FRATERNIDAD N° 10
El juramento ha nacido dentro de nuestras costumbres más remotas con la finalidad principal en
lograr el exacto cumplimiento de deberes que imponen ciertos cargos o comisiones dentro del orden
público o privado. En aquellos tiempos era prestado ante autoridades civiles o religiosas como un acto
inviolable o sagrado, hoy más bien es un acto de garantía como la mejor forma de obtener la verdad o la
razón.
El verdadero juramento, nos decía Oswald Wirth, es el que compromete al iniciando sincero
consigo mismo en la búsqueda del propio perfeccionamiento. Un sentimiento previo que debería
preceder y conducir a la promesa formal ritualizada.
Durante el proceso de iniciación, el candidato se halla dispuesto para cumplir con la formalidad
del juramento, u obligación solemne que se le hace prestar delante del ara de su propia conciencia, en
signo de humildad, respeto y devoción; coloca las manos sobre la Biblia, que representa la palabra
Divina o la Verdad Revelada por la tradición, y sobre un compás y la escuadra, y al mismo tiempo se le
apunta presionando al pecho desnudo, símbolo de la plenitud de la conciencia y del perfecto
entendimiento de su corazón.
Nuestra primera promesa o "juramento", la hicimos “sin saber leer ni escribir”; alguien podría hoy
añadir que “por imperativo ritual”, expresando así la sinceridad de nuestro propósito de aprender en
fraternidad, partiendo de un bagaje cultural correspondiente a la sociedad de nuestro tiempo. El
compromiso del Aprendiz expresa vocación consciente y propósito sincero. No “creencia” dogmática en
lo que aún desconoce y aún menos "poner a Dios por testigo" de algo que no atañe a ninguna teología.
El masón contrae la obligación que lo liga a la Orden por las más elevadas aspiraciones de su
alma, con la más plena, libre y espontánea voluntad, y hasta el último momento se lo deja en libertad de
retirarse, si así lo prefiere.
Es cuánto.