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Strauss Leo - Meditacion Sobre Maquiavelo
Strauss Leo - Meditacion Sobre Maquiavelo
MEDITACION
SOBRE MAQUIAVELO
TRADUCCION DE
CARMELA GUTIERREZ DE GAMBRA
velo nos deja en duda, y él mismo puede estarlo, sobre si hay proba
bilidades de que el destinatario se interese por este libro, ni, a decir
verdad, por ningún pensamiento serio, y si no le agradaría más
recibir un hermoso caballo. En fin : mientras que los destinatarios
de los Discursos merecen ser príncipes, aunque no lo son, es cues
tión no resuelta si el príncipe efectivo al cual va dedicado el Prín
cipe merece ser un príncipe. Hay mejor perspectiva de que Maquia-
velo sea comprendido por sus probados amigos que por su no
probado señor.
Para entender el significado de estas diferencias sólo necesita
mos poner atención a lo que Maquiavelo dice explícitamente sobre
cómo se habla de los‘príncipes efectivos. “De los pueblos, todo el
mundo habla mal sin miedo y libremente, incluso cuando reinan;
de los príncipes siempre se habla con mil temores y mil respetos.”
Los pocos que son capaces de discernir la acerba verdad acerca de un
príncipe efectivo no osan enfrentarse a la opinión de los muchos que
son incapaces de discernir tal verdad; por consiguiente, cuando re
fiere la escandalosa deslealtad de un príncipe contemporáneo, Ma
quiavelo se niega a mencionar su nombre: “No es bueno nombrar
le” (16). Lo que es verdad respecto a hablar de príncipes efectivos lo
es con más razón respecto a hablar a un príncipe efectivo que es el
propio y temido señor del que habla. En cambio, no hay que decir
que hablar a amigos significa hablar libremente. Es de esperar,
pues, que Maquiavelo se mueste reservado en el Príncipe y franco
en los Discursos (17). La reserva se acomoda bien con la brevedad.
En el Príncipe, el modo en que Maquiavelo trata todo lo que sabe
es lacónico. Como el ser reservado significa seguir la convención o
la tradición, el Príncipe es más convencional o tradicional que los
Discursos. El Príncipe prolonga un género convencional o tradicio
nal ; los espejos de príncipes. El libro empieza como un tratado aca
démico o escolástico. Corno dice Maquiavelo en la Epístola Dedica
toria, su intención es regular el gobierno de los príncipes, o dar
reglas para el mismo; es decir, continuar la tradición de la filosofía
política, especialmente la tradición aristotélica (18). Quizá el título
EL DOBLE CARACTER DE LA DOCTRINA DE MAQUIAVELO 27
del Príncipe, y ciertamente los encabezamientos de sus capítulos y
hasta el de la Epístola Dedicatoria, están escritos en latín, el len
guaje de las escuelas y de la Iglesia. Es verdad que el Príncipe,
a diferencia de un tratado escolástico, termina con una cita italiana
de un poema patriótico. Pero también la poesía patriótica italiana
tenía un carácter tradicional: el Príncipe se desenvuelve entre tra
tados escolásticos y poemas patrióticos; es decir, entre dos géneros
tradicionales. La primera palabra del Príncipe es Sogliono (“Es cos
tumbre”). Pero la primera palabra de los Discursos es lo (“yo”) : el
Maquiavelo individual hace acto de presencia. En la Epístola Dedi
catoria del Principe, Maquiavelo indica que se desvía de la costum
bre en dos aspectos: no ofrece al príncipe, como hacen la mayoría
de los suplicantes, ornamentos dignos de la grandeza del príncipe,
sino que ofrece el Príncipe; y tampoco usa ornamentos externos den
tro del mismo libro. Pero en la Epístola Dedicatoria de los Discursos
desdeña incluso la costumbre de dedicar los libros a príncipes, cos
tumbre que había cumplido en el Príncipe. El cuerpo de los Dis~
cursos se abre con nn desafío a la tradición, con una declaración
que proclama la total novedad de la empresa de Maquiavelo. Su
paralelo en el Príncipe está escondido en cierto lugar en el centro
del libro. Las cabeceras de capítulo del Príncipe no expresan ningún
pensamiento nuevo ni dudoso, mientras que sí lo hacen algunas ca
beceras de capítulo de los Discursos. En dos encabezamientos de
capítulo de los Discursos, Maquiavelo pone en duda abierta y explí
citamente opiniones aceptadas (19). En los Discursos encontramos,
al menos, nueve indudables referencias a escritos modernos; en el
Príncipe sólo encontramos una de dichas referencias (20). En el
Príncipe todas las citas de escritores antiguos están dadas en latín;
en los Discursos hay varios casos en que las citas de escritores anti
guos están dadas en italiano (21). Es casi superfino decir que en
los Discursos tanto el título y las cabeceras de capítulo como la Epís
tola Dedicatoria están en lengua vulgar. La forma de los Discursos,
mezcla de tratado político y de algo parecido a sermones sobre los
28 LEO STHAUSS
con la mayor osadía aquellas opiniones que son tolerables para uno
de los partidos, pero es muy precavido cuando se trata opiniones que
no tienen ningún apoyo razonable. Mas precisamente, oculta las
razones por las cuales está de acuerdo en parte con uno de los par
tidos. Siendo su empresa muy difícil, dice, debe llevarla adelante
de tal modo que a otros les falte poco camino para llegar a su
destino: Maquiavelo no va hasta el final del camino; la última
parte del camino debe ser recorrida por el lector que comprende lo
que omite el escritor. Maquiavelo no va hasta el final; no revela el
final; no revela del todo su intención (38).
Pero la insinúa. Es indispensable que discutamos algunos ejem
plos de los modos cómo Maquiavelo insinúa lo que no puede de
clarar. Casi al final de los Discursos (III 48) nota, después de haber
citado un solo ejemplo, que “el jefe de un ejército no debe creer
en un error que el enemigo comete de un modo evidente, porque
siempre habrá algún fraude detrás de él, ya que no es razonable que
los hombres sean tan incautos”. Inmediatamente después de haber
establecido esta regla, que se presenta como universal, cita un ejem
plo—e] ejemplo central de este capítulo—en el que un enemigo co
metió un desatino manifiesto sin sombra de fraude; el ejemplo
muestra, en efecto, que los enemigos cometen a veces graves des
atinos a causa del pánico o de la cobardía. Lo absurdo de la regla
universal de Maquiavelo queda subrayado por el contraste entre
cómo se establece la regla dentro del capítulo y cómo se la establece
en la cabecera del capítulo. La cabecera dice, con moderación, que
“cuando se ve que un enemigo comete un desatino grave, se debe
creer que existe algún engaño detrás de él” ; porque “creer” no sig
nifica más que “asumir provisionalmente”. Además, Maquiavelo
había usado antes el ejemplo crucial con objeto de mostrar que “la
fortuna algunas veces ciega la mente de los hombres” : el manifies
to desatino en cuestión no fué causado por el cálculo humano, sino
por la humana ceguera (39). No tiene importancia para nosotros
el que Maquiavelo restablezca la regla en otro lugar de tal modo
que resulte razonable: si un prudente y fuerte enemigo comete un
EL DOBLE CARACTER DE LA DOCTRINA DE MAQUIAVELO 41
prende esto, se ve que los fundadores de una república son sus go
bernantes a través de las edades, o sus clases directoras. Se ve, en
consecuencias, que la parte dedicada a las clases directas (I 33-45),
es, por así decirlo, la verdadera y final exposición referente a los
fundadores (56). Podemos extraer una lección más de la doble dis
cusión de Maquiavelo sobre la política de Florencia respecto a
Pistoia. Sugiere dos interpretaciones, que se excluyen mutuamente,
de un mismo hecho: lo importante no es el hecho mismo, sino la
oportunidad que proporciona para sugerir una tesis. Por lo tanto,
comprendemos que a Maquiavelo no siempre le preocupa la verdad
histórica, y frecuentemente cambia a su gusto los datos que las his
torias proporcionan: si hay ejemplos que son a un tiempo bellos
y verdaderos (57), puede haber ejemplos que son bellos sin ser ver
daderos. En el lenguaje de nuestro tiempo, Maquiavelo es un artis
ta tanto como un historiador. Y es, ciertamente, muy artificio
so (58).
Los ejemplos de Maquiavelo no son siempre adecuados ni son
siempre verdaderos. No creo que de esto pueda inferirse que no
siempre están bien elegidos. Usa frecuentemente expresiones como
ésta: “Deseo limitarme aquí a este ejemplo.” Es siempre necesario
preguntarse por qué prefirió e] ejemplo o los ejemplos que aduce:
¿fueron los ejemplos más adecuados o los más sugestivos? (59). Por
que lo único que conocemos en tales casos es el hecho de que Ma
quiavelo no quiso mencionar otros ejemplos; no conocemos la ra
zón que le hizo no desear mencionarlos. Con referencia a los Dis
cursos en particular, cuya primaria intención podría sugerir una
distribución homogénea de los ejemplos romanos y modernos, hay
que fijarse en la distribución real, que es sumamente irregular. De
bemos hacerlo, incluso con independencia de que Maquiavelo se
refiera o no explícitamente a su deseo de limitarse a los ejemplos
aducidos. Expresiones del tipo: “Deseo limitarme aquí . ”, puede
decirse que indican “exclusión”, dado que excluyen la mención o
más larga discusión de cosas que posiblemente la merezcan, pero que
no conviene, o no es apropiado, mencionar o discutir más larga-
e l d oble CARACTER DE LA DOCTRINA DE MAQUIAVELO 53
mente. Lo opuesto a las exclusiones son las digresiones. Una expre
sión típica indicadora de digresión es la írase: “Pero volvamos a
nuestro tema.1* En una digresión, un autor discute algo que él consi»
dera como no perteneciente en sentido estricto al tema tratado. En
libros como el Príncipe o los Discursos, las digresiones contienen
discusiones que no serían necesarias para el progreso de su intención
primaria, explícita o parcial, pero son necesarias para el progreso
de su plena o verdadera intención. La primaria o parcia] intención
del Príncipe requeriría el tratar solamente de aquellas clases de prin
cipados, o de adquisición de poder principesco, que son menciona
dos en el primer capítulo; es decir, el primer capítulo nos hace
esperar los temas de los capítulos 2 a 7; los capítulos 8 a 1 1 , que
contienen, entre otras cosas, la discusión de la adquisición del poder
principesco mediante el crimen y la discusión de los principados
eclesiásticos, resultan una sorpresa. No llevaríamos al lector por mal
camino si dijéramos, aun cuando no sea estrictamente exacto, que
los capítulos 8 a 11 constituyen una digresión. La declaración refe
rente a la semejanza entre el estado del Sultán y el Pontificado cris
tiano, en el capítulo décimonono del Príncipe (60), es una típica di
gresión en el sentido estricto. No consideraríamos como digresión
en e] sentido estricto un pasaje del que Maquiavelo no indica que lo
sea. Sí consideraremos, sin embargo, como digresión un pasaje que
es presentado como respuesta a una posible duda u objeción de los
lectores (61). Un pasaje de esta clase es la discusión de Maquiave
lo, en el capítulo décimoprimero del Príncipe, sobre cómo se elevó
hasta su presente altura el poder temporal de la Iglesia. Otro pasaje
de esta clase es la discusión sobre los emperadores romanos en el
capítulo décimonono del Príncipe. Un breve análisis de este último
pasaje puede sernos útil para la comprensión del significado de las
digresiones en general. En el capítulo nueve, Maquiavelo nos mues
tra claramente que el astuto uso del poder principesco tiene un
límite absoluto: mientras que un príncipe puede, sin peligro, en
ciertas circunstancias, desatender los intereses de los grandes y aun
destruir a los grandes, es para él de absoluta necesidad el respetar
54 LEO STRAU SS
nuevo estado no es, en el mejor de los casos, más que una perfecta
imitación de los antiguos fundadores, imitación sólo posible gracias
a la supervivencia del antiguo valor de los italianos: no espera una
gloriosa realización de un tipo enteramente nuevo, ni una nueva
creación. Mientras que el último capítulo del Príncipe es, pues, una
llamada a la gloriosa imitación de las grandezas de la antigüedad en
la Italia contemporánea, la doctrina general del Príncipe y especial
mente de sil tercera parte—es decir, la manera como Maquiavelo en
tiende a los fundadores y la fundación de la sociedad en general—
es lo opuesto a toda imitación perfecta o imperfecta: mientras que
la mayor hazaña posible en la Italia contemporánea es una imita
ción de las grandes hazañas de la antigüedad, la mayor realización
teorética posible en la Italia contemporánea es “totalmente nue
va” (20). Concluimos, por consiguiente, que el movimiento del Prín
cipe en conjunto es un ascenso seguido de un descenso.
Es característica del Príncipe la participación en dos pares de
géneros opuestos; es a la vez un tratado y un panfleto de circons-
tancias, y tiene a la vez un exterior tradicional y un interior revolu
cionario. Existe una conexión entre estas dos pares de oposiciones.
Como tratado, el libro expresa una doctrina intemporal; es decir,
una doctrina que pretende ser verdadera en todo tiempo; como
panfleto de circunstancias, expresa lo que debe hacerse en determi
nadas circunstancias. Pero la verdad intemporal está relacionada
con el tiempo, porque es nueva en el tiempo concreto en que se
la expresa y porque el hecho de que sea nueva, o no coetánea con
el hombre, no es accidental. Dado que una nueva doctrina con
cerniente a los fundamentos de la sociedad es, como tal, inacep
table o expuesta a la hostilidad, el paso de la doctrina aceptada
o antigua a la nueva debe darse con cuidado, o sea, que el interior
tevolucionario debe ser cuidadosamente protegido por un exterior
tradicional. La doble relación del libro con el tiempo en que fué
compuesto y con el tiempo para el que fué compuesto explica por
qué la preponderancia de ejemplos modernos tiene un doble senti
do: los ejemplos modernos son más inmediatamente pertinentes a
LA INTENCION DE MAQUXAVELO ¡ EL PRINCIPE 73
la acción en la Italia contemporánea que los ejemplos antiguos; y
una discusión de los ejemplos modernos es menos “presuntuosa”
(21) y ofensiva que una discusión de los más exaltados ejemplos
antiguos o de los orígenes del orden establecido que ni están pre
sentes ni son cercanos. Es preciso tener esto presente si se quiere
entender lo que pretende significar Maquiavelo al llamar “tratado”
al Principe (22). Llegados a este punto, es necesario añadir la ad
vertencia de que, al describir al Príncipe como la obra de un revo
lucionario, hemos usado este término en el sentido preciso: un re
volucionario es un hombre que rompe la ley, la ley en total, con
objeto de reemplazarla por otra nueva ley que considera mejor que
la ley antigua.
El Príncipe es, evidentemente, una combinación de tratado y
panfleto de circunstancias. Pero la forma en que está realizada esta
combinación ya no es evidente: el último capítulo resulta una
sorpresa. Creemos que esta dificultad puede resolverse si no se ol
vida que el Príncipe combina también una superficie tradicional
con un interior revolucionario. Como tratado, el Príncipe contiene
una doctrina general; como panfleto de circunstancias, contiene un
consejo particular. La doctrina general no puede ser idéntica a tal
consejo particular, pero tiene que ser compatible con él. Puede
haber entre lo general y lo particular una conexión incluso más es
trecha que la mera compatibilidad: la doctrina general puede ne
cesitar el consejo particular, dadas las particulares circunstancias
en las que se encuentra el destinatario inmediato del Príncipe, v
el consejo particular puede requerir la doctrina general del Prín
cipe, y ser incompatible con cualquier otra doctrina general. En
todo caso, al estudiar la doctrina general del Príncipe no debemos
jamás perder de vista la particular situación en que se encuentra
Lorenzo. Tenemos que captar lo general a la luz de lo particular.
Tenemos que convertir cada regla general dirigida generalmente a
los príncipes o a cierta clase de príncipes, en un consejo particular
dirigido a Lorenzo. E, inversamente, tenemos que abrirnos camino
para ascender desde el consejo particular que se nos da en el úl-
74 I.E O S T R A U S S
timo capítulo a sus premisas generales. Tal vez las premisas gene
rales completas difieren de las premisas generales tal como se las
establece explícitamente, y el consejo particular completo difiere
del consejo particular tal como se le establece explícitamente. Tal
vez las implicaciones tácitas, generales o particulares, nos propor
cionan el eslabón que une la doctrina general explícita con un con
sejo particular explícito.
¿Cuál es, concretamente, la dificultad creada por el consejo dado
en el último capítulo del Príncipe? En cuanto al simple hecho de
que el capítulo nos causa una sorpresa, podemos responder con jus
ticia que en el Príncipe ninguna sorpresa debe sorprender. Sin ha
blar de otras, los capítulos 8-11 aparecen como una sorpresa a la
luz de las indicaciones dadas en el primer capítulo. Además, basta
leer el Príncipe con alguna atención para ver que la llamada a la
liberación de Italia con que acaba el libro es su natural conclusión.
