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LA DEVOCIÓN A LA IGLESIA (2)

San Pedro Julián Eymard, Apóstol de la Eucaristía

HORA SANTA
Iglesia del Salvador de Toledo (ESPAÑA)
Forma Extraordinaria del Rito Romano

 Se expone el Santísimo Sacramento como habitualmente.


 Se canta 3 de veces la oración del ángel de Fátima.

Mi Dios, yo creo, adoro, espero y os amo.


Os pido perdón por los que no creen, no adoran,
No esperan y no os aman.
***
Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo,
Os adoro profundamente y Os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
presente en todos los sagrarios de tierra,
en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias
con que Él mismo es ofendido
y por los méritos infinitos de su Sacratísimo Corazón
y del Corazón Inmaculado de María,
os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén
***

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 10,37-42

Quien ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y quien ama a su
hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. 38 Quien no toma su cruz y me sigue, no
es digno de mí. 39 Quien encuentre su vida, la perderá; pero quien pierda por mí su vida,
la encontrará.
40 Quien a vosotros os recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe al que me
ha enviado. 41 Quien recibe a un profeta por ser profeta obtendrá recompensa de
profeta, y quien recibe a un justo por ser justo obtendrá recompensa de justo. 42 Y
cualquiera que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños por
el hecho de ser discípulo, en verdad os digo que no quedará sin recompensa.
LA DEVOCIÓN A LA IGLESIA
¿Cuáles son los deberes de un cristiano, de un adorador para con la Iglesia?
Todo cristiano debe a la Iglesia los cuatro deberes del cuarto mandamiento de
Dios. Y así como la paternidad espiritual es superior a la humana, así también los
deberes para con la Iglesia deben tener siempre cierta primacía de honor y
lealtad.
Ahora bien, el cuarto mandamiento manda honrar a los padres, amarlos,
obedecerles y asistirles en sus necesidades. Pues estos son también los deberes de
los cristianos para con el papa, los obispos y los sacerdotes, cada cual según su
misión y su dignidad en la Iglesia.

