleza. Pedimos algo ligero y suave para comer —aún estoy algo satisfecho
por la cena de antes— y bebidas libres de alcohol para ambos.

La noche es amena, el hombre realmente sabe cantar e interpretar cada


letra. Me encuentro realmente a gusto esta noche y, aunque sé que no es una
cita entre la mujer de la cual estoy enamorado y yo... me siento feliz de
compartirla con ella.
Capítulo 10
Fabiola
Quiero llorar. Lo juro.

Esta es la segunda clase de preparación para el parto a la que voy y quiero


llorar.

Estoy sola, observando a las otras madres hacer los ejercicios con sus
acompañantes y quiero llorar por ello. Esta mañana casi le pido a Fernando
que me acompañara, pero no quería ser tan patética y desesperada. Somos
amigos, él se preocupa por mí, me está dejando quedarme en su casa
mientras arreglan los daños en la mía. Manu y Tere deben quedarse en la
tienda ya que Rosi está aquí, acompañando a Cintia.

Y mamá, ella aún está distante conmigo y eso duele. Mucho.

Eso me deja a mí sola y patética. Al menos la primera clase sólo fue


presentación y charla. Ese día también fui la única mujer sola y fue horrible. Lo
bueno es que estas clases son dos veces al mes. Sólo dos humillaciones por
mes.

Hoy haremos algunos ejercicios de respiración y no sé qué otras cosas y


seré la modelo de la profesora ya que no tengo un acompañan...

—Buenas tardes, perdón por la tardanza. —Mis ojos se abren ante la


llegada de Fernando—. Vine por mi... —Sus ojos escanean la habitación y
cuando me encuentran sonríe—. Fabi.

—¿Eres el acompañante de Fabiola? —pregunta la enfermera y profesora.

—Sí —responde y quiero arrojarme a sus brazos y agradecerle por hacer


esto por mí.

—Bien, acomódese junto a ella. Apenas estamos empezando.

—Gracias. —Camina en su traje de oficina hasta mi lugar—. Hola —saluda,


sentándose junto a mí y estrechando mi mano.

No voy a llorar, no voy a llorar, no voy...


—¿Por qué esa carita?

—Quiero llorar. —Sorbo y parpadeo para evitar romper en llanto.

—No vas a llorar —murmura aflojando su corbata.

—¿Qué haces aquí?

Me mira como si mi pregunta fuera algo tonto y sonríe.

—Acompañar a una amiga.

—Se supone que debes estar trabajando.

—Le pedí permiso al jefe —musita sonriendo más amplio.

—Tú eres el jefe.

—Exactamente. —Guiña un ojo y me siento morir. Mi corazón se acelera y


el rubor sube a mis mejillas.

—Gracias.

—Puedes contar conmigo, para lo que sea.

La enfermera habla sobre miles de cosas que me asustan completamente.


Debo morder mi labio para evitar reírme, cuando veo a Fernando sacar una
pequeña libreta y anotar todo lo que se dice en la clase.

—No te parecerá gracioso, cuando te sea útil el día de tu parto.

Hago una mueca recordando ese primer día y el horrible vídeo del parto
que se nos presentó.

—No quiero pensar en eso todavía. —Me estremezco—. Aún falta mucho.

—El tiempo vuela, hermosa.

—Como sea.

Durante los ejercicios de respiración y relajación, Fernando es muy buen


compañero. Realizamos cada actividad fácilmente y me niego a reconocer que
cada vez que sus manos tocaban mi piel, me erizaba. Eso no sucedió.

Sí él se dio cuenta, lo ignoró.

Al terminar, nos reunimos con Rosi y Cintia que están en las clases más
avanzadas.

—¿Cómo lo llevas? —pregunta Cintia cuando llego a ella.

—Ahí voy, aún hay cosas que se me hacen difíciles de procesar, pero bien.
—Mi pequeño cada vez se mueve más y más.

—¿En serio? ¿Hace cuánto que lo sientes?

—Un mes. Pero antes era muy sutil, ahora sí lo siento fuerte.

—¿Qué se siente? —pregunto curiosa. Muero por saber si duele.

—Uhm —Frunce su boca buscando las palabras—, es como cuando tienes


hambre y sientes que tus intestinos se mueven...

—Eww, asqueroso.

—No, Fabi —Ríe—, no exactamente así pero casi. Es algo difícil de describir,
pero te diré que es maravilloso. —La sonrisa que se dibuja e ilumina su rostro
me convence totalmente de que no miente.

—Te creo.

—Pronto lo descubrirás por ti misma.

—Así es.

—Qué guapo está Fernando —susurra codeándome. Me vuelvo hacia el


susodicho que habla y ríe con Rosi y otras dos mamás. Ruedo los ojos al ver la
adoración en los ojos de las féminas.

—Siempre lo ha sido.

—Sí, pero se ve diferente. No sé, más brillante.

—¿Brillante? ¿Acaso es un hada?

Reímos, niega con la cabeza y vuelve a hablar—: Me refiero a que tiene


esta luz sobre él. Como si un nuevo día hubiera llegado a su vida.

—Tal vez ha sido una buena semana de trabajo.

—Tal vez —dice y sonríe con malicia hacia mí—. O es otra cosa.

—A ver pequeña —Frunzo el ceño y me cruzo de brazos—, nada de


pensamientos cochinotes.

—Yo no estoy pensando nada malo...

—Eso espero...

—... Al contrario, son muy buenos pensamientos. —Ríe y menea sus cejas.
No puedo evitar reírme con ella otra vez.

—¿Qué es tan gracioso? —pregunta Rosi, acercándose con Fernando hasta


nosotras.
—Tú hija adoptiva es toda una mami pervertida.

—¿Yo? —jadea fingiendo estar herida.

—No, mi abuela —respondo.

—A bueno, eso lo explica todo.

Es mi turno de jadear.

—¡Qué pequeña picara! Tú, salvaje.

La codeo y le hago un poco de cosquillas, cuando mis dedos regresan a su


costado, se mueve y toco por accidente su barriga. Algo me golpea
suavemente.

—¿Qué fue eso? —pregunto asustada.

—Eso —responde Cintia riéndose de mi expresión contrariada—, fue mi


bebé defendiendo a su mami.

—¿Eso fue el bebé?

—Aja.

—A ver, déjame sentir. —Pide Fernando y la pequeña pícara ni corta ni


perezosa lo deja—. Mierd... ¡Epa! Se siente raro.

—Lo sé, pero es tan increíble.

—Sí tú lo dices —responde Fer, no muy convencido, a la pequeña chica


enamorada de su bebé.

Rosi y yo hablamos un poco más y luego nos despedimos. Fer me lleva en


auto a casa, permanece callado y taciturno todo el camino.

—¿Sucede algo?

—El chico de la obra en tu apartamento me llamó hoy.

—Oh. ¿Qué dijo? —Mi corazón, por alguna razón, deja de latir y mi
respiración se congela.

—Que tu apartamento estará listo para que regreses a él mañana.

—¿Mañana? —Asiente ante mi pregunta—. Guau, eso fue rápido.

—Sí.

—Bien, mañana regresaré a mi casa entonces.


—Te ayudaré —murmura. Me regala una mirada por fin y sonríe, pero lo
conozco perfectamente para saber que esa sonrisa es falsa.

Pero demasiado confundida, extrañada, vacía y desilusionada como me


siento ahora, decido no preguntar por qué finge estar feliz.

Aunque mi terco corazón se hace una idea.


Capítulo 11
Fabiola
—(...)En realidad me gustó más el de café con vainilla, pero no se lo dije,
no quería hacer sentir mal a Rosi. Después de eso, las chicas y yo nos hicimos
muy amigas y ahora somos inseparables. —Froto mi estómago y me acomodo
sobre mi costado—. Mi color favorito es el verde, lo sé, debería ser el rojo por
mi color de cabello, pero me gusta mucho el verde; espero que tu color de
cabello sea hermoso. Me gusta la lasaña, es deliciosa y sé que a ti te
encantará; mamá hace una deliciosa, lamentablemente yo tengo dos manos
izquierdas en la cocina, así que bebé, estamos bien jodidos.

—¿Con quién hablas? —pregunta Manu viniendo hacia mí.

Me sonrojo profundamente y murmuro—: Con mi bebé.

—Oh —Su rostro se ilumina con una de sus amplias sonrisas—, ¿puedo
hablar con él?

—Por supuesto.

Se sube a la cama y se acuesta a mi lado.

—¿Qué le estamos contando?

—Le estoy diciendo qué me gusta y qué no.

—Vale. Hola angelito —dice frotando mi panza—, a mami no le gusta el


maní, creo que lo odia.

—Es cierto, no me gusta. A Manu no le gustan las almendras,


especialmente las que usan como huevitos de dulces.

—Ewww, son asquerosas. Pero no te preocupes angelito, nunca te regalaré


algo como eso.

—Me gusta la lluvia. —Sonrío recordando las veces en las que insisto en
salir y mojarme con las pequeñas gotas de agua—. Especialmente cuando
llueve de noche.
—¿Recuerdas esa vez en la universidad cuando saliste con la camiseta de
tirantes blancos y se te olvidó que no tenías sostén? —Mi rostro vuelve a
sonrojarse al recordar una de mis mayores vergüenzas en la universidad—.
Hombre, todos los chicos tuvieron un serio espectáculo.

—Lo sé, bebé, recuerda nunca usar algo blanco cuando decidas jugar con la
lluvia —susurro, mordiendo una sonrisa.

—Fueron buenos tiempos —suspira Manu—. Aunque ahora son mejores.

—Sí. —Me recuesto de espaldas, contemplando el techo de mi habitación.


Hoy es jueves, se supone que deberíamos estar en el karaoke, pero desde que
estoy embarazada y acabo de recuperarme de una horrible gripe; me quedé en
casa—. ¿No estás aburrida?

—No. Un jueves que no vayamos al karaoke no es el fin del mundo. —Mi


mejor amiga vuelve a frotar mi estómago. Ambas juntamos nuestras
cabezas—. Estoy con mi mejor amiga y mi sobrinito hablándole de su fabulosa
mami, ¿por qué tendría que estar aburrida?

—Realmente David es un santo. Mira que no molestarse porque lo dejas y


vienes a mí.

—David sabe que lo amo y que también te amo a ti. Además, no es como si
estuviera 24/7 aquí y lo compenso cada noche y no siempre sobre la cama.

—¡Manu! —grito y tomo una de las almohadas para golpearla, pero como
nuestras cabezas están juntas, termino por golpearme a mí también.

—Eres una tonta. —Ríe.

En ese momento, el timbre en mi puerta nos desacomoda de la cama. Manu


decide ir a abrir y yo voy a la cocina por un poco de agua.

—¿Lo conseguiste? —pregunta mi amiga.

—Por supuesto.

Esa voz. Mi corazón se acelera al escucharla. Desde que dejé su


apartamento sólo nos hemos visto unas pocas veces estas últimas semanas,
ya que me he entregado al trabajo —que ha estado un poco atrasado— y él al
suyo. Aunque no voy a negar que me llama cada día.

—Wiiii. Pasa, vamos.

Contengo el aire mientras lo veo pasar adentro. Se detiene en cuanto me


ve y sonríe.

—Hola preciosa. —Le correspondo la sonrisa y me percato de la caja y las


dos bolsas en sus manos.
—Hola. ¿Qué es todo eso? —pregunto.

Manu cierra y corre a tomar su móvil.

—Es lo que necesitamos para hoy.

—¿Para hoy? —Fernando deja la caja y las bolsas en la mesa de la sala.


Saca un recipiente de una de las bolsas y me lo entrega—. ¿Qué es?

—Ensalada de frutas.

—¿Manu te dijo? —Asiente y sonríe—. Gracias, moría de ganas por una. Me


has ahorrado ir por ella.

—De nada, cariño.

Regresa a la sala y empieza a destapar la caja, me ubico a su lado y la


fresa que acabo de comer se atora, cuando veo lo que ha traído.

—¿Un karaoke?

—Así es —responde—. Si tú no puedes ir al jueves de karaoke, el jueves de


karaoke vendrá a ti.

—Yo... —Mis ojos se llenan de lágrimas cuando me doy cuenta de lo que él


y Manu han hecho. Mi mejor amiga viene y se ubica a mi lado.

—Las chicas están en camino. Rosi trae las empanadas y Tere trae las
bebidas. —Besa mi mejilla y ayuda a su hermano a instalar todo—. David y el
resto de los chicos traen las golosinas. ¡Esta noche será la bomba!

—Come la ensalada nena. —Me vuelvo hacia Fer que me sonríe, guiña un
ojo y continúa conectando todo a mi TV.

Me siento, observándolos hacer todo y devorando mi deliciosa ensalada.


Minutos después, el timbre vuelve a sonar y me levanto para atender.

—¡Karaoke! —gritan Tere y Rosi desde la puerta. Me río y las dejo pasar,
veo a los chicos subir el último escalón y espero por ellos.

—Hola mamita —saluda Gonzalo, dándome un beso y un abrazo—. Estás


cada vez más hermosa. Te sienta bien.

—Gracias.

—Fabi —David me sonríe y besa mi mejilla—, me alegra verte mejor. Te


traje unas galletas, mi madre me dijo que son buenas para cuando sufras de
nauseas matutinas.

—Oh, muchas gracias David. —Le sonrío y lo abrazo. Este hombre es un


santo.
Nate, Sofía y Juan me saludan y siguen. Lia y Samuel están de viaje por el
reality que están grabando. Son los únicos ausentes en el jueves de karaoke.

—Traje mucho jugo de naranja. Fabi debe tomar mucha vitamina C y Zinc.
—Tere deja en el mostrador la botella más grande de jugo que he visto.
Gonzalo silba y David ríe.

—Así es —acuerda Fer—. Esa gripa que tuvo fue muy fuerte, necesita
vitamina.

Levanto una ceja hacia ellos y sonrío. Me divierte y conmueve su


preocupación por mí. Después de que, una exagerada cantidad de comida,
bebidas y golosinas son acomodadas en la mesa de centro, el karaoke
empieza.

—¿Por qué no están bebiendo cerveza? —pregunto cuando me doy cuenta


que entre todas las bebidas, no hay ni un solo gramo de alcohol.

—Si tú no puedes nosotros tampoco —dice Gonzalo encogiéndose de


hombros.

—Esta es una reunión de familia, de amigos. El licor sobra.

—Vale. ¿Quién empieza?

—Yo —grita Tere—. Tengo una que quiero cantar ya. —Mira sugestivamente
a Gonzalo y los demás gemimos en protesta.

—Dale, empieza tú, así terminamos la tortura lo más pronto posible —gruñe
Manu. Me río sobre mi ensalada. Fer se sienta a mi lado y pasa su brazo sobre
el espaldar, refugiándome en su costado, no me opongo.

Tere se ubica a un lado de la pantalla, con ayuda de Manu busca la canción


y sonríe. La pista suena y vuelvo a gemir al reconocer la canción. Cuando la
letra del coro llena la pantalla y Tere se lanza a ello...

Like a virgin...
Touched for the very first time
Like a virgin
When your heart beats
Next to mine

—Oh Dios mío —susurro a Fer—, creo que sufriré un derrame si ese mal
inglés vuelve a salir de su boca. No puedo creer que seamos tan malas, en el
club nos va súper bien.

Fer ríe, su cuerpo se sacude haciendo que el mío también lo haga.


—Eso es porque allí hay una multitud que lo hace igual o peor a ustedes,
aquí. —Mira a los otros que también se encojen ante el cacareo de Tere, el
único que sonríe como idiota es Gonzalo—. Al menos, alguien lo disfruta.

—Señor, ten piedad de nosotros. —Fer vuelve a reír y me encuentro


acompañándolo en su risa. Contengo el aliento cuando Tere llega a esa última
nota y la destroza. Gonzalo rompe a aplaudir y el resto suspiramos aliviados.

—Eso fue... —Empieza a decir Manu, pero una mirada de Tere y cierra la
boca.

—Sigo yo —grita Rosi, corre hacia el karaoke y...

La tortura apenas empieza.

—Esa no es la letra —gruño y le arrebato el micrófono a Manuela.

—Sí, lo es.

—No, así no va la canción, mira la pantalla.

Sus ojos van hacia las letras que señalo y frunce el ceño.

—El aparato está mal.

—No lo está. Tú te equivocaste.

—Caray, veinte años de mi vida creyendo que decía una cosa y no es así.
Cuántas vergüenzas habré pasado mientras la cantaba en el bus. —Se encoje
de hombros y sonríe—. No importa, ya me acostumbré a mi versión. La
cantaré con mis modificaciones.

—Estás loca. Déjame a mí, yo la cantaré.

—Pero estaba en mi mejor momento, alcancé perfectamente esa nota alta.

—Puaj —resopla Gonzalo—, no sé cuál de las dos es peor en esto.

—Tú cállate, no hables hombre que tu novia es peor, parece un gato con
gripe cuando canta —dice David con una sonrisa.

—¡Oye! —protesta Tere, Gonzalo la toma en un abrazo y la atrae a su


pecho.

—No les hagas caso abejita, están celosos de tu hermosa voz. —Fernando y
Nate se ahogan con sus bebidas. Gonzalo los fulmina con la mirada—. Una
palabra y...
—Algo de míiiii, algo de míiii, algo de mí se va muriendo...

Me sobresalto ante el grito de Manuela. Sonríe y sigue cantando la canción


de Ricardo Montaner. Suspiro y regreso a mi lugar, al lado de Fernando para
seguirme encogiendo ante la horrible voz de mis amigas.

Cuando por fin es el mi turno, se lo cedo a Fernando. Sonríe y se levanta,


prepara su canción y el aire sale de mis pulmones cuando veo y escucho la
letra.

Tan pura la vida y tú


Tan llena de paz
Y sólo se me ocurre amarte
Llenas mi vida de luz
Llenas el cielo, la tierra y el mar
Y a mí tan sólo se me ocurre amarte
No existe un corazón que lo resista, niña
Pero si lloras quiero que mis ojos
Sigan cada lágrima tuya
Y hasta que la pierda de vista
La miro a ella y te miro a ti
Usa mi alma como una cometa
Y yo muero de ganas
De encontrar la forma
De enseñarte el alma
Y sólo se me ocurre amarte
¿Cómo va a ser eso?
Si aun cuando sale la luna
Y da en mi ventana
Ya no te puedo dejar de querer
Nos hemos reído y llorado los tres
Yo quiero darte mi alegría
Mi guitarra y mis poesías
Y sólo se me ocurre amarte...

La letra de la canción y la forma en la que la canta, mirando siempre hacia


mí, hace que mi corazón palpite violentamente. Trago el nudo en mi garganta
y finjo no sentirme para nada perturbada por él.

Le sonrío y palmo el cojín a mi lado, su sonrisa cae por un momento, pero


se recupera y ante los aplausos efusivos del resto del grupo, se sienta a mi
lado y continuamos disfrutando el karaoke.
Justo cuando estoy por olvidarme de la canción y de todo sobre él, susurra
a mi oído:

—No será fácil, no te merezco, pero te alcanzaré.


Capítulo 12
Fernando
—¿Dónde estás? —Miro calle abajo intentado identificar el abrigo verde,
pero no veo nada más que personas corriendo de la lluvia.

—Frente al RedBanca de la esquina.

—Fabi, no te veo. Espérame ahí y ya voy por ti.

—Vale.

Termino la llamada y conduzco hasta el punto de pago. Cuando llego, veo


el abrigo verde y el cabello rojo de Fabi, las enormes bolsas de compras a su
lado me hacen rechinar los dientes. Bajo rápidamente y tomo la sombrilla en
mi camino hacia ella.

—Hola. —Sonríe, pero yo estoy lejos de estar contento.

—Fabiola —suspiro su nombre y pongo mis manos en mis caderas—. En


serio, ¿qué estabas pensando?

—Tenía que hacer la compra.

—¿Y tenías que traer todo el supermercado? ¿Y esperar hasta que el cielo
se abriera?

—No es mi culpa, el reporte del clima decía que iba a haber sólo un poco de
lluvia —dice y un trueno rompe el cielo en ese momento—. Lo juro, el
presentador dijo que era sólo una pequeña llovizna.

Vuelvo a suspirar y me acerco a tomar las bolsas de compras.

—Agradezco al cielo que estaba de camino a tu casa y se me ocurrió


llamarte. ¿Imagino que pensabas llevar todo esto, tú sola, hasta tu casa?

—Algo así —responde con una mueca en su rostro.

—Sube cariño, al menos tienes un abrigo.


Me sonríe y sube al auto. Mi ropa se moja cuando llevo las seis bolsas hasta
el auto. Pequeña lluvia, mi culo. Está diluviando.

—Fabi, la próxima vez, pide ayuda por favor.

Se vuelve hacía mí con los ojos entrecerrados.

—No necesito que alguien supervise mis compras —gruñe—. Soy


perfectamente capaz de hacer mis cosas.

—Sí, lo sé, pero mira este clima. Hace no más de tres semanas que saliste
de una fuerte gripe y en este momento estás exponiéndote a otra. Tu abrigo
está empapado.

—¡No es mi culpa que esté lloviendo a cántaros! —brama—. No me levanté


está mañana y le dije al cielo: "Cielo, ábrete hoy para poder empaparme de
pies a cabeza y enfermarme nuevamente, poniendo en peligro mi salud y la de
mi bebé".

Tomo una respiración profunda y la miro.

—Está bien, lo siento. Sólo me preocupo por ti. Sé que estoy siendo un
poco intenso.

—Intenso y hasta más —murmura.

Me río entre dientes y asiento.

—Eso también.

Llegamos a su casa y le ayudo con las compras. Al dejar todo listo, dudo en
si irme o dejarla sola, decido marcharme para no seguir siendo un intenso.

—Nos vemos, Fabi.

—¿Te vas?

—Uh, ¿sí?

—Está lloviendo.

—Lo sé.

—Es peligroso conducir con esta lluvia, las calles están mojadas. Podrías
toparte con un conductor imprudente y derrapar en algún lugar, terminarías
por chocar con...

—Vale, me quedo entonces. No quiero escuchar como imaginas mi muerte.

Hace una mueca y me ofrece una mirada mortificada.


—Lo siento.

—Te ayudaré con las compras.

Empiezo a ubicar las cosas de la nevera en ella, cuando me encuentro con


varias cajas de lasaña para calentar en el horno.

—¿Qué es esto?

—Lasaña —responde, dándome una mirada de "acaso estás ciego".

—Sé perfectamente lo que es... —resopla y gruñe un "Para qué preguntas".


La fulmino con la mirada y agito la odiosa lasaña de refrigerador—. Esto es
espantoso. No puedo creer que comas esto. Una verdadera lasaña debe ser
casera, nada de congelados.

—Bueno sí, pero sabes que la cocina y yo somos eternas enemigas. Ella es
mi némesis y yo el suyo.

—Dios bendito, ¿siete cajas? —Tomo los productos y los llevo hacia el bote
de basura.

—¿Qué haces? ¡Fernando! Es mi lasaña.

—Si quieres comer lasaña, sólo tomas el teléfono y me llamas. Te prepararé


la lasaña que quieras, cuando quieras. Pero esta mierda congelada no, es
asquerosa, además de que no es buena para ti, ni para el bebé.

—Botaste toda mi lasaña —murmura dolida. Sus ojos se estrechan en mi


dirección y me apunta con un dedo—. Será mejor que te pongas a hacer mi
lasaña ahora mismo. Tengo antojos desde esta mañana. ¡Muévete!

—Sí señora. —Sonrío y me dispongo a juntar todos los ingredientes para


prepararle la mejor jodida lasaña del mundo.

Es una suerte que mi madre nos haya enseñado a todos sus hijos a cocinar,
y que de los tres, Lia fuera la única que nunca aprendió.

Observo el rostro tranquilo de Fabi, después de comer la lasaña que le


preparé, se mudó al sofá y trabajó un poco en sus facturas mientras yo
limpiaba la cocina. Cuando terminé, la encontré dormida en el sofá, en una
posición bastante incómoda.

Medio dormida, la llevé hasta su habitación y la dejé caer en su cama. Abrió


sus ojos sólo para sonreírme y volvió a dormir. Vigilando su sueño, me aseguro
que todo esté en orden para dejarla y regresar a mi departamento. Tengo
demasiado trabajo que hacer.

Beso su frete y la escucho suspirar, apago las luces y cierro su


apartamento. Media hora después, estoy en mi casa y Sebastián está
esperándome con una cerveza.

—Realmente te tiene comiendo de su mano —murmura y le gruño—. En


serio amigo, tienes una vida y tienes un trabajo. No puedes correr a ella cada
vez que su llave del agua se rompa.

—Cállate. Lo que yo haga o deje de hacer con respecto a Fabiola no es de


tu incumbencia.

—No, tienes razón, no lo es. Pero si eso empieza a afectar nuestro negocio,
me temo que sí. —Toma los informes de la mesa del comedor y camina hacia
mí—. Estás retrasado, has aplazado dos reuniones con proveedores porque
nuestra querida Fabi te ha llamado o tú a ella y se ha encontrado en
"problemas". Prioriza tus cosas amigo.

—Fabi es lo más importante para mí. —Lo fulmino con la mirada y camino
hasta mi cocina para beber un poco de agua. Lo escucho suspirar.

—Mira, sé que amas a esa mujer y entiendo que ella te esté haciendo pasar
un infierno por lo que le hiciste. Pero, tu negocio también es importante, así
que o equilibras ambas cosas o renuncia a una de ellas.

—No voy a renunciar a Fabiola.

—Tampoco puedes hacerlo con tu trabajo, es a fin de cuentas, lo que te da


para vivir. El amor no llena tu estómago ni paga las facturas. Además —
Camina hasta mi lado y palmea mi hombro—, si de verdad vas a hacerte cargo
de ella y su bebé, debes al menos, asegurarles un futuro.

No respondo a eso, suspiro y froto mi cuello. Sebas me sonríe y bebe su


cerveza.

—Ven amigo, terminemos esta mierda para que puedas dormir un poco. Te
ves como la mierda.

—Gracias, eres un imbécil a veces, pero gracias.

—¿Para qué están los amigos? —Mueve sus cejas y se deja caer sobre el
sofá—. Pero en serio hombre, ten en cuenta un poco de la mierda que te digo.

Asiento y me dejo caer a su lado para empezar a revisar los documentos y


todo lo que tenemos pendiente.

Aunque no quiero aceptarlo, Sebas tiene razón. Debo equilibrar mi vida.


Sólo así le puedo asegurar un futuro a Fabi y a nuestro bebé.
Capítulo 13
Fabiola
—Y... ¿cómo está mamá?

—Bien cariño, en lo suyo. Esta tarde vendrán las cacatúas para el bingo.

Me río entre dientes y suspiro.

—Papá...

—Sabes que esas mujeres me vuelven loco con su parloteo todo el santo
día. A veces me pregunto por qué razón las aguanto.

