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LEO N A R D B . M E Y E R
EL ESTILO
EN LA MÚSICA
Teoría musical, historia e ideología
EDICIONES PIRAMIDE
C O L E C C IO N «P IR A M ID E M U S IC A »
D ir e c t o r d e l a c o l e c c ió n ;
M iguel Angel C entenero
T ítu lo de la obra original: Style and Music. Theory, History and Ideohgy
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ÍNDICE
PRÓLOGO. 11
PARTE PRIMERA
Teoría
PARTE SEGUNDA
Historia, innovación y elección
PARTE TERCERA
Música e ideología: esbozo histórico de la música del siglo XIX
In d ic e 9
7. LA CONVENCIÓN DISFRAZADA: LA AFIRMACIÓN DE LA
NATURALEZA........................................................................................ 333
1 ,0 ÍNDICE
PROLOGO
A
SÍ ocurre también con los prólogos. Escritos en último lugar, sue-
len leerse lo primero (si es que se leen). Y antes de ser escritos,
se revisa una vez más el manuscrito. A l revisar éste, pude apreciar las
muchas deudas que en mi trabajo he contraído con otras personas y
me afligió que en muchos casos no fuera capaz de recordar la fuente
de un punto de vista, una idea o un concepto. Este fallo se puede atri-
buir tanto a la edad del autor como a la duración del proyecto.
A comienzos de una carrera profesional, la experiencia es lo sufi-
cientemente limitada para que la proveniencia no sea problemática
por norma. Las influetrcias se pueden rastrear fácilmente a los padres,
unos pocos amigos, dos o tres profesores extfaordinarios, un contin-
gente no muy amplio de colegas y un número moderado de libros me-
morables y artículos. Sin embargo, ya avanzada la carrera, a menudo
es imposible identificar las fuentes. Las creencias, actitudes, proclivi-
dades cognitivas e incluso la información proceden de incontables
encuentros con estudiantes y colegas, de contactos con trabajos y es-
cuchas de conversaciones, del estudio u ojeo de libros y la lectura o
manejo de publicaciones periódicas. Los nombres de muchos de aque-
llos que han influido en mi trabajo aparecen en lo que sigue, pero
muchos otros no aparecen. Las omisiones tienen lugar porque las in-
fluencias pueden ser negativas (las ideas se forman en contraposición
a lo que es conceptualmente incompatible) o pueden ser catalíticas
11
(en el resultado final, el estímulo que sugiere la idea no aparece en
ningún lugar).
La proveniencia es también un problema porque el trabajo sobre
este libro se remonta a hace cerca de veinte años, cuando planeaba
un estudio que debía llamarse «La música como modelo para la his-
toria». Aunque hay vestigios claros en la segunda parte de este libro,
ese estudio nunca fue terminado porque mis ideas acerca de la natu-
raleza del cambio estilístico no dejaban de cambiar. (Lo que es más
importante, llegué a ser favorable a una exposición del cambio es-
tilístico mixta, aunque significativamente extem alista antes que
internalista.) En aquel tiempo leía mucha filosofía de la historia y li-
teratura relacionada con la naturaleza del estilo y la historia de los
estilos. U na vez más, debido a la distancia temporal y la cantidad,
sin duda me he olvidado de reconocer importantes deudas. M i grati-
tud ha de ser, por tanto, general, aunque no por ello menos sincera.
Se hace extensiva a eruditos como R. G . Collingwood, de cuyos es-
critos extraje gran provecho, aunque no lo menciono en mi libro; y
también a alumnos y colegas, de ayer y de hoy, quienes a través de
conversaciones y a veces discusiones intensas me han ayudado — in-
cluso me han obligado— a formular y refinar conceptos, hipótesis y
argumentos.
Reconocer influencias y deudas es además problemático por razo-
nes menos personales. Son dignas de mención dado que tienen rela-
ción con asuntos considerados en mi estudio. En primer lugar, las
creencias y actitudes de una cultura — ^su ideología— frecuentemente
llevan al consenso en cuanto a conceptos. En. consecuencia, ideas e
hipótesis orgullosamente detentadas como genialmente originales re-
sulta que han sido propuestas independientemente por otros. En se-
gundo lugar, la bibliografía relevante — acerca del estilo, la historia y
el romanticismo— es tan amplia que, aunque es mucho lo que he leí-
do, sin duda me he perdido estudios que debían haberse consultado.
D icho de otro modo, la cultura postrenacentista ha llevado a tal
abundancia y diversidad que, como observó el crítico de arte Harold
Rosenberg, eñ- el siglo X X una obra de arte (idea, hipótesis, etc.) «no
tiéne por qué ser realmente nueva; basta con que sea nueva para al-
guien». En último lugar, como argüiré más adelante, la proveniencia
de ideas, hipótesis, etc., es menos interesante para la teoría que la na-
turaleza de sus interrelaciones, y es menos interesante para la historia
que las razones de que se reproduzcan.
12 PRÓLOGO
Dado que este libro versa sobre el estilo, parece apropiado decir
algo acerca del estilo cognitivo del autor y del estilo conceptual del
texto. Nó soy de los que anhelan la «unidad». En cambio me deleito
en la distinción y la diferencia, el contraste y la comparación, y espe-
cialmente con la paradoja y el desbaratamiento de las opiniones reci-
bidas. También gusto de discernir conexiones, especialmente entre
ideas o comportamientos aparentemente dispares, por ejemplo los pa-
ralelismos, sugeridos en el capítulo 6, entre la humilde pasión del
amor romántico y las austeridades patricias del-formalismo estético.
Para mí, pues, la erudición consiste en una especulación festivamen-
te inquisitiva, aunque de seria intensidad.
Aunque he intentado hacer un libro de pensamiento coherente
y argumentos consistentes, no presenta ni una exposición axiomáti-
ca de la naturaleza del estilo ni una teoría filosófica del cambio es-
tilístico. Más bien adopta un modesto método empírico. Lo que se
observa — los datos— es el comportamiento culturalmente cualifica-
do de seres humanos en circunstancias históricas o culturales especí-
ficas. Desde este punto de vista, mi perspectiva discipUnar es seme-
jante a la de la antropología cultural o la psicología social. Ixi que
espero entender y explicar son las elecciones compositivas realizadas
por hombres y mujeres individuales que son miembros de alguna cul-
: tura. Tstas elecciones crean lo „que llamamos estilos musicales, y es a
, partir de cambios en las elecciones que construimos las historias de
la música.
Á grandes rasgos, las dos primeras partes de este libro tratan de la
naturaleza del estilo y la historia de los estilos. Están repletas de defi-
niciones y distinciones, inferencias e hipótesis. No constituyen un
sistema formal, sino una red de conceptos ihterrelacionados, comple-
mentarios. La última parte del libro es un intento por mostrar cómo
los conceptos desarrollados anteriormente podrían usarse para expli-
car del modo más específico y concreto posible las formas en que las
creencias ideológicas de una época — en este caso, el siglo XIX— se
íp ; tradujeron en constricciones musicales y afectaron con ello a las elec-
ciones realizadas por los compositores. Sin embargo, lo que debía ser
un breve e ilustrativo «esbozo de historia» llegó a ser considerable-
mente más extenso de lo que se había vislumbrado. A algunos les
■puede parecer que los bueyes acabaron detrás de la carreta. Pero, para
que se mueva la carreta, tiene que haber bueyes — vengan de donde
vengan— que tiren de ella.
PRÓLOGO 13
Aunque mi libro trata del estilo en la música, espero que sea de
interés para estudiosos de otros campos: historiadores del arte, la lite-
ratura y la cultura; críticos y estetas; y tal vez antropólogos culturales.
También creo que a los profanos con algún conocimiento de teoría
musical les resultará inteligible el libro. Pues aun cuando sea intrin-
cado desde el punto de vista conceptual, no es ni técnicamente abs-
truso ni.metafísicamente abstracto. He intentado que las ideas sean
precisas; las hipótesis, explícitas; los análisis, accesibles; y las líneas
arguméntales, evidentes. En consecuencia, mi libro está abierto — es
ciertamente vulnerable— a debate y crítica. Es así como debe ser.
Porque los conceptos, hipótesis, análisis, etc. rara vez son incondi-
cionalmente verdaderos. Parece pertinente invocar esta declaración
de Vilfredo Pareto; «Dadme errores fructíferos en todo momento, ple-
nos de simiente, rebosantes de su propia corrección. Y guardaos vues-
tras estériles verdades». Para que ocurra la corrección, debe haber
pruebas manifiestas y argumentos patentes.
No obstante, la corrección no tiene por qué implicar el rechazo.
Pues, como indiqué anteriormente, no he constmido un sistema de-
ductivo, sino que he intentado entretejer datos e hipótesis para crear
un tapiz coherente representativo de las relaciones entre naturaleza y
crianza,_erección y^constricción, ;estru£turaTsitílísticá^ycMi^^
tico. Consecuentemente, mi trabajo no debe fracasar áurTcuando uño
o dos hilos resulten ser defectuosos.
14 PRÓLOGO
más importante— con una carga docente muy llevadera. Mi más sin-
cero agradecimiento a todos ellos.
Aún más importante que las instituciones fueron las personas. Mi
manuscrito fue leído, criticado y revisado por varias personas: Stephen
Fisher, Richard Freedman, Catherine Gjerdingen, Eugene Narmour
y Ruth A. Solie. Peter Hoyt ejerció de dedicado ayudante de investi-
gación durante la tediosa revisión del libro. Todos ellos hicieron
sugerencias que han mejorado este libro y les estoy muy agradecido.
Mis colegas de la Universidad de Pensilvania han contribuido al ha-
blar conmigo de varios asuntos considerados en lo que sigue. A ellos
también les doy las gracias. ¿Pero cómo puedo mostrar mi agradeci-
miento a mi esposa, Jémet Levy? No sólo leyó, criticó y me ayudó a re-
visar todo el manuscrito, sino que además fue la fuente, tanto directa
como a través de discusiones en ocasiones fervorosas, de muchas de
las ideas y distinciones que he empleado. Sin su ayuda conceptual y
editorial, mi trabajo habría sido menos perspicaz, convincente y claro.
PRÓLOGO 15
Capítulo 1
H A C IA U N A T EO R ÍA DEL ESTILO
' O tros estudiosos h a n propuesto d efin icion es algo sim ilares: por ejem plo, Ja n La-
Rue (Quidelines fo r Style A m lysis, p. ix ) y C h arles E. Osgood (« S o m e Effects o f M o ti-
v ation », p. 2 9 3 ) . S ó lo las citas breves se facilitarán en las n otas; la do cu m en tació n com -
pleta aparece en la bibliografía.
a)
Ejemplo I . I Poco adagi<
a) Haydn: Sinfonía N.° 46
en Si mayor. Segundo
movimiento;
b) MozarC Cuarteto con
piano en Sol menor (K, 478).
Primer movimiento
h)
2 0 EL ESTILO EN LA M ÚSICA
La palabra elección tiende a sugerir conocimiento consciente e in-
tención deliberada. Pero sólo ima diminuta fracción de las elecciones
que realizamos son de esta clase. En su mayor parte, el comporta-
miento humano consta de una sucesión casi ininterrumpida de accio-
nes habituales y virtualmente automáticas: levantarse de la cama por
las mañanas, lavarse, vestirse, preparar el desayuno, leer el correo, ir
en coche al trabajo, convetsm con colegas, tocar el violín y así suce-
sivamente. En el caso de que cada acto dependiera de una elección
consciente, se dedicarían cantidades excesivas de tiempo y energía
psíquica a considerar alternativas, vislumbrar sus posibles resultados y
decidir entre esas posibilidades. A duras penas podríamos sobrevivir,
y no hablemos de componer música, escribir libros o luchar en una
guerra. De lejos la mayor parte del comportamiento es resultado de la
interacción entre modalidades cognitivas y modelos innatos, por un
lado, y hábitos de discriminación y respuesta arraigados y aprendidos,
por otro. La mayor parte del tiempo esta relación simbiótica entre na-
turaleza y crianza elige por nosotros. U na vez que hemos aprendido a
hablar, tocar el violín o conducir un coche, rara vez somos conscien-
tes de seleccionar palabras o construcciones gramaticales concretas,
de decidir cuándo y dónde colocar los dedos en el violín, o de frenar
o cambiar de marchad
2 2 EL EST/LO EN LA MÚSICA
ca militar— implican elegir dentro de algún conjunto de constric-
ciones. Pero sólo una pequeña proporción de elecciones definitorias
de un estilo conllevan la consideración consciente de alternativas.
En medio de la batalla, Napoleón, al igual que Mozart, a menudo de-
bió de permitir que sus arraigados hábitos de discriminación eligiesen
por él"*.
Por supuesto, muchas veces alguna de las alternativas es tan ob-
via o probable en una situación particular que otras ni siquiera se
piensan, no digamos ya'erigirse en materia de deliberación. Pero si
existe alguna alternativa, se ha hecho una elección^. Por ejemplo.
de la elección consciente. E n este sentido muy real, elijo conducir por la derecha. In -
cluso en un caso extremo, cuando me amenazan en un atraco, hay opciones disponibles:
I
'íf
tratar de escapar, opóner resistencia física, o entregar la cartera. Obsérvese que en estos
dos ejemplos mi estilo será definido o caracterizado en parte por los tipos de elecciones
que tiendo a realizar; será, por ejemplo, un estilo arriesgado, cauteloso o cobarde. Sólo
cuando se aplica realícente una fuerza abrumadora queda descartada la elección.
^ De hecho eligió emplear este estilo por extenso al escribir la Obertura de La flau-
ta mágica.
^ Esta observación la tomo prestada de E. H. Gom btich. Véase su libro Qriteria o f
Periodization, p. 124.
® The Status o f Style.
24 e l e s t il o e n l a m ú s ic a
Edad Media hasta el presente y, en ese mismo nivel, distingue el es-
tilo general de la pintura occidental del de Indonesia, por poner un
ejemplo. En un nivel más bajo, las diferetlcias de forma diferencian
los estilos de los dos pintores. Lo expresaré con la perspectiva de la
definición dada al comienzo de este ensayo: en la medida en que al-
gún qué (es decir, temática, trama argumental, modelo, concepto) se
reproduce en la obra de un artista, en un movimiento, una época o
incluso una cultura, ha de considerarse que ha sido elegido por el ar-
tista desde un conjunto de constricciones, y lo mismo ocurre en la
elección del cómo. Y por esta razón constituye un aspecto del estilo
del artista, así como del estilo del movimiento, la época o la cultura^.
Parece claro que si el estilo dependiese de la sinonimia, las artes
no semánticas como la música, la arquitectura y el diseño abstracto
no podrían pensarse como pertenecientes a estilos identificables y
susceptibles de ser descritos, como evidentemente lo son^°. Porque a
falta de alguna suerte de referencia externa con respecto a la cual se
entiende que son lo mismo, cuesta imaginarse cómo dos estímulos o
modelos puedan ser sinónimos'*.
La posición que acabo de describir tiene conexiones con la que
da cuenta de la esencia de un estilo en términos de aquellos aspectos
del modelo que se desvían de alguna práctica estándar. Este punto de
vista y los precedentes son erróneos y equívocos, ya que equiparan el
estilo de una obra o grupo de obras primordialmente con aquellos as-
pectos que hacen posible la identificación y la clasificación. Pero las
formas, la elección de sinónimos y las desviaciones que hacen posible
su reconocimiento puede que no sean más que los atavíos y adornos
de un estilo, síntomas de conexiones más fundamentales entre los
elementos de alguna obra o grupo de obras. 'En pocas palabras, como
argüiré en el capítulo 2, todas estas posiciones confunden el reconod-
miento y la clasificación de un estilo, que se acepta que son facilitados
’ No es, como parece sugerir Goodman (ibíd., p. 807), simplemente que la material
sea ocasionalmente un elemento del estilo. Salvo que la cosa representada sea única y no '
recurrente, lo representado es siempre un aspecto del estilo.
Según Goodman (iW ., pp. 8 0 0 -8 0 1 ), es dudoso que haya sinónimos genuinos
incluso en las artes representativas como la pintura o la literatura. Véase tam bién Wes-
tergaard: Or> the Notion o f Style, p. 72.
“ En música, por ejemplo, ¿son sinónimos dos sonidos de 4 4 0 ’Hz tocados con ins-
trumentos diferentes?, ¿son sinónimas dos cadencias auténticas al final de frases diferen-
tes?, ¿son sinónimas dos melodías pertenecientes a la misma clase (véase el ejemplo 1.1)?
Aunque desde luego hay una interacción continua e íntima tanto en el interior
de estos mundos como entre ellos, hay importantes distinciones entre ellos.
De este modo, en algunos aspectos la música se ve directam ente afectada por
constricciones físicas y biológicas. Pero cuando tales constricciones n o permiten ningu-
na elección, no son pertinentes para las discusiones de estilo.
?A EL ESTILO EN LA M ÚSICA
cognitivos humanos, la naturaleza del aprendizaje humano, la necesi-
dad de comunicación, compañía y seguridad psíquica— influyen en las
formas en que se conceptúa y modela el mundo fenoménico, las formas
en que se comprenden y recuerdan sucesos, y cómo se establecen y bus-
can metas; en pocas palabras, las formas en que los seres humanos en-
tienden sus entornos, cómo responden a ellos y cómo los manipulan.
Dado que afectan directamente a la organización y los procesos de las
obras de arte, se considerarán las constricciones psicológicas a la hora
de comentar la naturaleza del estilo musicafl''.
Aunque las constricciones de los mundos físico y biológico tien-
den a favorecer modos de vida, modelos de organización social, tipos
de tecnología, etc,, no determinan el comportamiento humano. Los
seres humanos responden a entornos concretos (al clima y los recur-
sos naturales prevalecientes, las características del terreno, etc.) de_
fqnn^ basratue. divisas, .De modo similar, satisfacen necesidades bio-
lógicas (alimento y descanso, refugio y seguridad, etc.) de diferentes
maneras. No obstante, er^líneas generales estas constricciones no
afectan directamente a las obras de arte. Más bien afectan a la orga-
nización y a los grandes procesos de una cultura, esto es, a los niveles
más altos del estilo culturad^. La relación de estas elecciones cultura-
les dé alto nivel con las constricciones del mundo natural pertenece
al dominio de la antropología. M i estudio, sin embargo, tr^ _ g rim q r:..
dialmenm de aquellas constricciones que afectan más directamente a
los estilos d e los modelos, es decir, las constricciones psicológicas y .
culturales.
Las culturas pueden ser analizadas — divididas y subdivididas—
de muchas y diferentes formas. Las divisiones específicas empleadas
en el análisis de una cultura concreta \o parte d e una cultura) de-
Los efectos de alto nivel de las constricciones físicas y biológicas se pueden pasar
por alto en su mayor parte, puesto que, como h a observado Mario Bunge, «se puede dar
cuenta de todos los sistemas y todos los sucesos (pueden ser descritos, explicados o predichos,
según el caso) primordialmente en términos de sus propios niveles y ¡os niveles adyacentes. Por
ejemplo, podemos dar cuenta de la mayoría de los sucesos históricos sin recurrir a la fí-
sica y a la química, pero no pueden entenderse con propiedad sin el recurso a alguna
ciencia del comportamiento». Véase su libro: Mctapliysics, Epistemology and MetKodology
o f Levels, p. 24. S e puede hacer una declaración comparable, a mi modo de ver, acerca
de la explicación de las constricciones estilísticas: no pueden entenderse sin el recurso
a alguna ciencia del comportamiento; la psicología ocupa aquí un lugar destacado.
Estos a su vez afectan a los estilos del arte.
Una vez más, conviene hacer hincapié en que las distinciones entre parámetros,
así cómo nuestras .nociones sobre cómo interactúan, dependen no sólo del comporta-
miento observado en la cultura, sino de las hipótesis que tiene el analista acerca de la
naturaleza del comportamiento humano, las interacciones culturales, el cambio históri-
co, etc. ,
Es importante hacer hincapié en que, tal como yo utilizo el término, un parámetro
esco d a faceta del mundo que es conceptuado com o regido por un conjunto de cons-
tricciones diferenciables. Una consecuencia de ese uso es que pocos parámetros son sim-
ples, puros o monolíticos. Así, el comportamiento político es un parámetro aun cuando
sea un compuesto resultante de creencias, leyes y convenciones; de modo similar, en la
28 HL ESTILO EN LA MÚSICA
considerará cómo los diversos parámetros de la cultura occid ental
han interactuado con la música e influido en la historia de los estilos
musicales. Pero hay que señalar que los parámetros externos — las c ir-.
cunstancias políticas y económicas, las creencias religiosas y corrien-
tes intelectuales, etc.— continuamente han hecho mella en la teoría
y práctica de la música y, en ocasiones, han afectado significativa-
mente al curso de la historia de los estilos. No obstante, lo que aho-
ra nos ocupa es la naturaleza de las constricciones internas de los es-
tilos musicales.
Las constricciones de un estilo son aprendidas por los composito-
res y ejecutantes, críticos y oyenfes^L Normalmente este aprendizaje
es resultado más de la experiencia como ejecutante y oyente que de
la instrucción formal explícita en la teoría, historia o composición
musicaP®. En otras palabras, el conocimiento del estilo suele ser «tá-
c i t o » e s decir, es una cuestión de hábitos convenientemente adqui-
ridos (interiorizados) y desplegados de forma apropiada. Incluso cuan-
do un compositor inventa una regla nueva o — lo que es más
corriente— descubre una estrategia novedosa para realizar alguna re-
gla existente, la invención o el descubripaiento puede tener mucho de
música el ritmo es considerado un parámetro aun cuando dependa de la duración, las re-,'
laciones de diapasón, la dinámica y as( sucesivamente. Hay que tener en cuenta los pa-i
lámetios extem os si se ha de explicar la historia de un estilo, aunque n o hacen falta para|
una exposición analíáca de la estructura y el proceso de un estilo. A s( pues, la distinciónl
entre interno y extem o se introduce aquí en gran medida por consideración a los asun-j
tos que serán tratados en capítulos posteriores.
Incluso aquellas constricciones que pudiera pensarse que son innatas porque son
resultado de la operación de principios psicológicos universales (las leyes transculturales
[transadcural laws] comentadas más adelante) son aprendidas. Pues no sólo las propen-
siones naturales de la m ente humana son invariablemente fortalecidas o aprendidas por
el aprendizaje, sino que cualesquiera que sean los principios universales y transcultura-
les fcrossciiltuTal Jxrmciflesj existentes, siempre son actualizadas mediante reglas y estrate-
gias más restringidas, las cuales son culturalmente específicas.
'* Los libros de texto que versan sobre armonía, contrapunto, forma, etc, no son,
pese al uso com ente, tratados teóricos que explican tas bases de las constricciones em-
pleadas en algún estilo. Más bien son manuales prácticos con reglas sobre «cóm o se
hace». Guardan la misma relación con la teoría de la música que un libro de instruc-
ciones para la reparación de aparatos de radio con la teoría de la radiotransmisión o,
más acorde con lo que estamos tratando, guardan la misma relación con la teoría y el
análisis de la música que una gramática inglesa del siglo XVlll con el estilo, pongamos
por caso, de la poesía de WilUam Blake.
Véase Polanyi, Personal Knoratedge, punto 2.
3 0 EL ESTILO EN LA M USICA
de intentar explicar hechos institucionales desde el punto de vista de
hechos brutos con el ejemplo siguiente:
CÍ.B
B ib iio c tic ®
contar rasgos -—por poner un ejemplo, la frecuencia de sforzandi en la
música de Beethoven o el número de cadencias falsas en las óperas de
Wagner— hasta el fin de los tiempos; pero si nada se sabe de sus fun-
dones (estructurales, expresivas, de proceso, etc.), será imposible ex-
plicar por qué están ahí, cómo se relaciona su presencia con otros as-
pectos observados, o por qué su frecuencia cambia a lo largo del
tiempo. Estos rasgos pueden incluso servir como «identificadores» ra-
zonablemente fiables del estilo de Beethoven o Wagner, pero nada
contribuyen a nuestro entendimiento de cómo funciona el estilo. Di-
cho de otro modo: todos los rasgos (característicos de alguna obra o
conjunto de obras) que pueden ser descritos o contados son esencial-
mente síntomas de la presencia de un conjunto de.constriccioñes in-
terrelacionadas. De lo que quieren tener conocimiento el teórico y el
analista es de las constricciones del estilo en cuyos términds'los mo-
delos reproducidos observados pueden ser relacionados entre sí y con
la experiencia de obras de arte.
Pero no estamos precisamente en la misma posición que los ob-
servadores de Searle. Pueden encontrar informantes entendidos en la
grada o en el campo de juego que les digan cuáles son las reglas; las
reglas del fútbol americano están escritas y pueden ser estudiadas. En
las artes, en cambio, las constricciones que rigen las elecciones rara
vez se registran explícitamente ni se conceptúan conscientemente, ni
siquiera por los más logrados en su uso. Como hemos visto, su cono-
cimiento suele ser tácito. Como consecuencia, el teórico o analista
del estilo debe inferir la naturaleza de las constricciones — las reglas
del juego— de cómo se desarrolla el juego mismo. A este respecto, es
comparable al científico que trata de inferir las constricciones que ri-
gen los fenómenos naturales a partir de la observación de hechos re-
gulares. Pero hay una diferencia crucial entre las constricciones que
rigen las relaciones en el mundo natural y las que rigen el mundo del
comportamiento humano. Muchas de aquéllas son invariables en el
tiempo y el espacio (por ejemplo, cosas tales como la velocidad de la
luz, la naturaleza de las reacciones químicas y el carácter de los pro-
cesos biológicos son iguales cuando quiera y dondequiera que ocu-
rran), mientras que la mayoría de éstas cambian según el tiempo y el
lugar (por ejemplo, las constricciones de- la-música no son las mismas
hoy que en el siglo X V I, ni son las mismas en Indonesia que en la cul-
tura occidental).
Esto plantea lo que parece ser una cuestión fundamental en la
3 2 EL ESTILO EN LA M ÚSICA
Esíik,',
epistemología de las artes; la de si podemos o no tener un conocí'
miento satisfactorio de las constricciones de un estilo, si podemos
o no inferir con éxito las reglas del juego a partir del comportamien-
to de los que toman parte en él. Pero, para hacerlo, debemos ser ca-
paces de describir, analizar e interpretar el comportamiento variable
exhibido por obras de diversos estilos desde el punto de vista de las
leyes inmutables de la percepción y cognición humanas. La dificultad
de esta empresa reside en que, hasta que una teoría coherente y via-
ble relacione la cognición con la neurofisiología — conectando la
conceptualización con la bioquímica— , la psicología cognitiva tam-
■bién deberá inferir leyes inmutables a partir del comportamiento hu-
mano variable, incluido el manifestado en las obras de arte^^. Y este
estudio solamente se encuentra en sus fases iniciales^''. No obstante,
las teorías presentes, aunque necesariamente son provisionales y espe-
culativas, proporcionan formas iluminadoras y heurísticamente útiles
de mirar la naturaleza del estilo.
LA JERA RQ U ÍA DE LA S C O N STRICC IO N ES
Los estilos, así como las constricciones que los rigen, están relaciona-
dos entre sí de un modo jerárquico. Este hecho es responsable de una
confusión considerable en las discusiones sobre la naturaleza del esti-
lo. Porque el término estilo se ha usado para referirse a niveles jerár-
quicos bastante dispares; niveles que van desde las constricciones de
toda una cultura (como cuando los antropólogos hablan del estilo de
■■I'
Dado que las obras de arte proporcionan tal vez la prueba más coherente y do-
cumentada con precisión de la cognición humana compleja, deberían estar, creo yo, en-
tre los datos más importantes de cara a formular y probar las teorías psicológicas de la
percepción y la cognición.
El problema central de la psicología cognitiva es, a mi modo de ver, el del dise-
■'Oy
ño experimental; cómo llegar empíricamente a las reglas que rigen procesos perceptivos
o cognitivos de gran complejidad, pues ni la introspección ni las entrevistas dan datos
fiables, ya que en ambos casos las respuestas del sujeto están filtradas por la lente sesga-
‘ ..
da del lenguaje y la cultura. En otras palabras, hay una distorsión porque las respuestas
se dan en términos del marco conceptual prevaleciente en la cultura del sujeto. La pro-
babilidad de dicha distorsión es especialmente elevada en el caso de relaciones comple-
jas y a largo plazo como las que se, encuentran en las obras de arte. Aparece un ejemplo
de los tipos de complejidades posibles incluso en una pieza aparentemente pequeña en
mi artículo «Grammatical Simplicity and Relational Richness».
Leyes
Es interesante a este respecto observar que la noción de estilo que prefieren los
críticos literarios es diferente a la que suelen emplear los historiadores del arte y musi-
cólogos. Estos conectan el concepto de estilo con aquellos aspectos que son corrientes
(que se reproducen) en una obra, en la obra de un artista, un movimiento y un perío-
do, o incluso en toda una cultura. Lo que la mayoría de los críticos e historiadores dé la
literatura parecen querer decir con estilo — o al menos «estilístico»— son aquellos as-
pectos que son característkas particulares de una novela, obra de teatro o poema concre-
to. En parte por esta razón, los historiadores del arte y de la música han tendido a ha-
cer hincapié en la'importancia de las convenciones y normas compartidas, mientras que
los críticos literarios no pocas veces han conectado él estilo co n la desviación respecto
de tales convenciones y normas. Es obvio, por la definición y la discusión al comieruo
de este capítulo, que estoy de acuerdo co n la posición de los historiadores del arte y de
la música. Incluso las desviaciones han de ser reproducidas (compartidas dentro de la
obra en cuestión) si han-de considerarse rasgos del estilo de la obra. U na única desvia-
ción no puede definir un estilo.
34 EL ESTILO EN LA MÚSICA
diferenciación es consecuencia de constricciones cognitivas percepti-
vas, casi como leyes, es apropiado distinguir en este punto entre dos
grandes clases de parámetros musicales.
fo*anterior, los diapasones se pueden organizar uniformemente (como en una escala cro-
m ática o acorde mayor) o en un continuo no articulado (un güssando, por ejemplo) y
las duraciones pueden ser exactam ente equivalentes (el tictac de un reloj) o no articu-
ladas (en un trémolo). No obstante, en ninguno de, estos casos son sintácticas las rela-
ciones resultantes.
Se sigue de esta discusión que un parámetro que es sintáctico en un estilo puede
no serlo en otro. Por ejemplo, como se argüirá en breve, la armonía no es un parámetro
totalmente sintáctico en la.música renacentista; ya lo es en la música del período tonal,
pero carece totalmente de sintaxis en la música serial contemporánea. En otras palabras,
mientras que la armonía fue un parámetro primario en el siglo XVIII, es un parámetro se-
cundario en muchos estilos del siglo XX.
• Esto de ningún modo supone negar que los parámetros no sintácticos puedan
contribuir a la definición del cierre creado por los parámetros primarios.
3 6 EL ESTILO EN L A M DSICA
mente. De hecho, pueden ser medidos y cuantificados de formas en
que la sintaxis melódica, rítmica y armónica no puede medirlos
o cuantificarlos. De este modo, si se dice de los parámetros prima-
rios que son sintácticos, a los secundarios cabría calificarlos como es-
tadísticos.
Aunque no se rigen por constricciones sintácticas, los parámetros
secundarios pueden dar lugar a relaciones de proceso. Esto lo hacen
porque, una vez establecida, una modalidad concreta de actividad
tiende a persistir, normalmente hasta que los parámetros primarios
crean algún tipo de articulación. Estas modalidades de actividad pue-
den ser de constancia, como en un nivel dinámico establecido com o'
forte, un tempo allegro, una textura homofónica o el timbre de una de
las secciones de la cuerda; pueden ser de cambio gradual, como en un
crescendo, un ritardando, o un incremento en el número de voces o la
tasa de actividad; o pueden ser de alternancia regular, como en un
enunciado y respuesta antifonal o un contraste de registro repetido^^.
En otras palabras, una modalidad de actividad implica su propia con-
cinuación, y esta implicación se entiende que es un proceso. Sin em-
bargo, al carecer de sintaxis, estos procesos no pueden especificar
puntos de terminación definitivos^®. Como se ha señalado anterior-
, mente, pueden detenerse, pero no pueden cerrar.
Al hacer hincapié en la importancia de las constricciones sintác-
ticas para especificar el cierre, no quiero dar a entender que los pará-
metros secundarios no tienen estados de cierre preferidos^h S í que los
tienen. Por ejemplo, la bajada gradual del nivel dinámico, la amino-
ración del tempo, la reducción de la tasa de actividad total, la sim-
. plificación de la textura, el uso de intervalos menos discordantes y.
38 EL ESTILO EN LA MÚSICA
tutti de los compases 174 a 177 del segundo movimiento de la Sinfo-
nía «Milimr» de Haydn (véase el ejemplo 1.4) deberían continuar
hasta el acento que crea el cierre cadencial. El abrupto piano de la
primera nota del compás 178, junto al cambio a una orquestación
como de concertino, niega el cierre claro creado por los parámetros
primarios. Esto es, los parámetros secundarios señalan que éste no es
el punto de llegada real. Se produce una llegada totalmente satisfac-
toria en el compás 182. A llí, junto con las relaciones armónicas y
melódicas de la cadencia anterior, se retoman la dinámica y la or-
questación que previamente habían sido negadas.
Aunque la división de parámetros en primarios y secundarios
se rige por las constricciones — ^semejantes a leyes— de la percepción
y cognición humanas, tanto la naturaleza de toda sintaxis musical
como la diferenciación ulterior de parámetros son en gran medi-
da cuestión de reglas.
Las reglas
4 0 EL ESTILO EN LA M ÚSICA
»»??■
Hughes: HistoT}! o f European Musíc, p. 133. Incluso a finales del Renacim iento la
armonía no es plenamente sintáctica. Como señala Susan McClary, la armonía modal
«no indica funcionalmente el final por medio de una séptima consistente. El sentido de
la progresión y las funciones estructurales son lineales.... Las colecciones armónicas son
generadas por la línea melódica y derivan sus significados de la misma. El acorde no es
una entidad funcional independiente» (Transitíon from Modal Co Tonal Organization,
pp. 79 y 80).
El cambio a la sintactificación plena puede no haber sido un proceso de adición
incrementativa, cg»,mo han sugerido algunos estudiosos; en cambio, posiblemente haya
ocurrido de repente, aunque las condiciones necesarias sin duda fueron establecidas por
cambios anteriores. U na vez que existía la sintaxis armónica, tuvieron lugar importan-
tes modificaciones en las constricciones de otros parámetros. Pero éstos fueron cambios
de estrategia, no de reglas.
Dado que las reglas establecen lo que está permitido en el estilo, se plantea la.
cuestión de si, de acuerdo con la definición dada al comienzo de este capítulo, pueden
4 2 EL ESTILO EN LA M ÚSICA
Sin embargo, antes de considerar las constricciones estratégicas,
debe observarse que la frecuencia con que se emplea una estrategia
concreta ño cambia las reglas que rigen su uso y significación. Por
ejemplo, aunque el uso frecuente de cadencias falsas en la música de
finales del siglo X IX cambia la apreciación del oyente en cuanto a la
probabilidad de que se produzcan (y por tanto también la de que se
produzcan cadencias auténticas), su comprensión de la función sin-
táctica de estas progresiones no cambia. Tomemos un ejemplo
comentado en Emotion and Meaning in Music'**: aunque la cadencia
auténtica justo antes del compás número 77 de la partitura de Una
vida de héroe de Strauss es un tanto sorprendente debido a que la pro-
fusión de cadencias falsas en esa obra (y en otras del mismo estilo)
lleva al oyente a sospechar que habrá una en este punto, la progre-
sión ii-I®-V-I es entendida como auténtica. Es decir, sabemos que es
más cerrada de lo que habría sido una cadencia falsa acaso más pro-
. hable. La «moraleja» aquí parece ser que las estrategias, por muy pre-
valecientes que sean, no cambian las reglas.
ser consideradas con propiedad «estilísticas». La respuesta es que, puesto que son varia-
bles a lo largo del tiempo y según el lugar (las leyes no lo son), las reglas son conse-
cuencia de la elección humana. A veces cuando se inventan nuevas reglas — como en
la creación del serialismo— el hecho de la elección es obvio. Pero cuando el caso ini-
; cial de una regla no se puede identificar (suele ocurrir), la presencia de la elección que-
da oscurecida, aunque tiene que haberse producido una elección.
Página 66.
El concepto de estrategia puede parecer problemático, particularmente a la luz de
la analogía deí juego en la exposición de Searle. Pues las estrategias sugieren metas. En
los juegos sabemos cuál es la meta: ganar. Pero ¿cuál es la meta de la estrategia compo-
sitiva? Responder a esta pregunta, tal como yo lo veo, es la meta final del Juego del es-
tudio de la música, de la teoría y de la historia, del análisis y de la crítica. Porque, como
defiendo en el capítulo 5, las elecciones de los compositores (de ayer y de hoy).se pue-
den entender y explicar solamente a la luz de sus metas, metas fijadas en gran medida
por la ideología de la cultura.
Es posible asimismo que algunos estilos de arte tengan más parecido con el deporte
que con el juego, si un deporte se define como una actividad regida por reglas en las que
el concepto de ganar no consta. Igual que m ontar en b icicleta o nadar, estas obras
de arte se disfrutarían como actividades, tal vez por el sentim iento de bienestar al que
dan lugar.
Es decir, los estilos no cambian porque no quedan posibilidades estratégicas. Más
bien ocurre que, debido a que cambian, inferimos (sobre la base de determinadas hipó-
tesis recibidas culturalmente) su agotamiento.
44 EL Esmo EN LA MÚSICA
las estrategias para la realización de esas reglas. Sin embargo, con la •
sintactificación de la armonía, hubo que modificar las progresiones de
la cuarta especie para dar cabida al movimiento armónico por quin-
tas. Sin embargo, no fueron las reglas del contrapunto las que cam-
biaron, sino su realización estratégica. Los cambios de reglas pueden
también hacer posibles nuevas estructuras formales, y estas estructuras
a su vez pueden exigir nuevas estrategias. La armonía tonal, por ejem-
plo, hace posibles los períodos antecedente-consecuente. Y cuando
un movimiento melódico desde la quinta hasta la tónica está coordi-
nado con dichos períodos, la línea descendente ha de estar construi-
da de tal manera que alcance el tono del acorde dominante (fre-
cuentemente el segundo grado de la escala) en el cierre de la primera
frase; después, la segunda frase repite el descenso con modificaciones
que permite que la cadencia ocurra en una nota de la tónica.
Los cambios en las constricciones que rigen un parámetro no sólo
producen frecuentemente cambios en otros parámetros; también pue-
% 'M : den llevar a cambios en la importancia relativa de los diversos pará-
4 6 EL ESTILO EN LA M USICA
ríodos o secciones. Comenzar un movimiento con una cadencia falsa
— como hace Beethoven en la Sonata para piano en Mi mayor,
Op. 81a (-«Los adioses»)— es, por tanto, contextualmente improba-
ble. Este gambito está íntimamente conectado con las elecciones es-
tratégicas de Beethoven a lo largo del resto del movimiento'*^.
Aunque me he ocupado hasta ahora del uso estratégico de pará-
metros primarios, los parámetros secundarios también pueden servir
de base a estrategias que se vuelven muy características de un estilo
' particular. En el concertó grosso barroco, por ejemplo, los contrastes
más o menos regulares de dinámica, instrumentación y textura se
convierten en estrategias compartidas para reforzar la articulación del
proceso y la estructura. Y, como hemos visto, la dinámica y la instru-
mentación se pueden usar estratégicamente para negar el cierre crea-
1 do por los parámetros primarios. Tomemos un caso bien conocido: lo
■ inusual del famoso acorde en fortissimo del movimiento lento de la
Sinfonía «Sorpresa» de Haydn no es el nivel dinámico por sí mismo.
' El fortissimo es sorprendente, incluso chocante, porque la simplicidad
' sintáctica y regularidad del tema de aire popular establecen un con-
!<. texto en el que la continuación, y no la turbación forzada, parece más
apropiado y probable'*^
Por qué unas estrategias llegan a prevalecer en vez de otras, dado
, un conjunto concreto desreglas, es una cuestión de importancia capi-
‘ tal para la historia de la música. La situación, que aquí sólo podemos
i tratar brevemente'*®, parece ser más o menos como sigue. Continua-
'■ mente se están concibiendo estrategias novedosas, aunque el ritmo de
estas concepciones varía, dependiendo de las circunstancias estilísti-
cas y culturales, así como de la personalidad de los compositores in-
dividuales. Pero sólo una pequeña fracción de estas innovaciones se
• convierte en parte de la práctica tradicional y continuada del estilo.
■*’ Dado que ™ b o s pueden cambiar al correr del tiempo, las estrategias que inicial-
mente no se perpetúan como convenciones compartidas pueden hacerlo más adelante.
Por ejemplo, los cuartetos de cuerdas de la última época de Beethoven no fueron influ-
yentes en el siglo XIX, tal vez porque su expresión se deriva de contrastes de texturas,
conos y m otivos que no eran totalm ente compatibles con los ideales estéticos del
romanticismo. Pero han tenido una itrfluencia considerable en el siglo XX. En palabras
de Joseph Kerman: «la consciencia del siglo XX ha sabido responder muy directamen-
te a un com ponente del contenido expresivo de los últimos cuartetos; algo que va
más allá, algo puro y característicam ente indefinible» (Los cuartetos de Beethoven, pági-
nas 192 y 193).
4 8 EL ESTILO EN LA MÚSICA
DIALECTO
i
un tanto diferentes^®. Al igual que los dialectos, los lenguajes particu-
lares se pueden subdividir de varias formas: por ejemplo, según e l ^ -
ñero o función. Pero, como ocurre con Ids dialectos, la divisiónjnás,
corriente efectuada por los historiadores y analistas-.es la histórica. Es
decir, cuando las estrategias elegidas por un compositor cambian al
correr del tiempo, su lenguaje particular se puede dividir en períodos
como inicial, medio y último. Es el caso de Beethoven, Verdi y Stra-
vinski.
ESTILO INTRAOPUS
Mientras que el dialecto tiene que ver con lo que es común a obras
de diferentes compositores y el lenguaje particular tiene que yer..cQn
lo que es común a dife.renr.es..obras del mi.snm compositor, el estilo in-
traopus se ocupa de lo que se reproduce-dentro_d.e_ una sola obra. Lo
reproducido puede ser una relación de primer planq,_c.omo un_tema o
progresión armónica, o una textura u ordenamiento dinámieef-e-la
reproducción puede producirse en un nivel jerárquico más extendido.
'En un movimiento de forma sonata, por ejemplo, la organización de
la exposición puede funcionar como una constricción que ordena
no sólo los hechos de la recapitulación, sino además los de la sección
del desarrollo^L O el esquema tonal de una introducción lenta puede
servir de constricción que rija la sucesión de tonalidades a lo largo
del resto del movimiento. Y por supuesto algunas formas — el tema
y variaciones y la chacona son ejemplos notorios— se basan espe-
cíficamente en el principio de reproducción en el nivel del estilo
intraopus.
Cabría insistir en que Bach y Haendel emplean las mismas constricciones pero
de diferentes maneras. Las maneras, no obstante, no son más que sutiles reproducciones
resultantes de la arraigada predilección por elegir unas relaciones y no otras! Por deba-
jo del nivel de las reglas, todas las constricciones son básicamente estratégicas.
Por ejemplo, Jan et M . Levy ha mostrado que cuando Beethoven revisó el primer
movimiento de su Cuarteto para cuerdas en Fa mayor, Op. 18 N .° 1, hizo más patente
la relación entre las secciones de la exposición y el desarrollo, esto es, la sección de la
exposición se convirtió en una constricción más explícita para la sucesión de hechos del
desarrollo. Véase su libro Beethoven’s Compositioiud Chotees, pp. 3 9 y 40.
50 EL ESTILO EN LA M USICA
a) b) c)
AHegro con brío Allegretto
Ejemplo 1.2
a) Beethoven: Sinfonía
, I Aunque un modelo reproducido como parte del estilo intraopus
N .° 5 en Do menor, Op.
Je afguna composición’ aparezca en otras otras — como rasgo del dia-
67, Primer movimiento;
' lecto de la época o del lenguaje particular del compositor— , funcio- b ) Melodía populan
na catnp constricción específica dentro de la composición específica c) Mozart: Quinteto para
. eti la que aparece. Por ejemplo, pese a su imponente individualidad, clarinete en La mayor
, el .tema con el que arranca la Quinta Sinfonía de Beethoven (ejem- (K. 581). Cuarto
movimiento.
plo 1.2a) es una transformación, principalmente a través de un cám-
. -bio de modalidad y ritmo, de un modelo melódico característico del
• ' período tonal (ejemplos 1.2b y 1.2c). Muchos años después aparece el
mismo tema, algo variado, en la Sonata Concorde de Charles Ives.
. Aunque Ives lo tomó prestado, el tema sirve no obstante como una
■ lé las constricciones definitorias del estilo intraopus de su sonata. En
[a sinfonía de Beethoven, el tema actúa como constricción en el pri-
mer movimiento, donde afecta, por ejemplo, a la textura de la prime-
ra área tonal, el comienzo de la segunda área tonal, los materiales
-usados en la sección del desarrollo y, a través de la reproducción de
ia fermata, afecta a la articulación de importantes divisiones de la es-
tructura formal. El tema se reproduce también en los movimientos
tercero y cuarto de la Quinta Sinfonía, donde vuelve a servir para de-
finir el estilo intraopus de la obra.
5 2 EL ESTILO EN LA MÚSICA
pío 1.3t>), así como en la Sinfonía N.° 40 en Sol menor (K. 550) de
Mozart (ejemplo 1.3c)^^.
Ejem p lo 1.3
Las relaciones esenciales de la figura, las cuales se reproducen en a) Haydn; Sinfonía
N.° 100 en Sol mayor,
una serie de dialectos diferentes, están constreñidas por las reglas de
«Militar». Segundo
la música tonal. La figura misma (incluida la nota de adorno) es un movim iento; b) Haydn:
rasgo del dialecto del alto clasicismo; aparece una y otra vez en las Cuarteto para cuerdas en
obras de muchos compositores diferentes. Y el uso de una inconfun- Si bem ol mayor, O p. 64
dible fórmula cadencial al inicio de un movimiento es una estrategia N.° 3. T ercer movimiento;
c) M ozart Sinfonía
especialmente cara a Haydn. En otras palabras, los usos de este tipo
N ." 40 en Sol m enor
son una característica del lenguaje particular de Haydn, tanto en el (K. 5S0). T ercer
■sentido específico de que Haydn a menudo comienza con una figura m ovim iento.
de cierre como en el sentido más amplio de que era propenso a em-
' plear, de manera juguetona y en ocasiones aparentemente caprichosa,
las formas y procedimientos establecidos por el dialecto^'*.
Cuando un modelo se presenta .m_una_obra,.cpncreta y^en un
■contexto específico, sin, importar lo convencional y familiar que sea,
ese modelo es tm .aspecto no„sólo..de sü.dialecto y. lenguaje particular,
sino también de su estilo intraopus, ya que actúa como urra constric-
' cióp,peculiar de la obra .en la que.se.produce, Así, la figura que abre
■el segundo movimiento de la Sinfonía «Militar» de Haydn es a la vez
un aspecto del estilo intraopus y de la estructura intraopus.
Como aspecto del estilo intraopus, la figura aparece en todas partes.
Por ejemplo, se emplea de forma variada en los compases 3 y 4 (ejem-
Lo que precede a la figura afecta desde luego al tipo de continuación que se es-
pera. Como los ejemplos 1.3b y 1.3c forman parte de un m ovimiento melódico descen-
dente, están más cerrados que en el ejemplo 1.3a.
El primer movimiento del T río en Sol mayor para flauta, violonchelo y piano
(N.° 15) de Haydn es otro ejemplo de comienzo con gesto de cierre, el cual además cie-
rra el movimiento en este caso. Está claro que la enonne ventaja de las convenciones y
fórmulas reside en el sutil juego estratégico que posibilitan. Por supuesto que este cipo
de juego estratégico lo usaban también otros compositores clásicos. Véase Ratner: Ars
Combinatoria, pp. 358-360.
E je m p lo 1.4 a)
Haydn: Sinfonía N.° 100 Alkgretto
^ 6« I—
en Sol mayor, «Militar». I. ' 01 2 3 4 S '
h)
El comentario que sigue le debe mucho a Jan et M. Levy por su análisis del uso
estratégico de una figura de cierre al comienzo de un m ovimiento, concretam ente el |
5 4 EL ESTILO EN LA M ÚSICA
frase implica su ocurrencia normal como cierre. Esta implicación que-
da fortalecida por la cadencia .al final de la primera frase (ejemplo
1.5, compases 7 y 8. En ese punto, continuando el movimiento des-
cendente iniciado en el compás 5 (ejemplo 1.5, diagrama 4), los Re
repetidos van seguidos de la melisma convencional, que pasa a una
semicadencia que define el cierre de la frase antecedente (ejemplo
1.5, diagrama 3a). Aunque la cadencia al final del antecedente con-
firma — incluso refiiena— ^nuestra impresión de su función de cierre,
i la figura aún le queda ser presentada en su contexto apropiado.
primer movim iento del Cuarteto para cuerdas en S i bem ol mayor, Op. 50 N .“ 1, de
Haydn. Véase su trabajo «Gesture, Form and Syntax».
^ Aunque este juego estratégico tiene lugar (es reproducido) en muchas composi-
ciones del período Clásico, cada caso es único y por tanto es un aspecto de la estructu-
;ta intraopus.
Che»
B » b liO L ir » C i M
Comentar a fondo la significación de la figura formularia que ini-
cia el segundo movimiento de la Sinfonía «Militar» de Haydn reque-
riría, por tanto, un largo y detallado ensayo crítico, pues la significa-
ción del modelo está definida por to d a s las relaciones deJas-queLÉorma
parte: no sólo.por sus conexiones e interacciones con.-todasJos_ mo-
delos que aparecen dentro del mismo movimiento y, en tanto que re-
sultan ilustrativas, sus conexiones con otros movimientoS'de-la--sií2d^
nía, sino también por las relaciones potenciales destacadas^aunquejio,
realizadas que podrían haberse producido dadas las regl^ y estrategias
del esrilo, es decir, su estructura implícita^^. Esta tarea queda clara-
mente más allá del objeto de este capítulo. Pero mencionaremos unas
pocas relaciones de esta clase a modo de ejemplo.
Este término está tomado del libro de Narmour Be^iond Schenkerism, p. 212. De-
bido en parte a que la significación plena de una obra depende de la comprensión de sus
estructuras implícitas, el análisis estilistico es indispensable para la crítica (véanse más
adelante las secciones b) y c) del comentario). Com o los textos y títulos son partes in-
tegrantes de las composiciones, la estructura implícita no tiene por qué reducirse única-
m ente a relaciones, «puramente musicales». Por ejemplo, el estilo y la significación del
tercer movimiento de la Sinfonía de los salmos de Stravinski vienen definidos en parte
por el hecho de que la referencia textual a instrumentos musicales (por ejemplo, «Ala-
badle con el son de trom petas») no va acompañada de una fanfarria de trompetas.
Y para el oyente competente (que conozca, aimque sólo sea tácitam ente, la tradición de
la inclusión de textos en la música occidental desde el Renacim iento) esta omisión, más
que disminuir, lo que h ace es realzar el poder del texto y de la música.
5 6 EL ESTILO EN LA MÚSICA
E je m p lo 1.6
Haydn: a), b) Sinfonía
N.° 100 en Sol mayor.
«M ilitar». Prim er
m ovim iento; c) Cuarteto
para cuerdas en Si bem ol
mayor. O p. 64 N .° 3.
T ercer m ovim iento.
Obsérvese que el modelo descendente más amplio (ejem plo 1.6c, diagrama 1)
crea un movimiento cadencial conocido.
Que esta alternativa no realizada era una posibilidad real lo demuestra el hecho
de que este movimiento de la Sinfonía «Militar» de Haydn se basó casi en su totalidad
en el movimiento lento de su concierto N .° 5 en So l mayor para dos organillos y
orquesta. Pero en esta obra las posibilidades m eram ente implicadas en la sinfonía
se realizan; esto es, el movimiento sí acaba con la misma fórmula de cierre con que se
inició.
58 EL ESTILO EN LA MÚSICA
A ..
COM ENTARIO
.
innovan, es dentro de un cambio iniciado por otros,
que ya está teniendo lugar^^.
Y lo mismo parece ser verdad en la música. Porque, aunque
algunos compositores a la vez han inventado nuevas reglas y
han concebido nuevos medios para su realización — Schoen-
berg es seguramente el caiso ejemplar— , la mayoría de los gran'
des maestros reconocidos (Bach y Haendel, Haydn y Mozart e
incluso Beethoven) han sido estrategas incomparables.
b) El conocim iento del estilo es indispensable para la crítica
porque, como se ha apuntado antes, apreciar plenamente lo
que algo es — comprender su significado— es tener alguna
noción (aunque sea informal o falta de formulación) de lo
que podría haber sido. El sabor especial de un paisaje invernal
bajo un sol radiante, la inventiva de una estrategia para com-
probar alguna hipótesis científica, la participación de los Es-
tados Unidos en el conflicto de Vietnam: todo esto se en-
tiende parcialmente — y de una forma importante— desde el
punto de vista de nuestro conocimiento de las alternativas
posibles y probables en la situación específica. El camino to-
mado invariablemente se entiende en parte teniendo en
cuenta aquellos que no se tomaron.
Y lo mismo ocurre con las obras de arte. Entendemos y
apreciamos una obra de arte no sólo en términos de las posi-
bilidades y probabilidades efectivamente realizadtis, sino en
términos de nuestra impresión de lo que podría haber ocurri-
do en un contexto compositivo específico. Esto tal vez sea
especialmente claro en la música. A una cadencia se la llama
falsa precisamente porque el oyente competente sabe lo que
podría haber sido (aquello que era probable), a saber: que la
progresión podía, haberse cerrado en la tónica. A menudo es
una comprensión retrospectiva. Es decir, tenemos conoci-
miento de lo que podría haber sido sólo cuando la realización
posible llega a actualizarse. Esto es especialmente cierto con las
relaciones de largo alcance^^. Pero la posibilidad no depende
de la actualización. Aun cuando nunca ocurre, una posibili-
6 0 EL ESTILO EN LA M ÚSICA
I * ''"
A este respecto, véase mi libro Mttsic, the Arts, and Ideas, pp. 290-293.
® «Grammatipal Sim plicity and R elational Richness».
® Com o reconoce Jo h n Cage; véase la sección/) más adelante.
™ Peto en otros contextos (por ejemplo, como fenómeno cultural o histórico) estos
estilosquizá se vean como significativos y, en algún sencido, valiosos.
La n oción de que las relaciones m usicales son o deben ser inevitables tiene
un efecto pernicioso sobre el análisis y la crítica. Este es el caso porque la valoración de
lo inevitable dirige la atención casi exclusivam ente hacia esas posibilidades que son
6 2 E L EST/LO EN LA M ÚSICA
tado aquí, propugnar que X era inevitable parece que no sólo
significa que el crítico ha sido incapaz de imaginar alguna al-
ternativa que fuera preferible a la realmente elegida sino que
sugiere que la elección del compositor fue óptima, mientras
que decir que Y no era inevitable puede que no sea más que
una manera de sugerir que cabría imaginar alternativas más
felices. Así, también el sentido de lo inevitable depende de
un conocimiento del estilo del trabajo que se está comentan-
do, ya que, sólo si el crítico conoce el estilo lo suficiente-
mente bien como para conocer alternativas posibles, podrá
juzgarse que una es preferible a otras. No se puede tener la
impresión de inevitabilidad en una obra cuyo estilo se cono-
ce poco.
El concepto de lo inevitable está estrechamente relacio-
nado con la idea de que las relaciones musicales pueden con-
cebirse como lógicas. Pero para que la noción de lógica sea
algo más que una metáfora equívoca, las constricciones que
rigen las relaciones en cuestión deben ser plenamente cono-
cidas, ya tácita ya conceptualmente. Considérese el caso de un
juego como el ajedrez, que en algún sentido puede pensarse
que es lógico. Las constricciones que rigen las elecciones rea-
lizadas por los jugadores pueden conocerse plenamente por-
que son finitas y estables a lo largo del tiempo. Pero difícil-
mente se cumple esto en el «juego de la música». Mencionaré
sólo dos diferencias (eso sí, muy importantes): 1) Las elec-
ciones del jugador de ajedrez se realizan con relación a una
única meta (hacerle jaquemate al contrario), mientras que
las elecciones de los compositores són resultado, de modo
casi invariable, de un compromiso entre una serie de metas
que compiten entre sí y a menudo son incompatibles (la es-
tética por sí sola, agradar a los oyentes o incluso cumplir lo
.actualizadas. Pero, según se arguye aquí, la apreciación plena de una relación implica
asimismo la comprensión de su estructura implícita. La línea de argumentación tácita
iría más o menos como sigue: las mejores relaciones son necesarias (inevitables); por
ello las mejores composiciones exhiben un elevado grado de inevitabilidad. Dado que
acostumbramos a estudiar y criticar composiciones excelentes, lo que ocurre en ellas
debe ser inevitable y, por este motivo, n o tenemos por qué preocupamos de las posibi'
lidades no realizadas.
P
h
HACIA UNA TEO RÍA D EL ESTILO 63
m
que se consideran imperativos de la historia). 2) Mientras
que las constricciones del ajedrez han permanecido estables a
lo largo del tiempo y son accesibles en parte por esta razón,
las de la música han cambiado y rara vez han sido conocidas
plenamente, ni siquiera por los más consumados «grandes
maestros».
e) Si la evaluación depende de conocer lo que podría haber ele-
gido un compositor además de lo que realmente eligió, resul-
ta poco sorprendente que los críticos (incluidos los oyentes
entendidos) en ocasiones hayan juzgado mal obras de un es-
tilo poco conocido. Porque hasta que no se internalicen las
reglas y estrategias de un estilo como hábitos de percepción y
cognición — o hasta que no se conceptúen, en una fase pos-
terior— , las alternativas realmente elegidas por el compositor
no pueden comprenderse con relación a las disponibles. En
cambio, lo que resulta sorprendente es que en el transcurso
de la historia la evaluación de obras nuevas haya sido tan
perceptiva y presciente como lo ha sido. T al vez una de las
razones de que haya habido relativamente pocas evaluacio-
nes equivocadas significativas es que la mayoría de los cam-
bios estilísticos han conllevado el uso de estrategias novedo-
sas en vez de reglas novedosas. Los oyentes familiarizados con
un conjunto de reglas existentes evidentemente tienen rela-
tivamente poca dificultad para ajustarse y comprender los
cambios de estrategia.
f) Se sigue de la teoría esbozada en este capítulo que la evalua-
ción de la música verdaderamente aleatoria no es meramente
problemática en la práctica: es imposible por principio. Por-
que como los sonidos sucesivos (alturas, duraciones, timbres,
etc.), tanto en la partitura como en sonido grabado, por defi-
nición no tienen relación entre sí, lo que es no puede distin-
guirse de los podría haber sido'^^. Nociones como alternativas,
elecciones y por tanto evaluaciones son irrelevantes. Como
6 4 EL ESTH j O en l a M USICA
observa astutamente el propio Cage, «los juicios de valor no
están en la naturaleza de esta obra.... No viene a cuento ha-
blar de “error”, porque una vez que algo ocurre es auténtica-
mente»’^. La segunda frase de esta declaración de Cage nos
recuerda que, como las sucesiones específicas de sonidos ge-
nerados por medios aleatorios no son consecuencia de la elec-
ción humana, no son — según la definición dada al comienzo
de este capítulo— estilísticas. Más bien ocurre como con los
fenómenos del mundo natural: simplemente existen’'*.
