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Y tú, ¿Juzgas para bien?

Salomón Michán M.

Copyright 2019

by Smashwords Edition
“Antes de juzgar a alguien, piensa que no
todos recorremos el mismo camino en la vida”.

“Juzga a tu prójimo favorablemente”


Este es uno de los preceptos por los que el
hombre disfruta de dividendos en este mundo,
mientras que la recompensa principal se
reserva para el Mundo Venidero.
Dedicatoria
Quiero dedicar este libro Leiluy Nishmat
Marat Imi Rosa bat Sara Z”L.
Ella siempre nos enseñó a mí y a mis
hermanos a ver por los demás, ayudar, apoyar,
ver sus necesidades, ayudar a resolver
discusiones.
En su corta vida se dedicó a la gente, a
pedir Tefilá y decir Tehilim por todo el que tenía
alguna necesidad, en cada ocasión que
escuchaba que alguien tenía algún problema
ella sentía que tenía que ayudarlo y pedía por
él, también pedía Tefilá por el bienestar de todo
Am Israel y principalmente de los Yehudim de
Eretz Israel.
Siguiendo su ejemplo de dedicación a los
demás, quiero invitarte a reflexionar sobre un
tema muy importante en nuestra época y en
nuestra sociedad, es la Mitzvá de juzgar para
bien a los demás.
Cuántas discusiones podríamos evitar si
diéramos al otro el beneficio de la duda,
cuántos casos conoces de amigos, vecinos y
hermanos que se han involucrado en
discusiones y pleitos por algo que comenzó
con una confusión o un malentendido. Conoces
gente que dice: “Si hubiera sabido..., no
hubiera…”, “Por qué no me dijeron eso al
principio...”, “Yo sólo quería…, cómo iba a
saber que…”, etc.…
Nuestra sabia Tora nos dice: “Ama a tu
prójimo como a ti mismo” y también nos dice:
“Juzga a tu prójimo con rectitud”, si las unimos,
la Torá nos quiere decir: juzga a los demás
como tú quisieras ser juzgado, positivamente,
con las consideraciones que harías contigo
mismo.
Cuando haces un buen acto, seguramente
quieres que se considere como tal y no quieres
que la gente lo cuestione y busque cómo
reprobarlo. Si haces un acto no bueno,
seguramente tienes motivos para atenuarlo y
justificarlo, lo mismo debemos hacer con los
actos de nuestro compañero.
Nosotros sabemos que la fuerza de Am
Israel está en la unión. Un requisito
indispensable para fortalecer nuestra unión es,
ver con buen ojo a cada persona, juzgarlo para
bien, justificarlo, sin importar si es sabio,
carismático, adinerado, o lo contrario.
Para lograr este objetivo de fortalecernos en
esta Mitzvá tan importante y así elevar la
Neshamá de mi mamá Rosa bat Sara Z”L, le
pedí a mi gran amigo Salomón Michán que me
ayude a desarrollar el tema en este libro. Le
agradezco a Salomón por asociarse conmigo
en esta Mitzvá, por su tiempo y dedicación.
En este libro están incluidas las bases de la
Mitzvá, las Halajot, consejos y muchas historias
que nos dejan grandes mensajes.
Los Jajamim nos enseñaron que el Bet
Hamikdash se destruyó porque había entre los
Yehudim “odio gratuito”, el Jafetz Jaim nos
enseñó que el odio se expresa hablando mal
de los demás (Lashón Hará). Si reflexionamos,
veremos que, comúnmente el Lashón Hará
proviene de juzgar precipitadamente y sin
conocer todos los detalles.
Así como mi mamá pedía todos los días que
haya Shalom y reconciliación en Am Israel y
seguramente sigue pidiendo desde el lugar en
el que está, le pido a Boré Olam que mande
Shalom y nos ayude a actuar con inteligencia
para ir en el camino de la Tora.
Al reforzarnos en juzgar para bien a los
demás, nos evitaremos discusiones y
conseguiremos la unión que Am Israel requiere
para recibir la Gueulá Shelemá (redención
final) y la llegada del Mashíaj pronto en
nuestros días, Amén.
Salvador Chapan Farca
Autor: Salomón Michán Mercado
salomichan@hotmail.com
Edición tipográfica: Salomón Michán
Mercado
Michán Editorial
Corrección y revisión: Lic. Alfonso Roldán
armcorrectis2000@yahoo.com.mx
Diseño de Portada: Lic. Claudia Hernández
diseno.tierracreativa@gmail.com
ISBN: 9780463420331

Copyright © 2019 México


Todos los derechos reservados. Queda
rigurosamente prohibida, sin la autorización
escrita del titular del Copyright, bajo las
sanciones que establezca la ley, la
reproducción parcial o total de esta obra por
cualquier medio, incluidos la reprografía y el
tratamiento informático, así como la distribución
de ejemplares mediante cualquier alquiler o
préstamos públicos.

Salomón Michán Mercado


salomichan@hotmail.com
+ 521 55 5965 1288 México
Este libro está dedicado
Leiluy Nishmat
Rosa bat Sara Z´L
22 de Iyar 5778
Salomón Michán M.

Leyes de Tebilat Kelim


(Leyes sobre la inmersión de utensilios)

Leyes de Bishul en Shabat


(Leyes de cómo preparar y manejar los
guisados en Shabat)

Leyes de Maajalé Akum


(Leyes sobre la cocción de alimentos por
medio de un gentil)

La dieta del Rambam


(Manual basado en las enseñanzas del
Rambam y otros Jajamim acerca de qué, cómo
y cuándo comer)

Midat Yaakob
(Exposiciones sobre “medida por medida” de
cada perashá)

Tefilát Hashlá Hakadosh


(Comentarios sobre la Tefilá escrita por el
Shlá Hakadosh)

Pensar en el prójimo (2 tomos)


(Obra que trata sobre la Mitzvá de pensar en
el prójimo)

Purim, descubriendo a Dios con alegría


(Todo lo relacionado con la fiesta de Purim)

La Tefilá
(Libro que nos enseña cómo conectarnos
con Dios por medio de la plegaria)

Maasé Rafael
(Enseñanzas de las perashiot de la Torá,
unidas con historias sorprendentes de la vida
real)
El respeto al Bet Hakneset y los libros de
Torá
(Reflexiones, Halajot, explicaciones sobre el
respeto al Bet Hakneset)

Historias sorprendentes del judaísmo (3


tomos)
(Más de 350 historias y narraciones
sorprendentes de la vida real y actual de
diferentes temas sobre el judaísmo)

La alegría y el éxito
(Reflexiones, consejos y guía práctica para
adquirir felicidad y alegría auténticas en la vida)

También esto es para bien, Gam Zu Letobá


(Libro donde se explica, con base en cada
perashá de la Torá, el famoso dicho de:
“¡También esto es para bien!”)

101 enseñanzas del judaísmo, con buen


humor
(101 enseñanzas del judaísmo, unidas con
un muy buen humor)

Vive agradeciendo
(Libro donde se explican los secretos para
vivir felices adquiriendo el sentimiento de ser
agradecidos por todo lo que tenemos)

365 reflexiones para la Vida


(365 Reflexiones para vivir mejor, más
alegre y positivo)

Las Berajot traen Berajá


(Libro que trata sobre la grandeza, la
importancia y la explicación de las Berajot.
Asimismo, se explica cada una de las Berajot
que recitamos)

La Razón de Vivir
(Libro que explica cuál es el objetivo de la
vida y cuál es la finalidad de la existencia del
ser humano en este mundo)

El privilegio de ser mujer


(Libro que trata sobre el rol, la misión y el
propósito de la mujer en este mundo;
asimismo, expone la importancia que tiene la
mujer para su casa e hijos)

Keter Itzjak, las 13 Coronas del Bar Mitzvá


(Libro que expone todo lo relacionado sobre
el día del Bar Mitzvá. Incluye Halajot,
explicaciones sobre los Tefilín, etc. Asimismo,
trata sobre el tema de la alegría de las Mitzvot)

El poder del habla


(Libro que expone el tema sobre el poder del
habla, su fuerza y cómo debemos utilizarla
según la Torá)

La perspectiva de la Torá sobre los negocios


y el dinero
(Libro que expone la perspectiva de la Torá
sobre los negocios y el dinero)

Consejos para la educación de los hijos


(Guía práctica sobre cómo podemos educar
a nuestros hijos, según los consejos y
recomendaciones de grandes Sabios, Jajamim
y educadores profesionales)

Perfecciona tus cualidades


(Guía práctica de cómo podemos
perfeccionar nuestras virtudes y cualidades)

Dar es recibir
(La importancia y el gran valor del Jesed.
Halajot, leyes, sobre Tzedaká y Maaser)

Liderazgo judío uy superación personal


(En este libro se estudia la verdadera
esencia del liderazgo en base a lo siguiente:
Un líder es una persona de acción, con
iniciativa de combatir la injusticia y ayude a los
necesitados)
Éste y demás libros del autor pueden
solicitarse:
Llamando al teléfono: +521 55 5965-1288
O escribiendo al correo electrónico:
salomichan@hotmail.com
Hay una historia detrás de cada persona.
Hay una razón por la cual es como es.
Piensa en eso antes de juzgar.
Intenta conocerla primero… y podría
sorprenderte.
Índice
Dedicatoria
Prólogo
Introducción
La Mitzvá de juzgar para bien
¿Quién tiene derecho de juzgar?
Juzgando a los demás
¿Por qué juzgamos para mal a los demás?
Halajot (leyes) sobre juzgar para bien
Estrategias para juzgar favorablemente
Historias sobre juzgar para bien
Fin
Índice
Índice detallado
Prólogo
Juzgar con el beneficio de la duda
Con la misma vara…
El Lashón Hará es provocado por prejuzgar
a los demás
El taxista y el vigilante
Juzgas para bien o mejor no juzgues
¡No hay salida! ¿Y ahora qué?
El segundo oponente
Una lección sorprendente
Introducción
¿Cómo juzgar al prójimo?
La Mitzvá de “Amarás a tu prójimo como a ti
mismo”
La base para adquirir buenas virtudes
La Mitzvá de juzgar para bien
La Mitzvá de juzgar para bien
¿Qué significa juzgar para bien?
Juzgar para bien vs. ingenuidad
¿Qué debemos pensar en la realidad?
Quien juzga para bien, así lo juzgan del
Cielo
Juzgar para bien al Pueblo de Israel
¿Por qué juzgar para bien, si Dios conoce la
realidad?
¿Hasta dónde llega la Mitzvá de Juzgar para
bien?
Siempre juzgar para bien
Al juzgar para bien se cumple una Mitzvá de
la Torá
Juzgar para bien o reprochar al prójimo
Sé el abogado defensor de los personajes
cuestionables
Doble dividendo
¿Quién tiene derecho de juzgar?
Juzga hasta que te pongas en su lugar
El Cohén ciego de un ojo no puede juzgar
Cambiar el Sidur (libro de rezos) por un pan
Sólo Dios tiene el derecho de juzgar
Sólo Él podría y sabría juzgar
El día del Juicio
Las cuatro estaciones
Si juzgamos para bien, el compañero
cambiará
Dios ama a quien ama lo que Él ama
El ego distorsiona la realidad
Juzgando a los demás
¿Tienes permitido juzgar a otra persona?
Ve primero tus defectos
Cuidado con las cuentas en el Cielo
Juzgar a la pareja o a los hijos
Entiende a tus hijos
Maestro-alumno
El reflejo del agua
¿No es ingenuo “juzgar para bien”?
Pensar bien del otro
La persona no tiene control de sí misma
El perro fiel
Doble impresión
Juzgar a la gente por su apariencia
La necesidad de asumir la responsabilidad
Ayudar en lugar de juzgar
¿Por qué juzgamos para mal a los demás?
¿Por qué juzgas sin saber?
Aprendiendo a no juzgar
Los nueve consejos para dejar de juzgar a
los demás
Halajot (leyes) sobre juzgar para bien
Leyes sobre la Mitzvá de juzgar para bien
Estrategias para juzgar favorablemente
¿Cómo podemos juzgar para bien?
Consejos para juzgar para bien
Historias sobre juzgar para bien
¿Por qué no lleva a su hijo con un buen
doctor?
La mejor lección de mi vida
¿Quién engañó a quién?
Los dos Rab Mordejay Kaminetzky
Si me pagan, sí
Los siete niños traviesos en el camión
Ese Jajam no cuida su vista y su recato
Ese hombre que “no saluda”
Sólo quería mostrarle su reloj nuevo
Ese hombre no es Jajam
¿Quieres ser como un Séfer Torá o como
unos zapatos?
Nobody called you, “Nadie te llamó…”
El hombre que golpeaba a un niño indefenso
Hicieron sentir grande al enano
Una opinión positiva para el ladrón
¿Cómo reaccionarías tú?
¿Cómo se creó la organización Hatzalá?
El misterio de los huevos
¿Quién se robó el Nintendo?
El ladrón del reloj
Pero nunca olvidarán cómo los hiciste
sentir…
Se saltó la reja para ir a la Tebilá sin pagar
Primero debemos examinarnos a nosotros
mismos
La media taza de leche
Papá, ¿eres tú?
¡Qué feo eres!
El cambio repentino del ladrón
El misterio de las galletas
¡Pero ayer tú lo hacías!
Avergonzar a otra persona en público
¿Dónde quedaron los diez rublos?
El trasplante
Tú eres el culpable y culpas a los demás
El Rab cargaba una linterna en Shabat
Janá la profetisa estaba haciendo Tefilá; no
estaba borracha
Subió al taxi porque sufrió un paro cardiaco
Rabí Yojanán mató y revivió a Rab Cahaná
El Napoleón de oro
Fin
Prólogo
Juzgar con el beneficio de la duda
Esto es, en primer lugar, uno de los 613
preceptos de la Torá y podría considerarse
también como uno de los elementos más
importantes de la moral judía.
Juzgar con el beneficio de la duda significa
que, cuando no conozcas todo el escenario, o
todas las circunstancias alrededor de un hecho
que te parece mal, no te apresures a juzgar
ese hecho o a la persona involucrada
negativamente, sino que debes buscar
atenuantes, posibles razones o escenarios que
justifiquen esa acción que te parece errónea.
Por ejemplo, alguien llega tarde a una cita
conmigo. Hay dos posibles formas de
reaccionar antes de conocer los hechos:
Una, que yo juzgue a esta persona
negativamente y piense que es una
desconsiderada, negligente e irresponsable.
La segunda opción es que yo piense que
seguramente algo más allá de su control fue la
causa de su retraso y yo me diga:
“Seguramente hubo mucho tráfico o no
encontró un lugar para estacionar su carro”,
etc. Esto último es juzgar con el beneficio de la
duda.
En este punto, no importa cuál sea la
verdadera razón por la cual esa persona llegó
tarde. Ahora estamos analizando mi reacción
inicial, mi carácter, para determinar si yo juzgo
a los demás de manera crítica o si los juzgo
con el beneficio de la duda.
Debemos saber que, en general, tendemos
a juzgar a los demás por sus acciones y a
nosotros mismos por nuestras intenciones.
Lamentablemente no estamos “programados”
para juzgar con el beneficio de la duda, sino
que, por una cuestión innata o adquirida, en
realidad somos desconfiados.
La Torá, sin embargo, nos obliga a cambiar
esta actitud, “reprogramarnos” y juzgar a los
demás con altruismo.
He aquí otro ejemplo: estoy dando una
importante conferencia y al final del salón veo a
un conocido hablando sin parar con otra
persona que desconozco. Al terminar, me
acerco para reprocharles su conducta, pero
antes de que pueda pronunciar una palabra, mi
conocido dice:
—Te presento a mi primo Gerard, de París.
Estuve traduciendo para él toda tu conferencia,
palabra por palabra. ¡Le encantó!
Yo sólo vi a dos personas hablando e
interrumpiendo mi conferencia, y lo primero que
cruzó por mi cabeza es que eran dos individuos
desconsiderados.... No los juzgué con el
beneficio de la duda.
Dar el beneficio de la duda tiene grandes
beneficios. Veamos por qué.
Cuando hablamos mal de otras personas
(Lashón Hará), muchas veces lo hacemos
repitiendo algo que escuchamos sobre esa
persona, de lo cual es posible que ni siquiera
tengamos evidencia. Si juzgamos a los demás
con el beneficio de la duda, nos cuidaremos
mucho más de no repetir “sospechas” o de no
darles crédito. Si nos mantenemos en este
principio, evitaremos hablar Lashón Hará.
Con la misma vara…
¿Cómo queremos ser juzgados por Dios,
luego de 120 años? ¿Esperamos que nos
juzgue con severidad, o con indulgencia?
Seguramente pretendemos que el Juez
Supremo siempre encuentre un atenuante, una
justificación para nuestros errores.
Nuestros Jajamim (Sabios) explican que
Dios nos juzgará con la misma vara que
usamos para juzgar a los demás. Si
aprendimos a juzgar a los demás con el
beneficio de la duda, así seremos juzgados por
el Creador. Habría que agregar que no sólo Él
nos juzga como juzgamos a los otros: por lo
general, nuestros gestos y actitudes se reflejan,
son imitados por la gente que nos rodea: si
quieres que las demás personas te juzguen
con indulgencia, que no se apresuren a
sospechar de ti, que no te condenen antes de
tener toda la información en la mano, entonces
aprende a juzgar a los demás con el beneficio
de la duda.
Tal como lo hemos mencionado, debemos
dar el “beneficio de la duda”. Esto no significa
necesariamente pensar que el otro no ha
hecho nada malo, sino, simplemente, no
asegurar que su obra indebida fue con mala
intención, que puede tener algún argumento
desconocido por nosotros que explicaría y
justificaría su acción.
Esta es una solución de raíz para cuidar el
habla, ya que todo Lashón Hará, sin excepción
alguna, surge del mal pensamiento y juicio
sobre nuestro compañero. Y si nos dedicamos
a juzgar positivamente, ya no habrá motivo
para hablar Lashón Hará, e inclusive, no será
necesario esforzarnos a privarnos del mismo.1
El Lashón Hará es provocado por prejuzgar
a los demás
El Lashón Hará (hablar mal de los demás)
es un pecado que ha provocado numerosas
tragedias al Pueblo Judío y, de hecho, al
mundo en general.
Debemos saber que uno de los motivos que
nos provocan hablar Lashón Hará es prejuzgar,
es decir, juzgar sin conocer la realidad y,
erróneamente, condenar a los demás.
La Torá menciona muchos eventos e
historias que demuestran esto.
Cuando Miriam habló mal de su hermano
Moshé —que realmente no había hecho nada
malo—, Dios la reprendió y la castigó con la
enfermedad de Tzaráat (una especie de lepra).
Desafortunadamente, los espías que fueron
enviados poco después a Israel no aprendieron
la lección de esta historia y también hablaron
negativamente de la Tierra de Israel, —
también juzgaron sin conocer la realidad—. El
resultado fue que todos los israelitas de esa
generación murieron en el desierto.
Yosef habló negativamente de sus
hermanos a su padre Yaakob, lo cual no era
verdad, sino únicamente suposiciones—,
ocasionando que lo odiaran. Esto los llevó a
venderlo y, finalmente, causó el exilio egipcio.
Nos cuenta la Torá que Moshé Rabenu vio
que dos hombres hebreos peleaban (hablaban
mal entre ellos).
Moshé preguntó a uno de ellos:
—¿Por qué lo golpeas?
Y este hombre le contestó:
—¿Quién te ha puesto como hombre,
ministro y juez sobre nosotros?
Moshé temió y dijo:
—Ajen Nodá Hadabar (“Así que el asunto se
ha sabido”).
Y escapó de Egipto.2
Pregunta el Midrash: “¿A qué se refirió
Moshé Rabenu cuando dijo: ‘Así que el asunto
se ha sabido’?”.
Contesta el Midrash que Moshé Rabenu
tenía la duda y se preguntaba en su corazón:
“¿Por qué el Pueblo de Israel está esclavizado
en la tierra de Egipto?”.
Después de que Moshé Rabenu vio que dos
hombres hebreos (Datán y Abiram) peleaban y
hablaban Lashón Hará entre ellos, entendió por
qué el Pueblo de Israel estaba esclavizado y no
había llegado su redención.3
El taxista y el vigilante
Hace unos cinco meses fuimos bendecidos
con la llegada de nuestro cuarto hijo, Shelomó.4
El bebé nació en Shabat y, después de tres
días, nos dieron de alta del hospital. Mientras
esperaba en la puerta del hospital para recoger
a mi esposa, me di cuenta de que un taxi se
había colocado a mi lado y bloqueaba mi
salida. Le pedí con un gesto amigable si podía
mover el carro para salir.
El hombre, muy campante, me dijo:
—¡No! Tú estás estacionado en mi lugar.
¡Ahora te aguantas!
Y bajó de su automóvil.
Fue un momento incómodo y desagradable.
Sentí que aquel hombre era completamente
insensible frente a dos padres saliendo del
hospital con un bebé recién nacido, y
simplemente quería “darme mi merecido”.
La verdad, yo estaba en la zona de salida,
pero, como el área de taxis está justo al lado, a
él le pareció que yo estaba “invadiendo” su
zona. Su reacción fue hostil: “¿Tú obstruiste mi
camino? ¡Ahora yo obstruyo el tuyo!”. Fue una
sorpresa muy poco grata. Me asombraba que
un hombre adulto, que está en contacto con
gente que sale de un hospital, se comportara
de esa manera y se diera el lujo de
“devolvernos” la jugada, que, según él, le
habíamos hecho.
Juzgas para bien o mejor no juzgues
Gracias a Dios, hace algunos años decidí
que no iba a juzgar a otras personas, aun
cuando me causaran algún daño.
Cabe aclarar que nuestros Sabios5 enseñan
que debemos juzgar a todas las personas “para
bien”, lo cual se refiere incluso a alguien que se
comporta de forma indebida. Tal actitud es
digna de admiración y es, además,
perfectamente alcanzable para la mayoría de la
gente.
Ahora bien, ¿qué debes hacer si en
ocasiones no ves cómo juzgar a todos para
bien? ¿Cómo puedes apaciguar el dolor de la
ofensa recibida?
La propuesta es dar un paso en el camino
de juzgar para bien, aunque todavía no puedas
recorrerlo todo.
Si no puedes juzgar para bien, al menos no
juzgues para mal.
Juzgar a otros para mal solamente
intensifica el dolor de la ofensa y lo hace más
duradero. El único perjudicado eres tú mismo.
Puedo asegurarte, por mi experiencia y la de
personas a las que he acompañado, que el
simple hecho de “no juzgar” (ni para bien ni
para mal) tiene el poder de aliviar el
resentimiento que daña nuestros corazones,
incluso más que la propia injusticia de la que
puedas haber sido víctima.
Esto me recuerda una conocida frase de
Nelson Mandela: “Guardar rencor a tu enemigo
es como beberte un vaso de veneno y
pretender que tu enemigo muera”.
¡No hay salida! ¿Y ahora qué?
Continúo el relato de nuestra salida del
hospital. Finalmente, pese a lo desagradable
del incidente, el taxista abrió paso para que
pudiéramos avanzar. El recién nacido, mi
esposa y yo nos dirigimos al portón de salida.
Antes de llegar, me detuve en la estación de
pago y noté que la máquina no aceptaba el
ticket. Yo lo introducía y la maquina
inmediatamente lo expulsaba, sin dar ningún
mensaje explicativo. Me dije: “¿Y ahora qué?”.
Pero como la calle no permitía dar la vuelta, lo
único que me quedaba por hacer era seguir
adelante y enfrentarme a “mi nuevo oponente”,
el vigilante de la salida.
El segundo oponente
La verdad que yo venía un poco
predispuesto a un nuevo enfrentamiento, pues
pensé que probablemente había algún
problema con el ticket o con mi estadía en el
hospital. Sin embargo, recibí una muy grata
sorpresa. Me recibió un hombre alto de unos
sesenta años de edad. Le mostré el ticket y le
expliqué la situación. Él asomó su cabeza
adentro del auto, vio que llevábamos a un bebé
de tres días de nacido y que mi esposa llevaba
en la muñeca la pulsera identificatoria del
hospital.
En ese momento me miró con los ojos bien
abiertos y, con toda la serenidad del mundo,
me preguntó:
—¿Es su primer hijo?
Y yo le respondí:
—No, es el cuarto.
Entonces nos dijo, con una amplia sonrisa:
—Dios los ha bendecido con una familia
hermosa para que ustedes sean padres
amorosos y bondadosos como Él. ¿Quién soy
yo para arruinar su alegría?
Se alejó del carro y, mientras abría la
baranda eléctrica, nos dijo:
—Su ticket ya está pagado por el hospital.
¡Buen viaje!
Una lección sorprendente
Me sentí asombrado y confundido por el
contraste de estos dos personajes. Dos
hombres marcaron con su actitud nuestra
salida del hospital: uno amargado y vengativo;
el otro, cariñoso y comprensivo. Gracias a esta
simple anécdota recordé que cada persona es
libre de elegir su estado de ánimo y la forma en
que va a interactuar con su entorno. Cada uno
de esos hombres ejercía su libertad para
formar su propio estado de ánimo y reaccionar
en conformidad con él.
La creencia de que somos libres para crear
y manejar nuestro estado de ánimo aparece
mencionada en muchos libros de la literatura
judía. El libro Pelé Yoetz,6 en el capítulo que
habla sobre la alegría, dice:
Uno que está vivo debe asumir la
responsabilidad de su estado de ánimo y de su
alegría. La persona debe tener dominio de su
estado de ánimo. Debe saber cómo pasar de la
alegría a la solemnidad (cuando sea
necesario). Debe tener el control necesario
para crear su estado de ánimo, de acuerdo con
la dirección de sus pensamientos y acciones.
Vemos en este hermoso texto que el estado
de ánimo es una responsabilidad inherente a
quien “está vivo”. Si realmente lo deseas,
tienes acceso a muchísimas herramientas y
situaciones para dar forma a tu carácter y
acostumbrarte a ser como decidas ser. Es una
elección que depende de cada uno.
Esta filosofía es esencial en la atmósfera de
los programas Coaching (proceso que persigue
como objetivo principal el máximo desarrollo
profesional y personal de la persona que los
recibe).
Y tú, querido lector, ¿quieres tener más
control de tu mundo emocional? Te invito a que
empieces por observarte. Cuando estés
abrumado, tenso, cansado o asustado, presta
atención al patrón de tus pensamientos, al tono
de tu diálogo interno, a tu lenguaje, la manera
de juzgar a los demás, las palabras que usas y
también tu postura física.
Si ese patrón está causándote daño, trata de
romperlo. Busca palabras que despierten
calma, confianza o entusiasmo. Trata de
cambiar tu posición, levanta las manos, celebra
con un puño al aire o, quizás sin ninguna
buena razón, sonríe, o incluso echa una buena
carcajada.
Estoy seguro de que notarás la diferencia
casi de inmediato; sin duda, será una gran
demostración de auténtica libertad. ¡Mucho
éxito!7
“No te preocupes por lo que no tengo.
Preocúpate por lo que a ti te hace falta.”
Introducción
¿Cómo juzgar al prójimo?
Todos tenemos un tribunal de justicia en
nuestra cabeza y cada uno de nosotros es juez
y jurado al mismo tiempo. Cada vez que vemos
a alguno de nuestros amigos hacer algo que
parece incorrecto, tomamos una decisión. ¿Le
daremos el beneficio de la duda o lo
declararemos culpable en el acto?
La Torá nos enseña a juzgar a cada persona
favorablemente. Tal vez hay una buena razón
por la cual nuestro amigo hizo eso, o tal vez no
vemos la imagen en su totalidad.
Toda persona debería juzgar
favorablemente a los demás, como lo establece
la Torá: “Con justicia juzgarás a tu prójimo”.8
Nuestros Sabios explican que este versículo
significa: “La persona debería juzgar a su
prójimo favorablemente”.9 Este es uno de los
preceptos por los cuales el hombre disfruta de
dividendos en este mundo, mientras que la
recompensa principal se reserva para el Mundo
Venidero.10
Pero, ante todo, debemos entender qué
implica juzgar favorablemente. Digamos que
oyes un rumor malicioso acerca de tu vecino.
Juzgar favorablemente significa que debes
asumir que tu vecino no hizo o dijo aquello que
supuestamente hizo o dijo, y que si ese vecino
es realmente culpable, debe haberlo hecho sin
ser consciente de estar haciendo algo
prohibido.
Y si ninguna de estas posibilidades es
probable, debes asumir que la versión de la
historia que escuchaste no es correcta, que
debe habérsele agregado algo que deforma la
verdad, o que se dejó de lado algún detalle de
importancia que podría servir como
justificación.
Por tanto, nuestros Sabios nos han dado la
siguiente regla: “No juzgues a tu prójimo hasta
no haber estado en su lugar”.11
Es sumamente importante empeñarnos en
perfeccionar nuestra conducta en este aspecto,
desarrollar la capacidad de dar al otro el
beneficio de la duda cuando sea necesario y
ver a los demás de forma positiva. Porque al
juzgar a los otros favorablemente, nosotros, a
la vez, seremos juzgados favorablemente.
Esto puede influir en el Juicio del Tribunal
Celestial, que decidirá si seremos declarados
justos o malvados por toda la eternidad.
Una persona será declarada meritoria o
culpable, y condenada, si sus preceptos
sobrepasan o no a sus transgresiones. Si sus
méritos son mayores, es clasificada como
justa; si sus transgresiones lo son, es calificada
como malvada.
Sin embargo, incluso aunque tenga miles de
preceptos en su crédito, si Dios lo trata con la
medida completa de Juicio Divino, sólo
quedarán unos pocos de ellos. Un gran número
de los mismos será descalificado porque no
fueron observados escrupulosamente y hasta
el último detalle. Muchos de los observados al
pie de la letra serán excluidos porque no fueron
observados con la devoción, amor, temor y
alegría adecuados a la observación de
preceptos.
Por tanto, si Dios evalúa la práctica de los
preceptos con toda precisión y rigor, la mayoría
serán hallados defectuosos y los preceptos
restantes serán demasiado pocos en
contraposición a sus transgresiones, y será
calificado como malvada por toda la eternidad.
Sin embargo, si el Creador trata a la persona
con la medida de compasión y quiere juzgarlo
favorablemente, todos sus méritos
permanecerán completos. Más aún, incluso
cuando las iniquidades sobrepasen a sus
méritos, si Dios quiere juzgarlos aplicando la
medida de compasión completa, su número se
reducirá, ya que muchos serán descartados
porque fueron cometidos sin intención, o por
alguna otra razón.
Si el Creador quiere juzgar a una persona
meritoriamente, nada puede impedirlo. En
consecuencia, cuando las transgresiones de
una persona disminuyen, la balanza del juicio
se inclina en su favor y será calificada como
justa para siempre.
Todo esto dependerá de la manera con la
que nos relacionemos con los demás durante
nuestra vida. Si suele juzgar a los demás
favorablemente, será juzgado de la misma
manera, tal como lo señala el Talmud.12 Sin
embargo, si su actitud es ruda y recriminatoria,
y habla mal de los demás, los ángeles
oficiantes también hablarán mal de él en los
reinos superiores.
Así, durante toda nuestra vida debemos
estar conscientes de que, cuando juzgamos al
prójimo, tanto para bien como para mal, en
realidad estamos determinando nuestro propio
veredicto.13
Tres mil años antes de la llegada de la
sicología cognitiva, la Torá reconoció que
nuestras actitudes (y consecuentemente
nuestras palabras y acciones) no son formadas
por lo que la otra persona dice o hace, sino por
nuestra interpretación de todo eso. Por tanto, la
Torá nos obliga, siempre que sea posible, a
encontrar o idear una interpretación favorable.
El resultado de juzgar a los demás
favorablemente es que cultivamos la actitud
positiva y comprensiva hacia los demás.
Cuando no pensamos mal de otros, no
hablamos mal sobre ellos y, ciertamente, no
actuamos con enojo ni adoptamos
comportamientos vengativos, no sacamos
conclusiones rápidamente, no condenamos a la
gente que puede estar sufriendo circunstancias
que están mucho más allá de nuestro
conocimiento.
Muchos conocemos o hemos sido testigos
de problemas familiares o sociales por juzgar
erróneamente en diferentes situaciones.
Al perfeccionarnos y no juzgar para mal a
nadie, nos ahorrarnos varios problemas en la
vida. Y no sólo eso, sino que también en el
Cielo nos juzgarán para bien, así como dice el
Talmud: “De la misma manera que uno juzga a
los demás, así lo juzgan del Cielo”.14
La Mitzvá de “Amarás a tu prójimo como a ti
mismo”
Es imposible cumplir la Mitzvá de: Veahabtá
Lereajá Kamoja, “Amarás a tu prójimo como a ti
mismo”, si no se cumple con la Mitzvá de
“Juzgar a los demás para bien”.
En el momento que miras a alguien
haciendo alguna acción aparentemente contra
la Voluntad de Dios, debes tratar al máximo de
juzgarlo para bien pensando que lo ha hecho
por algún motivo válido, o porque realmente así
debió hacerlo conforme lo marca la Ley judía.
Y cuando estás juzgando para bien, debes
pensar que en ese momento cumples una
Mitzvá de la Torá llamada: Betzedek Tishpot
Amiteja,15 “Con justicia juzgarás a tu pueblo”.16
Si viéramos a nuestro padre o a nuestro hijo,
o a nuestra pareja, hacer algo incorrecto,
seguramente le encontraríamos algún motivo
válido para ello o le daríamos el beneficio de la
duda. Así quiere Dios que nos comportemos.
Todos somos sus hijos y Él quiere que siempre
pensemos bien de los demás.
Para entender este mensaje, Rab Dob Yafe
expone un gran ejemplo para entender la
conexión entre la Mitzvá de “Amarás a tu
prójimo como a ti mismo” y la de “Con justicia
juzgarás a tu pueblo”.
Un hombre estaba buscando algo muy
valioso que perdió. Al principio comenzó a
buscar donde era más lógico encontrarlo, pero
al no lograrlo, siguió buscando en lugares
donde no era tan lógico que se hubiera
perdido. Pero al no hallarlo tampoco ahí, volvió
a buscarlo en el primer lugar donde ya había
buscado. Aunque ya había buscado ahí, querer
encontrar eso tan valioso hizo que se esforzara
buscando donde ya lo había hecho.
Lo mismo ocurre con nuestro tema. Si
tuviéramos ese cariño y afecto hacia los
demás, buscaríamos alguna manera de
juzgarlo para bien, incluso si ya buscamos y no
la hemos encontrado.17
La base para adquirir buenas virtudes
Juzgar para bien a los demás es la base
sobre la cual adquirimos buenas virtudes.
Expliquemos esto.
Muchas de las cualidades y virtudes en las
que debemos trabajar dependen de la
sociedad; es decir, de otras personas. Por
ejemplo, el ser caritativo, amar al prójimo,
ayudar a los demás, no envidiar, no ser
orgullosos ante la gente, etcétera.
Para quien tiene la cualidad de “Juzgar para
bien a los demás”, le será muy fácil
perfeccionar las cualidades que están
relacionadas con la sociedad, ya que tener
“buen ojo” hacia la gente es el comienzo para
respetar, honrar, querer, amar, ayudar o apoyar
a cualquier persona.
Recordemos lo que dijo el Gaón de Vilna: “El
principal propósito de la vida del hombre es
esforzarse constantemente por perfeccionar
sus cualidades. Y si no, ¿para qué es la
vida?”.18

