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EL PROBLEMA HISTORIOGRÁFICO

SOBRE TARTESSOS Y SU INTERACCIÓN


CON LAS COLONIAS FENICIAS
Trabajo de Fin de Grado

Autor: Julio López González


Director: Dr. Mariano Torres Ortiz. Departamento de Prehistoria
de la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad
Complutense de Madrid
Convocatoria: Septiembre de 2017

1
ÍNDICE.

Índice…………………………………………………..2

Resumen……………………………………………….3

Capítulo 1……………………………………………...4
Capítulo 1.1………………………………………..4

Capítulo 1.2………………………………………..9

Capítulo 1.3………………………………………..15

Capítulo 2……………………………………………..21
Capítulo 2.1……………………………………….21

Capítulo 2.2……………………………………….30

Conclusiones………………………………………….36

Bibliografía……………………………………………37
Fuentes clásicas…………………………………..42

2
RESUMEN.
En el presente trabajo, me propongo elaborar una evolución historiográfica acerca de la
llamada “cultura tartésica” del Suroeste Peninsular. Esta revisión, nos permitirá
situarnos en los caminos que en la actualidad se siguen para el estudio de Tartessos, y
así poder tener una visión depurada y clara acerca de como poder contemplar las
influencias orientales en esta cultura.

Una vez vistas las líneas historiográficas de investigación que nos permitan tener una
visión objetiva sobre esta cultura, me propongo investigar las formas y dinámicas, a
través de las cuales los fenicios interactuaron con el Suroeste Peninsular, en
comparación con el resto de dinámicas en todo el Mediterráneo Occidental. Para así
establecer unos nexos comparativos que nos permitan comprender mejor estas
interacciones de fenicios-indígenas. Una vez vistas estas dinámicas, realizaré una
síntesis de los aspectos más importantes a tener en cuenta para poder comprender el
“giro orientalista” que toma la cultura tartésica a finales del siglo VIII a. C.

3
CAP. 1. UNA REVISIÓN HISTORIOGRÁFICA
El mito de Tartessos aparece mucho antes de la arqueología del siglo XIX. Comienza a
gestarse en los siglos XVI, XVII y XVIII, con esas historias nacionales sobre los
orígenes de un pueblo asociados a héroes míticos y ese horror vacui como sucede en la
historia de España que escribió el Padre Mariana1. Así pues, los autores de estos siglos,
imbuidos por una sociedad cristiana, identificarán el Tartessos de las fuentes griegas y
romanas con el Tarsis que encontramos en la Biblia (Álvarez, 2005: 32-33).

1.1.El Tartessos de Schulten.

La Cultura Tartésica ha sido muy mitificada en la historiografía, todo ello arrancó con el
arqueólogo alemán Adolf Schulten, que aún sigue teniendo influencia notable en los
estudios que se realizan sobre esta cultura. Estos estudios, están ya superados, pero lo
importante es aquello que subyace en los planteamientos de fondo que Schulten nos
legó y que aún siguen teniendo peso en la historiografía actual (Wagner, 1992: 81).
Todas sus investigaciones fueron plasmadas en su libro Tartessos con varias ediciones
(1922), será la edición publicada en alemán, y a España llegará traducida en (1924).
Más tarde aparecerá una segunda edición revisada y actualizada con sus nuevas
investigaciones en (1945) publicada por Espasa-Calpe. Posteriormente se darán más
ediciones, de la mano de la editorial Espasa-Calpe también (1972), y la edición que yo
manejo (1979). La edición más actual es la de la editorial “Renacimiento” de (2006).

A pesar de que Schulten haya sido ya muy revisado, sin duda lo importante que habría
que subrayar es que despertó el interés por los estudios prerromanos en la Península
Ibérica, aunque sus planteamientos de una monarquía no terminaron de cuajar debido a
la falta de pruebas contundentes, así como la infructuosa búsqueda de la mítica ciudad
(Wagner, 1992: 82). Esta búsqueda fue plasmada en uno de los capítulos de su libro,
convencido, al igual que Bonsor (autor del que hablaremos más adelante), de que se
encontraba en el Coto de Doñana (Schulten, 1979: 260-261).

Schulten es producto de la época en la cual vive, una época del período de entreguerras
en la cual la arqueología está imbuida por ese aspecto de romanticismo por la necesidad

1
MARIANA, J., Historia de rebus Hispaniae, Toledo, 1592.

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de realizar hallazgos extraordinarios y curiosos capaces de cautivar y sorprender a las
gentes que los vieran. Así como el llamado “eurocentrismo” de su época y las ganas de
esta ideología de encontrar civilizaciones europeas anteriores a Grecia y Roma
(Álvarez, 2005: 88). Esta forma de arqueología de su tiempo, se va a ver muy influida
por Schlieman y Evans, que descubrieron Troya, Cnossos y Micenas lo que sin duda
cautivó a muchos otros arqueólogos que se lanzaron a buscar ciudades perdidas que las
fuentes mencionaban (Torres, 2002: 28).

Schlieman halló en las fuentes la información necesaria para poder encontrar Troya, y
de igual modo, Schulten, buscó en las fuentes donde podía encontrar la ciudad de
Tatessos, por ello, su trabajo se volcó en el estudio de los clásicos, realizando así un
gran trabajo filológico para posteriormente lanzarse a la búsqueda de la mítica ciudad y
de sus tesoros (Álvarez, 2005: 91); (Torres, 2002: 28). Por ello vemos que su obra está
plagada de un análisis exhaustivo de los topónimos que le servirán de apoyo para tratar
de establecer una base sólida a sus teorías. Como cuando a través de los topónimos que
salen en las fuentes que nos hablan de los periplos, trata de identificar lugares concretos
de la costa de la Península Ibérica, como por ejemplo decir que Sarpedón es Salmedina
(Schulten, 1979: 107-108). O identificar a Argantonio con “argenta” porque según él era
llamado “el rey de la plata” (Schulten, 1979: 94).

Esto de emplear las fuentes clásicas al pie de la letra puede suponer un problema,
aunque sean contrastadas, ya que el escritor de turno puede caer en el error de crearse
una idea de lo que está hablando, acorde con los conceptos del imaginario colectivo de
su época y describir temas anteriores a la época en la cual desarrolla su obra que nada
tienen que ver con lo que realmente era la época en la cual ocurren los sucesos que
describe.

Por ello, las fuentes escritas deben ser examinadas con cuidado y bien contrastadas con
las arqueológicas. Así pues, confusiones como las de Gadir-Tartessos (que Schulten
trató de desenmascarar), pueden jugar malas pasadas a la hora de construir una base
sólida para desarrollar una tesis. Esta confusión de Tartessos-Gadir, se da en muchos
autores grecorromanos. Hay autores que opinan que esta confusión tuvo su origen en el
Período Helenístico, ya que es justo en esa época cuando el nombre “tartesio” se
generaliza para hacer referencia al sur de la Península Ibérica (Wagner, 2014: 9). Pero
hay otros autores como Álvarez Martí-Aguilar que opinan que se inicia con Cicerón

5
(Ático, 7.3.11), ya que éste llama “tartesio” al gaditano Balbo en una de sus cartas. Son
textos romanos en los cuales “el nombre de Tartessos es empleado como sinónimo del
de Gades” (Álvarez, 2009: 101). Pero también según este autor, esta confusión podría
remontarse a los siglos VII y VI ya que las fuentes de esta época emplearían el
topónimo Tartessos para referirse no sólo a los habitantes autóctonos sino también a las
poblaciones fenicias de la costa cuya mayor colonia era Gadir (Ibídem, 103).

Esta confusión, según Schulten, fue para él una especie de “complot” por el cual los
cartagineses trataron de ocultar las riquezas de Tartessos a los navegantes haciendo
correr fantasías de que más allá de las columnas de Hércules había monstruos y que la
navegación era un peligro (Álvarez, 2005: 91). De esta forma, ahuyentaban a los
navegantes que querían ir por ahí, para monopolizar el comercio en esa zona del
Mediterráneo, (Schulten, 1979: 132-133). Y por ello, las fuentes clásicas perdieron todo
el recuerdo de Tartessos, ya que también fue destruida por Cartago, al no poder impedir
el comercio de los metales entre los tartesios y los focenses, y así pues, fue como la
ciudad de Tartessos cayó en el olvido y fue como se llegó a confundir Tartessos con
Gadir. (Schulten, 1979: 128).

Pero hoy día, factores como el bloqueo cartaginés han sido ya superados por la
historiografía (Wagner, 1992: 87); (Acquaro, 1993: 31) y también han sido desechados
elementos como los enfrentamientos entre orientales (para él cartagineses también) y
griegos en ese período como la Batalla de Alalia y las Guerras Médicas (Torres, 2002:
28). Para Schulten, este enfrentamiento entre orientales y occidentales era algo que él no
dudaba, producto de la época en la cual desarrolló su obra. Nos decía que fueron los
tirsenos los que fundaron Tartessos, todo ello sustentado en pruebas lingüísticas, el
asociar el prefijo “trs” a Tartessos y tirsenos y a su vez asociarlo a Tursa en Lidia
(Schulten, 1979: 33-34). Y este detalle no fue conocido hasta ser descubierto por él,
debido al error de Lutero al traducir en su Biblia “naves de Tarsis” por “naves del mar”,
que fue seguido por Movers (1850) véase (Álvarez, 2005: 92).

Quería transmitirnos por tanto, la idea de que Occidente no se había visto aculturado por
Oriente en la antigüedad, sino que el Extremo Occidente era una herencia de Grecia y el
Egeo, remitiéndonos así a una visión totalmente eurocéntrica y tratando de equiparar al
Occidente de la antigüedad con el desarrollo que Oriente ya tenía en ese milenio,
rompiendo de esta forma con la idea que autores anteriores a él (como el ya citado Padre

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Mariana) o (Movers, 1850), tenían de que era intervención fenicia la gestación de esta
civilización. Equiparaba así el Oriente Antiguo con el Occidente. Por ello Álvarez
Martí-Aguilar nos dice que “Schulten supone la consumación del proceso de sustitución
de lo fenicio por lo griego como componente fundacional de lo tartésico”. (Álvarez,
2005: 93) y por ello también añade que “Schulten aspira a superar, el complejo de
inferioridad que suponía la, hasta entonces, evidente constatación del atraso de
occidente sobre oriente en la antigüedad” (Ibídem).

Otro de los temas a señalar es la organización que Schulten le confirió a Tartessos.


