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Crisis de urbanización no sostenible en la corona de ciudades, pueblos y municipios

que rodean a la ciudad de México

Los hechos

Las grandes ciudades de México sufren hoy una crisis inédita y creciente de
sustentablidad ambiental, económica, social y política ocasionada por una acumulación
incontrolada de procesos de destrucción de recursos naturales, de crecimiento de
población, de desempleo y marginación, de virulentas rupturas en los tejidos
comunitarios y las normas de convivencia y del uso del suelo, así como por la
acumulación desbocada y la sinergia de problemas ambientales y de salud altamente
riesgosos e imprevisibles.

La destrucción de los tejidos comunitarios se desarrolla, sobre todo, como un resultado


combinado de los acelerados y dolosos procesos de descampesinización, del
desplazamiento masivo de inversiones de capital y especulación hacia la compra de
terrenos y desarrollos inmobiliarios, de la construcción privada de numerosas unidades
habitacionales y por la privatización creciente de diversos servicios urbanos públicos
como los de agua, basura, etcétera.

Este proceso, a lo largo del sexenio pasado (2000-2006), propició en todas las grandes
ciudades del país la creación y ampliación de nuevas megavialidades, libramientos y
distribuidores, el desbordamiento incontrolado del parque vehicular; el emplazamiento
de miles de nuevas estaciones de servicio de gasolina y gas, la ampliación e
internacionalización de los aeropuertos, el crecimiento desbocado de un millón y medio
de “efímeras” casas muy pequeñas para unidades habitacionales de “interés social”, la
construcción de miles de nuevos centros comerciales sobre todo de firmas
transnacionales, (sea a la manera de grandes malls o como cadenas de tiendas de
conveniencia, restaurantes, papelerías, etc.), el emplazamiento de corredores de nuevos
hoteles y otro tipo de instalaciones turísticas, balnearios, parques de diversiones
“temáticos”, casinos, centros de apuestas deportivas, clubes de golf, el emplazamiento y
la ampliación de numerosas universidades privadas, la deforestación de las últimas
reservas de bosques cercanas a las áreas urbanas, el levantamiento de numerosas zonas
de veda de agua y la consiguiente perforación de miles de nuevos pozos que hoy
sobreexplotan el subsuelo, el surgimiento descontrolado de tiraderos de basura a cielo
abierto, así como la creación de gigantescos rellenos sanitarios o la promoción de
problemáticos incineradores de basura, la instalación de miles de antenas de transmisión
de telefonía celular y la consabida invasión agresiva de anuncios espectaculares.

En el centro del país, el resultado de ello es el crecimiento fuera de control de la gran


mancha urbana de la llamada megalópolis del centro de México, que, como siempre, se
expande a costa de cada vez más tierras campesinas e indígenas, así como de las
condiciones naturales de vida de los pueblos Nahuas, Ñañus, Mazahuas, etc., que
colindan con las megaurbes de México, Morelos, Puebla, Tlaxcala, Hidalgo, Querétaro,
Michoacán, Guanajuato o Jalisco.

Regiones que se ven obligadas a entregar sus reservas de agua superficial y profunda,
sus tierras agrícolas fértiles, sus bosques, sus humedales, su biodiversidad y sus
conocimientos tradicionales, mientras se ven obligadas a recibir todos los detritus
putrefactos de las ciudades modernas, sea por medio del agua, el aire, la tierra y la
basura que arroja el metabolismo del gran sistema central de ciudades industriales de
México.

Al mismo tiempo que este patrón de descampesinización y urbanización salvajes se


encarga de destruir las últimas zonas de recarga de acuíferos, los últimos ríos y
manantiales y los últimos sistemas rurales de purificación de aguas y aires que
sobreviven en la región. Para mejor captar los problemas que subyacen a estos
fenómenos catastróficos hay que tener en cuenta las dinámicas económicas profundas
que más han estado afectando la vida del país.

Estrés económico

Aunque los actuales beneficiarios de estos procesos de crecimiento urbano son muy
pocos grupos de empresarios y políticos del más alto nivel, el resultado de estas
dinámicas de urbanización no parece responder a ningún proyecto planificado, racional
y calculado, sino a un incontrolado y caótico proceso de acumulación y de urbanización,
cuyas causas motoras son: 1. El fracaso y agotamiento del proyecto industrial
maquilador de los años noventa, así como el avance de algunos pocos centros
industriales globalizados y altamente automatizados (sectores automotriz,
electroinformático, vidrio, cemento, etc.), que no han sido afectados por las dinámicas
nacionales de desempleo. Como resultado de ello ha prosperado una alta concentración
de inversión privada en el comercio suntuario y los servicios, pero sobre todo los
procesos de especulación financiera e inmobiliaria.