Las elecciones humanas algo tienen que ver en la producción
de música aleatoria. En primer lugar, la posibilidad de elegir
escribir música aleatoria es un rasgo del estilo cultural del si-
glo X X , así como un aspecto del comportamiento estilístico
í:| ' del individuo. Y, en segundo lugar, se elige como constricción
una tabla de números aleatorios o la tirada de dados para ge-
nerar una serie de alturas, duraciones etc. N o obstante, la
■ elección no se encuentra entre las alternativas compositivas,
sino entre las culturales. Los compositores aleatorios realizan
elecciones, pues, no en el nivel de las relaciones de sonido
sucesivas dentro de las obras, sino en el nivel de las constric-
ciones precompositivas: reglas (que la obra sea aleatoria) y es-
trategias (que la aleatoriedad sea generada por medios como
la tirada de dados). Como resultado, parece razonable argüir
que, aunque el estilo no juega ningún papel en la compren-
sión y experiencia de estas piezas por parte del oyente, el
comportamiento del compositor tiene estilo’^ y por este mo-
tivo puede ser evaluado’®.
Silence, p, 59.
El hecho de que las composiciones de Cage puedan distinguirse unas de .otras y
I de las de otros compositores — incluso otros compositores aleatorios— no es una prue-
; ba de que sus obras tengan estilo. Porque podemos diferenciar fácilm ente fenómenos
i que difícilmente serían caracterizados como estilísticos: por ejemplo, entre tipos de ro-
nfeas o insectos. Este argumento está totalmente en sintonía con la creencia de Cage de
que su música debe ser entendida como se entiende la naturaleza.
Está claro que el estilo de Cage no se define sim plem ente por su decisión de
escribir música aleatoria, sino por su elecció n de medios para determ inar el azar:
;l I Ching, mapas de los cielos, etc.
En algunos casos la evaluación puede ser imposible, no porque la aleatoriedad
ihaga irrelevante la elección, sino porque la elección esté prohibida por la culmra, como
t; a veces ocune cuando las artes son inseparables de los rituales religiosos. Y esta prohi-
6 6 EL ESTILO EN LA MOSÍCA
del Divertimento para teclado en La bemol mayor — una ver-
sión como la que según indicación de Rosen cabría imaginar,
en la que las cadencias tónicas no estuviesen faltas de vigor y
la animación tuviera una preparación adecuada^—, se habría
entendido y apreciado en parte desde el punto de vista de los
cambios efectuados con relación a la versión existente.
Pero incluso este procedimiento tiene sus peligros, aunque
sean más psicológicos que lógicos, ya que las posibilidades
realmente esbozadas representan sólo una diminuta fracción
de las alternativas estilísticamente concebibles que no se eli-
gieron, y no hay ninguna razón imperiosa para suponer que
esas opciones esbozadas tengan una consideración privilegia-
da. «Toda expresión», en palabras de John Ellis,
El sentido del estilo es, pues, el cimiento sobre el que debe erigir-
se la comprensión, apreciación y evaluación de las obras de arte®°.
Para el compositor, el ejecutante y el oyente, ese conocimiento pue-
de ser — a menudo es— tácito. Pero no para el crítico, ni tampoco
para el historiador. Si han de explicarse las elecciones realizadas por
los compositores, ya sea dentro de una obra p entre obras sucesivas,
las constricciones que rigen esas elecciones deben ser explicitadas®*.
Hacer explícitas dichas constricciones y desarrollar hipótesis sobre sus
interrelaciones es la tarea central del análisis estilístico.
6 8 EL ESTILO EN LA M ÚSICA
Capítulo 2
EL A N Á L ISIS EST ILÍST IC O
EL ANÁLISIS ESTILÍSTIC O 6 9
e) Obras escritas para algún segmento socialmente definido de
una cultura, y que quizá transciendan los límites culturales o
geográficos (música folk, música popular).
f) Obras escritas para algún fin utilitario (música litúrgica, mú-
sica militar, música para fábricas).
g) Obras escritas a lo largo de un período de tiempo considera-
ble en la misma área cultural extendida (en Occidente, la
música del Renacimiento, la música barroca).
h) La música de una civilización entera o un segmento de la
misma (música de las culturas del sur del Pacífico, música de
los indios americanos, música occidental desde el R enaci-
miento).
Clasificación |
7 0 EL ESTILO EN LA M ÚSICA
tudiar estas relaciones y rasgos reproducidos, se sacan obras y partes
de obras fuera del tiempo y se tratan como entidades aislables. Una
entidad tal — ya sea un intervalo, una figura rítmica, una progresión
armónica, un arreglo de texturas o un esquema formal— está relacio-
nada con otras entidades, no por formar parte de un proceso tempo-
ral más amplio, sino porque la similitud nos lleva a agmpar las enti-
dades como miembros de alguna clase de sucesos^. Por ejemplo, los
motivos presentados en el ejemplo 1.3 pueden agruparse en una clase
atendiendo a su similitud melódica, rítmica y armónica^; y en un ni-
vel más alto las melodías dadas en el ejemplo 1.1 son similares y pue-
den agruparse en la clase de melodías de notas cambiantes'*. Aun
dentro de una única obra, en la que los motivos (u otras entidades)
podrían entenderse como conectados dentro de un proceso, estos mo-
delos pueden sacarse de su dimensión temporal y relacionarse entre
sí, ya que las similitudes hacen posible que sean entendidos como
miembros de la misma clase. Así, los compases introductorios del mo-
•vimiento lento de la Sinfonía «Militar» de Haydn pueden entender-
l e en términos de similitud motívica (ejemplo 1.4a, diagrama 1) o de
■movimiento dentro de un proceso (ejemplo 1.5, diagrama 1).
La pertenencia a una clase puede ocurrir en niveles jerárquicos
f iguales o diferentes, o dentro de una composición, o entre composi-
f ciones distintas. Por ejemplo, los modelos iitelódicos lineales que des-
cienden de la quinta, a la tónica (5-4-3-2-1) pueden ocurrir en primer
í ■ ■ ^ Dependiendo de los intereses del analista, estas clases podrán limitarse o ampliar-
f se de maneras diversas. Por ejemplo, la clase de los acordes puede limitarse a los acor-
lides mayores (y, más aún, a los que constituyen la nota principal) o podrá ampliarse para
Ijrtcluir cualquier conjunto de tres alturas diferentes. De rqbdo similar, la clase de movi-
; mientos en la forma sonata puede limitarse a aquellos que son tonales o podrá ampliar-
|se para incluir los movimientos que no lo son.
IVi ^ La identidad e integridad de cada motivo se define, claro está, por el cierre crea-
iydo mediante procesos melódicos, rítmicos y armónicos internos. Pero los motivos mis-
mos no están relacionados como partes de un proceso. Sin embargo, esto no es debido a
'que provienen de composiciones diferentes, puesto que los motivos podrían entenderse
¡iromo relacionados en un proceso en el nivel de la historia estilística. Se debe más bien
á que son analizados como miembros de una clase que es sincrónica, no diacrónica.
^ Es importante reconocer que cualquier modelo específico puede ser niiembro de
diferentes clases conformadoras, incluso con respecto a un único parámetro. De este
modo, la melodía dada en el ejemplo 1. 1b pertenence no sólo a la clase de modelos de
notas cambiantes (diagrama 2), sino a la clase de lo,que b e llamado melodías de «Ades-
té Fideles» (diagrama 3 ) y a la clase de los modelos de llenado de hueco en primer pla-
no (diagrama 4).
EL ANÁLISIS ESTILÍSTICO 71
plano, en el nivel de nota a nota o en niveles que abarcan secciones
enteras; pueden producirse agrupamientos rítmicos comparables
— por ejemplo, anapestos acentuados al final— en niveles estructura'
les bajos o altos; los compases binarios pueden ocurrir en el nivel de
la nota, el compás o incluso la frase; y los tipos formales — por ejem-
plo, las estructuras binarias redondeadas— pueden ser la base de te-
mas relativamente breves o de movimientos enteros^ Por último,
conviene señalar que las clases de expresión y representación simila-
res por ejemplo, demoníaca o celestial, apasionada o contenida.
pastoral o heroica— también pueden ser la base de una clasificación^.
A l no estar conectados por ningún proceso, los miembros de una
clase no están relacionados entre sí en una jerarquía. Esto es así pese
al hecho de que, como se ha señalado antes, los miembros de la mis-
ma clase pueden ocurrir en niveles jerárquicos diferentes’ . Incluso
cuando modelos similares están relacionados en un proceso dentro de
una composición — por ejemplo, cuando los modelos de la primera
área tonal de un movimiento de forma sonata vuelven en la recapi-
tulación— , están conectados jerárquicamente no tanto en virtud de
su similitud, sino en virtud de su participación en el proceso sintácti-
co de más alto nivel de todo el movimiento®.
* Este análisis ayuda a aclarar la diferencia entre entender una obra com o siendo
una forma y como teniendo forma (véase mi libro Eii^líiinmg Mwsic, pp. 91 y 9 2 ). Cuan'
do se entiende un modelo como siendo una frase antecedente^consecuente, un período
binario redondeado, una organización en rítom ello o una textura de fuga, se lo está
considerando en términos de su similitud con modelos comparables de la misma clase.
Por otro lado, cuando se habla de una composición concreta como teniendo forma, se es-
tán considerando las peculiares relaciones de proceso que hacen que su estructura sea
única. Es decir, nos estamos refiriendo a su estructura intraopus.
^ Aunque muchas relaciones de clase — cal vez la mayoría— son resultado del pre-
dominio de reglas y estrategias, algunas surgen como consecuencia de constricciones en
el nivel de las leyes. Así, la clasificación de las alturas (como Do, Do sostenido, etc.)
evidentemente es consecuencia de principios perceptivos o cognitivos innatos que pro-
ducen la impresión de identidad de octava; la presencia de melodías para llenar huecos
en las músicas de muchas culturas diferentes puede rastrearse en la necesidad psicológi-
ca transcultural^de compleción; y las maneras de trazar determinados afectos o de re-
presentar determinados temas (por ejemplo, la agitación o el invierno) pueden adscri-
birse en parte a la sinestesm.
^ Esto no supone negar que la similitud pueda funcionar como un aspecto del pro-
ceso, por ejem plo, cuando el retom o de una melodía escuchada anteriorm ente sirve
para realzar el cierre.
® Más que una jerarquía, lo que crean las relaciones de similitud es un continuo
que va desde aquellas relaciones resultantes de la operación de leyes, pasando por las
7 2 EL ESTILO EN LA M QSÍCA
Las relaciones de clase, pues, son esencialmente sincrónicas más
que diacrónicas. Aun cuando dos entidades similares aparezcan en un
orden cronológico específico en la misma obra (o en obras diferentes)
o en el mismo período estilístico (o en diferentes períodos estilísti-
cos), ese orden es irrelevante a efectos de la clasificación. Una octa-
va es una octava independientemente de cuándo o dónde aparezca, y
lo mismo vale respecto de las melodías de acorde, las texturas imita-
tivas, las cadencias falsas, las formas ternarias, la representación del
invierno, etc. En consecuencia, desde el punto de vista de la meto-
dología, es indiferente el orden en que se forme o analice una clase.
Por ejemplo, al formar la clase del «tema de Tristón», en principio se
puede comenzar por cualquier, parte de la ópera de W.agner; hasta se
podría empezar con la aparición del tema en la Suite lírica de Berg.
Esto vale para tqdos estos análisis, incluidos los de Rudolph Reti y sus
seguidores, así como para los análisis de composiciones seriales desde
la teoría de conjuntos^.
ELA N Á U SISESTILÍSTIC X 3 73
Clasificación e historia
ciones persorrales), viene dada no por la similitud de modelo sino por la diferenciación
de funciones.
S in embargo, en su procedimiento heurfetteo el conocim iento histórico puede
influir en la clasificación de composiciones. Saber que la sinfonía fue escrita por un
compositor del siglo XX puede llevar a la búsqueda — acaso al descubrimiento— de
rasgos qué excluyan su pertenencia a la clase de la música del clasicismo. Esto es, una
vez que sepamos quién escribió la pieza, no podremos resistir la tentación de hacer es-
tas preguntas: «¿Tuvo m ucho éxito la imitación?», «¿qué “modernidades” se han colado
inadvertidamente en ella?», y otras por el estilo. Y estas investigaciones pueden dar lu-
gar a la formación de una clase especial, por ejemplo, la clase de las imitaciones con -
temporáneas de e tilo s pretéritos.
** En la biología se plantean problemas análogos, ya que la taxonomía no está vin-
culada invariablemente a la génesis. Según el biólogo David W ake, «durante muchos
años los biólogos evolutivos han equiparado la similitud morfológica con una relación
genética cercana. Está claro que esto no necesariam ente es así» (citad o en Lewin:
«Seeds of Change», p. 4 3 ). Los problemas introducidos aquí se vuelven a considerar en
el capítulo 5, en conexión con un comentario sobre mímica, elección y reproducción.
74 EL ESTILO EN LA M USICA
tudio, la falta de armonía no puede ser un rasgo del estilo del canto
gregoriano, ya que la armonía no era una opción disponible. Volva-
mos a la observación de Gombrich sobre lá relación entre opción y
elección: el estilo de Prokofiev se define en parte por la presencia de
sintaxis armónica, y el de Boulez se define en parte por su ausencia.
Pero, así como Julio César no era no fumador, los compositores de
canto gregoriano no eran no armonistas'^. No obstante, los estilos
frecuentemente son descritos de este modo negativo: de la pintura
medieval se dice que no tiene perspectiva lineal, la cultura de los in-
dios americanos se caracteriza por no tener la rueda, etc.
Aunque estas descripciones negativas no sean útiles analítica-
mente, desde el punto de vista heurístico pueden ser de ayuda. D e-
clarar que el canto gregoriano no tiene armonía parece ser un modo
de caracterizarlo a fin de establecer una clase, es decir, para identifi-
carlo distinguiéndolo de otro estilo (en este caso probablemente fue-
se el de la música tonal) que, debido a lo conocido que nos resulta, se
toma como norma. Pero clasificar el canto gregoriano de este modo
no es explicar cómo «funciona» — cómo sus modelos reproducidos re-
sultan de las constricciones que rigen las relaciones internas de los
; parámetros y entre los parámetros realmente presentes— , lo mismo
que decir que los liqúenes «no tienen clorofila» no explica sus es-
tructuras y procesos biológicos. Con esto no niego la necesidad de la
clasificación; sólo quiero insistir, una vez más, en que es diferente del
análisis explicativo.
S in embrago, la clasificación afecta tanto al análisis estilístico
i cómo a la historia. Afecta al análisis estilístico porque, aunque no nos
r dice nada de las constricciones que rigen a la ,clase distinguida, sí nos
dice qué rasgos aparecen juntos y nos lleva a preguntar por qué lo ha-
cen. Desde este punto de vista, decir que el canto gregoriano no tie-
: ne armonía (o los liqúenes no tienen clorofila) sugiere que estamos
i preguntando acerca de cómo el funcionamiento de alguna clase me-
nos conocida se ve afectada por la falta de un parámetro presente en
:■alguna clase que es más conocida y se entiende mejor.
La relación, entre clasificación e historia es bastante intrincada.
Cuando una clase de sucesos anterior está relacionada históricamen-
te con una posterior, aquélla tiende a entenderse no sólo en términos
EL ANÁLISIS ESTILÍSTIC O 7 5
de su propio proceso y estructura y de lo que se piensa que ha heva-
do a la misma, sino también en términos de los sucesos y relaciones
que se cree han seguido a la misma. En otras palabras, nuestra com-
prensión de los sucesos temporales, ya sea dentro de las composicio-
nes o — en un nivel más alto— entre composiciones (o clases de
composiciones) diferentes, es a la vez prospectiva y retrospectiva. Vis-
ta prospectivamente, sin beneficiarse de la mirada al pasado, el con-
cepto de armonía es irrelevante para la comprensión y el análisis del
canto gregoriano. Las visiones retrospectivas son más problemáticas.
Aunque la comprensión retrospectiva (por ejemplo, que el canto
no tiene armonía) puede ser fructífero desde el punto de vista heurís-
tico, hay un peligro considerable de que dé como resultado una visión
teleológica de la historia, en la cual se piense que los sucesos anterio-
res están dirigidos hacia alguna meta (en este caso, hacia el estilo de
la armonía tonal). Pero, como ha dicho James S. Ackermann: «Lo
que se llama “evolución” en las artes no debe describirse como una
sucesión de pasos hacia la solución a un problema dado, sino como
una sucesión de pasos que se alejan de uno o más enunciados origi-
nales del problema... El modelo de cambio estilístico, pues, no está
determinado por un destino o una meta común, sino por una suce-
sión de decisiones complejas tan numerosas como las obras mediante
las cuales hemos definido el estilo»'^.
Desde un punto de vista retrospectivo, la afirmación de que el
canto gregoriano no tiene armonía debe interpretarse no como referi-
da a alternativas dentro de un estilo sino a una relación diacrónica en-
tre estilos. Pero si una relación tal ha de ser creíble y esclarecedora (y
no sólo una perogrullada como que el canto finalmente fue seguido
de estilos en los que la armonía era un parámetro), debe estar infor-
mada por una hipótesis sobre el proceso histórico de la música occi-
76 E i ESTILO EN LA M ÚSICA
dental; una hipótesis como la sugerida en el capítulo 1, donde las
constricciones que rigen el canto se relacionaban con las que rigen la
música tonal.
EL a n A u s b es t i l í s t i c o 77
Los rasgos estilísticos aparecen, pues, en concentraciones compa-
rables a lo que los biólogos llaman complejos de genes coadaptados.
Por ejemplo, igual que «evolucionaron dientes, garras, tripas y órga-
nos sensoriales mutuamente adecuados en los acervos genéticos de los
carnívoros»^®, así los rasgos característicos de la música de Wagner
son interdependientes («mutuamente adecuados»). Para relacionar
estos rasgos entre sí, debemos empezar infiriendo de casos particulares
los tipos de constricciones y estrategias empleadas y luego interpretar
las constricciones a la luz de una teoría o de hipótesis sobre sus cone-
xiones. Tal vez pueda dar una idea clara de la clase de exposición que
tengo en mente mediante un breve análisis.
Un esbozo analítico
7 8 EL ESTILO EN LA M ÚSICA
Por supuesto, el estilo de Wagner es mucho más que un mero
compendio de estos atributos. Y lo que se quiere saber es cómo se im-
plican, complementan y refuerzan y de qué otras formas están conec-
tados entre sí. En otras palabras, ¿por qué «van juntos» los rasgos des-
critos? Para explicar esto, es necesario relacionar las estrategias
empleadas tanto unas con otras y con las reglas del estilo, incluidas
en particular las formas en que interactúan los diversos parámetros.
En lo que sigue, sugeriré algunas formas — y desde luego hay otras
que sin duda son posibles— en que los atributos enumerados ante-
riormente podrían estar relacionados entre sí. Aunque comenzaré co-
mentando la relación del leitmotif con otros rasgos, esto no debe in-
terpretarse como una consideración de que el leitmotif sea «anterior»
o «privilegiado», ni lógica ni cronológicamente. Más bien se conci-
ben los diversos rasgos como coexistentes y como constitutivos de un
conjunto relacional atemporal. En otras palabras, la expqsición no es
diacrónica sino sincrónica^®.
Dado que estos conjuntos relaciónales se entienden como sincró-
nicos, el análisis estilístico no tiene por qué considerar parámetros
externos a la música tales como la ideología, las circunstancias políti-
cas y sociales, etc. Por ejemplo, aunque las formas de los versos y la
prosodia elegidos por Wagner puedan conectarse cori su postura esté-
tica o ideológica, en un análisis estilístico «puro» se relacionarían di-
rectamente con la estructura del período musical sin aprovecharse del
contexto culturaP^. Sin embargo, la historia del estilo, según yo la
veo, no puede explicarse sin referirse a aspectos de la cultura externos
a la música^®.
La técnica del leitmotif era una estrategia para relacionar mode-
los musicales con una acción dramática. Cab^ conjeturar que se deri-
vó del uso de temas referenciales en la música programática (por
ejemplo, la Sinfonía fantástica de Berlioz) y la ópera (por ejemplo.
Conviene hacer hincapié en que el análisis que sigue no debe tomarse como si
implicase que Wagner pensaba de esta maneta sobre las relaciones comentadas. El aná-
lisis tiene que ver no con la psicología del compositor sino con la explicación de las re-
laciones entre las estrategias empleadas por un compositor concreto, dados los prece-
dentes, leyes y reglas prevalecientes que pueden haber ejercido influencia en su trabajo.
” Véase el comentario de Cari Dalhaus en su libro Richard Wagner's Music Dra-
mas, pp. 104-107.
“ Mis motivos para abrazar una visión extem alista del cambio estilístico y para re-
chazar las visiones intem alistas se considerarán en los capítulos siguientes.
E L ANÁUSIS ESTILÍSTICO 79
^1
Euryanthe de Weber o El holandés errante de Wagner). En estas obras
los temas, aunque de perfilación clara, eran relativamente largos.
Pero cuando Wagner extendió la referencia musical hasta incluir un
número mucho mayor de personajes y conceptos, acciones y objetos,
la longitud de los modelos tendió a acortarse, es decir, los temas se
hicieron más cortos. A l acortarse la longitud de un modelo, su soni-
do y sustancia necesitan ser especialmente chocantes si han de reco-
nocerse fácilmente. La perfilación también era importante porque el
leitmotif tenía que ser identificable en una amplia variedad de con-
textos musicales o dramáticos. Así, aunque los temas en algunos ca-
sos estaban relacionados entre sí musicalmente, en su mayor parte es-
taban poderosamente.individualizados en lo que se refiere a su ritmo,
melodía, armonía, instrumentación, registro y tempo. Obsérvese que
para conservar la identidad y la referencia, la variación — sobre todo
la de los parámetros primarios— ha de ser moderada. Uno de los me-
dios para lograr variedad y movimiento al tiempo que se conserva la
identidad es la secuencia. La secuencia también permite que persistan
los temas referenciales, con lo que posibilita que éstos comenten y ca-
ractericen la situación dramática^'.
La organización secuencial — especialmente cuando los temas es-
tán fijados interválicamente o cuando la armonización es un rasgo ca-
racterístico del tema— lleva fácilmente al cromatismo y, a través del
mismo, a la modulación. Es decir, si la armonía, la modalidad y los in-
tervalos se mantienen constantes y cambia la altura de un tema, el cen-
tro tonal tiende a cambiar. Esto se debe a que las armonías construidas
sobre intervalos adyacentes de la escala (por ejemplo, tónica a supertó-
nica, mediante a subdominante) o las separadas por terceras (tónica a
mediante, mediante a dominante) llevan a cambios de modalidad y de-
intervalo si la tonalidad permanece constante. Como evidencian las
estrategias de Wagner, la apertura y la movilidad son objetivos impor-
tantes de su estilo. Por este motivo, sus leitmotifs rara vez contienen
progresiones cadenciales y su sucesión secuencial a menudo va acom-
pañada de cromatismo, cuya uniformidad tiende a debilitar el cierre^^.
La cadencia del compás 17 del Preludio de Tristón e Isolda es un ejem plo co-.
nocido. Estas cuestiones se consideran en el capítulo 8, en la sección «Cam bios en
el uso».
EL a n Au s i s e s t il ís t ic o 81
l
82 EL ESTILO EN LA MUSICA
Obsérvese que descartar estas figuras supone en gran medida des-
í cartar la textura homofónica. Porque una textura homofónica es
! aquella qüe se divide en figura (melodía) y fondo (acompañamiento)
;y, para ser percibido como fondo, el patrón ha de tener algún tipo de
r uniformidad, una regularidad repetible y neutral. En pocas palabras,
Jla elección por parte de Wagner de texturas unísonas, homorrítmicas
fy contrapuntísticas en vez de texturas homofónicas fue consecuencia,
:(én parte, de la técnica del leitmotif.
.,o) (Allegrctto)
E jem p lo 2.1
M o zart Sinfonía N ." 39
en M i bem ol m ayor
(K. 543). T ercer
m ovim iento.
filación marcada. Por ejemplo, cuando Mozart ejem plifica el mismo modelo de notas
cambiantes que el que aparece en el ejemplo 2. 1, al comienzo del movimiento lento de
la Sinfonía «Júpiter», no hay ninguna figura rutinaria acompañando a la melodía.
EL ANÁLISIS ESTíLÍSTJC O 83
y similitudes), de una regla estilística (por ejemplo, el movimiento
hasta la submediante debilita el cierre) o de una razón informal y de
sentido común (pot ejemplo, que los temas idiosincrásicos no se pueden
acoplar fácilmente con modelos de acompañamiento mttnarios).
8 4 EL ESTILO EN LA M ÜSICA
Parece que hay una diferencia significativa entre la capacidad de
las ciencias naturales de formular hipótesis viables y la capacidad de
las cienciás humanas de hacer lo propio. Una de las razones de esta
diferencia es que, en líneas generales, las constricciones que rigen las
relaciones naturales permanecen invariables en el espacio y el tiem-
po. Las formas en que los cuerpos celestiales actúan unos sobre otros
b las formas en que se combinan los elementos químicos son las mis-
mas hoy que hace millones de años, y son las mismas en Bengala y en
Boston. En el ámbito del comportamiento humano, por otra parte, es
evidente que hay mucha más variabilidad. Las constricciones que
guían las elecciones de los compositores o que afectan a las decisiones
de los políticos no son constantes en el espacio y el tiempo. Como
he argüido en otro lugar, esta variabilidad se debe en parte al hecho de
que en el mundo humano, al contrario que en el mundo natural, hay
realimentación desde la teoría conceptual a. la práctica^^. Sin negar
'esta diferencia, quiero sugerir ahora que tiene lugar primordialmente
porque en el ámbito del comportamiento humano uno se preocupa
mayormente de explicar modelos y relaciones en los niveles de las re-
glas y estrategias en vez de en el nivel de las leyes universales. Y en
los niveles de las reglas y estrategias, las ciencias naturales tienden a
exhibir clases comparables de variabilidad, una variabilidad que tam-
bién es fruto de la realimentación, si no del entorno conceptual, sí al
menos del entorno biofísico. Así, quizá el análisis de sistemas ecoló-
gicos complejos fuese comparable al análisis de un estilo musical en el
.nivel de las estrategias^®.
Las hipótesis invariablemente guían a la observación y al hacerlo
afectan a la diferenciación y la agrupación de .rasgos en una clasifica-
ción. Parece también que la observación puede llevar a la modifica-
ción o al cambio de hipótesis y por tanto a una revisión de las clasi-
ficaciones. Pero el efecto de la observación sobre las hipótesis y la
clasificación depende del nivel jerárquico. Aunque está claro que
afecta a hipótesis sobre relaciones específicas de bajo nivel, evidente-
mente la observación tiene mucha menos influencia sobre creencias
culturales de alto nivel: hipótesis sobre la naturaleza del tiempo y la
causación, sobre las necesidades y deseos humanos, etc. Esto es así no
EL ANÁLISIS ESTILISTIC O 85
sólo porque no abandonamos un conjunto de creencias culturales
antes de tener otro a mano^^, sino porq^ue las teorías de alto nivel
no determinan las hipótesis de nivel más bajo. Por ejemplo, las hipó-
tesis de especiación gradual o repentina son compatibles con la teoría
de la selección natural (aunque la selección natural es incompatible
con la teoría de la creación especial). De modo más general, varias
hipótesis alternativas pueden ser compatibles con- una teoría concre-
ta de alto nivel, del mismo modo que una serie de estrategias compo-
sitivas alternativas son compatibles con un conjunto de reglas estilís-
ticas de alto nivel.
Aunque sin duda serán bien recibidos nuevos medios para la ob-
servación e identificáción de rasgos^®, tenemos a mano un método
conocido que ha resistido la pmeba del tiempo; el de mantener cons-
tante algún rasgo o rasgos de un patrón y observar cómo varían otros
entre estilos diferentes, normalmente emparentados. Este método
comparativo ha sido fructífero en lo que se refiere a llamar la aten-
ción sobre rasgos característicos en aquellos parámetros para los cua-
les existen taxonomías viables; por ejemplo, las organizaciones forma-
les y las progresiones armónicas tonales. Lo que hace falta son
constantes comparables para otros parámetros; melodía, ritmo, textu-
ra, dinámica, etc. En lo que sigue se sugieren tres formas de crear
constantes, ilustradas en conexión con patrones melódicos.
L a ejemplificadón de esquemas
86 E L ESTILO EN LA M USICA
agrupar en tipos fácilmente reconocibles; historias de «chico conoce
a phica», misterios de «quién ha sido» o tramas de «búsqueda y supe-
•; ración». Por supuesto, estos esquemas no tienen por qué ser concep-
niados conscientemente para funcionar como marcos de organización
‘.rde la experiencia. Por ejemplo, aunque a todos nos resultan familia-
res las tramas de búsqueda y superación — al intentar alcanzar una
aeta, a menudo un objetivo físico o espiritual, el protagonista sufre
la sucesión de pruebas— , no pensamos en la naturaleza del esque-
rúa al reparar, pongamos por caso, en L a odisea de Homero, L a flauta
iágica de Mozart o El mago de O z de Frank Baum. En la música son
auy conocidos los esquemas formales como el tema y variaciones, el
rondó, el aria da capo y la forma sonata. Y la historia de estas formas
se ha descrito con bastante detalle.
Los esquemas son modelos que, al ser congruentes tanto con las
capacidades perceptivas y cognitivas humanas como con las constric-
' clones estilísticas (musicales y extramusicales) predominantes, son
lemorables y tienden a permanecer estables al correr del tiempo, y
■por tanto se reproducen con cierta frecuencia. En consecuencia, son
constantes útiles desde las cuales se pueden observar, identificar y
clasificar las diferencias estilísticas entre contemporáneos y a lo largo
del tiempo. Considérense las melodías dádas en el ejemplo 2.2. Todas
son miembros de una clase que yo llamo el esquema de «Adeste Fi-
f deles»^^. Aunque se puede ejemplificar en diversas formas, el esquema
se define por: un tema de apertura (A) que o baja a saltitos por la es-
y'c, pp. 213-226; en «Exploiting Limits» y (con Burton S . R o sn erj.en «M elodic Proces-
ses». En estos estudios suelo referirme a estos patrones estables y reproducidos como ar-
^uetipos. Sin embargo, prefiero el ténnino esquema, no sólo por ser un término de uso
¿orriente en la psicología cognitiva, sino porque hay una posible confusión co n la filo-
sofía de Jung, que utiliza arquetipo para referirse a universales presumiblemente innatos.
■Pero, hasta donde me alcanza la vista, los esquemas de la música tonal, por ejemplo, son
fíen gran medida una cuestión de aprendizaje, esto es, surgen en el nivel de las reglas es-
tilfsticas, no en el de los universales cognitivos.
Desde este punto de vista, el Vrsatz de Schenker no es un universal en el nivel de
I das leyes, sino uno de entre varios esquemas para la ejem plificación de las reglas de la
imúsica tonal, si bien es bastante preponderante. Además, parece que, al igual que otros
Resquemas melódicos o armónicos, es básicamente un modelo de terreno medio, no de
l fondo. Es decir, al igual que muchos teóricos (incluido yo mismo en la parte final de
The Rhythmic Structure ofM u sic), Schenker extendió su descubrimiento, de importancia
indiscutible, más allá del nivel jerárquico de su ocurrencia normal.
O tras ejem plificaciones más o menos típicas del esquema se encuentran en
]. S. Bach: Son ata para violín y clave en S i menor, B W V 1014, cuarto movimiento;
EL ANÁUSIS ESTILÍSTIC O 8 7
cala de la tónica hasta la quinta o salta hacia arriba de la quinta haS'
ta la tónica; una repetición variada (A ’) del teína inicial, que salta
hacia abajo en la escala de la segunda a la quinta o salta hacia arriba
de la quinta a la segunda; un patrón algo diferente (B), normalmente
igual de largo que A y A ’ combinados, que va (frecuentemente a sal-
titos) hasta la tercera en la escala y a menudo más allá, y subsiguien-
temente desciende mediante un movimiento más o menos conjunto
que normalmente acaba en una cadencia o semicadencia. Por tanto,
estructuralmente el esquema se suele ejemplificar en forma de com-
pás, A A ’ B, con las proporciones 1 + 1 + 2 .
Son evidentes las ventajas de usar un esquema como éste a efec-
tos de comparación, ya que, pese a su parentesco básico, las diferen-
cias estilísticas entre las melodías del ejemplo 2.2 son sorprendentes.
En efecto, cualquier oyente suficientemente experimentado puede re-
conocer que las tres primeras ejemplificaciones del esquema son ba-
rrocas y las siguientes son clásicas^^. La pregunta, por tanto, es: ¿Qué
rasgos específicos producen estas diferencias y, una vez identificados,
cómo se relacionan estos rasgos entre sí y con los rasgos característi-
cos de otros parámetros aparte de la melodía?
U n posible comienzo sería el de observar que las ejemplificacio-
nes clásicas comienzan con un breve anacrusis y saltan hacia arriba
de la quinta a la tónica, mientras que las ejemplificaciones barrocas
empiezan en el acento y saltan hacia abajo de la tónica a la quinta^'^.
Esta observación, junto con una pizca de teoría, indica que en el cla-
Háendel: Sonata para flauta dulce y continuo en La menor, Op. 1 N .° 4, cuarto moví-
miento; Haydn; Cuarteto para cuerdas en M i bemol mayor, Op. 5 0 N.® 3, primer mo-
vimiento, y Cuarteto para cuerdas en Sol mayor, Op. 5 4 N.° 1, segundo movimiento;
Mozart; Concierto en Mi bemol mayor para trompa y orquesta (K. 4 4 7 ), tercer movi-
miento, y Sinfonía N.° 41 en Do mayor (K. 5 5 1 ), segundo movimiento.
Por supuesto que un esquema no tiene por qué ser melódico. Los esquemas pueden
surgir en relación con cualquier parámetro. Por ejemplo, el patrón de tutti y solo en un
concerro grosso-es un esquema. Se com entan otros esquemas hacia el final del libro, en
ei capítulo 7. U na de las tareas más importantes del análisis estilfetico, a mi modo de
ver, es la de identificar y clasificar los esquemas de todos los parámetros de un reperto-
rio concreto.
Estilísticamente, el último ejemplo (2.2g) es algo más problemático, por las razo-
nes que se exponen más adelante.
Com o siempre, la estadística — la naturaleza de (a muestra (véase a continua-
ción)— es crucial. Hay ejemplificaciones barrocas del esquema de «Adeste Fideles» que
comienzan con anacrusis creciente, por ejem plo, Haendel: Sonata en Fa mayor para
violín y continuo, Op. 1 N .° 12, segundo y cuarto movimiento, y Bach: Concierto de
EL ESTILO EN LA MUSICA
Ejemplo 2.2
o) Haendel: Sonata en Sol m ayor para
flauta y continuo, O p . I N .“ 5. Q uinto
m ovim iento; b) Bach: Concierto para
clave N .“ 3 en Re m ayor (B V W 1054).
Segundo m ovim iento; c) Haendel:
Sonata en Sol m enor para dos violines
y continuo, O p. 2 N .° 2. Cuarto
m ovim iento; d) M o zart Sinfonía
concertante en M i bem ol m ayor
(K. 297b; lO /: Anh. C 14.01). T ercer
m ovim iento; e) M o zart C oncierto para
piano en M i bem ol m ayor (K. 482).
T ercer m ovim iento; f) Beethoven: T río
en Si bem ol m ayor para clarinete,
violonchelo y piano, O p. 11. Segundo
m ovim iento; g) Beethoven: Sonata para
d) piano en D o m enor, O p. III. Segundo
m ovim iento.
" a ‘ ' S*
LLu r
BrandenburgO N.° l en Fa mayor, quinto movimiento. Por otra parce, hay ejemplifica'-
, dones clásicas del esquema que empiezan en el compás acentuado con un salto deseen-
dente, por ejemplo, el arla «Voi che sapete» dé Las bodas de Fígaro de Mozart o el ini-
cio del Cuarteto para piano en Sol menor (K. 478), en el que el esquema de «Adeste
: Fideles» se combina con un esquema de notas cambiantes (com o se muestra en el ejem -
plo 1.1b). No obstante, sirva este muestreo — ^reconocido como poco sistemático— a
modo de argumento en favor de la validez de estas generalizaciones.
EL ANÁLISIS ESTILÍSTICO 89
sicismo los agrupamientos rítmicos tienden a estar acentuados al final
o en el medio, mientras que los ritmos barrocos tienden a acentuarse
al principio. Con frecuencia estos agrupamientos quedan subrayados
por el modelo del acompañamiento. Por ejemplo, las relaciones de
duración de la Sonata en Sol menor para dos violines y continuo,
Op. 2 N.° 2, cuarto movimiento, de Haendel y la Sinfonía concer-
tante en Mi bemol mayor (K. 291b), tercer movimiento, de Mozart
son bastante similares, pero el acompañamiento de la sonata de
Haendel (ejemplo 2.2c) apoya los grupos acentuados al principio,
mientras que el de la sinfonía de Mozart (ejemplo 2.2d) refuerza los
agrupamientos acentuados al finaP^. Consiguientemente, en la ejem-
plificación clásica el modelo de alturas crecientes (1-2-3) se sobrepo-
ne a todo modelo que pudiera crearse por reiteración de notas ina-
centuadas sobre la quinta. Este efecto ocurre porque un anacrusis
(especialmente uno relativamente corto) subraya fuertemente el
acento hasta el que se desplaza y porque, aun cuando no se recalquen
de otro modo, las notas alcanzadas mediante un salto tienden a im-
primirse en la conciencia. Dicho de modo sucinto: en la ejemplifica-
ción. clásica del esquema de «Adeste Fideles», la quinta menor actúa
como un hecho subordinado que pone de manifiesto la primacía del
modelo que va subiendo.
Por otra parte, en las versiones barrocas del esquema, la quinta es
mucho más importante. Esto es muy evidente en las melodías prime-
ra y segunda. En la Sonata en Sol mayor para flauta y continuo, Op. 1
N.° 5 de Haendel (ejemplo 2.2a), la quinta (R e) está fuertemente
marcada no sólo porque se llega a ella mediante un salto, sino porque
su duración relativa y la presencia del trino hacen que llame la aten-
ción. En el Concierto para clave de Bach {2.2b), la preponderancia
de la quinta (Fa sostenido) es resultado no sólo de su repetición tres
veces y del hecho de ser alcanzado mediante un salto, sino del cierre
rítmico de la figura inicial ( m ), que hace que el Fa sostenido pa-
rezca el comienzo de un modelo relativamente independiente. Este
análisis indica que las ejemplificaciones barrocas del esquema de
«Adeste Fideles» generalmente dan lugar a melodías biltneales, mien-
tras que las clásicas tienden a ser monolineales. Las ligaduras de la
quinta a la tónica en las ejemplificaciones del clasicismo parecen re-
9 0 EL ESTILO EN LA M ÚSICA
ftejar esta diferencia. Esto es, las ligaduras dejan claro que la quinta y
la tónica forman parte de un único hecho. Por este motivo el salto
funciona más como hueco por llenar que en. las ejemplificaciones ha-
■ rrocas^^.
I La última ejemplificación del esquema (ejemplo 2.2g), el comien-
zo del tema del segundo movimiento de la Sonata para piano en Do
menor, Op. 111, de Beethoven merece un breve comentario. En con-
traste con el Trío Op. 11 de Beethoven (ejemplo 2.2/), que es total-
mente clásico en su ejemplificación^^, el tema del segundo movi-
miento del Op. 111 combina el salto descendente característico de
las ejemplificaciones barrocas con el agrupamiento rítmico anacrústi-
co típico de las clásicas^®. Esta ejemplificación no sólo es muy dife-
rente a la del trío de Beethoven, sino que es bastante similar al tema
de otra obra tardía, las Variaciones DiabellP^. En resumen, el uso del
esquema de «Adeste Fideles» como constante puede ayudar a definir
algunos de los rasgos característicos de la última época de Beethoven
f que quizá nacieran de su interés por la música de Haendel y Bach.
'■ En ocasiones las disparidades superficiales disimulan la presencia
de un esquema compartido. Por ejemplo, resulta sorprendente descu-
j,Lrir que la melodía inicial de la Cuarta Sinfonía de Mahler (ejemplo
^ | '2.3a) y el coro «and He shall reign for ever and ever» de El Mesías de
,'jjiHaendel (ejemplo 2.3b) pertenecen a la misma familia. Pero basta un
^ poco de análisis para ver que la melodía de Mahler, al igual que la de
Haendel, ejemplifica un esquema de acordes vinculados (ejemplo
% 2 írf*.
Estas observaciones sugieren que el carácter rítmico de la música barroca, inclui-
i 'do el uso de adornamientos, está relacionado con la tendencia a valorar las estructuras
melódicas bilineales.
‘ Obsérvese además que el tema de Beethoven (ejemplo 2.2/), al igual que la me-
lodía del Cuarteto para piano en Sol menor de M oiart (véase el ejemplo 1.1b), combi-
na el esquema de «Adésté Fideles» con un esquema de notas cambiantes; 1-7/2-1.
^ Aunque la partitura indica que las tres primeras semicorcheas del tema son un
' anactusis, durante la ejecución la función de estas notas es un tanto ambigua. El agru-
pamiento percibido depende significativamente de la interpretación del pianista. Hay
ejemplos barrocos de esta configuración «mixta»; véase «Qui sedes ad dextram patris»
de la Misa en S i menor de Bach.
A n te la observación de que a fin de cuentas el tema fue escrito por Diabelli,
cabe responder que Beethoven eligió utilizarlo para una composición importante.
E n aras de la com paración, la melodía de Haendel se da en la tonalidad de
Sol en vez de en Do. Ambas melodías, así como el proceso de acordes vinculados que
EL ANÁLISIS ESTILÍSTICO 91
Esouela de
B ib iiO r jc - .q .: ., ..
E je m p lo 2.3 a)
ó) Mahler Sinfonía N .° 4. Recht gemSchlich
4
Primer movimiento.;
b ) Haendel: El M esías,
~ PP espress.
c o r o del Aleluya.
b)
m
and He
m
diall reign for ev-er and w -e r
Mi menor
c)
i
L a paráfrasis, el modelado y el préstamo
9 2 EL ESTILO EN LA MUSICA
sofisticado o un extranjero hace como si fuera del país. De modo si-
milar, las proclividades estilísticas fundamentales de un compositor
pueden quedar expuestas cuando busque emplear medios estilísticos
ajenos u orquestar una obra de otro compositor que escribió en un es-
tilo temporal o espacialmente alejado'*^
La paráfrasis, el modelado y el préstamo del tipo que tengo en
mente han sido frecuentes en todos los períodos, aunque acaso mu-
cho más en el siglo X X . Se puede pensar tal vez en los numerosos
, préstamos que Haendel toma de las obras de Telemanri y Keiser o en
V la Obertura en el estilo de Haendel que Mozart toma de la Suite en
• Do mayor (K. 399), en el uso que hace Schubert de Isis obras de Be-
ethoven como modelos y fuentes, en la orquestación por Schoenberg
del Cuarteto para piano en Sol menor de Brahms, y en las muchas
parodias y préstamos de compositores del siglo X X : Prokofiev el «clá-
... sico», Stravinsky el «barroco», «clásico» y «gótico», o que utiliza a
, Gesualdo y Pergolesi; el empleo de materiales populares por parte de
Bartób"*^; o en los diversos compositores «balineses», «japoneses», etc.
En casos como éstos, las peculiaridades de los modos de pensamiento
musical anteriores y posteriores de los compositores pueden quedar
esclarecidas mediante un examen minucioso de las diferencias entre
las obras objeto de comparación.
Tomemos un solo ejemplo evidente: el finale del Cuarteto para
cuerdas en Fa menor, Op. 20, de Haydn es una fuga básicamente
sobre el mismo tema que dos fugas barrocas en la misma tonalidad: la
;Fuga en Fa menor del libro segundo de El clave bien temperado de
Bach y el coro «and with His stripes we are healed» de El Mesías de
.Haendel (ejemplo 2.4). Pese a las similitudes patentes en cuanto a
género y textura, melodía y sintaxis armónicaj'la fuga de Haydn tiene
hin sonido inconfundiblemente clásico. A l tratar de definir precisa-
mente en qué se diferencia la fuga de Haydn de las de Bach y Haendel
— por ejemplo, preguntando por la significación del hecho de que la
E L A N Á L IS IS E S T IL ÍS T IC O 93
E jem plo 2 .4
a) Haydn: Cuarteto para
cuerdas en Fa menor,
O p. 20 N.° 5. Cuarto
movimiento; b) Bach:
Fuga en Fa m enor
(BW V 881), de B clave
bien temperado, libro
segundo; c) Haendel: E l
/Mesrás, «And wrth His
stripes». And wíth His stripes
L a transformación
9 4 EL ESTILO EN LA MÚSICA
Ejem p lo 2.5
AI hacer preguntas sobre cómo se efectuó el cambio de estilo — ^so- a) Bach: Suite orquestal
bre cambios de melodía, ritirio, etc., del original a la transformación— , N,° I en D o mayor
quizá séa posible formular hipótesis sobre la naturaleza general de las (BW V 1066), m inueto I.
LA ESTA D ISTIC A
Carácter de la muestra
Las distinciones entre clases de obras de arte, sea cual sea la base de
los agrupamientos, tienden a carecer de límites precisos debido a que
. A N Á L IS IS ESTIL/STíCO 95
ti
í .
las diferencias estilísticas que más interesan al analista e historiador
son fruto de constricciones estratégicas y no de constricciones de re-
glas. Y estas diferencias son en su mayor‘parte de grado, no de géne-
ro. Como resultado, las clases tienden a solapatse. Por este motivo,
uno de los problemas centrales del análisis estadístico del estilo es el
de establecer los límites de la muestra. Está claro que la muestra de
definición menos ambigua, y por tanto la que se usa más a menudo,
es la obta de un compositor individual. Pero estas muestras quizá no
siempre sean las más esclarecedoras o útiles, ya que los rasgos estilís-
ticos a menudo transcienden esos límites.
Igualmente problemática es la cuestión de qué cuenta como rasgo
a efectos estadísticos y de clasificación. Tiene poco sentido, por ejem-
plo, contar todas las apariciones de la nota La (440 cps) con duración
de una negra en la música de Mozart. Porque en esta música la signi-
ficación de una altura depende de su función sintáctica en la obra es-
pecífica y el contexto en que ocurre. La nota La puede ser una tóni-
ca, una dominante, un tono principal, un tono inarmónico, etc. Pero
puede haber estilos en que la frecuencia relativa de una clase de altu-
ras o sonoridad establece un sentido de centro tonal; en ese caso po-
dría ser apropiado contar ese rasgo'*'*.
De modo más general, lo que ha de incluirse en una muestra
— lo que se piensa que es significativo— depende de lo que previa-
mente conozcamos y entendamos de las constricciones que rigen el
repertorio que se está considerando. Como se sugirió anteriormente,
nuestro conocimiento de un estilo, ya sea formulado explícitamente
o experimentado tácitam ente, es anterior y determina los rasgos
relaciónales que consideramos significativos y elegimos incluir en
nuestro análisis. Especialmente cuando la informatización nos obliga
a definir rasgos con precisión, la estadística nos puede ayudar a afinar
nuestro discernimiento entre clases y estilos. Pero a falta de hipótesis
sobre reglas sintácticas y objetivos estratégicos, los datos estadísticos
brutos puedén llevar a resultados carentes de significado o simples
sinsentidos. Como ha señalado Emest Nagel, «si nada se sabe con re-
lación al mecanismo de una situación bajo investigación, las frecuen-
cias relativas obtenidas de las muestras quizá sean una mala guía del
carácter de la población de tamaño indefinido a partir de la cual se
9 6 EL ESTILO EN LA MÚSICA
extraen»'’\ Hasta qué punto pueden ser absurdas las correlaciones, si
se desconocen las constricciones que rigen la distribución de rasgos
dentro de'una población, queda de manifiesto por la siguiente cita to-
mada del Almanac ofW ords at Play de Willard R. Espy:
EL ANÁLISIS ESTILÍSTICO 9 1
titura. Esto presenta el formidable problema metodológico de desarro-
llar reglas objetivas y rigurosas para definir y diferenciar patrones por
encima del nivel del primer plano: el nivel de nota a nota. Lo que
hacen falta son reglas para distinguir los tonos, armonías, acentos,
etc. estructurales de los ornamentales en todos los niveles jerárquicos.
Aunque dudo de que estas reglas puedan alguna vez perfeccionarse, la
situación no es irremediable. Porque si los estudios estadísticos se
ocupan de muestras lo suficientemente grandes, quizá no sea necesa-
rio preocuparse de aquellos casos en que el tono estructural seleccio-
nado (por un programa informático, pongamos por caso) no parezca
el «correcto» intuitivamente, ya que el «error» quedará absorbido por
la masa de datos, que sí será correcta. En este proceso quizá sea útil
proceder por ensayo y error, empezando con un programa informáti-
co que parezca razonable y ajustándolo para que sus resultados sean
conformes a la experiencia estilística. Después de que los ajustes pro-
duzcan resultados musicales que parecen correctos, el programa mis-
mo puede ser estudiado — ^usado como dispositivo heurístico— a fin
de desarrollar teorías sobre las relaciones que subyacen al programa.
Pero, cuando se emplean estadísticas y ordenadores, nunca hay que
olvidar que los programas han de ser concebidos y las muestras han
de ser seleccionadas con algún tipo de hipótesis sobre cómo opera el
estilo. Si no es así, coleccionar, contar y computar serán ejercicios fú-
tiles.
El tamaño de la muestra
9 8 EL ESTILO EN LA M U S IC A
te pocos datos. U n solo experimento meticulosamente diseñado y eje-
cutado puede bastar para respaldar o refutar una hipótesis. Es más,
cuando una red de teorías interconectadas respalda una hipótesis
dada, los datos discrepantes pueden ser falseados o desestimados pro-
visionalmente porque la coherencia del paradigma justifica la creen-
cia de que las discrepancias se pueden explicar mediante pequeñas
modificaciones de teorías existentes.
Especialmente en aquellos ámbitos de la actividad humana en
que la atención se centra en las reglas y aún más en las estrategias
— la teoría y el análisis del estilo es uno de estos ámbitos— , es difícil
descubrir y formular teorías poderosas. En consecuencia, hacen falta
muestras bastante amplias para confirmar o desconfirmar hipótesis.
Pero incluso en estas áreas hay dos consideraciones que mitigan las
incertidumbres del análisis estilístico. En primer lugar, la estadística
se ocupa de frecuencias relativas, es decir, de probabilidades. Por este
motivo, uno o dos contraejemplos no tienen por qué invalidar las ge-
neralizaciones estadísticas. La observación ya realizada de que en la
música de Wagner las cadencias falsas suelen servir para establecer
nuevas áreas tonales no quedaría invalidada por unos pocos casos en
que estas cadencias no sirvieran más que para retrasar el cierre, lo
mismo que la afirmación estadística de que las mujeres viven más que
los hombres no estaría falseada por el hecho de que algunas mujeres
mueran antes de cumplir los 30. Más aún, como ha señalado Eug'ene
Narmour, «cuanto más ascienda [el analista del estilo] en la jerarquía
epistemológica — desde el estudio de las obras de un compositor has-
ta el estudio de un género o una época— , más tendrá que generali-
zar»'*®; de ahí el menor efecto, tanto a favor como en contra, que un
caso concreto tendrá sobre la hipótesis del analista.
En segundo lugar y al igual que en otros campos, las hipótesis so-
bre el estilo ganan credibilidad a través de su «encaje» con otras fa-
cetas de la teoría, por ejemplo, con hipótesis sobre las constricciones
de parámetros relacionados. Y, como se ha comentado a menudo en
conexión con las teorías científicas, los datos discrepantes a menudo
se desestiman en aras de una hipótesis elegante con una amplia capa-
cidad explicativa. «Las leyes científicas más nobles», ha observado
Nelson Goodman, «rara vez son del todo verdad. Se pasa por encima
L A N Á L IS IS E S T IL ÍS T IC O 99
de las pequeñas discrepancias en interés de la amplitud, el poder o- la
simplicidad. La ciencia niega sus datos igual que el estadista niega a
sus electores; dentro de los límites de la prudencia»'^®. Por tanto, el
impulso aparentemente insaciable que hay en las humanidades de
acumular datos tal vez sea un testimonio visible de la falta de una
teoría satisfactoria^®.
Uno de los peligros de emplear estadísticas es la tentación de li-
mitarse a contar (por ejemplo, el número de acordes de seis por cua-
tro en los corales de Bach o el número de tresillos en los minuetos de
la primera época de Haydn. El problema del mero recuento es que
producen medias ó promedios. Sin embargo, lo que de verdad necesi-
tamos saber es la relación de la media con alguna norma o tipo ideal.
Sólo de este modo se podrán reconocer los rasgos característicos del
estilo concreto.
La diferencia entre una media y una norma podría ilustrarse cru-
damente de este modo; si se promediasen los diferentes colores de to-
dos los coches que circulan por los Estados Unidos mezclándolos en
proporciones estadísticamente adecuados, el resultado probablemente
sería algún gris indeterminado. Pero sabemos perfectamente bien que
la mayoría de los coches tienen un color definido y que de hecho re-
lativamente pocos son grises. Seamos más precisos; lo que tengo en
mente es algo como lo que quieren decir los médicos cuando hablan
de un corazón normal. Lo que quieren decir no es un corazón medio,
porque la mayoría de los corazones son defectuosos o al menos pecu-
liares en algún aspecto. El término, normal significa más bien que los
componentes del corazón funcionan apropiadamente unos respecto
de otros y con relación al sistema circulatorio del que forman parte.
Y los médicos saben cómo debe funcionar un corazón porque tienen
una teoría sobre las relaciones entre las constricciones que rigen su
comportamiento.
Languages o/Art, p. 263. A este respecto, véase también Westfall: «Newton and
the Fudge Factor».
A l teorizar es importante reconocer que no hace falta poder explicar todo sobre
un fenómeno a fin de dar cuenta de algunos de sus atributos, y que las teorías deben va-
lorarse por lo que explican, no por aquello que no logran explicar. A l acumularse los
hechos, será cada vez más difícil conocer lo que hay por conocer; la cantidad de infor-
mación irá más allá de la capacidad de proceso de las personas. A l ocurrir esto, la teo-
ría será un área cada vez más importante de la musicología. Porque las teorías son lo que
nos permite comprender y controlar la prolijidad y diversidad del mundo.
íl
Así también ocurre en la música. De este modo, pese a la recien-
te moda que ha preferido hacer hincapié en lo que es peculiar de las
composiciones y despreciar la noción de normas — tipos ideales de la
forma sonata, la fuga, etc.— , no veo cómo el análisis estilístico pue-
da proceder sin estos constructos (pues evidentemente eso es lo que
son)^'. Desde luego ningún movimiento concreto de la forma sonata
es un ejemplar de un tipo ideal más de lo que pueda serlo un corazón
concreto. Pero los constructos son indispensables porque sin ellos las
peculiaridades de una obra específica serían incognoscibles y las me-
dias obtenidas mediante el análisis estadístico serían poco esclarece-
doras. Porque nuestra interpretación de cambios generales en el ma-
nejo de una estrategia o forma sólo es posible a la luz de un concepto
de lo que es su operación normal.
La distinción entre la media y la norma está relacionada con la
diferencia entre la probabilidad estadística y la probabilidad subjetiva.
Las relaciones de probabilidad implícitas en la comprensión de una
pieza musical, tal como las siente el oyente competente, no son úni-
camente una cuestión de frecuencia sino que dependen de la natura-
leza de los procesos cognitivos humanos (incluidas las formas en que
la memoria modifica los modelos percibidos), la naturaleza del estilo
de la obra (por ejemplo, que tenga o no una sintaxis fuerte)^^ y la am-
plitud de la muestra en que se basan las estimaciones de probabilidad.
Es evidente que los seres humanos tienen una misteriosa habilidad y una fuerte
inclinación a abstraer «tipos ideales» o normas a partir de la percepción de una serie de
ejemplificaciones individuales diferentes. Véase, por ejemplo, Posner y Keele: «Génesis
of Abstract Ideas».
S i el estilo de una pieza surge de un conjunto coherente de constricciones sin-
tácticas, la impresión que tenga el oyente de su comportamiento probable se verá m e-
nos afectada por la frecuencia estadística que si las relaciones sintácticas son débiles o
simplemente no existen.
Páginas 3^8-379.
Es más, dada la definición de estilo adoptada en este estudio, las huellas dactila-
res no pueden ser análogas a los estilos. Esto es así porque las huellas dactilares no son
elegidas y, correlativamente, porque no se dispone de posibilidades alternativas. Sería
extraño sin duda hablar del estilo de las huellas dactilares de alguien.
«Some Effects o f M otivation», p. 293.
A este respecto, véase Thom son: « Sty le A n alysis», pp. 2 0 1 -2 0 2 .
1 0 2 E t ESTILO EN LA ^
sinfónica probablemente sea una marca razonablemente fiable para
distinguir entre sinfonías alemanas del romanticismo tardío y sinfo-
nías clásicas. Pero por sí mismos (como hechos brutos) son rasgos tri-
viales^^. Nos dicen poco más sobre las diferencias entre la forma en
que funciona cada estilo de lo que la huella dactilar de Stalin nos
dice sobre su comportamiento en contraposición al de Gandhi.
Aunque el análisis estilístico ha sido confinado demasiadas veces
al descubrimiento y la descripción de estas marcas, no pretendo suge-
rir que los rasgos usados como mareas no puedan ser significativos^®.
Pero se convierten en significativos solamente cuando se los relacio-
na con otras características del estilo. Por ejemplo, quizá fuera posible
distinguir las óperas de Wagner de las de Verdi desde el punto de vis-
ta de la frecuencia relativa de cadencias falsas. Pero, a menos que se
pueda explicar cómo la frecuencia de cadencias falsas está relaciona-
da con otras características del estilo de Wagner, ese rasgo no será
más que una marca.
Una vez más, la situación es más equívoca de lo que implica esta
discusión. Por un lado, William Thomson probablemente esté en lo
cierto al decir que «la noción de que la experiencia musical es pri-
mordialmente... un acto de identificación de estilo puede llevar a...
hábitos de escucha descuidados»^®. Por otro lado, la identificación sí
que es importante para la crítica y la apreciación. Lo es para la críti-
ca porque, como se ha señalado anteriormente, la comprensión y la
evaluación dependen del conocimiento de las alternativas estilísticas
de que disponía el compositor. Para el oyente, la identificación es im-
portante porque el goce depende de la entrada en juego de conjuntos
: perceptivos y cognitivos apropiados. Esto es, dado que las respuestas
musicales sensitivas dependen del conocimiento (normalmente táci-
Obsérvese, no obstante, que los rasgos estilísticos inexplicados (y por tanto tri-
viales, en principio) pueden ser significativos porque llevan a la búsqueda de hipótesis
sobre la relación entre los rasgos, Y estas hipótesis son también heurísticas, pues propi-
cian la búsqueda de otros rasgos y otras relaciones.
Por el contrario, los rasgos que no sean marcas no por eso deben ser ignorados,
como parece sugerir Jan La Rué cuando señala que en lo que hay que fijarse es en lo ex-
cepcional y no en lo normal: «Tomemos un ejemplo sencillo: la progresión V L l ocurre
tan pocas veces en el siglo X IV que debería llamamos la atención en seguida; pero co-
mentar esta cadencia en una obra escrita hacia el 1750 sería completamente supetfluo»
(Guidelines for Style Analysis, p. 4 ). ■
«Style Analysis», p. 201.