Por ejemplo, en el capítulo 12, Maquiavelo dice que el resultado del
sistema militar italiano ha sido que “Italia ha sido invadida por
Carlos, saqueada por Luis, violada por Fernando, e insultada por
los suizos9’, o que Italia ha llegado a ser “esclavizada e injuria
da’’ (23). ¿Qué otra conclusión puede sacarse de este estado de co
sas, sino que hay que encaminar todos los esfuerzos a liberar Ita
lia, después de haber efectuado una completa reforma de su siste
ma militar, es decir, que hay que hacer lo que el último capítulo
dice que Lorenzo debe hacer? El último capítulo presenta un pro
blema, no por qué es un llamamiento a la liberación de Italia, sino
porque guarda silencio en cuanto a las dificultades que se oponen a
la liberación de Italia, En este capítulo se dice más de una vez que
la acción recomendada a Lorenzo, o exigida de él, no será “muy
difícil” : casi todo ha sido ya hecho por Dios; sólo el resto queda
para ser realizado por el humano liberador. El capítulo produce la
impresión de que las únicas cosas requeridas por la liberación de
Italia son el fuerte odio de los italianos hacia la dominación extran
jera y su antiguo valor; el liberador de Italia puede esperar espon
tánea cooperación de todos sus compatriotas, y puede esperar que
LA INTENCION DE MAQUIAVELO: EL "PRINCIPE" 75
todos ellos se alzarán en armas en cuanto él “tome la bandera**. Es
verdad que Maquiavelo subraya, aún aquí, la necesidad de una re*
forma radical del sistema militar italiano. De hecho, dedica todo el
centro del capítulo, es decir, casi una mitad, a las condiciones mi
litares de la liberación de Italia. Pero ello hace aún más sorpren
dente su silencio en cuanto a las condiciones políticas. ¿Qué se ga
naría con que los italianos se convirtieran en los mejores soldados del
mundo, mientras fueran a emplear unos contra otros su destreza y
6us hazañas, o, en otras palabras, mientras no se estableciese una
previa unidad estricta de mando, por no hablar de la unidad de
entrenamiento? Es absurdo decir que el fervor patriótico de Maquia
velo le ciega temporalmente respecto a los ásperos problemas prác
ticos : su fervor patriótico no le impide hablar en el último capí
tulo muy prosaicamente y hasta técnicamente sobre la preparación
militar. El liberador de Italia es descrito como un nuevo príncipe,
porque la liberación de Italia presupone la introducción de nuevas
leyes y nuevos órdenes: él ha de hacer por Italia lo que Moisés
hizo por el pueblo de Israel. Pero, como Maquiavelo se ha tomado
el trabajo de señalar en los primeros capítulos del libro, el nuevo
príncipe ofende necesariamente a muchos de sus compratriotas, es
pecialmente a aquellos que se benefician del acostumbrado orden de
cosas, y sus secuaces son necesariamente indignos de confianza. En
el último capítulo guarda silencio sobre el tema de la necesaria no
cividad de las acciones del liberador, tanto como respecto a las
poderosas resistencias que debe esperar. El liberador de Italia es
incitado aquí a proporcionarse tropas propias, que serán mucho me
jores si se ven mandadas por su propio príncipe: ¿mirarían las
tropas venecianas o milanesas como príncipe propio al floren
tino Lorenzo de Médicis? Maquiavelo no dice una palabra sobre
las dificultades que podrían crearle al liberador los diversos prín
cipes y repúblicas italianas. No hace más que aludir a estas dificul
tades planteando la retórica pregunta: “¿qué envidia se opondrá u
el?”, y hablando de “la debilidad de los jefes” en Italia. ¿Quiere dar
a entender que el fervor patriótico de los italianos bastaría para ba-
76 LEO STRAUSS
que algunas veces emplea o afecta. Mejor sería decir que el sutil
tejido está sutilmente entrelazado con la escandalosa franqueza que
el autor decide emplear en el lugar y tiempo adecuados.
Basta, por el momento, respecto al carácter del Principe. El
tema del libro es el príncipe, pero especialmente el nuevo prínci
pe. En la Epístola Dedicatoria, Maquiavelo indica que su doctrina
está basada en su conocimiento de las acciones de los grandes hom
bres ; pero los más grandes ejemplos de grandes hombres son nue
vos príncipes, como Moisés, Ciro, Rómulo y Teseo, hombres “que
han adquirido o fundado reinos”. En el primer capítulo, divide
los principados en clases, en relación con las diferencias de mate
riales y modos de adquisición más que con las diferencias de
estructura y propósito. De este modo indica desde el principio que
se ocupará especialmente de los hombres que desean adquirir prin
cipados (bien mezclados, bien totalmente nuevos); es decir, de los
nuevos príncipes. Hay una doble razón para que el acento recaiga
en esto. La razón obvia es que el destinatario inmediato del libro
es un nuevo príncipe, al que, además, se le aconseja que se con
vierta en príncipe de Italia y, por consiguiente, en nuevo príncipe
en un sentido más elevado. Pero lo que a primera vista parece
dictado meramente por las necesidades y puntos de vista de su
destinatario inmediato, se nos muestra, tras la reflexión, necesario
igualmente por razones puramente teoréticas. Todos los principa
dos, aunque ahora sean electivos o hereditarios, fueron originaria
mente nuevos principados. Incluso todas las repúblicas, o, al menos,
las grandes repúblicas, fueron fundadas por hombres sobresalientes
que ostentaban un gran poder; es decir, por nuevos príncipes. Dis
cutir los nuevos príncipes, pues, significa discutir los orígenes o
fundamentos de todos los estados o de todos los órdenes sociales
y, con ello, la naturaleza de la sociedad. El hecho de que el desti
natario del príncipe sea un real o potencial nuevo príncipe disimula
en cierto modo el significado altamente teorético del tema“ el nue
vo príncipe”.
La ambigüedad debida al hecho de que el Príncipe trata algu-
LA INTENCION DE MAQUIAVELO: EL " p BINCIPE” 83
ñas veces de los príncipes en general y otras veces de los nuevos
príncipes en particular es acrecentada por la apibigüedad del tér
mino “nuevo príncipe”. El término puede designar al fundador de
una dinastía en un estado ya establecido; es decir, un nuevo prín
cipe en un viejo estado, o un hombre que “se apodera” de un
estado, como Sforza en Milán, Agatocles en Siracusa, o Liverot-
to en Fermo. Pero puede también designar un nuevo príncipe en
un nuevo estado o “un príncipe totalmente nuevo en un estado
totalmente nuevo” ; es decir, un hombre que no ha meramente
adquirido un estado que tenía ya existencia, sino que ha fundado
un estado. El nuevo príncipe en un nuevo estado puede, a su vez,
ser un imitador; es decir, adoptar modos y órdenes inventados
por otro príncipe, o seguir otra forma cualquiera de camino trillado.
Pero puede ser también el creador de nuevos modos y órdenes, un
innovador radical, fundador de un nuevo tipo de sociedad y posi
blemente de una nueva religión; en fin, un hombre como Moisés,
Ciro, Teseo o Pómulo. Maquiavelo aplica a los hombres de la más
alta categoría el término “profetas” (36). Puede parecer que este
término conviene a Moisés más que a los otros tres. Moisés 'es, cier
tamente, el más importante fundador: el cristianismo se apoya en
los cimientos que puso Moisés.
Al principio del capítulo dedicado a los más grandes ejemplos,
Maquiavelo aclara, sin lugar a duda, que no espera que el destina
tario del Príncipe sea o llegue a ser un creador: le aconseja que se
convierta en un imitador, que siga el camino trillado, que sea
un hombre de virtud de segunda dase. Esto no es sorprendente:
un creador no necesitaría la instrucción de Maquiavelo. Como ma
nifiesta en la Epístola Dedicatoria, desea que Lorenzo “compren
da” lo que él mismo “había llegado a saber y había llegado a com
prender” ; no espera que haya llegado Lorenzo a entender las cosas
más importantes por sí mismo. Lorenzo puede tener un “excelente”
cerebro; pero no se espera que tenga un cerebro de “la mayor exce
lencia” (37). Sea de esto lo que fuere, como es “un hombre pru
dente”, se le exhorta a “seguir el camino trazado por grandes hom-
84 LEO STRAUSS
principado. Pero dar reglas a los príncipes sobre cómo deben go
bernar significa enseñarles cómo gobernar a sus pueblos. Maquia
velo no puede, pues, enseñar a los príncipes sin poseer también
nn bnen conocimiento de la naturaleza de los pueblos. De
hecho, da buenas pruebas de poseer tal conocimiento, puesto que
se lo transmite, en el Príncipe, a su principesco discípulo. El co
noce, pues, todo lo que entra en los conocimientos del príncipe
y, por añadidura, conoce muchas cosas que quedan fuera de los
conocimientos del príncipe. No es sólo un posible consejero de un
príncipe, sino un maestro de príncipes en cuanto tales. De hecho,
muchos de sus preceptos no son en modo alguno necesarios a los
príncipes, puesto que los príncipes los conocían sin necesidad de
su instrucción; por tanto, enseña también a los súbditos, median
te el Príncipe, lo que deben esperar de su príncipe o la verdad sobre
la naturaleza de los príncipes (48). Como consejero de un príncipe,
se dirige a un individuo; como maestro de sabiduría política, se di
rige a una multitud indefinida. El indica su posición dual y la co
rrespondiente dualidad de sus destinatarios mediante el oso de la se
gunda persona del pronombre personal: usa “tú” cuando se dirige al
príncipe y aun al hombre que conspira contra el príncipe, es decir,
cuando se dirige a hombres de acción, mientras que usa “vosotros”
cuando se dirige a aquellos lectores presentes o futuros cuyo interés es
principalmente teorético, sea esencialmente o sea sólo de momento.
La última clase de destinatarios del Príncipe es idéntica a los des
tinatarios de los Discursos: “los jóvenes” (49).
Maquiavelo menciona un solo maestro de príncipes, que es Chi-
rón, el centauro que educó a Aquilea y a muchos otros antiguos
príncipes. El modelo del propio Maquiavelo es una figura mítica:
él retorna a los principios, no sólo haciendo de los heroicos fun
dadores su más alto tema y de la fundación de la sociedad su tema
fundamental, sino también en la manera de entender su propia
acción. Su modelo es medio bestia, medio hombre. Incita a los
príncipes, especialmente a los nuevos príncipes, primero, a hacer
nso de ambas naturalezas, la naturaleza de la bestia V la natura-
92 LEO STRAUSS
cipe hace surgir en la mente del lector sin darle ni un indicio sobre
cuál es la respuesta de Maquiavelo. Esto nos recuerda la otra cues
tión, dejada igualmente sin respuesta en el Príncipe, de cómo pue
den mantenerse a través de los tiempos los nuevos modos y órde
nes (65). La respuesta a esto tenemos que buscarla en los Discursee.
CAPITULO n i
LA INTENCION DE MAQUIAVELO: LOS DISCURSOS
Los lectores superficiales del Príncipe que no sean totalmente
irreflexivos se acercarán a los Discursos suponiendo que este libro
está dedicado a las repúblicas o a los pueblos, como distintos de los
príncipes. Esta suposición no quedará totalmente desautorizada.
Como hablar sobre los pueblos es menos peligroso que hablar sobre
los príncipes, puede esperarse que los Discursos hablen más fran
camente que el Príncipe. Ya hemos visto que así es en un impor
tante aspecto: nuestra información referente al modo de escribir
de Maquiavelo se deriva primera y principalmente de los Discursos.
Los Discursos no pueden ser descritos simplemente como un libro
sobre las repúblicas. Al principio, Maquiavelo indica la intención
del libro presentándose como otro Colón, como el descubridor de
un hasta entonces insospechado continente moral, como un hombre
que ha fundado nuevos modos y órdenes. Pero, lo mismo que los
hombres en general eran buenos al principio del mundo o de las
sociedades, Maquiavelo, que imita en sus libros “las cosas del
mundo”, es bueno al principio de sus libros. De acuerdo con esto,
al principio de los Discursos parece proclamar el atrevido carácter
de su empresa sin ninguna reserva: parece que no oculta nada. Pa
rece explicar su atrevida acción por su interés hacia el buen común:
102 LEO STRA U SS
a las órdenes del diablo, y que eran sus oponentes” (65). Una des
cripción de los propios oponentes en tales términos no constituye
ciertamente una acusación en e] sentido maquiavélico de la pala
bra. Puede uno preguntarse, en otras palabras, si la diferencia aquí
discutida entre la antigua Roma y la moderna Florencia no puede
entenderse a la luz de la diferencia entre la religión civil y la reli
gión trans-política. Es verdad que Maquiavelo no se refiere sólo
a la moderna Florencia; a pesar de que, como él dice, los ejemplos
citados son suficientes, añade un ejemplo de la antigua Toscana.
Este ejemplo muestra que la antigua Toscana padecía del mismo
defecto, en cuanto a la organización, que la moderna Florencia.
Podemos notar al paso que Maquiavelo nos proporciona aquí como
si fuera accidentalmente la crítica de la antigua Toscana, que es
un paso importante en el camino desde la más remota antigüedad
hasta la antigua Roma. Pero, sea de esto lo que quiera, la antigua
Toscana, en contraposición con la antigua Roma, era el hogar y
el centro de la religión. Con respecto a la antigua Roma, el ejemplo
aducido por Maquiavelo muestra que Manlio Capitolino, habiendo
llegado a ser, impulsado por la ambición, un cabecilla de la plebe
y habiendo, como tal, calumniado a los nobles, sufrió la pena capi
tal, no, desde luego, mediante la acción de los tribunos de la plebe,
sino de un patricio dictador, cabecilla del patriciado. En la mo
derna Florencia también los calumniadores eran “amigos del pue
blo”. En la moderna Florencia, sin embargo, los calumniadores
consiguieron llevar “a los grandes hombres a la desesperación” (66).
Es necesario comparar el contexto de las primeras citas de Livio
con el contexto de las primeras referencias a Livio. Las primeras
citas de Livio aparecen cuando Maquiavelo discute la antigua reli
gión, y con ello el mayor contraste entre los antiguos y los moder
nos. Las primeras referencias a Livio aparecen cuando Maquiavelo
discute explícitamente un contraste mucho menos fundamental y
mucho menos general entre los antiguos y los modernos. Pero, como
quizá haya quedado claro, esto no significa necesariamente que las
meras referencias a Livio no lleven al lector hada el tema funda-
LA INTENCION DE MAQUIAVELO: LOS "DISCURSOS” 135
y hasta por un tirano. Esta es una de las razones por las cuales el
argumento de los Discursos consiste, en parte, en un movimiento des
de las repúblicas hacia los principados e incluso hacia las tiranías,
y por las cuales Maquiavelo aparece en algunos discursos como com
pletamente neutral en el conflicto entre estados libres y tiranías,
y oscurece en ocasiones la distinción entre principados y repúbli
cas. No es accidenta], creo yo, que el más escandaloso o más “ma
quiavélico” pasaje de las Historias Florentinas sea el discurso diri
gido por un plebeyo florentino, en el año 1378, a la plebe florentina.
La plebe florentina había incendiado y saqueado y tenía miedo del
castigo; el cabecilla plebeyo exhortaba a su auditorio a redoblar las
maldades que había cometido y a multiplicar los incendios y sa
queos, porque las faltas pequeñas son castigadas, mientras que las
grandes y graves son recompensadas; no debían dejarse intimidar
por la antigua sangre de sus adversarios, puesto que, teniendo todos
Jos hombres un mismo principio, todos los hombres son de sangre
igualmente antigua; o sea, que, por naturaleza, todos los hombres
son iguales, y sólo la pobreza y la riqueza los hacen desiguales;
la gran riqueza y el gran poder son adquiridos sólo mediante el
fraude o por fuerza; los hombres fieles sirven siempre y los hombres
buenos son siempre pobres; no deben dejarse intimidar por su con.
ciencia, porque donde hay temor al hambre y a la prisión no debe
baber ni puede haber miedo al infierno; Dios y la naturaleza han
establecido, pues, que las cosas que los hombres desean puedan ser
adquiridas más bien por los actos malos que por los buenos. En todo
caso, podemos decir que, cuando señala el carácter de las clases go
bernantes en los Discursos, Maquiavelo ve a las clases gobernantes
desde el punto de vista plebeyo (109). Sin embargo, podemos decir
con igual derecho que ve a la plebe, en cierto modo, desde el punto
de vista patricio (110). Al presente, debemos limitarnos a una más
precisa consideración del capítulo 58 de los Discursos, el único ca
pítulo en cuyo mismo encabezamiento Maquiavelo afirma la supe
rioridad de la multitud sobre un príncipe. Ataca “la común opinión”
según la cual la multitud es inferior en sabiduría a los príncipes,
LA INTENCION DE MAQUIAVELO: LOS "DISCURSOS” 153
con más frecuencia por cosas que parecen ser que por cosas que
son. Por tanto, Maquiavelo puede tranquilizar al príncipe con la
idea de que puede engañar fácilmente al pueblo acerca de su carác
ter, es decir, acerca de una cosa particular, y tiene que advertir a las
repúblicas que el pueblo, al que se considera tan maravilloso para
prever su propio mal y bien, desea frecuentemente su propia ruina,
porque se deja engañar por falsas apariencias de bien y se mueve
fácilmente por grandes esperanzas y audaces promesas. En el mismo
capítulo 58, Maquiavelo dice que el pueblo puede captar la verdad
que oye. Esta observación significa, a la luz de las anteriores obser
vaciones, que el pueblo no puede encontrar la verdad por sí solo.