2. La descampesinización agresiva y masiva que se ha agravado severamente con la


criminalización del cada vez mayor flujo de emigrantes hacia las ciudades del interior
del país y hacia Estados Unidos. Lo que, de manera perversa, ha convertido la pérdida
de soberanía alimentaria y laboral en una de las principales fuentes de ingresos de los
exportadores estadounidenses de alimentos, los comerciantes de llamadas telefónicas,
los programas de televisión y los intermediadores de remesas. Lo que eleva, densifica y
complica, como nunca antes, el flujo migratorio de mexicanos, al que se suma el flujo
transmigratorio de centroamericanos.

3. Flujo de inmigrantes hacia el norte que a su vez necesita someterse a los caprichos de
la demanda de mano de obra de la economía norteamericana, la cual aunque requiere de
decenas de millones de trabajadores que sustituyan a la envejecida población
trabajadora nativa, sin embargo debe cerrar coyunturalmente sus fronteras durante los
periodos de recesión económica como le actual. Lo que implica una exacerbación de la
militarización de la frontera, la criminalización extrema de los últimos inmigrantes y la
aplicación estadounidense de programas de redadas y repatriación de inmigrantes.

4. Entre tanto, las ciudades de México que reciben los flujos de emigrantes rurales
(agravados por el colapso de la migración hacia la frontera norte) son aquéllas en las
cuales ocurre desde hace varios años la destrucción de gran parte de las cadenas
industriales, con excepción de las industrias altamente tecnificadas que generan cada
vez menos empleos, o bien las nuevas ramas de la economía artificialmente infladas por
la construcción de vivienda, las redes de comunicación, transporte, energía, agua,
etcétera.
5. Junto con las remesas de la emigración, la economía informal en las ciudades y la
economía criminal del país se han convertido en las principales válvulas de escape de
una economía nacional carente de una verdadera base productiva soberana y generadora
de empleo.

6. La caótica urbanización imperante también se alimenta de la actual privatización


generalizada de los servicios públicos urbanos (como los organismos operadores de
agua, los basureros, la seguridad pública, la construcción de vivienda popular, etc.) y de
los recursos naturales estratégicos como el petróleo, el gas, la electricidad, los minerales
y la biodiversidad. Así como de la privatización de otros importantes recursos naturales
rurales que tradicionalmente han sido bienes comunes (aguas de ríos y acuíferos,
bosques, aire, biodiversidad, saberes tradicionales).

La privatización de los servicios ambientales ligados a la reproducción de la tierra y el


agua del campo hoy se complementa con la privatización de los servicios de
distribución urbana del agua y la energía, de construcción de la vivienda, de recolección
y procesamiento de la basura, de impartición de la educación y la salud, de acopio y
distribución de alimentos en los mercados, etcétera.

México, como nunca antes, se ha sumergido en un proceso de acumulación salvaje de


capital que hoy, de modo exacerbado, echa mano de una sui generis acumulación
originaria o despojo creciente de tierras, aguas, bosques y otros recursos campesinos.
Conjunto de destrucciones al que no le corresponde un desarrollo industrial de la
nación, sino el proceso de exportación de migrantes más grande del mundo, al cual se
ha sumado la saturación de la recepción de inmigrantes en Estados Unidos, así como
una severa contracción de la industria maquiladora en México.

En la mediada en que esta pseudo industria se contrajo, los numerosos capitales – en


búsqueda de ganancias fáciles – se refugian cada vez más en negocios de especulación
urbana, como la compra y especulación de terrenos para la construcción de unidades
habitacionales e inmobiliarias, la compra privada de la deuda popular de vivienda del
Fovissste e Infonavit, la apertura de megacentros comerciales, gasolineras, etcétera; de
la misma manera en que otros capitales se consolidaron como grandes usufructuarios
del envío de remesas, de venta de electrodomésticos, de venta de llamadas telefónicas
en el flujo más grande a nivel mundial, de venta en los países del hemisferio norte
(sobre todo E.U.) de programas de televisión mexicana, de cerveza y alimentos
tradicionales mexicanos, etc. Mientras otras partes del capital sencillamente se refugian
al interior de la economía informal y/o criminal.

Resultados catastróficos actuales

La concentración de la riqueza en las grandes ciudades globales de México responde


cada vez más a la integración electroinformática e intermodal de los campos, las
industrias y los servicios, a la adicción consumista a las mercancías procedentes del
norte, al uso indiscriminado de insumos químicos y transgénicos en la agricultura, la
ganadería, la silvicultura o la acuacultura.

