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André Green
Pentti Ikonen
Jean Laplanche
Eero Rechard t
Hanna Segal
Daniel Widlocher
Clifford Yorke
Amorrortu editores
Buenos Aires
Directores de la biblioteca de psicología y psico-
análisis, Jorge Colapinto y David Maldavsky
La pulsíon de mort, André Green y Daniel Wid-
16cher
© Presses Universitaires de France, París, 1986
Primera edición en castellano, 1989; primera
reimpresión, 1991
Traducción, Silvia Bleichmar
ISBN 950-518-508-1
ISBN 2-13-039305-5, París, edición original
Indice general
79 A propósito de la interpretación de la
pulsión de muerte, Eero Rechardt y
Pentti Ikonen
7
Prefacio
Daniel Widlocher
9
ciación Psicoanalítica Internacional, para que es-
tablecieran, más allá de las barreras lingüísticas.
sistemas de comunicación y de trabajo profun-
dizado en común. En este mismo espíritu se con-
vino en reunir periódicamente a psicoanalistas es-
pecializados en un mismo tema de investigación.
con el fin de establecer una confrontación de di-
ferentes corrientes de pensamiento que solían des-
conocerse entre ellas y de difundir esos trabajos
al conjunto de la comunidad psicoanalítica. El
Simposio de Marsella fue la primera concreción
de este proyecto.
La elección del tema era importante. Se trata-
ba de reunir psicoanalistas, fuera alrededor de un
tema de investigación nuevo. fuera alrededor de
un tema clásico pero controvertido. Al elegir el
de la pulsión de muerte. se optó por lo segundo.
Presentado por Freud en 1921. en Más allá del
principio de placer, es ciertamente uno de los con-
ceptos más discutidos de la teoría psicoanalítica.
No es correcto, en efecto. situar los conceptos nue-
vos introducidos por el psicoanálisis en un mis-
mo plano epistemológico. Muchos de ellos respon-
den a una perspectiva esencialmente operatoria
y definen un procedimiento para aislar nuevos da-
tos clínicos de observación. Tal es el caso. por
ejemplo, de los conceptos de sistemas primarios
y secundarios de pensamiento (no ligados y liga-
dos) o de la compulsión de repetición. Otros per-
miten clasificar operaciones de pensamiento y
modalidades de la acción. Tales los de libido y de
agresividad. El concepto de «pulsión de muerte 11
10
acción de los procesos psíquicos. Fundada en la
hipótesis de una tendencia primaria del organis-
mo a la reducción completa de las tensiones. ella
quiere entonces dar razón del dualismo pulsional
fundamental, de la tendencia a la compulsión de
repetición, del origen de la agresividad y de la pri-
macía de la autoagresividad sobre la agresividad
dirigida contra otro. Nada tiene de asombroso que
una perspectiva tan general, especulativa según
la expresión de Freud mismo, más sintética que
analítica en términos de lógica, haya dado lugar
a interpretaciones y a aplicaciones diversas.
A una confrontación de esta índole se dedicó
el Simposio de Marsella. ¿Qué retener de la teo-
ría de la pulsión de muerte habida cuenta de nues-
tra práctica y del modelo de funcionamiento men-
tal necesario para su ejercicio? ¿Se trata verda-
deramente de un concepto necesario? Y sobre
todo, ¿nos ayuda a comprender la naturaleza fun-
damentalmente conflictual del juego pulsional, a
otorgar todo su peso al trabajo de la idea de muer-
te en la actividad psíquica, a explicar los límites
de la acción terapéutica o a dar razón de estruc-
turas psicopatológicas inexplicables con el solo
modelo del conflicto neurótico? He ahí las cues-
tiones que podían plantearse los participantes del
Simposio.
Para responder a ellas, era necesario que se con-
frontaran puntos de vista divergentes que ilustran
sobre las contradicciones que el concepto lleva-
ba en sí desde el origen. La finalidad no consistía
evidentemente en borrar esas contradicciones ni
en dilucidar una visión que permitiera superar-
las o decidir acerca de su justeza respectiva. El
interés residía en su análisis y en la explicación
11
de su origen. Tal es la documentación presenta-
da hoy al lector.
El libro incluye las cuatro ponencias que fue-
ron sometidas a la discusión general siguiendo el
orden de su presentación en el Simposio: las de
J. Laplanche, H. Segal, E. Rechardt y A. Green.
Otros dos documentos se agregaron. En el curso
del Simposio se hizo evidente que un punto de
vista que cuestionaba radicalmente la utilidad
misma del concepto estaba ausente en los cuatro
trabajos. Se incluyó entonces una comunicación
de C. Yorke que expresa esta tendencia. Por otra
parte. en el curso mismo del Simposio, E. Re-
chardt quiso completar su propio trabajo por me-
dio de un documento redactado en colaboración
con P. Ilwnen. Este documento también se publi-
ca aquí. Por último, la recopilación incluye el tex-
to, retrascrito con toda la fidelidad posible, con
el mínimo de correcciones de estilo, de la discu-
sión que se produjo entre los cuatro ponentes. La-
mentablemente no hemos podido publicar el con-
junto de las discusiones que se sucedieron a Ja
presentación de cada una de las ponencias, ni la
que cerró el Simposio. Se encontrarán los textos
de buen número de estas intervenciones en el Bu-
lletin de la Fédération européene de Psychana-
lyse.
Permítaseme, para terminar, recordar que la or-
ganización de este Simposio no habría sido posi-
ble sin la voluntad y el trabajo sostenidos de
Anne-Marie Sandler (presidente de la Fédération
européene de Psychanalyse}, Terrtu de Folch (edi-
tor del BulletinJ, Alain Gibeault (secretario) y Ro-
ger Dorey (presidente de la Association Psycha-
nalytique de France).
12
Quiero también agradecer a los traductores, C.
Monod, S. Brusset y H. Lehembre, que hicieron
posible esta edición francesa de las Actas del Pri-
mer Simposio de la Federación europea de Psi-
coanálisis.
13
La pulsión de muerte en la teoría de
la pulsión sexual
Jean Laplanche
l. Preámbulo
2. Preliminares
15
Freud ni a la función de esta noción dentro del
equilibrio general del pensamiento freudiano;
a la inversa, adherir de manera puramente li-
teral y dogmática a las formulaciones freudianas,
posición absurda e insostenible, aunque sólo fue-
ra en razón de las contradicciones de estas for-
mulaciones y de su evolución.
16
modo como se ve llevado a hacerlo el ser hu-
mano);
crítica, en fin, en el sentido de que se hacen ne-
cesarias opciones. Estas vienen comandadas por
la lectura histórica e interpretativa, que permite
dilucidar exigencias fundamentales, dejando de
lado las racionalizaciones secundarias y la mane-
ra a menudo falseada con que Freud rescribe su
propia historia. ¿Con qué derecho tal o cual for-
mulación de 1915, 1920, 1939 se podrá privile-
giar o, por el contrario, criticar, si no es gracias
a una visión interpretativa que permita dar razón
del progreso, de los estancamientos, de las recu-
rrencias, de las represiones, de las metaforizacio-
nes internas del pensamiento psicoanalítico?
17
ce, deben ser destacadas, con la salvedad de rein-
terpretarlas.
18
2.5. Estas diversas notas, si se las hace 11 traba-
jaru, imponen una interpretación del pensamien-
to freudiano en dos direcciones:
19
3. Teoría general de la pulsión, como pulsión
sexual
20
3.2. La pasividad respecto de la pulsión no im-
plica una concepción biologizante de esta. La no-
ción de «concepto-límite» entre lo biológico y lo psí-
quico es una noción confusa, que recurre al dua-
lismo clásico y discutible de lo «psíquico» y lo
«somático».
Que la pulsión se genere sobre un límite, sobre
la línea de articulación entre lo autoconservativo
y lo sexual, no implica que sea ella misma un ser-
límite.
Que lo biológico, lo autoconservativo, se en-
cuentre, de maneras diversas, representado en el
conflicto pulsional, no implica que la pulsión sea
una fuerza biológica ni implica tampoco «la exi-
gencia de trabajo» ejercida por lo somático sobre
lo psíquico.
Si hay «exigencia de trabajo», la concebimos co-
mo la ejercida por el ello, verdadero «cuerpo ex-
traño interno» (o conjunto de cuerpos extraños in-
ternos). sobre el organismo del yo que «sigue sien-
do ante todo un yo-cuerpo».
(Estas formulaciones implican evidentemente
una reevaluación del destino de lo biológico y de
su metabolización, tanto en el ser humano como
en el pensamiento psicoanalítico.)
21
cerrada sobre sí misma y que debería, no se sabe
cómo, abrirse al mundo y al ser-en-el mundo.
La hipótesis de un ello no-reprimido implica la
posibilidad de huellas psíquicas, hereditarias de
las experiencias arcaicas, perspectiva lamarckia-
na que contrasta extrañamente tanto con el dar-
winismo freudiano como con el triunfo actual del
neo-darwinismo.
En conclusión, es por la acción de la represión
originaria que se constituye el inconciente origi-
nario. El inconciente, una vez constituido por la
represión. es sin duda un ello, deviene sin duda
una naturaleza, una segunda naturaleza que «nos
actúa11.
/~
libido libido
del yo de objeto
22
3.5. Oponemos la autoconservación, presidida
por las grandes funciones que tienden a la ho-
meostasis del organismo, a la sexualidad, para la
cual únicamente vale de manera plena la descrip-
ción propuesta en "Pulsiones y destinos de pul-
sión».
De la autoconservación, indicaremos sólo algu-
nos caracteres:
23
que se ha de concebir no como maniobra sexual
particular por parte del adulto sino como el he-
cho de que el niño inmaduro es confrontado con
mensajes cargados de sentido y de deseo, pero de
los que él no posee la clave («significantes enig-
máticos»). El esfuerzo por ligar el traumatismo
que acompaña a la seducción originaria desem-
boca en la represión de esos primeros significan-
tes o de sus derivados metonímicos. Estos obje-
tos inconcientes o representaciones de cosa incon-
ci~ntes constituyen la fuente de la pulsión (obje-
tos-fuente).
24
maciones, de descubrimientos que no se sitúan
donde se pensaba (a continuación tomamos un
pasaje de El ínconciente y el ello. Problemáticas
IV,* pág. 217). Grafiquemos la evolución de la teo-
ría de las pulsiones como en una historieta o en
un filme:
G) 0 G) G)
1914-1915 1915-1918 1919
sexualidad
(única "pul-
sión" genuina)
sexualidad
no ligada --+ pulsión de
y demoniaca muerte
25
primero del yo, puesto que amamos al otro según
nuestra propia imagen o gracias a un potencial
amoroso que es, primero, el potencial que hace
que nos amemos a nosotros mismos. La sexuali-
dad tiende en ese momento, entonces, a ser ab-
sorbida por este carácter del amor. De ahí el ter-
cer tiempo, el de «giro", con Más allá del principio
de placer; la sexualidad corre el riesgo de ser aca-
parada por entero. se corría el riesgo de verla só-
lo en su aspecto ligado, investido, calmo, quies-
cente; por lo cual surge en 1919 la necesidad de
reafirmar algo que se ha perdido, es decir, la se-
xualidad no-ligada, la sexualidad que podemos lla-
mar «desligada" en el sentido de la pulsión. la se-
xualidad que cambia de objeto, que sólo tiene co-
mo fin correr lo más rápidamente posible hacia
la satisfacción y hacia el apaciguamiento comple-
to de su deseo, es decir, la realización plena de
su deseo por las vías más cortas; en ese momen-
to, entonces, se produce la necesidad de reafir-
mar algo esencial en la sexualidad y que se había
perdido, su aspecto demoníaco gobernado por el
proceso primario y la compulsión de repetición.
A partir de esto, la sexualidad (el contenido que
esta encerraba inicialmente) se encuentra como
desgarrada entre estos dos aspectos que serán fi-
nalmente reagrupados por Freud bajo los térmi-
nos de pulsiones de vida, o Eros, y pulsiones de
muerte. Retomando Eros no la totalidad de la se-
xualidad, sino los aspectos de la sexualidad des-
tinados a conservar al objeto, y también a con-
servar al yo como objeto primario.
26
aparato psíquico merecería largas explicaciones
(cf. Vocabulario del psicoanálisis, artículos: «Prin-
cipio de constancia11; «Principio de placer11; 11Prin-
cipio de Nirvana11; «Principio de inercia11).
Se puede decir esquemáticamente que el prin-
cipio de placer se encuentra desgarrado al comien-
zo entre dos tendencias contradictorias: princi-
pio de inercia o del cero (futuro principio de Nir-
vana) y principio de constancia (que regula la ho-
meostasis del organismo y de su representante,
el yo).
Cuando estos dos aspectos son mejor desintrin-
cados, a partir de Más allá del principio de pla-
cer, se llega sin embargo a formulaciones inver-
sas según que el principio de placer se incline ha-
cia el cero o hacia la constancia.
Cuando «principio de placer" significa reducción
absoluta de tensiones, se dice que está «al servi-
cio de la pulsión de muerte".
Cuando la tendencia al cero absoluto es desig-
nada «principio de Nirvana", el principio de pla-
cer es distinguido de este y confundido con el prin-
cipio de constancia: representa entonces la exi-
gencia de las pulsiones de vida, en su tendencia
a la homeostasis y a la síntesis.
27
ca, desde nuestro punto de vista, opciones incom-
patibles.
Freud, como hemos visto, mantiene hasta el fin,
con argumentos probados, la idea de que la re-
presión se aplica por excelencia a la sexualidad.