—Porque amas mucho a mamá.

—Sí, ha de ser por eso. —Suspira en el teléfono y mi sonrisa se


desvanece—. Sabes que ella te ama también. —Permanezco en silencio y eso
hace que mi padre tome una respiración—. Ni siquiera dudes de ello, ella sólo
está pasando por un mal momento. Se siente un poco culpable y no sabe cómo
tratar con esa culpa.

—¿Por qué habría de sentirse así? No es su culpa, yo fui quien tomó las
decisiones que me llevaron a este momento.

—Lo sé hija, pero recuerda su pasado. Ella luchó por no darte ese mismo
panorama a ti y ahora, el saber que su nieto vivirá lo que ella vivió... eso la
hace sentir que falló.

—Debería hablar con ella. —Recuerdo la vida de mamá y el hecho de que


jamás conocí a mi abuelo materno.

—Sí, ¿por qué no vienes mañana a cenar?

—Eso estaría bien.

—Te esperamos. Cuídate cariño.

—Tú igual. Te quiero papi.


—También yo mi pequeña, no olvides traer esas fotos de mi nieto. Tengo
que guardar una para mi cartera.

Sonrío y limpio una lagrima de mi ojo.

—Cuenta con ella.

Termino la llamada y la puerta de mi oficina se abre. Las chicas, lideradas


por Rosi, entran con bolsas de comida en la mano.

—Hora de almorzar —chilla Tere, agitando un Subway en su mano derecha.

Les sonrío y despejo mi escritorio. Manu inmediatamente me entrega una


bandeja de comida de uno de mis restaurantes favoritos. Miro hacia sus
sándwiches y mi chuleta de pollo con ensalada fría.

—¿Por qué yo no tengo un sándwich como ustedes?

Manu me mira con una ceja levanta y responde—: Tú eres la que lleva un
bebé en su pancita, no nosotras.

—Sí, pero...

—Pero nada Fabi —refuta Tere—. Lo que nosotras comamos vale huevo, al
fin de cuentas tenemos estómago de camionero; peor tú, tú debes alimentarte
mucho mejor que nosotras.

—Come cariño, pedí un poco de limón para tu chuleta.

—Gracias Rosi.

Pruebo mi chuleta y está realmente buena. Cada una de enrolla en su


comida y tardamos unos pocos minutos en hablar sobre nuestro día.

—Tere casi golpea a una clienta hoy —dice Manu, robando un poco de mi
ensalada. Levanto mi mirada hacia Tere.

—Me estaba volviendo loca. Te juro que estuve cerca de mandarla al diablo,
pero recordé todo lo que estaba comprando y me autorregulé.

—¿Estamos hablando de la señora con el perro del demonio? —pregunto. La


loca del perro es una clienta regular, cada vez que viene de compras critica a
la persona que la atiende, ya sea por su color de ojos o su pintalabios.
Además, siempre habla mal de las prendas que vendemos, para luego llevar
una cantidad exagerada de las mismas. No comprendo por qué lleva tantas, ni
tampoco imagino a quién se las enseñará.

—La misma —responde Rosi.

—¿Qué hizo esta vez?


—Dijo que estaba demasiado flaca, que mi trasero estaba flácido y mi piel
igual.

Abro mi boca e intento no reírme.

—¿Tú, flaca?

—Eso dijo, incluso osó tocarme los gorditos. Según ella, estoy perdiendo el
brillo.

—Yo te veo igual. —Realmente la veo bien.

—Bueno, le hubiera agradecido eso de que estoy más flaca, pero cuando
dijo que mi trasero y piel eran flácidos y que todo me podría temblar al
caminar... casi la lanzo sobre las vitrinas.

—Tu culo no está flácido —apunta Manuela con mi tenedor—. Ella sólo es
así. Quiere hacerte sentir mal para ella poder sonreír.

—Lo sé, si mi culo tuviera problema alguno, no levantaría todo lo que


levanto en la calle —dice Tere, moviendo sus cejas sugestivamente—.
Probablemente esté celosa de que este trasero tiene más acción que ella... no
se imagina la atención que tuvo mi trasero anoche...

—No quiero oír otra vez sobre el trío que hiciste con Gonzalo y Dios sabe
quién. —Tapo mis oídos. Aunque no soy una completa mojigata, hay cosas que
realmente no necesito oír, especialmente las aventuras de mi loca y libertina
mejor amiga. Teresa realmente vive la vida loca. Una vez cometí el error de
escuchar sus aventuras, estuve traumada una semana entera.

—Aguafiestas. Deberías retractarte —dice y sonríe perversamente—. Ahora


que no vas a tener mucha acción allí abajo —Señala mi entrepierna y la
fulmino—, mis historias podrían darte algo de emoción.

—Paso, gracias. Prefiero vivir.

—Ay por favor, podrías aprender algunas cosas, como por ejemplo la
utilidad que puedes darle a un...

—¡Basta! Harás que devuelva todo mi almuerzo.

—Bien, pero cuando tengas algunas telarañas ahí... búscame. Estaré feliz
de instruirte en como desempolvarla.

—¡Teresa! —grito y le arrojo una lechuga. Cae en su frente haciéndonos


reír a todas.

—Bueno, cambiando a temas más seguros —dice Rosi—. ¿Cómo van esos
síntomas de embarazo?
Suspiro y termino por alejar el plato. Estoy repleta.

—Ahí, tengo muchos antojos tontos y náuseas en las mañanas.

—¿Has comido las galletas que te trajo David?

—Sí, Manu. Son lo único que logra calmar mi estómago en las mañanas.

—Espero que se vayan pronto. No imagino lo incómoda que debes estar por
esas agrieras.

—Son muy molestas Tere, pero no puedo luchar contra ellas.

—¿Y tu mamá?

Suspiro ante la pregunta de Rosi. Mis ojos se humedecen un poco al pensar


en la indiferencia de mi madre.

—Ahí. Aún sigue un poco distante, ha llamado un par de veces, pero es


simple y cordial.

—Dale tiempo.

—Eso es lo que estoy haciendo Rosi, pero créeme, es duro. Necesito su


apoyo ahora más que nunca.

—Ve y habla con ella —ofrece Manu. Asiento y le sonrío.

—Papá me invitó a cenar mañana, hablaré con ella entonces.

—Llámanos si necesitas cualquier cosa —dice Tere estrechando mi mano.

—Gracias chicas.

Terminamos nuestra hora de almuerzo y regresamos a nuestro trabajo. En


toda la tarde no recibo una llamada de Fernando, ni siquiera un mensaje y eso
me entristece. Desde hace un par de días él ha estado un poco distante. No
desinteresado, pero ya no me frecuenta como lo hacía antes. Creo que lo
extraño.

Decidida a dar el primer paso ahora, ya que siempre es él quien me busca,


le envío un mensaje.

Yo: ¿Quieres cenar conmigo esta noche?

Su respuesta llega unos segundos después.

Fernando: Justo estaba pensando en llamarte. Tengo una reunión hasta


tarde, no podré ir hoy tampoco, cariño. ¿Te parece si nos vemos mañana?

Yo: Está bien. Espero que todo salga bien.


Fernando: Gracias. Yo igual. Cuídate y besos al bebé.

Desilusionada, alejo el móvil y me concentro en mi trabajo. Sé que está


muy ocupado, Manu me ha dicho que tampoco ha ido a cenar a su casa y ha
rechazado dos ofertas de David de jugar Xbox. Al parecer, su empresa tiene un
negocio en desarrollo y necesita de su tiempo.

Suspiro y me dispongo a terminar mi tarde en el trabajo, pensando también


en lo que haré cuando llegue a casa. Probablemente me sentaré frente a la
televisión y veré mis series o... dormiré.

Aburrido.

Frunzo el ceño hacia la puerta.

¿Quién puede ser a estas horas?

Son pasadas las once de la noche; estaba a punto de ir a la cama, después


de terminar la quinta temporada de Grey's Anatomy. Fue la serie por la que
me decidí cuando me dejé caer en mi sofá. Apago el televisor y camino hacia la
puerta. Mi corazón se acelera cuando veo el rostro de Fernando fuera de mi
puerta.

—Hola.

—¿Qué haces aquí? —susurro sin creerme que de verdad esté aquí.

—Vine a verte, sé que dije que no podía, pero realmente quería verte antes
de ir a dormir.

—Yo... uh...

—¿No estabas dormida aún, verdad?

—No —respondo y me hago a un lado para dejarlo pasar. Su saco no está y


su corbata se encuentra floja—. ¿Qué tal fue la reunión?

—Una mierda, pero fue bien. Firmaremos con esos consorcios la próxima
semana.

—Eso es bueno. —Sonrío. Camina hacia la cocina y deja una bolsa sobre el
mostrador. Ni siquiera me percaté de ello.

—Lo es. ¿Cenaste?

—Sí.
—¿Quieres un poco de yogurt? Compre de melocotón, vi hace unos días que
se te estaba acabando. ¿Siguen las agrieras?

—Sí. —Me quedo de pie, observándolo depositar algunos productos dentro


de mi nevera. Especialmente, aquellos que me ayudan con las náuseas y las
agrieras.

Mi corazón se encoge, realmente se preocupa e interesa por mí y el bebé.


Me conmueve y sus acciones hacen algo con mi corazón, jamás un hombre
había hecho algo como esto por mí y no sé si más hombres harían algo como
esto por una mujer que los rechaza y está esperando el hijo de otro. ¿Qué
hombre prefiere venir y visitar a dicha mujer después de una ardua jornada de
trabajo?

Sólo Fernando.

Se vuelve hacia mí y me sonríe agitando un recipiente con duraznos


frescos. ¡Amo los duraznos!

Correspondiendo su sonrisa y reconociendo que realmente me ha hecho


mucha falta estos últimos días, corro hacia él y me abalanzo para abrazarlo.

—Te extrañé —susurro contra su pecho. Sus manos, que estaban


congeladas en sus lados, se aferran a mi espalda y lo siento besar mi cabeza.

Levanto mi rostro y le sonrío. Sus ojos se iluminan y con la palma de su


mano acaricia mi mejilla. Se inclina un poco y, cuando pienso que va a
besarme, sus labios descienden hasta mi frente.

—También yo cariño, también yo.


Capítulo 14
Fernando
—Perfecto, estaré allí a las ocho. —Termino la llamada y le sonrío a
Sebastián—. Hecho.

—Muy bien. —Aplaude y se levanta para hacer un baile tonto alrededor de


la silla—. Mierda, ya puedo oler esa comisión.

—Así es amigo, ya puedes comprarte ese jodido auto por el que tanto
babeas.

—Hombre, te imaginas a todas las mujeres que subirán a él... hmm ya


puedo verme haciendo un montón de cosas en la parte trasera.

—Eres un idiota. —Sonrío y apago el portátil.

—Ah vamos, si no estuvieras oficialmente enamorado de Fabi e intentando


conquistarla, harías lo mismo que yo.

Mi sonrisa cae, recordando la cantidad de mujeres sin rostro que visitaron


mi cama.

—También era un idiota.

—Sí bueno, al menos tú ya recapacitaste, mientras tanto yo... seguiré con


la cabeza en ello. —Sacude sus caderas haciéndome reír—. Y me refiero a
ambas cabezas.

Un mensaje llega a mi teléfono y lo leo rápidamente.

Manu: David quiere hacer un asado familiar este sábado. ¿Vienes?

Yo: Claro. ¿Qué debo llevar?

Manu: Hambre. Ja ja ja.

A pesar de su mala broma me río.


Yo: ¿Además de eso?

Manu: Trae algunas mazorcas y aborrajados. ¿Puedes poner algunos con


extra queso?

Yo: Vale, hermanita. Te llevaré tus aborrajados.

Manu: Te amo manito. Por cierto, le dije a Fabi que tú la recogías. No


quiero que conduzca sola de regreso.

Yo: No hay problema.

Manu: Te quiero bobo.

Yo: Y yo a ti zumbambica.

Manu: Invita a Sebas, pero dile que no traiga una de sus zorras o le
patearé su culo de aquí a Pekín. La última que invitó se ofreció a un
intercambio con David y conmigo.

Yo: ;) hecho.

Me rio y miro a mi mejor amigo que también está enviando mensajes por
teléfono. Por la estúpida sonrisa en su cara, adivino que estará hablando con
una de sus... amiguitas.

—Manu te invita a un asado el sábado. —Sus ojos se alejan brevemente del


teléfono y asiente—. Pero dice que si llevas a otra de tus chicas que se
insinuaran, te va a patear el culo.

Eso hace que se aleje totalmente del móvil.

—Pero... ¿Con quién más se supone que vaya?

—Lleva a una amiga decente.

—No tengo amigas decentes —responde mortificado—. Son aburridas.

—Pues, busca una.

—¿Dónde? ¿Hay algún lugar donde encontrarlas? ¿Algo así como


amigasserias.com?

—No lo sé, pero si tal vez vas a una cafetería y te sientas a observar el
mundo, pueda que conozcas a una linda chica.

—¿Linda chica? —Hace una mueca como si las palabras fueran amargas—.
Las lindas chicas no van conmigo. Las sexy y salvajes sí.
Niego con la cabeza y sonrío.

—Entonces ve solo.

Bufa y se levanta de su asiento.

—¿Y verlos a todos ustedes en pareja y contando dinero delante del pobre?
No, gracias. Sabes perfectamente que los sábados no pueden pasar en blanco
para mí.

—Claro y ya que no puedes tener una amiga decente porque tus bolas
explotarían...

—No es eso —gruñe—. Claro que puedo tener una amiga decente, es sólo
que no la necesito.

—Ajam... como no necesitas una amiga decente, quédate en tu


apartamento mientras los demás disfrutamos de un asado familiar y jugamos
The Division...

—No, jódeme. Estás mintiendo.

—Nop. Mi cuñadito lo consiguió.

—Hombre, de verdad que amo a tu cuñado. Apúntame, voy a ir a una


cafetería y conseguiré una maldita amiga para llevar al asado. —Guarda su
celular y camina fuera de la oficina—. The Division allá voy.

Yo: ¿Sábado a las siete en casa de Manu?

Fabi: Sí, ya me dijo. ¿Podrías pasar por mí a las seis treinta? Tengo que
comprar las bebidas

Yo: No hay problema. 


Fabi:  Gracias. ¿Qué haces?
Yo: Terminando un informe ¿Y tú?

Fabi: Vistiéndome, cena hoy en casa de mis padres. Hablaré con mamá.

Yo: Suerte. Espero que disfrutes. ¿Nos vemos al terminar?

Fabi: Claro. Llegaré a casa a las nueve pasadas. ¡Besos!

Yo: Besos, nena.

—Entonces, señor dominado, ¿listo para la cena? —Fulmino a Sebastián que


ha regresado a mi oficina.

—No soy un dominado, y sí, estoy listo.


Tomo el saco y camino hacia mi auto con mi mejor amigo a cuestas.
Tenemos una reunión con unos socios que nos ayudaran con la expansión de
nuestra empresa. La cena fue idea de la esposa de uno de ellos, está muy
agradecida con nosotros. Después de todo, son grandes contratos y grandes
negocios.

—¿Y alguno está casado? —Janeth, la esposa de Rolando, nuestro nuevo


socio, pregunta inocentemente.

—No, señora —respondemos Sebastián y yo a la vez.

La cena donde los Otero ha sido realmente interesante. A pesar de que


cada cosa en la casa grita dinero tienen un hogar muy tranquilo. Sus dos hijos,
Alexander y Martín son chicos emprendedores e interesantes. La cena está
deliciosa y me sorprendo al saber que la preparó la misma señora Janeth.

—Bueno, son muy jóvenes aún. Pero con lo apuestos que son, pronto les
darán caza.

Si la mujer no tuviera la misma edad de mi madre, probablemente me


sentiría incómodo por su observación. Además, cuando lo dijo, sonreía como
una madre a su hijo.

—La verdad —dice Sebastián—, es que no está en mis planes cercanos


casarme.

—Eso es porque la mujer indicada no ha llegado —afirma Rolando con una


suave sonrisa dirigida hacia su esposa—. Conocí a Janeth en una reunión de
negocios, ella es la hija del hombre al que intentaba impresionar y también la
mujer más hermosa e impresionante que había visto. Dos días después no
podía sacarla de mi mente, a las tres semanas por fin accedió a salir conmigo y
seis meses después la hice mi esposa.

—Vaya. Eso fue rápido —digo un poco envidioso.

—No lo creas, cada día en que me rechazó fue un infierno. Para mí se hizo
eterno el poder tenerla para mí.

—Lo tenías fácil con las otras mujeres —dice Janeth con una bella sonrisa—.
Tenía que hacerte saber que no era como ellas y que al ser valiosa era mejor
que trabajaras por ello.

—Cada año a tu lado ha valido la pena, cielo. —Nuestro socio se inclina


sobre la mesa y besa a su mujer en la mejilla—. Si tuviera que escoger
nuevamente, no lo dudaría, sólo tú cariño. Sólo tú.
Sebastián mira al feliz matrimonio con una mueca, pero puedo ver que sus
ojos están llenos de curiosidad, así como los míos, porque muy en el fondo los
dos nos preguntamos si algún día obtendremos un amor así.

Corro hacia el apartamento de Fabi. Muero de ganas por verla, reviso


nuevamente el contenido de mi bolsa y sonrío al pensar en la reacción de Fabi
cuando vea lo que tengo para ella.

—Hola —saludo apenas y abre la puerta. Me sonríe y me abraza. Me siento


jodidamente perfecto cada vez que sus brazos se enredan en mi cintura.

—¡Hola! —chilla emocionada.

—¿Veo que estás muy feliz?

—Sí, lo estoy. Pasa —dice y se hace a un lado para dejarme pasar—, hablé
con mamá y todo fue bien. Lloramos más de lo que realmente hablamos, pero
al final todo se solucionó.

—Me alegro, cariño.

—Ella estaba realmente preocupada. No quiere que a mi hijo le pase lo


mismo que a ella, cuando veía ese desfile de prospectos de padres cada año.
La abuela no logró conservar un hombre en casa. No quiere eso para mí.

—Eso no sucederá. —Me acerco a la cocina y busco un vaso de leche.

—Lo sé, pero igual ella se sentía culpable, que de alguna manera su mala
suerte la pasó a mí. —Se detiene a mi lado y mira con curiosidad la bolsa y la
leche—. ¿Qué estás haciendo?

—Sirviéndote un vaso de leche.

—¿Por qué? No tengo ganas de tomarla.

—Yo creo que sí —respondo y le señalo la bolsa de papel—. Ábrelo.

Apartando sus curiosos ojos de mí, se detiene frente a la bolsa y la


destapa, jadea y luego deja escapar un chillido mientras da un brinco feliz.

—¿Es una torta de vainilla y chocolate de la Casita del Ponqué? —Asiento


sin perder la sonrisa que divide mi rostro. Amo verla feliz—. Oh Dios mío, ¡Me
encanta! —Toma un trozo de la misma y la devora rápidamente—. Ellos
prácticamente tienen agotada esta torta, ¿Cómo la conseguiste a esta hora?

—Tengo mis métodos.


—Oh Fer, no sabes lo mucho que quería una torta de ellos. Muchas gracias
—Vuelve a arrojarse a mis brazos y beso mi mejilla—. Siéntate, serviré un
vaso para ti también, tienes que ir al paraíso de las tortas conmigo.

Le sonrío y obedezco, me sirve un vaso de leche y divide la pequeña torta


para los dos. Con cada pedazo que come, me sonríe y da un pequeño chillido
de emoción, sus ojos nunca pierden ese brillo de alegría, haciendo que mi
propia sonrisa se demore en mis labios.

Las palabras de Rolando regresan a mi cabeza.

Realmente cada pequeño momento con Fabi, vale la pena.


Capítulo 15
Fabiola
Manu: ¿Por qué llegaste tan pronto? Apenas y estoy duchándome.

¡Tere aún está dormida!

¡Rosi acaba de terminar de hacer el desayuno para su batallón!

Yo: Tranquila, Manu. Estaré visitando algunas tiendas mientras llegan.

Manu: Más te vale que no desayunes antes que nosotras lleguemos. ¡No
me importa que estés comiendo por dos! Si es un desayuno entre amigas,
¡Debes esperar a tus amigas!

Yo: Está bien, Manu. Iré a explorar mientras espero.

Manu: Enviaré las fuerzas oscuras para que vigilen tu trasero.

Me río de las ocurrencias de mi mejor amiga. Manu es simplemente otra


cosa. Guardando mi teléfono, no puedo evitar dejarme tentar por una tienda
para bebés, entro y me deleito con todo lo que hay dentro. Para el momento
en el que por fin llegan las chicas, tengo cuatro bolsas de compras.

—¿Qué mierda? —Chilla Tere llamando la atención de la encargada—. Mira


esa cosa preciosa.

La encargada suspira, reconociendo que no hay peligro y sonríe cuando el


resto de mis amigas se lanzan por cada artículo para bebés del lugar.

—Oh esto se verá tan hermoso en sus piececitos —murmura Manu,


arrullando un par de pantuflas de Sullivan, de Monsters Inc.

—Owwww cosita tierna, mira los cuernitos —Rosi toma una sudadera con
capucha del mismo personaje. Sonrío ante la emoción de todas.

—Me lo llevo —grita Manu corriendo hacia la caja—. Mi sobrinito o sobrinita


se verá divino en estas cositas esponjosas.
—Espera —chilla Tere—, ¿ya vieron esos mamelucos? —Señala una de las
secciones de la tienda. Las tres se vuelven y jadean ante la belleza al frente.

—Ya regreso —dice Manu a la sonriente cajera y corre con las chicas para
apoderarse de los mamelucos más lindos que existen.

Más de una hora después, las cuatro bolsas se convierten en diez. Dejamos
todo guardado con la anfitriona del restaurante y hacemos nuestro camina
hasta la mesa de siempre para —por fin— tomar nuestro muy merecido
desayuno.

—Quiero un omelett de pollo y champiñones, uh, milo frío. Gracias —pido


apenas y la mesera viene.

—Lo mismo que ella, pero podrían por favor tráeme a mí un milo caliente —
dice Manu.

—Yo quiero una cacerola de huevos son extra maicitos y café con leche.

—Y yo… hmm —Tere sigue contemplando el menú, intentando decidir si


quiere huevos o un calentado—, una arepa con queso y jamón, y un chocolate
caliente.

—¿Arepa? —preguntamos las tres a la vez.

—Sí, lo sé. Gonzalo me ha vuelto adicta a esas cosas.

—Vaya… —Suspiro asombrada—, realmente van en serio.

—Algo así. —Se encoje de hombros, pero podemos ver que hay más, Tere
realmente se está apegando de Gonzalo.

—¿Quieres hablarlo? —pregunta Rosi, frotando la mano de nuestra amiga.

—¿Hablar de qué? No hay nada de qué hablar. Todo está bien.

—Tere…

—Oh, ¿les enseñé el mameluco de monitos? Es tan divino. —Me interrumpe


Tere antes de que pueda decir algo.

Las tres compartimos una mirada, mientras nuestra mejor amiga sigue
parloteando sobre las compras —que todas vimos— y sobre el desayuno que
acaba de llegar.

—Está delicioso —agrego sólo para hacerle saber que si ella no quiere
hablar sobre ello, perfecto, la dejaré estar. Sí necesita tiempo, se lo daré, igual
que ellas me lo dieron a mí.

Sin embargo, otra mirada entre Manu, Rosi y yo, y sabemos que no será
mucho tiempo el que le permitiremos esconderse. Tal como hicieron conmigo.
—¿Hiciste un Baby Shower y no me invitaste?

Me vuelvo hacia la voz acusadora de Fernando. Lo miro confundida, pero él


está dedicando una mirada de muerte a todas las bolsas de ropa y accesorios
para bebé.

—No.

—¿Te divertiste en MercadoLibre.com?

Resoplo. —No.

—¿Qué fue entonces?

—Las chicas, desayuno, centro comercial, tienda de bebés.

—Oh. Eso lo explica —dice con una sonrisa—. ¿Puedo ver que hay dentro?

Ahí es cuando mi rostro rompe en una sonrisa tan grande, que sé que
después me dolerán las mejillas, pero realmente, ¿cómo puedo negarme a
mostrarla las bellezas de mí bebé, y no sentirme feliz por ello?

Le muestro todo. Sus ojos se iluminan con cada cosa que ve y toca. En un
momento dado, su sonrisa se vuelve nostálgica y sus ojos pierden el brillo,
para volverse un poco sombríos; se recupera rápidamente y continúa
entusiasmado por todo.

Cuando hemos terminado con la última bolsa, su ceño se frunce.

—No hay nada con carritos —dice.

—¿Eh?

—No compraron nada con carritos, hay animalitos y esas cosas; pero nada
de carritos, barcos, trenes, aviones, etc.

—Bueno, aún no conocemos el sexo del bebé, tratamos de comprar las


cosas unisex.

—Es un niño —dice con toda la convicción del mundo.

—¿Un niño? Puede ser, pero todavía no es seguro.

—Créeme, es un niño.

— ¡Oh sabio! ¿Por qué estás tan seguro?

—Porque lo soñé.
—¿Soñaste con mi bebé? —pregunto sorprendida.

—Todas las noches, a veces él es el protagonista, otras veces lo eres tú.

Bueno, eso simplemente me dejó… sin habla.

Parpadeo dos veces, enfocando su rostro mirándome intensamente. Sé que


estamos en ese momento exacto donde se supone que el aire “cruje” y los
protagonistas se besan.

En realidad, la temperatura de la habitación, o tal vez de mi cuerpo,


aumenta. Sin quererlo, me inclino un poco, sólo un poco, hacía él y siento mi
pulso dispararse. Veo la inclinación de su propio cuerpo, lame sus labios y sus
ojos bajan hasta los míos, cuando repito el movimiento. La anticipación por lo
que sea que viene a continuación, me hace sentir agitada y temerosa.

¿Cuántas veces estuve en esta misma situación anteriormente?

¿Cuántas veces él me rechazó?

El recuerdo de la fiesta de la Boutique y esa noche en que lo vi con aquella


morena despampanante, vienen a mi cabeza, seguidos de todos aquellos
momentos en los que mendigué su atención. Duele. Siento el rechazo
nuevamente, es fuerte, mi corazón y mi mente aún no olvidan…

Antes de que él cierre el espacio entre los dos, retiro mi mirada y aclaro mi
garganta.

—Esto cansada, creo que iré a dormir.

Ahora es él quien parpadea, tratando de procesar mis palabras. Frunce el


ceño y se acomoda en su lugar.

—Sí, tienes razón, debería irme.

Me siento un poco culpable por echarlo de mí casa de esa manera, pero


realmente necesito estar sola y afrontar todos estos confusos sentimientos que
me abruman.

Toma su saco y camina hacia la salida, me doy cuenta que no le ofrecí


nada, ni siquiera un poco de agua, y él ha venido a mi casa directo de su
trabajo. Soy una perra insensible y desconsiderada.