Pero también responde a la privatización de los recursos naturales y los servicios


públicos. Estas formas de acumular redundan en una exclusión cada vez más amplia del
derecho de los ciudadanos al espacio en que viven, así como en una expropiación de los
bienes y servicios vitales; pero también en una violación sistemática del derecho al
lugar en que se trabaja, sea mediante la imposición de planes rurales de ordenamiento
territorial, mediante la manipulación autoritaria de los usos de suelo urbano y la
precarización de las condiciones de trabajo.

Lo que a su vez ha disparado no sólo una oleada de reformas constitucionales y leyes


especiales, sino también un tsunami de corrupción de numerosas instancias ejecutivas,
legislativas y judiciales, en los tres niveles de gobierno. Ello resulta en una implacable
segregación generacional que pone a decenas de miles de niños y jóvenes en las calles,
mientras ancla a otro sector gigantesco de jóvenes dentro de los hogares paternos, sin
oportunidad de encontrar trabajo, escuela, salud u otros servicios. Lo que condena a las
nuevas generaciones a carecer de espacios, oportunidades y expectativas. Aunque esta
exclusión también ocurre con grupos crecientes de la tercera edad, que después de una
larga vida de trabajo no disponen de nada, o apenas de magros fondos de jubilación en
procesos acelerados de evaporación.

A todo esto, hay que añadir la ausencia de fuentes de empleo que, de igual modo,
responden a la prohibición policíaca creciente de cualquier tipo de comercio informal
callejero, en favor de las cadenas transnacionales que asaltan y quiebran la pequeña y
mediana industria y comercio. Lo que acompaña a la proliferación de la economía
criminal, a la extorsión policíaca del comercio informal.

Teniendo este proceso como telón de fondo ocurre la creación de numerosos centro
habitacionales carentes de cualquier tipo de espacios colectivos (como las ayudantías
municipales, las iglesias, las escuelas, los y parques y centros deportivos, los centros de
reunión y convivencia, auditorios, etc.); la imposición creciente de instalaciones cada
vez más riesgosas como los mega rellenos sanitarios y/o basureros a cielo abierto, los
incineradores, los grandes centros comerciales, etc., procesos que terminan creando
inmensas zonas urbanas cada vez más insustentables, un aumento permanente de la
carga vehícular, nuevos libramientos y supercarreteras que deforestan los últimos
bosques, sin importar a las empresas y autoridades los derechos ni las protestas de cada
vez más afectados.

En los últimos tiempos los actuales procesos de desarrollo urbano configuran un asalto
sistemático de los diversos tipos de espacios vitales urbanos, económicos, sociales y
políticos. Asalto que produce una descomposición general de la convivencia social y
una masificación de la delincuencia, que va del robo generalizado a la tortura y los
asesinatos seriales y las violaciones sexuales de cada vez más mujeres y niños, así como
a una cada vez más cruenta guerra entre bandas del narcotráfico y la economía criminal.

Destrucciones a las cuales se suma un deterioro galopante de la salud de los habitantes


urbanos que se ven obligados a respirar un aire cada vez más nocivo, a beber una agua
cada vez mas envenenada, a escuchar un ruido ambiental cada vez mas estresante, a
mirar un paisaje urbano cada vez más agresivo y deprimente, a comer masivamente
alimentos cada vez más degradados y perniciosos, a hacer uso de servicios urbanos cada
vez más precarios, etcétera.

Mientras las grandes empresas privadas constructoras de vivienda (asociadas a los


grupos de poder político en turno) usan alevosamente los fondos públicos destinados a
este rubro para especular y obtener ganancias obscenas, en el nuevo sexenio que se abre
en 2007, la privatización de la deuda popular de la vivienda prepara la expulsión de
cientos de miles de personas que no tienen la posibilidad de pagar a tiempo sus adeudos.

Caos que se profundizará con la construcción de millones de nuevas viviendas en los


entornos de las megaurbes de México, incluso bajo la forma de ciudades completamente
nuevas, creadas oficialmente en lugares elegidos de forma arbitraria. No casualmente
estallan en las “modernizadas” ciudades mexicanas cada vez más conflictos sociales
ligados a la exclusión de pequeños y medianos comerciantes que ven cerrar sus centros
tradicionales de venta por la imposición de malls transnacionales en pueblos y ciudades
como San Salvador Atenco, Cuernavaca, Teotihuacán, Amecameca, Jojutla, etcétera.

