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KINICH

Hace mucho tiempo atrás, en la ciudad de Chichen Itza, se llevaban a cabo los preparativos para el día del
equinoccio, el día que despertaba el gran dios Quetzalcóatl, los mayas esperaban con mucha efusividad, ya que
se daría la creación de un nuevo ser.

Con total belleza, la serpiente descendió a la tierra, las estrellas se alinearon, en la punta estaba el Sol, el Dios
lo tomo con su boca, se desprendió una pluma y los fusiono, eso dio origen a Kinich (que significa “rostro del
sol”), era un ave bellísima, su cuerpo permanencia cubierto de fuego, se le desprendían fuertes llamaradas, por
la noche se desvanecía, permanencia cauta a la espera de los primeros rayos solares para poder surcar con
total libertad los aires de la península de Yucatán.

El tiempo transcurrió, las creaciones convivían en armonía, estaba Báalam, el jaguar que representaba el poder
de lo nocturno y el inframundo, Ts’unu’une’, el colibrí, encargado de llevar pensamientos buenos a los
hombres, Péepen, la mariposa, simbolizaba a los guerreros muertos en combate, Tunkuluchú, el búho, aquel
que conocía el camino al Xibalbá (“mundo de los muertos”), entre muchos otros; pero Kinich no encontraba su
sitio en el mundo, debido a su condición, las otras criaturas preferían evitarlo.

Un día, harto de esa situación, salió volando, su velocidad era tal, que hacía ver al jaguar como una tortuga,
pero no pudo mantenerse así mucho tiempo, se descontrolo y cayó en la copa de un árbol, sus llamas
rápidamente lo prendieron, el fuego alcanzo a uno, a otro y a otro más, en cuestión de minutos, la selva ardía.
Los animales huyeron y avisaron a los mayas que algo pasaba, estos, enviaron a sus mejores guerreros, pero no
pudieron hacer mucho contra el fuego, regresaron a pedir ayuda y la sociedad se volcó para apagarlo.

En el cielo se encontraba Kinich, recuperándose de la caída, al ver todo el caos que había causado y el miedo
que había infundido, se lleno de orgullo, se sintió invencible, poderoso, indestructible. Comenzó a esparcir su
fuego a cada rincón que le fue posible, quería dominar la península, ser venerado como lo hacían con su
creador.

Curiosamente el día que Kinich descubrió el potencial de su poder, coincidió con el segundo equinoccio anual.
La tarde llego y el Dios descendió, se estremeció al ver todo el caos que había logrado uno de sus hijos mas
poderosos, a toda prisa, fue a buscarlo, tenia la furia contenida de muchos milenios, conocía cada debilidad y
fortaleza de sus creaciones

Kinich con tanta soberbia e ira encima, creyó que podría derrotar a Quetzalcóatl, así que acudió a su
encuentro. El cielo se tornó oscuro, el sol se cubrió con un manto negro, destellos instantáneos de luz sacudían
el cielo, dieron una digna batalla, pero la noche se acerco y la fuerza de Kinich era cada vez menor.
Quetzalcóatl venció, al ser un Dios inteligente y piadoso, aunque sanguinario, decidió no destruirlo, al hacerlo,
los demás seres lo honrarían con miedo, solo lo dejo caer y regreso al cielo, no sin antes otorgarle unas
palabras.

Kinich cayo en la cima de la pirámide, todos asustados, volvieron su cabeza en su dirección, las sombras se
disiparon, el cielo mostraba al sol a punto de esconderse, era un atardecer con tonos azules, naranjas y
blancos, el ultimo rayo de luz hizo que un intenso resplandor deslumbrara a la ciudad, Kinich había renacido,
esta vez tenia un nuevo plumaje, uno escarlata. Quetzalcóatl le explico el motivo de su creación, el
representaba al sol, a su renacimiento, a la esperanza de un nuevo comienzo y el valor, que nunca debe morir
en el hombre.

Vivió en armonía, acompañando a los mayas a las guerras, brindándoles calor y fuerza, así nació la leyenda de
Kinich.

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