“Juzgar a una persona no define quién es


ella. Define quién eres tú.”
La Mitzvá de juzgar para bien
Tenemos una Mitzvá que nos dice que
debemos juzgar a nuestro prójimo para bien.
Aunque muchas veces resulta difícil hacerlo,
debemos realizar un esfuerzo y llegar a
cumplirla.
La Mitzvá de juzgar para bien
Está escrito en Pirké Abot: Yeoshúa Ben
Perajiá Omer… Heve Dan Et Kol Haadam
Lekaf Zejut, “Yeoshúa Ben Perajiá dice: …
juzga a toda persona para bien”.19
Explica Rab Ovadia de Bartenura que,
cuando se nos presenta alguna oportunidad de
juzgar a alguien por alguna acción que haya
hecho, y esta persona no se considera ni
buena ni mala, o no podemos definir si la
acción es buena o mala, debemos juzgarlo
para bien.
Cuando la Torá nos dice que debemos amar
a nuestro prójimo, dice la Torá: Veahabta
Lereajá Kamoja, “Amarás a tu prójimo como a ti
mismo”.
La palabra Lereajá proviene de la raíz Rá,
es decir, malvado. La Torá quiere decirnos que
incluso si la persona es malvada (o incluso que
no es de nuestro agrado), debemos amarla
como a nosotros mismos y, de esa manera,
podremos juzgarla para bien.
Además, podemos aprender de lo que dice:
“Juzga a toda persona para bien”, que
debemos juzgar a la persona en sí para bien.
Es decir, aun cuando haya realizado actos que
parecen incorrectos, seguramente tiene más
actos positivos que negativos, así que ya tiene
un estatus de “buena persona”.20
¿Qué significa juzgar para bien?
Significa que, al haber escuchado o visto a
alguien hacer algo aparentemente incorrecto
(ya sea conforme lo que la Torá escribe, o algo
incorrecto desde nuestra perspectiva, incluso
en temas de la vida cotidiana), debemos
pensar sobre tal persona que tiene razón al
hacer lo que hizo, o que fue un error que
cometió (sin querer y sin malicia), o que no
sabía que esa acción estaba prohibida, etc. E
incluso si todas estas condiciones no se
puedan cumplir (por ejemplo, que sí sabía que
estaba prohibido y lo hizo con maldad),
debemos pensar que seguramente nos falta
conocer algún detalle para entender por qué
hizo eso, así como dice el Pirké Abot: “No
juzgues a tu prójimo hasta no haber estado en
su lugar”.21
Juzgar para bien vs. ingenuidad
Por Rab Yehonatan Gefen
La Torá nos dice: “Serás íntegro con el
Señor, tu Dios”.22 Rashí explica que la persona
debería aceptar todo lo que le ocurra en la vida
sin tratar de discernir el futuro, sino aceptar
todo con amor e ingenuidad.
El Jafetz Jaim hace una inferencia del
versículo, diciendo que deberíamos actuar con
ingenuidad con Dios, pero no con otras
personas. En el trato con los demás,
deberíamos utilizar la sabiduría y la
perspicacia, sin dejarnos engañar por personas
no confiables. El ejemplo que trae es el de
Yaakob, quien era llamado ish tam, “hombre
ingenuo” y, sin embargo, actuó con gran
astucia en su relación con Labán, su suegro.
En una ocasión, muchos estudiantes de
Torá se quejaron ante el Jafetz Jaim por la
forma en que algunos comerciantes
deshonestos los habían engañado en una
suma importante de dinero. El Jafetz Jaim les
dijo este versículo y notó que, por haber
pasado mucho tiempo en una Yeshivá, se
habían acostumbrado a la ingenuidad con Dios.
Sin embargo, su error fue que creyeron que
también podían ser ingenuos con las
personas.23
Esta enseñanza del Jafetz Jaim parece muy
lógica, pero, de todos modos, debe ser
reconciliada con la Mitzvá de betzédek tishpot
et amiteja, “juzgar a tu prójimo para bien”,
incluso cuando alguien actúa aparentemente
de manera equivocada. ¿Cómo puede juzgarse
al prójimo para bien al mismo tiempo que debe
sospecharse sobre su rectitud?
Podríamos responder, simplemente, que
debemos juzgar a nuestro prójimo para bien,
pero, al mismo tiempo, ser precavidos para
evitar ser dañados en la eventualidad de que la
persona no sea fiable.24
Esta respuesta presenta dos problemas:
Primero, parece casi imposible adoptar una
actitud tan contradictoria hacia la misma
persona. ¿Cómo podemos juzgar
genuinamente para bien a nuestro prójimo, si lo
tratamos con sospecha?25
Segundo, es difícil creer que la Torá nos
ordene dar el beneficio de la duda a quien
presenta una razón genuina para desconfiar.
Para reconciliar estas ideas, debemos
analizar con mayor profundidad la Mitzvá de
juzgar para bien. Hay muchas historias en que
una persona pareció actuar de forma
claramente equivocada cuando, en realidad, su
comportamiento tenía una explicación
rebuscada. Esas historias implican que la
Mitzvá de juzgar para bien requiere que
siempre busquemos otorgar el beneficio de la
duda, incluso cuando hacerlo pareciera
desafiar la lógica. Pero en realidad, este no es
un entendimiento fiel de la Mitzvá.
Los Rishonim (Jajamim que vivieron hace
800 años, aproximadamente) escriben que hay
diferentes categorías de personas, sobre las
cuales se aplican requisitos diferentes de
“juzgar para bien”.26 Está el tzadik (hombre
recto), el beinoní (nivel mediano), el rashá
(malvado) y el enó makiró (desconocido).
El tzadik es quien rara vez comete un
pecado. A esta persona debemos juzgarla para
bien incluso si sus acciones llevan claramente
a una interpretación negativa.
El beinoní es quien, en general, evita el
pecado, pero falla ocasionalmente. A esta
persona debemos juzgarla para bien en
situaciones que podrían percibirse fácilmente
como positivas o negativas, pero, si sus
acciones parecen negativas, no se nos exige
que lo juzguemos para bien.27
El rashá peca regularmente y, en
consecuencia, no debemos juzgarlo para bien
incluso cuando sus acciones parecen positivas.
De hecho, ¡Rabenu Yoná dice que deberíamos
juzgarlo para mal!28
Al einó makiró, el desconocido, no tenemos
obligación de juzgarlo ni para un lado ni para el
otro.29
La dificultad en estas definiciones es que no
hay alusión a ellas en fuentes de Torá o
rabínicas. La Torá no diferencia entre
personas; simplemente nos dice que
juzguemos a nuestro prójimo para bien,
implicando que esto se aplica igualmente a
todo judío. ¿Dónde aprendieron nuestras
autoridades estas diferencias entre diferentes
clases de personas?
Rab Itzjak Bérkovits explica que la Mitzvá de
juzgar para bien no obliga a ser irracional,
juzgando todo acto de manera positiva, sino
que nos dice que deberíamos juzgar a los
demás de manera lógica, razonable y justa.
Puede que una persona tenga tendencia a
juzgar a otros de manera dura, sin darles un
juicio justo. La Torá nos dice que eso está
equivocado. Sin embargo, no nos instruye a
juzgar a los demás de manera ilógica.
Con base en este entendimiento, es clara la
razón por la que los Rishonim dieron
instrucciones diferentes para los distintos tipos
de personas. Respecto al tzadik, incluso si
hace algo que parece un pecado, es ilógico
asumir que haya hecho algo mal. Por ejemplo,
si vemos a una persona famosa por ser estricta
en el kashrut de los alimentos entrando a un
restaurante no kosher, es lógico asumir que no
está entrando para pedir alimentos no kósher.
Más aún, si la vemos poniendo la comida en
su boca, lo más razonable es decir que
necesita comer para salvar su vida, por lo que,
en esta ocasión, tiene permitido comer no
kosher.
En contraste, cuando un rashá, conocido
como ladrón, por ejemplo, hace algo que
parece contradecir su tendencia a robar, es
igualmente lógico que haya una forma negativa
de interpretar su comportamiento.30
La misma lógica se aplica a las otras
categorías: cuando es lógico juzgar a alguien
para bien, la Torá nos obliga a hacerlo,
mientras que, cuando no lo es, no hay
obligación de la Torá de juzgar para bien,
llegando a haber ocasiones en que debería
juzgarse al prójimo desfavorablemente.
Con este entendimiento, podemos
reconciliar la Mitzvá de juzgar para bien con la
enseñanza del Jafetz Jaim, de que las
personas no deben ser ingenuas. La Mitzvá no
nos dice que seamos ingenuos; por el
contrario, nos instruye a ser realistas y nos dice
que, en ocasiones, incluso debemos juzgar a
las personas para mal. Así, al negociar con
personas, por ejemplo, betzédek tishpot, nos
enseña precisamente que no debemos ser
ingenuos, sino que debemos juzgar a los
demás con justicia y precisión.
Como se notó antes, es importante recordar
que hacer esto no es fácil, ya que la tendencia
natural de la persona puede ser juzgar para
mal. Así, la Torá nos dice que eso es un error y
que debemos esforzarnos para ver a los demás
bajo una luz positiva.31
¿Qué debemos pensar en la realidad?
La raíz de la Mitzvá de juzgar para bien es
pensar y ser realistas respecto a que no todo lo
que nos disgusta de nuestro compañero está
realmente mal, sino darle el beneficio de la
duda y pensar que, tal vez:32
Piensa diferente de nosotros.
Estaba distraído o es distraído.
No sabía que estaba prohibido.
No conoce la gravedad del asunto.
Hizo mucho esfuerzo para no llegar a esa
acción.
No está acostumbrado.
Se dio cuenta de su falta y se arrepintió.
No estaba de buen humor.
Creció o fue educado en otro ambiente y con
otras ideas.
Está pasando por usa situación difícil.
O infinidad de opciones que pudiesen haber
sucedido.
Aun cuando no encontremos argumentos
para justificar las malas acciones de nuestro
compañero, debemos juzgar para bien y
pensar que hay alguna causa que justifica su
comportamiento.33
Y al contrario, en todo caso que veamos a
nuestro compañero realizar alguna acción
aparentemente indebida, debemos optar por
cumplir con él la Mitzvá de: Ojeaj Tojiaj Et
Amiteja, que significa: “reprochar, reprocharás
a tu compañero”, claro, reprochándole de
manera paciente y dulce para que acepte la
amonestación, ya que, de no ser así, estará
prohibido reprocharle.34
Quien juzga para bien, así lo juzgan del
Cielo
Imaginemos que llegamos al Juicio Celestial
y comienzan a juzgarnos. En tal juicio se verá
todo lo que hicimos, lo que pensamos, lo que
no hicimos, etc., en cada momento de nuestra
vida. E incluso respecto a las buenas acciones,
se analizarán qué tal se hicieron, con cuánta
alegría, con qué concentración, etcétera.
Realmente será un juicio complicado y difícil
de pasar.
Pero hay una solución a ese gran juicio:
estudiaron nuestros Jajamim (sabios) que
quien juzga a su compañero para bien es
juzgado por el Cielo de la misma manera.35
Es decir, aunque tengamos una gran
cantidad de pecados, mucho más que las
buenas acciones, Dios nos juzgará para bien y
nos dará el beneficio de la duda.
Juzgar para bien al Pueblo de Israel
Escribió el famoso Rabí Eliezer Papo:36
“Dios desea que los Yehudim hablen bien
entre ellos, ya sea en forma general o
particular. Incluso el Profeta Eliyahu fue
castigado por hablar mal del Pueblo de Israel.37
Asimismo, Moshé Rabenu fue castigado por
hablar mal del Pueblo de Israel.38 Y Guidón
tuvo el privilegio de juzgar bien al Pueblo de
Israel y por eso fueron salvados”.39
El hecho de juzgar para bien o para mal al
Pueblo de Israel provoca mucho ruido en el
Cielo, donde puede beneficiar o perjudicar a
sus integrantes.
Si se habla bien sobre el Pueblo de Israel,
los ángeles celestiales ayudan; pero si se habla
mal de él, también los ángeles lo hacen.
Por eso no es correcto que los
conferencistas hablen sobre los pecadores del
Pueblo de Israel, ya que despierta una fiscalía
en el Cielo contra nosotros.
Por consiguiente, no debe hablarse sobre
alguien que no se comporta correctamente,
según el camino de la Torá, ya que esto puede
despertar furia en el Cielo.
¿Por qué juzgar para bien, si Dios conoce la
realidad?
Rab Jaim Frindlander hace una pregunta
muy interesante sobre la Mitzvá de juzgar para
bien.
Si Dios ya conoce perfectamente la realidad
de cada uno de nosotros, por qué hacemos
cada acción y con qué pensamientos e
intenciones las realizamos, ¿para qué hay una
Mitzvá de juzgar para bien? ¿Acaso si nosotros
juzgamos para bien al otro —incluso si
realmente ha pecado con toda intención—,
cambiaremos la realidad y Dios ya no lo
juzgará para mal, y no lo castigará?
La respuesta es que realmente no podemos
cambiar la realidad y lo que el compañero haya
hecho no cambiará según como nosotros lo
juzguemos. La Mitzvá de juzgar para bien es
para nosotros. Es decir, si nosotros juzgamos
para bien a los demás, Dios nos juzgará para
bien y nos encontrará algún motivo para haber
hecho lo que hicimos. En otras palabras, al
juzgar nosotros para bien, podemos cambiar
nuestro propio juicio.40
Para poder llevar a cabo cualquier Mitzvá
con toda su integridad, se necesita cubrir
muchos detalles que son muy difíciles de
cumplir. Por ejemplo, la Mitzvá debe hacerse
con alegría y buenas intenciones, sin buscar
honores, etc. Muchas veces hacemos las
Mitzvot a medias, es decir, sin cumplir con
todos los detalles. Si juzgamos a los demás
para bien, el Creador nos juzgará para bien; es
decir, Él hará que las Mitzvot que hicimos a
medias, sin cumplir con todos los detalles, se
consideren como Mitzvot íntegras. Si nosotros
quisimos encontrar algo bueno en el
comportamiento de nuestro compañero, Dios
hará lo mismo con nosotros.41
¿Hasta dónde llega la Mitzvá de Juzgar para
bien?
En una ocasión llegó Rab Itzjak Leib de
Barditchov a cierto lugar a la mitad del día 9 de
Ab, en pleno ayuno, y vio a una persona que
estaba comiendo.
Le preguntó Rab Itzjak a ese hombre:
—¿No sabes que hoy es Tishá BeAb?
El hombre le contestó:
—Sí sé que hoy es Tishá BeAb.
Rab Itzjak Leib le dijo:
—Tal vez no sabes que en Tishá BeAb
tenemos prohibido comer y todos debemos
ayunar por la pérdida del Bet Hamikdash (el
Templo Sagrado).
Pero ese hombre le dijo:
—Sí sé que hoy debemos ayunar. Desde
niño me lo enseñaron.
Prosiguió el Rab y le dijo:
—Seguramente estás enfermo y por eso
estás comiendo.
Y el hombre le contestó:
—No, en verdad me siento muy bien. Estoy
perfectamente sano. Ojalá siempre me sintiera
así.
Rab Itzjak alzó la vista al Cielo y dijo:
—Dios: mira qué gran hijo tienes. Se cuida
mucho de decir siempre la verdad. Tenía
muchas oportunidades para mentir y quedar
bien conmigo, pero no lo hizo.42
Siempre juzgar para bien
Cuando la Mishná habla sobre la Mitzvá de
juzgar bien al compañero, dice así: Hevé Dán
Et Kol Aadam Lekaf Jejut, “Juzgarás a toda
persona para bien”.
La palabra Hevé significa que uno mismo
debe “ser una persona dedicada a juzgar para
bien”, es decir, convertirse en una persona que
siempre juzga para bien, en un nuevo “ser” y
cambiar la mente y prejuicios de negativo a
siempre positivo.43
Al juzgar para bien se cumple una Mitzvá de
la Torá
Escriben nuestros Jajamim que, si vemos a
alguien que está haciendo algo incorrecto,
debemos buscar algo bueno dentro de ese acto
a fin de juzgarlo para bien.
Escribe Rab Alexander Ziskind44 que, si
alguien está haciendo algo incorrecto, algún
acto prohibido o contra Dios, debemos juzgarlo
para bien y buscar algo bueno dentro de lo que
hizo.
Y no sólo eso, sino que, al momento de
juzgarlo, debemos pensar que estamos
cumpliendo con la Mitzvá45 de Betzedek
Tishpot Amiteja, “Con justicia juzgarás a tu
pueblo”.46 Incluso si realmente lo que hizo fue
incorrecto y no se podría encontrar nada bueno
en su acto, igualmente debemos cumplir con la
Mitzvá de Betzedek Tishpot Amiteja, pues en
ese momento estamos dando satisfacción a
Dios con esa acción.
Si no pudimos cumplir la Mitzvá de juzgar
para bien, debemos buscar la manera, alguna
ocasión de hacerle un favor o ayudarle.
Juzgar para bien o reprochar al prójimo
Ya sabemos que debemos juzgar al prójimo
incluso si sus actos parecen incorrectos. Ahora,
debemos entender la manera de contestar a la
siguiente pregunta:
Si debemos juzgar al prójimo para bien y
pensar que el acto que hizo fue correcto,
¿cómo vamos a cumplir la Mitzvá de Ojeaj
Tojiaj, “Debemos reprochar al compañero (al
hacer algo incorrecto)”?
Contesta Rab Moshe Shuab que hay una
conducta interior y una exterior.
Exterior: si vemos al prójimo hacer algo
incorrecto, seguro que debemos reprocharle y
amonestarlo, ya que es una Mitzvá y obligación
de todo Yehudí reprender al prójimo al
comportarse de manera incorrecta a los ojos de
Dios.
Interior: pero la conducta interior de la
persona, es decir, lo que debe pensar y sentir
al ver el acto incorrecto, es juzgar al otro para
bien y buscar algo positivo dentro de lo que
hizo.
Con esto se estará cumpliendo la Mitzvá de
Betzedek Tishpot Amiteja, “Con justicia
juzgarás a tu pueblo” y la Mitzvá de Ojeaj
Tojiaj, “Debemos reprochar al compañero”.47
Sé el abogado defensor de los personajes
cuestionables
Por Asher Meir
Yo sé que supuestamente debo otorgar a la
gente el beneficio de la duda. ¿Eso significa
que en realidad tengo que pensar que son
buenos?
La Torá ordena: “Juzga a tu compañero
correctamente”.48 El significado simple es que
el juez debe juzgar imparcialmente entre ricos y
pobres, pero el Talmud agrega otro significado:
“Juzga a tu compañero favorablemente”.49 Este
significado es reforzado por el lenguaje del
versículo porque juzgar a alguien
correctamente también puede significar juzgar
que ellos son correctos.
Pero, ¿qué significa esto? ¿Simplemente no
juzgar? O en el otro extremo, ¿estar
convencido realmente de que la persona es
correcta?
Considera la siguiente historia del Talmud:
Un hombre llegó desde la alta Galilea hasta
el sur de Israel para emplearse con el dueño de
un campo, a fin de conseguir con qué mantener
a su familia.50 Al cabo de tres años de trabajo,
en la víspera de Yom Kipur, se acercó a su
patrón y le dijo:
—Dame, por favor, mi pago, pues debo
llevar el sustento a mi esposa y a mis hijos.
—No tengo dinero —le respondió el dueño
del campo.
—Bueno. Págame, entonces, con frutos.
—No tengo frutos.
—Está bien. Acepto terrenos.
—Tampoco tengo terrenos.
—De acuerdo. ¿Podrías pagarme con
animales?
—No. Tampoco puedo pagarte con
animales.
—En ese caso entrégame unas ropas.
—Lo siento. Ni siquiera ropas puedo darte.
El trabajador no dijo nada más. Tomó sus
cosas y se fue a su casa.
Cuando acabaron las festividades, el
trabajador recibió en su casa al dueño del
campo, que llegó con tres burros cargados de
comidas y regalos. Se sentó con él y, además
de darle todo lo que tenían los burros, le
entregó un generoso pago en dinero. Luego le
preguntó:
—Dime: cuando me pediste que te pagara
por tu trabajo y te respondí que no tenía dinero,
¿qué pensaste de mí?
—Me imaginé que encontraste una
mercadería de ocasión y utilizaste todo tu
dinero para comprarla.
—¿Y cuando no te di los animales que me
pediste?
—Pensé que se los alquilaste a otras
personas.
—¿Y cuando tampoco te di terrenos?
—Bueno. Me dije que se los diste en
concesión a otros campesinos para que los
trabajaran.
—Luego me pediste frutos y tampoco te los
di. ¿Qué pensaste entonces?
—Que tenías frutos, pero que no podías
dármelos porque no habías separado el
Maaser (diezmo).
—¿Y por qué creíste que no te di siquiera
ropas?
—Porque, como eres un hombre tan
benevolente, las donaste todas a obras de
caridad.
El dueño del campo, al escuchar al hombre,
exclamó:
—Realmente, así sucedieron las cosas. Y lo
de las ropas se debió a que, en un arrebato de
furia, prometí donarlas porque mi hijo no quería
seguir el camino de la Torá. Pero luego,
cuando él recapacitó y se arrepintió, anularon
mi promesa. Ahora estoy aquí contigo para
darte lo que te mereces, y mucho más.
Luego concluyó:
—Así como tú pensaste bien de mí, ¡que te
juzguen para bien desde el Cielo, por
siempre!51
Vemos que el trabajador no dijo
simplemente: “Asumí que tenías una buena
razón”, sino que pensó en una explicación
posible para entender favorablemente al
dueño. Es decir, al parecer, el simple hecho de
“no juzgar” no es realmente suficiente.
Por otro lado, está permitido tomar
precauciones razonables frente a una figura
sospechosa, a pesar de juzgarlo
favorablemente.
El Midrash estipula: “Deja que todos sean
ante tus ojos como bandidos, pero respétalos
como lo hizo Rabán Gamliel”.
El pasaje nos cuenta que Rabán Gamliel
aceptó a un extraño como invitado. Por un
lado, él respetó al hombre como lo haría con
cualquier invitado, pero, por el otro, tomó la
precaución de sacar la escalera que conectaba
el cuarto de invitados en el ático, por si
resultaba que el hombre era un ladrón. Y ese
fue realmente el caso.52
Parece que el mandamiento de emitir un
juicio favorable es hacer precisamente como el
trabajador de Galilea: cuando enfrentamos un
comportamiento cuestionable, debemos
tomarnos unos minutos para considerar
posibles justificaciones. En algunos casos
habrá justificaciones que absolverán
completamente a la persona; en otros, por lo
menos minimizarán la culpabilidad. (El dueño sí
actuó mal al gastar ese dinero en otro asunto
cuando sabía que debía pagar a su trabajador,
pero es menos grave que no pagarle el sueldo
a propósito.)53
Doble dividendo
Rabí Yojanán nos enseña en la Guemará:54
Hay seis Mitzvot por las cuales uno recibe
dividendos en este mundo y el capital se le
reserva en el Mundo Venidero:
1. Recibir invitados.
2. Visitar a los enfermos.
3. Concentrarse durante las plegarias.
4. Levantarse temprano para estudiar Torá.
5. Criar a los hijos para que estudien Torá.
6. Juzgar a las personas favorablemente.
Sin embargo, cuando aprendemos la lista de
Mitzvot de la Mishná no encontramos
enumerada entre ellas la de juzgar a otros
meritoriamente, sino sólo las siguientes:
1. Honrar a los padres.
2. Guemilut Jasadim (benevolencia).
3. Visitar a los enfermos.
4. Recibir invitados en nuestra casa.
5. Madrugar en el Bet Hakneset.
6. Promover la paz.
7. Talmud Torá, que equivale a todas.
La respuesta, enseña el Talmud, ¡es que
está incluida!
Rashí explica que juzgar a los demás en
forma favorable se incluye en el concepto de
promover la paz.
El Meiri dice que está incluida en Guemilut
Jasadim.

