Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Abril Gonzalo - Analisis Critico de Textos Visuales
Abril Gonzalo - Analisis Critico de Textos Visuales
Director:
GONZALO ABRIL
Lo visible tiene un armazón de invisible, y lo invisible es la contrapartida
secreta de lo visible.
M.Merleau-Ponty
Giorgio Agamben
John Berger
Introducción
1.2.2. La mirada
1.2.3. La imagen
2.2. Exoinmanentismo
3.3.5. La narratividad
3.3.7. Cronotopos
Bibliografía
No pretende ser éste un libro más de análisis de la imagen, ni menos aún de
una clase de imágenes. Hay excelentes semióticas regionales del cine, de la
publicidad, de la fotografía o del arte. Aquí intentamos una exploración
transversal, que concilie la mirada sociosemiótica con el análisis de los
procesos culturales para abordar el "texto visual" como un objeto de estudio
por derecho propio. Antecedentes de esa mirada se pueden encontrar en un
Análisis semiótico del discurso (Abril, 1994) que fue publicado por esta
misma editorial en un libro coral sobre metodología de la investigación
cualitativa. Pero entonces primaba el "paradigma lingüístico", y aun toda
referencia a textos o discursos hacía pensar casi automáticamente en textos
literarios, periodísticos, verbales. No sabemos si Mitchel, en 1994, acertó al
dictaminar la nueva vigencia de un "giro de la imagen" (pictorial turn) que
vendría a relevar al anterior "giro lingüístico" del pensamiento, porque ya
éste se había producido en el seno de una cultura verbovisual. En todo caso
hoy se extiende la creencia de que cierta forma de indagar la comunicación y
los textos visuales desempeña un papel estratégico en el proyecto del análisis
y la crítica sociocultural contemporáneos.
Ortiz García (2005: 194) observa que a mediados del siglo XX las madres
comienzan a ejercer de fotógrafas de sus hijos, como parte de una ampliación
de las tradicionales atribuciones sociales de las mujeres en relación con el
mantenimiento de las relaciones familiares. Probablemente, añadimos por
nuestra cuenta, ese ejercicio supuso también una oportunidad de
reapropiación y modificación de la cultura visual moderna para muchas de
ellas. La misma autora advierte que los álbumes familiares excluyen las
representaciones fotográficas relativas al dolor, la miseria, la disputa, la
enfermedad, la muerte o el sexo. Por eso el bebé suele ser fotografiado en el
momento del baño, no en el del cambio de pañales (Ortiz García, 2005: 198).
Ejemplos como estos dos últimos remiten a otro compromiso fundamental: el
que el análisis debe adquirir con lo que no se ve porque pertenece al "punto
ciego" de la enunciación (como el espacio y la identidad de la fotógrafa) o
porque forma parte de lo excluido, inarchivable, invisibilizable para un orden
sociocultural dado. Aun así, y del mismo modo que el silencio de lo no dicho
actúa siempre sobre el sentido de lo que se dice, lo no visto y lo invisibilizado
determinan el sentido de lo que el texto visual da a ver.
Pues bien, "una cosa considerada en sí misma es una unidad. Una cosa
considerada como correlato o dependiente, o como un efecto, es segunda con
respecto a algo. Una cosa que de algún modo pone en relación una cosa con
otra es un tercero o medio entre las dos" (Peirce, 1999 [1888]). Tal como se
expone en el cuadro 1.1, la categoría de la primeridad corresponde a la
cualidad y a lo posible; la segundidad, a la existencia, el mundo fáctico, lo
individual; y la terceridad es la categoría de la ley (la convención), la
mediación y la representación. Si pensamos en el color verde, o lo verde,
como una cualidad por sí misma, tomada abstractamente, no dada como una
propiedad de un objeto o en una experiencia actual, tenemos un ejemplo de
verde según la primeridad. Si atendemos ahora a este verde, el de tal chaqueta
o cual hoja de árbol (y por tanto relacionamos ya la cualidad con una segunda
cosa, sustancia, acontecimiento, etc.), tenemos un verde según la segundidad.
Si pensamos, por fin, en el verde como color de los símbolos ecologistas,
estamos ante el verde como terceridad. La terceridad es la categoría propia
del signo, lo cual significa que el signo es antes que nada convención,
mediación y representación.
El objeto es, en la acepción más amplia, cualquier cosa que puede ser
representada; pero en un sentido más restringido, el objeto inmediato, es algo
tal como es representado por el signo mismo, y así plena mente determinado
por su representación en el signo: por ejemplo, además del personaje
Rembrandt, objetivado por el conjunto de los sucesivos autorretratos del
pintor, podemos reconocer cada Rembrandt dependiente de la fisionomía,
expresión, edad, atuendo y faceta del rostro, según el ángulo, la luz, etc. con
que es captado como objeto inmediato en los sucesivos autorretratos
particulares (el de 1640, el de 1661, el de 1669, etc.).
Aunque la tipología de los signos de Peirce es más rica y compleja, aquí sólo
tendremos en cuenta los tres tipos de los que suelen ocuparse los teóricos de
la imagen, y cuya definición se establece, aplicando las tres categorías
peirceanas, según la relación que el representamen entabla con el objeto
(cuadro 1.1).
b)A diferencia de los iconos, que no tienen por qué darse en próximidad a
sus objetos, ni en un sentido espacial ni temporal ni en ningún otro, los
índices mantienen con sus objetos una conexión real. Un índice, como
el humo respecto al fuego, la huella en la arena respecto al pie que la
imprimió o la foto respecto a la luz del momento en que se captó, dirige
la atención hacia un objeto particular sin describirlo, dice Peirce. La
particularidad y lanecesaria relación a un contexto espaciotemporal
determinado son propiedades definidoras del índice.