Por sí solo, es ignorante; está necesitado de guía; ha de ser em
pujado o persuadido por prudentes ciudadanos a actuar sensatamen
te. El Senado romano era nn cuerpo de tales prudentes ciudada
nos (112). Lo que resulta particularmente llamativo en el capítulo 58
es que Maquiavelo compara en él la sabiduría de la multitud o del
pueblo con la sabiduría de príncipes tales como los reyes, empera
dores y tiranos, sin decir una palabra sobre la de “los príncipes”, es
decir, la clase dominante en una República. En lugar de ello, susti
tuye tácitamente en una parte considerable de la argumentación del
capítulo “multitud” por “república”, y así contrasta tácitamente la
sabiduría de los príncipes, no con la sabiduría de la multitud, el
bajo pueblo o la plebe, sino con la sibiduría del Senado romano,
y con ello hace completamente invisible qué es lo que verdadera
mente se discute (113). Lo que verdaderamente se discute sólo se
hace visible cuando se reflexiona sobre el hecho de que la multitud
necesita guía. Esta guía es suministrada ordinariamente por modos
y órdenes que, si han de ser de algún valor, han de tener origen
por necesidad en mentes superiores, en las mentes de fundadores o
príncipes. De los príncipes así entendidos—y entre los príncipes así
entendidos se incluye la serie de los hombres superiores que fueron
responsables de la fundación continuada de Roma—, Maquiavelo
dice en el capítulo 58 que son superiores a los pueblos porque sólo
ellos son aptos para establecer nuevas leyes y órdenes, mientras que
LA INTENCION DE MAQUIAVELO: LOS "DISCURSOS” 155
sirve de modelo. Pero en ninguna parte del capítulo dice nada Ma-
quiavelo contra los modernos que dejan de imitar a los romanos.
Quizá hay modernos que imitan a Apio Claudio y a Cincinato. Por
otra parte, cuando Maquiavelo vuelve al tema principal del capítulo
en Discursos III 36, subraya la inferioridad de “la milicia de nues
tros tiempos” respecto a la milicia romana. La sola cita que aparece
en III 36, está tomada de un discurso lívico, y toca el tema de la
religión. Es la única cita que aparece en el Libro Tercero en la
cual son mencionados los dioses; pero “los dioses” y los “augurios”
van precedidos, respectivamente, por “hombres” y por los “edictos
de los jefes”. Maquiavelo no nos dice a quién va dirigido el discurso.
Si, en vista de ello, recurrismos a Livio, vemos que el caso presente
difiere de modo característico de los dos casos discutidos en Discur
sos III 33. En el caso presente, un patricio, un dictador, defiende
la santidad de la religión, primero en una asamblea de su ejército
y, después, en una asamblea del pueblo, no contra unos ignomina*
dos burlones plebeyos, sino contra otro patricio, su caballerizo
mayor, Fabio en persona. Fabio había reñido una batalla contra las
órdenes estrictas del dictador, y en ausencia de auspicios favora
bles; había ganado una espléndida victoria. Con este motivo, el
dictador se puso ciego de ira, ardiendo en furia y ansioso de la
flagelación y la decapitación del ofensor. Pero lo que al dictador
le parecía santo celo, le parecía a Fabio incontrolable crueldad,
insensata envidia e insoportable soberbia, como no vaciló en decir
en una asamblea pública. Fuertemente apoyado por el victorioso
ejército, por el pueblo y por el Senado, Fabio no fué ejecutado ni
azotado, sino que vive gloriosamente y para siempre en las páginas
de Maquiavelo como afortunado defensor de la libertad (152). Quod
licet Fabio, non licet hommunculis.
Según Maquiavelo, Livio reveló su juicio sobre Roma, en cierta
medida, a través de juicios que pone en boca de 6U8 personajes. A
este respecto, las diferencias entre enemigos de Roma y romanos,
entre personajes lívicos y personajes de estos personajes, y entre los
diversos auditorios a quienes se dirigen estos personajes, son impor-
LA INTENCION DE MAQUIAVELO: LOS "DISCURSOS” 183
tantes. No tenemos motivos para dudar de que pensaba realmente
lo que indicó a este respecto. Juzgamos de distinto modo su afirma
ción de que Livio hace a sus personajes decir o hacer cosas con
objeto de enseñar cómo deben conducirse los hombres excelentes.
En Discursos III 31, dice que Livio hace a uno de sus personajes
decir y hacer ciertas cosas “con objeto de mostrar cómo debe ser
la formación de un hombre excelente”. Esta afirmación referente
a la intención de Livio no está respaldada por el discurso livico al
que se refiere. Sólo aparecen otros dos pasajes que se asemejan
a la citada afirmación maquiavélica. En Discursos III 36, dice que
a través del testimonio de Livio podemos aprender por ciertas pala
bras de un jefe romano “lo que debe ser la formación de una buena
milicia”. En Discursos III 38, dice que, a través de ciertas palabras
que Livio hace decir a uno de sus personajes, podemos observar “lo
que debe ser la formación de un capitán en quien su ejército pueda
tener confianza”. En ambos casos, ni siquiera pretende que fuera
intención de Livio enseñar un “debe ser” mediante su relato o su
ficción Nosotros sugerimos esta explicación. Maquiavelo presenta
momentáneamente a Livio como consciente creador de una perfec
ción ficticia e imaginaria por la razón antes mencionada. Con ello
oscurece el carácter de la Historia de Livio y así borra indirectamen
te la diferencia entre la intención de Livio historiador y la suya
propia. Tan pronto como su propia intención se convierte en el
tema principal de Maquiavelo, como sucede desde Discursos III 35,
en adelante, tiene que volver a sacar a luz aquella diferencia.
Maquiavelo ha descubierto nuevos modos y órdenes que opone
a los modos y órdenes viejos y establecidos. Ha descubierto y ex
plorado un territorio hasta entonces inaccesible a los hombres de su
clase. Inicia una guerra contra el orden establecido: una nueva
guerra, en una nueva tierra, contra un nuevo enemigo de la más
elevada reputación posible. Pero es un capitán sin ejército. Nece
sita reclutar su ejército. Sólo puede reclutarlo por medio de sus
libros. La última sección de los Discursos da las necesarias indica
ciones respecto a su campaña y a la preparación de la misma. Nos
184 LEO STRA V SS
por los judíos y otros (II 6-10) y sobre los orígenes (II 11*15). La
subsección de Tácito va precedida inmediatamente por el capítulo
en que Maquiavelo hace contrastar a los antiguos que creyeron que
con ascender a una próxima y pequeña elevación podían salvarse
por algún tiempo y los modernos que creyeron en noticias falsas
sobre una victoria. Va seguida por los capítulos dedicados a la po
breza y a las mujeres. El capítulo sobre las mujeres contiene la
única referencia a Aristóteles que aparece en los Discursos; esta re
ferencia corresponde—y así abre el camino—a la única referencia
a la Biblia como tal que aparece en los Discursos; y Maquiavelo,
en el capítulo en el cual se refiere a la Biblia, atrae nuestra atención
a lo que Moisés hizo por su propia autoridad; este capítulo prece
de inmediatamente al capítulo en el cual habla de la transformación
por Livio de un “Debe ser” en un “Es”, por el procedimiento de
hacer a Camilo decir y hacer ciertas cosas (173). Esto debe bastar
como referencia al contexto sugestivo de la subsección de Tácito.
La subsección de Tácito se inicia con una historia según la cual
el cruel y rudo caudillo Apio Claudio fracasó, y el amable y huma*
no caudillo Quintio logró una victoria. De esta historia, Maquiavelo
extrae la provisional conclusión de que para gobernar a la multi
tud es mejor ser amable y humano que ser orgulloso y cruel. Pero
Tácito había llegado a la conclusión opuesta. Por lo tanto, Maquia
velo medita cómo pueden salvarse al mismo tiempo su opinión y la
de Tácito. Su opinión, que está basada en algunos hechos, está ame
nazada por el mero hecho de que Tácito hubiera mantenido la opi
nión opuesta: tan grande es la autoridad de Tácito. Para salvar
ambas opiniones, Maquiavelo hace una distinción. La severidad re
comendada por Tácito es apropiada para gobernar a hombres que
sean nuestros súbditos siempre y en todos Iob aspectos. La suavidad
y generosidad recomendada por Maquiavelo son apropiadas para
gobernar a nuestros conciudadanos en una república. Pero dado
que las repúblicas son en sí tan superiores a las monarquías, la
opinión de Tácito puede decirse que es verdadera con referencia
al régimen de clase inferior, mientras la opinión de Maquiavelo
LA INTENCION DE MAQUIAVELO: LOS "DISCURSOS” 193
es verdadera en el régimen de clase superior: la opinión de Ma-
quiavelo es más verdadera que la opinión de Tácito. De acuerdo
con esto, el siguiente capítulo (III 20) continúa la alabanza de la
suavidad y la va ampliando en forma que se convierte casi en una
alabanza de la virtud moral en general; Maquiavelo alaba la huma
nidad, la franqueza, la caridad, la piedad, la castidad, la libera
lidad, la afabilidad, usando como ejemplos a Camilo, Fabricio,
Escipión y Ciro. Origina una dificultad el hecho de que Ciro fué
un monarca y de que Maquiavelo en el capítulo precedente había
recomendado a los monarcas la severidad con preferencia a la ama.
bilidad. Pero podríamos decir que el capítulo presente se ocupa de
la cuestión de cómo los caudillos deben tratar a los extranjeros más
bien que a sus soldados; y podríamos decir, sobre todo, que el Ciro
a quien aquí se alaba, siendo obra de Jenofonte, es un ente de fie.
ción. En todo caso, tras haber, de hecho, restablecido el punto
de vista de la filosofía política clásica, que está representada en
los libros de Maquiavelo por Jenofonte más que por ningún otro
escritor, Maquiavelo muestra en el capítulo siguiente (III 21) que
las cualidades opuestas, es decir, ciertos vicios morales, producen
fama y victoria tan grande como las producidas por las virtudes
morales mencionadas. Lo muestra comparando a Escipión con Aní
bal. La grandeza de un capitán no se apoya en la moralidad ni dis
minuye por la inmoralidad, sino que depende enteramente de una
virtud amoral, de la fortaleza de la mente, la voluntad o el tempe
ramento, para no hablar de la fortaleza de alma. Tanto la moralidad
como la inmoralidad tienen su utilidad, porque tanto el amor como
el miedo arrastran a los seres humanos. Pero tanto las cualidades
que hacen que un capitán sea amado como las que hacen que sea
temido pueden llegar a ser peligrosas para él. Por consiguiente, se
requiere una combinación juiciosa de ambas, una especie de “cami
no intermedio”. Vemos que el capítulo central de la subsección de
Tácito recoge el tema central del sermón central. En el capítulo si
guiente (III 22), Maquiavelo pasa del contraste entre “Aníbal y
Escipión (que) obtuvieron el mismo resultado: el uno, con cosas
13
194 LEO STHAUSS
cipes orientales”, que a sus ojos eran bárbaros. Dice de David que
“fue indudablemente un hombre de la mayor excelencia en armas,
en sabiduría, en juicio”, mientras que dice de Savonarola que “sus
escritos muestran la sabiduría, la prudencia y la virtud de su es
píritu o mente”, y que “su vida, sus conocimientos y el tema de
que se ocupó eran lo bastante para hacer que los hombres creyeran
en él” ; mientras que David tenía armas, incluso armas propias,
Savonarola estaba desarmado; mientras que para atraerse la con
fianza es necesario un cierto género de vida, no se necesitan pru
dencia y buen juicio para ello; mientras que los escritos de Savo
narola no muestran la excelencia de su doctrina ni de su juicio,
la vida de David no era tal que mereciera el que otros creyeran
en él; porque “se asciende de una posición baja a una alta mediante
el fraude mejor que mediante la fuerza”. Con respecto al carácter
defectuoso del sistema político bíblico, basta comparar los modos
y órdenes bíblicos con los modos y órdenes romanos que Maquia
velo alaba. Para mencionar un solo ejemplo, habría que comparar
e] contexto legal y extralegal de las severidades de Moisés con el
de las severidades de sus paralelos romanos, Manlio y Papirio. Gra
cias a sus instituciones y a su espíritu, los romanos podían evitar
legalmente, o al menos desaprobar legalmente, las severidades de
sus dictadores cuando las consideraban excesivas, aun sin hablar
del hecho de que estos dictadores tenían unos períodos de mando
extremadamente cortos. Existe una conexión inmediata entre estas
diferencias y la presencia o ausencia de adecuadas salvaguardias
para distinguir entre acusaciones y calumnias ( 22).
Es particularmente necesario comparar la situación de los
sacerdotes y augures en la constitución romana, con la de los sacer
dotes y profetas en la constitución bíblica. Según Maquiavelo la
describe al presentarla como modelo, la constitución política ro
mana se caracteriza por la ilimitada supremacía del poder propia
mente político diferenciado de toda autoridad religiosa. Indica la
razón de esta preferencia cuando dice que las buenas armas son
condición necesaria y suficiente de las buenas leyes. Los sacerdotes
222 LEO S T R A U S S
mismo modo y que (siempre) ha existido tanto bien como mal” ( 66).
Casi todas las declaraciones a que acabamos de referirnos ex
presan meros juicios, es decir, meras conclusiones sin razonamiento
que las apoye. La sola excepción es la sumaria refutación por Ma-
quiavelo de un argumento en favor de la creación. “A aquellos filó
sofos que han mantenido que el mundo ha sido eterno se les podría
replicar, creo yo, que si tan gran antigüedad fuese verdadera, sería
razonable que hubiera memoria de más de cinco mil años—si uo
fuera visible cómo se extinguen estas memorias de los tiempos por
diversas causas—” (67). La debilidad de un solo argumento en favor
de] principio del mundo no es base suficiente para rechazar el rela
to bíblico. Maquiavelo atrae nuestra atención a “aquellos filósofos”
que enseñaron que el mundo es eterno o, en otras palabras, que no
existe causa eficiente del mundo. Savonarola menciona “sabios mun
danos” contemporáneos suyos que afirman que Dios no es la causa
eficiente del mundo, sino la causa final, asi como que no hay más
que una sola alma en todos los hombres; es decir, que no existe
inmortalidad de las almas individuales. Los hombres que mante
nían estas opiniones eran los averroístas ( 68). Los principios fun
damentales del averroísmo eran tan conocidos para los hombres
inteligentes del tiempo de Maquiavelo como, por ejemplo, lo son
hoy día los principios fundamentales del marxismo. Debemos vol
vernos a los libros de los averroístas para completar las insinua
ciones de Maquiavelo y llenar los huecos entre las negaciones apa
rentemente desconectadas sin las cuales su enseñanza política como
conjunto carecería de base. Los más importantes de estos libros
no son de más fácil acceso que los libros de Maquiavelo.
A primera vista, parece que Maquiavelo pretende simplemente
mostrar que la enseñanza bíblica contradice a la experiencia o se
contradice a sí misma; no se refiere a la posibilidad de que las
aserciones humanas referentes a Dios y a las cosas divinas sean
necesariamente auto-contradictorias, ni toma en consideración las
limitaciones de la experiencia tal como él la entendía. Un “primer
hombre”, un “hombre no nacido de hombre”, es esencialmente in
LA DOCTRINA DE MAQUIAVELO 245
opiniones como meras palabras y creer aún qne entiende las cosas
políticas. Aun concediendo que la sustancia de las virtudes y vicios
son “los nombres”, de modo que lo que cuenta no es el ser virtuoso,
sino tener nombre de virtuoso, tales nombres llevan consigo buena
o mala reputación y, por tanto, poder o impotencia. Pero las pú
blicas deliberaciones están en muchos casos preparadas e influidas
por deliberaciones privadas, en las cuales el poder de las opiniones
generalmente mantenidas y públicamente defendibles es más débil
que en las deliberaciones públicas (140). Las opiniones generalmen
te mantenidas aparecen, pues, como fenómeno superficial. Por con
siguiente, se plantea la cuestión de cómo se puede avanzar en forma
ordenada y convincente desde aquello que se ofrece en primer tér
mino como dado, desde aquello que puede ser sabido por todos a la
luz del día, hasta llegar al núcleo escondido. Mientras que todos los
hombres alaban la bondad, la mayoría de los hombres obran mal.
Parece que puede reconocerse el error contenido en aquello que se
dice general y públicamente por la simple confrontación de los
manifiestos discursos con las igualmente manifiestas acciones. Pero
las acciones que contradicen a los discursos laudatorios de la bon
dad no prueban que estos discursos sean falsos, es decir, que los
hombres no deban obrar virtuosamente; los hechos por sí mismos
sólo prueban que la mayoría de los hombres no obran, de hecho, vir
tuosamente. Pero la forma en que los hombres actúan la mayoría de
las veces es también expresada en discursos, en discursos laudato
rios. Por consiguiente, los discursos laudatorios se contradicen unos
a otros. El análisis de Maquiavelo sobre la moralidad empezará,
por consigiuente, con la observación de las autocontradicciones in
herentes a aquello que los hombres alaban general y públicamente.
El orden de este análisis debe ser distinguido del orden en que son
presentados los resultados. Hacia el fin de su obra indica el proceso
seguido mediante la siguiente frase: “Aunque usar fraude en cual
quier acción es detestable, sin embargo en la dirección de la guerra
es laudable y glorioso”. La opinión común, por una parte, condena
sin restricciones el fraude y, por otra parte, alaba el fraude cuando
LA DOCTRINA DE MAQUIAVELO 287
saria, las guerras causadas por el hambre son las más justas de todas
las guerras: cada uno está obligado a luchar en defensa simple
mente de su vida, y aquí no puede haber duda de que esta necesi
dad no se deriva de una previa culpa. Las guerras que son elegidas
libremente son, pues, en el mejor caso, menos justas que las gue
rras de necesidad. Además, el hambre y la pobreza, suele decirse,
hacen a los hombres más trabajadores. Una vez más, vemos que la
clase de necesidad que hace actuar bien a los hombres—en este
caso les induce a ser justos e industriosos—es la necesidad enraizada
en la mera preocupación por la Vida. La necesidad así enten
dida se relaciona con la elección como el hambre se relaciona con
la ambición: a nadie le empuja la ambición en la misma forma
en que le empuja al hambre. La satisfacción de la necesidad de ali
mento o, en general, de la preservación de la vida, no pueden ser
pospuestas en la forma en que puede ser pospuesta la satisfacción
de la ambición. Es precisamente la necesidad, en el sentido de lo
que más urgentemente se requiere, o el temor que a ella corres
ponde, lo que en regla general suprime la ambición. El luchar por
necesidad precede al luchar por ambición: la condición*primaria
del hombre es la penuria (166). La coacción procedente del hambre
es anterior a toda coacción causada por los hombres. Existe una
conexión necesaria entre la necesidad primaria y los medios de sa
tisfacerla (“las cosas útiles”), y entre estos últimos y la propiedad.