“Igual que a los libros, muchos juzgan a las


personas por la portada, sin conocer las
historias escritas en nuestro interior.”
¿Quién tiene derecho de juzgar?
Juzga hasta que te pongas en su lugar
Dice el Pirké Abot: “No juzgues a tu prójimo
hasta no haber estado en su lugar”.55
Las palabras “su lugar” abarcan mucho y
quieren decir que haya vivido en la misma
casa, con la misma familia, en la misma
situación económica, los mismos problemas, la
misma vida, etc. Así, por cuanto que es
imposible estar en la misma situación del
compañero, no debemos juzgarlo. Nadie
conoce la situación del compañero, ya que hay
muchos factores que influyen en lo que haya
hecho y no los conocemos. Incluso si nos
ponemos en su lugar, debemos pensar que, si
estuviéramos exactamente en “sus zapatos”,
haríamos las cosas peor que él.
Así dijo un famoso escritor: “Si de veras
llegásemos a poder comprender, ya no
podríamos juzgar”.56
El Cohén ciego de un ojo no puede juzgar
Nos dice la Mishná que un Cohén ciego de
un ojo no puede juzgar si algo es puro o
impuro.57
El Boyaner Rebe nos da una explicación
hermosa: “Por cuanto que este Cohén sólo
tiene un ojo, le falta el ojo del positivismo”. Es
decir, cada uno de nosotros tenemos y
utilizamos un ojo para ver lo negativo y otro
para ver lo positivo; pero si sólo miramos con el
ojo negativo, todo lo veremos para mal y negro.
Podemos ver esto en la siguiente historia
real:
Cambiar el Sidur (libro de rezos) por un pan
Hacia el final de la segunda guerra mundial,
Simón Wiesenthal (el famoso cazador de
criminales nazis) estaba en un campo de
concentración. Un recién llegado al campo
había introducido furtivamente un sidur, un libro
de oraciones, y Wiesenthal admiró su coraje
por ello, ya que, arriesgándose a ser
descubierto, se exponía a la muerte. Sin
embargo, pronto habrían de cambiar sus
sentimientos al respecto cuando descubrió que
el “valeroso” transgresor intercambiaba quince
minutos de alquiler del sidur por una cuarta
parte de la ración diaria de alimentos de quien
quisiera rezar.
Los prisioneros estaban desnutridos, pero a
pesar de ello hacían gustosos el intercambio.
Tiempo después, el dueño del sidur murió
antes que los demás, debido a que las
enormes cantidades de sopa que ingería eran
muy desproporcionadas para su dañado
aparato digestivo.
Después de la guerra, el Rabino Eliezer
Silver visitó los campos de concentración de
personas expatriadas, en nombre del Vaad
Haatzalá (comité de rescate). Organizó
plegarias y dirigió palabras de aliento a los
sobrevivientes. Después de notar que
Wiesenthal no había concurrido a la sinagoga,
el Rabino decidió visitarlo.
De esta manera registró Wiesenthal la
ocasión:
El rabino vino a verme esa noche. Era un
hombre de baja estatura, que vestía un
uniforme del ejército americano, sin ninguna
insignia. Tenía una pequeña barba blanca y
sus ojos brillaban con una gran bondad. Debía
tener al menos 75 años, pero su mente era
lúcida y su voz era juvenil.
Puso su mano sobre mi hombro.
—Me dicen, entonces, que estás irritado con
Dios —me dijo en Yidish y me sonrió.
Yo le dije:
—No es con Dios, sino con uno de sus
servidores…
Y le relaté lo que había ocurrido.
Él continuó sonriendo y agregó:
—¿Y es todo lo que tienes que decirme?
—¿No es eso suficiente, Rabino? —le
pregunté.
—Du, Dummer (“Tú, hombre tonto”) —me
dijo—. ¿Así que sólo te fijas en el hombre que
tomó algo? ¿Por qué no reparas, en cambio,
en los hombres que dieron su porción de
comida (es como dar la vida en esta situación)
a cambio de conectarse con Dios por medio del
rezo?
Me tocó con la palma extendida de su mano
y se fue.
Concurrí a los servicios religiosos el día
siguiente. Desde entonces, he tratado de
recordar que hay dos ángulos en cada
problema.
El Rabino Silver no concentró su atención en
el acto de tomar algo, sino que él valoró más el
acto de las personas desnutridas que
entregaron su comida para tener la oportunidad
de sentirse más cerca del Todopoderoso.58
Sólo Dios tiene el derecho de juzgar
Sólo Dios conoce la situación real y
completa de la persona para poder juzgarla. Él
es el símbolo de la verdad, en hebreo, EMET;
la letra Alef es la primera del abecedario, la Taf
es la última y la Mem es la intermedia. Esto nos
enseña que Dios conoce toda la situación y la
de cada uno, a diferencia de nosotros, que
estamos limitados a esa información.
Dijo un hombre muy sabio: “No debemos
juzgar a un libro por su portada”.
Sólo Él podría y sabría juzgar
Está escrito en Pirké Abot: Al tadin et
jabereja ad shetaguia limkomó, “No juzgues a
tu prójimo hasta no haber estado en su lugar”.59
Explica Rab Najman de Breslev que la
palabra limkomó no sólo significa: “en su lugar”,
sino también quiere decir: “Dios”. Es decir,
nadie tiene derecho de juzgar, sino únicamente
Dios, ya que Él es el Único que conoce toda la
situación y los pensamientos de cada uno de
nosotros.60
El día del Juicio
La historia de Yosef Hatzadik (el Justo) es
uno de los eventos bíblicos más conocidos.
Yosef recibió muestras de favoritismo por
parte de su padre Yaakob; particularmente,
recibió una hermosa túnica. Los hermanos de
Yosef, el resto de las Doce Tribus, estaban
celosos de esta relación especial. Esos celos
se agudizaron cuando Yosef tuvo sueños
simbólicos sobre su inminente reinado sobre el
resto de la familia. Cuando Yosef encontró a
los hermanos en el pastizal, ellos aprovecharon
la oportunidad y lo vendieron como esclavo;
Yosef terminó en Egipto. Los hermanos
remojaron la capa en sangre animal y dijeron a
Yaakob que Yosef probablemente había sido
asesinado por bestias salvajes.
Yosef, incluso durante su esclavitud, llegó a
ser jefe de personal del ministro egipcio que lo
había comprado. Atrajo la atención de la
esposa del ministro, quien trató de seducirlo.
Cuando se rehusó, la mujer inventó una
acusación de violación en su contra e hizo que
lo arrojasen a prisión.
Nuevamente Yosef subió hasta la cima y se
volvió el líder de los prisioneros. Yosef se hizo
amigo de dos de los ministros de Paró (el
Faraón) e interpretó sus sueños correctamente.
Entonces pidió a uno de ellos que solicitase
clemencia a Paró, pero el ministro se olvidó de
Yosef apenas salió de la cárcel.
Dos años después, Paró también tuvo un
sueño y Yosef fue sacado de la cárcel para
interpretarlo. Su interpretación de la inminente
hambruna fue bien recibida y Yosef fue puesto
a cargo de los preparativos. Tomó el puesto de
Primer Ministro, se casó y tuvo hijos.
Cuando comenzó la hambruna, sus
hermanos fueron a Egipto a comprar comida, y
se encontraban negociando con Yosef sin
saber que se trataba de él. ¡Esa era la
oportunidad de Yosef para dar vuelta a la
historia! Sin embargo, después de cerciorarse
de que los hermanos se habían arrepentido de
lo que hicieron, se reveló ante ellos.
Yosef ya no puede continuar ocultando su
identidad y la Torá nos cuenta así:
Y Yosef no pudo contenerse ante todos los
que estaban de pie junto a él, y dijo: “Saquen a
todo hombre de mi presencia”. Y no quedó
ningún hombre con él cuando Yosef se dio a
conocer a sus hermanos. Emitió su voz en
llanto, y escucharon los egipcios, y escuchó la
casa de Paró. Y Yosef dijo a sus hermanos:
“Yo soy Yosef. ¿Mi padre aún vive?”. Pero sus
hermanos no pudieron responderle porque
quedaron desconcertados ante él.61
En un instante, todo cambió. Aní Yosef, “Yo
soy Yosef”, es decir, “yo soy a quien vendieron
en esclavitud, quien creyeron que era un
soñador buscando usurpar el poder”.
Al escuchar esas palabras, los hermanos se
dieron cuenta, inmediatamente, de que todo lo
que pensaron sobre Yosef durante los últimos
22 años estaba equivocado. Todas las piezas
encajaron y quedaron sin habla, sorprendidos y
avergonzados.
Nuestros Sabios dicen que esta experiencia
será vivida por cada uno de nosotros cuando
nos paremos delante de Dios y enfrentemos
nuestro Juicio Final. Así lo dice el Midrash:62
“¡Ay (pobres) de nosotros en el Día del Juicio;
ay (pobres) de nosotros en el Día de la
Reprimenda! Yosef era el más joven entre las
tribus y no pudieron tolerar su reprimenda…
Cuánto más aún cuando Dios venga y
recrimine a toda persona por no haber actuado
correctamente. No podremos tolerar esta
reprimenda”.
Dios nos dirá: “Yo soy Hashem”, y nosotros,
en un instante, quedaremos sin habla. Todas
nuestras excusas y razonamientos falsos,
todas esas veces que juzgamos para mal y las
quejas insidiosas. “Dios no es justo. ¿Cómo
puede hacerme esto?”. se evaporarán cuando
nos encontremos con la realidad del Creador.
Las cuatro estaciones
Había un hombre que tenía cuatro hijos.
Como parte de su educación, él quería que
ellos aprendieran a no juzgar a las personas y
las cosas tan rápidamente como suele hacerse.
Entonces envió a cada uno, por turnos, a ver
un árbol de peras que estaba a gran distancia
de su casa.
En su país había estaciones en el año, así
que el primer hijo fue en invierno, el segundo
en primavera, el tercero en verano y el cuarto
en otoño.
Cuando todos hubieron ido y regresado, el
padre los llamó y les pidió que describieran lo
que habían visto.
El primero dijo que el árbol era horrible,
giboso y retorcido; parecía seco y sin vida. El
segundo dijo que no, que el árbol estaba
cubierto de brotes verdes y lleno de retoños
que prometían flores. El tercer hijo no estuvo
de acuerdo: él dijo que estaba cargado de
flores, que emanaba un aroma muy dulce y se
veía hermoso; era el árbol más lleno de gracia
que jamás hubiera visto.
El último de los hijos no estuvo de acuerdo
con ninguno de ellos. Dijo que el árbol estaba
cargado de peras maduras, lleno de savia y
bienestar. Como los pájaros acudían al peral
para comer de los frutos que se estaban
marchitando, todo a su alrededor se llenaba de
un exquisito aroma.
Entonces el padre explicó a sus hijos que
todos tenían la razón, porque ellos sólo habían
visto una de las estaciones de la vida del árbol.
Y añadió que por eso no puede juzgarse a
una persona por sólo ver una de sus
temporadas: “La esencia de lo que son los
hombres, el placer, la tristeza, el regocijo y el
amor, que vienen con la vida, sólo pueden ser
medidas al final, cuando todas las estaciones
hayan pasado”.
¿Será por esta razón que nos quedamos
con una idea prefijada de determinada
“estación” de una persona, a partir de la cual la
juzgamos el resto del tiempo?
¿Será que debemos entender a las
personas como “móviles” y no como
“estacionarias”?
Si juzgamos para bien, el compañero
cambiará
Dijo Rab Najman MiBreslev: “Si juzgamos a
nuestro compañero para bien, él cambiará y
mejorará, ya que la influencia que se creó al
juzgarlo para bien influye en él y esto hace que
cambie para bien”.63
Dios ama a quien ama lo que Él ama
Si alguien ve una obra de arte y el artista de
la obra se encuentra a su lado, éste amará más
a quien alaba su trabajo, que a quien no la
valore.
Eso mismo pasa con Dios: cuando una
persona valora y ama las creaciones de Dios,
es decir, ama a toda le gente sin distinción, Él
mismo amará a esa persona, ya que alaba y
ama lo que creó.
El ego distorsiona la realidad
“El tamaño del ego de una persona se
puede medir en la forma que maneja los
errores que cometen los demás.”64
¿Alguna vez te has encontrado aislado
porque nadie te comprendía? Seguro que en
más de una ocasión por tu mente pasó la frase
de: “Si supieran lo que estoy viviendo, por lo
que estoy pasando…”. Eso mismo pensarán
todas esas personas a las que juzgas sin saber
realmente lo que les ocurre. ¿Verdad que es
diferente ver las cosas desde el lugar del otro?
Además, piensa que, aun si estuvieras en lo
cierto y la otra persona está actuando “mal”
bajo tu percepción, ¿quién eres tú para
recriminarle? No sabes lo que le ha ocurrido en
su pasado. Porque, ¿quién de nosotros es
perfecto? Todos tenemos derecho a
equivocarnos, incluso a disfrutar de esa
oportunidad.
El ego distorsiona la realidad. Las personas
que viven dominadas por el ego están
engañadas, se creen superiores y no ven la
realidad.
Si no sabes, pregunta.
Vemos a una madre que es descuidada con
su hijo, o al menos es lo que a tus ojos parece.
Tal vez esté viviendo bajo el yugo de un marido
maltratador, quizá esté pasando por una gran
depresión o, recientemente, haya muerto un
familiar suyo al que le tenía mucho cariño.
Estas explicaciones nos gustan menos, porque
nos obligarían a implicarnos, llamarían a la
puerta de la conciencia: no son fáciles.
Si tan mal la has visto, si tanto desconcierto
te ha producido su actitud y la señalas con el
dedo, ¿por qué no le preguntas si se encuentra
en alguna de las situaciones anteriores? Puede
que hasta agradezca que alguien,
completamente desconocido, se preocupe por
ella, porque tal vez en su vida nadie lo esté
haciendo.
Quizá sea el preámbulo de una bonita
amistad o, simplemente, una situación en la
que tiendes tu mano a otra persona para que la
tome si lo necesita. Seguro que en alguna
ocasión a ti te hubiera gustado que hubiesen
hecho algo parecido contigo. Que en vez de
ignorarte o verte con ojos llenos de juicios
negativos, se hubiesen acercado a ti y te
hubieran abierto los brazos de la comprensión
y el entendimiento.
Juzgar a una persona no define quién es
ella; define quién eres tú.
Tendemos a caer en la trampa de juzgar a
los demás, trampa que evitaríamos tomando
conciencia de aquellos procesos que
prácticamente ejecutamos de manera
automática. Así, es el momento de mostrar
interés por ayudar a los demás, incluso por
encontrar una explicación si la necesitamos, y
no inventárnosla, por tener paciencia y
aguardar hasta que podamos construirla… o
conformarnos si no podemos hacerlo.65

