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Elsa

Está acostado boca arriba en su cama, mira el techo y siente que se ahoga; mira al techo
y quiere ahogarse. La verdadera Elsa no lo quiere, ella está lejos, quizá ya le olvidó para
siempre, quizá su vida es más feliz ahora.

Está acostado boca arriba en su cama, tiene las manos acariciando su pecho, acariciando
el sitio donde piensa… cabría muy bien un cuchillo largo y fino de cortar quesos. Puede
vivir con eso, la verdadera Elsa quizá nunca regrese, quizá le haga falta una, dos, tres,
cuarenta, setenta, cien o ciento veinte veces, pero la Elsa de sus sueños, ha estado
hablándole por cuatro noches y por cuatro días, ella nunca había sido tan tierna, pero
ahora le trata con dulzura y le dice que todo está bien, le pregunta donde ha estado, si la
ha extrañado, se extraña de no verle, le dice que las cosas no son tan graves, que ella
aún lo quiere, después lo abraza, pone la cabeza en su pecho, le canta, le da un beso en
la frente, en la nariz, en el cuello, juega con su cabello, le acaricia suavemente las
mejillas, desliza sus brazos hasta su abdomen y lo abraza por la espalda.

Cierra los ojos y la ve; cada vez que duerme, por corto que sea el sueño ella está allí. Hay
relojes en todos lados, tic – tac, cada día es más largo que el pasado, ¿Eres real, Elsa? Y
ella se desvanece, una y otra vez. Ella se desvanece y entonces el hueco en su pecho es
más grande cada vez, el hueco en su pecho es cada vez más adecuado para guardar un
cuchillo largo y fino de cortar quesos.

Está acostado boca arriba y escucha los truenos; en su ventana se iluminan los rayos
rojos, los rayos sangrientos, el viento hace mover y golpearse las ramas de los árboles.
Resuenan, se escandalizan en su cuerpo los truenos. Hay un océano en su pecho; el
agua se mueve, hacía un lado, hacía el otro, las olas crecen, crecen muy altas y lo
golpean con fuerza, nadie podría comprenderlo, solo Elsa.

Los días no pasan, las noches no llegan, en el rincón de su cama todo está paralizado, las
mariposas que antes revoloteaban dentro suyo, han cambiado, son ahora murciélagos,
que tragan, que devoran sus tripas, que se acompañan de nauseas, de ausencia.

Está acostado boca arriba en su cama. Quizá la Elsa de sus sueños lo atormente para
siempre. Quiere morir para que ella sea verdadera. Pues la verdadera Elsa no lo quiere,
quizá ella ha viajado al país más lejano, ha soñado y ha volado, a mil bocas ha besado, lo
ha dejado a él en el pasado.

Las palabras de la Elsa de sus sueños están atoradas en su garganta, no lo dejan


respirar. Hay oscuridad, todo es oscuridad, con suavidad, con amabilidad, Elsa – quien
sabe cuál Elsa – se acerca a su rostro, sus ojos se hacen profundos, se hacen oscuros;
sus labios rojos se mantienen quietos, forman una línea, seria, condenadora,
amenazante, le habla a susurros, frasecitas dulces, acercándose a sus labios. Carga un
cuchillo, uno largo y fino de cortar quesos en una de sus delicadas, tiernas manos, lo
besa. Quizá Elsa nunca lo había apuñalado tan dulcemente, quizá nunca lo había besado
de esa cálida manera.

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