La ubicación de la pulsión de muerte en lo más
profundo del ello (cf. A. Green, El discurso vivien-
te) es innegable.
A partir de esto, o bien hay que mantener una
doble ficción biologizante: el ello «abierto" sobre
el cuerpo y la pulsión de muerte como tendencia
biológica a lo inanimado. O bien hay que admitir
que la represión originaria da nacimiento a la pul-
sión de muerte y la sitúa en el núcleo mismo del
ello, como núcleo de la pulsión sexual.
28
¿No se podría pensar que Klein y Freud ven,
o reconstruyen, en el mismo lugar, lo que se pue-
de llamar el ataque interno de la pulsión, o el «odio
del ello» hacia el yo?
29
La deflexión puede ser ella misma seguida por
el movimiento de proyección-introyección. Klein,
sin embargo, parece vacilar, con razón, sobre el
sentido por dar a la auto-destructividad primera.
¿Se trata de una pulsión de muerte sin fantasma.
de una auto-destrucción estanca y ciega, o bien
es ya un ataque por objetos internos? (Cf. Klein,
1948. «Sobre la teoría de la ansiedad y de la cul-
pan, pág. 240: «este temor [a los animales salva-
jes] expresaba su sensación de estar amenazado
por su propia destructividad [tanto como por sus
perseguidores internos]n.)*
Nuestra concepción sería que la pulsión de
muerte estanca y sin representación no es más
que el residuo de una concepción biológica erró-
nea. La pulsión de muerte no puede ser sino el
ataque interno por objetos a la vez estimulantes
y peligrosos para el yo. Pero la constitución de
estos objetos-fuente, atacantes internos, es ella
misma el resultado de un proceso primario de in-
troyección que encuentra su origen en lo que no-
sotros llamamos la situación originaria de seduc-
ción (cf. 3.7.).
30
concebida, de manera genética y constructivista,
sobre la base de una supuesta inmadurez percep-
tiva, como relación de partes del cuerpo con un
cuerpo al fin percibido como totalidad. Lo «par-
cial» es malo porque representa un aspecto cliva-
do, un resto atacante del objeto (incluso si este
es una «persona total11). Lo «total 11 es sintético yapa-
ciguan te, conforme al yo, incluso si se trata de
una parte del cuerpo como el pecho «bueno 11 .
31
de vida tiende a la unión entre ella misma y el
principio de desunión; la pulsión de muerte tien-
de a la desunión. tanto de su unión con la pul-
sión de vida, como de la pulsión de vida misma.
5. Algunas observaciones
32
rragia libidinal: rehusamiento de posibilidades
nuevas en el obsesivo: ascetismo, estoicismo o epi-
cureísmo. Es, me parece, lo que A. Green contem-
pla bajo el nombre de «narcisismo de muerte".
La paradoja del término «principio de Nirvana"
se sostiene sin duda en el hecho de que puede de-
signar estos dos aspectos difícilmente reductibles
a la unidad: la furia frenética, esquizo-paranoide,
de la pulsión de muerte que ataca al yo, y la abo-
lición imaginaria del deseo en la ataraxia, verda-
dera mimesis de la muerte, pero conforme al prin-
cipio de constancia.
Evidentemente, el primer aspecto es más acor-
de a la significación económica del principio de
inercia, mientras que el segundo responde más
a la significación filosófico-religiosa del Nirvana.
El Nirvana de la pulsión y el Nirvana del yo no
son entonces idénticos, incluso si, en una parte
del trayecto, los procesos que conducen a él pa-
recen coincidir.
Ego Ego
~ Nirvana
del yo
o
Nirvana de la pulsión
o /
La pulsión no tiene sino una manera de alcan-
zar el nivel= O: la descarga completa. El yo tiene
cuatro o seis medios para mantener la homeosta-
sis: aceptar una descarga o un aumento de ten-
sión moderados, evitar una descarga o una ten-
sión excesivas, evitar la descarga y la tensión aun
cuando ellas fueran moderadas.
33
Estas dos últimas eventualidades corresponde-
rían al Nirvana búdico, tan diferente de la devas-
tación esquizofrénica como el silencio de un con-
vento de lamas difiere del de Hiroshima.
34
De la utilidad clínica del concepto
de instinto de muerte
Hanna Sega]
35
Pienso que Freud destacó de manera parcialmen-
te defensiva el aspecto biológico, lo que permite
a otros, y a veces a él mismo, presentar sus ideas
sobre el instinto de muerte como una especula-
ción biológica: él esperaba que su formulación fue-
ra considerada chocante y encontrara gran resis-
tencia, lo que efectivamente ocurrió. Sin embar-
go, no debemos olvidar que fueron consideracio-
nes puramente clínicas sobre la compulsión de
repetición, el masoquismo, el aspecto mortífero
del superyó melancólico, etc., las que motivaron
sus especulaciones. El conflicto entre el instinto
de vida y el instinto de muerte podría ser formu-
lado en términos puramente psicológicos. El na-
cimiento nos depara la experiencia de las necesi-
dades [besoins]. Puede haber dos reacciones en
relación con esta experiencia, y ambas están, des-
de mi punto de vista, invariablemente presentes
en cada uno de nosotros, aunque en proporcio-
nes variables. Una de estas reacciones consiste
en buscar la satisfacción de las necesidades: es
la sed de vida la que conduce a la búsqueda del
objeto, del amor, y, finalmente, a la solicitud hacia
el objeto. La otra es la tendencia a aniquilar, la
necesidad de aniquilar el sí-mismo qutc percibe
y experimenta, así como todo lo que es percibido.
Pienso que la destructividad hacia el objeto pri-
mario no es sólo, como la describe Freud, un des-
vío de la destrucción de sí al exterior -por im-
portante que ello pudiera ser-, sino que el deseo
de aniquilación está dirigido desde el comienzo
a la vez contra el sí-mismo que percibe y el obje-
36
to percibido, apenas distinguibles el uno del otro.
Volveré posteriormente sobre este punto.
Freud menciona a veces este rechazo de la per-
turbación como principio de Nirvana. Tal formu-
lación me parece sin embargo una idealización de
la muerte y de la pulsión de muerte. afín a la de
una fusión con el objeto, como en el sentimiento
oceánico. Freud pone esencialmente el acento en
la destructividad del instinto de muerte. Dice que
el instinto de muerte opera casi siempre de ma-
nera silenciosa en el cuerpo, que nunca podemos
ver sus manifestaciones en estado puro, sino só-
lo aquellas que se fusionan con la libido. Sin em-
bargo, nuestra toma de conciencia se ha vuelto
más aguda y hemos desarrollado nuestras técni-
cas, de manera que estamos en mejores condicio-
nes para desmezclar los componentes que perte-
necen al instinto de muerte en esa fusión. Ade-
más, por el hecho de que vemos un número cada
vez mayor de pacientes muy perturbados, nos es
con frecuencia posible detectar la operación del
instinto de muerte en estado casi puro en su con-
flicto con las fuerzas de vida -más que en su
fusión-, y esto no sólo en el psicótico.
Pienso en este momento en una mujer joven,
A, inteligente, sensible, «perceptiva", capaz de
afecto. Ella es sin embargo muy frágil. Su vida
ha sido, en cierto modo, una tortura constante.
Estaba perturbada por profundos sentimientos de
persecución, sujeta a sentimientos persecutorios
y torturantes de culpabilidad, y presentaba toda
una gama de síntomas psicosomáticos y de terro-
res hipocondríacos que cambiaban constantemen-
te. Estaba muy inhibida, y no llegaba a volver
constructiva su agresividad hacia el exterior. Sus
37
fantasmas y reacciones emocionales a todo estí-
mulo de privación afectiva, de angustia, de celos
o de envidia eran de una violencia extrema. «Quie-
ro que él muera. Deseo matarlos a todos», etc. Se
trataba de una reacción casi inmediata a cual-
quier inquietud, experimentada con violencia y
autenticidad. Pero, más aún, había una violencia
constante dirigida contra sí misma. Estaba real-
mente muy cerca de creer que el único medio in-
mediato de curar el más leve dolor de cabeza era
cortarse la cabeza. Tenía constantemente el de-
seo de deshacerse de sus miembros, de sus ór-
ganos, en particular de su vagina, para no ex-
perimentar percepción o pulsión que pudieran
provocarle frustración o angustia. Estos ataques .
contra sí misma, que iban manifiestamente más
allá de los ataques contra los objetos internos, sus-
citaban manifestaciones somáticas, por ejemplo
una anestesia parcial de los órganos sexuales, mi-
grañas, etc., así como una angustia hipocondría-
ca permanente.
Habíamos, por supuesto, analizado diversas si-
tuaciones que provocaban su agresividad, sus pro-
yecciones sobre los objetos -los caminos de la
persecución y de la re-internalización de los obje-
tos persecutorios-, y que daban nacimiento a
una culpabilidad persecutoria, etc. Analizamos
frecuentemente también sus ataques contra su
aparato perceptual, físico y psíquico. Pero una se-
sión permitió reunir todos estos elementos de una
manera muy simple; sesión que ella juzgó en ese
momento particularmente convincente y que,
pienso yo, condujo a una modificación efectiva en
su funcionamiento.
Esta sesión debía ser la penúltima antes de una
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interrupción. La paciente había comenzado ha-
blando de una reunión del CND* a la que hubie-
ra querido asistir, y no lo había hecho; se quejó
de su pasividad, de su incapacidad de hacerse car-
go de ella misma para hacer las cosas que tenía
ganas de hacer o que debería hacer. Luego habló
brevemente de su miedo a una guerra nuclear,
en particular de la cuestión de saber de quién es
el dedo que aprieta el botón. Una de las razones
que le había impedido asistir a la reunión era la
siguiente: no había tenido ganas de llamar a una
amiga de la cual sospechaba que la miraba de arri-
ba; hablando de esto, continuó con el tema de
otros diversos temores persecutorios, difusos, que
se referían manifiestamente más o menos a to-
dos sus objetos. Yo tenía el sentimiento de que
el espacio analítico se llenaba de objetos persecu-
torios de índole muy fragmentaria. Sentía que no
era útil estudiar separadamente esos fragmentos
de proyección y de persecución y me interesé más
en dos elementos presentes en la sesión. Uno de
ellos -el hecho de que se sintiera incapaz de en-
frentar algo que desaprobaba y de oponerse a
ello- estaba representado por su incapacidad de
asistir a una reunión del CND. El segundo elemen-
to era la ausencia de toda alusión al término del
trimestre, que se aproximaba. Yo pensaba que el
incremento del sentimiento de fragmentación y
de persecución se relacionaba con la inminencia
de las vacaciones, y se lo hice notar. Su reacción
fue violenta e inmediata. Dijo: «Odio las últimas
sesiones, no puedo soportarlas. Querría tener que
apretar el botón, simplemente, y que todo desa-
* Organización antinuclear.
39
pareciera". Le recordé el comienzo de la sesión y
dije que, ahora, sabíamos de quién era el dedo que
apretaba el botón. Ella se distendió y toda la at-
mósfera de la sesión se trasformó. Dijo que no le
preocupaba una guerra nuclear. De hecho. hasta
la deseaba, si pudiera estar segura de que ella mis-
ma y su hijo morirían inmediatamente. Lo que
no podía soportar era el pensamiento de sobrevi-
vir en un mundo que hubiera sufrido una guerra
nuclear, las lluvias radiactivas permanentes. y to-
do el resto. Le hice notar que estaba viva y que
se ocupaba devotamente de su hijo. En realidad.
ella sobrevivía; había una parte viviente que de-
seaba la supervivencia de sí misma tanto como
la de su hijo, si no, no estaría aquí. Pero parecía
que después de haber puesto el dedo sobre el bo-
tón psíquico, lo que le ocurría con frecuencia, se
sentía a menudo como si viviera en una situación
psíquica de posguerra y sometida a lluvias radiac-
tivas. Durante una gran parte de la sesión, la ex-
periencia difusa de persecución se presentó en la
forma de las lluvias radiactivas.
Sus asociaciones sobre el botón que ella apre-
taba y sobre las lluvias radiactivas arrojaron una
viva luz sobre la manera en que vivía su pulsión
de muerte. Apretar el botón era una expresión del
instinto de muerte, pero combinada con una pro-
yección inmediata, de suerte que la amenaza de
muerte era sentida como proveniente del exterior
-las lluvias radiactivas-. Y como en la descrip-
ción de Martin Eden. el dolor estaba ligado a la
supervivencia. Creo que en el curso de la sesión
entró en contacto con una expresión casi directa
de su propio deseo de aniquilación total del mun-
do y de sí misma, lo que atenuó inmediatamente
40
el sentimiento de persecución y le hizo aprehen-
der la realidad psíquica de sus propias pulsiones.
El impacto de esta toma de conciencia y el alivio
que lo continuó fueron asombrosos y duraderos.
Esto no marcó, por supuesto, el fin de sus proble-
mas, pero la intensidad de la destructividad y de
la ansiedad disminuyó sensiblemente. Una con-
frontación con el instinto de muerte, en circuns-
tancias favorables, moviliza también el instinto
de vida. El paciente B aporta una viva demostra-
ción de ello.
Este paciente manifestaba, normalmente, poca
ansiedad y, de manera general, pocos sentimien-
tos. Llegó un lunes a su sesión sintiéndose total-
mente aniquilado. El domingo había tenido una
experiencia que consideró «mortalu. Paseaba con
su familia en el parque y, bruscamente, se sintió
totalmente helado e invadido por la muerte. No
había experimentado angustia real sino la sensa-
ción de estar helado, física y moralmente, y la de
ser progresivamente alcanzado por una parálisis.