Schulten decía que era una monarquía y que esto era debido al origen oriental de esta
civilización, ya que según él, los íberos tenían una organización tribal, mientras que los
tartesios eran una monarquía como los tirsenos, y que por ello, solo los íberos del sur
peninsular, mantendrían su constitución monárquica en época romana, por influencia
tartésica (Schulten, 1979: 215). Así pues, definirá el territorio tartésico como una
entidad política con sus fronteras, ideología formada a partir de los planteamientos de
estado-nación de su época, diciéndonos que iba desde Ríotinto hasta el Betis y que a su
vez se extendía más allá debido a que lograron un imperio en la época en la cual cae la
hegemonía de Tiro. Los tartesios se independizarán de Tiro y se dará un auge tartésico
en el sur peninsular, hasta que posteriormente volverán a ser dominados, pero esta vez
por Cartago (Schulten, 1979: 203-204).

Todo ello se sustenta en las ganas de crear un pasado glorioso de un estado que trata de
asentar su legitimidad nacional para así crear una cohesión social a través de la
historiografía (Celestino, 2016: 16). Por ello, en el período franquista, se volverán a
retomar estos principios ya asentados por Schulten bajo una perspectiva patriótica y el
simbolismo de ser la primera civilización de Occidente (Álvarez, 2005a: 228). Para
Schulten, esta civilización, será un imperio, con sus leyes, su literatura y su sociedad
jerarquizada con sus características propias como raza particular (Torres, 2002: 29).
Definiéndolos como una raza alegre y relajada de mercaderes, en comparación con los
andaluces que él conoció, alegando así que el carácter andaluz actual es “de herencia
tartésica” ya que son dados al baile, la música y la poesía (Schulten, 1979: 238).

Otro de los aspectos que señala Schulten al caracterizar esta raza tartésica y compararla
con la actual Andalucía, es que era un tanto alegre y jocosa. Hay que tener en cuenta la
falta de base científica que hoy día estos planteamientos tienen. Para él, los andaluces

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que conoció cuando fue a realizar sus excavaciones, su mentalidad, es tartésica, por lo
que ya hemos señalado en el párrafo anterior. Pero su movilidad, flexibilidad y fuerza
de su físico, es característica íbera y no tartesia, tal y como son los toreros (Schulten,
1979: 240). Por lo tanto la raza tartésica que el alemán nos presenta es una raza de
alegres y festivos comerciantes pero no muy desarrollados físicamente.

Otro de los aspectos a señalar del relato de Schulten, es el marcado difusionismo en su


obra, propio de la época y del mundo académico en el cual es educado,
contraponiéndose a las ideas de evolucionismo propias del siglo XIX, dado que éstas
comenzaban ya a estar en decadencia a principios del siglo XX, lo que le llevó a buscar
influencias helenas en Tartessos (Torres, 2002: 29). Esta corriente difusionista de la
época tenía sus propias características, las cuales fueron establecidas por F. Ratzel. En
ellas sugería que toda cultura ha sido influenciada y deriva de cualquiera de las
civilizaciones de Próximo Oriente a partir de ciertas áreas que difunden estas culturas
orientales por otros lugares (Celestino, 2016: 42).

Pero también cabe destacar que Schulten plantea la idea de un sustrato indígena que se
desarrollará y se preparará para poder recibir la cultura helénica y desarrollarla a su
manera. Para él, este sustrato indígena comenzaría ya a asentarse en el sur peninsular
antes del tercer milenio. Esta cultura indígena destacará por su metalurgia y por la
difusión del campaniforme por el resto de Europa, y éstos ya comerciaban en estas
épocas tan remotas con el resto del Mediterráneo a través de los cretenses. La cuestión
autóctona planteada por él será importante para la historiografía española posterior ya
que buscará también unos orígenes indígenas (Álvarez, 2005: 95). Así pues, Schulten
llegará a afirmar en su apartado sobre los Pretartesios que “…la frabricación del bronce
se hizo en el sur de España y de aquí se difundió a oriente…” (Schulten, 1979: 22), solo
para justificar esa primacía Occidental. Afirmaciones muy descabelladas que hoy día
pueden ser fácilmente rebatidas. Esta idea de un origen hispánico ya fue planteada por
(Gómez-Moreno, 1905: 116) para el caso de la expansión del megalitismo, pero no para
la expansión del bronce, ya que nos dice que los indígenas de España necesitaron la
intervención de “la experiencia de los orientales” para poder realizar la aleación del
bronce (Ibídem: 96).

Desarrollará sus trabajos en un contexto en el cual vemos rasgos evolucionistas del


componente autóctono, pero para justificar la primacía de Occidente frente a Oriente. A

8
su vez, mezcladas con las teorías difusionistas (del componente Egeo que introduce y
del que ya hemos hablado, en vez de Oriental). Para esta visión indigenista, se apoya en
Estrabón, ya que el geógrafo griego decía que los tartesios poseían literatura “de seis
mil años, según dicen” (Estrabón, III, 6). Esta idea de superioridad Occidental en la
historiografía, ya estaba presente en las fuentes antiguas y por ello también las ansias de
Schulten de encontrar una gran ciudad bajo tierra, ya que el urbanismo era una
característica de civilización tanto en el mundo antiguo como en la actualidad
(Fernández-Miranda, 1993: 95).

Pero estas influencias exteriores, según las teorías difusionistas en boga, tenían un doble
filo. Podían ser de carácter invasionista o asimilativo, dependiendo de la ideología del
autor que escriba sobre ello (Fernández y Rodríguez, 2007: 40). Obviamente, debido al
carácter eurocéntrico de nuestro autor, los tirsenos y los focenses serán un elemento
asimilativo, en conccreto, mientras que para designar a los fenicios y a los cartagineses,
el autor nos hablará de la “dominación de Tiro” y de la “dominación cartaginesa”
mientras que los griegos serán simples navegantes que vayan allí a comerciar
alegremente y de forma amistosa con los tartesios (apoyándose en Herodoto, IV, 152).
Mientras que cuando nos hable de la caída de Tiro, hablará de la “liberación del yugo de
los tirios” (Schulten, 1979: 123-132).

1.2. El Tartessos de Bonsor

Si hubiera que elegir un párrafo de la obra de Bonsor que describa la idea que él tenía
sobre Tartessos, sin duda este sería el de las conclusiones que sacó de su viaje a
Matalascañas, en donde trató de encontrar los muelles del puerto de Tartessos, aunque
el propietario del terreno no le dejó excavar por la zona. Dice así: “Pero nada podía
distraerme del pensamiento que me preocupaba y soñaba siempre en esta misteriosa
Tartessos… Pasaba revista a los objetos de su comercio que encontré en los Alcores de
Carmona, en túmulos de la primera Edad del Hierro; toda esa pacotilla oriental
distribuida en el interior del país entre las tribus íberas del valle a cambio de los
numerosos productos indígenas tales como el oro, la plata, el cobre, el plomo, el hierro,
el estaño de los aluviones, las pieles, la lana, el pelo de cabra, la miel, la cera, el vino,

9
el aceite, el esparto, el lino y el algodón…” (Bonsor, 1921b: 224); (Bonsor, 2016:
258)2.

Eso era Tartessos para Bonsor, una rica cultura y civilización que obtenía productos de
gran valor del interior peninsular a cambio de baratijas exóticas con decorados
orientales que engatusaban a las tribus del interior del valle. La obra que manejo de
Bonsor3, es una edición recopilatoria de 2016, de sus trabajos más importantes sobre el
tema, por orden de antigüedad, en la cual podemos observar una evolución del
pensamiento de Bonsor acerca de la cultura tartésica a raíz de sus excavaciones y como
va hilvanando las pruebas de trabajo de campo para al fin plasmar sus conclusiones
sobre su idea de lo que fue Tartessos.

Su primera monografía sobre el tema fue sobre las colonias agrícolas del Valle del
Guadalquivir (Bonsor, 1899). Con este trabajo fue considerado el padre de la
arqueología protohistórica en España ya que se dedicó a salir al campo a excavar y a
clasificar de una forma científica estos yacimientos, para después plasmar sus
conclusiones (Fernández y Rodríguez, 2007: 41). No obstante hay que destacar que en
esta publicación todavía no empleaba el término “cultura tartésica”, simplemente es una
monografía sobre los materiales que encontró, una memoria de excavación. Es en sus
trabajos publicados en el Boletín de la Real Academia de la Historia en los años 20
donde ya emplea este término, y sale a buscar la mítica ciudad con las fuentes en la
mano (Bonsor, 1921); (Bonsor, 1921a); (Bonsor, 1921b); (Bonsor, 1922); (Bonsor,
1928).

Cuando llega a España, los estudios sobre el mundo fenicio y púnico, estaban en auge y
se habían convertido en una disciplina independiente. Además Cádiz era uno de los
puntos clave de España para realizar excavaciones en las cuales poder encontrar algo
que aclarase los métodos de expansión y colonización fenicio-púnicos. Estas
exploraciones, estaban siendo llevadas a cabo por Hübner (1888) Rodríguez de
Berlanga (1888) y los hermanos Siret (1906), véase (Torres, 2002: 26); (Celestino,
2016: 38). Uno de los hallazgos que hizo motivar estos estudios fenicios en la
Península, fue el del sarcófago antropoide de Cádiz, que dio lugar a la fundación del

2
Pongo el original y el actual al lado ya que solo he podido encontrar los trabajos originales referentes a
Tartessos y Doñana. Los que me sea posible citar del original, los citaré junto con su correspondiente de
2016, mientras que las publicaciones que no he podido encontrar las citaré solo de la edición recopilatoria
de 2016 que manejo, citada a pie de página en la siguiente.
3
BONSR, G., Tartessos. MAIER, J (Edición), Córdoba, 2016.

10
Museo Arqueológico de Cádiz. Uno de los primeros en estudiar dicho sarcófago fue el
ya citado Hübner, quien lo relacionó con un sarcófago hallado en Sidón. Se determinó
que había sido realizado en torno al siglo V por un escultor griego o uno sirio (formado
en talleres griegos) el cual seguiría las técnicas asirias (Almagro-Gorbea, López,
Mederos y Torres, 2010: 363).

Se estaba llegando así, con estos magníficos hallazgos, a la conclusión de que los
fenicios algo tenían que ver en el proceso de formación de la cultura tartésica. Siret por
ejemplo defendía una primera llegada de fenicios en pleno segundo milenio a.C. que
había precedido a las colonizaciones del siglo VIII a.C. y que esto quedaba reflejado en
la cultura de Los Millares, mientras que El Argar, se debía a una invasión céltica
(Álvarez, 2005: 63).

Así pues, Siret, que inspiró a Bonsor, les daba a los fenicios un rol muy importante en la
llegada de la civilización a la Península Ibérica y por ello ve a Tartessos como “un
elemento indígena, pasivo objeto de la expansión fenicia” (Álvarez, 2005: 64). Para
Bonsor, la fundación de Tartessos, había sido fenicia, aunque no especificaba si eran
sidonios o tirios, ya que se contradice en dos trabajos distintos suyos. En el de las
colonias agrícolas del valle del Guadalquivir nos dice que es una fundación de sidonios
(Bonsor, 2016: 65), mientras que en otro trabajo, sobre las excavaciones de Doñana, una
vez ya Schulten había realizado sus estudios en la década de los 20 del siglo XX
(pasados 20 años de la publicación de las colonias agrícolas) nos dice que es una
fundación tiria (Bonsor, 1922: 171); (Bonsor, 2016: 282). Sea cual sea la ciudad
encargada de fundar la colonia de Tartessos, lo que hay que sacar en claro de esto es que
Bonsor no dudaba en que la mítica ciudad fuera una fundación fenicia.

