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TEORIA DE LOS SENTIMIENTOS MORALES – ADAM SMITH

¿Qué lleva a los hombres a querer prosperidad y riqueza? Esto se relaciona con la ambición y la
búsqueda de aprobación, pero la naturaleza dual del hombre hace que surjan conflictos.

La Ilustración Escocesa es un movimiento cultural que se dio en Escocia en el siglo XVIII. Sus
influencias fueron el racionalismo francés y la tradición empírica inglesa, siendo Smith la
muestra de esta fusión intelectual. Este movimiento se caracterizó por el optimismo del
hombre (para mejorar la sociedad y la naturaleza), por la importancia dada a la razón y el
rechazo a la autoridad de ciertos pensadores como argumento per se. Este es el contexto en el
que se encuentra Adam Smith.

Smith sentó las bases de la ciencia de la economía, describiendo al capitalismo y haciendo un


alegato a favor del capitalismo liberal. “Teoría de los sentimientos morales” es una obra de la
filosofía moral o ética publicada en 1759 onde sienta la base filosófica de su obra económica.
En esta reflexiona sobre la naturaleza del hombre y busca responder a la pregunta sobre qué
es la virtud y qué la hace deseable, donde la respuesta va a estar basada en la premisa de que
la virtud debe tener mucho en común con aquello que hace a los hombres o sus acciones
merecer la aprobación; la pregunta qué es virtud la reformula a qué merece aprobación. Adam
Smith construye su teoría utilizando dos conceptos principales: el sentimiento de simpatía y el
espectador imparcial.

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Que la utilidad es una de las principales fuentes de belleza es algo que ya se ha observado; que
la idoneidad de cualquier sistema o máquina para alcanzar el fin de su destino le confiere
propiedad y belleza al todo, es algo muy obvio. La utilidad de cualquier objeto agrada al dueño
porque le sugiere el placer o comodidad que está destinado a procurar.

Esa idoneidad es con frecuencia más estimada que el fin que esos objetos están destinados a
procurar; así mismo, el ajuste de los medios para obtener una comodidad o placer es con
frecuencia más apreciado que la comodidad o placer que constituye todo su mérito. El poder y
la riqueza se ven como laboriosas maquinas destinadas a proporcionar insignificantes
comodidades para el cuerpo que, a pesar de toda nuestra solicitud, pueden estallar y aplasta a
su desdichado poseedor.

En época de holgura y prosperidad, nuestra imaginación se extiende a todo lo que nos rodea.
Entonces, nos fascina la belleza de las facilidades y acomodo que reina en los palacios y
economía de los encumbrados, y admiramos la manera como todo concurre al fomento de su
tranquilidad.

La índole de los hombres, como los artefactos o instituciones de un gobierno civil, pueden
servir para fomentar o para perturbar la felicidad del individuo como de la sociedad. El
carácter prudente, equitativo, diligente, resuelto y sobrio promete prosperidad y satisfacción
para la persona como para todos los que tienen relación con ella. La arrebatada, la insolente, la
pereza y voluptuosa presaga la ruina del individuo y la desgracia a todos lo que con el tengan
tratos. La primera tiene toda la belleza; la segunda, toda la deformidad del más desmañado y
torpe artefacto. ¿Puede existir otra institución de gobierno más adecuada para fomentar la
felicidad humana que la preponderancia de la sabiduría y de la virtud? Todo gobierno es un
remedio imperfecto a la falta de esta. Por tanto, la belleza del gobierno civil a causa de su
utilidad deberá corresponder en mayor grado a la sabiduría y a la virtud. ¿Qué otro sistema
político puede ser más ruinoso y destructivo que los vicios de los hombres? La única causa de
los efectos fatales de un mal gobierno es que no imparte suficiente protección contra los
daños de la maldad de los hombres.

Ninguna cualidad espiritual es aprobada como virtuosa, sino aquellas que son útiles o
placenteras, para la persona misma, para los otros, y ninguna cualidad deberá ser calificada
como viciosa, sino aquella de contraria tendencia. La naturaleza ha ajustado tan felizmente
nuestros sentimientos de aprobación y reprobación a la conveniencia del individuo y de la
sociedad, que se trata de una regla universal. No es el darse cuenta de la utilidad en lo que
consiste la primera fuente de nuestra aprobación o reprobación. Estos sentimientos están
realzados y avivados por la percepción de la belleza o deformidad que resulta de la utilidad o
perniciosidad.

De los sistemas de filosofía moral

La cuestión más importante en Filosofía Moral es la relativa al principio aprobatorio, al poder o


facultad mentales que hacen que ciertos caracteres nos resulten agradables o desagradables,
nos obliga a preferir determinada manera de comportamiento a otra distinta, nos conducen a
calificar de buena a la una y de mala a la otra y nos llevan a considerar a la primera como un
objeto digno de aprobación, de honra y recompensa; y a la segunda de culpa, censura y
castigo.

Tres explicaciones al principio aprobatorio:

 Se aprueban o reprueban las propias acciones y las de otros por amor a si mismo o por
cierto reconocimiento de su propensión a hacernos felices o desgraciados
 La razón nos permite distinguir entre lo verdadero y lo falso, entre lo conveniente o
inconveniente
 Distinción depende de un inmediato sentimiento y emoción y obedece a la satisfacción
o aversión que nos inspira la contemplación de ciertos actor y emociones.

El amor a sí mismo, la razón y el sentimiento son tres diferentes orígenes del principio
aprobatorio.

La cuestión relativa a la naturaleza de la virtud influye en nuestra noción del bien y del mal. La
relativa al principio aprobatorio, no puede tener el mismo efecto.

De los sistemas que derivan el principio aprobatorio del amor a si mismo

Hobbes establece que el hombre se ve impulsad a refugiarse en la sociedad, no por amor


natural a sus semejantes, sino porque es incapaz de subsistir sin los demás. Por esto, la
sociedad se convierte en una necesidad para el u fomenta su propio interés al propensar al
sostén y bienestar social. Todo aquello que amenaza con perturbar o destruir la sociedad, lo
considera dañino y pernicioso a sí mismo. La virtud es el gran sostén y el vicio el gran
perturbador de la sociedad humana. La primera es aceptable y el segundo ofensivo porque la
primera prevé la prosperidad y la otra ruina y confusión.

La sociedad humana es como una inmensa maquina cuyos ordenados y armoniosos


movimientos producen efectos agradables. Como cualquier bella máquina, derivaría cierta
belleza a causa de ese efecto y todo aquello que propendiese a obstruccionarlos desagradaría
por ese motivo; así, la virtud que es el fino acabado del engranaje social forzosamente agrada,
mientras que el vicio necesariamente ofende. Esta explicación del origen del principio
aprobatorio o reprobatorio se entronca con aquel principio que concede belleza a la utilidad; y
de ahí es donde esta doctrina saca toda esa plausibilidad que posee.

Algunos autores sostenían que la simpatía indirecta que experimentaron hacia quienes reciben
el beneficio o sufren el perjuicio era lo que señalaban cuan afirmaron que era la idea del
provecho o del sufrimiento lo que incitaba nuestro beneplácito o indignación sino el concepto
o imaginación del posible provecho o sufrimiento.

La simpatía no puede considerarse un principio egoísta. Cuando simpatizo con alguna aflicción
o indignación, puede sostenerse que mi emoción se funda en amor a mí mismo, porque surge
de ese hacer mío su caso, de ponerme en vuestra situación y concebir lo que sentiría en tales
circunstancias. Se dice que la simpatía surge de un cambio imaginario de situaciones con la
persona principalmente afectada, pero el cambio no supone que me acontezca a mí en mi
propia persona, sino en la persona con quien empatizo. Por lo tanto, no es egoísta.

En la doctrina de Hobbes, el estado de naturaleza es un estado bélico, y con anterioridad a la


institución dl gobierno civil no es posible la existencia entre los hombres de una vida social
segura y pacífica. Por eso, la conservación del orden social consiste en sostener las
instituciones política sin destruirlas para dar fin a ese orden social. Pero la existencia de un
gobierno civil depende de la obediencia que se presta al supremo magistrado. Cuando pierde
su autoridad cae el gobierno. El principio que enseña a los hombres a encomiar todo lo que
tienda al fomento del bienestar y a censurar lo que promete lesionarlo, también debe
enseñarles a encomiar en toda ocasión la obediencia al magistrado civil y a censura toda
desobediencia y rebeldía. Las nociones de lo laudable y censurable debieran ser idénticas a las
de obediencia y desobediencia. Así, las leyes del magistrado civil deben ser consideradas como
las ultimas y absolutas normas de lo justo e injusto, del ben y del mal.

La doctrina de los buenos moralistas resultó ofensiva porque implicaba que no había una
diferencia de naturaleza entre el bien y el mal, que eran valores mudables y variables que
dependían de la simple voluntad arbitraria del magistrado civil.

Para refutar esta doctrina hacía falta demostrar que, con anterioridad a toda legislación o
institución positiva, la mente estaba dotada por naturaleza de una facultad con las que podía
distinguir en determinados actos y afectos, las cualidades de lo bueno, lo virtuoso, y en otros,
de lo malo, lo censurable y lo vicioso.

Es verdad que la virtud consiste en una conformidad con la razón y que puede considerarse a
esta facultad como causa y principio de la aprobación y reprobación y de lo relativo al bien y al
mal. Es la razón quien descubre esas reglas generales de justicia según la cual debemos normar
nuestros actos y por medio de esta formamos las ideas de lo que es prudente, decoroso,
generoso y noble. Las sentencias morales generalmente admitidas se forman por la
experiencia y la inducción. La inducción siempre ha sido considerada como una operación de la
razón y, por eso, se dice que dé la razón proceden todas las sentencias generales e ideas. Estas
nomas muestran juicios morales que serían sumamente inciertos y precarios si dependiesen
totalmente de algo tan expuesto a variar como las emociones y sentimientos. Como nuestros
mejores fundados juicios relativos a lo bueno y a lo malo se norman por máximas e ideas
obtenidas por una inducción de la razón, se dice que la virtud consiste en una conformidad con
la razón y puede considerarse como causa y principio de aprobación y reprobación.

Pero, aunque la razón es la fuente de las reglas generales éticas y los juicios morales que por
esas reglas formamos, es absurdo suponer que las percepciones de lo bueno y malo procedan
de la razón. Estas percepciones primarias no pueden ser objeto de la razón, sino de u
inmediato sentido y emoción.

La razón no puede hacer que un objeto resulte por sí mismo agradable o desagradable; solo
puede revelar que tal objeto es medio para obtener algo placentero o no, y así puede hacer
que el objeto, a través de ese algo, nos resulte agradable o desagradable. Pero nada puede ser
agradable o desagradable por sí mismo, que no sea porque así nos lo presenta un inmediato
sentido y sensación. Si en todos los casos particulares nos agrada la virtud por ella misma y si el
vicio nos causa aversión, no puede ser la razón sino un inmediato sentido y sensación lo que
nos reconcilie con la una y nos extraña del otro.

El placer y el dolor son los principales objetos del deseo y de la aversión, pero no se disciernen
racionalmente, sino que por medio de un sentido inmediato y una emoción.

Los sistemas que hacen del sentimiento el principio de la aprobación pueden dividirse en dos
clases:

 Según alguno, el principio de la aprobación se funda en un sentimiento de naturaleza


peculiar, un poder especial de percepción que la mente ejerce en presencia de actos o
efectos; algunos de estos impresionan cesa facultad de un modo agradable y otros de
manera desagradable. Los primeros quedan marcados con los caracteres del bien de lo
laudable y virtuoso, y los segundos con los del mal, lo censurable y vicioso. Este
sentimiento de la naturaleza es el SENTIDO MORAL.
 Según otros, no hay necesidad de suponer la existencia de un nuevo poder de
percepción. Se imaginan que la naturaleza produce multitud de efectos de una sola y
misma casa; y la SIMPATIA es suficiente para explica todos los efectos atribuidos a
aquella facultad especial.

El Dr. Hutcheson estableció que el principio de la aprobación no estaba fundado en el amor de


sí mismo, ni de una operación racional; por lo que debía tratarse de una especie peculiar. Este
establece que las cualidades que pertenecen a los objetos de un sentido no pueden atribuirse
al sentido mismo; por esto le parece absurdo llamar a las facultades morales virtuosas o
viciosas lo moralmente bueno o malo. Estas cualidades pertenecen a los objetos de aquellas
facultades, no a las facultades mismas.

Si hubiese un hombre que aceptara la crueldad y la injusticia como las más altas virtudes, y
rechazara la equidad y la humanidad como los más despreciables vicios, podría ser calificada
como perjudicial, para él y la sociedad, pero no podía calificarse de viciosa o moralmente
perversa sin caer en un grave despropósito. En cambio, si un hombre aclamara una inmerecida
ejecución mandada por un insolente tirano, no nos sentiríamos culpables de este despropósito
al calificar de vicioso y moralmente perverso ese comportamiento. Nos olvidaríamos de
nuestra simpatía con se hombre y sentiríamos horror y aborrecimiento al pensar en él; lo
detestaríamos más que al tirano (que probablemente actúa por sentimientos de envidia,
temor y resentimiento, donde seria más disculpable). No existe perversión de sentimientos
que nuestro corazón se resistiese más a compartir o que rechazase con más odio que una de
esta especie; considerándola como el último y más espantoso extremo de depravación moral.

Los sentimientos morales correctos aparecen en cierto grado moralmente buenos. Aquel cuya
censura y aplauso en toda ocasión van de acuerdo con el valor o indignidad del objeto, parece
merecer la aprobación moral; se admira la precisión de sus sentimientos morales que sirven de
guía para los demás. La virtud requiere habito y firme propósito.
Podría decirse que el principio de la aprobación esta fundado en algún sentimiento especial
que respondieses a ese fin particular y a ningún otro. Podría entenderse que la aprobación y
reprobación son un determinado sentir o emoción que surgen en la mente provocados por
ciertos sujetos o acciones, y así recibir el nombre de sentido del bien y del mal, o sea, sentido
moral. Pero esta explicación está expuesta a distintas objeciones.