Abro mi boca para decirle que se detenga, pero a mitad de camino se


detiene y gira bruscamente hacía mí, acorta la distancia que se formó, llega a
mi lado y tomando mi rostro entre sus manos…

Me besa.

En la comisura de mi boca.
—Soy paciente Fabi, sé que debo serlo, pero si tengo la oportunidad de sólo
tener un poco de ti… no dudes que lo tomaré —susurra sobre la esquina de mi
boca, me suelta y sin una mirada de vuelta, se aleja y sale de mi casa,
dejándome con el corazón acelerado y el cuerpo necesitado de su contacto, de
su calor.

—Jesús ¿Qué acaba de suceder?


Capítulo 16
Fernando
—Tú hijo de perra… me las pagarás —grita Sebastián, haciendo que levante
mis ojos de la pantalla del portátil.

—¿Qué se supone que te hice? —pregunto confundido.

—“Ve a una cafetería, siéntate a observar el mundo y tal vez conozcas una
linda chica” —chilla imitando alguna clase de voz terriblemente aguda—. Me
has arruinado, idiota.

Le doy una mirada en blanco. —No entiendo.

—Lo hiciste a propósito. —Se deja caer en uno de los asiento fulminándome
con la mirada.

—Sigo sin entender. —Y estoy empezando a impacientarme.

Toma su teléfono, teclea en él y me lo entrega justo cuando se carga un


perfil de Facebook.

Jennifer Saavedra.

Me voy a la foto de perfil y descubro una encantadora y hermosa chica. Sus


ojos son oscuros al igual que su cabello, pero no hay duda de que es
realmente linda. Usa un vestido de flores que se ajusta a su escultural cuerpo,
resaltando sus curvas. Realmente es hermosa.

—¿Qué sucede con la chica?

—¡Ella es lo que sucede! Fui a la jodida cafetería, como lo sugeriste, y


esperé por más de una hora viendo a todas las mujeres que entraban,
necesitaba ver si alguna despertaba mi interés y justo cuando estaba a punto
de darme por vencido —Sus ojos van hacia el teléfono que aún sostengo, una
mirada soñadora pasa por su rostro—, ese ángel que ves ahí entró y puso mi
cabeza al revés.

—Oh, hombre, eso es bueno. ¿La invitaste a salir? —Gruñe y vuelve a


fulminarme con la mirada—, ¿Cuál es el problema?
—El jodido problema es que la chica ni me determinó —gruñe—. Intenté
todo, fui totalmente encantador, divertido, educado… pero sólo me dio una
sonrisa y nada más. ¡Hablé con ella por otra hora! —grita elevando sus manos
al cielo—, sabes que yo no hago eso. Las mujeres con las que paso el tiempo
son fáciles, no requieren mucho esfuerzo… pero ella, ¡M-me rechazó! ¡A mí!

Muerdo mi mejilla para no reírme del pobre amigo que tengo en frente.

—No te burles, hijo de puta. Todo esto es tú culpa. —Me señala con un
dedo y vuelve se levanta para caminar, como león enjaulado, por la oficina—.
Ni siquiera me dio su número, tuve que buscar su perfil de Facebook por
horas, le envíe mi solicitud de amistad, y no aceptó, ¡ya son cuatro días desde
eso!

—Olvídala entonces —digo, disimulando mi sonrisa con mi mano.

Sus ojos me miran como si hubiera dicho algo absurdo. —¿Estás loco? No
voy a simplemente olvidar a la mujer más impresionante de mi vida.

—Conquístala.

—Oh, ¿Cómo no se me ocurrió eso antes? —pregunta con sarcasmo—.


¿Qué carajos crees que he estado haciendo?

—Esfuérzate más, la chica, como tú mismo lo has dicho, es diferente.


Tienes que cambiar tu plan de juego y verás que resultará.

Resopla y deja caer su cabeza sobre el respaldo de la silla. —Lo dice el


dominado que no ha logrado que su chica lo deje entrar.

Pierdo mi sonrisa y golpeo su pie por debajo del escritorio. —Eso es


diferente, idiota. Si estoy pasando un infierno ahora, lo merezco. Fabi ha
sufrido años por mi maldita estupidez. Sabes que mayoría de las veces la
rechacé, pero no todas. ¿Cuántas veces la vi observarme con otras mujeres?
¿Cuántas veces la hice sentir menos que ellas?, ¿todas las veces que la
ilusioné para luego romper su corazón?, ¿Sabes de todas esas ocasiones
cuando me envió mensajes y se preocupó por mí, sólo para que yo le diera un
empujón, fuerte y doloroso, lejos de mi vida? —bramo—. ¿Por qué crees que
aún permanezco firme con ella? Porque sé lo imbécil que he sido, logro
imaginar el daño que le causé y entiendo, tú más que nadie sabes que
entiendo su dolor.

—Por eso mismo deberías dejar de sufrir por ella, ya has tenido tu cuota de
dolor.

—Precisamente porque sé lo que es sufrir cuando amas, es que no debí


hacerle lo mismo a ella. Pero mírame, de victima pasé a verdugo y con la
persona que menos lo merecía.
—No es tu culpa, amigo —dice, dejando de un lado su propia frustración y
enfocándose en la mía.

—Sí lo es. Las cosas son o no son. No debí hacerle a ella lo mismo que me
hicieron a mí, se supone que conozco el dolor de ello, debería haber hecho una
diferencia; pero no, continué con el ciclo. —Suspiro y cierro mis ojos
recordándolo todo. El dolor que sentí cuando ella…—. Por eso no descansaré
Sebas, no importa el tiempo que me tome hacer que Fabi olvide el dolor y me
dé una oportunidad. No es fácil para ella, y menos ahora que otro hombre la
ha decepcionado, pero como dice mi madre “Sí lo quiero, que me cueste”.

—Vale, lo que tú digas, amigo. De todas formas eres un hijo de puta por
convertirme en un cachorrito enfermo de amor.

—¿Qué vas a hacer entonces? —pregunto cuando lo veo levantarse y


caminar hacia la salida.

—Cambiar el juego —dice con una sonrisa—. Sí la quiero… que me cueste.

—Así se habla.

—¿Qué crees que haces? —Tomo las bolsas del auto y las dejo en la
entrada en la casa de Manu.

—¿Llevar las bebidas dentro?

Suspiro y niego con la cabeza. —¿Pensabas llevar cinco botellas de vidrio tu


sola?, ¿Te imaginas si alguna hubiera caído y se estrella contra el piso?

—¿Se rompe? —pregunta Fabi, con una sonrisa en sus labios.

—Por supuesto, y podrías lastimarte.

—Está bien papá —Ruedo los ojos y toma sólo dos de las botellas—. Llevaré
dos, ¿eso es suficiente para no hacer que sufras un infarto?

—Creo que el hecho de haberme llamado papá es suficiente motivo para


infartarme ahora. —Una sonrisa se dibuja en mis labios cuando rueda sus ojos
y me empuja suavemente al pasar.

—Deja de actuar tan paranoico entonces, ¿qué pasará cuando el bebé


nazca? Pobre de nosotros —murmura. Mi corazón se detiene ante el significado
de lo que ha dicho.

—¿Qué… —Se encoje de hombros sin volver su rostro y entra a la casa de


mi hermana—. Bien, paso a paso, metro a metro…
—¿Trajiste todo? —pregunta Manu una vez y atravieso la puerta.

—Hola hermanita, yo muy bien ¿y tú?

Rueda los ojos y sonríe. —Sabes que te amo, pero te amaría más si me das
esos aborrajados antes de que David y Gonzalo se enteren y no dejen nada
para los demás.

—Toma —Le ofrezco la bolsa con los aborrajados—. Los preparé como te
gustan.

—Awww, eres el mejor hermano del mundo —chilla—. Pero no le digas a


Lia.

Bufo y voy hacia el jardín de atrás donde la familia está reunida. Saludo a
mi cuñado y a mis padres, las chicas y por ultimo a un muy aburrido
Sebastián.

—¿Y ahora qué pasó?

—Tiene novio, y aunque le dije que no soy celoso, no aceptó venir conmigo.

Le doy una mirada estoica y suspiro. —Eres un pendejo. Hazte su amigo


primero.

—¿Amigo? —dice, la palabra sale como si fuera una enfermedad


contagiosa—. Yo no soy amigo de las mujeres. Sería peligroso para mi salud y
bienestar.

Ruedo los ojos y le entrego una cerveza de la nevera a nuestro lado. —Es
eso o te olvidas de tu “ángel”.

—Creo que paso —responde.

—Vale, ya sabía yo que te gusta lo fácil.

—No tiene nada de malo lo fácil. Tú amabas lo fácil hasta hace unos meses.

—No, claro que no tiene nada de malo y sí, disfruté de lo fácil, pero perdió
el encanto, ya no hay emoción en ello.

—Si quieres emoción, vamos a jugar The Division entonces.

—Lo que sea, amigo.

—¡Deja de moverte tanto!


—¡Auch! Fabi —gruño en medio de la oscuridad—. Eso dolió.

—Entonces deja de moverte ¡Por Dios!, vas a hacerme caer de la cama.

—La cama es enorme, dudo que te vayas a caer —apunto.

—Si sigues contoneándote de esa manera sí.

—Bien. —Resoplo y acomodo la almohada bajo mi cabeza.

El asado estuvo excelente hasta que Dios permitió que el cielo volviera
abrirse y dejó caer un impresionante aguacero que nos hizo correr adentro.
Manu, que es una paranoica extrema, no permitió que ninguno abandonara la
casa porque tal vez un rayo podría caer sobre un árbol y dicho árbol podría
aplastarnos, desviarnos de la carretera o Dios sabe qué. Por lo que todos nos
vimos en la necesidad de atrincherarnos en las habitaciones de su casa y… por
cosas del destino —por obra de Manuela— Fabi y yo terminamos, solos, en una
de las habitaciones de invitados. Los demás, se agrupan de a tres o cuatro.

Desde que puse mi cabeza en esta cama he estado bastante incómodo. Y


no se debe a que sea un colchón duro o algo así, claro que no; se debe a que a
menos de un metro, la mujer que amo y deseo con todo mi corazón, se
encuentra durmiendo en un pequeño camisón —que oportunamente le prestó
mi hermana menor— y eso jode mi cuerpo y mi mente.

Tengo que luchar con las repentinas ganas de tomarla en mis brazos y
acurrucarla en mi pecho, besarla, mimarla, y hacerla mía de mil formas.

Esto es una maldita tortura… tengo una jodida erección y un corazón


bastante acelerado.

No sé si agradecerle o vengarme de Manuela.

Resoplando por millonésima vez, me acuesto sobre mi espalda y trato de


pensar en cualquier mierda que aleje las imágenes de Fabi —escasa de ropa—
en mi cabeza. Creo que logro concentrarme por unos cinco minutos, antes de
que un cuerpo tibio se aferre al mío. Fabi se ha movido cerca de mí y ahora
abraza mi cintura como si fuera su oso de peluche.

—¿Fabi? —Nada, su respiración es lenta y pausada lo que me indica que


está dormida. Muerdo mi mejilla para evitar gemir, cuando su pierna se dobla
y es puesta sobre las mías, muy cerca de mi…— ¿Nena?

—¿Hmm?

—Estás…

—Cállate, déjame dormir —murmura y entierra su cara en el hueco de mi


cuello.
1, 2, 3, 4…

Manu si me había dicho que a Fabi le encanta acurrucarse cuando duerme,


pero no imaginé que, acurrucarse, para ella fuera lo mismo que aferrarse por
su vida. Dándome por vencido, abrazo su cuerpo y la dejo fundirse más contra
mí, suspira satisfecha y sonrío.

—Te amo nena —susurro cerca de su boca. Probablemente no me


escuchará y no recordará…

—Yo también te amo, Fer.

Me tenso y contengo el aire al escuchar esas palabras de sus labios, inclino


la cabeza para encontrarla con los ojos cerrados, su respiración sigue siendo
tranquila, sigue dormida, pero eso no me impide sonreír como un idiota
porque…

Ella me ama, aún en sueños, lo sabe y lo asegura.


Capítulo 17
Fabiola
Cinco meses.

Ya tengo cinco meses de embarazo.

Creo que el tiempo está pasando entre parpadeo y parpadeo. Este último
par de meses se ha ido tan rápido, que me he pellizcado varias veces para
asegurarme que no estoy dormida.

No lo estoy. Esta es mi realidad y cambia cada día.

Por fin puedo sentir a mi bebé, es realmente increíble. Manu lloró la


primera vez que ella pudo sentirlo también, Tere por poco y se sube por las
paredes. Hace unos días que Cintia tuvo a su bebé y por su experiencia, el
parto no es nada bonito, pero cuando la visité y vi esa pequeña cosita hermosa
que salió de su vientre y luego, esa enorme sonrisa en su rostro, lo supe. No
importa el dolor, lo que importa es tenerlo en mis brazos.

Estoy lista para él.

Sí, es un niño. Tal como lo dijo Fernando.

Esta mañana tuve la ecografía que lo confirmó. Gabriel Ospina nacerá en el


mes de septiembre.

Y no puedo estar más que feliz por ello.

Creo que mi vida por fin está tomando su camino. El trabajo está más
suave, las náuseas por fin han desaparecido al igual que los molestos antojos;
las chicas han estado conmigo en cada paso, mamá también, para ella su nieto
y yo somos todo su mundo ahora —creo que papá se sentirá desplazado en
algún momento— y Fer… bueno con Fernando las cosas van… bien.

Nuestra relación es bastante extraña, somos como un matrimonio pero sin


la cosa del sexo… y los besos. Sí, hay apapachos —él se ha quedado a dormir
conmigo varias veces— caricias, besos en la comisura de la boca, arrunches en
el sofá, compras en el súper juntos; incluso intenta enseñarme a cocinar,
aunque por lo general siempre se rinde y termina por hacer la cena él. Me
acompaña a las clases de parto, a las citas y ayer estuvo conmigo en la
ecografía, no me perdí su brillo de orgullo cuando supo que era un niño, tal
como lo profetizó.

—¡Huele a quemado, Fabi! —grita Fer desde el baño—. Dios, vas a hacer
que los detectores de humo se activen. —Corre hacia la estufa, donde el melao
de piña se ha echado a perder y apaga el fuego.

Deja la olla, arruinada, en el lavaplatos y se vuelve hacia mí con una


mirada severa.

—¿Lo siento?

—Aja. Me estás preguntando si debes sentirlo o me estás ofreciendo una


disculpa.

—¿Ofreciendo? —digo. Bufa y no puede evitar reírse.

—No entiendo cómo es que dejaste quemar el melao. Sólo tenías que
revolverlo por unos minutos mientras regresaba.

Muerdo mi labio porque realmente olvidé la parte de “revolver el melao”.


Sus ojos se estrechan hacia mi mano, que trata de ocultar mi distracción de su
vista.

—¿Qué estabas haciendo?

—Nada. —Me apresuro a decir.

—¿Nada? Bien, limpiaré esto. Ve y pide una pizza por favor, es obvio que
ya no haremos una casera.

—Vale —Sonrío y me vuelvo para irme, pero él es rápido y termina por


acercarse y arrebatare la revista de las manos.

—¿Una faja cuesta todo eso? —murmura impresionado—. ¿Por qué estás
viendo fajas?

—Son fajas post parto. Quiero conseguir la mía desde ya.

—Falta mucho.

—Sí, pero esa marca es muy buena y tiene muchos pedidos.

—Entonces, ¿dejaste quemar el melao por ver fajas? —Asiento y rueda los
ojos—. Definitivamente, Fabi. Definitivamente pide la pizza, cariño y yo
limpiaré este desastre.
Voy hasta la mesa del comedor y tomo el teléfono, termino de pedir la
pizza y mi vejiga se revela contra mí. Voy al baño, regreso y busco el DVD que
se supone vamos a ver hoy.

Es viernes, y desde que Fer y yo estamos en esta extraña relación, cada


viernes lo hemos vuelto un viernes de P&P (Pizza y Películas) y ya se ha vuelto
una tradición sagrada. También es algo que sólo hacemos los dos, sin amigos o
hermanos de más; y turnamos el lugar, hoy es en casa de Fer.

—¿Dónde está la película? —pregunto al no encontrarla.

—Eh… creo que la dejé en mi habitación.

—Vale.

Fernando es un buen cocinero, pero es el hombre más disperso y


desordenado en cuando a las cosas de su casa. En su habitación, busco el
estuche con los DVD que compró para el Viernes de P&P pero no lo encuentro.

—¿Lo escondiste de Sebastián otra vez? —grito. Es lo más probable, desde


que Sebas no hace sino llevarse las películas sin decirnos, Fer lo esconde para
poder conservar las mejores para nosotros.

—Sí, pero no recuerdo dónde. Mira la caja de los relojes.

Ruedo los ojos y suspiro. Ese sería el primer lugar que buscaría el tonto.
Ahí fue donde lo encontró la primera vez. Abro el armario y busco. Algo me
dice que probablemente esté en los gabinetes de las cobijas y sabanas.
Rebusco entre las telas y ¡Bingo! Ahí está. Lo saco, no me doy cuenta que no
retuve la tela de abajo y ésta también sale, dejando caer algunos papeles y
sobres.

Uno de ellos llama mi atención y sonrío. Es la ecografía de…

Espera. Esa no es mí ecografía, no recuerdo que se viera así. Vieja.

La tomo y reviso el nombre, está recortada, sólo la imagen es visible.


Frunzo el ceño mientras mi corazón se acelera. Tomo el sobre blanco con el
dibujo de unas manos y un bebé y lo abro.

Sé que estoy siendo fisgona e irrespetuosa, pero no puedo evitar hacerlo.


Si Fer tiene…

La primera hoja es un examen de sangre. Una prueba positiva para


embarazo. El nombre está recortado, alguien rasgó la parte donde debería ir el
nombre. Pero la fecha dice claramente… positiva. La siguiente hoja es un
boletín con información sobre el embarazo y el último uno sobre el aborto o la
adopción.

—¿Qué? —jadeo.
¿Fer va a tener un hijo?

Oh Dios mío.

—No puede ser.

Mis manos comienzan a temblar y siento que la habitación gira. Mis ojos se
llenan de lágrimas al pensar en miles de escenarios y tratar de darle a la mujer
que lleva este bebé un rostro. Uno de los tantos rostros que le he visto a Fer
desfilar.

Maldito.

—¿Lo encontraste… —Se detiene abruptamente cuando me ve con los


papeles en la mano y el rostro desencajado—. Fabi —exclama con Dolor. Sus
ojos se cierran por un momento y entonces lloro.

Va a ser padre.

Embarazó a otra mujer.

—Vas a tener un hijo —espeto con dolor.

—Fabi…

—¿Cómo pudiste ocultármelo? —chillo.

—Porque no voy a tener un bebé —dice. Miro el boletín sobre el aborto y se


lo arrojo cuando trata de acercarse a mí.

—¡Miserable! ¿Vas a hacerla abortar?

—¿Qué? ¡No! —brama. Intento correr fuera de la habitación pero me


retiene antes de hacerlo— Fabi escúchame.

—¡Tú imbécil! —sollozo y golpeo su pecho, me esfuerzo por zafarme de sus


brazos pero no me lo permite. Cuando golpeo su espinilla con mi pie, gruñe y
me arroja, despacio, a la cama. Se sube sobre mí, cuidando de no aplastar mi
vientre ahora pronunciado.

—¡Cálmate y déjame hablar! —grita. Muerdo mi labio para evitar que siga
temblando. Una de sus manos sube para limpiar mis lágrimas—. No voy a
tener un bebé, porque ese bebé ya no existe —dice y mi corazón se rompe—.
No, shh, espera. —Sus ojos se llenan de lágrimas y veo tanto dolor en el que
me quedo un poco sin aliento—. ¿Recuerdas a Paola? Mi novia en la
universidad.

¿Paola Rodríguez? Cómo olvidarla, Fer estuvo con ella por tres años.

—Sí.
—Voy a levantarme y hablarte sobre esto. Lo has malentendido todo y…
aunque me duela —Su voz se rompe un poco, agacha su cabeza y aprieta su
manso sobre la sabana—, te diré todo.

Asiento y se levanta. Me siento y él lo hace a mi lado, toma los papeles,


especialmente la ecografía y traza su dedo sobre la forma del bebé que hay en
ella.

—Antes de graduarnos me entregó esto. —Agita el sobre—. Había una nota


que decía “debemos solucionarlo” —resopla y me mira con una sonrisa que no
es real ni divertida—. Me quedé confundido, no entendía nada. Abrí el sobre y
cuando procesé lo que tenía frente a mí… me sentí como el hombre más
poderoso y feliz del mundo. Iba a ser padre y del hijo de la mujer que amaba.

Y por eso odiaba a Paola, porque ella recibió el amor de Fernando. Él


realmente la quería, cuando ella era una perra oportunista y desalmada.

>>Pero entonces recordé la nota y pensé que me estaba diciendo que


debíamos casarnos o algo así. Fue tan estúpido de ir y comprar un anillo de
compromiso. Estaba ciego por esa mujer, era la primera a la que llegué a
querer y me creía realmente enamorado de ella. —Camina hasta el papel que
le arrojé y me lo entrega—. Debí haber sacado todo el contenido del sobre
antes de haber gastado todo mi dinero en un anillo. Esa noche fui a su casa
para pedirle que se casara conmigo, lo primero que dijo cuándo me vio fue
“¿Ya tienes el dinero?”.

—¿Dinero?

—Sí, lo mismo dije. Paola estaba esperando que le entregara el dinero para
hacerse un legrado; le dije que eso era lo último que había pensado como
“solución”, tomé el anillo de mí pantalón y le propuse que se casara conmigo.
—una lágrima se desliza de su ojo y eso hace que llore aún más—, cuando dijo
que sí, fue… épico. Pensé que todo estaba bien, hasta que tocó el tema del
aborto nuevamente. Me negué y discutimos, le dije que no permitiría que
acabara con la vida de algo que era nuestro. Dijo que no continuaría con el
embarazo, que era su cuerpo, su decisión. Que un matrimonio podía esperar
hasta que termináramos la carrera, compráramos una casa o por lo menos
tuviéramos un sueldo decente que no fuera el proporcionado por nuestros
padres. Además, ella no se veía todavía como una madre. Discutimos todavía
más, lloré y le rogué que no acabara con la vida de mi bebé, al final la
convencí de que lo pensaría y no iría a la clínica inmediatamente.

Una sensación extraña crece en mi estómago imaginando el final de esta


historia. No puedo creer lo que me dice, pensé que Paola lo amaba.

—Me fui a casa confiado y orgulloso. Les enseñé la foto a mi familia y a mi


mejor amigo. Estábamos felices, asustados, pero felices. —Me mira otra vez
cuando tomo su mano y la estrecho—. Fui a visitarla al siguiente día y no
estaba, dos días después aún seguía desaparecida. Respondía a mis mensajes
diciendo que estaba bien y que le diera tiempo. Desesperado, confronté a sus
padres, necesitaba ver con mis propios ojos que ella y mi bebé estaban bien…
Sus padres —Nuevamente su voz se quiebra, me acerco y paso mi brazo sobre
sus hombros—. Sus padres ni siquiera sabían del embarazo. Ella les dijo que
saldría a una finca con sus amigas. Regresó una semana después, con el anillo,
pero sin bebé.

—Oh Dios —susurro horrorizada.

—Sí, su salida a la finca fue en realidad la visita a una clínica para abortar.
Lo hizo al siguiente día de haberme pedido tiempo. Pensó que si me daba unos
días podría recapacitar sobre lo que traer un niño a esas alturas conllevaría.
Me enojé y la dejé, rompí el jodido compromiso; Dios sabe que sufrí y lloré por
lo que hizo, pero la amaba y cuando me rogó perdón y una nueva oportunidad,
la acepté de nuevo.

Lo recuerdo. Recuerdo un par de semanas en que Fer estuvo solo y dolido.


Manu sólo dijo que había peleado con Paola, pero no imaginé toda la historia
que llevaba atrás.

—Seis meses después, cuando volví a amarla y teníamos planes para


nosotros; me dejó.

—Por César.

El imbécil riquillo de sus amigos. Odiaba a ese idiota, especialmente cuando


le hacia la vida imposible a Manu. Era una versión satanizada de lo que era
Fernando. Un imbécil mujeriego.

—Sabes esa parte, pero no sabes lo otro.

—¿Lo otro?

—Ella y él me engañaban desde hace mucho, mucho tiempo. La última vez


que la confronté, con el corazón herido, y le recalqué que a pesar del dolor que
me causó lo que hizo con nuestro bebé yo la perdoné y la amé, me dijo que no
sufriera por un hijo que nunca perdí, ya que nunca fue mío realmente.

—Perra —bramo.

—Lo es.

—¿Cómo pudo hacerte eso? Oh Dios, Fer. Es horrible.

—Lo fue. Estaba tan ilusionado, Fabi. Por esas horas en las que creí el bebé
vivía, lo sentí tan mío. Y la amé tanto, no pensé que realmente ella me
lastimara tanto. No estoy seguro si me amó, pero fueron tres años. Tres años
que aún no logro justificar.
—Maldita bruja. Lo siento tanto, Fer. No quería hacerte recordar todo eso.

—No es necesario que me lo recordarás, Fabi. Lo tengo presente cada día,


ya que eso fue lo que me hizo la persona que soy… fui. —Se corrige
rápidamente.

—¿A qué te refieres?

—Si no amaba a otra mujer, no podrían lastimarme otra vez. Era mejor ver
las lágrimas en ojo ajeno que sentir el dolor de las tuyas —dice mirándome con
vergüenza y culpa.

Oh…

Dios.

Ella lo destruyó y el decidió destruir cualquier relación y a cualquiera que


quisiera amarlo.

—Yo…

El timbre de la puerta me detiene de decir algo. Ambos nos miramos un


poco, él tratando de descifrar lo que yo pienso, yo luchando con la urgencia de
golpearlo por ser un imbécil o besarlo y consolarlo por haber sufrido tanto. El
timbre se vuelve insistente y antes de que alguno de los dos haga algo, me
levanto y voy a atender al repartidor de pizza.

Cuando regreso con la caja en la mano, veo a Fernando quemando los


papeles y la ecografía.

—¿Qué haces?

Se vuelve hacia mí y me da una sonrisa. —Ya no necesito recordar mi


pasado ni el motivo para ser el imbécil que era.

—Oh.

Tira los papeles al lavaplatos y camina hacia mí, me rodea con sus brazos y
lo dejo, besa mi cabeza y murmura—: Tengo un mejor presente, uno que
quiero merecer y alguien a quien quiero hacer feliz.

Mis manos se aferran fuertemente a su cuerpo, una de sus manos busca


algo en su bolsillo trasero, saca su billetera y me empuja suavemente para que
vea lo que hace. Abre la cartera y ahí, donde debe ir la foto de su familia, está
la foto de mí bebé y a su lado una foto mía.