Para él, en las fuentes, Tartessos es mencionada de una forma contradictoria, Schulten
resolvió este problema diciendo que cayó en el olvido debido la destrucción de ésta por
parte de los cartagineses y también por la mala traducción de Lutero que hemos
mencionado ya (Álvarez, 2005: 92). Pero para Bonsor, el nombre de Tarteso acabó
siendo empleado para denominar a toda la región que se encontraba bajo el influjo de la
metrópoli de Doñana y por extensión, a los indígenas que allí había. Pero las fuentes
caen en error, ya que para él, es el término “turdetanos-íberos”, la denominación
correcta para los indígenas del interior (Álvarez, 2005: 65). Y habla de los “tartesios”,

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apoyándose en las referencias de Avieno (versos 113-119), para referirse a los
habitantes del sinus tartesius (Bonsor, 1921: 518); (Bonsor, 2016: 227).

Así pues, nos dice que tras la caída de Tiro, Tartessos, “fue conquistada por los Íberos,
tartesios4 y turdetanos; es sabido que éstos tuvieron que someterse en los sucesivo a los
cartagineses, que dominaron España militarmente” (Bonsor, 1921b: 221-222);
(Bonsor, 2016: 255). En el eje cronológico que Bonsor nos hace sobre los sucesos más
importantes, nos comenta que: en el 1100, los tirios fundan Tartessos; 877, Tiro es
dominada por los asirios y se pone fin a su hegemonía; 800, Tartessos y las factorías
fenicias son conquistadas por los, como dice él, “íberos tartesios”; entre los años 800-
590, supremacía de Tartessos, siendo el 590 para él la fecha de destrucción de Tartessos
por los cartagineses (Bonsor, 1922: 171); (Bonsor, 2016: 282). Vemos así pues, que
para Bonsor las cronologías y los sucesos acaecidos en Tartessos coinciden más o
menos con los de Schulten pero con ciertos matices en cuanto a su fundación y a las
invasiones (variaciones de tipo regional-tribal en las que Schulten se apoya recurriendo
a la onomástica y a la toponimia).

Una de las aportaciones de Bonsor a la arqueología española fue la excavación de las


necrópolis de Los Alcores, a través de las cuales estableció las cronologías de las
invasiones de los diferentes pueblos y las influencias de otros asentados en la costa. La
primera fase sería la de las inhumaciones en túmulo con cerámicas indígenas en Campo
Real y Bencarrón donde no se hallaron herramientas metálicas (Bonsor, 2016: 95-96)
por ello hoy día se fechan en el Calcolítico (Torres, 2002: 27). Una segunda fase
correspondería a la incineración llevada a cabo por los colonos de Oriente, los cuales
enseñaron a los indígenas las técnicas de la elaboración del hierro en El Acebuchal,
Alcantarilla y cañada de Ruiz Sánchez (Torres, 2002: 27) donde encontró ánforas
púnicas, una placa de marfil con flores de loto y materiales de hierro (Bonsor, 2016:
113, 116, 119). En la tercera fase se volvía a la inhumación en túmulo, que vio en Los
Alcores, donde se había enterrado, según él, a gentes orientales debido al ajuar funerario
que encontró, aunque fue ya refutado en la época con la alegación de que la presencia
de estos materiales probaba el comercio de los fenicios de la costa con el interior, pero
no la presencia de colonizadores en el valle (Álvarez, 2005: 66).

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No lo aclara mucho en su trabajo, pero imagino que al separar tartesios y turdetanos, se refiere a
tartesios del sinus tartesius, turdetanos del valle e íberos del más allá del valle y por ende de la
dominación tartésica o que también el término íbero puede referirse a todos los habitantes de la Península.

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Una cuarta fase, volvería a la incineración, introducida por los libio-fenicios. Las
pruebas se hallarían esta vez en El Acebuchal (Torres, 2002: 27), donde encontró más
marfiles con íbices, palmetas, lotos. Los allí enterrados habían muerto lapidados en la
mismas fosa donde habían sido encontrados, ya que había piedras de gran tamaño sobre
sus cráneos, los cuales habrían fracturado. Así mismo encontró lo que parecía ser una
mesa de sacrificios al estilo oriental (Bonsor, 2016: 157, 165). Por último estableció una
quinta fase de la cual aseguraba que era una nueva oleada de libio-fenicios con unas
urnas cinerarias más elaboradas de tipo Cruz del Negro. Más tarde también señalará un
componente celta en los túmulos de Los Alcores (Torres, 2002: 27).

Bonsor recorrió también Doñana, en busca de la mítica ciudad y del brazo perdido del
Guadalquivir (Bonsor, 1922). Fue en Matalascañas donde creyó encontrar la
desembocadura de dicho brazo y donde decía que debían de buscarse los muelles del
puerto (Bonsor, 1921b: 223); (Bonsor, 2016: 257), también ubicó en la zona, el Lago
Ligur que trazó en su mapa (Ibídem: 220-221). Pero hoy día, estos cotejos de fuentes
escritas con la geología están también superados y hay publicaciones que ponen en duda
la exactitud de los lagos y ríos de la antigüedad, en el mapa trazado por Bonsor. En la
actualidad se cree que fue una especie de obsesión el hecho de que Schulten y Bonsor
“intentaron situar la desembocadura sur del río Tartessos y acusaron el problema de
un desaparecido brazo norte para afirmar la existencia de una isla entre las dos
corrientes fluviales. Esta era, como bien se sabe, su más constante preocupación”.
Schulten se dio cuenta también del problema, cuando fue a excavar la zona con Bonsor,
por ello solicitó la ayuda del geólogo Otto Jensen para poder trazar un mapa exacto de
la zona con la ubicación del brazo perdido y del Lacus Ligustinus (Arteaga, D.Schulz y
Roos, 1995: 99, 102, 103).

Se reúne pues junto con Schulten en La Marismilla (Doñana) el 8 de Septiembre de


1923 para llevar a cabo excavaciones que aportaran alguna prueba de su inequívoca
convicción de la existencia de la mítica ciudad. Buscaron en el poblado romano alguna
prueba de que allí hubiera habido un asentamiento previo, o por lo menos, pruebas de
que el poblado romano hubiera reutilizado restos próximos de algún poblado
prerromano. Tenían la convicción de que la ciudad se hallaba a gran profundidad, bajo
el nivel del mar incluso, ya que encontraron sepulturas romanas en ese poblado por
debajo del nivel del agua, y que la excavación para hallar Tartessos sería muy

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complicada y muy costosa e incluso se iba a necesitar una bomba de agua (Bonsor,
2016: 280, 290, 292, 300-303).

No se encontró nada prerromano, pero se hallaron ligerísimas evidencias que les


proporcionaron la convicción de que se hallaban tras la pista de realizar el
descubrimiento del siglo con el hallazgo de la ciudad. Estas pruebas fueron unos sillares
que no eran del tamaño común de los sillares romanos y un anillo con dos inscripciones,
una interna y otra externa. Según Bonsor, los caracteres eran ibéricos, pero según la
opinión de Schulten, eran anteriores (Bonsor, 2016: 301-302). Schulten dijo en su
publicación, que las inscripciones del anillo eran griegas arcaicas y muy parecidas entre
sí, concretamente eran, de entre los siglos VII y VI, lo que determinó que fueran de la
época de los viajes focenses a Tartessos; y a su parecer, la traducción podía leerse de
dos formas, la primera sería “Posesor, seas feliz” y la segunda “Guárdalo bien” y
determinó que tenían una significación mágica (Schulten, 1979: 262-264).

Schulten elaboró una historia muy bonita y fantástica sobre cómo pudo llegar ese anillo
a manos romanas, ya que lo halló sobre una losa donde había también monedas de
Constantino II (Ibídem). Sin embargo, hoy día no se le da importancia ya a este anillo
para el tema de la investigación sobre Tartessos pasando, en la actualidad, a ser un
hallazgo “que no se cita en la actual bibliografía sino es como un asunto anecdótico”
(Ferrer, 1995: 300). Schulten y Bonsor creyeron que era una prueba concluyente para
poder cimentar sus teorías sobre la ubicación de la ciudad de una forma sólida y le
dieron más importancia de la que merecía. Schulten afirmó, en la correspondencia con
otro académico, analizada por el autor que ahora mismo manejo, que el anillo era griego
llevado a Tartessos, ya que, según Ferrer, refiriéndose al paradigma Schulteniano, “El
desarrollo y eclosión de la civilización tartésica no pueden ser entendidos si no es a
partir de un modelo inicial egeo” (Ibídem: 302). Por ello, ya señalamos en el apartado
sobre Schulten, que éste, interpretaba la cultura tartésica como un elemento Occidental
fruto de la pugna entre Oriente y Occidente (Álvarez, 2005: 93).

Como conclusión sobre las investigaciones de Schulten y Bonsor, diré que fueron dos
autores muy distintos. Uno se estancó en el análisis de las fuentes para luego confirmar
sus teorías sobre el terreno; y otro que lo hizo completamente al revés, primero analizó
el terreno y posteriormente analizó las fuentes para poder dar sentido a los hallazgos que
había hecho. Por ello, Pierre Paris, dijo a Bonsor “Es usted el Schliemann del

14
Guadalquivir y los arqueólogos de gabinete, como yo digo, tendrían que elevarle una
estatua” (Bonsor, 2016: 317)5. El problema fue que los hallazgos de Bonsor no
trascendieron inmediatamente, sino que hubo de pasar un tiempo hasta que fuera
retomada su tarea, ya que los autores inmediatamente posteriores a él, continuaron con
los estudios de fuentes que tanto obsesionaron a Schulten, hasta que en los años 90
Bonsor fue, por decirlo de alguna manera, “rescatado del olvido” (Torres, 2002: 27-28).

1.3. De Bonsor y Schulten a la actualidad pasando por Maluquer y el V


simposio de Jerez de la Frontera de 1968.

Desde el desastre del 98 a la sublevación del 36, España estará bajo un período convulso
de crisis. Tras esta sublevación, se impone el modelo franquista sobre la historia de
España, vinculada a un fuerte nacionalismo y patriotismo que jugarán un importante
papel en la legitimación del régimen. Los nuevos paradigmas sobre la historia de
España se articularán en torno a su historia más conservadora pero adaptada a las
nuevas necesidades del siglo XX. Estas serán, el de una España cabeza y adalid de la
moral católica y el anticomunismo, que dará lugar a un, como dice Álvarez Martí-
Aguilar, “un modelo curiosamente similar al forjado en el siglo XVI” (Álvarez, 2005:
119).