EL A N A L IS IS ESTILÍSTICO 103
E s c u e l a cts
Bitiiic.r.ir..c;w
to) de tipos de hechos que es probable que ocurran eñ una composi-
ción, y el conocimiento de lo que es probable que ocurra depende a
su vez de la identificación del estilo, donde las marcas a menudo fa-
cilitan la escucha^®.
Como debe basarse en una cronología correcta de las composi-
ciones, también la historia de la música depende de la identificación.
Y en ocasiones se insiste en que si el análisis estilístico fuera lo sufi-
cientemente riguroso y fino, se podrían atribuir las obras a los com-
positores apropiados; se podría establecer la autenticidad de las obras
genuinas y se rechazarían las espurias. Pero mientras el análisis esti-
lístico puede hacer que sean más o menos probables las atribuciones,
en principio es imposible autenticar una obra exclusivamente sobre
bases estilísticas. Esto es así porque nuestro concepto de un estilo asu-
me que el conjunto de composiciones que lo constituyen es comple-
to. Sin embargo, si la obra susceptible de ser autenticada fuese genui-
na, la naturaleza del conjunto sería a la vez diferente e incompleta y,
por este motivo, no se podría usar para establecer la autenticidad.
Supongamos, por ejemplo, que se descubriese una composición
atribuida a Mozart en un archivo y que estilísticamente la obra pre-
sentase anomalías obvias; tal vez fuese la obertura al estilo de Haén-
del mencionada anteriormente. No se podría establecer su autentici-
dad sobre bases estilísticas porque, si fuese genuina, el canon de la
obra de Mozart — el conjunto de composiciones en que se había ba-
sado él análisis de su estilo— habría cambiado. E. H. Gombrich cita
un caso comparable en que «un ensayo publicado bajo el nombre de
Diderot fue borrado del canon del autor apelando a motivos estilísti-
cos, pero tuvo que ser restaurado cuando se encontró el manuscrito
original de su puño y letra»^^.
Por motivos similares, tampoco se le.puede asignar a una obra au-
tenticada una posición cronológica en la obra de un compositor sola-
mente sobre la base del estilo, ya que nuestra exposición del desarro-
llo estilístico de un compositor, da por supuesto que los subconjuntos
característicos de las etapas diferenciadas están completos. Si la obra
1 0 4 EL E S T IL O EN LA MüSíCA
en cuestión pertenece a uno de ellos, ese subconjunto estaba incom-
pleto con anterioridad a su inclusión. Por ejemplo, al escribir sobre el
ciclo de canciones An die ferne Geliebte de^ Beethoven, Joseph Ker-
man sugiere que aunque la obra puede atribuirse a Beethoven sobre
bases estilísticas, cabría una interpretación errónea de su posición en
el desarrollo estilístico de Beethoven:
«An die fem e Geliebte», p. 135. Estas observaciones dejan claro que la crítica es
dependiente de la historia. Por ejemplo, nuestra comprensión y evaluación del ciclo de
canciones de Beethoven están cualificadas tanto por nuestro conocim iento del lengua-
je particular empleado como por lo que sabemos de las alternativas no elegidas.
® En ocasiones he oído a estudiosos de las humanidades ridiculizando los estudios
estadísticos. Su condescendencia va desencaminada aunque no lo sepan, pues continua-
mente están traficando con fi-ecuencias relativas (estadística), aun cuando sea de mane-
ra informal o incluso chapucera.
^ C on esto no pretendo decir que los datos no juegan ningún papel en la formula-
ción de hipótesis. Pero parece que, en líneas generales, los paradigmas tienen prepon-
derancia sobre los datos particulares.
® A este respecto, véase Balthazar: «Intellectual History and Concepts of the C on -
certó».
66 En el capítulo 6 se comenta la naturaleza del formalismo.
Las ideas presentadas aquí sugieren que una historia de la música viable depen-
derá más de la historia intelectual o ideológica que de la historia de la práctica musical.
Sin embargo, esto n o significa que la práctica musical no se vio afectada por la teoría
musical. Está claro que la formulación de conceptos como acorde o forma sonata o con-
juntos ha tenido una influencia significativa sobre el pensamiento — por tanto sobre la
práctica— de los compositores.
EL a n Au s b e s t il ís t ic o 107
- LA H ISTO R IA EN GENERAL I
* Philosophy ofHistory, pág. 14. C on «ahora» W alsh quiere decir el presente del his-
toriador, sea cuando sea que se redactara la exposición. Com o veremos, no todas las
historias son narraciones diacrónicas sobre el pasado. Algunas son exposiciones básica-
m ente sincrónicas, análogas a los-análisis estilísticos.
..
mos ni podemos conocer «la totalidad de las acciones humanas del
pasado». Porque podemos conocer solamente lo que se ha conservado
en documentos, artefactos y cosas por el“estilo. Y pese a la ingente
cantidad — ^hay en efecto una superabundancia— de datos documen-
tados del pasado, lo que se conserva no es sino una diminuta fracción
de los incontables sucesos que han debido de ocurrir. A este respecto
son similares el pasado remoto y el pasado reciente. «Incluso los su-
cesos de las últimas horas», escribe George Kubler, «están escasa-
mente documentados... Aun siendo finito, el número total de señales
históricas supera en gran medida la capacidad que cualquier indivi-
duo o grupo tiene de interpretar todas las señales con todos sus signi-
ficados»^. En su mayor parte sin registrar y perdidos para siempre, «los
breves y simples anales de los pobres» son, pues, en gran medida más
un asunto de conjetura poética que una construcción histórica. v
El pasado sólo se conserva parcialmente, no primordialmente por-
que documentos que una vez existieron se han perdido, sino porque
fue registrado selectivamente en cada momento. Y se hizo así ante
todo porque los seres humanos no son receptores pasivos y neutrales
de lo que W illiam James llamó la «confusión resonante como un
zumbido» que en todas partes nos rodea y golpea. Tanto por natura-
leza como por crianza, nuestros refinados circuitos cognitivos filtran
y separan, conectan y organizan estas entradas caprichosas para que
sean modelos comprensibles y procesos coherentes. Incluso cuando
los sucesos son parte de un presente, no se experimentan y compren-
den de un modo milagrosamente directo. Siempre están mediados-
por las proclividades modeladoras de la mente humana, por las leyes
cognitivas comentadas en el primer capítulo. Y estas leyes a su vez es-
tán constreñidas y son realizadas a través de los conceptos y clases, las
categorías e hipótesis establecidas por las reglas estilísticas y estrate-
gias dialécticas de una cultura concreta, así como por los intereses
idiomáticos, hábitos cognitivos y prejuicios de los observadores in-
^ The S/uipe p f Time, pp. 22'23- S e puede ír aún más lejos. Parece que en principio
sería imposible conocer la totalidad de los sucesos humanos del pasado, puesto que un
conocim iento tal implicarm una regresión infinita, es decir, un documento o artefacto
del pasado es en sí mismo el resultado de alguna acción humana que ha debido de ser
registrada ella misma si hemos de conocer la historia en el primer sentido de Walsh.
Pero un registro tal también fue resultado de una acción humana que a su vez tuvo que
ser documentado, y así sucesivamente hasta el infinito.
H’ V
dividuales. Lo que se registra y documenta, pues, son aquellos su-
cesos que, por razones culturales e individuales, alguien cree que son
significativos y por consiguiente toma nota-de ellos. Victor F. Weiss-
kopf cita un ejemplo especialmente chocante de este proceso de se-
lección:
^ Incluso loS hechos brutos de Searle no están sin interpretar. El observador de Se-
arle no «ve» de urm forma directa, no mediata, sino que «percibe» organismos en ca-
misetas de colores que se mueven de formas concretas. Y entiende lo que es percibido a
la luz de clases y creencias informales, por ejemplo, que el comportamiento de los orga-
nismos está encaminado hacia un fin. Todo esto implipa una interpretación. Los hechos
de Searle son brutos no por ser no interpretados, sino porque las hipótesis disponibles
no pueden dar cuenta satisfactoriamente de las relaciones observadas.
1 1 4 EL ESTILO EN LA MÚSICA
ejemplo, las interpretaciones de la Sonata «Patética» de Beethoven
se vieron afectadas por un cambio de énfasis de tal modo que las re-
laciones formales y de proceso adquirieron más importancia de la que
. antes habían tenido con relación a las relaciones afectivas o progra-
máticas.
Lo mismo vale para las interpretaciones de la historia. La mayo-
ría son modificaciones de interpretaciones existentes o reacciones
contra las mismas. Todas están influidas por tradiciones interpretati-
vas que se ven afectadas ellas mismas por cambios en la perspectiva
cultural y por cambios en las teorías sobre la naturaleza del cambio
histórico. Una vez más dentro del segundo cuarto del siglo X X , las in-
terpretaciones de la Revolución Americana se vieron afectadas por
un alejamiento del enfoque histórico del «gran hombre» y. por el én-
fasis en las teorías económicas, las cuales fueron ellas mismas respon-
sables en parte del cambio de punto de vista.
Las interpretaciones nunca son definitivas en el sentido de ser in-
falibles o finales. Esto no se debe principalmente a la posibilidad de
que se descubran nuevos documentos («hechos»). En el caso de la mú-
sica del pasado, el descubrimiento de una nueva obra o una fuente
más autorizada (pongamos por caso, un autógrafo del compositor) se
está volviendo cada vez más improbable, aunque un suceso tal podría
exigir cambios de interpretación. En el caso de la historia (incluida la
historia de la música), al ir aumentando la cantidad de datos del pasado
se hace cada vez menos probable que los hechos básicos cambien signi-
ficativamente. Más bien cambiarán las interpretaciones, por dos razo-
nes principales. En primer lugar, porque cambiarán las teorías sobre la
naturaleza de la afinidad en todos los ámbitos (físico y biológico, psico-
lógico e ideológico, político y económico) y jqúestras interpretaciones
basadas en estas teorías también lo harán. En segundo lugar, como
veremos ahora mismo, nuestra comprensión y por tanto nuestra inter-
pretación de un suceso depende no sólo de su presente contextual, sino
: de las implicaciones que se piensa que ha tenido ese suceso para sucesos
: subsiguientes. Puesto que el futuro está abierto, las interpretaciones no
pueden ser definitivas. Como señala Arthur Danto, «nuestro conoci-
miento del pasado está limitado significativamente por nuestra igno-
rancia del futuro... Una exposición completa del pasado presupon-
dría una exposición completa del futuro»^.
A P U N T E S S O B R E L A H IS T O R IA 115
Aunque las implicaciones del pasado tienden a reverberar en el
futuro, para los historiadores de una época concreta algunos sucesos
del pasado pueden parecer en gran medida cerrados. Por ejemplo, se-
gún J. H. Hexter,
llfeíir
limita a ser precisa suele caracterizarse como pedestre: «X tocó las no-
tas sin acercarse a la música». Y una crítica (normalm.ente descripti-
va) que se limite a ser precisa se dice que es pedante o rutinaria. Una
■buena interpretación ilumina lo que está documentado aun al tiempo
que presenta lo que está especificado. Lo hace exponiendo, mediante
sonidos o palabras, las relaciones — de proceso, formales y estéticas—
latentes en el documento, en la partitura del compositor. De forma si-
milar, una historia puede ser precisa sin más. Todo está fielmente pre-
sentado, pero de algún modo, las conexiones y patrones discernidos
no dan cuenta de las relaciones esenciales latentes en los documen-
tos: «X presentó los hechos pero sin lograr revelar su significado»^.
Por último, es pertinente m encionar que el lenguaje utilizado
normalmente al hablar de música sugiere que los términos verdadero y
falso no son aplicables a las interpretaciones. Porque no decimos que
una ejecución — incluso una crítica— de la Sonata «Patética» es ver-
dadera o falsa, sino que es precisa o está plagada de errores, consis-
tente o caprichosa, apasionante o apagada, esclarecedora o pedestre.
Esto se debe, sospecho, a que la verdad o la falsedad es, en sentido es-
tricto, un atributo de las proposiciones generales que al menos en
principio puede ser confirmado o desmentido^. Pero las interpretacio-
nes no son proposiciones generales. Son re-presentaciones (en el caso
de las actuaciones) o explicaciones de las relaciones peculiares dis-
cernidas en la partitura que documenta una composición específica.
Y lo mismo ocurre con las historias. Una exposición de la Revolución
The Meaning o f Human History, pp. 80-81. Esta misma observación la han hecho
muchos otros y desde puntos de vista bastante diferentes. En una reseña del libro de
W endell R. Oam er titulado The Processing o f Information and Structure, Ray Hyman es-
cribe que «Gamer hace hincapié una y otra vez en que la lección de la teoría de la in-
formación es que ¡a información es llevada no por lo que el estímulo es sino por lo que
pudo haber sido... Todas las combinaciones de valores generadas por las dimensiones
definen el conjunto total de estímulos de los cuales el estímulo concreto es un ejemplo.
Las propiedades informativas del estímulo se pueden determinar sólo con relación al
conjunto total» (p. 731).
Recordemos, además, que la significación plena de todo suceso, ya sea del pasado o
del presente, depende no sólo de la comprensión de las alternativas no realizadas sino
de las implicaciones del suceso para el futuro. En consecuencia, la significación de un
suceso no se podrá conocer hasta que se termine la historia, a menos que se adopte una
escatología — ^ya sea un Juicio Final o la etapa final de un proceso dialéctico — que pos-
tule el fin de todo. Desde este punto de vista, la función de un fin de la historia vis-
lumbrado no es primordialmente la de predecir el futuro, sino interpretar y comprender
la significación tanto del presente como del pasado.
Estas observaciones llaman la atención sobre una de las muchas y fascinantes in-
consistencias del pensamiento decimonónico. Por un lado, la penetrante sensación de
cam bio, que hizo problem ática la comprensión del presente, fom entó una búsqueda
de escatologfas que postulaban un punto de cierre histórico. Por otro lado, la ideolo-
Ashley: England in the Seventeench Century, p. 80. Obsérvese que todas las ora-
ciones condicionales basadas en hechos que no se dieron se podnan haber presentado
en forma positiva. Por ejemplo, la primera podría haberse expresado así: «Se convocó el
Parlamento Long cuando se hizo porque Carlos 1 y el arzobispo Laúd intentaron impo-
ner un nuevo libro de oraciones a los escoceses y fortalecer el episcopado».
«Causation and the Am erican Civil W ar», pp. 90-91.
I'É-t-p
' 'i■í!
miliaridad íntima y la sensibilidad con respecto al estilo musical o
cultural en cuestión. Tener conocimiento de las alternativas posibles
y probables en algún estilo, ya sea de un individuo o de un grupo, es
el resultado de una larga experiencia, una atención dedicada y una
imaginación fecunda pero controlada. Estas habilidades tácitas pue-
den bastar para comprender. Sin embargo, explicar sucesos — los que
ocurrieron y los que podrían haber sido— requiere no sólo una com-
prensión sensible, sino también la habilidad de reconstruir cómo el
compositor o protagonista interpretó los sucesos en cuya formación
tomó parte: por ejemplo, qué alternativas eran posibles dada la situa-
ción estilística, cuáles probablemente fueron discernidas, cómo se vis--
lumbraron sus resultados, y por qué el sujeto en cuestión habría podi-
do elegir esta alternativa en lugar de alguna otra»^'*.
Para explicar y reconstruir, deben aceptarse al menos dos supues-
tos. El primero es que la naturaleza humana en sí misma es fundamen-
talmente invariable, aunque las formas en que se manifiesta son varia-
bles, dependiendo de constricciones estilísticas o culturales concretas
(reglas y estrategias). Las teorías del comportamiento pueden cam-
biar, por supuesto, y estos cambios darán como resultado explicacio-
nes y reconstrucciones diversas*^. Pero los principios básicos que
constriñen el comportamiento humano — las leyes consideradas en el
capítulo 1— han permanecido constantes a lo largo del tiempo. La
necesidad de aire, comida y techo, de reposo, seguridad y compañía,
de comprensión, orden y estímulo era igual hace cinco mil años que
hoy. Sin un supuesto de esta clase, el comportamiento de nuestros
1 2 2 EL ESTILO EN LA MUSICA
de instrucciones^^. Más bien, basándose en una reconstrucción de la
situación total (junto con hipótesis más o menos informales sobre el
comportamiento humano), el crítico o historiador infiere motivos y
razones, necesidades y objetivos a partir de elecciones documentadas
específicas. Estas inferencias sólo son posibles si se supone que el
comportamiento es inteligente y está encaminado hacia un fin. Sin
este supuesto, las elecciones de Beethoven serían tan confusas como
una tabla de números aleatorios, y las acciones de Julio César serían
tan inescrutables como las de un loco de atar.
Del mismo modo que el análisis sincrónico del estilo es más que una
enumeración de rasgos, una historia diacrónica del estilo es más que
un ordenamiento cronológico de esos análisis. Se trata de relacionar
marcos estilísticos sucesivos unos con otros desde el punto de vista de
una hipótesis que dé cuenta de su sucesión, es decir, que explique el
proceso del cambio.
Toda conjetura que modele un conjunto de datos observados
puede servir de hipótesis explicativa. Lo que hace una hipótesis es
transformar los datos (los hechos brutos de Searle) en un modelo re-
lacional (el hecho institucional de Searle). Como nuestra compren-
12 4 EL ESTILO EN LA MUSICA
de razones aceptadas por nuestra cultura. Por ejemplo, el siguiente pa-
saje de The Columbia History o f the World no hace mención alguna de
causas, priricipios o hipótesis:
Garracy y Gay (editores), p. 272. Se ha elegido un extracto sobre una cultura re-
mota y poco conocida porque, de haber sido una exposición tomada de la historia euro-
pea, por ejem plo, podría pensarse que la descripción era inteligible relacionalm ente
como consecuencia del conocim iento previo de los sucesos y circunstancias narrados.
1 2 6 EL ESTILO EN LA MÚSICA
no hablaremos aquí^°. Pero hay otros tipos de explicación que no son
causales. Se pueden dividir en dos tipos principales: no temporales y
temporales.
Explicaciones no temporales
HISTORIAS SINCRÓNICAS
12 8 EL ESTILO EN LA M USICA
El libro de Peter Gay, The Enlightenment: An Interpretaüon, tam-
bién es de la modalidad sincrónica, aunque se interesa por sólo un as-
pecto de la época, la historia intelectual. Hacia el comienzo del libro.
Gay explícitamente hace un comentario no sólo sobre su atemporali-
dad y su diferencia con respecto a una posible exposición secuencial,
diacrónica, sino también sobre uno de los signos distintivos de tales
historias: el énfasis en las semejanzas y correspondencias. «Al trazar
este retrato colectivo», escribe, «he recogido pruebas indiscriminada-
mente de todo el siglo X V IIl, desde Montesquieu a Kant. Este proce-
dimiento tiene sus ventajas: subraya el parecido de familia entre el
pequeño rebaño. Pero quizá oscurezca el hecho de que la Ilustración
tuvo una historia»
Pero hay una diferencia decisiva entre resolver un acertijo y des-
cubrir relaciones sincrónicas inteligibles en la enmarañada madeja de
la historia. Puesto que los acertijos están diseñados para ser resueltos,
hay razones fundadas para creer que algún principio común sübyace a
la disparidad de la superficie. Pero a menos que uno crea que una
fuerza sobrenatural prescribe los sucesos de la historia humana, pare-
ce que hay poca garantía para dar por supuesto que un único princi-
pio convierta los acontecimientos históricos en coherentes e inteligi-
bles. La historia quizá sea coherente sólo en parte, y parte de su
diversidad quizá sea ineductible.
Tal vez la necesidad de creer que tiene que haber una solución sen-
cilla, como en el caso de los acertijos, explica por qué la tesis de que «el
arte refleja la cultura de la que surge» se cita tantas veces como un ca-
non que hay que cumplir y no como una hipótesis que hay que probar.
Hemos de creer que existe una conexión ... en todas las épocas en-
tre la música y las demás actividades creativas del hombre; que la mú-
sica producida en cualquier época debe reflejar, en términos apropia-
dos para su propia naturaleza, los mismos conceptos y tendencias que
son expresados en otras artes contemporáneas de esa música^®.
1 3 0 EL ESTILO EN LA MÚSICA
es reificado, es decir, cuando en la imaginación es transformado en
una fuerza concreta cuya existencia es de algún modo independiente
de los fenómenos culturales particulares de los que fue abstraído, el
principio común parece teóricamente anterior a sus manifestaciones
particulares en los diversos parámetros de la cultura. Una vez que la
reificación certifica la causalidad, la unidad de la cultura y la signifi-
cación de correspondencias y correlaciones quedan, por así decirlo,
garantizadas. Además, al proporcionar una diferenciación temporal,
la reificación mitiga un tanto la incompatibilidad radical entre la
atemporalidad de la modalidad sincrónica y los cambios característi-
cos de la modalidad diacrónica^°.
LA IDENTIFICACIÓN
S' llo. Así, decir que un fenómeno concreto es ¡un huddle [en el fútbol
americano, agrupamiento circular de los componentes de un equipo
entre jugada y jugada] o un pase lateral es explicativo sólo si conoce-
mos las reglas relaciónales — los hechos institucionales— del fútbol
americano. En algún sentido, pues, podemos explicar diciendo qué es
una cosa. Pero nombrar la clase de una cosa no es ni decir qué lo ha
causado ni qué ha causado las relaciones que lo convierten en lo que
La» historias culturales deben asumir que los parámetros de la cultura son incon-
gruentes. Porque sólo si están desfasados entre sf (de forma que cambios en unos pará-
metros precedan a cambios en otros) son posibles la interacción, la influencia y el pro-
ceso histórico. La incongruencia de parámetros se comenta en el capitulo 5.
A este respecto, véase Dray: «“Explaining W h at” in History», p. 405.
EaociB la cte a ,-
es. Más bien supone explicar diciendo cómo funciona: cómo funcio-
nan sus características unas respecto de otras y con relación al con-
texto más amplio del que forma parte.
Hay también enunciados que, aunque no se refieren más que a
hechos, juegan un papel en la explicación porque establecen el con-
texto estilístico en el que tiene lugar un fenómeno. Nos dicen qué
conjuntos de constricciones de nuestro repertorio aprendido son rele-
vantes para lo que seguirá. Por ejemplo, al leer en el programa de un
concierto que la siguiente obra en interpretarse será «un tema y va-
riaciones recién descubierto de Mozart», el oyente experimentado
pone en juego los hábitos de respuesta estilísticamente apropiados
(diferentes a los que convendrían a una fuga de Bach, por ejemplo)
que hacen posible la comprensión sensible. De modo similar, en la
historia, cuando leemos que «Martín Lutero era hijo de un minero
bastante próspero de Turingia,, que quería que su hijo fuera abogado...
En 1501 entró en la Universidad de Erfurt... Luego, siguiendo los de-
seos de su padre, comenzó a estudiar Derecho, pero inesperadamente
ingresó en el monasterio agustino local..»^^, nuestro conocimiento de
las constricciones culturales o estilísticas preponderantes establece el
contexto en que se entenderá e interpretará lo que subsiguientemen-
te se detallará. Si el tiempo y el lugar fueran significativamente dife-
rentes, sucesos bastante comparables se entenderían de otro modo.
En resumen, los enunciados que establecen el contexto son indica-
ciones: al igual que nos dicen cómo escuchar la música, nos dicen
cómo leer una historia.
t*
télite sigue una trayectoria concreta a una velocidad dada, sería erró-
neo sugerir que las leyes del movimiento han causado su trayectoria y
velocidad. Y, aunque nos referimos habitualmente a la gravedad
como una fuerza, lo que sugiere nociones de causación, no es propia-
mente una causa. Como escribe Henry Margenau, «la ley de la gravi-
tación de Newton... establece una relación entre una observación so-
bre la tasa de cambio de la velocidad radial entre dos masas, por una
parte, y la distancia entre ellas, por otra. Pero no contiene ningún
criterio para determinar la condición causal de estas observacio-
33
nes»-^-^.
Pese al uso frecuente de lenguaje más o menos causal, tampoco la
teoría de la evolución es en sentido estricto una explicación causal.
Aunque cambios en el entorno evidentemente causaron la extinción
de especies, haciendo que hubiese nichos ecológicos disponibles para
otras especies, parecería raro sugerir que el entorno causó la supervi-
vencia^"*. Y, hasta donde alcanzo a ver, lo mismo vale para la supervi-
vencia de mutaciones y otros cambios en el genotipo: se pueden ex-
plicar retrospectivamente pero no causalmente. En vez de sugerir, tal
vez subrepticiamente, que el entorno causó la supervivencia de varias
especies, quizá fuera preferible permitimos cierta antropomorfización
y proponer que, de entre la plétora de posibilidades alternativas, el
entorno eligió determinadas especies para que sobreviviesen.
«Meaning and Scien tifíc Status o í Causality», p. 437. En una nota de la pági-
na 462 de Arthur Danto y Sidney Morgenbesser (editores): F/u/osophy o f Science, apare-
ce la siguiente cita tomada de la conclusión de los Prmapia de Newton: «No h e sido ca-
paz de descubrir la causa de estas propiedades de la gravedad.., es suficiente que la
gravedad existe realmente y actúa conforme a las leyes que hemos explicado».
Argüir que las especies sobrevivieron porque eran aptas (lo que convierte la ap-
titud en una suerte de causa) es claram ente circular, pues la aptitud se atribuye a una
especie porque sabemos que sobrevivió.
EL ESTILO EN LA MÚSICA
Clones de implicación no siempre se enuncian tan explícitamente
como aquí. Dada la propensión que hay en nuestra cultura a inter-
pretar sucesos anteriores como precursores de sucesos posteriores, la
implicación puede ser sugerida mediante conceptos como la anticipa-
ción e incluso con una expresión como «allanar el camino»: «Los
platónicos renacentistas como Nicolás de Cusa y Picino trajeron la
noción de ideas innatas otra vez al primer plano y de ese modo alla-
naron el camino para la postura racionalista posterior adoptada por
pensadores como Descartes, Malebranche, Leibniz y Kant»^®.
U n proceso implicativo puede ser desviado o atrasado (mediante
la interposición de otros patrones) y reanudado subsiguientemente.
Estas reanudaciones tienen lugar tanto en la música como en la his-
toria. Tomemos primero un ejemplo musical. El último movimiento
del Cuarteto para cuerdas en M i bemol mayor, Op. 50 N.° 3, de
Haydn comienza con una melodía claramente perfilada que se eleva
a pasos cada dos compases®^. Pero la continuación implícita de
este modelo melódico es interrumpido por un «paréntesis» esencial-
mente estático (compases 5 a 8 ), tras el cual se reanuda la línea
ascendente y continúa hasta un punto de estabilidad relativa y cie-
rre'*®. De modo similar, en la historia las implicaciones pueden tener
realizaciones remotas. U n ejemplo claro de realización atrasada se en-
cuentra en la historia de los derechos civiles de los negros en los Es-
tados Unidos. La concesión de derechos a los negros iniciada en el
siglo X IX fue interrumpida después de la Ley de Derechos Civiles
de 1875 y reanudada con la Ley de Derechos Civiles de 1975'**.*
LA IM PORTANCIA
1 3 6 EL ESTILO EN LA M USICA
Julio César fue un acontecimiento histórico importante, no porque la
vida de César fuera más valiosa que las vidas de innumerables oficia-
les romanos menores que fueron asesinados; sino por las implicacio-
nes (en gran medida conocidas retrospectivamente) que ese asesinato
tuvo para sucesos futuros. Obsérvese que la importancia de estos su-
cesos de «o todo o nada» se puede resaltar del modo más eficaz me-
diante el uso de oraciones condicionales basadas en hechos que no se
dieron, y que estos condicionales serían inútiles de no ser por la posi-
bilidad de realizar inferencias implicativas, inferencias necesariamen-
te basadas en hipótesis de algún tipo sobre las constricciones que ope-
raban en las circunstancias particulares'*^.
Dray prosigue preguntándose si un suceso puede no ser importan-
te por ser «juzgado intrínsecamente interesante»^^. Para responder a
esta pregunta, es necesario distinguir entre dos clases de interés in-
trínseco. El primero tiene que ver con la historia, especialmente con
las relaciones implicativas. Atender a las interacciones y conexiones
implicativas es una de las disposiciones humanas o cognitivas más
importantes y profundamente arraigadas. Por crianza y por naturaleza,
disfrutamos haciendo inferencias e implicaciones abarcadoras.. Por eso
leemos historias que no son relevantes para nuestros intereses inme-
diatos, por eso disfrutamos leyendo novelas e historias de detectives.
Y esto explica por qué una narración como Decline and Fall o f the Ro-
mán Empire [Ocaso y caída del Imperio Romano] de Gibbon se puede
leer como literatura y como historia'*^.
L A M A N IF E S T A C IÓ N
te nueva hacia las cuestiones sociales e históricas, con lo que abrió nuevas vías al co-
nocim iento humano, no tendría parangón (citado en Kracauer; Histcn7 , p. 101). Y lo
mismo ocurre con los descubrimientos de Newton y Darwin, Freud y Einstein, y con las
teorías de Rameau y de Heinrich Schenker. Su grandeza no reside necesariamente en su
verdad, sino en su capacidad heurística y para abrir la mente, así como en sus implica-
ciones de cara a la comprensión y acción futuras.
** A este respecto, véase Mutphy, «O n Counterfactual Propositions», p. 32 y en
otras partes del libro.
Dray: Philosophy ofHistory, p. 33,
A este respecto, véase Bilis; Tkeory ofLiterary Criticism, p. 48.
Jacob: The Possible and the Actual, p. 61. Elegir — o, por el contrario, no elegir—
parece estar directamente relacionado con la complejidad del sistema nervioso animal.
U n sistema nerv|oso simple no puede permitir muchas posibilidades de comportamien'
to alternativas n i mucha realimentación. Pocas neuronas « pequeña gama de opciones.
A sí es como el crecim iento del cerebro «añadió las suficientes conexiones neurales para
convertir un dispositivo inflexible y de programación más bien rígida en un órgano lá-
bil, dotado con la lógica y memoria suficientes para Teemplazür la espec^ ación directa con
el aprendizaje no programado como fundamento del comportarniento social» (Gould: Ever
Since Darwin, p. 257; el subrayado es nuestro).
1 4 0 EL ESTILO EN LA M ÚSICA
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La implicación: entendimiento prospectivo y retrospectivo
1 4 4 EL ESTILO EN LA M ÚSICA
nuestra actitud acerca de lo que realmente ocurría en el Par-
lamento en esa época^'^.
U na vez más el crítico (y los espectadores siempre funcionan como críticos más
o menos competentes) es comparable al historiador. Porque el crítico es quien interpre-
ta la trama presentada en una ficción histórica, al igual que es el historiador quien in-
terpreta las acciones documentadas del pasado.
L a implicación y la probabilidad
15 4 EL ESTILO EN LA M USICA
forma sonata de .Haydn «a partir de» los de Wagenseil y Sam-
martini; el Fidelio de Beethoven «a partir de» óperas de Gluck,
Cherubini y Mozart.
b) Los parámetros externos a la música pueden afectar y a me-
nudo afectan a las elecciones realizadas por los compositores y
por tanto a la historia de la música. El problema en este caso es
entender cómo las constricciones que rigen las elecciones rea-
lizadas en un parámetro influyen sobre las constricciones que
rigen las elecciones realizadas en otro. Por ejemplo, ¿de qué
modo las creencias, circunstancias y acontecimientos políticos
concretos constriñen los modelos de diapasón y rítmicos, las
progresiones armónicas y los diseños formales elegidos por un
compositor o grupo de compositores? Lo que hace falta es un
código que traduzca las constricciones de un parámetro a las de
otro. En general, cuanto menos estrecha sea la interrelación
de los parámetros, mayor será la necesidad de explicitar el có-
digo de la traducción. A l igual que nuestra cultura nos permite
interpretar las exposiciones de elecciones políticas y sociales
como explicaciones pero no lo hace con las elecciones musica-
les, también nos permite entender la interacción de parámetros
estrechamente relacionados como la política y la economía,
pero no facilita ningún código para conectar directamente las
elecciones políticas con las musicales. Por este motivo enten-
■ demos fácilmente la interacción entre las elecciones económi-
cas-y políticas que llevaron a la Revolución Francesa de 1830,
pero estamos poco seguros — salvo de un modo general e im-
preciso— sobre cómo conectar lo que ocurrió en estos ámbitos
con las elecciones artísticas, tanto de esa época como un poco
posteriores.
Con esto no pretendo negar que las circunstancias parti-
culares — por ejemplo, el control político explícito de las
elecciones compositivas (el caso de Shostakovich) o cons-
tricciones económicas específicas (la situación con L a historia
del soldado de Stravinski)— puedan en ocasiones afectar di-
rectamente a las elecciones compositivas™. Pero lo que ocu-
Debo añadir que de esto no se sigue que la música misma sea difícil de entender.
A este respecto, véase m i libro Explaining Music, pp. 14-16.
Sobre todo cuando la ideología fomenta la creencia de que el significado y el va-
lor esencial del arte es puramente estético (com o ocurre en nuestra cultura), con el re-
sultado de que los medios y fines se vuelven indistinguibles por principio, la relación
entre estrategias y objetivos se vuelve problemática. En cierto sentido, esto quiete decir
que la estrategia se convierte en el objetivo.
Por supuesto, los compositores juegan otros papeles; en los ámbitos de la acción
(el trato con la lámilia, los mecenas o los editores) o del concepto (por ejemplo, como
teóricos o profesores). L o que resulta ch o can te es que sus elecciones mundanas sue-
len comprenderse fácilm ente porque, com o sucede en el caso de la historia política
o social, sus objetivos parecen evidentes. C om o pone de manifiesto la biografía de casi
cualquier compositor, las elecciones «de negocios» se explican más fácilm ente que las
musicales.
Com o veremos, las elecciones son a menudo difíciles de explicar porque fre-
cuentemente implican la teconciliación o pondetación de demandas (objetivos) tivales
e incompatibles; por ejemplo, agradar a un mecenas o adaptarse a un músico frente a lo-
grar lo «puramente» estético.
N isbet: Social C/umge and HisCory, p. 100. George Kubler tam bién usa el tér-
m ino mucación en conexión con su teoría de la historia del arte (véase The Shape o f
Time, pp. 40 -4 1 ) y, según Fredric Jam eson (Ptison-House o f Language, p. 2 0 ), también
lo hace Rom án Jakobson.
1 6 0 EL ESTILO EN LA MÚSICA
(o incluso la cultura en su totalidad), es importante distin-
guirla de los modelos de desarrollo mencionados anterior-
mente. La diferencia es fundamental. Lo que postulan los
modelos de cambio cíclico o dialéctico es una pauta invaria-
ble de fases determinadas por algún proceso inherente cuyo
mecanismo se desconoce. La evolución, por otro lado, no
postula ni un proceso inherente ni un modelo invariable.
Más bien lo que se postula es un mecanismo (la selección na-
tural) que da cuenta de los cambios que se han producido en
el transcurso de la larga historia de las cosas vivas. Por esta
razón, las explicaciones de la evolución son necesariamente
retrospectivas.
Más en general, la clasificación del cambio — ya sea
como desarrollo, tendencial o mutacional— suele ser retros-
pectiva. La revisión no es que sea posible sin más: a menudo
se impone. Porque los sucesos posteriores pueden obligar a
los historiadores á comprender elecciones compositivas ante-
riores de nuevas formas porque las implicaciones del pasado
tomen apariencia sólo cuando se conocen sus consecuencias.
Lo que parecía ser parte del desarrollo del lenguaje particular
de un compositor concreto posiblemente se demuestre que ha
sido parte de un cambio tendencial de dialecto, o tal vez in-
cluso un caso de cambio mutacional. Por el contrario, lo que
en su momento puede haber parecido una mutación impor-
tante puede entenderse más adelante como parte de una ten-
dencia, incluso como un atolladero histórico.
El comentario anterior llama la atención sobre una de las
preguntas cruciales para toda teoría del cambio estilístico: la
de la naturaleza de la interacción entre cambios tendenciales
y cambios mutacionales. Aunque me inclino por estar de
acuerdo con el argumento de Robert -Nisbet (acerca de la his-
toria en general) de que «no hay evidencia histórica de que los
macrocambios en el tiempo sean los resultados acumtdados de mi'
crocambios lineales a pequeña escala»^^, parece probable que en
ocasiones los cambios tendenciales acumulativos dan como
resultado una situación en la que un cambio mutacional du-
P
uesto que la historia de la música es resultado de las elecciones
realizadas por hombres y mujeres individuales en circunstancias
compositivas o culturales específicas', entender tanto la manera en
que los compositores conciben o inventan medios novedosos como
por qué eligen unos medios y no otros debe jugar un papel central en
toda exposición de la naturaleza de la historia de la música. La dis-
tinción entre concebir e inventar es necesaria porque, como veremos,
los compositores suelen tener a su disposición muchas más alternati-
vas de las que se pueden usar en una obra concreta. Esta distinción es
importante porque se genera una confusión considerable cuando el
lado de la creatividad que conlleva concebir novedades se realza en
detrimento del lado que implica la elección.
El término elección se refiere tanto al uso de medios de concep-
ción reciente como a la reproducción de medios existentes. La distin-
ción entre concepción y reproducción llama la atención sobre la pre-
gunta de qué debe contar como irmovación. Por ejemplo, cualquier
ejecución de una pieza musical que no se limite a repetir servilmente
' Desde este punto de vista, la historia de la música no es en nada diferente a las
historias de otros parámetros culturales, todos los cuales tratan de explicar las eleccio-
nes realizadas por protagonistas: políticos y generales, sacerdotes y científicos, filósofos y
novelistas.
I Eacusle de Arsaa
i b ^1Q úSi-sC ifi
una interpretación anterior conlleva lo que cabría llamar una innova-
ción interpretativa.- Por este motivo a los intétptetes se los considera
artistas creativos. Dentro de las constricciones de las tradiciones de
ejecución de una cultura musical, conciben realizaciones novedosas
(interpretaciones) y eligen entre las posibilidades concebidas. En el
nivel de la ejecución, pues, hay innovación. Pero en el nivel del «tra-
bajo», hay reproducción: aunque las ejecuciones pueden variar, la
identidad de la composición no se pone en cuestión. Independiente-
mente de si la pieza tocada es interpretada por Klemperer, Reiner o
Toscanini, no tenemos ninguna dificultad en reconocerla, pongamos
por caso, como la Sinfonía «Eroica» de Beethoven^.
Puesto que la mayor parte de la música está estructurada jerárqui- i
camente, lo que es novedoso en un nivel puede no serlo en otro. Por
ejemplo, en el nivel de los patrones de primer plano (relaciones de
tono y tiempo, dinámica y tempo, etc.), las melodías dadas en el
ejemplo 1.1 son claramente diferentes. Pero en el siguiente nivel, am-
bas melodías son realizaciones del mismo esquema de notas cambian-
tes (como muestran los diagramas 1 y 2 del ejemplo). Lo que es no- I
vedoso en un nivel inferior se convierte en reproducción en uno
superior.
Pero lo contrario también es posible: la novedad en un nivel su-
perior puede surgir a partir de la reproducción en un nivel inferior.
Por ejemplo, los patrones dados en el ejemplo 1.3 reproducen todos
ellos una figura de cierre arquetípica cuya concepción yace enterrada
en alguna parte de la historia primitiva de la tonalidad. En el nivel
del primer plano, por tanto, no hay innovación. Pero como la figu-
ra funciona de modo un tanto diferente en cada una de las frases,
hay novedad en el nivel siguiente. Las diferencias son obvias. Por
ejemplo, el ejemplo 1.3a es el comienzo de una línea melódica ascen-
dente, mientras que el ejemplo 1.3c es el cierre de una línea des-
cendente^.
'X -f-
Aunque la reproducción de los patrones de primer plano puede
ser la base de una novedad de más alto nivel, que se produzca la in-
novación está básicamente coordinado con la estructuración jerárqui-
ca del estilo descrita en el capítulo 1. Es decir, las constricciones inal-
teradas en los. niveles superiores respaldan la invención y selección de
novedades en niveles inferiores. Así, las leyes duraderas forman la
base de las reglas novedosas; las reglas estables pueden dar lugar a es-
trategias innovadoras; las estrategias reproducidas pueden ser realiza-
das como estructuras intraopus originales; y, por último, la misma es-
tructura intraopus (composición) puede ser interpretada de un modo
nuevo en una representación concreta.
En lo que sigue, me ocuparé principalmente de las innovaciones
que surgen en los niveles medios de esta jerarquía, ..esto es, de la con-
cepción de nuevas estrategias y las realizaciones novedosas. Es impor-
tante darse cuenta de que hay una diferencia significativa entre estas
clases de innovación, porque una estrategia es un principio general
que puede servir de base a innumerables realizaciones individuales y
novedosas. Así, los esquemas como los que aparecen en los ejemplos
1.2, 2.2 y 2.3 se pueden actualizar en dialectos bastante diversos y de
formas marcadamente diferentes y novedosas; lo mismo vale con res-
pecto a los principios formales (tales como la forma da capo, la forma
variación o la forma binaria redondeada) y los géneros (tales como la
ópera bufa, el oratorio o el poema sinfónico).
Aunque en principio pueden distinguirse fácilmente las estrate-
gias nuevas y las ejemplificaciones novedosas de estrategias exis-
tentes, en la práctica es más difícil hacerlo. La razón de esto es que
los compositores no componen estrategias. Componen composiciones
individuales. Estas están formadas por modelps particulares, algunos
de los cuales pueden producir constricciones predominantes, otros
subsiguientemente pueden demostrar ser la base de una generaliza-
ción, y algunos (como veremos) pueden ser tan idiosincrásicos que no
puede discernirse en ellos ninguna relación de clase. La segunda po-
sibilidad es la que nos interesa aquí, a saber; modelos que en un prin-
cipio pueden entefiderse como meras realizaciones novedosas de
constricciones existentes se pueden encontrar más adelante (ya sea
por parte del compositor original, ya sea por otros compositores o por
teóricos de la música) funcionando como base para estrategias inno-
vadoras. Como la historia del estilo se produce, por así decirlo, cuan-
do nadie está pendiente, hay que reconocer que es difícil toparse con
EL C O M P O S IT O R
Si las razones pór las que innovan los compositores deben considerar-
se internas o externas al parámetro de la música es un asunto proble-
mático, por extraño que parezca. Esto es así porque es a través de las
elecciones realizadas por los compositores que los cambios estilísticos
generados internamente y aquéllos de influjo externo se actualizan
como relaciones musicales. Pero, para lo que aquí nos ocupa, el tem-
peramento del compositor y sus hábitos de pensamiento arraiga-
dos, independientemente de cómo se hayan formado, así como su
talento innato, refinado por el aprendizaje en edad temprana, se con-
siderarán internos al parámetro de la música. Aunque estos atributos
sin duda se ven afectados por el medio cultural, los compositores son
los conductos a través de los cuales se transmiten las tradiciones de la
música, y sólo cuando se ha averiguado la naturaleza del compositor
puede discernirse la influencia de los impactos exteriores.
Solamente componen los individuos^. Siendo esto así, parece ra-
zoñable suponer que el carácter o temperamento de un compositor
concreto cuya obra se está considerando puede ser una razón para la
innoyación. Es decir, debido al efecto combinado del talento innato
y la formación (no musical además de musical), algunos individuos
son propensos a ser innovadores, mientras que otros tienden a ser ela-
boradores. Y dentro del grupo de los innovadores probablemente ha-
bría que distinguir dos tipos; aquellos que coriciben estrategias nove-
dosas para resolver problemas que han heredado de sus predecesores
(Haydn entraría en esta clase) y aquellos que a la vez plantean nue-
vos problemas y conciben estrategias para hacerles frente (los compo-
sitores del primer clasicismo, por ejemplo Sammartini, pertenecerían
a esta otra clase).
Aunque evidentemente tiene una gran importancia, la relación
entre temperamento e innovación es, por varias razones, dificilísima
de analizar adecuadamente. En primer lugar, no podemos tener un*
* Claro que en ocasiones también lo hace un grupo que improvisa. Pero trataremos
estas colectividades de la misma forma que a los compositores individuales.
LA i n n o v a c ió n .- r a zo n es r FUENTES 169
temperamento innato de Stockhausen a partir de sus elecciones com-
positivas radicales.
Puesto que las variables de temperameríto, condiciones estilísticas
y circunstancias culturales tienen un grado de independencia, puede
haber casos en que sea posible — tal vez incluso necesario— atribuir
los tipos de elecciones que hace un compositor al temperamento. Es-
toy pensando en aquellos casos en que la gama de elecciones que ge-
neralmente réaliza urt compositor concreto es notablemente diferente
a la de la mayoría de los miembros de la comunidad musical en que
se encuentra. Por ejemplo, si un compositor innova regularmente en
una situación cultural o compositiva en la que otros están interesados
primordialmente en la elaboración según los medios y usos existentes,
parece razonable suponer que el temperamento juega un papel signi-
ficativo en sus elecciones compositivas. Charles Ivés, que componía
en una comunidad en la que el dialecto del romanticismo tardío era
ubicuo, sería un claro ejemplo. En cambio, a un compositor que tien-
de a emplear los medios predominantes al tiempo que la mayor parte
de la comunidad está planteando nuevos problemas o ideando estra-
tegias novedosas, cabría considerarlo — legítimamente— tempera-
mentalmente conservador. Tanto en un caso como en otro, no obs-
tante, hay que estar al tanto de todas las variables. Está claro que no
se pueden hacer inferencias acerca del temperamento de Shostako-
vich, aun cuando escribiera música conservadora durante un período
caracterizado por el experimentalismo y la innovación, porque sabe-
mos por otros motivos que sus elecciones fueron influidas por presio-
nes políticas.
Los temperamentos categóricamente innovadores o inequívoca-
mente conservadores probablemente sean muy raros. Aun cuando
unos pocos sean innovadores «natos», la mayoría de las personas — ^ya
sean políticos o generales, científicos o artistas— alcanzan la innova-
ción o les cae encima. Y cuando las elecciones de un compositor son
comparables generalmente, en lo que a novedad se refiere, con las de
otros miembros de la comunidad musical, no veo la forma de aislar el
temperamento como variable y atribuirle explícitamente los proble-
mas novedosos que se planteen o las estrategias concebidas para solu-
cionarlos. En la mayoría de los casos, lo máximo que podrá inferirse
sin temor a equivocarse es que, si un compositor era productivo, su
temperamento probablemente no fuera incompatible con las circuns-
tancias estilísticas y las condiciones culturales en que se encontraba.
1 7 0 EL ESTILO EN LA MÚSICA
LAS CIRCUNSTANCIAS ESTILÍSTICA S Y LO S PROBLEMAS
COM POSITIVOS
’ En algunos casos elegir parece haberse convertido en algo tan oneroso que a los
compositores les resultaba deseable compartir su carga con los intérpretes, y éstos tení-
an que realizar una parte de las elecciones; en el caso de la música aleatoria, a los oyen-
tes también se les pide que lo hagan.
Está estabilidad e inestabilidad no están documentadas explícitamente ni se ob-
servan directamente. Más bien ocurre que los historiadores infieren estas condiciones a
partir del comportamiento de los compositores. En otras palabras, convendría darle la
vuelta al análisis presentado: la diversidad estilística, la experimentación y las tasas de
productividad a la baja son síntomas de inestabilidad estilística, mientras que la cohe-
rencia estilística, la continuidad y las tasas de productividad altas son síntomas de esta-
bilidad.
" En el capítulo 5 comento lo que considero que son algunas de las'dificultades del
modelo de «resolución de problemas».
t ■
r
1 7 4 EL ESTILO EN LA M ÚSICA
producción casi ritual de los modelos culturales— se valora y se cul-
tiva. Esta conservación y persistencia han sido notables en numerosas
culturas, por ejemplo Japón, la India y el antiguo Egipto.
El ejemplo señero de una cultura que ha acogido las irmovacio-
nes, las cuales se valoran casi por sí mismas, es por supuesto la civili-
zación occidental a partir del Renacimiento. La cultura occidental ha
aceptado las innovaciones porque sus creencias postulaban que las le-
yes de la naturaleza beneficiosas y la naturaleza de la humanidad faci-
litaban una mejora progresiva en todos los ámbitos de la existencia
humana. Se equiparaba el cambio con la mejora. De ahí que cuantas
más innovaciones, más pronto se llegaría a una edad dorada de paz y
prosperidad. La tendencia hacia el cambio recibió un impulso adicio-
nal de la idea, desarrollada hacia finales del siglo X V III, de que los
cambios en parámetros externos a las artes necesariamente generarían
cambios en el interior de las artes. Esta idea (que cada época desarro-
lla un estilo de arte particularmente apropiado para la misma) tendía
a convertir la innovación que se producía en una profecía que se con-
firma a sí misma.
Hay otra condición más general que parece fomentar el cambio,
la cual quizá sea responsable en parte de la creencia de Occidente en
la primacía de la innovación. El cambio se promulga cuando hay una
discrepancia entre las constricciones de diferentes parámetros de una
. cultura. Lo que pretendo sugerir es que cuando las constricciones que
rigen los parámetros de una. cultura no son compatibles o congruen-
tes entre sí, hay un tipo de disonancia cognitiva o cultural cuya reso-
lución requiere ajustes y cambios. A este respecto, es importante dis-
tinguir entre las clases de cambio que pueden producirse y la velocidad
a la que se produce el cambio. Las clases de qámbio específicas que se
producen en las constricciones de un estilo dependen de las circuns-
tancias músico-estilísticas y culturales concretas.y, como veremos, del
nivel jerárquico de los cambios que se están considerando. La veloci-
dad del cambio, sin embargo, parece depender no sólo de las creen-
cias de la cultura sobre lo deseable que es el cambio, sino también de
la presencia y grado de congruencia — o incongruencia— entre los
parámetros de la cultura.
Estudiosos de numerosos y variados campos han hecho comenta-
rios sobre la incongruencia entre parámetros. George Kubler, por
ejemplo, duda de que «los poetas y artistas de un lugar y tiempo sean
los portadores conjuntos de un patrón de sensibilidad central desde la
The Shape o/Time, pp. 27-28. A este respecto, véase también mi libro Musíc, the
Arts, and ¡deas, pp. 112-114.
«Crisis in the French Economy», p. 63.
Reseña del libro de Karl Polanyi, Great Transformadon, p. 51.
Stencel, Gifford y Morón: «Astronomy and Cosmology», p. 281. Según lo ve-
1 7 6 EL ESTILO EN LA M ÚSICA
P. McAllester señala que en la cultura de los indios americanos «la
mayor parte de la música es religiosa. Esto es un corolario de la cua-
lidad integrada de la vida de los indios americanos en la que el arte,
el teatro, la medicina y la religión no están separados en categorías
diferentes, sino que se solapan hasta tal punto que a menudo no tie-
nen términos separados en las lenguas nativas»’^. En estas culturas,
los ámbitos que diferenciamos como parámetros separados parecen
moverse «al unísono», como cuando una orquesta de cuerdas toca
una sola línea melódica. Sólo cuando se observe alguna incongmen-
da o disparidad — cuando, por así decirlo, se perciba que las seccio-
nes de la orquesta están tocando líneas melódicas un tanto diferen-
tes— se distinguirán unos parámetros de otros. Entonces el papel del
chamán se dividirá en el de sacerdote y filósofo natural, lo sagrado se
dividirá en astronomía y arquitectura o música y medicina, y el filó-
sofo, en científico natural y social
Aunque tiene una importancia clave para la comprensión de la
historia, la autonomía de parámetros ni es absoluta ni es uniforme.
Dentro de la música, por ejemplo, a menudo es posible explicar rela-
ciones melódicas sin referirse a la orquestación, pero no sería posible
explicar las relaciones melódicas sin referirse a la estructura rítmica.
De modo similar, en un nivel cultural más alto, evidentemente es po-
sible escribir una historia de la teoría genética en el siglo XX sin men-
cionar ni la Gran Depresión ni la revolución musical propuesta por
Schoenberg^®, y es posible escribir una historia política de los Estados
Unidos durante el mismo período sin comentar las investigaciones de
T . H. Morgan o la música de Aaron Copland. Pero no sería posible
dar cuenta de los cambios políticos del período sin considerar los su-
cesos económicos, por ejemplo la Gran Depresión, los cambios tec-
nológicos, la inmigración y la Primera Guerra Mundial. Lo variable
de estas conexiones se produce porque, aunque todos los parámetros
de una cultura pueden estar inextricablemente interrelacionadas, de
ningún modo se sigue que sean igualmente interdependientes.
mos ahora, los autores han expuesto el proceso al revés, esto es: la cultura de Angkor-
W at no «integró» nada, ya que los parámetros no se habían separado previamente; más
bien no diferenciaban, ya que evidentemente no percibieron ninguna discrepancia en -
tre los fenómenos implicados.
«Indian Music in the Southwest», p. 216.
Véanse Jacob: Logic o f U fe , y Stent: Corning o f the Golden Age.
Por norma, claro está, estas designaciones paramétricas amplias tienen delimita-
ciones ulteriores, acaso por límites o períodos nacionales, subculturas o subestilos. El
resultado puede ser, por ejem plo, una historia de la p o lítica durante el reinado de
Luis X IV o una historia del jazz.
de es una suerte de ruido blanco culmral. Tam bién pudiera ser que, debido a que la ma-
yoría de los principios esenciales que rigen el comportamiento del mundo natural pare-
cen razonablemente bien establecidos, la proliferación de parámetros se está ralentizan-
do y la velocidad del cambio cultural disminuirá gradualmente, siendo el resultado final
un sistema relativam ente cerrado de lo que h e llamado estasis fluctuante {Music, the
Arts, and ¡deas, capítulos 8 y 9) o, cambiando de metáfora, una suerte de movimiento
btowniano de alto nivel.
La meta de la estabilidad está relacionada, por supuesto, con el axioma de la
constancia comentado en él capítulo 3. Porque la visualización que hace posible la elec-
ción depende de la persistencia creada por la estabilidad.
A este respecto, véase mi libro Emotion and Meaning in Music, pp. 86-87.
1 8 4 EL ESTILO EN LA MÚSICA
sica como en la cultura, la tensión de la inestabilidad tiende a gene-
rar cambio. Esto es una sugerencia de por qué los análisis sincrónicos,
ya sean dé la música ya de la cultura, suelen pasar por alto las incon-
gruencias y disparidades. Es decir, como las incompatibilidades dan
lugar al cambio, su significación sólo puede entenderse diacrónica-
mente, y muchas veces sólo mediante retrospección. Más general-
mente, las exposiciones diacrónicas explican el cambio en términos
de las inestabilidades que surgen a partir de la incongruencia de pará-
metros; las sincrónicas, como acabamos de señalar, no explican el
cambio, sino que postulan una serie de relaciones que es esencial-
mente estable. Como resultado, las exposiciones diacrónicas, narrati-
vas, y las sincrónicas, estructurales, son incompatibles por principio.
Pese a su importancia, parece que el desarrollo del piano no llevó a cambios sig-
nificativos en los medios tonales o fonnales que conformaban la estructura y el proceso
m usical En nuestros días, sin embargo, se ha asociado el desarrollo de medios electró-
nicos a la búsqueda de relaciones formales y de proceso novedosas, como es el caso, por
ejemplo, del intento de crear una sintaxis de timbres.
Incluso en la tecnología pura y dura, la invención juguetona precede a menudo al
empleo explícito. Por ejemplo, durante el R enacim iento se desarrolló una tradición de li-
bros de ingeniería con ilustraciones. A l describir uno de estos libros hecho por Ramelli,
Eugene S. Ferguson».escribe que, según se va hojeando el libro, «crece la convicción de
que Ramelli estaba respondiendo a preguntas que nunca se habían hecho, solucionando
problemas que nadie aparte de él mismo, o tal vez otro tecnólogo, habría planteado. No
hay ninguna sugerencia de que las fuerzas económicas indujeran estas invenciones. Está
claro que las máquinas eran fines, n o medios. N o obstante, la práctica totalidad de los me-
canismos de Ramelli, no importa lo elaborados o extravagantes que fueran, han encon-
trado algún uso en los siglos subsiguientes» (« T h e Mind’s Eye», p. 829).
: i .
í
portantes que afectan a la naturaleza del cambio estilístico. Y la cues-
tión más importante en tom o a los medios de transmisión es la de
si son primordialmente orales, escritos o si se registran de alguna
otra forma^*. La significación de la existencia de la notación en la
música occidental es tan obvia que un sólo ejemplo puede valer
para toda una historia.
Digo «uso mayor» porque la n o tació n tradicional tam bién im plica elementos
gráficos: no sólo símbolos como —= = c , sino, por analogía profunda, la posición de
arriba y abajo de los tonos en el pentagrama.
La notación«se limita a «facilitar», porque las culturas no alfabetizadas tienen
teorías bastante sofisticadas acerca de la naturaleza de la música: sus orígenes, sus fun-
ciones y sus poderes. A este respecto, véase el texto de Feld: «Metaphors o f Kaluli Mu-
sical Theory».
A mi modo de ver, difícilm ente puede exagerarse la importancia de la influencia
del concepto (la teotía) sobre el comportamiento; sospecho que setía fascinante estudiar
unos pocos casos del efecto de las formulaciones teóricas sobre el cambio estilístico.
A este respecto, véase Balthazar; «Intellectual History and Concepts of the Con-
certo».
Aunque la teoría musical puede afectar directamente a la innovación, su papel
más importante es el de funcionar como uno de los conductos a través de los cuales los
parámetros externos a la música influyen sobre el pensam iento y los objetivos de los
compositores.
Esto de ningún modo supone negar que los problemas científicos, así como los
musicales, puedan generar una búsqueda y acaso un descubrimiento de la novedad, por
el hecho de que las soluciones iniciales del problema científico o compositivo no fueran
enteram ente satisfactorias.
Reseña de Perspectives on the Emergence o f Scientific Disciplines, p. 1197.
1 9 0 EL ESTILO EN LA MIÍS/CA
tos externos a la música han influido sobre su historia al afectar a los
objetivos y valores encamados en la ideología. Dicho en pocas palabras
y sin hilar fino, una explicación intemalista del cambio estilístico se
interesa por las formas en que los medios estilísticos predominantes
afectan a las elecciones realizadas por los compositores, mientras que
una exposición extemalista del cambio estilístico se interesa por los oh'
jetiws (ideológicos, estéticos, económicos, etc.) que afectan a las elec-
ciones de los compositores. Lo que pretende la parte final de este libro
— ^mediante la conexión entre medios musicales y objetivos ideológi-
cos— es integrar las exposiciones extemalistas e intemalistas del cam-
bio estilístico.
Las fuentes de la novedad estratégica son tantas y tan variadas que
no podemos intentar ofrecer aquí una explicación adecuada. No obs-
tante, como base de todo cambio estilístico, hace falta alguna discu-
sión, posiblemente breve, que sirva para sugerir algunos de los proble-
mas y cuestiones implicados. Para lo que aquí nos ocupa, las fuentes de
Ja novedad estratégica se dividen en tres categorías amplias: manipula-
ción, simulación y correlación'^^. U n caso de innovación puede incluir
el uso de una de estas categorías o una combinación de ellas.
L a manipulación
LA PERMUTACION
LA COMBINACIÓN
Hughes: History o f European Music, p. 49. Por economía y para mostrar que toda
clase de manipulaciones se pueden producir en un único período.estilístico, tomaré nu-
merosos ejemplos del libro de Hughes.
^ Véase Ratner: Ars Comfwnacona.