La propiedad, podemos decir, es la auto-conservación que ha to
mado cuerpo. Por tanto, la vida y la propiedad son más “necesa
rias” que el honor y la gloria. De acuerdo con esto, cuando se trata
de la vida y la propiedad, a diferencia de cuando se trata del
honor, los hombres no son del todo insensatos. Los hombres se
preocupan más de la propiedad que del honor; incluso los nobles
romanos, aunque eran grandes amantes del honor y la gloria, eran
aún más amantes de la propiedad. Incluso las guerras de ambición
de Roma no dejaban de estar relacionadas con la preocupación por
la propiedad; aquellas guerras hicieron ricos a Roma y a los ro
manos (167). Considerando la conexión entre propiedad y dinero,
302 LEO STR A U SS
incluye todas las cosas que pueden tanto ser producidas como ser
preservadas por la acción común y que son buenas para casi todos
los miembros de la sociedad, tanto si pertenecen a la clase superior
como si pertenecen al vulgo (184). Dado que la clase gobernante y
el pueblo tienen diferentes funciones, cada una de estas dos partes
debe también poseer una peculiar clase de virtud. Maquiavelo ilus
tra esta diferencia de virtudes principalmente mediante ejemplos
tomados del Senado romano y de la plebe romana. Las virtudes ca
racterísticas del Senado eran la prudencia y una calculada liberali
dad en dispensar con economía los bienes que habían sido toma
dos al enemigo; también, la dignidad y la venerabilidad; y, final
mente, la paciencia y la astucia. Las virtudes características de la
plebe eran la bondad, desprecio por lo real o aparentemente vil,
y religión. La bondad, pues, tenía su hogar en el pueblo. Esta es
la razón por la cual las deliberaciones públicas, las deliberaciones
en asambleas populares, rara vez están a favor de proposiciones
que parezcan cobardes o que sugieran abierto quebrantamiento de
la palabra dada. Maquiavelo ha sentado su opinión sobre la inocen
cia de la perfecta plebe y la falta de inocencia de los perfectos pa
tricios de una forpia que resulta imposible de mejorar. Según su
versión de una historia lívica, la plebe irritada exigió, después de
la caída de los decemviros, plena jurisdicción criminal y la entrega
de los decemviros, a los que deseaban quemar vivos; los dos pa
tricios más decentes replicaron a esto: vuestra primera exigencia es
laudable, pero la última es impía; además, basta con pedirle a un
hombre sus armas y es superfluo decirle, además, “quiero matarte
con ellas”, porque una vez que tengas sus armas en tu mano, pue
des satisfacer tu deseo. La bondad de la plebe consiste, no tanto en
su incapacidad de cometer acciones impías o atroces—las Historias
Florentinas de Maquiavelo están llenas de relatos de atroces accio
nes de la plebe florentina—como en su incapacidad de enmascarar
sus malas acciones: el pueblo no entiende las cosas del mundo. A
pesar o a causa de esto, la perfecta plebe se deja impresionar por la
dignidad y el altivo porte de los más venerables miembros de la cía
320 LEO STBA U SS
pítulo del Libro Tercero de los Discursos diciendo que este libro
tratará de las acciones de “hombres particulares”, distinguiéndolas
especialmente de las acciones de la sociedad política y, en lo que
se refiere a los reyes romanos, discutirá sólo aquellas cosas que
hicieron con vistas a su beneficio particular. Inicia esta discusión
refiriéndose a Bruto, el padre de la libertad romana. ¿Obró Bruto
también con vistas a obtener ventajas privadas? Según Maquiavelo,
Livio explicaba la simulada estupidez de Bruto por su deseo de
vivir en seguridad y de conservar su patrimonio bajo el gobierno
opresivo de un rey. Maquiavelo, sin embargo, piensa que Bruto
fué también impulsado a actuar así por su deseo de liberar su
patria. Maquiavelo pretende, pues, que él atribuye a Bruto más
espíritu público del que Livio le había atribuido. Lo que no puede
negar es que el Bruto de Livio realizó deliberadamente una
acción que, según la pausible interpretación de un oráculo, debía
haberle hecho rey de Roma. ¿Pudo el padre de la libertad romana
haber tenido el deseo de gobernar como rey? Maquiavelo mismo
nota, unas páginas más adelante, que el deseo de reinar es tan
grande que entra hasta en los corazones de aquellos que nunca
podrán llegar a ser reyes estrictamente hablando. Tras haber plan*
tcado, con el apoyo de la autoridad de Livio, la cuestión de los
motivos posiblemente egoístas del más famoso patriota, Maquia
velo extrae de la conducta de Bruto esta lección: el enemigo de un
príncipe debe vivir familiarmente con el príncipe, porque esto le
proporciona seguridad y le permite gozar de las amenidades de la
vida cortesana. El paciente y bondadoso Soderini no supo aseme
jarse a Bruto, y de este modo, “además de perder a su patria, perdió
su poder y su reputación” ; Maquiavelo pone, por lo menos, tanto
énfasis en la pérdida privada de Soderini como en la pérdida pú
blica de su patria. Acto seguido dedica dos capítulos (III 4-5) a los
tres últimos reyes romanos; aunque aquí no discute explícitamente
en qué actuaron estos reyes sabia o neciamente respecto a su bene
ficio privado, y aunque se refiere incluso a príncipes de tan alto
espíritu ptíblico como Timoleón y Aratus, no nos permite olvi-
L a d o c t r in a d e m a q u ia v e l o 335
ciar que el tema de estos capítulos es la ventaja privada. El ca
pítulo sobre las conspiraciones, que viene inmediatamente después,
tiene por objeto poner en guardia tanto a príncipes como a ciuda
danos particulares; las conspiraciones son peligrosas tanto para los
príncipes, las presuntas víctimas, como para los ciudadanos pri
vados, pretendidos asesinos de príncipes. De ello resulta que no es
difícil matar a un príncipe, pero que es extremadamente difícil
matar al príncipe y sobrevivir; la principal preocupación de Ma
quiavelo es aconsejar a los conspiradores sobre la propia preser
vación. Actuando con el mismo espíritu, enseña a continuación a
los ciudadanos cómo procurarse gloria y reputación, tanto en ciu.
dades corrompidas como en ciudades sanas. Cuando, acto seguido,
enseña a los capitanes importantes reglas de estrategia y táctica,
nos señala que, al hacerlo así, les enseña cómo puede cada uno
ganar gloria para sí. Muestra, en particular, cómo puede un capitán
ganar gloria para sí, a pesar de haber perdido una campaña: el
capitán puede mostrar que la derrota no fué debida a falta suya.
Al hacer contrastar los modos de los capitanes severos y de los
suaves, tiene empeño en demostrar cómo afectaron estos modos a la
patria, por un lado, y al individuo en cuestión, por otro; concede
igual atención a las ventajas públicas que a las privadas. En cierta
situación peligrosa, los colegas de Camilo le cedieron el mando
supremo por consideración a la salvación de la patria; cada uno
de sus colegas vió su propio peligro, postpuso, por este motivo,
su ambición, dominó su envidia y se apresuró, de buen grado, a
obedecer al hombre que, según él creía, podía salvarle con su
virtud. Un hombre que aconseja medidas conducentes al bien co
mún puede exponerse a gran peligro; Maquiavelo, por consiguien
te, considera cómo puede conciliarse el cumplimiento del deber
público con la seguridad privada; de no destacarse como el único
y apasionado promotor de un proyecto audaz, el consejero ganará
menos gloria, pero más seguridad; por otra parte, si, a causa de
su proceder cauto, su consejo no es aceptado y sobreviene el desas
tre, ganará “muy grande gloria; y aunque la gloria que se gana
336 LEO STRAUSS
mediante los daños que han caído sobre la propia ciudad o el pro*
pió príncipe no puede causar gozo, sin embargo, siempre vale al
go” (197). Aunque los consejos de Maquiavelo referentes al bene-
íiico privado de hombres particulares sólo se hacen visibles en el
Libro Tercero de los Discursos, no están ausentes de las otras partes
de su obra. En el centro de la sección sobre la gratitud, virtud que
está no menos inspirada por el cálculo que ordenada por el deber,
plantea la cuestión referente al uso adecuado de la gratitud y de su
contraria por un príncipe que no manda su propio ejército, sino
que envía a un capitán en su lugar. Ofrece normas, no al príncipe,
porque todo príncipe sabe por sí mismo lo que ha de hacer en tal
caso, sino al capitán. Bajo ciertas condiciones, el capitán debe ser
“enteramente malo” ; o sea, debe castigar al príncipe por su pre
vista ingratitud rebelándose contra él; es decir, debe cometer un
acto que por su audacia y grandeza no puede menos de ser honroso.
Aquí Maquiavelo no se limita a dar consejo a un hombre ya de
seoso de convertirse en tirano, sino que sugiere la idea de la tiranía
a un hombre previamente inocente. En el encabezamiento del ca
pítulo promete que discutirá también lo que debe hacer el ciuda
dano de una república para no sufrir la ingratitud de su patria;
no cumple esta promesa debido a que ya había dicho en el capítu
lo precedente que César tomó por la fuerza lo que la ingratitud le
había negado. Maquiavelo está, con respecto al inocente capitán
que es súbdito de un gobierno monárqnico o republicano, en la
misma relación en que estuvieron los dos honrados patricios roma
nos respecto a la plebe, después de la caída de los decemviros. Pero
Maquiavelo va más lejos. El “estilo” de Piero Soderini, hombre
distinguido por su bondad, humanidad, humildad y paciencia, cus
todio oficial de la libertad florentina, fué favorecer al pueblo; los
enemigos de Piero—Maquiavelo no se cansa de hablar de “Piero”
en este contexto—cometieron el error de no usar el mismo estilo;
a primera vista aparece que fué Piero quien cometió el error de no
usar el estilo de sus enemigos, que era favorecer a los Médicis,
traicionando así la libertad de 6U patria. Maquiavelo está, por de
LA DOCTRINA DE MAQUIAVELO 337
cirio así, a punto de hacer a Piero la postuma sugerencia de que
cometa una traición atroz. Sin embargo “disculpa” a Piero por no
haber cometido esta traición con la consideración de que al favo
recer a los Médicis hubiera perdido su buena reputación, mientras
que permaneciendo leal no perdió más que su reputación, junta
mente con su poder y su patria. Pero esta consideración es insufi
ciente, por una razón ante la cual se estremece el mismo Maquia
velo en este contexto. Continúa diciendo que Piero no podía pasar
“en secreto y de golpe” de favorecer al pueblo a favorecer a los
Médicis. Excusa, pues, a Soderini por no haber traicionado a la
confianza de sus conciudadanos mediante la consideración de que
esta traición no era factible en sus circunstancias. Saca la conclusión
de que no se debe elegir una línea de acción cuyos peligros sobre
pasan a sus ventajas. Leemos en el Príncipe que el ministro de un
príncipe no debe nunca pensar en sí mismo, sino sólo en el prínci
pe; el ministro debe poseer bondad. Pero como los hombres son
malos, el príncipe debe hacer y mantener bueno a su ministro hon
rándole y enriqueciéndole. El ministro no necesita pensar en su
ventaja si puede estar seguro de que su príncipe piensa en ella.
Pero existen honores que sobrepasan a otros honores y ricos que
sobrepasan a otros ricos. Por consiguiente, el príncipe debe vigilar
cuidadosamente a su ministro. Si el príncipe tiene la inteligencia y
la asiduidad que esto requiere, el ministro será siempre bueno (198).
Repasemos el movimiento de ideas que conduce desde el pa
triotismo abnegado a la tiranía criminal. La república del carácter
ejemplificado por la república romana de los primeros días es el
mejor régimen, porque llena las funciones naturales de la sociedad
política. Los hombres, que originariamente vivieron como bestias,
establecieron el gobierno con objeto de escapar a la inseguridad;
la función de la sociedad política es dar seguridad a los hombres.
La seguridad, igualmente deseada por todos los miembros en po
tencia de una sociedad política, sólo puede conseguirse por la
unión de todos ellos; es un bien común, puesto que tiene que ser
compartido para ser disfrutado. La sociedad política llena su fun-
22
338 LEO STR A U SS
rales en lo dicho por Polibio (209), hay que tener en cuenta que
no es de esperar que quien, como él, reserva para el final toda
la tuerza de su ataque, revele todo el alcance de su desviación de
la tradición más reverenciada en el principio de un libro. Para
él, el representante por excelencia de la filosofía política clásica
es Jenofonte, cuyos escritos menciona más frecuentemente que los
de Platón, Aristóteles y Cicerón juntos y que los de ninguno otro
escritor, con excepción de Livio. La Educación de Ciro es, para
él, la representación clásica del príncipe imaginario ( 210). Al
mismo tiempo, Jenofonte es el escritor que, para Maquiavelo, ha
estado más cerca de adelantarse a sus propias dudas sobre el príncipe
imaginario. El Hierón es la clásica defensa de la tiranía de un hombre
sabio, y la Educación de Cim describe cómo una aristocracia puede
ser transformada, mediante el rebajamiento del nivel moral, en una
monarquía absoluta, dominadora de un amplio imperio. Añadi
remos la observación de que el Oeconomicus, de Jenofonte, que
parte de] punto de vista de que lo que conviene al caballero es
la administración de las tierras que posee más bien que su acre
cimiento, sin hablar siquiera del trabajo manual o el comercio,
acaba proponiendo un compromiso entre lo noble y lo provechoso
que consiste en una especie de comercio en la propiedad territo
rial; Jenofonte resulta mucho más tolerante con el “natural y
ordinario deseo de adquirir” que ningún otro clásico. Pero Ma
quiavelo sólo hace referencia al Hierón y a la Educación de Ciro,
y no al Oeconomicus ni a ningún otro de los escritos socráticos de
Jenofonte. El pensamiento y la obra de Jenofonte tienen dos polos:
Ciro y Sócrates. Mientras que Maquiavelo se preocupa mucho de
Ciro, olvida a Sócrates.
La pretensión de Maquiavelo de que ha tomado un camino
aún no pisado por nadie, implica que, al romper con la tradición
socrática, no regresa a ninguna tradición antisocrática, aunque no
puede evitar estar de acuerdo en numerosos puntos con la tradi
ción socrática de un lado y con la tradición antisocrática de otro.
Ya hemos indicado el parentesco de 6u pensamiento con el hedo
LA DOCTRINA DE MAQUIAVELO 355
ral de los inventos por la ciudad buena y sabia está lijmitada nece
sariamente por la necesidad de adaptarse a la conducta de las
ciudades moralmente inferiores que desdeñan tal supervisión por
que su objetivo es la adquisición o el bienestar. Tuvieron que ad
mitir, en otras palabras que, en un importante aspecto, la ciudad
buena tiene que acomodarse a la conducta de las ciudades malas, o
sea, que los malos imponen su ley a los buenos. Sólo en este punto
resulta tener cierto fundamento la afirmación de Maquiavelo de que
los buenos no pueden ser buenos por causa de los muchos malos
que existen. Reconocemos aquí la consideración que ya hemos seña
lado en su exagerada declaración de que las buenaB armas son condi
ción necesaria y suficiente de las buenas leyes, y en su identificación
final del hombre más excelente con el capitán más excelente. La difi
cultad implicada en la admisión de que los inventos pertenecientes al
arte de la guerra tienen que ser fomentados es la única que proporcio
na una base a la crítica maquiavélica de la filosofía política clásica. Po
dría decirse, sin embargo, que no son los inventos, como tales, sino
el empleo de la ciencia para los inventos, lo qne hace imposible la
buena ciudad en el sentido clásico. Desde el punto de vista de los
clásicos, este empleo de la ciencia estaba excluido por la naturaleza
de la ciencia como esfnerzo teorético. Además, la opinión de que
periódicamente suceden cataclismos neutralizó de hecho todo te
mor referente al desarrollo excesivo de la tecnología, esto es, al
peligro de que los inventos del hombre pudieran llegar a domi
narle y a destruirle. Consideradas a esta luz, las catástrofes natu
rales se nos presentan como una manifestación de la bondad de la
Naturaleza. El mismo Maquiavelo expresa esta opinión sobre los
cataclismos naturales, que las experiencias de los últimos siglos
han hecho increíble (222). Parece que la idea de la bondad de la
naturaleza o de la primacía del Bien necesita ser restaurada, y que,
para ello, hemos de pensarla de nuevo, mediante el retorno a las ex
periencias fundamentales de las cuales se deriva. Porque, aunque “la
filosofía debe evitar el pretender ser edificante”, es, por nece
sidad, edificante.
NOTAS
[En las referencias a les textos de Maquiavelo, los números entre paréntesis
indican las páginas de la edición italiana de las Opere de Maquiavelo, editadas
por F. Flora y C. Cordié (Milán, Amoldo Mondadori, 1949-50).] (Nota del
editor americano.)
iNraooucaÓN
(1) P rincipe, capis. 17 (Dido) y 18 (Chirón).