—Perdóname, nena. Y por favor, permíteme amarlos y hacerlos felices.

Cubro mi boca para acallar el sollozo que escapa. Me lanzo a sus brazos
asintiendo con mi cabeza frenéticamente.
—Ya lo haces Fer, ya nos amas, y créeme que estás haciéndome feliz —
digo antes de permitir que mis labios se estrellen con los suyos.

Un beso, nuestro primer beso verdadero.


Capítulo 18
Fernando
Ella está besándome.

Sus hermosos y suaves labios están presionándose tentativamente sobre


los míos. ¿Puedo morir ahora mismo?

Sí, claro que puedo.

Su lengua sale para tentar a mis labios a abrirse y joder si eso no me hace
reaccionar como un animal. Gruño bajo en mi garganta y me apropio del beso
y de ella.

Nuestras lenguas se enredan, mis brazos tratan de rodear su cintura y


estrecharla contra mí sin aplastar a nuestro bebé. Alargo el beso lo más que
puedo, mis manos tratan de acariciar la mayor cantidad de su piel sin ser
demasiado molesto e intenso. La siento suspirar sobre mis labios y sonreír;
deposito un beso en la piel de su cuello y tras su oreja.

—Te amo —susurro.

Permanece callada, no le daré mucha importancia al hecho de que no me


dijo lo mismo de regreso; sé que me ama, ya me lo ha dicho. Entiendo porque
está prevenida conmigo, además, este beso significa más de lo que cualquier
otra palabra pueda significar.

—¿Quieres cenar? —pregunto cuando Gabriel se mueve furiosamente.


Puedo sentirlo.

—Sí —responde, sus mejillas llenándose de color—, tenemos hambre.

Sonrío y la guío hacia la cama. Caliento la pizza que se enfrió y corro por la
película que compré para hoy.

En menos de una hora, Fabi ya está dormida. Siempre es lo mismo, ella


insiste en los viernes de P&P, pero no resiste mucho con la película.

Acomodo las almohadas para ella y la arropo, me subo y me acuesto a su


espalda, beso su cabeza y aspirando su olor me acuesto a dormir junto a ella.
Un paso más.

Paciencia, me digo a mi mismo, ya estás llegando a su corazón.

—¿A dónde vamos?

—A cenar.

—¿Cenar? ¿Dónde? —Aparco el coche, Fabi mira hacia el restaurante y


jadea—. Oh mi Jesús. ¡No! —Se vuelve hacia mí con los ojos abiertos—. Este
restaurante es muy costoso.

—Lo sé. Por eso te traje aquí en nuestra primera cita. Sé que te mueres
por comer en esa terraza y ver la cuidad bajo tus pies.

—¿Cita? ¿Esto es una cita?

—Sí. Y antes de que digas algo más, estás hermosa. Vamos.

Bajo del auto antes de que ella decida tener un ataque de histeria. La
ayudo a bajar y la conduzco hasta la entrada. Le doy las llaves al chico,
subimos al ascensor y en el último piso y nos presentamos ante el anfitrión.

—Buenas noches, Reserva para Fernando Quintero.

El hombre sonríe y revisa la agenda. —Señor Quintero, buena noche.


Dama.

—Buenas noches.

—Su mesa está lista, por aquí por favor.

Le agradezco y somos conducidos hacia una de las mesas en el ala


izquierda. Ayudo a Fabi a sentarse y froto su pancita antes de tomar mi
asiento. El hombre nos sonríe y anuncia que en un momento vendrá nuestro
camarero.

—¿Te gusta?

—Es impresionante —murmura Fabi con admiración. Sus ojos absorben


todo a nuestro alrededor, el viento, mueve algunos mechones de su cabello. Le
sonrío y ayudo a acomodar algunos tras su oreja.

Hoy se ve realmente hermosa, ese vestido rojo que hace juego con su
cabello, sus labios, su perfume y esa bella sonrisa.

Me fascina esta mujer.


—Me alegro que te guste.

—¿Cuándo hiciste la reservación? Manu y las chicas llamaron hace meses y


dijeron que estaba lleno.

—Hmm —Bueno, esto es incómodo

—¿Fernando?

—¿Recuerdas la fiesta de la tienda?

Inmediatamente lo digo me arrepiento. Sus ojos se oscurecen y su sonrisa


muere. Dios, que imbécil soy.

—Cómo olvidarla.

—Bueno, después de portarme como un hijo de puta contigo, debía


disculparme a lo grande, llamé pero me dijeron que estaban llenos por los
siguientes siete meses… —Resoplo y me río de mí mismo—. Lo reservé de
todas maneras, pensé que sí me rechazabas al menos podría ceder la reserva
a Manuela y que te invitara a cenar.

—Ya veo —susurra. Toma el menú y esconde su rostro de mí.

—Lo siento. De verdad.

—Lo sé —responde, baja el menú y veo las lágrimas en sus ojos.

—No llores, Fabi, por favor. —Arrojo la servilleta en la mesa y me levanto


para hacerme a su lado—. Soy un bastardo, perdóname.

—No estoy molesta contigo, no estoy llorando por el pasado, Fer. Es sólo
que —Toma una respiración y dibuja una pequeña y tímida sonrisa—, quería
tanto conocer este lugar y justo para nuestra primera cita, me sorprendes
trayéndome a cenar aquí. Eso me hace feliz.

—¿En serio?

—Sí, Fer —responde—. El pasado es difícil, nuestro pasado lo es; pero así
como tú decidiste que los errores de atrás no rigieran tu presente… yo estoy
intentado lo mismo. En el momento en el que me arrojé a tus brazos, fui
consciente de que lo que pasó, pasó y las lágrimas que derrame ahora por ello,
esas sí sería en vano. Estoy mirando hacia adelante Fer, es difícil, pero lo
intento siempre.

Le sonrío y acuno su rostro, beso tiernamente sus labios y muerdo


suavemente su cuello. Suspira y se recuesta contra mí, alguien aclara su
garganta y nos volvemos hacia un muy sonriente camarero.
Ordenamos nuestra cena y compartimos una velada asombrosa. Cada vez
que el viento alborota el cabello de Fabi, río por su intento de acomodarlo
nuevamente. Después del postre, la guío hasta el mirador para contemplar
toda la ciudad desde el piso cuarenta y tres.

—Esto es hermoso —suspira satisfecha—. Es como un pesebre. Todo se ve


tan pequeño, incluso a Gabriel le gusta.

—Me doy cuenta, el pequeñín no deja de moverse. —Beso un lado de su


cabeza y atraigo su espalda a mi pecho.

—Gracias, Fernando.

—Las gracias no son para mí. Son todas tuyas.

—¿Ni siquiera me darás un poquito?

—No —gruñe y aleja el cholado de mí. Contengo mi sonrisa e intento ir una


vez más por su cholado, gruñe y golpea mi mano—. Aléjate, es mío. Tú tienes
uno para ti, comételo.

Resoplo y la miro acusadoramente. —Tú te comiste todas las fresas de mi


cholado. Además del dulce de leche y las chispitas.

—Eso te pasa por ser un blando conmigo. No te daré de mi cholado.

—Pero…

—No.

—Está bien.

Después de la cena, decidimos ir a caminar un poco, Fabi vio un puesto de


cholados y bueno…

Camino de regreso hasta el vendedor y le pago por más fresas, un extra de


papaya y mango, y un poco más de crema de leche. Cuando Fabi me ve, y
luego a mi ahora enorme y delicioso cholado, me hace ojitos.

—No.

—Fer… —Frunce su preciosa boca y ladea la cabeza.


Ruedo los ojos y le entrego el bendito cholado; ella me devuelve el suyo,
del que han desaparecido casi todas las frutas y sólo queda el hielo triturado.
Suspiro y sonrío cuando besa mi mejilla y se concentra en seleccionar las
fresas y el mango para comerlo.

Sí, soy un blando total, pero sólo con ella.


Capítulo 19
Fabiola
—No puedo creer esto —resoplo indignada—. Es increíble que no haya algo
realmente bonito.

—Lo sé, es una mierda. —Manu fulmina un horrible vestido de tirantes. Es


enorme y desproporcional.

—Se supone que esta es la etapa más hermosa de las mujeres, ¿cómo
podrán verse hermosas con esta horrible ropa? —Tere arroja el vestido al
suelo—. Dan vergüenza. Lo que intentan es hacer sentir más gorda a la chica.
Tengan consideración.

—No me gusta nada —dice Rosi—. Vamos al de allí, tal vez encontremos
algo mejor.

Hoy estamos de compras. Algo que he odiado hacer durante toda mi vida.
Es muy incómodo ir a un almacén y tener que seleccionar las tallas más
grandes, frente al ojo crítico de las otras clientas y las mismas asesoras y
luego “probártelo” y “enseñarlo” para confirmar si te queda o no.

Yo siempre me quedaba en el maldito probador y me decepcionaba sola


cuando algo no que quedaba bien. Es tan injusto, muchas de las cosas bonitas
viene en tallas más pequeñas, y lo que si me queda bien es… horroroso. Como
ese vestido.

Las chicas quieren hacer una bienvenida para el bebé, además de que ya
casi nada de mi vieja ropa me queda, mi panza ha crecido de manera
impresionante, ya son seis meses. El doctor asegura que el peso es para el
bebé, además de que sólo puedo comer cierta cantidad de veces al día y en
proporciones normales. No importa cuanta hambre tenga. También, tengo a
siete personas encima de mí, vigilando que me alimente sanamente.

—Aquí tampoco me gusta nada… bueno, esa blusa se ve bien. —Señalo una
verde aguamarina, Manu y Tere hacen una mueca.

—Es horrible.
—No puedes hablar en serio.

—Chicas, tengo que comprar algo, si se ve o no se ve bien me vale. Igual,


perderé esta panza en unos meses. —Quiero irme, estoy frustrada y
decepcionada. Quería un lindo conjunto para mi fiesta, pero la mayoría no me
queda bien, además de que las prendas son grandes… una gordita,
embarazada y con algo enorme sobre su cuerpo, pareceré una tienda de
campaña.

Manu ve mi decepción, le da una mirada a Rosi y otra a Teresa. Las tres


asienten como si hubieran decidido algo y me abrazan.

—Vamos, la tienda de telas está por allá —dice Manu, palmeando


suavemente mi panza.

—Vas a escoger las telas que más te gusten —agrega Tere.

—Y vamos a hacerte la ropa más linda de toda la ciudad. Te vas a ver


increíblemente hermosa —finaliza Rosi.

—¿De verdad? —pregunto entusiasmada, me encanta esta idea. Las chicas


asienten y sonríen—. Gracias, chicas.

—No hay de que, amiga. Somos unas genias en el diseño.

—Así es, Manu, si hacemos linda ropa interior, podemos hacer linda ropa
para ti, a tu medida.

—¡Eso sería genial!

—¡Vamos! —chillo.

Al llegar al almacén de telas, Rosi y Manu se sienten en su paraíso. Ellas


aman los colores, los estampados, texturas, les gusta todo. Caminamos entre
todos los rollos exhibidos y una preciosa tela me llama la atención. Mi color
favorito es el verde, y esta tela es verde oliva. Imagino un hermoso vestido
con ella.

—Muy bonita —murmura Manu tomando la tela en sus manos—. Ya te veo


en ella. Me gusta.

—A mí igual.

—Lo haré.

—Oh que bonita —Una curvilínea mujer se acerca y toma la misma tela—.
Es realmente linda ¿verdad? —Nos pregunta. Sus ojos claros son sonríen.

—Sí.

—Le haré un vestido a mi mejor amiga con esta tela.


—Espera, yo te he visto. —La mujer ladea su cabeza, y continúa
observando a Manu—. Oh por Dios, eres la chica de la línea de ropa —
Aplaude—, ¡Cherry Big Dreams!

—Así es —Sonríe Manu.

—Morirán, mi suegra, mi madre y mis amigas morirán cuando se enteren.


—Da unos cuantos salticos en su lugar y vuelve a aplaudir—. Cariño, ven aquí,
mira a quien me encontré.

Una figura masculina y familiar, camina hacia nosotras. Me tenso y el aire


sale de mis pulmones apenas y se vuelve claro para mí quien es, él aún no se
percata de quien soy yo, está revisando su teléfono.

—¿A quién? —pregunta sin interés llegando hasta la mujer frente a


nosotras que asumo ahora, es su esposa.

Me cubro el vientre protectoramente. Manu se ha percatado de mi reacción


y frunce el ceño, entonces mira con sospecha a la mujer y a Nicolás.

—¡A Manuela! La chica que hace esa ropa interior que tanto nos gusta.

Por fin levanta la vista de su teléfono y pega una sonrisa para ver a Manu,
cuando sus ojos se posan en mí, su sonrisa se titubea y sus ojos se llenan de
ira y luego pánico.

Mierda.

Oh Dios Mío…

—Queridísima Manuela, él es Nicolás, mi esposo —dice la mujer—. Yo soy


Libia.

—Mucho gusto —dice Nicolás, extendiendo su mano hacia mi amiga, pero


sin dejar de mover sus ojos entre mi rostro y mi vientre.

Doy un paso hacia atrás.

—Claro —responde Manu, ella mide mi reacción y la de Nicolás, está


concluyendo algo, lo puedo ver en sus ojos. Libia por su parte, está inocente
de todo.

—Nico, mi vida, un día dijiste que si veías a la persona que creó ese diseño
que te encantó el día de nuestro aniversario… te arrodillarías. Mira nada más,
tenemos a la responsable de ese ingenio y de esa reacción tuya —Ríe entre
dientes, ajena al hecho de que sus palabras van lacerando mi corazón.

—Tenemos que irnos —gruñe Nicolás—. Un placer nuevamente —dice a


Manuela, toma la mano de su esposa y trata de alejarla, ella no cede.
—Oye, no seas grosero. —Se vuelve hacia Manu y luego me mira—. ¿Vas a
hacer ropa para embarazada? Oh di que sí, hoy Nico y yo nos enteramos que
seremos padres por tercera vez… —chilla y yo muero por dentro—, ¡Estamos
muy emocionados!

—Felicitaciones —responde Manu. Ella toma mi mano cuando doy otro paso
hacia atrás. Las lágrimas amenazan con salir de mis ojos… él va a tener otro
bebé.

—¡Gracias! ¿De cuántos meses estás?, yo apenas tengo unas doce


semanas.

—Seis —grazno, mirando a Nicolás que salta un poco—. Tengo seis.

—Tiene cara de ser niña, tu pancita es muy redonda. ¿Ya sabes si es niño o
niña?

—Niño —contesta Manu por mí. Fulmina a Nicolás con la mirada. Ella ya se
ha dado cuenta.

—¡Chicas! —grita Tere mientras corre hacia nosotras, seguida por una
sonriente Rosi—, encontré unas cosas fabulosas allá.

—Oh, están todas aquí. —Ambas se vuelven hacia Libia y Nicolás.

—¿Nos conocemos? —pregunta Tere a Libia.

—No —responde Manu entre dientes. Sus ojos queman hacia Nicolás—,
será mejor que se retiren antes de que mi boca termine diciendo lo que mi
mente en este momento desea gritar y mis manos obedezcan la orden de
hacer algo muy, muy malo.

Un sollozo se cuela y sale ahogado por mis labios. Tere y Rosi se vuelven
hacia mí, mientras Nicolás toma a su esposa y sale con ella.

—Pero… ¿Qué fue eso, Nico? —Escucho a Libia decir mientras es empujada
por Nico hacia la salida.

—¿Qué está pasando? —Rosi pregunta suavemente. Tere sigue mirando


confundida entre la pareja huyendo y nosotras.

—Quiero irme —susurro. Las lágrimas empiezan a bajar por mis mejillas un
tras otra sin poder ser contenidas.

—Fabi, cariño ¿qué pasa? —Rosi me abraza y frota mi espalda—. ¿Te


sientes mal?

—Vámonos —ordena Manu.

—Manu…
—No me hagas decirlo, Tere, aún estoy tratando de comportarme y no
cometer un asesinato en estos momentos.

—Pero ¡¿Qué demonios pasa?!

—Les diré en casa.

Manu me abraza también y me conducen a casa. Todo el camino lloro.


Nadie puede calmarme y lo intento. Intento dejar de llorar pero no puedo. Es
como una presa rota.

Al llegar a mi casa, corro a mi habitación y me encierro dentro de ella,


escucho a Manu decirle algo a las chicas y luego a Tere gritar y maldecir y Rosi
calmando a ambas. Sigo llorando cuando las tres entran a la habitación y me
abrazan, susurran miles de palabras de aliento…

Pero aún con ese apoyo… sigo llorando hasta quedarme dormida por el
agotamiento.
Capítulo 20
Fernando
—Promete que no vas a ir a matarlo…

—No prometo nada, Manuela.

—… Sin mí.

Me quedo mirando a mi hermana sin poder evitar que una sonrisa se dibuje
en mis labios. Fabi se remueve en mis brazos y acaricio su cabello
susurrándole que vuelva a dormir.

—Está bien, prometo que si voy a matar al hijo de puta, te llevaré conmigo
—susurro para no despertar a Fabi.

—La persona que hizo sentir de esa manera a mi amiga, merece morir,
lenta y dolorosamente.

—Me encanta la parte del dolor, pero eso lo pensaremos después porque
ahora ella nos necesita.

—Tenías que haberla visto, Fer. Había tanto dolor en sus ojos, también
estaba pálida y tan asustada.

—Maldito hijo de puta.

—La mujer no tenía ni idea que el hermano de sus hijos estaba a unos
metros, en la pansa de Fabi. Ella no sabe la clase de basura que tiene por
esposo.

—Lo va a saber, y le tocará sacar la basura de su casa.

—Ustedes no van a hacer nada —gime Fabi. Levanta su cabeza de mi brazo


y nos mira con sus hinchados y rojos ojos—. No quiero que hagan nada.

—Pero Fabi…

—No, Manu. Prométanlo, no quiero que se metan en problemas por mí.


—No nos meteremos en problemas. Limpiaremos muy bien la escena.
¡Auch! —Fabi golpea mi estómago—. Nena.

—Deja de hacer ese tipo de absurdos comentarios. No quiero nada de eso.


Él no es el único culpable de lo que está sucediendo, yo también lo soy. Él no
me obligó a nada, yo decidí acostarme con él, yo permití que él me usara para
engañar a su esposa, yo soy responsable, soy una persona horrible.

—Cariño —dice Manu viniendo hasta nosotros—. Tú no eres una persona


horrible. No lo sabías. Estoy segura de que si hubieras sabido que él estaba
casado, jamás le hubieses permitido acercarse a ti.

—Fabi, él sí es culpable de ser un hijo de puta irresponsable y cobarde. Él sí


sabía que tenía una mujer en casa esperándolo, fue él quien te tocó —mi voz
se vuelve ronca y furiosa al pensar en lo que ese hijo de puta obtuvo. Maldito
suertudo—, cuando no debía ver ni desear a otra mujer que no fuera a aquella
a la que prometió amar, respetar y cuidar —Digo, mientras la apretó un poco
más hacía mí y froto su estómago—. Sabes perfectamente que también he sido
un hijo de puta en mí vida, pero eso no me excusa de ser responsable y
aceptar las consecuencias de mis acciones.

—Es sólo que… —Vuelve a llorar y eso me parte el corazón. Pero me da


más motivos para ir a partirle la cara al hijo de puta otra vez.

—¿Qué? —pregunta Manu—. No llores por él, no vale la pena.

Un oscuro pensamiento cruza mi mente y hace un hueco en mi corazón.

—¿Tienes sentimientos por ese hombre? —pregunto, temiendo la


respuesta.

—¡No! —chilla mirándome como si estuviera loco—. ¿Cómo podría sentir


algo por ese imbécil?

—Bueno, eso es un alivio. Si fuera cierto, no sé si pueda golpearte y sacar


algo de razón, sin hacerle daño a mi sobrinito.

—Tonta —resopla Fabi—. Y no, Fer —Sus ojos se clavan en los míos—, no
siento nada por ese hombre, pero hoy, cuando lo vi, me dolió en el alma que la
persona se supone debería amar a mi hijo; ni siquiera tenga un mínimo de
interés por él. Su indiferencia me duele, porque mi hijo no debería ser odiado
por la persona que participó en su gestación. —Una lágrima se derrama por su
mejilla, la limpio con mi pulgar—. No es justo, no debería ser así. Yo no puedo
imaginar cómo no amarlo, Gabriel lo es todo, y se merece lo mejor. Sin
embargo, por mi culpa, lo he traído a una familia incompleta y le he dado un
padre que lo desprecia.

Cubre su rostro con sus manos y solloza. Definitivamente, tengo que


acabar con ese malnacido.
—Pues bien que si le sobra amor con nosotros. Gabriel nunca se sentirá
menos, Fabi. Todos nosotros lo amamos.

—Manu tiene razón, nena. Sí, el hijo de puta que donó su esperma, pero
mejor. No tienes que mendigarle amor a ese pendejo. Mi niño tiene suficiente
de nuestra parte. Tus padres lo aman, los míos igual, tus amigas, yo… tú.
¿Acaso hace falta que ese pendejo se una al equipo? No. Nosotros somos
suficientes. Tú eres suficiente… y créeme cuando te digo que cada día lucharé
porque yo también lo sea para ti y para nuestro bebé.

—Awww, ésto, David y leer a Sara Fiore me van a dar un coma diabético.

—¿Sara quién? —pregunta Fabi.

—Una autora italiana que leo en Wattpad. En fin, sigue hermanito, no sabía
que tenías eso en ti. Estás igualando a mi David, y yo veía difícil eso.

—Gracias hermanita, por tus oportunas y muy “acertadas” interrupciones.

—Sabes que me amas. No obstante, regresando al punto de esta reunión,


Fer tiene razón, amiga. Gabriel lo tendrá todo con nosotros, pero lo más
importante es que siempre se sentirá deseado y amado.

—Lo sé, qué sería de mí sin ustedes —susurra, sonríe y seca sus lágrimas.
Se acurruca en mi pecho y me mira—, ¿Qué sería de mí sin ti?

—Tú, cariño, seguirías adelante. Aquí el que se encontraría perdido sería


yo.

—Mierda, tengo que irme, esto es peor que leer romance. ¡David! te
necesito. —bromea Manu, besa la cabeza de Fabi y mi mejilla—. Nos vemos
tortolitos, los dejo para que… —le da una sonrisa perversa a Fabi—, yo en tu
lugar ya tendría desnudo a un hombre que me diga esas cosas… pero ewww es
mi hermano del que hablamos aquí, así que será mejor que jamás se te ocurra
contarme lo que hacen ustedes dos a puertas cerradas —se levanta y camina
hacia la puerta, no sonríe antes de salir y luego finge estremecerse—. Ewww,
asco, necesito una lobotomía, creo que he contaminado mi mente.

—Yo también te quiero, hermanita.

—Lo sé —dice riendo—, soy irresistible.

Una vez que quedamos solos, me inclino y pongo mis labios sobre su
vientre pronunciado.

—¿Qué haces? —pregunta.

—Voy a dejarle claro a nuestro bebé, que lo amamos y deseamos verlo


pronto.
—Oh —murmura, sus mejillas se colorean y muerde su labio—, realmente
estás haciendo muy difícil que resista el quitarte la ropa y atarte en mi cama.

Un siseo se escapa de mi boca al procesar sus palabras, me enderezo


bruscamente y la miro lleno de sorpresa.

—¿Q-qué?

—Lo siento —se disculpa—, realmente no debería pensar en eso, pero no


puedo evitarlo.

—No… no te disculpes, cariño —Beso sus labios, mis manos temblando y


toda mi sangre viajando hacia el sur en el proceso—. También es difícil para mí
controlar mi deseo cada vez que estás cerca de mí… yo…

—¿Me deseas?

—Sí, no imaginas cuánto.

—Yo también, Fernando. Tanto, pero no creo que pueda hacerlo…

—No te preocupes, cariño, sé que aún estamos yendo paso a paso. Sin
presiones —digo, aunque mi pene protesta en contra. Tendré que ducharme
con agua fría, muy fría hoy.

—No es eso —Muerde su labio otra vez y tengo que evitar no gemir. Mi
sangre corre a mil y tengo que apretar mis puños para no tomarla en estos
momentos—, es sólo que no me siento a gusto teniendo ese clase de intimidad
contigo, cuando llevo al bebé de otro hombre dentro de mí. Yo…

—Entiendo. —Beso nuevamente su boca y acaricio su mejilla—.


Comprendo, nena y esperaré. Puedo hacerlo, el sexo no lo es todo para mí en
estos momentos. Voy a esperarte, no importa el tiempo.

—Vale —suspira—, aunque realmente, deseo verte desnudo.

—¿Y atarme? —grazno. Una ola de lujuria arrastrándose por mi cuerpo.

—Y atarte.

Hijo de puta… Fabi. Oh Fabi, vas a matarme.


Capítulo 21
Fabiola
—¿Estás lista? —pregunta Manu. Intento no abrir mis ojos ante la ansiedad
y la curiosidad. Ella me pidió que esperara, lo haré.

—Sí.

—Buen, aquí vamos.

Me ayuda a caminar a ciegas, damos pasos cortos, confío en ella. No


obstante, es mejor prevenir que lamentar.

—Escalón —dice y me ayuda a bajarlo. Seguimos caminando un poco y sé


que estamos en su patio trasero cuando la brisa empuja mi cabello y mi
precioso vestido verde oliva.

Manu diseñó no sólo este vestido, también todo un guardarropa completo


para mí, y estoy feliz con el resultado.

—Listo, sólo un momento. No abras los ojos todavía.

—Bien, Manu.

—Sólo un momento —Escucho risitas y murmullos, luego la maldición de


Tere—. Ahora sí… ábrelos.

—¡Sorpresa¡ —gritan todos, sonríen y aplauden. Parpadeo confundida, mi


corazón se acelera y me muevo un poco hacia adelante.

—Jesús, María y José —jadeo cuando asimilo la imagen frente a mí.

Estamos en el patio de Manu, hay globos blancos y azules por todo el lugar,
mesas con manteles blancos y azules, centros de mesa en forma de teteros,
las cadenetas de papel de un lado a otro; una enorme mesa llena de regalos y
otra semejante en tamaño, llena de aperitivos y un enorme pastel.

—Esta es nuestra bienvenida de bebé para Gabriel. —Sonrío hacia Rosi y


Tere. Fernando camina hacia mí y me da un casto beso mientras todos tratan
de lucir sorprendidos aunque fallando. Ya lo sabían.
—Gracias, gracias a todos. —Intento controlar las lágrimas que amenazan
con salir—. No esperaba este gesto tan bonito.

—Tonterías —Helena viene hacia mí y me abraza—, eres como otra hija


para nosotros. Sabes que te amamos.