Los tres niveles conciernen a la producción del poder, los tres son ámbitos
de ejercicio, reproducción y confrontación de poderes:
1.2.2. La mirada
1.2.3. La imagen
Porque la imagen es, volvemos a repetirlo, una noción vaga y por ello
mismo, multívoca.
Entre los teóricos hay una gran disparidad respecto a qué se ha de entender
por imagen y cuáles sean, por ende, sus funciones presentes, históricas o
posibles. Revisaremos sumariamente algunas de esas perspectivas.
a)Simbólica: las imágenes han servido como símbolos religiosos, pero esa
función ha sobrevivido en alguna medida a la laicización moderna de
las sociedades, transformándose o adaptándose como una simbolización
civil: en las imágenes simbólicas de la democracia, el progreso, la
nación, etc. pueden hallarse huellas de esa genealogía.
a)En el Antiguo Régimen, del siglo XVI al XIX, rigió una "lógica formal"
de la imagen cuya expresión más importante es la perspectiva, basada
en el recurso a reglas de representación independientes del mundo
exterior. Su modo visual básico es la pintura.
b)En la Época Moderna, desde principios del XIX a finales del XX,
prevaleció una "lógica dialéctica", basada en una aceptación de la
"realidad" de lo que se ve y en el establecimiento de una relación activa
entre el observador y el momento espaciotemporal, pasado y presente,
representado. Con la fotografía, su modo visual emblemático, se ofreció
también un mapa visual del mundo más democrático que los anteriores.
c)En los últimos años (los correspondientes a la era cultural que otros
autores denominan "posmodernidad") rige una lógica "paradójica o
virtual", en la que la realidad queda excluida de la imagen, que puede
ser manipulada en cuanto a sus efectos representativos. El modo visual
dominante es la realidad virtual.
Santaella y Nsth (2001: 157-186) han recurrido a los tipos peirceanos del
icono, el índice y el símbolo, para caracterizar también tres paradigmas
históricos de la imagen, a los que denominan, respectivamente,
prefotográfico, fotográfico y posfotográfico, y cuyos modos visuales
dominantes (pintura, fotografía e imagen digital) coinciden básicamente con
los de Mirzoeff (cuadro 1.2).
Intentando pues dejar atrás una matriz oral a la que de tan antiguo se debía
la forma versal clásica, el poema mallarmeano se promovió, hace ya más de
un siglo, como texto visual. Gran parte de la creación poética moderna, no
sólo el género de la poesía distintivamente calificada de visual o concreta, ha
impulsado la interacción entre la palabra escrita y el espacio tipográfico. Al
tornarse visual, el espacio lingüístico de la poesía permite y fomenta que
otros elementos no lingüísticos vengan a complementarlo,
interdeterminándose, para producir textos propiamente verbovisuales.
Del todo ajeno a la visión natural, aunque tan naturalizado por la historia
cultural, este rectángulo se desarrolló en Occidente a partir del siglo XIV.
Gauthier (1982: 15) observa que debe su forma al cercado, en tanto que
operación de cierre, y a la ventana como procedimiento de organización del
campo visual. No hay que olvidar que la ventana es una metáfora básica del
sistema de la perspectiva; y que, como sugiere Berger (1975) el enmarcado
pictórico puede verse como un trasunto simbólico de la delimitación y la
apropiación territorial que fue exacerbada por el desarrollo del capitalismo.
En la teoría del arte, Krauss (1998) ha dado una gran importancia a esa
dimensión nofondo/no-figura, previa a la objetivación perceptiva
propiamente dicha, como ámbito de la creación artística contemporánea: en la
puesta en abismo de Matisse, los collages de Picasso o los cuadrángulos
múltiples de Frank Stella, con sus característicos efectos de "cuadro dentro
del cuadro", la figura ingresa en el campo pictórico a condición de negarlo
simultáneamente. En el anuncio de Renault ocurre algo semejante: el fondo
gris forma parte de la representación de un espacio tridimensional en el que
se mueven un automóvil y unas letras "cosificadas", y a la vez de un plano
tipográfico; se trata de una paradoja genuinamente ilusionística, si se entiende
que aquí "ilusión" no sólo designa un fenómeno óptico, sino también un
trampantojo conceptual.
Figura 1.6. Fotogramas de un anuncio televisivo.
Para restablecer una genealogía del texto verbovisual moderno hay que
prestar atención a los jeroglíficos, emblemas, loci mnemotécnicos, empresas,
lemas, caligramas y otros muchos textos alegóricos que conformaron la
cultura verbovisual del Barroco. También los jeroglíficos, que propiciaron
una profunda interpenetración y mutua traducción de los códigos visuales y
los códigos lingüísticos. No es sorprendente que el discurso de la publicidad,
que tanto ha heredado de esta cultura verbovisual, recurra a los mismos
procedimientos semióticos (figura 1.7).
Tal como afirmó Goethe (1993) y ratificó gran parte del pensamiento
romántico, el "símbolo poético" expresa sólo lo particular, y así se mantiene
vivo, abierto a las fulguraciones de lo concreto y de los sentidos subjetivos.
Por el contrario, en el texto alegórico las representaciones de lo particular
solamente se valoran como ejemplos de lo general, o en otros términos, la
imagen sirve sólo a la expresión circunscrita, cerrada y completa de un
concepto;, no es sino una imagen conceptual cuyo significado ha sido
blindado por una convención perfectamente gramaticalizada. Recordemos
que obras como Iconología de Cesare Ripa (1987 [1593]) una especie de
enciclopedia de alegorías, tuvo multitud de ediciones en varios idiomas, y fue
consultada por artistas y literatos durante más de un siglo. Éstos podían leer
en ella que, por ejemplo, el "alma racional y feliz" se representa mediante una
figura femenina alada y tocada con capucha transparente, y de ninguna otra
manera.