“Antes de juzgar a alguien, piensa que no


todos recorremos el mismo camino en la vida.”
Juzgando a los demás
¿Tienes permitido juzgar a otra persona?
Nuestros Sabios preguntan: “¿Cuándo
tienes permitido juzgar a otra persona?”. La
respuesta es: nunca. La explicación a esta
respuesta es la siguiente:
¿Quién dice que tu sangre es más roja que
la del otro?66
En otras palabras, no sabemos quién es
más querido a los ojos de Dios. No sabemos
quién es realmente mejor persona, el
vagabundo o el científico. No sabemos qué
desafíos Dios ha mandado a alguien mientras
crecía. Conocemos a la gente a la mitad de su
vida, quizá en el “capítulo 3” del libro. No
tenemos idea de lo que pasó en el capítulo 1 y
2, y con certeza, tampoco en el 4, el 5 ni el 6.
Sin embargo, ¡somos tan rápidos para
juzgar! Una persona que parece estar en un
nivel muy bajo, de hecho, tal vez ha tratado de
trabajar muy duro para sobreponerse a las
dificultades y llegar inclusive a ese nivel. Otros,
aunque se vean rectos y con logros, tal vez
sólo están usando un poco de su talento y
herramientas.
¿Qué tan seguido la gente te ha alabado por
algo que es natural en ti y que requiere de muy
poco esfuerzo de tu parte? Probablemente es
una habilidad artística o tu fluidez para hablar.
Sin embargo, otras áreas de tu vida que
probablemente no sean tan naturales te
tomarían una cantidad mucho mayor de
esfuerzo. Puede ser que no resulten las áreas
que “brillen” y atraigan la atención, pero tanto
tú como Dios saben que son mucho más
importantes en términos de realización
personal.
La tradición judía dice que no podemos
juzgar a alguien hasta que “hayamos llegado a
su lugar”. Y ya que nunca podremos estar
exactamente en el mismo lugar y en las
circunstancias de vida de otra persona, por
ninguna circunstancia tenemos permitido juzgar
a nadie.
Sólo Dios puede juzgar verdaderamente a
una persona y su juicio es especial para cada
individuo, y no está basado en una fórmula.67
Ve primero tus defectos
Está escrito en la Mishná: “Yehoshúa ben
Perajiá solía decir: Hazte un Rabino para tus
estudios, cómprate un compañero y juzga a
todos los hombres para bien”.68
La pregunta es: ¿qué tiene que ver una
enseñanza con la otra? Si Yehoshúa ben
Perajiá nos dio estas tres enseñanzas juntas,
unidas, seguramente conllevan algún mensaje
especial.
La respuesta y el gran mensaje es el
siguiente:69 dice Rab Itzjak Vinshtein que,
cuando no se tiene algún Rabino de maestro,
uno mismo se siente íntegro, completo, y ya no
es capaz de reconocer sus faltas; por
consiguiente, se dedica únicamente a ver las
faltas de los demás, así como está escrito: “La
persona sólo ve los defectos de los demás y no
ve sus propios defectos”.70 Pero al tener un
Rabino de maestro, le muestra sus defectos y
tratará de mejorar.
Lo mismo se aplica a tener un buen amigo.
El verdadero amigo es quien sabe reprochar e
induce al compañero a cambiar y sea mejor
persona.
Con esto se entiende la relación entre las
tres enseñanzas de Yehoshúa ben Perajiá: al
tener la persona un buen maestro, un Rabino
que sepa encaminarla, y al tener un buen
amigo, que sepa reprocharle para
perfeccionarse, automáticamente juzgará a
todos para bien, ya que se ha convertido en
mejor persona y con mejor visión hacia los
demás.
Cuidado con las cuentas en el Cielo
Cuentan que uno de los alumnos del Baal
Shem Tob hizo Tefilá (plegaria) con él en Rosh
Hashaná y Yom Kipur. Por supuesto que no
podemos ni imaginarnos qué nivel de Tefilá
había ahí. De repente, uno de los alumnos, a la
mitad del rezo, sacó una caja con polvo de
tabaco y empezó a olerlo. Otro que lo vio dijo:
—¿Cómo puede ocurrírsele a una persona
ponerse a oler tabaco en un momento de tanta
elevación espiritual?
Al llegar a otra de las Tefilot de esos días,
este alumno que había pensado mal del otro no
podía concentrarse y pensar en la Tefilá, y por
más que lo intentaba, no lo logró. De pronto le
cruzó el pensamiento de que tal vez, si olía un
poco de tabaco, podría provocarle un
estornudo y esto podría hacer que se sintiera
más conectado con sus pensamientos.
Inmediatamente recordó a la otra persona y se
cuestionó: “¿Qué tal si al otro le pasó lo que
me está pasando a mí, y por eso olió el
tabaco?”.
Después, el Baal Shem Tob reveló que él
había provocado que este alumno no pudiera
concentrarse en la Tefilá y pensara en la idea
del tabaco y, de esta manera, pensara bien de
su compañero, porque en el Shamaim se había
formado una acusación contra la persona que
había olido el tabaco a consecuencia del enojo
de este compañero, porque quizá en el caso
del otro no había estado tan justificado o debía
haberlo hecho de manera más discreta. Por
eso fue necesario que este mismo alumno
pensara bien del otro a fin de que se retirara
esa acusación.
Esto nos enseña que el daño provocado por
los pensamientos negativos no se queda
solamente en este mundo sino también en el
Shamaim, lo cual nos obliga más a pensar para
bien del otro, a fin de no provocar un daño.71
Juzgar a la pareja o a los hijos
En especial, es necesario ver con cariño lo
que hace nuestro hijo o nuestra pareja. No los
juzguemos por la primera impresión. Debemos
tratar de entender más al otro, ponernos en sus
zapatos y tratar de entenderlo. Y de ninguna
manera debe quedar la otra persona con la
sensación de que no nos interesa entenderlo,
sino herirlo y avergonzarlo.
Así también debemos actuar cuando
queremos hacer una observación a alguien, ya
sea por algo pequeño o grande. Si se lo
decimos nerviosos y con mirada de
menosprecio, la otra persona lo percibirá
enseguida y no va a aceptar lo que estemos
diciéndole.
En cambio, si se le dice con aprecio y
respeto, no hay duda de que el otro va a darse
cuenta y percibirá la buena intención de quien
está reprochándole, y aceptará todo de buena
gana.72
Entiende a tus hijos
Uno de los motivos de que los hijos quieran
estar más con sus amigos que con sus padres,
es que aquellos los entienden y siempre los
juzgan para bien.
Todo padre debe analizar esto: así como él
entiende a sus amigos y los juzga para bien,
igual debe hacer con sus hijos. El resultado
será que a éstos les gustará estar más tiempo
con sus padres.
Un hombre que trabajaba como jardinero fue
contratado para trabajar en un estadio de
beisbol, precisamente para podar el pasto y
tenerlo siempre bien arreglado.
El hijo de este hombre era fanático y
apasionado de ese deporte, así que pidió a su
padre que lo llevara un día al estadio, para
conocerlo a nivel de la cancha. Para la gente
que le gusta este deporte, es muy emocionante
estar ahí.
Después de tanto insistir, el padre llevó a su
hijo al estadio. El chico llevó su uniforme, un
bat, su pelota de beisbol y un guante. Estaba
muy emocionado.
Mientras el padre podaba el pasto, el hijo
estaba practicando y jugando consigo mismo.
El padre veía que su hijo lanzaba la pelota
hacia arriba; insistía mucho, pero no bateaba
ninguna bola. Varias veces lanzó la bola hacia
arriba, pero no logró golpear la pelota con el
bat.
Llegó el padre con el hijo y le dijo:
—Hijo, la verdad no naciste para el beisbol.
Llevas decenas de intentos para batear la
pelota y no lo logras.
Pero el hijo le contestó:
—Papá, estoy jugando a que yo soy el
pitcher (quien lanza la bola), no a que soy el
bateador. Y lo he logrado muy bien; ya ponché
varias veces al bateador.
Esta historia nos deja un gran mensaje:
Muchas veces juzgamos a nuestros hijos
para mal o pensamos que no son capaces de
lograr lo que nosotros queremos que logren.
Pero realmente tienen capacidades de lograr
otras cosas que no pensamos que son
capaces.
Maestro-alumno
Esto también se aplica en la relación
maestro-alumno. A veces se dan
malentendidos entre ellos por un hecho que tal
vez alguno hizo con intención diferente de la
que se creía. Y si el Rab quiere a su alumno,
no va a enojarse con él, sino que tratará de
pensar qué ocurrió en verdad y se evitarán
enojos y presiones innecesarias.
Un Moré (maestro) preguntó a Rab Yaakob
Kaminetzky si le convenía ir a tomar cursos de
perfeccionamiento para su trabajo, ya que esto
le robaba mucho tiempo y muchos viajes; y
sentía que estaba actuando bien con sus
alumnos, pero tal vez podría ser mejor si
tomara esos cursos. Rab Kaminetzky le
preguntó:
—Dime la verdad: ¿tú quieres a tus
alumnos?
El Moré respondió afirmativamente.
Entonces Rab Yaakob le dijo:
—Tú no necesitas ir a ningún
perfeccionamiento.
Y podríamos agregar que, si un Moré no
quiere a sus alumnos, de nada van a servirle
los cursos de perfeccionamiento. Y si me
preguntan a quién están dirigidos esos cursos,
diré que quizá a los que sí los quieren, pero no
lo suficiente. Esto también se aplica para los
padres. Si tú quieres a tu hijo, trata de ver con
ojos buenos sus actos y no buscar con lupa
sus errores, porque siempre vas a encontrar
algo negativo. La forma inteligente de actuar es
tratar de ver lo bueno en el otro.
Esto va a aumentar el cariño, la unión, el
compañerismo y la paz en el Pueblo de Israel,
entre la persona y su compañero, entre el
hombre y su esposa, entre padres e hijos, y
entre morim y sus alumnos. Y esto traerá
mucha bendición del Cielo para todo el Am
Israel.
El reflejo del agua
Sucedió hace muchos años, en un pueblo
de Europa, que el Rab falleció y contrataron a
otro en su lugar. El primer Shabat, cuando llegó
al Bet Hakneset (templo), los gabaim
(dirigentes del templo) le dijeron:
—Rab, no le habíamos comentado que el
reparto de las aliot (turnos para leer del Séfer
Torá) importantes se asignan de acuerdo con
la opinión del Rab. Sin embargo, tenemos en la
kehilá (congregación) un moser (delator) a
quien todos temen. Él llega de vez en cuando
al Bet Hakneset, elige una aliá o un honor para
él y sus allegados, y nosotros no discutimos
con él por el peligro de los males que puede
provocar.
El Rab escuchó y les dijo:
—Esto no puede continuar así. Voy a
ocuparme del asunto.
Intentaron disuadirlo recomendándole que
no se metiera con él; sin embargo, el Rab los
tranquilizó diciendo que todo iba a estar bien.
En efecto, el delator llegó uno de esos
Shabatot y dijo al oído al gabai qué aliá quería.
Cuando lo llamaron por su nombre para subir al
Séfer Torá, el Rab se levantó y empezó a
gritarle delante de todos:
—¡Vete de aquí! ¿Qué tienes tú que ver con
la Torá si delatas y causas perjuicios a los
Yehudim?
Todo el público empezó a preocuparse por
las consecuencias que esto podía acarrear. La
cara del moser cambió de color por la ira y dijo
al Rab:
—¡Tú vas escuchar de mí!
Y salió del Bet Hakneset, enfurecido. Los
Yehudim del lugar se preocuparon aún más,
pero el Rab dijo:
—Esto no podía continuar así. Es una
profanación del Nombre de Dios que este
moser pueda hacer lo que quiera en la
comunidad. Por eso tuve que actuar así. No
tengan miedo. Con seguridad Dios va a
ayudarnos.
El Rab además fungía como mohel
(encargado de llevar a cabo el Brit Milá, la
circuncisión). Un día, lo llamaron a un pueblito
cercano para que realizara un Brit Milá. En el
camino lo acompañó un alumno. De repente,
observaron a la distancia un jinete que se
acercaba con rapidez a su carreta sosteniendo
en su mano una espada. Y reconocieron al
moser, que venía para vengarse del Rab.
El alumno se asustó mucho y empezó a
decir viduy (confesión). En cambio, el Rab
conservó la calma e intentó tranquilizar a su
alumno. El moser logró acercarse a la carreta y
ordenó al carretero que se detuviera. El Rab
bajó inmediatamente, corrió hacia el moser, lo
abrazó y lo besó. Aunque era una escena
asombrosa, el moser no se opuso y no hizo
ningún daño al Rab. ¡Incluso se disculpó por
haberse enojado con el Rab aquel Shabat!
Después preguntó al Rab:
—¿Quiere que lleve a su alumno conmigo?
Y el Rab le respondió:
—No, déjalo conmigo, es una buena
persona.
El moser subió a su caballo, se despidió del
Rab y se retiró.
El alumno preguntó al Rab:
—¿Cómo ocurrió todo esto? ¿Cómo puede
ser que el moser no le hiciera nada, después
de venir con esa decisión de vengarse, y de
repente su corazón dio un giro tan brusco?
Además, ¿por qué de repente quería hacerme
un daño a mí más que al Rab?
El Rab le respondió que, en el instante en
que lo vio, entendió que la situación no era
buena y pidió a Dios que le mandara una idea.
En ese momento recordó el pasuk
(versículo): “Así como el agua refleja el rostro
del que está delante de ella es el corazón de
una persona con la otra”. Es decir, así como las
aguas reflejan el rostro de quien las mira, es la
actitud de una persona con su compañero.
Si percibes al otro de buena forma —siguió
el Rab—, automáticamente, de la misma
manera el otro te percibe. En ese momento
decidí llenarme la cabeza con pensamientos
buenos sobre ese moser, juzgarlo para bien,
comprender que tal vez la vida no fue fácil para
él. Tal vez no se crió en una casa buena y cuán
miserable es que todos le teman y nadie lo
quiera. Y en especial pensé: “Pobre de él en el
Shamaim, cuando llegue su momento de
presentarse al Juicio Celestial”. Y así seguí
pensando otras cosas hasta que sentí piedad y
amor por él.
Esto provocó que él también me percibiera
con una sensación de acercamiento y agrado,
y cambió su actitud hacia mí. Por eso contigo
seguía enojado, porque tú no sentiste por él lo
mismo que yo. Y sólo por mí estuvo dispuesto
a perdonarte a ti.73
¿No es ingenuo “juzgar para bien”?
Por Rab Daniel Fine
Todos se equivocan: los padres, los
maestros, los abogados y los doctores. Todos
los seres humanos se equivocan en algún
momento de su vida. Y en ocasiones, esos
errores duelen mucho. Piensa en aquella vez
que tu maestro te calificó injustamente, cuando
fuiste demasiado duro criticando a tu hijo o
cuando sentiste que tu amigo te decepcionó sin
razón. Los errores duelen, pero son parte de la
vida.
La Torá nos enseña que deberíamos dar a
las personas el beneficio de la duda y juzgarlas
para bien. Como dice la Torá: “Con rectitud
juzgarás a tu prójimo” (Vayikrá 19:15). Por
ejemplo, digamos que quedaste con tu mejor
amiga en encontrarse para tomar un café (algo
que ansías, porque no han pasado un buen
momento juntas durante un tiempo). En el
último minuto, tu amiga llama para cancelar
debido a una “emergencia”. Veinte minutos
después la ves de compras con otra amiga.
Tu reacción natural es de decepción, quizá
enojo. “¿Cómo pudo mentirme así y dejarme
plantada para ir de compras?”, piensas. Sin
embargo, la Torá nos instruye a reinterpretar la
situación y juzgar para bien. Debes asumir que
hubo alguna especie de emergencia genuina,
como que la otra amiga necesitaba atención y
cariño con desesperación, y que tu amiga la
llevó de compras para ayudarla.
¿Cuál es la lógica detrás de este
mandamiento? ¿Acaso la Torá nos ordena
recurrir al pensamiento ilusorio y a la
ingenuidad? ¿Y si mi amiga realmente no
quería pasar tiempo conmigo?
Un Rabino francés del siglo XIII, llamado
Rab Isaac Yosef de Corbeil, explicó que juzgar
para bien es un tema de atribución. Estudios de
sicología social muestran que, cuando se trata
de mis éxitos, tiendo a atribuir el éxito a mí
mismo, mientras que, cuando se trata de mis
errores, tiendo a atribuirlos a factores
circunstanciales. Esa es nuestra inclinación
natural. Sin embargo, cuando se trata de otras
personas, el efecto es inverso: atribuyo los
errores de los demás a ellos mismos y sus
éxitos a factores circunstanciales.
“Yo” soy mis éxitos y mis fracasos son
producto de algo externo o de alguien más.
Pero los errores de los demás son “ellos
mismos” y sus éxitos se deben a un factor
externo.
Es aquí donde entra en juego el “juzgar para
bien”. No significa inventar ingenuamente un
mundo imaginario e imposible, en el que todos
tienen la razón y son inocentes, sino considerar
que los errores de los demás pueden estar más
allá de su control y que sus éxitos pueden ser
realmente mérito suyo.
Cuando elijo pensar que mi amiga fue de
compras por una emergencia real, decido
pensar que mi amiga es alguien que
normalmente no me defraudaría. Hacerlo no es
ingenuo, porque la misma suposición positiva
podría ser atribuida a mí misma. Toma la
misma inclinación natural positiva que tienes
para juzgarte a ti y utilízala consistentemente
con los demás. Te ves a ti misma
positivamente. ¡ve a los demás bajo la misma
luz!
Como padre, soy muy rápido para defender
a mis hijos cuando escucho algo malo sobre su
comportamiento en la escuela, mientras que
soy muy rápido para culpar a otros niños.
Puesto que él es mi hijo, en mi mente él no
puede hacer nada malo. Le atribuyo la misma
inclinación positiva con la que me veo a mí
mismo a mi hijo, sus éxitos son propios y sus
errores externos, porque mi hijo es parte de mí.
Juzgar para bien se extiende más allá de mi
propio círculo para incluir a otros.
Llevo a mi hijo a nadar todas las semanas.
Hace unas cuantas, otro niño nos vio tirando
una pelota en la alberca y comenzó a disparar
toda clase de insultos y a comportarse
obscenamente. Luego preguntó si podía jugar
también. Estaba furioso por el descaro de este
niño con un adulto y quería mandarlo a su
casa, cuando mi hijo me preguntó:
—Papi, ¿sabes quién es ese niño…?
Luego murmuró el nombre del niño y mi
reacción cambió de inmediato. Conocía a la
familia de este niño del vecindario; su padre
había sido asesinado en un ataque terrorista
unos meses atrás. Ya no vi al niño como la
personificación del descaro y estuve
agradecido de que este niño pudiera salir y
divertirse nadando y disfrutando la vida de
alguna manera. Ahora estaba “en mi círculo”,
sujeto a mi inclinación de juzgar para bien, y
ciertamente le arrojé la pelota.74
Pensar bien del otro
Esta conducta debe aplicarse con personas
incluso de un nivel más bajo; tanto más y más
entre personas que somos iguales. ¿Cuántas
veces nos encontramos con algún desconocido
y permitimos con nuestra primera impresión
determinar si es agradable o no, y podemos
quedarnos con esa percepción durante años?
Después tenemos la oportunidad de
conocerlo más de cerca y nos damos cuenta
de que la etiqueta que le habíamos pegado no
le corresponde, y nos arrepentimos por haber
pensado así; nos lamentamos por haber
perdido una amistad tan buena durante años.
Esto mismo se aplica a pensar bien del otro.
Tratemos de ver todas las posibilidades buenas
de actos que nos parecen asombrosos e
incorrectos, ya que, en verdad, las cosas no
son como imaginamos. Tal vez hubo una
intención distinta. ¿Por qué debemos
enfurecernos y enojarnos internamente por
algo que tal vez nunca ocurrió?
La persona no tiene control de sí misma
Dicen nuestros Jajamim que hay momentos
en que no tenemos control sobre nosotros
mismos, es decir, Dios nos quita nuestro libre
albedrío por unos momentos (por supuesto que
lo hace para nuestro bien).
Conforme a esto, jamás podríamos juzgar a
los demás, ya que tal vez ese momento fue un
instante en que esa persona no tenía control
sobre sí misma.75
El perro fiel
Una pareja de jóvenes, con varios años de
casados, no habían podido tener hijos. Para no
sentirse tan solos, compraron un cachorro
pastor alemán y lo criaron como si fuera su
propio hijo.
El cachorro creció hasta convertirse en un
enorme y hermoso animal de esa raza. El perro
salvó en más de una ocasión a la pareja de ser
atacada por ladrones.
Sin embargo, después de siete años, la
pareja logró tener el hijo tan deseado.
Estaban muy contentos con su nuevo hijo y,
desde luego, disminuyeron las atenciones que
tenían con el perro. Éste, al parecer, comenzó
a manifestar celos del niño y sus dueños veían
que ya no era el perro cariñoso y fiel que
tuvieron durante siete años.
Un día, la pareja dejó al bebé adentro,
durmiendo plácidamente en la cuna, y fueron a
la terraza de su finca a preparar la cena. ¡Cuál
no sería su sorpresa cuando al rato vieron al
perro saliendo del cuarto del bebé con el
hocico ensangrentado, pero moviéndoles la
cola!
Como es obvio, el dueño del perro pensó lo
peor; entonces, sin pensarlo dos veces, tomó
un arma que tenía cerca y mató al perro.
Entretanto, la madre, angustiada, corrió hacia
el cuarto del bebé, donde, sorpresivamente,
encontró una gran serpiente degollada al lado
de la cuna.
¿Alguna vez dejaremos de juzgar o
condenar anticipadamente a los demás?
¿Cuántas injusticias se cometen por fijarse tan
sólo en las apariencias? ¿Pensamos antes de
agredir a otro?
Doble impresión
Leah Stein se había mudado recientemente
a la ciudad. Salir de la pequeña población
donde había crecido era un gran cambio, pero
ella era una chica amistosa y sociable, que
parecía capaz de adaptarse rápidamente. De
hecho, ya había hecho varios amigos en la
nueva escuela.
Ella se hizo muy amiga de una chica en
particular, llamada Debbie. Desde que se
vieron por primera vez, pareció que se
hubieran conocido desde siempre. Leah le
contaba apasionadamente a sus padres acerca
de las cosas que ella hacía con su nueva
amiga, y estaba muy emocionada con el
próximo domingo, ya que Debbie había
accedido a ir a su casa para hacer la tarea
juntas.
Llegó el domingo y Leah preparaba las
cosas, entusiasmada por la visita de su amiga,
cuando de pronto el teléfono sonó. Leah corrió
a contestar.
—Hola... ¿Leah? —dijo una voz ronca en el
otro extremo—. Soy Debbie... cof, cof...
Realmente lo siento, pero me resfrié
terriblemente durante el fin de semana. Yo...
No creo que pueda ir hoy.
Leah aseguró a su amiga que ella entendía
completamente y le deseó una pronta
recuperación. Sintiéndose decepcionada, Leah
se sentó sola y comenzó a trabajar en la tarea
que había esperado hacer con su amiga.
Una hora más tarde, Leah soltó su lápiz.
“¡Menos mal!”, se dijo. “No fue fácil, pero he
terminado.” En ese instante, decidió premiarse
por su ardua labor con un helado de Benny’s.
Aunque nunca había estado allí, todos en la
escuela hablaban acerca de lo bueno que era y
Leah pensó que este sería el momento
indicado para probarlo.
Ella disfrutó el paseo de tres cuadras por la
avenida llena de tiendas hasta la heladería. Era
tan diferente de las tranquilas, casi vacías
calles de su pueblo natal. Finalmente llegó a la
heladería y se formó en la línea para hacer su
pedido. Mientras estaba formada, observó a su
alrededor las mesas repletas. De repente sintió
un shock. Allí, sentada en una de las mesas de
la esquina con un grupo de chicos de la
escuela, estaba... ¡Debbie!
Aunque llevaba el cabello amarrado, no en
la forma habitual, no cabía duda de que era
Debbie, que supuestamente estaba enferma en
casa. ¿Se veía enferma? ¡La estaba pasando
genial, riendo con sus amigos y comiendo un
helado de cono!
Leah rápidamente dio media vuelta y salió
de la heladería antes de que Debbie la
reconociera.
—¡Resfrío…! ¡Ella sólo quería deshacerse
de mí! —murmuró Leah, molesta, mientras
corría a casa ignorando toda la actividad y las
tiendas de la calle que había disfrutado en su
camino de ida hacia la heladería.
Cuando se acercaba a su casa, sus ojos
estaban enrojecidos y llorosos. El padre de
Leah, que había salido a recoger las hojas del
jardín, observó la frustración de su hija y la
siguió hasta adentro de la casa.
—Leah, ¿qué ocurre? —preguntó con
preocupación.
—Pensé que Debbie era mi amiga y ella me
ha engañado —dijo Leah y procedió a contarle
toda la historia.
El señor Stein asintió con empatía mientras
escuchaba a su molesta hija.
—¡Y mañana, tan pronto como la vea, voy a
decirle todo lo que pienso acerca de lo que
hizo! —concluyó Leah, amargamente.
—Entiendo cómo te sientes —dijo su padre
—. Pero tal vez deberías dar a Debbie una
oportunidad de explicar su conducta. Con base
en todo lo que nos has contado acerca de ella
desde que la conoces, Debbie no parece el tipo
de chica que dañaría a alguien de esa manera.
Quizá hay una buena razón para lo que
sucedió y una manera de juzgarla
favorablemente.
Leah pensó en las palabras de su padre,
pero ella no podía dejar de sentirse enojada
con su amiga.
Al día siguiente, en la escuela, mientras
Leah caminaba por el pasillo, escuchó una voz
familiar.
—¡Hola, Leah!
Era Debbie.
Leah estaba a punto de explotar. Sin
embargo, recordó las palabras de su padre y lo
pensó dos veces. “Debe haber una buena
razón...”, se dijo mientras volteaba en silencio
hacia Debbie.
Leah no podía creer lo que veían sus ojos.
Pensó que estaba viendo doble. ¡Había dos
Debbies de pie frente a ella, una al lado de la
otra! Una estaba sosteniendo un pañuelo en la
mano y, a su lado, otra “Debbie”, con el cabello
amarrado.
La primera “Debbie” habló.
—Hola... cof cof —dijo—. Siento no haber
podido ir a tu casa. Pero el día en la cama me
hizo muy bien. Por cierto, esta es mi hermana
gemela, Eva. No creo que se hayan conocido.
Leah estaba boquiabierta.
—Hola... Eva —se las arregló para
tartamudear—. Encantada de conocerte... creo
que... mmm... te he visto por ahí.
Ahora Leah entendió lo que había sucedido
y estaba muy contenta por haber juzgado a su
amiga favorablemente.
La pregunta es: ¿Qué ganamos al otorgar a
las personas el beneficio de la duda?
Respuesta: ganamos mucho. En primer
lugar, nos sentimos mucho mejor con las
personas que nos rodean. El hecho de pensar
que las personas actúan mal nos hace tener
sentimientos negativos sobre el mundo en que
vivimos. Pensar que las personas tienen
buenas razones para explicar su
comportamiento, aparentemente negativo,
mejora nuestra perspectiva general y nos
ayuda a sentirnos mejor en relación con los
demás. Dado que las personas a menudo nos
responden con sentimientos similares a los que
nosotros proyectamos hacia ellos, esta actitud
podría dar lugar a relaciones mucho más
pacíficas en nuestra vida. También nos salva
muchas veces de juzgar a la gente de manera
incorrecta.
Imagina que viste a alguien saliendo de una
tienda de cámaras fotográficas con una cámara
nueva en la mano y mirando sobre su hombro
nerviosamente. ¿Qué pensarías tú que está
sucediendo si decidieras no juzgarlo
favorablemente?
Podrías asumir que esta persona ha robado
la cámara y está mirando detrás de él para
asegurarse de que no están siguiéndola.
En la situación anterior, ¿qué pensarías tú
que está sucediendo si decidieras juzgarlo
favorablemente?
Podrías pensar que quizá esta persona
acababa de comprar una cámara y tenía tanta
prisa para coger el autobús que no alcanzó a
pedir una bolsa. De esta manera, corrió
apresuradamente hacia la parada, mirando
hacia atrás para asegurarse de no perder el
transporte.
¿Puedes pensar en otras situaciones que
podrían interpretarse en ambos sentidos
otorgando el beneficio de la duda?
Nuestros Sabios nos enseñan que “no
debemos juzgar a alguien a menos que
estemos en sus zapatos”. ¿Qué nos enseña
esta declaración?
Aunque todas las personas se ven más o
menos igual, cada uno de nosotros es
realmente un “mundo en sí mismo”. Nuestros
antecedentes, la forma en que fuimos criados y
nuestros rasgos de personalidad nos hacen ser
lo que somos. Es razonable suponer que todo
esto hace que dos personas interpreten y
reaccionen ante la misma situación de maneras
totalmente diferentes. Por ejemplo, un
comentario que puede ser inofensivo para una
persona, para otra puede ser muy insultante. Si
somos conscientes de que realmente no
sabemos cómo las demás personas están
viendo las cosas, entonces será mucho más
fácil no “declararlos” culpables inmediatamente
y, en cambio, podremos otorgarles el beneficio
de la duda.
¿El concepto de juzgar favorablemente nos
enseña que nunca podemos criticar las
acciones de otra persona?
Cuando juzgamos a alguien de manera
favorable, nos concentramos en una acción
que parece impropia y tratamos de encontrar
buenas razones para justificar su
comportamiento, o tratamos de entender por
qué nosotros no hemos visto las cosas con
claridad.
Esto no es lo mismo que no criticar; el hecho
de no criticar implica que no hay tal cosa como
una acción incorrecta. De hecho, la Torá
claramente enseña que hay acciones
inadecuadas que deben ser juzgadas como
tales. Sin embargo, debemos intentar, en todo
lo posible, otorgar el beneficio de la duda antes
de concluir que alguien actuó indebidamente.76
Juzgar a la gente por su apariencia
Es triste constatar que este mundo se rige
en gran parte por las apariencias, de tal forma
que mucho depende la manera en que una
persona luzca físicamente para ser aceptada
en determinado ambiente o círculo. Y si no me
crees, por ejemplo, date una vuelta por algún
antro de moda o por algún restaurante de
“caché”, y constatarás cómo se discrimina a
mucha gente sólo porque no reúne
determinados requisitos, con lo que se le niega
el acceso a esos lugares, muchas veces
conocidos como para clase VIP (Very Important
People, “para gente muy importante”, en
español).
Lo mismo sucede en casi todos los sitios a
los que desees acceder, pues lo primero que
se observa de las personas es su apariencia
física, su vestimenta; de ahí que si el visitante
luce impecable en su imagen, es tratado con
cierto respeto y amabilidad, y se le tienen
muchas consideraciones y atenciones. Sin
embargo, si ocurre todo lo contrario, es decir, si
la persona lleva ropa sencilla y su aspecto es
de pobreza, en muchos casos es tratada con
cierta indiferencia y desdén, sin importar otras
características de su personalidad.
No obstante, en ocasiones solemos
llevarnos una sorpresa cuando detrás de esa
apariencia se esconden personas talentosas y
completamente contrastantes con lo que
muestran detrás de esa imagen, que no refleja
lo que hay en el fondo de lo que se observa a
simple vista.
Lo anterior viene a colación porque, hace
poco, al observar detenidamente un video que
enviaron a mi cuenta de correo electrónico, vi
un ejemplo de la forma en que una persona
puede ser juzgada sin antes conocer sus
cualidades.
Un par de muchachos de preparatoria de
Estados Unidos se inscribieron en un concurso
de talentos, en el que tenían que demostrar sus
dotes artísticas mediante el canto.
La pareja estaba integrada por una
muchacha de espléndida figura y exquisito
rostro, llamada Charlotte, de 16 años, y
Jonathan, un chico de 17 años, de aspecto un
tanto desaliñado y obeso que, a simple vista,
según los jueces, no tenía la más mínima
oportunidad de destacar, pues la primera
pregunta fue:
—¿Piensan que la combinación va a
funcionar?
Y la respuesta del adolescente fue:
—Sí, porque así nos lo dijo nuestro maestro
de canto.
Ya con cierta resignación y con una gran
dosis de escepticismo, los integrantes del
jurado se dispusieron a escuchar a la pareja…
¡y cuál fue su sorpresa en cuanto percibieron la
espectacular voz de Jonathan, que hizo
levantarse de sus asientos a la mayor parte del
público que llenó un auditorio con capacidad
para cerca de cinco mil espectadores!
A medida que transcurría la interpretación
de los dos muchachos, se apreciaba cómo
aumentaban la euforia y la emoción que
producía la fusión de dos voces que, pese a
ser muy diferentes, se complementaban en la
canción que habían escogido para participar en
ese concurso: ella, según los jueces, tenía un
estilo muy adecuado para la música pop,
mientras él poseía una potente voz de tenor
comparada, según un juez, con la de Luciano
Pavarotti.
—Tú eres buena —dijo un juez a Charlotte
—, pero tú, Jonathan, eres increíble —comentó
al muchacho, mientras otro de los calificadores
agregaba:
—Juntos son de clase mundial.
Entretanto, uno más señalaba al
adolescente:
—Tienes una voz excepcionalmente buena.
Si hubiera que aprovechar la lección que
nos dio haber presenciado el fragmento de ese
programa es:
No podemos ir por la vida juzgando a la
gente por su apariencia, por la forma en que se
viste, sin antes conocerla un poco al menos,
pues podemos llevarnos una gran sorpresa al
descubrir que detrás de cada persona que nos
rodea se esconde un talento que está en
espera de mostrarse en el momento adecuado.
En este mundo, afortunadamente, existen
muchas personas cuya humildad es tan grande
que prefieren mantenerse en el anonimato,
detrás de una apariencia de sencillez, mientras
que también podemos ver el otro lado de la
moneda, representada en personas que se
jactan de poseer cualidades sobresalientes,
con lo que sólo dejan ver su soberbia al
menospreciar las virtudes de los demás.
En este contexto, amable lector, cabría
hacer una reflexión para platicar con nuestros
hijos y fomentar en ellos el respeto por todas
las personas que les rodean, sin importar su
condición económica ni su apariencia física,
pues finalmente estarán demostrado que todos
los seres humanos hemos sido dotados de
grandes cualidades, que sólo están a la espera
de ser descubiertas y explotadas, no con el
ánimo de jactarse de ellas, sino para
compartirlas con los demás.77
La necesidad de asumir la responsabilidad
Todos reconocemos la necesidad de asumir
la responsabilidad cuando alguien está en
peligro físico. Tenemos esa misma obligación
cuando se trata de un peligro espiritual.
Imagina que estás en un hotel y que, en la
habitación contigua, un hombre se sube al
balcón y se prepara para saltar. ¿Le
ayudarías? ¿O te quedarías de brazos
cruzados mientras la gente observa con morbo,
más que curiosidad?
Sabes que te importa. Entonces, ¿qué vas a
hacer para ayudarlo? Si él te preguntara: “¿Por
qué no debo saltar?”, ¿qué le dirías? ¿Tienes
derecho de intentar detenerlo si es que él
realmente quiere saltar?
No es suficiente con sólo “sentir” los
problemas de los demás. Tienes que hacer
algo para ayudarles. Lucha contra la tendencia
de quedarte con los brazos cruzados criticando
y meneando la cabeza al ver los errores de los
demás.
Hay una Mitzvá llamada “juzgar
favorablemente”. Debemos ayudar al resto a
cambiar su vida y a volver al camino correcto.
Como seres humanos, nos importa lo que
pase con los demás y queremos ayudarlos. Tú
harás todo lo posible para detener a ese
hombre. Nunca te perdonarías a ti mismo si te
quedaras a un lado sin hacer nada.
Ahora, aplica esto al resto de tu vida.
Para poder ayudar a los demás, debes
asumir la responsabilidad. Una de las primeras
y más importantes lecciones del judaísmo es
que “somos los cuidadores de nuestros
hermanos”. Todos vivimos juntos en este
mundo. Es fácil asumir la responsabilidad
cuando alguien está en peligro físico. Sin
embargo, tenemos la misma obligación cuando
alguien está en peligro espiritual.
Ayuda a tu amigo a confrontar este
problema. Si necesita ayuda, es tu obligación
actuar, incluso si tu ayuda puede provocar
inicialmente resentimiento hacia tu persona. E
incluso si la otra persona no te agrada, no
puedes excusarte diciendo: “Se lo merece”.
Antes de darte por vencido con alguien —ya
sea un alcohólico, un empleado flojo o un
amigo que te traicionó—, otórgale el beneficio
de la duda. Haz todo esfuerzo que te sea
posible para devolverle la sanidad. Trata con al
menos diez formas de ayudarlo antes de darte
por vencido. ¿No te gustaría que otros tuviesen
la misma consideración por ti?
Uno de los pasos más importantes para
poder ayudar a los demás es tener un plan. Y
no sólo uno, ¡sino varios planes de respaldo! Si
un plan no tiene éxito, entonces prueba con el
siguiente. Si das suficiente valor a la vida
humana, entonces tendrás la paciencia de
encontrar el mejor método.
Sé creativo. Busca soluciones. Ten
determinación; no te detengas hasta que
tengas éxito.
Haz lo que esté dentro de tus posibilidades
para motivar a otros a tener una vida más
productiva. A fin de lograr esto, debes
enfocarte en su problema específico, por
ejemplo, la falta de confianza, arrogancia,
etcétera.
La idea no es “explicarle” o “sermonear” a
alguien que necesita ayuda. No le digas que
está sangrando; ¡detén el sangramiento! Ponlo
de vuelta en el camino correcto.
Para lograr la solución correcta, debes aislar
la causa del problema. No eres tú quien cambia
a la gente; ella cambia por sí misma. Lo mejor
que puedes hacer es iluminarla. Esto puede
cambiar su perspectiva en la vida y,
consecuentemente, cambiarán sus acciones.
Esto es criticar de forma constructiva.
Por ejemplo, si sabes que alguien está
deprimido, eso usualmente proviene del
sentimiento de que su vida no tiene sentido.
Entonces, enséñale cómo ser feliz haciendo
que entre en contacto con todo lo que
realmente tiene.
Ayúdalo de manera práctica: “Vamos a
nadar… A correr… Pintemos un cuadro...
Escuchemos música…”. Comparte con él algún
problema en el que pueda ayudarte, o motívalo
a ser voluntario en alguna organización en la
que pueda hacer el bien por los demás. Estas
cosas le ayudarán a salir de la depresión.
Demuestra interés real. Mostrar interés te
hará ganar la confianza de los demás y, de esa
forma, te contarán sus problemas. Incluso si no
les dices directamente cómo mejorar su vida, el
hecho de que te preocupes por ellos hará que
su admiración por ti crezca y les permitirá
aprender de tus buenos hábitos.
Cuando alguien cometa un error, puedes
asumir que le falta información sobre la vida.
Revisa si hay alguna falta de información que
puedas arreglar. Tienes que averiguar cuál es
el problema.
Por ejemplo, ¿qué causa la infelicidad en
nuestra generación? Decadencia, egoísmo,
querer soluciones rápidas y fáciles, etc.
Deduce cuál es la mejor manera de ayudar. En
el peor de los casos, el esfuerzo de haberlo
intentado te hará mejor persona.
Cuando veas a alguien hacer algo
incorrecto, está bien tener sospechas. Pero no
saques conclusiones hasta que hayas
examinado los hechos. Lo que ocurrió podría
no ser más que un simple error, o podría haber
algún factor que pasamos por alto. Recordar
esto nos ayudará a mantener nuestro
temperamento y nuestras críticas dentro de
ciertos límites.
Como ejercicio, intenta juzgar a tus padres
de manera favorable. Quizá no siempre hacen
las cosas exactamente como tú quieres, pero,
sin lugar a dudas, te aman y quieren lo mejor
para ti. Sé paciente y dales el beneficio de la
duda.
En el fondo, todos queremos ser buenos.
Por tanto, cuando alguien comete un error y
actúa de manera incorrecta, a quien más daña
es a sí mismo. Darte cuenta de esto te ayudará
a reducir tu enojo hacia él.
Por ejemplo, si conoces una persona
arrogante, no pienses en ella simplemente
como un fanfarrón. En lugar de eso, ten un
poco de compasión. Bajo la superficie, su
arrogancia es una manifestación de terribles
inseguridades. Piensa en cuánto sufre por su
arrogancia y en cuán solitario debe sentirse,
porque su arrogancia ahuyenta a la gente.
Es fácil quedar atrapado en los aspectos
negativos de las personalidades y luchas
internas de los demás. Para poder juzgar a
alguien “meritoriamente”, primero tenemos que
asumir que esa persona tiene algún mérito.
Todos tenemos virtudes, aunque a veces
puedan estar ocultas bajo un manto de
confusión y dolor. Haz el esfuerzo para
descubrir esas virtudes.78
Ayudar en lugar de juzgar
¿Cuántas veces vamos por la vida opinando
sobre los demás? Pareciera que juzgar es el
deporte favorito de muchas personas.
¿También es el tuyo? Quizá ni siquiera te has
dado cuenta, porque es algo que hacemos casi
de modo automático.
El problema con esto es que no ayudas a
quien juzgas, ni a ti. Piensa en cuántas veces
has perdido o afectado una relación debido a
los juicios y críticas realizados.
Esta vez quiero hablarte de la otra cara de la
moneda: la crítica objetiva. Verás que no es tan
difícil ayudar en lugar de juzgar.
¿Cómo ayudar en lugar de juzgar?
Cuando dedicas tu tiempo a juzgar, no
ayudas a los demás, ni a ti. Es imposible que
alguien que sólo busca lo negativo sea feliz. En
lugar de esto, concéntrate en ser compañía y
apoyo para tus seres queridos. En realidad, no
es tan difícil. Se trata de ser un soporte y no
una piedra en el camino.
Por ejemplo, si a tu hermano se le
descompuso el auto, en lugar de criticarlo por
no darle mantenimiento, pregúntale si necesita
que lo lleves a algún lugar. Si te es posible,
hazlo. De paso, puedes sugerirle que sea más
cuidadoso con su auto, pero siempre con
respeto y amabilidad.
Por tanto, en lugar de juzgar intenta ayudar
a las personas que tienes alrededor. Deja a un
lado las críticas y apreciaciones negativas, deja
de focalizarte en lo negativo y busca la forma
de expresar aquello por mejorar desde lo
positivo y la ayuda a los demás.79
“Hay una historia detrás de cada persona.
Hay una razón por la cual es como es. Piensa
en eso antes de juzgar a alguien.”
¿Por qué juzgamos para mal a los demás?
Hay varios motivos por los que juzgamos
para mal a los demás.
1. En alguien que siente envidia por otro (en
cualquier ámbito, ya sea de carácter,
económico, social, familiar, etc.), su ego no le
permite estar situado en un lugar inferior a él,
así que lo juzga para mal provocando (en su
imaginación o en la imaginación de la persona
que está escuchando el juicio negativo)
situarse en un lugar más elevado que el otro
hombre a quien le tiene envidia.80
Hay dos maneras para “estar arriba” que
otra persona:
a) Superarse y elevarse.
b) Pisar al otro. A veces es más fácil hacer
esto y juzgarlo para mal que superarse a sí
mismo.
2. Dicen nuestros Jajamim que cuando
alguien se fija en los defectos de los demás, es
una prueba que él mismo necesita superar y
perfeccionar ese mismo defecto.81
¿Por qué juzgas sin saber?
Es injusto llegar a conclusiones sobre las
acciones de otras personas; más peligroso es
cuando, además de juzgar, estas ideas son
incorrectas o no se basan en la información
suficiente o correcta para entender la situación,
por lo que generalmente estos juicios terminan
lastimando a la persona que ha sido juzgada.
Es importante aprender a no juzgar,
precipitarse y crear ideas falsas e incompletas,
porque realmente juzgar es peligroso.
Cuando una persona critica o hace sus
propias conjeturas, básicamente limita la
verdad, impone su punto de vista y, lejos de
darse una oportunidad para comprender lo que
sucede, cierra la posibilidad de diálogo.
Sería bueno pensar que, de alguna manera,
todos estamos expuestos a ser juzgados; por
esta razón es conveniente tener compasión,
prudencia y mucha discreción antes de juzgar.
Es posible que una de las cosas más
incomodas que puede haber es verse forzado a
pedir ayuda, ya sea económica o de cualquier
otro tipo, no importa si es a un familiar, un
amigo o a la comunidad a la que se pertenece,
así como saber que no se cuenta con recursos
para mantenerse, ser independiente y aun
tener suficiente dignidad para sentirse bien
consigo mismo.
Con mucha pena, Daniela fue a pedir apoyo
económico a su comunidad. Explicó, con
vergüenza y lágrimas, que había días en que
su familia no tenía ni para comer, que a pesar
de que ella y su marido trabajaban, las
compañías no les estaban pagando lo
suficiente ni les entregaban el dinero con la
prontitud prometida; verdaderamente ella se
sentía muy angustiada y sentía la necesidad de
alimentar a sus hijos y, en esta situación, ya le
era imposible continuar viviendo así.
Inmediatamente los directivos entendieron
su dolor y decidieron ayudar a su familia. Le
asignaron ayuda mensual, comida en la mesa y
pagar sus compromisos básicos con el dinero
restante, para lograr así darle un poco de alivio
en esos tiempos difíciles.
Cierto domingo, la esposa de uno de los
directores de la comunidad pasó por afuera de
uno de los restaurantes más caros de la
ciudad. Para su sorpresa, vio por la ventana a
la familia a la que la comunidad estaba
brindando apoyo, comiendo en el comedor
principal y disfrutando de un buen banquete.
La mujer no podía creerlo; sintió coraje y
mucho enojo al pensar que esta familia había
abusado de la generosidad de la comunidad.
Apresuradamente y sin averiguar qué estaba
sucediendo, llamó a su marido para
comunicarle lo que estaba sucediendo.
Como resultado, la directiva citó con
urgencia a la familia y les informó que quedaba
suspendido el subsidio mensual
inmediatamente. Ellos indicaron que, si tenían
dinero para pagar la cuenta de un restaurante
tan caro, ya no tenían la necesidad de recibir la
ayuda de su comunidad.
Con mucha vergüenza y sintiéndose
terriblemente apenados, los padres de la
familia explicaron por qué estaban comiendo
en el restaurante ese domingo y todos los otros
domingos de los meses anteriores. La razón
era muy simple: no estaban gastando dinero de
nadie, simplemente el dueño del restaurante no
podía pagarles con dinero por los servicios de
contabilidad que le daban, así que parte del
convenio era llevar a la familia a comer una vez
por semana y disfrutar de una buena comida
en familia.
En el momento que escucharon la
explicación, todos los asistentes de la junta
directiva se sintieron fatal; se dieron cuenta de
que se habían apresurado en hacer conjeturas
antes de averiguar y entender bien lo que
estaba sucediendo. No habían dado a la familia
el beneficio de la duda, sacaron conclusiones
equivocadas que humillaron a la familia,
causaron dolor por juzgar sin razón.
Aprendiendo a no juzgar
Los juicios precipitados pueden causar
mucho dolor y grandes problemas; es mejor
averiguar y recordar que, antes de hablar, hay
que ponerse en los zapatos de la otra persona.
Sólo así pueden entenderse verdaderamente
las acciones y los motivos de los demás.
Juzgar precipitadamente genera la
conclusión equivocada. Es imposible conocer
todos los detalles de acciones que se ven a
simple vista. Hay muchas razones que llevan a
las personas a actuar. Cada situación es única
y tiene que examinarse por separado y con
cuidado.
Cuando se juzga a los demás se corre el
riesgo de juzgarse a sí mismo. Toda persona
tiene la obligación de comportarse
responsablemente y encontrar compasión,
prudencia y, sobre todo, ser favorable hacia los
otros. Algún día todos podríamos encontrarnos
en la misma situación.
Juzgar es un acto que requiere compasión,
sabiduría y bondad. Un juicio es una
declaración que puede incriminar a la persona
que lo recibe. Es por eso por lo que debemos
tener mucho cuidado al emitir un juicio; no se
debe ser cruel o tajante, ni tampoco actuar con
favoritismo.82
Los nueve consejos para dejar de juzgar a
los demás
He aquí algunos consejos para no caer en lo
fácil a la hora de considerar a los demás.83
Pese a que no nos gusta que nos juzguen
de manera incorrecta, es habitual que
juzguemos a otras personas todo el tiempo.
Nos juzgan y juzgamos constantemente,
incluso muchas veces sin darnos cuenta del
daño que hacemos. Lo peor de todo es que
pasamos tanto tiempo juzgando a los demás
que, muchas veces, no invertimos el tiempo
necesario para mirarnos a nosotros mismos y
reconocer nuestras propias limitaciones.
Ya que hemos explicado los daños que
provoca juzgar a los demás de manera
equivocada, damos 9 consejos de cómo no
juzgar a los demás.
1. Piensa antes de actuar
Muchas veces nos dejamos llevar por lo que
nos dicen las apariencias externas y otras
veces nos dejamos llevar por corazonadas. Es
importante que nos detengamos unos
segundos y analicemos bien la situación. Si
vamos a juzgar a alguien, que sea con todas
las pruebas sobre la mesa.
2. Nadie es perfecto
Intenta ser más tolerante con los demás.
Puede que no apruebes algo que alguien ha
hecho, pero, a no ser que sea algo horrible,
vive y deja vivir. Todo el mundo se equivoca.
No es bueno juzgar a los demás porque
piensas que tú lo harías de otra manera.
3. Recuerda que no todos somos iguales
En concordancia con el punto anterior,
debemos tener presente que no todo el mundo
es igual. Cada persona es diferente y merece
respeto. La cultura, la familia, los amigos, la
educación que recibimos, todos tenemos una
historia diferente que contar. Sólo porque a ti
no te guste algo, no significa que esté mal.
Somos iguales en la diferencia y, por eso
mismo, debemos respetarnos e intentar
ayudarnos.
4. Mírate a ti mismo
Si en vez de pasar más tiempo juzgando y
criticando a los demás pasas más tiempo
observándote a ti mismo, te darás cuenta de
que tú tampoco eres perfecto. Si entiendes que
todos nos equivocamos, es posible que seas
más tolerante con los demás.
5. Siéntete bien contigo mismo
Cuando somos capaces de entendernos
mejor y aceptar tanto nuestras virtudes como
nuestros defectos, no solamente desarrollamos
mayor compasión hacia nosotros mismos, sino
también en general hacia los demás. Las
personas que son felices no necesitan atacar a
las demás.
6. Ábrete
Ser una persona con mente abierta y
tolerante dice mucho de ti. Mostrar actitud
positiva hacia los demás facilita mucho la
comunicación. Además, seguro que conocerás
personas interesantes si eres tolerante y tienes
amplitud de visión y criterio.
7. Piensa que las apariencias engañan
Pensar u opinar sobre alguien, tanto para
bien como para mal, sin saber absolutamente
nada de él, sin conocerle, sin darle una sola
oportunidad, constituye una garrafal
equivocación. Tómate un tiempo para conocer
bien a las personas antes de emitir juicios
sobre ellas.
8. Recuerda que juzgar puede hacer daño
A nadie le gusta que le juzguen de manera
incorrecta. Si no te gusta que te lo hagan a ti,
no se lo hagas a los demás. Esa es la Regla de
Oro y todos deberíamos respetarla. Piensa en
esos momentos en que alguien te ha herido por
haberte prejuzgado. ¿Vas a hacer tú lo mismo
con otras personas?
9. No siempre tienes la razón
Las cosas suceden por muchas causas y
muchas veces no conoces ni la mitad de la
historia. Si juzgas a alguien como una persona
desconsiderada, es posible que estés
equivocándote.