—Así es —dice Emanuel besando mi mejilla—. Y ahora que por fin mi hijo
sacó la cabeza de su trasero y decidiste darle una oportunidad, bueno, es
imposible no amarte más.

—Cariño —Mi madre viene corriendo y me estrecha en un fuerte abrazo—,


¡Te ves tan hermosa!

—Gracias, mami.

Saludo a mi padre, y uno por uno de los invitados vienen por un abrazo y
un beso.

—Me encanta el vestido —susurra Fer a mi oído, cuando por fin no estoy
siendo rodeada por todos—, pero me gusta más la mujer que lo lleva puesto.

Muerdo mi labio para evitar decir algo obsceno sobre cómo luce él en esa
camisa polo y los pantalones caqui.

—También me gusta cómo te ves. —Sus ojos brillan con conocimiento.


Desde el día de mi crisis, él y yo no podemos contenernos en manifestar lo que
pensamos el uno del otro… en ese sentido—. Pero me gustaría más, verte sin
tanta ropa —susurro provocando una carcajada de su parte.

—A veces los sueños se cumplen —murmura en respuesta. Me guiña un ojo


y siento la corriente que se desplaza por cada uno de mis nervios.

Malditas hormonas.

Suspiro y dejo que las chicas me arrastren a la mesa para adivinar qué hay
en cada regalo, sin dejar de pensar todo el tiempo, cómo se verá Fernando,
desnudo y muy atado en mi cama.

Definitivamente necesito controlarme.

—Estoy muerta —murmuro apenas y entro a mi apartamento. Me dejo caer


en el sofá y trato de colocar mis pies sobre el reposabrazos. Estoy molida.

—Eso es bueno, cariño. Quiere decir que la pasaste bien. —Fer ayuda a
traer todas las bolsas con regalos a la casa. Quisiera ayudar a traer el resto,
pero realmente muero de cansancio.
—Fue increíble.

Después de intentar adivinar los regalos, Rosi y las chicas tenían varias
ideas de juegos para todos. Hicimos la de los teteros con cerveza para los
hombres, medir la barriguita con el papel higiénico, la famosa actividad de “Te
vendo un pollo” —morí de risa con cada una de las actuaciones— grité a más
no poder cuando tenían que ponerle el pañal al bebé con los ojos vendados; la
de “no dejes caer el globo” fue estimulante y la comida… dioses, la comida fue
sensacional.

Cuando llegó la hora de abrir los regalos y lloré. Nos dieron cosas tan lindas
que no pude evitarlo. Mamá y papá le regalaron una pulsera de oro con el
grabado: Gabriel: La Fuerza y el Poder de Dios. Fue el presente que más me
hizo llorar.

—Merecerías que fuera increíble —dice Fer, sacándome de mis


pensamientos. Besa mi frente y regresa a la cocina para poner en la nevera los
recipientes con comida. No tendré que cocinar por varios días… eso me hace
muy feliz también.

Lo escucho en mi habitación y luego en el baño. Frunzo el ceño cuando


reconozco el sonido de la tina siendo llenada. Unos minutos después, Fer
regresa y me ayuda a levantarme.

—Vamos, cariño. Te preparé un baño caliente, así tu cuerpo se relajará.

—Eres el mejor —susurro agradecida.

Lo dejo guiarme hasta el baño, me siento en el borde y le permito quitarme


el vestido. Me sonrojo un poco cuando lo veo observar mi cuerpo, estoy
enorme, realmente enorme. Pero a él parece gustarle lo que ve, lo sé, ya que
su erección pelea contra la tela del pantalón, el brillo hambriento en sus ojos y
la manera en la que su respiración ha cambiado.

—¿Te gustan? —pregunto levantándome y enseñándole mi juego de ropa


interior que Manu diseñó para mí.

—Me encantan —responde, brindándome una sexy sonrisa.

Le sonrío devuelta y suspiro. —Me gustaría que los quitaras por mí.

Lo escucho aspirar el aire y sisear. Sus ojos se abren y empuña mi vestido


en sus manos.

—Fabi, nena. Debes dejar de torturarme de esa manera, no creo que pueda
desnudarte y simplemente salir de aquí como si no acabara de hacer la cosa
más asombrosa y no tuviera delante de mí a la mujer que más deseo.
Mordiéndome el labio susurro—: No te he pedido que te marches —sus ojos
vagan por mi cuerpo y, a pesar de mi panza, el hambre en ellos hace que me
sienta la mujer más hermosa y sexy del mundo—, tampoco he dicho que no
puedes hacerme nada.

—Jesús —gruñe sobre su puño cuando quito el sostén de mi cuerpo y lo


arrojo a un lado. El brillo en sus ojos se intensifica—. Vas a ser mi muerte,
pero moriré feliz con sólo tenerte —susurra antes de estrellar su boca con la
mía.

La tela de su camisa hace efecto en mis sensibles pezones, gimo cuando


sus dientes muerden mi labio y sus manos aprietan mi trasero. Gruñe en
aprobación al sentirme frotándome contra su pierna, su boca desciende hasta
mi cuello y muerde la piel.

—No dejes una marca —jadeo cuando succiona más fuerte.

—No prometo nada, quiero sentirte y hacerte mía.

Me alejo un poco y tiro de su camisa, toma el cuello de la misma y la saca


rápidamente. Me maravillo con su cuerpo, paso mis manos por su pecho y sus
abdominales, encantada con la firmeza del mismo.

—Siempre he querido morder tu piel —digo, señalando la piel debajo de su


ombligo—, especialmente esta parte. —Me inclino y lo hago. Sus músculos se
tensan y lo escucho sisear.

—Joder, Fabi.

Sonrío y me enderezo para desabotonar su pantalón, paso mi mano por la


protuberancia de su furiosa erección oculta por la tela y se estremece.

—Nena —susurra, toma mi rostro entre sus manos y vuelve a besarme esta
vez es más hambriento y cargado de deseo—. Dios, te deseo tanto.

Sus manos acunan con delicadeza mis pechos y gimo cuando toma entre
sus dedos mis pezones, el calor se acumula entre mis piernas y siento que si
no me toca pronto, justo ahí, donde más lo necesito, me pondré a llorar.

Gimoteo nuevamente, al sentir su boca en la sensible piel de mis pechos.


Succiona uno, suavemente, antes de pasar al próximo. Sus manos no dejan de
acariciarme en cualquier parte. Las mías, son codiciosas y tratan de marcarlo
en dónde quiera que logro tomar. Justo ahora, mis uñas se clavan en sus
hombros, tanto por el placer de ver mis marcas, como para sostenerme y
evitar caer.

Sus labios regresan a los míos justo cuando una de sus manos traza mi
sexo sobre la tela de mi ropa interior, jadeo y muevo mis caderas buscando la
fricción que necesito para aumentar la sensación. Aleja sus dedos y gruño
frustrada, se ríe entre dientes, así que decido vengarme mordiendo su pezón.
Brama y esta vez me besa furiosamente. Su dedo vuelve a tentarme y gimo su
nombre, exigiéndole que haga algo pronto.

—Inclínate sobre el lavado —ordena. Asiento y hago lo que me pide


cuidando de no golpear mi vientre—. Abre un poco tus piernas cariño, así —
uno de sus dedos vuelve a trazar mi entrada y me estremezco—, tan mojada
—susurra y lo siguiente que sé es corre mi ropa interior y es su boca quien me
tienta y atormenta ahora.

—¡Fernando! —jadeo, su lengua entrando y saliendo, uno de sus dedos se


une a la tortura, introduciéndose en mí y siento que mis rodillas cederán ante
la inmensidad de lo que siento.

—Vamos, nena, hazme saber cuánto te gusta lo que hago —pide y continúa
con su asalto, aumentando la velocidad de su lengua y su dedo. El orgasmo
empieza a construirse dentro de mí y muelo mis caderas contra él para poder
aumentar las sensaciones buscando urgentemente la libración.

—Oh Dios. —Dejo caer mi cabeza hacia atrás cuando algo explota dentro
de mí. Mi cuerpo se sacude con el más increíble orgasmo, mis rodillas ceden,
unos fuertes brazos me toman y evitan que caiga.

—Te tengo, cariño —susurra en mi oído, mientras sigo estremeciéndome,


las olas de placer haciéndome cerrar los ojos y gemir su nombre.

Siento que soy levantada, Fernando se acomoda en la tina y me ubica


sobre él, montando su regazo. Sonríe cuando lo miro con ojos nebulosos.

—Tan hermosa —murmura reverentemente, pasa sus manos por mi


cabello, la sensación del agua tibia me hace sisear por lo sensible que estoy,
pero se siente tan bien; Fer toma mi cabeza y me hala hacia él para besarme,
es tierno y pausado, como si me estuviera probando por primera vez y eso
hace que mi deseo aumente otra vez. Me aparto, disfrutando de la vista de él
debajo de mí, tomo su erección en mis manos y lentamente la guio, dentro de
mí.

—Mmm —gimo y dejo caer mi cabeza, Fer también deja caer la suya y
contemplo con orgullo el surco en su frente, sus labios entreabiertos y sus ojos
intensos, llenos de deseo y amor por mí—. Prepárate, será mejor que estés
dispuesto para todo lo que deseo hacer contigo.

—Haz conmigo lo que quieras nena, soy tuyo, todo tuyo.


Capítulo 22
Fernando
Realmente estoy en las nubes.

No tengo palabras que logren dimensionar lo que es estar con la mujer que
amas. El sexo de por sí es placentero, pero el sexo con la persona que más
deseas y amas… es otro nivel.

Dejo caer mi cabeza hacia atrás y gruño con cada movimiento de las
caderas de Fabi. Estar dentro de ella, y permitir que su calor me apriete, me
tiene rodando los ojos hacia atrás. Ella es simplemente única.

Mis manos se aferran a sus caderas, agregando un poco de fuerza a cada


uno de sus movimientos; jadea, cuando embisto hacia arriba y me encuentro
con ella. El agua sale de la tina y moja el piso; el sonido del agua y la piel
siendo golpeadas, combinado con los quejidos de Fabiola y los gruñidos de mi
boca, la sensación de su cuerpo sobre el mío, su calor y humedad… no puedo
más.

—Nena, joder, no puedo más.

Llevo mi mano hasta la unión de ambos y trazo su clítoris para aumentar


su placer y acercarla más a su orgasmo, no quiero explotar antes que ella lo
haga, y esta vez quiero verla a los ojos y poder contemplar lo hermosa que se
ve cuando llega al límite del éxtasis.

—Oh Dios —jadea, sus uñas se entierran en la piel de mis hombros. Rujo
bajo en mi garganta cuando sus movimientos se vuelven desesperados y me
cabalga profundamente. Un exquisito sonrojo cubre sus pechos, cuello y
rostro—. ¡Fernando!

Otro gruñido escapa de mí, al sentir su sexo apretar el mío a muerte.


Pierde el ritmo y me ocupo yo de encontrar sus caderas y embestir
profundamente, más agua se derrama, me importa una mierda el desastre,
sólo quiero seguir tomando y reclamando a esta mujer. El cosquilleo en mi
columna se hace intenso, bramo y dejo escapar un sonido áspero al alcanzar
mi propio clímax.
—Te amo —susurro besando su frente. Su cuerpo yace inmóvil sobre el
mío.

—También te amo —responde y siento un golpe en mi pecho. Es la primera


vez que reconoce sus sentimientos por mí. Sonrío y la abrazo contra mí. El
agua se ha vuelto fría y siento mi piel arrugada y sensible.

—Salgamos de aquí, cariño. Vamos a la cama.

Adormilada, asiente y me permite sacarla de la tina y cubrirla con una


toalla, uso una en mí y la guío hacia la cama. Busco una de sus camisolas de
dormir y seco su cabello. Todo el tiempo nos sonreímos el uno al otro, como
adolescentes enamorados. La recuesto en la cama y me ubico tras su espalda
pasando un brazo sobre su cintura.

—Descansa, hermosa.

—Tú igual —Sus ojos se cierran, se acurruca más y suspira—. Te amo.

Dos veces. Van dos veces.

—Y yo a ti, a ambos.

Cierro mis ojos, dejándome arrullar por el movimiento de su pecho y el


dulce aroma de su champú.

Y tengo el mejor sueño del mundo.

—¿Una feria? ¿En serio? —chilla sorprendida y confusa. Una media sonrisa
se dibuja en mis labios, al ver cómo la frustración y la molestia adorna su
rostro.

—Sí.

—Pero… ¿Por qué? sabes que odio a los payasos, les tengo profundo terror,
y no puedo montarme a las atracciones, la panza no me deja.

—¿Entonces? ¿Por qué me traes aquí?

—Porque es una feria —respondo. Fabi me brinda una mirada que promete
malas cosas y sonrío—. Vamos, nos esperan.

—¿Quién nos espera?

—Quién no, quiénes. —Tomo su mano y suavemente nos dirigimos hasta la


enorme carpa del circo.
—Yo no voy a entrar ahí —chilla. Ella y Manuela realmente sienten pánico
de ver a los payasos. Creo que haberlas sometido a la película “La Cosa”,
cuando no tenían ni diez años fue la causa de su aversión y terror hacia los
payasos.

—Sí, sí lo harás.

Con un poco de fuerza, logro hacerla pasar por la entrada del lugar. Su
mano se aferra a la mía como si en cualquier momento, alguien fuera a
alejarla de mi lado. Trato de no reírme, cuesta no hacerlo.

—Voy a morir, vamos a morir —canta en susurros. Me rio entre dientes


mientras pasamos el puesto de palomitas de colores y de algodón de azúcar.
Una mujer payaso nos ve y se aproxima a nosotros. Fabi se tensa y se vuelve
para correr.

—¿A dónde vas? —pregunto en medio de una sonrisa.

—A ponerme a salvo, no quiero morir —jadea y trata de volver a correr. Sin


embargo, la detengo.

—Cariño, saluda. —La mujer payaso está frente a nosotros, sonriente. Fabi
no se vuelve, tengo que hacerlo por ella. Está pálida y asustada.

—¡Bienvenidos! —chilla emocionada la mujer payaso—. Soy Candy, la


amorosita. Vamos por aquí, los hemos estado esperando.

—¿Esperando? Oh Dios mío, esto es peor de lo que pensaba.

La mujer payaso, con su nariz roja y su pelo de colores nos sonríe y pide
que la sigamos hacia uno de los camerinos, en varias oportunidades, debo
halar a Fabi para que camine.

—No sucederá nada malo, nena, son sólo personas disfrazadas.

—Payasos asesinos —susurra. Sus ojos se abren y tiembla cuando más


payasos aparecen—. Son demasiados.

—Fabi, mírame —pido, lo hace y le sonrío tranquilizadoramente—, son


personas.

Un payaso con un overol de lunares y una mujer payaso con un tutu de


colores se acercan y saludan a Fabi.

—¡Hola, mamita!

Codeo a mi chica, está pasmada viendo a ambos payasos con horror,


vuelvo a codearla suavemente y estrecho su mano.

—H-hola —grazna.
—Vamos, mamita, tenemos que prepararte. —La mujer payaso de tutu,
toma la mano de Fabi y la lleva hasta el probador—. Este es para ti. —Le
entrega un vestido de payaso y le sonríe—. Vamos, vamos que nos esperan.

Confundida, Fabi se adentra al probador y toma el vestido. Me da una


mirada interrogativa.

—Ve —indico y dejo que otro payaso me guie a mí hacia otro probador.
Agito el vestuario que me entregan en su dirección y le vuelvo a sonreír.

Asiente y cierra la puerta para vestirse. Tomo mi propia camiseta y overol,


hay unos enormes y graciosos zapatos sobre el banco del probador, me rio
para mí mismo y me dispongo a vestirme.

Unos minutos después salgo, Fabi ya está fuera de su probador con un


tutu, unas medias de rayas rosadas y verdes; y una blusa colorida, en la blusa,
justo donde debe ir su pancita, hay dibujado un tierno y gracioso bebé payaso.
Fabi mira al bebé y luego a mí con una dulce sonrisa.

—Oh, que mamita más bonita —dice la mujer payaso del tutu. Toma la
mano de Fabi, que luce más relajada ahora, y la acompaña a un tocador—.
Vamos a dejarte todavía más bonita.

La mujer payaso de antes, del cabello de colores, se sienta frente a Fabi y


le extiende unos zapatos de payaso, son enormes, como los míos. Fabi permite
que se los coloque. La payasa del tutu empieza a maquillar su rostro, Fabi no
deja de mirar al espejo, fascinada con el maquillaje y el cambio que se produce
en ella.

Otros dos payasos me llevan hasta otro tocador y empiezan a maquillar mi


rostro. Cuando finalizan, le entregan una enorme nariz de color rojo y una
peluca de color amarillo. Me río frente a mi reflejo en el espejo. Me veo…
cómico.

Fabi se acerca a mí, su maquillaje ha sido terminado, y como detalle


delicado, le han agregado un enorme moño rosa a su cabello con extensiones
de colores ahora. Se ve tierna, hermosa, divertida. Camina, tímida y con una
linda sonrisa.

—¿Cómo me veo?

—Totalmente diabólica, perversa, creo que harás que se orinen en sus


pantalones.

Me empuja. —Tonto, hablo en serio.

—Te ves linda. ¿Todavía sigues aterrada de los payasos? Ahora eres uno de
ellos.
Frunce la boca y sonríe. —Ya no tanto.

—Bien, vamos. Tenemos trabajo que hacer.

—¿Trabajo?

—Sí —responde un payaso por mí—. Los niños vendrán pronto por sus
dulces.

Caminamos junto al resto del grupo de caritas pintadas, hasta los puestos
de comida y dulces. Nos indican que debemos ubicarnos en el de los algodones
de azúcar. Las puerta del otro lado de la carpa se abren, y una multitud de
personas, niños entre ellos, ingresa.

—¡Mira, papá! Una payasita embarazada… —Una niña viene corriendo hasta
Fabi y hala su tutu—. ¿Me puedo tomar una foto contigo?

Fabi, sorprendida y emocionada, sonríe. —Por supuesto.

El padre de la niña y su esposa sonríen, apuntan la cámara mientras la niña


abraza las piernas de Fabi. Ambas se ríen y miran a la cámara para la foto,
cuando se captura la imagen, la niña agradece y pide un algodón de azúcar.

—Gracias —chilla agitando su mano. Fabi devuelve el gesto.

Más niños siguen acercándose y pidiendo una foto con nosotros. Fabi
disfruta posar para ellos y luego entregar los algodones de azúcar. En poco
tiempo, tenemos una fila de niños esperando ya sea una foto o un algodón de
azúcar. Todos se quedan emocionados con Fabi y su enorme panza.

—¿Cuándo nace?

—¿De qué color será su cabello? Tienes muchos colores en el tuyo.

—¿Te comiste a ese bebé? ¡Guau!

—¡Oh es un bebé payasito!

Fabi responde como una campeona a todas las preguntas y puedo jurar
que disfruta su trabajo como payaso, al verla sonreír con tanto gozo y amor a
los niños.

Después de ello, pasamos a la carpa principal donde se realizara el


espectáculo. Fabi se divierte y ríe de todas las travesuras que los payasos
hacen en la arena. Su alegría es inconfundible y me enorgullece verla tan
relajada y contenta. Cuando llega el show de los globos, debo alejarla por
cuarta vez de la fila, a mi pequeña pelirroja le apasionan los globos con forma
de perritos. Varios niños terminan por hacerle mala cara, cuando se interpone
entre ellos y el payaso con los globos.
—Pero, ¡Ese es un perro salchicha!

—No importa, nena, déjale algo a los otros niños. Ellos también quieren su
mascota.

—Esto no es divertido.

Me río y la guío hasta uno de los asientos para poder disfrutar del show. El
puchero en su boca dura lo que tarda el nuevo espectáculo en comenzar.

—¿Disfrutaste tu trabajo como payasita? —pregunto cuando llegamos a


casa y Fabi se deja caer sobre el sofá.

—Fue impresionante. —La emoción es inconfundible en su voz—. Fue


increíble —suspira satisfecha.

—Y… ¿qué opinas de los payasos?, ¿volverás a correr despavorida de ellos?

—No, su trabajo es asombroso. Nunca había visto a niños tan felices por
verme con la cara pintada y la nariz hinchada. —Vuelve a suspirar y se levanta
para abrazarme—. Gracias, muchas gracias. Me has ayudado a vencer uno de
mis miedos. Además, me he divertido como nunca —chilla y camina hasta el
bolso, donde sus globos en forma de perros reposan—. ¡Son tan lindos!

Niego con la cabeza y sonrío. La veo dirigirse a su habitación con el bolso.


Guardo algunos dulces en la alacena, verifico las cerraduras y apago todas las
luces. Al entrar en la habitación de Fabi, la encuentro acurrucada en su cama,
abrazando uno de los globos en forma de perro, profundamente dormida.

Me acerco hasta ella y beso su frente, la escucho suspirar y murmura algo.


Sonrío, me cambio rápidamente y me acurruco con ella.

—Hasta mañana mi payasita hermosa.


Capítulo 23
Fabiola
—Son tan lindos. —Acaricio la cabecita peluda y sonrío cuando siento los
bigotes hacer cosquilla es mis mejillas—. Me provoca apapacharlos mucho,
mucho, mucho.

—A mí están por volverme loca, y ni qué decir de David. Sus trajes están
vueltos mier… ¿Qué estás haciendo?

—Nada —responde Tere, enviándole una mirada inocente a Manu.

—¿Estás segura? Creo haber visto dos cabezas peluditas en tu bolso, y a ti


meter una tercera.

—Nop. Estás equivocada. —Como si se hubieran puesto de acuerdo, los


tres peludos salen de la bolsa de Teresa y maúllan—. ¡Tontos! Se supone que
ella no se daría cuenta.

—No te vas a llevar a mis nietos —chilla Manu y trae a sus “bebés” con su
madre—. Quédense ahí, Ágata, cuídalos y tú Boris —señala a Tere—, vigílala.

—Pero… pero… yo —balbucea Tere haciendo un puchero.

—No.

Hace cuatro meses Ágata, la novia de Boris, tuvo a sus bebés. Cinco, para
ser exactos. Ya tienen dos meses y están muy activos. Manu está a punto de
volverse loca por todas las travesuras que le han hecho. Yo sostengo a Igor,
uno de los más gorditos y esponjosos bebés. Me enamoré de él desde que lo vi
la primera vez. Es gris con manchas blancas y sus ojitos son enormes, de un
color entre amarillo y verde.

—¿Y por qué a Fabi si la dejas tener uno?

—Porque Fabi es Fabi —responde y yo sonrío. Apapacho más a Igor, y le


saco la lengua a Tere.

—¿Qué significa eso? ¿Tengo que llamarme Fabi para que me dejes tener
un gatito?
—No, tú eres tú. —Manu se encoje de hombros, Tere gruñe y la fulmina
con la mirada.

—¿Crees que no voy a cuidarlos bien?, ¡Por favor! Si yo amo a los


animales.

—Sí, es por eso que se te han muerto treinta y dos peces —agrego,
ganándome otra mirada de Tere.

—¡No ayudas! Con amigas así, para qué enemigas —gruñe—, además, ¡Yo
ni siquiera sabía que tenía que dejar el agua reposando cinco días!

—¡Sí lo sabías! —exclama Manu—. El chico del acuario lo dijo.

—¡Estaba hablando por teléfono! —defiende.

—¿En serio fueron treinta y dos peces? —pregunta Sofí escéptica.

—Y tres caracoles.

—¿Cómo demonios iba a saber que los caracoles necesitaban alimento


especial? —Tere se levanta y pisotea como niña—. Pensé que se alimentaban
de las cositas de los peces.

—¡Pero deben haber peces para que hayan desechos de peces! —grita
Manu, Sofí rueda los ojos y yo me carcajeo ante la mirada de Tere.

—¡No fue mi culpa! ¡Quiero un gatito de Boris!

—¡No! ¡Sobre mi cadáver!

—¿Cómo prefieres morir, Manu?

—Ya, en serio deténganse —digo entre risas—. Manu, Tere quiere una
oportunidad de tener una mascota y Tere, debes ser más responsable con el
gatito.

—Lo seré, lo juro.

—No te creo. Tú ni siquiera lavas tus platos. Todo te lo hacen.

—Si tengo el dinero para que alguien haga todo mi trabajo duro, pagaré,
¡La comodidad no es un pecado! —Junta sus manos como si estuviera
elevando una plegaria y le hace ojitos a Manu—. Por favor, déjame un gatito a
mí.

—Manu, déjala —agrega Sofí, sosteniendo su propio gatito—. Eso le


ayudará a ser más responsable. Si el gatito es igual o peor que Boris…

—¿Peor que Boris?, Boris es especial, es mi bebé. No tiene nada de malo.


—No, por supuesto que no —dice Sofí apresurada, el resto bufamos—. Dale
un gatito.

Manu se queda observando a Tere por unos momentos, estrecha sus ojos
hacia ella y suspira. Mira a Rosi y a Sofí, luego me da otra mirada a mí antes
de volver a suspirar.

—Te llamaré todos los días, verificaré que alimentes bien al peludo, lo
visitaré cuando quiera y debes entregarme un reporte mensual de su
veterinario. Además, debes adecuar tu casa, comprarle comida, juguetes, una
camita y todo lo que necesite.

—Lo haré.

—Bien —Manu se levanta y toma al único gato que permanece dormido


todo el tiempo—, te quedas con Azrael.

—¿El gato de los pitufos?

—No, pendeja. Así se llama este bebé —Le entrega a Azrael y sonríe—, más
vale que seas una buena mamá, o te cortaré en pedacitos muy chiquitos y
luego daré tu carne a las aves. ¿Nos entendemos?

—Yo quería una niña.

—¿Para qué?, ¿para convertirla en una zorra como tú?

—¡Oye! Yo ya me he rehabilitado.

—En eso tiene razón —apoyo mirando a Manu—. Tere ha cambiado… un


poco.

—Gracias. He hecho mi mayor esfuerzo, ha sido duro, a veces la tentación


es fuerte.

—Apreciamos tu esfuerzo amiga —murmura Rosi divertida.

—Lo sé, ese pastel que me prepararon hace unos días por mis siete meses
siendo fiel me llegó al corazón.

—Awww abrazo de grupo. —Manu se levanta y abraza a Tere—. Estamos


orgullosas de ti.

—¿Me dejas llevar a la niña también? —pregunta esperanzada.

—Ni muerta.
—¿Qué carajos? —gruñe Fernando despertándome—. ¡Aléjate! ¡Oh mierda,
eso duele!

Abro uno de mis ojos y lo veo saltar hacia el baño. Igor, persigue a
Fernando con los pelos del lomo y la cola encrespada.

Ellos no tuvieron una buena impresión el primer día.

Y todo, porque Fer no se percató que Igor dormía a mi lado esa primera
noche, cuando llegó a casa del trabajo. Mi pobre mínino casi muere asfixiado, y
aunque fue sin intención, se lo tomó personal y odia a Fernando. No puede
esperar a que él ponga sus pies en el suelo, porque se abalanza y araña sus
piernas. De eso ya hace dos semanas.