(2) Bacon, Ensayos (D el A teísm o). .
(3) D erechos d el hom bre. Parte segunda, Introducción.
(4) Cf. T h e First A d m in istra ro n o f Thom as Jefferson, de Henry Adama. II
(New York, 1898), 56. 71-73, 254.
Capít ji.o I
(1) P rincipe, capis. 1, principio; 2, principio; y 8, principio.
(2) Discursos I 17, 49, 55 (211), II 2 principio. Los números entre parén
tesis indican las páginas de la edición de las O pere de Maquiavelo, editadas
por F, Flora y C. Cordié (Amoldo Montador!, 1949-50 Milán),
(3) En los D iscursos sólo hay dos capitnlos, de 142, que contienen sólo
ejemplos modernos (I 27 y 54), mientras en el P ríncipe hay ocho capitnlos de 26
qne contienen sólo ejemplos moderaos. Inversamente no hay ningún capitulo
en E l P rincipe que contenga sólo ejemplos antiguos, mientras que hay al me
nos 60 capítulos en los Discursos que contienen sólo ejemplos antiguos.
(4) D iscursos I pr., 55 (213), II 4 hacia el final, 15 final, 33 final.
f5) Discursos I pr., Cf., aparte los numerosos titulos de capítulos en los que
NOTAS
(31) P ríncipe cap. 5 fin; D iscursoi III ( (345, 351-352); H istorias F lo
rentinas V II 33.
(32) P ríncipe caps. 6 (19) y 18; Discursos II I 35 principio; Historias
F lorentinas V I 17. Cf. P ríncipe cap. 3 (observación hecha por Maqniavelo a
un cardenal francés) y cap. 7 (observación hecha por César Borgia a Maquia-
velo) con Discursos II 16 (observación hecha en la sola presencia de Ma
qniavelo).
(33) D iscursos II 10. Maqniavelo pudo haber citado una explícita decía,
ración de Livio (IX 40. 6) en apoyo de su opinión sobre el dinero. Yi si al-
guien objetara que esta declaración está hecha, no por Livio, sino por un
personaje de Livio, yo le remitiría a los Discursos III 12 hacia el final, donde
Maquiavelo atribuye a Livio una expresión usada por un personaje de I.ivio:
(34) En el capítulo 7 del P ríncipe, César Borgia es presentado como el
modelo de un nuevo príncipe; en el capítulo 11 se nos revela que fu¿ un
mero instrumento de su padre, el Papa Alejandro V I. (Cf. D iscursos III 29).
(35) H istorias F lorentinas V Islas letras y la filosofía pertenecen al “ ocio
decoroso” . Este “ ocio decoroso” cuyoB beneficiarios, aun dando ocasión a la
persecución, odian la persecución, parece ser la contrapartida pagana del
“ ocio ambicioso” característico, según Maquiavelo, de “ muchos países y esta
dos cristianos” ( D iscursos I pr.).
(36) Considérese en relación con esto las frases similares de la acusación
contra César en Discursos I 10 (124) y de la acusación contra la Iglesia en 1 12
(130): las “ obligaciones” que tiene Italia contra César y contra la Iglesia.
(37) D iscursos I I pr. (227) 23 (298), U I, 2.
(38) Discursos I pr., I I 2 (238), III 35 (421-422); P ríncipe cap. 6 (19).
(39) D iscursos II 29: “ Fortuna, a veces, ciega las m entes de los hom bres ” ;
la expresión osada en III 48, “ el deseo de conquista ciega las m entes de los
hom bres ¡” , puede por si sola recordar al lector el otro lugar (II 29), donde
Maquiavelo da una explicación contradictoria del mismo acontecimiento que
ha explicado en III 48 (111 48 es el quincuagésimo segundo capítulo de la
serie de capítulos que comienza después de II 29).
(40) Carta a Vettori del 29 de abril de 1513 (principio). Cf. A rte d e la
G uerra V (564-565) y V II (606-607).
(41) Carta a Guicciardini del 17 de mayo de 1521. Cf. D iscursos II 13
fin, con III 40-42.
(42) Maquiavelo indica la dificultad, diciendo en I 28: “ aquel, pues, que
considere cuanto ya ha sido dicho” (es decir, aquel que desdeña, entre otras
NOTAS 369
mochas cosas, el Decenvirato), estará de acuerdo con la explicación de M«-
quiavelo.
(43) D iscursos I 2 (100) y 5 (105-106).—En Discursos I 20, Maquiavelo
dice que desde que los cónsules romanos debieron sus nombramientos a los
votos libres, “fueron siempre los mis excelentes hombres” . Es, una vez mis,
una pasajera supervaloraron de la bondad de la República Romana; es tá
citamente contradicha mis adelante (cf. I 24 fin, 50, 53, III 17, para no
decir nada de I 35 al principio). Cf. la primera frase de III 40.
(44) D iscursos I 18 (143), 20, 25-26, 58 (217), II pr. (228).
(45) Cf. la anterior nota (19).
(46) Cf. carta a Vettori, de 13 de enero de 1514, y las H istorias F loren
tinas V III 36.
(47) Nietzsche, Froehliche W issenschaft, aph. I.
(48) Estas observaciones son, desde luego, completamente insuficientes para
la total interpretación de Discursos II I 18. Dado que no intentaremos ofrecer
una completa interpretación de este capitulo o de ningún otro (porque con
siderando la interdependencia de todos los capítulos, esto sólo podría hacerse
en un comentario consistente en muchos volúmenes), notamos simplemente
que el paralelismo de los cuatro ejemplos (por dos veces, un ejemplo antiguo
va seguido de un ejemplo moderno) oculta el hecho de que el cuarto ejemplo
forma una clase aparte, ya que no se cometió ningún error en el acontecimien
to de que se trata. De los tres primeros, dos son paganos y uno es cristiano,
siendo este último el central. En los ejemplos romanos, los romanos creían
erróneamente que habían sido derrotados (en el primer ejemplo, los romanos,
desesperan de su salvación, pero en el tercer ejemplo los romanos, aunque
creyendo erróneamente que han perdido, creen correctamente que retirándose
a las colinas inmediatas estarán temporalmente seguros); los modernos, por
su parte, creen erróneamente en la victoria o aún en falsas nuevas sobre la
victoria. En el segundo y cuarto ejemplos se declara expresamente que la
supuesta victoria ha sido anunciada u oralmente o por escrito.
(49) Platón, R ivales 133 d8-el (cf. 134c 1-5).
(50) Con referencia a la prehistoria de esta opinión, cf. Strauss, La per
secución y el arte de escribir, 13.
(51) Discuraos II 12 (262): le ragioni se distinguen de le cose d e tte ; los
argumentos de autoridad son llamados ragioni cerca del principio del capítulo.
El argumento tomado de las fábulas poéticas es seguido inmediatamente por
un argumento tomado de “ modernos juicios” .
24
370 NOTAS
(52) Este paso viene preparado por il 16 (271), donde Maqniavelo se re
fiere dos veces a los equivalentes “ ioscanos” de las expresiones latinas.
(53) D iscursos II 8 (253). Cf. O pere II 517.
(54) Véase el juicio tan favorable sobre César en D iscursos I 52 y en el
P rincipe cap. 14 (César, unn excelente hombre” ). Cf. el análisis de la politice
de Manlio a la luz de la distinción entre ciudades corrompidas y sanas ( D is
cursos III 8) con los diferentes análisis en Discursos I 8.
(55) Cf. Discursos I 49 y III 49.
(56) Cf. también Discursos II 29 (Fortuna) y la repetición en III 1 (acci
dente extrínseco) ¡ también cf. I 58 (el pueblo es más prudente que un prin
cipe) y la explícita reconsideración de la tesis de este capítulo en III 34 (la
importante cualificación “ cuando puede aconsejarse a los pueblos como se
aconseja a los príncipes” ).—Lo que es verdad en la discusión sobre los fun
dadores en los Discursos I aplicase también al otro principal tema de este
libro, es decir, la religión (cf. I 9, principio). La religión es discutida explí
citamente en I 11-15; y es recogido el tema en forma más o menos disimula
da, primero en I 19-24, después en I 28-32, y finalmente en I 46-59, el apartado
dedicado a la multitud o plebe; porque, según Maquiavelo, en la multitud,
diferenciada de los “ principes” , es donde reside la religión (cf. P ríncipe,
cap. 18 hacia el fin). El tema primario de 1 19-24 es Tillo Ilostilio, que es la
contrapartida del religioso Nnma Pompilio, y que es descrito, en contraste
con el “ débil rey” Numa, como un hombre de sobresaliente virtud y como
‘ prudentísimo” . DcspuéB de haber exagerado la prudencia de Tulo, con ob
jeto de subrayar el contraste con Numa, reduce esta alabanza a» proporciones
razonables en I 22-24. El tema primario de I 28-32 es la gratitud; en lo refe
rente a la relación de la gratitud y la religión, cf. Esortazione alia peniíenza,
de Maquiavelo (O pere II 801-804).
(57) D iscursos II 28 (313); cf. III 20 (388) y 21 (390).
(58) Hacia el final del octavo capitulo del P rincipe, Maquiavelo habla
de “ crueldad bien usada” y se excusa por emplear esta expresión; al prin
cipio del capítulo 17 habla del “ mal uso de la clemencia” , sin excusarse esta
vez. Hacia el fin del capitulo 6, habla de Hicrón disolviendo la vieja milicia;
en el capítulo 13, nos dice que Hierón hizo cortar en pedazos a aquellos sol
dados. A l final del capítulo 18 no se atreve todavía a mencionar el nombre
de Femando de Aragón - al principio del capítulo 21, se atreve a hacerlo. En
el capítulo 3 (7), habla primero de la necesidad de extinguir la “ línea” de
un principe, y después de la necesidad de extinguir su “ sangre” . Cf. también
NOTAS 371
C apítulo II
17 y 21, principio. Asi como Filipo llegó de ser “ un pequeño rey a ser prín-
cipe de Grecia” por el uso de los más crueles medios, Fernando de Aragón
llegó de ser “ un débil rey a ubo
ser el primer rey de los cristianos” por el
de la "piadosa crueldad".
(32) P ríncipe caps. 3 (1M3), 7 (23, 26), 11 (37-38); cf. Discursos III 29.
Notemos al paso que en el P ríncipe cap. 16 (50-51)» Maquiavelo nos muestra
“ al presente rey de Francia” “ al presente rey de España” y al Papa Julio II
—y no al presente Papa León X—, que posee “ bondad e infinidad de otras virtu
des” (cap. 11 fin) como modelos de prudente tacañería, que es condición in
dispensable para “ hacer grandes cosas” , Cf. Ranke, D ie R oem ischen Paepste,
editado por F. Baethgen, I 273, 6obre la prodigalidad de León X. En el Prín
cipe, Maquiavelo cuenta dos historias sobre conversaciones privadas que él
había tenido (caps. 3 y 7). Según la primera, Maquiavelo dijo una vea a un
cardenal francés que los franceses no saben nada de política, porque de otro
modo no hubieran permitido que la Iglesia llegara a ser tan grande (mediante
las hazañas de César Borgia). La segunda historia trata de lo que César dijo
a Maquiavelo en el día en que Julio II fué elegido Papa; es decir: el día en
que las esperanzas de César se frustraron a causa de su insuficiente dominio
de la Iglesia : César había cometido, de hecho, el mismo error que los fran
ceses, pero él tenia la excusa de que no tenía otra opción. En las H istorias
Florentinas I 23, Maquiavelo alude a la posibilidad de que el papado pueda
convertirse en hereditario. ¿Jugaría con la idea de que un nuevo César Bor
gia pudiera redimir a Italia después de haberse hecho Papa y fundador de una
dinastía papal?
(33) D iscursos I 12. Cf. la carta a Vettori de 26 de abril de 1513.
(34) D iscursos I 27; O pere I 683.
(35) Maquiavelo prepara su silencio sobre Rómulo en el capitulo 26 de la
siguiente manera: en el capítulo 6 enumera tres veres a los cuatro heroicos,
fundadores, y en la tercera enumeración relega a Rómulo al final. Cf. Historias
Florentinas V I129.
(36) P ríncipe caps. 1, 6 (17-19). 8 (29-30), 14 (48), 19 (66), 20 (67V y 24
(77); cf. A rte d e la Guerra V II (616-617).
(37) Cf. P ríncipe cap. 22.
(38) Cap. 7 (21-22). Cf. las anteriores págs. 25-26.
(39) Carta a [Ricriardo Beclii], 8 de marzo de 1497.
(40) La desviación, en P ríncipe cap. 26 de Lorenzo a su familia puede
comprenderse en cierto modo desde el punto de vista indicado en el texto. En
NOTAS 377
cuanto a la escasa solidez de las promesas brotadas de la pasión, cf. D iscur
sos II 31; en cuanto a la popularidad de las grandes esperanzas y las audaces
promesas, cf. Discursos I 53.
(41) Esto no significa negar que los milagros de que Maquiavelo da tes*
timonio sean sin ejemplo, en el sentido de que se siguen el uno al otro de
modo distinto de los milagros mosaicos.
(42) P rincipe caps. 3 (13), 12 (39, 41), 18 (56-57) y 25 (80-81); cf. D iscur
sos I 27. Podemos expresar el progreso del argumento en la última parte del
P rincipe como sigue: 1) todo depende de la virtud (cap. 24); 2) mucho de
pende de la suerte, pero la suerte puede ser dominada por cierta clase de hom
bres (cap. 25); 3) la suerte ha hecho la parte más difícil del trabajo necesa
rio para liberar Italia, sólo el reato necesita ser realisado por medio de la
virtud (cap. 26).
(43) Las siete derrotas verdaderas deben unirse con los cuatro milagros inven
tados si se quiere captar la insinuación de Maquiavelo.
(44) D iscursos II 30, fin.
(45) En la “ más alta” parte del P ríncipe Maquiavelo habla de “ nosotros
los florentinos” (cap*. 15 y 20), mientras que en las otras parles del libro ha
bla de “ nosotros los italianos” (caps. 2, 12, 13 y 24).—El tirano Nabis había
destruido la libertad de muchas ciudades griegas (Justino XXXI, 1); mediante
su asesinato , fue restaurada esta libertad. Cf. la anterior nota (9).
(46) P ríncipe caps. 9 (32), 18 (57), 19 (58-59), 20 (68-69) y 23 (76-77). En
cada uno de los dos capítulos, 20 y 21, Maquiavelo da cinco reglas a los prín
cipes; la cuarta regla del cap. 20 se refiere al empleo de hombres que fue
ron sospechosos al principio del reinado de un nuevo principe; en la cuarta
regla dada en el capitulo 21 se incita al principe a honrar a aquellos hombres
que sean excelentes en cualquier arte.
(47) Discursos III 2 fin y 35 (422-423).
(48) Compárese D iscursos I 30 (163) con 29 (160-161).
(49) Aparte de la Epístola Dedicatoria y del capitulo 26, donde Maquia
velo, hablando do Lorenzo a Lorenzo, usa el plural de la reverencia, no usa la
segunda persona del plural más que en conexión con verbos como “ ver” , “ en
contrar” , “ considerar” y “ entender” . Hay, según creo, 11 casos de esta última
clase en el P rincipe, mientras que en los D iscursos, si recuerdo bien, sólo hay
2 (I 58 [221] y II 30 [317]): en los D iscursos, que están dirigidos a princi
pes en potencia, la necesidad de distinguir entre los «pie actúan y los que pien
san no surge tanto como en el P ríncipe. Considérese D iscursos I I pr. (230).
378 NOTAS
Capítulo III
(162) Los dioses son mencionados en el Libro Segundo sólo en los es
pitólos 1 y 23; la primera mención aparece en el resumen de un argumento
de Plutarco; la última mención aparece en una cita de L iñ o ; en el Libro
Segundo, Maquiavelo mismo no habla siquiera de los dioses. En cada Libro
de los D iscurtos aparece una única cita de Livio en la cual son mencionados
los dioses; véase I 13, II 23 y II I 36.—Nótese la densidad de “Papa” e “ Igle
sia” en II 22, un capitulo en el cual no aparece ninguna referencia a Livio
(ni a ningún otro escritor).
(163) II 23, que contiene citas de Livio desusadamente extensas, es el
único capítulo de la serie II 22-27 que contiene referencias a Livio (para el
significado de “ referencias a Liño” , véase la anterior nota 21). En II 23, se
presenta a Livio como haciendo a Camilo hablar de lo que han hecho los dio
ses. Esto prepara la observación en II I 31, según la cual Livio hace a Camilo
hacer y decir ciertas cosas, con objeto de mostrar cómo es la formación de
un hombre excelente. El equivalente bíblico de la observación de II 23, seria
que Dios hace a los autores bíblicos hablar de lo que Dios ha hecho, o que
los escritores bíblicos hacen a Dios hablar sobre lo que Dios ha hecho. Con
sidérese III 46.
(164) Se deduce de Livio (V II 32. 13) que los soldados acusaron sin ra
zón al comandante del mismo error del cual Messio acusó con razón a sus
soldados (véanse las anteriores págs. 166-168.—La cita de Livio con la cual se
abre el capítulo aparece, en primer lugar, como un remedio contra un error
que “ todos los hombres” cometen; la cita habla de un capitán que vivió
largo tiempo antes que Livio, pero Maquiavelo habla de él como si ñviera
aún en tiempos de Maquiavelo (367; cf. la anterior nota [441. La cita ha
lda menos de lo que el capitán hizo o dijo que de lo que pensó; más ade
lante, en el mismo capitulo, este pensamiento es adsrrito a Livio; el supuesto
pensamiento del capitán es conocido sólo como pensamiento de Livio.
