que están enteramente en tus manos: la integridad, la grave- dad, la resistencia al esfuerzo, el desprecio a los placeres, la resignación ante el destino, la necesidad de pocas cosas, la benevolencia, la libertad, la sencillez, la austeridad, la mag- nanimidad. ¿No te das cuenta de cuántas cualidades puedes procurarte ya, respecto a las cuales ningún pretexto tienes de incapacidad natural ni de insuficiente aptitud? Con todo, persistes todavía por propia voluntad por debajo de tus po- sibilidades. ¿Acaso te ves obligado a refunfiañar, a ser mez- quino, a adular, a echar las culpas a tu cueφo, a compla- certe, a comportarte atolondradamente, a tener tu alma tan inquieta a causa de tu carencia de aptitudes naturales? No, por los dioses. Tiempo ha que pudiste estar libre de estos defectos, y tan sólo ser acusado tal vez de excesiva lentitud y toφeza de comprensión. Pero también esto es algo que debe ejercitarse, sin menospreciar la lentitud ni complacerse en ella.
6. Existe cierto tipo de hombre que, cuando ha hecho un
favor a alguien, está dispuesto también a cargarle en cuenta el favor; mientras que otra persona no está dispuesta a pro- ceder así. Pero, con todo, en su interior, le considera como si fuera un deudor y es consciente de lo que ha hecho. Un tercero ni siquiera, en cierto modo, es consciente de lo que ha hecho, sino que es semejante a una vid que ha producido racimos y nada más reclama después de haber producido el fruto que le es propio, como el caballo que ha corrido, el pe- rro que ha seguido el rastro de la pieza o la abeja que ha producido miel. Así, el hombre que hizo un favor, no persi- gue un beneficio, sino que lo cede a otro, del mismo modo que la vid se aplica a producir nuevos racimos a su debido