Se preguntaba si sería capaz de llegar hasta su
coche. Llegó allí y, una ve,: en el interior, se sin-
tió un poco más seguro. Estaba persuadido de que
iba a morir o hasta de que estaba muerto y el úni-
co medio que se le ocurría para escapar de ese
estado que había en su interior era venir a mi
casa a matarme. De vuelta en su casa, se sintió
un poco mejor e intentó comprender si quería ma-
tarme porque me odiaba o' para castigarme por
haberlo llevado hasta ese estado, pero ello no le
pareció muy convincente. Todo lo que sabía era
que únicamente de esta manera podría escapar
de esta muerte interna. La experiencia no sólo tu-
vo sobre él un impacto devastador, sino sobre mí
41
misma un impacto potente. Uno hubiera podido
contentarse con ver allí un simple ataque agora-
fóbico, pero me persuadí, durante la sesión. de
que él se sentía confrontado con las fuerzas de
vida y de muerte. Después, en la semana. como
estábamos analizando el acontecimiento. me pi-
dió una sesión de remplazo por una de la semana
siguiente. Había sido advertido desde hacía tiem-
po de que yo debía ausentarme el lunes de esa
semana. Dijo que no podía afrontar la perspecti-
va de una semana corta y me pidió que lo viera
el sábado. en sustitución. Acepté y él tuvo una
reacción emocional de una fuerza inhabitual. Llo-
ró y dijo que, en su vida. nunca había pedido na-
da importante a nadie y que no esperaba obtener
satisfacción. Después se averiguó que, durante su
experiencia de parálisis, en el parque, había ex-
perimentado la sensación, entre otras, de no te-
ner miembros, ni ojos, ni boca, y lo que describía
-eso me conmovió- era algo como un embrión
informe. En el curso de las sesiones que siguie-
ron, me dijo que, cuando había pedido una sesión
de remplazo, había tenido la impresión de tener
a partir de entonces brazos que podían agarrar,
ojos que podían llorar, una boca que podía pedir.
Poco después apareció la solicitud hacia el obje-
to. Estaba horrorizado ante el pensamiento de lo
que yo habría podido experimentar si él se hu-
biera destruido o si hubiera muerto como resul-
tado del análisis. Agregó que había sabido siem-
pre que era auto-destructivo, pero no hasta ese
punto. No sabía si realmente deseaba morir pero,
habiendo experimentado lo que era ser invadido
por la muerte, ahora sabía que no lo quería ver-
daderamente.
42
Este paciente había manifestado siempre una
enorme resistencia a toda idea de separación. Su
reacción podía ser vista como el deseo de retorno
al vientre materno. Pero una vez que se ha toma-
do el gusto a la vida, el retorno al vientre es un
proceso violento, mutilante, que implica el retor-
no al estado de embrión informe, porque se está
obligado, como lo había fantasmatizado, a cortar-
se los miembros, a desembarazarse de los órga-
nos de los septidos. No se trata allí de un fantas-
ma de Tetorno anodino al vientre materno sino de
una expresión violenta del instinto de muerte.
La experiencia de las consecuencias reales que
trajo esta entrega a la pulsión de muerte rnovili-
, ¡7:ó, por oposición, sus fuerzas de vida. Su último
fantasma, el de adquirir miembros y sentidos, es-
taba bajo la égida del instinto.de vida: era el reco-
nocimiento de las necesidades, del deseo de vivir
Y, la ~speranza de encontrar un objeto satisfactor.
:A~j_Jartir de estas sesiones, a continuación de ellas,
pudo sentir la necesidad, el amor, la gratitud y
la agresión con una fuerza y una profundidad ja-
más experimentadas hasta entonces.
Freud dice que se negocia con el instinto de
muerte desviándolo para dirigirlo contra los ob-
jetos. La impulsión de mi paciente, de venir a ma-
tarme, considerada como único medio de hacer
frente a la muerte dentro de sí mismo, aparece
casi como un ejemplo extraíqo de un libro. El pun-
to de vista de M. Klein, tal como yo lo entiendo,
es que este desvío no es sólo un cambio en agre-
sividad sino, ante todo, una proyección. Al mis-
mo tiempo, el instinto de muerte del adentro de-
viene la agresividad (el desvío del cual habla
Freud) dirigida contra el objeto malo creado por
43
la proyección original. Es una proyección lo que
está en la base de lo que vive, en las IIuvias ra-
diactivas, la paciente A. En la situación analíti-
ca, la proyección del instinto de muerte es a me-
nudo potente y afecta a la contratrasferencia. Pue-
de revestir formas diferentes. Por ejemplo, con el
paciente B, yo era a menudo invadida por el so-
por y la parálisis en tanto que él mismo parecía
pleno de animación. Nosotros podemos ser inva-
didos por la desesperanza y el pesimismo. A ve-
ces, ia proyección estimula la agresividad. A y B
eran, ambos, maestros en el arte de estimular la
agresividad en los otros y de ponerse a sí mismos
en situaciones en las que eran mal comprendidos,
desconocidos, explotados y perseguidos. El ana-
lista es constantemente empujado y obligado a de-
venir un superyó persecutorio.
A veces, opuestamente, el paciente proyecta sus ,,
instintos de vida sobre el analista, dejando la cues-
tión de la supervivencia en manos de est~. inci-
tándolo a una actitud de protección y solicitud ex-
cesivas. Es importante tomar conciencia de estas
proyecciones en el curso de la sesión, si no el aná-
lisis corre el riesgo de volverse muy estático.
Un gran dolor está siempre presente cuando el
instinto de muerte opera. La cuestión que se plan-
tea es: si el instinto de muerte es una tentativa
realizada con vistas a no percibir, a no sentir, a
rehusar los goces y el dolor de vivir, ¿por qué es-
te trabajo del instinto de muerte está asociado a
tanto dolor? Pienso que el dolor es experimenta-
do por el yo libidinal, originariamente herido por
la amenaza de muerte. Freud llegó a la conclu-
sión de que en lo profundo todo sentimiento de
culpabilidad proviene de la operación del instin-
44
to de muerte. El no estableció, como debió hacer-
lo a continuación M. Klein, el lazo con la angus-
tia, siendo esta, en el origen, una respuesta a la
amenaza del instinto de muerte. Así, el trabajo
del instinto de muerte suscita el temor, el dolor
y la culpabilidad en el yo que desea vivir y per-
manecer intacto.
Pero existe también el problema del placer en
la experiencia del dolor. Es el problema del cual
se ocupó Freud cuando estudió el masoquismo.
El placer en el dolor es, para mí, un fenómeno
complicado. Es, en parte, la pura satisfacción de
un instinto. El instinto de muerte, como el ins-
tinto de vida, busca la satisfacción, y la satisfac-
ción del instinto de muerte (a falta de muerte) es-
tá en el dolor._ El paciente C tuvo el sueño siguien-
te: se hallaba en una cueva profunda, sombría,
húmeda, extremadamente deprimido y oprimido.
En el sueño se preguntó: u¿Por qué quiero perma-
necer aquí?». Este tipo de sueño sombrío no era
nuevo; habíamos tenido a menudo ocasión de
analizar su identificación melancólica con su pa-
dre, que era minero y que había muerto en un
accidente de la mina. Lo nuevo en el sueño con-
sistía en la forma de la pregunta, que ya no era
¿Por qué tengo que permanecer aquí?)! sino u¿Por
11
46
está al servicio del instinto de muerte. Esto es par-
ticularmente manifiesto en las perversiones. Un
frágil equilibrio se establece entre las fuerzas de
vida y de muerte. y la perturbación de este equi-
librio en el proceso analítico es percibida como
una gran amenaza. El paciente D tuvo el sueño
siguiente: «Había un espacio donde todo, y todo
el mundo, estaban inmóviles, casi muertos. Alre-
dedor de este espacio, a intervalos regulares, ar-
mas nucleares eran dirigidas hacia el exterior. En
caso de que alguien se aproximara a esta zona,
las armas se dispararían automáticamente. En es-
te espacio. entre la gente casi muerta, estaban mis
padre1s Este sueño es una ilustración muy evo-
11 •
47
[estación exterior del instinto de muerte. La en-
vidia es necesariamente un sentimiento ambiva-
lente, ya que está enraizada, como M. Klein mis-
ma lo hizo notar, en la necesidad y la admiración.
Pero, como entqdos los sentimientos ambivalen-
tes, puede haber en ella predominio de fuerzas li-
bidinales o destructivas. La envidia primaria que
describe está dominada por el instinto de muer-
te. Y bien, hay un lazo íntimo entre el instinto de
muerte y la envidia: si el instinto de muerte es
una reacción a una perturbación provocada por
las necesidades, el objeto es percibido a la vez co-
mo una perturbación que crea la necesidad, y co-
mo el único objeto capaz de anular esta pertur-
bación. En tanto tal, el pecho que se necesita es
odiado y envidiado. Y uno de los dolores que de-
be ser descartado por la aniquilación de sí y del
objeto es provocado por la toma de conciencia de
la existencia de este objeto y de la envidia que
suscita. La aniquilación es a la vez la expresión
del instinto de muerte en la envidia y una defen-
sa frente a la experiencia de envidia por medio
del aniquilamiento del objeto envidiado y del sí-
mismo que desea y envidia al objeto. Pero la me-
dida en que el instinto de muerte se centre en las
manifestaciones de envidia y la medida en que
se manifieste de otro modo puede variar de indi-
viduo a individuo.
Se objeta a menudo al concepto de instinto de
muerte el hecho de que ignore el ambiente. Esta
observación es absolutamente errónea, ya que la
fusión y las modulaciones de las pulsiones de vi-
da y de muerte que habrán de determinar el de-
sarrollo eventual forman parte de las relaciones
que 'se desarrollan con el primer objeto; y eviden-
48
temente el proceso será profundamente afectado
por la naturaleza real del ambiente.
Me doy cuenta de que, en esta exposición, no
propuse nada nuevo y no agregué nada a lo que
ha sido formulado por Freud y por Melanie Klein.
Lo que anhelo es poder demostrar que, para mí,
el concepto de muerte es indispensable en el tra-
bajo clínico. Más allá del principio de placer, más
allá de la ambivalencia, de la agresividad, de la
persecución, de los celos, de la envidia, etc., hay
un empuje constante de fuerzas destructivas de
sí y es al analista a quien corresponde hacerles
frente.
49
Los destinos de la pulsión de
muerte
Eero Rechardt
51
""''
de acontecimientos psíquicos -algunos destruc-
tivos. otros que no lo son si se atiende a la inten-
,ción- son las formas diferentes de una sola y mis-
ma lucha que tiende a un estado de paz, es decir,
a la eliminación de lo que es vivido como pertur-
ban te.
52
car este modelo a la psicología dejando al mismo
tiempo la biología de lado. Una vez encontrado
el modelo aplicable a la psicología, ya no tuvo ne-
cesidad de la biología. La filosofía y la mitología
le proveyeron modelos fecundos. Freud aplica el
modo de pensamiento figurativo muy particular,
necesario en psicología, que puede fácilmente ser
mal comprendido.
53
centamiento de la tensión energética. El objetivo
principal de su inJención psíquica es el placer (sin
alejarse del displacer. y en razón de ello sin tener
en cuenta perturbaciones). La pulsión de muerte
busca eliminar lo que aumenta la tensión ener-
gética y reducir esta tensión, debida a la no-li-
gazón. a su mínimo (principio de Nirvana), o al
menos mantenerla protegida del menor cambio
(principio de constancia). La principal dirección
de esta lucha psíquica tiene por eje un estado de
paz, al menos relativo, que ha precedido a la esti-
mulación. fuente de perturbación (remoción de to-
da perturbación, no con la meta de alcanzar el pla-
cer sino para recuperar un apaciguamiento o un
alivio anterior).
La tendencia de la pulsión de muerte, enton-
ces. no puede expresarse sino de manera indirec-
ta. Ella no se satisface a través de un objeto ni
de un acto particular sino de un estado que sólo
puede ser definido negativamente. un estado en
que ninguna perturbación interviene. Es necesa-
rio en consecuencia definir la perturbación pro-
pia de cada caso particular, así como el acto que
permite liberarse de esta perturbación. Cuando
hablamos de un «estado de paz11, se trata sólo de
una expresión positiva que describe aproximati-
vamente un estado que no puede ser definido más
que negativamente como una tendencia de aleja-
miento de algo.
54
vas de la pulsión de muerte y sus otros derivados
con la meta de restaurar el estado de paz. Pode-
mos encontrar una alusión a esto en la exposi-
ción de Freud sobre la metapsicología del trau-
matismo. Freud se ocupa allí del destino de la li-
bido narcisista, la libido del yo, en relación con
la experiencia traumática.
En su artículo sobre el narcisismo (Freud,
1914), Freud elaboró sus ideas sobre la libido li-
gada en parte al yo, a las pulsiones del yo y al
instinto de autoconservación, y ligada en parte a
los objetos. La imagen que propone para la libido
del yo. la de una ameba que reacciona por medio
de seudópodos que emite. se ha hecho famosa.