Hughes: Histor> qf European Music, p. 62.
jí C
’!
ciones realizadas previamente en un nivel jerárquico se usa para es-
tructurar otro nivel. En la mayoría de los casos, el cambio suele ser de
niveles relativamente de primer plano a niveles más altos. En la mú-
sica del clasicismo, por ejemplo, el movimiento de la nota principal
por terceras ocurre ocasionalmente en el nivel de la progresión armó-
nica, como en la sección de desarrollo del finale de la Sinfonía N.° 39
en Mi bemol mayor (K. 543) de Mozart. Como se ve en el esbozo del
ejemplo 4.1a, la parte principal de la sección'de desarrollo se inicia
con una progresión armónica por terceras mayores. Y aunque cada
nota principal (salvo el La bemol final) va precedida por su domi-
nante, el proceso básico es móvil e inestable. U na progresión similar
por terceras mayores forma la base de la sucesión de áreas tonales ex-
tendidas en muchas obras del siglo X IX. Como se ve en abstracto en
el ejemplo 4.1b, éste es el caso del primer movimiento del Cuarteto
para cuerdas en Si bemol mayor, Op. 130, de Beethoven.
E je m p lo 4 . 1
o) Mozart; Sinfonía
LA EXTRAPOLACION
N ,° 39 en Mi bemol
mayor (K. 543). Cuarto
En la extrapolación, se amplía algún medio o procedimiento existen-
movimiento;
te, normalmente de forma gradual. Se me ocurren numerosísimos
b) Beethoven: Cuarteto
para cuerdas en Si bemol ejemplos: en el siglo XX, la ampliación de los principios seriales del
mayor, Op. 130. Primer tono al ritmo, timbre y dinámica; en el siglo XIX, el mayor énfasis en
movimiento. los parámetros secundarios, la adición de terceras en la construcción
de acordes y el uso más extensivo del cromatismo; durante el barro-
co, la explotación de las posibilidades del contrapunto tonal; y, en la
música de la Edad Media:
La simulación
LA IM ITACIÓN ;
LA TRANSCRIPCIÓN
ív
LA MIMICA
L a correlación
LA MÍMICA METAFÓRICA
Como las diversas dimensiones del sonido (altura o tono, duración, vo-
lumen, timbre, etc.) tienen contrapartidas en otros ámbitos de la ex-
periencia humana, los aspectos silentes del mundo fenoménico se pue-
den caracterizar en sonidos. La fuerza de la correlación entre la música
y otras modalidades de experiencia sensorial es evidente por la forma
en que describimos los sonidos: los tonos son altos o bajos; las líneas
melódicas suben o caen, o son sinuosas o escarpadas; los ritmos son en-
fáticos o débiles, suaves a desiguales; los timbres (colores tonales) son
brillantes o sombríos, agudos o apagados; los volúmenes son grandes
o pequeños, los acordes, bruscos o suaves, y las texturas, gruesas o finas;
y, de modo más general, los modelos musicales se caracterizan como
regulares o irregulares, apasionantes o serenos, ligeros o pesados, ale-
gres o tristes. <.
Estos atributos del sonido también son atributos de objetos, ac-
ciones y afectos exteriores al ámbito de la música. Sabemos perfecta-
mente, por ejemplo, cuáles son los atributos de los peces de colores al
nadar: pequeños, ligeros y de colores brillantes; de movimientos si-
lenciosamente gráciles y fluidos aunque no del todo regulares; y así
2 0 0 EL ESTILO EN LA MÚSICA
Tidades individuales. Los códigos que hacen posibles tales transforma-
ciones son modificados — pero rara vez son inventados como algo
nuevo— por los compositores que los emplean. Aun cuando estén
basadas en modalidades de representación metafórica más o menos
naturales, las transformaciones generalmente han sido particulariza-
das por un rico surtido de convenciones desde las cuales los estilos
musicales interpretan los mundos de la cultura y la naturaleza. En po-
cas palabras, al usar la sintaxis, la gramática y los esquemas formales
de un estilo musical predominante, junto con los medios establecidos
por un modo de transformación sancionado culturalmente, el compo-
sitor elige los materiales musicales contrastando su experiencia moto-
ra o mimética con su interpretación del fenómeno visual o cultural.
Es importante reconocer que se pueden caracterizar fenómenos
muy diferentes mediante atributos bastante similares. Tomemos lo
que probablemente sea el ejemplo más conocido: las estaciones del
año, las edades del hombre y las horas del día se han tomado como
contadores los unos de los otros. Dado que el invierno, la vejez y la
noche se pueden caracterizar con muchos atributos comunes — por
it
ísí ejemplo, oscuridad, frío, posición baja, color sombrío, lentitud de mo-
vimientos— , serían perfectamente representables por la misma músi-
ca^L En otras palabras, lo que nos proporciona la mímica — sea o no
metafórica— son condiciones necesarias, mas no suficientes, para la
especificación del fenómeno que se está representando en música.
La escenificación del fenómeno que se está representando no es
en absoluto una cuestión baladí. Pese a la atractiva «pureza» del for-
malismo, un título o programa que denota un fenómeno concreto es,
a mi modo de ver, un atributo de una composición en la misma me-
dida en que lo son los tonos, las duraciones otras relaciones anota-
das en la partitura. La significación de una composición depende de
las interacciones entre un conjunto de estímulos (la música que sue-
na), un oyente competente y un contexto cultural (incluido lo que
conocemos de la composición). El conocimiento de lo que se está re-
presentando cambia la significación de la composición no sólo por-
que ese conocimiento afecta a la experiencia humana^^, sino porque
' i A estos conjuntos análogos los he llamado complejos connotativos. V éase mi libro
Emotion and Meaning in Müsic, cap. 8, donde se com enta el mecanismo de la mímica
metafórica con mayor detalle de lo que aquí es posible.
Véase M msíc , the Arts, and Ideas, p. 57, y diversas partes del cap. 4.
LA MODELACIÓN ANÁLOGA
2 0 2 EL ESTILO EN LA MÚSICA
1
M;
2 0 4 EL ESTILO EN LA MUSICA
minantes respecto de su interpretación y realización musical) pueden
sugerir nuevas estrategias musicales. Por ejemplo, según Cari Dahl-
haus, el uso por parte de Wagner del verso aliterado — Stabreim— fue
el origen de un cambio importante en su estilo. Dahlhaus arguye que
el Stabreim, con su falta de acentuación regular, llevó a la «disolución
de la estructura del período musical, la sintaxis que había proporcio-
nado el marco para la escritura instrumental y melódica vocal duran-
te los cien años anteriores y más»^^, y que «el correlato de la prosa
musical resultante de desechar la estructura periódica fue la técnica
del leitmotif o, para ser más precisos, la extensión de la técnica a la to-
talidad de la obra»^^.
La segunda de las observaciones de Dalhaus nos recuerda que las
fuentes de la innovación no son mutuamente excluyentes. En cam-
bio, como en el caso del desarrollo de las fases finales de la técnica
del leitmotiv, pueden combinarse diferentes tipos de fuentes — en este
caso la extensión (a la que he llamado «extrapolación») y la modela-
ción análoga— para producir una innovación concreta.
LA MODELACIÓN M ETAFÓRICA
_y.fl
ra de la música como lenguaje durante el siglo XVIII, es difícil dudar
de que las nociones de retórica musical, estructura del período y es
cansión poética afectaron a la práctica compositiva y a la generación
de novedades^^.
También los conceptos filosóficos pueden actuar como modelos
metafóricos. Durante el siglo X IX , por ejemplo, el concepto de la for-
ma sonata que tenían los teóricos y compositores estuvo influida evi-
dentemente por nociones de proceso dialéctico: la primera área tonal
se pensó como la tesis del proceso dialéctico, la segunda área tonal,
como la antítesis; el conflicto resultante, que se ponía de manifiesto
y se intensificaba en la sección del desarrollo, se resolvía (la síntesis)
en la recapitulación^®. Una vez más, parece plausible suponer que
pensar en las formas musicales desde el punto de vista de la oposición
y la resolución propició la invención de contrastes innovadores y re-
conciliaciones novedosas®^. En nuestro siglo, la metáfora del arte
como descubrimiento científico (a través de la experimentación y
la resolución de problemas) no solamente ha propiciado la búsque-
da de medios novedosos, sino que, a través de paralelismos metafóri-
cos con teorías concretas como la de la mecánica cuántica, ha lleva-
do a compositores (Stockhausen, por ejemplo) a concebir modelos
novedosos presumiblemente congruentes de algún modo con la teoría
modelo.
Las doctrinas coherentes de disciplinas establecidas como la retó-
rica, la ciencia y la filosofía facilitan sólo algunos de los modelos me-
tafóricos para la música. Otros son sumirüstfados por las creencias y
actitudes más informales que caracterizan la ideología de una cultura.
Pero la importancia capital de la ideología — las creencias sobre espí-
E
n toda cultura con una riqueza razonable abunda la novedad.
Efectivamente, es omnipresente porque cada acto y cada artefac-
to que no es una réplica exacta de alguno existente es de algún modo
diferente y, en ese respecto, es novedoso^. Dicho de otro modo, todos
los compositores — incluso aquellos que escriben la música más ruti-
naria y pedestre— conciben continuamente nuevas relaciones. La
mayoría son realizaciones de constricciones existentes sin consecuen-
cias históricas, aunque desde luego muchas pueden tener un elevado
valor estético^. Puesto que las culturas por norma general están reple-
tas de posibilidades, lo que hay que explicar no es primordialmente el
advenimiento de la novedad, sino su uso y, lo que es más importante,
su reproducción subsiguiente.
¿Por qué, de entre todas las posibles alternativas que el composi-
tor podría haber concebido o considerado pata usar en una obra, 'eli-
gió ésta en concreto en vez de alguna otra? Para decirlo de forma
contundente y sólo un poco exagerada, la diferencia entre un chifla-
do y un genio no es primordialmente una cuestión de invención fe-
cunda; ambos conciben fácilmente posibilidades novedosas, imagina-*
* La cuestión de qué constituye una réplica exacta es más complicada de lo que pu-
diera parecer a primera vista. Véase el comentario sobre la mímica más adelante en este
capítulo.
^ Sin embargo, nunca se puede estar seguro de que una realización aparentemente
sin consecuencias no vaya a ser interpretada más adelante de tal manera que se co n -
vierta en la base de una constricción generalizada: esto es, una estrategia nueva o in-
cluso una regla novedosa.
LA ELECCIÓN Y LA REPRODUCCIÓN 2 0 9
tivas e incluso excéntricas. La diferencia reside, en cambio, en la ca-
pacidad del genio de elegir con perspicacia. En un nivel histórico más
elevado, ¿por qué determinados patrones, formas o géneros — en lugar
de otros que estaban igualmente disponibles— interesaron a una co-
munidad compositiva o cultural concreta, de forma que fueron repro-
ducidos en una suerte de consenso de elecciones compositivas? En
pocas palabras, ¿por qué algunas constricciones se siguen eligiendo
mientras que otras, por muy satisfactorias que hayan sido desde el
punto de vista estético, desaparecen, aparentemente sin consecuen-
cias históricas?^.
Objetivos y constricciones
2 1 0 EL ESTILO EN LA MUSICA
satisfacía alguna necesidad espiritual interior? ¿O por alguna combi-
nación de estas y otras razones?
El supuesto de que el objetivo único que guía la elección compo-
sitiva es la excelencia estética suele ser, pues, injustificado. La mayo-
ría de las composiciones conciban diversas demandas — solucionan
varios problemas— que no pueden justificarse únicamente por funda-
mentos internos. Y como las elecciones a menudo satisfacen múlti-
ples demandas, la crítica a veces parece inadecuada; se ha visto que
es difícil explicar — no hacer una mera descripción— la relación en-
tre esbozos y obras terminadas.
Pocas elecciones son óptimas desde todos los puntos de vista. La
mayoría implican quedarse con lo que es satisfactorio: lo que funcio-
na bien, o muy bien. En palabras de Herbert A. Simón: «La búsqueda
acaba cuando se encuentra una alternativa suficientemente buena»
y en estos versos de Alexander Pope: «Aquel que una obra sin fallos
quiera ver,/ Espera aquello que jamás ha sido,/ ni es hoy, ni nunca lle-
gará a ser».
Pero las alternativas no existen en un ámbito de primeros princi-
pios absolutos y eternos. Invariablemente, se eligen o rechazan en tér-
minos de objetivos: ¿Para qué es suficientemente buena la alternati-
va? Y lo que vale para otros protagonistas de la historia — ^príncipes o
filósofos, clérigos o cortesanos— vale para los compositores, tomados
individualmente o como comunidad: sus elecciones se pueden enten-
der y explicar sólo a la luz de alguna hipótesis acerca de sus objetivos
o sus intenciones. Dado que el énfasis en la centralidad de la inten-
ción de los compositores tal vez sea controvertido, permítaseme dejar
clara mi posición mediante la consideración de la diferencia entre re-
producir e imitar. ;
La distinción entre la imitación mecánica y la reproducción de-
pende de si la elección está o no fundada en la comprensión de las
constricciones que generaron la actividad o el patrón resultante. Su-
pongamos, por ejemplo, que un actor observase a un gran maestro ju-
gando al ajedrez, memorizara todas sus jugadas y gestos típicos, y des-
pués representase su imitación de los mismos en una obra teatral o
una película. Habría percibido y representado lo que John R. Searle
^ Models o f Thought, p. 3. Debido en parte a eso, a veces se ha dicho que las obras
de arte nunca están acabadas, sino que sólo se abandonan.
Esto vale igualmente para las artes. Para que un patrón sea repro-
ducido de manera significativa, en vez de ser imitado o repetido sin
más, debe ser entendido como parte de un conjunto de constricciones
conocidas (aunque probablemente interiorizadas): unas constriccio-
nes que establezcan los objetivos en términos de los cuales se eligió el
patrón. La mera repetición implica presentar los contornos de xm pa-
trón sin comprender las constricciones subyacentes que generaron las
relaciones®. Estas líneas famosas de Hamlet hacen esta misma distin-
ción:
Para insistir aún más en este punto, aunque sea paradójico, con-
sideremos lo contrario de la imitación. Aunque sea imaginario, no
deja de ser instructivo. En este caso, los hechos brutos (los estímulos
primitivos: palabras, tonos, colores) de dos obras de arte son absolu-
tamente idénticos, pero los hechos institucionales (las constricciones
en las que se basan las obras, y por tanto las posibilidades a partir de
las cuales fueron extraídos los hechos brutos) son significativamente
diferentes. No sólo serían diferentes el estilo y la significación de las
dos obras, sino que también lo habrían sido las intenciones de los ar-
tistas.
De esta diferencia- trata el relato de Jorge Luis Borges, «Fierre
Menard, autor del Quijote». A principios del siglo X X , según el rela-
to, Menard escribió varios capítulos de un libro cuyo texto se vio que
era exactamente igual a capítulos del Quijote de Cervantes. Como es-
cribe Borges: «El texto de Cervantes y el de Menard son verbalmen-
te idénticos, pero el segundo es casi infinitamente más rico.... Tam -
bién es vivido el contraste de los estilos. El estilo arcaizante de
Menard — extranjero al fin— adolece de alguna afectación. N o así la
del precursor, que maneja con desenfado el español corriente de su
época»®. Como los objetivos implícitos en las constricciones estilísti-
cas que empleó eran diferentes a las de Cervantes, Menard no estaba
repitiendo el texto del Quijote, sino reproduciéndolo, aunque de una
manera muy extravagante.
La distinción entre simplemente imitar y reproducir indica, pues,
que, lejos de ser irrelevante, comprender las intenciones de los com-
positores (tanto colectiva como individularaente) es crucial para en-
tender las elecciones que dan como resultado las composiciones en
las que se basa en parte una historia de la música. Pero — y nunca se
podrá hacer suficiente hincapié en esto— ■no cualquier tipo de intención
personal es crucial para una historia tal, sino el tipo que está implícito en
las constricciones estilísticas que definen los objetivos del «juego del arte»
EL COM POSITOR
Puesto que in ten cio n es» sugiere objetivos individuales, sin adulterar, quizá fue-
ra mejor hablar de los «motivos» que guían las elecciones de los compositores. Es habi-
tual hablar de motivos mezclados, pero no de intenciones mezcladas. Y esto sugiere que
hemos aprendido a pensar en las elecciones estéticas como puras y sin aleaciones (las
intenciones), mientras que las elecciones de los hombres de acción son tortuosas y mez-
cladas (los motivos). N o obstante, en aras de la conveniencia, seguiré refiriéndome a las
intenciones de los compositores, aunque diga para mí: «¡pero si son mezcladas!»
Escuela d© Aro®s
B i b l io t a .- c ^
COGNICIÓN Y REPRODUCCIÓN
2 1 6 EL ESTILO EN LA MUSICA
que su estilo y su visión eran tan únicos que la influencia sólo daría
como resultado una pálida i m i t a c i ó n . E n otras palabras, para ser
reproducido, un patrón o ha de ser generalizable o ha de ser la reali-
zación de un principio general. Por ejemplo, es evidente que muchos
compositores fueron influidos por los ideales estéticos de Debussy: el
énfasis en el sonido por sí mismo, logrado por medio del debilita-
miento de los procesos sintácticos, dirigidos a objetivos, y un aumen-
to concom itante de la importancia de los parámetros secundarios.
Otros han sido influidos (han reproducido) por su construcción de
acordes mediante la superposición de terceras. Y es que estos dos as-
pectos de su estilo son generalizables. Pero quienes han buscado emu-
lar su estilo armónico no han hecho más que repetirlo, porque las su-
cesiones de acordes características de Debussy eran, hasta donde
alcanzo a ver, derivados negativamente. Es decir, eran el resultado de
evitar las progresiones normales en la sintaxis armónica de la música
tonal. Pero como la negación de un conjunto de relaciones ordenadas
no tiene por qué dar lugar a otro conjunto ordenado, es probable que
el lenguaje armónico de Debussy no sea generalizable y no pueda, a
través de la reproducción, ser influyente en la conformación del de-
sarrollo de nuevas constricciones armónicas. Como comenta William
Austin, «el principio [armónico] de Debussy es difícil de aprender. Es
demasiado vago y general como para poder ser enseñado sistemática-
mente»*^. Es importante reconocer que la misma posibilidad de gene-
ralización puede depender de consideraciones estilísticas y culturales
y que, en consecuencia, una innovación que al principio no sea ge-
neralizable puede llegar a serlo. Algo igualmente importante, como se
verá más tarde en este capítulo con el comentario del ejemplo 5.1, es
que las constricciones culturales pueden impedir que se utilice una es-
trategia generalizable.
Los medios novedosos tienen más probabilidades de ser usados y
reproducidos si son versátiles, es decir, si pueden funcionar en diver-
sas circunstancias compositivas y situaciones estilísticas. Por ejemplo,
como deja bien claro el ejemplo 2.3, algunos esquemas (en este caso
LA E L B X IÓ N Y LA REPRODUCCIÓN 2 1 7
í..
2 1 8 EL ESTILO EN LA MÚSICA
resistir los errores de transmisión — el ruido cultural, además del acús-
tico— tienen más posibilidades de ser reproducidas que otras que no
pueden. Esta redundancia — la redundancia de melodía o armonía o
ritmo— ocurre en el interior de un parámetro individual y es primor-
dialmente psicológica. Pero hay otra clase de refuerzo, una suerte de
redundancia sistémica en la que parámetros diferentes en el interior
de un ámbito se respaldan o complementan entre sí cumpliendo fun-
ciones necesarias aunque diferentes. Esto es, las constricciones de un
estilo se complementan entre sí y producen lo que cabría llamar con-
juntos de estrategia. El esbozo analítico de la música de Wagner pre-
sentada en el capítulo 2 intentó describir un conjunto de estrategia
tal. Está claro que la redundancia sistémica es un aspecto del estilo.
Pero antes de considerar los modos en que las constricciones estilísti-
cas y las circunstancias especiales influyen sobre las elecciones com-
positivas, es importante aclarar algunas cosas sobre la naturaleza de la
influencia misma.
El predominio de la causalidad puede ser responsable en parte del interés casi pa-
tológico de nuestra cultura por la irmovación (=originalidad). Porque cuando las obras
de arte son conceptuadas (por los compositores y por los historiadores) como efectos ne-
cesarios de causas anteriores (ya compositivas ya culturales), a los artistas se les niega
224 e l e s t i l o e n l a m ú s ic a
cías de los miembros de la cultura acerca de cómo funciona el mun-
do. Puesto que nuestras creencias sobre cómo funciona el mundo se
basan en considerable medida en metáforas, analogías y modelos san-
cionados culturalmente, los códigos de traducción también se basan
en lo mismo. Por esta razón, una de las innovaciones más importan-
tes en cualquiet cultura es el cambio de las metáforas, analogías o
modelos preferidos. Por ejemplo, el modelo orgánico, con sus metáfo-
ras concomitantes, sirvió de código cenital para traducir las constric-
ciones políticas, sociales e ideológicas del siglo X IX en constricciones
musicales y elecciones compositivas. En un nivel de menot alcance,
la tecnología en ocasiones ha influido en la historia intelectual al
proporcionar nuevas metáforas y por ende nuevas modalidades de
conceptuación, por ejemplo, al hacer que el sistema nervioso sea aná-
logo al sistema telefónico, o que la cognición humana sea comparable
al procesado informático.
Cuando los parámetros que se han de conectar están relacionados
sucintamente, puede ser difícil descubrir los códigos de traducción,
así como rastrear con precisión los pasos de la traducción. A l igual
que una traducción entre idiomas relacionados (del francés al inglés,
pongamos por caso) implica cambios menos radicales en la organiza-
ción semántica y sintáctica que una traducción entre idiomas no re-
lacionados (del chino al inglés, por ejemplo), parece más fácil, al me-
nos en nuestra cultura, que las condiciones económicas se traduzcan
en conceptos políticos y elecciones políticas, mientras que la traduc-
ción de las condiciones políticas en conceptos y elecciones musicales
plantea mayor dificultad.
De todas las metáforas utilizadas en la cultura occidental, ningu-
na ha sido más persistente que la que se deriva qel cambio biológico.
■ Particularmente desde finales del siglo X V III, el poder y el prestigio de
los modelos biológicos han fomentado mucho la difusión de la causa-
lidad en la historia^®. U na de las consecuencias de esta infección fue
que en las historias de las artes los comienzos tendieron — inadverti-
damente— a transformarse en agentes cuasicausales. Es decir, el ori-
gen de una composición, su técnica, forma o género llegaron a en-
tenderse como conformadoras de su final. Nociones tales como la
germinación (o nacimiento), auge (o desanollo) y caída (o muerte)
'
LA ELE021ÓN Y LA REPRODUCCIÓN 2 2 5
de X (la ars nova, la opera seria, la armonía tonal) no sólo dan testi-
monio del poder del modelo orgánico, sino que implican que las fases
posteriores de un proceso histórico ya estaban presentes en los su-
puestos comienzos^^.
Aunque siguen siendo habituales en la cultura popular y en algu-
nos reductos de la musicología, las metáforas biológicas han llegado a
parecer un tsmto candorosas. Sin embargo, en nuestra cultura es tan
poderoso el paradigma causal que la mayoría de las nuevas metáforas
concebidas para explicar el cambio histórico se han caracterizado por
ííí
una sucesión lineal que permite una interpretación genética. Por
ejemplo, el concepto — derivado de la ciencia— de la creatividad ar-
tística como solución.de problemas, mencionado en el capítulo 4,
aparece teñido de una causalidad encubierta. El problema anteceden-
te tiende a ser pensado (tal vez inconscientemente) como un tipo de
causa generadora, mientras que la solución consecuente es entendida,
lo queramos o no, como el efecto resultante.
Aunque en principio es atractivo, yo creo que el modelo de reso-
lución de problemas es problemático. En su forma «fuerte», com o;
ocurre en las ciencias, la matemática y los juegos y problemas forma- ‘
lizados (por ejemplo, los problemas del bridge o del ajedrez, los cruci-
gramas), la noción misma de problema implica la posibilidad de que
haya una única solución correcta. Pero estas soluciones, aunque qui- •
zá sean posibles en algunos ámbitos, rara vez aparecen en las artes.:
¿Qué problema es resuelto correctamente en la Sinfonía N.° 40 en ’
Sol menor de Mozart o en la Sonata para dos pianos y percusión de i
Bartók? En su forma «débil», el modelo de la resolución de problemas'
parece rnás plausible. Porque, en un sentido amplio, los compositores
se enfrentan a problemas y los resuelven, igual que lo hacen los poli-'
ticos, los hombres de negocios y los generales. No obstante, hay difi-
cultades a la hora de emplear la noción de resolución de problemas;
para explicar los cambios estilísticos en las artes.
2 2 6 EL ESTILO EN LA MUSICA
Parece haber poca duda de que el comportamiento individual se
guía por objetivos y que lograr esos objetivos conlleva resolver pro-
blemas de forma más o menos continua. Por ejemplo, parece posible
concebir la relación entre el adagio inicial del Cuarteto para cuerdas
en Si bemol mayor, Op. 130, de Beethoven y las partes en allegro de
dicho movimiento como un problema que el movimiento como un
todo «resuelve». ¿Pero en qué sentido constituye el movimiento o el
cuarteto en su conjunto la solución — o un paso intermedio hacia la
m
solución— de un problema más general de la forma sonata? Con res-
■i:¡ i pecto a la historia de una estrategia, forma o género, es difícil discer-
nir los objetivos por alcanzar o los problemas por resolver^®.
El hecho de que las clases de relaciones como las estrategias, for-
i i mas y géneros no tengan objetivos, y que por tanto no pueda decirse
de ellas que resuelvan problemas, no significa que la historia de la
música sea una mera cuestión de sucesos fortuitos. De entre las innu-
merables relaciones realizadas en las composiciones individuales de
un momento concreto, aquellas que funcionan bien — por ejemplo,
aquellas que están en consonancia con las constricciones cognitivas
descritas anteriormente en este capítulo y con las constricciones
I'.
ideológicas descritas aquí— tenderán a formar conjuntos de constric-
ciones estables que serán reproducidas como parte del dialecto de la
comunidad compositiva. Pero estos conjuntos de constricciones esta-
// bles no son ni el objetivo ni la solución a un problema anterior. La
analogía con el cambio biológico, según lo describe Fran9 0 is Jacob, es
chocante:
Hay dos niveles de explicación para los procesos dirigidos
i
hacia objetivos en los seres humanos ,y a menudo han sido
^ ■ confundidos. Uno se ocupa del organismo individual,-del cual
W\ hay muchas propiedades morfológicas,' bioquímicas y de com-
portamiento que aparecen claramente como orientadas a ob-
■S jetivos. Esto es aplicable, por ejemplo, a las diversas fases de
LA ELECCIÓN Y LA REPRODUCCIÓN 2 2 7
El segundo nivel de explicación tiene que ver no con el or-
ganismo individual sino con el mundo vivo y su estado pre-
sente... Frente al argumento desde el diseño, Darwin mostró
que una combinación de determindos mecanismos podía de
hecho imitar el diseño; que era posible explicar lo que parecían
ser actividades dirigidas a objetivos mediante la variación de
características al azar, seguida de la selección naturaP^.
Respuesta: «9-W».
Pregunta: «¿Escribe usted su apellido con una «V», Herr Wagner?»
(Respuesta, en la lengua original: «Nein, W ».)
(N. del T : «9» en inglés suena igual que «no» en alemán.)
2 2 8 EL ESTILO EN LA MÚSICA
ción y recombinación de rasgos o conjuntos de rasgos separables y
más o menos discretos. Y los rasgos implicados pueden venir — pueden
ser elegidos por el compositor— de fuentes de proveniencia estilística y
cultural dispar. Por último, la causalidad encubierta inclina los estu-
dios musicológicos hacia una suerte de epidemiología en la que el
mero contacto (causa) es tomado tácitamente como una condición
suficiente para la irifluencia (efecto)..Com o resultado, los estudiosos
tienden a preocuparse excesivamente del paradero de los manuscritos
y de los movimientos de los hombres en el pasado.
Cierro esta sección con la sugerencia de que no es tanto el pasado
lo que conforma el presente sino que éste, al seleccionar entre las posi-
bilidades que proporciona la abundancia, da forma al pasado que cons-
truimos. El presente elige qué le influirá y, al hacerlo, «decide» cuál
será su pasado. Se sigue de esto que nuestra comprensión de la historia
es necesariamente provisional e incierta. Porque esta comprensión de-
pende de nuestra capacidad de visualizar el futuro, es decir, de imaginar
qué encontrarán los artistas de mañana que merezca reproducir o usar
como bases de reconstrucción: cómo volverán a dar forma al pasado.
Esa visualización no es que sea muy fiable, porque la historia no
es el resultado de uri pasado causal sino de un presente selectivo.
También es ésta la razón de que la mayor parte de las explicaciones
históricas sean retrospectivas. Como hemos visto, consiste en el in-
tento, basado en pruebas relevantes, de reconstruir las alternativas de
las que disponía el compositor y — considerando asuntos tales como
la personalidad del compositor, las circunstancias culturales especí-
ficas y las constricciones estilísticas e ideológicas predominantes—
formular hipótesis sobre por qué realizó las elecciones compositivas
concretas que se están explicando. Dado qué la elección entre alter-
nativas es siempre una cuestión de probabilidad, las relaciones histó-
ricas no se pueden establecer hasta que se conozcan las implicaciones
del pasado, es decir, hasta que se. hayan hecho elecciones concretas
en algún tiempo presente.
Aunque elegir ser influido difiere de la causación en aspectos fun-
damentales, coinciden en lo siguiente: al igual que las causas se pue-
den conectar con los efectos sólo a la luz de alguna teoría relacio-
nal^°, así las influencias se pueden conectar con elecciones sólo en
Claro que esta información podría ser relevante para alguna otra historia: la de
la cocina francesa,'por ejemplo, si fuese la primera vez que hubiese constancia de la pre-
paración de los «tournedos R ossini». Obsérvese, no obstante, que el primero caso es
digno de constatación solamente porque la receta se ha reproducido frecuentemente,
convirtiéndose en {Jarte del dialecto culinario de la cocina continental.
■ Debo añadir que de la reciprocidad entre datos y teoría no se sigue que las teo-
rías determinen los hechos. Los hechos existen aparte de las teorías que los hacen rela-
cionalm ente significativos. De no ser así, la historia intelectual no existiría o no sería
más que una sucesión aleatoria. Porque es en parte la recalcitrante presencia de datos
discrepantes la que necesita la revisión de la teoría y con ello da como resultado la his-
toria intelectual. '
2 3 2 EL ESTILO EN LA MUSICA
parte del dialecto musical predominante^^. Éste sería el caso de Ariad-
ne música de Ferdinand Fischer. La composición de Fischer empleó
estrategias — por ejemplo, de esquema tona:l y de género (preludios y
fugas)— similares a las que se emplearon más adelante en El clave
bien temperado. Pero las constricciones estratégicas se difundieron y
llegaron a ser influyentes a través de esta última obra.
Las obras ejemplares no sólo pueden propiciar el modelado a gran
■;v': escala, sino que pueden fomentar la reproducción de rasgos individua^
les o grupos de rasgos. Como obras enteras, pueden afectar al cambio
estilístico de un modo general al actuar como influencias catalizado-
ras. Por otro lado, las obras ejemplares también pueden afectar nega-
tivamente a la historia estilística. Es decir, su presencia musical o cul-
tural puede ser tal que se apropian, por así decirlo, de una porción del
espacio estilístico o estratégico disponible. Acaso fue éste el caso de
la Novena sinfonía de Beethoven. Precisamente porque su imponen-
te afirmación habló tan elocuentemente de los ideales culturales del
romanticismo, que otro compositor escribiese una sinfonía coral antes
del final del siglo habría parecido un acto de arrogancia y (puesto que
el mítico Beethoven se convirtió casi en un símbolo sagrado) una
irreverencia desconsiderada. Debe reconocerse que obras que en un
principio no se reconocen como ejemplares pueden más adelante lle-
gar a serlo. L a pasión según San Mateo de Bach sería una de estas
obras. Por el contrario, obras que alguna vez se consideraron ejempla-
res — por ejemplo, Der Freischütz de W eber— pueden dejar de serlo.
Y si nos preguntamos por qué habría de ser así, la respuesta parece ser
que lo que convierte a una obra en ejemplar no es principalmente la
integridad y el interés de sus patrones musicales, sino su relación con
las circunstancias externas, especialmente con los valores latentes en
la ideología de la cultura^^.
LA ELECCIÓN Y LA REPRODLCCÍÓN 2 3 3
Huelga decir que el papel de las circunstancias culturales a la
hora de propiciar o disuadir del uso y la reproducción de lo novedoso
de ningún modo queda confinado a definir lo ejemplar. Como son
omnipresentes y tienen un impacto continuo sobre las elecciones rea-
lizadas. por los compositores, las condiciones y los sucesos externos al
ámbito de la música tienen una importancia primordial. Estas cons-
tricciones externas pueden influir sobre la elección compositiva di-
recta o indirectamente, con la mediación de un código de traducción.
Circunstancias externas
CONSTRICCIONES DIRECTAS
LA ELECCIÓN Y LA REPRODUCCIÓN 23 5
ve del tenor, haciéndole entrar con un Fa sostenido, precedi-
do por un breve pasaje de conexión en acordes tocados por
clarinetes y fagotes... Raaff necesitaba oír esto. No hay com-
petencia para el Fa porque todas las cuerdas... están por de-
bajo de la voz. Después suben los violines y le ayudan al to-
car (muy suavemente, sin duda) al unísono con la línea
vocal. Su parte vocal queda confinada a un rango muy pe-
queño, desde una quinta por debajo del Do medio hasta una
quinta por encima40
2 3 6 EL ESTILO EN LA MÚSICA
suadió a los compositores soviéticos de experimentar con medios no
tonales, es evidente que tuvieron un efecto no poco importante sobre
las elecciones realizadas por compositores como Shostakovich.
Los públicos también son mecenas — aunque colectivos— cuyos
especiales prejuicios y predilecciones tienden a afectar lo que eligen
los compositores. Citemos un caso bien conocido: para satisfacer el
gusto francés (como habían buscado muchos — ^Lully, Gluck, Mozart,
Beethoven y Meyerbeer— antes de él), Wagner escribió un ballet
para la representación parisina de Tannhauser.
De modo similar, los artistas, bien profesionales o bien aficiona'..
dos, son mecenas cuyas necesidades y gusto frecuentemente influyen
sobre lo que seleccionan los compositores. Tomemos el tipo de caso
más claro: hay conjuntos de piezas — desde las Invenciones de Bach
hasta los Estudios para piano de Debussy— •diseñados explícitamente
para enseñar al exigir la ejecución en djversas tonalidades y modos y
la práctica de problemas técnicos característicos como la ejecución
clara de líneas contrapuntísticas o la ejecución limpia de arpegios y
octavas consecutivas. Los anhelos pedagógicos de tales mecenas-artis-
tas tenderá a afectar las elecciones hechas por los compositores.
En ocasiones las elecciones de los compositores también han sido
influidas por editores, a veces indirectamente, debido al conocimien-
to de lo que quieren esos editores, y a veces directamente, a través de
encargos. Como ocune a menudo, los encargos, aunque fomentan la
producción de composiciones, afectan a la elección compositiva al es-
tablecer condiciones restrictivas con respecto a cuestiones de género,
duración, dificultad e instrumentación. En ocasiones los editores han
interferido directamente en la organización de una obra. U n caso ine-
quívoco tiene que ver con el movimiento final del Cuarteto para
cuerdas en Si bemol mayor, Op. 130, de Beethoven. El editor, Arta-
ria, tenía serios recelos acerca de si el cuarteto vendería con la gran
fuga como movimiento final. Mediante una combinación de adula-
ción y dinero, Beethoven fue persuadido para componer un nuevo
finaLL
Los mecenas, ya sean individuales, institucionales o colectivos,
son, en cierto sentido, críticos especialmente poderosos. Maynard So-
lomon conecta explícitamente la crítica, el mecenazgo y la elección
LA ELECCIÓN Y LA REPRODUCCIÓN 23 7
compositiva: «Los críticos no respondieron favorablemente [a Fidelio], .•'1
y los amigos de Beethoven, encabezados por los Lichnowsky [mece^
ñas], propugnaron revisiones drásticas ... como preparación de un re4
estreno»'*^. Si la censura crítica tiende a actuar como influencia ne-
gativa, la evaluación favorable actúa como refuerzo. Así, la alabanzafl
de la música de Brahms por parte de Hanslick o de la de Schoenberg a
por parte de Adorno probablemente animaron a estos compositores ala
¡iti; elegir dentro de la misma amplia gama de posibilidades existentesi'H
I;:;': i,
CONSTRICCIONES INDIRECTAS
« Ibúl., p. 144.
2 3 8 EL ESTILO EN LA MÚSICA
i,,
. fmación concretos cuando modifican la ideología. Que tenga lugar o
" no la modificación depende de la naturaleza y el estado de la ideolo-
gía predoininante. Considérese, por ejemplo, la influencia de un su-
t ceso natural como un terremoto sobre la historia humana. Aunque
I algunas culturas consideren que los terremotos son fruto de la ira de
los dioses por algún acto sacrilego, nuestras creencias culturales nos
1dicen que las acciones humanas no influyen para que se produzcan te-
rremotos ni en su fuerza. Y los terremotos no suelen tener más que un
efecto transitorio sobre el comportamiento humano. Pero esto no tie-
ií ne por qué ser el caso. Puesto que el devastador terremoto de Lisboa
de 1755 tuvo lugar durante un período de intenso debate entre la or-
todoxia religiosa y el escepticismo científico, tuvo un efecto significa-
tivo obre la historia intelectual de Occidente. El terremoto de San
Francisco de 1906, por otro lado, no tuvo prácticamente ninguna in-
fluencia sobre los grandes movimientos de la historia"^.
Lo que propugno, pues, es que los sucesos del mundo de la acción
se consideren significativos por aquello a lo que se entiende que lle-
van. Y de todas las cosas a las que pueden llevar, ninguna es más im-
portante que su influencia sobre la ideología. En resumen, el terre-
moto de Lisboa (arrojó dudas sobre la ortodoxia religiosa), las
conquistas de Napoleón (fomentaron el nacionalismo), la publica-
ción de El origen de h s especies de Darwin (hizo hincapié en (a ubi-
cuidad de la competencia y el cambio gradual) y la detoriación de la
bomba atómica (resaltó el poder destructivo de la civilización) fueron
sucesos transcendentales porque influyeron en la ideología al modifi-
car los valores y las metas y, al hacerlo así, cambiaron un tanto las re-
laciones de dominio entre los parámetros culturales.
Pese al hecho de producirse sucesos tan/transcendentales, cam-
bios sorprendentes en las instituciones y teorías científicas novedosas,
las ideologías tienden a perdurar porque sus dogmas más fundamenta-
les — sobre la creación y la causalidad, el tiempo y el destino huma-
no, etc.— no son fáciles de abrogar o remplazar. Por ejemplo, como
se argumenta en la parte final de este libro, los dogmas esenciales del
romanticismo han persistido unos doscientos años. No obstante, im-
pulsados por la valoración ideológica de la originalidad, la individua-
LA ELECCIÓN r LA REPRODUCCIÓN 2 3 9
lidad, el nacionalismo y el Ccimbio gradual (progresivo), los composif
Cores del siglo XIX concibieron estrategias novedosas para realizar los,
objetivos ideológicos más amplios de la ejtperiencia musical natural,
no mediata'*^.
La persistencia de la ideología es importante por razones metodo-
lógicas. Si la ideología es lo que afecta más significativamente a la
elección compositiva, será posible considerar la conexión entre la
cultura y la historia cultural sin referir esta última a sucesos y desa-;
rrollos políticos, económicos, científicos y filosóficos específicos. Si)
este punto de vista tiene valor, se sigue que, en tanto que se pueda .
llegar a un acuerdo sobre la naturaleza de la ideología que se está con-
siderando, su génesis no tiene por qué convertirse en una cuestión '
preocupante. Así, por ejemplo, si los marxistas quieren postular que
la ideología de una cultura és una consecuencia necesaria del sistema
económico predominante y su estructura de poder concomitante, e l '
historiador de la música no tiene por qué tomar parte en la refriega,
ni a favor ni en contra. Es decir, al igual que el teórico de la música ,
puede aceptar el conjunto de constricciones cognitivas y perceptivas
tal como vienen, sin preguntar por sus orígenes, así el historiador del
estilo musical puede aceptar un conjunto particular de constricciones
culturales e ideológicas tal como vienen sin preguntar por sus oríge-
nes”**. La persistencia de los principios básicos de una ideología tam-
bién hace plausible suponer que las constricciones musicales de alto
nivel — las reglas de un estilo— permanecen constantes durante lar-
gos lapsos de tiempo. Y esto convierte en razonable una explicación
del cambio estilístico en términos de tendencias y énfasis, una expli-
cación en la que las reglas y los objetivos fundamentales permanecen
constantes mientras se modifican las estrategias para realizarlos.
En la tercera parte trataré de hacer un esbozo de lo que podría ser
esa exposición al considerar cómo la ideología del romanticismo afee-.
2 4 0 EL ESTILO EN LA MÚSICA
tó a la historia de la música del siglo XIX. Pero antes de embarcamos
en este peligroso periplo, creo que es importante aclarar qué quere-
mos decir con ideología.
C O D E T TA Y TR A N SIC IO N : LA IDEOLOGIA
LA ELECCIÓN V LA REPRODUCCIÓN 2 4 1
í •■
■
del progreso social, la importancia de la originalidad y el valor de la
(..
experiencia estética.
A l igual que el lenguaje, una red ideológica es «un compuesto de
elementos de edades muy variadas, algunos de cuyos aspectos se re-
montan a las bmmas de un pasado impenetrable, mientras otros son
fruto de los desarrollos de ayer»'*®. Así, mientras que sus premisas más
fundamentales pueden resistirse a las modificaciones, una ideología
«no prohíbe la variación y el cambio; no es un sistema lógico cerra-
do de creencias y premisas sino más bien un sistema psicológico de
origen histórico abierto al cambio»"*®. En otras palabras, aunque los
hilos de la red suelen apoyarse y complementarse, pueden surgir dis- .'Í
crepancias e ideologías dentro de una ideología sin destruirla. Nuestra
cultura, por ejemplo, ha mantenido al mismo tiempo en el pasado pa-
res de creencias tan dispares como los siguientes: hay leyes necesarias
(deterministas) del cambio histórico, pero los hombres tienen libre
albedrío; las grandes obras de arte son la expresión del ser más íntimo
del artjista individual, pero tales obras son universales.
Es más, se pueden modificar, omitir o contradecir aspectos de la
ideología cultural más general en alguna o varias de las subculturas
particulares. O dos subculturas pueden diferenciarse incluso en algu-
na cuestión fundamental. A menudo estas discrepancias dentro de las
subculturas y entre ellas no son aparentes n i siquiera para los miem-
bros del grupo porque no tiene lugar ninguna confrontación directa
de creencias. Pero cuando las diferencias entre las ideologías de las
subculturas son muy marcadas, o cuando hay un choque directo entre
principios incompatibles dentro de una ideología, se producirá por
norma alguna suerte de acomodo o modificación dentro de la red ge-
242 e l e s t íl o e n l a m C/s /c a
.... .
neral. Y hasta que ocurra dicho ajuste, la cultura en cuestión tenderá
a caracterizarse por la inestabilidad y la tensión. Observemos, por
ejemplo, el conflicto que se da en nuestra propia cultura entre las de-
mandas de la igualdad de oportunidades y las del mérito individual.
Las ideologías culturales no son, pues, sistemas unitarios consis-
tentes. Esto se debe a dos razones. En primer lugar, los innumerables
grupos económicos, políticos, religiosos, étnicos o profesionales que
constituyen cualquier cultura seleccionan, combinan y ponderan de
diferentes modos las creencias y actitudes predominantes en la cultu-
ra más general; en ocasiones, conciben variantes novedosas propias,
que pueden entonces convertirse en parte del compuesto ideológico
más amplio. Y los individuos que constituyen tales grupos no son mo-
nolitos ideológicos. Cada uno pertenece a una serie de subculturas; al
desplazarse de un contexto de grupo a otro, asumiendo papeles un
tanto diferentes, se producen cambios en la postura ideológica del in-
dividuo^®.
En segundo lugar, las inconsistencias ideológicas surgen porque
muchos aspectos de la cultura están organizados jerárquicamente. Los
individuos se combinan para formar pequeños gmpos como la familia,
un departamento de una empresa o un cuarteto de cuerdas; estos gru-
pos a su vez forman unidades más amplias tales como comunidades po-
líticas, corporaciones o sindicatos de músicos; y continúa así hasta que
se forman organizaciones nacionales o supranacionales. Como se se-
ñaló, las constricciones que rigen estas jerarquías suelen ser disconti-
nuas (cambian de manera leve aunque significativa de un nivel a otro)
y las discrepancias resultantes tienden a generar inconsistencias y con-
flictos ideológicos. En nuestra propia cultura estas diferencias nos
confrontan constantemente: los valores de la intimidad individual mu-
chas veces entran en conflicto con los requisitos de la seguridad
nacional, los ideales de la elección individual pueden no coincidir con
la creencia en la necesidad de solidaridad grupal, y así sucesivamente.
LA ELECCIÓN Y LA REPRODUCCIÓN 24 3
Hay que subrayar que, aunque algunos aspectos de una ideología se
puedan vincular con aspectos jerárquicos de la cultura, las ideologías
mismas no están estructuradas. Esto es, no “hay un espíritu de época
(Zeitgeist) dominante, no hay una idea o ideal único en el vértice de
una estructura de árbol ideológica. En cambio, como ya se ha señalado,
las ideologías son compuestos de edades dispares y orígenes diversos,
O, para cambiar de imagen, una ideología-cultural es comparable a un
pasaje polifónico complejo ejecutado por un conjunto cuyos inte-
grantes se agrupan y reagrupan de maneras diversas; la textura p o lifó-,
nica misma consta de una multitud de voces coexistentes qué, al
tiempo que difieren en cuanto a su importancia e independencia, inte-
ractúan en la presentación de innumerables motivos: algunos durade-
ros, otros efímeros, algunos similares, otros contrastantes.
Esta polifonía de creencias y actitudes no debe confundirse con la
llamada «historia de las ideas». Porque este último dominio — que
comprende principalmente las historias de disciplinas tales como la
filosofía y las ciencias naturales, la teología y la teoría social— es, por
así decirlo, sólo la planta noble — el salón— de la ideología. Es la
parte que se caracteriza por el meticuloso refinamiento de hipótesis
muy sopesadas y argumentos coherentes. Lo que reina en la planta in-
ferior — la trascocina— es lo que he llamado el chismorreo cultural,
una suerte de cotilleo conceptual que mezcla ideas y términos nove-
dosos de la planta noble con creencias y actitudes culturales ya esta-
blecidas. Conectar estos ámbitos -—^siguiendo con la metáfora— es la
entreplanta de la divulgación. Beethoven, por ejemplo, no leyó a
Kant. Es más, se negó incluso a asistir a conferencias sobre Kant. No
obstante.
244 e l es t i l o e n l a mú s i c a
Y lo mismo ha ocurrido con teorías como las de Newton. Mal-
thus, Darwin, Einstein y Freud, y con filosofías como las de Hume,
Hegel, Nietzsche, Peirce y Dewey^^.
Pero la divulgación va más allá de la mera simplificación y los esló-
ganes. Hace posible que las formulaciones de la planta noble se trtins'
formen en chismorreo de la planta inferior. Dado que los significados
se definen, los conceptos y problemas se legitiman y los términos se es-
tablecen con respecto a paradigmas específicos, las teorías y métodos
promulgados en la planta noble (en la historia intelectual) no pueden
interactuar fácilmente entre sí o con otros ámbitos de la cultura.
Cuando se intenta un «trasplante» directo se produce una suerte de
«reacción inmune»: el injerto no «agarra». A l sacar las formulaciones
de alta cultura de sus contextos teóricos e históricos muy específicos, la
divulgación a la vez generaliza y neutraliza, difuminando los significa-
dos y distinciones de trazo fino que las disciplinas particulares atribu-
yen a términos, ideas y procedimientos. Con la precisión atenuada de
ese modo, ideas anteriormente sutiles y sofisticadas pueden circular y
acomodarse en la trascocina. Ahí, labradas de nuevo a través de metá-
foras, modelos y analogías, se vinculan a otras disciplinas y contextos,
algunos de los cuales pertenecen a la alta cultura^^.
La ideología, tal como pretendo usar el término, ha de encon-
trarse, pues, no en uno solo de los niveles culturales sino en todos
ellos. E incluye las interacciones que se producen cuando las ideas y
las teorías, las divulgaciones y los chisrriorreos suben y bajan por las
escaleras de la mansión cultural, cambiando su significado e impor-
tancia, así como su posición. Por último, hay que hacer hincapié en
2 4 6 EL ESTILO EN LA MÚSICA
PARTE TERCERA
Música e ideología: esbozo histórico
de la música del siglo XIX
_
He observado que las ideologías constan de constricciones de épo-
cas muy diferentes y de orígenes significativamente variados. En par-
te por estas razones se hallan repletas de inconsistencias y contradic-
ciones, así como de conexiones. Esto es particularmente pertinente
en el caso del romanticismo. Como señala John Warrack, una de sus
características destacadas
' John W arrack: «Rom antic», en Sadie, S. (editor): The New Grave Dictionary, 16:
141-142.
Esaousls ci© A r s a a
ningún modelo de cambio a priori pero es más que una sucesión de
marcos sincrónicos esencialmente discretos ordenados cronológica-
mente. En esta área — la de la metodología^— es donde surgen los pro-
blemas.
Ni en la música ni en la ideología hay una única sucesión lineal
coherente. Más hien consta cada una de ellas de una colección tle hi-
los más o menos independientes, aunque intrincadamente interrela-
cionados, que coexisten en el tiempo. Las interacciones que tienen
lugar entre las dos áreas están siempre mediadas por los caprichos de
la interpretación. Se presentan dos peligros dispares. Por un lado, la
enorme riqueza y variedad de cada área son una tentación para bus-
car — ^yencontrar fácilmente— paralelismos plausibles y supuestas ho-
mologías entre rasgos destacados y procesos característicos, simple-
mente escogiendo y equiparando con diligencia indiscriminada. Por
otro lado, están los riesgos de la perogmllada vacua y la generaliza-
ción vaga que tienden a aparecer cuando se correlacionan áreas des-
de el punto de vista del carácter global, el tono afectivo y cosas por
el estilo.
Estas dificultades se incrementan porque, en vez de ser un sistema
coherente y consistente, la cultura (incluida la ideología) es como un
entorno de rica diversidad aunque persistente que influye sobre las
elecciones de los compositores (pero no las determina). A l igual que
los sucesos del entorno local (tormentas, sequías, terremotos), los
acontecimientos políticos, económicos y sociales particulares produci-
rán, salvo que sean catastróficos, perturbaciones más o menos locales.
Por este motivo, no se considerará en el siguiente esbozo la in-
fluencia de los encargos, las conmemoraciones, las circunstancias po-
líticas, económicas o sociales locales, etc. Pero, una vez establecidas,
las creencias y actitudes fundamentales de una ideología tienden a
persistir con tenacidad, aunque, como veremos, pueden manifestarse
de maneras muy diversas^.
Este modo de considerar la ideología formará la base de cómo me
ocupo del problema metodológico de la interacción entre variables
^ Cabría objetar que la ideología no puede dar cuenta de los patrones y aspectos
particulares de una composición específica. Pero la objeción se sostiene con dificultad.
Porque a menos que un patrón o rasgo concreto se reproduzca, especialmente en el n i-
vel del dialecto, poco interés tiene para la historia estilística. Cabría añadir que cuanto
más se reproduce un rasgo, más queremos saber por qué se eligió.
2 5 0 EL ESTILO EN LA MÚSICA
coexistentes (no lo resuelvo). Trataré el romanticismo como una red
básicamente estable y duradera de creencias y actitudes interrelacio-
nadas. Esta red se entenderá a la vez como el entorno en el que se
realizan elecciones compositivas y como el generador del cambio esti-
Estico^
Las clases de cambios que se producen son en su mayor parte lo
que llamo cambios tendenciales. Dicho con pocas palabras; mi análi-
sis de la ideología será en gran medida sincrónico, mientras que mis
comentarios sobre la música serán, en la medida de lo posible, dia-
crónicos.
Lo qué sigue está dividido en tres capítulos. El primero se ocupa
primordialmente de la ideología del romanticismo: sus bases sociales
y políticas, sus creencias y actitudes centrales y algunas de sus impli-
caciones generales para la estética de la música. Los dos capítulos que
le siguen tratan de mostrar algunas de las maneras en que los princi-
pios del romanticismo se trasladaron e influyeron sobre las elecciones
musicales realizadas por los.compositores del siglo XIX.
^ La influencia n o es, desde luego, una calle de sentido único, que vaya solamente
de la política a la ideología y después a la música. Tam bién va en sentido contrario.
Pues mientras nuestras creencias culturales y el predominio de parámetros hacen difícil
discernir im caso en el que la música cambió la ideología o la política, hay poca duda
de que la música a menudo ha confirmado creencias y actitudes al actuar como una in -
fluencia reforzadora.
%
t; arece probable que la cultura occidental haya estado marcada des-
P de sus inicios por la tensión entre las demandas del clasicismo
apolíneo y las del romanticismo dionisfaco. El clasicismo se ha carac-
terizado por la valoración de convenciones compartidas y el comedi-
miento racional, la explotación festiva de constricciones establecidas
y la satisfación del acto (el Ser), la coherencia de las formas cerradas
y la claridad de los significados explícitos, mientras que el romanti-
cismo se ha caracterizado por la valoración de las particularidades de
la innovación individual y el anhelo que se origina en la potencia (el
Devenir), la informalidad de las estructuras abiertas y la sugestión del
significado implícito.
,2 5 4 E l ESTILO EN LA MÚSICA
dal... Jules Michelet, el gran historiador y polemista republicano, en-
frentó al viejo régimen, el cual estaba basado en la Gracia Arbitraria
— ^jerarquías atribuidas reinando a placer— , con una nueva sociedad
fundada en la Justicia Necesaria»^. Como manifestó Rousseau, su por-
tavoz más polémico e influyente: «Había alcanzado la percepción de
que todo en el fondo depende de acuerdos políticos, de que sea cual
sea la postura adoptada, un pueblo nunca será otra cosa que aquello
en que su forma de gobierno lo convierte»®. La revuelta-contra las
normas y convenciones que sancionaban las prerrogativas políticas y
privilegios sociales — contra un «sistema» injusto y arbitrario «que
subordinaba el talento útil al mero nacimiento»^— era tanto econó-
mica como política, pues «todas las desigualdades se pueden reducir a
rico y pobre»®.
EL REPUDIO DE LA CONVENCION
2 5 6 EL ESTILO EN LA MÚSICA
Un solo impulso de un bosque vernal
Nos enseña más del hombre,
Del bien y del mal moral
que todos los sabios juntos.
A este respecto, véase lo que sigue. Cuando el uso del lenguaje era ineludible,
como en muchas canciones y óperas escritas en el siglo XIX, debía ser «natural» en vez
de artificial. A sí Wagner, por ejemplo, consideraba que «el tipo de verso que pronto ha-
bría de escribir para los dramas del Anillo era un retom o al lenguaje de una Edad de Oro
antes de que fiiese viciado por la superposición sofisticada de una civilización más com-
pleja» (Stein: Richard Wagner, p. 71).
O n Purity ín .íyíwsícal Art, p. 67.
«Preface to Cromwell», pp. 357 y 363.
Life o/Chopin, p. 13.
Citado en Stein: Richard Wagner, p. 167.
No necesitaba n in gu n o puesto que sus promulgadores y defensores ya h a b ía n al-
canzado el poder que buscaban y ahora sólo eran partidarios del cam b io gradual, por in-
crementos.
2 5 8 EL ESTILO EN LA MUSICA
de este rechazo fue la negación enfática de la relevancia de los oríge-
nes y los contextos. En el antiguo régimen, las artificialidades del
nacimiento y del linaje establecían la posición que uno ocupaba en la
sociedad y determinaban los beneficios y derechos disponibles, para
cada individuo. La nueva ideología no sólo repudiaba esos privilegios
hereditarios, sino que insistía en la irrelevancia de todo origen, linaje
y conexión contextual, cualesquiera que fuesen. La herencia habría
de ser reemplazada por la inherencia: una inherencia que era natural
y necesaria al mismo tiempo. Llamaré acontextualismo a este dogma
significativo y constante del romanticismo.
El acontextualismo y el pasado
2 6 0 BL ESTILO EN LA MUSICA
El gradualismo también estaba en consonancia con el lado iguali-
tario del romanticismo. Postulaba un continuo sin fisuras que ocul-
taba — sin duda negaba— una diferenciación jerárquica clara. En
principio, de hecho, en gran medida las diferencias sociales se con-
virtieron en cuestiones de grado (cantidad de riqueza) y no de natu-
-raleza (título heredado). U na famosa conversación entre F. S co tt
Fitzgerald y Emest Hemingway captura este contraste de modo con-
ciso. Dando a entender que lo preponderante eran las diferencias de
naturaleza, Fitzgerald observó que «los muy ricos son muy diferentes
a nosotros». En cambio, para Hemingway, el romántico igualitario,
era una cuestión de grado; su respuesta fue: «Sí, tienen más dinero»^®.
En el arte, el pasado — ^no la historia^^— sirvió al mismo tiempo
para ejemplificar los valores y predilecciones de los igualitarios elitis-
tas, para disimular los convencionalismos de conceptos y medios y
para afirmar la universalidad del comportamiento humano. Como
ocurre con todas las épocas, los románticos valoraban más y elegían
í'
identificarse con aquellos pasados que parecían ejemplificar sus pro-
pias creencias y actitudes. Escogían, para dedicarles una atención es-
pecial, aquellos aspectos de cada pasado que más fácilmente podían
interpretarse desde el punto de vista de esos intereses. Por ejemplo, lo
que les atraía de la Edad Media era un sentimiento de afinidad con la
exuberancia, inquietud e informalidad del período, y con lo que in-
terpretaban como la ingenuidad infantil de su arte. Sin embargo, los
conceptos y metáforas utilizados para interpretar el pasado eran los
2 6 2 EL ESTILO EN LA MÚSICA
quía de dioses y mortales se había relacionado por analogía con estas
estructuras políticas^^ En segundo lugar, la mitología clásica estaba
conectada con el arte neoclásico, cuyas normas estéticas, convencio-
nes dramáticas y prácticas prosódicas parecían manifiestamente poco
naturales e inventadas. En tercer lugar, comprender historias basadas
en la mitología clásica requería explícitamente un conocimiento eru-
dito acerca de nombres y funciones (a fin de cuentas, ¿quién era
Hebe?) y acciones (¿cuáles fueron los trabajos de Hércules?) que re-
sultaban poco conocidos para un segmento considerable de los iguali-
tarios elitistas^^. El famoso cuadro de Manet, Desayuno sobre ¡a hierba
(1863), que se basaba en una porción del grabado de Raimondi (si-
guiendo un cuadro de Rafael), El juicio de Paris (en tomo a 1520),
ejemplifica los cambios ocurridos. La referencia a la mitología queda
eliminada; el tema es acontextual en el sentido de que la apreciación
no depende del conocimiento de los personajes o del suceso repre-
sentado. El cuadro, como dirían los formalistas del arte por el arte, se
puede contemplar «en sus propios términos». Y la importancia cre-
ciente del bodegón y de los paisajes puede relacionarse en parte no
sólo con la añoranza sentimental de lo bucólico por parte de los ur-
banícolas, sino también con su inquietud en relación con representa-
ciones que exigían un conocimiento de la mitología o, ya puestos, de
la historia^L
Por último, la historia fue una preocupación importante para los
igualitarios elitistas porque podía utilizarse para justificar el presente; ■
tanto las desigualdades e injusticias del industrialismo como las inno-
El acontextualismo y la estética
2 6 4 EL ESTILO EN LA MUSICA
de la posición social^®. Además, supuestamente el aprecio de la mejor
música romántica — las obras de los genios— no dependía del gusto
adquirido sino de la sensibilidad musical natural. Por ejemplo, Geor-
ge Bemard Shaw argüía que Wagner no se preocupaba por
Franz Liszt, citado en Stnink (editor); Somee Readings in Music Histor^, p. 852.