Propiamente hablando, aprobamos todo aquello que nos satisface completamente. La palabra
conciencia no denota alguna facultad moral que nos permita aprobar o reprobar algo, sino que
implica la existencia de alguna facultad de esa especie, y significa darnos cuenta de haber
obrado conforme o contrariamente a sus mandatos. Como el amor, odio, alegría, aflicción,
gratitud, etc. están sujetas a ese principio, son suficientemente importantes para obtener
rótulos que nos las dan a conocer.

Cuando concedemos nuestra aprobación a algún sujeto o acción, los sentimientos que
experimentamos tienen cuatro orígenes:

1. Simpatizamos con los motivos del agente


2. Compartimos la gratitud de quienes advertimos que su conducta ha sido conforme a
las reglas generales por las que esas dos simpatías usualmente actúan
3. Cuando consideramos que tales actos forman parte de un sistema de conducta que
tiende a fomentar la felicidad el individuo o de la sociedad, que derivan cierta belleza a
esa utilidad

En cualquier caso, intercede uno u otro de esos principios.

Hay otra doctrina que intenta dar razón, por medio de la simpatía, del origen de nuestros
sentimientos morales. Es aquella que hace que la virtud radique en la utilidad y la que explica
el placer con el que el espectador reconoce la utilidad de cualquier cualidad, por simpatía con
la felicidad de quienes resultan afectaos por ella. Es diferente de aquella por la que
penetramos en os motivos del agente, como de aquella por la que acompañamos en la
gratitud a las personas que resultan beneficiadas por sus actos.

EL FEDERALISTA – HAMILTON, MADISON, JAY

I: La nueva constitución

Desoyes de la ineficacia del gobierno federal vigente, son llamados a deliberar sobre una
nueva Constitución para los Estados Unidos.

Su resultado será feliz si nuestros verdaderos intereses dirigen nuestra elección, sin que la
confundan consideraciones ajenas al bien público. Esto debe desearse con ardor, pero no
esperarse seriamente, porque el plan sobre nuestras deliberaciones ataca demasiados
intereses particulares, instituciones locales, para no involucrar puntos de vista, pasiones y
prejuicios poco favorables al descubrimiento de la verdad. Entre los obstáculos más
formidables de la nueva Constitución están el evidente interés que tiene cierta clase de
hombres en todo Estado en resistir cualquier cambio que amenace con disminuir el poder los
emolumentos o la influencia de los cargos que ejercen.

Pasamos a discutir la utilidad de la UNION para nuestra prosperidad política. La insuficiencia de


la presente Confederación para conservar esa Unión, la necesidad de un gobierno tan enérgico
como el propuesto para obtener este fin, la conformidad de la constitución propuesta con los
verdaderos principios del gobierno republicano.
En los círculos privados de quienes se oponen a la nueva Constitución, se susurra que los
estados son demasiados grandes para regirse por cualquier sistema general y que es necesario
recurrir a distintas confederaciones separadas formadas por distintas porciones del todo. Esta
doctrina será propagada gradualmente hasta que cuente con suficientes partidarios para
profesarla abiertamente.

II: Peligros exteriores

Hay indispensable necesidad de un gobierno y al instituirse este, el pueblo debe cederle


algunos de sus derechos naturales para investirlo de los poderes necesarios. Se debe
considerar si conviene más una sola nación bajo un gobierno federal o dividirse en
confederaciones separadas, confiriendo a la cabeza de cada una de ellas los mismos poderes
que se le aconseja poner en manos de un único gobierno nacional.

Hasta hace poco prevalecía la opinión de que el pueblo americano debía su prosperidad a la
firmeza y persistencia de su unión y los deseos, ruegos y esfuerzos de los mejores ciudadanos
se dirigieron a este fin. Ahora, ciertos políticos insisten que, en vez de esperar la seguridad y la
dicha de la unión, debemos buscarla en una división de los estados en distintas
confederaciones o soberanías. Los argumentos a favor de la Unión pueden ser, entre otros:

1. América no se compone de territorios separados entre sí y distantes, sino que es un


país unió, fértil y vasto
2. Tiene un pueblo unido, que desciende de los mismos antepasados, habla el mismo
idioma, profesa la misma religión, los mismos principios de gobierno, semejante en sus
modales y costumbres y que, luchando juntos la guerra, estableció la libertad común y
la independencia

Un firme sentido del valor y beneficios de la Unión indujo al pueblo a instituir un gobierno
federal para defenderla y perpetuarla. Lo formo luego de que tuvo una existencia política, en
los tiempos de guerra y desolación, donde había poco lugar para las tranquilas y maduras
investigaciones y reflexiones que deben preceder a la Constitución de un gobierno prudente.
No es raro que un gobierno instaurado bajo tan malos auspicios resultara en la práctica muy
deficiente e inadecuado a los propósitos a los que debía responder.

El pueblo percibió y lamento esos defectos. Tan partidario de la unión como enamorado de la
libertad, vislumbro el peligro que amenazaba a ambas; persuadido de que la cumplida
seguridad de ambas solo podía hallarse en un gobierno nacional ideado con mayor sabiduría,
convoco a la reciente convención de Filadelfia. Esta presento y recomendó al pueblo el plan
que fue resultado de sus deliberaciones casi unánimes; el plan fue recomendado, no impuesto.

Este pueblo recomendó ciertas medias a sus electores, y los sucesos vinieron a dale la razón,
pero pronto abundó la propaganda contraria a esas mismas medidas. Muchos funcionarios del
gobierno que obedecieron a móviles de interés personal, y otras personas a causa de una
valoración equivocada de las consecuencias, o bajo la influencia indebidas de ligas anteriores,
o porque su ambición aspiraba a objetos en desacuerdo con el bien público, para persuadir al
pueblo de que rechazara el consejo de ese Congreso.

El Congreso se componía de muchos hombres prudentes y experimentados de diferentes


partes del país que se comunican recíprocamente, y que estaban interesados en la libertad y la
prosperidad pública. Esto introdujo al pueblo a confiar en el buen juicio e integridad del
Congreso; y siguió sus consejos.
IX: La unión de la salvaguardia

Los abogados del despotismo exponen argumentos contra las formas republicanas de gobierno
y contra los principios mismos de la liberad civil. Han dicho que el gobierno libre es
incompatible con el orden social y se entregaron a un jubilo malicioso. Pero, hay admirables
edificios construidos sobre los cimientos de la libertad que refutan sus sombríos sofismas.

Tampoco puede negarse a los retratos de gobiernos republicanos que ellos trazaron, una
exacta semejanza con los originales. Pero la Ciencia Política ha progresado mucho, y ahora se
comprende perfectamente la eficacia de ciertos principios que los antiguos no conocían o
tenían una idea imperfecta. La distribución ordenada del poder en distintos departamentos, la
introducción del sistema de frenos y contrapesos legislativos, etc., son medios utilizados para
conservar las sobresalientes ventajas del gobierno republicano. Se debe añadir la ampliación
de la órbita en la que los sistemas deben desenvolverse, respecto a las dimensiones de un solo
Estado o la consolidación de varios más pequeños en una Confederación.

La utilidad de una Confederación para suprimir los bandos y conservar la tranquilidad interna
de los estados y para aumentar su fuerza externa y seguridad en el exterior, se ha practicado
en diferentes épocas y ha recibido la aprobación de los escritores más estimados. Los que se
oponen al plan propuesto, han citado las observaciones de Montesquieu sobre la necesidad de
un territorio reducido para que pueda existir un gobierno republicano. Estos no tuvieron en
cuenta los sentimientos expresados por el autor.

Cuando Montesquieu aconseja que las repúblicas sean de poca extensión, pensaba en
ejemplos de dimensiones más reducidas que las de cualquiera de estos Estados. Si tomamos
sus ideas sobre este punto como criterio verdadero, nos refugiaremos e el régimen
monárquico o nos dividiríamos en una infinidad de pequeños y turbulentos estados. Sin
embargo, según el autor, solo aconsejaría reducir en extensión a los miembros más
considerables de la Unión, pero no se opone a que comprenda a todos un solo gobierno
confederado; ese es el verdadero problema.

Lejos se hallan las observaciones de Montesquieu de oponerse a la Unión de los Estados, por
eso se ocupa explícitamente e la Republica Confederada como medio de extender la esfera del
gobierno popular y de conciliar las ventas de la monarquía con las de la república.

La Republica Confederada es una convención por la cual varios pequeños estaos acceden a ser
miembros de uno mayor, que se proponen formar, susceptible de ampliarse por medio de
nuevas asociaciones, hasta conseguir el grado de Poder necesario para defender la seguridad
de un cuerpo unido. Si un individuo intentase usurpar la autoría suprema, no es fácil que
tuviera igual crédito e influencia en todos los estaos de la confederación. Si una insurrección
popular estallase en alguno de los estados, los otros podrían sofocarla. Como este gobierno se
compone de pequeñas republicas, disfruta de la dicha interna de cada una y respecto a su
situación externa, posee ventajas de las grandes monarquías. Estos son los principales
argumentos a favor de la Unión.

La constitución propuesta los convierte en partes constituyentes de la soberanía nacional,


permitiéndoles estar representados directamente en el Senado, y los deja en posesión de
ciertas partes exclusivas e importantísimas del poder soberano. Esto corresponde a la noción
de gobierno federal.

X
Entre las ventajas de una Unión la más desarrollada es la tendencia a suavizar y dominar la
violencia el espíritu de partido. La falta de fijeza, la injusticia y la confusión de las asambleas
públicas han sido las enfermedades mortales que han hecho perecer a todo gobierno popular.

Hay dos maneras de evitar los males del espíritu de partido: suprimir sus causas o reprimir sus
efectos.

Hay dos métodos para suprimir las causas del espíritu de partido: destruir la libertad esencial a
su existencia o dar a cada ciudadano las mismas pasiones y los mismos intereses. Del primero
es peor que el mal perseguido porque la libertad es esencial para la vida política al nutrir las
acciones. El segundo es impracticable. Mientras la razón no sea infalible y tengamos libertad
para ejercerla, habrá distintas opiniones. Mientras exista una relación entre razón y amor de sí
mismo, las pasiones y opiniones influirán unas sobre otras y las ultimas se adherirán a las
primeras. La diversidad n las facultades del hombre es un obstáculo insuperable a la
unanimidad de intereses. El primer objeto el gobierno es la protección de esas facultades.

Las causas latentes de la división en facciones tienen su origen en la naturaleza el hombre; y


alcanzan distintos grados de actividad según las circunstancias de la sociedad civil. La fuente de
discordia más común y persistente es la desigualdad en la distribución de las propiedades. Los
propietarios y los que carecen de bienes, los acreedores y deudores, los propietarios raíces, los
fabricantes, los comerciantes, los grupos adinerados, etc., surgen por necesidad en las
naciones civilizadas y las dividen en distintas clases a las que mueven diferentes sentimientos y
puntos de vista.

La conclusión es que las causas del espíritu de facción no pueden suprimirse y que el mal solo
puede evitarse teniendo a raya sus efectos.

Cuando un bando abarca la mayoría, la forma del gobierno popular le permite sacrificar a su
pasión dominante y a su interés, el bien público y los derechos de los demás ciudadanos. Poner
el bien público y los derechos privados a salvo del peligro de una facción semejante y preservar
el espíritu y la forma de gobierno popular es el termino de nuestras investigaciones.

¿Qué medios hay para alcanzar nuestro fin? Evitarse la existencia de la misma pasión o interés
en una mayoría al mismo tiempo, o si ya existe, incapacitar a los individuos que componen esa
mayoría, aprovechando su número y situación local, para ponerse de acuerdo y llevar a efecto
sus proyectos opresores. Una democracia pura (directa), una sociedad integrada por un
reducido número de ciudadanos que se reúnen y administran personalmente el gobierno, no
puede evitar los peligros del espacio sectario. Una república, donde el sistema de la
representación ofrece distintas perspectivas, promete el remedio que buscamos.

Las dos grandes diferencias entre una democracia y republica son: la segunda se delega la
facultad de gobierno en un pequeño número de ciudadano elegios; y la republica puede
comprender un numero más grande de ciudadanos y una mayor extensión de territorio. El
efecto de la primera diferencia es que afina y amplia la opinión pública, pasándola por el tamiz
de un grupo escogió de ciudadanos, cuya prudencia puede discernir mejor el verdadero interés
de su país y cuyo patriotismo y amor a la justicia no estará dispuesto a sacrificarlo ante
consideraciones parciales o de orden temporal; la voz publica está más en consonancia con el
bien público.

Las repúblicas con mayor cantidad de habitantes favorecen más a la elección de los más aptos;
pero es mejor un punto medio. Ampliando mucho el número de electores, está el riesgo de
que el representante este poco familiarizado con las circunstancias locales y con los intereses
menos importantes; y reduciéndolos demasiado, se ata al representante a estos intereses y se
le incapacita para comprender los grandes fines nacionales y dedicarse a ellos. La Constitución
Federal es una mezcla feliz onde los grandes intereses se encomiendan a la legislatura nacional
y los particulares y locales a las de cada Estado.

La otra diferencia es que el gobierno republicano puede regir a un número mayor de


ciudadanos y un territorio más extenso que el democrático. Cuanto más pequeña sea la
sociedad, más escaso serán los distintos partidos e intereses que la componen, y así más
frecuente será que el mismo partido tenga la mayoría y cuanto menor sea el número que
compone esa mayoría, mayor será la facilidad con la que podrán concertarse y ejecutar sus
planes opresores. Ampliar la esfera de acción y se admitirán mayor variedad de partidos de
intereses y se hará menos probable que una mayoría del total tengan motivo para usurpar los
derechos de los demás ciudadanos.

La república tiene la ventaja de que mantiene a raya los efectos del espíritu de partidos; esta
también la tienen las repúblicas grandes en comparación de una pequeña, y la posee la Unión
sobre los Estados que la conforman.