Muchos de los autores de los años 40 y 50 quisieron seguir todavía los pasos de
Schulten, y con ello se obsesionaron en buscar la mítica ciudad en otros lugares.
Autores de la talla de (García y Bellido, 1944) que propuso que se encontraba en la isla
de Saltés en Huelva, tal y como el propio título de su publicación indica: “Tartessos
pudo estar en donde ahora está la isla de Saltés, en el Estuario de Huelva”, teniendo en
cuenta un texto árabe del siglo XIII o XIV que él mismo dice que es “como un
diccionario geográfico de la Península Ibérica formado con varias noticias de varias
épocas” (Ibídem: 192). Ubicación que fue propuesta también más tarde por (Luzón,
1962).

Otros como (Chocomeli, 1940) y (Pemán, 1941) propusieron ubicarla en Mesas de Asta.
Estos autores, como ya hemos dicho, se moverán en el paradigma nacionalista de la
5
Es una carta publicada en el epistolario de Bonsor que Jorge Maier recopiló y publicó y que añade Maier
en la edición recopilatoria que manejo. Véase: MAIER, J., Epistolario de Jorge Bonsor (1886-1930),
Madrid, 1999.

15
época, lo que les llevará a plantear que Tartessos fuera una civilización “netamente
española, indígena, frente a pueblos considerados extranjeros como fenicios o griegos”
(Álvarez, 2005a: 228). Algunos de los investigadores en esta época se vieron obligados
por el nuevo régimen a exiliarse al extranjero como Bosch Gimpera, y se concedieron
cátedras a personas adeptas al régimen o que por lo menos simularan cierta simpatía
(Álvarez, 2005: 122).

Pero en los años 50 y 60 se dará ya una revisión de Tartessos sobre los paradigmas
establecidos con anterioridad. Es en este momento, cuando se trata de reconstruir la
cultura tartésica a través de los hallazgos y la interpretación de la cultura material,
renunciando así a la búsqueda de una ciudad concreta como si de una Troya o de una
Micenas se tratase (Wagner, 1992: 82). Uno de estos autores que se sumará a la
revisión, antes mencionado, será (García y Bellido, 1956), que estudiará los materiales
púnicos hallados. En concreto, la publicación de García y Bellido, analizará unos jarros
encontrados en Coca, Carmona, Huelva, y uno de una colección privada (Ibídem, 1956:
85). Vemos pues, que estas nuevas publicaciones tratarán de analizar materiales de otros
pueblos, extranjeros, lo cual marcará un paradigma con una visión invasionista de otras
gentes, sin perder el toque indigenista nacional de estos estudios, con una concepción de
estos colonizadores como ajenos, mientras que la cultura tartésica será vista como algo
autónomo (Álvarez, 2005: 137).

Uno de los puntos de inflexión más importantes en el cambio de metodología en la


investigación de la cultura material fue el hallazgo del tesoro de El Carambolo en 1958.
Un año antes, Maluquer había dicho que la metalurgia tartésica era independiente a la
metalurgia fenicia y que los hallazgos metalúrgicos tartésicos debían buscarse más al
interior, concretamente entre Sevilla y Huelva (Maluquer, 1957: 168). Y al año
siguiente de una forma, como dice Álvarez Martí-Aguilar, “casi profética” (Álvarez,
2005: 151) se encontró el tesoro de El Carambolo mientras se realizaban unas obras en
la cima de la colina, el cual se componía de 21 piezas de oro. Este hallazgo fue admitido
como tartésico, por los autores, debido a dos razones: la primera, era que había sido
encontrado hacia el interior tal y como profetizó Maluquer, y la segunda es, que no era
ni totalmente celta ni totalmente fenicio, sino que era un producto orientalizante
realizado a la manera y originalidad indígena (Ibídem: 153).

16
Han sido practicadas nuevas excavaciones en El Carambolo entre los años 2001 y 2005
por arqueólogos de la universidad de Sevilla. Las nuevas excavaciones, determinaron
que hubo 5 fases en El Carambolo, como santuario monumental (del siglo VIII en
adelante), se hallaron construcciones indígenas del Calcolítico (2500-1700 a.C.) donde
aparecieron ocupaciones habitacionales y otra de la Edad del Bronce (1400-1100 a.C.)
en la que se hallaron fosas rellenas por detritus (al parecer de carácter ritual). Teniendo
en cuenta que el tesoro fue fechado entre los siglos VII y VI, esto nos evidencia que ya
había un desarrollo indígena previo que allanó el terreno a las nuevas construcciones del
período tartésico y al desarrollo de la metalurgia (Fernández y Rodríguez, 2007: 87, 93-
95). Pero para lo que viene a ser el santuario en sí y la datación del tesoro, no hay restos
evidentes de construcción monumental antes del siglo VIII. Esto es controvertido ya que
los indigenistas podrían alegar que había asentamientos previos que impulsaron la fase
orientalizante-monumental y los procoloniales alegarían que el santuario monumental es
a partir del siglo VIII, cuando llegan los fenicios, y por lo tanto el santuario es
completamente fenicio, como dijeron (Fernández y Rodríguez, 2005: 136) en la
publicación previa antes de ser revisada.6

Debido a los análisis técnico-estilísticos de las piezas, previos a la excavación del


yacimiento, se determinó que son de carácter mixto, aunque se baraja la posibilidad
según Torres, de que “casi sin duda” el collar sea una importación y el resto de piezas
muestren “la convivencia de dos tradiciones artesanales diferentes” (Perea,
Armbruster, 1998: 132); (Torres, 2002: 236).

Poco a poco, este nuevo paradigma de una investigación material más exhaustiva, se va
implantado y el enfoque de la metodología va cambiando, hasta que llegamos al “V
simposio de Prehistoria Peninsular” celebrado en Jerez en 1968, cuyas actas fueron
publicadas en 1969 en Barcelona con el título de “Tartessos y sus problemas”. Aquí, se
asentaron las bases de esta nueva concepción en la metodología de la investigación
sobre la cultura tartésica. A partir de ahora, se consolidará el enfoque orientalizante al
tema que ya venía dándose en los años 50 con el ya citado trabajo de (García y Bellido,
1956) y con (Cuadrado, 1956). Se centraron en la presencia comercial fenicia en la
Península, ya que además, se habían dado nuevos descubrimientos fenicios en España,

6
Es controvertido este tema, ya que en la publicación de 2005 de (Fernández; Rodríguez, 2005: 136) nos
dicen que era posible que hubiera asentamientos previos, mientras que en la de 2007 nos confirman esos
hallazgos del Calcolítico y del Bronce (Fernández; Rodríguez, 2007: 87). Lo que crearía polémica entre
los partidarios del indigenismo y los partidarios del orientalismo.

17
como la necrópolis de Almuñecar, la antigua Sexi y el asentamiento del Cortijo de los
Toscanos en Vélez Málaga, donde Adolf Schulten había ubicado la colonia de Mainake
(Wagner, 1992: 83).

La frase de Tarradell en este V congreso ilustra este nuevo cambio de paradigma cuando
dice “el problema histórico de Tartessos se centró en la búsqueda de la hipotética
ciudad…porque no es esta la clave del problema” (Tarradell, 1969: 221). O la
aportación de Carriazo al decir “aprendamos a superar la obsesión del emplazamiento
de Tartessos” (Carriazo, 1969: 339). Asistimos pues en este congreso a la consolidación
de lo que ya se estaba gestando, dejar atrás la obsesión, legada por Schulten y Bonsor,
de encontrar la mítica ciudad y dedicarse a estudiar la cultura material y otros
yacimientos para elaborar una teoría conjunta de lo que fue esta antigua cultura.

Pero este enfoque orientalizante, mezclado con la presencia celta, no dejaba atrás las
raíces autóctonas y el elemento nacional que ya se venía planteando desde antes
(Blázquez, 1968). Por lo tanto se consolidaba el elemento externo de estas otras culturas
y se analizaba Tartessos como un foco de exportación de productos metalúrgicos
elaborados, y no solo de minerales. Otro de los puntos que se expuso fue el de la lengua
tartésica desde el punto de vista del campo filológico. Se afirmó, a través de Antonio
Tovar, el carácter indoeuropeo de la lengua tartésica, pero había penetrado en la
península por la vía oriental. Afirmación no válida en la actualidad, ya que se cree que
“ninguna de las dos lenguas (la tartésica y la del Suroeste) parecen estar emparentadas
con las indoeuropeas, aunque se observa la existencia de posibles préstamos” (Torres,
2002: 326) para ahondar más en el tema, véase (de Hoz, 1990); (Correa, 1993); (De
Hoz, 2010: 264-295, 491-495). También se trató de determinar ese elemento autóctono
en torno al cual se enraizó la cultura tartésica.

Se puso de manifiesto la exclusividad y originalidad de la cerámica tartésica,


considerada antes como “carámica pintada andaluza” que ahora pasaba a denominarse
de “tipo Carambolo” y que se consolidaba como una prueba más del indigenismo, ya
que estas cerámicas eran bien distintas a las del período orientalizante y preceden a este
período tartésico (Álvarez, 2005: 170, 173-175). Y otra de las ponencias, llevadas a
cabo por Blázquez, dieron otro punto de vista y otra interpretación a las fuentes clásicas
distinto a los que Schulten y Bonsor les habían dado (Blázquez, 1969: 91).

18
La obra ya citada de (Blázquez, 1968) ya había asentado también las bases de estas
nuevas teorías con un título que ilustra este nuevo paradigma “Tartessos y los orígenes
de la colonización fenicia en Occidente” admitiendo que había un Tartessos y una
colonización fenicia a parte, que influiría en aquel Tartessos, sin perder así el enfoque
indigenista.

Tras esto, llegamos a los años 70, que se inauguran con la publicación de Maluquer de
Motes en 1970 de un estudio completo de los temas hasta ese momento tratados y del
que Álvarez Martí Aguilar nos dice que “se trata de una obra de vocación divulgativa,
que renuncia al aparato crítico y que puede contemplarse como una síntesis de lo
expuesto en Jerez” (Álvarez, 2005: 178). Ya Maluquer de Motes vivió esa transición al
cambio de paradigma con varias publicaciones en los años 50 y promovió en 1959 los
simposios de Prehistoria Peninsular. No se formó en universidades europeas, al
contrario de la generación anterior, por ello creó una historia desde dentro, a través de la
arqueología (ibídem: 142). Ya en los años 50 fue uno de los que propuso dejar atrás la
búsqueda de la ciudad y propone la línea de investigación de que “Tartessos, sea
considerado no como el precedente de la presencia colonial fenicia y griega… sino
como el resultado de estímulos civilizadores y económicos externos sobre una
población indígena especialmente preparada para el desarrollo por su larga tradición
cultural” (Ibídem: 143).

