Está en la página 1de 1

Unas cortinas azul petróleo traslucían la luz solar del mediodía.

La habitación era
demasiado amplia y las murallas, de ladrillo, tenían la pintura resquebrajada. Los únicos
muebles que llenaban aquel sombrío espacio eran un colchón de una plaza y un diminuto
escritorio. Por supuesto, también estaba esa vieja guitarra electroacústica, que de
eléctrica ya no tenía nada puesto que sus circuitos se habían deteriorado ya fuera por el
tiempo o el uso negligente; en todo caso, y ya que sus cuerdas eran de nylon, era una
guitarra perfectamente acústica, clásica, española o “de palo”. La guitarra miraba, desde
la otra esquina, el escritorio vacío junto al cual se situaba, ciertamente, un piso sin
respaldo. Aquel piso hacía las veces de receptáculo del trasero de un estudiante
universitario y otras la de un guitarrista amateur. También, y con mucha más frecuencia,
servía de apoyo para las nalgas rezumadas de un onanista compulsivo.

También podría gustarte