XXXIX: Principios republicanos

Una república es un gobierno que deriva todos sus poderes directa o indirectamente de la gran
masa del pueblo y que se administra por personas que conservan sus cargos a voluntad de
aquel, durante un periodo limitado o mientras observen buena conducta. Los miembros del
departamento judicial deben conservar sus puestos de acuerdo con el estable sistema de la
tenencia mientras sea buena su conducta. Otra prueba del carácter republicano es la
prohibición de los títulos de nobleza.

Los adversarios de la Constitución establecen que se debería haber conservado la forma


federal, que considera a la Unión como una Confederación de Estados soberanos, y en vez de
esto ha trazado un gobierno nacional que considera a la Unión como una consolidación de los
Estados.

El acuerdo de que se debe resultar de acuerdo unánime de los distintos estados que participen
en él. Si en esta ocasión se considerada al pueblo como una sola nación, la voluntad de la
mayoría del pueblo de los Estados Unidos obligaría a la minoría; y la voluntad de la mayoría
tendría que determinarse mediante la comparación de votos individuales o considerando a
voluntad de la mayoría de los Estados como prueba de la voluntad de una mayoría de pueblo
de los EE. UU. Ninguna de estas dos normas se ha adoptado. Cada estado, al ratificar la
Constitución, es considerado como un cuerpo soberano, independiente de todos los demás y
al que solo puede ligar un acto propio y voluntario. En este aspecto, por consiguiente, la nueva
Constitución será una Constitución en el caso de que se establezca.

La diferencia entre un gobierno federal y otro nacional, respecto a la actuación del gobierno,
estriba en que el primero de los poderes actúa sobre los cuerpos políticos que integran la
Confederación, en su calidad política; y sobre los ciudadanos individuales que componen la
nación. Al probar la Constitución con este criterio, adquiere el carácter de nacional y no
federal. Es aspecto nacional del gobierno parece desfigurado por unas cuantas características
federales.
Si el gobierno es nacional en cuanto al funcionamiento de sus poderes, cambia de aspecto
cuando lo consideramos en relación con la extensión de esos poderes. La idea de un gobierno
nacional lleva en si una potestad sobre los ciudadanos individuales y una supremacía
indefinida sobre todas las personas y cosas, en tanto son objetos lícitos del gobierno. En el
caso de un pueblo consolidado en una sola nación, esta supremacía esta íntegramente en
posesión de la legislatura nacional; si son varias comunidades que se unen para finalidades
especiales, se encuentra depositada en la legislatura general y en las legislaturas municipales.
En el primer caso, todas las autoridades locales están subordinadas a la autoridad suprema; en
el segundo, forman porciones distintas e independientes de la supremacía. Con relación a esto,
el gobierno propuesto no puede clasificarse de nacional porque su jurisdicción se extiende
únicamente a ciertos objetos enumerados y se deja a los Estados una soberanía residual
inviolable sobre todos los demás.

En realidad, la Constitución, en lo referente a la autoridad facultada para reformarla, no es ni


totalmente nacional ni totalmente federal. Si fuera totalmente nacional, la autoridad suprema
residiría en la mayoría del pueblo de la Unión y podría alterar o abolir el gobierno estableció. Si
fuese totalmente federal, la concurrencia de cada Estado de la Unión será esencial para todo
cambio susceptible de obligar a todos los Estados. Al requerir más de una mayoría y al
computa la proporción por Estado y no por ciudadano, se aparta el carácter nacional hacia el
federal; y al hacer que sea suficiente la concurrencia de un numero de Estados menor que el
total, pierde el carácter federal y se acerca al nacional.

Siendo una combinación, desde el punto de vista de su fundamento, es federal; es en parte


nacional y en parte federal por el origen de donde proceden los poderes ordinarios del
gobierno; es nacional por la actuación de esos poderes; es federal por la extensión de ellos; y
no es totalmente nacional ni totalmente federal por el modo que autoriza para introducir
enmiendas.

LI: Equilibrio de poderes

¿A quién se recurre para mantener en la practica la división necesaria del poder entre los
oferentes departamentos? La única respuesta es que el defecto debe suplirse ideando la
estructura interior del gobierno de tal modo que sean sus distintas partes constituyentes, por
sus relaciones mutuas, los medios de conservarse unas a otras en su sitio.

Para fundar una base del ejercicio separado y distinto de los diferentes poderes
gubernamentales, que es esencial para la conservación de la libertad, es evidente que cada
departamento debe tener voluntad propia, y estar constituido de manera que los miembros de
cada uno tengan la menor participación posible en el nombramiento de los demás. Esto
requeriría que todos los nombramientos para las magistraturas supremas, del ejecutivo,
legislativo y judicial, procediesen del mismo origen: el pueblo. Esto trae complicaciones y
gastos suplementarios como consecuencia, por lo que deben hacerse variaciones. En el poder
judicial podría ser inoportuno insistir en dicho principio porque, siendo indispensable que sus
miembros reúnan condiciones peculiares, la consideración esencial debe consistir en escoger
el sistema de elección que mejor garantice que se logren estos requisitos, y porque la tenencia
permanente de los cargos que existe en ese departamento debe hacer desaparecer bien
pronto toda sensación de dependencia respecto de la autoridad que los confiere,

La mayor seguridad contra la concentración gradual de los diversos poderes en un solo


departamento es dotar a los que administran cada departamento de los medios
constitucionales y los medios constitucionales y móviles personales necesarios para resistir las
invasiones de los demás. Al organizar un gobierno, que es administrado por hombres para los
hombres, la gran dificultad está en capacitar al gobierno para mandar sobre los gobernados y
obligarlo a que se regule a sí mismo. El hecho de depender del pueblo es un freno primordial
sobre el gobierno, pero no es suficiente.

En el gobierno republicano predomina la autoridad legislativa. El remedio de este


inconveniente reside en dividir la legislatura en ramas diferentes, procurando por medio de
diferentes sistemas de elección y de diferentes principios de acción, que estén tan poco
relacionadas entre sí y su común dependencia de la sociedad. La debilidad de la autoridad
ejecutiva puede exigir que se la fortalezca. Un veto absoluto frente a la legislatura seria la
defensa natural del magistrado ejecutivo.

Existen además dos consideraciones especialmente aplicables al sistema federal americano. El


primero es que el poder de que se deprende el pueblo se divide entre dos gobiernos distintos y
la porción que corresponde a cada uno se subdivide entre departamentos diferentes y
separados. Hay una doble seguridad para los derechos del pueblo.

Segundo, es de gran importancia asegurar a la sociedad contra la opresión de sus gobernantes


y proteger a una parte de la sociedad contra las injusticias de la otra parte. En las diferentes
clases de ciudadanos existen distintos intereses. Si una mayoría se uno por interés común, los
derechos de la minoría estarían en peligro. Para precaverse de estos malos se puede: crear una
voluntad independiente de la mayoría o incluyendo en la sociedad categorías diferentes de
ciudadanos para que los proyectos injustos de la mayoría resulten muy improbables e
irrealizables. El primer método es típico de los gobiernos que poseen una autoridad hereditaria
o que se designa a si misma; pero es precaria porque un poder independiente de la sociedad
puede hacer suyos los designios injustos del partido mayoritario o los intereses de los
minoritarios. El segundo se ejemplifica con EE. UU. donde en ella toda autoridad procederá de
la sociedad y dependerá de ella, por lo que la sociedad estará dividida en tantas partes,
intereses diversos y clases de ciudadanos, que los derechos de los individuos o de la minora no
correrá grandes riesgos por cause de las combinaciones egoístas de la mayoría. La justicia es la
finalidad del gobierno, como de la sociedad; en una sociedad cuya organización deja al partido
más fuerte en aptitud de unirse al más débil, reina la anarquía donde el individuo más débil
carece de protección contra la violencia de los más fuertes.

En EE. UU. y entre la gran diversidad de intereses, partidos y sectas, una coalición integrada
por la mayoría de toda la sociedad rara vez podría formarse sobre la base de principios que no
fuesen los de la justicia y el bien general; y, estando los partidos minoritarios menos
amenazaos habrá menos pretexto para proteger su seguridad, introduciendo en el gobierno
una voluntad independiente de los segundos, o sea, independiente de la propia sociedad.

LXXL: Duración del mandato presidencial

La permanencia en el cargo es la segunda condición para una autoría ejecutiva enérgica. La


energía se halla en relación con dos circunstancias: la firmeza personal del magistrado
ejecutivo, al hacer uso de sus poderes constitucionales, y con la estabilidad del sistema de
administración adoptado bajo sus auspicios. La primera tiene que resaltar con claridad que
mientras más prolongada sea su duración en funciones, mayor será la probabilidad de contar
con tal importante ventaja. El individuo que haga las veces de primer magistrado, sabiendo
que en breve pazo deberá dejar su puesto, no tendrá en este el interés suficiente para
aventurarse a incurrir en criticas o dificultades de importancia por causa de la forma
independiente en que haga uso de sus poderes.
La misma regla que nos enseña la utilidad de establecer una participación entre las varias
ramas del poder, nos aconseja que esta distribución debe proyectarse en tal forma que las
haga independientes entre sí. ¿Con que objeto separar el ejecutivo o el judicial del legislativo?
Una cosa es estar subordinado a las leyes y otra diversa es depender del cuerpo legislativo. La
primera situación concuerda con los principios fundamentales de un buen gobierno, mientras
que la segunda los viola y concentra la totalidad del poder en las mismas manos.

¿En qué forma la brevedad de su duración en funciones puede influir sobre la independencia
del Ejecutivo frente a la legislatura? Por el escaso interés que tendrá un hombre n un beneficio
de corta duración y de falta de móviles para exponerse por su causa a cualquier molestia o
peligro grave. También puede ser la influencia que posee el cuerpo legislativo sobre el pueblo,
la cual pudiera ejercerse a efecto de impedir la reelección de quien se hubiera atraído el
resentimiento de dicha corporación.

No es posible afirmar que la duración de cuatro años, ni ninguna otra determinada produciría
el resultado perseguido; pero sí contribuirá a alcanzarlo hasta un punto que influirá
poderosamente en el espíritu y el carácter del gobierno. En tanto que la permanencia de
cuatro años contribuirá, por una parte, a la firmeza del ejecutivo, es un grado apreciable, que
hará de ella un elemento valioso en la organización de ese poder, y por otra es insuficiente
para justificar alarma alguna por libertad pública.

LXXII: Reelegibilidad del presiente

A la duración fija y prolongada agrego la posibilidad de ser reelecto. La primera es necesaria


para infundir al funcionario la inclinación y determinación de desempeñar satisfactoriamente
su sometido y para dar a la comunidad tiempo y reposo en que observar la tendencia de sus
medidas y apreciar experimentalmente sus méritos. La segunda es indispensable para permitir
al pueblo que prolongue el mandato del referido funcionario, con el objeto de que sus talentos
y virtudes sigan siendo útiles y de asegurar al gobierno el beneficio de fijeza que caracteriza a
un buen sistema administrativo.

Temporal o perpetua, esta exclusión produciría los mismos efectos que serán más perniciosos
que saludables. Uno de los resultados perjudiciales de la exclusión es que disminuiría los
alicientes para conducirse correctamente. El desempeño decrecería mucho más en el caso de
saber que en un momento dado deberían renunciar a las ventajas provenientes de un puesto
público; el afán de obtener recompensas es uno de los resortes más poderosos de la conducta
humana y la mejor garantía de la lealtad de los hombres radica en hacer que su interés
coincida con su deber. El mismo amor a la gloria lo disuadiría en cambio de todo esfuerzo, en
el caso de que previera que debería abandonar el campo antes de completar su labor y
encomendar está a manos que pueden resultar incapaces para la tarea u hostiles a ella.

Otro inconveniente seria la tentación de entregarse a finalidades mercenarias, al peculado y al


despojo. La propensión a aprovechar hasta el máximo y mientras dura la oportunidad que se le
brinda es difícil de resistir, y es de temerse que no sentirá escrúpulos en descender a los
procedimientos más sucios para obtener lo que quiere. También, el hombre ambicioso sentirá
una tentación más intensa de aprovechar una coyuntura favorable para tratar de prolongar su
poder.

Como tercera desventaja, privaría a la comunidad de valerse de la experiencia adquirida por el


primer magistrado en el desempeño de sus funciones.
El cuarto inconveniente seria separar de ciertos puestos a hombres cuya presencia podría ser
de la mayor trascendencia para el interés o la seguridad publica en determinadas crisis del
estado. El cambio del primer magistrado en cualquier crisis, reemplazándolo por otro individuo
sería en detrimento de la comunidad porque sustituirá la inexperiencia a la experiencia, y
tendería a aflojar los resortes de la administración y a perturbar su marcha establecida.

Un quinto mal resultado sería que se convertiría en un impedimento constitucional para que la
administración fuera estable. Al imponer un cambio de hombres en el puesto más elevado de
la nación, obligaría a una variación de medidas.

Las ventajas serian mayor independencia del magistrado y mayor seguridad para el pueblo.

LXXVIII

En relación con el departamento judicial del gobierno propuesto, su utilidad y la necesidad de


una judicatura federal.

Para nombrar a los jueces, el modo tiene que ser el mismo para nombrar a los funcionarios de
la Unión en general. Todos los jueces nombrados por los Estados Unidos conservaran sus
puestos mientras observen buena conducta, de acuerdo con las mejores constituciones de los
Estados. La regla que hace de la buena conducta la condición para que la magistratura judicial
continúe en sus puestos es uno de los más valiosos progresos en la práctica gubernamental; y
es el mejor instrumento que tiene un gobierno para asegurarse la administración serena, recta
e imparcial de las leyes.

Un gobierno en que se encuentren los poderes separados, el judicial, por la naturaleza de sus
funciones, es el menos peligroso para los derechos políticos e la Constitución, porque su
situación le permitirá estorbarlos o perjudicarlos en menor grado que los otros poderes. El
judicial no influye ni sobre las armas, ni el tesoro; no dirige la riqueza ni la fuerza de la
sociedad, ni puede tomar ninguna resolución activa. No posee fuerza ni voluntad, únicamente
discernimiento que se apoya en la ayuda del brazo ejecutivo hasta para que tengan eficacia sus
fallos.