(165) II 18 y III 30. En el encabezamiento de III 30, Maquiavelo habla
de lo que debe hacer un ciudadano si desea llevar a cabo alguna buena acción
en su república por su propia autoridad; el ejemplo central que se da en
este capitulo es el de Moisés, que mató “ innumerables seres humanos” con ob
jeto de que sus leyes y sus órdenes prosperasen; según Maquiavelo, Moisés
hizo estas cosas por en propia autoridad ■ según la Biblia, no está claro si las
hizo por su propia autoridad o por autoridad divina (rf. Exodo 32.21-26 con
ih. 27-28; cf. Números 16). Cf. también I 9 (120).—“ Autor” , raíz gramatical
NOTAS 401
bien y mal—1 58 (219)—opera en pleno día, de modo qne todos pneden juzgar
del valor de tal virtud, la “ oculta virtud” de Aratus operaba sólo en lo oculto
(cf. H istorias F lorentinas 1 3 y V III 18). Como la “ furtiva violencia” o “ cons
piración” es una forma de infidelidad, no nos sorprende observar que Maquia-
velo introduce el tema de I 59 al fin de I 58, del mismo modo que introduce los
temas de II 32 y III 6 al final de II 31 y III 5, respectivamente; porque el
tema de I 59 puede decirse que es el problema de la fidelidad romana (véase
ntra. anterior pág. 139). Las referencias al final de 1 58, II 31 y III 5 son las úni
cas de su clase en los Discursos.
(187) II 2 (235), III 1, principio, 6 (341, 342, 344-346, 354, 355), 8. a . A rte
de Guerra V II (609).—Bruto, que simuló la locura con el fin de liberar a su
patria, no era un conspirador: por tanto, Maquiavelo guarda silencio sobre su
acción en el capitulo de las conspiraciones (ILT 6), lo mismo que en la sinopsh
del tema de dicho capitulo que da al final del capitulo precedente. Como explica
en III 6 ( 340), no se puede decir de un hombre que planea matar o deponer a
un principe, que es un conspirador; Bruto mantuvo su plan oculto a todos y
esperó pacientemente su oportunidad. Al final de III 5, Maquiavelo menciona
el levantar sentimientos contrarios a los principes como uno de los temas de III
6, mientras que en la repetición, al principio de II I 6, deja sin mención dicho
tema; levantar sentimientos contrarios al principe fué precisamente lo que hizo
Bruto: transformó el deseo de venganza contra Sexto Tarquino, que habia vio
lado a Lucrecia, en deseo de venganza contra el real padre de Sexto y de abo
lición total de reinado (Livio I 58 8-10 y 59 1-2). El plan de largo alcance de
Bruto era la abolición del reinado; el crimen de Sexto Tarquino le dió mera
mente la oportunidad. De modo similar, Maquiavelo transforma la “ dada” in
satisfacción respecto a “ todos los prelados” ( I 27) en revulsión contra todo el
orden tradicional y sus últimos fundamentos.—La diferencia entre escritos cons-
piratorios y “ corruptores” la bosqueja Maquiavelo mediante la historia de Agis
y Cleomenes, tal como se cuenta en I 9. A gis, que deseaba restaurar el viejo
orden espartano, fue asesinado por los ¿foros, acusado de querer convertirse
en tirano; a través de los escritos que dejó, provoca su mismo noble deseo
en su sucesor Cleomenes, que mató a todos los ¿foros y así consiguió res
taurar completamente el viejo orden espartano. La acción de Cleomenes es
descrita en III 6 (355) como una conspiración contra la patria. Esta cons
piración fue originada por los escritos de Agis. Agis no sufrió daño por sus es
critos y Cleomenes fue grandemente ayudado por ellos. Cf. II pr., hacia el fin.
Maquiavelo indica la diferencia entre el maestro de conspiradores y el conspi-
NOTAS 405
rador mismo mediante la única referencia a Platón que aparece en los dos
libros—Discursos III 6 (351)— ; dos discípulos de Platón conspiraron contra dos
tiranos, y mataron a nno de ellos. Indica la misma diferencia medíanle su refe
rencia en el mismo contexto a la conspiración de Pelópidas contra los tiranos
tebanos y por sus otras referencias a Pelópidas y a su amigo Rpamincndas (véa
se especialmente II I 18 principio, y 38); el acaudalado, casado y fogoso Pe
lópidas se deleitaba con la gimnasia y la caza, mientras el pobre, soltero y sua
ve Epaminondas se deleitaba en escuchar y en la búsqueda de sabiduría; Peló
pidas tuvo que escapar de Tebas cuando se instituyó la tiranía, mientras que
Epaminondas pudo permanecer en ella, pues era desdeñado como inactivo, a
causa de su interés por la sabiduría, y como carente de poder, a causa de su
pobreza (véase Plutarco, Pelópidas).
(188) I pr. (90), 12 (129-130), 13 (133), 17 (141), 19 (147), 20, 55 (211-212),
II 5, 8 (252, 254), III 1 (327, 330) y 17 fin. Cf. H istorias F lorentinas I 1.
C. Alexandre cita la siguiente declaración de George de Trebizond ( C om paratio
Platonis et Aristóteles) en la introducción a su edición del T raite des lois de
G em istus P lethon [París, 1858, p. xvi] : A u d iv i ego ipsum [P lethonen ] F io •
rentiae, venit en im ad co ncilium cu m Graecis, psserentem u n a m eandem qu*
reiigion em u n o a n im o , una m en te, una praedicalione, universu m o rb em pon
éis post asnnis suscepturum . C onque regassen, C hristine an M ahum eti? N eu-
t'a m . in q u it, sed non a genlilitate d ifferen tem —. Percepi etiam -a nonnullis
Graecis q u i ex P eleponneso h u c profugerunt. palam dixisse ipsum , anteaquam
m o rtem obiiset iam fere T rien n io , n o n m u ltis annis post m orten suam et Ma-
h u m etu m et C hristum lapsum iri... Cf. también Alfarabius. C om pendium le-
g u m P latonis liber 3, principio; Roger Bacon, M oralis P hilosophia (ed. Massa),
193, 215 y 219; y Pico delta Mirándola, Disputaciones adversos astroípgiam
divinatricem II 5.
(189) Cf. el resumen por Maquiavelo de un sermón de Savonarola en su
carta a [Ricriardo Bechi] de 8 de marzo de 1497. Cf. Savonarola P rediche sopra
l ’Esodo X III sobre las diferencias asi como sobre la similitud entre “la güera
de Cristo” y “ las guerras temporales del mundo” . Maquiavelo habría aprobado
la observación de Savonarola ( P rediche sopra E zechiele X X X V I): lo ti dico
che g li é un piacere a jar guerra.
(190) Cf. Discursos III 11 y 12. Cf. ntras. págs. 142-143.
(191) Savonarola: P reiche sopra E zechiele X X X III: la Chiesa ha il carpo
m isto d i buo ni e d i caltivi.
(192) Cf- ntras. notas 47 y 66, así como Livio V 46.3. (Véase H istorias
406 NOTAS
Capítulo IV
(1) Hablando del N apoleón de Walter Scott, Goethe dice que Scott “ habla
como un plebeyo honesto y sumiso a las leyes, que hace un esfuerzo por
juzgar los hechos con espíritu piadoso y concienzudo y se mantiene estricta
mente alejado del punto de vista de Maqniavelo, sin el cual, empero, difícil
mente se puede pretender interesarse por la historia del mundo” (Carta a Zel-
ter de 4 diciembre 1827). En sus A nnalen (1794) habla de las incautas expre
siones de Fichte “ acerca de Dios y las cosas divinas, temas sobre los cuales
es más prudente guardar profundo silencio” . Por la frase siguiente se com-
NOTAS 407
cota necesaria, puede decirse que abusa de la autoridad de la Biblia con ob
jeto de establecer la verdad anti-bíblica por excelencia. Desde este punto de
vista, la confianza en la asistencia divina resultaría, por lo menos, confianza
en las armas de otro. En su carta a Vettori de 10 de junio de 1514, habla de
Dios en el mismo contexto en que habla de Fortuna en la Epístola Dedicatoria
del P rin cip e ; cf. la tesis del P ríncipe cap. 7.
(11) III 27, hacia el fin ; I 11, principio.
(12) II 4 ( 244-245), 19 (285-286), III 9 (362), 16 (381), 21 (390), y 28, fin.
(13) Cf. ntro. anterior cap. 3, nota (34).
(14) a . II 2 (239).
(15) Cf. ntras. anteriores págs. 79-81, 94-95 y 130-131.
(16) Cf. ntra. anterior pág. 167.
(17) P ríncipe caps. 8 (César era reverenciado por los soldados) y 19 (Severo
era reverenciado por todos); D iscurios I 10 (123), II pr. (229) y I I I 6-7;
H istorias Florentinas I 9 principio. Cf. ntros. anteriores cap. 1, nota (62) y
cap. 3, nota (86).
(18) Discursos I pr. principio y II pr. (228-229).
(19) Discursos II 17-18. El ejemplo de Régulo aparece después que Ha-
quiavelo ha indicado que usará a continuación sólo ejemplos modernos (283).
Cf. Arte de Guerra II (484-486) y ntra. anterior pág. 190.
(20) P rincipe cap. 3 (13); Discursos I 55 (211-212), II pr. (228), y III 41;
A rte de Guerra I (466); Historias F lorentinas I 17. Cf. ntros. cap. 1, nota (30)
y cap. 2, nota (10).
(21) P rincipe cap. 12 (40); D iscursos II 2 (238), 3 (241) y 27 (310). Cf.
P rincipe cap. 5 y Discursos II 32 (323). H istorias F lorentinas V I 18.
(22) P rincipe cap. 26 (81, 83): Discursos I 1 (95), II fin, 19-20, 26, 45
(192), II 2 (239-240), 8 (252-253), 13, 31; H istorias Florentinas V 34 y I d 7;
A rte de Guerra II (506-508) y VI (586-587). Cf. Livio V III 12. 1. ntras. an
teriores págs. 94-95, 110-112, 133-135, 181-183y 194-195, asi como nuestro ca
pítulo 1, nota (68).
(23) P rincipe caps. 6 (20), 11, principio y 12 (38-39, 42); D iscursos I I 11,
19 (288), 20 (289), y III 6 (340); H istorias Florentinas I 11, 19, 39, y V III 5;
O pere I 648-650 y II 474, 475, 481. Considérese la comparación del estado del
Sultán (que está respaldado por sus soldados de modo que puede despreciar
totalmente las demandas del pueblo) con el pontificado cristiano en Principe
cap. 19 (65-66).
NOTAS 409
¡am e m axim a pars eorum absum pli, u t nobis, etiam C hrislianis, in tañía cala-
m itote in qua divinae iustitiae gloria delectabat, hom ines tom en extrem a adeo
patientes com m iserationem facerent el dolorem .
(31) P rincipe cap. 17 (53). Maquiavelo te refiere aquí a Dido e inmedia
tamente antea a César Borgia. Sn referencia a Dido en loa Discursos (II 8) va
precedida inmediatamente por una discusión de la conquista de Huna parte de
Siria” por Moisés y Josué.
(32) Discursos III 21 (rf. P rincipe cap. 17) y 22. Cf. Discursos I 10 (124),
III 33 principio, y Opere II 803. Cf. ntras. paga. 140*141 y 193-196.
(33) Cf. ntra. anterior pág. 57.
(34) P rincipe cap. 6 (19-20); Discursos I 11 (126), H 23 (298), y II I 22
(393).
(35) Nahum 1.2. Cf. ntras. anteriores págs. 155, 170-171, 181-183, 186-188 y
198-200. Al citar a Livio III 53.7, Maquiavelo pone “ odio” en sustitución de
“ condenación” ( D iscursos I 44).
(36) Discursos III 1 (330) y 6 (338, 340).
(37) D iscursos I 17 (142), 18 (146), y III 29. Cf. I 24, y la cita de Dante
en I 11.
(38) Cf. D iscursos I 43 y III 22 (395). Cf. ntro. anterior capítulo 3, nota
(179).
(39) P ríncipe cap. 6 (18, 19) y 26 (82); Discursos I 11 (127), 30 principio,
II 24 (303), 33 (325), III 31 y 33 (417). Cf. Savonarola, Prediche sopra Eze-
chiele X X X : Sathanas... desideró (la eccellenzia ) per propria virtü e dase
delettazione dello onore proprio. Ib . X LV1I: il vero cristiano... e debole
quanto alia propria virtü.
(40) El Papa Julio II “lo hizo todo por la prosperidad de la Iglesia,
distinguiéndola de la prosperidad de cualquier hombre privado” ; sin em
bargo, todo el mundo tiende a su gloria y riqueza—P ríncipe caps. 11 (38) y
25 (79)— ; él buscó su propia gloria al engrandecer a la Iglesia. Cf. Savonarola,
P rediche sopra l’Esodo IV : queste d on ne disseno la bugia... e dice q u i il testo
[Exodos 1.19-21] che D io g li edificó d u e case.
(41) P ríncipe caps. 12, 15 y 25; Discursos I 6 (110, 111-112), 29, 37 prin
cipio, 38 (180-181), 40 (184-185, 188), 55 (212-213), II 8 (251-252), 10 (256),
14, 25 (306), III 1 (330), 9, 11 (368), 21, 22, 25 fin, y 28. Cf. ntras. anteriores
págs. 176-178 y cap. 3, nota (85).
(42) P rincipe cap. 25 (79); D iscursos I 11 (125), 29 (161-162), 38 (180-
NOTAS 411
181), 45 (192) y II 25. Cf. Livio XXXIV 15, fin y XXXVII 57.15. Véanse
ntras. anteriores págs. 49-50, 140-142 y 186-188.
(43) P rincipe cap. 15 (49); Discursos II pr. (227-228), III 25 (400-401) y
31; O pere I 643 ¡ carta a Vettori de 31 de enero de 1514. Con referencia a
‘'redención” , cf. P rincipe cap. 26 (84) y ntra. anterior pág. 161; véase la
referencia a “ el más alto redentor” en nn discurso de unos embajadores al
Papa en H istorias Florentinas V III 21.—En el encabezamiento de D iscursos I 41
Maquiavelo habla de “ humildad"; en el cuerpo del capítulo la reemplaza por
“ humanidad” ; Livio había hablado de co m ita s ; véase I 40 (184). En el encabe
zamiento y la primera línea de II 14 Maquiavelo habla de “ humildad” ; en la
continuación pone en su lugar “ paciencia” y “ modestia” (en boca de Livio) y
“ cobardía” (en su propio nombre). Véase también III 3 y 9 (363). El enfá
ticamente “ verdadero ejemplo” de humanidad, dado en II I 20, es romano,
una acción de Camilo. Cf. en III 30 la mención de la “ bondad” de Camilo y
de Piero Soderini, con el silencio allí y en todas partes sobre la “ bondad”
de los otros dos principales personajes de IFI 30, Moisés y Savonarola. Al
fin del capitulo 11 del P ríncipe, Maquiavelo habla de la “bondad” del Papa
León X, que había “ encontrado” al pontificado cristiano con gran poder;
en cuanto a la diferencia entre encontrar un estado y » establecido y fundarle,
véase P ríncipe cap. 19 fin. Véanse ntras. págs. 54-55 y la siguiente nota (73).
(44) H istorias F lorentinas III 13, V I 20 y V II 23.
(45) I 27 (cf. la nota [28] de este capítulo). Hemos procurado mantener la
ambigüedad de pieloso rispetto, hablando de "piadoso o compasivo respeto” .
Cf. II 28. (En el contexto al que Maquiavelo hace referencia Livio—V 36.6 y
8 y 37.4—UBa tus gentium y tus h um anum sinónimamente).
(46) I 55 (210-211). En el ejemplo antiguo Maquiavelo menciona a Apo
lo dos veces (no aparecen referencias a Apolo ni a ningún otro dios o a dioses
en general en el Primer Libro, fuera de la sección sobre la religión romana,
es decir, I 11-15); esto hace más impresionante el silencio sobre Dios en el
ejemplo moderno.
(47) I 30, que es el capitulo central de la sección sobre la ingratitud. En
cuanto al significado del tema de gratitud, véase Maquiavelo E sortasione alia
p enitenta .
(48) II 14, 15, y 23, principio.
(49) H istorias F lorentinas II I 13.
(50) I I I 6 ( 338, 340, 343, 344, 349-354); cf. II I 25 (401). Cf. ntr>«. ante
riores págs. 173-174.
412 NOTAS
(56) P ríncipe caps. 11 (36) y 13 (45). Cf. ntras. anteriores págs. 66-68 y
221-223.
(57) P ríncipe caps. 7 (23, 26) y 26 (82).
(58) D iscursos I I I 6 (341-342, 350).
(59) Aunque evita en el P ríncipe y en los Discursos el uso de anim a, usa
en ambos libros anim o muy frecuentemente. (Burckbardt, D ie K u ltu r der R e •
naissance in Italien, 16ava edición, 476, hace referencia a un escritor que habla
de “ su anim o o anim a” ; Burckhardt añade la observación de que en aquel
tiempo la filología gustaba de poner en aprietos a la teología con esta distin.
ción.) La mayor densidad de anim o en el P ríncipe se encuentra en el capi
tulo 7; en el capítulo 7 de los Discursos, anim o es usado como sinónimo de
“ humores” , mientras que en I 45 (192) Maquiavelo hace una distinción entre
anim o y um ori, Cf. A rte de Guerra I (470) sobre el principio de César;
cf. también la sustitución de anim o por anim a en D ecam erón I 7, hacia el
fin, con la referencia a la negación por Epicuro de la eternidad de las almas
en I 6. A n im o aparece en Discursos 111 más frecuentemente que en I y II
juntos; la mayor densidad aparece en III 6 (25 veces) y 31 (8 veces). En
III 31 nos sorprende la frase “la vileza de su anim o les hizo perder... el
anim o” ; véase también el encabezamiento (“el mismo anim o y su misma
dignidad” ), y P rincipe cap. 7 (26). El uso de spirito es extremadamente raro
en ambos libros; D iscursos III 31 es uno de los muy pocos capítulos en los
cuales aparece sp irito ; para la interpretación de este capítulo téngase en cuenta
nuestras anteriores páginas 176-177.