“Cuando alguien juzgue tu camino, préstale


tus zapatos.”
Halajot (leyes) sobre juzgar para bien
Leyes sobre la Mitzvá de juzgar para bien
Es una Mitzvá de la Torá juzgar para bien a
los demás.84
Si ves que una persona está haciendo algo y
tienes la opción de juzgarlo para bien o para
mal, es decir, tienes duda de si su acto es
correcto o incorrecto, y si esa persona es Yeré
Shamaim (temerosa de Dios, un grado elevado
ortodoxo), estás obligado a juzgarlo para bien,
incluso si esa acción parece más incorrecta
que correcta.85
Pero si es una persona “mediana”, es decir,
que a veces peca y a veces no, y tienes duda
de si ese acto es correcto o incorrecto, debes
juzgar a la otra persona para bien, para cumplir
con la Mitzvá de: “Debemos juzgar para bien a
las personas”. Pero si te inclinas más a pensar
que aquel acto ha sido incorrecto, no deberás
juzgar a la persona para mal, sino quedarte en
duda, es decir, no juzgarla para bien ni para
mal.86
Si quien hizo el acto sobre el que se duda si
es correcto o incorrecto es una persona
reconocidamente malvada, está permitido
juzgarlo para mal. Pero no se podrá hablar
Lashón Hará sobre tal persona.87
En el caso de que se haya visto a un
desconocido hacer determinado acto y se tiene
duda si éste es correcto o incorrecto, deberá
juzgársele para bien.88
Muchas veces sucede que alguien está
haciendo algo totalmente incorrecto y
realmente es muy difícil encontrarle algún
punto positivo a su acción. En este caso, el
problema es de quien lo observa, ya que, si
tuviera más amor hacia el prójimo,
seguramente le proporcionaría el beneficio de
la duda y pensaría que hizo eso por error o por
falta de conocimiento, o porque es la educación
que recibió, o por cualquier otro motivo.
Analicemos el siguiente ejemplo:
Si la persona que hizo el acto
aparentemente malo fuera tu papá o tu
hermano, por cuanto que es tu familiar cercano
seguro le darías el beneficio de la duda.89
Y si después de todo esto buscas y sigues
buscando algo positivo en esa acción y quieres
darle el beneficio de la duda, pero no
encuentras nada, ¿qué debes hacer? Lo que
dice el Pirké Abot: “No juzgues a nadie, sino
hasta que te encuentres en su lugar”, y como
es imposible estar exactamente en el lugar del
otro, no deberás juzgarlo.90
Debemos recordar que de la misma manera
en que nosotros juzguemos a los demás, así
nos juzgará Dios en el Juicio Celestial, después
de 120 años.91
Siempre debemos ver la parte positiva de
los demás, incluso si es algo complicado.

Haz como hace Dios:


No busques los defectos de tu prójimo ni sus
puntos débiles. ¡Busca sus aspectos positivos!
Y entonces podrás vivir en paz con cada
persona.
Estrategias para juzgar favorablemente
¿Cómo podemos juzgar para bien?
El gran libro, El otro lado de la historia,
escrito por Yehudit Samet, ofrece estrategias
para juzgar a los demás favorablemente:
1. Deja de aplicar “doble moral”. Muchos de
nosotros juzgamos severamente mientras
excusamos nuestro propio comportamiento
reprensible. Por ejemplo, rezongamos contra
los otros conductores cuando estacionan sus
coches en doble fila bloqueando un carril
entero, pero cuando nosotros lo hacemos está
bien, porque “sólo es un minuto” para recoger
la ropa de la tintorería y no sabíamos que iba a
haber cola…
2. “No juzgues a tu compañero hasta que
estés en su lugar”.92 Esto significa que, aun
cuando otra persona haya hecho algo malo,
considera la posibilidad de que podrías haber
hecho lo mismo de estar en la misma situación.
Digamos que tu empleado o compañero de
trabajo renuncia y toma un empleo que paga
mejor, demostrando falta de lealtad hacia la
compañía que lo ayudó en un comienzo. Antes
de decir: “¡Yo no haría eso!”, piensa: “¿Yo no
hubiese hecho lo mismo si tuviese su hipoteca,
sus deudas y una familia del tamaño de la de
él?”.
3. Admite que no conoces la historia
completa. Ninguna corte daría un veredicto
basado en evidencia insuficiente, pero nosotros
lo hacemos todo el tiempo. Vemos que alguien
hace algo reprensible y decidimos
inmediatamente: “¡Culpable!”. ¿Qué sabemos
del contexto de la situación o de las
circunstancias o desafíos de la persona? Ser
humildes y admitir: “No sé”, puede salvarnos de
juicios que son severos… y equivocados.
Consejos para juzgar para bien
1. Haz Tefilá a Dios para que nos ayude.
2. Entiende por qué alguien está haciendo lo
que hace.
3. Da crédito positivo. Da reconocimiento
parcial.
4. Acepta las diferencias entre el compañero
y tú mismo.
5. Entiende la perspectiva de los demás.
6. Ve tus propias faltas y defectos.93
7. Invierte en esa persona; haz algo bueno
por ella.
8. No presumas de lo que haces por los
demás.
9. Ten en mente que todos tenemos
defectos. Así es el diseño de Dios.

“Los humanos no son aptos para juzgar.