Conocemos menos la parte de Más allá del prin-
cipio de placer y la teoría del traumatismo que
viene a continuación. En su artículo sobre el nar-
cisismo, Freud describe la economía de la libido
del yo de la manera siguiente: en el caso en que
el yo no invista suficientemente su libido en los
objetos, el ego se siente amenazado de ser inun-
dado por esta. Teme una economía caótica de la
libido. Esto es sentido como angustia hipocondría-
ca («Hay algo malo en mí11). El trabajo psíquico
consiste en trasformar la libido del yo no ligada,
flotante, invistiéndola en fantasmas megaloma-
níacos sin objeto que imprimen un desarrollo a
la angustia hipocondríaca. Si esto no basta, pue-
de producirse allí una tentativa de investimiento
del mundo exterior (fantasma psicótico de resti-
tución, etc.). Del lado de la libido ligada a un ob-
jeto, hallamos un acontecimiento económico aná-
logo que se manifiesta por la angustia neurótica,
la introversión y síntomas del proceso de trabajo
psíquico, como compulsión, conversión, etcétera.
55
Una experiencia imprevista y repentina que
amenaza la existencia produce un caos en la eco-
nomía libidinal del yo de una manera diferente.
Ella d~poja a la libido del yo, es decir, a la libido
narcisista, de sus objetos narcisistas; una función
regular, integrada, de preservación vital de sí, y
una experiencia de integridad. La libido del yo sin
objeto movilizada de este modo flotará, por así de-
cir, libre y no ligada. Ello mantendrá la excita-
ción, una suerte de angustia hipocondríaca, y la
necesidad de una religazón con contenidos psí-
quicos que deben ser trasformados y apacigua-
dos por medios psíquicos. A esto tiende la repeti-
ción. He ahí la razón por la cual una herida física
que ofrezca a la libido narcisista un objeto, el cual
puede ser fácilmente vivido como tal y es suscep-
tible de ligazón, tenderá a prevenir la eclosión de
una neurosis traumática.
Volvamos ahora a la cuestión de la perturba-
ción. La libido no ligada y sin meta es perturban-
te. Las relaciones cuantitativas, el factor tiempo,
o el ritmo, son por eso significativos. Cuando la
cantidad de libido mal ligada supera la capacidad
que tiene cada individuo de acomodarse a ella en
un momento dado, en razón de un aumento bru-
tal por ejemplo, esto será vivido como una per-
turbación. Así se intensifican en forma importante
las diversas derivaciones de la pulsión de muer-
te. Cuanto más amenazantes sean el caos y la im-
potencia, más graves podrán ser sus derivaciones.
56
Algunas constelaciones críticas de la economía
libidinal
57
ra restaurar la ligazón y resolver la situación. Es-
tos factores pueden consistir en un estímulo po-
tente y/o sexualmente prolongado, en una etapa
de crecimiento psíquico y/o físico, como la puber-
tad, en el curso de la cual la libido narcisista es
estimulada, o incluso en experiencias de éxito so-
cial («El éxito se le subió a la cabeza»). Es el para-
digma de la neurosis propiamente dicha.
58
exterior amenaza desintegrarse en el caos. Una
alternativa sería el dominio del conílicto por me-
dio de actividades defensivas. Pensamos que se
puede encontrar allí la explicación metapsicoló-
gica de la importancia primordial del conflicto en
psicoanálisis.
59
del organismo incluye algunas funciones de re-
pliegue y desplazamiento. En consecuencia, las
primeras derivaciones de la pulsión de muerte se
manifiestan por la indiferencia y la destrucción.
La relación primaria con el objeto es el repliegue,
la fuga o la destrucción, la indiferencia, el odio
y el asco (Freud, 1915). Esto se aplica también
a los factores estimulantes que perturban la libi-
do del mundo externo, y a la fuente libidinal en
el sí-mismo. La meta primera es entonces apaci-
guar y hacer cesar «la angustia hipocondríaca",
y los medios más extremos para ello son: la apa-
tía infantil y la depresión anaclitica, modos muy
primitivos del masoquismo primario. Una muer-
te psíquica arcaica se realiza. Las funciones de
repliegue y desplazamiento pueden también for-
mar un caparazón protector contra los estímulos
que representan un derivado precoz, no destruc-
tivo, de la pulsión de muerte.
La necesidad de ayudar a la libido a obtener sa-
ti~facción del objeto surge del temor de sentir el
estado doloroso de la angustia hipocondríaca. Des-
de el punto de vista de la pulsión de muerte, las
relaciones de objeto no son sólo debidas a un am-
biente positivo. Los esfuerzos del ambiente se en-
trecruzan con las compulsiones internas del be-
bé que debe, en todos los casos, formar sus pro-
pias estructuras psíquicas y sus esquemas de
interacción. Si el medio no lo ayuda a construir-
las, él elaborará activamente sus propias estruc-
turas narcisistas o psicóticas según ún modo pa-
tológico.
La gran invención de Freud en Más allá del prin-
cipio de placer fue ver en la repetición la forma
de base del trabajo psíquico, cuyas implicaciones
60
clínicas son inmensas aunque no utilizadas en su
totalidad. El poder demoníaco de la compulsión
de repetición puede destruir las otras actividades
psíquicas. Por una parte, la repetición es una de
las vicisitudes de base, constructiva y no destruc-
tiva, de la pulsión de muerte.
Inicialmente, la destructividad del superyó lu-
cha por apaciguar las relaciones libidinales del ni-
ño con sus padres. Buscando calmar esta relación
de importancia primordial que corre el riesgo de
engendrar perturbaciones de la economía libidi-
nal, la pulsión de muerte es intransigente: las pro-
hibiciones morales luchan por la paz mediante la
destrucción pura, porque lo que perturba en el
plano moral es absolutamente malvado y debe ser
destruido.
La afirmación -como sustituto de unión- de-
pende de Eros. La negación -sucesora de la ex-
pulsión- pertenece al instinto de destrucción
(Freud, 1925). La negación, que según Freud es
una representación de la pulsión de muerte, sig-
nifica que algo ha sido pensado y reconocido, no
como real sino precisamente como una imagen.
El ejemplo más claro de esto es la formación de
la imagen en ausencia del objeto. La contraparti-
da más evidente de la negación consiste en sus-
pender la acción, es decir, el apaciguamiento fren-
te a la acción ligada a la imagen, o en cesar com-
pletamente de manipularla. La negación hace
posible la paz que permite pensamiento y refle-
xión.
Los procesos de abstracción y de generalización
presuponen la negación. Por medio de la función
simbólica se abre un vasto campo de representa-
ciones diversas de la pulsión -que en modo al-
61
guno son agresivas y destructivas-, por ejemplo,
en las diversas formas de creatividad. Esto hace
posible, de manera general, el dominio de Jo que
está a usen te.
Epílogo
62
la pulsión de muerte pueden, por otra parte, po-
ner coto a una inestabilidad energética de Eros.
Ellas construyen las estructuras de la vida y
aumentan, la maniobrabilidad de la libido. Eros
y la pulsión de muerte forman en conjunto un sis-
tema binario particular donde el uno no existe ja-
más, y no puede existir, sin el otro. Juntos, pue-
den crear una infinidad de formas de vida y de
muerte.*
Bibliografía
63
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Winnicott, D. (1974). Playing and reality, Harmond-
sworth: Penguin Books.
64
Pulsión de muerte, narc1s1smo
negativo, función desobjetalizante
André Green
65
en este último nivel donde se plantea la cuestión
del lugar de la función y de la economía de la pul-
sión de muerte en el seno del aparato psíquico.
es decir, de su valor heurístico en la tentativa de
representación teórica del funcionamiento psí-
quico.
66
e. La concepción del modelo teórico general de
la actividad psíquica. o sea. el aparato psíquico
según Freud. En cuanto a esto, ya no existe una-
nimidad. Para limitarnos a lo esencial, digamos
que la aprehensión actual de lo que debería ser
un modelo tal tiende a hacer jugar al objeto, en
su doble estatuto exten10 e interno, un papel cons-
titutivo de este funcionamiento. Por otra parte,
la teoría del yo ve nacer conceptos complemen-
tarios como el sí-mismo, ~l sujeto, el yo [Je], et-
cétera.
d. La eliminación de la discusión de una de las
fuentes del pensamiento freudiano. La reflexión
sobre los fenómenos culturales y la especulación
metabiológica no entran ya en cuenta en el deba-
te, por razones complejas. Una de estas tal vez
sea la contradicción entre lo que va en el sentido
de la hipótesis de Freud en el plano cultural don-
de el desarrollo de los medios de destrucción es
cada vez más inquietante (acción de los hombres
,
hacia la naturaleza y en su relación entre ellos)
y lo que hasta el presente debilita esta hipótesis
en las ciencias biológicas, que no le ofrecen nin-
gún soporte material.
67
senso establecido sobre la hipótesis de un conflic-
to originario que oponga dos grandes tipos de pul-
siones -como expresión de las potencias psíqui-
cas primitivas y matriciales-. En efecto, uno de
los argumentos aducidos con más frecuencia por
los adversarios de la pulsión de muerte consiste
en sostener que no está claro cómo encuadrar las
características descritas para la pulsión sexual si
se las aplica a las pulsiones de muerte (fuente, em-
puje, meta, objeto). Más radicalmente la bibliogra-
fía psicoanalítica actual contiene muchas tomas
de posición, sea contra la idea de que las pulsio-
nes representan el elemento más basal del psi-
quismo, sea al extremo de sostener la inadecua-
ción y la inutilidad del concepto de pulsión. Lo
que la mayoría de estos críticos no consideran es
que la tesis del conflicto pulsional fundamental
responde en Freud a una exigencia: dar razón del
hecho de que el conflicto es repetible, desplaza-
ble, trasponible y que su permanencia resiste a
todas las trasformaciones del aparato psíquico
(conflictos intersistémicos, o intrasistémicos, o en-
tre libido narcisista y objeta!, o entre instancias
li
y realidad exterior, etc.). Es esta comprobación
la que obliga a Freud a postular teóricamente un
conflicto original, fundamental y primero, quepo-
ne en juego las formas más primitivas de la acti-
vidad psíquica: ella explica su inflexibilidad en
cuanto al dualismo pulsional.
La audacia teórica de la hipótesis freudiana de
la pulsión de muerte ha conducido a los analistas
a discusiones apasionadas sobre esta cuestión y
ha desviado la atención de ellos del hecho de que
Freud no la opone ya a las pulsiones sexuales si-
no a las pulsiones de vida ,que él llamará en ade-
68
lante Eros o pulsiones de amor (Esquema del psi-
coanálisis). Este ligero deslizamiento semántico
conduce a Freud a hablar ya no de pulsiones se-
xuales sino de función sexual como medio de co-
nocer a Eros, con el cual ella no se confunde. En
cambio, Freud admite que no poseemos indicios
análogos a lo que representa la libido para la fun-
ción sexual que nos permitieran conocer la pul-
sión de muerte de manera tan directa.
69
xual para el Eros. Sin embargo, a diferencia de
Freud, no creo que se deba defender la idea de
que esta función auto-destructiva se exprese de
manera primitiva, espontánea o automática.
La dificultad, en lo que concierne a la pulsión
de muerte, proviene entonces de que no podemos
atribuirle con la misma precisión una función que
corresponda a la que cumple la sexualidad con
relación a las pulsiones de vida (o de amor). Lo
más seguro que sabemos acerca de esto es su po-
sible aleación con las pulsiones sexuales en el sa-
domasoquismo. Pero tenemos también el vivo
sentimiento de que existen formas de destrucción
_que no suponen este modo de intrincación de las
dos pulsiones. pcurre así de manera evidente pa-
ra las formas graves de depresión que conducen
al suicidio y para las psicosis que revelan una de-
sintegración del yo.¡Sin ir hasta estas formas pa-
tológicas extremas, la clínica psicoanalítica con-
temporánea no tiene ninguna dificultad en regis-
trar formas de destructividad no intrincadas, más
o menos aparentes en las neurosis graves y las
neurosis de carácter, las estructuras narcisistas,
los casos fronterizos, etc. Es necesario observar
que en todas estas configuraciones clínicas el me-
canismo dominante a menudo invocado es el due-
.
lo insuperable1y las reacciones defensivas que sus-
cita. Por último, en la serie de los afectos peno-
sos comprobados en el campo psicopatológico en
cuestión, al lado de las formas conocidas de an-
gustia registramos angustias catastróficas o im-
pensables, miedos de aniquilación o de hundi-
miento, sentimientos de futilidad, de desvitaliza-
ción o de muerte psíquica, sensaciones de preci-
picio, de agujero sin fondo, de abismo. Podemos
70
con derecho interrogarnos para saber si estas ma-
nifestaciones en su conjunto no serían referibles,
en parte o en totalidad, a lo que Freud designaba
como masoquismo originario, primario, cuya lo-
calización era para él endopsíquica, previa a to-
da exteriorización. Sin embargo es verdad que
ningún argumento clínico constituye una prue-
ba en favor de la pulsión de muerte porque todo
cuadro clínico es susceptible de interpretaciones
diversas y no podría ser una expresión directa del
funcionamiento pulsional. El problema, a partir
de la experiencia clínica, sigue siendo teórico. Y
en esto estoy de acuerdo con J. Laplanche.
71
es el revelador de las pulsiones. El no las crea -y
se podría sin duda decir que es creado por ellas
al menos en parte- pero es la condición de su
advenimiento a la existencia. Y por esta existen-
cia él mismo será creado aun estando ya allí. Tal
. es la explicación de la idea de Winnicott del
encontrar-creado.
