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La verdad es que lo que llamamos capitalismo debería llamarse proletarismo, pues lo que lo
caracteriza no es el hecho de que algunas personas posean capital, sino que la mayoría sólo tengan
salarios porque no tienen capital.
También desde un principio admite que su juicio es arbitrario, pero no inútil: “En
ese caso la palabra es inútil. El uso que yo hago de ella puede ser arbitrario, aunque no es
inútil”. Por otro lado, para presentar un tema tan complicado se utiliza un lenguaje sencillo
y se presentan algunas metáforas, que aligeran el tema explicándolo fácilmente: “La justicia
del Estado lo abarca todo, es como poner todos los huevos en el mismo cesto: muchos serán
huevos podridos” o “El capitalismo es un monstruo que crece en los desiertos”.
En esta última cita nos presenta una parte importante de su teoría explicando cómo el
capitalismo es una construcción fácil y atractiva para territorios sin mucho desarrollo y que
este es difícil de introducir en sociedades más elaboradas, la cuales al final aceptaran este
modelo por su practicidad:
Lo más que podríamos admitir es que el principio en que se basa la chimenea es más simple que el
principio del arco; y por esa mismísima razón la chimenea de fábrica, como la torre feudal, se
levanta más fácilmente en un desierto horrible y yermo.
Con base en lo anterior Chesterton nos presenta su tesis principal, una idea, la cual va a
estar acariciando durante todo el texto: la solución (más adelante nos presentará la forma de
llevarla a cabo) es una buena distribución de la propiedad privada, basada en el constructo
social y cultural de cada país.
Para lograr la asevaración pasada en este ensayo se desmontan las ideas preconcebidas de
que el mismo surgió de una manera y que esta forma evolucionó hasta convertirse en lo que
reconocemos como capitalismo y que al final esta no se puede cambiar:
En general, queremos decir que la pasión moderna a favor de un incesante e impaciente comprar y
vender va acompañada de una desigualdad extrema de hombres demasiado ricos y demasiado
pobres […] La tesis de que aquellos que empiezan razonablemente iguales no pueden permanecer
razonablemente iguales es una falacia enteramente fundada en una sociedad dentro de la cual los
hombres empiezan siendo extremadamente desiguales.
En resumen podemos decir que el capitalismo es desigual, y esto provoca un efecto dominó, en
donde las personas tienen que retirarse del juego y cederles el paso a personas con mayores
posibilidades, esto da la formación de monopolios, los cuales fomentan la acumulación desmedida y
al final destruyen la propiedad privada del más débil.
Cuando por un momento estamos satisfechos, o hartos, después de haber leído las últimas noticias
de los círculos sociales más altos, o los informes más exactos de los tribunales de justicia más
responsables, nos volvemos de manera natural al folletín del diario, que se titulará «Envenenado
por su madre» o «El misterio del anillo de compromiso rojo», en busca de algo más tranquilo y más
[…]
El dicho al cual me refiero reza así: los temores acerca de la degeneración social no deben
inquietarnos, porque tales temores se han manifestado en todas las épocas; y siempre hay personas
románticas y retrospectivas, poetas y demás basura, que miran atrás, a «felices viejos tiempos»
imaginarios.
Retomando el discurso del capitalismo, también se acusa a éste de que al ver su discurso
inservible, este modelo tome el de su mismo rival, el comunismo, para poder seguir
funcionando, y para comprobarlo vuelve otra vez usar metáforas, pero esta vez con
ejemplos literarios: “Robinson Crusoe posiblemente pueda obligar a Viernes a trabajar a
cambio de nada más que su manutención, ya que el hombre blanco tiene todas las armas”.
Hay que admitir que el autor del ensayo tiene una maestría en las funciones de la lengua, ya
que cada capítulo inicia de una manera sorprendente, la cual te atrapa. En el caso del tercer
apartado, Chesterton comienza con un enunciado ligeramente sarcástico, el cual aliviana la
lectura, desconcentra al lector, pero sobre todo llama la atención de éste:
Hubo una vez, o quizá más de una vez, un hombre que entró en una cantina y pidió un vaso de
cerveza. No mencionaré su nombre por razones diversas y obvias: hoy en día tal vez sea
difamatorio decir esto de un hombre, y quizá podría exponerlo a la persecución policial bajo esas
leyes cada vez más humanas de nuestros tiempos. En lo que concierne a esta primera acción
referida, podría haber tenido cualquier nombre: William Shakespeare, o Geoffrey Chaucer, o
Charles Dickens, o Henry Fielding, o cualquiera de esos nombres comunes que surgen en todas
partes entre el pueblo.
Y otra vez su técnica de comenzar con oraciones sencillas, atrayentes nos sorprende,
porque conforme vamos avanzando en la lectura nos damos cuenta que los temas van
subiendo de intensidad y dificultad, pero por la forma en la que se tratan el lector no lo
nota, es más, puede procesarlos y entenderlo sencillamente.
Pido a todos que piensen, libre y abiertamente, si no puede llevarse a cabo algo en el estilo de lo
aquí indicado, aunque se haga, en cuanto al detalle, de manera diferente; porque es una cuestión del
modo de ver de los hombres.
Por último, la aseveración más importante que podemos sustraer del cuarto apartado es la
advertencia de que el capitalismo no debería ser remplazado por el comunismo.
Bibliografía
Gilbert, Keith, Chesterton, Los límites de la cordura El distributismo y la cuestión social, El buey
mudo, Madrid, 2010.