Maluquer ancló estas raíces ancestrales en la cultura de Los Millares para darle un toque
indígena (Maluquer, 1970: 22). También señaló que ya en la Edad del Bronce, dentro de
los grupos tribales, habían surgido figuras con carácter para ser los líderes,
configurándose así en monarquías, dando la vuelta a lo que dijo Schulten, que
señalamos ya en su apartado, de que Tartessos era una monarquía, porque los tirsenos
así se habían configurado (vid supra); (Ibídem: 51). En cuanto a la cultura material,
también otorga importancia a ese carácter indígena al decirnos que Tartessos solo se
sumó a la moda que imperaba en todo el Mediterráneo en aquella época, al igual que les
pasó a los griegos y etruscos; pero Tartessos, tal y como dice Maluquer, aportó a esta
moda “una decidida originalidad” (Ibídem: 111).

Llega a la conclusión de que el imperio tartésico era algo ficticio, y que en realidad era
una amalgama de distintas regiones con desarrollos culturales muy dispares en cuanto a
su cronología se refiere. También baraja la posibilidad de que el período de dominio, el

19
llamado “imperio tartésico”, pudo ser en un momento concreto, en el reinado de
Argantonio, lo que las fuentes griegas conocieron y reflejaron. Trata al mítico rey como
a una especie de adalid unificador cuyo imperio desapareció a las varias generaciones o
a la muerte de dicho adalid, se perdió su imperio (Maluquer, 1970: 161). Por lo tanto, en
el Tartessos de Maluquer “subyacía la voluntad de destacar las raíces autóctonas”
(Álvarez, 2005: 180) pero teniendo muy en cuenta ese matiz evolucionista fruto del
difusionismo emanado de Oriente.

En esta nueva Tartessos que emergió de los años 70 en adelante, faltaba una teoría
general que aunara todos los descubrimientos y hallazgos. Eran excavaciones
arqueológicas aisladas desentendidas de una teoría histórica general, así como la falta de
la definición del término “orientalizante”. También había cogido peso el indigenismo a
través de una teoría aislada basada en las estelas decoradas de la etapa preoriental
(Wagner, 1992: 84-85). No eran teorías unificadoras, ya que solo se trataba el tema de
las estelas en concreto, a las cuales se las definió como hitos de vías ganaderas y de
rutas comerciales (Galán y Ruiz-Gálvez, 1991: 257-273).

Otras disciplinas se meterán de lleno en el estudio de Tartessos, como la de la


antropología, con el trabajo de Caro Baroja en el que parte de la base, como Maluquer,
de que ya había reyes en Tartessos en tiempos remotos, debido a los líderes tribales
(Caro, 1971: 81); pero sin salirse de la línea de que llega un punto en el cual la
orientalización del Mediterráneo dará lugar a una monarquía con matices orientales
como pudo ser la del rey Hiram de Tiro, alegando las posibles relaciones que pudo tener
con él, y también especula con la posible idea de reyes-sacerdotes como los etruscos,
debido a la proximidad espacio-temporal de los etruscos y tartesios (Ibídem: 111, 115-
116).

Los 70 traerán una renovación de los paradigmas con la crítica al difusionismo de la


mano de (Renfrew, 1972), el cual “planteaba un desarrollo autónomo del ámbito egeo
frente a los centros urbanos estatales de Próximo Oriente” (Álvarez, 2005: 206). Esto
marcará el inicio de un nuevo modelo autoctonista, y la visión de la capacidad de las
sociedades antiguas para poder generar su propio cambio cultural sin necesidad de una
cultura externa. Estas nuevas teorías vinieron a ser confirmadas por los nuevos avances
científicos en las pruebas de radiocarbono. También esta nueva metodología se vio
influenciada por la nueva antropología americana y la llamada “ecología cultural”

20
(Ibídem: 205-206). Este cambio en la metodología llegó a España de la mano de (Aubet,
1977) y (Wagner, 1983) que marcarán la pauta del paradigma sobre Tartessos en estas
últimas décadas. También habrá otros estudios antropológico-sociales como (Almagro-
Gorbea y Blázquez, 1996), que contribuirán a establecer un paradigma sobre las
relaciones de poder en Tartessos.

También se dará una regeneración en los estudios filológicos y epigráficos como los de
Tyloch (1978) y Koch (1984), y por ello, a raíz de lo que Wagner nos dice, podemos
interpretar que ha habido por un lado una excesiva clasificación y por otro, una excesiva
especialización de los estudios concretos, olvidándonos de darle una unidad historicista
como Schulten trató de hacer, proponiendo de esta forma crear un camino intermedio
entre ambas (Wagner, 1992: 86). Por otro lado, están las revisiones historiográficas que
se han llevado a cabo, ya citadas anteriormente (Wagner, 1992); (Álvarez, 2005),
aunque la mayoría de los autores, citandos, en sus monografías sobre el tema, hacen
siempre una revisión historiográfica como si todavía no se hubieran quitado de encima
la carga de Schulten y quisieran rebatirle a cada momento.

A modo de conclusión, diré que a día de hoy hay dos corrientes, la de los autores que
dan una primacía al elemento oriental que hace florecer la cultura tartésica. Otros más
indigenistas que tratan de depurar la esencia de la cultura tartésica. Y por otro lado,
están los que son un tanto más ambiguos, como el autor más moderno que manejo, que
es la monografía de (Celestino, 2016).

CAP.2. LA RELACIÓN E INTERACCIÓN DEL MUNDO


TARTÉSICO CON LA COLONIZACIÓN FENICIA.

Vamos a estudiar ahora qué papel jugó la colonización fenicia en el desarrollo de la


cultura tartésica.

2.1. Una introducción a las dinámicas de la colonización fenicia en el


Mediterráneo Occidental.

En cuanto a las cronologías sobre la colonización fenicia de Occidente, los


planteamientos son muy dispares, dependiendo de las fuentes empleadas para su

21
justificación. Si tenemos en cuenta las fuentes escritas, como es el caso de Estrabón (III,
13), la colonización se produjo a finales del segundo milenio a.C. Estas fuentes hacen
referencia siempre a dos hechos fundacionales: por un lado, la fundación de Gadir; y
por otro, la fundación del templo de Herakles. Schulten y Bonsor se apoyaron en estas
fuentes escritas. Las excavaciones de los asentamientos fenicios en la Península nos
dicen que los primeros asentamientos no son anteriores al 770-760 a.C. Pero las pruebas
del Carbono 14, hacen remontar estos primeros asentamientos al siglo IX, aunque, como
dice (Torres, 1998: 50) “…el uso de fechas de carbono 14 no está exento de problemas,
ya que la calibración de éstas, proporcionan amplios intervalos temporales, por lo que
han de ser usadas con cautela y combinadas con otro tipo de evidencias”.

Una cosa son los contactos comerciales con fenicios y otra muy distinta es la
colonización en sí. Hoy día las últimas investigaciones apuntan a que hallazgos, como el
depósito de la Ría de Huelva, datan de entre finales del siglo XI y finales del X a.C.
como marco de referencia para el comercio fenicio en la Península, e incluso pudiendo
remontarse a mediados del XIV (Torres, 2008: 64, 85). También las últimas
investigaciones apuntan a que la colonización en sí fue llevada a cabo mucho antes del
siglo VIII, idea con la que ya (Torres, 1998: 57) había especulado, proponiendo una
fecha circa 825 a.C. En la actualidad, el siglo X es la fecha aceptada por la mayoría
como el momento en el cual los fenicios colonizan con mayor profusión la Península
Ibérica gracias a una serie de yacimientos, como “Pocito Chico” (Cádiz) por poner un
ejemplo o “La Rebanadilla” (Torres, 2008: 71) que han confirmado estas fechas tan
tempranas.

“La Rebanadilla”, ubicado en la Bahía de Málaga, concretamente en la margen derecha


del río Guadalhorce, es el asentamiento fenicio más antiguo del que tenemos constancia
en la Península Ibérica. Las pruebas de su antigüedad nos las ha proporcionado la
necrópolis fenicia a la que está asociada, conocida con el nombre del “Cortijo de San
Isidro” (Juzgado, Sánchez y Galindo, 2016: 103). Se han documentado cuatro fases en
San Isidro, siendo la primera la más antigua. La prueba del Carbono 14 se realizó en la
fase tercera, dándonos un marco cronológico que va del 950 al 780 a.C. No se ha podido
realizar la prueba para las fases anteriores, pero sin duda nos darían fechas anteriores a
este intervalo que nos da la Fase III (Ibídem: 105-106). Se han hallado ajuares en la
Fase I de jarros trilobulados así como escarabeos egipcios (Ibídem: 108, 112). Los

22
rituales practicados y el ajuar hallado indicarían una semejanza con la necrópolis de
Tiro (Ibídem: 115).

Hoy día las nuevas investigaciones nos ponen de manifiesto que Cádiz tiene una
cronología de en torno al siglo VII a.C para la llegada de fenicios. Pruebas como el
capitel proto-eólico hallado en castillo de San Sebastián así lo indican (fechado entre los
siglos VIII y VII). Esta pieza, es una mezcla entre los capiteles de volutas chipriotas y
los proto-eólicos griegos, y nos da pistas sobre la fecha de erección del santuario a
Kronos en esta zona de la actual Cádiz, aunque cabe destacar el origen fenicio-púnico
de este santuario diciendo que Estrabón, empleó el nombre del dios Kronos griego en
comparación con Baal-Hamon (Maya, Jurado, Gener, López, Torres y Zamora, 2014:
158, 162). Pero sin duda la prueba más fehaciente la aportan los restos cerámicos, no
habiéndose hallado piezas anteriores al siglo VII, como es el caso de las ánforas
(Ibídem: 172, 177).

También hay que matizar que la llegada de fenicios a Cádiz no significara que no
hubiera ya asentamientos previos en la zona. Las excavaciones del casco histórico de
Cádiz han dado lugar a hallazgos de material lítico en los estratos más profundos. Los
materiales que más abundan han sido los del Período Calcolítico y los del Bronce
Prefenicio en los estratos más antiguos, en concreto, entre el III y el II milenio (Sáez y
Belizón, 2014: 182, 184).

