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La parábola de las 10 vírgenes: ¿Por qué las vírgenes


prudentes son llamadas sabias?

21 Jun 2019
Hermana Mu Zhen:

¡La paz del Señor sea contigo! Me alegro mucho de que hayas escrito. En tu
carta dices que se acerca el día de la venida del Señor y que voluntariamente
estás leyendo la Escritura, orando y trabajando más para el Señor con el fin de
estar entre las vírgenes prudentes que aguardan en vela Su venida. Sin embargo,
estas cosas no han aguzado tu espíritu ni aumentado tu fe ni tu amor por el
Señor. No tienes claro si se te puede considerar una virgen prudente por buscar
de este modo y te gustaría saber qué clase de práctica deberías realizar para
poder recibir al Señor. Hermana Mu Zhen, esta cuestión que planteas es clave
para poder recibir o no al Señor. Todos queremos ser unas vírgenes prudentes
que tengan la posibilidad de recibir Su regreso y asistir con Él al banquete del
reino de los cielos; nadie quiere ser una virgen insensata, dejada de lado por el
Señor, pero ¿qué tipo de práctica se requiere realmente para ser una virgen
prudente? Me gustaría compartir mis propios conocimientos sobre esta
cuestión. Espero que te ayuden.
El Señor Jesús dijo: “Entonces el reino de los cielos será semejante a diez
vírgenes que tomando sus lámparas, salieron a recibir al novio. Y cinco de
ellas eran insensatas, y cinco prudentes. Porque las insensatas, al tomar sus
lámparas, no tomaron aceite consigo, pero las prudentes tomaron aceite en
frascos junto con sus lámparas” (Mateo 25:1–4). En la Escritura vemos que las
vírgenes prudentes son aquellas que aguardan en vela la venida del Señor
mientras preparan por propia iniciativa el aceite para sus lámparas; acaban
recibiendo el regreso del Señor y asistiendo al banquete del reino de los cielos.
Muchos hermanos y hermanas leen este pasaje y lo entienden así: siempre y
cuando leamos con frecuencia la Escritura, oremos en vigilia, sigamos el camino
del Señor, nos apliquemos a Su obra y difundamos el evangelio, estaremos
preparando el aceite. Quienes hacen todas estas cosas son las vírgenes
prudentes y, cuando regrese el Señor, no cabe duda de que asistirán con Él al
banquete. No obstante, ¿realmente son así las vírgenes prudentes a las que
alude el Señor? Remontémonos a los fariseos: esperaban constantemente la
venida del Mesías y, con el propósito de recibirlo, no sólo conocían bien la
Escritura y defendían la ley y los mandamientos, sino que a menudo también
interpretaban la Escritura ante los creyentes, oraban por ellos y llegaron a
difundir el evangelio de Jehová Dios hasta los confines de la tierra. Así pues, en
ese sentido, los actos de los fariseos deberían haberse considerado como la
preparación del aceite de las vírgenes prudentes y, desde luego, ellos deberían
haber recibido al Mesías y la salvación de Dios. ¿Pero fue así? Cuando el Señor
Jesús se hizo carne para obrar y hablar, los fariseos carecían por completo de
auténtica veneración por Dios y, pese a ver que Sus palabras y Su obra poseían
poder y autoridad y provenían de Dios, no sólo no las buscaron ni investigaron
con mentalidad abierta, sino que se aferraron obstinadamente a sus propias
nociones y fantasías, pensando que todo aquel a quien no se denominara
Mesías no era el Señor. Asimismo, confinaban la obra y las palabras de Dios a la
Escritura de aquel tiempo, las condenaban porque iban más allá del Antiguo
Testamento y, en consecuencia, las rechazaban. También se inventaron rumores,
calumniaron al Señor Jesús y blasfemaron frenéticamente contra Él, para
terminar crucificándolo. Así se granjearon la condena y el castigo de Dios. Los
actos de oposición de los fariseos a Dios nos revelan que no basta con que
leamos la Escritura, oremos en vigilia, sigamos el camino del Señor y trabajemos
para Él para tener la consideración de vírgenes prudentes.