Que estos puntos de vista afectaron al concepto de la idea de la música queda eviden-
ciado por el artículo «Sonata», de Hubert Patry, en la segunda edición del Grove’s Dic-
tionary o f Music and Musicians (1904-1910): «No existe ningún salto sobre un abismo
hasta un continente nuevo, ni hay una sima en.parte alguna, sino que hay continuidad
y antecedentes inevitables para cada consecuente» (4:507).
La forma adjetivada del vocablo inglés craft (craftsman =' artesano; artífice),
crafty, ha adquirido connotaciones peyorativas relacionadas con las nociones de ardid o
duplicidad. (N . del T : En español, «artificio» tiene las cormotaciones de «disimulo, cau-
tela, doblez» [acepción 4 del término en el Diccionario de la R eal Academ ia Española,
21 .' edición]).
De Jaucourt; Encychpédie..., citado en Le Huray y Day, p. 65. La idea de que los
genios innovan al quebrantar las reglas mientras que los compositores menores acatan
las normas estilísticas 2>a llevado a la creencia de que la esencia de un estilo h a de
hallarse en la obra de maestros menores. Aunque este punto de vista resultaba atracti-
vo para la Academia porque hizo que la investigación de la obra de los maestros m eno-
res pareciera especialmente significativa, mis propios estudios (que aparecen en parte en
los capítulos que siguen) sugieren que es erróneo. So n los compositores importantes
quienes explotan de manera más efectiva — y por tanto representan— las constriccio-
nes de un estilo.
Desde este punto de vista, el impresionismo se puede considerar una etapa tardía
del realismo en el que el ojo imparcial del artista captura solamente lo que ve, no lo que
la m ente con prejuicios conoce.
En el Discurso sobre la desigualdad, Rousseau señalaba que intentaba leer la histo^
ria de la humanidad «en la naturaleza, que nunca miente» (citado en Cassirer: Rousse^'
au, Kant, Goethe, p. 24 ). Y como nunca puede engañar, quienes están inexorablemente
entregados a la naturaleza rara vez son ocurrentes o graciosos.
La forma primordial de mentir es con el lenguaje. Por supuesto que se puede en-
ganar usando otros signos convencionales, gestuales, por ejemplo sonriendo pese al de-
sagrado. Pero el lenguaje es el medio más conocido y con más éxito para el engaño. Y
acaso en parte sea éste el motivo, así como los señalados anteriormente, de que lo vie-
ran con tanto recelo los románticos. Por el contrario, la música pudo convertirse en el
arte ejemplar del rqmanticismo en parte por su incapcidad para mentir.
Joseph Featherstone hace la distinción «entre las variedades del bajo y alto ro-
manticismo. El bajo romanticismo exalta lo intuitivo y desdeña la racionalidad. El alto
romanticismo, por Ofra parte, es una búsqueda de un equilibrio bien mediado entre ra-
zón y sentimiento» («Rousseau and Modernity», p. 177). Rousseau no dotó a los niños
de una presciencia especial. «Fueron Wordsworth y los románticos posteriores (muchos
de ellos eran más bajorrománticos que Wordsworth) quienes dieron el paso radical de
hablar como si el niño fuese ya un filósofo» (ibíd., p. 178). T al -vez todas las ideologías
com iencen como una versión «alta» de un concepto y van bajando, convirtiéndose en
parte del chismorreo cultural.
2 6 8 EL ESTILO EN LA MUSICA
La cultura... de ningún modo es siempre un verdadero de-
sarrollo de la naturaleza; y, en este sentido, es bastante posi-'
ble que un hombre educado esté por debajo de un niño. En el
Evangelio se dice de los niños que de ellos será el reino de
Dios; ésta es una gran verdad. La franqueza total, la sinceri-
dad y la veracidad son los rasgos más nobles del carácter hu-
mano. Pero la educación, así como las circunstancias de la
vida, generalmente hacen que un hombre sea más o menos
mezquino, calculador, falso o engañoso; en cambio un niño se
nos presenta con sus virtudes y sus defectos, un espécimen
nuevo y virgen salido de las manos de la naturaleza"'^.
rg:
On Puricy in Música/ Art, pp. 6 6 '6 7 .
La conexión de la inocencia infantil con la divinidad no es desde luego una idea
nueva. Lo importante para la historia es su reproducción más frecuente y la red ideo-
lógica cambiada en la que está imbricada: sus conexiones co n la naturaleza, la acontex-
cualidad y el igualitarismo.
í
EL ROMANTICISMO: LA IDEOLOGÍA DE LOS IGUALITARIOS EUTISTAS 2 6 9
t
.1
V 'V
2 7 0 EL ESTILO EN LA MÚSICA
«el corazón lleno/en profusos esfuerzos de arte no premeditado».
O, dicho de forma más prosaica, según Schilling:
5
Lo que garantiza la verdad y la belleza del arte es la espontanei-
dad natural e inmediata del sentimiento que lo genera. El arte debe
ser natural, como un hombre «cuyos gestos,“movimientos y habla es-,
tán gobernados con sinceridad y espontaneidad perfectas, sin referen-
cia a ningún sistema de conducta adquirido»^®. Haciéndose eco de es-
tos sentimientos, Wagner escribió: «El intelecto combinador no debe
tener nada que ver con la obra de arte teatral. En el teatro debemos
conocer a través del sentimiento... Sin embargo, este sentimiento se
vuelve inteligible para sí sólo a través de sí; no entiende ningún idio-
ma que no sea el suyo propio»®^. El contraste entre estos puntos de
vista y la actitud de la. estética neoclásica difícilmente podría ser más
chocante. Tomemos un hnico ejemplo: en su prólogo a AH for Love,
una obra teatral basada en la historia de Marco Antonio y Cleopatra,
Dryden escribió: «Lo que hacía falta para elevar la compasión a cotas
más altas no me lo proporcionaba la historia, porque los crímenes de
amor cometidos por ambos no fueron ocasionados por necesidad al-
guna, ni por una ignorancia fatal, sino que eran totalmente volunta-
rios, pues las pasiones están — o debieran estar— bajo nuestro control»^^.
La afirmación romántica de la primacía de la inspiración inconscien-
te y espontánea que brota de la emoción individual y la negación y
denigración concom itante de las demandas de la conciencia dan
como fruto una dicotomía curiosa, casi paradójica, entre el acto crea-
tivo y el objeto estético. Porque aunque la razón no juega práctica-
mente ningún papel en la creación inspirada, las relaciones aprecia-
das en las obras de arte resultan de lo inevitable y de la lógica interna
del desarrollo orgánico®^.
Las referencias al «fuego creativo divino» y a la «visión proféti-
ca» del compositor en la cita de Schilling llaman la atención sobre
una faceta del romanticismo a la que se ha aludido anteriormente: la
devoción reverencial por el arte y la adoración correlativa del artista
creativo, tanto el compositor como el intérprete®*. «El contenido de
2 7 2 EL ESTILO EN LA MÚSICA
la música es, pues, un mundo rico, un mundo del alma viva y del po-
der misterioso de la vida natural divina»®^ Y Liszt cita a Manzoni, de
quien dice que «define el genio como una “impronta más fuerte de la
divinidad”»®^. La relación es recíproca: no sólo se consideraba a los
artistas como dioses en su creación, sino que se decía de Dios que era
artístico en la suya. Así, Scbiller se refiere a «la obra del Artista Di-
vino»^^. Y, así como Dios es adorado por el misterio de su creación en
toda su multiplicidad, los artistas también debieran ser reverenciados
en el asombro de la suya^. El aura religiosa que rodeaba la creación
artística estaba en consonancia con el romanticismo porque, al igual
que la creación de Dios, no era mediata ni estaba gravada por doctri-
nas previas o constricciones establecidas.
Libres de las constricciones inventadas por los hombres, los ge-
nios son innovadores naturales (los «W alter» — no los «Beckmes-
ser»— del mundo)^^ Y esta proclividad innata fue fomentada por
una ideología que no sólo primaba la originalidad y el cambio sino
que valoraba en mucho la expresión individual. Estos puntos de vista
y valores tendían a fomentar la floreciente diversidad que ha sido una
característica de la cultura occidental durante los últimos 200 anos
más o menos. Por último, como hay innumerables maneras de evitar
las luces, la vestimenta especial de los intérpretes, el silencio reverente que se instala
cuando el director levanta la batuta, la atención devota que se espera de los espectador
res. Este comportamiento también sirvió para realzar la creencia en el valor y la serie-
dad de la experiencia estética. E l desarrollo de un comportamiento devoto y reverente
en la sala de conciertos, que fue un síntoma de cambio ideológico, se com enta en W e-
ber: «Leamed and General Musical Taste».
Krüger, E.: «Hegels Philosophie der Musik» (1 8 4 2 ), citado en Le Huray y Day,
página 533.
La Mara: Letters o f Franz Liszt 1:152.
Lovejoy: Great Chain o f Bemg, p. 299.
^ Extenderé la analogía con una pizca de ironía: las salas de libros raros se co n -
vierten en los relicarios de los estudiosos contemporáneos, y los esbozos, manuscritos y
cartas actúan como reliquias santas de lo que Brahms llamó «la sagrada memc«ia de los
grandes músicos» (citado en Brodbeck: «Brabms as Editor and Composer», p. 16).
Com o ocurre tantas veces con los principios de una ideología, este punto de vis-
ta parece incompatible con la noción de que los genios subvierten las reglas y se mofan
de la convención, ya que, para empezar, el genio realmente ingenuo e inocente — una
suerte de Sigfrido artístico— supuestamente nunca tuvo (no aprendió) ninguna cons-
tricción. Por otra parte, al menos en las ciencias naturales, parece haber una relación
entre ingenuidad y originalidad. Véase mi ensayo «C oncem ing th e Sciences».
Visto así, el pluralismo de la música del siglo XX es en gran medida una conse-
cuencia de las diversas estrategias ideadas para evitar o disfrazar la convención.
Oreat Chain o f Being, cap. 10.
® M .,p.306.
® «Preface to Cromwelí», p. 358,
Grcat Chain of Being, p. 306.
2 7 4 EL ESTILO EN LA MÚSICA
lo general antes del final del siglo X V lll), la diversidad parece ser re-
ducida. La taxonomía subvierte la diversidad (y con ello la plenitud),
porque agrupar las plantas y animales, los seres humanos o las obras
de arte en clases — y esas clases en órdenes de más alto nivel— im-
plica hacer hincapié en los rasgos que son compartidos y desestimar
lo que sea peculiar o idiosincrásico de un fenómeno. Dicho de modo
más fuerte: las taxonomías y teorías tienen como meta la reducción
de la diversidad existencial mediante la subsunción de casos particu-
lares bajo un principio general.
Por el contrario, cuando se niega la relevancia de las jerarquías y
taxonomías, como pasó en el romanticismo, la atención se dirige sin
querer hacia lo individual de los fenómenos^L De ese modo, se repu-
diaban las jerarquías y clases no sólo a causa de sus conexiones polí-
ticas con el antiguo régimen, sino porque la ideología se interesaba a
fondo por lo que era particular de cada fenómeno, ya fuera un ser hu-
mano, una emoción, un paisaje o una obra de arte. En ausencia de
clases y jerarquías, todos los fenómenos coexisten en una suerte de es-
pacio cognitivo unidimensional y, en consecuencia, la impresión de
diversidad y plenitud queda muy realzada. Expresado sucintamente,
incluso si la totalidad de los fenómenos existentes hubiese permane-
cido constante, el sentido de la diversidad, sin la mitigación de la ta-
xonomía, habría parecido mayor^^.
La depreciación de los géneros fue otro corolario de la denigra-
ción de las clases y jerarquías, porque los géneros son tipos de clases.
(W . S. Gilbert: Patience)
2 7 8 EL ESTILO EN LA MÜSICA
nos, y a su muerte no dejó más que seis mil francos en deu-
das; lo mismo ocurre con muchos otros. S i miramos fuera
del ámbito de la música, por ejemplo en la poesía, vemos a
Shakespeare, cansado de la tibieza de sus contemporáneos;
vemos a Cervantes tullido y pobre; a Tasso también lo halla-
mos pobre y muriéndose tras perder el juicio a causa del or-
gullo herido y el amor, en una cárcel^h
2 8 0 EL ESTILO EN LA MÚSICA
Antes de considerar la encamación del romanticismo en las obras
de arte, algunas salvedades y distinciones pueden ayudar a poner mi
posición en perspectiva. En primer lugar, las sociedades del siglo XIX
no eran igualitarias dé hecho; su comportamiento para con las mujeres
y las minorías étnicas evidencia esto de modo enfático. Sin embargo,
la mayoría de los miembros de la poderosa clase media profesaban y
valoraban el ideal de la igualdad de oportunidades, aun teconociendo
difetencias en la capacidad inherente®®. En segundo lugar, no habría
que minimizar los deseos de distinción, posición y privilegio. Los ar-
tistas querían ser diferentes y especiales, y sus demandas de singulari-
dad estaban respaldadas tanto por los misterios de la creación musical
como por la mítica oposición de los filisteos. Pero aunque desdeñasen
a la clase media y se mofasen de ella, los artistas del siglo XIX creaban
para la misma, representando temas, simbolizando creencias y defen-
diendo valores que estaban en consonancia con los de los igualitarios
elitistas.
Resulta difícil no darse cuenta de que el conflicto entre las demandas de la igual-
dad de oportunidades y las de la capacidad inherente sigue muy presente entre nosotros.
Obsérvese que las obras de ane se convierten en canónicas —son repetidas y re-
producidas en antologías y en los currículos escolares— no únicamente por sus cualida-
des estéticas, sino porque están en consonancia con la ideología de la élite reinante.
t a c u e l s d:B A p ’S B S
S ib íio c e tC it
bodegones y las escenas representando gente corriente ocupada en
quehaceres cotidianos eran reproducidos frecuentemente. Por el con-
trario, los temas mitológicos e históricos tendían a evitarse a menos
que fuesen familiares (por ejemplo, héroes nacionales o aconteci-
mientos muy conocidos) o simbolizasen los valores del romanticismo
(por ejemplo, escenas de las obras de Shakespeare). También en la
música había una tendencia a representar más frecuentemente los
fenómenos naturales. Pensemos, por ejemplo, en la Sinfonía «Pasto-
ral» de Beethoven, la «Escena en el campo» de Berlioz, los «Murmu-
llos del bosque» de Sigfrido, y El mar de Debussy. En la literatura,
abundan los ejemplos de poesía natural desde Wordsworth (y antes)
I:!"’ hasta el siglo XX. Aunque la actitud hacia la naturaleza y el hincapié
que se hacía en la misma eran nuevos, el hecho de representarla no
lo era.
Los temas que eran nuevos y más importantes para la propaga-
ción del romanticismo eran aquellos que rodeaban el acontextualis-
mo y el igualitarismo. Pero en el arte, estos temas debían encamarse
en la acción representada y no en el aserto o argumento filosófico.
Comencemos con Parsifal de Wagner, que sorprendentemente
simboliza muchos de los temas del acontextualismo. Se desconoce la
ascendencia del héroe; en consecuencia, el linaje y la clase son irre-
levantes para su logro’*^. Es al mismo tiempo bueno por naturaleza y
está desprovisto de aprendizaje y de malicia: un ingenuo producto de
la naturaleza. Su adversario, el villano Klingsor, es un mago envidio-
so que maquina un mundo artificial, un espurio jardín de los placeres,
y obliga a Kundry (básicamente buena, pero caída en desgracia) a
tentar a nuestro héroe y provocar su desgracia y caída. Pero la virtud
innata triunfa sobre la falsedad y la corrupción de la sociedad mun-
dana y el verdadero orden social de los caballeros del griai es salvado
por la pureza de la innocencia natural.
Estas simbolizaciones en absoluto son exclusivas del arte de la
cultura elevada. Las historias en las que un héroe de talento natural
2 8 2 EL ESTILO EN LA MUSICA
aunque ingenuo triunfa sobre adversarios privilegiados y sofisticados
se reproducían una y otra vez en la literatura popular del siglo xix'b
Por ejemplo, al igual que Parsifal, el héroe' de las historias de Hora-
tio Alger frecuentemente es un «niño callejero pobre y sin edu-
cación, a veces huérfano, más frecuentemente h ijo de una mujer
que ha enviudado». Y el villano «suele tener algún tipo de poder so-
bre el héroe... Cualquiera que sea su máscara, e l villano invariable-
mente trata de ejercer su autoridad tiránica sobre el héroe, y fraca-
sa»^^. En su camino al éxito, los héroes de estas historias suelen ser
sometidos a tentaciones; «Henry Ward Beecher y T . S. Arthur se re-
godean en los peligros de la extravagancia, la bebida y «las mujeres
raras». Con un detallismo sombrío pero ardoroso, casi amoroso, ex-
ponen la horrible degradación que aguarda al joven que avanza in-
cauto por el camino de rosas»^^. He aquí la descripción de la escapa-
da de las tentaciones de un humilde Kundry encarnado por Edwin
Fairbanks, el héroe de la novela de A- L. Stimson Easy Nat; or, the
T hree Apprentices... (1854): «Se rompió el hechizo, y Edwin pudo
desasirse de la sirena, quien lo había tenido sujeto durante algunos
minutos, desprovisto de autoconciencia ante el poder de su fasci-
nación» 94 La semejanza con Parsifal difícilmente podría ser más sor-
prendente^^.
Los autores de literatura popular tenían conocimiento de los va-
lores que abrazaban. La naturaleza era buena; las convenciones artifi-
ciales de la sociedad eran corruptoras. Según James Fenimore Cooper,
Natty Bumppo, el héroe de sus cuentos de Leatherstocking, estaba
«alejado de casi todas las tentaciones de la vida civilizada»®^. Y la
2 8 4 EL ESTILO EN LA MUSICA
sino de la magia de la naturaleza: la conciencia que emanaba de la
sangre de Fafher y de las revelaciones de un ave del bosque símbolo
de la unión de la naturaleza y el bosque. Pero sigue desprovisto de
malicia; esta inocencia, el poder de la naturaleza, es lo que le permi-
te romper la lanza de W otan y con ello su reinado de leyes y con-
venciones artificiales^*®. Dahlliaus apunta lo siguiente:
Más que inventar estos «temas» dramáticos, lo que hizo W agner fue reproducir-
los, aunque el disfrazarlos de mico fue en gran medida una invención suya. Pero — éste
es el punto crucial— sí que los eligió. Lo hizo porque en lo esencial estaba de acuerdo
con la ideología de sus espectadores. Discrepo de la visión de Shaw según la cual su
mensaje era revolucionario. El mensaje más bien refleja y respalda los valores y prejui-
cios de los igualitarios elitistas. Sigfrido era uno de ellos, no un anarquista.
Richard Wagner's Music Ehrarms, p. 91.
Citado en ibíd., p. 40.
Ibíd., p. 67.».
Aunque el amor está excluido de sus aventuras, y aunque monta un caballo
blanco en lugar de un cisne blanco, los orígenes del Llanero Solitario, la contrapartida
de Lohengrin en la cultura popular (luchando por la justicia en el Oeste en lugar de en
Brabante) son igualmente misteriosos: «¿Quién era ese hombre enmascarado?»
Dahlhaus: Richard Wagner's Music Dramas, pp. 49-50. Dahlhaus añade: «El Tris-
tán ha ido más allá de sus convenciones» (p. 5 2 ). Pero según la postura que estoy de-
2 8 6 EL ESTILO EN LA Mt/SICA
El propio Wagner reconoció este acontextualismo radical cuando
escribió que, como consecuencia del filtro de amor, «no había límites
al anhelo, el deseo, la dicha y la angustia del amor: el mundo, el po-
der, la fama, la gloria, el honor, la caballería, la lealtad, la amistad,
todo es barrido como la paja, como un sueño huero; sólo una cosa
permanence viva: anhelo, anhelo, deseo insaciable, siempre renacido
— languideciendo y sediento; la única liberación— muerte, extin-
ción, nunca más despertar» Y como todo esto es conocido en la
cultura popular, W . S. Gilbert puede hacer chistes con los extremos
del amor romántico. Cuando Bunthorne le pregunta a Paciencia:
«¿Tienes alguna vez anhelos?» [Do you ever yearn?], ésta responde,
con irónica inocencia: «Me gano la vida» [I eam my living].
Pese al igualitarismo del romanticismo, una nostalgia subrepticia
por las distinciones de clase y los privilegios está presente en la ideo-
logía decimonónica. Esto parece evidente en algunos célebres cuentos
populares («Cenicienta», «La princesa y el guisante», «La bella y la
bestia», etc.), así como en los argumentos de relatos populares en que
un niño de parentela desconocida demuestra ser de buena cuna (por
ejemplo, Ralph Rachstraw en H. M. S. Pinaforey^. Y en los Estados
Unidos, donde las distinciones de clase heredadas no existían, había
un «éxito» comparable cuando el protagonista se casaba con la hija
del jefe (como en los relatos de Horatio Alger) o, si la protagorrista
era mujer, se casaba con el jefe (como en True Con/essions)™. En po-
cas palabras, aunque el amor debiera ser puro y acontextual, es mejor
cuando la bestia resulta ser un príncipe apuesto o la luz que ilumina
la vida del héroe resulta ser la preciosa hija del jefe. Así, los ideales
del igualitarismo se reconcilian con los beneficios de la clase y el pri-
vilegio. ;
fendiendo, W agner repudia no sólo las convenciones del teatro sino también las con -
venciones de la sociedad. Nos presenta el acontextualismo en su forma más pura.
Citado en ibíd., p. 50.
Obsérvese que en épocas anteriores, cuando se descubría quiénes eran los padres
de un presunto huérfano (como en el caso de Fígaro o en las comedias de Shakespeare),
raras veces seguía ün cambio de clase social.
El anhelo de clase por parte de los norteamericanos queda patente tanto por el
gran interés que hay por las vidas y obras de la familia real británica como por la ten-
dencia que tienen las herederas norteamericanas a desposarse con europeos con título
nobiliario.
John í-íospets; «Philosophy o f A rt», en The New Encydopedia Britannica, 15.“ ed.
(Chicago, 1974), 2:49. Como la mayoría de los principios del romanticismo, la idea de
«el arte por el arte» se inicia en el siglo XVIK. Véase Woodmansee: «T he Interests in
Disinteredness».
Esthetics ofM usic, p. 54. Las citas dentro de la cita están tomadas de Hanslick;
The Beautiful in Music.
Art, p. 34.
2 8 8 EL ESTILO EN LA MÚSICA
po-
LA GLORIFICACION DE LA NATURALEZA:
EL ORG AN ICISM O
2 9 0 EL ESTILO EN LA MÚSICA
-S í'
vención La modernidad llegó a Occidente proclamando la vuelta
a la naturaleza. Fueron la apelación a la naturaleza y a la naturaleza
humana esencial, la recuperación de la desnudez, las que acabaron
por barrer con la tradición, los viejos roles, las formas patriarcales de
autoridad, las antiguas jerarquías del privilegio»*'®. La naturaleza ha-
cia la que se volvieron los románticos no era una naturaleza con un
ordenamiento fijo y jerárquico como antaño, sino una naturaleza de
cambio y crecimiento, de desarrollo y apertura. El concepto central
de esta visión romántica de la naturaleza era la metáfora del organi'
asm o.
Éste fue y tuvo que ser el caso, porque la elección es imposible sin constric-
ciones, ya sea en la sociedad o en el arte. Esta necesidad de constricciones llama la
atención sobre un punto interesante. S in minimizar de ningún modo el componente
político del gradualismo, hay que reconocer que el graduálismo en sí mismo está rela-
cionado con la elección. Porque, tal como se m encionó ¿n el capítulo 3 , es posible vi-
sualizar y elegir solamente si el mundo es estático o si se caracteriza por el cambio or-
denado (no revolucionario). Y tal vez sea en parte por esta razón que al envejecer las
personas y las revoluciones y al estar obligadas a realizar elecciones responsables y con-
secuentes, tienden a volverse más conservadoras.
Featherstone; «Rousseau and M odemity», p. 187.
V o n Schlegel, A . W .: O n D ram atk A rt and Literacure (1 8 0 9 -1 1 ), citado
en Abrams; The Mirror and the Lamp, p. 213. Que la formulación del organicismo de
Schlegel estaba muy extendida lo indica la paráfrasis que hace Coleridge de esta cita:
«La forma es m ecánica cuando en un material dado imprimimos una forma predetermi-
nada... En cambio, la forma orgánica es innata; adquiere forma al desarrollarse desde
dentro, y la plenitud de su desarrollo es una y la misma cosa que la perfección de su for-
ma exterior» (tomado de Shakespearean Critirísm, citado en Abrams, pp. 172-173).
Véase, por ejemplo, Nisbet: Social Change and Histary.
2 9 2 EL ESTILO EN LA MUSICA
cantos para conmoverlo y su juguetonería, sus bromas y sus juegos
para distraerla»’^'*. Tanto en la música como en el lenguaje, pues, la
gramática; la sintaxis, la retórica, la expresión gestual e incluso los es-
quemas formales — ^sobre todo al diferenciarse explícitamente y clasi-
ficarse, como se hacía en los siglos XVII y XVIU— se entendían como
algo aprendido y de significado convencional. Y, al igual que el len-
guaje, esas convenciones aprendidas estaban asociadas al linaje, la
clase y la autoridad jerárquica’^^. Así, el cambio del modelo del len-
guaje al modelo orgánico es a la vez un síntoma y una consecuencia
del rechazo de la convención y la clase comentado anteriormente’^®.
Tomado de Le Huray y Day, p. 33. A este respecto, véase Ratner: Ciossic Mu-
sió, puntos 1 y 2. Los puntos de vista de André evidentemente están lejos de los de los
románticos. Y la referencia a la juguetonena, las bromas y los juegos es especialmente
reveladora, dado que estas fecetas del comportamiento humano tienen una dependencia
íntima del entendimiento compartido de las convenciones. La falta de lo ingenioso y lo
cómico en gran parte de la música del siglo XIX es prácticamente un corolario del repu-
dio a la convención. (T al vez tenga que ver también con la valoración romántica de la
transformación gradual frente al contraste abrupto que caracteriza a lo cóm ico.) D icho
en términos relativos: en la medida en que la música del siglo XIX es juguetona o inge-
niosa, la naturaleza se ha rendido ante la convención.
A l ex am in ar los escritos d e los estetas y los teó rico s desde co m ieiu o s del siglo
XVIII hasta m ediados del XIX (m ás o m en o s), hay im cam b io c h o ca n te e n los fundam en-
tos usados para justificar las afirm acion es sobre el arte y la m úsica, u n cam b io desde la
autoridad de los antiguos y la Biblia h asta la d irecta y democrática «observación » de la
naturaleza.
No pretendo sugerir que se abandonó la idea de que la música está emparenta-
da con el lenguaje; en ambos modelos se hacía hincapié en la expresión individual, que,
como hemos visto, se suponía que era una consecuencia natural y espontánea del senti-
miento humano. Véase la cita de la «Oda a una alondra» de Shelley presentada ante-
riormente.
Obsérvese que el recurso a la lingüística por parte de algunos teóricos musicales
contemporáneos no implica una vuelta al modelo del lenguaje imperante en los siglos
XVII y XVIII, porque el modelo lingüístico postula la existencia de una base «profunda» y
(presuntamente) natural del lenguaje, en vez de una base convencional. Por este moti-
vo, es al menos tanto un síntoma de la continuación del romanticismo como del neo-
cartesianismo, como pretenden sus partidarios.
Es importante diferenciar entre la teoría estética y la práctica musical. Aunque el
romanticismo exaltaba la música instrumental y rechazaba el modelo del lenguaje, en la
práctica no hubo ningua «ruptura decisiva entre la música y el lenguaje», como sugiere
Rose Rosengard Subotnik.(«Cultural Message o f Musical Semiology», p. 7 47). Por su-
puesto que cayó algo la producción de música coral, pero esto tuvo más que ver, creo
yo, con cambios en el mecenzago que con cambios en los modelos. El Ued (desde Schu-
bert hasta Schoenberg) floreció, al igual que la ópera en Italia, Alem ania y Francia.
Esto no pretende sugerir que la relación compositiva entre tonos y textos permaneciera
2 9 6 EL ESTILO EN LA MÚSICA
El correlato de la unidad orgánica y la necesidad era la creencia
de que la economía es un valor estético importante. A l igual que se
pensaba que la naturaleza era económica'^^, así también lo era el
arte^^^. Porque, cuando cada relación nace de una única idea germi-
nal, nada se desperdicia'^^. A l igual que el cambio gradual y evoluti-
vo, la comprensión acontextual, la n oción de econom ía artística
tenía un atractivo patente para la clase media «levantada y acti-
A■ va»*^®. Celebrada en cuentos y poemas como «El alfiler», del libro de
i' Ann Taylor, Hymns for Infant Minds (1810), la valoración de la eco-
nomía era una banalidad intelectual para alimento de los jóvenes: «El
desperdicio consentido, podéis estar seguros,/Trae, casi siempre, la
necesidad más deplorable»'^^. La economía significaba que, en térmi-
nos generales, todo lo que se entendiese como meramente ornamen-
tal era despreciado porque carecía de necesidad interna, porque pare-
í* ■
||- cía un añadido arbitrario y antieconóm ico para el despliegue del
i!' proceso germinal inherente. Y el descenso general en el empleo de
f J
pretar ese texto. No obstante, tal vez quepa mencionar que los compositores a menudo
parecen haber estado menos preocupados por la necesidad (orgánica) interna de lo que
lo estaban los críticos y teóricos: Beethoven parecía bastante, poco preocupado por la
:i.
unidad y necesidad interna de, pongamos por caso, la Son ata «Hammerklavier»; y las
arias de Mozart estaban influidas por las necesidades de los cantantes (véanse las notas
i 39 y 40 del capítulo S).
."í 1 Sea el que sea el caso en el arte, la noción de que la naturaleza es económica
era sin duda una fantasía pata satisfacer los deseos de los igualitarios elitistas. A fin de
cuentas, ¿puede haber mayor despilfarro que emplear m illones de espermatozoides para
fecundar un solo óvulo?
N o pretendo dar a entender que la economía en 'el arte no sea importante, por-
que claramente sirve a la constricción cognitiva central de la memoria.
La valoración de la economía, junto con la denigración de las jerarquías, lleva
a la visión de que absolutamente todo cuenta (nada se desperdicia) y vale lo mismo (no
es una valoración jerárquica). Esta perspectiva en último térm ino lleva a la visión ffeu-
diana del inconsciente, en el que todo es significativo (los lapsus linguae, las lagunas de
la memoria, los sueños, etc.), y al serialismo estricto, en el que cada nota cuenta (¡y es
contada!), de forma que nada es superfino o redundante, y el análisis cortsiste en de-
mostrar la economía y la necesidad de la estructura de timbres de las composiciones.
A este respecto, véase Levy: «Covert and Casual Valúes», pp. 7 a 13.
La expresión «levantada y activa» [up and domgj es del «Salm o a la vida» de
Longfellow, que es una destilación virtual de los valores de los igualitarios elitistas ro-
mánticos. Los versos podrían traducirse como «Estemos, pues, levantados y activos,/Y el
corazón que acepte su destino».
’’’ Bartlecc's Familiar Quotations, p. 546a.
Claro que hay notables excepciones, por ejem plo en la música de C hopin
(ejemplo 8.12) y Schum ann (ejemplo 8.23b). Pero, como indican las repeticiones se-
cuenciales de los ejemplos, estos «ornamentos» ya n o son ornamentales; tienen signifi-
cación como temas. Como ocurre casi sieir^pre, una conjunción de circunstancias fue
responsable del descenso en el uso de ornamentos. U n a circunstancia importante fue el
debilitamiento de las constricciones sintácticas, ya que los ornamentos son inteligibles
en la música no referencial sólo cuando hay una diferenciación funcional entre los to-
nos estructurales y los.no estructurales.
*''' Logic o fU fe, p. 74.
Hacer que los principios subyacentes sean más importantes (de algún modo más
«reales») que los rasgo^ superficiales que conforman significativamente la experiencia es
com eter la falacia genética: confundir la génesis de un fenóm eno con su actualidad
existente. Es casi como confundir el conocim iento de la molécula de ADN que da for-
ma y color a los narcisos con nuestra experiencia de estas flores, «volteando la cabeza
en una danza animosa». Hay un comentario sobre este aspecto del organicismo en la
critica literaria contemporánea en Sm ith; «Surfacing from the Deep», en On the M ar-
gins o f Discourse.
;x 98 el
es t i l o
e n La
MOSICA
remos, afectados por esta vertiente del romanticismo. En la composi-
ción, las consecuencias finales fueron métodos como los de la música
serial y estadística, en las que la «semilla» precompositiva era explí-
cita y conscientem ente inventada: un resultado irónico para una
ideología que valoraba particularmente la inspiración inconsciente y
espontánea. La misma vertiente ideológica fue responsable, al menos
en parte, del carácter de exégesis de una buena cantidad de teoría y
crítica musical. Porque si los principios que rigen las relaciones en la
música yacen ocultos detrás de rasgos superficiales menos importan-
tes, se convierte en tarea del teórico y crítico revelar esta esencia in-
terna, ya sea un Ursatz schenkeriano, un germen temático o una se-
rie de Fibonacci. De este modo, los teóricos y críticos vienen a
equipararse a los teólogos o visionarios que interpretan el mensaje, de
inspiración divina, del creador.
Es pertinente observar de pasada que la búsqueda — y la impor-
tancia que se les otorga— de los procesos y principios subyacentes era
(y sigue siendo) significativamente consecuencia de la necesidad de
estabilizar el mundo «conceptual o del comportamiento» en aras
de visualizar y elegir. Esta necesidad llegó a ser especialmente acu-
ciante debido a la presencia de un cambio cultural rápido y radical a
partir de mediados del siglo XVIII. Se necesitaban formas de reducir el
número de clases de cambios característicos del mundo fenoménico.
Esto es lo que buscan proporcionar las estructuras profundas, ya sean
lingüísticas, psicológicas o musicales. En principio, cuanto más cam-
bia una cultura, mayor es la necesidad (más intensa es la búsqueda)
de conceptos y teorías que hagan posible esa visualización.
Además de ser graduales y necesarios, los procesos orgánicos se
concibieron como orientados a fines, una visión que también se incor-
poró a la teoría biológica del siglo XIX, como deja claro Franfois Jacob:,
Ibíd., p. 89. Esto llama la atención sobre una posible conexión entre el organi-
cismo ,y el formalismo. Porque si una obra de arte verdadera — es decir, orgánica—
«contiene la razón de su propia existencia en sí misma», entonces, como gustaban de
argüir mis amigos formalistas de la Universidad de Chicago, una obra de arte puede (y
desde luego debe) ser entendida «en sus propios términos».
Great Chain o f Bemg, p. 244.
3 0 0 EL ESTILO EN LA MÚSICA
nudo duda de si debe colocarse al margen, como un ser dis-
tintivo, del carácter común''*®.
Von Schlegel, F.: Kritische Schriften, citado en Le Huray y Day, pp. 246-247.
Obsérvese la derogación de los «principios acordados», es decir, de las convenciones.
Styk and Idea, p. 26.
3 0 2 EL ESTILO EN LA MÚSICA
una posibilidad sólo en tanto que la potencia de Devenir impida el
acto de Ser'^‘.
Devenir es un proceso continuo, por incrementos e inacabado sin
articulaciones claras o discontinuidades significativas. En lugar de lo
que rechaza como las relaciones artificiales y mecánicas parte/todo de
las estructuras sintácticas, la «teoría» romántica pone lo que cabría
llamar estructuras emergentes, las cuales, como veremos, recalcan el
desarrollo temático y los procesos estadísticos. Aunque significativa-
mente sea cuestión de énfasis, ya que la sintaxis invariablemente sub-
yace a la estructura emergente en la música romántica, la distinción
entre estas clases de organización viene a ser un poco como sigue.
En una estructura sintáctica, definida con mayor o menor clari-
dad, las unidades formales separadas de niveles jerárquicos más bajos
se combinan entre sí, normalmente dentro de un proceso, para for-
mar entidades formales más amplias y extensas. Esta combinación de
unidades continúa hasta alcanzar el nivel más alto que se esté consi-
derando. La organización de estas estructuras depende de los criterios
de cierre provistos por la sintaxis. Y aunque el proceso crea coheren-
cia en cada nivel de la jerarquía estmctural, las constricciones que ri-
gen los procesos organizativos tienden a cambiar de un nivel a otro.
(Volviendo al lenguaje, en aras de la claridad, los principios que rigen
la organización de frases son algo diferente de los que estructuran los
párrafos, y los que estructuran los párrafos no son idénticos a los que
dan forma a los capítulos, y así sucesivamente, hasta alcanzar el nivel
previsto.) Esto es lo que he llamado discontinuidad jerárquica^^^. La
unidad de estas estructuras sintácticas no depende primordialmente
de relaciones de similitud, sino de la subsunción. En consecuencia, las
diferencias y contrastes de trama, función y Expresión se pueden en-
tender como relaciones reales y consecuentes porque los hechos de
niveles inferiores se pueden subsumir dentro de hechos de niveles su-
periores.
Las estructuras emergentes, por otra parte, se caracterizan por el
desarrollo continuo, sin fisuras. Se hace hincapié en la movilidad y la
3 0 4 EL ESTILO EN LA MÚSICA
reflexión, el arte no obstante tiene una existencia no deter-
minada por la intención del hombre, cuyas etapas sucesivas
siguen un curso independiente de sus decisiones y prediccio-
nes. Existe y florece de maneras diversas y conforme a condi-
ciones básicas cuyo origen interno permanece igual de oculto
que la fuerza que mantiene al mundo en su rumbo y, al igual
que el mundo, es impelida hacia una meta final no predicha
y no predecible, en transformaciones perpetuas que no se
pueden someter a ningún poder etemo^^'*.
L a unidad
3 0 6 EL ESTILO EN LA MÚSICA
dad^^®. Como resultado, la base de la coherencia y de la unidad
se convirtió en una cuestión candente: ¿Cómo unos temas dispares íiS
e individualizados, unos modos de organización diversos y unos con- íi
trastes de expresión — intensificados todos por la valoración de la ori-
ginalidad— podían formar un todo orgánico? ¿De qué forma las
diversas partes de un conjunto de piezas para piano o los diferentes
movimientos de una sinfonía u obra de cámara constituían una com-
posición cohesionada?*^^.
El problema era especialmente agudo en la estética de la música.
En la literatura, el debilitamiento significativo de las constricciones
sintácticas y la organización jerárquica nunca fueron opciones real-
mente viables y en las artes visuales, al menos hasta el siglo XX, la co-
herencia dependía significativamente de lo icónico. En ambos ámbi-
tos, la representación de la naturaleza humana y física — a menudo
disfrazando la convención con exotismos históricos o étnicos— juga-
ba un papel importante en la creación de unidad artística. Pero en la
música instrumental, la «unidad a través de la representación» no era
una posibilidad, salvo en la música programática, claro está. Y no es
implausible argüir que la música programática floreció en el siglo XIX
en parte porque el empleo de un programa era una forma de estable-
cer la coherencia y especialmente porque daba cuenta de la yuxta-
posición y sucesión de diferencias palpables de humor, connotacio-
nes, etc.*^®.
En la música instrumental «pura», las estrategias elegidas por los h:
a
compositores para crear unidad respondían a los principios del ro-
manticismo. Una de las estrategias más importantes implicaba la
creación de coherencia a través de la similitud, normalmente motí-
vica o temática. Dado que eran.similares eij aspectos significativos
o se derivaban de una fuente (semilla) cornún, modelos aparente-
mente dispares podían entenderse como formando una composición
Desde este punto de vista, toda la historia de la música desde por ejemplo Bet-
liox hasta Boulez se puede entender como una historia en la que la pertenencia no fun-
cional a ima clase ,,va adquiriendo cada vez mayor importancia, pata acabar en el seria-
lismo, la teoría de conjuntos y las composiciones que surgen de ellas. De este modo, en
el análisis de mucha música contemporánea, la «clase tímbrica» de un tono es más im-
portante que su función.
Este énfasis nos sigue acompañando hoy en día, no sólo en los escritos de Ru-
dolph Reti y sus seguidores, sino, en la medida en que tienen alguna relevancia pata la
percepción, también en la teoría serial y la teoría de conjuntos.
3 0 8 EL ESTILO EN LA MUSICA
mer tutti, «todos los demás pasajes se extraen del tema principal, y de
este modo la composición obtiene esa unidad característica que la dis-
tingue tan elevadamente»*^'.
Dado que no se estructuran sintácticamente, las relaciones de si-
militud son sincrónicas. En consecuencia, el orden temporal es teóri-
camente irrelevante. Sin embargo, nuestra experiencia de las simili-
tudes motívicas invariablemente tiene que ver con la ordenación
temporal. Y, aunque la relación entre un motivo y sus variantes se
pueda describir en términos «objetivos», la ordenación diacrónica de
estas variantes era y sigue siendo más difícil de explicar'®. Desde lue-
go la práctica totalidad de las explicaciones diacrónicas de la varia-
ción motívica son metafóricas o analógicas'®. De este modo, y com-
plementando la visión de la unidad básicamente sincrónica citada
anteriormente, Czemy propone una metáfora esencialmente narrativa
para dar cuenta de la-unidad diacrónica;
31 0 EL ESTILO EN LA MÚSICA
admiración. Disfrutamos de aquellas cosas que son buenas o
bellas sin más en la naturaleza; son placenteras o edificantes;
■crean una impresión lo suficientemente tranquila para que las
disfrutemos sin turbación. Lo sublime, en cambio, obra sobre
nosotros a martillazos; nos arrebata y nos sobrecoge irresisti-
blemente^®.
3 1 2 EL ESTILO EN LA MÚSICA
tivas por la mediación de la ideología, en ocasiones las circuntancias
sociales afectaban al cambio estilístico de modo más directo. Las más
importantes entre estas circunstancias eran los cambios en el carácter
del público de la música.
Esto tal vez explique en parte la tendencia a tocar las obras corales de la época
barroca con efectivos más amplios que los exigidos por su composición. Com o rae indi-
có Ruth A . Solie (en privado), se empleabair grandes efectivos en paree debido al enor-
me número de cantantes en los grupos corales aficionados que representaban esas obras
en el siglo XIX. Y, cuando nos da la vena cínica, cabe sospechar que el éxito de la repo-
sición de la Pasión de Bach por Mendeissohn se debió en parte a su roonumentalidad.
3 1 4 EL ESTILO EN LA MÚSICA
ble de igualitarios elitistas, se podía, sin temor a exagerar, parafrasear
una antigua rima:
3 1 6 EL ESTILO EN LA MUSICA
secciones y al mismo tiempo realzar su integridad es a través de la di-
ferenciación tonal; el aumento en el número y la variedad de áreas
tonales empleadas en la música del siglo X IX es fruto no sólo de la va-
loración de la innovación, sino también del hecho de la magnitud.
En segundo lugar, cuando estas secciones se combinan entre sí para
convertirse en estructuras de nivel más alto, hay una tendencia a que
las formas se vuelvan tripartitas o — algo que acaso ocurre con mayor
frecuencia— a que funcionen como elementos de la forma acumula-
tiva y estadística que es característica de mucha música romántica. Lo
que estoy sugiriendo — y hace falta un estudio mucho más cuidadoso
para confirmar estas especulaciones— es que muchos de los cambios
en las organizaciones formales y tonales de la música del siglo X IX re-
miten al aumento en el tamaño de las composiciones y, a través de
ello, a los cambios en el público y en la ideología.
,3 1 8 EL ESTILO EN LA MÚSICA
danos no son apropiados para servir de base a jerarquías articuladas,
sino sólo para las continuas y emergentes. Consideraremos algunas de
las consecuencias compositivas o estilísticas de estas diferencias a con-
tinuación. Sin embargo, en el presente contexto el punto crucial es
éste; la sintaxis de la música tonal, como otras clases de sintaxis, está
regida por reglas, es aprendida y convencional. Por otra parte, los pará-
metros estadísticos secundarios parecen capaces de dar forma a la expe-
riencia con una dependencia mínima de las reglas y convenciones
aprendidas. Aun en ausencia de una estructuración sintáctica, los to-
nos progresivamente elevados, la dinámica cada vez más voluminosa,
los movimientos más rápidos y el aumento en el número de hilos de
textura realzan la agitación y la intensidad; por el contrario, los tonos
descendentes, la dinámica más suave, los movimientos más lentos, etc.,
llevan a la relajación, el reposo y el cese.
No pretendo dar a entender que los oyentes corrientes no com-
prendieran los rudimentos de la sintaxis y la forma; la mayoría de los
oyentes probablemente comprendían cómo funcionaban las progre-
siones cadencíales, sabían cuándo las melodías alcanzaban el cierre ’y
podían experimentar los efectos más amplios de las relaciones de es-
tabilidad e inestabilidad. Pero para muchos oyentes, el poder del so-
nido sin más — al dilatarse lentamente la música en ondas de inten-
sidad creciente, culminando en un clímax estadístico o en un
altiplano apoteótico, para luego declinar rápidamente hacia el cese y
el silencio— conformaba «naturalmente» la experiencia en un senti-
do muy real. Citemos un ejemplo puro, aun cuando sea relativamen-
te reciente: hace falta solamente un grado muy básico de sofisticación
musical para comprender los procesos de culminación creados por la
dinámica, la orquestación, la textura y sonoridad, el ritmo de activi-
dad, etc., del Bolero de Ravel. En resumidas cuentas, sin menoscabo
alguno de los muchos clímax estadísticos exquisitamente compuestos
de la música del siglo XIX, parece razonable argüir que se eligieron ta-
les medios y se reprodujeron modelos similares no sólo por estar en
consonancia con los valores del romanticismo y sus partidarios elitis-
tas, sino porque la música resultante podía ser apreciada por los
miembros menos sofisticados del público, es decir, porque dicha mú-
sica era igualitaria^®^;
E s c u e la cíe A r 's e a
A l avanzar el siglo X IX , las funciones de los parámetros secunda-
rios — los medios «naturales» de la música— se volvieron cada vez
más importantes con respecto a los parámetros primarios, sintácticos,
en la conformación del proceso y la estructura musical. Uno de los
síntomas de esta tendencia es el aumento tanto de la frecuencia de
los signos de notación relacionados con los parámetros secundarios
(marcas de dinámica y tempo, timbres y modos de ejecución especia-
les — ^pizzicato, con sordina, sul ponticello— y marcas expresivas ta-
les como TTiorendo y granoso) como de su amplitud (dinámicas y tem-
pos más extremos, una gama mayor de timbres y sonoridades, etc.)^®^.
El lenguaje corriente también respalda la conexión entre el énfa-
sis en los parámetros secundarios y el romanticismo. Lo que se acos-
tumbra a caracterizar como una «.ejecución romántica» de una pieza
(sea del estilo que sea) suele ser aquella que hace hincapié en el pa-
pel de los parámetros secundarios en la delineación del proceso, la
forma y el afecto. Y parece probable que el estilo de ejecución «ro-
mántico» fuera más que una cuestión de gusto; era una cuestión de
ideología, por otro. Fijémonos primero en la ideología. Los virtuosos eran bien recibidos
en el panteón de los elegidos estéticos porque sus habilidades, como las del genio, se
consideraban fruto de un don rtatutal más que del aprendizaje privilegiado. La impor-
tancia ideológica del don natural también explica el enorme interés por las proezas de
los niños prodigio. De este modo, los logros de los virtuosos eran compatibles con los
ideales del igualitarismo. C on respecto a la sofisticación del público, sin negar el atrac-
tivo peretme de la capacidad de ejecución incomparable, parece evidente que los rela-
tivamente poco iniciados pueden ser cautivados por asombrosas proezas de agilidad ins-
trumental, casi del mismo modo en que se dejan embelesar por prodigiosas proezas de
prestidigitación. Tales proezas son especialmente chocantes cuando hay algún punto de
referencia pata comparar. Esto quizá explique en parte la afición de los virtuosos y pú-
blicos del siglo XIX a los popurrís basados en melodías conocidas, a menudo tomadas de
la ópera. Porque lo atractivo no era solamente escuchar algo conocido (e l placer del re-
conocim iento), sino el hecho de que lo que había realizado un amplio grupo de artistas
lo hacía ahora un superejecutante (¿el placer de la economía?).
En un esbozo como éste, evidentemente es imposible presentar una relación ex-
haustiva de los modos en que actúan los parámetros secundarios de la música para crear
el proceso y la forma, tanto solos como en interacción con los parámetros primarios.
Afortunadamente, los. efectos del tempo y el ritmo de actividad, de la dinámica y de la
instrumentación son bastante conocidos y han sido considerados, aunque no siempre de
manera explícita, por varios eruditos, incluidos W allace Berry (Structural Functions in
Music), Deryck Cdoke (The Language ofM usic), Donald N . Ferguson (Music as Meta-
phor), Leonard B. Meyer (Emotion and Meaning in Music), Jan LaRue (Guiddines for Scy-
le Analysis) y Robert G . Hopkins («Secondary Patameters and Closure in the Sympho-
nies o f Gustav M ahler»).
3 2 0 EL ESTILO EN LA MUSICA
cambio de público. Porque al disminuir la familiaridad del público
con las convenciones sintácticas y formales de la música tonal, los ar-
tistas se volvieron a los parámetros secundarios que podían controlar
— ^principalmente la dinámica y el tempo— a fin de hacer inconfun-
dibles las relaciones estructurales y de proceso.
Aunque he subrayado el aumento relativo del papel de los pará-
metros secundarios en la conformación del proceso y la forma musi-
cal, la función que desempeñan los parámetros primarios — las ten-
siones y los cierres creados por la melodía, la armonía y el ritmo— no
es en absoluto insignificante. Está claro que se dan cierres manifiestos
además de ceses. Pero incluso los parámetros primarios advierten de
la influencia de la ideología. Con frecuencia el cierre no llega a ser
decisivo; por ejemplo, cuando las cadencias finales son plágales o
cuando la melodía finaliza en la quinta en vez de en la tónica plena-
mente estable, hay una cualidad de apertura que implica la continua-
ción más allá de la sustancia del sonido hasta la ambigüedad del si-
lencio.
Debería quedar claro a partir de este comentario que las relacio-
nes entre ide'ología, expresión y técnica distan mucho de ser sencillas.
Por ejemplo, se sugiere a menudo que la frecuencia de finales en que
el sonido parece morir poco a poco es una expresión más o menos di-
recta del espíritu de la cultura del siglo X IX. Sin negar el carácter ex-
presivo de los «apagamientos en morendo», su relación con la ideolo-
gía es a la vez más interesante y más sutil. La denigración de la
convención implicaba a la vez el rechazo (o el disfraz; véase más ade-
lante) de las fórmulas de cierre tradicionales y, correlativamente,, un
uso mayor de los signos naturales de terminación. (Desde este punto
de vista, los compositores del siglo X IX hicieron yirtud expresiva de la
necesidad ideológica/compositiva.) Además, estas inclinaciones — es-
tas elecciones compositivas— eran fomentadas por el clima ideológi-
co. Tanto el efecto de morir poco a poco como el carácter abierto de
los parámetros primarios implican la posibilidad de un Devenir sin
fin, un estado especialmente valorado por el romanticismo, en lugar
de los actos realizados del mero Ser que resultan de los modelos com-
pletos y cerrados.
1 3 22 EL ESTILO EN LA MlJs/CA
bal— violaba la pureza de la expresión musical quizá explique en par-
te por qué los compositores tenían la tendencia a negar la existencia
de programas o a cuestionar su idoneidad estética.
Las referencias y los programas también eran atractivos por otras
razones. En una época que primaba la originalidad y la innovación
— ^una época caracterizada por un aumento significativo del número
de posibilidades compositivas alternativas y al mismo tiempo por la
desaprobación de las convenciones y normas— , concebir y elegir re-
laciones musicales se convirtió en algo problemático que requería
mucho tiempo*®^. Además, parece probable que las ideas extramusi-
cales, ya fueran literarias o de otra clase, frecuentemente servían para
estimular la invención musical y para limitar el número y alcance de
las posibles alternativas. Por ejemplo, según Donald M itchell, «el
problema de la continuación de la Segunda Sinfonía no se resolvió
hasta que Mahler, por así decirlo, dio con un programa que le permi-
tió dar conclusión a la obra»*^.
Las referencias extramusicales también servían para las necesida-
des del creciente público de clase media. Henry Raynor señala lo si-
guiente:
Otra vez debo hacer hincapié en que la atribución de estas características a los
miembros menos sofisticados del público es una inferencia especulativa muy difícil de
verificar o respaldar con datos.
He comentado este tema más extensamente en Emotion and Meaning ín Music,
capítulo 8.
Citado en Plantinga; Scfiumann as Crine, p. 120. Por este motivo, al menos pata
3 2 4 EL E S T IL O EN LA M Ú S IC A
Estos problemas de comprensión se complicaban por los cambios
que se estaban produciendo en el estilo musical. Estaban presentes
varias tendencias interrelacionadas. Una de .ellas implicaba la yuxta-
posición directa de estados afectivos (eréticos, relativos al ethos: con-
dición, carácter distintivo) dispares. Mientras que estas yuxtaposicio-
nes, que se producían con más frecuencia en las colecciones de piezas
características (habitualmente para piano), servían para fines ideoló-
gicos al ensalzar la delincación del sentimiento y el ethos, también in-
tensificaban el problema de la sucesión de estados de ánimo. La cues-
tión era ésta: ¿cuál era la base, el significado, de la sucesión? Los
programas y títulos constituían una «solución» de este problema.
Cabe mencionar aquí otro rasgo más de estas piezas características.
Es bien sabido que estas piezas — Carnaval de Schumann es un caso
ejemplar— frecuentemente emplean un tema o motivo unificador. El
hecho pertinente aquí es que esta constancia motívica subraya los
contrastes de carácter y estado de ánimo. A l igual que las diferencias
de expresión y de estado de ánimo en una obra teatral son más pa-
tentes e intensas cuando se manifiestan en el comportamiento de un
único protagonista, las diferencias en el ethos y la expresión en la mú-
sica son especialmente pronunciadas cuando un único motivo sirve
de base a partes sucesivas. De este modo en Carnaval, la dignidad ex-
pansiva del «Vals noble» es más chocante porque su motivo inicial
(La-Mi bemol-Si-Do-Re, etc.) es una variante del motivo que inicia-
ba el picante «Arlequín» (La-Mi bemol-[Do]-Si-Do-Re, etc.)^®^.
Las anomalías de forma o género también tendían a evocar pro-
gramas y títulos. Es decir, en algunos casos quizá lo problemático no
fuera primordialmente la relación entre estados etéticos, sino la natu-
raleza de la forma o el género. Esta suposición se basa en la observa-
ción de que cuando la naturaleza de un género era conocida (como
en el caso de un nocturno o una balada) o la estructura de un movi-
miento (por ejemplo, la forma sonata o un tema y variaciones) care-
Schum ann, una misma obra podía estar en consonancia con un buen número de pro-
gramas variados; N o voy a tratar de realzar la Sinfonía en Do mayor de Schubert, pues-
to que generaciones diferentes eligen palabras e imágenes muy diferentes para aplicar-
las a la música (citado en Plancinga, p, 124)- Com o señala Plantinga, en opinión de
Schum ann un programa era «un complemento a la composición, n o el tema de la mis-
ma» (p. 125).
Es evidente que las diferencias de carácter dependen del ritmo, el tempo, la di-
námica, la estructura de (rase y así sucesivamente.
3 2 6 EL E S T IL O E N L A M Ú S IC A
Los temas de la música programática — ya fueran autobiográficos,
imitadores de acontecimientos naturales o tomados de la literatura, la
historia y la mitología— eran aquellos que estaban en consonancia con
las creencias ideológicas y las actitudes estéticas tanto de los composL
tores como del público. Por ejemplo, los mitos griegos y romanos rara
vez eran elegidos como temas, no sólo porque eran poco conocidos y
parecían irrelevantes para el nuevo público igualitario, sino debido a su
asociación con la estructura político-social y la estética regida por nor-
mas del antiguo régimen. En cambio, los compositores recurrían a la li-
teratura vernácula, a Dante, Shakespeare, Byron y Scott, a la mitología
e historia locales, y a los dioses y héroes nacionales nórdicos, así como
a las reminiscencias y experiencias personales.
Estos temas generales eran elegidos porque estaban en consonan-
cia con las constricciones de la ideología y la cultura. Pero qué acon-
tecimientos tomados de una novela o una historia eran realmente re-
tratados en una composición dependía en gran medida de los tipos de
representación ya disponibles como parte de la tradición musical o
pictórica existente. Dicho de modo más específico, cualquier historia i
moderadamente compleja retrata un buen número de variados inci-
i
dentes, personajes, ambientes y así sucesivamente. Los temas elegidos
para su representación musical no lo eran primordialmente debido a
su especial importancia narrativa, sino porque ya existía una concate-
nación de rasgos musicales para su delineación. Por este motivo las
mismas «escenas» musicales (por ejemplo, procesiones militares y fu-
nerarias, batallas y tormentas, escenas pastorales y marítimas, hadas y
demonios, solemnidad religiosa y bailes campesinos, soliloquios con-
templativos y afirmaciones violentas) se representan una y otra vez
durante el siglo XIX. Es como si los estilos característicos (heroico, mi-
litar, pastoral) dominantes en la música del siglo XVIII sirvieran como
«marcos fuente» para los sucesos del programa. Debido a esta cir-
cunstancia, influían sobre qué incidentes, escenas y sentimientos del
tema original, no musical eran elegidos para su representación^^. D i-
cho de otro modo, en el siglo XVIII los modos de representación mu-
j 3 o EL ESTILO EN LA MÚSICA
quiera era la primordial— de los cambios en la sintaxis tonal, de la
evitación de relaciones manifiestamente convencionales y del empleo
de medios que tenían una menor dependencia directa del aprendizaje
privilegiado. Estos cambios ocurrían en la música «pura» además de
la programática. Tampoco el cambio del público fue responsable por
sí solo; la ideología, particularmente el repudio de la convención,
tuvo una importancia central. En el capítulo siguiente se considera-
rán las estrategias inventadas para ocultar tanto la convencionalidad
manifiesta como los medios empleados para disminuir la dependencia
del aprendizaje. El capítulo 8 se ocupa del debilitamiento de la sinta-
xis tonal y los cambios en la forma musical que tuvieron lugar en el
siglo XIX.
Prestar atención a los niveles de primer plano también es apropiado por motivos
J3 4 EL ESTILO EN LA MÚSICA
«de ahí las fórmulas vocales tan convenientes...» (p. 212).