El poder judicial es el más débil de los tres departamentos del poder, que nunca podrá acatar
con éxito a ninguno de los otros dos. La libertad general del pueblo no ha de tener amenazas
mientras el departamento judicial se mantenga realmente aislado de la legislatura y ejecutivo.

La independencia completa de los tribunales de justicia es esencial en una Constitución


limitada, que contiene ciertas prohibiciones expresas aplicables a la autoridad legislativa. Las
limitaciones de esta índole solo pueden mantenerse en la práctica a través de los tribunales de
justicia, cuyo deber es el de declarar nulos los actos contrarios al sentido evidente de la
constitución.

El derecho de los tribunales a declarar nulos los actos de legislatura, con fundamento de que
son contrarios a la Constitución, se argumenta que la autoridad que puede declarar nulos los
actos de la otra será superior a aquella de quien proceden los actos nulificados.

La interpretación de las leyes es propia de la incumbencia de los tribunales. Una Constitución


es una ley fundamental y así debe ser considerada por los jueces; a ellos pertenece determinar
su significado, como el de cualquier ley que provenga del legislativo. Si entre las dos hay una
discrepancia, debe preferirse aquella que posee fuerza obligatoria y validez superiores, o sea,
debe preferirse la Constitución a la ley ordinaria, la intención del pueblo a la intención de sus
mandatarios.

Esto no supone la superioridad del poder judicial sobre el legislativo. Solo significa que el poder
del pueblo es superior a ambos y que donde la voluntad de la legislatura, declarada en sus
leyes, se halla en oposición con la del pueblo, declarada en la Constitución, los jueces deberán
gobernarse por la ultima de preferencia a las primeras.

La independencia del poder judicial es necesaria para proteger a la Constitución y a los


derechos individuales de los efectos de esos malos humores que las artes de los hombres
integrantes o la influencia de coyunturas especiales esparcen a veces centre el pueblo.

Hay una razón más y de mayor peso a favor de la permanencia de los oficios judiciales, que
puede deducirse de las condiciones que necesitan reunir. Para evitar una discrecionalidad
arbitraria de parte de los tribunales es indispensable que estén sometidos a reglas y
precedentes estrictos que sirvan para definir y señalar sus obligaciones en todos los casos que
se les presenten; y la compilación de dichos precedentes crecerá hasta alcanzar un volumen
considerable. Por esta razón, serán pocos los hombres en cada sociedad suficientemente
versados en materia de leyes para estar capacitados para las funciones judiciales.

CONSIDERACIONES SOBRE EL GOBIERNO REPRESENTATIVO – MILL

Capítulo 1 – Hasta qué grado las formas de gobierno so materia de elección

Ciertas personas conciben el gobierno como un arte de índole estrictamente práctica, solo
plantean cuestiones que se refieren a los medios y a la finalidad del mismo. Las formas de
gobierno son como recursos para lograr objetivos humanos. Por ser producto de la mente del
hombre, se supone que este tiene la opción para creerlas, así como la manera en que deben
establecerse y el curso que deben seguir. Según esta idea, el gobierno representa un problema
a resolver. Al efecto, el primer paso es definir los propósitos que deben perseguir los
gobiernos. El siguiente es cuál es la forma de gobiernos que se adapta mejor al cumplimiento
de esos propósitos. Satisfecho estos dos puntos, queda lograr la cooperación de nuestros
conciudadanos y convencerlos de que la opinión a la que se llego es la mejor. Encontrar la
mejor forma de gobierno, convencer a los demás de que es la mejor y excitarlos para que
insistan en que se establezca representa el orden de las ideas que privan en las mentes de
quienes sustentan ese criterio.

Otros razonadores políticos, consideran una forma de gobierno como un producto


espontaneo, y a la ciencia de gobernar como una división de la historia natural; las formas de
gobierno no son materia de elección y debemos aceptarlas tal como existen. Los gobiernos no
pueden erigirse sobre una idea premeditada, dicen y que su tarea es familiarizarnos con sus
características naturales y en adaptarnos a ellas. También consideran a las instituciones
políticas fundamentales como una forma de desarrollo orgánico de la naturaleza y de la vía de
ese pueblo, un conducto de sus hábitos, instintos, necesidades y deseos. Su voluntad no
intervino en el asunto sino para satisfacer las necesidades del momento, por medio de planes,

Aunque cada bando exagera su propia teoría y nadie se apega a ninguna de ellas sin
modificarlas, las dos doctrinas corresponden a una diferencia muy arraigada entre dos
corrientes de pensamiento, y si bien ninguna está en lo cierto, tampoco están totalmente
equivocadas, ya que hay un determinado grado de verdad en una y otra.
Las instituciones políticas son el resultado de la labor del hombre y deben su origen y
existencia a la voluntad humana. Todas las etapas de su existencia se deben a los oficios
voluntarios del ser humano; pueden estar bien o mal hechas.

La maquinaria política no actúa por sí mismo. Los hombres deben hacerla funcionar. Requiere
de la conformidad de los hombres y de su participación activa, y debe adaptarse a la capacidad
y actitudes de los hombres disponibles al efecto. Esto implica tres condiciones:

1. el pueblo al que se destina una forma de gobierno debe estar dispuesto a aceptarla o
no mostrarse renuente como para obstaculizar su establecimiento,
2. debe mostrarse inclinado y capaz de hacer lo necesario para mantenerla en vigor
3. mostrar su disposición y aptitud para cumplir con aquello que se le demande, con el fin
de que el gobierno pueda satisfacer sus propósitos.

El pueblo debe ser capaz de cumplir con las condiciones de acción y con las de moderación,
necesarias para mantener la forma de gobierno establecida como para permitirte lograr sus
objetivos. La falta de cualquiera de estas condiciones convierte una forma de gobierno en
impropia para el caso particular.

Hay casos en donde el pueblo puede mostrarse indispuesto para satisfacer las condiciones de
esa forma. Es posible que sea incapaz de cumplir con las necesarias para mantener la
existencia nominal del gobierno. Así, puede ser que un pueblo prefiera un gobierno libre, pero
por su indolencia, descuido, cobardía o falta de espíritu cívico, sea incapaz de hacer los
esfuerzos necesarios para conservarlo. O que un pueblo muestre su disposición o incapacidad
para cumplir con los deberes que le impone una forma particular de gobierno. En ese caso
para que un gobierno civilizado convenga a ese pueblo, necesita ser despótico en grado
considerable: donde los miembros del pueblo no ejerzan el control. Si un pueblo no coopera
con la ley y con autoridades públicas para contener malhechores, no puede disfrutar más que
una libertad restringida y modificada. Un pueblo que se muestra más dispuesto a proteger a
un criminal que aprehenderlo, a encubrirlo, que se conmueve por una ejecución, pero no por
un asesinato, requiere que las autoridades dispongan de facultades de represión más severas.
Estas deplorables condiciones del sentimiento publico son el resultado de un mal gobierno
anterior, ha enseñado a sus miembros a considerar la ley como si estuviera hecha para
satisfacer otros fines que no sean los de su bienestar y a sus administradores como a enemigos
más temibles. Las instituciones representativas tienen un valor escaso.

Esas son las tres condiciones fundamentales que requieren las formas de gobierno para
adaptarse al pueblo que van a gobernar. Si los partidarios de las teorías naturalistas de la
política solo tratan de insistir en la necesidad de cotar con estas tres condiciones, si
únicamente quieren decir que ningún gobierno puede existir de manera permanente si no
satisface las os primeras condiciones y, en grado considerable la tercera, su doctrina es
irrebatible. Pero todo aquello que exceda este razonamiento es inalcanzable; todo lo dicho de
que las instituciones deben tener base histórica, de que debe privar la armonía entre ellas y las
costumbres y la idiosincrasia nacionales, significa eso. Estas frases dieron lugar a un exceso de
sentimentalismo. Pero desde un punto de vista práctico, estos requisitos son los medios para
cumplir con las tres condiciones. Cuando una institución tiene abierto el camino para
establecerse, a través de opiniones, afinidades y costumbres, se induce al pueblo a aceptarlas
con más facilidad y aprenderá mejor y desde el principio esta más dispuesto a llevar a cabo o
que se le exige para preservar las instituciones o para ponerlas en un plan de acción que les
permita lograr mejores resultados.
La aptitud de un pueblo determinado para satisfacer las condiciones de una forma particular
de gobierno no puede establecerse por ninguna regla absoluta. La orientación la proporciona
el conocimiento que se posea del pueblo de que se trate. También puede ser posible que un
pueblo no esté preparado para que en él se asienten buenas instituciones, pero una parte
esencial de su preparación es avivar en él un deseo de contar con esa case de instituciones.
Recomendar y abogar por una institución o forma de gobierno determinada, y de exponer sus
ventajas del modo más eficaz, es una de las formas de educar el criterio de una nación para
aceptar y para hacer funcionar dicha institución.

De esto resulta que, dentro de los límites establecidos por las tres condiciones, las
instituciones y formas de gobierno constituyen una materia de elección. Investigar cual es la
mejor forma de gobierno es el empleo practico de intelecto científico; e introducir en un país
las mejores instituciones que sean capaces de cumplir con las condiciones es una de las
finalidades del esfuerzo practico. En la política debe buscarse fuera de la maquinaria la fuerza
que sirve para mantener el funcionamiento del motor, y si esta fuerza no se obtiene o es
ineficiente, el aparato fracasa.

Otra objeción es que se afirma que las fuerzas en as que se apoyan los fenómenos políticos
más importantes no están sujetas al curso que sigan los políticos y que el gobierno de un país
es establecido y determinado por las condiciones que privan en el país con respecto a la
distribución de los elementos que integran la fuerza social. Aquello que constituya el poder
más fuerte dentro de una sociedad obtendrá la facultad de gobernar y una distribución
modificada del poder en la sociedad misma. Por lo tanto, una nación no puede escoger su
forma de gobierno; puede seleccionar los meros detalles y la organización práctica, pero son
las circunstancias sociales las que determinan la esencia del conjunto.

¿Qué debe entenderse por poder cuando se dice que el poder más fuerte dentro de una
sociedad será también el más fuerte del gobierno? La democracia pura sería la única forma de
gobierno que podría existir. La mayoría no solo es frecuentemente sometida por la minoría,
sino que, aunque aquella predomine por su caudal e inteligencia, puede estar sometida por la
fuerza o por una minoría inferior a ella en ambos aspectos. Para que estos elementos del
poder ejerzan una influencia política deben organizarse, y las ventajas recaen en aquellos que
están en posesión del gobierno.

Otra crítica contra esa teoría de gobierno es que el poder en la sociedad que tiende a
convertirse en poder político no es un poder tranquilo, pasivo, sino activo, que se ejerce
realmente, que represente a una porción muy pequeña del poder total que existe. Una gran
parte del poder total reside en la voluntad. Hay que considerar que quienes manejan el poder
de la sociedad manejaran a la postre el del gobierno y que es inútil tratar de influir en la
constitución del gobierno obrando sobre la opinión, es olvidar que la opinión constituye una
de las fuerzas sociales más activa.

Lo que piensen los hombres es lo que determina la forma en que actúan, y aunque los
argumentos y convicciones del hombre común se fundan en mayor medida en su posición
personal que en su razón, no es pequeño el poder que ejercen sobre él los argumentos y las
convicciones de quienes ocupan una posición personal diferente.

Capítulo 3: que l gobierno representativo es el modelo del gobierno ideal

Desde tiempos inmemorial existe el dicho de que, si pudiera haber un buen déspota, la
monarquía despótica sería la mejor forma de gobierno. La expresión “un buen despotismo”
quiere decir un gobierno que mientras dependa del dictador, no hay opresión positiva de parte
de los funcionarios estatales, pero, en el que todos los intereses colectivos del pueblo son
manejados por él, todas las reflexiones que tienen relación con los intereses colectivos, hechas
por él, y donde la mente del pueblo es modelada por esta ubicación de sus propias energías.
Abandonarse al gobierno equivale a no preocuparse por nada y aceptar los resultados como
castigo de la naturaleza. La inteligencia y los sentimientos de todo el pueblo ceden a los
intereses materiales y, cuando se cuenta con estos, al entretenimiento y adorno de su vida
privada. El hecho de llegar a este punto equivale a que ha llegado la era de la decadencia
nacional.

Esas necesidades inherentes de un gobierno despótico, del cual no hay salida, a menos que el
despotismo admita no serlo; en tanto que el supuesto buen tirano se abstenga de ejercer su
fuerza y permita que los asuntos generales del gobierno sian adelante como si el pueblo
realmente se gobernara a sí mismo. Si un tirano permitiese la libertad de prensa y de
discusión, si permitiese que los intereses locales fuesen manejados por el pueblo, si se rodease
de un consejo de gobiernos elegidos por el pueblo; si actuase de esta manera y abdicase como
tirano se desharía de una parte considerable de las características nocivas del despotismo. No
se impediría el desarrollo de la actividad y capacidad políticas que se necesitan para manejar
los asuntos públicos, y la opinión publica dejaría de ser el simple eco del gobierno. Esto
originaría nuevas dificultades; la opinión pública debe estar con él o contra él. Uno de los
beneficios de la libertad estriba en que, bajo ella, el gobernante no puede pasar por alto la
mente del pueblo y reformar sus asuntos sin reformar al pueblo mismo.

No es difícil demostrar que la mejor forma de gobierno es aquella donde la soberanía se


deposita en el conglomerado total de la comunidad, y en que cada ciudadano tiene coz en el
ejercicio de esa soberanía y es llamado para tomar parte activa del gobierno. Para comprobar
esto, debe examinarse en relación con las dos ramas en las que se divida la investigación de la
bondad del gobierno: hasta qué grado fomenta el buen manejo de los asuntos de la sociedad
por medio de las facultades existentes, morales, intelectuales y activas de sus miembros, y cuál
es su efecto en mejorar o menoscabar esas facultades.