Conflictos por la modernización destructiva de los centros históricos de las ciudades


coloniales como Oaxaca o Puebla; por la aparición de peligrosos corredores de injusticia
ambiental en torno de los centros industriales como Cosoleacaque, Minatitlán,
Coatzacoalcos, Orizaba, Apizaco, Salamanca o El Salto Jalisco; por la privatización, el
emplazamiento abierto y la amenaza de instalación de mega basureros urbanos en el
bordo de Xochiaca, Tlalnepantla, Tecámac y Ecatepec en el estado de México,
Alpuyeca, Yecapixtla y Anenecuilco en Morelos, Tampico, Puerto Peñasco en la
frontera norte o Santa Ana Xalmimilulco en Puebla; por el emplazamiento de depósitos
clandestinos de sustancias químicas como en Perote u otra vez Alpuyeca.

Conflictos que también han crecido por la desecación que las megaurbes y centros
industriales hacen de las cuencas del río Cutzamala, el río Lerma, el Amacuzac en
Morelos o el Río Prieto en Puebla, por la expropiación que los centros comerciales
hacen de los lugares comunitarios y recreativos como en el Parque de los Remedios y el
Cerrito de Naucalpan, la laguna de Acuitlapilco en Tlaxcala; por el robo de agua a
comunidades campesinas y pequeños pueblos a favor de nuevos clubes de golf como los
de Huixquilucan o por el robo de agua que hacen las industrias y megaciudades como a
Ocotlán, Puebla o Xoxocotla, al sur de Cuernavaca.

Robo de tierras, aguas y bosques al que también acuden las empresas urbanizadoras
como ocurre en los pueblos que se encuentran entre Chalco y Nepantla, en el estado de
México. A lo que se suma la apertura irregular de numerosas gasolineras en Cuautla,
Cuernavaca, Jalapa, Morelia, Tuxtla, Mérida, Chalco, Ciudad Nezahualcóyotl, etcétera;
la privatización consumada de los organismos operadores de agua en Aguascalientes,
Saltillo, Cancún, Puebla, Acapulco, Huixquilucan, etc; o bien el nuevo intento de
avanzar estas mismas privatizaciones en Guadalajara, Monterrey, Morelia, Michoacán,
etc., o bien por el desmantelamiento de los sistemas independientes y autogestionados
de agua como el de Tulpetlac en el Estado de México, Xoxocotla y Cuautla, en Morelos,
o en pueblos de los valles centrales de Oaxaca, como San Antonino.

Ante este asalto solapado por las autoridades emerge el amotinamiento o el franco
estallido de grandes conflictos urbanos como los vividos en 2006 en los pueblos y
ciudades como Lázaro Cárdenas, San Salvador Atenco, Alpuyeca, Cuernavaca, Cuautla,
pero sobre todo en la ciudad de Oaxaca. Todos ellos son situaciones donde la población,
para rebelarse contra los numerosos agravios cometidos, se ve en la necesidad de ocupar
el espacio de las calles de la ciudad, como sobre todo ocurre con las 1500 a 3000
barricadas de la ciudad de Oaxaca.
Todos, conflictos que se movilizan por variados motivos casi siempre políticos,
laborales o ambientales, pero alimentados en el fondo por el severo malestar que
acumula el dislocamiento integral, ecológico, económico, social y político de las
crecientes y desordenadas ciudades mexicanas.

Necesidades de investigación colectiva

La Corona de ciudades, pueblos y municipios que rodean a la ciudad de México, es el


área sobre la cual se proyecta el crecimiento salvaje de una de las metrópolis más
grandes del mundo. Es el área donde converge la expulsión de la sobrepoblación de la
ciudad de México con la afluencia de la mayor parte de los nuevos inmigrantes de
provincia y rurales hacia el centro neural del país.

Por lo mismo, esta corona de ciudades es el lugar en el cual convergen la mayor parte de
los procesos de destrucción y expropiación del espacio arriba descrito, así como de su
transferencia, por imitación e influencia, a otras áreas metropolitanas. De manera que es
ahí donde se padece, de la peor manera, el sometimiento que esta ciudad hace de su
inmensa periferia.

Como la reina más cruel de todas, la ciudad de México se corona con las ciudades de
Tlaxcala, Puebla, Atlixco, Cuautla, Cuernavaca, Toluca, Atlacomulco, Tulancingo y
Tula. Colección de ciudades dentro de las cuales brillan las gemas horrendas de las
unidades habitacionales de las casas Geo, Ara, Homex Beta, Urbi, etc., los malls, las
tiendas de conveniencia Oxxo, Extra, 7eleven y Waldo’s, los rellenos sanitarios
privatizados, las cadenas gasolineras fraudulentas, los clubes de golf que dan cobijo a
algunos de los barrios más ostentosos de América Latina, etcétera.