3 3 6 EL ESTILO EN LA MÚSICA
(favoreciendo a aquéllas capaces de proporcionar diferencias de gra-
do) y el patrón de cambio (tendencial) que se produjo durante el si-
glo X IX . •
Había una relación recíproca entre la valoración de la originalidad
y la individualidad y la denigración de la convención. U na convención
es una propiedad compartida, común; pertenece a la comunidad com-
positiva, no al individuo. Y no parece demasiado rebuscado sugerir que
el énfasis en la importancia de ideas musicales novedosas estaba rela-
cionado con la preocupación de los igualitarios elitistas por el poder de
posesión. Las ideas musicales constituían el principal «capital» que po-
seían los compositores y estas ideas se podían poner de manifiesto sólo
en tanto que fuesen diferentes de algún modo, esto es, originales^
La valoración de la experiencia interior individual es evidente en
el cambio desde la idea dieciochesca de que la música representaba
emociones (afectos) a la creencia decimonónica de que la música ex-
presaba el sentir del compositor. Porque las emociones son sociales,
pertenecen a una clase y por ende son nombrables. El amor y el odio,
la cólera y el temor son estados que dependen del contexto social
para su identificación y (al menos en parte) de la convención para su
delineación musical. Los sentimientos, en cambio, son personales,
idiosincrásicas e innombrables. Así, al definir la naturaleza de Dios, el
Fausto de Goethe dice;
LA CONVENCION DISFRAZADA
T a l vez fílese el conocim iento inconsciente del acto de disfrazar lo que llevó a la
celebración de las fuerzas ocultas, subyacentes propuestas por el organicismo. Y lo que
estaba oculto era el lin aje, el origen, del patrón. S i esta sugerencia m erece crédito,
Freud estaba profundamente equivocado; lo que estaba (y está) reprimido en nuestra
cultura romántica no era el ello, sino el superyó.
El tema del disfraz — ^sus usos y clases- ■necesita un estudio mucho más detalla-
do de lo que cabe intentar aquí.
Véanse, por ejemplo, Gossett: «Gioachino Rossini»; y «Verdi, Ghislanzoni, and
Aída», del mismo aqjior. En el capítulo siguiente se trata el uso de esquemas convencio-
nales tales como la forma sonata.
Hugh M acdonald: «Berlioz, (Louis-) H éctor», en Stanley Sadie (editor): The
New Grave Dictionary, 2:599. Wagner y Strauss también emplearon la fuga para paro-
diar lo artificial y académico; el primero, en la obertura de Los maestros cantores de Nu-
remberg; el segundo, en A sí habló Zaratustra.
History o f Western Music, p. 607.
3 4 0 EL ESTILO EN LA MÚSICA
E je m p lo 7.1
1-----------------------------------------
(T t¿s m odéré) Debussy: Preludio a la
siesta de un fauno
r ^
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m - = -
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E : ií « IV
y V . v^
E jem p lo 7,2
Debussy; Preludio a la
siesta de' un fauno
Obsérvese que el descenso desde S í bemol hasta Mi tiene paralelismo con el mo-
tivo principal desde Do sostenido a So l (compás 1).
E je m p lo 7.3
,, a) Debussy: Preludio a la
siesta de un fauno:
b) Mozart: Quinteto para
cuerdas en Mi bemol
;8; mayor (K. 614). Segundo
movimiento. La presencia de un segundo gesto de cierre (n) es menos eviden-
te. Comienza con el desplazamiento de un semitono hasta la supertó-
nica (de Mi sostenido a Fa sostenido en el compás 105); ejemplo 7.1,
pentagrama superior, y ejemplo 7.4a), que se extiende hasta La y Do
sostenido. Este gesto es com ente en la música del clasicismo. Pero,
como se ve en el ejemplo 7.4b (del último movimiento del Quinteto
para cuerdas en Mi bemol mayor de Mozart), en el estilo del clasicis-
mo la quinta de la supertónica baja a saltos hasta la tónica, convir-
tiéndose en parte de una progresión I^-V. En la cadencia de Debussy,
la quinta de lá supertónica también se desplaza hasta la tónica, pero
en vez de bajar a saltos, la línea sigue subiendo y la tónica (Mi) es
acompañada por una armonía tónica en vez de por una armonía do-
minante. Dado que el gesto crece a partir de los procesos melódicos,
orquestales y textuales que le preceden, su identidad e integridad que-
dan enmascaradas. En consecuencia, tam bién está enmascarada su
convencionalidad.
E je m p lo 7.4 a) b)
a) Debussy: Preludio a la
siesta de un fauno;
' b) Mozart: Quinteto para
cuerdas en Mi bemol
mayor (K. 614). Cuarto
movimiento.
3 4 2 EL ESTILO EN LA MÚSICA
movimiento desde el compás 104 al 105 carece de fuerza articulado'
ra^°, pese al desplazamiento de la dominante a la tónica en el bajo. El
segundo rasgo de este patrón que debilita el cierre es la falta de una
reversión que rompa el ímpetu de la cuña divergente en curso (ejem-
plq 7.5)^*. Todos estos aspectos de la cadencia de Debussy realzan el
carácter abierto, contribuyendo a la impresión de Devenir caracterís-
tica de la música del siglo XIX y consonante con la ideología del ro-
manticismo.
Ejemplo 7.5
Debussy; Preludio a la sies-
ta de un fauno
E je m p lo 7.6
o) Mozart; Sinfonía
N .° 35 en Re mayor
(K. 385), «Haffner».
Segundo movimiento;
b) Mahier: Sinfonía N.°
Primer movimiento. -gesto en la sinfonía de M ahier forma parte de un movimiento más
amplio de acordes conectados de forma continuada (emerge de ese
movimiento). El movimiento convencional de acordes vinculados
queda disfrazado a la vez por las tonalidades pasajeras de la melodía y
por el desplazamiento rítmico y métrico de algunas de las tonalidades
estructurales (por ejemplo, la nota Mi en el compás 5).
E je m p lo 7.7
Mahier; Sinfonía N.°
Primer movimiento.
El disfraz a través de la. divergencia
344 EL E S m o EN LA MÚSICA
constricciones de la tonalidad serán considerados en la próxima sec-
ción de este capítulo, «La afirmación de la naturaleza».
Para mostrar cómo disfraza la divergencia^ comentaré ejemplifica-
ciones de un esquema reproducido frecuentemente en la música de
los siglos XVIII y XIX. Lo que yo llamo un esquema de notos combiontes
tiene lugar en tres versiones, que difieren principalmente por su es-
tructura melódica. Estas versiones aparecen en forma abstracta, sin
embellecimientos, en el ejemplo 7.8. En cada una de ellas, el movi-
miento armónico va de la tónica a la dominante (V o vü) y luego
vuelve de la dominante a la tónica (I o vi); a menudo, como se ve en
los ejemplos, el bajo gira en tomo a la tónica y se mueve en sentido
opuesto a la melodía, aunque son posibles otras notas de bajo, espe-
cialmente la quinta. La forma del esquema es estrófica (A A ’), pero
en el siguiente nivel jerárquico, los dos primeros elementos del es-
quema frecuentemente forman parte de una formación de compases
más amplia (A A ’ B, que no aparece en el éjemplo). El proceso me-
lódico siempre es secuenciaP^.
a) E je m p lo 7.8
Esquema de notas
cambiantes: a) tónica;
b) mediante; c) disjunta
1— 7. 2— 1 1^ 2, 7^1
(mixta).
b)
A X A A'
^ 3 — 2, 4— 3 :: 3— 4, 2— 3
____ _ ' :i _
1— V. V----1 I — V, V— I
:3 4 6 EL ESTILO EN LA MUSICA
cambiantes disjuntas en otro lugar^^, no consideraré su historia en
este esbozo^®.
Como ya se han presentado dos ejemplificacíones del esquema de
notas cambiantes de la tónica procedentes del clasicismo^’ , aquí sólo
incluiremos dos. En estos casos relativamente sencillos debería estar
clara la presencia y la naturaleza del esquema. No obstante, unos bre-
ves comentarios facilitarán el comentario de ejemplos de música pos-
terior. En primer lugar, aunque el bajo de notas cambiantes que apa-
rece en el ejemplo 7.8a y en el Andante del Cuarteto para cuerdas en
Re mayor, Op. 33 N ." 6, de Haydn (ejemplo 7.9a) es frecuente, no es
Ejem p lo 7.9
a) Haydn: Cuarteto para
a)
cuerdas en Re nnayor, Op.
33 N.° 6. Segundo
movimiento;
b) Beethoven: Cuarteto
para cuerdas en Fa mayor,
Op. 18 N.” I. Cuarto
movimiento.
3 4 8 E l ESTILO EN LA MUSICA
rio que ia modelación en el Op. 18 N.° 1, no hay ninguna ralentiza-
ción del ritmo del movimiento, y porque la duración del La estructu-
ral es muy corta. Aunque se sugiere un signo de confirmación (m), el
desplazamiento desde La a Do parece más una conexión de acorde
que un aspecto del esquema. Por último, el equilibrio normal del es-
quema, en el que varios elementos tienen la misma duración, es per-
turbado porque, en vez de constar de 4 + 4 notas, la primera parte
consta de 5 + 3 notas y la segunda de 5 + 2 notas.
El tema introductorio del primer movimiento del Trío en Si be- Beethoven: Cuarteto para
mol mayor, Op. 99 (D, 898) de Schubert, escrito unos dos años des- cuerdas en Si bemol
mayor, O p. 130. Primer
pués del Cuarteto para cuerdas en Si bemol mayor, Op. 130, de Bee-
movimiento.
thoven, también se aparta del esquema de notas cambiantes en la
tónica y lo disfraza, pero de formas significativamente diferentes
(ejemplo 7.11). El primer movimiento melódico va de 1 a 7, pero no
es más que una sugerencia pasajera de la clase de esquema que se pre-
senta ya que La es una nota vecina, no estructural. Como en los
ejemplos 7.9 y 7.10, lo que sigue es una octava transferida (pero su-
biendo en vez de bajando) a través del acorde de la tónica, que se
prolonga mediante un movimiento axil en tomo a Fa (véase el dia-
grama analítico). Luego, en el compás 4, el Si bemol (funciona como '
una apoyatura) se resuelve en La, completando de hecho la primera
parte del esquema, aunque también el La se prolonga a través de un
acorde descendente sobre la dominante. (Obsérvese que aunque el Si
bemol-La del compás 4 reproduce el del compás 1, hay una inversión
E je m p lo 7.11
Schubert; Trfo para piano La segunda parte del esquema comienza de manera bastante nor-
en Si bemol mayor, Op. mal en la segunda de la escala (Do) y exhibe el paralelismo motívico
99 (D. 898), Primer
característico. Pero la armonía comienza en la subdominante en lugar
movimiento.
de en la dominante, que es lo habitual. Esto sugiere que el tema ten-
drá que extenderse aun más para alcanzar el cierre. Quiere esto decir
que, de haber comenzado la segunda parte del tema en la dominante,
el Do alto quizá se hubiese resuelto en Si bemol en el compás 9, con
ima extensión rimada hasta el compás 12. Lo que ocurre, en cambio, es
que la subdominante lleva hasta una armonía dominante clara sólo en
el compás 10. A esto le sigue una cadencia completa (ii^-V^'j-l) en los
compases 11 y 12, que está acompañada de un gesto de cierre meló-
dico convencional (3-2-1), que incluye incluso la señal rutinaria del
trino. La extensión interna en los compases 9 a 11 crea una tensión
especial al estirar la longitud de la segunda parte del tema, una estra-
tegia que, coma, veremos, es característica de buena parte de la músi-
ca del siglo XIX^\
Las extensiones, desde luego, son frecuentes también en la música del siglo xvm,
pero en ésta generalmente tienen lugar después de haberse producido el cierre tem á-
tico.
Véa.se, por ejemplo, W right y otros autores: «Memory Processing o f Serial Lists»,
páginas 287-289.
Esta sugerencia se la debo a Jan et Levy.
,• E je m p lo 7.12
Llenado pnmsional
■ Chopin: Vals en La menor,
j f O p. 3 4 N.° 2
3 5 4 EL ESTILO EN LA MÚSICA
modo tal que la convencionalidad no sea tan flagrante. No es ningu-
na sorpresa que esas melodías tiendan a estar entre las preferidas del
público. El tema introductorio del movimiento lento de la Quinta
Sinfonía de Tchaikovski es un caso elocuente (ejemplo 7.13a). Sin
disfrazar por la longitud o por patrones rivales, el esquema está en pri-
mer plano. La principal divergencia es la falta de paralelismo entre
las dos partes, es decir, el comienzo del motivo A ’ no corresponde al
del motivo A. (De haber existido tal correspondencia, la melodía ha-
bría sido rancia, plana y vulgar, como evidencia el ejemplo 7.13b.)
También habría que mencionar que la efectividad del tema se debe
en no poca medida a un parámetro secundario: la instrumentación;
reprimiendo su potencial de vigorosa afirmación, la trompa hace que
esta melodía lírica parezca especialmente expresiva y de una intensa
ternura.
E je m p lo 7 .13
a) a) Tchaikovski: Sinfonía
(Andante cantabile, con alcuna licenza)
A__________ _______ A N.” 5 en Mi menor, Op.
Trompa solista ^ 64. Segundo movimiento.
b)
h) c)
Susanna: Si - g jio -re.
3 5 6 EL ESTILO EN LA MUS/CA
dominio del esquema de notas cambiantes queda subrayado por tres
rasgos del pasaje; 1) el decelerando compuesto (de negras a semicor-
cheas) que prolonga el acorde de la tónica hace que las corcheas más
lentas del esquema parezcan especialmente conspicuas; 2) el primer
compás acentuado de cada parte del esquema está marcado por un tri-
no, y 3) el sorprendente cambio de registro, tras el patrón de acorde,
deja el esquema de notas cambiantes en altorrelieve'*^.
En el Andante grazioso de la Obertura de L a finta giardiniera de
Mozart (ejemplo 7.14b), el esquema de notas cambiantes de la me-
diante está ornamentado sólo por las semicorcheas échappés (marcadas
con é en el diagrama) que siguen al primer y tercer tono estructural.
Esta ornamentación se asocia frecuentemente con este esquema, por
ejemplo, en el Trío de la Sinfonía N.° 40 en Sol menor (K. 550)'*'* de
Mozart y en el tema del último movimiento de la O ctava Sinfonía
de Beethoven, que se comenta más adelante.
La ejemplificación del esquema que tiene lugar en el Finale del
acto segundo de Las bodas de Fígaro de Mozart (ejemplo 7.14c) es un
caso sin adornos de la versión invertida (3-4/2-3), que es menos fre-
cuente. Es un ejemplo sorprendente del divertido efecto que puede
crearse cuando una convención niega a otra. El pasaje se produce jus-
to cuando Susanna, para asombro de todos, sale del armario. Pero en
vez de dramatizar la sorpresa a través de un forte demoledor y con-
vencional o una armonía inusual e inesperada, Mozart crea una deli-
ciosa doble sorpresa al combinar .una versión inconfundible del es-
quema convencional con el ritmo de «un paradigmático minuete de
finales del dieciocho»'*^
También la introducción del último moviruiento de la Octava Sin-
fonía de Beethoven (ejemplo 7.15a) es una realización del esquema de
notas cambiantes en la mediante. Sin embargo, aunque están presentes
todos los rasgos básicos del esquema, incluida la característica figura
0 5 8 EL ESTILO EN LA MÜSICA
pío 7.16)'^^; más tarde en el mismo siglo, es ejemplificado en el tema
principal del quinto movimiento («Fandango asturiano») del Capri-
cho español de Rimski-Korsakov (ejemplo 7.17a) y en la famosa melo-
día de marcha militar del primer movimiento de la Quinta Sinfonía
de Mahler (ejemplo 7.19a).
En el Estudio de Chopin, la presencia del esquema está enmasca-
rada por la figuración de primer plano, que crea relaciones de com-
plementariedad entre compases sucesivos, por escarpados cambios de
octava (por ejemplo, en el compás 1 desde La® hasta La^) y por el pa-
trón rival en la mano izquierda. De cualquier forma, el paralelismo
entre las partes del esquema es evidente, al igual que la típica progre-
sión armónica.
V7-
E je m p io 7.16
Otros ejemplos d e comienzos del siglo XIX son la Sonata para piano en Mi me- Chopin. Estudio en Fa ma
ñor, Op. 90, de Beethoven, segundo movimiento, compases 1 a 4; la Sonata para piano ^^ N. 8
en Mi mayor (D . 157) de Schubeit, segundo movimiento, compases 1 y 2; y el ejemplo
7.20 que aparece más adelante.
E je m p lo 7.17 a)
o) Rimski-Korsakov:
Capricho español. Quinto
movimiento.
'*'* Este uso estaba justificado por la valoración romántica de la naturalidad e ino-
cencia putativas del pueblo. La quinta abierta repetida (La-M i) en el bajo y el pedal
roncón de las trompas también se consideraban características de la música popular.
ii-je m p lo 7.18 a)
¿IVavinski: o) Octeto para Andandno < 7 = 92)
'instrumentos de viento, gya.
;',;i 'jgundo movimiento;
, W Sinfonía de los salm os,
y, ¿jgundo movimiento.
EL ESTILO EN LA MUSICA
(3-2) se divide en dos partes: el modelo (el motivo A ) y su comple-
mentó (el motivo A ’)- Para dar cabida a esta restructuración, la se'
gunda parte del esquema (el movimiento de 4 a 3) se estira hasta cua-
tro compases al añadir los compases 39 y 42. La presencia del
esquema queda oscurecida aún más por la falta de un compás de des-
canso rimante al final de la melodía. Pese a los señalados contrastes
de ethos (fruto en parte de diferencias de tempo, modo, volumen,
etc.) y de forma, la melodía de Mahler pertenece a la misma familia
de esquemas que la de Rimski, como se ve claramente si se quitan el
compás de descanso extra de M ahler y su estiramiento (ejemplo
7.19b)^°. Aunque el paralelismo entre las partes del esquema está.un
tanto debilitado en la melodía de Rimski y más todavía en la de
Mahler, de ningún modo queda destruido. En ambos casos se conser-
va el paralelismo de compás inacentuado a compás acentuado; ade-
más, en la melodía de Rimski la rima de los finales de las partes es
manifiesta, mientras que en el tema de Mahler ambas partes (A A ’
y B) tienen la misma fotma rítmica básica.
Sin embargo, hay melodías que esencialmente carecen de parale-
lismo, aun cuando se muevan en tomo a una única tonalidad estmc-
tural (se alejan y vuelven a ella). Estas melodías son superficialmente
similares a los esquemas de notas cambiantes, pero hay diferencias
fundamentales. Puesto que estas diferencias suponen un ejemplo cla-
ro de las formas en que la valoración romántica de los medios natu-
rales influyó tanto en las invenciones como en las elecciones de los
compositores del siglo XIX, las consideraremos en la siguiente sección.
E je m p lo 7.20
Schubert: Trío con piano
en Si bemol mayor, Op.
99 (O. 898). Segundo
movimiento.
!1 V -
V-
3 6 4 £L ESTILO EN LA MUSICA
En cambio, no se halla ninguna ambigüedad de esta clase en la
melodía de la segunda área tonal del primer movimiento del Quinte-
to en Do mayor, Op. 163, de Schubert (ejemplo 7.21). Porque aun-
que las alturas características (3-4/2-3) están realzadas y la progresión
armónica (I-IV-V^-I) es en parte como estipula el esquema, la forma
y el proceso no están coordinados en frases paralelas como suele ocu-
rrir en las realizaciones típicas del esquema^'*. En cambio, el efecto es
el de un Sol prolongado (como parte del acorde de Mi bemol mayor),
que funciona como el eje en tomo del cual giran las tonalidades más
altas y bajas y hacia la cual tienden a gravitar.
Ejemplo 7.21
Schubert: Quinteto para
(Allego im non troppo)
cuerdas en D o mayor,
Op. 163 (D. 956). Primer
movimiento.
E je m p lo 7.22
• íchumann: Carnaval,
i .Op. 9, «Pierrot».
Hay más comentarios sobre patrones axiles y otros ejemplos en mi libro Expkd-
ning Music, pp. 183-191; véase también Narmour: Beyond Schenkerism (pp. 22-23). Es-
toy en deuda con Narmour por el concepto y el término axil [axiall.
j 66 EL ESTILO EN LA MÚSICA
E je m p lo 7.23
valoración de las formas abiertas, como ya se ha mencionado, sino o) Uszt Los preludios;
que hacía relativamente fácil la composición de estructuras musicales b ) Brahms; Sinfonfa N.° 4
en Mi menor, Op. 98.
bastante largas. Esto es, como esas melodías no estaban cerradas de Segundo movimiento.
forma concluyente, podían ser reproducidas con facilidad, bien en el
mismo nivel de altura o bien en un nivel nuevo; de este modo cuatro
compases de música se podían extender hasta ocho, dieciséis o inclu-
so más compases. Y para los compositores que eligieron apoyarse en la
convención lo menos posible y en consecuencia tenían que realizar
muchas elecciones compositivas más o menos conscientes y con bas-
tante dedicación de tiempo, ésta no era una consideración trivial.
Para el público — sobre todo sus miembros menos sofisticados— los
temas de este tipo tenían ventajas evidentes; aunque una sección te-
mática fuese larga, la cantidad de material por percibir y recordar era
relativamente pequeña. No sólo son redundantes las relaciones entre
los enunciados de un patrón axil; también lo son muchas de las rela-
ciones dentro del patrón. Porque en un nivel alto el patrón es reduc-
tibie a una única tonalidad, mientras que en los niveles inferiores la
Las diferencias entre las melodías de notas cambiantes y las axiles lle-
van nuestra atención hacia una distinción más amplia, que quizá ayu-
de a dar cuenta de otras elecciones realizadas por compositores del si-
glo X IX . La distinción es la efectuada por los psicólogos Roger C.
Schañk y Robert P. Abelson entre guiones y planes.
Aparece un comentario sobre la ley del retorno en mi libro Emorion and Meaning
in Music, pp. 151-156.
El principio del retomo juega un papel en nuestra comprensión de las melodías
de notas cambiantes. Pero la sintaxis no es simplemente una fuerza añadida, comple-
mentaria. Más bien adquiere una primacía cognitiva.
3 6 8 EL ESTILO EN LA MUSICA
en los guiones pueden ser «el objeto» sin una presentación
explícita porque el guión ya los había presentado implícita-
mente .
® Scripts, Plans, Goals and Understanding, p. 41. Le estoy agradecido a R obert G jer-
dingen por llamar mi atención sobre esta distinción y sobre el trabajo de Sch a n k y
Abelson.
“ m . , pp. 70, 77, 79.
Este mismo carácter de predecible es lo que b ace que desviarse sea afectiva e in-
telectualmente cautivador.
Esto llama la atención sobre una relación que puede ser más que una coinciden-
cía: al disminuir la importancia relativa de los guiones y aumentar la de los planes, los
programas (que, casi literalmente, proporcionan guiones) se hacen más frecuentes.
Obsérvese a estg respecto que, dado que los patrones basados en planes son me-
nos dependientes de las convenciones de la sintaxis, no hay necesidad alguna del dis-
fraz. Por el contrario, en el siglo XVIII los planes estaban dominados por guiones, y la co-
herencia sintáctica que proporcionaban esos guiones permitía jugar co n variaciones de
modo que a menudo se velaba el plan subyacente.
^ Com o indica este comentario, se pueden distinguir dos clases diferentes de es-
quemas: esquemas basados en guiones y esquemas basados en planes.
E je m p lo 7.26
Beethoven: Cuarteto para Pero la versión beethoveniana de este patrón es mucho más mó-
cuerdas en La menor, Op. vil y abierta que la de Mozart. En el nivel más bajo, las apoyaturas
132. Segundo movimiento. crean un conflicto entre la sintaxis tonal o rítmica y el compás ano-
tado: es éste un conflicto que los artistas se tienen que tomar muy en
serio®^. Esto es, el compás obliga a las notas La y Re a funcionar como
notas débiles recalcadas en un grupo de ritmo dáctilo (ejemplo 7.27a)
en lugar de como tonalidades estructurales acentuadas en un anfíbra-
co (ejemplo 7.27b)®®. Como resultado, las notas débiles de cada com-
pás son especialmente móviles y el patrón en conjunto es muy abier-
to y un tanto inestable®^. En cambio, en el tema de Mozart no sólo
^ N o soy el primero ert com entar las similitudes en tre estos temas. Véase, por
ejemplo, Kerraan: The Beethoven Quartecs, p. 253.
S i el compás^anotado ha de ser audible y efectivo, dominando la organización
rítm ica y métrica que de otro modo surgiría, la primera nota de cada compás habrá que
recalcarla un poco.
El grupo anfíbraco latente en este patrón se vuelve manifiesto sólo al cierre de la
primera sección del movimiento (ejem plo 7.27c).
El cierre es prioritario, esto es, el final de un patrón se reconoce por su repeti-
ción (un modo «natural» de definición estructural) en el nivel de un compás y, aun con
3 7 2 EL ESTILO EN LA MÚSICA
E jem plo 7.27
Esto quizá ayude a explicar por qué esta clase de estructura melódica parece es-
pecialm ente prevaleciente en los movimientos de danza y los finales rápidos. Porque en
■los intercambios ingeniosos, la réplica es rápida. (A este respecto, vease mi libro Music,
the Arts, and Ideas, pp. 11-12, N.° 12.) Hay ejemplos en la obra de Beethoven; el T río
para piano en Si bemol mayor, Op. 97, tercer movimiento, compases 1 a 8; el Cuarteto
pata cuerdas en Mi J)emol. mayor, Op. 127, tercer movimiento, compases 3 a 10; y la
Sinfonía N .° 5 en Do menor, cuarto movimiento, compases 45 a 48.
La implicación de la reacción es un caso especial de lo que ha dado en llamarse
■saturación (véase mi libro Emotion and Meaning in Music, pp. 135-138), que es a su vez
— sospecho yo— un caso especial de probabilidad subjetiva (por ejemplo, la impresión
de que cuantas más veces haya salido cara al lanzarse una moneda, más probable será
que la próxima vez salga cruz).
3 7 4 EL ESTILO EN LA MÚSICA
Ejem p\o 7.28
Schumann: Quinteto con
piano en Mi bemol mayor,
O p. 44, Tercer
movimiento.
E a c u e la cls A r s a a
B ib lio ü iv c í»
la métrica y la importancia melódica crea ima especie de incongruen-
cia en un nivel de primer plano. Tal como yo lo he analizado, el pri-
mer tono importante del modelo y compleméiito tiene lugar en la úl-
tima octava del compás, mientras que el segundo tono importante se
produce en la segunda mitad del compás (ejemplo 7.29, diagrama 1).
E je m p lo 7.29
m r
2. Segmento eadencinl
3 7 6 EL ESTILO EN LA MUSICA
ComplcsDeato
Andante cenenxnente
Compknieato
E je m p lo 7.31
También las melodías de llenado de hueco están brisadas en pla- Brahms: Intermezzo en La
nes^® y, de entre la multitud de melodías empleadas en la música to- mayor, O p. I I 8 N.** 2
E jem p lo 7.33
Chopin: Vals en D o
sostenido menor,
Otro ejemplo de renovación de hueco es la melodía introductoria (compases 1 a Op. 64 N.° 2
17) del primer movimiento de la Sinfonía N.° 3 en Mi bemol mayor de Schumann, en
la que un hueco extenso (Mi bemol-Sol-Do) va seguido de un llenado que contiene una
sucesión de huecos auxiliares (compases 5 a 15).
^ Tampoco es que sea muy poderoso el final de la frase antecedente al completo
(compás 16), aunque por razones bastante diferentes. (En el ejemplo 7 33 no se inclu-
ye el resto de la frase antecedente y tampoco la consecuente.) Se produce un cambio:
la progresión armónica crea una articulación sintáctica clara, pero el patrón melódico y
el agrupamiento rítmico son un tanto equívocos. En cambio, el cierre queda realzado
por la mitigación de los parámetros secundarios: las corcheas cromáticas descendentes
(altura no sintáctica) van acompañadas de un decrescendo, y probablemente también de
un riujrdando en muchas interpretaciones. Lo que realmente marca el final de esta deri-
vación de la frase antecedente es el comienzo de la consecuente. Su cierre, aunque es
claro y está asegurado, tiene poco de enfático.
Más en general, como la «rima» musical en los finales de frase realza el cierre, los
compositores románticos emplean esquemas de antecedente-coirsecuente con menos
frecuencia que los del clasicismo; cuando utilizan estos patrones, el paralelisroo formal
se suele minimizar (como en la melodía de Chopin) o disfrazar (como en la variante
mahleriana de un esquema de notas cambiantes en el ejemplo 7.19). Además, las rela-
ciones «puras» de antecedente-corrsecuente son menos frecuentes en la miSsica del siglo
XIX porque no tienen un punto álgido tardío y, debido en parte a esto, parecen carecer
de desarrollo orgánico.
Desde el punto de vista del romanticismo, una de las ventajas de un hueco se-
cuencial seguido de un llenado relativamente breve (como en el ejemplo 7.35) es que
el punto álgido (el clímax estadístico) tiene lugar relativamente tarde en el patrón.
El La bemol se ha incluido como parte del posible llenado (véase el diagrama
atralítico) a causa del ímpetu creado por las notas acentuadas que tocan los contrabajos
en los compases 80 y 84.
3 8 0 EL ESTILO EN LA M ÚSICA
clarinetes bajos y atenuado por la falta de un punto fuerte de llegada
sintáctica®^.
Melódicamente, Do, que debía haber sido el tono objetivo, ocurre en la nota
más débil del compás y la línea pasa a Si bemol; armónicamente, la cadencia es plagal
y tiene lugar en la mitad débil del compás 89; rítmicamente, el agtupamiento cerrado,
acentuado al final (tiiej) —o, alternativamente, la forma del compás (A A ’ B; 4 + 4 +
+ 8)— sugerida por las dos primeras frases es abortada por la brevedad de la frase final.
Otros ejemplos son: Mozart: Las bodas de Fígaro, Obertura, compases 25 a 35; y
Brahms: Sinfonía N.° 3 en Fa mayor, tercer movimiento, compases 70 a 77.
Al ser la nota Si una apoyatura que implica más movimiento de bajada, se in-
cluye como parte de la porción de llenado del plan. El proceso de llenado no se limita
a ser potencial, como ocurría en el ejemplo 7.34.
■y^82 E L E S T I L L E N L A M Ú S IC A
Wagner (ejemplo 7.36). La parte de hueco del esquema consta de un
motivo de tres compases que se mueve secuencialmente por los tonos
del acorde de Do menor (véase el diagrama 1). Cada uno de estos
enunciados contiene un hueco auxiliar (s/g) que refuerza la impresión
de movimiento disjunto. El último enunciado del motivo se varía de
forma que se pasa de largo ante la nota Sol, que lo podría haber ce-
rrado (véase el pentagrama a), en favor del Si bemol, que habría ini-
ciado el paso siguiente de haber continuado la secuencia. Esto tiene
tres consecuencias importantes; primero, el cambio señala que el pro-
ceso secuencial ha terminado (no habrá un cuarto enunciado); se-
gundo, el movimiento más amplio hasta S i bemol crea un estira-
miento tirante que sugiere que seguirá un movimiento descendente;
y, tercero, el Si bemol «temprano» prepara la suspensión que inicia el
contrapunto de la cuarta especie (7-6) característico del llenado (dia-
gramas 1 y 2, compases 10 a 18). El tirón hacia abajo del llenado es E jem plo 7.36
fortalecido a la vez por las suspensiones y por la sucesión de huecos W agner La vaikiria, acto
auxiliares. Como suele ocurrir en la música de Wagner, y en general I, escena I
E je m p lo 7.37
a) Verdi: Lo travioto, Acto
1, Escena 1;
b) Geminiani: Concento
Grosso en M¡ menor,
Op. 3 N.° 3. Primer
movimiento (transpuesto).
b)
3 8 4 EL ESTILO EN LA MÚSICA
primera escucha»^^ Pero de ninguna manera se sigue que tales melo-
días sean, como sugiere Rosen, «banales». En cambio, la presencia de
un esquema manifiesto, como pueda ser un plan de llenado de hueco
(abundan en la música de Verdi), proporciona una norma estructural
o de proceso en términos de la cual se pueden delinear eficazmente el
carácter y el sentimiento.
La sección precedente se ha ocupado del uso de esquemas — la
tendencia a disfrazar su presencia y la preferencia por los planes ge-
nerales antes que los guiones sintácticos— en la música del romanti-
cismo. Aunque todos los parámetros intervienen en el patrón del es-
quema, la atención se dirigió a la melodía. Esta, atención parece
justificada no sólo porque la historia de la armonía y la forma duran-
te el romanticismo se ha comentado de forma más extensa que la de
la melodía, sino también porque tanto los compositores como los teó-- ■
ricos del romanticismo consideraban que la melodía era el cuerpo y el
alma de la expresión musical. En palabras de Schopenhauer, el filó-
sofo que acaso mejor representó el pensamiento romántico acerca de
la música:
Estas nociones — que la melodía no se puede enseñar, etc.— siguen presentes en-
tre nosotros hoy en día. Véase Solie; Metxiphor and Model, cap. 7. A causa de su relación
co n la melodía, el contrapunto tiene una consideración privilegiada pese al hecho de
que, al igual que la armonía, se puede codificar en reglas. Por ejemplo, una armonía in-
dócil se puede excusar sobre la base de la voz principal o el contrapunto. Véase Levy:
«Covert and Casual Valúes», pp. 20-22.
Jean-Jacques Rousseau, selección de Dictionaire de musújue (1 7 6 7 ), en Le Huray
y Day, p. 116.
A rthur Schopqphauer: The Philosophy o f Schopenhauer, pp. 204-205, citado en
So lie: Metaphor and Model, p. 3 0 1 . La cita en español está tomada otra vez de El mundo
como voluntad y representación (Libros III y IV), p. 86. Es pertinente observar que la vi-
sión romántica de la melodía parece implicar una profecía que se confirma a sí misma,
a saber; si se niega la relevancia de la convención (por ejemplo, los esquemas como los
que hemos considerado en la sección precedente), la melodía no se podrá analizar, en -
señar o explicar; hay que dejarla a los ámbitos del genio y de la inspiración.
Estoy seguro de que hay otros modos de desviación no sintáctica que no he re-
conocido como tales.
Por ejemplo, los límites de percepción de altura o fuerza (volumen) o el rango
del latido normal del corazón humano.
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En la música del siglo XX, no sólo han aumentado estas disparidades, sino que la
disyunción temporal ha elevado los problemas de la percepción de patrones.
3 8 8 EL ESTILO EN LA MÚSICA
una negra con puntillo hasta una blanca con puntillo. El cierre de
esta frase establece una forma de compás de 1 + 1 + 2 compases, un
patrón y una longitud que son normales en el clasicismo. La segunda
frase comienza repitiendo las dos primeros compases de la primera,
pero en vez de una continuación de dos compases, una extensión in-
tema estira la duración de la segunda parte del patrón hasta los cua-
tro compases^®*.
La expresividad de estos estiramientos requiere poco comentario.
El estiramiento del intervalo suele ser hasta una apoyatura, que a un
mismo tiempo retrasa la llegada del tono estructural implícito y eleva
la impresión de llenado inminente. El estiramiento de la duración
(compases 37 y 38) es subrayado por un anfíbraco sincopado acen-
tuado K.I-ÚL Obsérvese que en este pasaje el estiramiento se usa prin-
cipalmente al servicio de la estructura sintáctica^®^. Quiere esto decir
que la tensión del estiramiento es parte de la modulación hasta la re-
lativa mayor'®.
En la famosa melodía del «Tráumerei» de Schumaim, en cambio.
3 9 0 EL ESTILO EN LA MÚSICA
del período se caracteriza, de manera típicamente romántica, por la
mitigación: alturas descendentes, probablemente en coordinación
con un moderado diminuendo hasta el piano estipulado en la partitura,
y también un ritardando hasta la fermata final.
Cuando se produce un estiramiento dentro de una composición,
su fuerza depende de la capacidad del oyente para comparar el patrón
estándar con la versión estirada*®®. Por esta razón, cuanto más cerca-
nos estén en el tiempo el estándar y el estiramiento, en igualdad de I
circunstancias, más efectivo será el estiramiento. Se sigue de aquí que i
los estiramientos deberían ocurrir más frecuentemente en el interior
de frases que entre frases separadas, especialmente al definirse con
menos claridad las relaciones sintácticas. Este parece ser el caso. A l
avanzar el siglo X IX, el estiramiento tiende a producirse como una rei-
teración en la que el aumento en el tamaño del intervalo, así como
la repetición del hueco, sirven para poner de manifiesto la naturaleza
del proceso. La parte de llenado del esquema es subrayada a su vez
por el hecho de que las notas de llegada de los saltos son casi siempre
109
apoyaturas .
Obsérvese además que cuanto más individualmente esté confor-
mado el suceso estándar con respecto al cual se mide el estiramiento,
más manifiesto será el hecho del estiramiento. Por ejemplo, tanto en
el tema que inicia el tercer movimiento de la Tercera Sinfonía de
Brahms (ejemplo 7.40) como en el famoso tema del «Beso» del Ote-
lo de Verdi (ejemplo 7.41a)**°, el patrón anterior al intervalo que va
a ser estirado está bien formado y es característico. Y la comparación
inmediata crea una tensión expresiva que no depende directamente
de la presencia de una sintaxis tonal convencional. En el tema de
Brahms, cada frase del período antecedente-consecuente comienza
m iento de la Sinfonía «La sorpresa» (compases 232 a 234) de Haydn. En tales casos
— son legión en la música del. clasicismo— el diapasón alto no es parte de una culmi-
nación «natural», sino que es un signo convencional de cierre inminente.
Aunque depende de la comparación cognitiva, el estiramiento también implica
un comportamiento motriz; una experiencia literal de la tensión física.
Por supuesto que se produce el estiramiento en otras clases de esquemas. Por
ejemplo, la melodía de la segunda área tonal del primer movimiento del Quinteto con
piano en Fa menor de César Ftanck es una melodía axil cuyos intervalos por encima y
por debajo del tono del eje están estirados. Hay un comentario sobre la naturaleza axil
de este tema en mi libro Explaíning Music, pp. 187-189.
Del acto 1, letra de ensayo YY, partitura para voz de Schirmer.
(Poco allcgrctta)
E je m p lo 7.40
Brahms: Sinfonía N.“ 3 en
Fa mayor, O p. 90, Tercer
La melodía de Verdi es más compleja y más intensa (ejemplo
movimiento
7.41a). Su complejidad es a la vez contrapuntística y armónica. Con-
trapuntísticamente, una línea cromática de bajo desciende frente al
S i adornado, la primera parte del patrón (la parte estándar)^’^; armó-
nicamente, el cromatismo del bajo, junto con el énfasis en los tonos
sin acorde (apoyaturas y notas vecinas) en la voz superior, crea un
entorno de inestabilidad y ambigüedad. Esta tensión de fondo es a la
vez elevada y caracterizada por el ardor manifiesto, aunque tierno, de
la melodía. El estiramiento que expresa el deseo es compuesto: no
sólo ocurre que la segunda presentación del motivo del «Beso» estira
el intervalo'de la primera (la estándar; véase el diagrama 1), sino que
la tercera presentación del motivo estira el estiramiento de la segun-
da, alcanzando la octava superior (compás 6). Pero no son única-
mente estas tensiones «naturales» las que caracterizan el tema; El
movimiento del estándar reiterado es el inicio (un tanto disfrazado)
de un gesto cadencia! convencional, como indica el ejemplo 7.416: la
principal cadencia dé cierre del priiner movimiento del Cuarteto para
cuerdas, en Fa mayor, Op. 18 N.“ 1, de Beechoven. Para Verdi, este
a )
E je m p lo 7.41
a) Verdi: Otelo, acto
escena 3.
Tiene también las mismas connotaciones para Wagner (y otros compositores del
siglo XIX). Véase, por ejemplo, el último «Lebewohl» de Lohengrin (acto 3 ) y las refe-
rencias a la muerte en La valkiria (acto 1, escena 2; el relato de Siegmund) y Tristón e
Isolda (acto 1, escena 4; «Tod riun sag' ibr D ank!»). Esta asociación parece tanto natu-
ral como apropiada, porque lo que el gesto a la vez presenta y representa es una abrup-
ta caída en el nivel de energía junto con el carácter final del cierre obligado.
La yuxtaposición de los ejemplos 7.41e y / sugiere que todo el tema del «Beso»
podría analizarse como una cadencia de estiradísima. (Y a sé que no me he ocu-
pado de muchas facetas importantes de esta melodía, por ejemplo, el chocante uso de
Do mayor en el compás 7.)
Í 9 4 EL ESTILO EN LA MÚSICA
un tirón hacia abajo con dirección a un tono de mayor concordancia
les da a estas figuras un fuerte carácter afectivo, un carácter que, en lí-
neas generales, se hace más pronunciado al aumentar la duración re-
lativa de las apoyaturas durante el siglo XIX. En palabras de Liszt, lo
que se expresa es «todo lo relacionado con las inaccesibles profundi-
dades de los deseos imperecederos y el anhelo del infinito»"^. Desde
un punto de vista rítmico, las apoyaturas crean grupos móviles pro-
gresivos que se asocian fácilmente con la valoración romántica del
carácter abierto, el Devenir y el crecimiento continuado.
La proclividad de los compositores del siglo XIX a elegir constric-
ciones más «naturales» — ^por ejemplo, melodías de llenado de hueco,
estiramientos y apoyaturas manifiestas— quizá ayude a explicar por
qué las melodías de «Adeste Fideles», de tan frecuente aparición en
la música del siglo X V llI, apenas se encuentran en la del siglo X IX . El
tema es pertinente en este punto porque las melodías de «Adeste Fi-
deles», como las de estiramiento o llenado de hueco, implican, saltos
desde un tono estándar. Tanto si comienza en el compás acentuado
con un salto descendente (como en «Voi che sapete» de Las bodas de
Fígaro de Mozart; ejemplo 7.42a) como si empieza con un salto ana-
cTustico hacia arriba (como en el compás introductorio del Cuarteto
para cuerdas en Mi bemol mayor, Op. 50 N.“ 3, de Haydn; ejemplo
7.42b), el esquema de «Adeste fideles» se define por una sucesión en
subida de tonos estructurales diatónicos relacionados sintácticamente
(1-5/2-5 o 5-1/5-2) que implican una continuación hasta la cuarta o
la quinta. Aunque hay huecos, la línea en subida toma precedencia y
es el principal foco de atención. Sin embargo, de haber estado los to-
nos estructurales adornados por apoyaturas (como en los ejemplos
7.40 y 7.41), habría habido una fuerte implicáción de un llenado des-
cendente y la naturaleza del esquema habría sido diferente^^^. En po-
cas palabras, pues, las melodías de «Adeste Fideles» rara vez se en-
Franz Liszt, del prólogo de Album d’un voyageur, Années de pélerinage (1842), ci-
tado en Le Huray y Day, pp. 537. Es imposible no mencionar a este respecto que Tris-
tón e Isolda, que es la quintaesencia de la expresión del anhelo (véase la nota 106 del
capítulo 6), está repleta de apoyaturas estiradas, conformadoras de la estructura.
En otras palabras, la falta de apoyaturas hace posible que los aspectos guionísti-
cos del esquema de «Adeste Fideles» dominen su potencial de funcionar como un plan.
El esquema de llenado de hueco queda subordinado pero sin negarlo del todo. En am-
bas melodías (como en la melodía propia de «Adeste Fideles»), se produce un patrón de
llenado más adelante en la música.
(4 ) 1
2
Cuarta Qmnta
b)
o) Mozart: Las b o d a s d e cuentran en la música del siglo XIX porque los compositores preferían
Fígaro (K. 492), acto 2
los esquemas de plan sobre los guionísticos.
N.° I I, «Vo¡ che sapete»;
b ) Haydn: Cuarteto para
U n último ejemplo, tomado de bien entrado el romanticismo,
cuerdas e n Mi bemol servirá para resumir muchos de los puntos ya comentados. U n pasaje
mayor, Op. 50 N .° 3. del tercer movimiento de la Sinfonía N.“ 4 en Sol mayor de Mahler
Primer movimiento. (ejemplo 7.43) es un caso inequívoco de un hueco inicial que es re-
forzado por medio de la reiteración y el estiramiento. Aunque la na-
turaleza del plan es enfática e inequívoca, la meta sintáctica es ambi-
gua. La armonía dominante, en vez de resolver, se disipa cuando se
alcanzan las notas más altas. La impresión de que Sol sostenido-Fa
sostenido (compás 210) es una meta es fruto no principalmente de las
relaciones sintácticas, sino de la organización de parámetros secunda-
rios: Sol sostenido-Fa sostenido es la segunda descendente más alta y
más larga, lo cual implica un llenado; el Fa sostenido resuelve una
tensión acúscicá (discordancia); y el punto álgido es marcado por un
cambio de orquestación y tempo.
Pese a la intensidad de la sucesión de huecos estirados y apoyatu-
ras poderosas, el llenado implícito no sigue hasta unos 100 compases
más tarde (compás 320, que no aparece en el ejemplo). Allí, tras una
monumental afirmación de la tónica local. Mi mayor (con Sol soste-
nido en las voces más altas; compases 315 a 319), la melodía des-
ciende a través de una escala pentatónica que sólo es débilmente sin-
3 9 6 EL ESTILO EN LA MÚSICA
E je m p lo 7.43
Mahier. Sinfonía N.” 4.
táctica porque faltan los dos tonos más importantes para definir la to-
T ercer movimiento.
nalidad (la cuarta y el tono principal). Todo el final del movimiento
consta de un proceso de mitigación gradual o amaine en que la músi-
ca se apaga en un morendo, sin un cierre melódico, rítmico o armóni-
co concluyente. Como pone de manifiesto la armonía final — ^la do-
minante— , el final está abierto y lleva hasta el último movimiento
de la sinfonía
Tomado por sí solo, este llenado final parece urta respuesta ende-
ble a las poderosas tensiones de los intervalos estirados y las apoyatu-
ras discordantes. Y aimque la naturaleza del plan no está en duda, la
multitud de huecos diferentes (ninguno de los cuales está cerrado
adecuadamente por un llenado) hacen imposible saber cuál es el hue-
co — si lo hay— que establece el criterio para un llenado satisfactorio
y, en consecuenciá, qué — si lo hay^— constituiría ese llenado. El fi-
nal del movimiento es paradójico; mientras que la mitigación de los
parámetros secundarios crea el , cierre, la sintaxis sugiere una conti-
nuación. No obstante, el, final es satisfactorio, pues-la tensión queda
más que disipada en la mitigación. Es posible una impresión de satis-
fación, sospecho, porque la afirmación con tintes de apoteosis (com-
pases 215 a 319) sirve para cancelar todas las anteriores deudas de
implicación. Quiere esto decir que todas las implicaciones no realiza-
das de invención melódica y armónica,- todas las tensiones no resuel-
tas de los procesos sintácticos y no sintácticos, así como toda§, .las
yuxtaposiciones formales ambiguas son absorbidas y «ábsueltas» por
la intensidad y el tamaño del -clímax estadístico, de la afirmación
apoceótica.
Este comentario llama la atención sobre una relación que hay en-
tre tos aspectos locales y globales de las formas musicales de gran es-
cala. Dicho sucintamente, hay dos -«escuelas» de estiramiento: una es
5/ ' ,
Y
::3 9 8 EL Esmo ENLA MÚSÍCA
E je m p lo 7.44
a, c) Wagnen Los
maestros cantores de
Nuremberg, acto 3,
Hetz er - kor - an, der Er>de lieb * lich-stes BUd,als Mu-se mír ge-wetht,so bel - Ug escena 5, «Canción del
premio»;
b) Mozart; Sonata
b) para teclado en Do
(Moho allegro) g/^ m enor (K. 457). Primer
movimiento.
Este gesto tam bién ocune cerca del final de la «idea fija» en el primer m ovi-
m iento de la Sinfonía fantástica de Berlioz. Lo comento en m i escrito «Exploiting Li-
mits», pp. 199-200.
La cadencia de Wagner al final del ejetnplo 7,.44c es una cadencia falsa. La afir-
mación del Do mayor está reservada para la música de los maestros cantores.
Cabe señalar que aunque Wagner rara vez emplea el estiramiento de intervalos,
los estiramientos depuración no son infrecuentes en su música. Véase la nota 101 de
este capitulo.
A este respecto, véase mi libro Mtisic, the Arts, and Ideas, p. 74.
A falta de una sintaxis tonal manifiesta, la morfología tiende a estar estructura-
da por módulos motfvicos o métricos, y los patrones resultantes tienen un carácter más
aditivo que acumulativo. En consecuencia; es difícil saber qué constituye un estira-
m iento de duración como contraposición a una simple adición.
4 0 0 EL ESTILO E N LA MÚSICA
explfcitamente semánticos, su música tiende, no obstante, a evocar
referencias extramusicales, pues al no haber procesos enfáticamente
dirigidos-a fines y esquemas formales convencionales, la ordenación
de sucesos sucesivos parece problemática. Los sucesos vienen unos de-
trás de otros, pero no pueden entenderse fácilmente como siguiéndo-
se unos de otros. Y cuando está en duda la razón de ser de una suce-
sión, hay una tendencia (fomentada, una vez más, por la necesidad de
vislumbrar) a buscar una razón esencial que halle el sentido del pa-
trón percibido. A menudo una referencia extramusical, ya sugerida
por el compositor ya conjeturada por el oyente, proporciona la cone-
xión cognitiva deseada. De este modo, las estrategias compositivas de
Debussy (que debilitan la estructura sintáctica y jerárquica a fin de
realzar la primacía y facticidad del sonido) lo vinculan a los impre-
sionistas, mientras que las consecuencias .cognitivas de sus elecciones
(que crean la necesidad de una referencia interpretativa) lo vinculan
a los simbolistas.
El «simbolismo sugerente» de Debussy no depende de la especifi-
cidad semántica de los motivos que emplea^^‘'. Más bien surge de las
formas y procesos de los patrones sonoros y su yuxtaposición al in-
teractuar con el entorno cultural y las disposiciones psicológicas de
los oyentes. En cambio, los motivos de Wagner son explícitamente
semánticos e icónicos. Porque aunque un motivo — ^por ejemplo, el
motivo de la lanza en el Anillo—■siempre se refiere a una red d e '
ideas, personas y objetos asociados, su significado no es más indefini-
do que el de una palabra como tierra o una imagen visual como la de
un crucifijo. Como resultado, cabría decir que los drámas musicales'
de Wagner emplean un «simbolismo estipulatívo»*^^. Pero este esbo-
Los preludios de Liszt (compases 178-182) y el Poema del éxtasis de Scriabin (compases
15-19).
^ Véase el ejemplo 7.15.
^ Véanse los ejemplos 7.34 y 7.43 (a partir del compás 210).
* Hay que volve*. a recalcar que ninguna de estas estrategias era nueva. Lo que
cambió fue su creciente frecuencia de utilización.
® Es evidente que la validez de esta afirmación depende en parte de la definición
que se tenga de la armonía cromática, así como del nivel jerárquico que se esté consi-
derando. Aquí empleo el término en un sentido bastante claro: una progresión cromá-
tica es aquélla en la que aparecen acordes que no ocurren diatónicamente en la tonali-
dad y modalidad establecidas.
.4 0 6 EL ESTILO EN LA MUSICA
niendo en cuenta las músicas pentatónicas de muchas y variadas cuh
turas y la sintttxis relativamente débil de algunas de las obras básica-
mente diatónicas de Debussy, Bartók y Stravinsky, por ejemplo.
Argüir que el debilitamiento de las relaciones sintácticas no pue-
de atribuirse directamente a la intensificación del cromatismo no su-
pone afirmar que no hubiera ninguna conexión entre estas tenden-
cias. Para entender la conexión, es necesario considerar la base de
definición de la sintaxis tonal. Porque — no es ninguna sorpresa—
el debilitamiento de las relaciones sintácticas fue fruto en gran medi-
da del desuso de relaciones esenciales para la especificación de un
centro tonal.
En términos muy generales, la especificación de un centro tonal
— la definición de relaciones sintácticas del tipo que sea (heptató-
nicas, pentatónicas, etc.)— depende de la presencia de la no unifor-
midad en el repertorio de alturas que se estén empleando. Dicho al re-
vés: la uniformidad completa — ^por ejemplo, las colecciones exclusi-
vamente cromáticas o de tonalidad plena— no puede ser la base de la
sintaxis tonal. Por ejemplo, el pasaje de «Nuages» de Debussy que
aparece en el ejemplo 8.1 consta de cuatro compases que combinan
tonalidad plena con relaciones cromáticas, seguidos de dos compases
construidos sobre acordes disminuidos. Aunque no sea tonal, el pasa-
je tiene un fuerte componente de proceso. Pero el proceso no tiene
ninguna meta tonal, esto es, ninguna altura o armonía concreta esta-
blece un punto de cierre o llegada preferido. De modo similar, ni una
sucesión uniforme de dominantes secundarias (ejemplo 8.12b) ni una
serie de acordes de sexta aumentada (ejemplo 8.12d) definen un cen-
tro tonall
Por otra parte, la uniformidad respalda,Valores y metas que son
centrales para la ideología del romanticismo: el despliegue continuo
(Devenir) del proceso, la elevación de la expresión mediante la des-
viación, y la intensificación de la incertidumbre a través de la ambi-
La función de la subdominante
4 0 8 £ L ESTILO EN LA M USICA
especifica ios centros tonales particulares*'^. La visión de que las ar-
monías más importantes de la sintaxis tonal son la dominante y la
tónica es, a mi modo de ver, a la vez errónea y equívoca. Que es erró-
nea es evidente por el hecho de que, para cualquier oyente compe-
tente de música tonal, una progresión desde la subdominante hasta la
dominante define sin ambigüedad un centro tonal específico in-
dependie:atemente de si se presenta de hecho la tónica de ese centro.
E igualmente es evidente, incluso para un aprendiz de teoría musical,
que una progresión desde la dominante hasta la tónica no define un
centro tonal, dado .que esa progresión se puede interpretar como I a
IV en otra tonalidad**. Ésta visión ha sido equívoca en tanto que ha
enmascarado la importancia de los cambios en el uso y el predominio
de la subdominante en la historia de la música tonal.
La interpretación errónea de la importancia de la subdominante
es de particular interés en el contexto presente porque esta interpre-
tación es síntoina de una perspectiva ideológica que premia lo natu-
ral sobre lo aprendido, esto es, una perspectiva que busca fundar las
relaciones musicales sobre constricciones iraturales en vez de conven-
cionales."Sin duda la noción misma de subdominante se derivó' de
una relación acústica de la naturaleza de las relaciones musicales.
Y aunque Rameau acabó reconociendo que la subdominante no se
podía explicar sobre una base acústica, fue su primera formulación la
que persistió, junto con su terminología*^. A partir de entonces, mu-
chos teóricos han luchado por «naturalizar» la subdominante-, toman-
do otro rumbo, Heinrich Schenker consideró la subdominante como
algo meramente auxiliar (un acorde vecino de adornamiento) al or-
den natural fundamental del Ursat?.
4 1 0 EL ESTILO EN LA MÚSICA
además de ser convencional (impersonal, carente de originalidad,
inexpresivo), el cierre inequívoco que creaba no cuadraba con la valo-
ración ideológica de la apertura y las jerarquías emergentes'®.
En ninguna parte es más patente la evitación de la progresión de
subdominante a dominante que en los gestos cadencíales en los que
la armonía subdominante, que habría formado parte del patrón meló-
dico y armónico, parece sacada casi explícitamente. Por ejemplo, los
patrones melódicos que cierran frases en Lucia di Lammermoor de Do-
nizetti y Attila de Verdi (ejemplos 8.2a y b) son muy similares a los
patrones de cierre de la Sonata para teclado en Mi bemol mayor (K.
I■
282/189g) de Mozart, así como su Cuarteto para cuerdas en La mayor
(K. 464) (ejemplos 8.2a” y b ’). Y la frase final del «Adiós» de Lo-
hengrin (ejemplo 8.2c) es similar a la que cierra el primer tema del
segundo movimiento de la Sonata para teclado en Si bemol mayor
(K. 333/315c) de Mozart (ejemplo 8.2c’). Pero mientras que en los
ejemplos de Mozart la cuarta y sexta de la escala son armonizadas por
la subdominante, en los ejemplos de Donizetti, Verdi y Wagner la ar-
monía ha sido eliminada. En su lugar, la cuarta de la escala es trata-
da como la séptima de la dominante, y en el ejemplo de Wagner la
sexta de la escala es transformada en una apoyatura.
Otra comparación también señala un cambio en la importancia re-
lativa de la sintaxis en la articulación del cierre. En los ejemplos de Do-
nizetti y Verdi, la figura melódica final (m) prolonga la tónica sin un
c)
c’)
(Andante cantabile)
4 1 2 EL ESTILO EN LA MÚSICA
cambio armónico, mientras que en el período clásico la misma figura es
armonizada normalmente mediante una progresión cadencial del tipo
I64'V 7'1, al igual que en el segundo y tercer ejemplo (8.2b’ y c’) de
Mozart'^ «Liberado» de las constricciones sintácticas, el gesto de cie-
rre, irónicamente, se ha convertido en algo más convencional, en una
suerte de estmctura estilística puramente formular que indica el cierre^®.
Esto llama lá atención sobre un punto general de cierto interés.
Cuando los patrones de primer plano reproducidos (tales como los ges-
tos y ornamentaciones) tienen una íunciórí sintáctica, como suele ser
el caso en la música del clasicismo*®, su convencionalidad se minimiza;
por el contrario, cutmdo la sintaxis se debilita, la convencionalidad
queda subrayada™ El debilitamiento de la sintaxis durante el siglo XIX
afectó al uso tanto de las figuras reproducidas como de las ornamenta-
ciones. Por ejemplo, no sólo se utilizan las omamentacioriés con menos
frecuencia, sino que, cuando se emplean, su función tiende a cambiar.
En lugar de contribuir a la conformación de relaciones rítmicas y meló-
dicas, a menudo tienen una función referencial o caracterizadora (por
ejemplo, en el ultimo movimiento de la Sinfonía fantástica de Berlioz,
las ornamentaciones realzan el carácter sardónico de la versión de la
idea, fija realizada por el clarinete en M i bemol), sirven como una
suerte de coloración sónica y aumentan la intensidad estadistica.de un
pasaje (como en los compases introductorios del Capricho español de
Rimski-Korsakov), o acaso sirvan simplemente como una manera de
exhibir el virtuosismo del artista (como, pongamos por caso, en los ela-
borados pasajes de colora tura de Donizetti).
Por supuesto que aparecen progresiones de subdominante a domi-
nante en la música del siglo XIX. Sobre todo en música como la de la
ópera italiana, en donde la articulación estructural es estéticamente
Este cambio probablemente sea consecuencia del hecho de que, en vez de utilizar
la armonía subdominante (como Mozart), Donizetti y Verdi armonizan'el compás prece-
dente mediante I^-V^, lo que convierte en redundante la armonización del motivo m.
El término estructura estilística [style structure] lo tomo prestado del libro de Euge-
ne Narmour, Beyond Schenkerism, cap. 11. Aparecen ejemplos mucho más tardíos de
este uso no sintáctico en The Rake's Progress (La carrera del libertino) de Sttaviiiski, por
ejemplo, al final del arioso de A n ne en el acto 2, escena 2 (véase el ejemplo E.2).
La función de las ornam entaciones en la conform ación de patrones m elódi-
cos o rítmicos se com enta en el libro de Copper y Meyer: The Rhythmic Structure o f
Music, pp. 21-22 y 48-49.
Se sigue de aquí que cuanto más se debilite la sintaxis, mayor será la tendencia
bien a disfrazar la convención o bien a emplear medios radicalmente novedosos.
Aunque una ápoyatura de .la sexta a la quinta llega a ser un tanto formular en la
ópera italiana (la evitación de una convención lleva, un tanto paradójicamente, al cul-
tivo de otra), de ningún modo se puede considerar ausente de otros repertorios; sirva
como muestra el ejemplo 8.2c del «Adiós» de Lohengrin.