Ya se trate, pues, del arte del pasado o del texto verbovisual masivo
contemporáneo,
Así coteja Lagneau (2003: 251) el sentido alegórico del célebre cuadro de
Delacroix con el de un anuncio de margarina. También Barthes (2000) alude
al carácter alegórico de la fotografía periodística cuando habla de que sus
objetos son inductores de asociaciones fijas entre ideas (biblioteca =
intelectual, por ejemplo, en ciertos retratos de prensa) y que en este sentido
componen un auténtico léxico estable, incluso formalizable en una sintaxis.
Pero una alegoresis semejante a la de los discursos visuales masivos está
presente también en las prácticas privadas de la fotografía familiar. Es muy
típica la fotografía en la que se adivina al turista, "punto minúsculo agitando
el brazo, ante el Sagrado Corazón y que, como sucede frecuentemente, ha
sido hecha de lejos porque se quería captar el monumento entero y al
personaje". Ejemplo que ratifica sin más que la foto de viaje "se convierta en
una especie de ideograma o de alegoría" (Bourdieu, 2003: 76).
Ahora bien: los textos no son sólo "objetos culturales" mediados, sino
también dispositivos de mediación de otros procesos culturales. Esta
observación permite afirmar que no todo proceso, comportamiento o práctica
cultural es un texto, por más que, como Bajtin afirmó, todo comportamiento
pueda interpretarse como un "texto potencial'.
Por referirnos a una aplicación más próxima a los problemas del texto
visual, en su análisis de los "enclaves (sites) y modalidades" de la cultura
visual, Rose (2001: 16-17) distingue un espacio de producción de la
imagen, un espacio de la imagen misma y un espacio de la audiencia,
aquel en que la imagen es recibida y percibida. Añade a ellos una
instancia tecnológica, otra compositiva, referente a las estrategias
formales según las cuales se construye (de las que aquí trataremos más
detalladamente en el capítulo 3) y una última social, que abarca el
conjunto de las relaciones económicas, políticas, institucionales en que la
imagen puede verse implicada (y que nosotros preferimos aproximar al
nivel de las prácticas sociales, al que nos referiremos enseguida).
Aunque el marco establecido por Rose resulte demasiado extenso, tiene
la virtud de recordarnos las interacciones que acaecen entre los distintos
enclaves de las prácticas discursivas. Recordemos, a este respecto, un
ejemplo suministrado por MüllerBrockmann (1998: 66-67) en los siglos
XVI-XVII, en los carteles que reproducían textos informativos, la
tipografía era de pequeño tamaño, pues "no tenía todavía en cuenta la
legibilidad del texto a distancia". El análisis de este dato lleva mucho
más allá de la anécdota: se trata de que aún no se ha constituido un
espacio público moderno (enclave social), ni en el espacio de la
audiencia parecen bien delimitadas jurisdicciones de lectura como la del
ámbito íntimo de la lectura literaria y el no íntimo de la calle, ni en el
espacio compositivo o formal del texto se han introducido recursos,
como las propias convenciones tipográficas, ordenados a diferenciar
psicotécnicamente distintos espacios y efectos receptivos. En otras
palabras, una práctica discursiva supone la conjunción de una multitud
de condiciones, en distintos niveles de la actividad social, cuyo
desarrollo histórico no es necesariamente uniforme.
Ahora bien, desde el punto de vista de la relación de los textos con las
prácticas sociales, lo más notable es que en el texto/formato didáctico del
segundo tipo se han inmanentizado algunas de las funciones didácticas que
anteriormente ejercitaba el maestro o maestra, según el modelo de magisterio
paternal, ilustrado y productivista del capitalismo industrial. Ese sujeto
docente explicaba y aplicaba el texto narrativo poniendo en juego muy
diversas competencias, algunas de las cuales probablemente han sido
desplazadas por la presión creciente del conocimiento visual sobre las
prácticas escolares. Aparecen, pues, formalizadas y codificadas textualmente
algunas de las prácticas semióticas que caracterizaron la actividad del
magisterio: el dictado, el análisis categorial, las preguntas de control, la
ampliación, la descripción, la diagramación y visualización por medio de
gráficas y dibujos. Todo un conjunto de formas textuales que son a la vez
actividades o dispositivos de enunciación, es decir, estructuras dialógicas y
actos ilocutivos (véase el apartado 2.3.1).
Esto también supone que pueden leerse en el propio texto, hasta un cierto
punto, las marcas o indicaciones de una modificación histórica de los
menesteres magistrales y de la autoridad didáctica, hechos eventualmente
cotejables con otros no textuales, como la atribución de prestigio social, el
grado de influencia pública, el salario o los modos de reclutamiento
profesional de los enseñantes.
2.2. Exoinmanentismo
Una práctica forma parte de una red de relaciones con otras prácticas, no sólo
textuales, pero a la vez se inscribe en el texto, se expresa en sus modos de
acción ilocutiva y perlocutiva, en su ethos y su pathos, en el conjunto de las
modalidades de la enunciación, e indirectamente también en sus estructuras
tópicas y categoriales (para mayores precisiones sobre conceptos del análisis
textual, remitimos a Lozano, Peñamarín y Abril, 1999).