En función de estos dos comentarios, hay que
tener presente la idea de Freud de que los gran-
des mecanismos descritos por él como caracterís-
ticos de la pulsión de vida y de la pulsión de muer-
te son la ligazón y la desligazón, Esta idea es jus-
ta pero insuficiente. La pulsión de vida puede muy
bien admitir en ella la coexistencia de estos dos
mecanismos de ligazón y de desligazón, de la mis-
ma manera como puede absorber en sí una parte
de la pulsión de muerte a la que trasformará en
consecuencia. Las manifestaciones que de ello re-
sultan no son ya interpretables en el registro pro-
pio de la pulsión de muerte. Por el contrario, la
pulsión de muerte implica la desligazón única-
mente. ¿Faltará precisar todavía la desligazón de
qué?
Proponemos la hipótesis de que la perspectiva
esencial de las pulsiones de vida es asegurar una
función objetalízante. Esto no significa sólo que
su papel es crear una relación al objeto (interno
y externo), sino que ella se revela capaz de tras-
formar estructuras en objeto, incluso cuando el
objeto no está directamente en cuestión. Dicho de
otro modo, la función objetalizante no se limita
a las trasformaciones del objeto, pero puede ha-
cer advenir al rango de objeto lo que no posee nin-
guna de las cualidades, de las propiedades y de
los atributos del objeto, a condición de que una
72
sola característica se mantenga en el trabajo psí-
quico realizado: el investimiento significativo. De
allí las paradojas aparentes de la teoría clásica,
en que el yo puede él mismo devenir objeto (del
ello), o de lo que permite en ciertas teorías con-
temporáneas hablar de objetos-sí mismo (sel[ ob-
jects). Este proceso de objetalización no se confi-
na a trasformaciones que recaigan sobre forma-
ciones tan organizadas como el yo, sino que puede
concernir a modos de actividad psíquica, de ma-
nera que, en el límite, el investimiento mismo sea
objetalizado. Esto lleva entonces a distinguir el
objeto de la función objetalizante, donde por su-
puesto la ligazón, acoplada o no .a la desligazón,
entra en juego. Esto justifica la atención acorda-
da a las teorías de la relación de objeto, cuyo error
es sin embargo no haber percibido claramente la
función objetalizante por haberse dedicado dema-
siado al objeto stricto sensu. Esto explica que la
función sexual y su indicio la libido sean el me-
dio de conocer a Eros, porque ella es inconcebi-
ble si no incluye al objeto; y da razón, además,
de la teoría clásica del narcisismo, que debe sin
embargo ser completada.
Del lado opuesto, la perspectiva de la pulsión
de muerte es cumplir en todo lo que sea posible
una1 función desobjetalizante ,,por la desligazón.
Esta cualificación permite comprender que no es
solamente la relación con el objeto la que se ve
atacada, sino también todas las sustituciones de
este: ~l yo, por ejemplo, y el hecho mismo del in-
vestimiento en tanto que ha sufrido el proceso de
objetalización. La mayor parte del tiempo, asisti-
mos, en efecto, sólo al funcionamiento concurren-
te de actividades en relación con los dos grupos
73
de pulsiones. Pero la manifestación propia de la
destructividad de la pulsión de muerte es el de-
sinvestimiento. 1
74
sino que lo haría sobre el proceso objetalizante
como tal.
El punto central concerniente a la función ob-
jetalizante es que su teoría debe tener en cuenta
una contradicción que le es inherente, a saber,
que el papel del objeto primario es en ella decisi-
vo y que hay siempre más de un objeto. Sin que
por eso sea lícito pensar que al segundo objeto (el
padre en el complejo edípico) quepa atribuirle un
papel secundario en cualquiera de los sentidos de
este término. Ni tampoco que se lo pueda consi-
derar como una reflexión proyectada del objeto
primario. Estas observaciones no son exteriores
al tema en discusión en la medida en que busca-
mos cercar las manifestaciones primarias de la
pulsión de muerte y su lazo con el objeto (prima-
rio). Se debería tomar conciencia, al respecto, de
que la madre suficientemente buena (Winnicott)
contiene implícitamente a la madre suficiente-
mente mala para salir de la impasse idealización-
persecución y promover el duelo conservador de
la función objetalizante. Las consecuencias téc-
nicas de estas observaciones son importantes.
La función desobjetalizante se ve dominante en
1
75
timiento y la tendencia desobjetalizant~_c!e la pul-
sión de muerte.1
76
ción y la identificación con las partes proyecta-
das. Por destructiva que sea su acción, es sobre
todo en tanto ataque a los lazos (Bion, Lacan) co-
mo se manifiesta su tendencia en última instan-
cia desobjetalizante. El éxito del desinvestimien-
to desobjetalizante se manifiesta por la extinción
de la actividad proyectiva que se traduce enton-
ces sobre todo por el sentimiento de muerte psí-
quica (alucinación negativa del yo) que precede
a veces de cerca a la amenaza de pérdida de la
realidad externa e interna. Un paralelismo inte-
resante se ha señalado entre la forclusión -el re-
chazo radical-, que se supone en la base de las
estructuras psicóticas, y un mecanismo corres-
pondiente, que por vía de hipótesis se situaría en
el fundamento de las desorganizaciones somáti-
cas graves (P. Marty) y que se traduciría en per-
turbaciones del funcionamiento mental, carac-
terizado por la pobreza de las actividades psí-
quicas o la carencia de su investimiento. Nos
referimos aquí, desde luego, a funcionamientos
asintóticos que dan menos testimonio del cum-
plimiento del proyecto que de su orientación ha-
cia el logro de su meta última: el desinvestimien-
to desobjetalizante.
La denegación, que se expresa a través del len-
guaje, ocupa sin duda un lugar particular en esta
categoría, en tanto parece recubrir al conjunto del
campo ocupado por cada uno de los otros térmi-
nos. Por eso participa tanto del par ligazón-des-
ligazól'l como de la sola desligazón, según Freud
lo había indicado.
Estas observaciones requieren nuestra aten-
ción. Revelan que las características que marcan
los modos de acción de las pulsiones (ligazón-
77
desligazón) pueden ser reencontradas en el nivel
del yo, sea que este lleve en sí la marca de origen
de aquellas, sea que él mime el funcionamiento
pulsional revelado por el objeto. ¿Llegaremos has-
ta hablar de una identificación del yo con el fun-
cionamiento pulsional? ¿O con los objetos de es-
te último?
78
A propósito de la interpretación
de la pulsión de muerte
Eero Rechardt y Pentti Ikonen
79
extrañas. Pero, desde entonces, nuestra opinión
evolucionó. No conocíamos ni las publicaciones
de Laplanche ni las de otros investigadores fran-
ceses. Sólo después que desarrollamos nuestras
propias ideas. las comparamos con las expuestas
en el trabajo de Laplanche (Laplanche, 1976: La-
planche, 1981), y ello nos dejó muy perplejos.
Las publicaciones de la década de 1960 y de co-
mienzos de la de 1970 sobre las teorías de la cien-
cia (metaciencia) del psicoanálisis (Apel, 1968: Ha-
bermas, 1965: Lesche et al., 1976: Lesche, 1981:
Ricoeur. 1970) fueron las más estimulantes en
nuestras investigaciones. Nos convencieron de
que el psicoanálisis sólo podía ser entendido co-
mo una ciencia de la interpretación. Sus biologis-
mos no lo son más que en la forma. En realidad,
no son sino simples modelos casi naturalistas cu-
ya función es plasmar términos y modelos de pen-
samiento tocantes al dominio psíquico. Lo más
asombroso era que ello permitía liberarse de la
cuestión: «¿Hay que creer o no en la pulsión de
muerte en tanto fenómeno biológico?».
Más allá del principio de placer nos produjo en-
tonces gran impresión conio una bella y original
filosofía de la naturaleza. Se encontraban allí his-
torias biológicas. Por mi parte. pienso que la des-
cripción de Freud de un proceso de lucha entre
la vida frágil y la naturaleza inorgánica es una
descripción del indestructible deseo de paz que
habita al espíritu del hombre.
El espíritu humano siente hondo rechazo por
toda forma de desorden. Se trata, de manera di-
fusa, de una realidad psíquica permanente que
no es ni una abstracción. ni una teoría: este pun-
to de vista parecería inspirar y ofrecer posibilicla-
80
des totalmente nuevas de interpretación en el tra-
bajo clínico. Seguimos entonces las sendas del
pensamiento de Freud a fin de comprender cómo
las diferentes formas, a menudo contradictorias,
de ese deseo de paz podían realmente funcionar,
y lo que ese desorden ponía verdaderamente en
juego. El encarnizamiento en hacer cesar el de-
sorden ofrece a la interpretación clínica un pun-
to de vista totalmente novedoso y diferente del
concepto de agresión que tiende a la destrucción.
Pero es verdad que la destrucción es también una
manera de poner fin al desorden. La desorgani-
zación provocada por un objeto o una fuente ex-
terior al sí-mismo puede ser resuelta por la des-
trucción. Muerte y destru¡:ción son medios extre-
mos de poner fin a la desorganización, pero no
son los únicos.
Ahora bien, ¿en qué consiste esta desorganiza-
ción tan insoportable para nuestro psiquismo? En
los textos de Freud, y especialmente en aquellos
que relatan las experiencias traumáticas, leemos
que la líbído es desorganizadora cuando está sin
meta y no ligada, lo que hemos precisado en nues-
tra prepublicación (Rechardt, «Los destinos de la
pulsión de muerte"). El desorden y la agitación de
-la vida provienen de Eros. La libido no ligada se
manifiesta especialmente en las fases precoces del
desarrollo, los estados regresivos y la psicopato-
logía grave; pero ella es también producida por
los dinamismos psíquicos durante todas las fases
de la existencia. En nuestro trabajo clínico psi-
coanalítico encontramos constelaciones psíquicas
en las cuales la amenaza de una libido no ligada
es el problema central; en estas situaciones, las
relaciones de objeto, las experiencias traumáticas,
81
los conflictos y los factores de desarrollo tienen
una importancia primordial. como la tienen tam-
bién a veces perturbaciones del trabajo psíquico
producidas por sobreestimulación o carencia.
Nuestra idea es que la pulsión de muerte traba-
ja como una fuerza de eliminación y de delimita-
ción: procura una inmovilización, una coagula-
ción se podría decir. Funciona como el endurece-
dor en una cola de dos componentes, teniendo,
además, una función de eliminación de lo super-
fluo, de lo que sobra. Incluso si destruye, fortifica
también las estructuras psíquicas. Este punto de
vista difiere de lo que hemos leído en los otros in-
formes, que sólo toman el componente destructi-
vo de la pulsión de muerte. Las representaciones
psíquicas más elementales de la pulsión de muer-
te pueden ser remitidas a la disociación y la in-
movilización, a la inhibición. La destrucción, la
repetición y la ligazón, por ejemplo, pueden ser
consideradas como producciones secundarias res-
pecto de aquellas.
Aunque parezcan antagonistas, la desintegra-
ción y la ligazón, derivadas ambas de la pulsión
de muerte, se han prdducido de este modo. Pode-
mos, al respecto, mencionar la idea de Grunber-
ger: la base de toda destrucción psíquica se en-
cuentra en la analidad: la analidad significa la ex-
pulsión, la destrucción para dejar informe, sin
vida (Grunberger, 1971). Aunque parcialmente de
acuerdo, creemos que estos procesos tienen un
origen más primario. Un medio que conforte o que
descuide constituye, desde nuestro punto de vis-
ta, una suerte de crisol donde se funde la libido.
La pulsión de muerte no juega únicamente el pa-
pel de un endurecedor: sirve también para desem-
82
barazarse de todo lo que rebasa, de todo lo que
es en demasía. El proceso de ligazón es una de
las representaciones centrales de la pulsión de
muerte, pero sin libido no hay nada que ligar.
Para contemplar la significación de la pulsión
de muerte en su totalidad, hemos propuesto la
idea de que su función se sitúa en el lugar de los
estímulos de apaciguamiento del mundo animal.
Estos estímulos de apaciguamiento satisfacen la
necesidad del instinto. En el hombre, la pulsión
de muerte se esfuerza por eliminar el acto psíqui-
co inútil y orientarlo en una dirección eficaz. Sin
embargo, esto se produce sólo en el mejor de los
casos. Las más de las veces, la pulsión de muerte
sólo produce un bloqueo. Cualquier solución es
menos perturbadora que el caos. La ligazón con-
voca la particularidad fundamental de los elemen-
tos energéticos del psiquismo humano. Si adop-
tamos estas ideas, parece aun más verdadero que
el deber de la madre es arrastrar a su hijo hacia
la vida, comunicarle las condiciones para vivir y
no evadirse de la vida.
Nuestro punto de partida ha sido formular una
teoría de la agresividad aplicable al trabajo clíni-
co. Partimos de una fase relativamente tardía de
la obra de Freud cuyo valor clínico percibimos
ahora de un modo totalmente nuevo. Ello nos ha
abierto también perspectivas sobre la forma de se-
guir el hilo principal del pensamiento de Freud
a través de sus otros escritos; entre ellos, Inhibi-
ción, síntoma y angustia (Freud, 1926). Como to-
dos sabemos, los precedentes escritos de Freud
contenían diversos temas que abrían nuevas vías
que conducían a este punto culminante que es
Más allá del principio de placer. Nuestro interés
83
recayó sobre lo que «Introducción del narcisismo11
(Freud, 1914) ofrecía de novedoso. Su presenta-
ción de la economía del narcisismo nos parece hoy
el aporte más importante. Podemos pensar que
fue ese descubrimiento nuevo el que inspiró a
Freud la redacción de este artículo. El había esta-
do intrigado hasta entonces por la suerte del ex-
ceso de libido sexual no investido en una interac-
ción con el objeto de amor, lo que era generador
de angustia y de dificultades para hacer frente a
este exceso. Los esfuerzos producidos para asimi-
lar este exceso de libido en las formaciones psí-
quicas y darles una forma mental se manifiestan
entonces en los diversos síntomas neuróticos. «In-
troducción del narcisismo11 contiene dos grandes
descubrimientos: el primero, que el yo es también
la sede de la sexualidad; por eso las dificultades
de economía de ligazón de la libido se manifies-
tan en él en tanto tales. El segundo descubrimien-
to es que dificultades de ligazón en el yo pueden
engendrar una psicopatología muy grave.