La mejor forma de gobierno no consiste en la que sea practicable o elegible en todos los
grados de civilización sino en una que vaya acompañado de la mayor proporción de
consecuencias benéficas, intermedias y futuras. Un gobierno totalmente popular es el único
sistema que puede adjudicarse esta índole. Ofrece condiciones más favorables para el buen
gobierno y fomenta una forma mejor y más elevada de carácter nacional.

Su superioridad se basa en dos principios:

1. La única seguridad de que los derechos e intereses de toda persona no van a pasarse
por alto se obtiene cuando la persona interesada es apta y está dispuesto a
defenderlos
2. La prosperidad general alcanza una mayor altura y se difunde con más amplitud, en
proporción con el grado y variedad de las energías personales que se apresten para
fomentarla

Los seres humanos solo se aseguran contra el daño por parte de los demás en la media de s
fuerza para protegerse a sí mismos, y únicamente pueden alcanzar un alto grado de éxito en su
lucha en la proporción en que se bastan a sí mismos.
La primera preposición es una de las máximas elementales de la prudencia que utiliza toda
persona capaz de conducir sus propios asuntos en todo aquello en lo que se interesa; muchos
la difaman diciendo que es una doctrina de egoísmo universal. Pero, desde el momento en que
cese de ser verdad que la humanidad se prefiere más a si misma que a los otros, y más a los
más cercanos que a los más lejanos, el comunismo se convierte en la única forma ¿?? de la
sociedad. No necesitamos suponer que cuando la fuerza reside en una clase privilegiada, esta
sacrifica a las demás en beneficio propio; basta comprender que en ausencia d sus defensores
naturales, el interés de los excluidos está en peligro de ser desconocido y que se le preste
atención de manera distinta que aquellas personas a quienes directamente conciernen.

Es una condición inherente a los asuntos humanos que por más sincera sea la intención de
proteger los intereses de los demás, no puede ser seguro ni saludable, si entraña el hecho de
atar las manos de los demás. A traes de la influencia conjunta de estos dos principios, las
comunidades libres han estado más extentas de la injusticia social y del delito, y han alcanzado
una prosperidad más brillante.

Los beneficios de la libertad se obtuvieron al extenderse los privilegios a una sola parte de la
comunidad; y que un gobierno en el cual se propagan imparcialmente a todos es un ideal
irrealizable todavía. La participación de todo el pueblo en estos beneficios es la concepción
ideal de gobierno libre. En la proporción en que cualquier individuo quede aislado de un
gobierno libre, sus intereses se ven privados de las garantías que dispensan al resto y tiene
menos campo y estimulo que el que pudiera tener para aplicar sus energías con el fin de lograr
el bienestar propio. La superioridad del gobierno popular por sobre todos los demás gobiernos
es más decisiva e indiscutible.

¿Cuál carácter debe predominar en bien de la humanidad, el activo o el pasivo? ¿Aquél que
lucha contra los males o el que los tolera? Las observaciones de los moralistas y las simpatías
de la humanidad se inclinan en favor del tipo pasivo. Los caracteres enérgicos deben
admirarse, pero la mayoría de los hombres prefieren a los resignados y sumisos, que
acrecienta nuestro sentido de seguridad y los somete a nuestra voluntad. Un carácter sumiso
no es un rival peligroso.

No cabe duda de que el tipo favorecido por el gobierno de uno o unos cuantos es el carácter
pasivo, y que el tipo activo, de ayuda propia, es favoreció más por el gobierno de la mayoría. El
sometimiento a los mandatos de los hombres es la lección que inculcan todos los gobiernos en
aquellos que no participan por completo de ellos. La voluntad de los superiores y la ley como
voluntad de esos, es implantada sin dificultad. Pero no hay hombres que se conviertan en
simples instrumentos o materiales en las manos de los gobernantes, cuando poseen voluntad y
espíritu. Los gobernantes difieren en el grado en que controlan la libertad de acción de sus
vasallos.

Bajo un gobierno parcialmente popular, la libertad de disentir públicamente de sus


mandatarios puede ser ejercida aun por quienes no participan de todos los privilegios de la
ciudadanía. Para un individuo que haya empezado carente de todo significa un gran estímulo
adicional que refuerza la ayuda y la confianza en sí mismo, el hecho de saber que su éxito no
dependerá de la impresión que causa en el criterio y disposición de un organismo al que no
pertenece. Lo que importa es la disciplina practica a que somete al carácter por la exigencia
que en ocasiones se impone a los ciudadanos para que desempeñen cierta función social.
Darle algo que hacer por el bien público suple todas esas deficiencias. Si la cantidad de deberes
públicos que se le asignen sea de importancia, esto lo convierte en un hombre educado.
Es más saludable la parte moral de la instrucción que depara la participación del ciudadano
particular en las funciones públicas; se compromete a dejarse guiar por otras preferencias que
no sean las personales, a valorar intereses ajenos, a aplicar máximas y principios que tengan
como razón el bienestar común, entre otros. Cuando no existe esta disciplina del espíritu
cívico, difícilmente se alienta el criterio de que las personas que no disfrutan de una situación
social eminente tienen deberes para con la sociedad.

Como conclusión, el único gobierno que puede satisfacer por completo todas las exigencias del
estado social es aquel en el que todo el pueblo participa, que cualquier participación es útil,
que la participación debe ser tan grande como lo permita el grado general de progreso de la
comunidad y que no hay nada más deseable que la participación de todos en el ejercicio del
poder soberano del estado. En virtud de que, como no sea en una comunidad muy pequeña,
no todos pueden colaborar personalmente sino en proporciones muy pequeñas, en los
asuntos públicos, de deduce que el tipo ideal del gobierno perfecto debe ser el representativo.

Capítulo 6: De los males y peligros a los que está expuesto el gobierno representativo

Los defectos de cualquier forma de gobierno pueden ser negativos o positivos. Un gobierno es
negativamente defectuoso si no concentra en manos de las autoridades un poder suficiente
para que desempeñen las labores necesarias que les corresponden, o si no desarrolla
capacidades activas y sentimientos sociales de los ciudadanos individuales.

La falta de un grado adecuado de poder en el gobierno está asociada con una sociedad salvaje
y primitiva. Cuando el pueblo se adhiere demasiado a la independencia salvaje y no tolera el
grado de poder a que debe estar sujeto, significa que no está preparado aun para el gobierno
representativo.

El otro efecto negativo en un gobierno es el de no conceder un ejercicio suficiente de las


facultades morales, intelectuales y activas del pueblo, se ha expuesto al explicar los daños
característicos que ocasiona el despotismo. Entre las formas de gobierno popular, la ventaja es
que se difunde más el ejercicio de las funciones públicas al excluir a muy pocos del sufragio y al
deparar todas las clases de ciudadanos particulares, la participación más amplia en el ejercicio
de las funciones judiciales y administrativas.

Los peligros y males positivos del gobierno representativo se reducen a dos puntos:

1. Ignorancia e ineptitud generales o aptitudes mentales insuficientes en el organismo


vigilante
2. Peligro de que este bajo la influencia de intereses que no se identifiquen con el
bienestar de la comunidad

La monarquía hereditaria sobrepasa a la democracia en cuanto a todas las deficiencias que se


supone son características de la democracia. Los únicos gobiernos no representativos, han sido
burocracias. La labor de gobernar estuvo en manos de gobernantes de profesión, lo que
constituye a esencia y significado de la burocracia. Si desempeñan este trabajo porque se han
adiestrado para ello puede significar una gran diferencia, pero ninguna en cuanto al carácter
esencial de la regla. También, ciertas aristocracias han estado, en cuanto dotes intelectuales, a
la par con la democracia.

Por esto, la comparación en cuanto a los atributos intelectuales de un gobierno tiene que
hacerse entre democracia representativas y burocracias. En este punto, un gobierno
burocrático lleva la gran ventaja. Acumula experiencia, adquiere máximas tradicionales bien
comprobadas y especializadas, y toma medidas para que los que tienen a su cargo la
resolución de los asuntos públicos cuenten con un conocimiento practico adecuado. El mal que
aflige a los gobiernos burocráticos es la rutina. Perecen por la inalterabilidad de sus máximas y
por la ley universal que estipula que todo lo que se convierte en rutina pierde su principio vital
y continúa girando mecánicamente, aunque el trabajo que debiera efectuar permanece sin ser
hecho. En casos donde la burocracia constituye el verdadero gobierno, el espíritu de la
congregación destruye la individualidad de sus miembros más distinguidos.

Un gobierno manejado por funcionarios adiestrados no puede hacer por un país lo que puede
hacer un gobierno libre, pero si puede suponer que sea capaz de acometer ciertas empresas
que un gobierno libre no puede emprender. Pero, se necesita un elemento exterior de libertad
que capacite al gobierno para llevar a cabo sus asuntos propios con eficacia. De esta manera,
la libertad no puede producir sus mejores efectos a menos que puedan encontrar formas de
combinarla con una administración adiestrada y hábil.

Una de las cuestiones a tener en cuenta a la hora de estimar cual es la constitución adecuada a
un organismo representativo consiste en la forma de obtener y asegurar un grado suficiente de
aptitudes mentales.

Los daños que surgen del predominio de modos de acción en el organismo representativo que
son dictados por intereses siniestros, que estén en conflicto con el bienestar general de la
comunidad, son varios.

El interés del rey y aristocracia gobernante estriba en poseer y ejercer un poder ilimitado con
el pueblo para obligarlo a una conformidad completa hacia la voluntad y preferencia de los
gobernantes. El interés del pueblo consiste en que se ejerza sobre él un control tan pequeño
mientras permita la persecución de los fines legítimos del gobierno. El interés del rey o
aristocracia está en no aceptar ninguna censura a su poder. El interés del pueblo es que debe
haber libertad completa de censura sobre cada funcionario público y sobre cada acto o medida
públicos. El de la clase gobernante, en investirse de una variedad infinita de privilegios
injustos. Si el pueblo está descontento, el interés del rey o aristocracia estriba en mantener al
pueblo en un nivel bajo de inteligencia y educación, fomentar discordias entre él y evitar que
lleguen a enriquecerse. Para el interés de un rey, estas consideraciones se basan en un criterio
egoísta.

Si se considera a la democracia como el gobierno de la mayoría, es posible que el poder


gobernante obre bajo el dominio de intereses sectarios o que se inclinen a una conducta
distinta de aquella que impondría la consideración imparcial de un interés colectivo.

Las dos disposiciones malignas, la de preferir los intereses egoístas de un hombre a aquellos
que comparte con otras personas, y sus intereses inmediatos y directos a aquellos indirectos y
lejanos, son características que la posesión del poder procura y fomenta. Cuando una persona
o clase cuenta con cierto poder, el interés individual del hombre, el interés separado de la
clase adquiere un nuevo grado de importancia ante sus ojos.

Los gobiernos deben constituirse para beneficio de la raza humana, atendiendo a lo que es o
puede llegar a ser muy rápidamente. Lo que conduce las mentes y propósitos de clases o
grupos de hombres hacia intereses distantes, es una consideración desinteresada para con los
demás, y en especial para lo que viene después de ellos. No podría decirse que una forma de
gobierno seria racional si exigiera como condición que estos principios eminentes de acción
fueran los móviles maestros guías de la conducta común de los seres humanos. Los ciudadanos
de cualquier comunidad que este los suficientemente madura para obtener el gobierno
representativo, cuentan con cierto grado de conciencia y de espíritu cívico desinteresado.

Uno de los peligros más grandes de la democracia, y de otras formas de gobierno, consiste en
el interés siniestro de los que poseen el poder, en el peligro de la legislación de clases y en la
existencia de un gobierno que persiga el beneficio inmediato de la clase dominante, a costa del
perjuicio perdurable de la colectividad. Uno de los problemas más importante consiste en la
manera de proporcionar una protección eficaz contra este daño.

Si a cualquier número de personas que tengan el mismo interés siniestro, lo consideramos


clase, el objetivo conveniente será que ninguna clase pueda ser capaz de ejercer una influencia
preponderante en el gobierno.

La razón por la que, en cualquier sociedad constituida con tolerancia, la justicia y el interés
general consiguen sus objetivos es que los intereses separaos y egoístas casi siempre se
dividen; algunas personas se interesan por lo que es nocivo, pero otras por lo correcto, y
aquellos que son gobernados, después de pasar por numerosas discusiones e inquietudes, se
fortalecen al grao de hacer pesar la balanza en favor de los intereses privados que estén a su
lado. El sistema representativo debería constituirse de manera que pueda mantener esa
situación; no debe permitir que ninguno de los diversos intereses sectarios sea tan poderoso
como para ser capaz de prevalecer sobre la verdad y justicia, y los otros intereses sectarios
combinados. Debe reservarse siempre tal equilibrio entre los intereses personales como para
que el éxito de cualquiera de ellos dependa de su capacidad para representar el criterio de
aquellos que actúan impulsados por móviles más elevados y puntos de vista más distantes y
comprensivos.

Capítulo 7: De la democracia verdadera y de la falsa; representación de la totalidad, y


representación de la mayoría solamente

Los peligros inherentes a una democracia representativa son de dos tipos:

1. Bajo nivel de inteligencia en el cuerpo representativo y de la opinión popular que lo


controla
2. Legislación de clase por parte de la mayoría numérica, compuesta por miembros de
una misma clase

La manera más común de intentar organizar una democracia, si interferir en los beneficios
característicos para que se supriman esos dos males, es limitar el carácter democrático de la
representación por medio de un sufragio más o menos restringido; hay una consideración
previa. Dos ideas muy diferentes se confunden bajo el nombre de democracia. La idea pura,
gobierno de todo el pueblo por el pueblo entero, representado equitativamente; o la
democracia como gobierno del pueblo entero por una simple mayoría del pueblo,
representado parcialmente. La primera es sinónima de la igualdad de todos los ciudadanos; la
segunda, es un gobierno de privilegio en favor de la mayoría numérica, que representa la única
voz en el Estado. Esta es la consecuencia inevitable de la manera en que la votación se lleva a
cabo en la actualidad, privando a las minorías de sus derechos civiles.