Sólo Dios puede hacerlo.”
Historias sobre juzgar para bien
¿Por qué no lleva a su hijo con un buen
doctor?
Un muchacho de veinticuatro años de edad
estaba sentado con su padre en un tren y
estaba constantemente viendo la ventana, y
decía a su padre:
—Papá, mira: ¡los árboles están pasando
super rápido!
El padre se le quedaba mirando dulcemente
y sonreía. Una pareja que estaba sentada
cerca de ellos escuchó al muchacho diciendo
eso. Se dijeron: “Ese muchacho se ve bastante
grande para ese tipo de comentarios de niños.
De seguro tiene un desorden mental y es por
eso que su papá no le responde nada”.
En eso, el joven volvió a hacer otro
comentario y dijo:
—Papá, mira: ¡las nubes están corriendo
junto con el tren!
La pareja, al escuchar esto, no aguantó más
y se acercaron al papá para decirle:
—Perdone, ¿por qué no lleva a su hijo con
un buen doctor? Quizá un siquiatra le ayude.
El papá sonrió y les dijo:
—Eso fue justo lo que hicimos, y de ahí
venimos, pero no de un siquiatra, sino de un
hospital donde lo operaron de los ojos. Mi hijo
nació ciego y sólo hoy, hace un par de horas,
fue que pudo ver por primera vez.
La pareja se quedó sentada ahí, sin decir
una sola palabra, mientras las lágrimas corrían
por sus mejillas.94
La mejor lección de mi vida
Esta historia fue contada por Rab Bakshi
Dorón sobre él mismo, y cuenta así:
Una vez, en los tiempos que yo fumaba,
tenía mucha necesidad de hacerlo, pero no
tenía cigarrillos conmigo y era una hora muy
tarde en la que las tiendas ya estaban
cerradas.
Me dijeron que había un local abierto donde
vendían cigarrillos, pero se encontraba cerca
de la playa, y que sólo ahí era posible
encontrar cigarros a esa hora. Al final decidí ir,
ya que la necesidad era muy grande.
Cuando llegué ahí, me encontré con uno de
los alumnos que estudia en mi Yeshivá, en mi
clase. Traté de que no me viera, ya que no es
correcto que, siendo un Rab, me encuentre en
una tienda junto a la playa. Pero después de
unos segundos, pensé: “¿Cómo es posible que
un alumno mío se encuentre en estos lugares”.
Al final, el alumno me vio y me dijo algo que
jamás en la vida olvidaré.
—Rab, por favor, no piense mal de mí. Lo
único que estoy haciendo aquí es comprar un
cigarrillo, ya que la única tienda abierta a estas
horas es ésta.
Esa frase me cayó como una cubeta de
agua fría. Yo también había venido aquí por un
cigarrillo. Pero, por supuesto, yo no pensé mal
de mí mismo. Pero sobre ese alumno sí pensé
para mal…95
¿Quién engañó a quién?
Hace muchos años, en un lugar lejano,
había una pequeña ciudad donde todos sus
habitantes eran Yehudim. Cada quien se
dedicaba a sus cosas y entre los mismos
habitantes de la ciudad se mantenían unos a
los otros.
Nuestro relato ocurrió entre el Yehudí
panadero de la ciudad y su compañero, el
lechero, quien vendía también productos
lácteos.
Resulta que el panadero compraba al
lechero cada determinado tiempo un kilogramo
de mantequilla para mezclarlo con los
ingredientes del pan que elaboraba. Así habían
comerciado durante varios años, hasta que un
día el panadero entró en la granja del lechero
para comprarle mantequilla. El panadero, dado
que sus manos ya estaban acostumbradas a
calcular el peso, notó que el paquete de
mantequilla que recibió pesaba menos que lo
habitual.
Debido a que en el pueblo no había
básculas, no aguantó la curiosidad y viajó
hasta la ciudad para verificar si estaba en lo
correcto o no. Y efectivamente, como lo había
predicho, el paquete sólo pesaba 800 gramos.
Sin embargo, no dijo nada a su compañero
pensando que había sido solamente un error
que le ocurrió sin que se diera cuenta.
Esperó a la siguiente semana y ocurrió lo
mismo de la pasada: el paquete se sentía más
ligero. Así se repitió el suceso dos y tres veces,
hasta que un buen día decidió acercarse al
lechero y le preguntó:
—Oye, amigo, estoy pagándote por un
kilogramo. ¿Por qué entonces me estás dando
solamente 800 gramos…? Quizá los objetos de
referencia que usas para pesar no son
correctos.
El lechero, sin perder la compostura, le
contestó muy tranquilamente:
—No te engaño. Mi sistema de pesas es
muy preciso y te doy exactamente un kilogramo
de mantequilla.
En ese instante perdió el panadero la
paciencia y en tono un poco agresivo, reveló al
lechero que se había molestado desde hacía
un par de semanas en viajar hasta la ciudad
para pesar la mantequilla y la báscula mostró
que el peso no llegaba a un kilogramo.
—Te reitero que la mercancía que yo vendo
es exactamente un kilogramo —replicó el
lechero—. Si no me crees, estoy dispuesto a
que me cites frente al Rab de la ciudad a un
Din Torá (un juicio de acuerdo con las leyes de
la Torá) para verificar quién tiene la razón.
Vio el panadero que no le quedaba de otra
y, dicho y hecho, citó al lechero a un Din Torá.
Cuando se presentaron ambos frente al Rab
de la ciudad y el Rab, junto con los demás
jueces, escuchó el argumento del panadero,
preguntó al lechero qué tenía que decir para
defenderse. Pero el lechero también aquí
siguió firme en su posición de que la
mantequilla que él distribuía era exactamente
un kilogramo.
—Quizá puedas traer aquí el instrumento
que usas para pesar la mantequilla, para
verificar si funciona correctamente —le pidieron
los jueces.
—Claro que sí —respondió el lechero y de
inmediato salió corriendo a su casa.
Al cabo de unos minutos regresó el lechero
y sorprendidos se quedaron los jueces cuando
vieron que traía en sus manos un pan.
—Cuando yo peso el kilogramo de
mantequilla que voy a vender a mi compañero
el panadero, yo pongo del otro lado de mi
báscula este pan que le compré a él mismo,
cuyo peso supuestamente tendría que ser de
un kilogramo, y a la par de éste pongo del otro
lado de la báscula la mantequilla, hasta que
éstos se equilibran… En otras palabras, en vez
de que venga el panadero a reclamarme por el
peso de mi mantequilla, que mejor se reclame
a sí mismo sobre el peso de su pan, ya que
según ese peso es que peso mi mantequilla.
Queda de sobra recalcar que el panadero
abandonó el juzgado avergonzado, ya que
ahora se descubrieron sus actos deshonestos.
¡Cuánto debemos aprender de esto y, antes
de reprochar y querer corregir a los demás,
primero nos preocupemos por corregirnos a
nosotros mismos!
Los dos Rab Mordejay Kaminetzky
En una ocasión llegó el Jafetz Jaim a una
ciudad para vender sus libros. Se paró afuera
del Bet HaMidrash y la gente que salía de ahí
compraba sus libros. El Jafetz Jaim vendía sus
libros de contado y también los daba a plazos.
En una hoja iba apuntando quién le debía y
luego mandaba a un mensajero a cobrar la
deuda.
Uno de los compradores era un Talmid
Jajam que se llamaba Rab Mordejay Leib
HaCohen Kaminetzky. Este Rab pagó los libros
de contado. Pero después de un corto tiempo
llegó el mensajero del Jafetz Jaim a cobrarle. Y
por supuesto que se impresionó, pues ya le
había pagado.
Rab Mordejay fue con el Jafetz Jaim a
decirle que ya lo había pagado de contado y
que seguramente había un error.
El Jafetz Jaim sacó su hoja con los
deudores y ahí aparecía que Rab Mordejay
Leib HaCohen Kaminetzky debía tanto dinero.
Pero Rab Mordejay estaba seguro de que no
le debía absolutamente nada a nadie, ni al
Jafetz Jaim.
Al final se descubrió que había dos hombres
llamados exactamente igual en esa ciudad:
Mordejay Leib HaCohen Kaminetzky, y por
error, el mensajero fue a cobrar a Rab
Mordejay, que ya había pagado de contado.
Al enterarse, el Jafetz Jaim se conmovió
mucho por el error y casi se echa a los pies de
Rab Mordejay para pedirle perdón por el error
de pensar que él no había pagado. Aunque
Rab Mordejay no se molestó en lo absoluto y
ya le había dicho muchas veces que lo
perdonaba, el Jafetz Jaim seguía pidiéndole
perdón.
Después de unos minutos, cuando el Jafetz
Jaim se tranquilizó, dio una Berajá a Rab
Mordejay y le deseó que viviera muchos años y
buenos.
Rab Mordejay Leib HaCohen Kaminetzky
vivió hasta los 96 años, con mucha salud…96
Si me pagan, sí
Contó un hombre que rezaba en un Minián
en Jol Hamoed de Pesaj.
Al terminar Shajrit, antes de leer la Perashá,
ese hombre buscó a alguien que la supiera y
encontró a un niño pequeño y le preguntó si
sabía leer la Perashá.
Y el niño le contestó:
—Im Kesef, aní yodea (“Con dinero, yo sé”).
Al hombre no le gustó la respuesta de ese
“niño comerciante” y buscó otra persona que
leyera la Perashá, y encontró a otro.
El hombre, con la intención de dar el
beneficio de la duda de la respuesta de ese
niño, pensó que tal vez no lo escuchó bien o
que estaba jugando, o diciéndolo en broma.
Cuando llegó a su casa, contó a su esposa y
a sus hijos la respuesta de ese niño, con la
esperanza de que alguien pudiera entender
qué quiso decir. Uno de los hijos del hombre
tenía la respuesta exacta. Y dijo así:
—La Perashá que se lee en Jol Hamoed de
Pesaj es Im Kesef.
Y era eso exactamente lo que ese “niño
comerciante” quiso decir: “Yo me sé la Perashá
de Im Kesef”.
Por supuesto que ese niño jamás pidió
dinero por leer la Perashá.97
Los siete niños traviesos en el camión
Cuentan que, en una ocasión, un hombre
viajaba en el transporte público (camión) y
dentro de éste, sus siete hijos. Éstos portaban
muy mal dentro del camión. Toda la gente
estaba juzgando al padre, que no sabía
educarlos, que no hacía nada por sus hijos,
etcétera.
Mucha gente del camión quería tranquilizar
a los niños, ya que estaban demasiado
inquietos; pero fue en vano el esfuerzo. Al ver
que los niños seguían con su mal
comportamiento, dijeron a este hombre que
hiciera algo para que sus hijos se portaran
bien.
El hombre se disculpó por el
comportamiento de esos niños y dijo que su
esposa había fallecido hacía apenas tres horas
antes y, ya que sus hijos eran pequeños, no
pudieron aceptarlo o entenderlo.
Cuando la gente escuchó esto, por supuesto
que dejaron de juzgar para mal.
Ese Jajam no cuida su vista y su recato
Era un Jajam que se dedicaba a ayudar a
las parejas a tener armonía familiar (Shalom
Bait).
En cierta ocasión fue una pareja con él y el
Jajam se sentó muy cerca de la mujer, y la veía
mucho.
Al marido le molestó mucho la manera de
actuar del Jajam, ya que no es correcto que un
Sabio mire a la esposa de otro y esté tan cerca
de ella.
Cuando el ayudante del Jajam vio que el
marido estaba molesto por esa acción, se
acercó a él y le explicó:
—El Jajam no escucha bien y por eso se
sentó tan cerca de tu esposa, para poder
escucharla. Y si te diste cuenta, el Jajam se
sentó del lado izquierdo de tu esposa, ya que
no ve con el ojo derecho.98
Ese hombre que “no saluda”
Me sucedió hace algunos meses que uno de
los trabajadores que limpian el edificio donde
vivo se encontraba dentro del elevador
haciendo su trabajo de todos los días, lavando
el piso, los espejos, etcétera.
Entré al elevador y le dije:
—¡Buenos días!
Pero el hombre no me contestó nada. En
ese momento pensé: “¡Qué mal educado!”.
Al otro día sucedió exactamente lo mismo.
Le dije:
—¡Buenos días!
Pero no hubo respuesta alguna. Y, por
supuesto, me enojé más que el día anterior.
Al otro día volvió a pasar lo mismo, hasta el
grado que pensé hablar con la compañía
donde él trabaja y decirles que dijeran a tal
trabajador que mostrara más respeto con los
residentes del edificio. Pero al final no hablé
con nadie; sólo lo pensé.
Al otro día, me di cuenta de que ese hombre
era sordomudo. Por eso nunca escuchó nada
de lo que le dije. Ciertamente que me sentí
muy mal al haberlo juzgado para mal y pensar
que era un maleducado.
A partir de ese día, todas las mañanas lo
saludo de la mejor manera haciéndole señas
de cortesía y agradecimiento por tener limpio el
edificio.
Sólo quería mostrarle su reloj nuevo
Esta historia sorprendente ocurrió en una
escuela en Israel.
El maestro llegó 15 minutos tarde a la
escuela y uno de los niños le mostró el reloj al
llegar a la clase. El maestro pensó que el niño
le recordaba (“reclamaba”) que llegó tarde, le
dio una bofetada y se enojó mucho con él.
En la tarde llegó la mamá de este niño a la
escuela para pedir una explicación de aquel
acto. El maestro, antes de escuchar cualquier
cosa, reclamó también a la mamá del niño y le
dijo que tenía un hijo muy maleducado, ya que
le había “reclamado” por haber llegado tarde a
la clase.
Cuando el maestro dejó hablar a la madre,
ella le explicó que ese día su hijo había
estrenado un reloj que había recibido de
cumpleaños y, como quería mucho a su
maestro, fue al primero que quiso enseñárselo.
¡El niño no buscó reclamar nada al maestro;
sólo quería mostrarle su reloj nuevo!
¡Imaginemos la cara del maestro al escuchar
esto!99
Ese hombre no es Jajam
Luego de que el avión despegó, Rab
Shlomo notó que el Rabino americano sacaba
un libro de su portafolio y se acercaba para
leerlo. Aun desde el lugar donde estaba
sentado, Rab Shlomo pudo observar que no
era un libro de Torá. Definitivamente era un
libro secular y Rab Shlomo se quedó algo
sorprendido.
¿Qué pasaba con la Mitzvá de Ublejtejá
Baderej (“Y estudiarás Torá en el camino”)? El
mismo Rab Shlomo había llevado consigo dos
libros de Torá para el largo viaje y, aunque se
daba cuenta de que no todos seguían su
ejemplo, sentía que al menos el Rabino
americano debía hacerlo.
Unas horas más tarde, cuando los rayos del
sol comenzaron a salir, varios hombres se
encaminaron hacia el fondo del avión a fin de
formar un Minián para rezar Shajrit, la oración
matutina. El Rabino americano se quedó en su
asiento. Rab Shlomo lo notó y no le pareció
correcto. El Rabino americano no estaba
dormido y había visto a todos esos hombres
pasando junto a él para ir al rezo.
Rab Shlomo pensó: “Este hombre viste
como un Tzadik y es observante únicamente
en los lugares donde lo conocen. Pero en un
avión, donde nadie lo conoce, actúa como un
judío no religioso. ¡Qué hipócrita!”.
Cuando se sirvió la comida, Rab Shlomo vio
al Rabino para comprobar si decía las Berajot.
Para su sorpresa, el hombre comía sin Berajot
y, al terminar de comer, no dijo la Berajá
correspondiente, Birkat Hamazón.
Rab Shlomo estaba más nervioso cada vez.
Necesitó de todo su autocontrol para
abstenerse de decir algo al hombre americano.
No obstante, decidió que, si hubiera un grupo
de gente con aspecto religioso en el aeropuerto
Ben Gurión para saludar a este llamado
“Rabino”, él les informaría que era un impostor.
Cuando el avión aterrizó y los pasajeros
pasaron por el control de pasaportes y la
entrega del equipaje, Rab Shlomo caminó tras
el americano para ver quién lo esperaba. Para
su asombro, cuando el hombre pasó por la
aduana y dejó la terminal, había un grupo
grande de gente ortodoxa esperando para
recibirlo.
Rab Shlomo estaba por hablar a uno de los
hombres del grupo cuando notó que todos se
encaminaban hacia una vieja camioneta de
color gris. La parte de atrás estaba abierta y allí
Rab Shlomo pudo ver un ataúd, en el que
estaba la madre del Rabino americano.
Este hombre había llegado de los Estados
Unidos para enterrar a su madre en Israel.
Rab Shlomo se llevó la mano abierta hacia
la frente con gesto de repentina comprensión
de lo que había visto en las últimas doce horas.
El Rabino norteamericano era un Onén, una
persona a quien le fallece un familiar, por lo
que le está prohibido cumplir cualquier Mitzvá,
no puede estudiar Torá ni rezar, ni decir
Berajot. Para vergüenza suya, Rab Shlomo se
dio cuenta de que, erradamente, había
sospechado y culpado a ese hombre de tantas
transgresiones.100
¿Quieres ser como un Séfer Torá o como
unos zapatos?
Cuentan sobre Rab Yaacov Galinsky, quien
fuera originario de la ciudad de Krinski, Polonia,
que era un niño problema: interrumpía
constantemente la clase, bromeaba con los
compañeros y con los maestros, y no permitía
la impartición de las clases. La situación llegó
al punto de que uno de sus Morim (maestros)
decidió llevarlo ante el director y decirle:
—O se va el niño o me voy yo…
El director sentó al pequeño Yaacov en “la
silla de los acusados” y le dijo:
—No quiero correrte, pero no sé qué hacer
contigo… ¿Vas a portarte bien de ahora en
adelante?
—No —dijo Yaacov Itzjak—. No puedo. Así
soy yo. Mejor, que los profesores me acepten
de esta forma.
El Menahel (director) le dijo:
—Ven acá.
Sujetó de la mano al niño de seis años con
fuerza y lo llevó hasta la casa del Rab de la
ciudad, Rab Jizquiyahu Yosef Mishkovski, a
quien platicó delante del infante todas las
travesuras de éste.
—Déjemelo aquí. Voy a hablar con él… —
dijo el Sabio.
Una vez solos, Rab Jizquiyahu le dijo:
—Tengo un problema muy grande. Yo creo
que tú puedes ayudarme a resolverlo.
El niño abrió mucho sus ojos y escuchó con
suma atención.
—Mira —le dijo el Rab—. Tú sabes que los
zapatos se hacen de cuero y que también el
pergamino del Séfer Torá es de piel. ¿Tú crees
que es justo que el mismo material sirva para
las dos cosas? Los zapatos pisan la calle, el
polvo, la basura. Alguien se los pone y les deja
malos olores. En cambio, al Séfer Torá todo
mundo lo respeta, lo honra y se pone de pie
ante él. Yo te pregunto, Yaacov, ¿tú crees que
esto es justo para los pobres zapatos?
—No —dijo el niño—. No es justo.
Entonces se puso de pie el Rab y le dijo así:
—Mira, hijo mío. Yo soy mucho más grande
que tú y Dios me bendijo de gran manera.
Como ves, soy el Rab de la ciudad. Quiero
explicarte: sí es justo que los zapatos sean
pisados y también que el Séfer Torá sea
honrado. ¿Sabes cuál es la diferencia? El
trabajo que está en cada uno de ellos. Los
zapatos están hechos para pisar el polvo y el
Séfer Torá para honrar a Dios. Si una persona
lleva su vida dignamente y trabaja para honrar
a Dios, se vuelve un Séfer Torá y todos se
ponen de pie ante ella, y la respetan. En
cambio, si se dedica a llevar su vida con
ligereza y sin sentido, entonces es como un par
de zapatos que pisan el polvo. ¿Qué quieres
ser tú, Yaacov Itzjak, cuando seas grande?
¿Como un Séfer Torá, que todos te respeten, o
como unos zapatos, que pisan el polvo?
Aquel día cambió ciento ochenta grados la
vida del pequeño Yaacov Itzjak Galinsky, quien
se volvió un niño ejemplar y respetuoso de sus
maestros y amigos, y llegó a ser un verdadero
Séfer Torá vivo, lleno de conocimientos.
Las palabras de luz de Rab Yosef
Jizquiyahu Mishkovski no sólo guiaron el
destino del pequeño Yaacov Itzjak, sino de
muchos otros que fueron bendecidos por su
sabiduría y temor a Dios.
Si juzgamos sabiamente, el Creador nos
conduce por el camino que cada uno de
nosotros decide recorrer. Y si nos detenemos a
pensar un momento, todos tenemos la
obligación de llegar a ser un Séfer Torá y no un
par de zapatos…
Nobody called you, “Nadie te llamó…”
En los Estados Unidos ocurrió una historia
increíble respecto a juzgar para bien al
compañero.101
Iba a celebrarse la boda de unos jóvenes. El
padre del novio admiraba mucho a su futuro
consuegro por su manera de ser, su forma de
comportarse y, aparte, era un gran Jajam.
A la mitad de la boda, llegó un Rabino con el
consuegro Jajam y éste le dijo:
—Nobody called you (“Nadie te llamó…”).
El Rabino dio media vuelta y se fue de ahí.
¿Acaso el padre del novio estaba corriendo
al Rabino de la boda? ¡Le dijo que nadie lo
había llamado…!
El hombre se quedó impresionado con la
escena, pues sentía un gran afecto y veía
como alguien muy especial a su consuegro
Jajam.
Al final de la boda, el desconcertado padre
quiso entender qué pasó y preguntó al Jajam
quién era aquel Rabino y por qué se había ido.
El consuegro Jajam le dijo que, por la
mañana, él había ido a la Tebilá de Kelim y,
cuando estaba haciendo eso, se le cayó el
celular al agua. En ese momento llegó aquel
Rabino y vio lo que había pasado, así que
quiso prestarle su propio teléfono durante todo
el día. Después de mucho insistir, el Jajam
aceptó la oferta y dijo al Rabino que en la
noche se lo regresaría.
En la boda, él devolvió el celular al Rabino y
le dijo:
—Nobody called you (“Nadie te llamó…”).
¿Qué pensábamos que le había dicho? ¿Tal
vez que estaba corriéndolo de la boda?
El hombre que golpeaba a un niño indefenso
Sucedió con un niño que salió al parque a
jugar y los padres, a lo lejos, lo vigilaban.
Después de unos minutos, vieron que un
hombre comenzó a golpear al niño y pegarle en
la espalda.
Lo padres, sorprendidos, comenzaron a
gritarle desde lejos a ese hombre.
—¿Cómo es posible que le pegues a un
pobre niño indefenso?
Pero el hombre seguía golpeándolo.
Cuando los padres llegaron al lugar,
reclamaron a ese hombre y querían una
explicación.
El hombre les explicó y les dijo:
—Su hijo estaba comiendo aquí en el
parque; se le atoró la comida y se atragantó.
Cuando lo vi, inmediatamente comencé a
pegarle en la espalda para sacarle la comida
que tenía atorada y, gracias a Dios, pude
salvarlo.
De inmediato los padres se arrepintieron de
pensar mal de aquel hombre, le pidieron
perdón y le agradecieron por salvar la vida de
su hijo.102
Hicieron sentir grande al enano
Hace unos años un joven, gran estudioso de
la Torá, desafortunadamente falleció en un
accidente de autobús. Se llamaba Rab Eliezer
Geldzahler.
Este hombre, de 46 años de edad, era Rosh
Yeshivá, amaba la Torá e inculcaba a sus
alumnos amor por la Torá y por Dios.
Dos o tres años después de su fallecimiento,
su hija estaba manejando por la autopista
Garden State. Se detuvo en una estación de
gasolina y vio a un enano, una persona muy
pequeña. Ella se acercó y empezó a bombear
gasolina a su auto. Mientras lo hacía, se acercó
el enano a limpiar el parabrisas del auto y vio
en el interior una gran foto de Rab Eliezer
Geldzahler.
Preguntó a la mujer:
—¿Acaso usted conoce a ese hombre?
Ella respondió:
—Claro. Él era mi padre.
Impresionado, el hombre pequeño le dijo:
—¿Ese es su padre…?
Y comenzó a llorar.
Ella no entendía qué pasaba y le preguntó si
había conocido a su padre.
Él respondió:
—Permítame decirle algo: he estado
esperando a ese hombre por estos últimos dos
años. Verá, yo vengo aquí todos los días, sin
importar el frío o el calor. Este es mi trabajo. La
mayoría de las personas que vienen a cargar
gasolina tratan de no mirarme, porque mi
apariencia les incomoda, así que sólo pagan
sin siquiera verme. Pero un día su padre vino y
me miró directo a los ojos, como nadie más lo
había hecho, y me dijo:
—Usted es una inspiración, ¿sabe? Usted
ha nacido con algo que muchos consideran un
impedimento terrible, pero usted no se
conforma con eso, no se ha convertido en
víctima. Usted se levanta cada mañana, viene
a trabajar y gana un salario honesto. Usted es
una fuerte inspiración, un modelo por seguir.
Continuó Rab Eliezer Geldzahler diciendo:
—¿Sabe? Yo dirijo un colegio muy grande
en Brooklyn. Precisamente ahora me dirijo allí y
voy a hablarles de usted, que es un ejemplo del
que todos debemos aprender.
El hombre empezó a llorar de nuevo y dijo:
—¿Sabe algo? Su padre era tan especial
que me hizo sentir muy alto…103
Una opinión positiva para el ladrón
Se cuenta acerca de Rabí Zalman de
Volozin que una vez, en la Tebilá, se dio
cuenta de que su camisa había desaparecido.
Se puso el saco y, sin camisa, regresó a casa.
Su esposa le preguntó:
—¿Dónde está la camisa?”
Le respondió:
—Por lo visto, un pobre la cambió por
equivocación.
Le preguntó su esposa:
—¿Y por qué no tomaste la camisa de él?
Respondió:
—Porque él olvidó dejar la suya…104
¿Cómo reaccionarías tú?
Cuando Rab Yoel de Satmer (Rab Yoel
Teitelbaum, 1887-1979) llegó a Israel, se
presentó ante él un hombre llorando y le dijo
que tenía muchos problemas económicos,
sociales, materiales… Le pidió que lo ayudara
económicamente.
Rab Yoel de Satmer sacó todo el dinero que
tenía y lo entregó a ese hombre. Y no sólo eso,
sino que pidió dinero prestado a Rab Yosef
Ashkenazí y también se lo dio al hombre.
Después de que el hombre saliera con tanto
dinero, Rab Yoel de Satmer se enteró de que el
sujeto era un mentiroso y no necesitaba nada
de dinero; todo lo que había dicho era mentira.
La gente quería escuchar la expresión de
Rab Yoel de Satmer después de enterarse de
que ese hombre no necesitaba el dinero y le
había quitado todo al Rab.
Pero Rab Yoel dijo:
—¡Me da mucho gusto que ese hombre no
tenga problemas! ¡Qué buena noticia que a ese
hombre no le falta dinero! ¡Me hubiera sentido
muy mal si le faltara dinero y tuviera
problemas!
¿Cómo se creó la organización Hatzalá?
En la primavera de 1962, Rab Hershel
Weber salía del Bet Hakneset en Ross Street,
en Brooklyn, cuando escuchó que un hombre al
otro lado de la acera gritaba que sentía un
agudo dolor en el pecho. El hombre se
desmayó frente a él.
Rab Hershel empezó a gritar por ayuda y en
segundos la gente llamó a la policía y a la
ambulancia.
Rab Hershel se quedó junto al hombre sin
poder hacer nada, asegurándole que la ayuda
venía en camino. Rab Hershel vio que el
hombre perdió el conocimiento y su rostro se
tornó de color azul. Trágicamente, después de
unos minutos, el hombre falleció en la
banqueta.
Un rato después, dos policías llegaron.
Mientras tomaban nota de la tragedia, Rab
Hershel escuchó que uno de los oficiales decía
al otro:
—Si hubiéramos llegado sólo diez minutos
antes, habríamos podido salvar a este hombre.
Rab Hershel estaba agitado y traumado por
el suceso, así que convenció a dos de sus
compañeros del Kolel, Rab Hershel Kaff, dueño
de una panadería, y Rab Yoelish Gantz, dueño
de una tintorería, a inscribirse junto con él en
un curso de primeros auxilios en la Cruz Roja
local, para que pudieran brindar ayuda médica
en alguna emergencia. Rab Hershel dedujo
que, al tener empleados trabajando en sus
negocios, podrían salir si era necesario. Los
tres compraron pequeños tanques de oxígeno.
Unos meses después, un hombre mayor que
vivía en Morton Street, en Williamsburg, murió
mientras dormía. Cuando su esposa despertó a
la mañana siguiente, se dio cuenta de que algo
estaba terriblemente mal. Corrió a la ventana y
gritó con histeria por ayuda. En pocos minutos,
su casa estaba llena por dentro y por fuera de
gente, y alguien gritó:
—¡Pronto, llamen a Rab Hershel Weber!
Rab Hershel subió corriendo por las
escaleras con su tanque de oxígeno y un
equipo muy básico de atención médica.
Al revisar al hombre, descubrió que ya no
había nada que hacer; llevaba muerto varias
horas. Dejó el cuarto abatido y dijo unas
palabras de consuelo a la viuda.
Al bajar las escaleras e intentar pasar por la
multitud de espectadores, uno de ellos dijo:
—¿Dee Zayst Hershel? ¡Ehr Hut Im
Gehargit! (“¿Vieron a Hershel? ¡Él fue quien lo
mató!”).105
Rab Hershel estaba sorprendido. ¡Él había
ido a ayudar!
Seguramente la persona que hizo ese feo
comentario pensó que, por no ser Rab Hershel
un doctor, no le brindó la debida atención
médica y por eso falleció.
Rab Hershel empezó a llorar
incontrolablemente. Se preguntaba cómo era
posible que un judío pudiera decir algo así
sobre otro judío.
Durante los siguientes días, Rab Hershel
estaba deshecho. Cada vez que se acordaba
de ese comentario despectivo se le llenaban
los ojos de lágrimas, así que decidió dirigirse
con el Rab de Satmer, Rab Yoel Teitelbaum, el
gran jasídico de Williamsburg.
Le contó del incidente en la calle Morton y le
preguntó:
—¿No sería adecuado que un grupo de
judíos bien versados en asistencia médica
estuvieran a disposición de la comunidad para
poder asistirla cuando surja alguna
emergencia?
El Rab de Satmer dijo a Rab Hershel que le
trajera el libro Shaaré Teshubá, la clásica obra
de Musar de Rabenu Yoná, donde dice: Vetob
Venajon Meod Lihiyot Bejol Ir Vair Mitnadbim
Baal Min Hamaskilim Lihiyot Nejonim
Umzamanim Lejol Dabar Hatzalá Bihyot Ish O
Isha Shruim Betzaar (“Es apropiado que en
cada ciudad haya voluntarios aptos,
preparados y disponibles para cualquier
necesidad de salvación —en este caso,
Hatzalá— a un hombre o mujer judíos que lo
necesiten”).
El Rab de Satmer miró a Rab Hershel y le
dijo:
—Comienza la organización de la que
hablaste y llámala Hatzalá, por las palabras del
Shaaré Teshubá.
Así fue como la increíble organización de
Hatzalá fue creada.
Un hombre, al estar en un lugar
aparentemente por coincidencia, se dio cuenta
de una inminente necesidad en la comunidad.
A partir de la fundación de la organización
Hatzalá, sus miembros han salvado miles de
vidas, y han aliviado el dolor y la angustia de
decenas de miles de judíos. Podrían escribirse
varios libros sobre sus heroicas experiencias,
pero nunca serán escritos, ya que sus
miembros trabajan con total confidencialidad.
Grandes enseñanzas aprendemos de esta
gran historia.
Siempre debemos ver por el prójimo y tratar
de ayudarlo de la manera que sea posible.
Tengamos cuidado cuando juzguemos a los
demás.
Los grandes proyectos deben comenzarse
HOY.
Cuando se ayuda, debe hacerse con
confidencialidad.
El misterio de los huevos
Pasó en Yerushalaim que el dueño de una
tienda de abarrotes, al llegar a su local, notó
que le faltaban treinta huevos. Y así comenzó a
suceder un día tras otro.
El vendedor entendió que se trataba de un
ladrón. Pero al investigar, descubrió que no
había manera de que nadie pudiera robar algo
en su tienda, pues todo estaba bien protegido.
Entonces empezó a sospechar del vecino, que
también tenía una tienda.
El vendedor fue a preguntar a Rab Shmuel
Salant qué debía hacer. El Rab le dijo que
cocinara 30 huevos, hasta el grado que
quedaran muy duros, y que los pusiera encima
de los demás huevos; luego, que cerrara la
tienda como todos los días.
Al otro día, cuando llegó a la tienda, se
encontró con una gran serpiente muerta sobre
el piso. ¿Qué había pasado? Esa serpiente era
la ladrona: entraba cada noche y se comía
muchos huevos.106 Pero ese día, al tratar de
tragarse un huevo duro, se atragantó y murió.
Sólo entonces el hombre se dio cuenta de
que nadie, ni su vecino, habían robado esos
huevos.107
¿Quién se robó el Nintendo?
Sucedió en una casa, donde los hijos de la
familia tenían un juego DS, un juego tipo
Nintendo. Un día desapareció el juego y la
sirvienta doméstica fue culpada por esa
pérdida. Los padres le reclamaron, la
insultaron, hasta el grado de llamar a la policía.
Ella juraba que no era la culpable de tal
pérdida. Pero los padres insistían en que ella
fue la ladrona.
Por supuesto que dejó de trabajar con ellos
y salió de esa casa con la imagen de ladrona.
Pasaron tres meses y, al hacer la limpieza
de Pesaj de la camioneta, se dieron cuenta de
que el juego se encontraba en la bolsa de atrás
del asiento trasero.
Podemos imaginar lo que pensó la familia en
esos momentos.
El ladrón del reloj
Lo siguiente historia fue contada por Rab
Nizan Goldberg, quien la escuchó por el
conmovedor discurso de un novio, uno de los
mejores alumnos de la Yeshivá de Lomza,
durante la celebración de su compromiso
matrimonial.
El joven novio comenzó diciendo que, tal
cual era la costumbre en ocasiones como ésta,
quería agradecer a quienes habían influido en
su crecimiento espiritual y habían hecho
posible que llegara hasta ese lugar. También
deseaba comenzar su discurso con un
profundo reconocimiento a la persona que
consideraba responsable de que él estuviera
allí.
Después de agradecer a sus padres por
haberlo educado con tanta entrega y
abnegación, contó que, cuando era un
pequeño de siete años, uno de sus
compañeros de primaria trajo a la escuela un
reloj muy valioso, regalo de su abuela con
motivo de su cumpleaños. Ese niño era hijo de
ricos y su abuela no tuvo otra cosa que darle.
—Cuando llegó el recreo —continuó el Jatán
(novio)—, todos salieron corriendo a jugar en el
patio y el reloj quedó sobre la mesa. Al
regresar, la exclamación del dueño de tan
preciado tesoro enmudeció a todo el grupo.
¡El reloj había desaparecido! Era claro que
alguno de los niños lo había tomado. Mi
compañero no tenía consuelo.
En ese momento, nuestro maestro entró en
escena. A pesar de que yo era muy pequeño,
recuerdo perfectamente que pude percibir que
se refería al hecho con gran seriedad y
preocupación, pero esforzándose por controlar
sus impulsos y palabras, pidió que el niño que
había tomado el reloj se pusiera de pie y
reconociera su acción. Lo repitió unas cuantas
veces y, como no obtuvo resultados, ordenó
que todos se pusieran de pie, en sus lugares y
con los brazos en alto.
Comenzó a recorrer a los alumnos,
palpando los bolsillos de cada uno y sus útiles,
para desenmascarar al ladrón.
Yo —continuó relatando el novio— temblaba
de miedo. Seguramente ustedes ya se habrán
dado cuenta por qué… Yo era el ladrón.
Al ver el reloj, tan lindo, no pude resistir la
tentación. Miré a todos lados. No había nadie
en el aula. Lo tomé y lo guardé en mi bolsillo.
El maestro seguía recorriendo la silenciosa
fila de niños, palpando los bolsillos… Estaba
por llegar mi turno… ¡y lo encontraría en mi
poder!
Las fantasías más negras y aterradoras
pasaron por mi mente en ese momento. ¿Qué
ocurriría cuando me descubrieran y se
anunciara públicamente, frente a toda la
escuela, que yo era “el ladrón”?
El maestro ya está a mi lado. Pone la mano
en mi bolsillo y encuentra el reloj. Cierro los
ojos y espero los acontecimientos.
¿Qué ocurrió? Normalmente, el maestro
debería haber anunciado en voz alta que había
atrapado al ladrón. Entre otros motivos, para
demostrar su sagacidad al haber descubierto a
quien se había negado a levantarse y
reconocer su falta. Además, hubiera sido la
respuesta natural a la gran tensión que reinaba
entre el grupo en ese momento.
Pero mi maestro actuó de otra forma…
Al descubrir el reloj en mi poder, lo ocultó
entre sus dedos y con una rápida maniobra lo
sacó de mi bolsillo y lo puso en el suyo sin que
nadie se diera cuenta.
Luego, con total naturalidad, siguió su
recorrido revisando al resto de los niños.
Cuando terminó, se paró frente a todos y
anunció que había encontrado el reloj.
—Pero quiero que sepan —dijo— que
ninguno de mis alumnos robó el reloj… El
instinto negativo fue quien entró al salón y él
fue quien lo robó. El niño en cuyo bolsillo lo
encontré es un joven muy especial, diligente y
aplicado, y seguramente el instinto negativo lo
dominó por un instante.
Luego agregó:
—Estoy seguro de que en este mismo
momento él se arrepiente de lo que hizo y
promete a Dios que no volverá a hacerlo.
Después de esto, hizo un breve comentario
respecto a la obligación de toda persona de
superar sus instintos. Acto seguido, continuó
con la clase, sin que nunca ningún alumno
conociera la identidad del “ladrón”.
Yo, por supuesto, respiré profundamente —
continuó relatando el novio frente a los
invitados—. Me había salvado de ser señalado
por todos. ¡Por mérito de las cualidades e
inteligencia de mi maestro, pude crecer y
además arrepentirme sinceramente de lo que
había hecho!
Imagínense ustedes qué hubiera ocurrido de
haber reaccionado el maestro de forma
impulsiva y si, al descubrir el reloj en mi
bolsillo, hubiese anunciado a todos mis
compañeros: “¡Aquí está el ladrón!”. Con total
seguridad, yo habría abandonado la escuela, a
causa de la vergüenza, y me hubiese cambiado
a otra, con mi mal nombre persiguiéndome a
todas partes.
Con su proceder, mi maestro provocó
muchas buenas consecuencias. En primer
lugar, no me avergonzó frente a todos.
Segundo, me dio la oportunidad de corregirme.
Además, pude continuar en esa escuela
estudiando normalmente, e incluso
superándome.
Pero lo más importante es que la imagen de
mi maestro quedó grabada en mí como un
ejemplo de buenas cualidades, de alguien que
superó el impulso de mostrar su inteligencia y
la tentación de demostrar a sus alumnos que
“nadie puede engañarlo, ya que él conoce
todos los trucos”.
Hasta hoy recuerdo que, cuando descubrió
el reloj en mi bolsillo, su corazón palpitaba y
era notorio que tuvo que apretar los labios para
no descubrirme. Por eso, quiero puntualizar mi
principal agradecimiento a mi maestro y
declarar frente a todos ustedes que sólo por su
mérito pude mantenerme en el camino de la
Torá.
Nadie habría juzgado negativamente al
maestro si hubiera acusado a su alumno frente
a toda la clase, mostrando su habilidad y
haciendo gala de su poder.
—Quiero que todos sepan que, si yo hoy me
encuentro aquí, y antes de esto, todos los años
que estudié con tanto entusiasmo, es por
mérito de mi maestro de segundo grado.
Pero nunca olvidarán cómo los hiciste
sentir…
El 14 de octubre de 1998, en un vuelo
transatlántico de la línea aérea British Airways,
tuvo lugar el siguiente suceso:
Sentaron a una dama al lado de un hombre
afroamericano. La mujer pidió a la azafata que
la cambiara de sitio, porque no podía sentarse
al lado de una persona tan desagradable. La
azafata argumentó que el vuelo estaba lleno,
pero que iría a revisar a primera clase, a ver si
acaso pudiera encontrar algún lugar libre.
Todos los demás pasajeros observaron la
escena con disgusto, no sólo por el hecho en
sí, sino por la posibilidad de que hubiera un
sitio para la mujer en primera clase.
Ella se sentía feliz y hasta triunfadora,
porque iban a quitarla de ese sitio y ya no
estaría cerca de aquella persona.
Minutos más tarde regresó la azafata e
informó a la señora:
—Discúlpeme, señora. Efectivamente todo
el vuelo está lleno…. pero por fortuna
encontramos un lugar vacío en primera clase.
Sin embargo, para poder hacer este tipo de
cambios, tuve que pedir autorización al capitán.
Él me indicó que no podía obligarse a nadie a
viajar al lado de una persona tan desagradable.
La señora, con cara de triunfo, intentó
levantarse de su asiento, pero la azafata en
ese momento volteó y dijo al hombre
afroamericano:
—Señor, ¿sería usted tan amable de
acompañarme a su nuevo asiento en primera
clase?
Todos los pasajeros del avión se levantaron
y ovacionaron la acción de la azafata. Ese año,
ella y el capitán fueron premiados y, gracias a
esa actitud, la empresa British Airways se dio
cuenta de que no había dado demasiada
importancia a la capacitación de su personal en
el área de atención al cliente, por lo que hizo
cambios de inmediato.
Desde ese momento, en todas las oficinas
de British Airways se lee el siguiente mensaje:
“Las personas pueden olvidar lo que les dijiste.
Las personas pueden olvidar lo que les hiciste.
Pero nunca olvidarán cómo las hiciste sentir”.
Se saltó la reja para ir a la Tebilá sin pagar
Un hombre fue a la Tebilá un viernes en la
tarde y vio que una persona estaba saltando la
reja. Era necesario pagar dos dólares para
entrar a la Tebilá y él no estaba pagando.
Este hombre empezó a imaginarse que esa
persona era un ladrón y un farsante, ya que iba
a la Tebilá para purificarse y lo hacía de
manera prohibida.
La persona que se saltó pensó que la gente
iba a pensar mal de él, así que se volteó y dijo
a todos los que estaban viendo que él ya había
pagado sus dos dólares, sólo que la máquina
había fallado. Y eso era cierto.
La gente se avergonzó al darse cuenta de
que habían juzgado para mal.
Primero debemos examinarnos a nosotros
mismos
La siguiente historia resalta la importancia
del autoexamen crítico en el proceso de
desarrollo personal, en lugar de ser crítico
respecto a los demás.
La costumbre de la comunidad Yerushalmi
—los judíos religiosos que viven en Jerusalem
desde los años 1700— es arrojar granos de
trigo y nueces al novio, el Shabat antes del
casamiento, como símbolo de la bendición
Divina sobre su futuro.108 El joven novio
también usa en ese Shabat por primera vez un
Shtreimel (un ancho gorro de piel), tal como lo
hace durante toda la semana de celebraciones
posteriores al casamiento (Shevá Berajot).
Un joven novio Yerushalmi estaba
disfrutando una de sus comidas de Shevá
Berajot en el hogar de sus flamantes suegros
durante Jol Hamoed de Pesaj. Todo iba muy
bien hasta que, de pronto, miró la sopa antes
de comer. Entonces notó que en el medio del
plato flotaba un grano de trigo. ¡En la casa de
sus suegros le habían servido Jametz en
Pesaj!
Se sintió muy molesto y rápidamente se
deshizo del grano de trigo, y no comió
prácticamente nada durante el resto de la
comida.
El Rab sintió que algo había sucedido.
A la mañana siguiente, en la sinagoga, Rab
Shmuel Salant (1838-1909, Jefe Rabínico de
Jerusalem en ese momento) preguntó al novio
cuál era el problema. Él le explicó lo que había
ocurrido durante la comida la noche anterior y
se lamentó diciendo:
—Tal vez cometí un grave error al casarme
con alguien de esa familia.
Con mucho cuidado, Rab Salant le sacó el
Shtreimel de la cabeza. Al darle vuelta, vieron
que caían al suelo otros granos de trigo. ¡El
novio comprendió que los granos habían
quedado allí desde el Shabat anterior a la
boda! Ambos sonrieron aliviados.
El mensaje es: antes de mirar el Jametz del
otro tenemos que examinar el nuestro. Antes
de ser críticos respecto a los demás, debemos
examinarnos a nosotros mismos.
La media taza de leche
Una mujer procuraba dejar media taza de
leche en el refrigerador para la botella de su
bebé de la mañana. Un día la señora se
levantó y vio la taza de café de su esposo
vacía, cerca de la taza con leche que había
apartado para el bebé, también vacía.
“¡Qué hombre tan desconsiderado! ¡Piensa
en sí mismo antes que en el bebé!”, se dijo.
Y así pasó todo el día quejándose sobre el
egoísmo de su esposo.
Cuando por fin llegó el marido a la casa, la
mujer decidió hacérselo saber.
Al final de su sermón, su esposo preguntó si
podía decir unas cuantas palabras. Tomó al
bebé de su cuna, le dio un beso y se dirigió a
su esposa:
—El bebé se despertó a medianoche; no
encontré su mamila, así que le di la leche en
una taza…109
Papá, ¿eres tú?
Rab Jaim Rozenfeld contó la siguiente
historia real que ocurrió a principios de la
década de los ochenta:
Un grupo de hombres de Inglaterra se
encontraban viajando hacia Israel con la