En cuanto al Herakleion de Cádiz, todas las fuentes, cuidadosamente analizadas por


todos los autores, coinciden en que se hallaba en la Isla de Sancti Petri. Ya Bonsor
dictaminó esta ubicación (Bonsor, 2016: 313), y hoy día se asume que fue en esta isla
donde se ubicó (Blázquez, 2001: 301); (Marín, 2016: 229). Las pruebas para confirmar
estas hipótesis, aunque vagamente, a parte de las fuentes escritas, son la aparición de
una serie de estatuillas de bronce que “cabe suponer, representan a la propia deidad o
a otras divinidades propias del panteón fenicio” que datan de finales del siglo VIII las
más antiguas (Bueno, 2014: 46). Pero el de Cádiz no era el único, sólo el más
importante, habiéndose hallado otros santuarios dedicados a Herakles en Gibraltar y
otro en Huelva fechados a finales del siglo VIII (Blázquez, 2001: 299). Ya Blázquez en
los años 50 también hizo un estudio sobre el carácter oriental del Herakleion gaditano al
contraponer la descripción de las fuentes escritas y numismáticas y compararlo con
otros santuarios, dedicados a la misma divinidad, en el Levante Oriental, como es el de

23
Tiro. También analizó las costumbres orientales de ubicarlos en islotes (Blázquez, 1955:
309-318).

Pero los sondeos realizados en el islote de Sancti Petri no han proporcionado mucha
información acerca del santuario en sí, sino que los hallazgos se han realizado en el mar,
prueba inequívoca del cambio de la configuración geográfica de la isla a lo largo de
estos milenio. Posiblemente el área principal sobre el que se erigía el templo esté hoy
sumergida (Marín, 2016: 299). Estos hallazgos fueron ya recogidos y estudiados por
(García y Bellido, 1963). En la actualidad se ha puesto en relación con este santuario un
asentamiento fenicio en el Cerro del Castillo, a unos 6 km de distancia en línea recta de
Sancti Petri, y que data del siglo VIII a.C. Se ha clasificado como un asentamiento
fenicio con fuerte presencia indígena (Marín, 2016: 299-300). Las estatuillas allí
halladas representan divinidades relacionadas con la vegetación o la fecundidad, y
algunas son de estilo egipcio (Ibídem: 302-303). También se cree que este templo pudo
tener varias funciones, a parte de la religiosa, nos encontramos con una posible función
de archivo y escuela de escribas. Otra de las atribuciones, sería la económica (Ibídem:
305).

Una vez puestas de relieve las discordancias entre fuentes escritas y arqueológicas,
veamos a ver quiénes eran estos fenicios. Los griegos fueron los que les llamaron
“fenicios”, a través del término phoinós, que quiere decir “rojo”, aludiendo así al
comercio del rojo-púrpura del molusco murex (Fernández y Rodríguez, 2007: 261).
Estas gentes se denominaban a sí mismos “cananeos” (aunque esto es muy
controvertido), eran sus vecinos los que les llamaban así, y por ello se acepta que ellos
mismos se llamaban así. Este término fue empleado con menos frecuencia en el I
milenio a. C. en cambio fue en el II milenio cuando se empleó mucho más. El término
topográfico Canaán fue empleado para denominar a la región Palestina (ubicada al norte
de Israel) hasta el siglo IV a. C. (Escacena, 2013: 138-139)

La característica de las ciudades fenicias, era la sobrepoblación (aunque esto es solo una
teoría no demostrada) y la escasez de tierras. Al no poder asegurar su abastecimiento, se
apoyaron en el comercio marítimo para poder salir adelante. Buscaron metales y
productos agrícolas en aquellos lugares a los que iban. A su vez, desarrollaron una gran
manufactura para poder intercambiarla por dichos productos, manufacturas las cuales
eran muy apreciadas en aquellos lugares a los que viajaban en busca de materias primas.

24
Todos estos factores, fueron los que impulsaron su expansión por el Mediterráneo
(Wagner y Alvar, 1989: 100); (Wagner, 1999: 229-230).

No obstante, también hay pruebas de que comerciaban con productos agrícolas


elaborados, tales como el vino, que circulaba en ánforas de tipo “cintas”, las cuales eran
una evolución de las ánforas cananeas. Pero dichas ánforas se han hallado sobre todo
por el Mediterráneo Central. En la Península Ibérica, solo se conocen dos piezas
completas, una en la necrópolis de Trayamar y otra en Almuñécar, que datan del siglo
VII. Mientras que en Toscanos hay ejemplares incompletos (Guerrero, 1989: 151, 154).
Estas ánforas, según los análisis, llevaban vino para ser exportado (Ibídem: 156).

Este tipo de ánforas llegaron, hablando de la Península, al Levante e Ibiza. En el caso


del sur Peninsular, no se ha hallado este tipo de ánforas cintas, por ello se cree que el
vino allí consumido fue producido en esas colonias agrícolas del sur Peninsular. En
cambio, las colonias fenicias del Estrecho Peninsular fabricaban un tipo propio de
ánfora para el transporte del vino autóctono desde el siglo VIII, conocida como
“Rachgoun-1”, la cual tuvo una grandísima difusión entre las poblaciones tartésicas,
llegando éstas incluso al Tirreno etrusco. El vino importado que si se ha hallado entre
las comunidades tartésicas (aparte del vino de las R-1), no ha sido el fenicio, sino el
vino ático, en ánforas arcaicas griegas que pudieron ser o bien de vino o bien de aceite o
de ambas. Por ello “Este vino griego, representaría también, junto a la vajilla
apropiada para su consumo, una cuestión de prestigio para determinadas élites
tartésicas” (Guerrero, 1989: 159-160). En este punto podemos ver un claro ejemplo de
las diferencias existentes entre el comercio en el Levante Peninsular y el comercio más
allá de las Columnas de Hércules, teniendo así los tartesios, un gran abastecimiento de
su propio hinterland.

Las ciudades fenicias no aglomeraban o unificaban un extenso territorio (aunque esto es


más bien una cuestión cualitativa como el caso de la chora griega), eran más bien,
“como pequeñas capitales de reinos autónomos”, pero esto no excluye que compitieran
en hegemonía con el resto de sus vecinos del corredor Sirio-Palestino (Wagner, 1999:
231). Así pues, por una conjunción de factores anteriormente explicados, cada ciudad
independiente salió al mar en busca de estos recursos. Pero para llevar a cabo todo este
comercio a gran escala por el Mediterráneo, era necesaria la creación de toda una red de
infraestructuras que facilitaran estas relaciones a larga distancia, para poder lograr la

25
adquisición de materias primas y unos excedentes necesarios para la subsistencia de los
pobladores de las ciudades fenicias del Levante Oriental (Aubet, 1987: 75-77); (Torres,
2002: 89). Esta infraestructura se materializó en factorías y colonias a lo largo de todo el
Mediterráneo.

En concreto, la Península Ibérica ofrecía a los fenicios una gran cantidad de metales,
oro, estaño y plata. Cádiz pues, sería la colonia ideal, ya que estaría estratégicamente
ubicada en un punto desde el cual comerciar con el Atlántico y con el Mediterráneo. Se
cree también que las razones por las cuales se han creado colonias en la Costa del Sol
fueron estratégicas y que servirían como escala para poder llegar a Cádiz y abastecerla.
Este mismo motivo ha sido empleado para explicar los asentamientos de la costa Norte
Africana, aludiendo en este caso a la dificultad de cruzar el Estrecho (Gasull, 1986: 201-
202); (Torres, 2002: 90). Pero hay otros autores que creen que poseían unos
conocimientos náuticos muy avanzados y que éstas no serían razones suficientes para
afirmar el establecimiento de colonias en estas zonas, ya que sería infravalorar sus
técnicas de navegación tan sofisticadas, puesto que ya habrían realizado navegaciones
de largas distancias por el Atlántico (Medas, 2008).

Aunque los estudios geológicos llevados a cabo en los yacimientos fenicios de las
costas de Almería, Cádiz, Granada y Málaga pueden arrojar algo de luz al problema
planteado de si estas colonias servían para hacer escala o eran un centro comercial más.
Los asentamientos aparecían algo alejados de la costa y se suponía que podían llegar al
asentamiento a través de una albufera o de un río, suponiendo que se encontraban a
orillas de éstos. Pero los estudios geológicos de los años 80 determinaron que estos
asentamientos se encontraban al lado de bahías marítimas algo profundas, en la misma
orilla. Estas bahías llegaron a sedimentarse a finales de la Edad Media (Schubart, 1993:
72).

Estos asentamientos se encontraban en promontorios de escasa altura y solían tener


forma de península o de colina elevada, separada por un valle de la tierra firme. Algunas
podían ser auténticas islas en la costa (como Guadalhorce) dando lugar así a unos
“asentamientos especialmente protegidos y al mismo tiempo aislados” (Schubart, 1993:
73). Otros podían ser verdaderos embarcaderos construidos, como es el caso de
Toscanos (Ibídem: 69) véase también (Arteaga y Schulz, 1997). Como hemos visto, al
estar estos asentamientos en la costa, podía permanecer allí unos días un mediano

26
número de barcos esperando a que el temporal mejorase, en cambio, del otro modo, los
barcos se agolparían en el borde de los ríos que dieran acceso a los asentamientos
(Gasull, 1986: 199-200).

Muchas veces, a pesar de poder ser solo lugares de escala, algunos de estos
asentamientos servían también como centros de adquisición de materias, aunque en
mucha menor medida que en los grandes asentamientos como Cádiz o Toscanos. Sea
como fuera, estos asentamientos se encontraban en desembocaduras de ríos, conectando
así de esta forma el interior de los valles con las factorías para que los productos del
interior pudieran llegar a las desembocaduras. En muchos de estos lugares, no
abundaban los recursos metalíferos y por ello eran empleados para recoger los agrarios,
poniendo de esta forma tierras en explotación y realizando labores ganaderas. Esto
implicaba un establecimiento de colonos al interior y la ocupación de una serie de
tierras, lo que hace invalidar la teoría de que el único interés que los fenicios tenían en
estos territorios, era exclusivamente comercial, sino que también era de
autoabastecimiento. Se practicaba pues, una agricultura de subsistencia de la colonia,
adquiriendo los territorios circundantes a ésta, y otra agricultura de tipo comercial
(Wagner y Alvar, 1989: 101); (Torres, 2002: 91). Lo que podía llevar a conflictos con
las poblaciones locales.

Siempre se ha dado énfasis al carácter pacífico de la expansión colonial fenicia, que era
exclusivamente de índole comercial, estableciendo relaciones con las tribus locales para
garantizar una coexistencia pacífica. También se ha subrayado siempre la falta de una
política militar expansiva desde la metrópoli. Pero esto no pudo ser tan idílico como se
ha venido planteando siempre, por ello Wagner estudia y analiza las formas de conflicto
que podían generarse entre ambas partes (Wagner, 2005: 177).

Señala una forma de agresión de tipo no violenta, en la cual los agentes extranjeros se
limiten simplemente a la transformación del espacio, viendo los indígenas así, una
violación del paisaje propio que en algunos casos puede ser considerado como sagrado,
atentando así directamente contra las costumbres culturales y religiosas de las
poblaciones. A partir de ese momento, las interacciones serán bien distintas, debido a
que los autóctonos se ven obligados a compartir recursos y a modificar sus métodos de
relación (Wagner, 2005: 118).