1.º Honra.
Hay que honrar al papa como vicario visible de Jesucristo. Es doctor de
doctores, padre de padres, maestro de maestros, por cuyo motivo lleva la tiara, la
triple corona de Jesucristo.
Suprema honra y supremo respeto, por tanto, al soberano pontífice, que es
Jesucristo cumpliendo su divino oficio en la tierra.
Honra eminente y profundo respeto al obispo, mano, corazón, palabra del papa
y de Jesucristo; es un príncipe de la Iglesia, sentado en las gradas del trono
pontifical, que participa de la realeza espiritual del soberano pontífice.
A los pastores, a los sacerdotes, respeto religioso, honores angélicos, porque
son los ángeles del nuevo testamento, embajadores celestiales y ministros de
Dios.
Despreciar al sacerdote, pecar contra él, sería pecar contra el mismo Jesucristo.
“Quien os desprecia a mí me desprecia” Lc 10, 16), ha dicho el Salvador de sus
sacerdotes. Y por medio, del profeta dijo también: “No toques a mis cristos” (Ps
104, 15), prohibición que no se quebranta sin atraerse los más terribles castigos.
Porque, quien peca contra el sacerdote, ataca al predicador, al sostén, al canal
de la fe católica, y él mismo es castigado con la debilitación y pérdida de la fe.
Y como no hay remisión de pecados sin sacerdote, ni Eucaristía sin el
sacerdocio, ni caridad sin este foco eucarístico que la alimente sin cesar, quien no
tiene fe en el sacerdote está perdido.
Aquí tenemos la razón por la que los enemigos de Jesucristo atacan tanto y con
tanta perfidia y saña a los miembros del sacerdocio, para paralizar el poder de la
fe y aniquilar la religión en el corazón de los fieles.
Dice el profeta Daniel que el principal combate del anticristo será contra el
sacrificio y el sacerdocio, combate que comienza y crece ya.
Estén, pues, sobreaviso los fieles contra la astucia infernal de sus enemigos,
quienes para destruir su fe en el sacerdote no cesan de mostrar sus defectos
humanos y aun de calumniarlos en caso de necesidad, para que parezcan
despreciables y así escandalizar a los débiles.
Júntense los fieles alrededor de sus pastores como alrededor de sus jefes
espirituales; defiendan su divina misión y honren su sacerdocio; cubran con
manto filial los defectos de su pobre humanidad, que Jesucristo les deja para que
se mantengan humildes y así se practique la caridad y se sobrenaturalice la fe de
los cristianos.
2.º Amor.
¿No amamos a una madre que nos ha dado la vida, a un padre que nos alimenta
y se consagra a nuestro bien?
Pues la santa Iglesia es madre de nuestras almas. Ella nos ha engendrado a
Jesucristo entre tormentos del martirio, nos da una vida espiritual que nadie nos
puede arrebatar, nos educa para la vida eterna, para que podamos allí gozar con
Dios por Jesucristo de su misma gloria y felicidad. Ahora en los peligros de la
vida, como madre cariñosa y solícita que es, guía y sostiene todos nuestros pasos,
nos ampara contra los ataques de los enemigos, nos cura las llagas, trabaja y
sufre por nosotros. Ni nos deja hasta tanto que se hayan cerrado nuestros ojos a la
luz, y se haya apagado el habla en nuestros labios muertos y haya por fin cesado
de palpitar nuestro corazón. Y al llegar a este punto toma nuestra alma después
de haberla purificado, la bendice, y revestida de sus merecimientos la lanza al
seno de Dios creador y redentor. Hasta el purgatorio nos acompaña su caridad,
pues también allí tiene poder con su expiación y sufragios. Su oficio salvador no
acaba sino a la puerta del cielo.
¿Oh, quién no amará y no se aficionará a tan dulce y cariñosa madre?
¿Quién no amará al papa, padre común de los fieles, a quien Jesucristo dio un
corazón tan grande como el mundo y mayor que todas nuestras necesidades?
¿Quién no tendrá para el obispo, para los pastores de almas, aquella piedad
filial que alivia su peso, espantoso aun para los mismos ángeles, que alienta su
celo, consuela sus tribulaciones y les alivia sus sufrimientos? Son padres, padres
de una familia inmensa, y padres sin otro sostén que la divina providencia que los
ha enviado al mundo, como envió a Jesucristo.
3.º Obediencia.
Todo cristiano debe al jefe supremo de la Iglesia, en todo lo que depende de su
misión divina, una obediencia de fe, so pena de hacerse culpable de rebelión y de
herejía. “Considerad como pagano y publicano a quien no escucha a la Iglesia”,
ha dicho Jesucristo (Mt 18, 17). El cristiano debe una obediencia filial e
independiente de todo poder civil, que aquí no tiene fuerza ni derecho, a las leyes
canónicas, a las bulas, a los decretos, a las decisiones de la santa Iglesia romana,
que son voz, ley y enseñanza del soberano pontífice.
La obediencia filial va más lejos que lo mandado por la ley o la autoridad; mira
a la intención del legislador. Sus consejos son órdenes para su corazón. No quiere
pensar, hablar ni obrar sino como su Padre en la fe.
Extiéndese esta obediencia al obispo, como a pastor más próximo, que nos
transmite con toda pureza y legitimidad las enseñanzas de la santa Iglesia, la
palabra infalible de Pedro. El obispo cuida del depósito de la fe, de la santidad de
las costumbres, de la estricta obediencia de las leyes divinas y eclesiásticas,
poseyendo él mismo poder legislativo y doctrinal en las cuestiones de moral y de
doctrina.
Se extiende también al pastor inmediato, en el ejercicio de su cargo pastoral.
Por él nos gobiernan el papa y el obispo, y él tendrá que dar cuenta a Dios de
todas las almas que le han sido confiadas.
Las verdaderas ovejas del rebaño de Jesucristo siguen a su pastor, conocen su
voz y le siguen.
4.º Asistencia.
El hijo debe asistir a sus padres débiles y necesitados. En ello va la honra de un
hijo y del cumplimiento de este deber depende su derecho a las promesas divinas.
Pues del mismo modo el cristiano debe asistencia al sacerdote de Jesucristo,
padre suyo en la fe y ministro de la santísima Eucaristía.
El sentimiento cristiano se sublevaría con sólo pensar que un pastor no tuviese
ni siquiera el pan de la limosna y los socorros que se dan a los necesitados.
Pero donde los fieles deben asistir sobre todo a sus pastores es en las obras de
celo para la salvación de las almas, en la decencia y dignidad de los objetos del
culto, en el cristiano cuidado de los enfermos. Estas obras, debajo de la dirección
y gracia del sacerdocio, son verdaderamente apostólicas, y producen un bien
ordenado, de conjunto, una obra seguida. Los impíos se unen para el mal; con
mayor razón deberían unirse los buenos para el bien. A la sociedad del mal que
se muestra tan pujante hay que oponer la sociedad de las almas fieles. El bien
hecho aisladamente es débil y se apaga con la persona que le ha comenzado.
¿A qué obras debe uno consagrarse de preferencia? A las obras católicas, a las
que han recibido la sanción de la Iglesia, a las que el sacerdocio inspira y
bendice. Porque el error puede deslizarse fácilmente debajo de apariencias
piadosas, y aun debajo del mismo manto de la piedad.
A una obra incipiente, lo primero que hay que preguntar es su legitimidad, su
procedencia de la Iglesia, su fin y sus medios sobrenaturales. Una obra
meramente humana, filantrópica, limitada al cuerpo, a la materia, es obra de
filósofo, no de cristiano.
Y entre las obras buenas hay que darse de preferencia a las que más glorifican
a nuestro Señor, a las que tienen por objeto directo el honrar a su divina persona
y el ensalzar y el hacer reconocer los derechos de su realeza. Porque la parte
principal del servicio y de la abnegación debe ser siempre y en todo para el jefe
divino de la Iglesia.

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