Entonces, ¿qué es realmente una virgen prudente? Echemos un vistazo a un


versículo de la Biblia. El Señor Jesús dijo: “Pero a medianoche se oyó un
clamor: ‘¡Aquí está el novio! Salid a recibirlo’” (Mateo25:6). Las palabras del
Señor nos muestran que las vírgenes prudentes veneran a Dios de corazón y
que, en lo que atañe a recibir la venida del Señor, se centran en escuchar Su voz.
Si oyen que alguien da testimonio de que el Señor ha regresado y de que está
obrando y declarando palabras, las vírgenes prudentes no se pronuncian a
ciegas. Por el contrario, buscan e investigan este asunto activamente, lo meditan
seriamente y, partiendo de ahí, son capaces de reconocer la voz del Señor, de
recibir Su regreso, de ser arrebatadas ante el trono de Dios y de asistir al
banquete del reino de los cielos. Es igual que en el relato bíblico de la
samaritana. Cuando oyó que el Señor Jesús le decía “porque cinco maridos has
tenido, y el que ahora tienes no es tu marido; en eso has dicho la verdad”
(Juan 4:18), por Sus palabras reconoció que Él era Cristo, pues ella sabía que sólo
Dios ve el interior de todas las cosas y puede poner voz a los secretos que
esconden las personas: Él habló sin rodeos de todo cuanto ella había hecho y,
aparte de Dios, nadie está en posesión de esa clase de autoridad y poder. Así
reconoció al Señor Jesús como Cristo y que Él era el Mesías que había de venir.
Tal como dijo la samaritana a la multitud y se relata en la Biblia: “Venid, ved a un
hombre que me ha dicho todo lo que yo he hecho. ¿No será éste el Cristo?”
(Juan 4:29). Aquí vemos que la prudencia de la samaritana radicaba en su
capacidad para discernir la voz de Dios. Al oír que aquella era la voz de Dios, fue
capaz de aceptarla y, por consiguiente, recibió la salvación del Señor Jesús. La
Biblia nos muestra que Pedro, Bartolomé y otros también supieron reconocer la
voz de Dios en aquello que decía el Señor Jesús y que comprobaron que Él era el
propio Dios. Por eso dejaron todo lo que tenían para seguir al Señor; esa clase
de personas son las vírgenes prudentes. Sin embargo, todos aquellos tan
arrogantes como los fariseos, incapaces de oír la voz de Dios, que la oyen pero
no la buscan ni aceptan, o que incluso la odian y rechazan, son vírgenes
insensatas destinadas a que Dios las deje de lado y las descarte.
A partir de estos hechos ya entendemos que la clave para ser vírgenes prudentes
radica en oír la voz de Dios; eso es lo que las hace inteligentes. En los capítulos 2
y 3 del Apocalipsis se cita en numerosas ocasiones lo siguiente: “El que tiene
oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias”. Y Apocalipsis 3:20 dice: “He
aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta,
entraré a él, y cenaré con él y él conmigo”. Estas profecías evidencian que, a
Su regreso en los últimos días, el Señor declarará más palabras, por lo que es
sumamente importante prestarles atención y saber reconocer Su voz. Además,
esto guarda relación con la importantísima cuestión de si podremos recibir al
Señor y ser arrebatados ante Su trono. Y entonces, ¿cómo podemos reconocer la
voz de Dios? A continuación vamos a hablar de varios principios para discernir la
voz de Dios.

1. Todo lo declarado por Dios es la verdad. Puede dar a la gente el sustento


necesario y una senda de práctica.

El Señor Jesús declaró: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al
Padre sino por mí” (Juan 14:6).