—Joder, mierda. Déjame en paz. —Cierra la puerta del baño, antes que
Igor pueda entrar y hacerle más daño a sus piernas. Otro sonido extraño de
Igor y regresa corriendo a mi cama, trepa por las cobijas para acomodarse a
mi lado. Me rio sobre la almohada.

—Odio a ese gato —gruñe Fer una vez que regresa del baño. Igor le
contesta con su propio gruñido y vuelve a dormir.

—¿Cómo puedes odiarlo? Es muy lindo y tiernito.

—Mis piernas no piensan lo mismo. Tengo varias líneas rojas sobre ellas —
protesta. Toma su ropa y regresa al baño para alistarse.

Me levanto a regañadientes y voy a la cocina para preparar el desayuno.


Igor se queda, hibernando en la cama.

Alisto los huevos y los hago revueltos —la única manera que me queda
bien—, pongo el pan en la tostadora y enciendo la cafetera. Tarareo una
canción mientras espero que todo esté listo.

—¡Maldito! Juro que voy a arrojarte a la tina y luego la llenaré de agua y


hielo.

—Miauu.

Me rio de Fer e Igor, discutiendo en la habitación. Escucho el gruñido de


ambos y luego el jadeo de Fer, algo tuvo que haber hecho Igor. Empiezo a
carcajearme, tomo la espátula y camino de regreso a los huevos, mi pie se
desliza por un charco de agua que obvié y trato de alargar mi mano para
sostenerme de algo y no caer; alcanzo el mesón a mi izquierda, pero no logro
sostenerme antes de que el peso de mi cuerpo me impulse hacia atrás y caigo,
sentada.
—Carajo —jadeo cuando un dolor punzante atraviesa mi columna y se
acumula en mi vientre—. ¡Fer! —Intento llamarle. Sin embargo, mi voz sale
entrecortada y cargada de dolor.

—¿Nena?

Jadeo nuevamente cuando otra corriente viene. Mis ojos se llenan de


lágrimas y aunque intento pararme, no logro hacerlo.

—¡Fabiola! —grita Fer y viene corriendo hacia mí—. Cariño ¿qué sucede?

—Me c-caí. —Cierro los ojos fuertemente cuando me toma en sus brazos y
trata de levantarme del suelo—. ¡D-duele! Lla-ama a e-emergencias.

—Estoy en ello. ¿Dime en dónde te duele? ¿Qué debo hacer?

—Sólo lla… —Me doblo en mi lugar cuando el dolor se vuelve más intenso.

Jesús, por favor, que nada malo le suceda a mí bebé.


Capítulo 24
Fernando
—¿Pero ella está bien? —pregunto, intentando por todos los medios, no
golpear la mierda fuera del médico.

Odio a este tipo de personas y profesionales, a veces pueden ser tan


inhumanos. Claro, no voy a generalizar y decir que todos los médicos son una
mierda, pero hay algunos que sí lo son. Como el que tengo frente a mí en
estos momentos.

Dándome una mirada estoica murmura como si yo fuera un niño. —Está


estable, la llevaremos a cirugía para realizarle una cesárea.

—Oh Dios —gime Manu—. El bebé es muy pequeño.

—No, no lo es —Una doctora que me es vagamente familiar se acerca—.


Hola, Manuela.

—Gabriela —suspira Manu y se para frente a la mujer—. Gracias a Dios que


estás de guardia. Dime, ¿has visto a Fabi?

—Sí, ya la vi. Está muy asustada, pero está estable —Le da una mirada al
doctor y niega con la cabeza—. Disculpen a Pedro, ha estado de guardia tres
turnos seguidos. Puedes irte, pedro, yo tomaré tu turno.

El doctor suspira y asiente. Se aleja como si su culo tuviera fuego.

—Fabiola está bien, un poco dolorida y asustada, pero bien. La placenta se


desprendió y es por ello que tenemos que actuar rápido para traer a ese bebé.
Ahora, el bebé no es pequeño, al contrario, está muy bien desarrollado y
grande, para sus treinta y tres semanas.

—Pero todavía falta más de dos meses.

—No te preocupes, Manuela. El bebé estará bien. Sus pulmones y el resto


de sus órganos están en perfectas condiciones. En este momento Fabi está
siendo llevada a la sala de cirugía, me ocuparé de ella y prometo que todo
saldrá bien.
—¿Puedo confiar en que nada malo les sucederá a ambos? —Mi corazón se
encuentra latiendo en mi mano, y sé que la doctora se da cuenta de mi
angustia. Me regala una sonrisa tranquilizadora y asiente—. Lo estarán.

—D-dile que la amo, por favor. Y que la espero, a ella y a mí bebé.

—Puedes decírselo tú mismo, ella te escogió para que la acompañes.


Vamos, debes prepararte, no tenemos mucho tiempo.

Sorprendido y sobrecogido, sigo a la doctora hacia un cuarto donde me


hacen lavar las manos y vestir con batas de hospital. Unos minutos después,
me adentran a una sala inmaculada, el olor a desinfectante golpea mi nariz y
mis ojos se humedecen.

Fabi está acostada en una cama, su cuerpo cubierto por el mismo tipo de
tela anti fluido que uso, excepto por su pancita que está descubierta, hay dos
enfermeras y otro doctor esperando por Gabriela y por mí.

—Nena —susurro cuando logro acercarme a ella

—Fer —jadea. Sus ojos me buscan, hay tanto miedo y terror en ellos. Una
lágrima se derrama y la beso—. Tengo miedo.

—Todo está bien. Pronto veremos a nuestro príncipe.

—¿No es demasiado pronto? ¿Y si algo sale mal?

—No. Confiemos en que todo saldrá bien. Gabriel es un bebé fuerte y sano.

—¿Se llama Gabriel? —pregunta la doctora con una sonrisa.

—Sí —respondo.

—Es un lindo nombre —dice. Suspira y habla con la enfermera, recuerdo


entonces que su nombre es Gabriela y sonrío.

—Gabriela, en tus manos colocamos a nuestro Gabriel.

—Será un placer para mí traer a un tocayo mío. —Se inclina sobre Fabi y
palea su hombro—. Tranquila, Fabiola. Si algo fuera realmente mal te lo
diríamos. El bebé sólo se adelantó un poco, pero está perfecto.

Asiente y suspira. La doctora hace la prueba de sensibilidad en Fabi y pasa.


Su cuerpo está dormido del pecho hacia abajo. Un velo es puesto para cubrir
de mis ojos y de los de Fabi su parte inferior. Tomo la mano de mi mujer y la
estrecho mientras froto su frente y beso sus labios.

—Te amo.

—También te amo.
La doctora empieza a instruir a sus ayudantes, el pitido de las máquinas y
el repiqueteo de los instrumentos quirúrgicos, me ponen los pelos de punta. Mi
corazón se acelera, para en menos de diez minutos detenerse totalmente.

—Está llorando —jadeo, tratando de tomar aire—. Nuestro bebé —susurro y


en ese momento, la doctora pasa sobre la tela a nuestro bebé, lleno de fluidos
y con el cordón umbilical.

—Papito, corta rápido el cordón, tenemos que llevar a este pequeño para
que lo chequeen.

Una enfermera me entrega rápidamente unas tijeras extrañas, con la


manos temblorosas, tomo el cordón y lo corto sin dejar de alternar mi mirada
entre lo que hago y el rostro compungido de mi hijo.

Fabi solloza sosteniendo torpemente a Gabriel, la doctora nos sonríe y dice


que está bien, atienden a Fabi mientras una enfermera pesa y mide a Gabriel,
otro enfermero entra con una incubadora y se llevan a nuestro hijo.

—¿Él está bien? ¿Segura? —

—Sí, Fabiola, él lo está. Sin embargo, por ser un bebé prematuro,


tendremos que tener más cuidado con él. Sus pulmones están bien
desarrollados, todos pudimos oírlo —dice Gabriela con una sonrisa—, pero
tenemos que asegurarnos de otras cosas antes de dar un parte médico final.
Recupérate, y ya te reuniremos con tu hijo.

—Vamos, papito —Una de las enfermeras me alienta—, tenemos otro


trabajo para ti.

Mis manos no pueden dejar de temblar.

Levanto mis ojos a la enfermera que me sonríe de forma tranquilizadora.

—No se preocupe, es normal —dice y me ayuda a poner el pañal


correctamente—. Tomará sólo un poco de tiempo antes de que lo haga
perfectamente.

Asiento. Miro a mi pequeño dentro de la incubadora, tiene conectado


algunos fluidos, pero según el reporte del pediatra está perfecto. Necesita
permanecer un par de semanas en este lugar y luego podrá ser dado de alta.
El golpe que sufrió Fabi sólo fue eso, un golpe, que aceleró el parto. Pero
según la doctora Gabriela, Fabi no hubiera llegado a las cuarenta semanas de
todas formas, ya estaba perdiendo líquido y el bebé era demasiado grande
para seguirlo llevando dentro de sí.

Gabriel es prematuro por seis semanas. Casi dos meses.

La conmoción afuera me distrae de seguir admirando la creación más


perfecta. Me vuelvo hacia el ventanal, para ver a mi familia y la familia de Fabi
observarnos. Como lo indicó la enfermera, levanto suavemente a Gabriel y lo
inclino dentro de la incubadora para que la familia pueda verlo.

Manu y Tere rompen a llorar, al igual que mamá y doña Nelly. Joaquín y
papá se dan un abrazo de hombre y el resto de la familia y amigos sonríe.

—Su esposa ya está lista para recibirlos.

No corrijo a la enfermera, Fabi es mi esposa, así no haya un papel que lo


confirme, pero pronto corregiré eso.

Acompañado de la enfermera y del resto del grupo, vamos a la habitación


donde ha sido asignada Fabi. Sebastián, siendo el idiota que es, lleva una
enorme cantidad de globos azules y blancos.

—¡Felicidades, papito! —chilla. Todos lo chistamos antes de que despierte


al bebé, aunque está en la incubadora, no queremos perturbarlo.

Todos rodean el aparato y gesticulan suavemente hacia mi hijo. Papá me


abraza y felicita, y así lo siguen el resto de los amigos y familia. David es quien
me abraza unos segundos más.

—Felicidades, hermano. Me alegro que todo haya salido bien.

—Gracias, hombre. Estaba asustado hasta la muerte, pero Dios es grande y


bondadoso.

—Sí, lo es —dice, mirando nostálgicamente a Manu que se inclina y besa el


vidrio de la incubadora, mientras le murmura palabras a Gabriel.

—Pronto tendrán el suyo. Sabes que me debes un sobrino.

Sonríe y asiente. —Lo sé. Espero que pronto podamos dar la buena noticia.

Palmeo su espalda y sigo el camino hacia mi Fabi. Al entrar, lo primero que


sucede es que mi corazón vuelve a detenerse. Fabi está en la cama, adolorida
aunque sonriente, y es esa sonrisa la que hace que mis rodillas quieran ceder y
plantarme frente a ella para profesarle todo mi amor.

—¡Felicidades, mamita! —Beso su sonrisa y seco sus lágrimas—. Tenemos


el bebé más perfecto y hermoso del mundo.
—¿Puedo tomarlo? —pregunta. La enferma asiente y lo saca de la
incubadora. Se lo entrega a Fabi—. Es tan hermoso.

—Lo es.

—Hola, cariño —susurra y besa la frente de Gabriel, envuelta en un gorro


azul—, bienvenido a mi vida, a mi mundo.
Capítulo 25
Fabiola
Un mes después…

—Yo voy —dice Fer, antes de que yo me levante y acuda al bebé que
pretende despertar a todo el edificio con sus gritos.

—Pero tú fuiste la última vez. —Frunzo el ceño pero no hago nada por
levantarme.

—No importa, yo voy.

—Bien, cómo quieras.

Sonrío cuando lo veo levantarse y caminar hacia la habitación de mi bebé.


Desde que regresamos a casa, dos días después de mi cesárea, Fernando no
se ha despegado de Gabriel. Creo que debo empezar a exigirle que me deje
hacer algo por y con mi hijo, él ha acaparado todo.

Me gustaría estar molesta por ello, pero estoy más que todo muy
agradecida. Ha sido un apoyo incondicional y si algún día llegué a dudar de que
alguien amara a Gabriel como un padre ama a un hijo… Fernando ha
demostrado que estuve equivocada.

Él da su vida por ese niño.

Me levanto, queriendo empaparme de la imagen de ambos, y camino hasta


la habitación que adecuamos para Gabriel. Después de su llegada prematura,
Fer y el resto de los hombres, junto a las chicas, tomaron mi casa y adecuaron
la habitación libre, en una habitación de bebé.

Cuando llego hasta el marco de la puerta, no puedo evitar sonreír por la


imagen que se presenta ante mí.

Fernando atrae a Gabriel hacia su pecho y el niño se calla inmediatamente,


se sienta en la mecedera a su lado y toma el tetero que dejamos preparado
para la noche.
—Hola pequeño, amiguito, ¿tienes mucha hambre?, claro que tienes
hambre. Ven aquí.

Gabriel succiona ávidamente el tetero y puedo escuchar el suspiro que deja


escapar. Fer sigue sonriendo y se mese en la silla.

—¿Puedo, en algún momento, tener a mi hijo?

Se ríe entre dientes y suspira. —Tal vez.

—Me siento un poco celosa, él se calma inmediatamente tú le hablas,


conmigo tarda unos segundos más.

—Entre chicos nos apoyamos, ¿no es cierto? —se inclina y roza la punta de
su nariz en la mejilla de Gabriel.

—Vale —camino hasta ambos y los beso a cada uno—, me iré a dormir ya
que he sido dejada de lado.

Me vuelvo, pero la mano de Fer sale antes de que pueda alejarme.

—Ven aquí, nosotros nunca te dejaremos de lado, cariño. Eres nuestro


complemento. —Me hala pasa un beso y permito que lo profundice antes de
retirarme—. Te amo.

—También te amo.

Suspiro y me quedo al lado de los dos chicos que en poco tiempo se han
convertido en mi mundo. A mis pies, algo araña suavemente mi piel, dejo caer
mis ojos al suelo para ver a Igor.

—Ven aquí, pequeño rufián —dice Fer palmeando su pierna. Desde que
llegó Gabriel, ambos han entrado en una especie de tregua, ya que los ambos
se consideran los guardianes de Gabriel.

Tomo a Igor y lo dejo sobre mi regazo, Fer extiende la mano y acaricia la


cabeza de Igor, quien se recuesta y acurruca para dormir, antes de maullar y
lamer la mano de Fer

—Sí pequeño rufián, también te queremos.

—Es tan bueno no sentir dolor cuando te ríes —murmuro dejando que el sol
de la tarde bañe mi rostro.
Ayer se cumplió el tiempo de dieta y por fin puedo salir libremente. Los
puntos de la herida hace mucho que fueron retirados, aunque la molestia sí
demoró más en irse.

—Me alegra que ya no te duela, realmente me sentía muy mal cuando


decía o hacía algo gracioso y una mueca de dolor se dibujaba en tu rostro. —
Tere extiende sus manos para tomar a Gabriel de mis manos—. Ahora pásame
a mi sobrinito.

—Oh no —protesta Manu y se interpone entre Tere y Gabriel—, es mi turno


de cargarlo.

—Tú turno ya pasó. Tenía todo el recorrido del auto al puesto de helados.
Yo me quedé con el trayecto del puesto de helados a la tienda de ropa.

—¿Quién dijo eso? En ningún momento lo acordamos.

—Claro que sí —gruñe Tere.

Rosi se acerca y toma a Gabriel mientras las chicas siguen discutiendo.


Empieza a caminar y la sigo.

—¿Qué… a dónde van?

—A la tienda de ropa —responde Rosi mirando a una confundida Tere.

—Pero… ¡Es mi turno! —gritan ambas a la vez.

—Perdieron… por lentas —Se burla Rosi y continua caminando.

Me rio de la cara de ambas y entro con Rosi a la tienda. Nos dirigimos a la


sección de zapatos. En todo el tiempo, las chicas discuten por quién consciente
y mima más a Gabriel, mi pequeño por el contrario, duerme plácidamente en
los brazos de quien lo cargue.

—¿Soy yo o Gabriel tiene el cabello más rubio?

—Yo también lo creo, Manu y sus ojos son más claros —responde Tere,
mirando a mi hijo.

Beso su mejilla y acaricio el puente de su nariz. Permanezco callada,


porque tienen razón, Gabriel cada vez se parece más y más a su verdadero
padre. Hoy cumple tres meses, y es la viva imagen de Nicolás. Sé que
Fernando también lo ha notado, no lo demuestra. No obstante, lo he visto
quedarse estoico contemplando a mi bebé.
Gabriel sonríe y todas dejamos escapar un “Awww”. Mi bebé nos tiene
hipnotizadas a todas y no sólo a nosotras, la gente que entra la tienda se
detiene para contemplar al gordito que cargo en brazos y que no deja de reír.

—Él es tan hermoso. Es como un angelito.

—¿Ya le pusiste el lazo negro?

—Sí, Rosi, ya lo protegí para que no le peguen mal de ojo y esas cosas que
me dijiste.

—Bien, no quiero que este pequeño gordito hermoso se nos enferme.

—Deberíamos ir a trabajar —digo, cuando veo que la tienda está repleta y


las pocas vendedoras no dan abasto—. Y recuerda que debemos contratar más
personal, Manu, pues ambas tiendas están realmente repletas y ahora que
decidiste crear una línea de ropa para mujeres embarazadas, necesitamos un
nuevo administrador.

Después de que cada persona, durante el embarazo, me preguntara dónde


compraba mi ropa; Manu y Rosi decidieron crear una línea de ropa para
mujeres embarazadas y hace un mes fue la apertura de dicha tienda, que
gracias a la buena suerte y bendición de Dios, se ubicó en el local contiguo.
Estaba libre y no dudamos en alquilarlo. Se remodeló y se hizo un acceso que
conecta a ambos locales.

La línea de ropa ha sido todo un éxito, tanto así, que mujeres sin estar en
estado la compran y luego cogen algunos centímetros si les queda un poco
grande… eso ha motivado una nueva idea en Rosi y Manu, su propia línea de
ropa.

Manu suspira y se recuesta en el asiento. —Lo sé, ya le pedí ayuda a David


para contactar una oficina de empleo. Tenemos muchas cosas encima chicas,
Fabi tiene razón, vamos a trabajar.

Las tres asienten y regresan a sus labores. Dejo a Gabriel en el coche y me


despido de todas para salir y regresar a casa.

—Fabi —llama Manu antes de que pase la puerta—. Que se parezca a él no


quiere decir que será la misma clase de persona. Está en ti y en todos nosotros
inculcarle buenos valores y hacerlo una persona de bien.

—Gracias —murmuro sobrecogida.

—Eres una excelente madre… nunca lo dudes.


La sensación de ser observada no se aleja de mí. Mi piel se eriza y me veo
obligada a voltear cada segundo a ver si de verdad estoy siendo seguida u
observada. No veo a nadie, de entre toda la gente a mi alrededor, fijarse en mí
o en mi bebé.

Sin embargo, apresuro el paso hasta mi casa y trato de estar rodeada de


personas y pasar por las calles más concurridas e iluminadas. No debí salir tan
tarde, pero las chicas y yo perdimos la noción del tiempo.

Ellas se ofrecieron a acompañarme, pero David llegó muy cansado de


trabajar y sé que quería ver a su esposa; Gonzalo está adolorido por un golpe
en su rodilla jugando fútbol ayer y Rosi tiene a todo un batallón en casa
esperándola. Así que decidí caminar hasta mi casa, tampoco es tan tarde, ocho
de la noche, a esta hora hay mucha gente en la calle que regresa a su casa de
trabajar y otros salen de ella para divertirse, es viernes.

Cruzo la siguiente esquina, que me llevará hasta mi edificio. Mi teléfono


vibra en mi bolsillo y me apresuro a responderlo, Gabriel se mueve en su
coche, pero afortunadamente sigue dormido.

—Hola, cariño —suspiro al teléfono. Es Fernando, escucharlo me


tranquiliza.

—Hola, nena. ¿Dónde estás?

—Estoy en la esquina, ya casi llego.

—¿Y Gabriel?

—Está dormido.

—Está oscuro, nena, sabes que no me gusta que estés sola a estas horas.

—Ya estoy cerca. No te preocupes, amor.

—Vale. Ten cuidado.

Le digo que lo amo y termino la llamada, paso por la panadería y saludo a


Gretta, sonrío y niego cuando la mujer me señala los bollitos de crema. Sigo
mi camino y me detengo abruptamente cuando casi tropiezo con una mujer.

—Lo siento —murmuro asustada. No la vi, ni siquiera sé de dónde salió.

—Oh, no te preocupes. —Levanta su rostro y el reconocimiento me golpea.

—¿Libia?
—Oh, te acuerdas de mí. ¿Cómo estás?

—Bien —respondo y bebo su apariencia. No tiene panza, eso quiere decir


que ya tuvo a su bebé—, ¿y tú?

—Perfecta. Veo que ya nació tu hijo —Camina hacia mí y se inclina para ver
a Gabriel, sus ojos se estrechan un poco y jadea—. Es hermoso. Que niño más
hermoso. —Los ojos de mi bebé se abren apenas ella termina de hablar—. Sus
ojos… —susurra y se vuelve hacia mí.

Entrando en pánico, balbuceo una despedida y tonta excusa de por qué


debo irme así, y sigo mi camino a casa, apurada.

—Nena.

Fer se acerca a mí cuando apenas he dado algunos pasos. —Pensé que me


esperarías en casa.

—No, iba camino a encontrarte, no me gusta que estés sola.

—E-estoy bien —respondo y miro hacia atrás para ver a una muy aturdida
y confusa Libia. Sus ojos se encuentran con los míos y se estrechan. Sostiene
mi mirada hasta que decido volverme e ignorarla.

—Vamos a casa. Hola, campeón —murmura Fer, cargando a Gabriel y


sacándolo de su coche—. Te extrañé.

—Nosotros también —digo, siguiéndolos y sintiendo la mirada de aquella


mujer a mi espalda.
Capítulo 26
Fabiola
Desconocido: Necesitamos hablar.

Ese mensaje llegó hace dos días, y no he dejado de pensar que es Nicolás.

¿Por qué razón?

Porque es la única persona con la que diría: “tengo algo que pendiente que
hablar con él”

Molesta, guardo el móvil en mi bolso y sigo mi camino hasta la casa de mis


padres. Hoy tienen una reunión familiar y vienen la molestia de mi tía Ofelia —
realmente es una molestia y dolor en el culo— y sus clones, mis primas
Carmen y Judith; las tres son perversas y disfrutan hacerme sentir mal cada
vez que me ven. Tal vez, porque mi prima Judith es realmente una preciosidad
de mujer y está casada con un riquillo, o porque mi prima Carmen es una
importante senadora del país y cree que la mierda que caga, es oro.

—¡Mi nieto!

—Hola, mamá, sí, estoy muy bien; espero que tú igual.

—Ay, deja de quejarte, te mimé por muchos años, es hora de que lo haga
con mi pequeño —dice con una sonrisa—, pásamelo.

Ruedo los ojos y le entrego a Gabriel que estira sus manitas hacia mamá.
Papá viene y me envuelve en un abrazo.

—¿Cómo estás bebita? Tú seguirás siendo la beba de papá.

—Aww, gracias, papi. Y estoy bien, preparándome mentalmente para las


arpías, pero bien.

—Si se atreven a decirte algo, por muy hermana y sobrinas de tu mamá


que sean las tres, las echaré de mi casa.

—Tranquilo, papá, lo que digan caerá en saco roto.


—Eso espero cariño, eso espero.

Qué saco roto ni que mierda.

Si las malditas siguen hablando mierda sobre mi hijo, Fernando y sobre mí;
tendré que invocar mi Manuela interna y mandarlas a la mierda.

Me tienen harta.

Especialmente Carmen y su maridillo.

—… ya te digo yo, pobre chico. Espero que el hecho de que su padre lo


haya negado no influya en su comportamiento cuando sea adulto. Sería un
horror tener un joven descarriado en la familia —continua Carmen, con su
perorata.

—El rechazo es algo que los humanos no nos tomamos muy bien —agrega
Judith con su tono venenoso—, especialmente los hombres. Y más en una edad
adolescente, donde las hormonas están en su apogeo. Necesitaran mano dura
para ese chico, sino será un alma descontrolada.

—Es una pena —murmura Ofelia—, tan chiquito y sin amor.

—Mi hijo tiene el amor que necesita y de sobra —gruño. Mamá mira
mordazmente a su hermana—. Me he encargado de darle todo lo que necesita,
además padre no es el que engendra, sino el que cría.

—Ah —señala Marcos, el esposo de Carmen—, esa es la excusa más


rebuscada y gastada para justificar el abandono de un padre. Acéptalo mujer,
tu niño jamás será aceptado por quien le dio la vida, y tú sólo has sido el juego
de un hombre. En una siguiente ocasión, ten un poco de respeto por ti misma.

Azotando la servilleta en la mesa me levanto y arrojo el plato de sopa en la


cara de Marcos.

—La próxima vez que quieras decir algo sobre mi hijo o sobre mí, piénsalo
dos veces. Tal vez mi boca puede dejar escapar que vives revolcándote con la
pechugona de tu vecina, ¿Angélica, verdad?, o tal vez deba hablar de cómo le
regalaste uno de los bonos que le di a Carmen para que usará en una de mis
tiendas.

—¿Qué? —jadea Carmen, Marco se colorea y empieza a decir cuanta


mierda puede escapar de su boca para negar la verdad—. ¿Cómo te atreves a
poner a mi marido en esta penosa situación? El hecho de que tu vida sea un
fracaso no te da el derecho de querer arruinar las demás.
—Mi vida no es un fracaso —digo y Judith deja escapar un resoplido. Me
vuelvo hacia ella y levanto una ceja—. ¿Alguna otra mierda que quieras dejar
salir de tu apestosa boca?

La tía Ofelia se sobresalta y finge estar realmente indignada.

—Nada, sólo quería resaltar que… —Hace comillas en el aire y se burla


cuando deja salir sus siguientes palabras—: tu vida no es para nada un fracaso
cuando eres la amante de un hombre casado, te embarazas de él y luego
tienes que amarrar a otro hombre para poder darle una familia a tu hijo; sí,
para nada es un fracaso.

—¿Lo dice la mujer insípida y fría que pasa por su tercer divorcio en menos
de cuatro años?

—¿Qué estás diciendo? Ramiro y yo no nos estamos divorciando.

—¿Ah, no? Y entonces, ¿por qué razón él no está contigo esta noche, o por
qué a mamá le han dicho que lo vieron hospedarse en un hotel? Está de turista
en su propia ciudad.