E l «am ontonam iento» de terceras se refiere, por supuesto, a los principios de
constm cción gramatical de acordes, no a su disposición compositiva real.
^ Véase el comentario sobre la música de Debussy al final del capítulo 7.
(A llegro m o d e n c o ) 6 --------5
A ^ 2 O
I
ff
b)
E je m p lo 8.3
a) Verdi: La traviata,
acto 2, escena 1, «Morro!
La mia memoria»;
b) M ozart Los bodas de
Fígaro (K. 492), acto 2,
finale.
Además, Debussy quita los puntos «álgidos» de los versos 2 y 3 , dejando sólo el
del final en el verso 5; esto hace que la forma sea más «estadística». Esta observación se
la debo a Marie Rolf, cuyo trabajo «The Emetgence o f the Symbolist A esthetic in "En
sourdine’’», leído en el congreso anual de la Am erican Musicological Society en 1985,
sirvió de base a estas observaciones.
S IN T A X IS , FORMA Y U N ID A D 4 15
i!
(ejemplo 8.1), o crean una impresión de implicación por saturación:
la repetición de una única figura, como en los compases 17 a 20 del
Preludio a la siesta de un fauno^^.
Esta exposición del debilitamiento de la conexión sintáctica está
respaldada por la observación hecha por Laurence Berman de que el ■
estiló armónico de Debussy revela «cierta motivación, no tanto de
crear un lenguaje nuevo, sino de evitar uno antiguo.'Hemos de reco-
nocer cierto aspecto negativo de su arte en este momento por su
aversión a las relaciones funcionales básicas...»^®. En el aspecto posi-
tivo, Debussy no sólo emplea la armonía para realzar la calidad sono-
ra, sino'que, como señala W illiam Austin, utiliza «acordes para res-
paldar el movimiento hacia adelante de la armonía» Pero la
observación ulterior por Austin de que las «decisiones armónicas de
Debussy no,q)ueden explicarse por ninguna regla».^® no debe tomarse
como una implicación de que las progresiones armónicas de Debussy
son aleatorias. En vez de ser un parámetro primario plenamente go-
bernado por reglas sintácticas, la armonía en la música de Debussy
funciona a menudo como un parámetro secundario^®, gobernado a la
vez por reglas de depen,dencia (que tienen que ver con el realce so-
noro, el respaldo melódico, etc.) y por reglas contextúales (que tie-
nen que ver con importantes articulaciones estructurales)^®.
Por qué — como afirma Austin y da a entender Benjamin— suena
tan «apropiada» la música de Debussy es una cuestión que está más allá
del alcance de este esbozo. Pero sí parece relevante una faceta del pro-
blema, a saber: la falta de una dotación completa de constricciones sin-
tácticas significa que ninguna, progresión armónica es en sí misma o
inapropiada, o apropiada. En esta situación, los oyentes tienden a basar
su sentido de la propiedad en otros parámetros como la sonoridad del
acorde (la construcción), el intervalo melódico, el patrón rítmico o
4 1 8 EL ES77LO EN LA M ÚSICA
a) Ejem p lo 8.4
Lan^un and schmachttnd o) Wagnen Tristón
I e Isolda, Preludio.
E: v7 I— (La menor)
e)
dió» de Wagner no fue algún tipo de «libertad» tonal, sirio la posibilidad de convertir
las relaciones sonoras en un aspecto importante de la música.
Véase el ejemplo 8.12a; véase tam bién el Cuarteto con piano en M i bemol ma-
yor, Opus 47 de Schum ann. Cuarto movimiento, compás 331.
Tam bién es pertinente señalar que la totalidad del modelo de tres compases se
basa en dos esquemas que no necesariam ente son dependientes de la sintaxis; 1) una
cuña divergente, que también funciona a mucha mayor escala como uno de los proce-
sos organizadores de la «muerte de amor» (véanse más adelante los ejemplos 8 .2 4 y
8.2 8 ); y 2) un modelo complementario coordinado que Edward T . Cone analiza como
una frase y su inversión exacta. Véase su escrito «Y et O n ce M ote, O Ye Laurels»,
citado en la edición de Bailey de Prelude and Transfiguración from uTristan and Isol-
d e ., pp. 282-283.
Le estoy agradecido a jeffery C otton por algunas de estas observaciones. T anto
nuestras conversaciones como su trabajo «Functional Sonority: A Reexam ination of the
Tristan Chord» me ayudaron a formular mis opiniones sobre estas cuestiones.
Por supuesto que aparecen cadencias plágales en la música sacra del período clá-
sico, en conformidad con reglas cuasicontextuales.
Esto parece contradecir lo afirmado anteriormente de que la cadencia auténtica
no está más cerrada intrínsecamente que la cadencia plagal. Pero la cadencia auténtica
había llegado a funcionar, durante el clasicismo (y antes), como un signo fuerte de cie-
rre seguro, especialmente cuando la presencia de una séptima contribuía a la definición
del ámbito tonal.
Cuando digo cadencias plágales me refiero a progresiones en las que la dominante
(o la séptima dom inante) se desplaza hasta la tónica sin ir precedida de una armonía de
función subdominante definidora de la tonalidad.
La cadencia plagal del tema lírico de Los preludios de Líszt (ejemplo 7.23c^ es un
tanto inusual, y emplea un cambio a una subdominante menor, lo que hace que la ca-
dencia suene algo así com o una media cadencia. Esta progresión — de subdominante
menor a tónica mayor— se comentará en breve.
C on cierre de alto nivel me refiero al cierre que establece una armonía tónica fi-
nal y duradera.
Ejemplo 8.5
Chopin: Fantasía en Fa
menor/La bemol mayor,
Op. 49. Obsérvese que en estos casos — son bastante frecuentes— la pro-
gresión plagal no es un sustituto de un cierre sintáctico fuerte, sino
un signo que confirma un cierre previo, de rrrodo similar a la cadencia
auténtica (V-I) en el clasicismo. Esto cabe relacionarlo con la obser-
vación anterior de que una progresión que sigue a un fuerte cierre ca-
dencial aparece como especialmente convencional^^. Esta puede ser
una de las razones de que la cadencia auténtica confirmadora del cla-
sicismo llegara a parecer un clisé descarado al que había que sustituir
y de que las cadencias plágales confirmadoras que reemplazaron a las
auténticas también llegasen poco a poco a parecer convencionales.
4 2 4 EL ESTILO EN lA MÚSICA
a) b) c) d) Ejem plo 8.6
C; IV — ^1 c ¡V — i (C : jy— I) B l: V -
F. I ---- V E l : S ------ vi f; 1--------V
A t: vi---- iü
: 4 2 6 EL ESTfLO EN lA MÚSICA
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(Aflegro non troppo) Tempo I
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La similitud entre las descripciones de los finales del Don Juan de Strauss y el
Tristón de W agner hace que sean realmente significativas las diferencias; pues el héroe
de Strauss cae lentam ente a tierra en un descenso melódico tembloroso, muriendo os-
curamente en la tierra en el modo menor, mientras que la heroína de W agner se eleva
con serenidad hacia la luminosa dicha celestial del modo mayor.
Parece posible que esto sea una prueba de un principio general del cambio esti-
lístico — que requeriría un estudio ulterior— , a saber: las novedades tienden a produ-
i
LA COMPRESIÓN
za en M i menor (compás 25) y concluye con una repetición variada en Mi mayor (com-
pases 3 7-42).
Esta observación sobre la transcendencia también se la debo a Ruth Solie.
He comentado en mi libro Emoción and Meaning in Music por qué se emplea el
cambio al modo menor para iniciar este tipo de pasajes; véanse las pp. 226-227 y otras
partes del texto.
Com o a menudo sucede, la función de signo del cambio de modo es reforzado
por un sorprendente cambio de orquestación de cuerdas a maderas. Como resultado, el
oyente «sabe» que no se trata de una frase consecuente real, aun cuando esté en el
modo menor. Moraleja: los compositores concienzudos rara vez meten todos los signos
en una misma cesta de parámetros.
E je m p lo 8.11
Franck Quinteto con
piano en Fa menor.
Primer movimiento.
f; V/IV [ Iv f/ lV )
tlV
iv t* t f ; v¡¡
(Vi)
4 3 4 EL ESTILO EN LA MÚSICA
a)
A; V7
4 3 6 EL ESTILO EN LA MUSICA
Cambios en el uso
E je m p lo 8.13
Haydn: Cuarteto para
cuerdas en Mi bemol
mayor, Op. 71 N.° I.
Segundo movimiento.
~‘ e m p lo 8 . M
vVagner Tristón e Isolda,
iludió.
v7/v v7 VI
o: IV
LA MODULACIÓN DE TO N O S COMUNES
Véase la descripción que hace Anthony Newcomb, más adelante en la nota 94,
de la vinculación de áreas tonales. El carácter móvil, n o cadencial de la resolución fal-
sa es realzado y confirmado por una elisión en la que comienza un nuevo motivo toca-
do por los violonchelos al tiempo que acaba el proceso ptecedente.
f i) 8 EL ESTILO EN LA MÜSICA
mónico gradual, tienen lugar más frecuentemente y de modo más sor-
prendente en la música del siglo XIX que en la del XVIII. Estas modu-
laciones tan abmptas son especialmente sorprendentes cuando las to-
nalidades están separadas por una tercera y están en el mismo modo.
Esto se debe a que las constricciones de la tonalidad hacen improba-
ble que tonalidades separadas por una tercera estén en el mismo
modo®°. Para desplazarse por terceras y permanecer en el mismo
modo, es necesaria la alteración cromática. Por ejemplo, si se sube
una tercera desde un acorde de Do mayor, el acorde de Mi debe cam-
biarse de menor (como ocurriría en Do mayor) a mayor, esto es, Sol
debe cambiarse a Sol sostenido. Esto es lo que ocurre en los temas de
Liszt y Brahms dados en el capítulo 7 (ejemplos 7.23a y b)®b A la luz
de una de las hipótesis exploradas en este esbozo, parece posible que
esta estrategia fuera elegida por los compositores del siglo XlX porque
hacía que la presencia de la modulación fuese palpable aun para los
no iniciados entre los igualitarios elitistas. Visto de otro modo, la va-
loración romántica de la constancia motívica y la transformación gra-
dual tendía a enmascarar la naturaleza moduladora de los pasajes de
transición. Sorprendentes modulaciones de tono común ayudaban a
compensar ese enmascaramiento, haciendo que el cambio de .tonali-
■dad destacase más de lo que probablemente lo habría hecho de otro
modo.
La modulación abrupta bajando una tercera mayor es más corrien-
te. Por ejemplo, ocurre en el primer movimiento del Quinteto para
cuerdas en Do mayor, Op. 163, de Schubert y en el primer movi-
miento del Cuarteto para cuerdas en Mi bemol mayor, Op. 130, de
Beethoven. Pero las diferencias entre estos dos ejemplos son tan re-
veladoras como sus similitudes. En el quinteto de Schubert (ejemplo
8.15a), la modulación de tono común de Sol mayor (como la quinta
b)
(Allegro) Adapo, ma non troppo
4 4 0 EL ESTILO EN LA MUSICA
progresión abrupta desde la dominante de Sol mayor a Mi mayor no
lleva a una sección moduladora inestable; en vez de eso, realza el
contraste de color y tono entre el solista y la orquesta®^.
El aumento, durante el siglo X IX, del uso de progresiones como las
descritas contribuyó significativamente al debilitamiento de la sinta-
xis tonal. Esto se debió no tanto a que las progresiones fueran nove-
dosas, sino a que contravenían el desplazamiento armónico por quin-
tas, el cual es básico para la sintaxis tonal, y porque al hacer uso de
progresiones que anteriormente habían sido elegidas muy raramente
cambió las relaciones de probabilidad entre todas las progresiones, in-
cluidas aquellas que definían los centros tonales^. Por otra parte,
como ya se ha señalado, lo inusual de dichas relaciones hacía paten-
te el hecho del cambio de tonalidad. Es más, cuando la modulación
se hacía por el tono común, la base de la conexión tonal era directa
e inconfundible. Desde este punto de vista, la modulación de tono
común es análoga a la clase de conexión melódica que Schoenberg
llama técnica de vinculación^^. Y, al ser ambas fáciles de comprender,
servían a las necesidades del nuevo público.
La elección de la modulación de tono común por terceras mayo-
res sin cambio de modo también puede estar relacionado con la valo-
ración del color armónico por sí mismo. El acorde en Mi bemol ma-
yor que inicia la segunda área tonal del Quinteto para cuerdas de
Schubert (ejemplo 8.15a) y el acorde en Mi mayor que inicia el se-
gundo enunciado de la melodía axil de Los preludios de Liszt (ejemplo
1.23d) parecen intensamente brillantes y «de modo mayor» porque
en la sintaxis tonal es altamente probable que, si el movimiento es
Obsérvese que tam bién en este caso la melodía com ienza en la tercera del
acorde.
El contraste con la práctica del clasicismo, en la que el cambio de modo (nor-
malmente de mayor a menor) comúnmente — aunque no invariablemente— señala el
comienzo de la instabilidad, es evidente.
4 4 2 EL ESTILO EN LA MÚSICA
:í- '
El aplanamiento de la jerarquía tonal
Es importante volver a hacer hincapié en que, debido a que las jerarquías son
en principio discontinuas, las relaciones sintácticas cam bian de un nivel a otro. Así,
aunque nuestra terminología y simbología tienden a fundirlas y embrollarlas, las rela-
ciones de probabilidad entre las esferas tonales (áreas tonales) no son las mismas que
las que hay en una progresión armónica de primer plano. Por ejemplo, en la música del
siglo XIX y también la del XVUI, las relaciones tonales de tercera son considerablemente
más probables (y frecuentes) que las progresiones armónicas por terceras. En definitiva,
las maneras en que se debilitaba la sintaxis tonal y las consecuencias de esos debilita-
mientos dependían del nivel jerárquico en cuestión. Aunque necesariamente queda más
allá del alcance de este estudio, ésta es un área de la teoría musical que merece más
atención de la que hasta ahora ha recibido.
Las razones de este aumento tuvieron que ver tanto con la naturaleza del públi-
co como con los valores estéticos o ideológicos de los compositores (véase la sección ti-
tulada «Circunstancias sociales, estilo e ideología» en el capítulo 6).
Com o se sugirió en la parte final del capítulo 6, parece haber una correlación di-
recta entre el tamaño de una composición y el número de unidades estructurales (en
cualquier nivel jerárquico dado) que contiene.
La disminución de la eficacia de la tonalidad como base de la coherencia estruc-
tural es competrsada por la mayor importancia de la similitud m otívica como base de la
unidad musical.
«Birth of Music», p. 52.
m „ p. 53.
4 4 8 EL ESTILO EN LA MDSICA
E je m p lo 8.16
una reversión literal del movimiento secuencial (compases 100'1CÍ3), y Haydn: Cuarteto para
esto lleva-a la estabilidad de tensión en la dominante (compases 103- cuerdas en Mi bemol
mayor, Op. 7 6 N.° 4.
107). Toda la acción del clímax sintáctico se completa al resolverse la
Primer movimiento.
dominante y comenzar la recapitulación (compás 108).
Dos de las características del clímax sintáctico son especialmente
pertinentes para el presente comentario. En primer lugar, aunque a
menudo sea congruente con un punto álgido estadístico, un clímax
sintáctico implica esencialmente un cambio de función. Es una ac-
ción en la que las tensiones de la inestabilidad se resuelven hasta la
relación de la regularidad. Siendo esto así, un clímax sintáctico pue-
de producirse en un punto bajo de la curva estadística formada por los
parámetros secundarios'®^. La segunda característica — relacionada
Sería interesante estudiar las maneras en que los clímax sintácticos y estadísticos
se coordinan en la música desde el 1700 al 1900, por ejemplo. Sospecho que la relación
entre ellos será una característica no sólo del estilo en diferentes niveles jerárquicos,
sino también de la forma y el género.
■ j5 0 EL ESTILO EN LA M ÚSICA
tadísticas comentadas hasta ahora son considerablemente más cortas;
la mitigación que concluye el último movimiento de la Sexta Sinfo-
nía de Tchaíkovski dura unos dos minutos y medio (claro que depen-
de de la interpretación), mientras que la mitigación con la que acaba
el tercer movimiento de la Cuarta Sinfonía de Mahler^®^ dura unos
tres minutos y medio. Sobre todo en el área de las grandes formas, las
diferencias en las exigencias de los guiones sintácticos en compara-
ción con los planes estadísticos tienen importantes consecuencias
para la música del siglo XIX.
Aunque no puedo documentar esta hipótesis en un esbozo como
el presente, sugiero que la creciente importancia de la forma estadís-
tica, aunada al considerable aumento en el tamaño (longitud) de los
movimientos, lleva a importantes cambios en la estructura de los mo-
vimientos de la forma sonata, y más específicamente a los cambios en
la colocación del clímax estadístico, esto es, el lugar en que los pará-
metros secundarios alcanzan el más alto grado de intensidad: las altu-
ras más altas (y más bajas), la tasa de ataque más frecuente, una ele-
vada tensión acústica (discordancia), la dinámica más fuerte, las
sonoridades más poderosas y las texturas más densas. En las formas so-
nata de Haydn y Mozart, cualquier clímax estadístico que se presente
tiende a ocurrir antes del clímax sintáctico. Es más,, como se indicó
anteriormente, el punto álgido funciona a menudo como un signo de
la estructura sintáctica más que como un punto focal por derecho
propio. Para Beethoven — éste es uno de los aspectos por los cuales su
música a menudo parece romántica— el clímax es más enfático y más
focal, y tiende a ocurrir justo antes de la recapitulación (como en el
primer movimiento de la Octava Sinfonía) o en, lo que a veces es lla-
mado el segundo desarrollo (como en la coda dél primer movimiento
de la Tercera Sinfonía). En las «elevadas» sinfonías románticas el clí-
max estadístico tiende a ocurrir tarde dentro de la forma, a menudo
en la coda'®.
eran periféricas con respecto a la acción..o>. (Music and Society Since 1815, p. 75; el subra-
yado es nuestro.)
Sonata Forms, p. 320. Kofi Agawu arguye que la colocación del punto álgido de
una curva dinámica ocurre cuando se llevan transcurridos unos dos tercios de la pieza.
Pero está tratando piezas o partes de piezas relativamente breves. Véase su escrito
«Structural Highpoint as Determinant», I;75.
James Webster escribe que «la coda aumentó en importancia; desde luego el clí-
max a menudo llega no en el doble retomo sino en la coda... Éste es un aspecto de la
tendencia decimonónica a desplazar hacia el final el peso de todas las formas, tanto de
los movimientos individuales como de los ciclos completos» («Sonata Form», en Stan-
ley Sadie (editor): Ths.New Grave Dictiormy, 17:504).
Durante el últim o cu arto del siglo XVIII y la primera parte del XIX, el empleo de
signos de repetición en los movimientos de la form a sonata se hizo cada vez menos fre-
cuente. Primero se abandonó su uso al final de la segunda repetición y luego se dejó de
utilizarlos al cierre de las secciones de exposición. Michael Boyles describe este cambio
y lo atribuye al desarrollo de la forma orgánica («Organic Form and the Binary Re-
peat»). También cabría pensar que era un síntoma de la creciente preferencia por los
4 5 2 EL ESTILO EN LA MÚSICA
Por último, las discrepancias entre la naturaleza de los guiones
sintácticos y los planes románticos pueden ayudar a explicar la persis-
tencia de dos nociones corrientes. La primera es que ,«la sonata...
muere; la textura expresiva y la estructura se endurecieron en una
forma. Tras su definición académica... la sonata se convirtió en un
molde de tarta en el que el compositor vertía su mezcla pastelera des-
pués de juntar temas y modulaciones de la fuerza a p r o p i a d a » T o -
mado literalmente, este punto de vista es manifiestamente insosteni-
ble. Porque los moldes hacen que las formas se parezcan más entre sí.
Incluso un vistazo por encima a las pruebas deja claro que las formas
sonata de Haydn, escritas más o menos en la misma época, tienden a
parecerse más entre sí que las formas sonata escritas por Mahler, por
ejemplo, un hallazgo que difícilmente puede extrañar a nadie dada la
valoración del guión por parte de Haydn y la preferencia por el plan
en Mahler^'®. Pero los clisés gastados por el uso suelen ocultar un
meollo de verdad. En primer lugar, dado que la forma sonata básica-
mente es un guión sintáctico, estipula relaciones tonales y funciona-
les más específicamente de lo que lo hacen los planes. Y, sobre todo
cuando se prefieren los planes, las constricciones del guión parecen
planes sobre los guiones. Pero la repetición de la segunda parte de la forma se abando-
na bastante pronto — por ejemplo, en las últimas sinfonías de Haydn— y son posibles
otras explicaciones. Una de ellas es que, al familiarizarse los oyentes con los lineamien-
tos básicos del guión, se pudo prescindir de la redundancia creada por la repetición de
partes de la forma. O tra explicación es que el hecho de la repetición era en cierto sen-
tido algo mecánico y explícitamente convencional, una observación que, claro está, res-
palda el argumento de Broyle.
Rothstein; «The Shapes o f Sounds», p. 17. En la misma línea. James Webster
observa que los compositores románticos «a menudo tratan }a forma de una manera aca-
démica, como un molde, no un proceso» («Son ata Forra», en Stanley Sadie (editor)
Tile New Grove Di'criomry, 17:504). ' ■
Lo irónico y divertido es que este punto de vista — que la forma es un molde— es
esencialm ente rom ántico. A sí, Liszt escribe que «el artista... h a de exigir contenido
emocional en el recipiente formal. Sólo cuando está lleno de aquél tendrá éste sentido
pata él» (citado en Stm nk (editor): Source Retufags m Musíc Hiscory, p. 8 6 0 ). Este pun-
to de vista está relacionado en cierto sentido con nociones acerca de la inocencia y la
inspiración del compositor, como si los compositores se pusiesen a escribir sin ningún
marco esquemático en mente. (¡L a confusión es entre moldes y modelos!) Y la depre-
ciación de los moldes está relacionada con la valoración de los planes sobre los guiones.
Porque parecía que como podía estipularse la taxonomía del guión (com o hizo Czemy
para la forma sonata), la organización era a primera vista autoritaria y convencional, en
vez de una consecuencia única de la inspiración espontánea.
A sí como la valoración de la transcendencia en Mahler.
Sé que muchas piezas románticas, tanto amplias como pequeñas, acaban rápido
y fuerte sin ninguna mitigación. Pero sospecho que la curva dinámica fija la forma bá-
sica del plan.
August Frederic Christopher Kollmann; An Essay on Practical Musical Composi-
tion (1 7 9 9 ). Para consultar otras exposiciones y otros teóricos, véase Ratner; Classic
Music, pp. 217-220 y otras parces del libro.
4 5 4 EL ESTILO EN LA MÚSICA
ciones temáticas se veían como siguiendo un plan general, a menudo
de índole dialéctica o narrativa, en el que el primer tema (o los pri-
meros temas) constituía un enunciado o tesis, el segundo tema (o los
segundos temas) funcionaba como contraste o antítesis y, siguiendo al
conflicto o la interacción temático en la sección del desarrollo, tenía
lugar una resolución o síntesis en la recapitulación. Esta representa-
ción de la forma sonata no estaba en absoluto confinada a las teorías
de hegelianos tan manifiestos como A. B. Marx^^^. En cambio, dado
que la sucesión dialéctica se consideraba un proceso natural e inhe-
rente — en consonancia con facetas del romanticismo como el orga-
nicismo y el carácter continuo del Devenir-—, funcionó como uno de
los modelos preferidos para la conceptuación del cambio en muchos y
diversos ámbitos.
Aunque los compositores del siglo XIX eligieron confiar cada vez
más en esquemas basados en planes, dependiendo cada vez menos de
esquemas basados en guiones, hay que recalcar que la sintaxis tonal
casi invariablemente constreñía y cualificaba la forma y el proceso es-
tadísticos, hasta el advenimiento, en el siglo XX, de la música atonal.
Pero el dominio de la sintaxis tonal se hizo cada vez más local en vez
de global. Y, dado que conforma relaciones en niveles jerárquicos más
bajos, la forma a menudo se vuelve aditiva. Este aplanamiento de las
relaciones jerárquicas permite — incluso requiere— el orflen acumu-
lativo o emergente que es típico de la forma estadística. El aplana-
: miento de la jerarquía sintáctica también es fruto de otros cambios.
; En primer lugar, como ya hemos visto, el aumento en el tamaño de
los movimientos da como resultado de forma casi necesaria un au-
mento en el número de partes que forman el todo. Y, al aumentar el
número de partes, la centralidad o preeminencia de cualquier parte
’ concreta parece disminuida. Algo incluso más importante, como
: se observó anteriormente, es que la distinción entre sucesos temáti-
cos estables y pasajes transitorios inestables tiende a atenuarse. Esto
es consecuencia de dos cambios. Por un lado, los pasajes temáticos
se vuelven menos estables y están cerrados con menos claridad;
por otro, los pasajes inestables generalmente se vuelven más temá-
' ticos.
E a cu eltó o-
Los pasajes temáticos se vuelven menos estables porque las metas
de la originalidad y la expresión individual llevan a la utilización de
apoyaturas ampliadas, un mayor cromatismo e intensificaciones armó-
nicas locales, todo lo cual eleva la tensión y la movilidad. Los pasajes
transitorios se vuelven más temáticos porque los compositores ro-
mánticos eligieron usar motivos derivados de pasajes temáticos. Este
uso fue resultado de la valoración del poder expresivo de la melodía y
el aprecio de la transformación gradual, por un lado, y del rechazo de
lo que parecía un «trabajo de pasajes» convencional e impersonal,
por otro. Además, la figuración neutral que a menudo se encuentra
en la música del clasicismo era incongruente con los temas muy idio-
sincrásicos preferidos por los compositores románticos. Para expresar
el contraste del modo más poderoso posible: en la música del clasicis-
mo, la neutralidad y constancia de la figuración rutinaria permitían al
oyente prestar atención a la movilidad del proceso armónico — la
inestabilidad de la sintaxis— , mientras que en la música romántica
el interés inherente del proceso motívico tendía a enmascarar la
inestabilidad armónica. Es decir, los oyentes no sofisticados podían
refugiarse de las incertidumbres de la ambigüedad sintáctica o lo im-
predecible atendiendo a los comparativamente bien formados patro-
y • 114
nes motivicos .
Las jerarquías inclusivas pueden surgir sólo si entidades formales
relativamente estables de niveles inferiores de la estructura pueden
combinarse dentro de un proceso para formar entidades relativamen-
te estables en un nivel superior. Una estructuración tal resulta de la
presencia de relaciones formales claras, la diferenciación entre pasajes
más o menos estables y la articulación del cierre. Ya hemos conside-
4 5 6 EL ESTILO EN LA MÚSICA
rado por qué y cómo los compositores románticos disfrazaban, relacio-
nes formales como las características del esquema de notas cambian-
tes, minimizaban el contraste entre pasajes estables e inestables, y de-
bilitaban el cierre tanto mediante la elisión como a través del uso de
progresiones cadencíales menos decisivas. Los parámetros secundarios
también servían para contravenir el cierre sintáctico fuerte. U n solo
ejemplo tendrá que bastar para ilustrar lo que se convirtió en una es-
trategia bastante frecuente. En el tercer movimiento de la Novena
'i í Sinfonía de Mahler, una chocarite mptura en la orquestación, la tex-
tura y el registro niega la fuerza de cierne de la progresión cadencial
auténtica (ejemplo 8.17). La nota Re al unísono no puede resolver
satisfactoriamente el precedente acorde de séptima dominante.
Figura 8.1.
■ i
que en muchas ocasiones es el mismo suceso repetido secuencialmen-
te. En otras palabras, el predominio de las secuencias en la música del
siglo X IX es resultado en parte de su capacidad para definir sucesos sin
depender del cierre sintáctico. De este modo, la definición clara de la
forma se reconcilia con el proceso en marcha.
Como complemento y, por así decirlo, como compensación por el
debilitamiento y aplanamiento de la estructura sintáctica, se da un
fortalecimiento de la forma estadística. Sin duda, cuanto más débil y
plana sea la estructura sintáctica, con más facilidad podrá combinar
con ella un plan estadístico acumulativo. Esto es así porque la forma
estadística es en sí misma aditiva. Cada suceso — cada curva dinámi-
ga— de esta jerarquía tan eíhergente consta de tres fases: la intensifi-
cación; el clímax (punto álgido o apoteosis); y la mitigación. Las cur-
vas dinámicas que conforman la forma más amplia generalmente se
siguen unas a otras con una intensidad creciente. La forma resultan-
te, descrita por muchos analistas, podría representarse más o menos
como aparece en la figura 8.1.
Pero las constricciones que rigen tanto a las curvas individuales
como a la curva global permanecen constantes. En pocas palabras,
como se describe en el capítulo 6, las jerarquías emergentes, las cua-
les dan lugar a clímax estadísticos, son continuas. Todas las curvas
constituyentes, así como la curva global más amplia, tienen formas si-
milares y están formadas de modo similar.
S in embargo, de la compatibilidad entre estructuras sintácticas
planas y estructuras sintácticas emergentes y acumulativas no se sigue
que sus formas necesariamente sean coordinadas. En la música del si-
glo X IX los procesos estadísticos frecuentemente transcienden a la lle-
gada sintáctica. Esta falta de coordinación es evidente en algunos
análisis alternativos del Preludio de Tristán e Isolda. Por ejemplo, el
análisis que hace Hugo Leichtentritt de la forma estadística coloca el
clímax (estadístico) en los compases 82-83, cuando se llevan recorri-
das tres cuartas partes de la forma, mientras que los análisis armóni-
cos y tonales de Alfred Lorenz y Roland Jackson colocan el retomo
principal (¿clímax sintáctico?) en los compases 74 y 63, respectiva-
mente, cuando se llevan recorridas tres cuartas partes y la mitad del
Preludio**^.
^8 EL ESTILO EN LA MÚSICA
Un ejemplo de forma estadística: la «muerte de amor» de Isolda
C k: v 7 / v i- -V7- -m*- -V / V -
j6 — -V / IH - -V7-
(F: I«)
ije m plo 8.18
Vagnen Tristón e Isolda, enunciado se eleva de nuevo a un punto más alto y vuelve a caer. Las
cto tercero, escena
secuencias sisíficas son muy frecuentes en la música romántica. Ade-
;rcera, la «muerte de
mor».
más, es pertinente señalar que estos motivos son formas estadísticas
en miniatura, como indica el diagrama sobre el ejemplo 8.18b. (Esto
no debe sorprender teniendo en cuenta que las jerarquías emergentes
son continuas.) Diclto de otra forma: la música romántica tiende a
caracterizarse por un despliegue continuo en el que el todo y la parte,
la semilla y la flor, son manifestaciones de un único principio. En pa-
labras de Blake, se ve «un mundo en un grano de arena».
Los dos primeros compases de la muerte de amor son también ca-
racterísticos de otras maneras. Armónicamente, son relativamente
6 0 EL ESTILO EN LA MÚSICA
inestables, abiertos y ambiguos. Aunque el primer acorde, un acorde
en La bemol mayor, resuelve el precedente acorde de séptima domi-
nante, lo hace en una segunda inversión inestable y acústicamente
tensa. Pasa a otro acorde de séptima dominante móvil. En vez de re-
solver el acorde dominante y crear un cierre, la siguiente armonía
(compás 2) disuelve la tensión sintáctica: el bajo no se mueve y el
tono principal, Sol (compás 1), queda en nada por el desplazamiento
a Sol bemol. La progresión (del compás 1 al 2) es irregular y ambigua:
¿es el acorde de Do bemol una III® en La bemol mayor? (como hemos
visto, cambiar de modo es una práctica común en la música del si-
glo X IX ); ¿es un acorde submediante (VI® en Mi bemol mayor), como
sugiere el siguiente acorde dominante?; ¿o es la típica progresión ro-
mántica (véase lo expuesto anteriormente) de V/vi-I® en Do bemol
mayor, que anticipa la tonalidad principal (S i mayor) de la muerte
de amor? Sea cual sea la interpretación que se prefiera (la continua-
ción de la secuencia sugiere que sea la tercera), no hay ni estabilidad
ni cierre. Aunque el siguiente acorde en Mi bemol mayor es acústica-
mente estable, su función es muy incierta: como se mencionó ante-
riormente, pudiera parecer parte de una progresión de sexta a quinta
en Mi bemol menor, o cabría interpretarlo como un desplazamiento
napolitano en Mi bemol mayor (HI-I). Pero cuando vuelve a Do be-
mol en el compás 3, la función del acorde de Mi bemol mayor, visto
en retrospectiva, parece más la de un acorde vecino (ejemplo 8.18e).
Estas tensiones y ambigüedades armónicas son mitigadas por la
estructura rítmica (ejemplo 8.19). Porque aunque la síncopa en la
parte vocal -(compás 2) crea una tensión moderada, la organización
rítmica básica es bastante regular. Consta de tres niveles de ritmos
trocaicos, cada uno de los cuales acaba en un ritmo débil, móvil y
abierto^^°. Como resultado, la forma del motivo carece de ambigüe-
dad, aun cuando no se pueda decir lo mismo del proceso armónico.
La presencia de un módulo formal claro es importante porque sirve de
base a accelerandos futuros aún por componer. (La necesidad de unos
módulos bien definidos en la estructuración de formas secuenciales
acumulativas quizá ayude a explicar por qué, pese a las desviaciones
en otros parámetros, la estructura rítmica o métrica de la música ro-
mántica tiende a ser bastante regular.)
Esta interpretación de la estructura rítm ica de los dos primeros compases es una
revisión radical de la que di en Emotion and Meoning in Music, pp. 113-115.
000mwmmm
4 6 2 EL ESTILO EN LA MUSICA
u'V.
a)
Compás: 1 2 3 4 5 6 7
Ejemplo 8.20
4 6 4 E l ESTILO EN LA M ÚSICA
especialmente dominantes e intensas en la música romántica, las se-
cuencias motívicas son un fenómeno corrientísimo. Estas secuencias
son también características porque — como se señaló al final de la
sección precedente— reconcilian la definición de la forma con el
proceso abierto, en marcha, y porque los motivos de una secuencia
están relacionados entre sí no principalmente a través de las conven-
ciones de la sintaxis, sino a través del reconocimiento más «natural»
de similitudes de contorno y ritmo.
Para lo que aquí nos ocupa no es necesario analizar las curvas res-
tantes con tanto detalle. Las dos secciones siguientes comienzan con
el motivo principal (compases 12 y 29) y con la misma armonía
(M i64). Ambas desarrollan una intensidad algo mayor que la primera
sección mediante el estiramiento melódico (ejemplo 8.22a) — ^una es-
trategia que Wagner usa en pasajes más líricos (véanse los ejemplos
8.22 y 7.44a)— y una textura melódicamente más activa. Obsérvese
que aunque la textura del pasaje en los compases 12 a 18 es básica-
mente homofónica, el patrón de acompañamiento en estos compases
es complementario (no es una figuración convencional) y está unido
al proceso temático principal (ejemplo 8.22b).
a) E jem p lo 8.22
Vlolines 1'
p doice
Íh 6 EL E ST ILO E N LA MÚSICA
La fuga de Bach tiene un tema casi austeramente contrapuntísti-
co, un tema de dos niveles regido por un contrapunto implícito de la
cuarta especie (ejemplo 8.23d). El giro que inicia el tema sirve para
establecer la línea «principal» (inferior), pero no se repite como par-
te del proceso secuencial, que es inambiguamente diatónico y alcan-
za el cierre en la tónica. Aunque hay vestigios de este proceso con-
trapuntístico en la versión de Wagner de este esquema (y, con las
modificaciones pertinentes, también en la versión de Schumann), la
fuerza generadora básica es armónica: una progresión cromática des-
cendente desde el acorde de sexta en Mi mayor del compás 34, pa-
sando por un acorde aumentado .(Re-Fa sostenido-La sostenido) en la
segunda nota del compás 35, a un acorde de sexta en La iriayor al fi-
nal del compás 35, y así hasta bajar al acorde de sexta en Mi mayor
del compás 38. El cromatismo y la uniformidad de este proceso son
característicos de mucha de la música del romanticismo. Y también
son evidentes otros rasgos románticos, que hacen que la secuencia de
Wagner parezca más una sucesión de motivos líricos que la estructu-
ra integrada única que forma el tema de la fuga de Bach*^"*. En primer
lugar, se repite el patrón completo, y su coherencia llama la atención
sobre la organización motívica de primer plano; en segundo lugar, las
notas altas de Sol sostenido (compás 34), Fa sostenido (compás 35) y
así sucesivamente son breves apoyaturas relacionadas por registro,
pero no por función sintáctica, a notas altas subsiguientes; y, en ter-
cer lugar, los acordes descendentes al final de cada compás conectan
registros, minimizando así la independencia de las líneas contrapun-
tísticas superior e inferior.
Lo más importante es que ni la versión de Schumann de esta es-
trategia ni la de Wagner están cerradas sintácticamente. La línea cro-
mática descendente de Wagner claramente es parte de una leve miti-
gación, según indica no sólo el sentido de la secuencia, sino la
retirada de los instrumentos (flauta, clarinete, una trompa, un fagot)
y las marcas de expresión piü piano y morendo. El pasaje no acaba con
una cadencia ni un ritmo acentuado al final; ni siquiera con una pau-
sa. Sabemos que la secuencia descendente ha terminado no porque
haya un cierre, sino porque una nueva sección marcada por un nue-
S IN T A X IS , FORMA Y U N ID A D 467
vo motivo, así como un cambio parcial de proceso, se apropia de la
conformación de la música. El cambio de proceso es sólo parcial por-
que, aunque el nuevo motivo cambia el sentidó del movimiento me-
lódico de una caída a una subida, el descenso cromático de la línea
del bajo prosigue; esta continuidad también contribuye a la debilidad
del cierre del patrón precedente^^^. La combinación de una parte o
sección con otra, creando una continuidad aparentemente sin costu-
ras, realiza uno de los valores máximos del romanticismo. Incluso los
compositores de orientación sintáctica como Brahms tienden a en-
mascarar los puntos de articulación entre partes que de otro modo
estarían claramente definidas*
Aunque la línea del bajo de Wagner sigue descendiendo después
del compás 38, su relación con el nuevo patrón melódico desemboca
en un cambio de proceso. En lugar de una secuencia paralela entre la
melodía y el bajo, el nuevo proceso crea un patrón de «cuña» diver-
gente, esto es, un esquema en el que la parte superior asciende y la
inferior desciende. Aparece una representación abstracta de este cam-
bio de proceso en el ejemplo 8.24*^^.
Las cuñas divergentes están trazadas conforme a un plan. No es-
tipulan ninguna relación sintáctica y de hecho pueden ser completa-
mente cromáticas y atonales, como muestra el constructo que apare-
ce en el ejemplo 8.25*^®. Su linealidad esencial las hace fuertemente
4 6 8 EL ESTILO EN LA MÚSICA
E jem plo 8.24
implicativas y dirigidas hacia una meta^^®, mientras que su divergen- Wagner Tristón e Isolda,
cia las hace abiertas y móviles, particularmente cuando la estructura- acto tercero, escena
ción sintáctica es débil. Por estas razones, el esquema de cuña diver- tercera, la «muerte de
gente ocurre más frecuentemente en la música del romanticismo que amor».
en la del clasicismo.
Ejem p lo 8.25
4 7 0 EL ESTILO EN LA M ÚSICA
Por último, merece la pena señalar que la cuña y los esquemas
complementarios están relacionados no sólo en el sentido de que am-
bos son planes, sino porque la cuña combina las dos partes de un pa-
trón complementario en una única simultaneidad, como en el frag-
mento de L a noche transfigurada de Schoenberg que aparece en el
ejemplo 8.27^^^.
E je m p lo 8.27
,
(Noch b«wegtet)
4 7 2 EL ESTILO EN LA MÚSICA
Con la llegada del Fa sostenido en el bajo (compás 54), termina
el proceso de cuña y comienza el arranque final hacia el clímax esta-
dístico. Esté cambio es señalado por un repentino pianissimo y la re-
entrada de los metales y timbales. Aunque el Fa sostenido se sostiene
como pedal (compases 55 a 60), el segmento melódico de la cuña si-
gue sirviendo de puente entre las dos secciones como antes lo había
hecho el bajo (véase el ejemplo 8.24, compases 38 a 42). La alter-
nancia de acordes de séptima dominante y tónica sobre el pedal de Fa
sostenido queda rota por un cambio de armonía hasta una séptima
disminuida (vii/¿IV?) que acompaña al cambio métrico temporal has-
ta 2/4 (compás 58). La movilidad de los siguientes compases de ar-
monía de novena dominante es intensificada por la subida de las al-
turas, el retomo de los metales y un ritmo de ataque creciente en los
contrabajos: de blancas a negras a corcheas.
La llegada al clímax (compases 61 a 64) es articulada por un
compás acentuado fuerte y melódico (el primero en 14 compases) en
la nota alta de Do sostenido (la mayor altura de la orquesta), por una
nota alta de Sol sostenido mantenida por la parte vocaF^^, por la ar-
monía concordante en posición raíz, por el ensanchamiento del mo-
vimiento melódico y armónico y por el retomo, aumentado en parte,
del motivo que inició la fase de intensificación final (ejemplo 8.28c).
El clímax estadístico se caracteriza por una estabilidad relativa en los
parámetros primarios y también en los secundarios, esto es, por la re-
gularidad de la estmctura rítmica, armónica y melódica y por una tex-
tura homofónica clara. Aunque la llegada es patente, el cierre no es
vigoroso. Esto es fmto sobre todo de la armonía, porque, en lugar de
resolver hasta la tónica, los acordes de novena dominante de los
compases 59 y 60 pasan a la subdominante, la,'melodía a partir de la
cual se inició la última fase de intensificación. La falta de «progreso»
armónico parece síntoma de un cambio de guión sintáctico a plan es-
tadístico, ya que el enorme proceso de intensificación h a llevado a
una nueva cumbre de fuerza estadística, pero no a un cambio de po-
Aunque esta altura ocurre anteriormente como La bemol, aquí tanto el contex-
to como la altura dejan claro que este So l sostenido es el punto álgido principal. En una
forma estadística suele haber varios puntos álgidos antes del clím ax principal; incluso
algunos de ellos pueden ser literalm ente mayores en altura que ese clím ax principal.
Pero suele estar claro que son subsidiarías, a veces porque ocurren demasiado pronto
dentro de la forma, pero más comúnmente porque carecen del tipo de estabilidad y lle-
gada característicos del clímax principal.
■:u:. •
de «Tristán» (véase más adelante). Repetiré algo ya dicho anterior-
mente; como las relaciones creadas por los parámetros secundarios
conllevan cambios por incrementos a lo largo de un continuo, esta-
blecen estados de cese relativo en vez de un cierre estipulado. Y como
sólo pueden desembocar en la nada al apagarse, la mitigación de los
parámetros secundarios parece simbolizar el carácter abierto y la con-
tinuidad del Devenir*^^.
El cierre también es tenue porque la cadencia (compases 68 a 70)
que lleva al pedal de la tónica es plagal. Es importante observar que
la cadencia es característica no sólo por su evitación de la progresión
de subdominante a dominante a tónica, sino en su giro hacia la sub-
dominante menor (compás 68), un giro que es inconfundible por su
yuxtaposición con la subdominante mayor precedente (compás 67).
Esta progresión se convertirá en un signo convencional de finaliza-
ción en la música del siglo X IX (véanse, por ejemplo, los ejemplos 8.5,
8.8 y 8.9)^'*°. Por último, está la reminiscencia del iñotivo de «Tris-
tán» (compases 74 a 76). Estas reminiscencias, bastante corrientes en
la música del siglo X IX , han de distinguirse de los retornos, como el
que tiene lugar en el clímax estadístico de la muerte de amor, pues.
una reminiscencia, al contrario que el retomo, conlleva el uso de un
motivo presentado anteriormente, pero que no es inherente a la mú-
sica o la sección que se está cenando'''^ A l ser un elemento extraño
La valoración del carácter abierto llama la atención sobre la cuestión de las re-
laciones tonales de alto nivel en las composiciones de gran envergadura del siglo XIX. La
cuestión tiene que ver con la significación del comienzo de un movimiento, un acto de
una ópera o una obra que está toda en una tonalidad pero acaba en otra. Parecen posi-
bles varias explicaciones. U na de ellas podría ser que esta práctica es síntoma de la de-
preciación de las constricciones sintácticas y tal vez de las convenciones en general. A l
mismo tiempo, el aumento de la confianza en los esquemas basados en planes quizá res-
tase importancia al cierre tonal de alto nivel. Otra interpretación quizá afirmase que ce-
rrar en una tonalidad diferente era fruto de la elección, no de la indiferencia. Es decir,
en la medida en que el retom o a una tonalidad anterior realza el cierre, terminar en una
tonalidad diferente a la original representa una valoración del carácter abierto. Los
cambios tonales de esta clase también se han atribuido a la idea que tuviese el compo-
sitor individual de la significación de ámbitos tonales específicos (véase, por ejemplo,
Orout; History o f Western Music, p. 625). T a l vez W agner de algún modo asociaba la
transcendencia con la tonalidad de S i mayor.
De este modo, la evitación de una convención lleva al predominio de otra. De
forma similar, la evitación de la cadencia convencional de IV-.I^-V-I da lugar a las «ca-
dencias de apoyatura» dadas en los ejemplos 7.41c, 7.41d y 8 3 .
*■*' O tro caso de reminiscencia se encuentra en los últimos compases del Finale de
k Tercera Sinfonía de Brahms. Dado que no son inherentes, las reminiscencias pueden
venir de obras de otros compositores. La cita por A lban Berg del Preludio del Tristán al
final de la Suite lírica sería un buen ejemplo.
La estructura implícita aparece comentada por primera vez en el capítulo 1 (an-
tes de la sección final, «Com entario»).
N o estoy afirmando que k música del clasicismo carezca de estructura implícita,
sino que el poder de la realización sintáctica ciara tiende a minimizar y enmascarar su
presencia.
Esto crea serias dificultades metodológicas para el análisis y k crítica, pues las
im plicaciones n o realizadas son evidentem ente más difíciles de determinar objetiva-
m ente que las implicaciones realizadas del guión. Pero a éstas hay que considerarlas si
se pretende hacer Justicia a la música del romanticismo.
T a l vez sea ésta una de las razones por las que en ocasiones se sugiere que en las
música del romanticismo las formas pequeñas suelen ser mejores que las grandes (véase
Grout: History o f Western Music, p. 5 4 7 ). S in embargo, una razón más importante a fa-
vor de este punto de vista quizá sea k coordinación de estructuras sintácticas y estadís-
ticas que es posible en las formas pequeñas. A este respecto, véase la sección anterior ti-
tulada «Guiones clásicos y planes románticos».
4 7 6 EL ESTILO EN LA M ÚSICA
las composiciones a gran escala tienden a ser menos sugerentes por-
que, como se indicó anteriormente, los clímax estadísticos general-
mente abrogan las obligaciones implicativas anteriores. Por otra par-
te, en una obra pequeña a menudo suele ser bastante evidente qué
implicaciones no han sido realizadas. Por estas razones, una obra
grande rara vez parece tan sugerente como una pequeña.
La capacidad de sugerencia de las implicaciones no realizadas se
puede relacionar no sólo con el carácter abierto de la estructura, sino
con el aspecto igualitario del romanticismo, porque la estructura im-
plícita significaba que parte de la realización de una obra no depen-
día del autor; conllevaba la participación imaginativa de los miem-
bros del público. (Esta afición por la participación igualitaria puede
explicar en parte el gusto romántico por los fragmentos y las ruinas,
los cuales permiten — o más bien exigen— la participación imagina-
tiva del público.) La tendencia a valorar los aspectos no consumados
del arte lleva en el siglo X X al arte conceptual, en el que no se pro-
duce ningún objeto de arte de hecho. En cambio, lo que se presenta
es la simbolización de una idea cuya realización se deja enteramente
a la imaginación creadora del público''^'^.
LA UNIDAD Y LA S RELACIONES M O T IV IC A S
Tam bién cabe señalar que la valoración de la estructura implícita produce una
incongruencia fundamental en la ideología del romanticismo entre el aprecio de la ne-
cesidad artística (y natural) y el aprecio de cierta indeterminación. En la música del si-
glo XX estas tendencias continuaron hasta sus consecuencias «lógicas» en el serialismo
total (necesidad), por un lado, y la música aleatoria (indeterm inación), por otro.
E a o u a ia cte At'Sc-fei
SifaitCictio»»*
época. En el capítulo 6 se comentaron otras razones. Lo que quiero
tratar en lo que sigue son principalmente los problemas teóricos que
concurren en la explicación de la unidad por la similitud. Sin embar-
go, antes parece justificado hacer un breve comentario sobre la natu-
raleza y las bases de la unidad, que en parte será una recapitulación
de observaciones ya realizadas.
Cualquiera que se considere que sea su base, la unidad ni es un
rasgo objetivo como la frecuencia o la intensidad, ni es una relación
especificable como una cadencia auténtica o un crescendo. Más bien es
un efecto psicológico — una impresión de propiedad, integridad y
compleción— dependiente no sólo de los estímulos percibidos, sino
de las creencias culturales y actitudes arraigadas en los oyentes como
normas de satisfacción cognitiva o conceptual.
Puesto que el sentido de la unidad es el resultado de una conca-
tenación de condiciones, las diferentes épocas la han atribuido a di-
ferentes aspectos de la música. Sin duda, lo que cualquier época toma
como las fuentes importantes de la unidad podría servir de piedra d e.
toque para sus preocupaciones estéticas o ideológicas centrales. Por
ejemplo, en el siglo XVIII la unidad era una cuestión de expresión co-
herente:
4 7 8 EL ESTILO EN LA MÚSICA
laciones, repeticiones, etc. de tales relaciones, de forma que
mantenga constantes la novedad y el aumento de interés y
qué los episodios y las ideas accesorias que son especialmente
necesarias en la composición no turben el sentimiento preva-
leciente y por tanto no dañen la unidad del todo^'*®.
SINTAXIS, FORMA Y U N ID A D 4 7 9
coherencjfl y la unidad?^'*®. A l atenuarse la diferenciación funcional
entre partes estables e inestables y al llegar a dominar los planes a los
guiones, la estructuración jerárquica se enervaba. Las consecuencias se
complementan entre sí. Por una parte, la enervación de la jerarquía
sintáctica hacía difícil abarcar la diversidad a través de la subsunción.
Por otra parte, y al mismo tiempo, la subsunción parcial o débil tendía
a hacer más explícita y enfática la presencia de la diversidad^^®.
Lo que hacía falta era un modo de unidad que no dependiese de
la convención y el aprendizaje, una unidad que en principio pudiera
ser entendida por los miembros más o menos ingenuos del nuevo pú-
blico, los igualitarios elitistas. Como ya hemos observado, se aprecia-
ban especialmente dos estrategias; la unidad a través del clímax esta-
dístico y la unidad a través de la similitud^^h En la primera de estas
estrategias, las disparidades armónicas, melódicas y rítmicas, los con-
trastes de textura y timbre y las implicaciones no realizadas y las ten-
siones no resueltas son arrolladas y prácticamente arrasadas por la
magnitud, la fuerza y la sublimidad de un clímax estadístico. Y huel-
ga decir que el poder unificador de estos clímax no depende de las
convenciones aprendidas o la sofisticación sintáctica.
La segunda estrategia para lograr la unidad era la similitud de pa-
trones. Que esta clase de unidad era importante en el pensamiento
decimonónico en tom o a la música queda de manifiesto por las citas
siguientes:
Dada la naturaleza del nuevo público de la música culta, las dudas sobre si ha-
bía que confiar en las relaciones sintácticas probablemente fuesen razonables. Las reía-
ciones musicales tenían que ser «naturalmente» igualitarias.
Es importante reconocer que la diversidad de expresión y medios también era
fomentada por la valoración ideológica de la individualidad y la originalidad.
Otros modos, qpe no consideraremos aquí, son: 1) la unidad dependiente de la
presencia de un texto o programa coherente en función del cual se puedan comprender
la diversidad y el contraste, y 2) la unidad dialéctica, esto es, la unidad basada en la no-
ción de que las tensiones de diversidad y contraste (las yuxtaposiciones de tesis y antí-
tesis) se resuelven en último término en una síntesis satisfactoria.
E. T . A . Hoffiman, escribiendo sobre la Quinta Sinfonía de Beethoven (1810),
citado en Charles Rosen: The Classical Style, p. 37 ; el subrayado es nuestro.
4 8 0 EL ESTILO EN LA MUSICA
Entre las obras de los grandes maestros se hallan innun-
merables piezas que están construidas sobre un único motivo.
¡Qiié unidad más maravillosa hay en la estructura.de estas com^
posiciones! Todo se relaciona con el tema; nada hay que sea
extraño o inadecuado. Ni un solo eslabón se podría desgajar
de la cadena sin destruir el todo^^^.
4 8 2 EL ESTILO EN LA MÚSICA
ble — esto es, funciona— sólo porque las funciones de los compases
sucesivos que se eligen están fijados. Y, al tomar precedencia la clase
funcional sobre la coherencia de los patrones de alturas, Haydn pue-
de usar un patrón nunca oído anteriormente en un movimiento para
cenar ese movimiento, como hace en el cuarto movimiento de la
Sinfonía N.° 89 en Fa mayor (compases 199-211)*^^.
La coherencia por la similitud, en contraste con la coherencia
por la función, es esencialmente no jerárquica. Como se comentó en
el capítulo 2, las diversas versiones de un motivo no se combinan per
se para formar sucesos de más alto nivel. Esto es así porque la forma-
ción de una jerarquía depende de la existencia de un cierre, que defi-
ne a las entidades formales en cualquier nivel jerárquico dado. Pero
una sucesión de motivos, sean o no consecutivos, establece solamen-
te una base débil para el cierre (véase más adelante). De este modo,
la creciente importancia de la unidad motívica está coordinada con
el carácter, abierto de la forma estadística.’Es decir, la relación entre
la unidad por la subsunción jerárquica y la unidad motívica es recí-
proca; al debilitarse la coherencia jerárquica, su lugar lo ocupa la si-
militud motívica. La unidad motívica, la forma estadística y los pará-
metros secundarios, pues, comparten una característica importante:
todos tienden a cambiar por incrementos: es un cambio de grado, no
de naturaleza. Esto sugiere que la conexión ideológica no se da sola-
mente con el favorecimiento de los medios naturales, el creciiúiento
orgánico y el carácter abierto, sino con la valoración del gradualismo
(ya sea en la política o en la biología) por parte de los igualitarios eli-
tistas 160
Esto llama la atención sobre lo que quizá fuera una falla en el análisis del capitalis-
mo efectuado por Marx, a saber; él tom ó el capitalismo por un orden social regido por
un guión cuando de hecho se regía por un plan. Com o tal el orden social estaba com-
prometido y conformado por cambios de grado increméntales en vez de por cambios de
naturaleza revolucionarios- (A este respecto, véase la nota 26 del capítulo 6.)
4 8 4 EL ESTILO EN tA MÚSICA
Por último, la conservación motívica estaba relacionada con la
valoración de la expresión emocional. La fuerza expresiva de los pa-
rámetros secundarios en estados poco habituales o extremos — alturas
muy altas o muy bajas, tempos excepcionalmente rápidos o lentos, di-
námicas sorprendentemente sonoras o suaves, etc.— era especialmen-
te efectiva en situaciones de constancia motívica'^'. Por ejemplo, el
melancólico lirismo de la melodía de la segunda área tonal de la So-
nata para piano en Si menor de Liszt (ejemplo 8.30a) es especial-
mente conmovedor porque es una transformación cercana de un
tema anterior que se caracterizaba por una fuerza malévola (ejemplo
8.30b). En definitiva, el contraste expresivo acarreado por el dramá-
tico cambio de registro, dinámica, tempo, textura y tacto es puesto de
relieve a través de la constancia de la estructura motívica'®.
^1 (C uim id o c p icssiv a)
(A U cp v o K ^k o)
15 O 3 /Tk /T>
/ marcato
E je m p lo 8.30
Liszt; Sonata para piano
La unidad motívica se ha interpretado de dos maneras diferentes: en Si menor.
sincrónicamente, como una relación de similitud sin tener en cuenta
la ordenación temporal; y diacrónicamente, como un proceso de de-
sarrollo sucesivo o transformación a lo largo del tiempo. V incent
d’Indy parece hacer una distinción comparable cuando diferencia en-
tre metamorfosis temática y desarrollo orgánico:
Este tema ya se tocó hacia e! fina! de! capítulo 6 (véase la sección titulada «La
música programática») en relación con el Carnaval de Schum ann.
Aun a riesgo de parecer tedioso, otra vez debo recalcar que el cambio desde las
convenciones de representación a los «medios de expresión naturales» fue una cuestión
de grado, de la frecuencia co n que eran elegidas las estrategias existentes. Los paráme-
tros secundarios jugaron un papel en la representación en el siglo xvni, y el siglo XIX n o
pudo prescindir de la convención. Sirvan de muestra, por ejemplo, las similitudes entre
las marchas fúnebres de Chopin, Wagner y M ahlet.
4 8 6 EL ESTILO EN LA MÚSICA
La interpretación diacrónica considera que la unidad motívica
conlleva un proceso de crecimiento gradual, desarrollo y variación.
En ocasiones la naturaleza de un proceso tal es clara y no plantea pro-
blemas. Por ejemplo, una de las estrategias reproducidas frecuente'
mente en la música romántica era la de iniciar una pieza con un pa-
trón más o menos rudimentario cuya estructuración fuese psicológica
y estilísticamente menos que satisfactoria. El caso ejemplar de esta es-
trategia es sin duda el inicio de la Novena Sinfonía de Beethoven.
Ésta es la descripción de John N. Burk;
fescaciones de un único «motivo» básico. A este respecto, véase el comentario sobre las
historias sincrónicas en el capítulo 3.
Ufe and Works o f Beethoven, p. 294- Otros ejemplos de esta estrategia «germi-
nal» o «en estado previo» ocurren en obras que van desde el Estudio en Do menor,
Opus 10 N.° 12 (compases 1 a 8) de Chopin y la Octava Sinfonía (primer movimien-
to, compases 9 a 12) de Schubert hasta la Novena Sinfonía (primer movimiento, com -
pases i a 18) de Bruckner.
E a c u B l a de-
Biblioctc^
Es un hecho indiscutible que se produce a menudo una sucesión de
variaciones motívicas en las secciones expositivas de los movimientos
de la forma sonata del siglo XIX. La naturaleza y el orden de estos
cambios se pueden explicar fácilmente con relación a los procedi-
mientos típicos de la forma sonata. Pero los teóricos y críticos que
utilizan el término variación en desarrollo parecen estar realizando una
afirmación mucho más fuerte, aunque rara vez se formula explícita-
mente, a saber; que el proceso de cambio tiene sentido en sus propios
términos, que la variación en desarrollo no es meramente un grupo
de técnicas para la manipulación motívica, sino un principio estmc-
tural específico e independiente. Sin embargo, no he podido encon-
trar ningún comentario sobre las constricciones que rigen la sMcesión
motívica, aunque un comentario tal podría ser un sine c^ua non de una
explicación adecuada de la naturaleza del desarrollo motfvico y la
transformación.