Y el evangelio de Juan, 1:1-2, señala: “En el principio existía el Verbo, y el


Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. El estaba en el principio con
Dios”. Asimismo, en Juan 1:4: “En El estaba la vida, y la vida era la luz de los
hombres”. Dios mismo es la verdad, el camino y la vida y todas las palabras
expresadas por Él son la verdad. Pueden dar a la humanidad el sustento que
necesita y un sendero de práctica. Echando la vista atrás a la Era de la Ley, los
seres humanos no entendían qué era la vida ni sabían adorar a Dios. Por eso
dictó Dios los mandamientos por medio de Moisés, para que la gente los
cumpliera, y eso guiaba su vida, por lo que aprendió a adorar a Dios. Tal como
manifiestan los diez mandamientos: “Yo soy Jehová, tu Dios, que te sacó de la
tierra de Egipto, de la casa de esclavitud. No tendrás otros dioses delante
de mí. […] No te inclinarás a ellos, ni les servirás: porque Yo, Jehová tu Dios,
soy un Dios celoso, que visito la iniquidad de los padres sobre los hijos
hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen; y hago
misericordia a mil generaciones, a los que me aman y guardan mis
mandamientos”* (Deuteronomio 5:6–7, 9–10). “No matarás. No cometerás
adulterio. […] No darás falso testimonio contra tu prójimo. No codiciarás la
mujer de tu prójimo, y no desearás la casa de tu prójimo, ni su campo, ni su
siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo”
(Deuteronomio 5:17–18, 20–21). Las leyes y los mandamientos enseñaban a la
gente que había sido creada por Dios y que debía adorarlo; también aprendía
que infringir las leyes y los mandamientos era pecado. Además, Dios le decía a la
gente cómo ofrecer sacrificios si había pecado y, de no ofrecerlos, qué clase de
castigo recibiría. La gente de aquel tiempo recibió el sustento de la verdad y, por
tanto, tuvo un sendero concreto de práctica. La vida y conducta de las personas
estaban cada vez más reguladas y aquellas comenzaron a vivir con una
naturaleza humana adecuada. En la Era de la Gracia, cuando el Señor Jesús vino
a obrar, dijo muchas cosas dirigidas a las necesidades de las personas de
entonces, enseñándoles a confesarse y arrepentirse, a perdonar y ser tolerantes
con los demás, a amar al prójimo como a sí mismas y a ser la luz y la sal. Cuando
la gente entendió la verdad, tuvo nuevos senderos de práctica ante los
problemas, lo cual le aportó sustento de vida; ya no estaba limitada por la ley. A
modo de ejemplo, Pedro preguntó al Señor Jesús: “Señor, ¿cuántas veces pecará
mi hermano contra mí que yo haya de perdonarlo? ¿Hasta siete veces?” (Mateo
18:21). Jesús le contestó: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta
veces siete” (Mateo 18:22). Aquí se aprecia que todas las palabras expresadas
por el Señor Jesús eran la verdad, el camino y la vida; proporcionaban el
sustento que la gente necesitaba y le daba un sendero de práctica. Esta es una
característica de las palabras de Dios.

2. Todas las palabras de Dios poseen poder y autoridad y son expresión del
carácter de Dios.

Todos sabemos que, en el principio, Dios creó los cielos, la tierra y todas las
cosas mediante palabras. En cuanto decía algo, se hacía, tal como afirma Salmos
33:9: “Porque El habló, y fue hecho; El mandó, y todo se confirmó”. En la era del
Antiguo Testamento, Dios prometió que la descendencia de Abraham sería
como las estrellas del cielo y la arena en la orilla del mar, y todo sucedió tal
como Él lo había prometido. Incluso en la actualidad hay descendencia de
Abraham en todos los rincones del mundo y se ha cumplido, una por una, cada
cosa que ha dicho Dios. En la Era de la Gracia, vientos y mares podían calmarse
con una sola palabra del Señor Jesús, y con las palabras “¡Lázaro, ven fuera!”
(Juan 11:43), Lázaro, que llevaba muerto cuatro días, salió de su tumba. Todo
esto es consecuencia de la autoridad y el poder de las palabras de Dios. El Señor
Jesús también dijo: “pero el que beba del agua que yo le daré, no tendrá sed
jamás, sino que el agua que yo le daré se convertirá en él en una fuente de
agua que brota para vida eterna” (Juan 4:14). “Yo soy la resurrección y la
vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá, y todo el que vive y cree en
mí, no morirá jamás.” (Juan 11:25–26). “El que cree en el Hijo tiene vida
eterna; pero el que no obedece al Hijo no verá la vida, sino que la ira de
Dios permanece sobre él” (Juan 3:36). “En verdad os digo que todos los
pecados serán perdonados a los hijos de los hombres, y las blasfemias con
que blasfemen, pero cualquiera que blasfeme contra el Espíritu Santo no
tiene jamás perdón, sino que es culpable de pecado eterno” (Marcos 3:28–
29). Las palabras del Señor Jesús poseen poder, autoridad y la capacidad de
convencer plenamente el corazón y el espíritu de las personas, y nosotros
podemos oír la voz de Dios dentro de ellas. Las palabras de Dios no sólo dirigen
y gobiernan todas las cosas, sino que, además, pueden otorgarnos la vida y la
verdad. También nos pueden prometer bendiciones y maldecir a todos aquellos
que se rebelan contra Dios y se oponen a Él. Las palabras de Dios nos muestran
que Él trata con misericordia y amor a todos cuantos creen en Él y lo aman,
mientras que los rebeldes y los contrarios comprueban Su majestad e ira.
Podemos percibir el carácter justo e inviolable de Dios; todas las palabras de
Dios son expresión de Su carácter y de lo que Él tiene y es. Más aún, conllevan la
autoridad sin par del Creador. Por eso, al tratar de determinar si algo es la voz de
Dios, debemos comprobar si esas palabras poseen poder y autoridad y si son
expresión del carácter de Dios, de lo que Él tiene y es.