27
Estas dinámicas de colonización también han sido bien definidas por Moreno Arrastio,
desde un punto de vista sociológico-estructuralista. En su estudio, llega a la conclusión
de que dependiendo del tamaño de la brecha cultural que exista entre colonizadores e
indígenas, puede llegar a ser más o menos conflictiva, y que este choque puede
traducirse por una paulatina asimilación, ya sea de forma violenta o pacífica. Pacífica en
el sentido de que los indígenas ven las ventajas de establecer relaciones con los
colonizadores y los colonizadores no tienen la necesidad de imponerse por la fuerza. Y
violenta, en el caso de que el agente externo quiera aculturar por la fuerza, debido
posiblemente a la insistencia de los indígenas en mantener sus tradiciones y su cultura.
Lo que finalmente puede traducirse en una hibridación, producto del choque de ambas
culturas (Moreno, 2008: 35-60).

También, otra de las formas que se había asumido era la teoría de una serie de
intercambios ventajosos para ambas partes. Pero estos intercambios, vistos desde otra
perspectiva, en cuanto al esfuerzo productivo de las dos partes, así como a la
esquilmación de recursos por parte de los colonizadores, llegarían a generar una
dependencia tecnológica y económica por parte de los indígenas, independientemente
de si esta dependencia fuera generada intencionadamente o no por los colonizadores
(Wagner, 2005: 179). Aunque esta es una explicación un tanto marxista sobre el valor
de las cosas, vistas desde el punto de vista actual, ya que los indígenas podrían tener un
gran aprecio por esos productos elaborados. Teoría que no tendría mucho peso hoy día.

Por otro lado, estaría el posible conflicto violento en el tema de la adquisición de tierras.
Hay que señalar el posible carácter coercitivo para algunos casos, pero no para otros,
como es el caso de la Península Ibérica, en la cual habría tomado un cariz distinto,
dependiendo de la zona, ya que hay datos que pueden demostrar esta conflictividad en
la Península (Wagner, 2005: 183). Como hemos dicho antes citando a Moreno Arrastio
(Moreno, 2008), depende de varios factores. Algunos de estos asentamientos en la
Península, se encuentran amurallados desde una época muy temprana (Wagner, 2005:
183). Muchas veces los pactos podían romperse entre élites locales y colonizadores. Por
lo que podía dar lugar a enfrentamientos violentos esporádicos entre la colonia y las
tribus circundantes, que podrían ser los que refieren las fuentes clásicas entre íberos y
gaditanos que pidieron ayuda a Cartago, en las que tanto se apoyó Schulten (Ibídem,
184) aunque este episodio podría ser más tardío.

28
Se propone también, que al principio no hubiera indicios de este conflicto, pero debió
durar un breve período de tiempo, ya que más tarde, los indígenas se mostraron hostiles
y comenzaron a construirse las fortificaciones, en lo que al Mediterráneo Occidental se
refiere. Comenzadas las hostilidades, los colonos se mantendrían a la defensiva o
incluso podrían lanzar una pequeña ofensiva (Wagner, 2005: 186). El Castillo de Doña
Blanca fue fortificado a mediados del siglo VIII a.C. con una gran muralla reforzada de
torres circulares de tres metros de espesor reforzada por un triple foso. El empleo de
tanto material de refuerzo y un foso indicarían una función defensiva de ésta, a parte del
hecho de la delimitación simbólica del espacio urbano (Ibídem: 187). Aunque una
muralla es siempre algo imprescindible en cualquier ciudad de la antigüedad por
cuestiones económicas, sanitarias…etc. Pero estos conflictos violentos serían siempre
esporádicos, ocasionales y de pequeña magnitud.

Otros autores, también resaltan el carácter tan robusto de este sistema defensivo no solo
para la protección de las mercancías, sino también para el control de las grandes
riquezas que eran destinadas a los templos que los fenicios habían erigido. Es además,
entre los siglos VII-VI cuando se documenta un potente expansionismo de los colonos
hacia el interior de la Bahía de Cádiz, la gran colonia de la Península, aprovechándose
del curso de Guadalquivir para esta tarea. Este expansionismo hacia el interior coincide
con el gran auge urbanístico en la Cádiz fenicia (Botto, 2014: 271).

Las excavaciones que se han hecho en Cádiz han dado lugar a la confirmación de varias
hipótesis, como que el emplazamiento de la antigua Gadir se hallaba bajo el casco
histórico de la actual ciudad. Las excavaciones han indicado también la existencia de
varios asentamientos dispersos por donde hoy se ubica la actual ciudad, a lo largo de
toda la Bahía, los cuales serían asentamientos dependientes del núcleo principal
gaditano. La fortificación del Castillo de Doña Blanca era importante, debido al papel
portuario que jugaba este enclave para poder cargar y descargar los productos que iban
y venían del interior, por ello se han documentado dos fases, una en la cual solo era un
simple asentamiento cercano a la costa y otra en la que era un gran puerto receptor y
exportador de mercancías (Gener, Navarro, Pajuelo, Torres y López, 2014: 14, 45).

En cuanto al asentamiento del Cerro del Castillo de Chiclana, hay que decir que se había
puesto siempre en relación con el templo de Herakles. Es un asentamiento amurallado
también, pero el material hallado no es anterior al siglo VI a.C. con lo cual sería muy

29
posterior a los núcleos iniciales de la original Gadir, que datan del siglo VIII a.C. Por lo
tanto, el templo de Melqart hay que ponerlo en relación con los primeros asentamientos
de la Bahía de Cádiz, ya que los restos hallados más antiguos en Sancti Petri datan del
siglo VIII, como ya habíamos dicho (Gener, Navarro, Pajuelo, Torres y López, 2014:
45).

A modo de conclusión, diré que hoy día, la teoría de unas relaciones totalmente
pacíficas no se sostiene, pero solo se plantea la posibilidad de pequeñas rencillas
esporádicas y localizadas. Numerosas pruebas, indican de la existencia de
fortificaciones en las colonias más importantes, lo cual nos lleva a plantearnos la
existencia de posibles conflictos esporádicos con tribus locales o bien para la defensa
ante los ataques de otros agentes extranjeros, fenicios o no fenicios. Como bien
pudieran ser tirios contra sidonios, que son documentadas en tradiciones literarias
fenicias, que incluso nos hablan de tirios contra otros tirios (Wagner, 2005: 180). Otros
enemigos (no fenicios) pudieron ser los griegos, que tanto lucharon contra los
cartagineses como en la batalla de Alalia, o incluso contra los propios cartagineses. Son
teorías que no pueden ser demostradas debido a la escasez de fuentes escritas sobre el
tema, aunque sin duda la conflictividad entre las propias ciudades y colonias fenicias
que competían en hegemonía debe ser un factor a tener en cuenta.

2.2. Las relaciones e interacciones entre tartesios y fenicios: una revisión de


todos los factores a tener en cuenta en este estudio.

Como ya hemos señalado, las causas de la colonización fenicia de Occidente son


múltiples, pero la que más peso ha tenido, para el caso de la Península Ibérica, ha sido la
gran cantidad de metales que ofrecía para los colonizadores. El oro, el estaño y la plata,
eran recogidos del interior, y a través de los cursos fluviales llegaban a los puertos de la
costa (Torres, 2002: 90). La sociedad colonizada y menos desarrollada, por decirlo de
alguna forma, incorporaba del extranjero los elementos más beneficiosos que
implicaban el progreso de su sociedad, que implicaban tanto el intercambio de
conocimientos como el de materiales (Torres, 2002: 92).

La espectacular metalurgia que se desarrolla en Tartessos va desde mediados del siglo


VIII a mediados del VI, que es el período conocido como “orientalizante”, y también el

30
período en el cual se desarrolla la monarquía con la figura de Argantonio como máximo
exponente (Maluquer, 1970: 111). Maluquer de Motes señaló ya que el conocimiento
del hierro, o por lo menos de la técnica para trabajarlo, llegó a través de las colonias
fenicias, las cuales lo empleaban habitualmente (Maluquer, 1970: 112).

La plata, el cobre y el bronce, eran el medio de pago en las transacciones comerciales de


Próximo Oriente entre principios del primer milenio y el siglo VII. Se extraían y
transformaban estos minerales en las minas de Iberia y eran transportados hasta la costa
para darles salida al exterior a través de los puertos principales. Conocían las técnicas de
explotación de los minerales llamados “polimetálicos”. Por ejemplo, en Campo de
Andévalo, Cerro Salomón o Pico del Oro se han hallado escorias que prueban que no
solo se extraían los metales puros, sino que tenían técnicas avanzadas de extracción de
estos minerales que se encontraban en la naturaleza fusionados con otros. Estas escorias
han aparecido asociadas a toberas, crisoles y copelas, así como a materiales fenicios, en
concreto, restos de ánforas (Martín y Rodríguez, 2014: 509-510).

Estos minerales eran llevados a la costa, donde se realizaban los intercambios propios
de las sociedades premonetales, que valoraban los metales según su peso. Se han
hallado siclos sirio-ugaríticos en Huelva, El Carambolo y Ayamonte que prueban la
importancia de los metales de la Península Ibérica para los comerciantes fenicios, y el
impacto que este comercio tuvo sobre las poblaciones indígenas, sobre todo entre los
siglos VIII y VII (Martín y Rodríguez, 2014: 512).

Es a finales del siglo VIII, intensificándose en el VII, cuando la cultura material


indígena comienza a sufrir innovaciones, a parte del hierro, también se introduce el
torno de alfarero, la pintura vascular, el aceite y el vino, y comienzan a verse las
primeras huellas de préstamos orientales en la cultura material tartésica. Otro de los
factores a tener en cuenta en este período orientalizante, es que comienza a
generalizarse la vivienda cuadrangular, compartimentada en unas dos o tres
habitaciones. Esta aculturación quedará reflejada en materiales suntuarios para las élites
tartésicas que controlaban la política y la economía de la zona. Posiblemente eran
regalos de los fenicios a dichas élites para ganarse su favor. También se observa la
introducción de divinidades orientales como Astarté (García-Gelabert y Blázquez, 1996:
327-328).

31
Esta influencia oriental quedará plasmada en los santuarios, como es el caso de La
Muela, en el cual se han hallado exvotos y vasos empleados en rituales documentados
también en otros santuarios del Egeo y Próximo Oriente, que consistían en romper estos
recipientes contra el suelo y cubrirlos con las cenizas sacadas de la cremación de
ofrendas. Cerca de Cástulo, han aparecido representaciones de gente con máscaras de
toros en la cabeza, pero no las máscaras en sí, como las de terracota halladas en Kition
(Chipre) (García-Gelabert y Blázquez, 1996: 329, 331).

La mayor parte de estos santuarios y palacios se han hallado en lugares estratégicos,


esto “ha propiciado que se les haya clasificado como santuarios, en el sentido oriental
del término” (Celestino, 2016: 159). Son centros con una actividad comercial y agraria,
donde reside la dinastía, en la cual se sustenta el poder político y religioso. Estos
edificios han aparecido aislados (denominados por ello “edificios singulares”) o bien
integrados en el entramado urbano. Normalmente son más grandes, están
compartimentados de una forma distinta y poseen elementos constructivos ajenos al
resto de edificios (Almagro-Gorbea, Torres, Gómez y Hernández, 2011: 164);
(Celestino 2016: 158-159).