(60) D iscursos I 10 fin. Cf. con la referencia a sem piterna infam ia la re
ferencia a perpetuo onore, cerca del principio del capítulo. En el contexto
cristiano de I 27 Maquiavelo habla de “ eterna memoria” ; en el contexto si
milar de I 29 habla de “ eterna infamia” .
(61) P ríncipe cap. 15.
(62) D iscursos II I 6 (343).
(63) D iscursos I 2 (98). Cf. Polibio V I 5.4-7.
(64) Consiérese el C om m entary on Plato"s R ep u b lie de Aven-oes, ed. cit. I
11.3-6 y H 7.
(65) D iscursos I pr. (90), 11 fin, 39 principio, II 5 principio y II I 43
principio (cf. ntro. cap. 1 nota [9]). Cf. I 10 (124) con Dante, Paradiso 7.26.
Cf. La Sum m a Theologica de Tomás de Aquino. Iq. 95a.2. y q.98a.2.
(66) D iscursos II pr. (228).
(67) D iscursos II 5 (246-248).—Savonarola, en P rediche sopra E zechiele
41 4 NOTAS
VI, dice que Dio* creó el mondo, como si dijéramos, pocos años atrás; los
años del mundo to n o poco piu d i sei m ita a n a i o q u a n ti si sieno.
(68) Cf. ntras. anteriores págs. 210-211. Con referencia a la aserción de Ave-
rroes de que Dios es la cansa formal y final y no la cansa eficiente del mundo,
véase Harry A. Wolfson, uAverroes*lost treatise on tbe prime mover” , T h e He-
brew U nion College A n n u a l X X III 1, paga. 685, 702 y 704-705.—Savonarola
Prediche sopra L ’Esodo X X ; Sono diverse scuele, tom isti, scotistí. e averroisti
inera e'm oderni, com e erano ancha antiche scuolo d i fito so fi Stoici peripaletiri
e allri.
(69) P ríncipe cap. 18 (56-57); cf. Discursos II 13 (265), 22 (294), y II I 14
(378).
(70) Discursos I 49 y III 49. Véanse las anteriores págs. 46-17, 146, 169-174,
197-200, y la anterior nota (43).
(71) P ríncipe caps. 6 y 11; cf. la similar observación sobre Savonarola
en Discursos I 11 (128). Las observaciones de esta clase aparecen en el P rín
cipe más bien qne en los Discursos. Sólo en el P ríncipe atrae Maqniavelo
nuestra atención tan claramente hacia el carácter temerario y presuntuoso de
sn empresa, diferenciado de su carácter meramente peligroso. Esto confirma
la afirmación de que en algunos aspectos el P rincipe es más franco que los
Discursos.
(72) Cf. P ríncipe cap. 6 con- cap. 18 (55). Cf. ntras. anteriores pág6. 111-
112 y cap. 3, nota (165). L. A. Bnrd, II principe, Oxford, 1891, 55, cita la
siguiente observación de Innocent Gentillet: **Cet athéiste voulant montrer
tonjours de plus fort qu’ il ne croit point anx sainetes Escritures, a bien osé
vomir ce blasphéme de dire que Moyse de sa propre vertu et par les armes s’ est
fait Prince des Hébreux..” Cf. D iscursos I I 5 sobre el origen humano de todas
las religiones.
(73) . P ríncipe cap. 7 (21). Los títulos de P ríncipe caps. 6 y 7 sugieren en
conjunción con el contenido de estos capítulos que mientras Moisés adquirió
su principado por virtud, César Borgia adquirió su principado por la suerte.
Del capitulo 7 se deduce que la virtud de César fue decisiva para su éxito;
por consiguiente, el ejemplo de sus acciones es el mejor precepto que Ma-
quiavelo puede dar para un nuevo principe. (La referencia en P ríncipe cap. 13
fin, a “ los cuatro mencionados por mi anteriormente” , es decir, César Borgia,
Dieron, David y Carlos V II, a los cuales Maquiavelo añade ahora Filipo de
Macedonia, nos hace también pensar en “ los cuatro mencionados antes” en el
capitulo 6, es decir, en Moisés, Ciro, Rómulo y Teseo, * los cuales Maquiavelo
NOTAS 415
añade Hierón al final de este capitulo; César ocupa en el capitulo 13 el
mismo lugar que ocupaba Moisés en el capitulo 6. Cuando habla de Hierón
en el capítulo 13, Maquiavelo le llama “ uno de aquellos mencionados por mi
anteriormente” .) César, se deduce, llegó a ser grande usando entre otros me
dios la simulación y el fraude. La simulación y el fraude resultarán, pues,
necesarios a todo nuevo príncipe o a todo fundador. Fneron nsados por Ciro
(D iscursos II 13), que es mencionado juntamente con Moisés en el P ríncipe
caps. 6 y 26. Maquiavelo deja al lector que saque la conclusión respecto a
Moisés. Maquiavelo encuentra semejanza entre "las acciones” de Moisés y de
Ciro; no encuentra semejanza entre sus “ vidas” : en la “ vida” de Ciro escrita
por Jenofonte, Ciro es presentado como un modelo de “ humanidad” . Véase el
P ríncipe, cap. 14 fin, asi como D iscursos III 20 (389) y 22 (394).
(74) Cf. P rincipe, caps. 6 y 26 con Livio I 4.3-4 y Justino X X III 4.
(75) Discursos I 11, 12 (129), y 13 (133). Cf. I 39, qne está ligado a I 13
por el ejemplo de Terentilo. Cf. ntras. anteriores págs. 87 y 174-176.
(76) Discursos I 8 (116), 49 (199), II I 5 (336; y 8 (359). a . I 59 (222)
con el D em etrio de Plutarco caps. 10 y 13. Cf. I I 31 con liv io V III 24.1, 6,
14-15, Leemos en Livio XXX-III 33 qne Tito Quinctio tenia alrededor de
treinta y tres años cuando fue proclamado por los griegos como su liberador;
los griegos expresaron la opinión esse aliquam in ta r is g en tem quae sua
im pensa, suo labore ac p e rio d o bella gerat p ro libertóte a lio n a n ... m aria trai-
cial n e q u o d tofo orbe terrarum in iu stu m im p eriu m sit, u biq ue ius fas lex
potentissim a sin t... hoc spe concipere audacis a n im i fuisse, ad effectu m addu-
cere et virtu tis e t fortunee ingentis. Cf. ntro. anterior cap. 3, nota (159).
(77) Véanse ntras. anteriores págs. 212-213 y 221-223. Cf. P ríncipe cap. 10
(34), 13 (44) y 19 (60, 61); D iscursos II 30, fin.
(78) P ríncipe cap. 12 (42) y 22 (74); D iscursos 1 4 (104), 37, fin, 45 y
47 (197-198); H istorias Florentinas 111 1. Cf. ntras. anteriores págs. 134-135, 151-
152 y 179-183.
(79) D iscursos I 58 (217-218) y 8 (116); cf. I I 2 (237). Véase Livio VI
16.2 y 8, 17.5, y 20.16. Cf. ntro. anterior cap. 3, nota (178).—Maquiavelo atrae
nuestra atención hacia él sanguis servatoris al hacer qne Valerio Corvino, poco
después de I 58, es decir, en I 60, hable de pro em iu m sanguinis mientras que
Livio (V II 32.14) le hace hablar de generís proem ium . Valerio Corvino, a
quien Maquiavelo llama temporalmente Publicóla, es presentado en Discursos
111 22 como el representante del tipo de capitán amable o caritativo (cf. Li-
416 NOTAS
Uncía de 1 56, el capítulo sobre los signos celestes, que III 1, donde fortuna
es reemplaza por accidentes extrínsecos, de II 29, el capitulo sobre la Fortuna
como ser pensante con voluntad, mediante cuya elección se elevó Roma a la
grandeza). Cf. I 2 (97, 101), 4 I I (127), I I I 9, y 29; también P rín cipe capí
tulos 6 y 7.
(106) H istorias Florentinas V III 36. Maquiavelo dice que Lorenzo “ era
amado por la fortuna y por Dios en el más alto grado” , y muestra por lo que
dice a continuación sobre las fatales consecuencias de la muerte de Lorenzo
que lo que él dice de Lorenzo no puede decirse de Italia o de Florencia. Cf.
nuestras anteriores págs. 238-239.
(107) Discursos III 9; P ríncipe cap. 25.
(108) Cf. Discursos I I I 31 con P ríncipe cap. 18 fin. Cf. la referencia
reciproca entre Discursos III 31 (412) y II 30, el capítulo que culmina con la
exhorución a “ controlar la Fortuna” . Cf. ib id . (413), la referencia a “ más de
25.000” . Cf. ntras. págs. 176-178 y 228-229.
(109) Cf. Discursos III 33 (41) y ntras. págs. 259-261. Cf. P ríncipe capi
tulo 6 (18) y 26 principio: Maquiavelo reemplaza la distinción entre “ fortuna-
ocasión-materia” y “ forma-virtud” por la distinción entre “ materia-ocasión”
y “ forma-virtud” .
(110) En Discursos III 1 (327-328), Maquiavelo distingue primero entre
“ accidente extrínseco” y “ prudencia intrínseca” , y después entre “ accidente
extrínseco” y “ accidente intrínseco” ; “ accidentes intrínsecos” son lo mismo que
“ prudencia intrínseca” , o por lo menos, la incluyen.
(111) I 11 (126-128), 12 (128-129), 39 principio, 47 II 22 (293), 111 6
(353), 33 (416, 417), y 34, encabezamiento. Cf. anteriores págs. 65-67, 251-2S2 y
257.—AI citar en III 33 (417) dos frases referentes a un accidente que Livio
habia puesto en boca de un dictador, Maquiavelo hace tres importantes cam
bios. Mientras el personaje lívico habla de “ la fortuna del lugar” , Maquia
velo le bacc hablar de “ fortuna” , indicando de este modo el carácter general
del problema; además, omite la frase intermedia en la cual el dictador atri
buye a los dioses el accidente en cuestión; finalmente omite la plegaria del
dictador a los dioses, testigos del tratado, que serian los que impusieron al
enemigo la penalidad debida por haber violado el tratado (Livio V I 29.1-2).
(112) Cf. P rincipe cap. 20 (68) con cap. V I (19). En cuanto al contexto
de ambas declaraciones, véanse ntras. anteriores págs. 68-71. Véanse tam
bién ntras. anteriores págs. 87 y 225-228.
(113) Cf. ntras. págs. 241-244.
NOTAS 41 9
(114) Cf. por ej. Cicerón, D e natura deoru m I 33-35 y A cad. Post. I 29.
(115) D iscursos I 2 (98, 101), 6 (108), y III 1 (327); Polibio VI 5. 1, 4,
8 ; 6.2; 7.1; 9.10, 13-14.
(116) Dante, Inferno 4.136; rf. Platón, Leyes 889a4ff.
(117) Discursos II 5 (248) y III 1 (327). En las H istorias Florentinas Ma
quiavelo pone la distinción entre cuerpos mixtos (es decir, sociedades) y cuer
pos simples (es decir, seres vivos) en boca del exiliado Rinaldo degli Aibizzi
que, ansioso de volver a su patria, hace grandes promesas a un principe ex
tranjero. Rinaldo dice de los cuerpos simples que frecuente-mente requieren
Kel fuego y el hierro” para su curación, y de los cuerpos mixtos que frecuen
temente requieren el “ hierro” para su curación. Cuando hizo esta distinción,
todavía tenía esperanzas de volver a su patria terrena. En una fecha poste
rior, cuando había perdido toda esperanza de volver a su patria terrena, trató
de conseguir la patria celestial. Cf. H istorias Florentinas V 8 y 34 con D is
cursos II 32. Cf. D iscursos 1 47 (197): le cose e g li accidenti d i esse . Consi-
dórese también el uso como sinónimos de ánim o y untori en D iscursos I 7
(cf. nlra. nota anterior [59]). Savonarola, P red id te sopra E zechiele X X X V III:
ogni corpo m isto i com posto d i quattro elem cnti.
(118) “ Materia superfina” : Discursos II 5 (248). En el P rincipe y en los
D iscursos juntos, “ forma” aparece catorce veces y “ materia” 51 veces. Con
fróntese Discursos III 8 ( “ él pudo imprimir la forma de su ambición sobre la
materia corrupta” ) y 36 (“ natural furor y accidental orden").
(119) 21.41. El dicho tomado del diablo en cuestión se refiere a Lucca,
la ciudad de Castruccio. Lucca es mencionada en tres dichos de Castruccio o
en conexión con ellos: núms. 13, 23 y 33. Maquiavelo indica el plan de la se
lección de dichos al adscribir el primero de loa dichos pertenecientes a la
sección de Diógenes (núm. 22) y ningún otro, a Castruccio joven.
(120) P rincipe cap. 6 (19), 8 ( 28), 15 (49). y 20 (68); D iscursos I 11, 12
(128-129), 14 principio, 19 (147), II 5, 25 (306), y III 1. Cf. ntras. anteriores
págs. 165-167, 174-176, 221-223, 228 y 263-265.
(121) P rincipe caps. 8 (28) y 15 (49); D iscursos 1 10 (121-124), 11 (126),
12 (129), 14 principio, 17 (141), y 55 (210-211).
(122) D iscursos I 10 (véase el paralelo en O pere II S38), 11 (126.128), 19,
21, 22 y 23 (1S1). Cf. ntra. anterior pég. 162 y el cap. 1, nota (56>.—La re
pública romana debía su imperio a un modo y a un orden descubiertos por
su “ primer legislador” ; este primer legislador fue o bien Rómulo o Tulo, o
Apio Claudio, pero desde luego no Numa. Cf. II 1 (231) y 3 (241), teniendo
420 NOTAS
Sea como sea, la primera mitad de la lista termina con la humanidad, qne
es el snstitnto maquiavélico de la humildad, mientras la segunda mitad ter
mina con la religión. Nos sentimos tentados a decir que Maquiavelo invierte
el orden de las dos Tablas.
(140) D iscursos I 10 (122-123), 47 y II 22; P rincipe cap. 16. Cf. ntras. an
teriores págs. 122-124.
(141) Discursos i n 40. Las dos últimas referencias precedentes al camino
intermedio aparecen en III 21, el capitulo central de la subsección de Tácito,
y en III 2. Maquiavelo se refiere en II 40 a la discusión del camino intermedio
que aparece en I 23, el sermón central sobre texto lívico.
(142) P rincipe caps. 9 (31), 15 (49), y 17 (52); D iscursos I 58 (218) y III
31 (411-413). a . Livio IX 3.11 y 12.2.
(143) P ríncipe caps. 15-16.
(144) D iscurios I 6 (110-112); P rincipe cap. 16.
(145) Según se deduce de Discursos I 2 (98), especialmente si se compara
con Polibio V I 5.10-6.9, el conocimiento de la justicia presupone leyes po
sitivas (no existe el derecho natural), mientras qne el conocimiento de lo
honesto (la moral) precede a las leyes positivas. Cf. ntra. pág. 285.
(146) D iscursos I 26.
(147) Discursos III 3 (334), 9 (363-364) y 21; P ríncipe cap. 18 (55):
m ezto bestia e m ezzo uom o.
(148) Cartas a Vettori de 3 de agosto de 1514 y 31 de enero de 1514 (cf.
P ríncipe cap. 15); H istorias Florentinas V III 36. Cf. Discursos I 6 (111-112).
(149) P ríncipe caps. 17 (52) y 18 (56); Discursos III 21 (390-391). Cf.
Discursos II 24 (299).
(150) P rincipe cap. 8 (30); Discursos I 13 (132), 15 (136), y 41. En Dis
cursos I 51 Maquiavelo habla de “ esta prudencia bien usada", pero aquí “ pru
dencia” significa una regla o norma de la prudencia; cf. II 26 principio.
(151) P rincipe cap. 8 (28). En Discursos I 10 (123), Maquiavelo atribuye
“ virtud” al “ criminal” Severo. En Discursos I 17 (141) distingue “ bondad” y
“ virtud” con objeto de aclarar que lo importante es la virtud. Para la distin
ción entre bondad y virtud, véase también III 1 (327-328). Cf. también la
distinción entre el sabio y el bueno en H istorias Florentinas IV 1 y V II 13. De
acuerdo con el cambio en el significado de “ virtud”, “la verdadera vida” y
“ los debidos medios” se usan también en un sentido amoral; véase I 41, 48
y III 9; cf. P rincipe caps. 7 (21) y 12 (40) acerca de Sforza. Cf. ntra. ante
riores págs. 54-5S.
NOTAS 423
(157) P ríncipe cap. 8 (27-28). Cf. D iscursos III 31. Compárese, sin em
bargo, D iscursos II 18 (280), con II I 21.
(158) D iscursos I 58 (220), II 24 (305), III 9 y 13.