Los súbditos creen que tratan a una cierta persona como rey
porque ya es un rey en sí mismo, pero en realidad esa persona sólo es
rey porque los súbditos lo tratan como tal. Desde luego, la inversión
básica de Pascal y Marx reside en que ellos no definen el carisma del
rey como una propiedad inmediata de la persona-rey, sino como una
"determinación refleja" del comportamiento de sus súbditos, o (para
emplear la terminología de la teoría del acto de habla) como un efecto
performativo del ritual simbólico. Pero lo esencial es que una
condición positiva necesaria para que tenga lugar este efecto
performativo es que el carisma del rey sea experimentado
precisamente como una propiedad inmediata de la persona-rey.
El vector derecho del cuadro 2.2 representa lo que es no más que una
prolongación complementaria de la praxis: la retroacción de la dimensión
semántico-simbólica sobre la práctica. Hay una teorización fundamental de la
eficacia simbólica en la Antropología estructural, cuando, analizando una
cura chamanística ejercida sobre una parturienta de la etnia Cuna, Lévi-
Strauss (1987[1958]:211 y ss.) atribuye a esa práctica la capacidad de dar
coherencia al discurso, permitiendo que puedan expresarse estados
informulados e informulables de otra manera, y la capacidad de afectar más
ampliamente a la experiencia, hasta el punto de propiciar incluso efectos
fisiológicos. En esas páginas, Lévi-Strauss aproxima, hasta identificarlos, la
función simbólica y el inconsciente psicoanalítico: este último es vacío, "tan
extraño a las imágenes como lo es el estómago a los alimentos que lo
atraviesan", su función es la de imponer leyes estructurales a elementos
inarticulados que vienen de otra parte: emociones, pulsiones,
representaciones. En el apartado 3.5 trataremos de hacer justicia a esa
perpectiva justamente para proponer que la mirada se entienda también
dentro de una "estructura sin preferencias" hecha de posiciones interactivas y
de lugares ideológicos de identificación.
Pero para el desarrollo de nuestro mapa teórico del texto visual nos
interesa sobre todo la teoría de la eficiencia simbólica que desarrolla
V.Turner (1980) en La selva de los símbolos, respecto al funcionamiento de
los "símbolos rituales" en la sociedad ndembu. Su ejemplo paradigmático es
el proceso de simbolización del mudyi, "árbol de la leche", que debido a su
látex lechoso aparece, en primer lugar, como significante de la leche materna.
Siguiendo un proceso de sucesiva asociación y "condensación", va
adquiriendo significados cada vez más complejos y abstractos: el
amamantamiento, la relación materno-filial, la matrilinialidad, el conjunto de
la organización y de la continuidad social ndembu y, finalmente, la identidad
misma de este pueblo centroafricano. Reinterpretando a Turner en términos
de la semiótica de Peirce, este proceso podría entenderse también como una
sucesiva complejización de la semiosis, que partiendo de la iconicidad
(semejanza de cualidades perceptivas entre el látex y la leche), y mediante la
indicialidad (la función maternal como índice factorial de las estructuras
sociales) culmina en un nivel de representación simbólica: el mudyi, en
palabras de un nativo, es como la "bandera" de los ndembu.
Desde una mayor cercanía cultural que la que podemos mantener con los
símbolos ndembu, y por ampliar el campo cultural de validez de la teoría,
pensemos en el ritual católico del sacramento eucarístico: el pan, el vino y los
comportamientos dramáticos de la ingestión (polo sensorial) se correlacionan,
en el polo ideológico, con ideas teológicas como la transubstanciación o el
sacrificio fundacional, y sobre todo con la actualización de la propia
comunidad creyente ("comunión") como identidad normativa.
El texto verbovisual que reproduce la figura 2.2 puede servir para ilustrar de
manera conjunta las nociones de praxis y eficacia simbólica en una
representación promovida por el discurso de prensa contemporáneo.
El 30 de septiembre de 1999 apareció en la portada de muchos diarios una
foto del rey de España relacionada con el reciente nacimiento de su segundo
nieto. En el diario madrileño El Mundo el pie de foto llevaba por título:
"Patucos para el capitán general'. El texto explicaba que durante un acto en
un cuartel madrileño, el coronel de la Unidad le había regalado a D.Juan
Carlos 1 unos patucos para el pequeño. La foto muestra al rey en uniforme de
campaña, con expresión jovial, sosteniendo en su mano izquierda los patucos;
su mano derecha aparece abierta, ligeramente adelantada, con gesto de
amabilidad y de acercamiento. Detrás del rey se ve la bandera española. La
corona que da cima al escudo emblemático, en el centro de la bandera,
aparece justo a la altura de su rostro, por detrás del hombro izquierdo. Sobre
las manchas de camuflaje de la pechera de su uniforme, se puede leer el
marbete de identificación con el apellido "Borbón".
a)La persona, Juan Carlos, un hombre mayor (ya abuelo), con expresión
sonriente y aire campechano, afable y hasta tierno. El rostro, la mano
sosteniendo los patucos, el gesto de disposición abierta a la
interlocución y el contacto, todo este conjunto de significados
expresivos de la imagen, dispersos en ella de un modo que podríamos
llamar "molecular", sostienen una representación de esa identidad tan
eficaz como/por esperable.
3.La cabeza, por fin, simboliza las funciones superiores del ser humano,
también el control, la ley, el mundo paterno (incluida la "patria").
3.Interpretado por la mano derecha exenta, activa, libre del nexo familiar
al que sirve la izquierda, el marbete remite al Borbón profesional, al que
supuestamente actúa en un mundo del hacer social práctico y electivo,
no en el de la filiación, sino el de la afiliación. En este caso la mano es
interpretante del "capitán general" que "tiende la mano" a sus
compañeros de armas. En otra ocasión, claro está, podría tratarse de la
mano dispuesta a saludar al común de los ciudadanos, en algún evento
público. En suma, Borbón significa en este contexto el "compañero de
armas Borbón", una figura cuyo rendimiento político en la historia del
posfranquismo no es necesario subrayar.