intención de pasar ahí el día de Yom Kipur.
Uno del grupo, el señor Goldstein, entabló una
conversación con el pasajero que se
encontraba sentado a su lado en el avión, pero
no estaba seguro de si ese pasajero era judío o
no.
—Hola. Mucho gusto. Me apellido Goldstein.
¿Cuál es su nombre?
El pasajero le dijo:
—Morris Chester…
Después de varios minutos de conversación
(después de corroborar que sí era judío), el
señor Goldstein le dijo:
—Me encantaría que viniese a pasar Shabat
conmigo una vez que estemos de vuelta en
Inglaterra.
El señor Chester le dijo:
—No, muchas gracias. Yo no cuido Shabat.
Ya terminé con el judaísmo. No tengo nada que
ver…
El señor Chester levantó la manga de su
camisa; le mostró los números que tenía
tatuados en el brazo y le dijo:
—Pasé por el Holocausto y sobreviví. Yo
tenía a mi pequeño y único hijo, al cual amaba
con todo mi corazón. Los nazis se lo llevaron y
desde entonces ya pasaron más de 35 años.
No sé nada de él. Lo más posible es que lo
hayan asesinado. Quiero asegurarte que nunca
cumpliré otra vez Shabat ni voy a ponerme
Tefilín. Terminé con Dios y con el judaísmo.
El señor Goldstein se sintió muy mal y, sin
saber qué decir, expresó:
—Espero que podamos volver a hablar
alguna vez en Inglaterra.
El señor Goldstein pensó que podría pedir al
señor Chester su número telefónico mientras
estuviesen esperando por las maletas, pero al
salir del avión no volvieron a encontrarse.
El día de Kipur llegó y el Jazán (el que dirige
los rezos) hizo de esa noche algo muy
especial. A la mañana siguiente, los rezos
fueron espectacularmente bonitos y, una vez
que llegó Izcor, donde se recuerda el nombre
de las personas que han fallecido, el señor
Goldstein, cuyos padres aún estaban vivos,
decidió salir de la sinagoga y caminar por la
cuadra alrededor de la sinagoga. No pudo
creer lo que veía: Morris Chester estaba
comiendo un sándwich, sentado en una banca.
El señor Goldstein se le acercó y le dijo:
—Yo entiendo que no quieras cumplir
Shabat y Tefilín, pero hoy, Yom Kipur, por lo
menos ayuna…
El señor Chester le respondió:
—¿No te dije que yo había terminado con el
judaísmo…? Yo le tengo rabia a Dios. No me
interesa.
El señor Goldstein, en estado de shock, le
dijo:
—Ahora están haciendo dentro de la
sinagoga el Izcor. ¿Por qué no entras y así
recuerdas el alma de tu hijo?
Él le respondió:
—Tú no entiendes que yo terminé con el
judaísmo y con Dios…
Y el señor Goldstein le dijo:
—No estás escuchando lo que te digo. No
es para tu beneficio, sino para el del alma de tu
hijo…
El señor Chester se quedó callado por un
minuto y contestó:
—Pero… si entro… no estoy
apropiadamente vestido para el día de Kipur.
El señor Goldstein le dijo:
—Créeme. No hay problema. Ven conmigo.
Cuando entraron, todo el mundo en el shul
(templo) se dio cuenta de su presencia. Era
demasiado notoria. Se acercaron al Jazán que
se encargaba de hacer el Izcor y les preguntó:
—¿Cuál era el nombre del difunto?
El señor Chester le dijo:
—Mi hijo Yaacov…
El Jazán le preguntó:
—¿Cuál es su nombre?
Y él dijo:
—Morris…
—No, su nombre hebreo…
—Moshe. Mi nombre es Yaacov ben
Moshe…
El Jazán se quedó pensando y le dijo:
—¿Y cuál es su apellido?
El señor Chester le dijo:
—¿Para qué le interesa?
—No, por favor, dígame su apellido.
Y él respondió:
—Chester…
El Jazán se quedó callado por un par de
segundos y las lágrimas comenzaron a correr
por sus mejillas. Lo miró fijamente a los ojos y
le dijo:
—Papá, ¿eres tú? Llevo más de 37 años
buscándote. ¿Dónde has estado?
Todos los presentes en la sinagoga
comenzaron a llorar junto con ellos, mientras
sus lágrimas corrían incontrolablemente.
Y de esta manera, inesperada y milagrosa,
el señor Chester eventualmente comenzó a
cumplir Shabat, Torá y Mitzvot…110
Vemos la importancia de juzgar para bien y
entender la situación de cada persona. Cuando
se quiere a alguien en verdad, se hace todo lo
posible para ayudarlo y que pueda salir
adelante.
¡Qué feo eres!
Cuenta la Guemará un suceso que nos
dejará una gran enseñanza.111
Dijo una persona a Rabí Eleazar:
—Shalom, Rab.
Pero Rabí Eleazar no le regresó el saludo,
sino que le contestó así:
—¡Qué feo estás! ¿Acaso toda la gente de
tu ciudad es así de fea?
Le contestó ese hombre:
—No lo sé. Ve con Quien me creó
(refiriéndose a Dios) y pregúntale por qué está
tan feo el molde que hizo.
Rabí Eleazar aceptó que se equivocó y le
pidió perdón.
Muchas veces juzgamos a los demás, por
cuestiones que no dependen de uno mismo y
dependen de Dios. No tenemos derecho de
juzgar a Dios, ya que Él tiene el plan perfecto
para cada uno de nosotros incluso que no lo
comprendamos.
El cambio repentino del ladrón
Cierto comerciante Yehudí cerró una
importante operación de negocios, por la que
recibió una buena suma en efectivo. Salió del
imponente edificio de oficinas con cien mil liras
dentro de su maletín. Había caminado unos
pocos metros cuando lo atajaron tres
individuos, que a juzgar por su actitud estaban
esperando que el hombre concretara la
operación para despojarlo de su dinero. Los
maleantes le gritaron amenazantes:
—¡Pronto, entréganos tu maletín o te lo
quitamos junto con tu vida!
El Yehudí procuró mantener la calma y
observó detenidamente a cada uno de los
delincuentes, quienes se veían ansiosos e
impacientes…
Luego de unos breves, pero tensos
segundos, se dirigió a quien parecía ser el
cabecilla y mirándolo a los ojos le dijo:
—Veo en ti muy buenas características. Se
nota en tu cara que eres una persona
inteligente. Dime: ¿para qué necesitas tú todo
este dinero?
El villano no esperaba una pregunta así y,
tratando de disimular su asombro, quiso
aparentar una actitud intimidatoria mientras
decía:
—Lo necesito para bebida y drogas…
El Yehudí respiró hondo y volvió a
preguntar:
—¿Y cuánto necesitas para eso?
—Diez liras —contestó el delincuente.
Sacó el comerciante veinte liras de su
bolsillo y se las entregó:
—Toma. Te doy el doble de lo que necesitas
y, con tu permiso, me voy en paz…
Esta conversación afectó milagrosamente el
corazón del ladrón, quien tomó el dinero y con
una seña indicó a sus cómplices que debían
irse.
El Yehudí fue rápidamente a su casa y, con
gran agradecimiento a Dios, contó a su familia
la aventura que acababa de vivir y el milagro
que Él había hecho para él.
Exhausto, se fue a dormir, para levantarse
muy temprano por la mañana con la intención
de llegar al primer Minián, como era su
costumbre.
Al otro día se dirigió alegremente hacia el
Bet Hakneset y, al llegar, vio al ladrón parado
frente al portón del mismo, esperándolo…
En ese momento el Yehudí sintió un
escalofrío que le recorrió todo el cuerpo; su
corazón comenzó a palpitar fuertemente;
quedó paralizado en el lugar. Por más que su
cerebro ordenaba a sus piernas que
caminaran, éstas se negaban a avanzar…
“Seguro que vino a anular el negocio que
hicimos ayer…”, pensó finalmente.
Reunió coraje y se encaminó resueltamente
en dirección al delincuente, que seguía
esperándolo.
Cuando estuvo frente a él, éste le extendió
la mano entregándole un billete de diez liras.
—Te traje el cambio de las veinte liras que
me diste ayer —le dijo.
Ahora el sorprendido era el comerciante:
—Explícame por qué el cambio tan
repentino… Ayer querías matarme y ahora…
El ladrón le respondió:
—Tengo 27 años y hasta ayer nunca en mi
vida había escuchado que yo era buena
persona, que se notaba en mi cara que tenía
buenas características. Eres la primera
persona que me dice esas cosas… y yo sentí
que eras sincero, que realmente pensabas eso,
que no me lo decías por el interés de salvar tu
dinero, sino porque viste eso en mí. Tanto
entraron en mi corazón tus palabras que sentí
que a ti no podía robarte, que esto no era de mi
categoría… Por eso me conformé con las diez
liras y vine a devolverte el resto…112
Es increíble el nivel que podemos alcanzar
en ayuda al prójimo al juzgarlo para bien.
El misterio de las galletas
Hace poco más de 20 años, los alumnos de
octavo grado de una Yeshivá regresaron del
recreo a la clase.
¡Grande fue la impresión de un alumno
cuando vio que la bolsa de galletas que dejó en
su escritorio había desaparecido!
Él sabía que solamente uno de sus
compañeros se quedó en el salón a la hora del
recreo. Cuando le preguntó por ellas, el otro
negó saber dónde estaban, ni lo que había
pasado con ellas.
—Estaban en mi escritorio cuando salí del
salón al recreo… ¡y tú aceptas que nadie entró
al salón mientras estabas aquí estudiando! ¿Y
te atreves a decir que no sabes dónde están?
Yo voy a decírtelo: ¡están en tu barriga! ¡Tú te
las comiste!
Cuando entró el Moré al salón, corrió el
alumno enojado con él y le dijo:
—¡Él robó mis galletas!
Este misterio se resolvió cuando, unos
minutos después, entró otro de los Morim
(maestros) de la Yeshivá a ese salón y dijo:
—No van a creer lo que vi hace unos
minutos. Estaba pasando junto a este salón y vi
a una ardilla caminando por la orilla de la
ventana. De repente, entró al salón y saltando
de escritorio en escritorio llegó a éste —y
señaló el del alumno enojado—, ¡y sacó de
debajo una bolsa de galletas! ¡Me quedé
impresionado del sentido del olfato de las
ardillas! Supo exactamente en qué escritorio
estaba la comida... Y salió otra vez por la
ventana con su bolsita de galletas entre los
dientes.
Obviamente el dueño de las galletas se
disculpó con el compañero, que, por estar
sumergido en el estudio, ni siquiera se dio
cuenta del episodio de la ardilla y las galletas...
¡Pero ayer tú lo hacías!
Un joven contó que le gustaba estudiar
mientras se decía la Jazará. Incluso tenía un
estudio especial para esos momentos.
Estudiaba la Perashá con Rashí cada vez que
escuchaba la Jazará en Shajrit y en Minjá.
Después de un tiempo, aprendió que no es
correcto estudiar mientras el Jazán dice la
Jazará, ya que no es posible concentrarse bien
y muchas veces no se escuchan las Berajot y,
por consiguiente, no se contesta Amén. Así
que decidió ya no estudiar en esos momentos y
prefirió concentrarse en la Jazará para
contestar Amén a todas las Berajot.
Después de unos días, este joven vio que un
Jajam estudiaba en la Jazará y pensó: “¿Cómo
es posible que estudie ahora, si no es correcto,
ya que pierde la oportunidad de contestar
Amén a las Berajot? ¡Está despreciando la
Tefilá!”.
Pero después de unos minutos, este joven
pensó: “¿Cómo es posible que piense así?
Apenas hace unos días yo me comportaba
igual que él. ¿Sólo porque yo ya mejoré en ese
tema ya tengo derecho de juzgar a los demás,
incluso si yo lo hacía hasta hace poco? ¿Acaso
yo ya soy más que él, únicamente porque yo
me reforcé en esa Halajá?”.
Así nos provoca el Yétzer Hará. Apenas
después de que alguien mejora en algo, ya se
cree superior a los demás y se siente con
derecho de juzgar a cualquier persona…
Uno juzga a los demás y no se acuerda que
hace años, o incluso hace dí
hacía lo mismo que el otro.113
Avergonzar a otra persona en público
Cierta vez llegó una persona con el famoso
Rabino Baba Sali para pedirle una Berajá.
Cuando lo vio el Baba Salí, en lugar de
bendecirlo, comenzó a avergonzarlo frente a
todos los presentes.
Por supuesto que ese hombre se avergonzó
mucho y salió de ahí deprimido, sin entender
nada.
Pero toda la gente se quedó con la duda de
por qué el Baba Sali lo avergonzó, pues es
sabido que avergonzar a alguien es algo muy
grave.
Todos preguntaron al Baba Sali qué había
pasado, por qué lo había avergonzado.
Les contestó el Baba Sali:
—Voy a explicarles. El Ángel de la Muerte
estaba presente, junto a ese hombre. Él tenía
destinado del Cielo morir ese mismo día. Y es
sabido lo que está escrito, que pasar
vergüenza frente a mucha gente es
considerado como morir. Así que preferí
avergonzarlo para salvarle la vida.114
¿Dónde quedaron los diez rublos?
Cuentan sobre Rab Binyamin Zeeb que
tenía diez rublos y pidió a un conocido suyo
que los guardara en un lugar seguro, para que
nadie pudiera encontrarlos y robarlos. ¿Que
hizo ese hombre? Fue al Midrash y tomó un
Jumash (el Pentateuco) y puso el dinero dentro
de las Aseret Hadiberot, junto al Pasuk Lo
Tignob (“No robarás”), para que la persona que
viera el dinero ahí también leyera el versículo.
Vino otra persona, abrió el Jumash y tomó
cinco rublos de ahí, y dejó los otros cinco en el
Pasuk que dice: Veahabtá Lereajá Kamoja
(“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”).
Cuando el Rab quiso buscar su dinero, se
dio cuenta de lo sucedido y se dijo: “Qué mal
me siento ahora. Cuando tenía el dinero
conmigo, lo único que hice fue pensar en mí y
no en alguna persona que realmente lo
necesitara más que yo”.
El trasplante
Rab Jaim Walder cuenta una historia
impresionante sobre un muchacho joven
llamado Moshe, que vivía en Israel. Un día,
mientras leía el periódico, un anuncio llamó su
atención: otro joven estaba muy enfermo y
necesitaba un trasplante; era muy difícil
encontrarle un donador, ya que el órgano tenía
que ser compatible y la salud del joven estaba
deteriorándose rápidamente. Estaban
buscando a un donador con desesperación.
Moshe se quedó muy pensativo y decidió
ayudar a ese muchacho, así que se comunicó
con la gente que había puesto el aviso y le
indicaron que tenía que ir con cierto doctor
para ver si era compatible. Moshe se hizo los
exámenes y, efectivamente, lo era. Estaba en
extremo contento, pero a la vez curioso; no
sabía a quién iba a donar y pidió conocer a esa
persona. Arreglaron una cita y conoció a un
muchacho llamado Lunnik.
Un par de días después, Moshe decidió
hablar con su padre sobre la gran Mitzvá que
estaba por hacer. Su papá le preguntó respecto
a aquella familia y Moshe respondió que no
cumplían Torá.
—Bien —dijo su padre, para luego
preguntar:— ¿Y quién es el muchacho?
Moshe contestó:
—Lunnik… —y le dijo el apellido.
El papá de Moshe indagó más y más, hasta
que de repente exclamó:
—¡Me niego rotundamente a que hagas
ninguna donación!
—Pero, papá… ¡Es una gran Mitzvá! ¡Estoy
salvándole la vida! No todo el mundo tiene la
posibilidad de hallar un órgano compatible.
El papá de Moshe no quiso hablar más del
tema y se negó categóricamente.
Moshe decidió ir a hablar con su Rab y le
explicó lo que estaba pasando. Pidió al Rab
que fuera a hablar con su padre y, en efecto, el
Rab visitó la casa de Moshe al día siguiente.
Al hablar con el padre de Moshe, vio que
estaba muy negativo, al grado de decir al Rab:
—Por favor, no me presione. No puedo
explicarle por qué. Yo no puedo echarlo de mi
casa por ser Rabino, pero si usted sigue
presionando, ¡seré yo quien se vaya…!
Y así fue: el padre de Moshe se fue de la
casa. El Rab entendió que había una situación
muy delicada y una razón muy importante
detrás de la negativa del padre de Moshé, pero
éste no quería decir nada.
Al día siguiente, Moshe se acercó a su Rab
y le dijo:
—Rab, yo conozco bien a mi padre; cuando
toma vino empieza a hablar y a hablar, y a
sacar todo lo que tiene. Está por llegar la
festividad de Pesaj; ¿por qué no viene a
pasarla en nuestra casa? Después de tomar
las cuatro copas de vino en el Séder, mi papá
posiblemente empiece a hablar y tal vez ahí
pueda usted convencerlo…
El Rab accedió y en la noche del Séder de
Pesaj, después de haber tomado las cuatro
copas de vino, de pronto el padre de Moshe se
acercó al Rab y le dijo:
—Rab, quiero pedirle disculpas, ya que el
otro día salí de casa y lo dejé solo. Ahora
quiero explicarle por qué me niego tanto. Hace
más de 40 años, cuando nos encontrábamos
en un gueto en medio del Holocausto,
estábamos en una casa un grupo de judíos; los
alemanes nos hicieron pasar hambre. ¿Cómo
nos salvábamos? Yo tenía conmigo a mi
pequeño hijo, que estaba oculto en el ático. Mi
hijo era muy travieso, pero muy bueno en
tomar cosas sin que la gente se diera cuenta;
en las noches lo mandábamos a la cocina de
los alemanes y él, con gran astucia, nos traía
comida y ellos no se enteraban. Así pudimos
sobrevivir por varios días.
Por el otro lado, con los alemanes estaba el
padre de Lunnik, experto en bombas, y los
alemanes lo necesitaban. Por eso lo cuidaban
muy bien e incluso le habían puesto dos
guardaespaldas para que no le pasara nada.
Un día, el papá de Lunnik llegó a la casa donde
estábamos; con un palo empezó a golpear en
el ático, hasta que dio con la puerta y cayó mi
hijo. El papá de Lunnik lo tomó y lo llevó
afuera. Desde adentro de la casa escuchamos
dos disparos…
¡Él mató a mi hijo…! ¿Cómo quiere usted,
Rab, que yo dé permiso a mi hijo para que
salve la vida del hijo de ese asesino?
El Rab se puso a llorar y entre lágrimas
empezó hablar con el padre de Moshe:
—Tienes razón… Es difícil… Pero tienes
que pensar que nosotros somos Yehudim y el
papá de Lunnik también lo es. Entre Yehudim
tenemos que ayudarnos los unos a los otros.
Imagina también el Kidush Hashem, la
santificación del Nombre de Dios, que vas a
hacer. ¡Inclusive en esta situación estarías
dispuesto a dar permiso a tu hijo para salvar la
vida de otro judío! También tienes que pensar
en qué circunstancias ocurrieron las cosas; en
el Holocausto hubo situaciones extremas;
nunca se supo exactamente cuáles fueron las
razones ni las circunstancias en que
sucedieron…
Y así habló el Rabino durante varias horas,
hasta que el papá de Moshe accedió. Luego
fueron a conocer a la familia de Lunnik.
Cuando el padre de Moshe vio al de Lunnik,
lo invadió un irrefrenable sentimiento de rabia.
Enseguida el papá de Lunnik se le acercó y
le dijo:
—Llevo años buscándote… Quisiera
explicarte lo que pasó: los nazis sabían que un
niño estaba robando comida y sabían dónde
estaba él. Decidieron matar a toda la familia
que vivía en esa casa y yo los convencí de que
no era justo asesinar a todos por un niño. Les
dije: “Por favor, por el honor que me dan, dejen
que yo me encargue del niño”. Cuando llegué a
la casa, lo encontré y lo llevé afuera, pero yo,
como judío, no puedo matar a un niño Yehudí.
Tú escuchaste dos disparos: fueron para los
guardaespaldas que iban conmigo. Los maté y
me llevé al niño.
Pero no sabía dónde ocultarlo y lo escondí
en una especie de monasterio, donde recluían
a muchachos que no tenían padres. Luego de
la guerra me encontré solo y sin hijos, y
recordé a ese muchacho. Fui por él y lo saqué.
Ese muchacho es Lunnik. Es hermano de
Moshe. Lunnik es tu hijo…115
Tú eres el culpable y culpas a los demás
Pasó en Israel que una persona señaló a un
hombre que estaba peleando con otro y dijo a
su Jajam que, por culpa de él, no llovía desde
hacía mucho tiempo en Israel, ya que era un
hombre que siempre peleaba con los demás y,
debido a los pleitos, Dios deja de mandar la
lluvia.
El Jajam, con mucha inteligencia, le dijo:
—Lo único que yo sé es que dice la
Guemará:116 “Las lluvias no caen por culpa de
la gente que habla Lashón Hará”.
Muchos culpan a los demás y no entienden
que ellos mismos son los culpables…117
El Rab cargaba una linterna en Shabat
Hace unos ciento cincuenta años vivió en la
ciudad de Volozin el gran Gaón Rab Jaim,
conocido como Rab Jaim de Volozin.
En esa ciudad habitaba también su
hermano, el Tzadik Rabí Zalman.
Un Shabat por la mañana se acercaron a la
casa de Rab Jaim unos Yehudim y le dijeron:
—No lo tome a mal, pero su hermano,
lamentablemente, ha perdido la razón.
—¡Mi hermano! ¡Rab Zalman! ¿Pero qué
pasó? —quiso saber Rab Jaim.
—Ayer por la noche lo vimos corriendo por
la calle bajo una lluvia torrencial, sin saco ni
nada con qué cubrirse… ¡y con una linterna en
la mano!
Quisimos detenerlo y decirle Shabat
Shalom, pero por lo visto no quiso ni hablar con
nosotros, ¡y siguió corriendo, empapado!
—¡Oh! ¡Pues eso sí que es muy extraño! —
comentó Rab Jaim.
Muy sobresaltado, Rab Jaim se dirigió
inmediatamente a la casa de su hermano.
Cuando llegó, lo encontró, como de
costumbre, sentado en su mesa, con un libro
de Torá en sus manos. Rab Zalman lo saludó:
—Shabat Shalom, hermano. ¿A qué se debe
el honor? —y agregó cambiando de tono:— Te
noto preocupado. ¿Pasa algo?
—Quiero que tú me digas qué pasó anoche.
¡Me contaron que te vieron en la calle
corriendo!
—Ya, ya —lo interrumpió Rab Zalman con
una sonrisa—. Te explicaré: estaba en mi casa
cuando escuché que, en la casa de mi vecino,
su esposa estaba despertándolo para que
fuera a llamar a la partera, porque comenzó a
sentir los síntomas que le indicaban que en
unos momentos iba a dar a luz. Afuera llovía
mucho y hacía frío, y al parecer el marido
dormía profundamente, y aunque los gritos de
la mujer se escuchaban hasta mi casa, el
hombre no despertaba. Lo que hice fue salir sin
perder tiempo a buscar yo mismo a la partera.
Al principio busqué mi saco y no lo encontré.
“¡Iré sin saco!”, pensé.
Y al salir vi que estaba muy oscuro, por lo
que me vi obligado a cargar una linterna en
Shabat (tú sabes que en estos casos está
permitido), porque podía tropezar y caer.
Estaba en camino y unos Yehudim me
saludaron diciéndome Shabat Shalom. ¿Acaso
puedo detenerme y perder el tiempo hablando
con ellos, mientras la mujer está en peligro?
Seguí adelante; llamé a la partera y todo salió
bien, gracias a Dios.
Rab Zalman bajó la vista y siguió en su
lectura. Luego de un instante, se dirigió otra
vez a su hermano y le dijo:
—¡Ah! Te recuerdo: ¡el próximo Shabat
tenemos Brit Milá en la ciudad!118
Janá la profetisa estaba haciendo Tefilá; no
estaba borracha
Es conocida la historia de Janá la profetisa,
que no podía tener hijos y rezaba mucho a
Dios. Cuando rezaba, lo hacía con mucho
ímpetu y devoción, hasta que movía todos los
miembros de su cuerpo.
Cuando hablaba con Dios, le decía: “¡Dios!
Creaste ojos para ver (y movía sus manos
hacia sus ojos); creaste oídos para oír (y movía
sus manos hacia sus oídos); creaste boca para
hablar (y movía sus manos hacia la boca)”, y
así continuaba con todo su cuerpo, hasta que
decía a Dios: “Me creaste pechos para dar
leche a un bebé. ¡Dame uno para alimentarlo!”.
Elí Hacohén (el sacerdote) estaba viendo
esta escena y, debido a tantos movimientos
que hacía Janá, pensó que estaba borracha.
Elí le preguntó:
—¿Hasta cuándo vas a emborracharte?
Janá le contestó:
—Yo no estoy borracha. Soy buena mujer —
y continuó diciendo:— Tú no eres un caballero
y no tienes Rúaj Hakódesh, ya que juzgaste
para mal en vez de juzgar para bien.
Cuando entendió Elí que se había
equivocado, le pidió perdón.
De aquí aprendemos que debemos juzgar
para bien, incluso cuando aparentemente es
muy claro que la persona ha actuado mal.
Subió al taxi porque sufrió un paro cardiaco
Contó Rab Yaacob Galinski una historia con
la que solía explicar la importancia de juzgar
para bien.
Una familia religiosa que vive en Israel
decidió llamar por teléfono a una agrupación de
Kiruv (acercar a los alejados del judaísmo) a fin
de pedirles que cada Erev Shabat (víspera del
Día Sagrado Shabat) les mandaran a casa a
una pareja para compartir la mesa con ellos.
—Así lo haremos —les respondieron—. Y
casualmente hoy nos solicitó una pareja de
ancianos, que viven no lejos de su domicilio, la
oportunidad de pasar Shabat con una familia
observante. De esta forma, ellos aprenderán
más y disfrutarán de la alegría de una mesa
judía.
Al llegar el siguiente viernes por la tarde, ya
cerca del encendido de velas, esta pareja de
ancianos, llevando en las manos un ramo de
flores, se presentaron con la familia.
—Soy médico —dijo el señor— y he ejercido
mi profesión toda mi vida. Sin embargo, hoy
estoy retirado.
Las señoras se quedaron en casa y los
señores, junto con los niños, se fueron a rezar
Minjá y Arbit.
Cuando regresaron del templo, el Baal
Habait (dueño de casa) dirigió los cánticos del
Shalom Aléjem y el Kidush, y después de
lavarse las manos compartieron con sus
invitados el pan y todo tipo de manjares
preparados por la señora de la casa.
Antes del Birkat Hamazón, cantaron y
pronunciaron palabras de Torá, desde los niños
hasta el papá. Luego de agradecer a Dios por
el pan, la pareja de ancianos se retiraron con el
rostro iluminado por esa paz y esa alegría que
sólo nuestro Día Santo puede dar.
Al salir, dijeron:
—¡Este fue uno de los días más felices de
nuestra vida! ¡Muchísimas gracias!
La misma felicidad fue compartida durante
las dos semanas subsecuentes y, en la tercera,
el Baal Habait y su esposa los acompañaron a
bajar las escaleras y llegar hasta la calle. Ahí
quedaron impactados, incrédulos, al ver que la
pareja cruzaba la acera de enfrente y abordaba
un taxi (lo cual está prohibido en Shabat) que
estaba allí parado.
Al regresar a casa, se dijeron:
—¿Estamos haciendo una Mitzvá al acercar
a estos viejitos o estamos haciendo algo
equivocado? No puedo creer que regresen a su
casa en taxi —dijo el esposo.
Al acabar nuestro Día Santo, el anfitrión
decidió llamar a la agrupación de Kiruv y, sin
darles mayor explicación, les pidió que
cambiaran a la pareja de viejitos por otra más
joven.
Un año después, sonó el teléfono en la casa
de estos anfitriones. Fueron informados de que
aquel doctor anciano, al que habían hospedado
junto con su esposa el año anterior, había
fallecido. Preguntaron al interlocutor si juzgaba
conveniente ir a consolar a la viuda, ya que ella
había solicitado que les mandaran saludos. Al
enterarse de esto, la pareja de inmediato fue a
hacer la Mitzvá de Lenajem Avelim (consolar a
los dolientes) y cuando entraron al pequeño
departamento del doctor, su viuda, sentada en
el piso, les dijo:
—Se fue mi esposo. Esta vez no pudo llegar
al hospital.
—¿Cómo? —preguntó la señora que los
había invitado—. ¿Alguna otra vez sí llegó al
hospital?
—Sí —respondió ella—. ¿Se acuerdan
cuando ustedes nos acompañaron hasta la
calle aquel Shabat hace un año? Me dijo mi
esposo en secreto que estaba dándole un paro
cardiaco y Dios, milagrosamente, nos puso un
taxi en la acera de enfrente de su casa. Lo
tomamos al momento y llegamos al hospital
justo a tiempo para salvar la vida de mi esposo.
Pero esta vez no fue así…
Rabí Yojanán mató y revivió a Rab Cahaná
Cuenta la Guemará una historia
impresionante, que contiene varios mensajes
para nuestra vida.119
Rab Cahaná, uno de los mejores alumnos
de Rab y de los grandes sabios de Babel,
decidió viajar a Éretz Israel para aprender Torá
directamente del grande de la generación, Rabí
Yojanán.
Sólo antes de salir explicó Rab a su alumno,
Rab Cahaná, que el sistema de estudio que
empleaban en Babel y en Israel eran
diferentes, por lo que le pidió que le asegurara
que no preguntaría nada hasta que pasaran
siete años de estudio. Sólo después podría
hacer preguntas.
Rab Cahaná se comprometió a ello. Cuando
llegó a la ciudad de Tiberia, encontró en la
Yeshivá de Rabí Yojanán a sus alumnos
preparándose para la clase que él daría pronto.
Rápidamente entró en el estudio, discutió,
opinó... en cuestión de minutos todos
descubrieron la eminencia con la que estaban
tratando.
Después de todo, Rab sólo le pidió no hacer
preguntas durante la clase de Rabí Yojanán, el
Rosh Yeshivá, mas no cuando estudiara con
los alumnos. Rápidamente Rish Lakish, el
cuñado de Rabí Yojanán, se separó del grupo y
se dirigió a Rabí Yojanán para advertirle que
“un león ha llegado de Babel” para que fuera
preparándose para lo que le esperaba durante
la clase.
Obviamente, Rish Lakish desconocía lo que
Rab Cahaná había acordado con Rab, su
maestro.
La clase iba a dar comienzo.
Rabí Yojanán, no podía ver bien debido a
que, a su avanzada edad, sus párpados eran
muy gruesos y cubrían sus ojos, por lo que
tenían que ayudarle para llegar a su lugar. Una
vez ahí, sentado sobre sus siete cojines, los
alumnos se sentaban sobre el piso en siete
filas, conformando la primera de ellas los
mejores alumnos de Rabí Yojanán. La segunda
fila era ocupada por los alumnos que les
seguían en jerarquía, y así sucesivamente
hasta la séptima fila. Ese día, por órdenes de
Rabí Yojanán, hubo un cambio: todos se
movieron una fila atrás, permitiendo de esta
manera que Rab Cahaná tomara su lugar justo
delante de Rabí Yojanán mismo.
La clase impartida por Rabí Yojanán estaba
dividida en partes. Comenzó la primera de
ellas, hizo una pausa para escuchar las
preguntas o comentarios de alguno de los
alumnos, especialmente de Rab Cahaná, pero
éste no olvidó su palabra y no preguntó
absolutamente nada.
Le solicitó Rabí Yojanán que retrocediera
una fila, así que Rab Cahaná se levantó del
piso a la vista de todos para tomar asiento en
la segunda fila de los alumnos.
La segunda etapa de la clase había
concluido. Rabí Yojanán esperó que Rab
Cahaná dijera algo, pero no hubo respuesta. Le
pidió que retrocediera una fila más, y así hizo
él.
Los ojos del grupo lo miraban, sin
comprender por qué no hablaba, y al mismo
tiempo se sentían incómodos por lo que
sucedía.
Cuando concluyó la séptima fase de la
plática, Rab Cahaná se encontraba en la última
fila de los alumnos… Fue entonces que Rabí
Yojanán susurró al oído de su cuñado, Rish
Lakish:
—El león que dijiste que llegó de Babel
resultó ser un zorro…
Por lo visto, Rab Cahaná se percató del
comentario del Rosh Yeshivá y decidió para
sus adentros: “Las siete filas que me hicieron
retroceder serán los siete años que aseguré
guardar silencio”.
Se puso de pie y pidió a Rabí Yojanán que
repitiera la clase. Rabí Yojanán asintió y
comenzó de nuevo desde el principio.
Al concluir la primera etapa, Rab Cahaná
atacó sin piedad contra todo lo que había
escuchado. Rabí Yojanán le pidió, antes de
continuar la clase, que se sentara en la sexta
fila. Lo mismo pasó al concluir la segunda
etapa, la tercera y la cuarta... Al terminar la
séptima fase, Rab Cahaná se encontraba
frente a frente con Rabí Yojanán. Ahora sí,
había recuperado su dignidad. Pero ahí no
terminó todo.
La clase continuó en su octava fase. Cuando
terminó y Rab Cahaná continuaba razonando
las palabras de Rabí Yojanán de manera
excepcional, el Rabí quiso valorar sus palabras
como lo había hecho hasta ahora, pero ya no
había más filas para adelantarlo. ¡Así que
decidió Rabí Yojanán extraer uno de los cojines
donde estaba sentado y cederlo a Rab
Cahaná!
Ahora el Rosh Yeshivá se sentaba en seis
cojines, Rab Cahaná en uno, y todos lo demás
alumnos continuaban sentados sobre el piso.
Probablemente era la primera vez que había
sucedido algo así. La clase continuó en su
novena etapa, la décima, la undécima... ¡Hasta
que llegó el momento en que Rabí Yojanán
estaba sentado sobre el piso y Rab Cahaná
sobre siete cojines!
Nadie podía creer lo que estaban
presenciando. Jamás en la historia habían visto
algo similar.
En ese momento, pidió Rabí Yojanán que le
ayudaran a levantar sus párpados, pues quería
ver al “león que subió de Babel”: Rab Cahaná
tenía cierta hendidura en su rostro que le hacía
parecer como si siempre estuviera sonriendo.
Cuando lo vio Rabí Yojanán, pensó que se reía
de orgullo por lo que había conseguido; no
pudo tolerar semejante insolencia y, en
desaprobación, con sólo mirarlo, Rab Cahaná
falleció.
Posteriormente comentaron a Rabí Yojanán
que hubo una confusión. Le explicaron de la
hendidura en el rostro de Rab Cahaná y que
jamás tuvo intención alguna de vanagloriarse
por su sabiduría. Finalmente, Rabí Yojanán lo
revivió.
Hay varios mensajes en este relato:
Hacer sentir mal a otra persona es como el
fuego. Incluso si no hay la mala intención de
dañar, es capaz de matar.
Podrás ser una eminencia, sabio, erudito, un
león en la Torá, y recibir a cambio todos los
honores justificadamente merecidos. Pero hay
una condición: que sepas reconocer que el Rab
es el maestro, y el temor que debes tenerle es
el mismo que debes sentir al Cielo. De otro
modo, jamás podrás ser un eslabón más en la
cadena de la transmisión de la Torá en el
Pueblo de Israel, pues no se trata únicamente
de la falta de respeto en sí, sino de la
imposibilidad de poder recibir de los grandes,
para poder así transmitirla a la siguiente
generación. Ante todo, debemos aceptar y
respetar a los dirigentes del Israel.
Además, podemos ver la gravedad del
resultado de juzgar equivocadamente.
El Napoleón de oro
Contó Rab Shalom Shbadrón:
La historia que les relataré a continuación
sucedió en los días de la primera guerra
mundial, en el año 1914.
Había un respetable Yehudí que era muy
estimado por todos los que lo conocían en la
ciudad de Yerushalaim, donde él vivía.
Se desempeñaba como mohel (encargado
de realizar el Brit Milá) y yo llegué a conocerlo
cuando ya era muy anciano. Es importante
recalcar que todo ocurrió durante la primera
guerra mundial, cuando Yerushalaim estaba
dominada por los turcos. Esa fue una época
muy dura para todos los Yehudim que vivían en
Tierra Santa, pues además de tener que
soportar el tan cruel mandato turco, el hambre
y los problemas graves provocados por la
guerra azotaban especialmente esa zona.
Sin embargo, el mencionado mohel
conservaba nada menos que una moneda
conocida como Napoleón. Sí, sí. Un
Napoleón... ¡de oro!
Para que tengan una idea de lo que vale esa
moneda, les diré que con el dinero que se
podía conseguir a cambio de ella era posible
que una familia entera se alimentara a lo largo
de un año. Bueno, ¡medio año seguro! Y como
he dicho, esos eran días de escasez y
hambre... De verdad hambre. ¡No había qué
comer! Y este mohel poseía un Napoleón de
oro. ¿Dónde lo obtuvo? ¡Quién sabe, pero lo
tenía! Con la crisis que imperaba, él podía
aprovechar ese tesoro para comprarse todo
cuanto hubiera querido. Pero a pesar de que el
mohel carecía de todo, además del dinero para
comprar, en su casa quedaba el Napoleón de
oro guardado en su armario, brillando a puertas
cerradas.
Un día, el hijo del mohel descubrió que
dentro del armario estaba depositada una
moneda. Él no entendía mucho de monedas;
tenía siete u ocho años. Sólo sabía que con
una moneda se podía ir a algún lugar y
comprar lo que a uno le gustara. Niño al fin, no
cabía en su mente hacer diferencias entre un
Napoleón de oro y otra simple moneda que
circulaba en esos días. ¿Qué puede saber un
niño de Napoleones de oro? Él nada más
ansiaba ir a la tienda y pedir al comerciante
que le diera caramelos y dulces. Mucho no lo
pensó: estiró su mano, tomó la moneda, se la
llevó; se dirigió a la tienda y compró lo que
compró...
Mientras tanto, regresó su padre a su casa;
abrió el armario y comprobó, horrorizado, que
el Napoleón de oro había desaparecido. Llamó
a su esposa y le preguntó si sabía algo
respecto a la moneda. No. No sabía nada.
Mientras, su hijo pequeño regresaba de sus
juegos de la calle. El padre se dirigió a él y le
preguntó si había tomado algo del armario.
—Sí. Tomé una moneda que estaba ahí —le
respondió.
—¿Y dónde está ahora?
—Fui a la tienda. Me compré dulces. Mira...
Antes de que el niño acabara de hablar, la
madre salió corriendo hacia la calle en
dirección a la tienda.
Entró al negocio y comenzó a gritar al
comerciante:
—¡Ladrón! ¡Te llevaste mi Napoleón! ¡Lo
tomaste a cambio de dulces! —la mujer estaba
totalmente exaltada—. ¡Malvado! ¡Estafador!
¿Cómo se te ocurrió hacer algo como eso?
¡Ese Napoleón es lo único que tenemos! ¡Y
ahora tú nos lo has quitado!
—¡Un momento! —replicó el comerciante—.
¡No sé de qué estás hablando! Tu hijo vino a
comprarse algunas cosas y no me dio a cambio
sino una simple moneda.
—¡Una simple moneda! ¿Acaso llamas a un
Napoleón de oro una simple moneda? ¡Es un
niño! ¡Y un niño puede equivocarse!
La mujer dijo a su hijo:
—A ver, dime: ¿de dónde tomaste la
moneda que diste al señor?
—Del armario, mamá...
—¿Ya ves? —dijo la mujer al comerciante—.
¡En nuestro armario no había otra moneda más
que el Napoleón de oro! ¡Mentiroso! ¡Ladrón!
En definitiva, por más que la señora gritaba
y reclamaba, el hombre no se movía de lo
suyo, gritando más fuerte que ella. Se armó un
descomunal alboroto, al que acudieron todos
los vecinos que miraban desde afuera del
negocio. El comerciante recibió toda clase de
insultos y desprecios, mientras la mujer
contaba a todo el mundo lo sucedido: que el
hombre robó un Napoleón de oro a un niño
pequeño...
Al final, terminaron los dos en el Bet Din,
donde también se encontraba el padre del niño
en cuestión. Los Rabinos deliberaron y
determinaron que el comerciante tenía que
efectuar un juramento para demostrar su
inocencia. El hombre, ante esta alternativa, se
sintió aún más seguro y se dispuso a jurar
delante de los Jajamim para corroborar todo lo
que había dicho. En ese momento, el mohel se
estremeció.
—¡No! —exclamó provocando que todas las
miradas se dirigieran hacia él—. ¡No permitiré
que nadie jure en falso por mi culpa! ¡Prefiero
perder mi Napoleón de oro y no que este
hombre mienta porque no quiere regresar lo
que tomó indebidamente...!
Y así terminó el juicio. El mohel perdió su
Napoleón, pero el comerciante salió perdiendo
mucho más que si hubiera sacado de su bolsa
una moneda tan valiosa: el comentario de la
gente de que estuvo dispuesto a jurar en falso
con tal de no reconocer su robo. A partir de ese
día, su vida dio un vuelco hasta convertirse en
un verdadero infierno; tanto él como sus hijos
vivieron en medio de permanente vergüenza y
desprecio. Hubo quienes extremaron las
medidas de celo y prohibieron a los integrantes
de sus familias mantener todo tipo de relación
con ellos. Ya nadie les compraba; nadie trataba
con ellos y, al final, acabaron en la total
pobreza.
Pasaron seis años de aquel triste suceso. La
guerra terminó y el imperio inglés tomó
posesión de la región. Un día, el mohel recibió
una carta de un Yehudí que le decía:
Hace unos años, durante la guerra, estaba
caminando por la calle y vi a un niño con una
moneda en la mano. Me acerqué y comprobé
que esa moneda no era sino un Napoleón de
oro. La verdad, yo estaba hambriento; usted
recordará los duros años que pasamos; en
casa teníamos varios días sin comer. Pensé:
“Mi esposa y mis hijos están padeciendo
hambre y penurias, mientras este niño se
pasea por la calle con una moneda con la cual
podría mantener y alimentar a los míos por un
rato largo. Seguramente en su casa abundan
estas monedas y nosotros estamos
amenazados de muerte...”.
¿Qué hice? Decidí tomar prestada la
moneda, con la esperanza de que Dios,
cuando se recompusiera mi situación, me
permitiría regresarla.
Me dirigí al niño, que sabía que era su hijo, y
me puse a jugar con él. Sin que se diera
cuenta, le cambié su Napoleón de oro... ¡por
una simple moneda!
Ahora, la guerra terminó; las cosas fueron
bien para mí y, como estoy en mejores
condiciones, le regreso la moneda que “tomé
prestada”. Por favor, comprenda que todo lo
hice por imperiosa necesidad, pero ya tiene
usted otra vez su Napoleón de oro. ¡Sepa
disculparme…!
El mohel quedó con la mirada perdida,
anonadado.
—El comerciante tenía razón. Era honesto;
decente; íntegro... No mintió... ¡Nunca tocó lo
que no era suyo! ¡Qué grandiosas son las
palabras de nuestros Jajamim cuando dijeron
que debemos juzgar a los demás para bien!
Hasta aquí la historia del Napoleón de oro,
que supe contar en varias oportunidades, en
medio de mis disertaciones en Eretz Israel y en
el exilio.
Hace dos años estaba yo en la ciudad de
Bené Berak y se acercó a mí un joven para
comentarme que escuchó el relato del
Napoleón de oro de boca de su abuelo (a quien
yo conocía personalmente como un hombre
muy respetable, virtuoso e inteligente). Me dijo
que él le contó que en Yerushalaim se armó un
gran revuelo por aquel asunto, pero que había
un detalle que no coincidía con lo que yo
relataba al público. Se refería a cuando
estaban todos en el Bet Din.
El comerciante fue quien realmente se negó
a jurar, a pesar de que sabía que la razón
estaba de su parte, pues el niño jamás le dio
un Napoleón. Sólo pidió del Bet Din que le
dieran una oportunidad de pagar a plazos una
suma tan grande, y así lo hizo. De todos
modos, conforme a esta versión, se agigantó
aún más la imagen de estafador de aquel
pobre comerciante.
Pero no para esto quise contarles lo del
joven de la otra versión, sino para que sepan lo
que siguió de los labios de aquel anciano
cuando contó a su nieto todo lo que había
pasado:
Los tres personajes de la historia: el mohel,
el comerciante y el joven que encontró la
moneda ya están en el otro mundo, y ya
habrán comparecido en el juicio que toca a
toda persona después de recorrer este mundo.
Ahora bien, el mohel seguramente salió
absuelto, pues aunque provocó un mal tan
grande al comerciante, no fue con intención,
dado que los datos que poseía le indicaban
que este último estaba mintiendo.
¿Cómo iba a imaginarse todo lo que
realmente sucedió, principalmente cuando el
propio Bet Din declaró culpable al
comerciante?
El comerciante, no hace falta decirlo, salió
airoso y pasó directamente a Gan Eden. ¡Con
todo lo que tuvo que sufrir! Y el joven que
cambió el Napoleón de oro por la moneda,
aunque podría acusársele de robo, hay que
tener en cuenta que lo hizo presa de la
desesperación de la situación imperante.
Por tanto, también debió ser absuelto de
culpa y cargo, más cuando regresó aquello que
tomó indebidamente a su dueño. Y ahora, lo
más importante, que fue la estremecedora
conclusión a la que llegó el anciano:
Entonces, ¿quién de todos los protagonistas
de la historia resultó culpable, a la hora de
presentarse frente al Juez Supremo?
Ni el mohel ni el comerciante, ni el joven,
sino... todos aquellos que, desde la calle, sin
tener nada que ver en el asunto, gritaron al
comerciante: “¡Ladrón! ¡Ladrón!”.
¡Todos ellos, quienes sin que nadie les
pidiera opinión alguna, se arrastraron tras sus
peores instintos y acusaron injustamente a un
inocente! ¡Éstos... sí merecerían figurar como
los únicos culpables de la historia! Porque no
aplicaron uno de los fundamentos más
importantes de nuestra Torá: “Juzga a tu
prójimo para bien”.120