(159) A la critica del camino intermedio en los Discursos corresponde la
critica de la neutralidad en el P rin cipe cap. 21 (71-73). Maquiavelo indica
la conexión entre “ el camino intermedio*’ y "el camino neutral” en Discursos
II 23 (297), en un capítulo precedido por una critica de una forma particular
de neutralidad (I I 22). Para comprender el pasaje del P rin cip e sobre la neu
tralidad, hay que tener en cuenta dos cosas. La crítica de la neutralidad que
aparece en el centro del capitulo 21 corresponde a la observación sobre la
imitación de Fortuna, que aparece en el centro del capítulo 20; y la critica
de la neutralidad está basada en cierta medida sobre la fe en el poder de la
justicia. Conforme la fe en el poder de la justicia o en la imitación de For
tuna se debilita, los argumentos a favor de la neutralidad (o del camino in
termedio) se fortalecen. Cf. ntras. anteriores págs. 61-79, 96-97 y 265-266, asi como
ntro. cap. 2, nota (63). La diferencia del modo de tratar el “ camino neutral”
en los dos libros ilustra la relación entre ambos.
(160) P rin cipe cap. 25. Cf. ntras. págs. 259-267.—Véase Tomás de Aquino,
Sum m a Theologica 1 q.82. a.l.
(161) D iscursos 1 2 (100), 6 (111-112), 14 (133-134), 18 (145), 38, y SI.
(162) P ríncipe caps. 8 (27, 30), 12 (41) y 1S (49); D iscursos I 9, fin,
17 (138), 29 (159), II 10 (256), y III 30 (409)
(163) D iscursos I 10 (122-124), 17 (141), 29 (161), 37 (176), II 6 y III
24-25. Cf. ntras. anteriores págs. 228-230.
(164) Cf. también el principio de Discursos I 21. P rincipe caps. 7 (24,
26), 13 (45), 18 (5S, 57), 21 (71), 22 (74), 23 (76), 24 principio, y 25; D is
cursos I 14 (133-134), 19 (147), 24 (154), 33 (168), 40 (185), 41-42, III 8 (361),
9. 21 (390, 391), 22 (392-394), y 46 (440). Cf. A rte de la Guerra II (504), V I
(586-587), y V II (616-618).
(165) Discursos III 12. La única referencia de Maquiavelo a los filósofos
morales se refiere a su alabanza de la necesidad. Cf. I 3 (103), 28, 29 (160-161),
30 (162-163), I I 12 (262), y 27 (310-311); P rincipe caps. 12 (42) y 17 (53).
Cf. H istorias F lorentinas TV 14 y 18.
(166) Discursos I 2 (98), 3 (103), 37 (175), II 6 (248), 8, III 8 (361), 12
(372), 16 (382), y 30 (409); A rte d e lo Guerra V I (485) y V II (612). a . Li-
vio V 48.6.
(167) Discursos I 36 (174), 37 (178), II 2 (238), 6, III 6 ( 339, 341), y 23
NOTAS 425
(397); P rincipe cap. 17 (53). Sobre el tema del hambre, cf. también Día-
curaos I 1 (94), 7 (113), 32 (166), y 11 5 (247). Al repetir una hiforia en la
cual Livio había hablado «¿lo de una plaga (V 13-14), Maquiavelo añade el
hambre a la plaga: Discursos I 13 (131); cf. también el relato de Maquiavelo
«obre la invasión gala de Italia en Discursos II 8 (251-252) con el relato de
Livio (V 33-34). Cf. Livio III 68. 4-6. Cf. ntra. anterior pág. 230. En Discursos
III 26 Maquiavelo, modificando el informe de Livio (IV 9. 4-5), hace de la
mujer que dio ocasión a la guerra civil en Ardea una rica heredera: Livio no
prestaba suficiente atención a la importancia de la riqueza. Si habia riqueza
en Ardea, puede suponerse que había riqueza en Roma en el mismo periodo,
contra lo que sugiere el precedente capitulo de los D iscursos ; con referencia
a la ambigüedad de la tesis de este capítulo, véanse ntras. anteriores págs. 177-
179. Considérese también el desprecio de la liberalidad en favor de la parsi
monia e incluso de la tacañería en el P ríncipe cap. 17.
(168) Discursos II 10 (258-259). Como afirma Maquiavelo, Livio sostiene
tácitamente que el dinero carece totalmente de importancia para ganar las
guerras, mientras que sostiene explícitamente que la suerte o la buena suerte
son importantes. En otro lugar (II 1) Maquiavelo dice, criticando abiertamente
a Livio, que los buenos soldados no pueden menos que tener buena suerte;
en el presente contexto dice que los buenos soldados no pueden menos de
entrar en posesión de dinero; el status del dinero no es diferente del de la
suerte. Como Maquiavelo señala en otras ocasiones (I 37, SI, II 6 y III 10),
el modo romano de hacer la guerra dependía decisivamente del dinero, de una
tesorería repleta. La necesidad de dinero es, cuando menos, más evidente
que la necesidad del favor de Fortuna. Nos sentimos tentados a decir que
Maquiavelo sugiere que Fortuna sea reemplazada por el dinero. (En cuanto
a la conexión entre Fortuna y dinero, véase P ríncipe cap. 7, principio.) En
todo caso, desde el punto de vista de Maquiavelo, Livio no está enteramente
en lo cierto en lo que se refiere a las causas; cf. la nota precedente, asi como
ntro. cap. 3, nota (91) y ntras. anteriores págs. 145-149 y 259. (Livio, que es
la autoridad en lo que se refiere al poder y la intención de Fortuna, es pre
sentado en II 10, como la autoridad que atestigua que el dinero no tiene im
portancia y con ello que Fortuna sí la tiene, teniendo en cuenta la función
particular de la sección —II 11-15—a la cual I I 10 sirve, como si dijéramos,
de prefacio.
(169) P rincipe caps. 17 (53), 22 ( 74), y 23 cerca del fin; D iscursos I 1
426 NOTAS
(208). Véase III 1 (329), 20, 22 (39S), y P ríncipe cap. 19 (61). Cf. ntras. ante
riores págs. 148-149 y 301-302, así como la nota (126).
(187) Discursos III 20-22 y 7, fin.
(188) Discursos I 40 y III 6 (338, 356, 357). Cf. ntro. cap. 3, nota (109).
"República" aparece en 33 cabeceras de capitulo, "príncipe" (o “ principado")
en 20, y “ tiranía" en 2 (I 10 y III 28- I I I 28 es el capitulo 121 de los D is
cursos).
(189) Discursos I 10 (124), 11 (127), 12 (130), 43 (190), y II 2 (239-240);
H istorias Florentinas V 1. Cf. Espinosa, Tractatus políticos VI 40 y V III 46,
acerca del diferente status de la religión en las monarquías y en las repúblicas.
Cf. ntra. anterior póg. 274.
(190) Disoursos I 2 (98-99), 9, 10 (124), 11 (125, 128), 16 (137, 140), 17
(141, 142), 18 (145-146), 23 (151), 55, 58 (220), III 4 (335), 5 (336), y 30. Cf.
ntras. anteriores págs. 301-302 y 305-307.
(191) Discursos I 16 (138-140) y III 30 (409-410); P ríncipe cap. 19 (62),
cf. ntra. anterior pág. 30.
(192) P rincipe caps. 3 (12), 6 (18-20), 8 (28), 9 (32-33), 15, 18 (56), y 26,
principio; Discursos I 9 (120), 10 (123), 17 (141), 20, 27, 58 (220), y I I I 22
(395-396). Cf. ntras. anteriores págs. 291-293. El punto de vista de Maquiavelo
sobre el status de la virtud moral aparece con la mayor claridad en sus ex
presiones y silencios con respecto a la castidad. Menciona la castidad como la
séptima virtud en su enumeración de las virtudes morales ( P ríncipe cap. 15),
pero mientras habla en los 4 capítulos siguientes de todas las otras virtu-
pero mientras habla en loe cuatro capítulos siguientes de todas las otras virtu
des enumeradas en el capitulo 15, guarda silencio acerca de la castidad, e in
cluso acerca de la necesidad de aparentar ser casto; porque su observación de
que el prínripe debe renunciar a las mujeres de sus súbditos, y también las pro
piedades de sus súbditos, difícilmente puede ser considerada como una dis
cusión acerca de la castidad; cf. caps. 17 (53), 18 (56) y 19 (57) con la refe
rencia a la castidad de Ciro a fin de la precedente sección del P ríncipe, es de
cir, al fin del capítulo 14. En cuanto al precepto de que el príncipe debe
abstenerse de las mujeres que pertenecen a sus súbditos, cf. el silencio sobre
este tema en Discursos III 6 (341) y 17 (387) con I 37 fin. Maquiavelo no
menciona la violación de Virginia en su enumeración de los errores cometidos
por Apio Claudio ( D iscursos I 40). Cf. también el modo de tratar el incidente
de Virginia en III 5. En II I 26 utiliza el incidente de Lucrecia y el incidente
de Virginia para mostrar que las mujeres han hecho gran daño a los estados
NOTAS 429
(cf. Livio I 57.10). En este contexto y sólo allí e> donde Maquiavelo ae re
fiere explícitamente a Aristóteles: parece a primera vista que la única doc
trina de Aristóteles con la que Maquiavelo está de acuerdo es la doctrina de
que los tiranos deben evitar el hacer daño a sus súbditos en lo referente a las
mujeres; pero incluso respecto a esta doctrina, y precisamente respecto a
esta doctrina, existe un sutil desacuerdo. Cf. ntras. anteriores págs. 311-313.
El énfasis del P ríncipe (véase especialmente el capítulo 1) 6obre las clases de
materias y los modos de adquirir principados, distinguiéndolos de las clases
de estructuras y de los fines de los principados, se justifica por el carácter fun
damental de la adquisición.
(193) D iscursos I 3, 37 (176, 178), 40 (187), 46 (193), y III 22 (393-395).
Cf. I 50 (201) con III 11.
(194) P ríncipe caps. 7 (23-24), 8 (27, 29), y 9 (31, 33); D iscursos I 1 (94),
2 (98), 9 (121), 10 (122-124), 16 (137, 139-140), 25, fin, 26, 29 (161), 37 (177,
178), 40 (186, 187), 52 (204, 205), II 2 (235, 236-237), 13, 111 4, 6 ( 354, 355,
356), y 8 (360); O pere II 707. Cf. Aristóteles, P olítica 1297b 1-10 y 1308b
33-1309a 9. Cf. la afirmación de Hobbes de que la tiranía es simplemente una
monarquía “ que no agrada” (Leviathan cap. 19). Cf. ntras. anteriores pági
nas 313-314.
(195) Discursos I 8 (116), 24 (154), y III 8 (360-362). Cf. 1 pr„ principio,
II 2 (237-238), 33 (325), y III 9.
(196) P ríncipe caps. 19 (61-66) y 20 (67); D iscursos I 40 (187) y 41.
(197) Discursos III 2, 3 (334), 6 (338, 340, 346-347, 352, 354, 356), 8
(361-362), 9 (363), 11 fin, 22 (392), 23 principio, 30 (408-409), 34 (419-420);
35, y 42. Cf. Livio I 56. 7-12.
(198) Discursos I 29 (161), 30, 52, y II 28 (313); P ríncipe caps. 22 y 23
(76). El capitulo que contiene la discusión del posible abandono por Soderini
de la causa de la libertad para pasarse a la causa de los Médicis (I 52) está
colocado a mitad de distancia de dos capítulos de los Discursos que se inician
con “ yo creo” (I 18 yII 26). La reflexión sobre el hecho de que I 52 es el
único capitulo de todo el libro en que aparece densamente la palabra “ Piero”
mostrará que es sensato describir este capitulo romo el más importante de
los D iscursos. Esta reflexión presupone en especial la suficiente comprensión
de I 9. Cf. ntras. anteriores págs. 122-124 y 317-318.
(199) D iscursos I 1 (95), 2 (98), 6 (112), 16 (138), 37 principio, 46, y III
16 (381).
(200) P ríncipe cap. 15 (49), 17 (53), y 18 (55-57); D iscursos I pr,, prin-
430 NOTAS
cipio, 3, 9 (120), 26-27, 29 (160-161), 35 (174), 37, principio, 40 (188), 42, 47-48,
57, 58 (217-219, 221), I I pr. (229), III 12 (371), y 29. Cf. Hobbes, D e C ive
pref. Véase nlra anterior pig. 302.
(201) P rincipe caps. 2 (6), 9 ( 32), 10 ( 35), 17 (53), y 20 (69); D iscursos I
2 (98), 37 (175), 57 fin, III 6 (354), 12 (371), 23, 30 (409), 34, y 43 (435).
Cf. Polibio VI 6.2-4. Al reproducir a Livio II 44.7, Maquiavelo reemplaza res
Rom ana por ¿i nom e R om a no ( Discursos I I 25, principio). Cf. ntra. anterior
pág. 328.
(202) P rincipe cap. 17 (53); Discursos I 7 (115), 20, 29 (159-160), 30
(163-164), 35-36, 40 (188), 43, 45 fin, 48, 60 (224), II 2 (235-236, 239), 24 (301,
303), 33 (325), III 10 principio, 15 (379), 21 (390), y 28. Cf. III 28 con I 9.
(203) P ríncipe caps. 6 (19), 7 (26) y 15 (48); Discursos I pr. (89), 58 (217),
III 2 ( 333) y 27 (404). Cf. ntras. anteriores págs. 293*295, asi como las notas
(152) y (159).
(204) Cf. la caria a Vettori del 10 de diciembre de 1513 con ntras. pági
nas 291-292.
(205) Discursos I pr. (89, 90), 2 (100), 10 principio y fin, 38 (179), 58
(219), II 2 (237-238), 13 fin, 23 ( 297-298), 26 ( 309), 27 ( 311), 28 ( 313), 30 ( 318),
33 (325), III 2 (332, 333), 10 (367-368), 21 (389), 35 (423), y 41; Cf. II 10 (258)
con A rte de Guerra IV (546-547), VI (585-586), y V II (612); P ríncipe cap. 25
(79); O pere II 538-539; carta a Vettori de 10 de diciembre de 1513. Cf. Tomás
de Aquino, Sum m a Theológica 2 2 q. 132. a. 4. ad 2. Cf. ntras. anteriores
págs. 341-343.
(206) P rincipe caps. 3 (12), 18 (57), y 25 (79); D iscursos I 10 (122-123),
25 principio, 27 (158), 53, 58 (218), III 2 principio, 34, 35 (422) y 49 (443);
H istorias Florentinas pr.; O pere II 538. Cf. ntra. anterior pág. 334 (Severo),
asi como ntras. anteriores págs. 50-51 y 162.
(207) Discursos I 29 (161). Cf. ntras. págs. 306-307.
(208) Cf. Discursos III 31, principio con P ríncipe cap. 8 (28); H istorias
Florentinas V 1, fin. Cf. ntras. págs. 263, 306-307 y 343-344. Según Tomás de
Aquino ( Sum m a Theológica 2 2 q. 80 a. 1. ad 2.), la humanidad es una virtud
que regula nuestras relaciones con nuestros inferiores. Cf. ntra. anterior pá
gina 250.
(209) Cf. ntras. anteriores págs. 339-341.
(210) Cf. ntras. anteriores págs. 68-69.
(211) En cuanto a Arislipo (cf. ntra. anterior pág. 270), véase Jenofonte,
M em orabilia II 1.
NOTAS 431
(212) Etica a N icóm aco 1181a 12*17.
(213) Cf. Discursos III 41.
(214) P rincipe cap. 3 (12); Discursos II 2 (239), III 11 y 30 (409).
(215) Discursos I 18, 55 y II I 26 (cf. nuestra nota [192]). Platón, Leyes
709d 10.710b 2, 711a 6-7 y 735d 2-e 5; cf. 690a 1-c 4.
(216) Discursos I 58. Cf. también la defensa del pueblo contra Livio en
Discursos III 13 y el correspondiente cambio de una historia livica (IV 31.3*4)
en III 15 principio. Cf. I 49 principio y fin, con los discursos plebeyos en
Livio IV 4.1*4 y 35.5*9. Cf. ntras págs. 151*154.
(217) Cf. también la extraña “ dependencia” del Castruccio de Diógenes
Laercio (cf. ntras. anteriores págs. 270-271
(218) Cf. ntras. anteriores págs. 291-295, 340-341 y 343*344.
(219) La demanda de esta clase de noble retórica, como diferente de la
otra clase discutida en el Fedro, es característica del Gorgias. Considérese Aris
tóteles, M etafísica 1074b 1*4. Cf. ntras. anteriores págs. 149-150.
(220) Platón, R epública 493a 6*494a 7.
(221) Cf. desde este punto de vista “ Vorrede zu Hinricht, Religionsphilo*
eophie” , de Hegel (B erliner Schriften, ed H o ffm eister 78*79) con los paralelos
en la R epública de Platón. Cf. ntras. anteriores págs. 205*208 y 304*307.
(222) Discursos II 5. Cf. E tica a N icóm aco de Aristóteles, 1094a* 26*b 7, y
Política 1268b 22ff., y 1331a 1*18 (cf. el Comentario sobre la Política V II,
Iectio IX, de Tomás de Aquino); y H ieran, de Jenofonte 9.9-10. Cf. ntro. an
terior cap. 2, nota (53).
INDICE DE AUTORES CITADOS
Página
Introducción............................................................... 9
I. El doble carácter de la doctrina deM aquiavelo......... 17
II. La intención de Maquiavelo: elPríncipe.................... 63
III. La intención de Maquiavelo: los Discursos.............. .* 101
IV . La doctrina de Maquiavelo......................................../ 209
Notas.......................................................................... 365
Indice de autores citados........................................... 433