El cuadro 2.4 quiere mostrar que la foto del rey puede ser leída en
términos de una polarización simbólica que finalmente traduce a significados
abstractos, normativos e institucionales (privado y público), un conjunto de
interpretantes moleculares, dispersos en la imagen, de carácter estético,
afectivo y dramático. Pero sobre todo que, al ponerlos en relación, al hacerlos
simultáneos sensorial y conceptualmente, como atributos visibles y como
propiedades inteligibles, la imagen permite una traducción reversible, en el
doble sentido de lo privado a lo público y viceversa, de lo personal a lo
institucional y viceversa. Estas operaciones ilustran tanto el tipo de praxis de
la imagen que efectúa la foto de prensa, cuanto la eficacia simbólica de sus
procedimientos.
Ahora bien, esos momentos retóricos son entendidos aquí, y como sugiere
la categoría de "pose" de Deleuze, como momentos simbólicos, o más
precisamente momentos que condensan la significación de una escena o
acontecimiento en relación a ciertas representaciones prototípicas o
arquetípicas en un contexto cultural determinado. Es por ello por lo que los
motivos figurativos, en la representación de tipo pose, adquieren un espesor
de sentido particular, por lo general emblemático o alegórico: en la pintura
histórica, el puñal, en el momento de cernerse sobre la víctima, no sólo
designa el acontecimiento de una amenaza particular sino que puede
simbolizar la solemnidad ritual y transhistórica del magnicidio; en la
ilustración moral de finales del siglo XIX, el instante espasmódico del
proletario borracho simboliza la amenaza colectiva del vicio.
Ahora bien, ciertas prácticas estéticas o estilos del arte visual moderno
han otorgado a esta clase de imágenes una nueva función de reencantamiento
simbólico. Es el caso del impresionismo pictórico, buscando la "autenticidad"
sensorial, más exactamente referida a una experiencia poética del instante,
que se hizo posible a partir de la cultura visual fotográfica. O también de
algunas formas de fotorreportaje, tratando de capturar en lo efímero, casual o
espontáneo una nueva modalidad de lo social o moralmente emblemático. En
contrapartida, el arte prefotográfico, en casos tan excepcionales como el de
Velázquez o El Greco, había anticipado una forma de imagen no aurática, en
que la representación, ejemplarmente la de las grandes personalidades
políticas por medio del retrato, antes que servir a un ritual de exaltación, de
sacralización de la autoridad, venía a insinuar una subrepticia secularización:
la célebre protesta atribuida al papa Inocencio X ante el retrato de Velázquez
(troppo vero) pone de manifiesto esa prevalencia de la significación
psicológica, mundana, incluso documental de la pintura, que Velázquez
presagiaba, al menos según el privilegiado intérprete contemporáneo que fue
el propio retratado.
[...] que Francia es un gran imperio, que todos sus hijos, sin distinción
de color, sirven fielmente bajo su bandera y que no hay mejor
respuesta a los detractores de un pretendido colonialismo que el celo
de ese negro en servir a sus pretendidos opresores. Me encuentro, una
vez más, ante un sistema semiológico amplificado: existe un
significante formado a su vez, previamente, de un sistema (un
soldado negro hace la venia); hay un significado (en este caso una
mezcla intencionada de francesidad y militaridad) y finalmente una
presencia del significado a través del significante.
Junto a los géneros más o menos clásicos cabe considerar también las que
se han llamado formas simples de la narración: leyenda, gesta, adivinanza,
anécdota, cuento, etc., es decir, formas narrativas que se reiteran en literaturas
y tradiciones culturales de lo más diversas, antiguas y modernas; por ejemplo,
la "leyenda" aparece en las odas triunfales de la antigüedad, en la vida de los
santos medievales y en las crónicas deportivas actuales (Ducrot y Schaeffer,
1995: 635). Por analogía, puede reconocerse aquí el papel de formas
narrativas simples que desempeñan las ilustraciones ¡cónicas en muchas
prácticas textuales de la historia, desde los beatos medievales hasta los relatos
periodísticos y didácticos de nuestros días.
3.3.4. Los modos de discurso: diégesis, descripción, argumentación
La retórica clásica entendía que la narración puede ser una "parte del
discurso" junto al exordio, la demostración, la refutación, etc. en el interior de
una explicación demostrativa (Perelman y Olbrechts-Tyteca, 1989: 747). La
característica de esa forma narrativa de comunicación es que presenta "el
detalle de un proceso del acontecer", por ejemplo el curso de una acción
(factum) (Lausberg, 1975: 34). Platón y Aristóteles habían distinguido la
diégesis, o modo narrativo del discurso, de la mímesis, o modo dramático
(Ducrot y Schaeffer, 1995: 228); esta última implica no sólo ficción y
analogía, sino también fingimiento, recurso al analogon en las acciones tanto
como en las palabras, como acaece en las prácticas teatrales.