El hecho de que la minoría debe rendirse a la mayoría es una idea familiar; los hombres creen
que no tienen necesidad de esforzar más su pensamiento, y no se les ocurre que puede haber
algún término medio. En un cuerpo representativo que delibere realmente, la minoría deberá
ser dominada, y en cualquier democracia equitativa la mayoría del pueblo, a través de sus
representantes, ganara en número de votos y prevalecerá sobre la minoría y sus
representantes. En una democracia equitativa, todas las secciones deben estar representadas
proporcionalmente. Una mayoría de electores deberá contar con la mayoría de los
representantes y una minoría de electores deberá tener una minoría de representantes.

Una democracia donde la minoría sufra de injusticia o violaciones de principios, ni siquiera


llega a alcanzar su objetivo pretendido: el de conferir los poderes de gobierno a una mayoría
numérica. Al contrario, concede esas facultades a una mayoría de la mayoría, que puede ser
apenas una minoría del total. Si democracia significa poder de la mayoría, no existe otra
manera de comprobar ese significado que la de dar a cada entidad individual un valor igual en
el total. Cualquier minoría a la que se descarte le da el poder a una minoría que ocupe
cualquiera otra parte de la escala.

La única contestación posible es que, ya que diferentes opiniones predominan en diversas


localidades, la opinión en minoría en algunos lugares obtiene mayoría en otros, y en conjunto,
cada opinión que existe en los distritos electorales obtiene su participación justa de voces en la
representación. Pero dejaría de ser verdadero, si los actuales distritos electorales se ampliaran
grandemente, y menos si se hicieran coextensivos a la población entera, ya que, en ese caso, la
mayoría de toda localidad estaría constituía por trabajadores manuales. Los distritos
electorales a los que pertenecen casi todas las personas de mayor educación y espíritu cívico
del país están actualmente sin representación o mal representados. Los electores que
pertenecen, dentro de la política de un partido, a una facción diferente de la mayoría local,
están sin representación. De aquellos que pertenecen a la misma facción, gran proporción está
mal representada. La necesidad de mantener unido el partido induce a todos a votar por la
primera persona que se presente llevando sus colores, o por el que hayan postulado los líderes
locales; y estos, están obligados, para asegurarse de que reunirán toda su fuerza, a postular un
candidato a quien nadie del partido se oponga.

No es sorprendente el hecho de que, conociendo estos males, muchos los consideren como el
precio necesario que hay que pagar para gozar de un gobierno libre. Ignorar a la minoría no
constituye una consecuencia natural o necesaria de la libertad; además de no tener ninguna
relación con la democracia, se opone al principio básico de esta: la representación en
proporción con el número. Una parte esencial de la democracia estriba en que las minorías
deben estar representadas en forma adecuada y ninguna democracia verdadera se puede
constituir sin ella.

La unida de representación se determina por medio del proceso ordinario de averiguar


promedios; el número de votantes se divide entre el número de escaños de la Cámara, y todo
candidato que obtiene esa cuota, tiene derecho a ser representante. Los votos se otorgan
localmente; pero el elector tiene la libertad de votar por un candidato de cualquier parte del
país. Por esto, los electores que no desean ser representados por un candidato local, pueden
votar por el que más les guste de toda la nación. Esto haría efectivos los derechos de la
minoría.

Con el fin de determinar cuáles de los votos deben utilizarse para nombrar al representante y
cuales para beneficio de los que siguen en la lista del votante se han propuesto varios
métodos. El plan de Hare se encuentra entre los progresos más grandes en teoría y en la
práctica de gobierno. En primer lugar, asegura la representación de cada división del cuerpo
electoral de cada minoría que haya en toda la nación, formada por un número suficiente de
miembros para que, apoyándose en principios de la justicia total, tenga derecho a un
representante. Segundo, a ningún elector lo representara alguien que no haya sido elegido por
el mismo. La unión entre el elector y el representante seria de una fuerza y de un valor, que en
la actualidad o experimentamos. Cada uno de los electores se identificaría personalmente con
su representante, y este con ellos. De las distintas maneras en que es posible constituir una
representación nacional esta proporciona la mejor seguridad para obtener los requisitos
intelectuales deseables en los representantes.

La tendencia natural del gobierno representativo de la civilización moderna se inclina hacia la


mediocridad colectiva; esto aumenta con todas las reducciones y extensiones del derecho
político, y tiene como efecto depositar el poder principal en manos de las clases que están muy
por debajo del nivel más elevado de instrucción de la comunidad. El sistema de representación
de Hare permite que la minoría de mentalidades instruidas existentes en los distritos
electorales se reunirán para elegir un numero de los hombres más competentes que tuviera el
país. Este tipo de personas se sentirá inclinada a escoger tales hombres.

La gran dificultad que encara el gobierno democrático consiste en como establecer en el seno
de una sociedad democrática las circunstancias que se han presentado en todas las sociedades
que se han mantenido a la cabeza de otras, o sea, un fundamento social a la resistencia
individual que se manifieste en contra de las tendencias del régimen gobernante; una
protección, un punto de reunión para las opiniones e intereses que disgustan a la opinión
publica prevalente. Por carecer de tal punto de apoyo, las sociedades se disuelven o se
estancan por el predominio único de solo una parte de las condiciones de bienestar social y
mental.

El sistema de representación personal es apto para suplir esta gran necesidad de la manera
más perfecta. La única parte donde se puede buscar un suplemento o correctivo para los
instintos de la mayoría democrática es en la minora instruida; en la manera en que se
constituye la democracia, esta minoría queda sin representación; el sistema de Hare se la
proporciona. Los representantes electos para el parlamento por la totalidad de las minorías
depararían esa representación de la manera más perfecta.

El plan de Hare provoco diversas críticas. Principalmente, choca con un prejuicio ciego, y con
argumentos a los que solo este les atribuye algún valor. A medida que el prejuicio se debilita,
los argumentos que emplea por un tiempo cobran fuerza, pero de allí en adelante, al ser mejor
entendidas las inconveniencias inevitables del plan, y las circunstancias que militan en su
contra, el plan sale a la luz por y con sus propios méritos. De esas objeciones, la más grave es la
supuesta imposibilidad de resguardarse contra el fraude o la sospecha de fraude.

La verdadera dificultad del sistema es que los votantes independientes, que quisieran votar
por personas de mérito que no contaban con apoyo alguno, optarían por escribir los nombres
de unas cuatas de esas personas, y llenar el resto de la lista con simples candidatos del partido,
aumentando las probabilidades en contra del candidato que quisieran que los represente.

Con el sistema de Hare es imposible que los intereses parciales asuman el mando del tribunal,
aunque si les asegura contar con defensores.

Capitulo XI: De la duración de los parlamentos

¿Después de que termino deben tener derecho a la reelección los miembros del Parlamento?
Un miembro no debería estar en posesión de su cargo el tiempo suficiente como para que se
olvide de su responsabilidad, tome sus deberes con excesiva calma, cumpla con ellos desde el
punto de vista de su propia ventaja personal, o descuide esas entrevistas libres y publicas con
sus electores. Su cargo debe durar lo suficiente como para que permite que se le juzgue por su
línea de conducta. Es importante que el que tenga la mayor libertad de opinión individual y de
albedrio que sea compatible con el control popular que es esencial para el gobierno libre; y
para esto, es necesario que el control se ejerza después de que se le concede al miembro
suficiente tiempo para que demuestre todas las cualidades que posee, y para que compruebe
que hay otra manera por la cual puede ser un representante deseable y fidedigno, ante los
ojos de sus electores.

Es imposible fijar, por medio de una regla universal, el límite entre estos principios. Cuando el
poder democrático de los representantes es débil o demasiado pasivo, cuando, al alejarse de
sus electores, entra en un ambiente aristocrático, tienden a amortiguar sentimientos
democráticos y hacerlo olvidar los deseos y volverse indiferente a los intereses de quienes lo
eligieron, la obligación de retornar con frecuencia a ellos para renovar su comisión es
indispensable para que su disposición y su carácter se conserven al nivel adecuado. Un periodo
de tres años, en tales circunstancias, es inadmisible. Por el contrario, cuando la democracia es
el poder predominante, y tiende a aumentar, requiriendo que se modere su ejercicio, cuando
la publicidad ilimitada y una prensa proporcione al representante la seguridad de que cada
acto suyo será conocido inmediatamente, y discutido y juzgado por sus electores, mientras que
a influencia de las opiniones de sus electores y las demás influencias democráticas se
mantengan constantemente vivas y activas en su propia mente, un periodo de menos de cinco
años apenas seria suficiente para evitar una subordinación tímida. Si el termino es corto o
largo, durante el ultimo año de los miembros, están en la posesión en la que siempre estarían
si los Parlamentos fuesen anuales; o sea, que, si el termino fuera muy corto, habría Parlamento
anuales durante una gran producción del tiempo. El periodo de siete años apenas si merece
alterarse para obtener el beneficio probable que pudiera producir.

Parece lo natural que cada miembro individual desocupe su escaño al expirar ese termino y
que no se efectué una renovación general de toda la cámara; pero está condenado por
razones mucho mas fuertes que las que pueden exponerse en su apoyo. Una es que no habría
un medio de librarse con prontitud de una mayoría que hubiera seguido un curso ofensivo
para la nación.

Capitulo XII: De una segunda cámara

Si hay dos cámaras, pueden ser de composición semejante o desigual. En el primer caso,
ambas obedecerán las mismas influencias, y cualquier punto que tenga una mayoría en una
será probable que también la tenga en la otra. La necesidad de obtener el consentimiento de
ambas para la aprobación de cualquier medida puede ser a veces un obstáculo para progresar
porque, si se supone que ambas sean representativas e iguales en su composición, una
proporción que exceda por un pequeño margen puede impedir la aprobación de un proyecto
de ley, mientras que, si existe una sola cámara, el proyecto se aprueba con una mayoría
simple. No sucederá muy seguido que dos Cámaras compuestas de manera semejante, una se
forme casi con unanimidad y la otra se divida casi en la misma forma; si la mayoría de una
rechaza una medida, hay una gran minoría en la otra desfavorable a la medida.

La peor consecuencia seria demorar la aprobación de una medida o dar lugar a un nuevo
llamado a los electores para determinar si la pequeña mayoría del parlamento correspondía a
una igual en el país.
La consideración mas a favor de las dos Cámaras es el efecto maligno que produce sobre la
mente del poseedor de poder, la idea de que no tienen que consultar nada con nadie, una
mayoría de una sola asamblea, compuesta por las misas personas, se vuelve despóticas y
arrogantes, si se le libera de la necesidad de considerar si todos sus actos los aprobará otra
autoridad constitutiva. Uno de los requisitos fundamentales es la conciliación entre una buena
voluntad para conceder algo a los oponentes y para determinar buenas medidas con el fin de
ofender lo menos posible a personas de opinión diferente.

Las cámaras pueden tener por objeto refrenarse mutuamente, pero su eficacia a este respecto
depende del apoyo social que pueda conquistar en la comunidad. Una asamblea que no
descansa sobre un gran poder es ineficaz contra otra. Cuando la fuerza de una parte es débil,
la manera de darles efecto. Solo puede actuar con ventaja si toma una posición donde este
entre la espada y la piedra.

La posibilidad de contar con una verdadera restricción a la mayoría predominante depende de


la distribución de la fuerza en la rama más popular del cuerpo gobernante.

Otra forma posible de formar una segunda Cámara consiste en que la eligiera la primera, y que
no se consideraría la influencia popular. Por la improbable que termina de hacer.

La mejor constitución de una segunda Cámara es la que incluye el mayor número de


elementos representativos de los intereses de clase y prejuicios de la mayoría, pero que no
contengan nada ofensivo a los sentimientos de democracia. Sin embargo, el recurso principal
para moderar el predominio de la mayoría no debe ser una segunda cámara. El carácter de un
gobierno representativo se establece con la constitución de la Cámara popular.

Capitulo XIV: Del ejecutivo en un gobierno representativo

La clasificación de los funcionarios debe corresponder a la de los asuntos, y no debe haber


varios departamentos que vigilen las diferentes partes del mismo conjunto natural. El conjunto
de los medios que se suministren para lograr un fin deben estar bajo el mismo control y
responsabilidad si se dividen entre autoridades independientes, los medios para cada una de
esas autoridades se convierten en fines y nadie se reocupa de lograr el objetivo verdadero.
Cada función ejecutiva debe constituir la labor concreta de un individuo determinado. Todo el
mundo debe saber quien lleva a cabo ciertas cosas. Cuando nadie sabe quien es el
responsable, la responsabilidad es nula. Hay dos modos de compartir la responsabilidad, uno
es cuando se requiere la concurrencia de mas de un funcionario para el mismo acto (se
debilita); acá cada uno tiene una verdadera responsabilidad y, si se comete un error, ninguno
puede decir que él no lo hizo. La situación empeora cuando el acto mismo es solo el de una
mayoría, una junta que delibera a puerta cerrada. La responsabilidad s de las juntas; lo que la
junta efectúa no es el acto de nadie y nadie se le puede hacer responsable. Se destruye la
responsabilidad.

El conjunto de consejeros ofrece cierto grado de sabiduría, mientras que solo un hombre rara
vez juzga de manera correcta sobre sus propios intereses o los del pueblo, cuando hace uso
habitual de sus conocimientos. Es fácil otorgar la fuerza efectiva y completa responsabilidad a
un solo hombre, si se le proporcionan consejeros que se hagan responsables solo de sus
propias opiniones.

El jefe de una oficina del gobierno ejecutivo es un político, pero su capacidad general y os
conocimientos que debe poseer de los intereses generales del país, no van acompañados de
un conocimiento adecuado sobre el departamento que debe presidir. Deberán
proporcionárseles consejeros profesionales.