La significación de las dificultades de ligazón
de la libido ha tomado ahora gran extensión. Es-
te punto de vista ampliado cubre las observacio-
nes de las neurosis traumáticas, las experiencias
en el curso del tratamiento psicoanalítico, la mis-
teriosa compulsión de repetición y su relación con
esfuerzos diversos de destrucción y de control. To-
do esto ha hecho imperiosa una revisión del pro-
blema de la libido que no está ligada en forma al-
guna en su totalidad, problema que había sido
abordado en Más allá del principio de placer.
La interpretación que proponemos del sentido
de la libido no ligada en el artículo de Freud so-
bre el narcisismo se opone a la de Laplanche. Se-
84
gún él lo ve, este artículo ofrece ante todo nuevas
posibilidades de ligazón de la libido, lo que dis-
minuiría proporcionalmente el problema de la li-
bido no ligada restante. Desde nuestro punto de
vista, Freud descubrió allí otra amenaza para la
economía libidinal ampliando la significación de
la libido no ligada tanto a la clínica como a la teo-
ría. Desde nuestra perspectiva, la significación de
la desligazón tomó importancia en este artículo,
lo que confirió dimensiones nuevas a este proble-
ma. Ello llevó a dar forma a la teoría de la pulsión
de muerte.
Este punto en particular tiene de interesante
que al leer los textos de La planche nos hemos en-
contrado de acuerdo con él en muchos aspectos.
La lectura de su texto nos instruyó acerca de di-
versos puntos y nos confirmó en algunas de nues-
tras ideas. Por eso una cuestión me deja sobre-
manera perplejo: ¿qué razones nos han conduci-
do en una dirección tan opuesta a la suya en
nuestra concepción final de la pulsión de muer-
te? Lo repetimos: todas nuestras investigaciones
eran anteriores a nuestro conocimiento de los tex-
tos de Laplanche.
Queremos ahora presentar nuestro punto de
vist;1 bajo la forma de un cuadro (cuadro I) inspi-
rado por Laplanche. Según él hay que diferenciar
las funciones vitales, el plano del orden vital y el
plano psíquico, objeto del psicoanálisis. El nivel
concerniente al psicoanálisis se forma paralela-
mente al nivel de los procesos de desarrollo sim-
bólico. Es allí donde el dominio del espíritu se en-
raíza y comienza a incluir en él no sólo lo que es-
tá presente y es perceptible sino también lo que
está ausente.
85
·cuadro l.
j
1
Satisfacción : Función simbólica Placer Desligazón:
de las necesidades : t t expansivo
sin meta:
Falta de
objeto
vitales :
: Satisfacción libido. Trauma
sexualidad Conílicto
Desarrollo
Exceso de
estimulación
(neurosis
actual]
Privación
1
1 (dormir. etc.)
1
1
: Perturbación Proceso
!cuadro II ~ de ligazón
~
Cuadro lII
Funciones
de repliegue.
de eliminación.
: Op!ición contra
\ la libido no ligada:
: pulsión de muerte.
1/ 4--- Desligazón
(ver arriba)
de parálisis , Masoquismo primario
: ¡,Narcisismo negro"
86
El proceso simbólico separa los contenidos psí-
quicos de sus contactos.de origen. Otros conteni-
dos son entonces susceptibles de representarlos
también. Este fenómeno se llama derivación me-
tonímica en la escuela psicoanalítica francesa.
Con relación a ello. el placer puede incluso ser re-
presentado por algo diferente de la gratificación
producida por las funciones vitales originales. Es
así como la sexualidad psíquica humana toma for-
ma. En lugar de una búsqueda del placer produ-
cida por una función claramente definida, el es-
píritu humano es ocupado por una pulsión difu-
sa, por la libido que busca una forma.
Existe una relación dialéctica entre el proceso
simbólico y la sexualidad. El proceso simbólico
deja al placer en libertad de fijarse sobre las co-
nexiones más diversas. La sexualidad en 1·stado
móvil permite a su vez al proceso simbólico al-
canzar dominios aun más vastos.
Podemos suponer que en el plano vital existen
también funciones de expulsión y de repliegue cu-
ya meta es proteger la existencia. El proceso sim-
bólico permite, aun a estas. liberarse de sus co-
nexiones de origen. Las formas de trastornos de
expulsión y de repliegue se expanden y devienen
una pulsión difusa que se manifiesta bajo la for-
ma de una oposición a toda forma de desorden
y al exceso de libido no ligada. La sexualidad psí-
quica (contrariamente a la sexualidad biológica)
es 11libre11, no ligada a esquemas de estímulos es-
pecíficos de descarga; del mismo modo, la pulsión
de muerte psicológica es 11libre", no ligada a es-
quemas de estímulos específicos de terminación.
tanto externos como internos.
En sus formas elementales, esta pulsión se ma-
87
nifiesta como destrucción, masoquismo primario.
«narcisismo negro», que buscan la paz por el va-
cío. ~hora bien, el esfuerzo primario tiende a un
retorno a la calma y al silencio de una manera
o de otra. A medida que aumentan los medios.
los resultados pueden ser alcanzados por vías que
no consistan en la destrucción.
La constelación antagonista entre la libido no
ligada y el esfuerzo por obtener el apaciguamien-
to puede ser considerada como un desorden que,
de una u otra manera, está presente constante-
mente como una cualidad de nuestra experien-
cia cotidiana (cuadro II) y se manifiesta por im-
presiones tales como: «Estoy cansado». «¿Para qué
sirve?», 11No puedo continuar», 11No quiero», 11Que-
rría que todo esto cesara», 11Estoy demasiado ocu-
pado», 11No me gusta esto», 11Este desorden me irri-
ta», etcétera.
Cuadro II.
Pulsión de muerte
.§ Destrucción
'ü
ro
• •
Inmovilidad total Angustia
Ira
Odio
Repulsa
Estoy cansado
No quiero
,..1
I
Libido
88
Podemos ordenar los afectos en dos categorías
según estén dominados por una tendencia a la paz
o por la libido. Aquellos que están dominados por
la pulsión de muerte, Tánatos -tal la tendencia
a la paz-, son: la angustia, la ira, el odio, la re-
pulsa, la vergüenza, la envidia, la culpabilidad,
la apatía, el sentimiento de vacio y el aburri-
miento.
En nuestro ejemplo, los puntos dialécticos en-
tre libido y Tánatos (pulsión de muerte) tienen un
efecto sobre la organización progresiva del psi-
quismo en los procesos de ligazón. Lo vemos en
el trabajo psicoanalítico en el campo del narcisis-
mo y de las relaciones de objeto. Las constelacio-
nes psíquicas producen libido no ligada en gra-
dos diversos, no sólo durante las fases precoces
del desarrollo, sino permanentemente. La psico-
patología, las experiencias de la vida y los cam-
bios que se producen en el !}ivel corporal confir-
man que los acomodamientos con las dificulta-
des de la libido no ligada son tareas que nuestro
psiquismo debe resolver de manera ininterrum-
pida.
El proceso de ligazón
89
embargo, la idea está implícita en los textos de
Freud. Ello extiende de manera considerable el
proceso de ligazón (Ikonen y Rechardt. 1980).
Con fines descriptivos, representémonos las for-
mas y las constelaciones típicas de las ligazones
en el cuadro III.
Cuadro III.
El proceso de ligazón:
90
La meta del proceso de ligazón es aumentar la
maleabilidad de la libido no ligada. Esto se pro-
duce en principio proveyéndole un contenido psí-
quico preliminar: funciones, afectos, huellas mné-
micas, imágenes, etc.; después, reduciendo su
movilidad sin límites por investimientos estables;
y luego, por medio de investimientos flexibles y
maleables. Pensamos que todo esto se aproxima
bastante a lo que Laplanche llama el apuntala-
miento. En primer lugar, este apuntalamiento pre-
vio es incierto ya que se estabiliza poco a poco
hasta que la libido es finalmente capaz de mover-
se libremente de una conexión a otra sin perder
su estado ligado y apaciguado.
Las diferentes significaciones de la muerte. ¿Por
qué «pulsión de muerte11? Desde nuestro punto de
vista. la expresión «pulsión de muerte" es una me-
táfora; es el nombre que se da a un paradigma
ligado al funcionamiento psíquico y no debería ser
tomada literalmente ni en su sentido concreto. En
última instancia, desde luego, se trata de la muer-
te: muerte psíquica y muerte física. Estamos de
acuerdo .con las ideas de Eissler (Eissler, 1972) y
podríamos hablar. de «pulsión de ligazón11, pero es-
to no considera sino· un solo aspecto de la cues-
tión; deja de lado las producciones destructivas.
Las diversas interpretaciones del concepto de pul-
sión de muerte dan a la muerte diferentes signifi-
caciones. Klein parece sugerir a través de sus tex-
tos la idea de una muerte concreta y de un miedo
a la muerte. Según Laplanche, se trataría de un
ataque interno de la pulsión en un estadio de pro-
ceso primario, que destruiría las estructuras psí-
quicas; la sexualidad que subUende a la vida.
Por nuestra parte, pensamos que se trata de un
91
apaciguamiento de la libido excesiya no ligada.
En las formas extremas, esto se produce por la
destrucción del objeto estimulante y/o la fuente
de la libido. Esto incluye la tendencia a encon-
trar el apaciguamiento por la-destrucci6n de las
estructuras inestables, de las tendencias al desa-
rrollo, y de todo lo que parece superfluo. Bajo es-
te aspecto, la pulsión de muerte es a la vez esta-
bilizante y destructiva. Según Eissler, la progre-
sión gradual del orden y de la estructuración
conduce a la ausencia de vida, a un bloqueo de
la movilidad y de la vitalidad internas. Es un pun-
to de vista sobre la pulsión de muerte como pro-
ceso gradual que conduce a la muerte.
Pensamos que en cierto modo la imagen de la
muerte nos es común. Según los términos de La-
planche, se trata de un estado de impotencia ab-
soluta, de sujeción total a nuestra$ necesidades,
de una ausencia total de recursos frente a los ata-
ques de las pulsiones internas. Esta representa-
ción imaginaria particular de la muerte muestra
nuestro aislamiento en tanto individuos vivien-
tes, lejos de toda posibilidad de auxilio, enterra-
dos vivos. Es la muerte como la tememos cuando
estamos vivos. Melanie Klein evocó tal vez esa suer-
te de miedo a la muerte en su artículo sobre la de-
presión y la angustia (Klein, 1948).
92
te modelo parte del concepto de una energía indi-
ferenciada descrita en términos cuasi fisiológicos.
Esta energía originalmente monista se diferencia
en pulsión agresiva y pulsión sexual (Hartmann
et al .. 1949). En este sistema, no hay lugar al-
guno para el modelo de la pulsión de muerte. El
modelo psicológico del yo ofrece una explicación
seductora de una comunicación psicosomática
directa cuando las fases precoces del desarrollo
(Jacobson, 1954; Schur, 1955). Pero en cambio
las posibilidades interpretativas en clínica psico-
analítica se ven restringidas (véase el cuadro IV).
La interpretación de Laplanche propone un con-
cepto monista de la pulsión pero en el plano psi-
cológico. La única pulsión es la sexualidad psí-
quica, que se diferencia en pulsión sexual de vi-
da, ligada, y en pulsión de muerte, no ligada.
Melanie Klein no precisa si la pulsión de muer-
te que ella concibe es biológica o psicológica. Sus
discípulos, como Segal (véase esta publicación),
parecen inclinarse en el sentido de una interpre-
tación psicológica. La pulsión de vida y la pulsión
de muerte son ambas activas de manera autóno-
ma. La dominación de la una o de la otra es lo
decisivo.
Nuestra interpretación es la siguiente: existe en
el psiquismo humano un antagonismo de base en-
tre la libido no ligada y la pulsión de muerte. La
pulsión de muerte no puede ser conceptualizada
de manera aislada sino únicamente en su relación
con la libido no ligada que es sentida como un
desorden. Toda libido en exceso es desorganizante
y es tratada por medio de la ligazón y/o la elimi-
nación.
Cuando se considera la pulsión de muerte a par-
93
Cuadro IV. A propósito de la r·st rn, ·t 11m de algunas interprcta-
cioncs clc Freud sobre la pulsión de mucrtc.
Scxualidacl
Ent"rgía inclilt-renciada / Nada de pulsión de rnucrlc
~ Agresión
J. Laplanchc
M. J-(Jl'in
Instintos de vida
Instintos de muerlc/
Jkonen y Rcchardl
94
tir del desarrollo de la teoría psicoanalítica, debe-
mos mantener siempre presente en nuestro espí-
ritu que la proposición de una disociación activa
ha sido, desde el comienzo, y ello sigue siendo ver-
dadero, el punto central del pensamiento psico-
analítico. Saber lo que ha sido disociado, por qué,
de qué forma, y cómo es posible lograr una in-
tegración: he ahí una tarea constantemente presen-
te en el trabajo y la búsqueda psicoanalíticos.