3.3.5. La narratividad
Así por ejemplo, en una receta de cocina, tanto como en un texto jurídico
o en un informe sobre la bolsa, pueden reconocerse determinados programas
narrativos cuyo desarrollo supone que un sujeto de acción Si actúa de modo
tal que atribuye un objeto de valor O a otro sujeto S2, o por el contrario se lo
niega o retira. En expresión formularia:
Recordaremos con Eco (1997: 45) que la triple categoría puede ser
interpretada según un esquema funcional al estilo de Hjelmslev (cuadro 3.4):
En los textos narrativos sincrónicos, como aquéllos que tienen por soporte
la imagen fija, es posible hacer la misma distinción: en el cuadro Paolo y
Francesca de J.-A. Ingres (1819) la trama de la figuración pictórica nos
presenta simultáneamente los datos narrativos de una fábula que por medio
de una inferencia temporal hemos de organizar sucesivamente: inflamado por
la lectura de la historia de Lancelot, Paolo besa a la no menos enardecida
Francesca, lo que da lugar a que el libro caiga de sus manos y se deslice por
su falda. En ese momento aparece el esposo de Francesca, sorprende a los
enamorados y desenvaina su espada (véase la figura 3.9 y el análisis de
Fresnault-Deruelle, 1983: 45-52). Elementos que se presentan en obligada
sincronía, como el beso, el libro o el gesto del marido esgrimiendo su arma,
han de ser imaginariamente secuenciados, pero además su selección responde
a la lógica del "instante privilegiado" a que ya nos hemos referido en el
apartado 3.2.1. De forma más rudimentaria esta superposición sincrónica de
escenas que han de ser temporalizadas mediante una inferencia narrativa
aparece en un sinnúmero de textos visuales del pasado.
Figura 3.9. Paolo y Francesca, de Ingres, 1819.
3.3.7. Cronotopos
Más allá del valor tipológico que estas configuraciones pudieran tener en
el marco de una semiótica de la cultura, aquí interesa ponerlas en relación con
determinados efectos de sentido a los que podemos denominar: mitificación
(-*l), historización (-*2), ficcionalización (-*3) y presentización 4). Sin
olvidar que estos cronotopos pueden también combinarse de formas diversas:
un poco más atrás hemos indicado que el marco "histórico" de los grandes
eventos contemporáneos tratados por la información audiovisual parece cada
vez más teñido de un efecto "ficcional", intertextualmente determinado por
los relatos masivos: es ya un lugar común la afirmación de que los atentados
contra el World Trade Center de 2001 fueron vaticinados, antes que por
cualquier previsión estratégica del Estado, por las fantasías apocalípticas de
una amenaza que el "otro radical' (alienígena, terrorista, musulmán, antes
comunista) venía cometiendo obsesivamente en el cine de Hollywood.
Una categoría muy general opone el espacio regulado (la calle, la oficina,
la autopista, el hogar...) al espacio salvaje (el mar, la selva, la montaña, el
desierto...), en el que se simboliza la huida de las constricciones, la libertad,
el ámbito del deseo. Con mucha frecuencia el anuncio publicitario presenta
un derrotero narrativo desde la primera clase de cronotopos a la segunda, y
también a menudo los segundos irrumpen en los primeros o se sobreponen a
ellos, como ocurre en el anuncio de la figura 3.11.
Figura 3.11. Cronotopos e identidades múltiples.
La peripecia narrativa de los actores pasa por una serie más o menos
compleja de programas narrativos, pero diversos autores han reconocido
también secuencias básicas de acción que representan las fases o momentos
más relevantes de un relato. Así, Frye (1977: 246-247) distinguía en los
relatos romancescos: el agon o conflicto, el pathos o combate mortal y la
anagnorisis o reconocimiento del héroe. Greimas (1973) de modo análogo, y
simplificando la sucesión de funciones de Propp, reconocía una sucesión de
tres pruebas: la cualificante, correspondiente a la fase en la que el héroe
adquiere las competencias (poder y saber) que lo harán capaz de actuar; la
decisiva, en que acaece el enfrentamiento fundamental y la liquidación de una
transgresión inicial, y la glorificante, en la que el destinador sanciona el hacer
del héore y es reconocida su peripecia.
Con seguridad las modalidades del tempo que propone Bal, demasiado
ceñidas a las narrativas realistas, no agotan las posibilidades de construcción
rítmica de la trama. Cabe añadir, por ejemplo, un tempo onírico caracterizado
por modos de enlace semejantes a los saltos espaciotemporales que se
experimentan en los sueños. Por ejemplo, en la película Un perro andaluz, de
L.Buñuel (1929), un acontecimiento nocturno puede proseguir, en el plano
inmediatamente posterior, en un ambiente diurno. En el relato Un médico
rural, de F.Kafka (2000), se anuncia un inminente y penoso viaje en medio de
una tormenta de nieve; sin embargo, el médico lo realiza de forma
instantánea: "como si ante la puerta de mi patio se abriese inmediatamente el
patio de mi enfermo, ya me encuentro allí". En estos bruscos
encadenamientos narrativos el efecto de aceleración en la trama subraya un
efecto de irrealidad en el orden de la fábula.
Aun dando por bueno el postulado de que la estructura profunda de todo texto
puede ser analizada según categorías de narratividad (apartado 3.3.5), no todo
discurso, en tanto que actualización "de superficie" que expresa un conjunto
de enunciados, puede considerarse pertenenciente a un género narrativo. Aquí
interesa diferenciar, en un primer movimiento analítico, dos planos
semióticos: los llamaremos narrativofigurativo y alegórico-conceptual.
Hablamos de "planos" en el sentido de dimensiones analíticamente
diferenciables del proceso semiótico, en efecto, pero también como contextos
visibles en el interior del texto visual. En la figura 3.14 hemos diferenciado el
contenido visual de esos planos en ICh: advertiremos cómo en la lectura
común les damos sentido en tanto que contextos visuales diferenciados, y
cuáles son las propiedades semióticas que los definen; después observaremos
cuán profundamente pueden llegar a interrelacionarse.
La línea (de color rojo en la imagen original) de la banda del paquete, que
se prolonga debajo del enunciado del eslogan, es también un claro objeto
conceptual: ¡cónica en tanto que forma parte de la imagen de la cajetilla, se
transforma en índice metalingüístico en tanto que subrayado, pero es sobre
todo el índice visual de la función predicativa que hemos descrito en el
párrafo precedente.