3. Las palabras expresadas por Dios pueden desvelar los misterios de la


obra de gestión de Dios.

El Señor Jesús manifestó: “[…] la misma manera será en el fin del mundo. El
Hijo del Hombre enviará a sus ángeles, y recogerán de su reino a todos los
que son piedra de tropiezo y a los que hacen iniquidad; y los echarán en el
horno de fuego; allí será el llanto y el crujir de dientes. Entonces los justos
resplandeceran como el sol en el reino de su Padre. El que tiene oídos, que
oiga” (Mateo 13:40–43). “No todo el que me dice: ‘Señor, Señor’, entrará en
el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en
los cielos” (Mateo 7:21). El Señor Jesús nos contó que, en el fin del mundo, Dios
enviará ángeles para separar a los buenos de los malos y que todas las personas
serán apartadas por tipos: el trigo de la cizaña, los buenos siervos de los malos y
las vírgenes prudentes de las insensatas. Únicamente aquellos que sigan las
directrices del Padre Celestial entrarán en el reino de los cielos. Por otro lado, el
Señor Jesús profetizó que sin duda regresaría, que en los últimos días el Hijo del
Hombre llevaría a cabo la obra del juicio y formaría un grupo de vencedores
antes del desastre, que el tabernáculo de Dios se encuentra en medio de la
humanidad y que surgiría el reino de Cristo. Todas estas cosas eran misterios
que ningún ser humano conocía ni habría sabido explicar, así que ¿por qué pudo
afirmar estas cosas el Señor Jesús? Porque el Señor Jesús es el propio Dios, el
Señor de los cielos, y el propio Dios es el único que sabe qué clase de gente
puede entrar en el reino de los cielos, cómo obra Dios en los últimos días y
cuáles serán el destino y desenlace de la humanidad. Solamente las
declaraciones de Dios pueden revelar los misterios de la obra de gestión de
Dios. En cierta ocasión, el Señor Jesús expresó: “Aún tengo muchas cosas que
deciros, pero ahora no las podéis soportar. Pero cuando El, el Espíritu de
verdad, venga, os guiará a toda la verdad, porque no hablará por su propia
cuenta, sino que hablará todo lo que oiga, y os hará saber lo que habrá de
venir” (Juan 16:12–13). Es evidente que, cuando regrese, el Señor Jesús declarará
todas las verdades que necesitamos como seres humanos y revelará
públicamente los misterios de todo el plan de gestión de Dios para salvar a la
humanidad. Las vírgenes prudentes tienen corazón y espíritu y, cuando oigan las
palabras de Dios, no cabe duda de que reconocerán Su voz en ellas.

4. Las palabras de Dios desvelan la corrupción y los pensamientos ocultos


de la humanidad.