Voy a ilustrar esto con varios ejemplos claros. Uno de ellos es Cancho Roano, su
comparación tipológica y funcional con otras estructuras palaciales de Oriente y del
Mediterráneo es incuestionable. Las dimensiones de este edificio lo catalogarían como
“monumental” y es uno de esos lugares aislados en el mundo rural, que no están
vinculados a un núcleo de población, ya que los sondeos de sus alrededores así lo han
demostrado (Jiménez, 1997: 148). En él se han hallado varios tipos de elementos,
distribuidos en distintas habitaciones que nos evidencian para que se usaban éstas:
Joyas, elementos suntuarios, adornos de vestido, útiles de banquete, material bélico,
elementos de control económico (balanzas, pesas, sellos…etc.), útiles agrícolas y para la
producción artesanal, y comestibles como habas y trigo (Almagro-Gorbea y
Domínguez, 1988: 340, 342).

Todos estos hallazgos, han llevado a que este recinto fuera interpretado como
“palacial”, y por lo tanto de función política, ya que era, según el material hallado,
residencia de una dinastía. Esto salta a la vista por varias razones. Sus dimensiones y
calidad constructiva resaltan como elemento dominador. Se han hallado habitaciones de
claro uso doméstico, así como habitaciones para el culto de la dinastía y su exaltación

32
ideológica, lo que nos daría también la doble función de lugar de culto, pero no como
un lugar de culto principalmente, (ya que los edificios que son principalmente
santuarios y no residencias palaciales, presentan otras características). También se han
hallado útiles empleados para el control económico (Almagro-Gorbea y Domínguez,
1988: 343).

En cuanto al culto practicado en el palacio, cabe decir que es posible que fuera el propio
dominus el encargado de las funciones sacerdotales, con lo que no habría un sacerdote
especializado. Entre ellas estarían las de practicar sacrificios domésticos relacionados
con el culto a los antepasados, la estancia destinada a dicha actividad sería la zona
central del palacio y habría siervos realizando labores de asistencia a los sacrificios
(Almagro-Gorbea, Torres, Gómez y Hernández, 2011: 173)

Ahora veamos un ejemplo claro de santuario tartésico como es el del Carambolo. Es


también un edificio que “forma un complejo de carácter monumental, fruto de la
ampliación progresiva de un edificio originario” (Fernández y Rodríguez, 2005: 135)
el cual nos remite al los santuarios del mundo Oriental. Las evidencias son, por un lado,
la ubicación, planta y materiales edilicios, y por el otro lado, el registro material (dentro
del cual se hallan los altares) así como la distribución de éste en distintas estancias.
Apareció una gran fosa colmatada en él, donde se hallaron ofrendas y diversos objetos
votivos relacionados con el culto, como la estatuilla de Astarté allí hallada. Sería pues,
un depósito donde se echaron los restos de sacrificios llevados a cabo en él (Torres,
2002: 284); (Celestino, 2016: 165-166).

Se determinó que las primeras construcciones no eran anteriores al siglo VIII,


evidenciando así que era de total influencia fenicia para la datación del santuario en
concreto, ya que también se hallaron asentamientos indígenas previos. Estos restos más
antiguos corresponden al período Calcolítico (2500-1700 a.C.), donde se encontraron
restos de carácter habitacional, y de la Edad del Bronce (1400-1100 a.C.) donde se han
hallado fosas rellenas por detritus y que por sus desechos podrían tratarse de fosas de
carácter ritual (Fernández y Rodríguez, 2005: 136); (Fernández y Rodríguez, 2007: 87)7.
La fase orientalizante, se ha catalogado como un santuario a semejanza de los existentes

7
En la publicación de 2005 nos dice que existe la posibilidad de que haya debajo de la fase del santuario
orientalizante estos restos del Calcolítico y del Bronce ya señalados, mientras que en la revisión de la
publicación, que se efectúa en 2007 nos confirma los hallazgos de estos períodos preorientales. Como ya
señalamos en la página 17 (vid supra) de este trabajo, aunque aquí me limito a señalar los aspectos de El
Carambolo como santuario y no el de las piezas que componían el tesoro.

33
en las zonas sirio-palestinas y asirio-babilónicas. Así también, las estancias encontradas,
muestran evidencias de haber sido espacios de culto, espacios de sacrificio y otras
destinadas a la preparación de ofrendas (Fernández y Rodríguez, 2005: 136).

Otro de los aspectos a tener en cuenta es el de la escritura tartésica. Las pruebas


arqueológicas demuestran la pronta adopción del alfabeto fenicio por parte de las
poblaciones peninsulares. Aunque es un tema que tiene mucha controversia
actualmente, ya que se ha hallado una cerámica del Cabezo de San Pedro en Huelva,
cuya oscilación cronológica va desde mediados del siglo IX y mediados del siglo VIII.
También, las pruebas epigráficas, han demostrado la existencia de dos lenguas, una en
el Sudoeste y otra tartésica, y también se especula con que haya podido haber dos
adaptaciones distintas del alfabeto fenicio para cada zona, dando lugar así a una posible
existencia de dos alfabetos (el del Sudeste y el tartésico) al oeste del Estrecho. Pero todo
parece indicar que se trataría de una sola adaptación, la tartésica, de la cual nacerían a su
vez la del suroeste y la meridional. Por ello es muy probable que los habitantes del
sudoeste aprendieran a escribir de los tartesios (Mederos y Ruiz, 2001: 108); (Torres,
2002: 325).

Lo que es claro, es que el alfabeto tartésico difiere del fenicio (sin olvidar que nace de
éste último), con lo que sería un alfabeto propio y único influenciado por el fenicio, ya
que “los creadores de la escritura tartésica aprovecharon los trece primeros signos del
alfabeto fenicio” (Mederos y Ruiz, 2001: 108). Pero hay evidencias de que también
influyeron los griegos, ya que el alfabeto tartésico comparte cinco vocales con el griego
arcaico anterior al siglo VIII. Es muy probable que la introducción de estos signos
pueda deberse a la inmigración de griegos hacia Occidente junto con los fenicios
(Ibídem, 2001: 100-101).

Otro factor a tener en cuenta, es que en este período orientalizante, se desarrollará un


urbanismo pleno, sobre todo a finales del siglo VIII en lo que se refiere a las estructuras
habitacionales, fortificaciones y edificios públicos, motivado todo ello por la nueva
estratégica económica que planteaban los fenicios. Conocemos dos modelos de
asentamiento, uno de ellos serían las agrupaciones de casas ubicadas en lugares
estratégicos y otro grupo de asentamientos, más modestos, ubicados en las zonas llanas
de los fértiles valles de los ríos, controlados éstos por los más grandes ubicados en
zonas estratégicas. Aunque cabe destacar que la disposición urbanística es

34
prácticamente desconocida, ya que solo han sido excavados algunos yacimientos que
nos dan información muy parcial de ello (Torres, 2002: 285, 296); (Celestino, 2016:
146-147).

Para el período orientalizante, el ritual de la cremación se generaliza (Celestino, 2016:


175). Es evidente que no fue traído por los fenicios, ya que durante el Bronce Final, este
ritual ya existía en la Península Ibérica, solo que convive con el rito de la inhumación
(Torres, 2002: 358). Hay que destacar que a la llegada de los colonizadores, su
influencia no es notable, únicamente se encuentran en las tumbas tartésicas materiales
orientales de importación, como cerámica de barniz rojo (platos, cuencos y páteras,
generalmente) y broches de cinturón metálicos (Ibídem: 360). Pero no se observa una
alteración del rito para estas fechas. Es a finales del siglo VIII cuando comienza a ser
notable la influencia de los ritos y de las formas de las tumbas fenicias en la población
autóctona (Ibídem: 359).

A finales de este siglo VIII comienzan a surgir las tumbas principescas cuya función
será enaltecer al individuo allí enterrado (Torres, 2002: 361). Se han encontrado en estas
tumbas “braserillos” y thymiateria (quemaperfumes), materiales que sin duda “parecen
reflejar la adopción por parte de las élites sociales tartésicas de ritos funerarios de
origen fenicio o su reinterpretación” (Ibídem: 362). Dándonos testimonio de la
influencia que el mundo fenicio ejercerá en las poblaciones autóctonas en cuanto a ritos
funerarios se refiere. También se han encontrado en otros ajuares, marfiles y piezas de
orfebrería (Ibídem). Estas tumbas nos darán la prueba de un cambio social importante
para este período, el cual se caracterizará por ser una sociedad plenamente estratificada,
sustentada por una monarquía y unas élites aristocráticas que heredarán su condición
(Torres, 2002: 380).

Otro tipo de enterramiento que aparecerá en esta época serán las llamadas “necrópolis
planas”, las cuales se caracterizarán por ser una gran cantidad de enterramientos en una
misma zona que no están cubiertas por túmulos. En éstas necrópolis se encontraron
también materiales fenicios ya mencionados (marfiles, barniz rojo…etc.) así como
objetos como lucernas fenicias e incluso también oinocoes griegos (Torres, 2002: 362-
363, 366).

35
CONCLUSIONES.

Hemos visto una evolución de la historiografía, con sus correspondientes tensiones


entre autoctonismo y orientalismo. Esta revisión nos ha permitido ver como se ha
construido el discurso historiográfico en torno a la llamada “cultura tartésica”. Una vez
hemos visto en esta revisión, que los fenicios jugaron un importante papel para todos los
autores, hemos planteado cómo llegaron a influir éstos en Tartessos.

También hemos conocido las dinámicas de colonización fenicia en el Mediterráneo


Occidental, aplicándolas a Tartessos. La influencia que éstos jugaron fue de gran
importancia, ya que como hemos visto, influyeron en la religión, ritos funerarios,
organización política, organización económica así como en el arte y en la construcción.

Siendo éstos, puntos muy importantes en torno a los cuales se articulaba la vida en la
antigüedad (religión, ritos funerarios…etc. Antes mencionados) cabe resaltar que el
papel que jugaron los fenicios en articulación de la sociedad y la cultura tartésica, fue de
una gran e indiscutible importancia. Es cierto que el autoctonismo tuvo mucho peso
también, creando las bases para la recepción de nuevas culturas, pero los grandes
edificios y los cambios rituales comienzan a ser patentes a finales del siglo VIII
(Período orientalizante), emergiendo, a partir de esta fecha, una cultura muy distinta a la
que encontraríamos para la fase preoriental. Pero hay que olvidar las variaciones
autóctonas, ya que como hemos visto, en el caso del alfabeto y la lengua, se da una
adaptación indígena totalmente distinta a la fenicia, pero obviamente, muy influenciada
por ésta.

36
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