Así pues, muchos de los elementos que componen el plano narrativo son a
la vez alegórico-conceptuales: el laúd es un instrumento musical que forma
parte del mobiliario palaciego, pero a la vez, con su cuerda rota, una alegoría
de la armonía amenazada. Lo mismo puede decirse de la cortina: un elemento
del cronotopo de una antecámara diplomática, pero también una alusión a la
obstrucción política y a la clausura de la representación misma.
Diríamos, pues, que estos elementos son lugares de pliegue del sentido
entre ambos planos semióticos, de tal forma que, a la vez discontinuos y
continuos (como en la famosa cinta de Moebius), según la lectura va
recorriendo uno de esos planos, de pronto se encuentra ya en el otro. A estos
enclaves semióticos que actúan como dobles interpretantes, remitiendo el
significado de la imagen por un lado a un relato, a un contexto narrativo, y
por otra parte a un marco conceptual, los llamamos charnelas (una metáfora
que remite a la juntura entre las conchas de los bivalvos): son los signos a
través de los cuales los dos planos semióticos entran en intersección y
establecen interacciones.
Cuevas (2001: 132) que hace esta y otras distinciones al hilo de las teorías
de la focalización de Jost y Genette, recuerda un célebre ejemplo de
focalización interna, es decir, de punto de vista sobre el relato que se
identifica con el del personaje: en la película Rashomon, de Akira Kurosawa
(1950), la peripecia de una violación es contada desde el punto de vista de
varios personajes, y tenemos la impresión de conocer el contenido cognitivo
de las diferentes fábulas (en el sentido del apartado 3.3.6), pero no
necesariamente de compartir las respectivas miradas. Los puntos de vista
sobre la acción no son, o no son solamente, representaciones perceptivas.
Pero cabe también una focalización externa en la que, simple y llanamente,
nuestro punto de vista no es el de los personajes del relato sino el de un
observador externo, un testigo, un espectador que no se encuentra incluido en
el mundo narrado.
Esto es fácil de aplicar al caso de ICh, pues para empezar se desvela esa
propiedad ideológica fundamental del discurso publicitario: la mirada sí iba
dirigida a nosotros (al menos a algunos de nosotros) como enunciatarios, los
que hemos de satisfacer las condiciones de un cierto colectivo
sociológicamente segmentado, de un target y, por tanto, estar disponibles
para las ulteriores identificaciones que el anuncio ha previsto. Y sin embargo,
mirándonos según nuestra posible identidad y nuestro posible deseo,
construyendo con ello nuestras identidades y nuestros deseos, el texto
publicitario borra las huellas de esa selección y de sus estrategias semióticas.
El espectador del discurso publicitario siempre pensará que, sin más, "pasaba
por allí". Por ejemplo por los bares en cuyas máquinas de tabaco se exhibió el
anuncio ICh en su campaña española.
Ahora bien, no creemos que toda alegoría enunciativa sea "crítica" por el
hecho de remitir al propio proceso de enunciación. Es más, esa referencia a la
enunciación puede ser un mecanismo tendente a reforzar un efecto
ideológico, la naturalización de determinados contenidos morales del texto, la
invisibilización de las propias estrategias discursivas. Tal ocurre,
precisamente en ICh, como creemos haber venido mostrando.
En el texto visual la enunciación puede ser entendida como una acción del
sujeto que da a ver, oculta, muestra a medias e incluso muestra demasiado.
La selección y organización de lo visible es legible entonces como un campo
de indicaciones, de huellas de esa actividad, a través de las cuales se
reconocen las estrategias cognitivas del enunciador, pero también, como
apuntábamos en el apartado 1.2.1, un amplio conjunto de efectos de sentido
relativos al contexto de prácticas sociales y al tipo de universos narrativos o
conceptuales de que se trate. El hacer ver del enunciador conforma, por
ejemplo, espacios de visibilidad/invisibilidad, y por tanto de legitimidad y
posible reconocimiento social para identidades, comportamientos o
problemas cuando se trata de enunciadores públicos como los medios
masivos. Es también a través de acciones de mostrar u ocultar como se
construye el sentido mismo de lo profano y de lo sagrado en una sociedad,
pues en su definición simbólica más primaria se trata, respectivamente, de lo
que puede o no ser mostrado abiertamente.
La función de la mirada, ese ojo ideal del dispositivo visual al que Casetti
denomina "Yo" y Baudry "aparato de base", es una instancia que duplica por
anticipado la mirada del espectador, produciendo el lugar virtual del
enunciatario. Todo ocurre, decía L.Marín, "como si el espectador-narratario,
una vez dotado de competencia, produjera él mismo, por su lectura, el relato
que le es contado [...] y la historia que el relato toma en cuenta" (citado por
Quéré, 1982: 172). Esa mirada inicial determina, así, una objetividad
inmediata sobre la cual otros posibles efectos de sentido tendrán que pivotar:
el sobreentender lo no visto, el no querer verlo, el querer ver más o
demasiado según la sobremodalización de la escopofilia, etc.