Los consejos deben ser consultivos; los consejeros deben ser colocados en condiciones en que
les sea imposible no expresar una opinión e imposible para un hombre poderoso y obstinado
no escuchar y considerar sus recomendaciones, ya sea las apruebe o no. Los miembros del
consejo solo tienen la responsabilidad de consejeros.

Este modo de dirigir la clase mas elevada de los asuntos administrativos es uno de los ejemplos
más venturosos de la adaptación de los medios a los fines; es una de las adquisiciones con las
que se ha enriquecido el arte de la política.

Uno de los principios mas importantes de un buen gobierno de una constitución popular
consiste en que ningún funcionario ejecutivo debe ser electo por sufragio popular. Los asuntos
del gobierno constituyen un empleo de habilidad, cuyo desempeño requiere cualidades que
son de la clase especial y profesional, que solo puede ser juzgada por las personas que tienen
en si mismas parte de esas cualidades. No afirmare que en todos los tiempos y lugares
conviene mas que la jefatura del ejecutivo dependiera de manera tan completa de los votos de
una asamblea representativa. Si se considera que es mejor evitar eso, el jefe de ejecutivo,
aunque hubiese sido nombrado por el parlamento, podría conservar su puesto por un periodo
fijo, independientemente de la votación parlamentaria. Otra manera de proporcionar al jefe
de la administración tanta independencia de la legislatura: si tuviera el poder de disolver la
cámara y apelar al pueblo, nunca dependería de un voto de parlamento. No debe haber
ninguna posibilidad de un estancamiento en la política, que sobrevendría debido a una disputa
entre un presidente y una asamblea.

De todos los funcionarios el gobierno, a los judiciales s a quien mas se objeta el que su
nombramiento sea concedido por medio del sufragio popular. Respecto a este cuerpo, es
inadmisible que se les destituya y se les prive de todo el beneficio de su actuación previa,
excepto porque se les compruebe de n modo positivo que procede de manera incorrecta.

Todas estas consideraciones dieron lugar a sistema de someter a todos los candidatos a
designaciones primarias, a un examen público, dirigido por personas ajenas a la política. Es
necesario que los exámenes entrañen una competencia y que los puestos se concedan a los
mas aventajados.

SOBRE LA LIBERTAD – MILL

El objetivo de este ensayo no es el libre albedrío, sino la libertad social o civil, o sea, la
naturaleza y limites el poder que puede ser ejercido legítimamente por la sociedad sobre el
individuo.

Antiguamente, el gobierno estaba ejercido por un hombre, una tribu o una casta, que hacía
emanar su autoridad del derecho de conquista o sucesión. El poder de los gobernantes era
considerado como algo necesario pero peligroso, como un arma que los gobernantes tratarían
de emplear contra sus súbditos y enemigos exteriores. Los patriotas tendían a señalar limites
al poder de los gobernantes, a esto se reducía lo que ellos entendían por libertad. Y lo
conseguían de dos maneras: del reconocimiento de ciertas inmunidades llamadas libertades o
derechos políticos, donde su infracción por parte del gobernante suponía un quebrantamiento
del deber y el riesgo a suscitar una resistencia o rebelión general; y establecer frenos
constitucionales mediante los cuales el consentimiento de la comunidad o de los
representantes de sus intereses, llegaba a ser condición necesaria para los actos mas
importantes del poder ejecutivo.

Llego un momento donde los hombres cesaron de considerar una necesidad de la Naturaleza
que sus gobernantes fuesen un poder independiente con intereses opuestos a los suyos. Les
pareció mejor que los magistrados del estado fuesen defensores o delegados suyos,
revocables a voluntad. Así, se podía tener la seguridad completa de que no se abusaría jamás
de los poderes del gobierno. Esta necesidad de tener gobernantes electivos y temporales se
convirtió en el objeto del partido popular, donde existía tal partido. Y se abandonaron los
esfuerzos para limitar el poder de los gobernantes. Lo que hacia falta ahora era que lo
gobernantes se identificasen con el pueblo, que su interés y voluntad fuesen el interés y la
voluntad de la nación. Mientras que los gobernantes fuesen responsables de un modo eficaz y
fácilmente revocables a la voluntad de la nación, estaría permitido confiarles un poder, para
que ella misma pueda dictar el uso que se debería hacer. Tal poder sería el propio poder de la
nación, concentrado y bajo una forma cómoda de ejecución.

Cuando la República democrática vino a ocupar la mayor parte de la superficie terrestre, y el


gobierno electivo y responsable se convirtió en el objeto de observaciones y críticas. La
voluntad del pueblo significa la voluntad de la porción mas numerosa y activa del pueblo, de la
mayoría. Por esto, el pueblo puede desear oprimir a una parte de si mismo, y contra el son tan
útiles las precauciones como contra cualquier otro abuso de poder. Por esto es importante
conseguir una limitación de poder el gobierno sobre los individuos, incluso cuando los
gobernantes son responsables. La tiranía de la mayoría es uno de esos males contra los que la
sociedad debe mantenerse en guardia.

Cuando la sociedad es el tirano, sobre los individuos aislados que la componen, uno de sus
medios de tiranizar puede ser el de ejecutar sus propios decretos; y si estos fueran
imperfectos, entonces ejerce una tiranía social. No basta, entonces, con una protección contra
la tiranía del magistrado. Como la sociedad tiende a imponer como reglas de conducta sus
ideas y costumbres, como trata de impedir el desarrollo y formación de individualidades
diferentes, y como trata de modela los caracteres con el troquel del suyo, se hace necesario
otorgar al individuo una protección adecuada contra esa excesiva influencia. Existe un límite
para la acción legal de la opinión colectiva sobre la independencia individual: encontrar este
limite y defenderlo es indispensable para la buena marcha de las cosas humanas como para la
protección contra el despotismo político.

Donde colocar este limite y como hacer el compromiso entre la independencia individual y el
control socia, es tema por el cual casi todo está por hacer. Todo lo que da valor a nuestra
existencia depende de la presión de las restricciones impuestas a las acciones de nuestros
semejantes, ya que algunas reglas de conducta se imponen por la ley y por la opinión. El
problema principal es saber cuáles van a ser esas reglas. Las establecidas son tenidas por
evidentes y justificables en si mismas. Esto es un ejemplo de la influencia de la costumbre.

La costumbre impide las dudas que puedan surgir sobre el propósito e las reglas que la
humanidad impone. En las opiniones sobre la ordenación de la conducta humana nos guía el
principio practico de que los demás deben obrar como uno obra; pero una opinión sobre
materia de conducta que no este avalada por razones, nunca podrá ser considerada mas que
como una preferencia personal. Para el hombre medio, su preferencia personal es una razón
perfectamente satisfactoria y la única de donde procede todas sus nociones de moralidad, de
gustos y conveniencias.
Las opiniones humanas sobre lo laudable y recusable se hallan afectadas por las diversas
causas que influyen sobre sus deseos en relación con la conducta de los demás. Lo más común
es que al hombre le guie su propio interés, legitimo o ilegitimo. Donde exista una clase
dominante, la moral publica derivara de los intereses de esa clase, como de sus sentimientos
de superioridad.

Los intereses evidentes y generales de la sociedad han desempeñado un papel importante en


la dirección de los sentimientos morales. Todas las inclinaciones y aversiones de la sociedad, o
de una porción poderosa, son la causa principal que ha determinado, en la práctica, las reglas
impuestas a la observancia general con la sanción de la ley o de la opinión.

La mayoría de los hombres no han aprendido a considerar el poder del gobierno como el suyo
propio, y las opiniones del mismo como sus opiniones. Cuando lo haga, la libertad individual
quedará tan expuesta a ser invadida por el gobierno como lo está la opinión publica. Por el
momento, existe una gran potencia de sentimientos dispuesta a sublevarse contra todo
intento de la ley para controlar a los individuos. El objeto de este ensayo es el de proclama un
principio encaminado a regir la conducta de la sociedad en relación con el individuo, en todo
aquello que sea obligación o control, bien se aplique la fuerza física (penas legales) o la
coacción moral de la opinión publica. Tal principio es: el único objeto, que autoriza a los
hombres a tumbar la libertad de acción de cualquiera de sus semejantes, es la propia defensa;
la única razón legitima para usar la fuerza contra un mimbro de una comunidad civilizada es la
de impedirle perjudicar a otros; pero el bien de este individuo, físico o moral, no es razón
suficiente.

Ningún hombre puede ser obligado a actuar o abstenerse de hacerlo, porque de eso haya de
derivarse un bien para él, porque ello la ha de hacer mas dichoso o mas prudente o justo. Estas
son buenas razones para discutir, no para obligarle o causarle daño. Para que esta coacción
fuese justificable, seria necesario que esta conducta del hombre tuviese por objeto el perjuicio
de otro.

El despotismo es un modo legitimo de gobierno, cuando los gobernados están todavía por
civilizar, siempre que el fin propuesto sea su progreso y que los medios se justifiquen al
atender ese fin. La libertad, como aplicación, no tiene aplicación a ningún estado de cosas
anterior al momento en que la especie humana se hizo capaz de mejor sus propias
condiciones, por medio de una libre y equitativa discusión.

Hay una esfera de acción en la que la sociedad no tiene más que un interés indirecto. Es esa
porción de la conducta y de la vida de una persona que no afecta mas que a esa persona.
Comprende el dominio interno de la conciencia, exigiendo la libertad de conciencia en el
sentido mas amplio de la palabra, la libertad de pensar y de sentir, de opiniones y de
sentimientos, sobre cualquier asunto practico, especulativo, científico, moral o teológico. En
segundo lugar, el principio de la libertad humana requiere la liberad de gustos y de
inclinaciones, de organizar nuestra vida, de hacer lo que nos plazca, sujetos a las
consecuencias de nuestros actos, sin que nuestros semejantes nos lo impidan, en tanto que no
les perjudiquemos. Tercero, de esta libertad de cada individuo resulta la liberta de asociación
entre los individuos, de unirse para la consecución de un fin, inofensivo para los demás, con tal
de que las personas no se encuentren coaccionadas ni engañadas.

No se puede llamar libre a una sociedad si estas libertades no son respetadas; y ninguna será
completamente libre, si estas libertades no existen en ella de una manera absoluta y sin
reserva.
Capítulo 2: De la libertad de pensamiento y de discusión

Lo particularmente malo en imponer silencio a la expresión de opiniones es que supone un


robo a la especie humana, a la posteridad y a la generación presente, a los que se apartan de
esta opinión y a los que la sustentan, y quizá más. Si esta opinión es justa, se les priva de la
oportunidad de dejar el error por la verdad; si es falsa, pierden un beneficio, una percepción
mas clara y una impresión mas viva de la verdad. Jamás podremos estas seguros de que la
opinión que intentamos ahogar sea falsa, y estándolo, el ahogarla no dejaría de ser un mal. La
opinión que se intenta suprimir por la autoridad puede ser verdadera; los que desean
suprimirla niegan lo que hay de verdad en ella. No tienen autoridad para decidir la cuestión
por todo el genero humano, e impedir a otros el derecho de juzgar.

El deber de los gobiernos y de los individuos es el de formar aquellos modos de pensar que
mas se ajusten a la verdad, construirlos cuidadosamente, y no imponerlos al resto de la
comunidad sin estar completamente seguros de tener razón para ello. Pero cuando se esta
seguro de ello, ya no seria conciencia, sino haraganería, el no obrar de acuerdo con aquel de lo
que se esta seguro, dejando que se propague doctrinas peligrosas para la humanidad. Pero los
gobiernos y naciones han cometido errores en asuntos que se consideran adecuados para la
intervención de la autoridad pública; por esto, los hombres y gobiernos deben obrar lo mejor
que puedan.

Existe una gran diferencia entre presumir que una opinión es verdadera y afirmar la verdad de
ella a fin de no permitir que se la refute. La liberad de contradecir y desaprobar nuestra
opinión es la única condición que nos permite admitir lo que tenga de verdad en relación a
fines prácticos. La mayoría de los hombres de cada generación pasada han sostenido multitud
de opiniones que hoy son consideradas falsas, pero el hombre es capaz de rectificar sus
errores por la discusión y por la experiencia.

¿Cómo ha actuado el hombre cuyo juicio merece realmente confianza? Ha tenido en cuenta
todas las críticas a sus opiniones y a su conducta, y tuvo por costumbre escuchar todo aquello
que se pudiera decir contra él, para aprovecharse de ella en tanto fuera justo; y ha expuesto a
los demás y a si mismo la ocasión de comprobar si lo afirmado no sería mas que un sofisma; ha
comprobado que la única forma de que un ser humano pueda conocer a fondo un asunto
cualquiera es la de escuchar lo que puedan decir todas las personas de todas las opiniones, y
estudiar las maneras posibles de tratarlo. La costumbre habitual de corregir y completar ideas,
comparándolas con oras, es el único fundamento estable de una justa confianza en todo
aquello que se desee conocer a fondo. Esta persona tiene derecho a pensar que su juicio vale
mas que el de otra persona.

Nuestra intolerancia induce a los hombres a ocultar sus opiniones o abstenerse de cualquier
esfuerzo activo por propagarlas; se mantiene las opiniones preponderantes en una calma
aparente, sin la molestia de tener que reducir a nadie a la enmienda o calabozo, en tanto que
no impide el uso de la razón a los disidentes en su forma de pensar. Así, el precio de esta
pacificación es el sacrificio de todo coraje moral del espíritu humano. Este estado de cosas
supone que es prudente guardar los verdaderos motivos y los principios generales de sus
convicciones y que es prudente esforzarse por adaptar su manera de pensar a premisas que
ellos rechazan interiormente. Y esta es la clase de hombre que se puede esperar bajo este
régimen: esclavos o servidores circunspectos de la verdad, cuyos argumentos sobre las
grandes cuestiones estarán condicionados a las características de su auditorio. Los hombres
que evitan esta alternativa procuran limitar su pensamiento e interés a aquello de que se
puede hablar sin aventurarse en la región de los principios.

La segunda parte del argumento consiste admitir que las opiniones recibidas son verdaderas y
examinemos el valor que puede tener el profesarlas, suponiendo que no se ataque libre y
abiertamente su verdad.