Es tal vez esto lo que Freud desarrolló en su teo-
ría de la pulsión de muerte; un modelo de proce-
so disociativo de consecuencias teóricas y clíni-
cas extremas que tiende a una metapsicología nu-
clear análoga a las doctrinas de los elementos
primarios en química o a aquellas de la física nu-
clear.
Es probable que Green haya tenido algo simi-
lar en mente cuando redactó su informe que ver-
sa sobre el modelo del conflicto que está en la ba-
se tanto de la teoría psicoanalítica general, como
de aquella de la pulsión de muerte.*
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96
La pulsión de muerte. Posición
personal
Clifford Yorke
Teoría y práctica
97
so que al ho sustentarse en una práctica clínica
o en una observación concreta tanto de lo normal
como de lo patológico (e insisto sobre la impor-
tancia de lo normal), uno se ve reducido a hacer
especulaciones de gabinete. No tengo nada en
contra de la especulación como tal, a condición
de que se la tome sólo por lo que es. Freud mos-
tró siempre claramente cuáles eran, entre sus for-
mulaciones, las especulativas y las que se apoya-
ban en la práctica clínica y la observación. Me ha
impresionado mucho que, de los cuatro textos
presentados, sólo el de Hanna Segal utilizara un
material clínico, aunque también lo hicieron al-
gunos intervinientes de la sala.
La doctora Segal debe entonces ser felicitada
por ello. y quisiera atraer la atención de ustedes
sobre los límites, así como sobre la utilidad, del
material clínico, particularmente de las viñetas.
Una viñeta puede ser muy útil para ilustrar un
punto particular y precisar lo que quiere decir el
orador. Pero, incluso para apuntalar un punto de
vista particular, es esencial, en la práctica clíni-
ca, obedecer a lo que los psicólogos llaman el prin-
cipio de convergencia, a fin de mostrar que se pue-
de llegar a las mismas conclusiones a partir de
material proveniente de contextos diferentes, de
sesiones diferentes y bajo aspectos diferentes. Só-
lo así es posible establecer de manera reproducti-
ble la validez de un tipo de observación. En efec-
to, el proceso de perlaboración no puede efectuar-
se salvo si la misma conclusión se desprende de
datos repetidos. Cuando se considera una hipóte-
sis tan importante como la pulsión de muerte y
se intenta demostrar su utilidad clínica, este prin-
cipio se impone, a condición, sin embargo, de apo-
98
yarse en observaciones repetidas que versen so-
bre diferentes pacientes y hechas en circunstan-
cias diferentes. La ley de la «economía de hipóte-
sis" conduce a pensar que, para la pulsión de muer-
te, la formulación más apropiada y más aplicable
provendría de materiales y de observaciones que
nos son provistos en condiciones y circunstancias
variadas.
El hecho es que el material comunicado por la
doctora Segal y por otros -desde luego que bre-
vemente, en vista de esta discusión- se presta
a interpretaciones variadas porque las viñetas es-
tán tomadas aisladamente y no en el contexto sea
de la vida del paciente, sea de un informe más
frondoso del análisis. Ayer, hablando con el doc-
tor Rosenfeld sobre el análisis de una joven mu-
jer que había hecho varias tentativas graves de
suicidio, se me hizo claro que aquello que, para
mí, era una interpretación-salvataje podía ser sin
embargo comprendido de diferentes maneras, la
mayoría de las cuales no requerían referencia al-
guna al concepto de pulsión de muerte. Estuve
tentado de retomar hoy ese caso clínico, algo dra-
mático, pero me di cuenta de que así no haría más
que cometer la falta de delicadeza de la cual jus-
tamente me quejaba. Es precisamente la obser-
vación repetida y prolongada de la experiencia
psicoanalítica, reforzada por el estudio de lo nor-
mal en el adulto y en el niño, la que forma la ba-
se indispensable para las formulaciones teóricas.
Agregaré que, si se considera el problema de la
pulsión de muerte, debemos encaminarnos hacia
el estudio de niños golpeados y maltratados, de
las heridas, accidentes y enfermedades, al menos
de las que ocurren durante el primer año de vida,
99
hacia el estudio de hijos pequeños de madres de-
presivas, de niños ciegos o sordomudos, etc. La
necesidad de todo esto les parecerá más evidente
en un instante.
La pulsión de muerte
100
Cuarto. ¿A qué principio regulador obedecería
la pulsión en cuestión? ¿Sería ella compatible con
el principio de placer/displacer, por ejemplo, o
bien seguiría el principio de Nirvana en tanto que
la libido obedecería al de constancia?
101
bido y agresividad; por lo tanto, la reciprocidad
entre la madre y el niño. En ese contexto debe-
mos preguntarnos si las raíces profundas de un
apego al sufrimiento no deben ser buscadas en
el juego de esas experiencias precoces. Es alli que
se plantea la cuestión de la depresión materna,
o la de las enfermedades o del handicap del niño,
cuestión que debe ser ampliamente tomada en
cuenta.
102
Mesa redonda
Moderador
D. Widl6cher
Participantes
J. Laplanche. H. Sega]
E. Rechardl y A. Green
103
el argumento utilizado por Freud, que consiste en
servirse de un modelo biológico para justificar la
teoría de la pulsión de muerte, no constituye un
argumento necesario. Plantearé ahora una pre-
gunta a los cuatro ponentes. Sin duda, todos in-
dicaron que la pulsión de muerte estaba ligada
a la compulsión de repetición. Pero si se compa-
ra la insistencia puesta por Freud en la compul-
sión de repetición y la referencia que a ella han
hecho los cuatro informes, no puede sino asom-
brarnos la diferencia. Quisiera entonces pregun-
tarles si ustedes consideran, dentro de las concep-
ciones distintas que sostienen, que la compulsión
de repetición desempeña siempre un papel fun-
damental. '
Una segunda pregunta se dirige también a los
cuatro ponentes. Tuve el sentimiento de que la
noción de ligazón y de desligazón no tenía siem-
pre la misma significación. ¿Está bien claro para
todos que la oposición entre energía ligada y flo-
tante no es idéntica a la que existe entre repre-
sentación clivada u organizada?
Quisiera ahora mostrar y citar. tal vez exagera-
damente, los puntos en desacuerdo. Retendré cua-
tro de ellos.
El primero concierne a la noción de retorno a
lo inanimado, a lo orgánico. Este retorno es des-
crito por Hanna Sega! como un dolor, un sufri-
miento psíquico. En Eero Rechardt se trata por
el contrario de la inspiración al Nirvana, a la
ausencia de sufrimiento.
Jean Laplanche y Eero Rechardt se refieren
muy directamente a los procesos de ligazón y de
desligazón. Sólo que percibimos que ellos no atri-
buyen el mismo papel al instinto de muerte por
104
relación a estos procesos. ¿Es exacto? Y si es así,
¿podrían explicarnos por qué?
El tercer debate que podríamos introducir con-
cierne a la noción de desinvestimiento. Encontra-
mos en Hanna Segal así como en André Green
el acento puesto sobre el desinvestimiento de las
representaciones como obra del instinto de muer-
te. Pero compruebo una diferencia. En Hanna Se-
gal, creo ver que ese desinvestimiento es, él mis-
mo, un objeto de representación. Hay un fantas-
ma de desinvestimiento que expresa un ataque
contra el deseo. ¿Se podría decir lo mismo en An-
dré Green? No lo creo.
Y finalmente, mi última observación se referi-
rá al acuerdo aparente entre los dos conferencis-
tas de lengua francesa. He oído frecuentemente
a André Greeri decir que estaba de acuerdo con
Jean Laplanche. Pero, en definitiva, me parece
que él busca poner de relieve que la pulsión de
muerte es una «antipulsión" en tanto que Laplan-
che sostiene que la pulsión de muerte es la pul-
sión en sí misma. Si queremos una discusión fruc-
tífera, mejor sería ver exactamente en qué están
ellos de acuerdo y en qué no lo están. Es seguro
que no dejaremos esta reunión con la idea de que
tenemos en definitiva una buena teoría sobre la
pulsión de muerte. Pero si la dejamos entendien-
do mejor por qué no tenemos esa teoría y por qué
existen puntos de vista tan diferentes, pienso que
será muy útil. Por eso les sugiero volver sobre es-
tas diferencias y tratar de explicarlas.
105
municación de André Green. Me temo que comen-
zaré por manifestar un acuerdo, pero terminaré
inmediatamente en un desacuerdo ... Mi acuer-
do reside en que me gusta enormemente lama-
nera con la cual él ha articulado pulsión de vida y
de muerte con las funciones objetalizantes y des-
objetalizantes. Aprecio este punto porque con-
cuerda con mi propia tesis que es, creo, diferente
de las de ustedes y sin duda también de la de Her-
bert Rosenfeld. Considero que el narcisismo pri-
mario es totalmente la expresión de la pulsión de
muerte. Debido a ello, no hay narcisismo libidi-
nal más que en el narcisismo secundario. Todo
narcisismo es una expresión de la pulsión de
muerte. esencialmente en la medida en que es
des-objetalizante. Un amor de sí intenso no es lo
mismo que el narcisismo: el amor de sí es bús-
queda de vida e incluso de una vida en la muer-
te. Creo que utilizo el término narcisismo de ma-
nera muy diferente de los franceses en la medida
en que ellos consideran, me parece, este término
en todas las acepciones de Freud (libido narcisis-
ta, etc.) en tanto que yo considero, por mi parte,
que el narcisismo en su conjunto está fundado en
la pulsión de muerte.
Mi segunda observación concierne a la diferen-
cia fundamental que veo entre el clivaje y la de-
presión. En la depresión, observamos un retorno
hacia un proceso de ligazón, pero según un mo-
do particular: el simbolismo. Por la depresión y
por la función simbólica, justamente, nos aparta-
mos de la psicosis para entrar en la neurosis. La
etimología griega de símbolo significa ,juntar con»,
es decir, «ligar».
Consideremos ahora el problema de la especu-
106
lación biológica. Quiero volver sobre esta cuestión
porque he dicho que Freud se sirvió de ella de ma-
nera defensiva. Quería significar que había algo
defensivo en la medida en que no tenemos nin-
guna necesidad de tomar demasiado en serio la
especulación biológica. No quise afirmar que se
debiera negar todo fundamento biológico o somá-
tico. Es tal vez interesante hacer notar que mis
pacientes A y B, B en particular, estaban siem-
pre enfermos físicamente. La pulsión de muerte
era silenciosa hasta que llegamos al momento que
describí. En cuanto a mi paciente C, vino a análi-
sis por un síntoma somático. Mi paciente A esta-
ba enferma desde el punto de vista psicosomáti-
co cuando era hipocondríaca. Sólo mi paciente D
no llegó con trastornos físicos sino que presenta-
ba una crisis de naturaleza psicótica. Sin embar-
go había sido asmático durante su infancia.
No he querido en modo alguno, por otra parte,
despreciar la teoría. No hay observación clínica
sin teoría. Del mismo modo, no hay teoría sin fun-
damento en observaciones. Si pongo el acento en
la referencia clínica es porque la teoría, para ser
válida, debe ser coherente con los otros datos teó-
ricos dentro del mismo campo y debe ser útil pa-
ra explicar hechos que no serían explicables de
otro modo. En psicoanálisis, los hechos son he-
chos clínicos. Quisiera ahora volver sobre dos ob-
servaciones que han sido hechas por el doctor
Folch y sobre un punto que se desprende de la
discusión entre el doctor Folch y el doctor Green.
El doctor Folch ha hecho notar que incluso los
niños autistas podían simbolizar la pulsión de
muerte en sí mismos, si se puede decir. Pienso
que en ese caso la simbolización proviene del po-
107
co de pulsión de vida que existe aún en ellos, de
una necesidad de comer, de una tendencia a co-
municar. Si la pulsión de muerte fuera absoluta-
mente predominante, los niños serían muertos y
no autistas. La segunda observación es la que con-
cierne a la identificación proyectiva. ¿Debemos
considerarla como una expresión de la pulsión de
muerte o como una defensa contra la reconstruc-
ción? Pienso que ello depende de la forma de iden-
tificación proyectiva. En algunos casos constitu-
ye un movimiento dirigido contra la pulsión de
muerte, que se ejerce en el interior de sí. Pero es
necesario al mismo tiempo considerar la influen-
cia del lazo. Si persiste un lazo con la parte pro-
yectada, entonces la experiencia es mucho me-
nos devastadora porque se puede siempre utili-
zar su función de protección. Pero si la identifica-
ción proyectiva tiende a una disolución de todo
lazo, entonces ella está mucho más dominada por
la pulsión de muerte.
108
a la pulsión de muerte. Sobre lo que dijo Hanna
Segal a propósito de la diferencia entre el split-
ting y la represión, estoy totalmente de acuerdo.
En lo que concierne al problema de la biología,
estoy también de acuerdo con ella. Yo preveía to-
talmente que nos dijera que sus pacientes presen-
taban sea accidentes somáticos, sea accidentes
psicóticos. Una vez más no puedo sino lamentar
la ausencia de Pierre Marty, cuyas contribucio-
nes me parecen totalmente esenciales. Rosenfeld
retomó un ejemplo clínico que había presentado
en el curso de una exposición en París. El había
abordado el problema de pacientes que indicaban
la existencia «de islotes psicosomáticos». Su con-
ferencia versaba sobre la relación de la psicoso-
mática con la psicosis. Lo cual implica un punto
de vista muy diferente del de Marty. Ha lugar a
controversia. Creo que en lo que concierne a la
biología, deberíamos ser un poco más moderados.