Pero vuelvo al texto de Borges, unas páginas más atrás: resulta que
mientras se hallaba empantanado con la traducción de las palabras tragedia y
comedia, Averroes se había asomado a la ventana. Bajo ella
Pero aún nos falta una última visita al cuento de Borges, a unas líneas de
su brillante párrafo final:
Según Mirzoeff, los minkisi formaban parte de las prácticas rituales (eran,
por ende, "símbolos rituales" en el sentido que analizábamos en el apartado
2.3.2) y a la vez parte de la cultura cotidiana centroafricana. Si se clavaban
clavos en la figura era para que se cumpliera la misión que el cliente
solicitaba del nkisi, para que éste tuviera su particular eficacia. Cuando se
activaba adecuadamente, el nkisi invocaba los poderes de la muerte contra las
fuerzas hostiles, ya se tratase de una enfermedad, de espíritus o de personas,
interactuando con las fuerzas de la naturaleza. Las grandes cantidades de
estas figuras que se realizaron en la época colonial y el empeño que los
colonizadores (sobre todo militares y misioneros) ponían en destruirlas o
eliminarlas, dejan clara constancia de que los africanos y los europeos
coincidían en una creencia: que los minkisi eran una parte efectiva de la
resistencia al colonialismo. Y nuevamente aquí, apostillamos, la efectividad
del objeto simbólico no tiene por qué venir sólo ni principalmente de sus
"efectos materiales", sino también de su capacidad de vincular y promover el
empoderamiento de quienes lo saben utilizar con competencia, confianza y
lealtad a la propia cultura. Una prueba indirecta de esa eficacia cultural es que
los artistas africanos de nuestros días siguen recreando la figura de los
minkisi en contextos de arte moderno, como un motivo de representación
arraigado en su memoria cultural y política.
Por parte de los colonizadores los minkisi fueron considerados, claro está,
como una expresión más del primitivismo o del salvajismo africano, en todo
caso como documento transparente de la más genuina cultura autóctona.
El primer problema político del texto es, por tanto, quién y cómo decreta
sus límites, quién y cómo administra su objetivación, en escenarios que ya
Foucault describió como territorios de lucha discursiva, pero en los que hay
que reconocer las determinaciones interculturales que los especifican.
b)En segundo lugar, usos indiciales en los que, como dice Peñamarín
(1998), respecto a los chistes gráficos de la prensa, "la imagen dice no":
los rostros ceñudos y mal afeitados de los españoles "soberbiosos", sus
gestos autoritarios, tanto como los insistentes regueros de lágrimas en
los rostros indígenas, o las crudas escenas de apaleamiento (véase la
imagen C de la figura 4.3) pretenden señalar situaciones reales,
ciertamente, pero a la vez una condena moral en el orden apreciativo y
una denuncia política en el nivel ilocutivo.
c)En tercer lugar, índices-símbolos que, como los que remiten a una
topografía simbólica autóctona, a la que nos hemos referido, configuran
por derecho propio una dimensión estructural del texto visual,
distribuyendo el prestigio y el valor relativo de los personajes y los
espacios políticos.
Al parecer, las actitudes del público fueron muy diversas: hubo quienes
creyeron que la etnia y las identidades ficticias eran ciertas. Los autores
criticaron a los sectores intelectuales que, en lugar de mantener abierta la vía
de reflexión del público, dictaminaban moralmente sobre la acción y
reproducían, con la arrogancia del juicio, un rol colonial. El enjaulamiento
mismo dio lugar a reacciones diversas, pero al parecer no a muchas protestas.
Hubo también provocaciones e incluso intentos de comprar los favores
sexuales de los artistas.
Es de suponer que, tras mirar un rato, algunas personas asían los barrotes
de la jaula y simplemente cerraban los ojos.
Abril, G. (1988): "La condición humana. Una entrevista póstuma con René
Magritte", en Presunciones. Junta de Castilla y León, Valladolid, pp. 95-
108.
-(2004): "El tigre sojuzgado y el cordero astuto. Figuras del conflicto cultural
en dos textos de la América colonial hispana", Signis, Publicación de la
FFLS, Federación latinoamericana de semiótica, n.° 6 ("Comunicación y
conflictos culturales", coordinado por C.Peñamarín con la colaboración de
W. Mignolo), pp. 75-89.
Aumont, J., Bergala, A., Marie, M. y Vernet, M. (1996): Estética del cine.
Espacio fílmico, montaje, narración, lenguaje, Paidós, Barcelona.
Casetti, F. (1983): "Les yeux dans les yeux", Communications, 38, pp. 78-97.
Foster, H. (2001): The Return of the Real. The Avant-Garde at the End of the
Century, The MIT Press, Cambridge, Mass.
Freud, S. (1974): Obras completas, vol. VII: Más allá del principio del placer,
Biblioteca Nueva, Madrid.
Groupe p (1993): Tratado del signo visual. Para una retórica de la imagen,
Cátedra, Madrid.
-(2005): Archaeologies of the Future. The Desire Called Utopia and Other
Science Fictions, Verso, Nueva York, Londres.
Lozano, J., Peñamarín, C. y Abril, G. (1999, 6.a ed.): Análisis del discurso.
Hacia una semiótica de la interacción textual, Cátedra, Madrid.
Mauss, M. (1971): "Ensayo sobre los dones. Motivo y forma del cambio en
las sociedades primitivas", en Sociología y Antropología, Tecnos, Madrid.
(2005): "No existen medios visuales", en J.L.Brea, (ed.), 2005, pp. 17-25.
Talens, J. (1975): "A propósito de Film", en Beckett, S., (2001), pp. 13-28.
Willis, P. (1974): "Symbolism and practice. ATheory for the Social Meaning
of Pop Music", Centre for Contemporary Cultural Studies, The University
of Birmingham Stencilled Occasional Paper, Sub a nd Popular Culture
Seires, SP 13.
Zizek, S. (1994): "En su mirada insolente está escrita mi ruina", en Zizek, S.,
(comp.), Todo lo que usted siempre quiso saber sobre Lacan y nunca se
atrevió a preguntarle a Hitchcock, Manantial, Buenos Aires, pp. 155-203.
(2005): "Fotografía, documento, realidad: una ficción más real que la realidad
misma", disponible en la página web: <http://argentina.indymedia.org/
news/2005/05/296265.php>