Dios creó al hombre y conoce los corazones humanos en lo más profundo. Está
al tanto de nuestros más ocultos pensamientos; sólo las palabras de Dios
pueden revelar la verdad de nuestra corrupción a manos de Satanás y dejar al
descubierto toda la corrupción que anida en el fondo de nuestro corazón.
Ningún ser humano podría hacerlo. Tal como afirmó el Señor Jesús: “Lo que sale
del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de adentro, del
corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, fornicaciones,
robos, homicidios, adulterios, avaricias, maldades, engaños, sensualidad,
envidia, calumnia, orgullo e insensatez. Todas estas maldades de adentro
salen, y contaminan al hombre” (Marcos 7:20–23). Una vez corrompidos por
Satanás, pasamos a depender de la arrogancia, la perversidad, la falsedad, el
egoísmo, la bajeza, la maldad, la codicia y otras actitudes satánicas que tenemos
en nuestras palabras, acciones y relaciones con los demás. Cuando las palabras o
acciones de otra persona parecen menoscabar nuestra imagen, nuestro estatus o
nuestros intereses, nos lanzamos a la intriga, nos volvemos envidiosos y
beligerantes o incluso puede que odiemos a esa persona. Si renunciamos a las
cosas, nos entregamos al Señor y trabajamos arduamente para Él durante mucho
tiempo, empezamos a tener la sensación de que nos hemos forjado cierto poder.
Comenzamos a exigir recompensas y bendiciones a Dios y nos parece que es
algo justamente merecido. Cuando sucede algo que se sale de nuestras
nociones (como problemas económicos en casa, desgracias en la vida, desastres
o calamidades), seguimos malinterpretando y culpando a Dios. A veces hasta lo
negamos o nos oponemos a Él. Si Dios no dejara al descubierto esta corrupción
y rebeldía, seríamos totalmente incapaces de conocernos a nosotros mismos y
aún viviríamos inmersos en nuestras nociones y fantasías, creyendo que nuestros
actos son conformes a la voluntad de Dios. ¿No nos estaríamos engañando a
nosotros mismos y a los demás y extraviándonos? El Señor Jesús reveló toda
nuestra corrupción y esa es la única vía por la que hemos adquirido una
comprensión auténtica de nuestro carácter satánico y hemos visto cómo nos ha
corrompido realmente Satanás. Sólo así hemos sido más capaces de desechar
nuestro carácter corrupto.

Por si fuera poco, las palabras de Dios son luz. La luz de las palabras de Dios
revela todo lo oscuro y malvado, así como las trampas de Satanás. Es el mismo
caso de los fariseos, que a ojos de los creyentes judíos parecían siervos devotos
de Dios, pero el Señor Jesús vio el interior de su naturaleza y esencia, que
amaban lo injusto y detestaban la verdad. Los dejó en evidencia con palabras
como: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque sois
semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera lucen hermosos, pero
por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia” (Mateo
23:27). “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque recorréis el
mar y la tierra para hacer un prosélito, y cuando llega a serlo, lo hacéis hijo
del infierno dos veces más que vosotros” (Mateo 23:15). Las reveladoras
palabras del Señor Jesús son las únicas mediante las cuales hemos podido saber
que, como personas, únicamente vemos la apariencia externa de los demás, pero
Dios ve el fondo de nuestros corazones. Ve el interior de nuestra naturaleza y
esencia: quién tiene fe verdadera, quién simplemente busca saciarse y quién
detesta la verdad. Dios capta todo esto. Con lo que revelan las palabras de Dios
podemos adquirir auténtico discernimiento de la naturaleza y esencia de los
fariseos, hipócritas y enemigos de Dios.

Las palabras de Dios son las declaraciones del Creador a toda la humanidad. Son
expresión de la verdad, el camino y la vida y pueden proporcionarnos todo lo
que necesitamos. Tienen la capacidad de resolver todos nuestros problemas y
dificultades al señalarnos un sendero de práctica. Las palabras de Dios poseen
poder y autoridad y descubren todos los misterios. Dejan al descubierto la
corrupción del hombre, juzgan su injusticia y nos libran del mal. Todas estas son
características sin par de las palabras de Dios. Una vez que hayamos
comprendido los principios para discernir la voz de Dios, la percibiremos en el
alma cuando oigamos Sus declaraciones. Comprobaremos que las palabras de
Dios son algo que ningún ser humano podría decir y que contienen misterios en
los que la gente no podría ahondar por sí misma. Cuando tengamos esa
percepción debemos acercarnos cuidadosamente a la palabra de Dios y buscar e
investigar en serio; y siempre y cuando averigüemos que es la voz de Dios,
expresión de la verdad, hemos de aceptarla y someternos a ella. Este es el único
camino para ser una virgen prudente y poder recibir el regreso del Señor.

Hermana Mu Zhen, espero que estas enseñanzas te hayan sido útiles y que
todos podamos ser vírgenes prudentes que busquen y escuchen muy
atentamente la voz del Señor retornado, de modo que podamos recibirlo lo
antes posible ¡y asistir al banquete con Él!

¡Gracias al Señor por Su esclarecimiento y guía!

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