Voy a asumir incluso el riesgo -es una convic-
ción personal- de decirles que pienso totalmen-
te como Freud, y apuesto a que en los próximos
veinticinco años se descubrirán mecanismos bio-
lógicos que podrán ayudarnos a elaborar mejor
psicoanalíticamente el concepto de pulsión de
muerte, sin provocar la confusión entre modelos
biológicos y modelos psicoanalíticos.
Este último punto concierne a la teoría. Quisie-
ra decir una cosa en lo que concierne a la teoría.
El más grande teórico, hay que saberlo, es el ni-
ño, porque el niño vive de teorías. Esto quiere de-
cir que, para construir su mundo, está obligado
a pensarlo de una u otra manera, y lo que Freud
llama la realización alucinatoria del deseo es la
«teoría,, del pecho inventada por el niño. Winni-
109
cott afirmaba que el niño creaba a la madre, la
realidad, etc., pero a partir de algo que estaba ya
allí y sin lo cual él no podría crear nada. Freud
habla de las teorías sexuales en el niño. En mi
opinión, hay razones para llamar a esto «teorías»
sexuales. El niño no puede vivir sin teorizar. Jean
Laplanche ha\ recordado que Freud se refirió al
poeta y al filósofo. El niño es, lo sabemos, poeta
y filósofo: es entonces el primero de los teóricos.
Tod<\l el problema es que el curso de la vida con-
siste en cambiar de teoría, es decir, en encontrar
teorías mejores, más satisfactorias.
110
tido en hablar así que en hablar de investimiento
(catexis) y de desinvestimiento (decatexis).
111
tinto de muerte como violencia, por el otro el re-
torno al Nirvana. ¿Podemos verdaderamente po-
ner juntos estos dos movimientos? Hay allí una
ambigüedad que vemos ya en Freud. Quisiera pre-
guntar a André Green si, para él también, se tra-
ta de una ambigüedad.
112
ción inmediata. Este debate, necesariamente rá-
pido, está dedicado a cuatro intervenciones den-
sas. En efecto, su propósito debe ser sobre todo
marcar claramente las diferencias, más que dar
la impresión de una convergencia artificial. Hace
un momento, Daniel Widlócher nos decía que no
sería asombroso si un participante abandonara el
coloquio diciendo que en definitiva no veía la ne-
cesidad de admitir la pulsión de muerte. Ocurre
que muchos lectores, después de haber tomado
conocimiento de Vida y muerte en psicoanálisis,
me dicen que yo no admito la pulsión de muerte,
y, en efecto, en cierto modo, debo reconocer que
formulo la teoría de las pulsiones de una manera
nueva y en términos que podrían prescindir del
de muerte.
113
si es útil o no. No me gusta mucho el término de
instinto de muerte ni el de pulsión de muerte. He
intentado encontrar algunos mejores pero no lo
he logrado. Prefiero finalmente hablar de «Tána-
tosn porque es un término mucho menos concre-
to. Es cierto, desde que utilizo ese concepto ten-
go la impresión de haber llegado a ser mejorana-
lista. Lo he encontrado muy útil en mi trabajo
clínico y debo decir que gracias a ese concepto
puedo utilizar el trabajo de los autores kleinianos
cuyo punto de vista me era totalmente incom-
prensible antes.
En lo que concierne al principio de Nirvana, no
pienso que se trate de un estado que se pueda de-
finir y que exista en algún lado. ¿Cómo decirlo?
Es más una tendencia a huir de un estado para
alcanzar el nivel más bajo posible. No se trata de
alcanzar algo (el Nirvana). Es una tendencia y
puede ser totalmente destructiva. Sus manifesta-
ciones destructivas son muy importantes en el
trabajo clínico. No es una teoría muy pacífica. Es-
tamos entonces mucho más cercanos, Hanna Se-
gal y yo.
114
miento de Freud, las reelaboraciones que impli-
can sus teorías sucesivas.
115
no, no ya sobre la conservación del objeto. Es en
mi opinión lo que Freud expresaba con el térmi-
no de «pulsión sexual» al comienzo de su obra: él
decía que la pulsión sexual buscaba el placer y
no el objeto. y que este último era secundario con
relación a aquella.
HS
•
Se podría afirmar lo mismo del complejo de
Edipo. Sin Freud ninguno de nosotros hubiera si-
do lo bastante genial para producir ese concepto.
Quiero decir algo a propósito de las observacio-
nes de D. Widl6cher. Ahora que el doctor Re-
chardt ha precisado su posición, estoy totalmen-
te de acuerdo con él. Y sin embargo, la idea de
Nirvana me hace pensar en algo diferente: él ha-
bla de instinto de muerte sin mencionar la muer-
te. Esto me parece extraño. El problema que se
me plantea consiste en saber de qué manera pen-
samos estar en condiciones, al final de nuestra
116
vida, de aceptar la muerte con dignidad y sangre
fría. ¿Qué nos permite aceptar la muerte? ¿Es el
principio de Nirvana o alguna otra cosa? Creo que
lo que hace a la muerte aceptable tiene una rela-
ción con la integración, es decir que deberíamos
ser capaces de aceptar en nosotros la existencia
del instinto de muerte y el deseo de morir. Pero
esto además se relaciona con la simbolización.
Hay un hermoso trabajo de Lifton que muestra
que la muerte debe tener un sentido. Uno de los
problemas más graves que plantea la muerte ató-
mica es que ella no tiene ningún sentido. Para te-
ner un sentido, es necesario que exista la posibi-
lidad de una sobrevida simbólica. Me acuerdo de
un hombre que tuve en análisis cuando él tenia
setenta y cuatro años. Poco tiempo antes de su
muerte, once años después, pudieron de~cribir-
me sus últimos instantes. Eso no fue en absoluto
«desobjetalizante»; lo que hizo primero fue pedir
a su mujer que le recordara exactamente dónde
se encontraban sus hijos y sus nietos. Así ubica-
ba sus objetos de sobrevida. A continuación se
durmió, luego se despertó, pidió un vaso de leche
y murió dejándose hundir suavemente en el sue-
ño. Ustedes ven que la aceptación de la muerte
no es realmente desobjetalizante. Pasa por todas
las pérdidas y los desprendimientos depresivos.
Se puede morir apaciguadamente a condición de
aceptar el instinto de muerte y de poder simboli-
zar su sobrevida, sea en su trabajo, en la raza hu-
mana o a través de los hijos ...
117
tenía una concepción muy particular de lo que
entendía al hablar de muerte. Por una parte, man-
tuvo la idea de que la noción de muerte no exis-
tía en el inconciente, y creo que debemos ser cla-
ros sobre este punto. No basta con decir que nues-
tro yo conoce experiencias de aniquilamiento, o
de peligro de aniquilamiento, para sostener en ra-
zón de ello que existe una idea de la muerte. Creo
que una de las cosas que nos permite enfrentar
la muerte es, precisamente, que no hay idea de
muerte en el inconciente. Por otra parte, construi-
mos siempre una proyección narcisista de lo que
ocurriría tanto después de la muerte individual
como después de una destrucción colectiva. Creo
que en todo análisis de casos de suicidio hay que
tener en cuenta esa proyección narcisista. Esto
no deja de tener relación, pese a todo, con el pro-
blema que ha sido evocado y que tiene un aspec-
to tan diferente del modelo biológico en Freud.
Pienso que cuando se habla de modelo biológico
en Freud, hay que hablar en realidad de un doble
modelo, un modelo biológico y un modelo fisicis-
ta. La imagen que da Freud de la muerte, y en
virtud de esto creo que se trata de una metafori-
zación, en. modo alguno es la muerte del murien-
te, en el sentido del prójimo que vemos tristemen-
te desaparecer, sino que es una imagen fisicista
como la de la materia inanimada. Y es en una cier-
ta relación entre modelo fisicista y modelo bioló-
gico de la pulsión donde se sitúa el modelo freu-
diano. Gracias a este doble modelo que estaba a
su disposición, en la época, él logró pensar la opo-
sición entre un funcionamiento de la pulsión no
ligada ijustamente según el modelo fisicista) y un
funcionamiento homepstático, que desarrollará
118
poco a poco con la noción de yo. Lo que ha falta-
do bastante hasta el presente en esta discusión
es el uso del modelo topográfico, estructural. Só-
lo por una utilización de la tópica freudiana se
puede situar exactamente el funcionamiento de
los diferentes modos de pulsión. Pr:ecisamente, el
modo de funcionamiento ligado es más bien pa-
trimonio del yo. Quedaría por considerar la cues-
tión del funcionamiento libre de la energía inte-
lectual, es decir, el trabajo intelectual.
119
Quisiera decir unas palabras sobre la compul-
sión de repetición. Creo que hay confusión en es-
te punto. La compulsión de repetición no carac-
teriza en nada a la pulsión de muerte. La com-
pulsión de repetición es característica de todo
funcionamiento pulsional. Pasche la ha llamado
el instinto del instinto. lo que me parece muy
justo. Sin duda, la compulsión de repetición es
más acentuada cuando se trata de la pulsión de
muerte.
Quisiera ahora retomar el punto muy importan-
te abordado por Jean Laplanche sobre la pulsión
de indicio. Creo hallarme cerca de su inspiración
cuando considera los diferentes reordenamientos
conceptuales y los diversos modelos que Freud
utiliza en el curso de su obra. Me parece que todo
parte, en Freud, del modelo clínico de la perver-
sión. De allí la concepción del niño perverso poli-
morfo, de allí la concepción de la pulsión parcial.
de allí la concepción del placer de órgano. Sin em-
bargo -es en todo caso la manera en que yo in-
terpreto la evolución de la obra freudiana- me
parece evidente que al fin de su vida. Freud pres-
ta cada vez más atención a las relaciones entre
perversión y psicosis, como lo atestigua la aten-
ción acordada al clivaje. El aborda el problema
del clivaje con relación al fetichismo, y lo retoma
inmediatamente en el Esquema con relación a la
psicosis. Algo se ha «agitado» en el pensamiento
de Freud. Después de Freud se puede afirmar sin
exageración que su modelo de la perversión no
ríos satisface ya mucho. Por otra parte, el análi-
sis de.la perversión demuestra que ella no es en
modo alguno una expresión directa de la pulsión
sexual. La perversión da testimonio de la presen-
120
cia de aspectos destructivos considerables, e in-
cluso en las perversiones de tipo banal. Además.
la petrificación del objeto del perverso, o del ob-
jeto de la perversión, su carácter anónimo, inter-
cambiable, despersonalizado en el sentido estric-
to, su utilización sin ninguna consideración y sin
identificación con su deseo propio, son caracte- .
res que cuestionan el modelo de la perversión en
Freud. Por mi parte, me inclinaría a ver allí un
proceso de desobjetalización que pone de relieve
la carencia narcisista del perverso y, como algu-
nos lo han sostenido, su defensa frente a una ame-
naza de regresión psicótica.
121
deviene en la fuente del ataque interno, en tanto
que para Jean Laplanche es la pulsión no ligada
la que deviene el agente de la repetición. No digo
que haya que elegir estar en favor o en contra de
una de estas teorías, sino que es preciso recono-
cer que hay allí un debate.
122
c1on. Lo cual desde mi punto de vista no inva-
lida la tesis de lo anobjetal e incluso de la nada
pura. Tal vez, en este punto, damos muestras de
occidentalo-centrismo.
123
tinto de muerte en razón de lo que A. Green ha
evocado a propósito del duelo. El instinto de vida
permite la elaboración del duelo, la simbolización.
El es una fuerza de adaptación y de cambio. Las
fuerzas de muerte son estáticas.
La cuestión de saber si hay o no representación
de la muerte en el inconciente es un debate im-
portante. Debo decir que soy tal vez ingenua, pe-
ro en cuanto a mí no veo diferencia entre la ani-
quilación total irreversible y la muerte. El miedo
de la aniquilación y el miedo de la muerte son pa-
ra mí lo mismo.
Quisiera volver sobre el instinto de vida. No se
trata sólo de vivir sino también de crecer y de
cambiar. Por eso la compulsión de repetición res-
ponde más al instinto de muerte.
124
poder entenderse sobre esta cuestión de la idea
de muerte, pienso que la única aprehensión de
la. aniquilación es una aprehensión intersistémi-
ca, es decir, topológica, es decir que es sólo la
aprehensión por el yo del ataque destructivo del
ello lo que es percibido precisamente como posi-
bilidad de aniquilación; pero la idea de muerte en
tanto tal no existe en estado reprimido en el in-
conciente o en el nivel más profundo del ello, aun
si el ello por otra parte es mortífero para el yo.
Pienso que esto puede constituir una controver-
sia de palabras o una controversia de fondo se-
gún la manera en que se lo tome.
125
sentación de la muerte en el inconciente porque
eso de que hablamos viene del ello, y por lo tanto
!1º podría tratarse de representación. ¡Eres tú mis-
mo quien lo escribió!
126
ces de una función que está al servicio de la su-
pervivencia. La pulsión se trasforma luego en una
suerte de compulsión ciega a repetir lo débil y no
estructurado. Pero esta compulsión ciega puede
contribuir o no al desarrollo normal. Ella puede
entonces tener una función destructora respecto
del yo. Pero es su aspecto positivo el que da la
posibilidad de repetir en la situación psicoanalí-
tica. En efecto, uno de los más importantes facto-
res de esta situación es poder repetir sin fin lo
que era débil y caótico, lo que producía angustia,
etcétera.
127
Impreso en los Talleres Gráficos Color Efe, Paso
192, Avellaneda, provincia de Buenos Aires, en
octubre de 1991.