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(Publicado por primera vez en el periódico Granma, -- de -- de 1988.

Magaly Muguercia

  
Como lenguaje teatral La cuarta pared no representa algo nuevo, si nos remitimos al
panorama mundial. Experiencias de este corte se realizan hace más de veinte años e,
incluso, este tipo de teatro, en otros parajes geográficos, pudiera encontrarse hoy en
día en su etapa epigonal; la palabra vuelve a reclamar sus fueros frente al prolongado
imperio de la gestualidad y de otros códigos teatrales no verbales.

Pero, en Cuba, esa tendencia; que fue introducida entre 1969 y 1970 por Vicente
Revuelta y el grupo Los doce, desapareció abruptamente; murió al nacer, con el
estreno de un  Peer Gynt experimental. Juegos de la trastienda, de Tomás González,
nos sorprendió hace dos años con una indagación escénica que, evidentemente,
conectaba con aquel camino interrumpido. Ahora La cuarta pared retoma la estafeta
en esta curiosa historia de discontinuidad.

Veamos qué tipo de estética teatral es ésta: Se trata de un teatro centrado en el


trabajo del actor; éste hace un empleo singular de su cuerpo, su voz y su siquis,
eludiendo los patrones del comportamiento cotidiano. Paradójicamente, al relegar a un
segundo plano la palabra, este teatro todo lo que quiere obtener es, precisamente, una
sacudidora comunicación con su espectador, al que se le incita a vencer sus
automatismos, sus reacciones reflejas y aceptar un tipo de "contacto" más esencial e
íntimo. El difícil propósito se hace realidad cuando el actor y todo el sistema escénico
consiguen moverse, sin falsedades ni trucos, en el nivel de una delicada alquimia
técnica y emocional. Se produce entonces un impresionante acto de desnudamiento,
de sinceridad artística. El espectador queda atrapado en la subyugante irradiación.
Ocurren, ante nuestros ojos y oídos, contra nuestra piel, actos de los que,
misteriosamente, participamos.

Es cierto que, en última instancia, el teatro -el bueno- es siempre eso: un acto vivo de
co-creación que involucra por la raíz misma al espectador. Pero la peculiaridad del
tipo de teatro que acabo de describir, y que inició su auge mundial en la década de los
sesentas, radica en el énfasis que hace sobre el aspecto ritual, participacional de la
experiencia teatral, y no en la actitud de representación del mundo, más
argumentativa o, por lo menos, más frontal en relación con el espectador.

Si La cuarta pared permite, con toda propiedad, tomar como referente para su análisis
este paradigma estético, es porque su equipo de jóvenes artistas ha acometido la tarea
con seriedad, y porque tiene talento. Por eso pueden ofrecer algo estéticamente
coherente y reconocible.

Imperfecto como estructura dramatúrgica, reiterativo más allá de lo que su


construcción abierta justifica, es, sin embargo, un espectáculo pródigo en aciertos
plásticos, extrañamente pulcro en muchos detalles de la realización actoral y del
trabajo con los objetos y el espacio, lo que le confiere aquí y allá un don  mágico. Pero
es, además, y por sobre todo, un espectáculo donde los actores han hecho todas sus
apuestas a la carta de la sinceridad. Esto produce como resultado algo precioso: una
"mística" grupal imprescindible para que el teatro se realice como lo que es: creación
colectiva.

¿En torno a qué universo de ideas, sentimientos e intuiciones se ha organizado este


discurso, hecho de opciones artísticas y éticas tan poco frecuentes en los escenarios
cubanos?
Según Guillermo Bernal, de Juventud Rebelde, la obra de Víctor Varela nos remite a
"la pureza, la virtud, la dicha, el amor, el odio y el miedo a lo desconocido". Para Rosa
Elvira Peláez en Granma, éste sería "un espectáculo sobre el hombre , que se vuelca
desgarrador y tenso -pero constructivo, como el minero que de la sofocadora
profundidad saca a la luz las riquezas de la tierra-, sobre el propio hombre,
compulsionándolo a autorreconocerse, a transformarse".

No coincido con estas interpretaciones aunque, desde luego, puede ser que ellos
hayan entendido mucho mejor que yo el espectáculo. Me parecen, ambas, demasiado
imprecisas y embellecedoras.

Percibí a La cuarta pared como un espectáculo claramente centrado en un fuerte 


sentimiento de frustración y de pérdida de libertad; sentí que el espectáculo grita, con
no poca amargura, su rechazo a la intolerancia, a la insensibilidad, al autoritarismo, a
la hipocresía, a la retórica. Lo siento unívoco en esta dirección. Los otros motivos
"positivos" -dicha, transformación, etc.- no tienen en modo alguno carácter de motivos
conductores, como parece colegirse de las reseñas citadas.

El tema de la persistencia de formas de alienación del individuo en una sociedad


socialista me parece absolutamente legítimo. Es un problema tan importante, que no
hallo ninguna buena razón para no llamarlo por su nombre. No son "afirmativos" ni
"constructivos" estos jóvenes artistas... ni tiene sentido pedirle a los artistas que lo
sean. Más razonable sería instarlos a tratar de ser veraces y profundos.

A La cuarta pared no le falta sinceridad, pero sí hondura. Es quizás por ello que esta
imagen de su malestar y soledad no me resulta totalmente entrañable ni movilizadora
para mis muy personales inquietudes y expectativas. No acabo de descubrir allí los
signos de una tensión mucho más complicada y comprometedora; una, capaz de
convertir en algo verdaderamente preocupante y mío el espectáculo de un individuo
que, terco y maltrecho, se atreve todavía a actuar como si fuera un protagonista y no
una víctima de las circunstancias.

Siento, en una palabra, que la mirada que estos artistas están arrojando sobre sí
mismos es un tanto autocompasiva -y hasta lacrimosa-, y esto empobrece el resultado
artístico.      Pero, más allá de mis anuencias y mis discrepancias, creo que La cuarta
pared es  el hecho teatral más interesante que he visto en esta ciudad desde el estreno
de Week-end en Bahía, hace año y medio. En el páramo de  rutina, mediocridad e
insinceridad que es hoy el teatro cubano, esto significa oxígeno, refrescante desafío.
Les agradezco a los jóvenes artistas el disfrute y la provocación.

                                                 mayo de 1988


 

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