Permítaseme recalcar esta observación con,un ejemplo tomado
del primer movimiento de la Segunda Sinfonía de Brahms. Muchos
autores han llamado la atención sobre las sucesivas variaciones del
motivo de notas vecinas que inicia este movimiento. Como muestra
el ejemplo 8.31, el motivo reaparece en una forma variada a lo largo
de la primera área tonal y la transición de la exposición. La aprehen-
sión de la variación conlleva la comparación directa de versiones su-
cesivas del motivo y es, a este respecto, comparable a la aprehensión
de similitudes que tiene lugar en el estiramiento melódico comenta-
do anteriormente. Pero hay una diferencia notable y fundamental. En
el caso de una melodía de estiramiento como el motivo del «Beso»
del Otelo de Verdi (ejemplo 7.41u), podemos discernir rm principio ge-
neral que rige la sucesión de patrones y estamos al tanto del hecho de
la compleción de la frase: la llegada sintáctica mediante la repetición
4 9 0 EL ESTILO EN LA MÚSICA
sica de compositores como Wagner y sus herederos, la ordenación de
los motivos dependía de la conjunción de la sintaxis tonal (mayor-
mente de primer plano), las formas estadísticas y los procesos tal
como quedaban formados por las exigencias de drama y texto; en la
música de compositores como Brahms, la ordenación motívica de-
pendía de convenciones de sintaxis tonal actualizadas en conjunción
con guiones de alto nivel y planes de nivel más bajo que conllevaban
estrategias como el estiramiento'^^.
Con el advenimiento de la atonalidad primero y del serialismo
después, la estructura motívica (junto con las capacidades organizati-.
vas de los parámetros secundarios) tuvo que cargar con el peso mayor
del proceso y la forma musical'^'*. A l ocurrir esto, la necesidad de
constricciones que rigiesen el orden de los motivos y las variantes se
hizo acuciante. Porque la variación motívica pura no sólo carece, de
todo orden o dirección natural, sino que es completamente abiera (es
decir, una transformación puede continuar indefinidamente)’^^.
Schoenberg, que fue a la vez defensor y víctima de este desarrollo del
romanticismo, tenía conocimiento de la necesidad de constricciones:
«Al principio parecía imposible componer piezas de organización
complicada o de gran extensión. U n poco más tarde descubrí cómo
constmir formas más amplias siguiendo un texto o poema»’ '’^. Ade-
más, parece haber intuido la posibilidad de una sintaxis de los moti-
vos. Como ha señalado Richard Swift, «los comentarios de Schoen- ■
A quí evidentem ente discrepo del punto de vista de DaKlhaus, según el cual
a finales del siglo XIX «la forma musical... se presentaba principalm ente (aunque
de ningún modo exclusivam ente) como una consecuencia extraída de ideas tem áti-
cas, no como un sistema de relaciones formales» (Éetween Romanticism and Moderna
ism, p. 42).
Esto explica en parte por qué los serialistas de Schoenberg en adelante han es-
tado tan preocupados por las ideas de la unidad motívica y el organicismo. Lo que quie-
to sugerir aquí es que en este caso la relación entré la práctica musical y la ideología
cultural es recíproca. La ideología — el repudio de la convención, el aprecio de las rela-
ciones naturales de similitud y la valoración de la irmovación— llevaron (aunque no
ineludiblemente) a la primacía de las relaciones motívicas. A su vez, los problemas con-
comitantes a dicha primacía llevaron a una adhesión más intensa a las nociones rela-
cionadas con el organicismo.
T al vez sea éste el motivo de que la noción de «agotamiento motívico» se con-
virtiese en un concepto importante en la estética musical, pues sugiere que la transfor-
mación es finita y que, cuando se alcanza el fin af la pieza ha de cerrarse.
Style and Idea, p. 106.
' «T rad itio n in E’erspective», pág. 3 2 . H e criticad o el argum ento desde la necesidad
h istórica de los serialistas e n Music, the A n s, and Ideas, págs. 2 6 3 -2 6 S .
^ Este interés por la teoría p a rece ev id e n ciar más que un cam bio gradual, pese a las
afirm aciones que reafirm aban a los valedores de la co n tin u id ad en tre los igualitarios e li-
tistas. D ándole la v u elta al argum ento; los com positores corrservadores co m o Prokofiev,
Strauss, P oulen c y B arber te n d ían a te n e r p o co in terés por la teoría y la estética.
4 9 6 EL ESTIVO EN LA MÚSICA
como las que se ejemplifican en la música y teoría musical «avanza'
das», así como en otros ámbitos de la cultura del siglo X X . El comen-
tario será general en el sentido de que en su mayor parte se ocupará
de actitudes y creencias estéticas y teóricas más que de estrategias y
elecciones compositivas particulares.
4 9 8 EL ESTILO EN LA MÚSICA
cómo ordenar las variantes motíyicas en ausencia de algún tipo de
constricción de alto nivel. Prácticamente todos los compositores que
escribieron música basada en motivos empleaban formas tradicionales
para dar forma a la organización a gran escala. Bartók y Hindemith
pueden servir de ejemplo.
Las relaciones melódicas empleadas por la mayoría de los compo-
sitores del siglo XX tendían a ser las menos dependientes de la sinta-
xis tonal. Las relaciones de similitud — variación de secuencia, imita-
ción parcial, estructuras complementarias— eran los medios más
importantes para crear el proceso y la coherencia. Tomemos un caso
breve y sorprendente: el motivo principal del primer movimiento del
Cuarto Cuarteto para cuerdas de Bartók es un patrón comple-
mentario, y este patrón es complementado a su vez por su propia in-
versión (ejemplo E.l).^ Además, el principio del patrón comple-
mentario fue extendido (por extrapolación) desde la simple inversión
a la retrogradación y la inversión retrogradada.
E je m p lo E .l
Mod.
Mod. CoRip*
Bartók; C u b e to para
cuerdas N .° 4. Primer
'h
movimiento.
I
Violín ■* "
jt r
V ío ío n c h e lo
, Mod. C om p.,
Mod.
V éa se tam b ié n el ejem p lo 8 .2 7 .
* Por supuesto, los grados de a rticu lació n están tam b ién e n íu n ció n de las disposi-
cio n es de los diversos parám etros secundarios unos respecto d e otros.’L a naturaleza del
cierre (y, por la m ism a razón, de la m ovilidad) en la m úsica co n tem p o rán ea es u n tem a
que está pidiendo un estudio muy escrupuloso. U n a tipología d e las configu raciones de
cierre, ju n to c o n sus fú en as relativ as, p robab lem ente fuese un com ien zo apropiado para
un estudio ta l.
* E n e l libro de S te in ; Orpheus in N ew G uises, pág. 9 2 . L a red u cció n rad ical de la
redundancia fom entada por esta actitu d creó form idables problem as perceptivos y cog-
n itiv os para los oyentes. (A este resp ecto, véase m i libro Music, the Arts, and Ideas,
cap. 1 1 .) Es u n divertido suceso fortu ito de la h istoria que los m ism os principios del ro-
m an ticism o - —una co rrie n te de puritanism o esté tico (« n i desperdicio n i ca ren cia » )—
estaban co n ectad os a su vez c o n la « ca lie n te intensidad » de bu en a parte de la música
serial vien esa y la fría austeridad de bu ena p arte del m od ernism o arq u itectón ico . T a n to
en este caso com o en aqu él, el rechazo de las co n striccio n es tradicionales (por ejem p lo ,
A"'.
el ren acim ien to d e h g ó tico o el n eo clasicism o) y la v alo ració n de la naturaleza (d e je n
r\ los m aceriaíes e n su estado natural; n o los cu bran c o n d eco ra cio n es) tam bién ju g aron
u n papel im portante.
Éste parece ser el fundam ento de las críticas a S ch o e n b e rg por parte de Boulez,
Pero n o puedo ev itar la im presión de que tal «purism o» está desencam inando, a la luz
de obras com o el C uarto C u arteto para cuerdas de S ch o en b e rg o el C o n cierto para v io -
lín de Berg.
í ::;,
502 EL ESTILO EN LA MÜSICA
v:);'
:i:u
ciones de un dialecto compartido, sino de la interacción entre una
«marca de imprenta» sonora temporal y las clases de proclividades
cognitivas continuas investigadas por la psicología de la Gestalt.
A escala reducida, por ejemplo, la comparación rítmica o métrica
directa ha sido una estrategia utilizada frecuentemente en la música
del siglo XX por compositores como Stravinski y Bartók. Como se
ilustró anteriormente (ejemplo 7.18), esta estrategia conlleva el uso
de relaciones motívicas o interválicas básicamente constantes para
realzar el desplazamiento rítmico o métrico, creando una tensión
temporal análoga a la del estiramiento melódico.
A una escala mucho mayor, muchos compositores contemporá'
neos utilizan normas sonoras intraopus para articular estructuras for-
males. Según Stravinski, es necesario
reconocer la existencia de determinados polos de atracción.
La tonalidad es sólo uno de los medios para orientar la mú-
sica hacia estos polos. La función de la tonalidad está com-
pletamente subordinada a la fuerza de atracción del polo de
sonoridad....
...Componer, para mí, es poner en un orden una serie de-
terminada de estos sonidos conforme a ciertas relaciones in-
terválicas. Esta actividad lleva a la busca del centro sobre el
cual deberían converger las series de sonidos implicados en
mi empresa. Así, si es dado un centro, .habré de encontrar
una combinación que converja sobre él. En cambio, si se ha
encontrado una combinación aún falta de orientación, habré
de determinar el centro hacia el cual debería dirigirse.
El transcendentalismo
I E a o u e la d o .c.r i-.,,
I Q ih U Q t .a c i-i
soluto, como ocurre en alguna música aleatoria, la expresión indivi-
dual es imposible.
Hay, pues, una incompatibilidad inherente entre la originalidad
radical y la expresión individual porque ésta última depende de la
desviación con respecto a normas compartidas para su delineación.
Por tanto, en la medida en que el aprecio de la originalidad lleva a la
abrogación de esas normas, la delineación de la expresión individual
o se atenúa o requiere apartamientos cada vez más radicales de las
normas que aún sean dominantes. Así, especialmente en aquellos es-
tilos de la música del siglo X X en los que las constricciones se han
visto afectadas por un imponente interés por la originalidad, la origi-
nalidad deja de estar conectada con la expresión individual.
El especial aprecio de la originalidad y la consecuente radicaliza-
ción de la desviación en el siglo X X estaban relacionados con una se-
rie de facetas del romanticismo. En primer lugar, la creencia de que
las artes, al igual que otros ámbitos de la cultura, progresaban hizo
que la innovación pareciera deseable; como si fuese una suerte de im-
perativo moral o histórico. A los compositores conservadores se los
miraba a menudo como a renegados. En segundo lugar, la visión co-
mún de la innovación artística como análoga de alguna forma al des-
cubrimiento científico (ejemplificada en la expresión «música experi-
mental») implicaba una asociación entre la novedad catégórica, la
creatividad y el valor.’® Por último, la existencia de la novedad radi-
cal hizo que la innovación misma fuese una base importante para la
evaluación crítica. Porque, al volverse cada vez menos importantes
las constricciones compartidas — reglas, estrategias y otras normas
convencionales— , la evaluación de las relaciones en el interior de
las composiciones se volvió cada vez más problemático. Sin enbargo,
sí se podía juzgar la novedad de una composición. En consecuencia,
una de las preocupaciones clave de la crítica (por ejemplo, desde los
años cuarenta hasta los sesenta) llegó a ser la identificación y a me-
nudo la celebración de la innovación.’^
Si la crítica se preocupaba frecuentemente por la novedad, el in-
Hay un comentario sobre las diferencias entre las artes y las ciencias en mi en-
sayo «Conceming the Sciences».
” U n resultado irónico de esto es que la crítica se convirtió en una cuestión de ha-
cer juicios de clase, de decidir si una obra empleaba o no técnicas innovadoras y cosas
por el estilo.
5 0 6 EL ESTILO EN LA MÚSICA
terés de la teoría musical del siglo X X se ha centrado en universales
naturales innatos, hasta el punto de prácticamente excluir toda con-
sideración del papel de las constricciones ,culturales aprendidas en la
conformación de la experiencia musical. El poder de conformación
del Ursatz schenkeriano se atribuye a las relaciones naturales de la se-
rie de armónicos; la coherencia musical, según R eti y sus seguido-
res, es resultado de similitudes motívicas que son presumiblemente
independientes del aprendizaje anterior, y la misma visión básica sub-
yace a los formidables análisis de la teoría de conjuntos; las exposi-
ciones de relaciones musicales en términos de proporciones preferidas
(la proporción áurea, la serie de Fibonacci y los procesos estocásticos)
o los modelos lingüísticos también dan por supuesto que la percep-
ción musical es fruto de capacidades cognitivas innatas;^® y por úl-
timo, como se señaló anteriormente, la apreciación del sonido per se,
algo exigido por el transcendentalismo, realza explícitamente la irte-
levancia de la experiencia previa de cualquier tipo. Si la comprensión
de la música es esencialmente una cuestión de universales naturales,
evidentemente el estilo carecerá de significación.^®
Según estas teorías, pues, da lo mismo cuándo, dónde o por quién
haya sido compuesta una pieza musical.^° El estilo, según este punto
de vista, no es sino un hábito superficial, una realización transitoria
de relaciones más profundas, más duraderas y (¿en consecuencia?)
más importante. Así, aunque el canto del cisne del amor romántico
tiempo ha que sonó, su contrapartida estética; el formalismo acon-
textual, sigue floreciendo, trompeteando en forte por los dominios de
la teoría musical académica. Como deja claro M ilton Babbitt, enten-
der la música «avanzada» no depende de una experiencia previa de
clases o tipos, no depende del aprendizaje' estilístico. Pese al uso de
«W ho Cares if You Listen?», pág. 3 9 . Está claro que a lo que Babbitt llama «con-
textualismo» yQ.Io he llamado «acontextualismo» (porque las relaciones carecen de
contexto en un nivel estilístico más alto).
Cuando se investigan las respuestas a la música atonal, parece que para algunas
tareas no hay ninguna diferencia significativa entre oyentes inexperimentados y experi-
mentados. Véase Dowling y Harwood: Music Cognition, pág. 144. Considerado desde el
punco de vista adoptado en este estudio, la falta de constricciones sintácticas aprendi-
das promueve el igualitarismo al nivelar los rangos de los oyentes.
5 0 8 EL O T L O EN LA MÚ5/CA
La arquitectura moderna, la música moderna, la filosofía '
moderna, la ciencia moderna; todas ellas se definen no como
■fuera del pasado, desde luego muy poco en contra del pasado,
sino independientes del pasado. El espíritu moderno se ha ido
volviendo indiferente a la historia porque la historia, coit-
cebida como una tradición continua de la que se nutre, se ha
vuelto inútil para él.^^
Tomemos en primer lugar el caso extremo; todos los oyentes son
iguales en una representación de una pieza aleatoria de John Cage,
por ejemplo (y creo que Cage estaría de acuerdo con esta opinión), al
igual que supuestamente lo están cuando «el escarabajo rueda en su
vuelo zumbón/Y tintineos soñolientos arrullan los pliegues lejanos»
(Thomas Cray; «Elegy W ritten in a Country Churchyard») Pero
estos mismos oyentes no son iguales cuando escuchan una lectura del
poema de Cray. Según Louis Christensen, el atractivo sensorial de la
niúsica de Ligeti es igualmente igualitaria; «Un público medio capaz
de hallar un placer inmediato en las sonoridades de Atmósferas expe-
rimenta un sobrecogimiento aún mayor ante el efecto del complejo
sonido vocal que parece transportado, en el interior de la sala de con-
ciertos, como brumas turbulentas».^^ Y en la medida en que la música
basada en constricciones precompositivas sistemáticas es autónoma,
como parece sugerir Bahbitt,^® su comprensión depende de proclivi-
dades cognitivas innatas y no de la intem alización de tradiciones
aprendidas y convenciones compartidas.
Lo irónico, desde luego, es que en vez de llevar a composiciones
fácilmente entendidas y apreciadas por el público asistente a concier-
tos, el igualitarismo dio lugar a una música que se convirtió en el do-
minio privado de pequeñas camarillas aoádémicas.^^ Y este resultado
EP/LOGO; L A PERSISTENCIA D EL R O M A N T i a S M O
m
desfavorable plantea una pregunta importante, acaso fundamental,
sobre la humanidad: ¿Está en nuestra naturaleza ser totalmente natu-
rales, es decir, sin conceptos cultivados y convenciones?
Sin embargo, antes de tratar de responder a esta pregunta, hay
que hacer hincapié en que, aunque el acontextualismo es una expre-
sión de las creencias centrales del romanticismo, ha sido actualizado
absolutamente sólo en la música extremadamente formalista y en la
música transcendentalista sin adulterar. La mayoría de los composito-
res del siglo X X han empleado convenciones de algún tipo, normal-
mente, como hemos visto, esquemas formales de gran escala. Sin em-
bargo, algunos compositores han empleado patrones manifiestamente
convencionales. De éstos, Stravinski es seguramente el caso ejemplar.
Lo que hay que señalar, en primer lugar, es que el uso de la con-
vención por parte de Stravinski es una respuesta a la misma necesi-
dad de constricciones estilísticas que el uso por Schoenberg del mé-
todo dodecafónico, el uso de la teoría de la probabilidad por Xenakis
y el uso de tablas de números aleatorios por Cage. La generalidad de
esta necesidad queda evidenciada en el hecho de que a Stravinski le
da lo mismo tomar prestadas constricciones de la música popular, el
alto barroco, el clasicismo o la música medieval tardía, con tal de que
la música le resulte atractiva y apropiada.^® El concepto de tomar pres-
tado es importante porque indica que las constricciones empleadas no
son impuestas sobre los compositores por un contexto cultural, sino
que son elegidas por ellos de entre una serie de alternativas posibles.^’
Este tomar prestado les permite a los compositores hacer las dos cosas
al mismo tiempo: las constricciones convencionales facilitan la elec-
un atractivo sobre un público más amplio, principalmente sobre los más jóvenes. A m e-
nudo es el mismo público que el del rock V roll. D icho con brevedad, las condiciones
favorables al igualitarismo se producen en los extremos de un espectro que va desde el
énfasis descarado de la reiteración intetminable hasta la indescifrable complejidad del
«ruido blanco». La música minimalista — que es igualitaria en su empleo de normas in-
traopus reiteradas— también parece tener un público creciente.
N o es sorprendente que el estilo que no le parecía atractivo fuera el del roman-
ticismo alemán.
Desde este punto de vista, el uso por Stravinski de las constricciones del seria-
lismo no es anómalo; más bien es consistente con su costumbre de toda la vida de to-
mar prestado (empezando por su uso de la música popular). Este o so parecería anómalo
sólo si fuese considerado (por Stravinski o por los historiadores) como im privilegio de
alguna clase.
5 1 0 EL ESTILO EN LA M ÚSICA
ción compositiva, pero la música resultante evita el estigma del con-
vencionalismo.
En el préstamo, el estilo «donante» suele considerarse una colec-
ción de rasgos discretos (diferenciados a menudo en parámetros con-
cretos) en lugar de un conjunto indivisible de constricciones interre-
lacionadas. Por esta razón, sólo algunas de las convenciones de un
estilo son elegidas, como norma, por el compositor para una compo-
sición concreta.^® Las convenciones elegidas, combinadas con otras
constricciones, constituyen el estilo intraopus de la obra. Por ejem-
plo, en The Rake's Progress [La carrera del libertino] Stravinski combina
constricciones tales como los centros sonoros y la yuxtaposición rít-
mica o métrica con patrones melódicos, arreglos de texturas y con-
venciones de forma y género características del estilo del clasicismo
(tomadas del mismo).
Aunque los patrones que se toman prestados tienden a retener su
significación gestual incluso en ausencia de las constricciones que
inicialmente unieron el patrón y el significado, su significación, su
función de signo, se convierte de algún modo en algo abstracto, libe-
rado del cuerpo, que sufre «un cambio como el mar/Convirtiéndose
en algo rico y extraño». Por ejemplo, un motivo de cierre comentado
anteriormente (m en el ejemplo 8.2) aparece varias veces en The
R ake’s Progress. Muchas de las características del cierre del clasicismo
— énfasis en la sexta superior, descenso secuencial hasta la tónica y el
motivo final 3-2-1 (m)— están presentes en la última cadencia del
Arioso de Anne del acto 2, escena 2 (ejemplo E.2). Sin embargo, el
motivo (m) no sólo está armonizado de forma provocativa, sino que
no va precedido (ni inmediata ni remotamente) por una progresión
definidora de la tonalidad. En vez de eso, \á estabilidad armónica es
resultado de un insistente centrado armónico.^’
Privado de su complemento armónico habitual, el motivo caden-
Está claro que cuantos más rasgos (cuantas más constricciones paramétricas) se
tom en prestados de un único estilo donante, más estrecha será la relación entre el es-
tilo posterior y el anterior. (Utilizo la palabra único para llamar la atención sobre la po-
sibilidad de que las cotvstticciones de una única composición se tomen prestadas de va-
tios estilos diferentes.)
En ocasiones el empleo de la armonía por Stravinski es considerablemente más
tradicional que en el ejemplo E.2. Véase, por ejemplo, el primer cierre de la Cabalecca
de Arm e del acto 1, escena 1, donde el motivo (m) va precedido de una clara progre-
sión de vi- i A v b
ii' f
E je m p lo E.2
Stravinski: Ths Rake's cial es apartado del mundo estilístico «real». Persiste su significado de
Progress, acto 2, escena 2 cierre, pero el gesto se ha convertido en una suerte de ficción.^^ Tal
vez una analogía ayude a aclarar este punto. S i alguien al escribir una
carta hoy la cerrase con la frase «Su más obediente, servidor» (equi-
valente al gesto que cierra el Arioso de A'nne, ejemplo E.2), parece-
ría pomposo y convencional. Pero si esa misma frase cerrase una carta
en una novela contemporánea ambientada en el siglo X V l ll , s u con-
vencionalismo se trasladaría, por así decirlo, del autor de la novela al
personaje de ficción que escribe la carta.--Visto así, el préstamo y la
paráfrasis son estrategias del siglo X X para disfrazar la convención.^^
Esta estrategia del disfraz, empleada por compositores como Mahler e
Ives, se ha vuelto cada vez más frecuente en años recientes, por ejem-
plo, en algunas de las músicas de Berio y Rochberg.
Hay que señalar, sin embargo, que en la medida (considerable)
en que el aprecio de la música basada en la paráfrasis y el préstamo
depende del entendimiento de esas convenciones y su relación (a
menudo juguetona) con Otras constricciones estilísticas, el aprendi-
zaje y la experiencia son indispensables. Y en tanto que el aprendizaje
y la experiencia son indispensables, la música es exclusiva y, en este
sentido, privilegiada. Lo que resulta admirable es que esta clase de
música es más accesible para la mayoría de los miembros del público
de los conciertos que la música menos dependiente de las convencio-
nes aprendidas,..una música que eri teoría es más igualitaria. La mora-
5 1 2 EL ESTILO EN LA M USICA
leja parece ser que la com unicación humana depende en su mayor
parte del aprendizaje. En este sentido, toda competencia lleva a la e x -
clusividad y, para cualquier grupo excluyente particular, al elitismo.
La respuesta a la pregunta planteada antes parece clara: no está
en nuestra naturaleza ser ingenuamente naturales, sin conceptos cul-
tivados o convenciones. Las predisposiciones y capacidades cognitivas
innatas sólo proporcionan una porción de las constricciones necesa-
rias para una comunicación con éxito. Las restantes constricciones las
debe proporcionar la cultura: por las estrategias y las reglas estilísticas
y por las clases y convenciones, la sintaxis y los esquemas a través de
los cuales se realizan las reglas y estrategias. Sin constricciones cultu-
rales, la memoria queda mutilada por lo m om entáneo, la visualiza-
ción es enervada y la elección está paralizada por el confinamiento a
lo inmediato. Y excluir todo salvo la elección inmediata es deshuma-
nizar al animal humano. La naturaleza humana sin la crianza cultural
es un imposible, un enorme engaño.
La necesidad capital de los compositores del siglo XX — la necesi-
dad de una serie de constricciones compositiovas generalmente acep-
tadas que reconcilie las necesidades de la naturaleza y la crianza— ha
llevado a una búsqueda desasosegada, casi fáustica. Pero h an apare-
cido pocas constricciones duraderas o fundamentalmente nuevas. La
mayoría de las innovaciones han consistido en la extrapolación a par-
tir de principios ya latentes (en ocasiones incluso manifiestos) en la
práctica del siglo XIX. Schoenberg transforma las similitudes motívi-
cas en-las operaciones permutacionales y combinatorias del sistema
dodecafónico y éstas se extienden a su vez a otros parámetros; la va-
loración impresionista de la experiencia sensorial es elevada hasta
una meta exclusiva, casi moral; y, com o se describe en el capítulo 7,
Stravinski deriva una estrategia compositiva genral de casos indivi-
duales de desplazamiento rítmico o m étrico encontrados en la música
popular.^'* .
Esta extrapolación probablemente sea característica de los cam -
bios tendenciales. Y parece posible que, si la extrapolación de las
constricciones de un parámetro se prolongase lo suficiente, el estado
extremo de esas constricciones acabaría entrando en conflicto con las
constricciones de algún otro parámetro. Por ejemplo, los extremos de
frecuencia están constreñidos por la fisiología del sistema nervioso, la
5 1 4 EL ESTILO EN LA MUSICA
estabilidad estilística, ningún consenso clásico. Aunque nuevas series
de constricciones parecen seguirse unas a otras, casi com o modas,
ninguná h a logrado la consideración de convención cultural. En esto
tal vez baya una suerte de idoneidad (cuando no justicia) poética.
Esto es, la ideología del romanticsmo se convierte, por así decirlo, en
un gran decreto de la manifestación cultural: por su carácter abierto
y por su Devenir, pues es un estado estable que fluctúa activamente,
una estasis vigorosa;^^ por ser pluralista, pues ofrece una plenitud de
posibilidades estilísticas; y por carecer de un conjunto único o incluso
dominante de constricciones compositivas privilegiadas.
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O p. 47 : 8.26d.
Fuga en D o sostenido mayor S in fo n ía N ." 8 e n F a m ayor,
Estudio en Fa m ayor, O p . 10
(B W V 8 4 8 ): 8 .2 3 c. O p. 93 . C u arto m ovim ien -
N .” 8: 7.16.
E l clave bien tem perado, L ib ro to: 7.15.
Fan tasía en Fa menor/La b e -
11, Fuga en Fa m enor (B W V T río para clarinete, vio lo n ch e-
m ol mayor, Op. 49 : 8.5.
8 8 1 ): 2.4b. lo y piano en S i bem ol m a-
Preludio en Fa sostenid o m e-
yor, O p. 11. Segundo m ovi-
B artók, B. nor, Op. 2 8 N .” 8: 8. 12o.
m iento: 2. 2/.
C u a rte to N ." 4 para cuerdas. V als en M i bem ol mayor, Op.
Primer m ovim iento: E .l. 18: 7.30.
Brahm s, J.
V als en La m enor, O p. 3 4 N ." 2.
Beeth oven, L. V an . Interm ezzo en L a mayor, O p.
7.12.
C u a rte to para cuerdas en Fa 1 1 8 N . ° 2 : 7.31.
V als en D o sostenid o m enor,
mayor, O p. 18 N .° 1. Primer C u arteto para cuerdas en Do
Op. 64 N .” 2: 7.33.
m o v im ien to : 7.41b; cuarto menor, O p. 51 N .“ 1. Primer
m ovim iento: 7.9b. m ovim iento: 8. 10o. Debussy, C .
C u a rte to para cuerdas en S i S in fo n ía N ." 1 e n Do m enor. Nocturnos, «Nuages»: 8.1.
5 3 6 ÍNDICE TEMÁTICO
C ierre: aterruado en la m úsica para el análisis de la in te ra c - 207 (véase tam bién Innovación,
del ro m an ticism o , 3 1 8 , 3 2 1 , ción param étrica, 130, 155. fuentes de la); las obras ejem
3 4 3 , 3 7 3 -3 7 4 , 3 7 6 , 3 8 0 -3 8 1 , C o h én , A lb ert, 4 0 9 n . piares divulgan las, 2 3 3 ; la
4 6 7 -4 6 8 , 4 7 5 ; los parám etros C o h én , I. B em atd , 245n . exp resión depende de, 5 0 6 ,
secundarios y, 3 7 -3 8 , 3 1 8 -3 2 1 , C o h én , Morris R ., 118. extern as, 1 7 4 -1 8 9 , 2 3 4 -2 4 6 :
4 5 5 -4 5 6 , 4 7 5 ; las secuencias Coleridge, Sam uel T aylor, 2 9 1 n , fu n cio n an com o co n ju n to s,
y el, 4 5 8 ; la unidad y el, 294n . 7 9 -8 0 , 2 1 9 -2 2 0 , 231; las meta.'
4 7 7 -4 7 8 . Véase tam bién D e- C o lo r sonoro, los com positores im plícitas en las, 66, 1 5 6-158,
•venir; G esto de cierre; C ad en - ro m án tico s v alo ran el, 4 0 0 - 210; la jerarquía de las, 3 3-48
cias falsas; C a rá cte r ab ierto ; 4 0 2 , 4 1 5 -4 1 6 , 4 1 9 -4 2 2 , 4 2 9 - 6 0 -6 2 ; la ideología traducida
Cadencias plágales; Progresión 431, 4 3 9 -4 4 0 , 4 4 2 . en , 1 5 5 -1 5 7 , 2 3 8 -2 4 0 , 3 33
de la subdom inante a la dom i- C om binación, com o fuente de la 3 3 5 ; el co n o c im ie n to de las.
nante. innovación, 192. 2 9 -3 2 , 5 1 5 ; aprendidas, 29 ; va
C la sifica ció n : la fo rm u lació n de Com positores: las co n striccio n es lo ració n de las naturales, 2 6 0
hipótesis y la, 84; y la historia, extern as a fe cta n a los, 1 6 8 - 264, 2 6 7 -2 7 4 , 2 8 9 -2 9 0 ; la n e-
7 4 -7 5 , 7 9 ; la sim ilitud co m o 170; los intereses literarios de, cesidad de, 3 2 3 , 4 9 5 -4 9 8 ; le
base de la, 7 0 -7 3 ; el análisis es- 3 2 2 ; su hom ogeneidad psíquica planes fren te a los guiones
tilístico y la,' 2 9 -3 1 , 7 7 -7 8 . V é- cuestionad a, 1 6 7 -1 7 0 , 2 1 5 ; su com o, 3 6 8 -3 8 5 , 4 4 7 -4 5 8 ; s
ase tam bién P erten e n cia a una tem p eram en to y la in n o v a - predom inio o preponderancia
clase; A nálisis estilístico. c ió n , 1 6 7 -1 7 0 , 1 7 3 , 2 1 4 -2 1 5 ; 4 8 -5 8 (v éa se tam bién D ialecto ,
C lím a x estad ístico : fren te a la el testim o n io de los m ismos Lenguaje propio; E stilo intrac
apoteosis, 3 1 2 -3 1 3 , 3 9 7 , 4 7 3 ; n o es privilegiado, 123n , 147. pus); la reproducción, 2 1 6 -2 1 9 ,
d u ración de la m itig ació n de, V éase tam bién E le cció n com po- 2 3 1 -2 3 3 (véase tam bién Reprc
4 5 1 ; el p ú blico igu alitario y, sitiva. d u cció n ); en la m úsica del ro-
3 1 2 ; 3 1 9 ; las deudas im plicati- C om prensión prospectiva/retros- m anticism o (v éa se M ú sica dr
vas can celad as por, 3 1 2 , 3 9 7 - • pectiva: en la historia, 1 4 3-147; rom anticism o); las reglas y la '
3 9 8 ; en la m uerte de am or de y el análisis estilístico, 7 7 -7 8 . 3 9 -4 2 (v é a se tam bién R e g la s,,
Isolda, 4 7 1 -4 7 3 ; su u bicación y C o m p resió n, pot la om isión , la las estrategias y, 4 3 -4 8 (v é a '
la form a ro m án tica, 4 5 0 -4 5 4 ; superim posición y la no resolu- ta m bién E strategias); la trans-
la música program ática y, 3 2 7 - ción , 4 3 1 -4 3 6 . m isión de las, 1 8 6 -1 8 9 ; e n '
3 2 9 ; el rom an ticism o valora/ C on ati, M atcello, 22n . m úsica del sig lo , XX, 4 9 5 -4 9 7 ,
prem ia, 3 1 2 -3 1 3 ; los p arám e- C oncordancia/discordancia, dife- 5 0 2 , 5 0 8 -5 1 6 ; variables a 1
tros secundarios crean , 3 1 9 , renciada de la consonancia/di- largo del tiem po y según e l lu
3 2 7 -3 2 9 ; el estiram ien to c o n - sonancia, 40n. gat, 8 5 , V éa se tam bién Form ,.
lleva, 3 9 0 -3 9 1 ; lo sublim e y el, C one, Edward T ., 77n, 82n, estad ística; Form a s in tá c tic '
312; el clím ax sin táctico se di- 289n , 4 2 In . R elacio n es m otívicas; S in taxis
ferencia de, 4 5 0 -4 5 1 ; la unidad C o n o cim ien to tácito , 29. tonal.
realzada por, 3 1 2 , 4 7 9 -4 8 1 . C on son ancia/d isonan cia, V éa se C o n s tr ic c io n e s : la e le c c ió n v
V éa se tam bién Form a estad ís- Concordancia/discordancia. (véase E le cció n ); culturales, .
tica. C o n stan cia, V éa se A xio m a de la necesidad de, 27, 2 4 1 , 513; fur
C lím ax sin táctico : naturaleza del, constancia. cion an com o conjun tos, 7 7 -7o,
4 4 8 -4 5 0 ; la po sició n en form a C o n s tr ic c io n e s c o m p o s itiv a s ; • 2 1 9 ,2 2 2 , co m o jerarquía, 33-^""
de, 4 5 0 -4 5 1 . V éase tam bién cam b io de las (v é a se In n o v a - (véase tam bién Leyes; Reglas;
Forma sonata. c ió n ); e le c c ió n de las (v éa se Estrategias); ideológicas, ti
C loninger, R o b ert C ., 220n . E le c c ió n co m p o sitiv a); c o n - ducidas en musicales,. 155-157.
Códigos de traducción, necesarios ce p c ió n d e... n ovedosas, 1 8 9 - 3 3 3 -3 3 5 ; inferidas del compo
5 3 8 ÍNDICE TEMÁTICO
2 1 -2 4 : la causalidad encubierta la música de Ives, 47 In ; migra- frazam iento a través del surgi-
y, 2 2 8 ; y creatividad, 219; deli- c ió n de, 4 7 0 ; basado en un m ie n to ); e jem p lifica ció n de,
berada, 2 1 -2 4 : dep en dien te de plan, 4 6 8 , 4 7 2 -4 7 3 . 8 6 -9 2 ; m em oria, tam año y,
m etas, 211; la a c ció n dram áti- Esquem a de llen ad o de h u eco 3 5 1 ; basados en planes frente a
ca acerca de, 1 4 2 ; la visualiza- [Ejs. l.lh 7 .3 2 -7 .3 7 , 7 .4 0 , los basados en guiones, 3 6 8 ; las
ción y la, 141; la influencia y, 8 .1 8 ]: ejem p lificacio n es e n e l , diferencias de estilo iuminadas
2 1 9 -2 2 3 , 2 2 8 -2 3 0 ; la intención clasicism o, 3 7 7 -3 7 8 ; cierre del, por, 8 8 -9 2 . Véase también Es-
y, 6 7 -6 8 , 2 1 3 ; la naturaleza de 3 7 9 -3 8 2 ; co n patrón jerárq u i- quem a de «A d este Fid eles»;
la, 2 1 -2 5 ; y poder, 142; el cam - co, 3 8 3 ; naturaleza del, 3 7 7 ; Esquema axil; Esquema de no-
bio estilístico y, 2 2 8 ; el estilo basado en plan es, 3 7 7 , 3 7 9 ; tas cam biantes; Esquema com -
depende de, 2 0 -2 1 . Véase tam- huecos subsidiarios y reiterados plementario; Esquema de llena-
bién E le cció n com positiva. en el, 3 7 8 -3 8 3 . do de huecos; Esquema triádico;
Ellis, Jo h n M ., 6 7 , 137n. Esquem a de n o tas cam b ian tes, Esquema de cuña.
Em ociones: representadas fren te a versión de la m ed ian te [Ejs. E stadística, form a. Véase Form a
los sen tim ien to s expresados, 7.8b, 7 .1 4 -7 .1 7 , 7 .1 9 , 7.20]: estadística.
3 3 7 . Véase también Expresión; E jem p lificacio n es en e l clasi-, Estadística: contraejem plos y, 9 7-
Sentim iento. cism o, 3 5 6 -3 5 7 ; d escripción, 98; mero recuento y la, 30-32,
Esbozo an alítico y esbozo h istóri- 3 4 6 ; Los com positores rom án- 9 9 -1 0 0 ; h ip ótesis y, 1 0 5 -1 0 6 ;
co ; problem as y lim ita cio n es tico s prefieren, 3 5 7 ; Las ejem - necesidad de la, 105; muestra,
de, 2 4 9 -2 5 1 , 3 3 3 -3 3 5 ; fin a li- plificaciones del rom anticism o carácter de la, 9 5 -9 8 ; muestra,
dad de, 5 1 5 -5 1 6 . disfrazan, 3 5 8 -3 6 3 ; transforma- tam año de la, 9 8 -1 0 1 ; y te o -
Esbozos, estru ctura im p lícita y, do en un esquem a a x il, 3 6 3 - rías, 98.
66 - 68 . 364 {véase también Esquem a Estadístico, clím ax. Véase C lím ax
Espy, W illard R ., 97. axil). estadístico.
Esquem a ax il [ejem plos 7 .1 1 , Esquem a de n o tas cam b ian tes, E stilo : la m úsica a lea to ria y el,
7 .2 1 -7 .2 3 ]: Elegido por los versión de la tó n ic a [E js. 1.1, 6 4 -6 6 ; ca m b io de, 3 9 -4 3 , 4 4 -
com positores rom án ticos, 3 6 6 ; 1. 2, 2 .1 , 7.8a, 7 .9 -7 .1 3 ] E jem - 4 6 , 1 1 1 -1 1 2 {véase también
ejem plos del, 3 6 5 -3 6 6 ; el es- p lificacio n es en el clasicism o, H istoria de la música y el esti-
quem a de notas cam biantes en 3 4 6 -3 4 7 ; descripción, 3 4 5 ; Las lo; In n o v a ció n ): e le c c ió n y,
la m ediante y, 3 6 3 -3 6 7 ; dom i- ejem plificacion es del rom an ti- 2 0 -2 6 {véase también E le cció n ;
n an te e n la miúsica del rom an- cism o disfrazan, 3 4 8 -3 5 5 . E le c c ió n co m p o sitiv a ); las
ticism o, 3 6 3 -3 6 4 ; la sin taxis y Esquem a de n o tas cam b ian tes: co n striccio n es y el, 19, 2 6 -3 3
el, 3 6 5 , 3 6 6 -3 6 9 . c la sifica ció n del, 7 0 -7 1 ; v er- {véase también C on striccio n es;
Esquem a co m p lem en ta rio [Ejs. sió n d isju n ta [E j. 7.8cJ, 3 4 6 - C o n striccio n e s com p ositivas);
7 .2 4 -7 .3 1 , 8.1 8 ]: el período an- 347. Véase también Esqueoaa de crítica y, 5 9 -6 1 , 6 4 -6 5 ; defini-
teced en te-consecu en te influido notas cam biantes, versión de la c ió n de, 19; d ia lecto , 4 9 , 5 7 -
por el, 3 7 7 ; ejem p lifica cio n es m ed ian te; Esquem a de n o tas 5 8 ; predom inio de parám etros
en e l clasicism o , 3 7 0 -3 7 2 ; cam b ian tes, versión de la tó - y el, 4 5 -4 6 , 152n, 240; evalua-
co m p re n sib le de modo n a tu ra l, nica. c ió n y, 6 0 -6 6 ; e x p lica ció n
K:
3 7 4 ; e je m p lif ic a c io n e s e n el Esquem a triádico [Ejs. 1.5, 2.3, frente a identificación del, 24-
r o m a n tic is m o , 3 7 1 -3 7 7 ; e je m - 7.36], 5 7 -5 8 , 9 1 -9 2 , 383. 2 5 , 3 2 , 1 0 1 -1 0 5 ; jerarq u ía de
p lific a c ió n d el m ismo e n e l si- Esqu em a(s); caracterizació n y, las co n striccio n es define el,
glo XX, 499. 38 3 ; n o conceptuado, 1 2 8-1 3 0 ; 3 3 -4 8 {véase también Leyes;
Esquema de cuña divergente [Ejs. disfrazam iento de, 3 3 9 -3 6 3 R eglas; E strategias); len guaje
7.5, 8 .2 4 -8 .2 7 , 8.28t>]: cierre {véase también D isfrazam iento a particular y, 4 9 -5 0 , 5 7 -5 8 ; y es-
debilitado por el, 3 4 3 , 4 6 8 ; en través de la d iv erg en cia; D is- tructura im p lícita (véase Es-
cte Aríeea
EUbtÍQcc-iC'5,
en la, 4 9 6 , 5 1 1 '5 1 4 ; econom ía co n o c im ie n to , 2 5 6 , 2 8 4 -2 8 5 . e l m o d e lo d e l le n g u a je , 2 9 2 -
y m arcas de exp resió n en la, Véase también Organicism o. 2 9 3 ; a u to r r e a liz a c ió n y , 2 9 9 -
5 0 0 -5 0 2 ; historia inform ada de N ecesid ad; eco n o m ía e sté tic a y, 302;. e n la m ú sica d e l s ig lo XX,
la, 4 9 5 ; norm as intraopu s en 2 9 7 , 5 0 1 ; artística y el rom an- 5 0 0 -5 0 1 ; p rin c ip io c e n tr a l sub-
la, 5 0 2 -5 0 4 ; aprendizaje de la, ticism o , 2 9 5 - 2 9 7 ; h istó ric a , y y a c e n te a l, 2 9 7 -2 9 8 .
5 1 1 ; ro m an ticism o persiste en la m úsica del siglo XX, 5 0 6 - O rígenes, el rom anticism o deses-
la, 4 9 6 , 5 0 5 -5 0 8 , 5 0 8 -5 0 9 ; pa- 507. tim a los, 2 5 9 -2 6 1 , 2 8 4 -2 8 5 ,
rám etros secund arios im por- Neighbour, O . W ., 497n . partes del cap ítu lo 6. V éase
tan tes en la, 4 9 9 -5 0 1 ; formas N ew com b, A n th o n y , 4 3 8 n , 4 4 5 . también A contextualism o.
to n ales n ecesarias en la, 4 9 8 - New man, W illiam S ., 3 1 0 n . O rig inalid ad : d ep en d ien te de la
500. N ichols, Roger, 4 0 In . co n v en ció n , 3 3 4 -3 3 7 ; tipos de,
M úsica instrum ental: el rom anti- N isb et, R o b e rt A ., 77n , 161n , 5 9 -6 0 ; la valoración de la m is-
cism o valora la, 3 2 2 -3 2 3 ; esbo- 2 9 In . m a fo m en ta el cam bio, 3 3 7 ,
zo h istó ric o se ocupa de la, Norm as, la expresión depende de, 4 2 1 -4 2 2 . Véase también Ind ivi-
3 3 3 -3 3 4 . 3 8 6 -3 9 0 . Véase también E xpre- dualidad; Irm ovación.
M úsica pro g ram ática: sign ifica- sión. O rnam en tación; su función en la
c ió n e sté tic a de la, 200- 202; N o tación : e irm ovación, 187-188; música del rom anticismo, 2 9 8 n ,
las an om alías e v o ca n la, 3 2 5 ; y la teoría musical, 188. 4 1 3 , 4 6 7 -4 6 8 ; el rom anticism o
público y la, 3 2 2 -3 2 6 ; com po- N ovedad: abun d an cia de, 2 0 9 ; denigra la, 298.
sitores y la, 3 2 3 , 3 2 6 ; prepon- necesidad de exp licar su repro- O rtega y Gasset, José, 2 4 1 .
d eran cia de, razones de la, d u cció n , 2 0 9 , 2 3 1 -2 3 2 . V éase Osgood, C harles E ., 19n.
3 2 2 -3 2 6 ; los parám etros secun- también Inn ov ación ; O riginali-
darios d e lin e a n la, 3 2 8 -3 3 0 ; dad; Reproducción. P a cien cia , m e gano la vida, 2 8 7 .
co m o fu en te de in n o v ació n , Paráfrasis y análisis estilístico, 9 2 -
1 9 5 -2 0 5 ; los tem as elegidos y Obras ejem plares; la cultura iden- 94 .
la ideología, 2 8 1 -2 8 2 , 3 2 5 -3 2 8 ; tifica las, 2 3 2 -2 3 3 ; divulgan las P arám etros prim arios (s in tá c ti-
los tem as elegidos y la tradi- innovaciones, T i l - i y i . co s); base de los, 3 5 ; esp ecifi-
ción, 3 2 7 -3 2 8 . Ogg, David, 149. can el cierre, 3 6 . Véase también
M ussorgski, M od est, 2 0 0 , 2 0 2 , O racio n es co n d icio n ales basadas A rm o n ía ; M elodía; S in ta x is
204, 4 2 8 n . en h ech o s que no se dieron, (to n a l); Sin taxis (to n a l), debi-
1 1 8 -1 2 1 , 137. litam ien to de la.
O rganicism o: y la econom ía artís- Parám etros secundarios (estadísti-
N agel, E m est, 96. tic a y la necesidad , 2 9 5 - 2 9 8 , c o s); m itig ació n de los, 3 2 1 -
N arm our, Eugene, 5 1 n , 5 6 n , 99, 4 8 5 , 5 0 0 -5 0 1 ; y devenir y.con - 3 2 2 , 3 9 6 -3 9 8 , 4 7 4 ; cierre nega-
366n , 382n , 413n , 429n. tinuidad, 3 0 1 -3 0 6 (véase tam - do p o r los, 3 9 , 4 5 6 ; cierre n o
N arración / Exposición, m úsica bién C a rá cter a b ierto ); papel esp ecificad o por los, 3 5 -3 9 ,
program ática y la, 3 0 9 -3 1 0 , c e n tra l en el rom an ticism o, 3 1 8 -3 2 1 ; im portancia c re c ie n -
3 2 4 -3 2 5 . Véase también M úsica 211-218, 2 9 0 -3 0 6 ; com p osito- te de los, 3 8 , 3 1 8 -3 2 1 , 4 4 7 -
program ática. res y teó ricos influidos por, 4 4 8 ; co n llev an cantidades, 3 7 ,
Naturaleza; com o desarrollo, 291- 2 9 4 -2 9 5 ,2 9 8 -2 9 9 , 4 8 7 ; y creci- 3 1 8 ; naturalid ad de los, 3 9 ,
305 y en otras partes del libro; ' m ien to gradual, 3 4 3 , 3 5 2 -3 5 3 3 1 8 -2 1 1 ; y parám etros p rim a-
representada en el arte, 281; el (véase también C am bio; Su rgi- rios, 3 5 -3 9 , 3 1 8 -3 2 1 ; m úsica
rom anticism o valora la, 291 y m ie n to ); relacio n es m o tív icas program ática y, 3 2 8 -3 3 0 (véase
a lo largo del ca p ítu lo 6, 5 0 5 y, 4 8 7 - 4 9 1 ; p ersisten cia del, también M úsica program ática);
(véase también R o m an ticism o , 2 2 5 - 2 2 6 , 2 9 1 - 2 9 3 (véase tam- sin taxis d eb ilitad a y los, 3 9 ,
ideología del); com o fuente de bién rom an ticism o ); reemplaza 4 9 9 -5 0 2 ; e n la m úsica del si-
ÍN D IC f TEM.ÁTICO 54 5
. V c a fren te a, 2 1 3 -2 1 4 ; h isto ria la, 256, 259, 2 8 8 -2 9 0 ; religión D ev e n ir; C lím a x estad ístico;
' i; m usical se m teresa por la, 20 9 - y la, 2 5 6 ; amor rom ántico y la, G e s to de cierre; C ie rre ; C o n -
, 211, 2 3 1 , 4 2 1 -4 2 3 ; de las ideas 2 8 5 -2 8 7 ; autorrealización valo- v e n ció n disfrazada; C ad en cias
- ^ rom ánticas, 281. rada en, 2 9 9 -3 0 2 , 3 3 7 -3 4 0 ; es- falsas; V ariació n en desarrollo;
i íti, Rudolph, 73, 3 0 8 n , 486n . pontaneidad apreciada por la, Form a estad ística; Form a sin -
JKeznick, Steven , 168n. 2 7 0 -2 7 2 ; la transcendencia y la tá c tic a ; A rm o n ía; Jerarquías;
'■ .eff, P hilip, 280n . exclusividad e n la, 2 7 6 -2 7 7 . Estructura im plícita; M uerte de
, P iep el, Joseph, 4 4 6 n . V éase también A c o n tex tu a lis- am or de Isolda; Leitm otif; M e-
'.lam slci-K o rsako v, N ic o la i, 3 5 9 , mo; Autoridad; D evenir; C am - lodía; M odu lación; R elacio n es
,- 360, 363. bio; Estru ctura «profunda»; m o tív icas; C a rá cte r a b ierto ;
ivóberts, Jo h n H ., 93n . Eco n o m ía; Igualitarism o; S u r- O rn a m e n ta c ió n ; C ad en cias
í 3. )binet, J. B ., 304 n . gim ien to ; E m ociones; S e n ti- plágales; M úsica program ática;
Rolf, M arte, 415n . m ien to ; Form alism o; G en io ; Esquem a; Parám etros secunda-
i,,;; jm an ticism o, ideología del; es- Jerarquías; Individualidad; In - rios; T a m a ñ o de la com p osi-
té tic a del, 2 6 4 -2 8 1 , 2 8 8 -2 9 0 , novación; Lenguaje; N atu rale- c ió n ; Form a son ata; C o lo r so-
t 2 9 1 -3 0 5 ; arte ejem p lifica la, za; N ecesidad; C arácter abier- n oro; E stiram iento; Progresión
. 2 6 1 -2 6 3 ; 2 8 1 -2 8 7 ; arte sagrado to; O rganicism o; Originalidad; de la subdom inante a la dom i-
■ en la, 2 7 2 ; constriccion es arti- O rígen es; Pasado; Su b lim e; n an te; Sin taxis (to n a l), debili-
Aciales rechazadas, 2 5 7 -2 5 9 : Unidad; A n h elo . ta m ie n to de la; A co rd e de
J los a r t is ta s (c o m p o s ito r e s ) R o m an ticism o , m úsica del: te n - Tristón; M úsica del siglo XX;
i ■ abrazan la , 2 5 5 -2 5 9 , 2 6 4 -2 6 6 , sió n acú stica e n la, 3 8 7 , 3 9 4 , U nidad m otívica.
, 2 7 0 -2 7 5 , 277, 2 7 8 -2 7 9 ; belleza, 3 9 6 -3 9 7 , 4 3 4 ; ambigüedad en, R o sen , C h a rles, 6 1 , 6 7 , 1 1 9 n ,
- verdad y, 2 6 6 -2 6 8 ; distinciones 3 6 1 , 3 6 3 -3 6 5 , 3 7 3 -3 7 4 , 3 9 2 - 2 0 6 n , 2 7 6 , 3 8 4 , 4 5 2 -4 5 6 n .
de clase rechazadas por la, 2 5 5 , 3 9 5 , 3 9 6 -3 9 7 , 4 3 4 , 4 6 1 , 4 6 2 - R osner, Burton, 8 7 n .
2 5 7 -2 5 8 (véase también Igua- 4 6 3 ; cam bios tend en ciales en, R ossini, G iacom o, 2 3 0 .
“lita ris m o );' clasifica ció n deni- 3 3 6 , 4 2 3 -4 3 0 (véase también R o th farb, L e e A ., 420n .
.1 grada p or la, 2 7 4 -2 7 8 , 3 0 0 ; C am b io te n d e n cia l); acordes R o th k o , M ark, 263n .
co n trad iccio n es en la . 2 4 9 , invertidos y la, 4 2 1 -4 2 3 ; cro - R o th stein , Edward, 453n .
.,=■ 2 6 4 -2 6 5 ; 2 7 5 -2 7 7 , 2 8 1 , 3 0 1 - m atism o en la, 4 0 5 -4 0 6 , 4 3 6 ; Rousseau, Jean-Jacqu es, 2 5 5 -2 5 6 ,
‘? 3 0 3 , 3 2 1 , 3 3 4 , 3 3 7 -3 3 8 ; diver- co n tintes clásicos, 3 7 7 ; co n s- 268n , 386.
, .sidad valorada en la, 2 7 3 -2 7 7 ; triccio n e s n aturales elegidas -R u m elh art, David E., 86n.
evolución y, 260; el pueblo, la en , 3 6 7 . 3 7 4 , 3 8 7 , 3 9 2 -3 9 5 ;
ii;í;;:;!inocencia y la; 270; los géneros necesidad de constricciones en S a la s de c o n c ie rto , su tam añ o
,_,son repudiados por la, 2 7 5 ; lo 4 9 5 -4 9 8 ; expresión en la, 324- afecta a la música, 3 1 3 -3 1 7 .
grotesco y, 2 6 7 ; las historias 3 2 6 , 3 9 4 , 4 8 5 -4 8 6 ; los aires Salzer, Félix, 418.
,- - s o n influidas por, 2 5 8 -2 6 1 , populares y la, 3 6 0 -3 6 1 ; y la Sa m m a rtin i, G io v a n n i B attista,
' 4 8 9 -4 9 0 ; in o c e n c ia valorada ideología, en diversas partes de 356.
I r en la, 2 6 6 -2 7 0 , 2 9 2 ; universali- los capítulos 7 y 8 y el epílogo; Sapir, Edward, 242n .
dad de la m úsica y, 2 5 7 ; lo in estabilidad en la, 3 7 2 , 455, Sch an k , R oger C ., 3 6 8 .
I ;, 'ím isterioso apreciado por la, 4 5 9 -4 6 0 , 4 6 4 ; modalidad, co n - S ch ap ito , M eyer, 73n , 159n.
, ,;.276-278; las constricciones na- trastes de, 4 3 0 -4 3 1 , 4 3 8 -4 4 2 ; S c h e n k e r, H e in ric h , 8 7 n , 2 9 0 ,
’l;; curales valoradas en la, 2 6 0 , secuencias en la, 8 0 -8 2 , 45 9 - 3 0 9 n , 409.
,;:-;2 6 4 -2 6 5 , 2 6 7 , 2 7 4 , 2 8 9 -2 9 0 ; 4 6 4 ; uniform idad en la, 4 0 7 - Sch iller, Friedrich von, 273.
■= p ersisten cia de la, 2 9 2 , 4 9 1 - 4 0 8 , 434, 462, 4 6 7 ; cambios de S ch illin g , Gustave, 27 1 , 272, 322.
f 193, 5 1 3 -5 1 5 ; carácter p olítico uso en la. 4 3 0 -4 3 1 , 4 3 7 -4 4 2 . S c h le g e l, A u gust W ilh e lm von,
de la, 2 5 4 -2 5 6 , positivism o de V éase también apoyatuta(s); 274, 291n, 302n, 338.
ÍNDICE TE M Á T IC O 54 7
T ra n sfo rm a ció n tem á tica , c o n - música del siglo XIX, 3 0 7 , 480; esbozo a n a lític o de su estilo
c ep to sin cró n ic o de la, 4 5 6 . psicología de la, 3 2 6 ; repudio de tardío, 7 8 -8 3 . V éase también
Véase, cambien R elacion es m otí- la co n v en ció n y la, 3 0 7 , 4 8 0 ; M uerte de am or de Isolda;
vicas; U n id ad m otívica. clím ax estadístico realza la, Tristón e Isolda; A co rd e de
T reitle r, L eo , 86n , 503. 3 1 1 -3 1 2 , 4 8 0 , 4 8 3 . Véase tam- Tristán.
T ré m o lo , naturaleza estad ística bién U nidad m otívica. W ake, David, 74n .
del, 4 6 2 . W alsh, W . H ., 111.
T rillin g, Lion el, 261n . W arrack, Jo h n , 2 4 9 .
V alor, Véase Evaluación.
Tristón e Isolda, 4 2 7 , 4 3 4 , 4 3 7 , W arren , A u stin , 7 7 .
V ariación en desarrollo: las cons-
4 5 8 . Véase también M u erte de W eber, C ari M aría von, 233.
triccio n e s que la rigen son
am or de Isolda; A co rd e de W eber, W illiam , 273n .
problem áticas, 4 8 6 -4 9 3 ; el or-
T ristán . W ebern, A n tó n , 2 9 5 , 481.
ganicism o y la, 4 8 9 -4 9 1 ; la
W ebster, Jam es, 9 3 n , 452n .
sin ta c tific a c ió n y, 4 9 2 , 4 9 6 .
U n id ad m o tív ica : e le c c ió n co m - W edgew ood, C . V ., 1 3 4 n , 1 4 5 ,
V erd i, G iuseppe, 3 2 9 , 3 4 0 , 3 8 1 -
positiva y, 4 8 3 -4 8 5 ; e igualita- 148, 151.
3 8 2 , 3 8 4 -3 8 5 , 3 9 1 , 3 9 3 -3 9 4 ,
rism o, 3 0 7 -3 0 9 , 4 8 0 -4 8 1 ; R o - W eintraub, Karl, 130n .
4 1 1 -4 1 2 , 4 1 4 -4 1 5 .
m anticism o se interesa por la, W eisskopf, V íc to r F., 113.
Virtuosos, 3 1 9 -3 2 0 n .
3 0 7 -3 0 9 , 4 8 5 ; perspectivas sin- W ellek , R en é, 77.
Visualización, la elecció n depen-
cró n ica s fre n te a d iacró n icas Westergaard, Peter, 25n.
de de la, 1 4 0-142.
de la, 4 8 5 -4 8 6 . V éase también W estern h ag en , C u rt v o n , 2 8 2 n .
V a ria c ió n en desarrollo; R e la - W estfall, R ich ard S ., lOOn.
cio n es m o tív icas; R ela cio n es W agner, R ichard , 2 0 5 , 2 3 7 . 258, W h ite, Hayden, 259n .
de sim ilitu d ; T ran sfo rm a ció n 2 6 2 , 2 7 2 . 2 7 8 , 2 8 0 , 2 9 4 -2 9 5 , W im satt, W illiam K ., 253n .
tem ática. 3 4 0 n , 3 8 3 , 3 8 9 n , 3 9 3 n , 398- W inters, T hom as Dyer, 471n .
U nidad; visió n d ieciochesca de la, 4 0 0 , 4 0 2 . 4 1 9 , 4 2 0 -4 2 3 , 4 2 7 , W oodm ansee, M artha, 288n .
3 0 6 -3 0 7 , 4 7 8 -4 8 0 ; fu ncional 4 4 5 -4 4 6 , 4 8 1 n , 4 9 1 ; Ideología W ordsw orth, W illia m , 2 5 7 , 2 6 9 .
frente a m otívica, 4 8 1 ; sim ilitud rom ántica representada en Par- W right, A n th o n y A ., 3 5 2 n .
m otív ica crea, 3 0 7 -3 0 9 , 4 8 0 - sifal (2 8 2 ), Lohengrin (2 8 6 ), El
4 8 1 , 4 8 6 -4 8 7 ; narración realza, anillo del nibelungo ( 2 8 4 - 2 8 6 ),
3 0 7 ,3 1 0 ; problem a de la... en la T ristán e Isolda ( 2 8 6 - 2 8 7 ); Tlemer, H en ti, 2 7 6 .
5 4 8 INDICE TEMATICO