—Tú, desgraciada…

—Un momento, Ofelia, no te permito que le hables así a mi hija —Mamá se


levanta antes de que papá, que se encontraba dentro cambiando a Gabriel,
regrese—, será mejor que tú y las mierdecillas de tus hijas se larguen de mi
casa antes de que entierre uno de estos tenedores en sus ojos. A mi hija y a
mi nieto lo respetan.

—¿Nos estás echando?

—Sí, y por favor no regresen nunca.

—¡Pero soy tu hermana!

—Lo mismo podría decirte yo, pero desde que decidiste hacer de mi hija tu
tapete personal y el de tus pendejas hijas… he decidido que ya no tengo
hermana. Lárgate.

—Pero…

—¿Están sordos? —grito cuando veo que ninguno se digna a levantarse y


siguen mirando a mamá en shock—. ¡Fuera!

—Un momento. —Me vuelvo sorprendida hacia la voz de Fernando. Dijo


que llegaría muy tarde hoy. Camina decidido hasta marcos y ante la atónita
mirada de todos, le da un puñetazo—. La próxima vez que te atrevas a
hablarle a mi mujer de esa manera y a despreciar a mi hijo… te cortaré la puta
lengua y la colocaré dentro de tu culo. —Se vuelve hacia mis primas y mis tías
que lo miran con horror—, y ustedes, agradezcan que son mujeres, o las
volvería una mierda sobre suelo que pisan.

Tomando a un aturdido Marcos, las tres urracas se marchan despavoridas.


Papá regresa con Gabriel en sus manos, sonriendo.

—Ya era hora mujer —dice, acercándose a mi madre—. Esas mujeres se


han pasado con nuestra familia. Estás mejor sin esas víboras cerca de ti.

—Pensé que no llegarías, dijiste que tenías una larga reunión.

—Sí, pero la terminé rápido. No me iba a perder la cena familiar, mucho


menos cuando tu padre me llamó y me advirtió la clase de personas que son tu
tía y tus primas.

—Gracias, gracias por siempre estar aquí.

—Siempre para ti, cariño —dice y besa mis labios—, ahora, dame a mi
bebé.

Extiende las manos hacía Gabriel que trata de zafarse de los brazos de mi
padre para llegar a Fernando.

—¿Cómo estás, amiguito?, ¿Qué tanto hiciste hoy?

Olvidándose del resto del mundo, Fernando se sienta con Gabriel en la sala
y se unen en una conversación de palabras —por parte de Fernando—,
sonrisas y babas.

—No entiendo por qué dicen que a mi nieto su padre lo rechaza… —señala
mi padre, posando su brazo sobre mi hombro, y dirigiendo una mirada hacia
Fernando y Gabriel—, si en este momento, soy testigo de cómo su padre lo
ama.

Continuo mirando a mis chicos mientras proceso las palabras de mi papá…


no puedo evitar que una sonrisa se dibuje en mis labios.

Desconocido: Es en serio Fabiola, necesitamos hablar, tenemos cosas


pendientes que debemos atender.
¿Cosas pendientes? No tengo ninguna cosa pendiente con nadie. Resoplo y
borro el mensaje. Estoy realmente cansada de pensar en Nicolás y lo que sea
que quiere decirme. El padre de mi bebé es Fernando, papá tenía razón.

Suspirando por esa revelación regreso a la cama, donde el hombre que


amo y mi hijo me esperan.

Nicolás puede irse a la mierda.


Capítulo 27
Fernando
—¿Siguen insistiendo?

—Sí —gruño mi respuesta, sin siquiera levantar la vista hacía mi mejor


amigo.

—Bueno, eso lo hace complicado —suspira y se deja caer en una de las


sillas—. Te diría que te ayudaría, pero realmente no me interesa.

Eso sí logra hacer que levante mis ojos de los papeles. —¿Eres tú,
Sebastián?, ¿Estás bien?

Resopla y rueda los ojos. —No, soy un huésped.

—Oh, esa película es buena.

—Lo que sea, deja de ser tan imbécil. Te dije que iba a reformarme, lo
estoy logrando.

—Vale, y ¿Cómo vas con Jennifer?

Gruñe por lo bajo y niega. —Nunca en mi corta y asombrosa vida, una


mujer me ha hecho trabajar tanto… —vuelve a rodar los ojos para luego pegar
una enorme sonrisa—, pero me gusta y creo que empiezo a disfrutarlo.

—Eres un idiota. Espero que no lo seas tanto como lo fui yo.

—Naah, ya sé lo que quiero y lo que quiero es una chica pequeña de


cabello oscuro y ojos enigmáticos.

—Bien por ti.

—Y, ¿Cómo está mi sobrino?

—Enorme —esta vez, la sonrisa que se dibuja en mi rostro es enorme y


deslumbrante—, cada vez es más listo y hace muchas más cosas.

—Es un niño hermoso.


—Es mi niño.

Borro el mensaje que llega nuevamente y gruño, frustrado.

Están colmando mi paciencia, realmente lo están haciendo.

Trato de que mi humor no se opaque, esta noche Fabi y yo tenemos un


encuentro especial. Manu y David rogaron que les diéramos una noche con
Gabriel, y nosotros ni cortos ni perezosos, accedimos.

Bueno, no fue tan fácil, manu tuvo que usar algunos buenos argumentos
para convencernos. El sexo salvaje y libre que podríamos disfrutar, sin que un
bebé nos interrumpiera a media noche, o sin tener que cohibirnos para no
despertarlo, fueron razones muy convincentes.

Así que hace una hora, mi pequeño se fue con sus tíos y Fabi me espera en
casa…

No puedo esperar.

Veinte minutos y por fin cruzo la esquina que me lleva al edificio donde me
espera la mujer que amo. Mi celular vuelve a vibrar en mi bolsillo y golpeo el
volante.

—¡Déjenme malditamente en paz! —gruño.

Aparco el auto y bajo rápidamente, corro hasta el apartamento y abro la


puerta.

—¿Nena? —Entro y cierro la puerta, la sala está vacía, pero hay música
reproduciéndose en el estéreo.

Me quito el saco y lo arrojo en el sofá, desabotono la camisa mientras


camino hasta la cocina y veo que la cena está hecha. Dos copas de vino
esperan. Tomo ambas copas y camino hasta la habitación.

—¿Hermosa? —Abro la puerta y me congelo—. ¿Fabi?

—Hola, cariño.

—Mierda.

Fabi está en la cama, tiene un hermoso y sexy conjunto de ropa interior


negro, la batola está abierta en el frente dejándome ver su sostén y la piel con
las señales de su paso por la maternidad, la tanga es pequeña y de encaje; y
lo que remata el conjunto, son sus manos, atadas al barandal de la cama.
—¿Vas a quedarte ahí, o vas a venir aquí y tomarme?

—Mierda, mierda, joder. —Dejo las copas en el tocador y me acerco a ella,


bebo todo de ella, fascinado por su belleza y la sensualidad que brota de sus
poros—. Oh nena —gruño y paso mis manos suavemente por sus muslos
descubiertos. Su piel se vuelve de gallina y la veo estremecerse un poco—, voy
a tomarte hasta que mi piel y tu piel, mi cuerpo y tu cuerpo, mi boca y tu boca
estén extasiados.

—Eso suena bien para mí —susurra sin aliento.

Sonrío y beso la piel por debajo de su ombligo. Muerdo suavemente


causando otro estremecimiento en ella, mis manos ascienden hasta sus pechos
y los aprieto suavemente. Jadea y se retuerce, la visión de sus manos atadas
me tiene a mil.

—Eres… —Beso el valle de sus senos—, realmente… —Beso su cuello—,


hermosa. —Beso sus labios, con hambre, con furia, con deseo—. Ahora, abre
para mí —ordeno y dejo que mis manos bajen hasta su sexo.

Trazo la tela sobre su centro y gimo cuando la encuentro húmeda. Beso sus
labios y estimulo su clítoris por encima de la tela. Fabi gime y se retuerce,
jadea y muerde mis labios, desciendo mi boca hasta la piel de su cuello y
succiono la suave piel.

—Fernando —sisea y hala la tela que ata sus manos—. Dios.

Alejo mis manos y mis labios de su cuerpo, gime frustrada y sonrío, me


deshago de sus bragas contemplando el sonrojo de su piel. Voy por una de las
copas de vino y regreso a su lado, arrodillándome entre sus piernas.

—Abre más, nena. —Lo hace, permitiéndome ver su sexo húmedo y


expuesto—. Eso es —susurro y trazo su entrada con mi dedo. Gime y se
retuerce un poco. Bebo un poco de vino y dejo caer unas gotas sobre su
humedad—. Espero que ames esto tanto como yo lo amaré. —Me inclino, sin
dejar de sostener la copa, y dejo que mi boca saboree lo dulce del vino y el
dulce néctar de Fabiola.

—¡Oh Dios, no te detengas por favor! —grita y me encierra entre sus


piernas, aumento la fuerza de mi succión y rodeo su clítoris con mi lengua. Me
recuesto un poco más e introduzco un dedo en su interior—. ¡Sí! Joder.

Continuo mi asalto, sintiendo como se aprieta cada vez más alrededor de


mi dedo. Agrego otro, pero alejo mi boca para subir a sus pechos para con mis
dientes halar las copas de su sostén. Libero ambos pechos, sin dejar de
introducir mis dedos dentro de ella y derramo un poco del vino en la copa que
sostengo con mi otra mano.

—Hermosa —susurro antes de besar las gotas y succionar sus pezones.


—Jesús —gime—. Fernando. Ahhh.

Deja caer su cabeza hacia atrás y tensa la tela de sus manos, gemidos
descontrolados salen de su boca y me deleito en su deseo y placer.

—Eres la mujer más hermosa y sexy del mundo. Te deseo tanto, cada
minuto que estoy lejos de ti, cada segundo en que no puedo tocarte o besarte
es un infierno.

—También… te… deseo. Te necesito… ahora. Por favor.

—Deseo poseerte, hacerte mía, sentirte centímetro a centímetro, estar


dentro de ti y luego, permitirte tomarme y que hagas conmigo lo que quieras.
—Aumento el ritmo de mis dedos y termino el vino de la copa.

—Por favor, te necesito, dentro de mí. Ahora.

—Me tienes, cariño. Me tienes.

Arrojo la copa vacía a un lado y me despojo rápidamente de mi ropa. Me


arrodillo entre sus piernas y besos el interior de sus muslos, trazo la entrada
de su sexo con mi pene y me congelo.

—Mierda, condón.

—En el cajón —murmura agitada, balanceando sus pechos con cada


respiración agitada.

Busco un codón raídamente y me enfundo con él, me inclino nuevamente y


tomo su boca en la mía mientras con un fuerte empuje, me adentro en ella.

Ambos gemimos al unísono y la siento correrse. Muerdo mi mejilla y trato


de concentrarme para no romperme también, quiero disfrutar este momento,
quiero deleitarme con cada estremecimiento, sonido y gemido suyo. Quiero
que su placer sea mío, y el mío sea suyo. Salgo unos cuantos centímetros y
vuelvo a empujar hacia dentro.

—¡Fernando! —gime. Muerdo su pezón y sólo por el placer de comprobar


que sigue atada, tomo sus manos y las encierro con mi palma—. Te… amo.

—Te amo —gruño y embisto con más fuerza. La siento estrecharse


nuevamente y roto mis caderas para tocar ese punto sensible que la hará
romperse nuevamente.

—Así, oh sí, así.

Salgo de ella, la volteo y coloco sobre sus rodillas. Entro en ella


nuevamente y gimo por lo bien que se siente.
—Eres perfecta, realmente perfecta —digo entre dientes, disfrutando del
placer. Ella gime en respuesta y mueve su trasero hacia atrás para encontrarse
con cada uno de mis embistes.

Sus gemidos se hacen más y más fuertes, la tensión en la cuerda aumenta,


sus músculos internos me aprietan cada vez más fuerte y nuevamente está
cerca. El cosquilleo familiar aparece, busco su clítoris con mi mano y lo froto…
se rompe de nuevo.

—¡Fer! —grita y se estremece debajo de mí.

Pierdo el control y empujo en su interior frenéticamente, siguiéndola y


corriéndome con ella.

Cuando dejamos de estremecernos, salgo de ella y me dejo caer a su lado.


Fabi se vuelve y besa mi pecho.

—Dios, tenemos que repetirlo.

—Lo haremos, pero ahora, ven y déjame desnudarte toda.

Después de dos rondas de caliente sexo, me dejo caer en la cama,


exhausto y satisfecho. Fabi ya se ha quedado dormida a mi lado. Beso sus
suaves labios y la atraigo a mi pecho, acaricio su cabello rojo y recuerdo cada
uno de los increíbles momentos que comparto con ella.

He sido un completo idiota al no dejarla entrar a mi vida antes.

El móvil vuelve a sonar, está vez es realmente insistente, me preocupa que


sea algo sobre Gabriel. Me levanto y busco el teléfono en mis pantalones, lo
encuentro y gruño por lo bajo al descubrir quien llama.

Pilar. Mayerli y Lizeth.

Joder con todas. Me tienen harto.

Lanzando el teléfono a un lado, regreso con Fabi e ignoro a las mujeres que
no entienden, ya no me interesa ninguna de ellas. Estoy enamorado y tengo
una familia que es todo lo que amo y quiero en mi vida.

Ellas son agua pasada, mi vida antigua y ellas en el ayer se quedarán.


Capítulo 28
Fabiola
—Este no es mi teléfono —murmuro y dejo el móvil en la mesa de cocina.
Tomo el biberón y confirmo que no esté muy caliente.

Al parecer, esta mañana cuando Fer salió para ir a trabajar, tomó por error
mi teléfono. Así de cansado estaba y me siento un poco mal por haberlo tenido
despierto tanto tiempo, aunque él no se quejó de nada de lo que hicimos. Al
contrario, me aseguró que lo repetiríamos hoy.

Mi cuerpo zumba con ese conocimiento. El sexo con Fer es otro mundo.

Marco mi número, pero no responde a mi llamada. Le envío un mensaje


haciéndole saber que tiene mi teléfono y le aseguro que tomaré nota de
cualquier razón que dejen en el suyo.

—Ven aquí, cariño. Tu tete ya está listo. —Tomo a mi hijo de su moisés y lo


acuno para darle de comer—. ¿Pasaste una buena noche? Sí, dormiste bien,
esa caja musical que te compró papá te gustó.

Espera… ¿Papá?

Gabriel tiene mi apellido, aunque Fer se ha comportado como un padre


para él, aún no ha dicho nada con respecto a si va a darle el apellido Quintero
o no. Además, tampoco hemos hablado de en qué rumbo va nuestra relación.

Creo que sus acciones hablan mucho, prácticamente vivimos juntos, el


actúa como algo más que mi novio y yo igual, dormimos en la misma cama, el
cocina para mí y yo quemo la comida para él; se ocupa de Gabriel, paga la
mitad de las facturas —y si no estoy pendiente las paga todas— vamos a las
reuniones y cenas familiares juntos, como familia; todos me tratan como si
fuera su esposa, incluso sus empleados, lo espero en las noches que llega
tarde, lavo su ropa —la lavadora, pero yo soy quien la separa, cuelga y dobla—
somos un matrimonio, sin siquiera tener el papel, la bendición del sacerdote y
las argollas.

—Te amo, bebé. Vamos a preparar algo rico para papá. ¿Crema de pollo y
pechuga asada?
Gabriel me mira y sonríe con sus encías desnudas, le sonrío en respuesta y
llevo mi boca a su barriguita para jugar a los zombies. Lo escucho carcajearse
a su modo de bebé, aferra sus puños a mi cabello y patalea. Me rio de sus
vagos intentos por alejarme de su estómago y que no le haga más cosquillas.
Me levanto y tomo sus piernas regordetas y jugamos a la bicicleta. Minutos
después, pongo los vídeos infantiles en la pantalla del televisor y lo siento en
su columpio. Igor viene a su lado y se sienta observándolo columpiarse. Maúlla
cuando el vídeo comienza y trata, con sus patitas de trata de coger la vaca que
canta y los pollitos.

La vaca Lola, la vaca Lola, tiene cabeza y tiene cola y hace Muuuu…

Gabriel se concentra en la vaca que canta en la pantalla, se ríe y bate sus


manos emocionado. Me rio por su inocencia y porque ya me he aprendido la
mayoría de esas canciones.

Me concentro en cocinar y no dejar que nada se queme o eche a perder,


cada pocos segundos voy hasta mi bebé y lo beso, para luego regresar a mi
tarea de cocinar. Quién iba a pensar que preparar la cena es realmente
complicado y requiere talento.

Cuando todo está casi listo, el sonido del teléfono de Fer se vuelve más y
más insistente. La mayoría han sido textos en su WhatsApp, no creo que un
cliente o algo de su trabajo le escriba a esa aplicación, así que simplemente lo
dejo sin abrir para respetar su privacidad. Sin embargo, ahora los mensajes
son constantes y hay llamadas perdidas, esas me las perdí, creo que me
concentré demasiado no quemar las pechugas.

Pilar llamando…

—¿Hola?

—¿Quién habla? —responde al otro extremo de la línea—. Espera, ¿me


equivoqué de número?

—Hmm. ¿A quién necesita?

—¿Este es el número de Fernando?

—Sí.

—Oh, bien. ¿Él está por ahí?

—No, lo siento, dejó su celular en casa. —Los videos se termina y Gabriel


hace pucheros, tomo el control y busco otro—. ¿Algún mensaje?

—Sí, dile por favor que Pilar llamó, anoche me quedé esperándole. —Se
queja como una niña, lo que me hace fruncir el ceño—. Que por favor me
devuelva la llamada, muero de ganas por verlo.
—¿Pilar qué perdón? —pregunto sospechando sobre el motivo de esta
llamada. ¿Esperándolo anoche? ¿Estamos hablando de negocios aquí?

—Oh, no te preocupes, él sabe perfectamente quién soy. Lo estaré


esperando en el hotel, claro que si él prefiere que vaya a su apartamento, sólo
debe enviarme un mensaje.

—Vale —respondo entre dientes—, le diré.

—Gracias, ¿y tú eres?

—Su novia.

—Oh, Dios. Lo siento, no lo sabía. Lo lamento mucho, yo…

—Le diré que llamaste.

Termino la llamada y respiro profundamente. ¿Acaso una de las conquista


de Fernando acaba de llamar para una cita de sexo? Sí, creo que eso fue lo
que acaba de suceder. Y ella ni siquiera sabe que él ya está conmigo, ¿No les
ha dejado claro que ya no le interesa ese tipo de relaciones?

¿Realmente ya no le interesan ellas?

Oh, Dios mío, ya estoy maquinando en mi cabeza.

No saques conclusiones apresuradas, Fabi, él te ama y está contigo.

Niego a todos los pensamientos que se arremolinan en mi cabeza. Tal vez


dejó de hablar con ella y por eso no sabía que ya tiene una relación estable.
Alguna explicación tiene que haber.

Sí, alguna explicación tiene que haber.

El móvil vuelve a sonar y está vez la duda que se ha asentado en mí me


hace tomarlo y revisar sus mensajes de WhatsApp. Mi corazón late
violentamente cuando leo cada uno de ellos.

Son cinco, cinco chats aparte de los mensajes de Pilar, y todos de mujeres
distintas.

¿Dónde estás? Te extraño

¿Podemos vernos hoy? Necesito mi dosis de ti.

¿Por qué no respondes a mis llamadas? Te he extrañado mucho y sé que tú


también, vamos cariño. Sabes que lo quieres.

Estoy libre hoy, ¿Puedes tú?


¿Voy a tu casa o vienes a la mía? Tengo material nuevo para que lo
estrenes conmigo.

La mayoría de los mensajes están en vistos. Pilar es la única que ha


atacado el teléfono, y él respondió, ayer le envió un mensaje con una carita de
“rodar los ojos”.

¿Eso es algo bueno o malo?

Dios, creo que me empezó a doler la cabeza.

Dejando el teléfono en la mesa y sacudiendo nuevamente los pensamientos


negativos, continúo con la cena. La puerta se abre bruscamente cuando estoy
terminando de colocar la mesa. La voz furiosa de Fernando me sobresalta.

—Mira hijo de puta, me importan tres mierdas lo que tú necesites. Te lo


digo una vez más, aléjate de mi familia —Se detiene frente a mí y me da una
mirada iracunda, escucha lo que sea que la otra persona está diciéndole y mi
corazón se llena de angustia. Tengo un mal presentimiento de esto—. No te lo
volveré a repetir, maldito marica, llámala una vez más; envíale un puto
mensaje de nuevo y acabaré contigo.

Cuelga el teléfono y se queda viéndome sin decir algo. Su respiración es


agitada y sus ojos se encuentran brillantes por la ira.

—Lleva al niño a la habitación, necesito hablar contigo.

—¿Sucede algo? —pregunto. Abre su boca, niega con la cabeza y respira


profundo.

—Lleva al niño, Fabi. Necesito discutir algo contigo y no quiero que el niño
esté presente.

—Estás…

—Ahora.

Lo fulmino con la mirada, pero lo hago. Tomo a Gabriel y lo dejo en la cuna


dentro de su habitación. Le entrego uno de sus peluches mientras Igor se
recuesta en la mecedora vigilando a Gabriel.

—Listo, ¿me dirás que sucede?

Toma mi teléfono y lo pone frente a mí. —¿Por qué no me habías dicho que
el hijo de puta que te embarazó y luego de botó como un saco viejo te ha
estado llamando y acosando?

—¿Qué has dicho? —gruño, mi ira por sus duras palabras creciendo cada
vez más y más.
—Hoy me llevé, por error, tu teléfono. Y vaya mi sorpresa cuando encontré
no sólo que tenía el móvil de mi mujer sino que también el jodido cabrón de su
ex la ha estado contactando, ¡Y ella no me dijo absolutamente nada!

—¡Porque no es nada! —grito y elevo mis manos al cielo—. Lo que haga o


deje de hacer Nicolás me vale madre.

—Tenías que decírmelo. No quiero que ese hijo de puta esté cerca de ti o
de Gabriel. Ni siquiera por un mensaje de texto.

—No quería incomodarte. Además lo estaba ignorando.

—Pues ignorarlo no sirvió de nada. El jodido cabrón te envío más de seis


textos hoy y llamó dos veces. ¿Desde hace cuánto estás hablando con él?,
¿Estás acordando algo con él a mis espaldas?

—Retira lo que estás diciendo, Fernando. Te estás pasando y no quiero


verte hundido.

—¿Por qué?, ¿por decir lo que pienso? —brama, se acerca a mí y me deja


ver el dolor y la duda en sus ojos—. ¿Cómo crees que me sentí al ver la
insistencia de ese hombre?, al saber que tú me ocultaste su repentino interés
en ti.

—Oh, ¿estamos hablando de ocultar cosas?

—Sí.

—Bien —camino hasta donde dejé su teléfono y lo lanzo en su pecho. Lo


toma antes de que caiga al suelo—. ¿Te suena una tal Pilar? —Sus ojos se
abren un poco y se queda mudo—, porque si no déjame decirte que llamó muy
interesada en revivir otro encuentro contigo y estrenar no sé qué mierdas.
¿También quieres hablar de las otras mujeres que escribieron?, ¿O del hecho
de que ellas no tienen idea de quién soy yo, de lo que somos, de lo que
tenemos? ¿Por qué somos algo, no?

Tenso su mandíbula y gruñe hacia mí—: Por supuesto que lo somos.

—¿En serio? Pues no lo parece. Pilar incluso me dijo que podrían reunirse
en el hotel y, cuando por fin recordó preguntar con quién dejaba su mensaje,
mira tú que sorpresa la de ambas al saber que no tenía ni idea de quién era
yo.

—Ellas no tienen por qué saber algo sobre mí o mi familia.

—¡Por supuesto que deben saber! —grito y lo empujo cuando viene hacía
mí de nuevo—, esas malditas perras tienen que entender que estoy contigo.
Que ya no te interesa nadie más que yo. —Me mira, sé que puede percibir la
duda y el temor en mis palabras—. ¿Acaso estoy equivocada?
Abre su boca para decir algo pero el maldito teléfono vuelve a sonar.

—Déjame adivinar –gruño—. ¿Alguna de tus amiguitas?

—No he hablado ni aceptado nada de ellas, Fabiola.

—Ese no es el punto, el punto es que debes dejarles muy claro que no te


interesa alguna de ellas. Que tienes una familia ahora y que deben respetar.

—¿Y qué demonios crees que hago? —explota—. ¿Has visto mi jodida foto
de perfil? —Busca en su teléfono y me lo pasa—. Somos tú, Gabriel y yo; mi
familia. No les respondo, las ignoro.

—Es lo mismo que hago yo con Nicolás. Y… —El maldito teléfono repiquetea
de nuevo. Fulmino con la mirada al teléfono—, ¡Contesta la maldita cosa!

—No voy a responder —dice y me siento enfurecer aún más.

Tomando el teléfono de sus manos, miro el identificador antes de


responder a Liseth.

—¿Hola? —Fernando se acerca a mí y trata de quitarme el teléfono. Me


escabullo y no lo permito.

—¿Fernando?

—Él no está disponible. ¿Quién le llama?

—Uh. Liseth, ¿Quién habla?

—Su esposa —respondo y tanto la mujer como Fernando se sorprenden.

—¿Su qué?

—Esposa.

—Yo… ¿es broma verdad?, ¿Quién habla, alguna de las otras?

—No —gruño ante la comparación de aquella mujer—. No soy ninguna


otra. Soy su esposa, tenemos una familia, ¿algún problema con ello?

La mujer suspira al otro lado de la línea y mi molestia crece más y más. —


Esto es incómodo. Yo no tenía idea de que él estuviera casado. Lamento
mucho mi impertinencia. Uh… lo lamento.

—¿Qué lamentas exactamente? —pregunto. Fernando se recompone y trata


de quitarme el teléfono nuevamente.

—Bueno, creo… creo que necesita hablar con su esposo. De verdad lo


siento, no quería interferir en un hogar.
—Oh, ¿te refieres a los mensajes sugestivos y a las constantes llamadas?

Permanece en silencio unos segundos, antes de volver a susurrar un lo


siento y colgar. Respiro profundamente y le entrego el teléfono a Fernando.
Camino, pasándolo, hasta el baño y me encierro en él para poder controlarme,
antes de salir y arañar el rostro de Fernando o golpearlo en sus pelotas.

Ninguna de ellas lo sabe. Lo han estado llamando, dios sabe por cuánto
tiempo, y él no les ha dejado claro que tiene una familia, una mujer a su lado.

—Fabiola, ábreme —pide tras la puerta de madera. Lo ignoro y abro la llave


del lavado para apagar su voz—. Cariño, por favor, sólo déjame aclararlo.

No respondo, me siento en la taza del sanitario imaginando mil razones que


él tendría para ocultarme de sus viejas conquistas.

¿Acaso quiere regresar a ellas?

¿Son su plan B por si esto no funciona?