Una opinión a la que estemos fuertemente ligados, por verdadera que sea, nunca será una
verdad viva, sino un dogma muerto, sino lo podemos discutir de modo audaz, pleno y
frecuente.

En todo tema en que la diferencia de opinión es posible, la verdad depende de un equilibrio


entre dos sistemas de razones contradictorias. Es necesario demostrar por que la otra teoría
no puede ser verdadera. Pero si pensamos en asuntos infinitamente mas complicaos (morales,
religiosos, políticos, relaciones sociales de la vida misma) las tres cuartas partes de los
argumentos expuestos en favor de cada opinión consiste en destruir las apariencias que
favorecen la opinión contraria.

La conclusión de un hombre puede ser verdadera, pero también falsa sin que ellos lo
adviertan. No se ponen en la posición mental de los que piensan de otra manera, ni ponen en
consideración lo que esas personas tienen que decir; en consecuencia, no conocen la doctrina
que profesan. No reconocen las partes de la doctrina que explican y justifican el resto, ni las
consideraciones que muestran que dos hechos, contradictorios, son reconciliables, o que dos
razones que parecen buenas una debe ser preferida a la otra. Solo la conocen aquellos que han
escuchado los dos razonamientos con imparcialidad y que han tratado de ver con la máxima
claridad las razones de ambos.

Si la ausencia de libre discusión no causara otro mal que el de dejar a los hombres en la
ignorancia de los fundamentos de estas opiniones, se la podría considera como un mal no
precisamente moral, sino intelectual, que no afecta el valor de las opiniones. La ausencia de la
discusión hace olvidar los fundamentos y el sentido mismo de la opinión. Las palabras que a
expresan cesan de sugerir ideas o no sugieren mas que una pequeña porción de las que
originariamente comunicaban.

A medida que la humanidad progresa, el número de las doctrinas que no son objeto de
discusión ni de duda aumenta constantemente. El cese de toda controversia seria es uno de
los incidentes necesarios de a consolidación de la opinión; consolidación tan saludable si la
opinión es verdadera, como peligrosa y nociva cuando las opiniones son erróneas.

Todavía queda una de las principales causas que hacen ventajosa la diversidad de opiniones.
Hasta ahora examinamos solo dos:

1. La opinión recibía de los mayores puede ser falsa y, como consecuencia, otra opinión
puede ser verdadera
2. Siendo la opinión recibida verdadera, la lucha entre ella y el error opuesto es
indispensable para una concepción clara y un profundo sentimiento de su verdad

Puede ser que las doctrinas que se contradicen compartan ambas la verdad; entonces, la
opinión disidente es necesaria para completar el resto de la verdad.

Es una cuestión de combinación y de conciliación de los extremos, pero muy pocos hombres
gozan del suficiente talento e imparcialidad para hacer este acomodo de una manera mas o
menos correcta. Si una opinión tiene mas derecho que otra a ser tolerada, defendida y
sostenida, es aquella que se muestra como la más débil, la que representa los intereses
abandonados, el lado del bienestar humano que esta en peligro de obtener aun menos de lo
que le corresponde. En el estado actual del espíritu humano no puede llegarse a la posesión de
la verdad completa más que a través de la diversidad de opiniones.

Hemos reconocido la necesidad, para el bienestar intelectual del cual depende cualquier otro
bienestar, de la libertad de opinión y de expresar las opiniones por cuatro motivos:

1. Aunque sea reducida al silencio, puede ser verdadera


2. Cuando fuese un error, puede contener una porción de verdad; y no hay otra
oportunidad de conocerla por completo mas que por medio de la colisión de opiniones
diversas
3. Si la opinión recibía de otras generaciones contuviera la verdad y toda la verdad, si no
puede ser discutida se la profesará como una especie de prejuicio, sin comprender o
sentir sus fundamentos racionales
4. El sentido mismo de la doctrina estará en peligro de perderse o debilitarse o de ser
privado de su efecto vital sobre el carácter y la conducta, ya que el dogma llegará a ser
una simple formula, ineficaz para el bien, que llenará de obstáculos el terreno e
impedirá el nacimiento de toda convicción verdadera.

Capitulo 3: De la individualidad como uno de los elementos del bienestar

Nadie pretende que las acciones deban ser tan libres como las opiniones; al contrario, las
opiniones pierden su inmunidad cuando se las expresa en circunstancias tales que resulta una
positiva instigación a cualquier acto inconveniente. Aquellas acciones que, sin causa
justificada, perjudiquen a alguien, pueden y deben ser controladas por sentimientos de
desaprobación y, si fuese necesario, por una activa intervención de los hombres. Así, la
libertad del individuo queda limitada por la condición de no perjudicar a un semejante.

Es conveniente que haya diferentes maneras de vivir, que se abra campo al desarrollo de la
diversidad de carácter, siempre que no suponga daño a los demás, y que cada uno pueda
hacer la prueba de los diferentes géneros de vida. Es deseable que, en los asuntos que no
conciernen primariamente a los demás, sea afirmada la individualidad.

La mayor dificultad para mantener este principio está en la indiferencia general de las
personas en relación con el fin mismo. Si consideramos que el libre desarrollo de la
individualidad es uno de los principios esenciales del bienestar, como parte necesaria, no
existiría ningún peligro de que la libertad no sea apreciada en su justo valor y no habría que
vencer grandes dificultades en trazar la línea de demarcación entre ella y el control social.
Pero, a la espontaneidad individual no se le suele conceder, por parte de los modos comunes
de pensar, ningún valor intrínseco, ni digna de atención por si misma.

Guillermo de Humboldt estableció que el fin hacia el cual todo ser humano debe tender
incesantemente es la individualidad del poder y del desarrollo. Para esto, se precisan dos
requisitos, la libertad y variedad de situaciones, cuya unión produce el vigor individual y la
diversidad múltiple que se funden en la originalidad.

Hoy en día, la sociedad tiene plena conciencia de la individualidad y el peligro que amenaza a
la naturaleza humana es la falta de impulsos y de preferencias personales. Todos los hombres
viven bajo la mirada de una censura temible, en lo que concierne a otros, y a si mismos, el
individuo no se pregunta “¿Qué prefiero yo?”, sino “¿Qué es lo que conviene a mi situación?
¿Qué hacen generalmente las personas en mi situación?”. Lo que ocurre es que no conciben
gusto por otra cosa que no sea lo acostumbrado. Así, el espíritu humano se curva bajo el peso
del yugo; incluso en las cosas que hacen por puro placer, la conformidad con la costumbre es
su primer pensamiento, su elección recae siempre sobre las cosas que los hombres hacen por
puro placer, la conformidad con la costumbre es su primer pensamiento. Se evita toda
singularidad de gusto, cualquier originalidad de conducta; sus capacidades humanas se
resecan y se agotan, y así quedan los hombres incapacitados para sentir ningún vivo deseo,
ningún placer natural, no poseen ni opiniones ni deseos propios.

Los seres humanos se convierten en noble y hermoso objeto de contemplación, cultivando y


buscando su individualidad dentro de los limites impuestos por los derechos e intereses de los
demás. Cada persona, cuento mas desarrollada su individualidad, mas valiosa se hace a sus
propios ojos y a los ojos de los demás. Alcanza una mayor plenitud de vida y, habiendo mas
vida en la unidad, más habrá en la masa.

La individualidad es la misma cosa que desenvolvimiento y que solamente el cultivo de la


individualidad produce seres humanos bien desarrollados. Además, es necesario probar que
esos seres humanos desarrollados son de alguna utilidad para los no desarrollados; es
necesario mostrar, a quienes no desean la libertad y no querrían servirse de ella, que pueden
llegar a ser recompensados de algún modo apreciable, que podrían aprender algo de aquellos.

Los hombres de genio están y estarán en minoría, pero, para que pueda haberlos, es necesario
conservar el suelo en que han de desarrollarse, o sea, una atmosfera de libertad. Los hombres
de genio son, mas individuales que los que no lo son; menos capaces de adaptarse a cualquiera
de los moldes poco numerosos que la sociedad prepara para evitar a sus miembros el trabajo
de formarse su propio carácter.

La tendencia general hoy en día es hacer de la mediocridad la potencia dominante entre los
humanos. Hoy los individuos se hallan perdidos entre la muchedumbre. Resulta una trivialidad
decir que la opinión publica domina el mundo; el único poder que merece este nombre es el
de las masas o gobiernos que se hacen órganos de las tendencias e instintos de masa. Esas
opiniones no siempre constituyen la opinión de una misma clase de público, de una masa.

La orientación actual de la opinión publica es de una intolerancia frente a toda demostración


clara de individualidad. Los hombres son moderados en inteligencia y en inclinaciones. Ellos no
cuentan con gustos ni deseos lo suficientemente vivos que les induzcan a hacer algo
desacostumbrado y no pudiendo comprender a quienes se sienten dotados de modo muy
diferente, suelen incluir a estos entre los seres extravagantes.

El despotismo de la costumbre es un obstáculo que se opone al avance humano porque libra


una lucha con la inclinación a aspirar a algo mas que a lo acostumbrado; inclinación que se
llama espíritu de libertad o espíritu de libertad o de progreso o de mejora. El espíritu de
progreso no siempre es de libertad porque puede desear imponer el progreso a quienes no se
sienten ligados a él, y el espíritu de libertad, cuando se resiste a estos esfuerzos, puede aliarse
con los adversarios del progreso; pero la única fuente infalible y permanente del progreso es la
libertad.

El principio progresivo es siempre enemigo del imperio de la costumbre porque implica la


liberación del yugo de esta, y la lucha entre esas dos fuerzas constituye el interés principal en
la historia de la humanidad.
Guillermo de Humboldt menciona dos condiciones necesarias para el desenvolvimiento
humano, puesto que también son necesarias para conseguir que los hombres sean diversos.
Estas son la libertad y la variedad de situaciones.

Capitulo 4: De los limites de la autoridad de la sociedad sobre el individuo

Aunque la sociedad no este fundada sobre un contrato, aquellos que reciben la protección de
la sociedad le deben algo por este beneficio. El hecho de vivir en sociedad impone una cierta
de conducta hacia los demás. Esta consiste, primero, en no perjudicar los intereses de los
demás o intereses que deben ser considerados como derechos; segundo, en tomar cada uno
su parte de los trabajos y los sacrificios necesarios para defender de la sociedad o a sus
miembros de cualquier daño o vejación. La sociedad tiene el derecho absoluto de imponer
estas obligaciones. Los actos de un individuo pueden ser perjudiciales a los demás o no tomar
en consideración su bienestar, sin llegar hasta la violación de sus derechos constituidos. El
culpable puede ser castigado con toda justicia o con la opinión. Pero en los casos en que la
conducta de una persona no afecta mas que a sus propios intereses, o a los de los demás en
cuanto que ellos lo quieren, debería existir libertad completa, legal o social, de ejecutar una
acción y de afrontar las consecuencias.

La interferencia de las sociedades para dirigir los juicios y propósitos de un hombre, que solo a
el importan, tiene que fundarse en presunciones generales: estas pueden ser erróneas o
corren el riesgo de ser aplicadas erradamente. Es esta en la que la zona en la que la
individualidad tiene su adecuado campo de acción. Con respecto a los intereses particulares de
cada persona, la espontaneidad individual tiene derecho a ejercerse libremente.

Capítulo 5: Aplicaciones

Las dos máximas doctrinas de este ensayo son:

1. Individuo no debe dar cuenta de sus actos a la sociedad, si no interfieren con los
intereses de ninguna otra persona más que la suya
2. De los actos perjudiciales a los intereses de los demás, el individuo es responsable y
puede ser sometió a castigos legales o sociales.

No debemos creer que un daño cualquiera o el temor de que se produzca, a los intereses de
los demás, puede siempre justificar la intervención de la sociedad, ya que solo es justificable
en determinados casos.

El motivo para no intervenir en las acciones voluntarias de un individuo estriba en el respeto o


consideración de su libertad. Su elección, por ser voluntaria, prueba que lo que el elige es
deseable. El estado, al respetar la libertad de los individuos para aquellas cosas que solo a ellos
concierne, está obligado a velar con cuidado sobre el uso de cualquier poder que puedan
poseer sobre los demás.

Las objeciones que se pueden hacer a la intervención del gobierno, cuando no implica
infracción o violación de la liberta, pueden ser de tres clases:

1. Existe violación de la libertad cuando lo que va a ser hecho, va a ser hecho mejor por
los individuos que por el gobierno. No hay personas mas capaces de conducir un
asunto o de decidir como y por quien deberá ser conducido, que quienes tienen en ello
un interés personal. Este principio condena la intervención de la legislación o de los
funcionarios del gobierno en operaciones ordinarias de la industria
2. En un gran umero de casos resulta preferible que las cosas las hagan los individuos y
no el gobierno, aun en el supuesto de que fuera más eficaz la intervención del
gobierno en un asunto dado. De ello resultaría una educación intelectual para los
individuos: un robustecimiento de sus facultades activas al ejercitar sus puntos de
vista, que les daría un conocimiento familiar de los asuntos en que han de actuar. Esta
es la principal, pero no única recomendación del juicio por los jurados, de las
instituciones municipales y locales, libres y populares; de la dirección de las
instituciones industriales y filantrópicas. No son estas cuestiones de libertad, sino de
desenvolvimiento. Ellas forman la educación particular del ciudadano, la parte práctica
de la educación.
3. La más poderosa razón para restringir la intervención del gobierno reside en el grave
mal que resulta de aumentar su poderío innecesariamente. Toda función añadida a las
que ya ejerce el gobierno es causa de que se extienda mucho su influencia sobre toda
clase de temores y esperanzas, y transforme la parte activa y ambiciosa el publico en
algo dependiente del gobierno. Cuanto mejor y mas eficaz fuse construido el
mecanismo administrativo, y cuanto mas ingeniosas fuesen las disposiciones para
procurarse las manos y cabezas mas capaces de hacerlo marchar, mayor mal
resultaría.

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