“No juzgues a nadie sólo porque peca


diferente que tú.”
Fin
Está escrito en el versículo en Tehilim: Or
Zarua Latzadik Ulishre Leb Simjá.121
La traducción literal del versículo es: “Existe
una luz sembrada para los Tzadikim, y para los
rectos de corazón, alegría”. Es decir, el
versículo nos transmite que la gente correcta
goza de alegría. Sin embargo, el Targum
Yonatán Ben Uziel (Rabí Yonatán Ben Uziel
tradujo el Tanaj al arameo con antigüedad de
más de 2600 años, la cual recibió de los
profetas Jagay, Zejariá y Malají) traduce las
palabras: Ulishre Leb, velitrisé libá, como “los
que tienen respuestas en su corazón”. El
Targum quiere transmitirnos: ¿quién se
considera que tiene corazón recto, el cual lo
llena de alegría? Aquel cuyo corazón está lleno
de respuestas hacia su compañero, para
justificarlo y juzgarlo para bien.
Y esto es considerado una luz para el ser
humano, tal como encontramos al principio del
versículo, pues para la persona que vive así su
vida se ilumina de alegría.
Pero adquirir este hábito como una forma de
vida no es fácil, sino que debe trabajarse hasta
conseguirlo, como si estuviera oculto y
sembrado bajo la tierra.122
1
Halajot Shemirat Halashón, págs. 98 y 99.
2
Shemot (Éxodo) 2:14.
3
Shemot Rabá 1, 35.
4
Por Alex Corcias.
5
Pirké Abot 1:6.
6
Rab Eliezer Papo (1785-1828).
7
http://www.aishlatino.com
8
Vayikrá (Levítico) 19:15.
9
Maséjet Shevuot 30a.
10
Maséjet Shabat 127.
11
Pirké Abot 2:5.
12
Maséjet Shabat 127.
13
Shemirat Halashón, Shaar Hatebuná 4.
14
Masejet Shabat 127b.
15
Vayikrá 19:15.
16
Yesod Veshoresh Ahabodá, Shaar Abodat Haleb 8.
17
Lekaj Tob Vayikrá 19, 15.
18
Gaón de Vilna, al principio de su libro Eben Shelemá.
19
Pirké Abot 1, 6.
20
Sfat Emet.
21
Pirké Abot 2:5.
22
Debarim 18:13.
23
Jafetz Jaim Al HaTorá, pág. 267.
24
Esta idea se ve en las leyes de habla negativa, donde el Jafetz Jaim trata el caso en que se dice a una persona que alguien
está planeando dañarla. El Jafetz Jaim legisla que no está permitido creer el lashón hará, pero se tiene permitido tomar
precauciones para evitar ser dañado.
25
De hecho, el Jazón Ish afirmó que la legislación del Jafetz Jaim mencionada en la nota anterior es imposible de seguir en
la práctica (oído de Rab Itzjak Bérkovits, shlita).
26
Ver Rambam, Perush Hamishnayot en Pirké Abot 1:6, y Rabenu Yoná, ibid.; Shaaré Teshuvá, Sháar Shelishí, Maamar
218.
27
De todos modos, es alabable juzgar para bien también en ese caso.
28
Rabenu Yoná a Pirké Abot 1:6.
29
Aunque, de nuevo, es alabable juzgar al extraño para bien.
30
Por supuesto, debe reconocerse que la persona puede rectificar sus acciones y, si parece actuar honestamente con
regularidad, dejará la categoría de rashá en esa área. Nosotros, sin embargo, hablamos de situaciones únicas donde actúa de
manera inconsistente con su comportamiento habitual.
31
http://www.aishlatino.com, Juzgar para bien vs ingenuidad
32
Jafetz Jaim 4, 7.
33
Jafetz Jaim 6, 8.
34
Jafetz Jaim 4, 4.
35
Maséjet Shabat 127b.
36
En su libro Pelé Yoetz, en el tema Sanegoria.
37
Malajim I (Reyes I), 19:14.
38
Shemot (Éxodo) 4:1.
39
Shoftim (Jueces) 4:14.
40
Sifté Jaim Moadim 1, pág. 383.
41
Otzrot Hatorá Vayikrá 235.
42
Jasidim Mesaprim.
43
Rab Jonatan Rietti.
44
Yesod Veshoresh Haabodá Shaar Abodat Haleb.
45
Así opina el Rambam (Séfer Hamitzvot 177).
46
Vayikrá 19:15.
47
Mishel Abot Pirké Hadrajá Vehacavaná, hoja 162.
48
Vayikrá 19, 15.
49
Maséjet Shebuot 30.
50
El Sheiltot en Perashat Shemot menciona que el dueño del campo era Rabí Eliezer Ben Hurkenus y el empleado era Rabí
Akiba.
51
Maséjet Shabat 127b.
52
Kallá Rabatí 8:1.
53
http://www.aishlatino.com/a/eyn/99192939.html?s=srcon
54
Masejet Shabat 127a.
55
Pirké Abot 2:5.
56
André Malraux.
57
Mishná en Negaím 2:3.
58
Extraído de Ama a tu prójimo, pág. 419, Rabino Zelig Pliskin, Editorial Yehuda, Buenos Aires.
59
Pirké Abot 2:5.
60
Diyun Lekaf Zejut, pág. 6.
61
Bereshit 45:1-3.
62
Bereshit Rabá 93:10.
63
Likuté Moharan 282.
64
David Fishman.
65
https://lamenteesmaravillosa.com/la-gran-trampa-de-juzgar-a-los-demas/
66
Maséjet Sanhedrín 74a.
67
Adaptado de Remember My Soul, por Lori Palatnik (Leviathan Press, Pikesville MD, 1998).
68
Pirké Abot 1:6.
69
Imré Daat 218.
70
Maséjet Negaím 2:5.
71
Jajam David Shwekey, Sijá 56.
72
Jajam David Shwekey, Sijá 56.
73
Jajam David Shwekey, Sijá 56.
74
http://www.aishlatino.com: “No es ingenuo juzgar para bien”.
75
Diyun Lekaf Zejut, pág. 5.
76
http://www.aishlatino.com/tp/f/fm/48418802.html?s=srcon
77
https://www.elsiglodedurango.com.mx/noticia/376908.por-que-juzgamos-a-la-gente-por-su-apariencia.html
78
http://www.aishlatino.com, Juzga a los otros para bien
79
https://lamenteesmaravillosa.com/ayudar-lugar-juzgar/
80
Diyun Lekaf Zejut, pág. 24.
81
Kli Yakar (Vayikrá 14:4), Baal Shem Tob, Nefesh Hajaim. Aparece en el libro Diyun Lekaf Zejut, pág. 23. Ver Maséjet
Kidushín 70b (Kol Haposel, Bemumó Posel).
82
https://recetasparalavida.com/rplv/por-que-juzgas-sin-saber/281#
83
https://psicologiaymente.net/social/no-juzgar-a-los-demas
84
Rambam, Mitzvá 177.
85
Shaaré Teshubá (Los portones del arrepentimiento) 3, 218.
86
Shaaré Teshubá 3, 218.
87
Halijot Olam 23, 3.
88
Pirush Hamishnayot del Rambam sobre Pirké Abot 1:6.
89
Halijot Olam 23, 4.
90
Halijot Olam 23, 5.
91
Jidá, en Tziporen Shamir 169.
92
Pirké Abot 2:5.
93
Dijo el Baal Shem Tob: Cuando vemos los defectos de otros, es una señal que Hashem mandó, para mostrarnos que
nosotros somos los que tenemos esos defectos y podamos corregirlos.
94
Dosis diaria de Torá núm. 64.
95
Betzedek Tishpot Amiteja, pág. 22.
96
Kitzur Mishpeté Hashalom, de Rab Silver.
97
Folleto Ish Lereeu, Vayikrá 5774.
98
www.toratemetfreeware.com/online/f_01806.html
99
Alenu Leshabeaj 238.
100
Del libro Along the Maggid´s Journey, de Rab Pesach Krohn.
101
Escuchado de Jajam Shaul Credi.
102
www.toratemetfreeware.com/online/f_01806.html
103
Escuchado de Rab Pesaj Krohn.
104
Pajad David núm. 569, Ajaré Mot Kedoshim.
105
Esto sucede por juzgar precipitadamente y no analizar la situación completa.
106
Realmente yo he visto varios videos en los que serpientes comen huevos enteros.
107
Kaf Zejut; aparece en libro Netibot Yosher.
108
Tratado de Berajot 50b.
109
El Otro lado de la historia, pág. 62, Yehudit Samet.
110
Dosis diaria de Torá núm. 13.
111
Maséjet Taanit 20b.
112
Esta impresionante historia la contó Rab Eliahu Toisig, quien conoce al protagonista.
113
Diyun Lekaf Zejut, pág. 7.
114
www.toratemetfreeware.com/online/f_01806.html
115
Dosis diaria de Torá núm. 53.
116
Maséjet Taanit 7b.
117
Diyun Lekaf Zejut página 7.
118
Maasé Shehayá, pág. 195.
119
Maséjet Babá Kamá 117a.
120
Sheal Abija Veyaguedja.
121
Tehilim (Salmos) 97:11.
122
Libro: El otro lado de la historia.

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