¿Está aburrido de esta vida hogareña y rutinaria?

¿No somos suficientes para hacerlo feliz?

Cada una de las preguntas que me hago me irrita, molestan y lastiman.


Aunque no quiero concebir ninguna de ellas y, aunque mi corazón me sigue
insistiendo en todas las cosas que ha hecho Fernando para demostrarme
cuánto me ama, mi cabeza sigue dudando; tengo miedo de que alguna de mis
suposiciones sea cierta o esté cercana a la verdad.

No estoy segura que pueda sufrir otra decepción, y menos si es a causa de


Fernando.
Capítulo 29
Fernando
—Nena, por favor, sal y hablemos. —Golpeo nuevamente la puerta,
esperando que la abra y podamos resolver las cosas. Suspiro cuando sigue
negándose a responder—. Lo siento ¿vale? —Intento de nuevo—. Me
equivoqué, es sólo que… tienes razón. Debí haberles dejado claro las cosas, no
importa que hubieran insistido, no importa que hubieran seguido llamando.

Me alejo de la puerta del baño y me siento en el borde de la cama. Dejando


salir el aire de mis pulmones, me dejo caer de espaldas, posando mi mirada
sobre el techo.

¿Cómo es que una perfecta noche se convirtió en esto?

El sonido de mi celular me saca de mis pensamientos. Mi ira crece y voy


hacia la cocina donde lo dejé. Me sorprendo cuando veo que el mensaje es de
Fabi.

¿En qué momento llevó su celular?

Suspirando, abro el mensaje y mi corazón se acelera.

Fabiola: ¿Por qué estás conmigo?

Camino de regreso a la cama y tomo el lugar de antes.

Yo: Porque te amo.

Fabiola: ¿Qué significa para ti: “Amar a alguien”?

Miro las palabras del mensaje y me quedo pensando en lo que voy a decir.

Yo: Amar a otra persona es… darse el uno al otro totalmente, es


aceptación, perdón, apoyo, lealtad, comunicación. Amar es ver y sentir a la
otra persona no como la mitad que te hace falta, sino como aquella persona
con la que deseas compartir lo que eres. No es depender del otro, es decidir
vivir junto a esa persona. Respetarla, comprenderla, animarla, motivarla,
demostrarle con palabras y hechos que la amas, la valoras. Amar es estar
dispuesto a reconocer tus errores, aceptar que tus pensamientos ya no deben
ir en una sola dirección, dejar de ser egoístas y pensar sólo en uno mismo.
Amar es pensar en ambos. Amar es desear que esa persona sea lo último que
veas al acostarte y lo primero al despertarte, amar es dejar de ver las
pequeñas cosas del mundo como pequeñas, y verlas enormes gracias a la
presencia de esa persona… amar es para mí compartirlo todo, aferrarse el uno
al otro en tiempos buenos y malos, desear el bien, buscar ese bien… siempre
en ambas direcciones. El amor es doble vía, no una sola.

Fabiola: Entonces, estoy segura de que te amo.

Sonrío y mi corazón se hincha con esas palabras.

Yo: También estoy seguro de amarte.

Fabiola: ¿Estás seguro de eso? ¿No querrás huir después de un tiempo? Tu


vida de antes era… diferente. No tenías que lidiar con una mujer de serios
cambios de humor y responsabilizarte de un hijo que no es tuyo.

—¿Estás seguro que no te irás? —Levanto mis ojos de la pantalla de mi


teléfono y veo a Fabi en el marco de la puerta del baño.

—No me iré, Fabiola. He sido un cobarde toda mi jodida vida, pero hoy no
—digo, mi corazón latiendo a mil por hora. Miro sus ojos, esos ojos que he
amado toda mi vida, pero de los cuales he intentado huir sin lograrlo—. Voy a
quedarme a tu lado, voy a permanecer al pie del cañón contigo, lo quieras o
no, no me importa. Sólo estoy seguro que no voy a desistir, porque para mí,
vivir sin ti ahora no es una maldita opción. —Las lágrimas que intentaba
contener ruedan por sus mejillas y me mata, jodidamente me mata verla
llorar—. Ignórame, no me determines, haz de cuenta que no existo… pero aun
así; incluso si tu mirada rehúye la mía, permaneceré firme, por ti, porque te
amo y porque ese bebé, aunque no lleve mi sangre, es mío.

—Siempre ha sido tuyo, al igual que yo —susurra. Me levanto de la cama y


acorto la distancia entre los dos.

—Y yo siempre he sido de ustedes. Nunca dudes de ello, amor. Te amo con


todo el alma, con todo el corazón. —Beso sus lágrimas y froto sus brazos—.
Cometimos errores, ambos, y seguiremos cometiendo muchos más. Pero,
quiero que jamás, jamás te alejes de mí o me alejes. Vamos a discutir, vamos
a pelear por miles de razones, haremos mal algunas cosas, lo sé; somos
humanos y nos equivocaremos, pero te juro nena, que jamás dejaré de amarte
y te buscaré, siempre. No me voy de tu lado y tú tampoco te irás del mío.

—También lo juro. Lo siento. —Sus brazos se ciernen sobre mi cintura y la


atraigo más a mí, besando su cabeza—. Somos una familia.

—Lo somos.
En ese momento, Gabriel llora. Fabo se retira y me mira con una sonrisa
tímida.

—Tú hijo te llama.

—Y eso me encanta… que mi hijo me necesite.

—Promete que no lo golpearás apenas y lo veas.

—No prometo nada —gruño.

—¡Fer!, estamos en un lugar público. No puedo permitir que te metas en


problemas.

Me encojo de hombros y sigo mirando hacia la entrada de la cafetería. —No


me molesta pasar uno o dos días en la cárcel, con tal de trabajar mi puño en la
cara de ese imbécil.

—Vámonos. —Toma su bolso y trata de levantarse, pero no se lo permito.

—No. —La halo un poco, para que vuelva a sentarse, la miro y hago una
mueca—. Vamos a salir de esto de una vez por todas —Suspiro y paso una
mano por mi cara—, prometo no matarlo. Es lo único que puedo prometer.

—Que Dios nos agarre confesados.

Ella lo ve antes que yo. Su cuerpo se tensa y su respiración trastabilla. Me


vuelvo y los veo. A él hijo de puta y su esposa.

Después de otras insistentes llamadas del pendejo, Fabi y yo decidimos


enfrentarlos y acabar con esto de una vez por todas. Así como también,
bloqueé y eliminé a todas las mujeres que no entendieron, ya no soy el mismo
hombre de antes.

—Que Dios los ampare —digo.

Llegan a nuestra mesa, el hijo de puta tiene el descaro de fulminar a Fabi


con la mirada, gruño y cuando me mira le envío una advertencia silenciosa.

A mi mujer la respetas, cabrón.

—Hola —dice la esposa—. Gracias por venir. —Fabi asiente, los dos
hombres permanecemos tensos, fulminándonos uno al otro—. Siéntate. Ahora.

Nicolás obedece, como un perrito. Muerdo mi mejilla para no reírme, pero


entonces, Fabi envía una mirada de muerte hacía mí y me siento también.
—Yo… —Empieza Fabi, ella está igual de sorprendida de ver a Libia. Se
supone que esta reunión era sólo con el donante.

—Lo sé. No me esperabas. Pero, teniendo en cuenta que la idea de esta


reunión es mía… —Se encoje de hombros y nos da una sonrisa apenada—,
tenía que estar presente.

—¿Qué quieren? —pregunto sin rodeos. Estas dos personas no son de mi


agrado y quiero terminar esta estúpida reunión pronto e ir con mi hijo, que
espera en casa de mi hermana.

—Queremos solucionar esto —responde Libia y Fabi se tensa.

—¿Solucionar qué, exactamente?

—Nicolás debe hacerse responsable de su hijo.

—No —bramo y me levanto—, este hijo de puta no tiene ningún derecho


sobre mi hijo. Él decidió que no pertenecía a nuestras vidas hace mucho
tiempo, y como puedes ver, estamos mejor sin él.

—Pero… —La mujer mira de nosotros hacia su esposo—, creí que querías
que reconociera al niño.

—No, eso no es lo que quiero. Mi hijo ya tiene a su padre.

—Te lo dije, no es mío. Bien y ellos se han hecho cargo del niño.

—Es tuyo, no lo sigas negando. —Libia golpea el hombro de Nicolás y este


se encoje—. Lo vi, es la viva imagen de ti, de Andrés. No sigas negándolo,
imbécil.

—Bueno, si está todo claro, que Gabriel es mi hijo y no queremos nada de


él… nos vamos.

Tomo a Fabi de la mano y la ayudo a levantarse.

—Un momento, por favor —pide Libia. Fabi y yo nos miramos—. Sólo un
momento, esto aún no termina.

Fabi asiente y se deja caer de nuevo en su asiento. Gruño por lo bajo y


hago lo mismo.

—¿Y qué pasará con sus hermanos?

—Ni siquiera lo pienses —brama Nicolás. Libia lo mira iracunda y le arroja


uno de los panes de la mesa.

—Tú, maldito idiota, no tienes ningún derecho en opinar aquí. Será mejor
que te calles o esta misma noche tiraré tus cosas a la maldita calle. Agradece
que no estoy pidiéndote el divorcio ahora y quitándote todo lo que tienes.
Ante sus palabras y el pánico que se dibuja en los ojos de Nicolás, Fabi y yo
compartimos una mirada sorprendida.

—¿A qué te refieres, con lo de hermanos?, ¿De quiénes estamos hablando?

—De mis hijos —responde Libia a las preguntas de Fabi—. Ellos son los
hermanos de tu hijo. No podemos negarles eso.

—Yo no creo que…

—Mira —interrumpe Libia—. Yo sé que es esto. Ya lo viví. Papá engañó a


mamá infinidad de veces —resopla una risa que no tiene nada de diversión—,
creo que yo estoy repitiendo el mismo patrón. En todo caso, tuve tres
hermanos más, pero mamá los veía como los resultados de la infidelidad de mi
padre y mi padre, como estorbos en el camino. —Busca algo en su cartera,
saca una foto y la muestra a nosotros—. No pude contactarlos sólo hasta que
fui mayor. Papá nunca se hizo responsable y las mujeres no tenían el tiempo ni
querían un escándalo como tal. Ellos son Janeth, Ebert y Augusto. Mis medio
hermanos.

—Entiendo, pero de verdad no voy a mendigarle amor a un hombre que no


ama a mi hijo.

Libia resopla nuevamente y rueda los ojos. —No estoy diciendo que
obliguemos a este idiota a querer a tu hijo. Es obvio que está bestia sólo se
ama a sí mismo. Lo único que te pido, es que no les niegues a mis hijos poder
conocer a su hermano. Familia es familia Fabiola, no importa cómo se
desarrollen las cosas.

—¿Cómo es que estás bien con esto? —pregunto confundido—. Tienes aun
idiota infiel a tu lado —digo y Nicolás me gruñe. Lo ignoramos—, y aun así,
estás aquí pidiéndonos que tus hijos puedan conocer al hijo que tuvo su padre
con otra mujer.

—Tuve unos días para explotar y tener mis crisis, créanme, no fue bonito.
Pero no es la primera vez que me entero de las andanzas de mi esposo. La
primera vez que nos vimos, en la tienda de telas, me pareció extraña tu
reacción cuando viste a este tonto; pero luego, cuando los vi a ti y tu bebé,
ese día que fue a la boutique de tu amiga… simplemente lo supe. Te seguí
porque tenía que confirmar que mis sospechas eran ciertas… cuando vi de
cerca a tu hijo, fue como verlo a él —señala con desprecio a Nicolás—, y ver a
mi hijo menor. Andrés tiene dos meses, pero es igual a tu hijo.

—No creo que esté preparada para esto —dice Fabi frotando sus sienes—,
no creo que pueda hacerlo. ¿Qué le diré a mi hijo? Que su padre biológico
nunca lo quiso pero que sus hermanos querían conocerlo. ¿Estás segura que
ellos quieren conocerlo?
—Lo estarán, te lo aseguro.

—No. Mira, Livia, lo lamento mucho, pero tu esposo me hizo daño. No voy
a negar que Gabriel es lo más importante en mi vida ahora, pero simplemente
esto es demasiado… descabellado, irreal, no logro aceptar esto. Lo siento, no
puedo.

Suspiro, yo tampoco estoy muy de acuerdo con esto.

—Lo entiendo. Sólo no les niegues a nuestros hijos conocerse… algún día.

Fabi asiente y se levanta. Ninguno le damos una irada a la pareja cuando


salimos del lugar. Pasamos la calle y vamos hasta el auto. Al entrar,
permanezco en silencio unos minutos, varios pensamientos inundan mi mente,
algunos me atormentan y otros simplemente me hacen afirmar la decisión que
acabo de tomar y que venía meditando desde hace un tiempo.

—¿Estás bien? —pregunta Fabi cuando suspiro profundamente.

—Lo estoy, pero debemos hacer algo urgente.

—¿Qué cosa?

—Darle mi apellido a nuestro hijo. Es hora de que no sólo mi palabra diga


que es mío.
Capítulo 30
Fabiola
—¿Estás segura que es aquí?

—Sí, este es el local que me dijeron. —Me vuelvo hacia Manu frunciendo el
ceño. Las chicas atrás, permanecen silenciosas, esto es sospechoso.

Se supone que hoy iríamos a ver algunos locales para la apertura de la


nueva tienda. Sólo que Manu nos está llevando hacia las afueras de la ciudad,
a las ocho de la mañana.

—¿Y cómo por qué razón tomaríamos un local tan lejos de la civilización?,
Piensas poner la fábrica aquí?

—Algo así —murmura vagamente y entrecierro los ojos hacia mis tres
amigas.

—¿Qué está pasando?

—Nada —responde las tres al unísono y eso hace que sospeche todavía
más.

—Chicas, será mejor que abran su boca ahora.

—¡Ya llegamos! —grita Manuela.

Salen del auto apresuradamente y van hasta la entrada del Club Campestre
Arboleda.

—Esto no es ningún local. Me han timado —murmuro bajando del auto y


siguiéndolas.

Entramos y somos conducidas hacia el restaurante, las chicas se quedan


atrás, cuando un arbusto de flores les llama su atención

¿Un arbusto de flores?


Me vuelto para regresar a ellas, pero la encargada me empuja dentro del
restaurante y cierra la puerta en mí cara. Parpadeo, confundida y me volteo
cuando alguien aclara su garganta.

—¿Fer?

—Hola, cariño —saluda y sonríe. Camina hasta mí y me toma de la mano.


Es ahí cuando bebo del lugar y jadeo. Hay ramos de flores, peluches,
chocolates en dos mesas, sobres en una caja sobre una de las sillas; globos en
el techo, velas en el suelo y un desayuno en otra de las mesas.

—¿Qué es esto?

—Es mi sorpresa para ti.

—No es mi cumpleaños —murmuro. Miro los miles de ramos de flores en el


suelo y no puedo evitar preguntar—: ¿Por qué tantas flores?

—Son todas las rosas y flores que no te di en todos esos años que pretendí
no verte.

Sus palabras me llegan profundo y levanto mis ojos hacia él. Sonríe
tiernamente y me besa.

—En la mesa están todos los chocolates que no te envié —dice y me lleva
con él hacia los presentes—, todos los osos de peluche que no te regalé en tus
cumpleaños. —Señala los sobres en la caja—. Las cartas y mensajes que no
me atreví a enviarte; quise traerte todos los desayunos contigo que me negué
a mí mismo, pero creo que no hubiéramos podido con ellos.

Me rio y se encoje de hombros.

—¿Y los globos y velas?

Mira hacia el techo y su sonrisa se ensancha. —Ah, esos. Esos son cada
uno de ellos representa los sueños contigo que deje atrapados y que ahora
liberaremos… y las velas, cada una de ellas representa los meses que he vivido
contigo, porque cada uno de ellos ha traído una nueva luz a mi vida.

—Fernando —susurro con el corazón acelerado y el alma agitada por las


emociones que me embargan.

—Podría pedirte perdón todos los días de mi vida por lo imbécil que fui,
pero decidí hacerlo sólo una vez más, y dedicar el resto de mi vida a hacerte
feliz. —Se deja caer en una rodilla y siento a mi corazón detenerse. Saca de su
bolsillo un estuche negro y me enseña un delicado anillo de compromiso con
un rubí rojo—. Pero, quiero que el resto de mi vida, la bendición de Dios nos
acompañe; así que… Fabiola Ospina, ¿te gustaría permitir que me dedique en
cuerpo y alma a ti por el resto de mi vida?
Llevo mis manos a mi boca y sollozo. Lo miro, a esos bellos ojos que me
han enamorado desde la primera vez que lo vi, cuando fui a casa de Manuela
para hacer una tonta tarea. El hombre que deshizo mi mundo, pero lo volvió a
reconstruir; la persona a quien quiero ver cada día al despertarme y besar
cada noche al acostarme. El hombre al que más que necesitar, he escogido
para acompañarme en cada camino que emprendo en mi vida. El hombre que
me ama incondicionalmente, imperfectamente perfecto, que aceptó mis
errores y resaltó mis virtudes, él, que ama a mi hijo como suyo y da su vida
por él.

—Sí —respondo entre sollozos. Fer sonríe y coloca en anillo en mi dedo. Se


levanta y antes de sellar nuestros labios vuelvo a hablar—: quiero pasar el
resto de mis días, haciéndonos felices a ambos.

Estrello mis labios con los suyos, lo abrazo y profundizo el beso. Aplausos
se escuchan cerca y me separo de Fer para ver a nuestra familia y amigos,
algunos sonrientes y otros con ojos llorosos, celebrar con nosotros.

—¿Qué hacen todos aquí? —pregunto viendo a David cargar a mi hijo en


sus brazos.

—Bueno, tenía la esperanza de que también dijeras que sí a mi siguiente


pregunta. —Vuelvo mis ojos a él, para verlo sonrojado y tímido.

—¿Qué pregunta?

Suspira y muerde su labio. —¿Quieres casarte hoy, aquí? No puedo esperar


para hacerte mi esposa.

—¿Aquí?, ¿ahora?

—Sí.

—Pero… ¿cómo? No tenemos un sacerdote, ni siquiera tenemos los


vestidos.

—Ajam —carraspea Manu llamando nuestra atención. Todos están


sonriendo—. En realidad —comienza, mira al resto de las chicas y se encoge de
hombros—, también teníamos la esperanza de que dijeras que sí, así que
tenemos todo cubierto.

—¿Todo? —pregunto estupefacta.

—Así es… ¿recuerdas el vestido de bodas vintage que viste en esa revista
hace un mes? —Asiento con mis ojos muy abiertos—. Hecho.

—Las flores ya están —dice Tere señalando los ramos de flores en el suelo.

—La familia y amigos ya están aquí —agrega Rosi.


—El padre viene en camino —murmura Gonzalo mirando hacia su teléfono.

—El notario también —dice Juan palmeando a Nate, quien le sonríe a Sofi.

—Los pajecitos están aquí —dice Cintia, tomando a su bebé y señalando al


mío.

—Las argollas también. —David y Manu extienden sus manos y muestran la


argolla que completa el juego de mi anillo de compromiso y el de Fernando.

—El padre de la novia está aquí, y da su bendición. —Mi papá guiña un ojo
y besa la mejilla humedad de mamá.

—Los padres del novio también. —Emanuel y Helena sonríen hacia


nosotros.

—Y… —termina Sebastián mirando a Manu—, los padrinos están listos.

Lia y Samuel asienten y aplauden. Rosi y su familia se abrazan y junto al


resto del grupo, nos miran expectantes.

Froto mis manos y muevo mis ojos entre mi hijo —que sonríe hacia mí y
extiende sus manitas— y Fernando.

¿Casarme hoy, con el hombre que amo?

—¿Qué estamos esperando? —chillo y todos rompen a reír. Me abalanzo a


los brazos de Fernando y lo beso con todo lo que tengo. Demostrándole que lo
amo y muero por ser su esposa.

—Mi esposa, mía.

—Tuya, por siempre.


Epílogo
Fernando
Siete meses después.

—¡Feliz cumpleaños! —gritamos todos y Gabriel rompe a reír.

Sus manitas se agitan y tratan de tomar el pastel frente a él. Fabi ríe y
unta un poco de la crema en la nariz de nuestro hijo.

—Mama —protesta Gabriel, al no lograr saborear la dulce crema de vainilla


y chocolate.

—Lo siento, cariño, pero ya has tenido suficiente azúcar por hoy. Tu padre
y yo merecemos un descanso.

Mi hijo se vuelve hacia mí con un puchero y no puedo, simplemente no


puedo negarle algo a ese niño.

—Sólo un poquito —musito y le hago ojitos a Fabiola.

—¡Fernando! —reprende y nuestros familiares y amigos rompen a reír de


nuevo.

—Ay, amor, es sólo un poquito. Ni que todos los días le diéramos torta de
chocolate y vainilla

—No, no todos los días le damos torta, pero si helado y mil cosas más.

—Vamos, nena. No seas malita. Mira esa carita de ángel. —Señalo a


Gabriel y su puchero se profundiza cuando se vuelve hacia su mami.

La familia deja escapar un “Awww” que hace la resolución de Fabi se


rompa.

—Contigo no se puede. —Suspira y deja de Gabriel tome una cuchara con


bastante crema. Mi hijo ríe feliz y se aleja para que nadie pueda pedirle un
poco—. Eres el papá más debilucho del mundo.
—Eso no es lo que decías esta mañana cuando… —Su mano golpea la mía
antes de que pueda decir algo más. Fabi se torna roja cuando las carcajadas
de los demás vuelven a resonar.

—Lo pagarás —amenaza y no puedo evitar la corriente de energía que me


atraviesa—. Esta noche, quien será atado a la cama, no seré yo.

—No puedo esperar por eso —susurro en su oído y la siento estremecerse.

—¡Oigan, ya! —grita Manu—. Dejen de planear el hermanito de mi sobrino


y abramos esos regalos. No todos los días se cumple un año.

—Gracias, hermanita. Teníamos un momento aquí.

—No me importa, tanta melosería me ha calentado la sangre, quiero ir a


casa y amarrar a mi esposo también.

David se atraganta con el refresco que bebe y los demás rompemos a reír
de nuevo.

—Manu…

—¿Qué, David? No me digas que no, eh… ya me antojé. Así que será mejor
que me dejes usar esas corbatas que tanto cuidas, de lo contrario tocará con
piola, y supongo que será más incómodo.

—¿En serio estamos hablando de sexo en medio de una fiesta infantil? —El
rostro de teresa se contrae con disgusto.

—Ah, no pues, habló sor Teresa. Quien no conozca tu lado oscuro que te
compre.

—Mira quien habla —resopla Tere—, chica callejón.

—¡Eso fue hace mucho tiempo, y sólo fue una vez! —grita Manu con el
rostro rojo como una remolacha.

—¿Callejón? Hmm, deberíamos intentarlo —dice David meneando las cejas


y haciendo que ahora sea Manu quien se atragante.

Fabi, que trataba de controlar su risa, no puede aguantarlo más y deja


escapar una carcajada.

—Buena idea —agrega Gonzalo señalando a David, volviendo hacia Tere


que lo mira con pánico, dice—: Eso no lo hemos probado preciosa mía.
Deberíamos.

—Hombre —musita molesto, Sebastián—. Dejen de contar dinero delante


de los pobres.
—Y es por eso que para esta navidad, muñecas inflables para Sebastián. —
Canta Manu y todos nos partimos de la risa al ver la expresión de mi mejor
amigo.

Jennifer ha sido todo un reto y mi pobre amigo aún no se da por vencido.


Le ha dado la bienvenida al celibato y lo jodemos día a día por ello.

Cuando nos hemos calmado, Fabi me abraza y suspira. Contemplamos a


mis padres y los suyos jugar con Gabriel y sus nuevos juguetes, toco el anillo
en sus dedos y ella el mío.

—Mía.

—Tuya —susurra y vuelve a besarme—. Por siempre y para siempre.

Sonrío y le regreso el beso.

Quien iba a pensar que esta chica pelirroja que poco a poco se fue colando
en mi corazón… trajera a mi vida las mejores cosas y me hiciera
profundamente feliz.

El amor no ha sido fácil para nosotros, pero cada lágrima y cada sacrificio,
han valido la pena, y hoy en día estoy cosechando sus frutos.

Miro a mi hijo y suspiro de nuevo. Y pensar que él tenía que llegar a mi


vida para abrirme los ojos y hacerme ver lo imbécil que había sido. Doy gracias
a Dios por la oportunidad que me ha dado y por traerlo a mi vida…

Ese niño se ha vuelto mi luz, mi vida, mi camino.

Él y su madre son lo mejor que hay en mí vida.

Y viviré el resto de mi vida agradeciendo por ellos y demostrándoles que


yo, soy lo mejor en la de ellos.

Fin.
Agradecimientos
A todas mis queridísimas lectoras y Cherry Lovers, su
apoyo incondicional ha sido vital para mí.
Chicas, a mi TeamMale, definitivamente sin ustedes…
este sueño no sería posible.
Mil bendiciones para todos.
Próximo Libro

Conoce la historia de Teresa y


Gonzalo en la tercera entrega
de la serie Cuidado con las
Curvas.
Y recuerda que las curvas,
pueden ser muy peligrosas…
Sobre la Autora
Maleja Arenas

Psicóloga de la Universidad Antonio Nariño en Cali, Colombia.


Tiene 25 años, es madre de un pequeño de 3 años al cual ama y
adora con todo su corazón. Desde pequeña amó la lectura. Su
primer libro fue “Relato de un Náufrago” de Gabriel García
Márquez. Vive con su esposo, su pequeño y su mascota Kira
(rescatada de las calles) en la ciudad de Cali.
Ama el chocolate, el café y cualquier chuchería que pueda comer,
amante profunda de los libros y las historias de amor. Es una
soñadora y romántica.
Sus novelas terminadas son:
 ¿En tu casa o en la Mía?
 Tu Plato de Segunda Mesa (Menú de Corazones # 1).
 Mi Postre Prohibido (Menú de Corazones # 1,5).
 Entre Letras y un Café
 Almas (Entre el Cielo y el Infierno # 1)
 Cuidado Con las Curvas
 Amor, Sexo y Música (Entre Letras y un Café # 2).
 Confesiones de un Alma Rota.
 ¿Amor y Amistad? Siguiente Puerta a la Derecha
 Enséñame tu Juego (Amor en Juego # 1).
 Cuidado con las Curvas # 2

Próximos Proyectos:
Vino Tinto (Menú de Corazones # 2).
Sombras (Entre el Cielo y el Infierno # 2)
Desde Mi Ventana.
Reino Oscuro (Doce Reinos # 1)
Recuérdame Quien Soy.
Se Armó Cupido.
Vendedora de Amor.
No olvides apoyar a la autora comprando sus libros
(disponibles en kindle y papel):

También podría gustarte