Por lo mismo, la proliferación de destrucciones de usos de suelo y de las condiciones


ambientales y sociales, así como los múltiples estallidos sociales ocasionan que
numerosos ciudadanos, organizaciones locales, así como organizaciones campesinas,
urbano populares y no gubernamentales dedicadas a la defensa de los derechos
humanos, al desarrollo urbano o a la defensa de la ecología, al momento de intentar
detener algún agravio o al intentar gestionar un problema particular constantemente se
vean rebasadas y desamparadas, ante la inmensidad y complejidad del proceso
dislocante y destructivo que las ahoga.

Dentro de este desorden y dentro de estos estallidos de resistencia y gestión


comunitaria, los grandes centros de estudio superiores y los centros de investigación de
las universidades del país y de la ciudad de México también brillan, pero por su
ausencia. Cuando en realidad existen numerosos investigadores, profesores y
estudiantes que podrían participar activamente auxiliando a las comunidades en la
realización de diagnósticos científicos, así como aportando elementos para el diseño
comunitario de alternativas.

Diagnósticos y alternativas que los gobiernos locales y regionales, cuando respondan


verdaderamente a los intereses de la población, podrán efectivamente tener en cuenta.
En el diagnostico de los problemas, su complejidad requiere de estudios
interdisciplinarios complejos, que hoy por desgracia nadie parece estar dispuesto a
gestionar.
Estudios que bien podrían ser médicos, epidemiológicos y toxicológicos en vistas
a consignar la forma en que ha prosperado el deterioro de la salud de quienes viven en
los grandes núcleos urbanos, muy especialmente en los corredores de injusticia
ambiental, así como a diseñar alternativas comunitarias para el tratamiento de los
enfermos ocasionados por la injusticia ambiental.

Para el estudio de las ciudades actuales los ciudadanos en resistencia requieren también
de profesionales químicos y biólogos que puedan identificar las fuentes más peligrosas
de contaminación, ecólogos que puedan explicar la sinergia de imprevisibles procesos
de degradación que se acumulan en las ciudades, ocasionando la destrucción de
variados ciclos naturales, o bien proponiendo alternativas para el rescate de las cuencas
hidrológicas, la reducción y el manejo de la basura, etc.

Los geohidrólogos pueden resultar de ayuda para identificar el estado de degradación y


escasez en que se encuentran las reservas subterráneas de agua y sus impactos sobre el
suelo urbano y rural. Mientras los economistas podrían ayudar a comprender las
dinámicas de acumulación de capital que imponen procesos de destrucción, mientras
sociólogos y antropólogos igualmente comprometidos podrían ayudar a identificar la
forma en que hoy se rompen los tejidos comunitarios y, con ellos, los mecanismos de
solidaridad barrial. Entre tanto, los abogados podrán identificar el alud de leyes y
normas que actualmente se erosionan cancelando los derechos ciudadanos, así como las
telarañas de corrupción jurídica e institucional que apuntala esta guerra en contra de la
población de las ciudades, lo que también serviría para detener la oleada
criminalizadora de ciudadanos en lucha y resistencia.

Los estudiosos en ciencia política, por su parte, pueden ayudar a realizar la anatomía de
la corrupción de funcionarios y partidos que gestionan y retroalimentan el caos. Los
geógrafos, urbanistas y arquitectos, podrían colaborar en el diagnóstico de la
desfiguración espacial y la actual tendencia a clonar este modelo perverso en todo el
país.

Lo cual es una tarea que requiere de la cooperación de un amplio grupo de


investigadores dispuesto a poner sus conocimientos al servicio de los ciudadanos que
hoy resisten contra esta barbarie. Además del diagnóstico, también harán falta
ecologistas para auxiliar a los ciudadanos en la construcción de alternativas para la
limpieza del aire de las ciudades o para el manejo de los recursos hídricos y para el
manejo de la basura, sociólogos, juristas y politólogos para auxiliar en la reorganización
de la seguridad de los barrios, urbanistas y arquitectos para la reorganización de la
trama y el crecimiento urbanos, arquitectos, urbanistas y ecologistas para diseñar la
remediación y el rescate de la vida urbana, psicólogos para proponer formas de restituir
la salud emocional de los habitantes de las ciudades, etcétera.

Razón por la cual son bienvenidos dentro este módulo de investigación


interdisciplinaria especialistas de las más diversas disciplinas sociales, técnicas, así
como de las llamadas ciencias naturales.

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